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UN PARAJE SINGULAR

Nuestra ruta de este mes se desarrolla de forma íntegra en el municipio de La Oliva, el más septentrional de Fuerteventura. Se inicia al pie de la montaña de Tindaya, lugar sagrado para los antiguos mahos y símbolo natural de la Isla.

Comenzamos a andar desde el pueblo homónimo, que abandonamos por la calle de la Virgen de la Caridad. Desde aquí, seguimos la carretera que conduce, atravesando las solitarias y áridas llanuras majoreras, hasta la costa noroccidental de la Isla. Al cabo de poco más de seis kilómetros, entre arenas y matorral bajo de algoaera y brusquilla, alcanzamos el océano, en las inmediaciones de la punta de Paso Chico.

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Estamos en un paraje singular, muy diferente de las típicas estampas majoreras. Aquí, las costas bajas, arenosas y pobladas de dunas que habitualmente asociamos con Fuerteventura son sustituidas por paredes rocosas de treinta metros de altura que se precipitan hacia el mar.

Es algo que sucede también en el resto de las Islas: son estos sectores los más expuestos al efecto de las borrascas atlánticas, que a lo largo de millones de años han hecho retroceder el litoral ante el empuje de sus olas. Solo en algunos puntos, como las desembocaduras de los barrancos, o en los entrantes del accidentado litoral de Tindaya, existen pequeñas bahías que permiten la deposición de arenas.

Es lo que ocurre en las preciosas, recónditas y tranquilas playas de Esquinzo y del Águila. El agradable recorrido por los acantilados, que solo interrumpimos para salvar el profundo tajo del barranco de Esquinzo, se prolonga durante alrededor de ocho kilómetros, hasta la punta del Mallorquín. Aquí, los farallones mueren y dejan paso a las amplias playas del Aljibe y del Castillo, antesala del pueblo de El Cotillo, donde termina nuestro recorrido.

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