ilustraciรณn: Yuko Shimizu
Fue en el preciso instante del ascenso
Fue preciso el instante
-cinco segundos viajeros-
en que la muerte se llevรณ tus ojos
que contemplaste la lujuria
para dejarte sumido
sobre nuestras cabezas
en la fiebre de la locura
Candente arpegio acompasando la caída un corazón enraizado mira el infinito bajar y elevarse de nuevo en fractal secuencia -imagen hecha verbo-
Viaja el universo entre dos espejos como un pétalo a punto de llegar al suelo instante precisamente hecho para quedarte suspendido a cinco centímetros por segundo. -Sergio Ángeles
LA IDENTIDAD PERFORMATIVA DE JUDITH BUTLER p o r Ca r lo s Fo n s e c a Hernández & M ar ía L uis a Q u i ntero Soto
¡ABSTENERSE, LOCAZAS! Po r A s ie r S antamari c a
Less lib ro Pu l l i tzer de A n d rew Sean
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de Judith Butler
p e r f o r m aa t i v a
La identidad
L
os estudios de género han sido emparentados con la Teoría Queer, pues ambos discuten las identidades, reformulando nuevos procesos de identificación y de diferenciación en torno a la sexualidad. Judith Butler ha ejercido una gran influencia dentro de la teoría feminista y en los estudios queer por proponer una concepción del género imitativa y representativa. Gender Troublees el texto iniciático de la Teoría Queer; en él Butler señala que el género es esencialmente identificación, que consiste en una fantasía dentro de otra fantasía: El género se define, de acuerdo con Butler, en lo que denomina el performance, esto es, la repetición que imita constantemente la fantasía que constituyen las significaciones de manera
“el género es esencialmente identificación, que consiste en una fantasía dentro de otra fantasía” encarnada. Bajo esta visión, los comportamientos tan criticados como el amaneramiento de algunos gays y transexuales, o las relaciones butch (camionera)/feme con su imitación particular del género revelan, según Butler, la estructura imitativa propia del género.
En “Imitación e insubordinación de género” Butler se cuestiona sobre la posibilidad de teorizar como lesbiana, por ser esta una categoría de identidad, un requerimiento a convertirse en aquello que ya se es. Las categorías de identidad tienden a ser instrumentos de regímenes regularizadores, tanto si obran como categorías normalizadoras de estructuras opresoras, como si sirven de encuentro para una oposición liberadora. Es decir, la categoría “lesbiana” es tan reguladora como lo es la categoría “heterosexual”. Para Butler, cualquier categoría de identidad controla el erotismo, describe, autoriza y, en mucho menor medida, libera. La teoría no debería entenderse en el simple sentido de contemplación desinteresada, sino que es totalmente política. Butler rechaza convertirse en defensora de alguna teoría que legitime y domestique los estudios sobre homosexualidad/lesbianismo para entrar en el mundo académico, a través de prácticas elitistas. Parte de la idea foucaultiana de que hablar de “homosexualidad” es en sí mismo una extensión del discurso homofóbico. Nombrar el lesbianismo es al mismo tiempo evocar al instrumento de poder, pero también un punto de resistencia a la opresión. ¿La sexualidad deja de ser sexualidad tras someterla a la absoluta explicitud?
Tex to : C ar l o s Fo n seca Her n án dez & M ar ía L u is a Q u intero S oto Foto : C h r is P h il l ip s Mo del o s : Caro l St il er & Jo ao Gu edes
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Foto : Cade Mog a
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Butler afirma que los vocablos “lesbiana” y “gay” no brindan ninguna revelación transparente. Existen por la necesidad de representar a un sector político oprimido. Como paradigma de lo que exige ser controlado, regulado y clasificado en un espacio de ruptura, confusión y conflicto. Esta es la finalidad de los discursos médico-jurídicos que han definido a gays y lesbianas como identidades imposibles, desastres naturales y errores de clasificación. Butler considera que la naturaleza de la homosexualidad es como un disfraz necesario cuyo objetivo es “representar”: soy lesbiana de una forma más totalizadora y completa mientras la representación exista en la forma en que esa naturaleza lesbiana se afirma, se instituye, circula y se crea. No se trata de una actuación, de un “yo” que interpreta su lesbianismo como un papel, sino de un juego arraigado en lo psíquico a través de una repetida representación del “yo” lesbiano.
Foto : G eorg e St r ift ar is
Para Butler todo lo que somos es una imitación, una sombra de la realidad. La heterosexualidad forzosa se presenta como lo auténtico, lo verdadero, lo original. “Ser” lesbiana es una forma de imitación, un nulo esfuerzo por participar en la fantasmática plenitud de una heterosexualidad naturalizadora. El travestismo no es una imitación de un género auténtico, sino que es la misma estructura imitativa que asume cualquier género. No hay género “masculino” propio del varón, ni uno “femenino” que pertenece a las mujeres; el género es consecuencia de un sistema coercitivo que se apropia de los valores culturales de los sexos. Es un modo de representación y aproximación, razón por la cual el travestismo es la forma más corriente en que los géneros se teatralizan, se apropian, se usan y se fabrican. La heterosexualidad debe asumirse como una repetición coercitiva y obligada de los fantasmas ontológicos “hombre” y “mujer”, que exigen ser los fundamentos normativos de lo real. Sin embargo, el sujeto no elige la actuación del género libremente, sino que tal representación de la heterosexualidad es obligatoria, bajo amenaza de sufrir castigo y violencia por cruzar las fronteras del género; aunque la transgresión también provoca encanto y placer.
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BARRAGÁN SS18
Que tire la primera piedra la que jamás ha llamado
ZA
loca a un maricón. El que al ver esa feminidad impostada, teatral, casi paródica, no se ha sentido silenciosamente cómodo. Cómodo, porque
cuando lo artificial se hace
explícito, lo escondido (pero igualmente artificioso) se
disfraza de natural. Performar el género conscientemente y en todo su espectro es mi acto de resistencia favorito. De
resistencia y de ataque. Estoy
Texto: Asier Santamarica Publicado originalmente en Píkara Magazine
fuera de mí y, por ello, me llaman “loca”.
Abstenerse
locazas
ARIC Me encanta ser marica. Y cada vez más. Desde la marginalidad de mi identidad, me permito a mi misme berrear contra un sistema que me quiere dócil, musculado, masculino y casado. Y lo hago saboreando mi subversión, gastando el dinero del gym en viajes, poniéndome pelucas y follando con amantes en vez de con novios.
Nací en el 95 y, a diferencia de muchas otras que vinieron antes de mí, siempre supe lo que era un homosexual. Encendía la televisión y podía buscar referentes. Sin embargo, la aparente visibilidad ocultaba un mensaje, no tan explícito, pero igualmente imprimado. “Tu sexualidad no te define. Tan sólo eres un hombre que se acuesta con hombres. Eres normal”. No fue hasta hace un par de años que se saltaron las costuras de mi traje de homosexual. Leyendo a Preciado, descubrí que esta palabra, aparentemente neutra y amable es, en realidad, una categoría médico-jurídica, surgida a mediados del Siglo XIX. La identidad homosexual surge en el contexto de un nuevo discurso sexual en el seno de una sociedad capitalista e industrial en la que los individuos debían ser categorizados en torno a su capacidad reproductiva, y dado que dos peras, o dos manzanas, nunca dan lugar a más trabajadores precarios, nos fue asignada esa iden-
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Sintiéndome traicionado, empecé a buscarme de nuevo y comencé mis andaduras en el activismo LGTB. En esos lugares descubrí que el vestido de Gay sí que me entraba, porque ésta etiqueta es política y subversiva, producida por mujeres trans, putas, chaperos, travestis y minorías étnicas en Estados Unidos. Todas ellas, conmigo, unidas y en formación de ataque. Gay y homosexual no son sinónimos de la misma forma que “Discapacidad” y “Diversidad funcional” no expresan palabras, sino conceptos antagónicos. Uno, médico-jurídico; otro, subversivo y empoderante. Pero gay es una palabra tan bella como desvirtuada. Atrás ha quedado la guerra de Stonewall, o Sylvia Rivera o Marsha P. Johnson, o tantas otras locas anónimas que fueron encarceladas, torturadas y violadas. Ahora hay gays sentados en congresos y oficinas, gobernando sobre los úteros de las mujeres y mandando tropas a Siria. Funcionarios homosexuales que nos hacen creer que el matrimonio igualitario es el último lugar de nuestro activismo, y que en un insultante ejercicio de cinismo, invitan a sus bodas a los mismos compañeros de partido que votaron en contra de que ejercieran ese derecho. No. Este traje no puede ser el mío. Recuerdo ahora una de mis primeras excursiones al ambiente. Aún menor, rezumante de feromonas, acabé hablando con un chico en la barra de un bar. Tras intercambiar teléfonos y un par de besos cómplices, se levantó y descubrí sendos tacones en sus pies. Me sentí humillado. “Me gustan los hombres”, me repetí a mí mismo durante todo el viaje de vuelta. Al llegar a casa, me escribió. Nunca llegué a contestarle.
Óleo: Meghan Howland, 2016
S
iempre me fascinó la figura del loco en la literatura. Ese ser ambiguo y deformado al que nadie toma en serio y que utiliza el desprecio colectivo para decir lo que nadie puede. Todo su discurso es rechazado por el filtro de la cordura impuesta. Loco es el que hace locuras. Loca, la que hace mariconadas. Y si, como decía Foucault, el loco es el mayor cuestionamiento a la razón, entonces la loca es el mayor cuestionamiento al heteropatriarcado. Pobre heteronorma, que sin saberlo, nos empodera al insultarnos.
tidad. Los antiguos griegos no eran homosexuales. Intentar utilizar este término para describir sus prácticas y afectos es tan estúpido como erróneo. ¿Y mi identidad? ¿Y mis prácticas y afectos? ¿Verdaderamente iba a permitir que juristas y clínicos de hace más de 300 años les pusieran un nombre adscrito a mi capacidad reproductiva?
Dice el funcionariado homosexual que la normalización es la meta. Y lo dice no solo con su discurso, sino con sus prácticas, afectos e identidades. “No me gustan las locas” o “Gente masculina y normal” son dos mantras que religiosamente se recitan en chats, aplicaciones de citas o barras de bar. Sexualidades basadas en la genitalidad que intentan implantar en el culo del pasivo una vagina disfuncional, y en su cuerpo, un amago de mujer.
La normalización de la identidad homosexual en este sistema pasa necesariamente por replicar roles heteropatriarcales, con la particularidad que la transfobia estructural y la misoginia genera. La masculinidad es una vez más la identidad válida y legítima, mientras que la feminidad, la mariconada, ya no es sólo expresión de sumisión; es también, y sobre todo, artificio.
Es ahora, perdide entre estos desvaríos transfeministas, cuando me reencuentro con esa figura del loco y vuelvo, feliz, a la marginalidad que nos parió a todas. Después de matar al homosexual y llorar sobre la tumba del gay normalizado, me supe Marica. Y en este nuevo disfraz, os grito a todas: ¡QUE VIVA LA LOCA!
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ess, la novela de Andrew Sean, ha sido galardonada con el premio al mejor libro del año en los Pullitzer. Una novela que habla de un escritor fracasado, a punto de cumplir de los 50, que escapa de su pueblo para evitar vivir la boda de su ex novio. Gracias a eso, vivirá una serie de aventuras por el mundo que le cambiarán la vida. Es la sexta novela del autor y refleja lo que es la vida de un hombre gay cuando llega a cierta edad y aún tiene duda sobre la vida, su profesión, sus parejas... Es una novela que todos los que la han leído la recomiendan porque viene a hablar de un momento que toda persona LGBT llega a vivir en su vida de una forma cautivadora, realista y emocionante. Celebramos que este año haya habido tanta representación LGBT en los premios Pulitzer, ya que mantienen el prestigio y premian la calidad en obras que perdurarán durante el tiempo y los años.
Men without fear NYFW18 miniserie
s a n c h e z- k a n e . c o m
Los textos y contenidos gráficos de esta revista se eligieron con un fin académico. No se hará uso comercial de la misma.
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