Estimados colaboradores, amigos y visitantes, Para el Grupo Bolsa Mexicana de Valores, es un gusto poder presentar la exposición y homenaje póstumo al Maestro Alejandro Martí García, como parte de nuestro programa de promoción cultural, después de haber llevado a cabo una cuidadosa selección de los trabajos más significativos, realizados por este artista mexicano. Alejandro Martí García, con su inigualable creatividad, dejó un gran legado en el mundo del arte. Sus obras nos transportan a un universo donde la imaginación se fusiona con la realidad, donde los colores y las formas se entrelazan para crear una experiencia visual única. Es por ello que, cada una de sus obras nos invita a adentrarnos en su mundo; descubriendo así, nuevas imágenes y significados. Estamos muy complacidos por poder compartir y disfrutar esta muestra excepcional, confiando en que gracias a ella, se logrará crear un espacio para reflexionar, inspirar y rendir tributo a la vida y obra de Alejandro Martí García. Sin duda alguna, su legado seguirá vivo a través de sus creaciones, las cuales seguiremos disfrutando con el paso del tiempo. Agradecemos la presencia de todos ustedes, esperando que el recorrido por nuestra galería e instalaciones, sea una gran e inolvidable experiencia.
José-Oriol Bosch Par
Director General Grupo Bolsa Mexicana de Valores
Desde su origen, la práctica del arte tiene la capacidad de purificar sentimientos y motivar reflexiones existenciales. Oficio que sirve a la necesidad expresiva de lo espiritual, ayuda a encontrar respuestas a los porqués del dolor y del gozo presentes en la vida. Cualquiera que quiera convertirse en su fiel devoto es bienvenido y en su práctica, tratar de encontrar lo que busca. De esa manera ejerció su creatividad Alejandro Martí (1950-2023), personaje de gran sensibilidad humana quien, paralelamente a sus aportaciones como empresario y activista, pudo desarrollar una de sus grandes e inevitables pasiones: la pintura. La selección de veinte piezas que exhibe la BMV es una muestra representativa del legado pictórico de Martí, que abarcó un poco más de dos décadas. Su travesía por la pintura tuvo dos etapas de gran contraste en sus motivaciones, mismas que estuvieron separadas por un periodo de suspensión. En la primera, descubrió el dibujo y la pintura como un respiro ante el trabajo empresarial, “un remanso dentro de las olas”, cuando se convirtió en su espacio íntimo de gozo. Sobrevino entonces una pausa de toda actividad artística en la que la felicidad se fue de tajo con la ausencia de su hijo Fernando, hecho que lo encaminó hacia el activismo social en pro del mejoramiento del sistema jurídico y policial -labor que le dio notoriedad pero que no le satisfizo del todo- ya que fue una causalidad surgida de una casualidad, como él mismo señaló, y no como una vocación en sí. En su segunda etapa, luego de asimilar la tragedia, retomó su trabajo como artista, con la intención de hacer catarsis, de purificar y transformar el dolor en arte, al pintar como un medio para reencontrar la felicidad. Su propuesta abarcó tanto figuración como abstracción, pero fue en esta última donde sus sentimientos hicieron mayor eco: el gozo y la melancolía, la satisfacción e insatisfacción, fueron traducidos a pinceladas firmes de trazo expresionista donde su alegría de vivir y tristezas imperecederas quedaron plasmadas: “lo que quiero expresar en el lienzo es lo que mi alma dicta”. En su última etapa, la pintura lo llevó a filosofar acerca de la vida y sus contrariedades, las veniales y las mortales, con la revelación de que no fue el único al que le ocurrían. A través del arte entendió que una vez que el sufrimiento se pierde, queda el dolor, pero llega la curación y es cuando, al igual que el añejamiento de un vino, el alma se suelta y puede manifestar caminos de formas, colores y sentimientos.
Si la forma es contenido, en la obra de Alejandro Martí queda demostrada su singular intuición: desde que empezó a pintar, fue incorporando colores de acuerdo con las emociones que experimentó: naranjas intensos y tonos cálidos, dejan escapar su alegría de vivir de las primeras épocas; luego, los negros, grises y cafés, que fueron la manifestación de sus sentimientos de inmovilidad y desdicha de las peores épocas, y por último, su siempre presente gama de azules que dan ejemplo de su liga con la melancolía, con lo infinito, con lo profundo e insondable, con su filosofar sobre el fenómeno de la vida. Su vínculo con la pintura fue de sobrevivencia: “Si no pinto, me siento mal, como los deportistas que corren todos los días y cuando no lo hacen, dejan de generar dopamina; en la pintura hay una sustancia en el cerebro del artista o del creador que necesitas, ¿qué es? No lo sé, pero la necesito”. De esa manera pudo “transformar el dolor y la muerte en sentimientos de fraternidad y en acciones de futuro de vida”, como definió atinadamente el periodista Ciro Gómez Leyva la relación de Alejandro con el arte. De esta manera, el legado artístico del cual se exhibe una pequeña muestra, sublima y concentra por medio de materia, forma, expresión y color, la catarsis lograda ante el sufrimiento y la reconciliación con la vida a través del arte y del amor.
Marian Villafañe
Observación cubana Acrílico sobre tela 112 x 112 cm
Encuentro ordenado Acrílico sobre tela 128 x 108 cm
Fuego Acrílico sobre tela 128 x 108 cm
Sin título Acrílico sobre tela 86 x156 cm
Sin título Acrílico sobre tela 181 x 220 cm
Ocaso Acrílico sobre tela 180 x 140 cm
Legados 1 Acrílico sobre tela 180 x 140 cm
Juventud en ciernes Acrílico sobre tela 122 x 91.6 cm
Huellas de la vida Acrílico sobre tela 120 x 100 cm
Encuentros cotidianos Acrílico sobre tela 80 x80 cm
Encuentro pasional Acrílico sobre tela 120 x 80 cm
Ave en el manglar Acrílico sobre tela 120 x 120 cm
Sin título Acrílico sobre tela 120 x 100 cm
Sin título Impresión giclée 20 x 25 cm