Sufismo El camino del amor "Cuando abro mis ojos al mundo exterior, me siento como una gota de agua en el océano; pero cuando cierro mis ojos y miro interiormente, veo el universo completo como una burbuja levantándose en el océano de mi corazón." Hazrat Inayat Khan "La Sinfonía Divina"
El Sufismo o Tasawwuf ha sido definido como el Camino del Amor o del Corazón. A la palabra 'Sufi" se le han atribuido varios orígenes, entre ellos palabras que significan ' pureza' y 'sabiduría'. El sufi, entonces es alguien que ha descartado todo lo que no pertenece a su esencia más íntima, y que ha cultivado el jardín del corazón, ya que no hay otro lugar para que la sabiduría crezca. Un sufi es un hombre con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Pudiese decirse que sufismo es un acercamiento amoroso a la realidad. Es un modo de experimentar la vida y el universo como un todo respondiendo a un plan Único, de acuerdo a unas Leyes Universales o Fundamentales. Es una escuela viva o forma de vida que busca ante todo hacer un llamado hacia la Unidad de toda la existencia y a que cada ser humano alcance su verdadero estado de plenitud y bienestar e integre en si mismo la trascendentalidad o espiritualidad, es decir lo más significativo y fundamental que existe en cada uno de nosotros. Dentro del sufismo se busca liberar al ser humano de las cadenas de la ignorancia para que pueda comprender la esencia inmutable del Ser. "Conocí el bien y el mal, pecado y virtud, justicia e infamia; juzgué y fui juzgado, pasé por el nacimiento y la muerte, por la alegría y el dolor, el cielo y el infierno; y al fin reconocí que yo estoy en todo y todo está en mi". Hazrat Inayat Khan
La palabra sufi implica pureza. Puro quiere decir no mezclado con otro elemento, o en otras palabras aquello que existe en su propio elemento, puro y sin manchas. Dentro del sufismo se busca honrar y respetar todas las diferencias, y buscar un mutuo entendimiento, respetando y valorando todos los puntos de vista de los demás. Pudiese decirse que es una escuela de autoconocimiento y perfección del ser humano; un estudio de la Unidad y pulimiento de la propia personalidad para refinar sus aristas y hacer la mayor obra de arte a la que todo ser humano está llamado: el arte de la personalidad . Sin embargo todo este trabajo de pulimento y limpieza del cristal del corazón del sufi no es para su beneficio propio, sino para que pueda reflejar la Luz Divina. "La vela no está allí para iluminarse a sí misma" Nawab Jan-Fishan Khan
Si hay una verdad central que el sufismo distingue, es la Unidad de Ser, el hecho de que estamos integrados con lo Divino. Somos Uno: una comunidad, una ecología, un universo, un Ser. Si es que hay una verdad digna de ese nombre, es que formamos un todo con la Verdad, que no estamos separados de ella. La comprensión de esta verdad tiene efectos en nuestro sentido de quienes somos, en nuestra relación con los demás y con todos los aspectos de la vida. El sufismo tiene que ver con la comprensión de la corriente de amor que corre a través de toda forma de vida, con la unidad detrás de todas las formas conocidas y desconocidas por la humanidad
© Nonirb
Ven, ven, quien quiera que seas: Trotamundos, fiel, amante del amor: ¿Qué importa? Nuestro camino no es de desesperanza. Ven, aun si has roto tus promesas cientos de veces: Vuelve, ven de nuevo, ven. Jelaluddin Rumi
Para los sufis toda la humanidad es Una sola, no existe ningún tipo de división ni horizontal ni vertical y no existen seres diferenciados. No existen cosas diferenciadas o separadas salvo en apariencia y a un nivel de superficie. En su núcleo, en su nivel más fundamental solamente existe una sola cosa: La Unidad, o la Realidad Absoluta, El Uno. Aquello que toma muchos nombres y que algunos designan como Dios, Allah, El Universo, la Vida, La Información Central del Universo, El Vacío, La Nada, El Todo, etc. El nombre que se le asigne a esta Realidad no tiene relevancia pues todos estos conceptos apuntan hacia una misma y única dirección. La práctica del sufismo lleva a la reducción del nafs (parte más densa del ego o falsa personalidad) a su mínima expresión, y por lo tanto a la manifestación plena de nuestra esencia o Ser Real, lo cual facilita el acceso directo a percepciones reales de la Verdad, que surgen en la experiencia personal de cada quién. En este sendero se va refinando el ego, deshaciéndonos de sus limitaciones y enalteciendo nuestros talentos Cuando en sufismo se habla de la reducción del ego hay que entender que sin un ego no podemos interactuar en este plano material. Es necesario para nuestra supervivencia. De lo que se trata es de ponerlo a nuestro servicio y no seguir siendo su sirviente. El sufismo está basado en la Armonía, la Belleza y el Amor. Para estar unidos con el Uno, conDios y Su Creación, que son una misma e indefinible cosa, nos ocupamos entonces de limpiar nuestro corazón de todo lo que signifique ego o autoengaño. Los sufis no tienen jerarquía distinta al crecimiento espiritual o desarrollo de consciencia. No tienen dogmas ni doctrinas. Para ellos el camino se hace en el mundo, entre los hombres, y nada hay más valioso que las relaciones, especialmente las complejas. No tiene mucho mérito ser imperturbable si a tu lado no hay nadie que perturbe. Cuando se reúnen varios sufis, el más avanzado enseña si esa es su misión, y él sabe perfectamente si lo es o no. Los demás también. Brota así, espontáneamente, la función del maestro, a quien se acata, se respeta, pero ante todo se ama porque nos muestra un ideal. No se da pues en el sufi la condición de maestro sin la capacidad de enseñar, y con ésta viene aparejada la de amar, que da al maestro la agudeza perceptiva de los sentidos físicos, afinados en grado sumo, y el desarrollo de otros sentidos superiores latentes en cualquier hombre.
Los ejercicios espirituales sufis, las prácticas, son de una variedad amplísima y dependen siempre de las condiciones de tiempo, modo y lugar, pero aún más de la capacidad actual del discípulo o aprendiz y/o su estado de desarrollo de consciencia. Pueden consistir en prácticas como ciertas respiraciones, mantras o wazifas (hablados o cantados), danzas, música y muchos cuentos o historias. "Sufi es alguien quien AMA y RESPETA toda la creación del universo. Y Sufismo es la Luz Brillante que resplandece en el Corazón de aquellos quienes AMAN yRESPETAN."
Cuentos
"Los cuentos se han utilizado desde la antigüedad inmemorial, como portadores de conocimiento e instrumentos de comprensión". Idries Shah Actualmente se están utilizando los cuentos dentro de la psicoterapia como un apoyo amable y muy maleable para acercar información y contenidos psicológicos al paciente en forma de vivencias en las cuales puede verse reflejado sin sentirse intimidado y encontrar también salidas paralelas a momentos o situaciones actuales que experimenta. Son en ese sentidocatalizadores o puntos focales que a manera de espejos pueden reflejarnos y devolvernos una imagen de nuestra psiquis o de procesos actuales que se viven otorgándonos distancia y una perspectiva nueva y fresca donde mirarnos. Siendo tan plásticos, un mismo cuento puede aplicarse a distintas situaciones y momentos y al tener un marco o contenido humorístico se quedan grabados fácilmente en nuestra memoria. Una de las grandes ventajas de los cuentos es que penetran dentro de uno sin ofrecer mucharesistencia, debido a que su contenido no es considerado agresivo y así no son filtrados o no mucho por nuestros sistemas de filtros psicológicos que nos impiden en gran medida asimilar o absorber cosas nuevas, en gran parte como un mecanismo de defensa y autoprotección. El cuento hace funcionar los dos hemisferios cerebrales de forma conjunta. El método de enseñanza por historias, por su efectividad, es muy difundido y muchas tradiciones espirituales los vienen utilizando desde hace muchos siglos o milenios como un medio muy eficaz para contener y transmitir conocimiento y verdades profundas. En el evangelio, las de Jesús se llaman parábolas. Tan inspiradora es la Biblia, como el Talmud, el Baghavad Gita, las gatas de Zoroastro o el Corán, pero también puede serlo un cuento infantil, sobre todo si en él se encuentran ocultas y veladas verdades universales. La tradición sufi es especialmente rica en historias. Las historias sufis siempre tienen por lo menos tres interpretaciones o niveles de enseñanza posibles. Algunas hasta siete; la primera interpretación generalmente es chistosa, razón por la cual son muy populares. Cuando recordamos una historia sufi, después de un tiempo, porque se aplica exactamente a un evento del presente, nos damos cuenta de su verdad y la comprendemos de manera profunda. "El sufismo ha perfeccionado, entre otras técnicas, un método de enseñanza característico que es casi desconocido fuera de los límites de los iniciados en la vía. Este método, llamadoImpresión Esquemática de Cuentos, está contenido en el uso especial que los Sufis hacen de la literatura oral o de otro tipo. Los relatos Sufis, a pesar de que superficialmente parecen suministrar una moral o querer entretener, no son formas literarias como éstas suelen ser entendidas. Son literatura de forma accidental,
material de enseñanza de forma primaria. Muchos de los poetas y escritores de Persia son Sufis declarados; y sus obras contienen esas dimensiones internas a las que me estoy refiriendo. El cuento Sufi, así como ciertas citas Sufis de otro tipo, está destinado tanto a ser apreciado por gente cultivada como a suministrar información, instruir y establecer lo que se llama 'un marco para la recepción de la iluminación' en la mente del estudiante." Este método, según la enseñanza Sufi, puede producir iluminación al individuo de acuerdo con su capacidad de comprensión. Puede también formar parte esencial de los ejercicios de preparación de un estudiante. El proceso exige ir más allá de la faz externa de un relato, sin inhibir la capacidad del estudiante para comprender y gozar de su humor u otras características exteriores."
El cuento de las arenas Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas. Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo le susurró: "El Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río" El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto. "Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino" -¿Pero cómo esto podrá suceder? "Consintiendo en ser absorbido por el viento". Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. "¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?" "El viento", dijeron las arenas, "cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río" -¿Cómo puedo saber que esto es verdad? "Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río." -¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy? "Tú no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz. "Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial." Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?-- que eso era lo que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó: "Sí, ahora conozco mi verdadera identidad". El río estaba aprendiendo pero las arenas susurraron: "Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña" Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía está escrito en las Arenas.
La historia del cerrajero
Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de quetodos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo. Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave. Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron. Cuento tradicional sufí
La prisión El mundo es una prisión y nosotros somos los prisioneros: ¡haz un boquete en el muro de la prisión y sal de ella! Jalal al-Din Rumi. (Masnavi I, 982). Imagínate a un hombre que tiene que rescatar a gente de cierta prisión. Se ha decidido que sólo hay un modo plausible de llevar esto a cabo. El libertador tiene que entrar en la prisión sin atraer la atención. Debe permanecer allí relativamente libre para actuar durante cierto período. La solución escogida es que entrará como convicto. Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que le capturen y le sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se le envía a la prisión que es su meta. Cuando llega, sabe que se le ha despojado de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión. El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior. La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello. Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós con los cuales juegan. Saben que alguno de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales. A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos. Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida. El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como "provisiones",
"viaje", "huida", obtendrías una lista de significaciones como "rancho carcelario", "caminar de un bloque de celdas a otro", y "evitar el castigo por parte de los guardianes". "El mundo exterior" sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: "Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos -dirían-, ¿cómo puede haber otro fuera?". El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogía. Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice "necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior", por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: "Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior..." Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior. Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos. Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.
Saber sentir el sabor "Saber" y "sabor" tienen una íntima relación entre los dos. Érase una vez, en un pequeño poblado perdido entre las montañas, que vivían en una aldea recogida y alegre, un grupo de seres humanos. Hacían lo que suelen hacer la mayoría de estos seres: dormir, trabajar, comer, jugar y dormir. Pero he aquí que un día uno de ellos, por extraños motivos que nos llevarían a otras historias, decidió marchar de ese pueblo. Reunió a todos lo seres del pueblo y les manifestó su intención de salir más allá de las montañas para conocer lo que se "cocía" en otros lugares. - ¿Para qué?- le preguntaron sus amigos. - Porque quiero saber- les respondió. Nuestro amigo, al que desde ahora llamaremos Sixto, se dirigió al norte, porque desde antiguo al pueblo habían llegado noticias, que allí era dónde existía más saber. Pasó un tiempo sin noticias de Sixto, hasta que un buen día apareció en lontananza. Hubo gran alegría en el poblado, todos le rodeaban, le preguntaban, pero él venía cansado del viaje y pidió que le dejasen descansar. Al día siguiente, a la puerta de su casa, todo el mundo estaba reunido esperando que él apareciera. Cuando lo hizo, todos prorrumpieron en aplausos y aclamándole le pedían que compartiera con ellos su saber. - Bueno, veréis, lo único que he aprendido no puedo compartirlo con vosotros. !Oh! Quedesilusión entre los seres del poblado. -¿Por qué?- se atrevió a preguntar un niño (todos sabemos que los niños son muy atrevidos) - Porque lo que he aprendido es a distinguir el sabor de las cosas. Un murmullo de perplejidad se adueñó del pueblo. - Veréis, amigos. Cuando llegué al norte, me sentí perdido. Había mucha gente, ciudades enormes, y en ese estado me encontraba cuando vi en un cartel que se daban cursos de cocina rápida. Como el hambre me acuciaba pensé que no vendría nada mal llenar el estómago con algo y de paso aprender a cocinar comidas diferentes. Entré pero, ¿sabéis?, el curso no era para aprender a cocinar, no. Era para aprender a saborear la comida. -¡Oh!- murmuraron los del pueblo- Y eso ¿cómo se aprende? -¡Ah! Amigos míos es bastante complicado de explicar con palabras -dijo Sixto- los profesores se limitaban a dibujar esquemas y diagramas en la pizarra, y nos decían: "Tenéis que sentir el sabor de ésta posición del esquema". Otro incidía: "No hay que dar vueltas buscando el mejor sabor. Sabor solo hay uno, y es aquel que no tiene sabor, porque en él están todos los sabores".
Y nos ponía el ejemplo de la luz blanca que se descompone en diferentes colores cuando pasa por un prisma. "El lugar -decía el jefe de cocina- donde hay y no hay luz blanca es el sabor sin sabor". El pueblo entero estaba maravillado de esta explicación. - Por favor, dibújanos esos esquemas. Nosotros queremos experimentar ese sabor sin sabor. Sixto los miró con conmiseración, y quedamente les dijo: - Amigos míos, esto es lo que me enseñaron en aquella ciudad, pero de regreso al pueblo me he dado cuenta, a través de procesos que si os lo contara a alguno de vosotros se volvería más confundido, digo que me he dado cuenta que todo eso no sirve para nada. - ¡¿Qué?!- preguntó asombrado el pueblo. - Os lo explicaré. La clave está en dos palabras: "sentir" y sabor". Vosotros queréis saber a que sabe el sabor sin sabor. ¿Es cierto? - ¡Sí! - Y yo os digo que lo importante es sentir ese sabor. - ¡Ah!- los seres del poblado se miraron unos a otros. Un niño, el mismo de antes, que por lo visto era un poco pesado con sus preguntas, dijo: - Sixto, Sixto... - Sí, niño, dime. - ¿Podrías decirme, entonces, por qué esos señores que hablaban mediante gráficos del sabor sin sabor dan esas clases?¿Por qué utilizan esquemas si no son importantes?¿Por qué malgastan su tiempo y su energía en dar un arte objetivo a la subjetividad de la gente? ¿Por qué...? - ¡Niño, calla! -gritó Sixto- Tú no puedes saberlo porque no has estado dónde yo he estado, ni has visto lo que yo he visto. Esas personas que dibujaban el sabor, sabían lo que estaban haciendo, lo transmitían de una manera especial, de tal forma que se introducía poco a poco en el organismo y ha sido ahora, al llegar al pueblo, cuando me he dado cuenta de que es lo realmente importante. - ¡Dínoslo, Sixto, dínoslo! - gritó todo el pueblo. - Hay que sentir el sabor, ya os lo he dicho. - ¿Y cómo sabemos que es lo que sentimos si no tenemos un espejo en el cual mirarnos?, preguntó el mismo niño de antes. Sixto miró con dulzura al niño y le dijo: - Niño, ¡eres un pesado insolente!- sonrió y desapareció en su casa para darse un baño".
Nómadas del viento
© Mark Karstad
Érase una vez un desierto. Un desierto de arenas cambiantes. Dunas rojas por el sol y el calor asfixiante. Un océano de arena que a primera vista parecería muerto, pero que ante unos ojos expertos rebosaba vida. Esta es la historia de una caravana que nunca llegó a su destino. Todo empezó un día...
Los camellos se asustaron. Abrieron las aletas de sus narices, nerviosos y atentos. El hombre cubierto por completo, solo dejaba vislumbrar una pequeña rendija para poder observar a su alrededor. El jinete y su montura llegaron al límite de la duna y en el fondo de la siguiente se hallaba la causa de su nerviosismo. Un grupo de gente caminaba acompañada de sus camellos y enseres. Dictan las normas de cortesía que al encontrarse en el desierto el saludo debe de ir acompañado de hospitalidad. Allí mismo plantaron las tiendas ya que la noche se le echaba encima. Era raro no encontrarse con alguien, ya que los caminos, aunque no marcados por nada ni por nadie, existían. Como sí una memoria ancestral guiara a las caravanas hacia su destino. Así fue ocurriendo durante varios días y se iban acercando hacia el oasis, punto final de su recorrido. A través de muchos años, se habían establecido alianzas y compromisos en el uso del agua y del fruto de las palmeras del oasis. Pero aún así existía en ese lugar un venerable anciano al que todos recurrían cuando surgía algún problema. O para oír de su experiencia en algo que se desconocía. Llegó un día en el cual el anciano reunió a todos los viajeros de las arenas. Era de noche y sólo el techo lleno de estrellas les cobijaba. Les convocó para contarles un secreto, solo por él conocido. Todos respetaban al anciano pues les había dado muchas muestras de sus acertados consejos a lo largo de los muchos años que le conocían. Les habló así: - Queridos hijos, hermanos. Os he visto crecer y os he seguido aún en los sitios en los que creíais que ya no me alcanzaba la vista. Así que creo saber como sois realmente. Estáis viniendo a este lugar para dar de beber a vuestros animales y habéis tomado este oasis como punto final de vuestro viaje. Pero no es así. Un murmullo de sorpresa se extendió entre los presentes. Alguno pensaron que el viejo desvariaba. - Os digo que más allá de estas dunas que nos protegen. Más allá del Desierto Negro, existe un oasis donde el agua fluye desde el cielo... - ¿Cómo sabes eso, anciano? - Lo sé porque yo nací allí. No debéis conformaros con este agua, porque aunque vosotros la veáis limpia y pura, y os quite la sed, os aseguro que la del Nacimiento es incomparable. La mayoría de los que estaban oyéndole empezaron a retirarse pensando que era tarde, que para qué ir tan lejos si ya estaba allí el agua, para que arriesgarse... Encontraron mil excusas. Quedaron solo unos pocos asombrados por lo que oían. El anciano les miró y dijo: - Entre vosotros algunos han reconocido el lugar del que hablo, otros os quedáis por curiosidad y otros porque se quedan los demás. Sed honestos con vosotros mismos y quedaos sólo si sentís la llamada. El viaje será peligroso y a la vez fascinante. Aprenderéis muchas cosas y tendréis que renunciar a muchas más. Pero la recompensa que obtendréis superara todas vuestras expectativas. Mañana por la mañana iniciaremos el viaje. - ¿Cómo, tú también vienes? - Naturalmente, ¿es qué acaso alguno de vosotros sabe llegar al lugar del cuál os hablo?. Al día siguiente, cuando el sol despuntaba sobre las dunas, los que iban a iniciar el viaje, recogieron todas sus pertenencias dispuestos a continuar por el Desierto Negro, así llamado porque el sol había requemado el suelo de tal manera que parecía carbón. Al cabo de poco tiempo comenzaron a formarse grupos de personas que hablaban entre ellas. El anciano les observaba y comprendía. Entre ellos hablaban de si era correcto dejar el mando de la caravana a alguien tan anciano, e incluso alguien empezó a comentar en voz alta su inseguridad ante el viaje iniciado. Todo ese día siguió igual y al llegar la noche el anciano les hizo parar y convocó una reunión. - Escuchad. Aquellos de vosotros que estáis aquí por curiosidad, aún estáis a tiempo de volveros atrás, conocéis el camino de vuelta. Los que os quedáis porque siempre habéis estado siguiendo a otro, os digo lo mismo, ya que a partir de mañana aunque vayamos juntos cada uno debe de velar por sí mismo. Debe de
confiar en la huella del camello que lleva delante. Procurad no dormiros, ya sabéis que la muerte aguarda en el sueño. Y vosotros, aquellos que tenéis constancia de la verdad. Continuad en vuestra creencia. Yo os conduciré al final. Mi compromiso con vosotros es tanto o más que el vuestro conmigo. Acto seguido, algunos de entre todos ellos dijeron que se marchaban. Preferían seguir como antes, que no veían seguro el resultado del viaje... Pasaron varios días, y en su recorrido del desierto sucedió que se encontraron viajeros que se unieron a su caravana y algunos de la caravana que la dejaban por diversas razones. Pero el tiempo pasaba, y ni todos los curiosos, ni todos los acompañantes se habían marchado. Resultaba que en sus corazones no anidaba el anhelo de la verdad, sólo el ver que era aquello de lo que se hablaba y los otros, en su cobardía, no querían aceptar que estaban allí sin desear estar. De nuevo, por la noche, el anciano los reunió: - Sé que entre vosotros anida la duda del viajero. Empezáis a pensar en lo que habéis dejado atrás. Tenéis miedo a lo desconocido que hay más adelante. Solo os pido que confiéis en mí. Estáis aquí por libre voluntad, y si conseguimos estar más juntos, lo que empezó como una reunión de gentes dispersas conseguiremos transformarlo en un autentico pueblo. No desesperéis. No queráis ver ya el oasis de la Fuente, aún queda mucho camino. No prestéis vuestros oídos a todos aquellos que llamándose vuestros amigos quieren apartaros del camino que lleváis en el corazón. Siguieron pasando los días. Los puntos de desunión y unión se iban cada ensanchando vez más. Se llegó a plantear en una reunión, en la que no estaba presente el anciano, el continuar el camino por otro lugar menos agreste y que fuera más gratificante. Alguno entre ellos les dijo que él había oído hablar que parecía ser había otras caravanas surcando el mismo desierto, que si se unían a ellas todo iría mejor, y más cosas... El anciano conocía todas estas cosas y su corazón se entristecía. Él les había abierto las puertas del conocimiento, del conocerse a sí mismo, y ellos mismo le planteaban que estaba equivocado. ¿Cómo podía estarlo si él era quien había hecho la ruta que ahora ellos pretendían conocer mejor que él? El clima de los viajeros llegó a tal extremo que uno de los que no eran corrió el rumor de que el anciano estaba perdiendo el juicio, que ya no podía seguir guiándolos porque lo que hacía no estaba bien, que él sabía que las cosas no eran de la manera tal como el anciano lo contaba. De nuevo la duda anidó en los corazones de los viajeros. Pero lo que más le dolía al anciano era que nadie de entre todos ellos se dirigiera a él para preguntarle nada, sino que daban crédito a alguien que ni siquiera había hecho esa ruta con anterioridad. Pero el anciano les dejó hacer. Si estaban con él voluntariamente él no era nadie para obligarles a hacer algo que no querían. Aún así los convocó a una última reunión: Y dijo: - Cuando iniciamos este viaje, todos vosotros vinisteis voluntariamente. A nadie obligué. Os conté el lugar de la Fuente, el lugar donde yo nací. Y vosotros aceptasteis venir. Os avisé que era un viaje largo y duro. Y sin embargo, ahora, habláis de otros lugares, de otras rutas. No os puedo detener. Os dije que había tres grupos entre vosotros. Vosotros habéis elegido a que grupo queréis pertenecer. Sólo una cosa más. Yo he de continuar mi viaje, y lo haré aunque continúe en solitario. El desierto es ancho y lo recorren innumerables sendas. Esta es la mía y el que quiera caminar por ella debe hacerlo de acuerdo a las reglas establecidas para este camino. Los miró uno a uno, con gravedad y una extraña sensación se apoderó de los corazones de los viajeros. Se miraron entre ellos y cuando volvieron su vista hacia donde había estado el anciano, no había nadie. Un revuelo recorrió a todos. ¿Qué hacían? ¿Hacia dónde dirigirse? Ahora, incluso aquellos que hablaban, que decían saber otros caminos, callaban. Solo unos pocos se levantaron de la arena y mirando a las estrellas continuaron caminando. Dicen los narradores de historias que esta es una historia inacabada. Que la tribu de los que se levantaron aún sigue caminando aunque sin saber hacia donde dirigirse, sólo recuerdan que un día el anciano mencionó La Estrella y ellos ya no buscan la Fuente, si no ese punto de luz que los alumbre en su caminar a ningún lugar.
¡Ah! Se me olvidaba. ¿Sabéis el nombre por el que eran conocidos?
La mecha
© Tóth István
Un hombre oyó una noche que alguien andaba por su casa. Se levantó y, para tener luz, intentó sacar chispas del pedernal para encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido, vino a colocarse ante él y, cada vez que una chispa tocaba la mecha, la apagabadiscretamente con el dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha estaba mojada, no logró ver alladrón. También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves. Rumi.
La hermosa sirvienta
© dinny
Erase una vez un sultán, dueño de la fe y del mundo. Habiendo salido de caza, se alejó de su palacio y, en su camino, se cruzó con una joven esclava. En un instante él mismo se convirtió en esclavo. Compró a aquella sirvienta y la condujo a su palacio para decorar su dormitorio con aquella belleza. Pero, enseguida, la sirvienta cayó enferma. ¡Siempre pasa lo mismo! Se encuentra la cántara, pero no hay agua. Y cuando se encuentra agua, ¡la cántara está rota! Cuando se encuentra un asno, es imposible encontrar una silla. Cuando por fin se encuentra la silla, el asno ha sido devorado por el lobo. El sultán reunió a todos los médicos y les dijo: Estoy triste, sólo ella podrá poner remedio a mi pena. Aquel de vosotros que logre curar al alma de mi alma, podrá participar de mis tesoros.
Los médicos le respondieron: Te prometemos hacer lo necesario. Cada uno de nosotros es como el Mesías de este mundo. Conocemos el bálsamo que conviene a las heridas del corazón. Al decir esto, los médicos habían menospreciado la voluntad divina. Pues olvidar decir “¡Insh Allah!” hace al hombre impotente. Los médicos ensayaron numerosas terapias, pero ninguna fue eficaz. La hermosa sirvienta se desmejoraba cada día un poco más y las lágrimas del sultán se transformaban en arroyo. Todos los remedios ensayados daban el resultado inverso del efecto provisto. El sultán, al comprobar la impotencia de sus médicos, se trasladó a la mezquita. Se prosternó ante el Mihrab e inundó el suelo con sus lágrimas. Dio gracias a Dios y le dijo: “Tú has atendido siempre a mis necesidades y yo he cometido el error de dirigirme a alguien distinto a ti. ¡Perdóname!” Esta sincera plegaria hizo desbordarse el océano de los favores divinos, y el sultán, con los ojos llenos de lágrimas, cayó en un profundo sueño. En su sueño, vio a un anciano que le decía: “¡Oh, sultán! ¡Tus ruegos han sido escuchados! Mañana recibirás la visita de un extranjero. Es un hombre justo y digno de confianza. Es también un buen médico. Hay sabiduría en sus remedios y su sabiduría procede del poder de Dios”. Al despertar, el sultán se sintió colmado de alegría y se instaló en su ventana para esperar el momento en el que se realizaría su sueño. Pronto vio llegar a un hombre deslumbrante como el sol en la sombra. Era, desde luego, el rostro con el que había soñado. Acogió al extranjero como a un visir y dos océanos de amor se reunieron. El anfitrión y su huésped se hicieron amigos y el sultán dijo: “Mi verdadera amada eras tú y no esta sirvienta. En este bajo mundo, hay que acometer una empresa para que se realice otra. ¡Soy tu servidor”. Se abrazaron y el sultán añadió: “¡La belleza de tu rostro es una respuesta a cualquier pregunta!”. Mientras le contaba su historia, acompañó al sabio anciano junto a la sirvienta enferma. El anciano observó su tez, le tomó el pulso y descubrió todos los síntomas de la enfermedad. Después, dijo: “Los médicos que te han cuidado no han hecho sino agravar tu estado, pues no han estudiado tu corazón”. No tardó en descubrir la causa de la enfermedad, pero no dijo una palabra de ella. Los males del corazón son tan evidentes como los de la vesícula. Cuando la leña arde, se percibe. Y nuestro médico comprendió rápidamente que no era el cuerpo de la sirvienta el afectado, sino su corazón. Pero, cualquiera que sea el medio por el cual se intenta describir el estado de un enamorado, se encuentra uno tan desprovisto de palabras como si fuera mudo ¡Sí! Nuestra lengua es muy hábil en hacer comentarios, pero el amor sin comentarios es aún más hermoso. En su ambición por describir el amor, la razón se encuentra como un asno tendido cuan largo es sobre el lodo. Pues el testigo del sol es el mismo sol.
El sabio anciano pidió al sultán que hiciera salir a todos los ocupantes del palacio, extraños o amigos. “Quiero, dijo, que nadie pueda escuchar a las puertas, pues tengo unas preguntas que hacer a la enferma”. La sirvienta y el anciano se quedaron, pues, solos en el palacio del sultán. El anciano empezó entonces a interrogarla con mucha dulzura: “¿De dónde vienes? Tú no debes ignorar que cada región tiene métodos curativos propios. ¿Te quedan parientes en tu país? ¿Vecinos? ¿Gente a la que amas?”. Y, mientras le hacía preguntas sobre su pasado, seguía tomándole el pulso. Si alguien se ha clavado una espina en el pie, lo apoya en su rodilla e intenta sacársela por todos los medios. Si una espina en el pie causa tanto sufrimiento, ¡qué decir de una espina en el corazón! Si llega a clavarse una espina bajo la cola de un asno, éste se pone a rebuznar creyendo que sus voces van a quitarle la espina, cuando lo que hace falta es un hombre inteligente que lo alivie. Así nuestro competente médico prestaba gran atención al pulso de la enferma en cada una de las preguntas que le hacía. Le preguntó cuáles eran las personas con quienes vivía y comía. El pulso permanecía invariable hasta el momento en que mencionó la ciudad de Samarkanda.Comprobó una repentina aceleración. Las mejillas de la enferma, que hasta entonces eran muy pálidas, empezaron a ruborizarse. La sirvienta le reveló entonces que la causa de sus tormentos era un joyero de Samarkanda que vivía en su barrio cuando ella había estado en aquella ciudad. El médico le dijo entonces: “No te inquietes más, he comprendido la razón de tu enfermedad y tengo lo que necesitas para curarte. ¡Que tu corazón enfermo recobre la alegría! Pero no reveles a nadie tu secreto, ni siquiera al sultán”. Después fue a reunirse con el sultán, le expuso la situación y le dijo: “Es preciso que hagamos venir a esa persona, que la invites personalmente. No hay duda de que estará encantado con tal invitación, sobre todo si le envías como regalo unos vestidos adornados con oro y plata”. El sultán se apresuró a enviar a algunos de sus servidores como mensajeros ante el joyero de Samarkanda. Cuando llegaron a su destino, fueron a ver al joyero y le dijeron: “¡Oh, hombre de talento! ¡Tu nombre es célebre en todas partes! Y nuestro sultán desea confiarte el puesto de joyero de su palacio. Te envía unos vestidos, oro y plata. Si vienes, serás su protegido”. A la vista de los presentes que se le hacían, el joyero, sin sombra de duda, tomó el camino del palacio con el corazón henchido de gozo. Dejó su país, abandonando a sus hijos, y a su familia, soñando con riquezas. Pero el ángel de la muerte le decía al oído: “¡Vaya! ¿Crees acaso poder llevarte al más allá aquello con los que sueñas?”. A su llegada, el joyero fue presentado al sultán. Este lo honró mucho y le confió la custodia de todos sus tesoros. El anciano médico pidió entonces al sultán que uniera al joyero con la hermosa sirvienta para que el fuego de su nostalgia se apagase por el agua de la unión. Durante seis meses, el joyero y la hermosa sirvienta vivieron en placer y en el gozo. La enferma sanaba y se
volvía cada vez más hermosa. Un día, el médico preparó una cocción para que el joyero enfermase. Y, bajo el efecto de su enfermedad, este último perdió toda su belleza. Sus mejillas palidecieron y el corazón de la hermosa sirvienta se enfrió en su relación con él. Su amor por él disminuyó así hasta desaparecer completamente. Cuando el amor depende de los colores o de los perfumes, no es amor, es una vergüenza. Sus más hermosas plumas, para el pavo real, son enemigas. El zorro que va desprevenido pierde la vida a causa de su cola. El elefante pierde la suya por un poco de marfil. El joyero decía: “Un cazador ha hecho correr mi sangre, como si yo fuese una gacela y él quisiera apoderarse de mi almizcle. Que el que ha hecho eso no crea que no me vengaré”. Rindió el alma y la sirvienta quedó libre de los tormentos del amor. Pero el amor a lo efímero no es amor.
Mawlana Yalal al-Din Rumi 150 Cuentos Sufíes extraídos del Matnawi Ed. Paidos Orientalia Comentario del Murshid Nawab en el retiro de Bogota, Marzo de 2001:
El doctor tenía cierta poción alquímica y puso un poco en la comida de la mujer joven. Y bajo el efecto de la poción ella vio a su amado esposo como el se vería setenta años después. Por supuesto quedó impresionada, entonces preguntó, "¿Qué pasa, dónde está mi marido?", y él dijo, "Pero si estoy aquí amor, bésame". Ella estaba horrorizada de besarlo. Después de un tiempo, el efecto de la poción desapareció, pero ella comenzó a pensar más profundamente en la situación y comprendió que a pesar de todas las circunstancias, el rey siempre la había amado y que inclusive el rey había sacrificado su felicidad por la de ella. Y así, ella entendió que ella le debía mucho más a él de lo que él le había dado. Bueno... , cómo salió ella de la situación, la historia no lo cuenta. Y realmente esta es la película del alma, el apego al mundo y el amor de la Divina Presencia. La joven mujer representa nuestra alma, que es amada por el rey, el Divino Rey, que sólo quiere darnos todo lo que necesitamos. Entonces nos intoxicamos con nuestra vida en la tierra, que está representada por el amor de la mujer hacia el orfebre. Pero si con la ayuda del alquimista, reconocemos la visión futura del orfebre, esto nos ayuda a reconocer la verdadera situación, que es lo que los sufis llaman morir antes de la muerte. Cuando el alma ve el destino que le espera al cuerpo, ese amor temporal cambia"
Los isleños* El hombre vulgar se arrepiente de sus pecados: el elegido lamenta la futilidad de los mismos. (Dhu'l-Nun Misri) Casi no existen fábulas que no contengan un algo de verdad. Y con frecuencia permiten a las personas asimilar ideas que sus patrones habituales de pensamiento les impedirían digerir. En consecuencia las fábulas se han venido utilizando, y de manera especial por los sufis, para presentarnos una imagen de la vida más en armonía con sus propias percepciones que si se utilizasen ejercicios intelectuales. Presento aquí una fábula sufi que trata de la situación humana, aunque resumiéndola y adaptándola, como siempre debe hacerse, adecuada para la época en la que se presenta. Los autores sufis consideran que las simples fábulas «para divertirse» son una forma de arte degenerada e inferior. Hace mucho tiempo existió cierta tierra lejana, habitada por una comunidad perfecta. Sus componentes no sentían temores como los que nosotros padecemos. Y en vez de incertidumbres y titubeos obraban con propósitos bien definidos y tenían una manera más plena de expresarse. No sufrían las violencias y tensiones que la humanidad actual considera esenciales para su progreso, pero sus vidas eran más completas porque otros elementos decalidad superior sustituían a aquéllos. Su modo de vivir era, pues, algo distinto al nuestro.
E incluso podríamos afirmar que nuestras percepciones actuales no son más que un reflejo tosco y lejano de las verdaderas percepciones que dicha comunidad poseía. Aquellas gentes vivían existencias reales, no semi-existencias. Vamos a llamarles el pueblo de El Ar. Tenían un guía, que descubrió que su país se haría inhabitable por un período de veinte mil años. Planeó el éxodo de su pueblo, siendo consciente de que sus descendientes podrían volver al mismo después de haber sufrido numerosas y difíciles pruebas. Encontró para ellos un lugar de refugio, una isla con características remotamente similares a la de su patria de origen; pero a causa de la diferencia de clima y situación, los inmigrantes deberían sufrir ciertas transformaciones, que les permitieran adaptarse, física y mentalmente, a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, las percepciones de carácter sutil fueron sustituidas por otras más toscas, como cuando la mano del labriego se endurece a consecuencia de las necesidades de su tarea. Con el fin de atenuar el dolor que pudiera producirles toda comparación entre su antiguo estado y el actual, se les hizo olvidar el pasado casi por completo, no quedando de él más que una tenue reminiscencia capaz de reactivarse cuando llegara el momento. Dicho sistema resultaba complejo pero estaba perfectamente concebido. Los órganos que permitieron a aquellas gentes sobrevivir en la isla tuvieron también la facultad de proporcionarles el goce físico y mental. Los órganos que eran realmente constructivos en el antiguo hogar quedaron en un estado latente, unidos a la tenue memoria, listos para ser reactivados a su debido tiempo. Los inmigrantes fueron adaptándose lenta y penosamente a sus nuevas condiciones de vida. Los recursos de la isla eran tales que, dados un esfuerzo común y ciertas formas de dirección y guía, la gente sería capaz de escapar a otra isla, en el camino de regreso a su hogar original.Ésta era la primera en una sucesión de islas donde tendría lugar una aclimatación gradual. La responsabilidad de dicha «evolución» recayó en aquellos individuos que podían mantenerla. Estos habrían de ser naturalmente pocos, ya que a la masa del pueblo le resultaba virtualmente imposible mantener vivos en su conciencia dos conocimientos conflictivos entre sí.La «ciencia especial» fue conservada por algunos expertos. Dicho «secreto» o método de efectuar la transición se basaba en el dominio de las artesmarítimas y en su aplicación práctica. Para escapar de la isla se necesitaba un instructor, materias primas, individuos, esfuerzo y conocimiento. Con estos elementos la gente aprendería a nadar y a construir navíos. Quienes originalmente estaban a cargo de organizar las operaciones de escape expresaron de manera muy clara que para aprender a nadar o tomar parte en la construcción de buques se necesitaba una preparación previa, y así se vino haciendo satisfactoriamente durante algún tiempo. Pero de pronto, un hombre en quien se descubrió que de momento carecía de las cualidades necesarias, se rebeló contra todo aquello y se las arregló para desarrollar una idea clave. Él había observado que el esfuerzo de escapar suponía una pesada y a menudo indeseable carga para la gente. Al mismo tiempo, muchos estaban dispuestos a creer cuanto se les dijera respecto de la operación de escape. El se dio cuenta de que, explotando estas dos circunstancias, podía adquirir poder, y también vengarse de quienes -creía él- le habían menospreciado. Libraría a la gente de su carga asegurándoles sencillamente que la carga no existía. Divulgó esta proclama: «No es necesario que el hombre integre y adiestre su mente del modo que se os ha descrito. La mente humana es ya un elemento estable y consistente. Se os ha dicho que necesitáis convertiros en artesanos para construir un navío. Pues yo os aseguro que no sólo no necesitáis ser artesanos, ¡ni siquiera necesitáis un navío! Para sobrevivir y quedar integrados en una sociedad, los isleños sólo tenemos que observar algunas reglas muy simples. Practicando el sentido común, cualidad innata en todos, lograremos cuanto se quiera en esta isla, nuestro hogar, propiedad y herencia de todos nosotros!». El charlatán, tras haber despertado el interés del pueblo, concluyó «demostrando» su mensaje:
«Si el nadar y los barcos son una realidad, mostradnos buques que hayan efectuado la travesía y nadadores que hayan regresado». Aquellas palabras eran un desafío para los instructores, que éstos no podían contrarrestar al estar basado en un supuesto cuya falacia ahora no podía ver la embotada muchedumbre. Porque, en efecto, los barcos no regresaban de la otra tierra y, en cuanto a los nadadores, cuando volvían habían sufrido una transformación que los hacía invisibles para el resto. La muchedumbre insistió en que se les diera una explicación válida. En un intento por dialogar con los revoltosos se les dijo: «Construir buques es un arte y un oficio. El aprendizaje y el ejercicio de esta ciencia depende de técnicas especiales. Este conjunto forma una actividad completa que no podemos desmenuzar como solicitáis. En ella figura cierto elemento impalpable llamado baraka, del que se deriva la palabra "barca" o navío. Significa "sutileza" y no se os puede mostrar». «¡Arte, oficio, conjunto, baraka... tontadas!», gritaron los sublevados. Así que ahorcaron a cuantos artesanos constructores de barcos pudieron encontrar. El nuevo evangelio fue recibido por todos como un signo de liberación. ¡El hombre acababa de descubrir su propia madurez! Sentían, al menos momentáneamente, que habían sido liberados de responsabilidad. Muchos otros modos de pensar pronto fueron barridos por la simplicidad y comodidad del concepto revolucionario. Pronto se consideró un factor básico que nunca había sido desafiado por ningún ser racional. Racional, por supuesto, quería decir cualquiera que armonizase con la propia teoría general sobre la cual descansaba ahora la sociedad. Se tacharon de irracionales las ideas opuestas a la nueva ideología. Cualquier cosa irracional era mala. A partir de ahí, el individuo tenía que suprimir cualquier duda o dirigirla en otra dirección, ya que precisaba mostrarse racional a toda costa. No era muy difícil ser racional, bastaba con adherirse a los valores establecidos. Por otra parte abundaban las pruebas de la veracidad de dicho raciocinio, siempre y cuando no se proyectara sobre algo situado fuera de la vida en la isla. La sociedad se había equilibrado temporalmente dentro de la isla, y parecía proporcionar una convincente plenitud, al menos desde su propio punto de vista. Estaba basada sobre la razón más la emoción, ambas aparentemente plausibles. Se permitían, por ejemplo, el canibalismo sobre una base racional. Considerando que el cuerpo humano es comestible y que lo comestible es alimento, el cuerpo humano es, pues, alimento. Con el fin de compensar la poca consistencia de dicho razonamiento se hacía una componenda. El canibalismo quedaría controlado en interés de la sociedad. El compromiso era la característica del equilibrio temporal. De vez en cuando alguien señalaba un nuevo compromiso, y la lucha entre razón, ambición y comunidad producía algunas normas sociales nuevas. Ya que el arte de construir barcos no tenía una aplicación clara dentro de esta sociedad, el esfuerzo fácilmente podía considerarse absurdo. No se necesitaban barcos ya que no existía lugar adonde dirigirse. Las consecuencias de ciertas suposiciones pueden presentarse de modo que «demuestren» esas suposiciones. A esto se le denomina pseudocertidumbre, sustitutivo de la verdadera certeza. Es lo que realizamos a diario cuando asumimos que viviremos otro día. Pero nuestros isleños lo aplicaban a todo. Dos artículos en la gran Enciclopedia Universal de la Isla, nos muestra como funcionaba el proceso. Destilando su sabiduría de la única fuente de nutrición mental de la que disponían, los sabios de la isla produjeron -sin duda sinceramente- esta clase de verdades: Se ha demostrado científicamente que esto es un absurdo, no se conocen materiales impermeables al agua en la Isla con los cuales se pueda construir tal "barco", dejando a un lado la cuestión de si hay un destino más allá de la Isla. Predicar la "construcción de 'barcos" es un delito grave según la Ley xvii del Código Penal, subsección J, Protección de los Crédulos. La OBSESION CON LA CONSTRUCCION DE BARCOS es una forma aguda de escapismo mental, síntoma de inadaptabilidad. Todos los ciudadanos tienen la obligación constitucional de denunciar a las autoridades sanitarias si sospechan de la existencia de tan trágica condición en cualquier individuo.
Véase: Natación; Aberraciones mentales; Delitos (serios). Bibliografía: Smith, J.; Por qué no se pueden construir "barcos". Universidad Insular, Monografía n.' 1 1 5 1. NATACION: Desagradable. Supuesto método para impulsar el cuerpo a través del agua sin ahogarse, generalmente con el propósito de "alcanzar un lugar fuera de la Isla". El "aprendiz" de esta desagradable actividad tenía que someterse a un ritual grotesco. En la primera lección se postraba en el suelo, moviendo brazos y piernas según le ordenaba un "instructor". La totalidad del concepto se basa en el deseo de los así llamados "instructores" de dominar a los crédulos en tiempos de barbarie. Más recientemente el culto ha tomado la forma de manía epidémica. Véase: Barco; Herejías; Pseudoartes. Bibliografía: Brown, W. La Gran Locura de la "Natación ", 7 vols. Instituto de Lucidez Social. Las palabras «deplorable» y «desagradable» se usaban en la isla para indicar todo aquello que fuera contrario al nuevo evangelio, conocido bajo el nombre de «Complacer». La idea implícita era que la gente se sentiría complacida, dentro de la necesidad general de complacer al Estado. El Estado representaba a todo el pueblo. No es sorprendente, pues, que desde tiempos muy remotos la sola idea de abandonar la isla llenara de terror a la mayoría de la gente. De modo similar, los prisioneros que han pasado largos años en cautividad sienten auténtico temor cuando van a ser liberados; para ellos el «exterior» es un mundo incierto, desconocido y peligroso. La isla no era una cárcel, pero era una jaula con barrotes invisibles más efectivos que los verdaderos. La sociedad insular se volvió cada vez más compleja. Observaremos sólo algunas de sus características más destacadas. Su literatura era rica, y además de obras culturales había numerosos libros que explicaban las cualidades y logros de la nación. Existía también un sistema de ficción alegórico, que describía lo terrible que hubiera sido la vida, si la sociedad no se hubiera organizado de aquella forma existente y tranquilizadora. De vez en cuando los instructores trataban de ayudar al conjunto de la comunidad para que escapara. Los capitanes se sacrificaban con el fin de restablecer un clima en el que los constructores de barcos, ahora en la clandestinidad, pudieran continuar su labor. Historiadores y sociólogos interpretaban tales esfuerzos con referencia a las condiciones en la isla, sin considerar contacto alguno con el exterior de esta sociedad cerrada. Era fácil ofrecer explicaciones verosímiles de casi todo, sin que ello implicara ningún principio de ética, ya que los eruditos continuaban estudiando con auténtica dedicación lo que parecía ser la verdad. «¿Qué más podemos hacer?», se preguntaban, implicando con la palabra «más» que la alternativa podría ser un esfuerzo cuantitativo. O se preguntaban unos a otros «¿Qué otra cosa podemos hacer?», asumiendo que la respuesta se encontraba en «otra» cosa, algo diferente. El verdadero problema era que ellos se creían capaces de formular las preguntas, pero ignoraban que las preguntas son tan importantes como las respuestas. Por supuesto los isleños disponían de un amplio campo para el pensamiento y la acción dentro de su pequeño dominio. La diversidad de ideas y las diferencias de opinión les daban la impresión de libertad de pensamiento. Se estimulaba el pensamiento, siempre que éste no fuese «absurdo». Se permitía la libertad de palabra, pero resultaba de poca utilidad, al no ir acompañada del desarrollo de la comprensión, que no se cultivaba. La labor y los esfuerzos específicos de los navegantes tuvieron que tomar aspectos diferentes, según los cambios que sufría la comunidad. Esto hizo que su realidad y existencia fuese aún más desconcertante para los estudiantes que intentaban seguirles desde el punto de vista isleño. Entre toda esta confusión, incluso la capacidad para recordar la posibilidad de escape se convertía a veces en un obstáculo. La incipiente conciencia de la potencialidad de escape no estaba muy equilibrada. Muy a menudo los que estaban ansiosos por escapar terminaban por contentarse con algún tipo de sucedáneo. Un vago concepto de navegación no puede volverse útil sin orientación. Pero incluso quienes con más afán anhelaban construir barcos habían sido adiestrados de modo que ya creían poseer tal orientación, que ya eran maduros. Detestaban a cualquiera que indicase que necesitaban una preparación. A menudo, versiones extravagantes acerca de nadar o construir barcos perturbaban las posibilidades de verdadero progreso. Gran parte de la culpa la tenían los abogados de la pseudonatación o de los barcos
alegóricos, meros charlatanes que ofrecían lecciones a quienes eran aún demasiado débiles para nadar, o pasajes en barcos que no podían construir. Las necesidades de la sociedad habían hecho necesarias, en un principio, ciertas formas de trabajo y pensamiento que evolucionaron hacia lo que fue conocido como ciencia. Pero este admirable enfoque, esencial en los campos en que podía aplicarse, acabó por desbordar su verdadero significado. El enfoque llamado «científico», que siguió a la revolución de «Complacer» se fue ampliando hasta abarcar toda clase de ideas. Finalmente, todo lo que no quedó comprendido entre sus límites se consideró «anticientífico», sinónimo muy conveniente para describir lo «malo». Sin que nadie se diese cuenta, las palabras cayeron prisioneras y luego se esclavizaron automáticamente. Al no adoptar una actitud adecuada, como personas que han sido abandonadas en una sala de espera y se dedican a leer revistas enfebrecidamente, los isleños se dedicaron a encontrar sustitutos a su plena realización, que era el propósito original (y decisivo) del exilio de aquella comunidad. Algunos consiguieron dirigir su atención, con mayor o menor éxito, hacia compromisos emocionales. Había diferente gama de emociones, aunque no existía una escala adecuada para medirlas. A todas las emociones se las consideraba «hondas» o «profundas», en cualquier caso más profundas que la ausencia de emoción. Cualquier emoción que lograra conducir a la gente hasta límites extremos, físicos y mentales, se calificaba automáticamente de«profunda». La mayoría de las personas se fijaron objetivos, o permitieron que otros los fijasen para ellos. Lo mismo practicaban un culto tras otro, como perseguían el dinero, o intentaban alcanzar la preeminencia social. Algunos adoraban ciertas cosas y se creían superiores el resto. Otros, al repudiar lo que consideraban idolatría, se creyeron libres de ídolos y en situación de burlarse del resto. Con el paso de los siglos, la isla quedó sembrada con los escombros de aquellos cultos. Estos escombros, a diferencia de los meramente físicos, tenían la propiedad de autoperpetuarse. Gente bien intencionada y otros combinaron los cultos, difundiéndolos como nuevos. Tanto para el aficionado corno para el intelectual, esto constituyó una mina de material académico o«iniciático», que aportaba un agradable sensación de variedad. Proliferaron las instalaciones para gozar de «satisfacciones» limitadas. Palacios y monumentos, museos y universidades, instituciones pedagógicas, teatros y complejos deportivos llenaban la isla casi por entero. La gente se enorgullecía de la profusión de medios, muchos de los cuales creían relacionados de un modo general con la verdad absoluta, aunque no alcanzaban a definir la naturaleza de tal relación. La construcción de barcos se vinculaba con algunas dimensiones de esta actividad, pero de un modo desconocido por la mayoría. Clandestinamente los barcos izaban sus velas y había nadadores que continuaban enseñando natación... Las condiciones reinantes en la isla no desalentaban totalmente a estas abnegadas gentes. Después de todo, ellos también eran originarios de la misma comunidad y estaban unidos por lazos indisolubles con ella y con su destino. Pero a menudo tenían que tomar precauciones respecto de las atenciones de sus ciudadanos. Algunos isleños «normales» querían salvarles de sí mismos. Por una razón igualmente sublime, otros trataron de matarlos. Algunos incluso buscaron su ayuda afanosamente, pero no pudieron encontrarles. Todas estas reacciones frente a la existencia de los nadadores eran resultado de idéntica causa, aunque filtrada a través de diferentes clases de mente. La causa era que apenas nadie sabía ahora qué era realmente un nadador, qué estaba haciendo o dónde se le podía encontrar. Conforme la vida en la isla se hizo cada vez más compleja, una extraña pero lógica industria empezó a florecer. Su objetivo consistía en atribuir dudas respecto de la validez del sistema imperante. Tuvo éxito en absorber dudas referentes a los valores sociales, riéndose de ellos o satirizándolos. Tal actividad podía adoptar una imagen tanto triste como alegre, pero se convirtió en un ritual repetitivo. Aunque era una actividad potencialmente valiosa, a menudo se le privó de ejercer su verdadera función creativa. La gente consideraba que, después de haber dado expresión temporal a sus incertidumbres, podía hasta cierto punto atemperarlas, conjurarlas e incluso propiciarlas. La sátira se confundió con alegoría significativa y ésta, aunque fue aceptada, no fue digerida. Obras teatrales, libros, películas, poemas, libelos, constituyeron
los medios habituales para este desarrollo, aunque una importante parte de la misma actuaba en sectores más académicos. Para muchos isleños, seguir este culto con preferencia a otros más viejos significaba mayor emancipación, modernidad y progreso. De vez en cuando aún se presentaba un candidato a un instructor de natación para hacerle un trato. Por lo general se entablaba lo que parecía ser una conversación estereotipado: -Quiero aprender a nadar. -¿Quiere hacer un trato respecto de ello? -No. Lo único que quiero es poder llevarme mi tonelada de coles. -¿Qué coles? -El alimento que necesitaré en la otra isla. -Allí hay mejor comida. -No entiendo lo que me dice. No puedo estar seguro. Debo llevar mis coles. -¿Se ha dado cuenta de que no puede nadar con una tonelada de coles? -Entonces no puedo ir. Usted lo llama una carga. Yo lo llamo mi alimento esencial. -Supongamos, como alegoría, que no hablamos de «coles», sino de «suposiciones», o «ideas destructivas». -Llevaré mis coles a algún instructor que comprenda mis necesidades.
La isla Llewellyn Smith En la memoria de un pueblo lejano, que se remonta a antes de que nos convenciéramos de ser sólidos y temporales, pervive la historia de un fabuloso caravasar, tan antiguo que no se recuerda su nombre, cuyas desérticas ruinas nunca han sido halladas. Las sigilosas griotes, las narradoras de la región, consagrándose en recipientes de tal historia, insisten en que este lugar sin nombre era a la vez tan real y esencial como el oxígeno; esta antigua parada de camino para viajeros y mercaderes, nos dicen, fue la cima de la humanidad y civilización del pueblo. Y algunos aún murmuran que la longitud y latitud de su sacra geografía aún se pueden discernir aquí entre nosotros. Quizá no fuera un lugar tan inusual, visto desde la era actual. Los habitantes eran gente de altas miras y genuinamente amable, muy industriosos y hospitalarios. Eran hábiles comerciantes y hombres de negocios, los intermediarios de más éxito en la región. Su propia cultura material era bastante primitiva, y poco queda de ella para poderla estudiar. Como si anticiparan a los eruditos saqueadores de tumbas por venir, quemaban a sus muertos con las pertenencias personales en celebraciones que duraban todo el día, y usaban lo que quedaba para abonar las pocas cosechas que se podían cultivar en este árido clima. En los fundamentos de su filosofía de la vida —su religión, si es que se puede llamar así— suponían que no se“pertenecían” a sí mismos. Ellos eran sólo instrumentos o unidades de servicio y no tenían existencia real, salvo por tales actos de servicio, y nada de existencia individual ni identidad más allá de la voluntad de ser útiles a otros. Si los encontrarais en el mercado, atendiendo sus granjitas, o mandando los niños a la escuela, o yendo a cualquier otro negocio de los que hacían funcionar la sociedad, los amaríais al momento por su sencillez. Regatear como corredores era su sacro trabajo —no creaba nada, ni dejaba nada atrás, y era de gran utilidad para todos, y así mantenían el potencial de puro servicio. Su gran sentido del humor e inteligencia eran bien conocidos por los mercaderes que venían desde las ciudades circundantes a comerciar con ellos, y se los menciona en cierta cantidad de diarios privados y cartas de viajeros de la época. Los narradores bajaban de las frías montañas envueltos en pesados ropajes, las neblinas del alba revoloteando en torno suyo, como si viajaran a la estela de visiones invisibles que arreasen ante ellos con sus cayados. Sentados bajo las estrellas como siempre han hecho, a la media luz de las ascuas mortecinas, aún hablan con profunda reverencia de este fabuloso caravasar y, aunque lo que sabemos de ese mundo es sólo lo que ellos nos dicen, insisten en que sabemos más de lo que hemos olvidado. El cuento que dicen ser el que más aclara el sentir de este pueblo es la historia de la elección de los virreyes del Sultán. El oasis del caravasar hacía de él un cruce esencial en las rutas comerciales transcontinentales,
así que se convirtió en ciudad estado, con alguna pequeña provincia exterior fundada por comerciantes del asentamiento original, nuevas entidades que pedían protección y ley al Sultán del asentamiento original. Sabiduría y prosperidad emanaban de la presencia del Sultán, quien en toda acción externa y en todo momento de recogimiento se afanaba en ser modelo de servicio, justicia y amor para este pueblo; tanto que estaba considerado como el más elevado modelo viviente de ser humano. La vida de este Sultán se consumía en el inacabable esfuerzo de poner orden en esta desértica sociedad. Aunque era generoso, también era sin par en el combate, terrible atributo que siempre fue eclipsado por su disposición a la clemencia y generosidad. Y era desconcertante para el pueblo de la provincia saber que su dirigente tenía capacidades aparentemente tan opuestas. El monarca, aunque muy venerado, era un enigma para los ciudadanos, que le amaban. Así que no sorprendió a nadie que los comerciantes de los nuevos asentamientos le solicitaran el envío de virreyes legítimos que gobernaran y pusieran orden en estas nuevas provincias. «Después de todo, somos comerciantes» declararon; «no sabemos nada del arte del gobierno ni de legislación» Las griotes nos dicen que, el día en que estas solicitudes llegaron por primera vez, el Sultán estaba trabajando en su rosaleda favorita, el aire de la tarde refrescaba su cara y ligaba las fragancias de diversos pimpollos. El asunto de la elección de virreyes ya había pasado por su mente. Había sido favorecido con muchos hijos e hijas. Ya no eran niños, sino jóvenes hombres y mujeres, príncipes y princesas, que aspiraban por derecho de nacimiento al honor de reinar en las provincias externas del caravasar, en nombre de su padre. Eran inteligentes; de niños a todos se les había asignado un ministro que nutriera sus intelectos con tal habilidad como para cultivar en cada uno extraordinarias capacidades de percepción y conjuro. Pero no podían gobernar todos ellos. No todos, el Sultán lo sabía, tenían capacidad para gobernar en el modo debido de abnegado servicio, aunque los amara a todos. Y, a pesar del total conocimiento de sus habilidades y poderes, si él eligiera entre ellos, sabía que sería el principio del desorden y el desastre, porque ningún príncipe ni princesa que dejara de ser elegido para gobernar, tanto como amaban a su padre, creería jamás en su corazón que su padre hubiese elegido con justicia. El Sultán ordenó a sus hijos venir al jardín con los ministros. La comitiva llegó, hijos y ministros resplandecientes con extraordinarios ropajes de seda color de azafrán, sandalias incrustadas de joyas y otros lujos semejantes. Era una extraña asamblea, los hijos vestidos como reyes; su padre cubierto de tierra, de rodillas, rematando la planta y poda del día con los jardineros, las manos sucias y sus finos ropajes manchados y sin duda destrozados. Tomaron asiento en el jardín, y el Rey siguió con su trabajo mientras les hablaba, interrumpiéndose ocasionalmente para dar instrucciones a los jardineros. El cielo estaba de un bello color carmesí y una nube alumbraba el rojo sol mientras caía suavemente hacia el horizonte. «He tomado una decisión,» dijo el Rey, «en torno al asunto de los virreyes». Mientras tanto podaba delicadamente una gran planta con una flor blanca iridiscente. «Escuchad con atención. Lo sé todo de vuestras habilidades, aún mejor que vosotros mismos. Os he amado toda vuestra vida. Os consume vuestro deseo de llegar alto en el servicio, y el miedo de no poderlo hacer. Pero sois jóvenes. Aún sois lo que os hagáis. Cuando os conozcáis a vosotros mismos, me reconoceréis como amor de vuestro amor, porque sois parte de mí. Vuestros nombres están inscritos en el libro de mi corazón». Un hijo habló: «Aceptaré cualquier elección que toméis. Lo prometo con todo mi ser». «No, no,» replicó el soberano. «Primero debéis llegar a saber quiénes sois». «¿Cómo lo haremos?» Preguntó otro. «Hay un modo, pero no es fácil, aunque la prueba en sí es muy simple. A muchas millas, por la ruta comercial del sur, está la costa de lo que se llama el océano». «¿Qué es el océano?» Preguntó una hija. «Es como un desierto, vasto e ilimitado, pero todo de agua y eternamente palpitante de vida, un lugar donde se reúnen todas las aguas del mundo, y en su turbulencia yace el origen de todas las cosas. En medio de estas grandes aguas se encuentra una isla. Al principio parece un oasis, pero es éste un lugar desierto,
terrible, azotado de tormentas. Su horror va más allá de todas vuestras pesadillas. Nada humano puede vivir allí mucho tiempo y seguir siendo humano». «En ese lugar debéis hallar un oculto talismán sagrado, un espejo pulido o espejos de oro puro en que el Alma del Alma se mira. Debéis ir todos allí, tendréis las provisiones que necesitéis para manteneros. Dispondréis de cuarenta días.» Mientras el padre hablaba les iba dando una rosa a cada uno de sus hijos. «Debéis buscar en los lugares silenciosos,» siguió, «los lugares más callados. Allí os espera el tesoro. Al final de los cuarenta días iré a buscaros; quienquiera de vosotros que muestre la señal del talismán servirá como virrey en mi nombre». Cuando cada hijo tuvo una rosa, continuó. «Hay una última cosa, y es lo más importante. Esa isla es una tierra extraña, con su propia vida; malformada, lúgubre y obstinada. Está poseída de un encantamiento para distorsionar vuestras percepciones y comprometer vuestro juicio y habilidades. Los extraordinarios poderes que habéis cultivado con la guía de los ministros no os ayudarán. El encantamiento de esta isla esla maldición del olvido. Si os demoráis, si no tenéis cuidado, si no os aplicáis con toda la diligencia y fervor a vuestro alcance —y aún así— podéis empezar a olvidar para qué habéis ido. Me olvidaréis a mí. Por ello os imploro que, por consideración a mi corazón y al amor que os tengo, no os dilatéis. A ninguno de vosotros le falta capacidad para cumplir esta tarea. Hallad el talismán tan rápido como podáis, y volved a mí.» «¿Cómo podríamos olvidarte jamás?» Preguntó uno de ellos, asombrado de que su padre pudiera sugerir tal cosa en voz alta. «Siempre sentiremos vuestro amor,» dijo otro, «es parte de nuestras vidas, nos da vida». «Oigo vuestra voz cuando oigo latir mi corazón,» dijo otro. «Sois nuestro alimento y la raíz de nuestro ser. No hay ninguna razón para que nosotros os dejemos por ese lugar, si es tan infausto como decís que es, ni por esperanza de gobierno ni por ninguna otra cosa, salvo que lo deseéis, así que lo haremos por vuestro cariño. Porque es lo que queréis.» Y así siguió, jurando todos un acuerdo de amor filial de nunca olvidar a su padre ni su amor por ellos. Y también de volver. Los días que siguieron estuvieron llenos de tremenda actividad, mientras se juntaba una caravana para la ruta del sur. El padre supervisó los preparativos por sí mismo, advirtiendo continuamente a sus hijos que no perdiesen nunca de vista interiormente el propósito de su viaje, que nunca olvidasen a su padre, ni quiénes eran. Algunos de sus hijos estaban confusos con esto. ¿Cómo podría haber peligro de olvidarse de sí mismos y de su padre, a quien querían tan de verdad? Otros ocultaban sus miedos, porque ninguno se había apartado nunca del lado de su padre. A algunos la tarea les parecía sin sentido. Pero los ministros sabían de esta isla, y temían su reputación. Viajaron dos semanas hacia el sur. Ninguno, ni los hijos ni hijas, había dejado antes su patria y todos tenían una gran pena en el corazón, pero cuando llegaron a la vista del océano, enmudecieron de asombro, no habiendo visto nunca nada tan enorme y mudable. Sus aguas batían la costa y la luz del sol arrastraba su inquieta faz hasta el horizonte. Según lo prometido, había un barco esperando y zarparon. Navegando por un infinito paisaje marino, dejando atrás todo lo que conocían y amaban, se sintieron nacer a una segunda vida, cuyo sentido aún les estaba velado. El vacío, azotado de espuma, parecía infinito y atemporal y se sentían como motas insignificantes en su acuosa garra. Podían ser consumidos en su oscuro misterio en cualquier momento, sin dejar traza. Vieron la cara del océano volverse más gris y más dura hasta que en el horizonte apareció una evanescente ondulación oscura, que revelaba la desdibujada costa de la isla. No había playa, solo una enmarañada barrera de hierbajos, grises y atrofiados árboles, leña carcomida y cordajes de marinos menos afortunados, y caparazones boca arriba de animales desconocidos. «Este ha de ser uno de los más inhóspitos y abominables lugares de la gran tierra de Dios,» dijo el mayor, «hemos de acabar nuestro negocio aquí tan rápido como sea posible para poder volver con nuestro Padre». Los hijos se pusieron a trabajar juntos, como les habían aconsejado los ministros. Al principio prepararon el mínimo refugio en que poder vivir y trabajar juntos los siguientes cuarenta días. El más sencillo refugio era todo lo que necesitaban, suficiente para mantenerse a salvo.
Impulsados por la fealdad de la isla, eran modelos de diligencia. Todos los días iban a los lugares más recónditos de la isla en búsqueda del talismán. Monocorde el tiempo. Árboles y rocas cubiertos de acre, oloroso limo. Cada día se afanaban en la aspereza, buscando, cavando, incesantes en su determinación de recuperar ese sagrado tesoro. Los días se sucedían uno tras otro. A medida que se hacía más y más obvio que no habría ningún triunfo rápido, los hijos se volvían más y más competitivos, suspicaces unos respecto a otros, y reservados con sus ideas sobre cómo y dónde buscar, con cualquier pista, por infundada que fuera. Una noche el asunto de la cooperación llegó tumuluosamente a su fin. La siguiente mañana, bajo cielos oprimente, los hermanos se esparcieron cada uno por su lado, y aun aquellos que no lo habían querido así, se encontraron que ya cada uno era una nación independiente. No por eso se hizo menos difícil su búsqueda. Aun los más dedicados a la tarea de su padre eran incapaces de ser constantes. Se volvieron malhumorados y depresivos; la parálisis de la depresión parecía ahora ser prueba de incapacidad. Una oscura ilusión que ponía un peso psicológico de más de cien arrobas en el corazón. Cuando cada día empezó a no mostrarse mejor ni diferente del anterior, cayó sobre ellos un tedio que embotaba el intento, una lasitud que a algunos les hizo temer que el acto de buscar no fuera bastante. Había que hacer mayores cosas. Aun si su padre les había enviado por una cosa simple y concreta, cuanto mayor sería su satisfacción si pudieran volver con algo mayor, más importante. Algunos empezaron a buscar visiones. Era imposible no buscar algo, cualquier cosa, fuera lo que fuera, y no convencerse de que era de lo más significativo. Y algunos luchaban contra esto y conseguían recordar y , con un esfuerzo angustioso, renovar una y otra vez su devoción. Y una y otra vez ellos mismo destruían esta devoción y volvían a renovarla, llorando: sus propias lágrimas eran el cemento que mantenía firme la promesa de nunca dejar morir el fuego. Hasta que de nuevo se desvanecía el recuerdo y los dejaba perdidos. Así sucedió para los que estaban mejor preparados. Mientras tanto el Sultan, sentado en silencio, ocasionalmente roto por pajaritos que pasaban por encima, pensaba en las terribles dificultades que sus amados hijos debían soportar, mientras esperaba a que su Primer Ministro describiera lo que había visto en la isla. Por la compasión y por el dolor causado por la ausencia de sus hijos, el Sultán había enviado al Primer Ministro a cada uno de ellos, para animarlos, recordándoles su promesa de no olvidar a su padre, de recordar la tarea a la que habían sido enviados, y de dedicarse a ella, pues no podían volver a la presencia de su padre con las manos vacías, porque el tiempo adjudicado pronto llegaría a su fin. El Primer Ministro habló: «El primero de vuestros hijos no me reconoció, a mí que era un segundo padre para él. Ha construido un grandioso templo de árboles secos y madera en la ensenada oeste de la isla y allá está todos los días y medita flotando en el aire, habiendo descubierto la habilidad de levitar el cuerpo. Cuando le pregunté si había encontrado el talismán, me miró pensativo y dijo, “Sí, he oído esa leyenda, que tal magia fue confiada al secreto pueblo perdido de esta isla pero nadie sabe en verdad quiénes eran y además es todo leyenda.” ¡Oh Noble Luz! Le dije que nadie ha vivido nunca en ese lugar más que él y sus hermanos y hermanas. Él dijo: “Sí, sé que hay otros locos en esta isla, pero hubo una raza de seres puros antes de ellos”. Ya veis, Sultán, vuestro hijo ha creado una nueva historia para sí y un mundo de su propia imaginación. Él es su propia religión y su propia sociedad. Ha abandonado la búsqueda, y cree que la isla es su hogar permanente.» «Le pregunté por las instrucciones que su padre le dio. “¿Qué hay de vuestro padre,” dije, “el Rey a quién jurasteis amar y recordar en vuestra Alma?” Y dijo, “Mi padre, quienquiera que fuera, está muerto o me abandonó hace mucho”.» El Ministro continuó: «Encontré a otro de vuestros hijos en una cueva rodeada de trampas. Le llamé, y emergió rodeado de temible armamento, como nunca había visto; reluciente armadura tejida de brillantes chispas de relámpago, una espada de sombras envenenadas que se movía por su propio poder. Juró que yo, vuestro servidor, era un enviado de los otros como espía para hallar debilidades en sus defensas que permitieran una invasión triunfal de su territorio. “Sois un enemigo”, dijo; “y no intentéis convencerme de otra cosa. Por todo lo que sé sois un
espía enviado por ellos.” Le recordé el talismán y le urgí a buscarlo por el bien de su alma en los lugares más silenciosos de la isla. “En los silencios” dijo, “es donde se ocultan mis enemigos”. El Ministro siguió: «Vuestra hija mayor vive muy al interior, donde también ella ha erigido barreras de piedra dentro de las que había un enorme palacio de piedra y maderas nobles. Animales salvajes la seguían a todas partes, mi Rey. “¿No queréis abandonar este horroroso lugar?” Le pregunté. “Este es mi hogar, mi único hogar.” “¿Qué hay de vuestra vida real, vuestra auténtica vida, la que este sueño obscurece?” “Está en los árboles, las flores, el cielo,” dijo. “¿No recordáis a lo que habéis venido aquí?” Pregunté. “Estamos aquí para rendir homenaje a los espíritus que moran en estos sacros lugares, los árboles, y el cielo,” dijo. “Pues creed esto,” dije, “que ya estáis unida a ellos.” Le hablé de quién era, de su unidad con vos, por el amor y la sangre, y cuán necesario era seguir con el trabajo esencial, para que pudiera volver a este lugar que es el real, el lugar del amor de su padre. Estuvo en silencios un larguísimo tiempo; después, juro que vi cruzar por su cara una chispa de recuerdo, pero huyó rápidamente. “¡Qué bella historia!” Exclamó al fin. “Estoy recogiendo historias para una antología de sagradas escrituras que espero publicar algún día. ¿Puedo incluirla?» El Primer ministro se recompuso y continuó. «Majestad, vuestro segundo hijo ha inventado el surf, y se ha hecho su principal adepto». «Di con otro de los príncipes, y le llevé su precioso perro que él ha amado desde que era un crío. Me reconoció y también al perro. Pero el pobre perro temblaba, tanto había cambiado interiormente su anterior amigo. Vuestro hijo se ha dado un nombre extraño; le llamé con su auténtico nombre, el nombre que vos mismo le disteis, ¡oh Sultán!, antes incluso de que existiera. Le recordé por qué estaba allí en la isla, y lo que tenía que hacer, que tenía que hacerlo rápidamente, antes de ser totalmente digerido por el encantamiento de la isla. Estuvo silencioso un rato. Luego dijo que, aunque recordaba un vago sueño que concordaba con muchas de las cosas que yo decía, un sueño que también me incluía a mí y visiones del amoroso hogar, tan lejano, todas estas cosas eran meros fantasmas y mentiras, convocados por alguna hechicería nunca vista. Porque si fueran tan reales como yo decía que eran,significaría que él mismo vivía una mentira. Y esto era demasiado imposible para aceptarlo. Por lo tanto, dijo vuestro hijo, que yo, vuestro ministro de mayor confianza, era un fantasma de este engañoso sueño, que buscaba apartarlo de la realidad. Mi Sultán, le juré que era él quien dormía, y que su sueño era real. “Vuestros torticeros designios no son bienvenidos”, me dijo, y para recalcarlo, mató y asó al perro que había sido su angélico guardián desde la cuna, y se lo comió». «En un salvaje cañón, en una ciudad de tremendas torres pulidas de marfil tallado, granito y caoba todas apuntadas contra el cielo como para tapar el sol, encontré a otro de vuestros amados, mi Sultán. Estaba maravillado. “¿Qué has hecho?” Le pregunté». «Dijo, “Las visiones nacidas en mí son demasiado grandes y magnificentes para vivir en mi interior y ahora piden vida en el mundo. He divisado un mundo mejor que este triste lugar y me dedico a transformar yo mismo esta desarrapada creación en esa visión mejor. Estoy construyendo una gran universidad para el estudio de la ciencia del alma y el servicio a la humanidad, un congreso para todos los eruditos de todo el mundo, que se reunirán a discutir y planear el destino de la humanidad. Cuando mueran, nuevos eruditos tomarán su lugar. Y así siempre. Un perenne reino de la mente”.» «Aún hay tiempo para recordar vuestra promesa a vuestro padre,” le dije. “Vuestro tesoro aún está enterrado en los silencios de la isla.” “¿De qué estáis hablando?” me gritó. “¿Con todo el ruido que siempre hay aquí, y que hacen por allí? ¿ Con toda esta construcción en marcha? Además, cuando lleguen los eruditos y empiecen a discutir la Gran Pregunta ya no habrá sitio para el silencio en el mundo.”» Al final el angustiado Sultán susurró «¿Están ya todos nuestros hijos locos?» «Me crucé a una de vuestras hijas en un puesto de pesca. Como con todos vuestros hijos, le di vuestro mensaje. Le hablé de vuestro amor por ellos, que pronto todos debían volver a vos. Gran Soberano, era como si nunca se hubiera separado de nosotros, aunque puedo ver lo difícil que es su lucha entre las garras de ese lugar. La ha envejecido. Aún se conoce por el nombre que le disteis y me abrazó con tal afecto que mis ojos se humedecieron de felicidad, como si en ese malhadado lugar me hubierais encontrado y abrazado vos mismo. No le tuve que preguntar por el talismán, vi la señal en sus ojos. Comunicaba su corazón y el mío. Y
solo pude preguntar, “Pero ¿dónde en esta maldita isla pudiste hallar silencio bastante para encontrarlo?” Su dedo índice marcó su propio pecho. “Yo soy el amor de mi padre. ¿No soy yo el Silencio?”» Finalmente, atraído a ese malhadado lugar por el amor, el Sultán fue personalmente a por sus hijos. Este mismo amor dejó impotente el encantamiento de la isla. Y los hijos, cuando vieron a su padre, inmediatamente fueron transformados, rehechos en un instante, como por amor, a su anterior ser. El encantamiento del sueño se les cayó solo, como camisa de culebra. Y se hallaron desnudos, vestidos sólo del conocimiento de la promesa a su padre, y de lo que habían hecho, o dejado de hacer. Todo su ser y trabajo se iluminó con su amor. Para aquellos que habían encontrado el lugar del espejo donde el Alma de las Almas se ve a sí misma, se volvieron como cuando estaban con su padre antes de llegar a la isla. El gozo y esplendor de su lugar en el corazón de su padre, que la isla les dijera ser un sueño auto-conmiserativo, se volvió tan real como siempre había sido. Ellos se probaron Virreyes. Pero para los otros, que no habían encontrado el Silencio ni su tesoro, que gastaron tanto tiempo en extraños empeños, que olvidaron su promesa de nunca olvidar, para ellos el puro amor quemaba de vergüenza. Como el servidor que vuelve de una lejana ciudad con todo excepto aquello para lo que fuera enviado, todo su trabajo fue baldío. Y se ahogaron de vergüenza. Algunos huyeron a la más profunda espesura. Otros enloquecieron con el penoso conocimiento de lo que habían llegado a ser, y de lo que habían perdido con su cambio. Otros se transformaron en cosas salvajes, intentando ocultarse a la revelación de este amor. Después de contar esta historia, las narradoras siempre dan las gracias por permitirles «cebarnos». De más allá de esas montañas, nos consideran como un pueblo casi muerto de hambre por falta de sustento, sin darnos cuenta de que nuestros propios bolsillos están repletos de pan. «No podemos comerlo por vosotros,» dicen.
La historia de Mushkil Gusha Había una vez, a menos de mil millas de aquí, un pobre leñador viudo que vivía con su hija pequeña. Todos los días iba a la montaña a cortar leña para hacer fuego, que traía a casa y ataba en haces. Después de tomar el desayuno caminaba hasta el pueblo más cercano, donde vendía la leña y descansaba un rato antes de regresar. Un día, al volver ya tarde a casa, la niña le dijo: »Padre, a veces desearía tener mejor comida, más cantidad y diferentes clases de cosas para comer.« »Muy bien hija mía« dijo el viejo »mañana me levantaré más temprano que de costumbre, me adentraré en la montaña donde hay más leña y traeré una cantidad mucho mayor que la habitual. Llegaré a casa más temprano y así podré atar la leña antes para luego ir al pueblo a venderla; conseguiré de esta forma más dinero y te traeré toda clase de cosa ricas para comer.« A la mañana siguiente el leñador se levantó antes del alba y se fue las montañas. Trabajó duramente cortando leña, e hizo un enorme haz que acarreó sobre su espalda hasta la casa. Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la carga en el suelo y golpeó la puerta diciendo: »Hija, hija, abre la puerta que tengo hambre y sed, y necesito tomar algún alimento antes de ir al mercado.« Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba tan cansado que se acostó en el suelo y pronto se quedó dormido al lado del atado de leña. La niña, que había olvidado la conversación de la noche anterior, estaba profundamente dormida. Cuando el leñador se levantó, unas horas después, el sol ya estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo: »Hija, hija, ven pronto. Debo comer algo e ir al mercado pues es mucho más tarde que otros días.« Pero como la niña había olvidado aquella conversación de la noche anterior, mientras el padre dormía, se había levantado, arreglado la casa, y había salido a dar un paseo. Dejó la cabaña cerrada, suponiendo, en su olvido, que su padre estaba todavía en el pueblo. Así que el leñador se dijo: »Ya es demasiado tarde para ir al pueble, regresaré al las montañas y cortaré otro haz de leña, que llevaré a casa, así mañana tendré doble carga para llevar al mercado.« Trabajó duramente ese día en las montañas, cortando leña y dando forma a la misma. Era ya de noche cuando llegó a su casa con la leña sobre los hombros. Puso el atado detrás de le casa, golpeó la puerta y dijo:
»Hija, hija, abre que estoy cansado y no he comido nada en todo el día. Tengo doble cantidad de leña que espero llevar mañana al mercado. Esta noche tengo que dormir bien para poder sentirme fuerte.« Tampoco hubo respuesta, pues la niña, como sintió mucho sueño al regresar a su casa, se preparó la comida y se fue a la cama. Al principio estuvo preocupada por la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó pensando que se había quedado a pasar la noche en el pueblo. Nuevamente el leñador, al ver que no podía entrar en su casa, cansado, hambriento y sediento, se acostó junto a la leña y de inmediato se quedó dormido. Le fue imposible permanecer despierto a pesar de la preocupación que sentía por lo que hubiera podido pasarle a su hija. Como el leñador tenía tanto frío, tanta hambre, y estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano, a la mañana siguiente, aun antes de que hubiera luz. Se sentó y miró a su alrededor pero no pudo ver nada. Entonces ocurrió algo extraño, le pareció escuchar una voz que decía:
»Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo necesitas mucho y lo deseas poco, tendrás una comida deliciosa.« El leñador se puso de pie y caminó en dirección hacia donde venía la voz. Anduvo, anduvo y anduvo, pero no encontró nada. Entonces sintió más cansancio, frío y hambre que antes, y además se encontraba perdido. Había tenido muchas esperanzas, pero eso no parecía haberlo ayudado. Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se dio cuenta de que llorar tampoco le ayudaría. Así que se acostó y se durmió. Muy poco después despertó nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder dormir. Fue entonces cuando se le ocurrió relatarse a sí mismo, como si fuera un cuento, todo lo que había ocurrido después de que su hija le hubiera pedido una clase diferente de comida. Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír otra vez, en algún lugar por encima de él, como saliendo del amanecer, que decía:
»¿Qué haces ahí?« »Estoy contándome mi propia historia« respondió el leñador.
»¿Y cuál es esa historia?« preguntó la voz. El leñador repitió su narración.
»Muy bien,« dijo la voz. Y a continuación le indicó que cerrara los ojos y subiera por la escalera. »Pero yo no veo ninguna escalera,« dijo el viejo.
»No importa, haz lo que te digo,« ordenó la voz. El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto como hubo cerrado los ojos, descubrió que estaba de pie y, levantando el pie derecho, sintió algo como un escalón debajo de él. Comenzó a subir lo que parecía ser una escalera. De repente los escalones comenzaron a moverse, se movían muy deprisa, y la voz le dijo:
»No abras los ojos hasta que yo te lo indique.« No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó abrirlos. Al hacerlo, se encontró en un lugar que parecía un desierto, con el sol ardiente sobre su cabeza. Estaba rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras de todas clases: rojas, verdes, azules y blancas. Pero parecía estar solo; miró a su alrededor y no pudo ver a nadie. Pero la voz comenzó a hablar de nuevo:
»Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos y baja los escalones.« El leñador hizo lo que se la decía y, cuando abrió los ojos por orden de la voz, se encontró delante de la puerta de su propia casa. Llamó a la puerta y la hija le abrió. Ella le preguntó que dónde había estado y el padre le contó lo ocurrido, aunque la niña apenas entendió lo que él decía porque todo le sonaba muy confuso. Entraron en la casa, y la niña y su padre compartieron lo último que les quedaba para comer: un puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el leñador creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le había dicho que subiera los escalones. La voz dijo:
»A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido salvado por Mushkil Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha siempre está aquí. Asegúrate de que todos los jueves por la noche comerás unos dátiles, darás otros a alguna persona necesitada y contarás la historia de Mushkil Gusha. De lo contrario, harás un regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados. Asegúrate de que la historia de Mushkil Gusha nunca, nunca sea olvidada. Si tú haces esto y otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes esta historia, los que tengan verdadera necesidad siempre encontrarán su camino. El leñador puso todas las piedras que había traído del desierto en un rincón de su casita. Parecían simples piedras y no supo qué hacer con ellas. Al día siguiente llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los vendió muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a su casa, llevó a su hija toda clase de ricos manjares, que ella hasta entonces jamás había probado. Cuando terminaron de comer, el viejo leñador dijo: »Ahora te voy a contar toda la historia de Mushkil Gusha. Muskhil Gusha significa el disipador de todas las dificultades. Nuestras dificultades han desaparecido gracias a Mushkil Gusha, y debemos siempre recordarlo.« Durante una semana el hombre siguió como de costumbre. Fue a las montañas, trajo leña, comió algo, llevó la leña al mercado y la vendió. Siempre encontró un comprador sin dificultad. Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los hombres, el leñador olvidó contar la historia de Mushkil Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el fuego en casa de los vecinos, los cuales no tenían nada con lo que volver a encenderlo; fueron a casa del leñador y le dijeron: »Vecino, vecino, por favor, danos un poco de fuego de esas maravillosas lámparas que vemos brillar a través de tu ventana.« »¿Qué lámparas?« preguntó el leñador. »Ven fuera y verás,« le respondieron. El leñador salió y vio claramente toda clase de luces que brillaban, desde dentro, a través de su ventana. Entró en casa y vio que la luz salía de montón de piedrecitas que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz eran fríos y resultaba imposible emplearlos para encender fuego, así que salió y les dijo: »Vecinos, lo lamento, no tengo fuego,« y les dio con la puerta en las narices. Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos, y volvieron a su casa refunfuñando. Pero ellos aquí abandonan nuestra historia. El leñador y su hija, rápidamente, taparon las brillantes luces con cuanto trapo encontraron, por miedo de que alguien viera el tesoro que tenían. A la mañana siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran luminosas piedras preciosas. Una por una, las fueron llevando a las ciudades de los alrededores, donde las vendieron a un enorme precio. El leñador, entonces, decidió construir un espléndido palacio para él y su hija. Eligieron un lugar que quedaba justamente frente al castillo del rey de su país. Poco tiempo después había tomado forma un maravilloso edificio. Ese rey tenía una hija muy bella, que al despertar una mañana vio un castillo que parecía de cuento de hadas frente al de su padre y se quedó muy sorprendida. Preguntó a su servidumbre: »¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué derecho hacen algo así tan cerca de nuestro hogar?« Los sirvientes salieron e investigaron y, al regresar, le contaron a la princesa la historia, hasta donde pudieron saberla. Entonces la princesa, muy enojada, mandó llamar a la hija del leñador, pero cuando las dos niñas se conocieron y hablaron, pronto se hicieron buenas amigas. Se veían todos los días e iban juntas a jugar y a nadar un arroyo que habían sido hecho para la princesa por su padre. Algunos días después del primer encuentro, la princesa se quitó un hermoso y valioso collar, y lo colgó en un árbol próximo al arroyo. Al volver olvidó llevárselo, y al llegar a casa pensó que lo había perdido. Mas la princesa, recapacitando, decidió que la hija del leñador se lo había robado. Se lo dijo a su padre, quien hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le embargó todos sus bienes; el leñador fue puesto en prisión y la hija internada en un orfelinato. Como era costumbre en ese país, después de cierto tiempo, el leñador fue sacado de su celda y llevado a la plaza pública, donde se le encadenó a un poste, con un letrero alrededor del cuello que decía: Esto es lo que les ocurre a aquellos que roban a los reyes.
Al principio, la gente se reunía a su alrededor, burlándose de él y tirándole cosas. El leñador se sentía muy desdichado. Pero, como es común entre los hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado junto al poste y le prestaban cada vez menos atención. A veces le tiraban restos de comida, a veces no. Un día escuchó decir a alguien que era jueves por la tarde. Repentinamente, llegó a su mente el pensamiento de que pronto sería la noche de Mushkil Gusha, el disipador de todas las dificultades, y que había olvidado conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan pronto como este pensamiento llegó a su mente, un hombre caritativo que pasaba por allí le arrojó unas monedas. El leñador lo llamó: »Generoso amigo, me has dado un dinero que para mí no es de ninguna utilidad, si de alguna manera tu generosidad alcanzara comprar uno o dos dátiles y venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría eternamente agradecido. El hombre fue y compró algunos dátiles, se sentó a su lado y comieron juntos. Al terminar, el leñador le contó la historia de Mushkil Gusha. »Creo que debes estar loco,« le dijo el hombre generoso cuando la hubo escuchado. Pero era una persona comprensiva y, a su vez, tenía bastantes dificultades. Al llegar a su casa, después de este incidente, encontró que todos sus problemas habían desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente acerca de Mushkil Gusha. Pero él aquí abandona nuestra historia. A la mañana siguiente la princesa volvió al lugar donde solía bañarse y, cuando estaba a punto de entrar en el agua, vio algo que parecía ser su collar en el fondo del arroyo. Pero en el momento en que iba a recogerlo, sintió ganas de estornudar y, al echar la cabeza hacia atrás, vio que lo que había tomado por su collar era sólo su reflejo en el agua, porque el verdadero collar estaba colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en que lo había dejado hacía mucho tiempo. Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo ocurrido al rey. Éste ordenó que el leñador fuera puesto en libertad y que se le dieran públicas disculpas. La niña fue sacada del orfelinato y todos fueron felices para siempre. Éstos son algunos de los incidentes de la historia de Mushkil Gusha. Es un cuento muy largo y nunca termina. Tiene muchas versiones; algunas ni siquiera se llaman la historia de Mushkil Gusha y por eso la gente no las reconoce. Pero es por causa de Mushkil Gusha por lo que su historia, en cualquiera de sus formas, es recordada por alguien, en algún lugar del mundo, día y noche, donde quiera que haya gente. Así como su historia siempre ha sido relatada, así seguirá siendo contada siempre.
La recompensa del desierto Hace mucho tiempo había un joven comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar un día al pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia. Por lo común, el habría tomado la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido hacer la mayor parte del viaje protegido del sol. Pero en esta ocasión, Kirzai sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan lo mas pronto posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del desierto de Sry Darya. El desierto de Sry Darya es conocido por la intensidad de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante, Kirzai dio de beber a su camello, lleno sus alforjas y emprendió el viaje. Varias horas después de partir empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuño para sus adentros y apuro el paso del camello. De repente se detuvo, estupefacto. A unos cien metros delante de el se levanto un gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante. El remolino arrojaba todo en derredor de una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o debía seguir siempre derecho? Kirzai tenia mucha prisa, sentía que no disponía de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó. Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo. El viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado la decisión correcta. Pero de pronto se vio obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado sobre el suelo junto a su camello acuclillado. Kirzai desmonto de inmediato para ver que pasaba. La cabeza del hombre estaba envuelta en una chalina, pero Kirzai vio que era viejo. El hombre abrió los ojos, miró con atención a Kirzai durante un instante y después habló con un susurro ronco.
-¿Eres .... tú? Kirzai rió y sacudió la cabeza. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tu anciano, ¿quién eres? El hombre no dijo nada. -De todos modos -continuó Kirzai- , Tú no estas bien. ¿Adonde vas? -A Givah -suspiró el viejo-, pero no tengo más agua. Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacia se arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás. "Al diablo con mis planes -pensó Kirzai- , sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un compromiso de negocios!" Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su camello. -Sigue derecho por ese camino -le recomendó mientras apuntaba con el dedo- y en dos horas estarás en Givah. El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de irse miró un largo rato a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Entonces acicateo a su camello en la dirección que Kirzai le había indicado. Kirzai continuó su viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo. Paso el tiempo. Treinta años después, los negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una parte a otra entre Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía mas que eso. Un día, mientras vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba enfermo de gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai no vacilo. Recordó el atajo a través del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió. A lo largo del camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni disminuyo la marcha mientras bebía agua, y por esas razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayo de pronto de las manos y antes que pudiera bajarse para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligo a seguir adelante. -¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré! El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la cabeza con su chalina, cerro los ojos y dejo que el camello lo llevara adelante a donde fuera. Ya no era conciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó. Kirzai cayo al suelo. "Estoy terminado -pensó- ¡Mi hijo nunca volverá a verme!" De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora desmontaba de su camello .... ¡Kirzai lo conocía!Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas .... ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que el mismo había comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes. Kirzai estaba seguro: ¡ el joven que venia a ayudarlo era él mismo ! ¡ Era el mismo Kirzai tal como era treinta años antes ! -¿Eres .... tú? -balbuceo Kirzai con un susurro ronco. El joven lo miro y rió. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres? Kirzai no contestó. No sabia que hacer. ¿Debía decirle al joven quien era, o no decir nada? Mientras tanto el joven continuo: -De todos modos, tú no estas bien. ¿Adonde vas? -A Givah -respondió Kirzai-. Pero no tengo mas agua. Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo que pasaba por su mente: ¿debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo
cual seria la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le lleno la cantimplora vacía, lo ayudo a montar su camello y apunto con un dedo. -Sigue derecho por ese camino y en dos horas estarás en Givah. El viejo Kirzai miro un largo rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de muchas cosas, pero solo logro encontrar estas palabras: Algún día el desierto te recompensará. Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde lo esperaba su hijo. Kirzai llego a ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este extraño cuento, todos los que lo escuchaban le creían. Desde aquellos tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que quiere decir:
El desierto donde Uno se encuentra a Sí Mismo.
Cuentos de Nasrudin ¿Personaje real o ficticio? Te invitamos a sumergirte en sus historias... Puede que algunos de sus pasajes te resulten familiares o que guiado por sus andanzas encuentres dentro de ti ciertas correspondencias o resonancias... ! Buen viaje !
Buscando la llave
Muy tarde por la noche Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino. - ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?- le pregunta. - Sí, estoy buscando mi llave. El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina. -¿Qué estáis haciendo? - les pregunta. - Estamos buscando la llave de Nasrudín. Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar. Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta: - Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar? - No, dice Nasrudín - ¿dónde la perdiste, pues? - Allí, en mi casa.
- Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí? - Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
El costo de aprender Nasrudín decidió que podía beneficiarse aprendiendo algo nuevo y fue a visitar a un renombrado maestro de música: - ¿Cuánto cobra usted para enseñarme a tocar la flauta? - preguntó Nasrudín. - Tres piezas de plata el primer mes; después una pieza de plata por mes - contestó el maestro. -¡Perfecto! - dijo Nasrudín; - comenzaré en el segundo mes.
La mujer perfecta Nasrudin conversaba con un amigo. - Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte? - Sí pensé -respondió Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material. - ¿Y por qué no te casaste con ella? - ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
Las apariencias
Cuenta el sufi Mula Nasrudin que cierta vez asistió a una casa de baños pobremente vestido, y lo trataron de regular a mal y ya para salir dejó una moneda de oro de propina. A la semana siguiente fue ricamente vestido y se desvivieron para atenderlo...y dejó una moneda de cobre, diciendo: -Esta es la propina por el trato de la semana pasada y la de la semana pasada, por el trato de hoy.
¿A dónde ir? - La gente preguntó al Mula Nasrudín "¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente, en la parte trasera, o al lado?" Nasrudin contestó: "¡No importa donde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!"
Gratitud Cierto día, mientras Nasrudin trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo: "¡Gracias Dios mío, gracias!" y prosiguió: “¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!"
Cuentos de Nasrudin La importancia de la luna
Nasrudin entró a una casa de té y declamó: "La luna es más útil que el sol". "¿Por qué"? le preguntaron. "Porque por la noche todos nosotros necesitamos más luz."
Una capa pesada Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudin. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?". "Mi capa cayo al suelo". Respondió Nasrudín. Pero: "¿Una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron: "Por supuesto, sí usted está dentro de ella, como yo lo estaba"
Sacarse el ojo dolorido Basándose en los informes que le habían dado a él, el Califa nombró a Nasrudin Consejero Mayor de la Corte y puesto que su autoridad no le provenía de su propia competencia sino del patronazgo del Califa, Nasrudin se convirtió en un peligro para todos cuantos acudían a consultarle, como se evidenció en le siguiente caso: “Nasrudin tú que eres un hombre de experiencia”, le dijo un cortesano, "¿conoces algún remedio para el dolor de ojos? Te lo pregunto porque a mi me duelen tremendamente”
“Permíteme que comparta contigo mi experiencia”, le dijo Nasrudin. “En cierta ocasión tuve un dolor de muelas, y no encontré alivio hasta que me las hice sacar.”
La Sopa de Pato Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato. A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin. - Somos los hijos del hombre que le regaló un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato. Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula. - ¿Quiénes son ustedes? - Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato. El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer. A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula. - Y ustedes ¿quiénes son? - Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato. Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó: - Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida! Mula Nasrudin se limito a responder: - Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.
La miel en el fuego El Mula calentaba miel en el fuego, cuando un amigo llegó de improviso. La miel comenzó a hervir y Nasrudin le convido a su visitante. Estaba tan caliente, que el otro se quemo. - ¡Haz algo! - exclamó el amigo. Entonces el Mula tomó un abanico y lo agito por encima de la olla... con el propósito de enfriar la miel.
Los granjeros... a los que se les daban bien los números.
De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un
riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más. "¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año." "Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua." "Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo." "Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año." "Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal? "Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar." "Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!" "Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente." "Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal." "Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno." "Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin. "Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico. Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará." "Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años." "Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."
¿Saben de qué les voy a hablar? Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente. Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba. Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo: -Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles. La gente dijo: -No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte! Nasrudin contestó: -Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo. Dicho esto, se levantó y se fue. La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta: -¡Qué inteligente! Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir: -Qué inteligente. -Qué inteligente. Hasta que uno añadió: -Si, qué inteligente, pero... qué breve. Y otro agrego: -Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia. Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia. Nasrudin dijo: -No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos. La gente dijo: -¡Qué humilde! Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia. Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica: -Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles. La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron: -Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido. Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió: -Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.
Se levantó y se volvió a ir. La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó: -¡Brillante! Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir: -¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer! -Qué maravilloso -Qué espectacular -Qué sensacional, qué bárbaro Hasta que alguien dijo: -Si, pero... mucha brevedad. -Es cierto- se quejó otro -Capacidad de síntesis- justificó un tercero. Y en seguida se oyó: -Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría! Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen. La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia. Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo: -Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar. Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo: -Algunos si y otros no. En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada. Entonces el maestro respondió: -En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben. Se levantó y se fue.
Cuentos de Nasrudin La importancia de la luna
Nasrudin entró a una casa de té y declamó: "La luna es más útil que el sol". "¿Por qué"? le preguntaron. "Porque por la noche todos nosotros necesitamos más luz."
Una capa pesada Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudin. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?". "Mi capa cayo al suelo". Respondió Nasrudín. Pero: "¿Una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron: "Por supuesto, sí usted está dentro de ella, como yo lo estaba"
Sacarse el ojo dolorido Basándose en los informes que le habían dado a él, el Califa nombró a Nasrudin Consejero Mayor de la Corte y puesto que su autoridad no le provenía de su propia competencia sino del patronazgo del Califa, Nasrudin se convirtió en un peligro para todos cuantos acudían a consultarle, como se evidenció en le siguiente caso: “Nasrudin tú que eres un hombre de experiencia”, le dijo un cortesano, "¿conoces algún remedio para el dolor de ojos? Te lo pregunto porque a mi me duelen tremendamente” “Permíteme que comparta contigo mi experiencia”, le dijo Nasrudin. “En cierta ocasión tuve un dolor de muelas, y no encontré alivio hasta que me las hice sacar.”
La Sopa de Pato Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato. A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin. - Somos los hijos del hombre que le regaló un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato. Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula. - ¿Quiénes son ustedes? - Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato. El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula. - Y ustedes ¿quiénes son? - Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato. Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó: - Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida! Mula Nasrudin se limito a responder: - Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.
La miel en el fuego El Mula calentaba miel en el fuego, cuando un amigo llegó de improviso. La miel comenzó a hervir y Nasrudin le convido a su visitante. Estaba tan caliente, que el otro se quemo. - ¡Haz algo! - exclamó el amigo. Entonces el Mula tomó un abanico y lo agito por encima de la olla... con el propósito de enfriar la miel.
Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro... Al nacer Juanito no existía como tal, no había nadie que dijese, pensase o sintiese "ser Juanito". Simplemente existía un ser en total sintonía con el medio ambiente. Se sentía fusionado con todo lo que le rodeaba y en particular con su mamá. Para él: ella y él eran lo mismo. Respondía sensiblemente al medio que lo rodeaba, se sentía parte de todo. Conforme fue creciendo se vio envuelto en un gran dilema: en primer lugar dejó de sentir que él y su madre eran uno solo, que formaban una misma entidad inseparable y, lentamente fue dándose cuenta de que él y ella formaban 2 entidades separadas y diferenciadas... esto ocurrió de forma gradual por supuesto, no fue de sopetón, sino que sucedió poco a poco, lentamente... Ahí fue conociendo y tomando forma algo que ahora nos parece muy familiar. Dos palabras de inmensa importancia en nuestras vidas: "Yo" y "Tú". Primeramente Juanito comenzó a llamar "Yo" a su cuerpo, sus brazos, pies, labios, etc. pero lueguito más delante se dio cuenta que sentía muchas cosas, se enojaba, reía, lloraba, sentía placer al comer o defecar, etc, entonces lentamente fue poniéndole "Yo" también a esas sensaciones que vivía por dentro y... más tardecito comenzó a darse cuenta que podía ir a muchos mundos, estar en tantos sitios como quisiera, hacer infinidad de cosas con tan sólo imaginarlas y pensar en ellas y ni tardo ni perezoso llamó "Yo" a esos pensamientos, imaginaciones y sueños que tenía. Ese "Yo" iba creciendo y tornándose más y más complejo a medida que crecía y se relacionaba con su entorno inmediato, en especial con sus padres. A cierta edad Juanito se vio en un dilema terrible, en una disyuntiva enorme, como si con unas tijeras invisibles hubiesen cortado su cuerpo en dos... Ciertas cosas que gustaba hacer no eran permitidas ni aceptadas: llenarse de lodo, romper los platos, gritar y reír a todo pulmón, correr por la casa. Comenzó
a darse cuenta que por algunas cosas que realizaba erapremiado y por otras, a veces hasta por las mismas, era castigado... Juanito no entendía porque no podía hacer lo que quería, lo que le daba la gana. Tenia ganas de llorar y su papá le decía: "los niños no lloran" Tenía ganas de gritar o de reír y su mamá de decía: "silencio, tu papá está trabajando" etc... Podría alargar el cuento inmensamente, pero vale decir únicamente que Juanito inmerso en este problema tuvo que escoger entre actuar o hacer unas cosas que no deseaba pero que lo calificaban de "bueno" y entre otras que lo calificaban de "malo". Tuvo que ceder gran parte de su vida en aras de no perder el amor, la aceptación y la valía a los ojos de sus seres amados, aquellos que en ese momento le parecían dioses que todo lo sabían, todo lo podían, todo lo hacían... Juanito creó una estrategia adaptativa o contramanipulativa, es decir: un caparazón que le permitiera defenderse de lo que consideraba peligroso y la vez relacionarse con el medio y conseguir ser querido y aceptado. Construyó un personaje de ficción, acorde a lo que él creía le ayudaría a conseguir sus deseos o a no sentir tan duramente la frustración de no poder realizarlos; uno muy bueno, muy eficaz: toda una obra de arte que le ayudaba a relacionarse con su entorno inmediato y a conseguir en parte esa consideración positiva que necesitaba, o al menos, a no sentirse tan mal por no obtenerla. Lentamente y con el paso de los años fue perfeccionado su estrategia, agregándole colorido e identificándose con ese personaje de tal forma que desde entonces lo llama "Yo". Con el transcurrir del tiempo, 20, 30, 40 o 50 años después, Juanito descubre información nueva que le permite darse cuenta que su forma de concebir, sentir y encarar la vida no es toda la realidad ni la única que existe. Que en el proceso de la formación de su personalidad, la misma que le ha permitido sobrevivir e interactuar con el medio ambiente, perdió o dejó de lado muchos talentos y virtudes y un mundo lleno de posibilidades. Se da cuenta que existen muchas formas de ver, sentir e interpretar la vida. Que cada ser humano la filtra e interpreta de forma distinta y que, sin embargo, comparte con los demás un cierta estructura en común. Dicha estructura puede diferenciarse dentro de una de las NUEVE formas o estrategias distintas de encarar la vida y lo mejor de todo: descubre que es posible conocer cuál es el personaje, guión o libreto que ha venido representando durante toda la vida; y no sólo reconocerlo sino abrir un abanico enorme de posibilidades: para relacionarse, para actuar y desenvolverse, para responder de forma distinta a como lo ha venido haciendo durante mucho tiempo creyendo erróneamente que esa era la mejor forma de vivir; la única que existía.Recuperando así, la frescura, vitalidad, flexibilidad y espontaneidad en la forma de organizar y responder a la vida. Dicho de otra forma, pasa a ser director de la obra en lugar de ser un mero personaje. Juanito comienza a darse cuenta que gran parte del sufrimiento que ha experimentado ha sido producto de la desconexión de si mismo, y por no saber quién es en realidad y vivir de acuerdo a una estrategia que en la infancia y en algún momento en especifico resultó de mucha utilidad pero ahora se ha vuelto obsoleta: le restringe, constriñe, encorseta y no le permite respirar. Y además, se da cuenta que la inmensa mayoría de los seres humanos están viviendo de la misma forma: representando un personaje que creen son ellos mismos. Lo cual no le da alegría porque ya sabemos que "mal de muchos es consuelo de tontos". Entonces Juanito comienza a entender todo el cúmulo de experiencias que conforman su vida desde otra perspectiva y quizá a través de sumergirse en sí mismo, de Auto-conocerse y reconocer su patrón habitual de conducta pueda poco a poco ir despejando el camino y abriéndose hacia nuevas posibilidades de responder y responsabilizarse de sí mismo y de su vida. Puede que se dé cuenta y tome conciencia de que muchas de sus insatisfacciones provienen de responder de la misma forma a situaciones enteramente distintas, en lugar de hacerlo de forma sensible, espontánea y libre... Tal vez entonces a través de ensayar en su propia vida, cambiar el rumbo, virar un poco... su vida comience a mostrar resultados más enriquecedores... En esas anda Juanito, probando formas alternas de relacionarse, de mirar y concebir el mundo, de sentir, vivir y expresarse.
El hombre de la mácula
© keb
Había una vez un ser extraño. No podía ni él mismo precisar su "extrañez". No se debía ni a su apariencia física ni a su desbordada emotividad o su probada inteligencia, No. No se debía a sus ropajes de colores ocres o pardos ni a su andar pausado o su constante divagar por parajes lejanos. No se debía ni a sus sueños poblados de sombras y luces o de falsos multicolores o criaturas mitológicas y seres de difícil clasificación... No, por ahí no era. Ni se debía tampoco a su edad sin edad, a su tiempo sin tiempo, a su momento atemporal. Se debía, quizá, simple y llanamente a su lunar... un lunar grande, oscuro y de vello espeso que le cubría parte de la mano derecha... Si, tal vez, tal vez ese era el motivo, tal vez por fin había encontrado la respuesta... El lunar era la causa de esa molesta sensación de opresión ¿molesta?, en realidad era más bien una discorde sensación con un tufillo lejano de no sé que... Esa mañana estuvo revisando a conciencia su lunar, esa extraña mancha que lo cubría... tanto tiempo con él y hasta ahora le prestaba la atención que se merecía, tanto tiempo justo delante de sus narices y apenas ahora lo tenía tan claro: él era el causante de sus males, de sus dolencias, de sus pesares... él tenía la culpa de esa extraña "extrañez" que lo habitaba, esa mancha odiosa, insidiosa, negroide, animal y bastarda. Tomó la navaja... una sonrisa diabólica reflejó su rostro... Nunca se había sentido tan(m)bien. Miró el cielo: reverberaba y hasta pudo percibir una leve brisa en la frente, las sienes y el ondular de su cabello... inspiró profundamente... cuán fresco se sentía el viento hoy, como que intuía atisbos de libertad... pasó los dedos por la hoja afilada de la navaja tomándose todo el tiempo del mundo. No hay prisa, no puede haberla en un momento así... saboreó su filo, paladeó la sensación de la piel abriéndose de par en par y dejando que la sangre tomase su cause hacia la madre tierra... lentamente, se imaginó como la "mancha" se desprendía de su sitio y lentamente se consumía y devoraba a sí misma en la noche, mientras él se despedía de ella cariñosamente puesto que a partir de ese momento ya nada sería igual... La mácula por fin lo habría abandonado... Un escalofrío recorrió su espalda al intuir esto último: "¿Qué pasará entonces? ¿Qué hay más allá del lugar sin lunar? ¿Qué se sentirá respirar sin ese pesado bulto que oprime algo más que el cuerpo? ¿Adónde ir? ¿Qué hacer?" Meditó ampliamente esto. Duró varios días sin comer, dándole vueltas al asunto, un asunto que se había tornado en su prioridad, un asunto sobre el cual giraba toda su vida y su muerte. No pudo finalmente decidirse entre el deshacerse de su maldición o entregarse completamente a ella... Con la mirada perdida y vagando en el ocaso se le mira todavía... dicen de él quesuspira lamento y aspira melancolía... dicen también que pasa largas horas extasiado contemplando su mancha en una procesión sin principio ni fin... Por ahí rumoran que hasta le habla y se han hecho grandes amigos aunque por momentos la odia a muerte, pero intuye quesu muerte está unida a la de ella. Hombre y mancha caminan juntos.
¿Dónde Estoy "YO"? Érase una vez un hombre sumamente estúpido -un loco o quizás un sabio- que, cuando se levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que por las noches casi no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara. Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada prenda y el lugar exacto en que la dejaba. A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: "calzoncillos..." y allí estaban. Se los puso. "Camisa..." allí estaba. Se la puso también. "Sombrero..." allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza. Estaba verdaderamente encantado... hasta que le asaltó un horrible pensamiento: -¿Y yo...? ¿Dónde estoy yo?. Había olvidado anotarlo. De modo que se puso a buscar y abuscar.... pero en vano. No pudo encontrarse a sí mismo.
Esposas mentales Un habitante de un pequeño pueblo descubrió un día que sus manos estaban aprisionadas por unas esposas. Cómo llegó a estar esposado es algo que carece de importancia. Tal vez lo esposó un policía, quizás su mujer, tal vez era esa la costumbre en aquella época. Lo importante es que de pronto se dio cuenta de que no podía utilizar libremente sus manos, de que estaba prisionero. Durante algún tiempo forcejeó con las esposas y la cadena que las unía intentando liberarse. Trató de sacar las manos de aquellos aros metálicos, pero todo lo que logró fueron magulladuras y heridas. Vencido y desesperado salió a las calles en busca de alguien que pudiese liberarlo. Aunque la mayoría de los que encontró le dieron consejos y algunos incluso intentaron soltarle las manos, sus esfuerzos sólo generaron mayores heridas, agravando su dolor, su pena y su aflicción. Muy pronto sus muñecas estuvieron tan inflamadas y ensangrentadas que dejó de pedir ayuda, aunque no podía soportar el constante dolor, ni tampoco su esclavitud. Recorrió las calles desesperado hasta que, al pasar frente a la fragua de un herrero, observó cómo éste forjaba a martillazos una barra de hierro al rojo. Se detuvo un momento en la puerta mirando. Tal vez aquel hombre podría... Cuando el herrero terminó el trabajo que estaba haciendo, levantó la vista y viendo sus esposas le dijo: "Ven amigo, yo puedo liberarte". Siguiendo sus instrucciones, el infortunado colocó las manos a ambos lados del yunque, quedando la cadena sobre él. De un solo golpe, la cadena quedó partida. Dos golpes más y las esposas cayeron al suelo. Estaba libre, libre para caminar hacia el sol y el cielo abierto, libre para hacer todas las cosas que quisiera hacer. Podrá parecer extraño que nuestro hombre decidiese permanecer en aquella herrería, junto al carbón y al ruido. Sin embargo, eso es lo que hizo. Se quedó contemplando a su libertador. sintió hacia él una profunda reverencia y en su interior nació un enorme deseo de servir al hombre que lo había liberado tan fácilmente. Pensó que su misión era permanecer allí y trabajar. Así lo hizo, y se convirtió en un simple ayudante. Libre de un tipo de cadenas, adoptó otras más profundas y permanentes: puso esposas a su mente. Sin embargo, había llegado allí buscando la libertad.
Tiempo y granadas Un estudiante de medicina fue a casa de un eminente médico y le pidió convertirse en aprendiz en el arte de la medicina. -Eres impaciente- dijo el doctor- y por eso fallaras en observar cosas que necesitas aprender. Pero el joven suplicó, y el médico accedió a aceptarle. Después de algunos años el joven sintió que podía ejercer algunas de las habilidades que había aprendido. Un día un hombre se acercaba andando hacia la casa y el doctor, mirándole desde la distancia, dijo: -Este hombre está enfermo. Necesita granadas.
Has hecho el diagnostico, déjame recetarle y habré hecho la mitad del trabajo- dijo el estudiante. -Muy bien- dijo el doctor-, con tal que recuerdes que la acción también debería ser considerada como ilustración. Tan pronto como el paciente llegó al umbral, el estudiante le hizo entrar y dijo : Usted está enfermo .Tome granadas. - ¿Granadas?-gritó el paciente- ¡las granadas te las comes tú! ¡vaya disparate!- y se marchó. El joven preguntó al sabio doctor cual era el significado de lo sucedido. - Lo ilustraré cuando tengamos un caso similar- dijo el doctor. Poco después los dos estaban sentados en el exterior de la casa cuando el doctor levantó su mirada y vió a un hombre que se acercaba. -Aquí hay una ilustración para ti, un hombre que necesita granadas- dijo el doctor. Se hizo entrar al paciente, y el doctor le dijo: - Puedo ver que es usted un caso difícil e intrincado. Déjeme ver... sí, usted necesita una dieta especial. Ésta deberá estar compuesta de algo esférico, con pequeños alvéolos en su interior, que crezca naturalmente. Una naranja...seria del color equivocado... los limones son demasiado ácidos.. ya lo tengo: ¡Granadas! - El paciente se marchó encantado y agradecido. - Pero, Doctor -dijo el estudiante- ¿Por qué no le dijiste directamente " granadas"? - Por que además de granadas- dijo el sabio doctor- él necesitaba tiempo.
Relatos de un Minuto Nobleza Antes de atravesar la puerta del jardín, el forastero supo que había caído bien al Duque. Una corriente de simpatía se estableció inmediatamente entre los dos. Durante tres largos días pasearon juntos en silencio. Acompasado el paso, cada uno ensimismado en sus propios intereses, se detenían al unísono a oler el mismo tomillo y a beber de la misma fuente. Acrecentada por los sucesivos encuentros, la amistad se perpetuó mientras ambos vivieron. Aquel mastín blanco tenía una verdadera y auténtica nobleza.
El talismán Tuareg Como buen parisino, de signo Virgo, durante un año había preparado meticulosamente su viaje. Nada más llegar a Tlndouf, Gérald desembaló orgulloso sus regalos para Targui, el jefe del clan tuareg: un transistor, un reloj de pulsera y un grueso jersey. Targui encendió el transistor con entusiasmo, sin prestar ninguna atención al reloj ni al jersey. Pasó el día bailando como un niño y cambiando de emisoras, para gran decepción de Gérald, que pensó para sus adentros: "¡Qué lástima! Debía haber traído transistores para toda la familia". A la mañana siguiente, Targui se puso el reloj y pasó todo el día ensimismado contemplando el paso del minutero. En un rincón descansaba silencioso el transistor. Llegada la tercera noche, se puso el jersey, con alborozadas muestras de agradecimiento y admiración, observando minuciosamente su tejido y sus dibujos. A partir de entonces, Gérald aprendió el ritmo secreto de la vida: un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. La palabra "tuareg" es su talismán protector cuando le invaden las prisas y agobios de París.
La rendición Estaba el mar picado. Una sucesión de espuma saltarina invitaba a sumergirse y liberarse de ese sol abrasador de la Polinesia samoana. En cuanto se zambullía entre las olas, empezó a alejarse de la costa con una sospechosa facilidad. Cuando quiso volver, una poderosa corriente le arrastraba hacia aquel inmenso y desconocido azul del Pacífico. Forcejea. Jadea. Se agota. Hace señas a lo lejos. Desde la playa, ya lejana, un solitario turista responde a los supuestos saludos. El abismo de la soledad se abre ante él; después, la desesperación de la impotencia y un súbito terror repleto de imágenes de ahogados. Rendido a la evidencia, se deja arrastrar mar adentro, aferrado a la esperanza de
llegar a otra isla, de que pase una canoa lugareña, de que suceda el improbable milagro ... Desfila su vida, al tiempo que las fuerzas le abandonan. Han pasado varios minutos, ¿varias horas?, y la corriente circular empieza a devolverle hacia la orilla. Darse cuenta le dio fuerzas para nadar con calma en su sentido. Desde aquel segundo nacimiento, aprendió a fluir con la corriente de la Vida.
Satori "Om Namah Amitabaya, Buda Om, Shanga Om, Darma Om...". Con profunda devoción, cantaron por última vez el mantra, como al final de cada meditación. Habían llegado al término del riguroso retiro de meditación de fin de año, que había durado treinta días. Ardían dos austeras velas ante la imagen sonriente de Buda. Una suave fragancia a sándalo inundaba la sala. Flotaba en toda ella un silencio que entraba por los poros de la piel, abiertos en sutil atención al aquí y ahora. El esforzado grupo de aspirantes al Despertar, esperaba con impaciencia, doloridas las rodillas y encogidas las articulaciones, la charla final del Maestro neófito, Pravira Jebal. "Tantas horas sentados, tanto sueño, tanto esfuerzo -dijo con voz solemne y las pupilas dilatadas por la prolongada vigilia- ¿y qué hemos conseguido?... ¡NADA!". Una sonora y convulsa carcajada estalló desde el fondo del vientre de cada uno de los meditadores. En ese preciso momento comprendieron.
Relatos de un Minuto, parte 2 Tranvía Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada: "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos'" pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna. Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera le conocía... Dudó. Ella bajó. Se sintió divorciado: ¿y los niños con quién van a quedarse?
Las últimas palabras famosas "¿Hay algo que quieras decirnos antes de dejar el cuerpo y entrar en la tierra de los diez mil Budas?'. El gurú se apoyó en un codo, el esfuerzo le hizo toser, Los sollozos parecieron flotar sobre el denso silencio, en la penumbra de la pequeña habitación. Hacía calor. Los tres discípulos principales estaban junto al maestro. Desde que se difundió la noticia, no había dejado de llegar gente: discípulos, supersticiosos, curiosos y desocupados. Estos últimos volvían a sus casas por la noche, los otros dormían fuera, temerosos de perderse el momento, ávidos de muerte. "No quiero morir, tengo miedo". Tosió por el esfuerzo y se dejó caer sobre los almohadones. Los discípulos intercambiaron una mirada de desconcierto; después miraron de nuevo a su Maestro. "No ha muerto, seguro que tiene otras cosas que decir." Así pensaban.
Una reunión de pareja La niña, más que lamer el helado, se lo pasaba de la nariz a la barbilla. El chico esperaba en el parque, y como ella se estaba retrasando, encendió un cigarrillo y pensó: "Me despreocupo, es ella la que tiene que encontrarme". El viejo, sentado en el banco. Intentó concentrarse en el periódico, pero se perdió en las volutas de humo. El niño sintió un nudo en la garganta: alzó la mirada, pero era demasiado tarde: la había visto primero. Se sintió defraudado. La mujer pensó: "Si me besa, a lo mejor tengo fríos los labios. No debería haberme tomado el helado, que encima engorda".
El hombre se levantó del banco molesto. El periódico cayó al suelo. El silencio fue Intenso. Eran las dos únicas personas del parque. Se pusieron en camino.
A escena Ensayó una vez más la ocurrencia, intentando conjugar la modestia de la mirada con el atrevimiento de las palabras. Tras muchas dudas, escogió, entre las sonrisas, una de esas que dicen y no dicen. Se despeinó con maestría. El vestido se le pegaba al cuerpo, era sexy pero debía tener cuidado; tenía tendencia a engordar. "¿Estás lista? Sólo tienes cinco minutos". La voz le llegó amortiguada por la puerta cerrada. Se regaló una última sonrisa ante el espejo y salió. Cogió los libros y se fue al colegio.
Relatos de un Minuto, parte 2 Tranvía Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada: "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos'" pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna. Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera le conocía... Dudó. Ella bajó. Se sintió divorciado: ¿y los niños con quién van a quedarse?
Las últimas palabras famosas "¿Hay algo que quieras decirnos antes de dejar el cuerpo y entrar en la tierra de los diez mil Budas?'. El gurú se apoyó en un codo, el esfuerzo le hizo toser, Los sollozos parecieron flotar sobre el denso silencio, en la penumbra de la pequeña habitación. Hacía calor. Los tres discípulos principales estaban junto al maestro. Desde que se difundió la noticia, no había dejado de llegar gente: discípulos, supersticiosos, curiosos y desocupados. Estos últimos volvían a sus casas por la noche, los otros dormían fuera, temerosos de perderse el momento, ávidos de muerte. "No quiero morir, tengo miedo". Tosió por el esfuerzo y se dejó caer sobre los almohadones. Los discípulos intercambiaron una mirada de desconcierto; después miraron de nuevo a su Maestro. "No ha muerto, seguro que tiene otras cosas que decir." Así pensaban.
Una reunión de pareja La niña, más que lamer el helado, se lo pasaba de la nariz a la barbilla. El chico esperaba en el parque, y como ella se estaba retrasando, encendió un cigarrillo y pensó: "Me despreocupo, es ella la que tiene que encontrarme". El viejo, sentado en el banco. Intentó concentrarse en el periódico, pero se perdió en las volutas de humo. El niño sintió un nudo en la garganta: alzó la mirada, pero era demasiado tarde: la había visto primero. Se sintió defraudado. La mujer pensó: "Si me besa, a lo mejor tengo fríos los labios. No debería haberme tomado el helado, que encima engorda". El hombre se levantó del banco molesto. El periódico cayó al suelo. El silencio fue Intenso. Eran las dos únicas personas del parque. Se pusieron en camino.
A escena Ensayó una vez más la ocurrencia, intentando conjugar la modestia de la mirada con el atrevimiento de las palabras. Tras muchas dudas, escogió, entre las sonrisas, una de esas que dicen y no dicen. Se despeinó con maestría. El vestido se le pegaba al cuerpo, era sexy pero debía tener cuidado; tenía tendencia a engordar.
"¿Estás lista? Sólo tienes cinco minutos". La voz le llegó amortiguada por la puerta cerrada. Se regaló una última sonrisa ante el espejo y salió. Cogió los libros y se fue al colegio.
Don Santiago
Esta es la historia de don Santiago, un habitante más de una de las tantas bellas y pintorescas ciudades del interior de cualquier país. Frisa alrededor de los setenta años, su andar es pausado así como su hablar. Es delgado, algo encorvado, cabellos blancos, sonrisa franca y mirada límpida. Todos sus haberes consisten en una casita pequeña con un patio amplio que ha preferido hacer de él un campo en miniatura, con tierra y pasto prolijamente cortado. Tiene una gran rueda de carro, bien a la vista, testimonio real del oficio que le llevó la mayor parte de su vida. El transportaba del campo a la ciudad leche de cabra (de su patrón) y miel de abejas (propias). Ahora está jubilado, rico no es, pero él es muy feliz donde está, además siente que cumplió bien con la patria, pues, a su finada esposa nada le faltó en vida y el único hijo que le dio, se recibió de doctor en medicina y tiene un bonito consultorio en la capital. Vive solo, pero no se queja de su suerte, sabe ocupar su tiempo en hacer plantitas para jardín, con lindas flores, y produce un poco de miel, con su pequeño apiario que conserva y cuida con esmero. Los vecinos le aprecian mucho y le compran miel y plantitas, pues, saben que le hacen sentir productivo e importante. Todas las tardes asiste a los servicios religiosos de una humilde iglesia evangelista de la zona y disfruta mucho compartiendo con sus hermanos de fe. No gusta de hablar mucho, pero escucha con atención y a veces brinda algún oportuno refrán popular que hace las delicias de los presentes. Y de este modo llena el espacio que ha quedado en su corazón desde que quedó viudo. Siempre dispuesto a colaborar en los talleres que se formen, es el primero en llegar con su sonrisa franca y las manos listas a cualquier menester y luego será el último en irse, algo cansado pero nunca malhumorado. Ahora está un poco triste, ya no logra ver como antes, todo está un poco borroso y opaco, pero nada dice. Un día viene Pedro, su hijo doctor, a pasar unos días con él. Pronto se da cuenta de que lo que en realidad le ocurre a su padre es que no ve bien (no olvidemos que don Santiago anda por los setenta años). Entonces decide llevarlo a la consulta de un oftalmólogo amigo y este le receta unas gafas. Santiago vuelve a recuperar su alegría habitual y aún más, pues, redescubre la belleza de su mundo circundante y ahora todo lo ve más luminoso y colorido, ¡es fantástico! Su hijo vuelve a sus obligaciones en la capital y don Santiago a su rutina habitual. Mate amargo ni bien amanece, muchas horas con sus plantitas, el envasado y la venta de la miel, y antes de las doce un delicioso guisado casero que prepara en un improvisado fogón muy campero, pero efectivo. Sin embargo esta vez no reparó en que soplaba una brisa más fuerte de la habitual, y en sus intentos de mantener encendido el fuego soplaba para avivar la llama, a tal punto que comenzó a toser por el humo. De pronto, ¡¡¡HORROR!!! Todo su mundo otrora colorido trocó en oscuridad.
“¿Qué sucede, Dios mío?”- clama sorprendido don Santiago, que de pronto ha perdido la visión completamente. Es tal su desazón que se hinca de rodillas allí mismo y le pide Dios con total convicción y fuerza que le libre de ese tormento terrible. Luego se encierra -por primera vez en su vida- en su casita y se tiende en la cama lleno de angustia y desesperación. Transcurren los días y nada se sabe de don Santiago (quien continúa encerrado a cal y canto en su modesta casita). Es algo muy inusual, porque siempre se le veía en su patio al aire libre, afanado en sus quehaceres. Sólo entraba a la casa cuando se ocultaba el astro rey para higienizarse y luego asistir al templo, y por las noches para dormir no más de seis horas. Hasta la infaltable siesta la gozaba tendido cuán largo era sobre el acogedor pasto. Juancito, el hijo menor de los González, compañero de fe y discípulo honorario del venerable anciano, decide desentrañar el misterio y cruza el improvisado portón exterior para ir hasta la puerta misma de la modesta vivienda. Golpea las manos varias veces, pero nadie contesta, entonces coloca su oreja contra la puerta y al hacerlo así escucha una vocecita apagada que le dice que entre nomás, que está sin llave (no olvidemos que aún quedan sitios en donde los habitantes locales no cierran la puerta de calle con llave y trabas, como en las grandes ciudades). Cuando por fin entra, no puede creer lo que ve, allí está el anciano recostado en la cama, muy delgado y envejecido. Apenas es un montoncito de huesos que ni siquiera abulta en el lecho. El joven muy preocupado se acerca a su cara para preguntarle qué lo aquejaba y al hacerlo repara en las gafas de don Santiago que están ennegrecidas de tizne. El buen anciano le cuenta que no se explica qué le ha sucedido pero que ya no ve más, que todo su mundo se ha oscurecido. También le dice que si es una prueba de Dios Padre, que él la acepta como tal, ya que si Jesús sacrificó su propia vida por salvarnos, el también tendrá que superar este trance. El joven nada dice, pero le ayuda a higienizarse, y mientras, prepara una sopa bien caliente para su amigo. Cuando lo ayuda a sentarse en la cama y le da a beber el reparador brebaje, le quita las gafas como al descuido y se las limpia bien con un pañuelo húmedo, luego se las coloca al distraído anciano que bebía su sopita muy entusiasmado y, ¡¡¡Oh, sorpresa!!! Volvió la catarata de colores a la vida de Don Santiago.
Moraleja: Quita el tizne de la naturaleza caída que aún more en ti y mejorará tu visión del mundo que te rodea y de la vida misma. Libérate de esa suciedad y permítete gozar de la inmensa alegría de ser hijo de Dios.
El rostro de Dios
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Dice el versículo 26 del capítulo primero del Génesis: "Y por fin dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra..."; y dice el 27: "Crió, pues, Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios le crió..." En una de las tradiciones sufis del siglo X d.C., ¡hace más de un milenio!, el eneagrama tenía un nombre bellísimo: El Rostro de Dios. Una, no la única, de las interpretaciones, es que cuando nace un niño, la Luz Blanca Divina se refracta en un prisma generando nueve colores y de uno de ellos es la Chispa Divina que cada ser humano recibe y poseerá por el resto de su vida: su virtud. La Compasión de la Verdad, El Amor Activo, La Serena Perfección, La Libertad del Humilde, La Verdad Esperanzadora, La Armonía Original, La Generosidad Omnisciente, La Valentía de la Fe, La Templanza del Gozo... Imposible decidir cuál es más hermosa... Todas son cualidades del Ser, Atributos de Dios. Esto significa que mi número en el eneagrama es la vía o forma con la cual puedo expresar como está presente en mí, la imagen y semejanza de Dios. Nada menos. Por eso la persona vale por lo que es y si cada uno de nosotros tenemos esa imagen y semejanza, ¿qué hace mi número en el Eneagrama? Me muestra el camino, la metodología y a la forma con las cuales puedo y debo expresar y vivir, ya que está viva en mí, la imagen y semejanza de Dios. Y el Uno lo expresa como Uno, el Dos como Dos y el Tres como tal... Así, todos los seres humanos hasta el Nueve. Según estos sufis, cada uno de los números en el Eneagrama, es como una piedra preciosa en la cual se refleja la Luz de Dios en forma inequívoca, única e irrepetible. Esto indica que los sufis ven al Eneagrama como un mosaico, cuya belleza está en la variedad de sus colores... de todo el colorido. Ese colorido lo da cada una de las piedras, siendo el color que le corresponde ser. Si faltase una piedra u otra, se produciría un vacío y el Mosaico estaría incompleto. A una piedra yo no podría darle el color que ella no puede dar, a ninguna otra tampoco. Pero a cada una de ellas, sí tengo el derecho de pedirle el color que debe dar. De allí que afirmemos que ningún número es mejor que otro. Debo solo esperar de él, o pedirle, la Luz que le corresponde dar. Es posible que en un momento dado, según de dónde provenga la luz, una piedra ilumine más que otra. Pero en otro momento, por la misma razón, ilumine menos. Por eso la maravilla de la vida, espectáculo de Luz y Sonido, es una compilación de colores, de luces, de reflectores que van cambiando. La enseñanza inherente es que hay que respetar y aceptar a cada uno como es y que los números no se discuten ni se oponen. Lo que se opone es la actitud que yo tomo ante otra persona -mi pasión- también característica entre nueve posibles. Quiero que todos sean como yo, como mi número, lo cual aparte de complicado me empobrece. Si pretendo que todos sean como yo, lo que estoy es tratando de impedir que el Rostro de Dios brille en el mosaico, y mi llamado no es a exigir e imponer a los demás que sean como yo. Mi llamado es a que mi corazón sea el espejo que refleje la luz de Dios con ese bello color propio. ¡Que hoy y siempre renazca en cada uno de nosotros el niño Dios e ilumine su entorno con el color de su brillo natural!
Los colores del cristal El otoño va tiñendo de oro y barro las copas de los árboles. También de cobre y sangre. La intensidad de tonos del bosque penetra las honduras del alma, cortando la respiración de pura belleza. La condición previa: haberse quitado las gafas de sol del verano. Siempre se ha dicho que la vida se ve según el color del cristal con que se mire. Es un dicho popular cuya verdad continuamente se olvida por su propia obviedad. Sin lugar a dudas, los cristales ahumados oscurecen la realidad que nos rodea, pero hay personas que parecen llevar continuamente gafas de sol en los ojos de la mente y del corazón. Todo lo ven negro, sucio, injusto, mortecino y nublado. A todos puede ocurrirnos lo mismo en algunos momentos del día, algún día al mes o en algunas etapas de la vida. Cuando nos pasa, estamos absolutamente convencidos de que la realidad ha cambiado de repente o de que nunca la vimos tal cual era. ¡Hasta tal punto llegamos a confundir el color del cristal con aquello que vemos! Aunque, en este caso, sería más acertado decir, con aquello que no vemos de verdad, porque lo vemos de un modo distorsionado. La distorsión cognitiva en Psicología es una creencia irracional, una interpretación no funcional de la realidad que tiene consecuencias en las decisiones que tomamos y en la conducta que seguimos. Influye decisivamente en lo que se llama perturbaciones o trastornos de la personalidad. Pero podría decirse que una serie de distorsiones cognitivas conforman una visión del mundo y, a la larga, un carácter, una forma de ser. Y todos las tenemos ya que todos hemos introyectado -aceptado sin digerir- órdenes y mandatos de los padres, algunos de sus miedos y obsesiones, de la cultura familiar que heredaron a su vez de sus padres y abuelos y, en definitiva, parte de su forma de ver el mundo y de interpretar la realidad. A medida que crecemos vamos asimilando las creencias y manías de algunos profesores y de otras personas que tuvieron un contacto especial o más prolongado con nosotros. De algunas nos deshacemos con cierto esfuerzo, pero otras crecen con nosotros como parásitos en las neuronas y en los intestinos hasta que las hacemos nuestras. La sociedad acepta, si bien con ciertos límites -las leyes aplicables y las pautas sociales dominantes-, el que podamos ver la vida con distintos colores. La Psicología clásica y la Psiquiatría no se ocupan, por tanto, de las personas adaptadas a su entorno familiar, laboral y social. Aunque se puede sufrir internamente por un exceso de adaptación o, por el contrario, por no poder encontrar un medio para compartir y desarrollar, por ejemplo, el ansia de trascendencia. Así pues, si alguien atraviesa lo que Stanislav Grof denomina una "emergencia espiritual" -un despertar de la conciencia o una crisis mística- y no la puede integrar porque no encuentra a su alrededor el marco teórico ni las personas que puedan acompañarle, probablemente acabará en un psiquiátrico diagnosticado como psicótico. De esto se ocupa, entre otros asuntos, la Psicología transpersonal, que considera la dimensión espiritual del ser humano. En este sentido, es como si el sistema permitiera que cada uno utilice las gafas que quiera con tal de que estén dentro de su almacén de gafas, otra forma de llamar a los paradigmas imperantes. Pero los paradigmas también se basan en creencias e intereses. Por ejemplo, Giordano Bruno fue quemado en la hoguera, en el año 1600, por mantener algo hoy día admitido y que Copérnico había descubierto unos años antes: que la tierra giraba alrededor del sol, y no al revés. El Papa que le persiguió fue canonizado como santo, pero nadie se acuerda hoy día de él. La Historia, sin embargo, ha hecho justicia al "hereje" que no se retractó ni se plegó al paradigma geocéntrico de la época. Sus estatuas recuerdan el precio que se puede pagar a veces por ver la verdad y proclamarla a los cuatro vientos. En este caso, una verdad científica incontrovertible y no una verdad religiosa o política, que no son sino visiones contempladas con cristales teñidos de colores. Pero no se trata de un juego de niños. La mayoría de las guerras han necesitado y siguen necesitando una enorme distribución de gafas para que los combatientes murieran y sigan muriendo por su Dios y su religión, por su país y por su bandera. Sin esas gafas hubieran visto y seguirían viendo verdades puras y duras, como los intereses territoriales de reyes y tiranos, los planes estratégicos de colonización o la lucha por la posesión de los recursos existentes: petróleo, minerales, yacimientos de gas, tierras fértiles, rutas marítimas y aéreas, mercados de consumidores... La violencia necesita cargarse de razones, sobre todo si los que mueren son los otros.
Puedo imaginar a George Bush y a Sadam Hussein discutiendo a solas su visión del mundo y sus respectivos intereses. Ambos con las gafas rojas de la ira por los agravios recíprocos recibidos o las verdes de la envidia por lo que el rival tiene o las amarillas de la impotencia de no poder eliminar con apretar sólo un botón al satán que creen tener enfrente. Si estuviesen obligados a compartir mesa y habitación durante una semana, sin asesores ni guardaespaldas, sin informes repletos de cifras y hechos, sin la Biblia ni el Corán de donde sacar frases para cargarse de razones, sino únicamente con fotos de muertos y enfermos, de víctimas y escombros, de caras suplicantes de madres y niños, tal vez pudieran mirarse a los ojos y ver el asomo de una lágrima salada, el destello de un miedo inconfesable, el brillo de una posibilidad de colaboración... Simplemente tendrían que destruir antes su almacén de gafas de colores. La destrucción de armas podría venir después. Los posibles gases almacenados son mortales. Las bombas -atómicas o no- que apuntan objetivos enemigos son devastadoras. Pero todos tenemos un Bush y un Sadam dentro. ¿Quién no se ha visto cargado de justa cóleraante la injusticia del mundo, la lentitud de la burocracia, la inseguridad ciudadana, la suciedad de los parques o la "irresponsabilidad" de la juventud? Si nos quitamos las gafas de la ira, tal vez veamos que en cierto modo hemos contribuido, por acción o por omisión, a aquello que criticamos. A veces nos ponemos las altivas y nacaradas gafas del orgullo ofendido. El otro debe saber lo ingrato que es por no corresponder a todos nuestros desvelos, a nuestra generosidad "desinteresada". Lo pagará con nuestro silencio y olvido. Pero hay quien prefiere llevar las gafas arcoiris para que vean sus ojos del color que cada cual prefiera. Un modo como otro de agradar a cualquier precio , traicionando el ser que se lleva dentro, bien escondido, por si a alguien no le gusta. Se vende el alma al mejor postor con un buen envoltorio. Las gafas verdes de la envidia nos convierten en víctimas permanentes. Por mucho que tengamos, el otro siempre parece más feliz, más justamente recompensado o, simplemente, que las cosas le caen del cielo, que no tiene que esforzarse tanto por tener o mantener una pareja, una casa, un trabajo, unos hijos o una vida social gratificante. Las gafas grises de la avaricia hacen que los recursos del mundo siempre parezcan escasos, la energía poca, los amigos raros, las emociones distantes, el espacio reducido y el horizonte nebuloso y envolvente. El color del cristal del miedo es marrón. Las caras de los demás desvelan gestos hostiles y miradas de desaprobación. Las decisiones han de ser medidas y pesadas, porque equivocarse es tabú y salirse de "lo que debe ser" atrae la reprobación y la exclusión social. El color de la gula es rosa. Todo está buenísimo y no hay situación terrible de la que no se pueda salir ni problema pavoroso que no se pueda solucionar. A Peter Pan todo le parece un juego y cualquier juego es divertido hasta que aparece otro más excitante. El color rosa impide ver el dolor ajeno, porque nunca se contacta con el dolor propio de haber sido un niño abandonado o no suficientemente querido. El color de la lujuria es violeta. El mundo es intenso o no es. La vida se toma por los cuernos, como el toro, o no es vida. La acción es trepidante si todo es azul intenso como el agua de los mares del Sur. El deseo se nutre de la satisfacción inmediata y sin pedir permiso. No vaya a ser que no se lo den a uno. Las gafas de la pereza son marfil pastel. Cualquier tono más intenso puede producir el riesgo de suscitar emociones incontenibles y punzantes deseos. Entonces hay que hacer un esfuerzo por satisfacer la necesidad adormecida. Mejor olvidarse y hacer que los demás hablen de sí, soliciten lo que quieran y ponerse a su servicio. Al menos se estará incluido en la gran sopa de gallina grupal. Los colores, por supuesto, son metafóricos. Es posible que para alguien la envidia sea amarilla y la lujuria roja. Pero lo importante es que el color más habitual con el que se tiñe la realidad llega a impregnar la forma de ver la vida, y la vida misma, hasta constituir un carácter, que no es otra cosa que un conjunto de estrategias para contactar con el entorno, para defenderse de peligros imaginarios, para manipular la realidad según los propios deseos. Siempre el ego al servicio de una pasión dominante. Cuando uno se despoja de cualquier tipo de gafas -y estoy seguro que ocurre muchas veces en la vida cuando ésta nos hace bajar al fondo del pozo y tocar fondo-, la Realidad se presenta desnuda, con toda su
belleza y esplendor, con toda su grandiosa tragedia, con un terrible descarnamiento que normalmente evitamos por doloroso. Pero no es necesario quedarse sin gafas de repente -no vaya a ser que nos deslumbremos-, teniendo que esperar para ello la muerte súbita de un ser cercano, el padecimiento de una enfermedad grave o el desencadenamiento de una profunda crisis existencial. Podemos practicar con gafas más ligeras: las transparentes con lentes de aumento del humor, que nos hacen ver lo grotesco y lo cómico de cualquier situación, o las ligeramente irisadas de lapoesía, que nos ayudan a ver la belleza en el corazón de un guijarro o en lo efímero de una nube pasajera. Si tenemos la suerte de disponer de gafas de todos los colores, de poder cambiarlas a nuestro antojo y de no necesitar andar todo el día con ellas puestas, la Vida se nos desvela instante a instante en todo su esplendor. Este esplendor nos incluye totalmente, al tiempo que nos invita a abandonar armas y bagajes, para fluir en la Gran Corriente que desemboca en el Mar que a todos nos espera.
Eneatipos
Si bien cada uno de nosotros podemos considerarnos como un cóctel eneagramático o amalgama en el cual poseemos rasgos de todo el espectro del Eneagrama, también es cierto que en cada uno de nosotros hay una piedra angular, tendencia dominante o “piedra de toque” que determina nuestra cosmovisión o estrategia vital, es decir: para cada ser humano sobre el planeta existe un sólo Eneatipo básico, aunque lo exprese de manera muy particular y característica, de acuerdo a su respectiva individualidad. Nuestro Eneatipo deviene entonces tanto en nuestro talón de Aquiles como en nuestro demonio particular y al mismo tiempo se convierte también en la arcilla a trabajar y en el escultor que la talla. Las personas con un mismo estilo de personalidad comparten unas estructuras básicas y unos supuestos centrales; estrategias y referencias subyacentes. Sin embargo, cada uno de ellos vivirá y expresará su estilo del Eneagrama de forma única. Aunque aquellos del mismo tipo comparten una pérdida de la misma calidad esencial, cada individuo tiene su propia y única manifestación del tipo. Este sistema del Eneagrama está diseñado para honrar esta individualidad y reconocer que cada ser humano es único e irrepetible. El Eneagrama hace un llamado a evitar el uso de la información con fines de control o de manipulación hacia los demás. No se trata de ganar poderío u obtener control sobre otros, sino de comprender nuevos puntos de vista, cómo difieren ellos de la forma en que vemos la vida, y las dificultades que ellos experimentan o evitan como resultado de ver el mundo en la forma como lo hacen, es decir: permitirle al otro que me muestre su
"verdad", acceder a otras formas de comprender el mundo que me rodea, completarme y verdaderamente poder “ponerme en los zapatos del otro”; además de descubrir la parcialidad de mi “mapa de la realidad”. Los invitamos a conocer las descripciones de los Nueve tipos de personalidad:
http://www.personarte.com/eneatipos.htm
Las pasiones capitales El carácter como deformación de la personalidad
De niños nos enseñaron que eran siete los pecados capitales y que de ellos derivaban todos los demás. Siendo "cabeza" y origen de todos los pecados, eran "mortales" de necesidad, de modo que, si uno se moría sin confesar, aunque hubiera cometido sólo uno de ellos, se iba de patitas al infierno: el orgullo, la ira, la envidia, la avaricia, la gula, la lujuria y la pereza no eran simples pecados veniales que se perdonaban rezando un Avemaría o un Padrenuestro. Con los años, he logrado comprender que lo que en el colegio llamaban "pecados" son en realidad pasiones dominantes del ser humano, ilusiones u oscurecimientos de la realidad, que achican nuestra comprensión del universo y que se convierten en hábitos y mecanismos de defensa que conforman un carácter, una manera de ser que nos impiden llegar a ser. Ser libres y espontáneos, en armonía con nuestro entorno. En este sentido, sí que nos condenan a nuestros propios infiernos, que no son otra cosa que los círculos cerrados que creamos, el laberinto personal en que nos vamos perdiendo desde la infancia, persiguiendo aquello que más necesitamos y de lo que más nos defendemos: el amor. Sin embargo, se dejaba de lado la vanidad y la cobardía, tal vez, porque la hipocresía y las falsas apariencias que producen la primera se consideraban pecadillos, y porque el miedo, generador de la segunda, ha sido el motor sobre el que se han basado gran parte de las principales religiones de la historia de la humanidad. En el fondo, como proclama Patanjali, el clásico de la filosofía perenne de la tradición hindú, los obstáculos del camino, como la prepotencia, la lujuria, el odio y el apego, se reducen a "la oscuridad de la ignorancia, que es el campo donde florecen las demás". En esto coincide con el punto de partida de la búsqueda filosófica de todas las épocas y de todas las culturas, así como de la mayoría de las tradiciones espirituales, que ha sido salir de la ignorancia sobre la propia identidad: responder a la pregunta esencial de quiénes somos en realidad, más allá de la genética que heredamos, del nombre que nos pusieron, de las sucesivas identificaciones que vamos adquiriendo a lo largo de nuestra biografía y de la "máscara" o "persona" en que nos hemos ido convirtiendo.
Hace ya algunos años que han salido a la luz diversos trabajos divulgadores de una vía espiritual y psicoterapéutica, que hunde sus raíces en la tradición esotérica de la comunidad afgana de los Sarmouni, -síntesis de budismo e islamismo con influencias zoroástricas-. Como ya se ha indicado, fue sistematizada por Gurdjieff dentro de su "Cuarto Camino", transmitida a prestigiosos buscadores de todo el mundo por el maestro espiritual Oscar Ichazo e investigada, completada y sistematizada -motivado por el uso erróneo y comercial que algunas personas estaban haciendo de esta vía, en su origen espiritual- por uno de los pioneros del Movimiento para el Potencial Humano, el psiquiatra chileno y creador del Instituto SAT (Seekers After Truth - Buscadores de la Verdad-), el Doctor Claudio Naranjo. Hoy día se conoce como Eneagrama, que sería una especie de mapa cósmico, que representa geométricamente las leyes universales e indica un posible camino de conocimiento y de realización. Lo más fascinante de esta herramienta psicoespiritual es que constituye una Vía que puede convertirse en toda una Guía de vida y en una forma de ser y de estar en el mundo, pero que, al mismo tiempo, no se erige en un sistema cerrado para justificar la propia conducta o clasificar a los demás. Recuerdo cómo, en los años 60 y 70, quienes se acercaban al estudio de sí quedaban atrapados en tipologías de tipo constitutivo -se era físicamente atlético, asténico o pícnico, o temperamentalmente colérico, flemático o sanguíneo- o planetario -se era venusiano, jupiteriano, lunar, solar, etc, según la mayor o menor influencia de un astro-. Quienes se acercaban a la terapia se familiarizaban con términos como compulsivo, obsesivo, narcisista, histriónico... Todas estas tipologías servían como primera aproximación o para diagnosticar los síntomas, pero no para ahondar en el núcleo de la personalidad. Desde esta perspectiva, cualquier neurosis no sería sino una particular búsqueda y pérdida de Ser, una estrategia dominante que acerca a la ilusión de la meta, pero que nos mantiene siempre sedientos. Las nueve pasiones, basadas en otras tantas distorsiones cognitivas, se convierten así en formas personales de buscar el núcleo del verdadero Yo -y de alejarse sin saberlo del mismo-. A su vez, generan nueve tipos de carácter, abordados en los siguientes capítulos, que podrían sintetizarse, a riesgo de simplificar, como sigue: