Concurso Literario En el PaĂs de los Espejos: Encuentro con la Palabra Primeras Jornadas de Literatura
New Model International School Septiembre 2015
Índice
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Categoría Sala de 5
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1° Premio: “Nicolás, Martina y el espejo mágico”
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2° Premio: “El espejo del valle hechizado”
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Mención: “El planeta triangular”
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Categoría 1°
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1° Premio: “La lucha de princesas y guerreros”
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2° Premio: “La varita mágica”
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Mención: “Las aventuras de la maga y el dragón”
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Categoría 2°
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1° Premio: “La princesa, el dragón y el espejo”
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Mención: “El laberinto del espejo”
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Categoría 3°
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1° Premio: “Un viaje por el espacio”
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2° Premio: “La maravillosa aventura de Arlequín en el mundo de los espejos”
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Mención: “Los locos de los espejos”
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Mención: “La casa mágica”
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Categoría 4°
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1° Premio: “La verdad de los espejos”
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Mención: “El museo de la tristeza”
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Categoría 5°
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1° Premio: “Entre los espejos”
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2° Premio: “El deseo perfecto”
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Mención: “Clonación reflejada”
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Categoría 6°
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1° Premio: “La gran estafa y el misterio del espejo”
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2° Premio: Sin título
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Mención: “Detalles pequeños pero importantes”
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Categoría 7°
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1° Premio: “La nueva especie”
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2° Premio: “Guerra”
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Mención: “Invasión de computadoras”
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Categoría 8 (adultos)
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1° Premio: “Médanos”
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2° Premio: “Tres candados”
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2° Premio: “El juego de los espejos”
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Mención: “Los millones de González”
Categoría Sala de 5 1° Premio: “Nicolás, Martina y el espejo mágico” Autores: Chloe Reilly, Delfina Persiano D´Erico, Clara Pipman, Catalina Alonso Rendo, Chiara Bordoni, Lucca Crisci, Manuel Giménez Luzuriaga, Bruno Heredia Sacot, Santiago Lapeyre Brunstein, Baltasar Marticorena Baraqui, Julieta Mendizabal y Esmeralda Tombesi. (Sala de 5 B)
Nicolás, Martina y el espejo mágico
Había una vez, en una isla muy lejana, una familia que se había ido de campamento. Estaban la mamá, el papá, el bebe, y los mellizos de 11 años, Nicolás y Martina. Mientras los papás armaban las carpas, los mellizos preguntaron: “¿Podemos ir a jugar a la playa?”. Los papás respondieron: “Si, pero tengan mucho con las enormes olas del mar”. “Ok, vamos a tener cuidado, sólo vamos a hacer castillos de arena”, contestaron los hermanos. Empezaron a caminar por un caminito de pasto, hasta que llegaron a la playa. Rápidamente comenzaron a construir un castillo con arena mojada, con palas y baldes que habían llevado desde el campamento. Para decorarlo, agregaron muchos caracoles de mar, almejas, hojas y una ramita. Para terminarlo, hicieron un pozo alrededor del castillo para que cuando llegaran las olas se llenara de agua. Tan lindo quedó el castillo, que quisieron hacer otro, al comenzar a cavar en la arena, vieron algo amarillo que llamó su atención. Lo desenterraron y vieron que era un espejo. Era muy antiguo y estaba todo cubierto de arena mojada, pero cuando lo tocaron, comenzó a brillar. Era un espejo dorado con el marco amarillo, que tenía unas raras palabras escritas:“BREDO, FRERO, BRALO, FRALO” . Cuando las leyeron apareció el poder del espejo que dijo: “Yo soy un espejo mágico que muestra el pasado, todas las cosas que se reflejaron en mi ustedes podrán ver, sólo tienen que pedir “Por favor”, y decir “Gracias” cuando ya no las quieran ver más. Si no dicen gracias, lo que pidieron ver se hará realidad”
Los chicos estaban contentos y muy entusiasmados y empezaron a pedir miles de cosas. “Por favor, queremos ver: Dinosaurios, a Atahualpa Yupanqui, un meteorito, una batalla de San Martín, reyes de diferentes países, y cómo se formó la tierra. Los chicos vieron todo esto muy asombrados y se olvidaron de decir “Gracias” para que estos pedidos vuelvan al pasado. Como empezó a hacer mucho frio y ya era de noche, volvieron al campamento. Durante la noche, escucharon alguien que tocaba la guitarra y cantaba, les llamó la atención, cuando se asomaron vieron que estaba Atahualpa Yupanqui cantando. En ese momento se dieron cuenta que no habían dicho “Gracias” y empezaron a correr hacia la playa para pronunciar esta palabra y solucionar el problema, como era de noche, y no veían nada, se chocaron con el espejo, y este se rompió en mil pedazos…
Categoría Sala de 5 2° Premio: “El espejo del valle hechizado” Autores: Sofía Jasnis, Hans Liu, Simón Formoso Lustig, Olivia Mengochea Galcerano, Teo Funes, Jonás Anderman Pellegrini, Francesca Donato, Felipe Alfie, Julián Yanquelevech Ortiz, Amelia Martínez Pasman, Lara Belski. (Sala de 5 A)
El espejo del valle hechizado
Había una vez un valle hechizado, en el que vivía una serpiente gigante llamada Nazaria. Nazaria era la encargada de cuidar el objeto más preciado de aquel valle, un espejo mágico, a través del cual se podía viajar hacia sitios encantados. Mora y John eran dos niños a los que les gustaba jugar y hacer travesuras por allí. Cierto día, mientras realizaba la guardia para cuidar el espejo, la serpiente Nazaria se quedó dormida, los chicos que se encontraban paseando cerca de allí se detuvieron al ver un reflejo, al acercarse vieron que provenía de un espejo y lentamente comenzaron a acercarse a él. A levantarlo pudieron ver como el reflejo de de su imagen desaparecía y poco a poco surgía la visión de un tenebroso pantano. Tanta fue la curiosidad que despertó en Mora y John que quisieron tocar con sus manos la imagen que veían y en ese momento fueron absorbidos por el espejo que los transportó al pantano en donde fueron capturados por un dragón y un águila, reyes de oscuro lugar. Pasadas unas horas Nazaria despertó de su siesta y vio lo que había sucedido con los niños. Quiso atravesar el espejo pero no pudo, lo intentó una y otra vez y le fue imposible. Debía encontrar la manera de rescatarlos de aquel tenebroso sitio antes de la puesta de sol, sino se quedarían para siempre en ese reino pantanoso… ¿Pero qué podía hacer?, tenía que pensar rápidamente una solución. Mora y John al entrar en el pantano tenebroso pantano salen con otros cuerpos Mora salió como un hada y John como un duende. La serpiente necesitaba entrar al pantano entonces fue en busca de una flor, una flor que su polen era mágico. Le saco todo el polen a la flor y la puso sobre el espejo mágico. Se empezó a abrir un portal entonces agarro el espejo y se metió en el. Al llegar al pantano ella no lucia como una serpiente, ni siquiera parecía un animal era una persona, pero no una persona común sino que su piel era como la piel de serpiente.
Cuando vio una cueva decidió entrar pero un agila y un dragón le sacaron el espejo y ella amablemente les dijo -estoy buscando a dos chicos -si quieres que te demos a los chicos tendrás que adivinar estas adivinanzas. Le dijo el dragón -¿todos los animales hablan el mismo idioma? Pregunto el águila La serpiente dejo de hablar y empezó a pensar. Luego ella recordó que naturalmente ella es un animal entonces con rapidez contesto que no. -muy bien. Dijo el águila -dejen salir a Mora y John. Grito la serpiente -Bueno. Dijo el dragón. -si queres te damos a Mora y John pero si adivinas esta adivinanza los transformaremos en los niños de siempre. Dijo el águila -bueno. Dijo la serpiente. -si el día se llamara noche ¿sería siempre oscuro? -No. contesto ella. Vos le podes decir como quieres pero siempre va a ser igual. Entonces John y Mora salieron de la cueva como eran. El águila les devolvió el espejo y todos pueden volver al valle. Al llegar la serpiente se transformo en el animal que era antes y se dio cuenta que ella sola no podía cuidar el espejo entonces convoca a otros animales para que la ayuden a cuidar el espejo mágico. Todas las tarde John y Mora iban a saludar a la serpiente y a los otros animales.
Categoría Sala de 5 Mención: “El planeta zombie triangular” Autores: Uma Beorlegui, Catalina Zakalik, Joaquina Lang, Benicio Nacello Bruno, Guadalupe Albarracín, Faustina Maizlisz, Agustín Stenta Samenlik, Lucío Bianchi Szpak, Santiago Miloni, Alejo de Sarasqueta, Valentín Vainer y Malena Flaiban (Sala de 5 A) El planeta zombie triangular
Hace mucho tiempo atrás en un lugar muy lejano existió un hombre llamado Juan, él era escritor de historias galácticas fantasmagóricas y fantásticas. Su gran amigo y compañero era Tito, su perro. Una noche de lluvia Juan estaba trabajando en su nueva historia de aventuras en la galaxia, la tormenta cada vez era más fuerte, de repente los ladridos de Tito que estaba en el patio y no podía entrar a la casa lo distrajeron de su trabajo. Juan se levantó de su escritorio para buscar a su perro. Bajó la escalera, se dirigió a la puerta que daba hacia el patio y cuando la abrió el cielo se iluminó de pronto y un gran rayo cayó sobre el patio, justo en el lugar donde Tito se encontraba. Juan corrió y lo levantó, por suerte fue sólo un susto y su corazón seguía latiendo, entró a la casa y subió la escalera con Tito alzado hasta su escritorio para poder tenerlo cerca y poder continuar escribiendo su nueva historia. La lluvia no se detenía y caía cada vez más fuerte, el sonido de un trueno despertó a Tito que se levantaba sobresaltado, Juan se acercó y lo acarició para tranquilizarlo, notó que su mirada estaba perdida, los pelos se le empezaron a poner de punta y su cola empezaba a moverse de manera constante, de un lado para otro. En ese instante un viento frío asomó en la habitación abriendo de manera que busca las ventanas de toda la casa y el espejo que estaba amurado en la pared de la habitación cayó, sin romperse, justo frente a Tito y como si fuera una sábana lo envolvió haciéndolo desaparecer. ¡Su perro había sido absorbido por el espejo! Juan todavía asombrado por lo que había visto, se acercó tembloroso, levantó el espejo del piso y vio como la imagen de Tito se iba alejando dentro del objeto. El viento continuaba azotando con más furia dentro de la habitación llevándose consigo todo lo que allí se encontraba, los muebles y las historias de aventuras galácticas recién escritas. Desesperado por la situación, estiró su mano para tratar de alcanzar todo lo que estaba siendo absorbido dentro del espejo pero como era de esperarse él también fue atrapado cayendo hacia un horizonte oscuro y negro, a lo lejos pudo ver a Tito que luchaba en ese remolino de viento. Aparecen en una galaxia lejana, llamada Tatuin en un planeta triangular a donde cada lado del planeta tenía un diferente color y cuando alguna persona que no era de ese planeta llegaba los colores se mezclaban. En ese planeta habían muchas especies raras como:
Caballos zombie, zombies con armadura de diamante, seres con 8 ojos y muchos más, Ellos hablaban de una manera extraña, se comunicaban mediante la telepatía. Juan y el perro “Tito” se despertaron en un planeta extraño, se sentían raros, lo que hicieron fue buscar señales de vida para que ellos puedan regresar a su mundo. Luego de tanto caminar y explorar el planeta Juan y Tito empezaron a notar que el planeta iba cambiando de color, se hacía más oscuro y entonces vieron que un zombie se aproximaba y cuando sintieron que estaban acorralados y nada los iba a salvar, Juan se despertó en el patio de su casa con la lluvia rodeándolo y entro rápido para poder escribir su historia.
Categoría 1° 1° Premio: “La lucha de princesas y guerreros” Autores: Delfina Zamenfeld y Teo Alfie (1° grado A)
La lucha de princesas y guerreros
Había una vez, en una galaxia, un campo de fuerza hecho de espejos. Cada vez que los guerreros lanzaban un hechizo hacia las princesas, rebotaba en el espejo y, el hechizo les
caía a ellos y se convertían en pelotas de football. Y cada vez que las princesas lanzaban un hechizo, rebotaba en los espejos, y les caía a ellas, pero esta vez, se convertían en corazones. Había tantos corazones y tantas pelotas de football, que no sabían quien iba a deshacer el hechizo. Tuvieron tanta suerte de que justo pasaba un “Leóntauro”, con muchas ganas de luchar, así que como tenia magia, desvaneció el hechizo. Ellos volvieron a la normalidad, pero a el “Leóntauro” nose le habían ido las ganas de luchar, asique las princesas y guerreros hicieron tregua para ganarle a el “Leóntauro” y lo lograron. Estaban tan felices que se hicieron tan amigos que declararon la paz y destruyeron las barreras que dividían los reinos.
Categoría 1° 2° Premio: “La varita mágica” Autores: Martina Sgalia y Manuel Szwarc (1° grado A)
La Varita Mágica Había una vez en una ciudad que se llamaba Estrella, una señora llamada Llupa que tenía magia. Llupa era bajita y de piel verde. A ella le encantaba usar su varita mágica, y a medida que pasaba el tiempo cuando la usaba, crecía. Un día después Llupa perdió la varita y en vez de crecer, se empezó a encoger. Ella la buscó por todos lados y no la encontró. Buscando la varita encontró un espejo muy extraño
que parecía que te llevaba a un bosque desconocido. Entonces tuvo curiosidad por saber que era y se metió adentro. Finalmente, Llupa encontró la varita en el bosque. Volvió a ser feliz y de la misma altura. En el bosque conoció a un señor Pitufo y se enamoró de él. Al día siguiente, se casaron. Se fueron a Pitufilandia y tuvieron hijos pitufos verdes.
Categoría 1° Mención: “Las aventuras de la maga y el dragón” Autores: Federica Matera, Zoe De Luca y Marina Muñoz (1° grado B) Las aventuras de la maga y el dragón Había una vez una maga llamada Liliput Pulguita que tenía un dragón llamado Llafar. Un día la maga hizo un hechizo que se volcó e hizo aparecer un tritón y una sirena, que se escaparon volando. Liliput se fue con Llafar a buscarlos por el cielo. Volaron tirando hechizos. Después de un rato, la maga los encontró. Les tiró un
hechizo que los hizo desaparecer. En ese mismo día, se encontró con un guapo príncipe del cual se enamoró. Finalmente, se casaron y vivieron felices para siempre.
Categoría 2° 1° Premio: “La princesa, el dragón y el espejo” Autora: Clara Besimsky (2° grado A)
La princesa, el dragón y el espejo Hace mucho tiempo, tanto que los osos usaban tutú y los elefantes volaban con sus grandes orejas, en un reino muy lejano en las tierras de Umbalalumba, vivía una hermosa princesa que se llamaba Floriam. Era la hija más pequeña del Sultán y tenía
diecisiete años. Sus otras ciento setenta y ocho hermanas ya se habían casado, pero Floriam no quería dejar solo a su papá y por eso estaba soltera. Un día el Gran Sultán se enfermó. La única cura era conseguir las escamas del dragón Furia, que vivía en la caverna más alta del mundo. Todos eran muy cobardes para buscar la medicina, pero la princesa era muy valiente y decidió ir. Una mañana preparó su bolso. Puso comida, bebida, un frasquito para guardar las escamas y un espejo. Muy temprano salió a navegar hasta llegar cerca de la montaña donde estaba la caverna del gran dragón. Bajó y trepó hacia la cueva. Sus manos se raspaban con las piedras y sus pies le dolían, pero ella lo aguantaba. Después de dos días, llegó a la entrada de la casa del reptil, que por suerte estaba durmiendo. Entonces Floriam aprovechó, tomó cinco escamas y las metió en el frasquito. Ya estaba por irse cuando pisó la cola de la bestia, que se despertó muy furiosa. El dragón estaba a punto de lanzar su fuego cuando la princesa, para cubrirse, sacó el espejo de su bolso. Cuando Furia vio su cara reflejada, se asustó y salió volando para nunca volver. ¡Al final ni siquiera él era tan valiente como la princesa! Floriam volvió al barco y navegó hasta su reino. Al llegar al palacio, fue con su padre y le dio la medicina. El papá se curó, pero el único problemita era que cada vez que estornudaba se le escapaba fuego por la nariz. ¡Achufffffff! Todos se preguntarán qué pasó con la princesa. Quedó tan contenta con su viaje que lo invitó a su papá a ir a navegar por el mundo. Si ves un barco que en las velas tiene el dibujo de un dragón en un espejo, sabrás que es Floriam con el Gran Sultán explorando los lugares más maravillosos. Categoría 2° Mención: “El laberinto del espejo” Autora: Kala Szeinkop (2° grado B)
El laberinto del espejo Hace mucho tiempoatrás en una aldea llamada Chibu, vivían duendes, hadas y algunas princesas que andaban por ahí. Los duendes siempre iban a los ríos para juntar agua y buscar comida. Mientras que las hadas y las princesas se quedaban cocinando. Una hada llamada
Violeta le fascinaba el arte. Ella siempre estaba pintando cuadros, muchos con mariposas. Una vez violeta y sus amigas hadas, quisieron ir al bosque oscuro de la aldea de excursión a escondidas de los demás. Al anochecer empacaron sus cosas y se fueron, cuando llegaron al bosque encontraron a un viejo sabio que conocía el futuro. Les empezó a hablar de un espejo mágico, que cuando el espejo se reía se abría un portala un laberinto de espejos. Después se fueron a dormir, y al despertar caminaron un poco más por el bosque y encontraron un espejo. Ese espejo no era un espejo cualquiera, porque además de reflejarse el espejo hablaba. Elespejo contó un chiste y se rió jajajaja, las chicas recordaron lo que el viejo sabio les había dicho del espejo. En la aldea todos estaban buscando a las hadas y entonces se les ocurrió que podrían estar en el bosque y fueron a buscarlas. Cuando estaban por entrar al bosque el mismo viejo sabio les contó la misma historia del espejo. Buscaron por todo el bosque pero no las encontraron. Las chicas vieron que en el espejo se abría un portal entonces una de ellas dijo ¿entramos? Y otra dijo sídale,entoncestodas decidieron entrar. Contaron hasta tres, cerraron los ojos y entraron. Cuando abrieron los ojos estaban en un laberinto de espejos. Las hadas estaban muy asustadas pero vieron que en un cartel decía: al terminar el laberinto encuentren la llave de salida. Los duendes y las princesas hicieron un campamento y llevaron agua y comida. Alamanecer desayunaron y se fueron a buscar a las hadas. Cuando estaban cruzando un puente se encontraron con un espejo pero al recordar lo que el viejo sabio les dijo se fueron corriendo porque les daba miedo. Las hadas llegaron al final del laberinto, buscaron la llave pero no la encontraron. Al rato Violeta encontró una puerta muy chiquita. Y por fin vieron la llave debajo de una alfombra. Una de ellas agarro la llave e intento abrir, y por suerte se abrió la puerta. Pero cuando intentaron salir por la puerta no entraban, eran demasiado chiquita. Todas se pusieron tristes y a llorar. Y después una de ellas dijo y ahora que vamos a hacer. Los duendes y las princesas volvieron al campamento, juntaron todas las cosas y regresaron a la aldea tristes por no encontrar a sus amigas las hadas. El espejo los espió y
los siguió hasta la aldea. El duende mayor vio al espejo y entonces fue a avisarles a los demás. Cuando los duendes y las princesas fueron temerosos a su encuentro, el espejo les habló. Y todos gritaron cuidado, pero el ya estaba ahí. El espejo les dijo quieren ser mis amigos y todos le contestaron sí por supuesto¡. Las hadas terminaron de llorar y Violeta tuvo una idea brillante. Todas las hadas dijeron: cuál es? Violeta les contesto: tenemos que atraer la atención del espejo con un imán para pedirle que las lleve de vuelta al otro mundo. Pero una de ellas dijo: pero donde vamos a conseguir ese imán y Violeta les dijo: yo tengo uno guardado en mi bolsillo. Todas se alegraron mucho. Las princesas y los duendes le dijeron al espejo: viste a unas hadas pasar. El espejo les contó la historia de que el abrió un portal a un laberinto de espejos. Los duendes y las princesas le contestaron: y ahora donde están? y el espejo les dijo: en el laberinto que les conté. Las princesas y los duendesdijeron y como las vamos a recuperar. El espejo les contesto: yo las puedo traer a este mundo, ustedes me caen bien y como el espejo era muy bueno les dijo que sí. Las hadas intentaron atraer al espejo para pedirle que las lleve al otro mundo pero no pudieron. Entonces se pusieron a llorar de vuelta. Los duendes y las princesas esperaron al espejo para que trajera a las hadas. Contaron diez segundos y las hadas aparecieron. Todos se pusieron muy pero muy contentos y a un duende se le ocurrió que las hadas podían cantar para festejar y las hadas le dijeron que si. Y empezaron a cantar así: se que existen duendes y hadas, que intentar es mejor que nada, no te detengas, no guardes nada, vuela más alto y veras, voy donde sopla el viento, hoy digo lo que siento, soy mi mejormomento y donde quieras yo voy, donde sopla el viento, hoy digo lo que siento y soy mi mejor momento y donde quieras yo voy. Las hadas dijeron estamos muy felices, gracias. El espejo dijo me puedo quedar a vivir acá con mis hijos, y todos le contestaron sí. Y desde ese momento todos vivieron felices para siempre.
Categoría 3° 1° Premio: “Un viaje por el espacio” Autor: Manuel Franco (3° grado B)
Un viaje por el espacio Había una vez un alquimista muy famoso. Era tan bueno que hasta creó oro artificial. Y un día escuchó un rumor que decía que en el interior de un agujero negro había seres
fabulosos como duendes, dragones, pegasos, homúnculos, hadas, orcos, elfos, enanos, etc. El alquimista quería saber si eso era verdad. Entonces, con muchos espejos hizo un telescopio super mega avanzado que podía llegar a ver hasta el interior de un agujero negro. Así pudo comprobar que era verdad: había seres increíbles. Desde entonces, estuvo diez años metido en su laboratorio construyendo la máquina que llegara al agujero negro. Un día lo logró. Agarró su micrófono y le dijo a todo el mundo: - ¿Quién se ofrece a viajar adentro de un agujero negro y ver seres fabulosos? Pero deben saber que pueden morir… Solamente un chico de nueve años se ofreció y dijo: -¡Yo voy a ir!- Ese chico se llamaba Alberto y era huérfano. Se ofreció porque no le importaba morir con tal de conocer los seres fabulosos de los que era fanático. El alquimista le dijo: - Vas a tardar 1 año hasta llegar y cuando estés ahí, me dirás qué seres ves. El chico respondió: - Si, te voy a decir lo que vea.Antes de salir, el nene le dijo al alquimista: ¿No es muy chiquita la máquina? Y el alquimista contestó: - Entrá, vas a ver que no es tan pequeña. Entró y vió que por dentro era más grande que diez mansiones juntas. El alquimista dijo: Ahí dentro tenés todas las cosas que un niño querría tener.- Y era verdad. Había trampolines, toboganes, parques de agua, etc. Todas cosas que él nunca había visto. Luego de un día de diversión en esa máquina, emprendió el vuelo. El señor le recordó: - Acordate de decirme qué seres fabulosos hay ahí. Alberto cerró la puerta pero no se dio cuenta de que un monito alado hablador se había metido también. Una vez en el espacio recorrió toda la máquina y encontró al mono alado escondido en uno de los toboganes de agua. Alberto le dijo: - ¿Qué hacés vos aquí? El mono hablador respondió: - Yo estoy aquí porque me expulsaron del agujero negro hace muchos años, pero quiero volver. Cuando encontré la tierra escuché al alquimista decir que con esta máquina se podía llegar al agujero.- Alberto fue rápido a comunicarse con el alquimista y le contó que en la nave había un ser fabuloso: un mono alado. El científico le dijo por la cámara: -¿Cómo llegó hasta ahí?- Entonces el niño le contó la historia del mono. El alquimista anotó en su lista de seres fabulosos: “MONO ALADO”.
Alberto le preguntó al mono: - ¿Cómo te llamás y por qué te expulsaron? Le contestó: - Yo me llamo Karateka y me expulsaron porque era un ladrón. Muchas veces me mandaron a la cárcel pero yo lograba escapar. ¡Alberto se asustó! - Una vez los seres fabulosos se hartaron de mí y me expulsaron. Y ahora aprendí que no tengo que robar más porque si no me van a expulsar otra vez. - Karateka, ¿hay peligros en el camino?, le preguntó el chico. - Hay muchos peligros… - ¿Qué clase de peligros? - Hay escorpiones gigantes, sirenas, cíclopes… Luego Karateka le preguntó a Alberto: -¿Por qué querés ir al otro mudo? ¿Y si después no podés volver? Alberto respondió: - ¡No me importa! Yo leí muchos cuentos de seres fabulosos y cuando llegue no voy a querer volver a la Tierra. Leí cuentos de dragones, duendes, enanos, brujas, fantasmas, monos alados... A Karateka, cuando escuchó decir “monos alados”, se emocionó y le preguntó al niño: -¿En serio leés cuentos de mi especie? - Pues claro que leo cuentos de seres fabulosos y uno de los que más me gusta es el de los monos alados. Y de nuevo el mono se emocionó. Después, en la noche, el mono alado durmió como nunca en su vida había dormido porque sentía que lo querían. A la mañana siguiente Karateka se despertó con un gritó de Alberto que decía:¡Karateka, despierta! ¡Hay diez cíclopes! Cuando el mono se despertó por completo dijo: - ¿Quéeee, qué dijiste? ¿Que hay diez cíclopes? - Siiiiiii, dije que hay diez cíclopes. El mono alado, de lo alarmado que estaba dijo: - ¡Rápido, llamá al alquimista para que nos diga como vencerlos! , entonces el chico fue a decirle al señor: –Hay diez cíclopes en el camino ¿cómo los vencemos?
- Vayan a la sala de juegos y agarren un espejo que está adentro del primer cajón. Cuando lo tengan, piensen en algo que aleje a los cíclopes. A Alberto no se le ocurría nada, pero el mono tuvo una idea: - ¡Pensemos en un campo de fuerza rebotador! Alberto no entendía nada pero igual pensó fuertemente en eso. Y cuando los cíclopes se vieron reflejados por el espejo, inmediatamente apareció un viento tan violento que los expulsó de su camino. - Según los cálculos de la computadora faltan veinte días para llegar. – dijo el niño. Karateca se puso muy feliz porque estaba a solo veinte días de llegar a su hogar y Alberto porque por fin conocería a seres fabulosos. Luego de muchas otras aventuras, llegaron al borde del agujero. Entraron emocionados pero… ¡no había nada! Alberto se puso a llorar. Pero el mono alado dijo: TRUEK-TRAK-TUK-TIK-KOK. Y al instante apareció un mundo con casas increíbles y seres fabulosos. Luego de dar unos pasos, los dragones policía apresaron al mono. Alberto los detuvo y Karateca les explicó que había aprendido la lección y que no robaría nunca más. Luego de pensarlo decidieron darle una nueva oportunidad. El mono se puso muy contento. Alberto estuvo muy feliz durante mucho tiempo, investigando todo acerca de ese mundo maravilloso y sus habitantes y mandándole toda la información al alquimista. Pero un día Alberto se sintió solo, extrañaba a sus amigos… Mientras pensaba en ellos se acordó del espejo mágico. Lo buscó desesperado hasta que lo encontró. Miró al espejo y gritó:¡Amigos de orfanato! Y con el reflejo del chico aparecieron sus amigos. Uno de ellos dijo: -¡Hola, Albert! ¿Dónde estamos? -
En el agujero negro.
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¿Qué agujero negro?
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El que descubrió el alquimista. Vengan, les voy a mostrar este mundo y a mis nuevos amigos. A los chicos les encantó el lugar y le dijeron a Alberto que se querían quedar. Alberto
se puso muy contento y fueron todos juntos a preguntarle al presidente, que era un duende
llamado Platinum, si podían quedarse a vivir en el agujero negro. Por suerte, les dio permiso. Los niños y los seres fabulosos se hicieron muy amigos, vivieron grandes aventuras y fueron felices para siempre.
Categoría 3° 2° Premio: “La maravillosa aventura de Arlequín en el mundo de los espejos” Autor: Álvaro Acosta (3° grado B)
La maravillosa aventura de Arlequín en el mundo de los espejos
Un día la gente iba caminando por la calle, bueno no un día, sino todos los días y todos los días pasaba un arlequín. El arlequín era yo.
Vestía con un traje verde con rayas azules y me colgaban unas campanitas rojas del cuello. Yo me hacía el gracioso todos los días. Los invitaba a mis shows pero nadie venía por eso sentía dolor y tristeza. No sabía porque no venían a mis shows. Yo pensaba que era porque siempre me miraban con cara de fastidio. Hasta que se me ocurrió preguntar porque me miraban así y cuando se los preguntaba otra vez me miraban con cara de fastidio. Entonces me di cuenta por qué, era muy obvio! ¿Adivinen por qué? porque no me querían… Cierto día, mientras caminaba por la calle muy triste, vi a la gente de mi pueblo reunidos mirándome de mala manera. Me senté en el piso llorando de tristeza hasta que anocheció. Me fui a mi casa, cuando entré ¡PAF!, sentí que me pegaban un bastonazo en la frente. Sin darme cuenta iba cayendo y cayendo a otro mundo y pensé con hipos de llanto y lágrimas “estos fueron los de mi pueblo”… Me quedé un largo rato tirado en el piso y me desperté con un dolor de cabeza tremendo. No me podía parar, así que después de 3 horas me levanté, me choqué con el techo, me resbalé y me caí. Cuando me caí sentí un ruido de llave, me di vuelta y vi una parte de una llave debajo de mi cola, me paré y me di cuenta de que era cierto¡ había una llave detrás de mi cola! De la nada salió un espejo que tenía un picaporte y una cerradura, parecía una especie de puerta y también vino un papel que en que se leía: “Has encontrado la llave mágica, abre la puerta y participarás de una increíble aventura”. Abrí la puerta de a poco hasta que después de unos segundos estaba completamente abierta. Vi un cartel que decía: “Bienvenidos a El Espejo de la Risa”. ¿El espejo de la risa? ¿Dónde estoy?
me pregunté. Lo más probable era que no
estaba en mi pueblo. Cuando entré a este mundo ¡¡¡¡vi arlequines!!!! que reían, hacían pavadas , chistes pesados y siempre molestaban, en cambio las personas de su pueblo eran simpáticos y amables . Mientras iba caminando y conociendo el paisaje, vi una familia llorando ¿Qué pasa? ¡Esto es un pueblo de risa! me dije y pensé este es mi momento de hacer reír. Luego fui a ver a esa familia con cara graciosa y les dije: -No lloren más, ahora van a reír. Hice pavadas, puse caras tontas para hacerme el bobo y se mataron de risa, me agradecieron un montón, me dijeron: - ¡Sos un genio! ¡Nos hiciste reír mucho!
y les dije: - Ese es mi trabajo. Al final sentí más confianza y me di cuenta de que podía hacer reír a todos los que quisiera. Luego de unos minutos decidí volver a mi pueblo porque pensé que podía intentar hacerlos reír como lo hacía con la gente que vivía aquí. Empecé a buscar un camino para volver a mi hogar. Después de unas horas, volvió a aparecer un espejo con picaporte y cerradura, quise abrir la puerta pero no pude, después recordé lo que hice la primera vez que me encontré con un espejo con picaporte y cerradura que fue encontrar la llave mágica, busqué toda la noche hasta que a las 11 de la noche muerto del sueño, caí al pasto y encontré una llave plateada. Me levanté y la usé para abrir la puerta, se abrió y entré. Del otro lado había gente monstruosa yo los miraba con cara de susto pensaba que me iban a hacer daño, era incómodo estar al lado de esos monstruos siendo un arlequín hasta que apareció un monstruo alto, muy alto que me miro y me dijo: -¡Tú no eres de aquí! -Sí, es cierto -contesté asustado. - ¡Entonces ándate ya o las pagarás! -¿Pagar qué? ¿Cuánto sale? pregunté. Todos los monstruos se rieron y el monstruo dijo: -¿Me estás provocando? -¡No! Grité. El monstruo dijo: - ¡Te golpearé! El intentó golpearme pero dije en voz muy baja: - No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo… Hasta que ¡FLASH! desaparecí y aparecí en mi pueblo. Pensé: ¡WOW! ¡Estoy en mi pueblo! ¡Ahora voy a hacer reír a la gente como nunca se lo esperaron! ¡Si pude hacer reír a la gente detrás del espejo en el Mundo de Risa, puedo hacer reír a la gente de mi pueblo también para vuelvan a ser felices como yo! Me tiré de palomita al tacho de basura y todos los que antes me miraban con cara de fastidio empezaron a reírse. ¡Tuve la emoción más grande de mi vida!¡ Había conseguido divertir a la gente de mi pueblo por fin!
Desde ese momento hice muchas pavadas, conté chistes graciosos e inventé muecas tontas. Era como estar en el Mundo de Risa porque todos festejaban lo que hacía pero fue mejor porque ahora los de mi pueblo me querían y así termina la historia del arlequín que terminó siendo el arlequín más feliz que el mundo hubiera conocido.
Categoría 3° Mención: “Los locos de los espejos” Autora: Bianca Lisnosky (3° grado A)
Los locos de los espejos Había una vez una chica llamada Andrea que tenía diez años, vivía en una casa en Villa Crespo, Ciudad de Buenos Aires. Ella vivía con su madre Carolina y su padre Jorge. El padre era muy alegre pero siempre estaba de viaje en algún lugar del mundo, y la madre era muy tímida y se ocupaba todos los días de las cosas de la casa. Ella, nuestra amiga Andrea, era una chica a la que le gustaban las historias y las aventuras. Imaginaba el futuro o varios futuros a la vez. Ella quería saber que iba a pasar más adelante, entonces, se lo imaginaba. Imaginaba muchas cosas. Y entre sueños e imaginaciones, le gustaba comer. Su comida preferida era: “espagueti de mamá”, porque mamá Carolina, era muy buena cocinando. Un día estaban en la casa solamente la mamá y ella. Andrea se sentía muy intrigada por el único lugar de la casa al que nunca había ido: el sótano. Un día sin aventuras, a veces,
termina trayendo algunas sorpresas. Así fue que ella se animó, abrió la puerta pintada de verde que casi nunca nadie abría, y bajó las escaleras… bajó, bajó y llegó, abrió la segunda puerta que estaba pintada de azul y …Bum!!!! La puerta azul se cerró de golpe y ella se asustó. Para tranquilizarse y alejar el susto, se sentó, cerró los ojos y después de 5 segundos, los abrió. Entonces la sorpresa fue enorme: delante estaba un salón lleno de espejos que hablaban, con ojos muy grandes pintados en el vidrio, y bocas que aparecían de golpe en mitad del reflejo del vidrio, decían palabras muy locas (por ejemplo, “Arecorcholis”) y luego se desvanecían sin dejar rastros. Muy loco. El espejo más viejo y grande se acercó dando pasitos con el marco y le preguntó con voz muy gruesa y fuerte: -¿Qué haces aquí Andrea? Ella respondió: -Quería conocer el sótano. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Cómo te llamas? -Yo sé de todo. Tu padre, un muy buen hombre, tiene por costumbre en cada uno de sus viajes de negocios traer un espejo. Por alguna razón, cuando los espejos llegan a este oscuro, húmedo y sucio lugar, cobra vida o despiertan la vida dormida, vaya uno a saber desde qué momento. Con el paso de los años, hemos armado un muy lindo grupo de amigos espejos, somos muy amigos y nos sentimos felices compartiendo travesuras e historias lejanas. Yo me llamo Juan, el dios de los espejos, y soy como el Jefe de esta tribu. -Ah! ¿y por qué hablan? -Porque despertamos de un profundo sueño, como les conté de día hablamos mientras hacemos travesuras y programamos las fiestas que, dos o tres veces por semana, hacemos durante la noche. Son nuestras fiestas de locura, con un montón de luces de colores que nos apuntan a cada uno y nosotros reflejamos creando formas de caritas felices, perritos, gatitos, dinosaurios y flores antiguas. -Al terminar el día, escuchamos pasos en la plata baja. Tu madre siempre se queda de noche terminando las tareas pero después se va a dormir, los pasos desaparecen, y es el momento de mayor actividad en el sótano. -Juan, yo tengo un espejo en mi cuarto. ¿Él también habla? Porque hoy lo vi distinto, en el mismo lugar donde siempre lo acomodo, pero apareció roto por la mañana. -No, fu tu madre, sin querer se le resbaló de las manos cuando estaba limpiando y cayó ruidosamente al piso estallando en un montón de pedacitos.
-Ok. Mi mamá me llama para comer, después vengo. Chau. -Chau.
Andrea subió a almorzar y le contó a la mamá que habló con un montón de espejos y que el mas grande de ellos sabía todo lo que pasaba en la casa y le contó con detalles que ella le había roto su espejo, sin querer cuando lo estaba limpiando. Si bien la mamá no le creyó para nada, le reconoció el descuido accidental durante la limpieza. Y Andrea dijo: -Bueno si no me crees te lo voy a demostrar. Entonces Carolina y Andrea bajaron rápidamente el sótano y abrieron la puerta y Andrea le dijo… -Siéntante, cierra los ojos durante 5 segundos y ábrelos. -Bueno. Carolina se sentó y cerró los ojos, contó 5 segundos y los abrió y… NADA. Ella le dijo a Andrea que no veía nada, ninguno de los espejos movía nada de su cuerpo ni reflejaba nada más que lo que había en el oscuro sótano. Sin embargo, Andrea veía todo lo que le había contado: los espejos le sonreían, se doblaban ara saludarla y hasta le guiñaban el ojo compartiendo con picardía la situación. La mamá un poco asustada y no con poca angustia, le dijo que era su imaginación. Como les conté anteriormente, la mamá era muy tímida y sobre todo no era muy imaginativa. Ante sus ojos la realidad era una realidad muy seria, la parte de la realidad que no permite a las cosas que sean algo más que ellas mismas. Carolina subió a los pisos superiores para continuar ordenando, pero Andrea se quedó en el lugar así podía hablar con los espejos. Un espejo medio chiquito, con la pintura del marco gastado por el tiempo y con voz suave y áspera le dijo algo pero ella apenas logró escuchar unas palabras. Entonces, él le volvió a decir: -Nadie más, solamente tú puede ver este lugar porque este lugar se ha abierto solamente a tu persona, para el resto no somos más que objetos sin vida. Formamos parte de un grupo secreto y nadie más que tú lo puede saber. -Ok, pero ¿por qué solamente yo?... ¿mi papá?
-Tu papá no viene al sótano porque está continuamente de viaje y no guarda nada más aquí abajo que cajas viejas de cosas que ya no le sirve pero que por las dudas no quiere tirar. Como ahora que compartís el secreto cada vez que vuelvas de la escuela vas a poder venir a visitarnos. -Sí, ya sé, pero mi mamá dice que va a reformar el sótano (pintar, sacar cosas, y sacar todos estos espejos) ¿Qué va a pasar con todos estos espejos? -No sé, pero creo que los van a donar. Y más ahora que tu mamá desconfía de nosotros, tenemos aun menos esperanzas de que nos mantenga aquí abajo. -¡Pero yo no quiero! Respondió con tristeza. ¡Ustedes son mis amigos y no los voy a abandonar! -Agradecemos tu intento de convencer a tu mamá, pero si no puedes no lo intentes más porque vas a estar en problemas. Chau nos vemos pronto. -Chau.
Mientras Andrea subía las escaleras, escuchó una conversación entre su mamá y su papá, -“los viejos espejos no sirven más y me temo que además le dejan loca la cabeza de Andrea. Quiero reformar ese cuarto porque está muy sucio y muy feo, horroroso y muy pero muy húmedo” Andrea aceleró sus piecitos y entró gritando: ¡NO, NO, NO, NO y NO! Porque ella decía la verdad pero era un secreto que nadie podía revelar. Ella se sintió mal por haber dicho el secreto, pero la mamá se sorprendió que Jorge también le hubiese revelado el secreto del mundo animado de los espejos que traía de sus viajes. El papá y Andrea lograron convencer a la mamá de que en breve seguramente los espejos también se iban a divertir con ella. Todavía con desconfianza, Carolina aceptó. Entonces Andrea gritó entusiasmada: voy a avisarles que se quedan. -Bueno dijo la mamá y el papá feliz. Ella bajo y bajo rápidamente cada uno de los escalones al sótano ya cuando llegó gritó con la voz fuerte que ponemos cuando la alegría es muy grande: -¡Se quedan, se quedan! -Qué bueno que pudiste resolverlo ahora estamos más felices que nunca por ti y por tú papá.
-Sí, ya sé, pero sin querer para que se queden les tuve que contar el secreto para que mi mamá me creyera. Perdón. -No importa, nos liberaste de esto, fue con amor y amistad, sos una buena amiga y creo que podes hacer más que esto, porque tú eres una gran chica. -Gracias por todo Juan y qué bueno que no pasó nada con lo del secreto. -Sí, el secreto era para que tu mamá no quisiera venir porque ella siempre dice: es horrible el sótano y hay que sacar todos estos feos espejos. -Qué bueno. Nos veremos pronto, chau. Y el espejo dijo: -chau. Ella cada vez que vuelve de la escuela, no se olvida de jugar un ratito con sus amigos los espejos.
Categoría 3° Mención: “La casa mágica” Autora: Molly Reilly (3° grado B)
La casa mágica Un día, dos niñas llamadas Molly y Marina se trasladaron a una bonita casa, pero ellas ignoraban que esa casa era mágica. Al descubrirlo, salieron de inmediato a descubrir lo que les esperaba allí. Al llegar, abrieron la puerta y tiraron sus bolsos en el sofá y, de repente, el sofá comenzó a volar por los aires. Entonces Marina dijo: -Creo que esta casa es mágica como la del libro The Magic Far Away Tree. En ese momento vieron que un libro volaba hacia ellas y se abría en una página sobre un personaje dueño de una casa llena de objetos mágicos. Molly habló: -Creo que la historia es real…
Y lo siguiente que observaron fue a un pequeño ratón marrón corriendo hacia ellas, seguido de un gran gato gris que iba tras él. Molly y Marina se miraron sorprendidas: - No puede ser, es imposible. Entonces el ratón y el gato las saludaron, y Marina les preguntó asombrada -¿Son ustedes…?-, y el ratón rápidamente la detuvo. -Tom y Jerry, sí, somos nosotros. Saltamos fuera de la manta en que estábamos bordados cuando eras pequeña. Luego, las chicas fueron a recorrer toda la casa y encontraron un gran espejo. Se miraron en él y se vieron tal como habían sido o como serían en cualquier momento de sus vidas. Ante eso, Molly dijo desconcertada, esto es como lo que sucedió en el libro sobre el niño y el dragón cuando encontraron los espejos. En ese momento comprendieron que todo en la casa llegaba de uno de los libros que ellas habían leído…
Así de poderosa es la lectura….
Categoría 4° 1° Premio: “La verdad de los espejos” Autora: Violeta Ghenadenik (4° B)
Le verdad de los espejos Hola, me llamo Juana y tengo 12 años. Voy a sexto, me gusta jugar al vóley con mis amigas y andar en bici. Nunca comería sapo ¡qué asco! Bueno, dejemos de hablar de mí para contarles mi historia. Odio los espejos, excepto el de mi abuelo porque es muy especial. Pero empecemos por el principio. Era el día de mi cumpleaños, nada podía salir mal, excepto porque Amalia tiró la torta al piso. Amalia es la creída del grado y todas las chicas la siguen a ella y eso me enoja, pero no le doy importancia. En fin, Amalia y su grupito se burlan de mí porque dicen que soy fea. Eso me hace sentir mal, pero tienen razón: soy horrible. Para mi festejo hice algo distinto, hice una barrileteada. Jugamos, comimos rico y mucho más. Amalia, fuera de tirar la torta al piso, se portó bastante bien porque estaba mi mamá y con los grandes se hace la buenita. Al caer la noche cada uno se fue a su casa, cuando llegué a la mía mis papás me recibieron con mi comida favorita: tarta de jamón y queso. Después de comer me fui a dormir y soñé algo raro, soñé que era linda: era rubia, tenía rulos como una cantante pop, usaba vestidos de color blanco con flores y ya no usaba anteojos. Me desperté, me miré al espejo, pero todavía tenía mis anteojos, el pelo lacio y castaño y en mi placard no habían vestidos.
Ese día más tarde, antes de entrar al colegio, me encontré con Joaquín, el chico de intercambio que me gusta. Me preguntó cómo estuvo el cumple porque la mamá no lo había podido llevar, pero yo seguí de largo sin decirle nada por dos razones: porque un chico tan lindo y simpático jamás gustaría de una chica como yo y porque me morí de vergüenza cuando me habló. Mi mejor amiga Jazmín me preguntó por qué no le hablé si se notaba que yo le gustaba y yo le contesté que ella estaba loca por creer algo así. En el recreo, Jazmín vio que Joaquín le daba una carta a Amalia. Pero cuando le fui a preguntar a Amalia de qué era, ella se rió y dijo que era una carta para ella, en la que Joaquín le pedía de ser novios. Cuando vio mi cara de desilusión, Amalia y su grupito se empezaron a reír de mí y me dijeron que Joaquín ni ningún chico jamás querría ser mi novio porque era fea y usaba anteojos. Salí corriendo sin poder contener las lágrimas y por suerte sonó el timbre de salida. Como era viernes iba a almorzar a lo de mi abuelo que me esperaba con milanesas y papas fritas. Cuando me vio llegar me preguntó si había llorado y le conté todo. Mi abuelo me escuchó y me dijo que tenía un regalo especial para mí. Me llevó hasta la mesita de luz que era de la abuela y de ahí sacó un espejo chiquito de tapa celeste y me pidió que lo abriera. Yo le dije que no quería mirarme y él insistió. Cuando lo abrí me puse a llorar otra vez. Era como en el sueño: la chica que veía, aunque no tenía el pelo rubio con rulos, ni vestido blanco con flores y usaba anteojos, era hermosa. -¿Y te parece que sos fea? Me dijo mi abuelo. -No me veo fea. Le dije. -¿Y entonces por qué decís que sos fea? -Porque esta mañana yo era fea como todas las mañanas y ahora no. ¿Será tu espejo que es especial? Le pregunté. -Me parece que depende de cómo te mires, me dijo. Lo abracé fuerte y él me dijo: -Ahora ya sabes que nadie es feo ni perfecto. -Amalia sí es perfecta y por eso todos la siguen y Joaquín le dio una carta para ser su novio. Ella me dijo que soy yo fea y que por eso nunca ningún chico me va a querer. -Eso es mentira, Juana. Un chico te va a querer por quién sos vos y no por lo que diga Amalia. Amalia no es perfecta. Si fuera perfecta, no te haría sentir mal a vos. -Gracias abuelo. Vayamos a comer que ahora me volvió el hambre y tengo muchísima.
Esa tarde le pedí a mi mamá si podía regalarme un vestido por mi cumpleaños y se puso contenta porque yo nunca quería ponerme vestidos. Compramos uno blanco con muchas flores de color azul. El lunes siguiente me lo puse para ir al colegio y antes de entrar Amalia y con sus amigas se acercaron a burlarme. -Ay, qué vestido más feo te pusiste Juana. En realidad con esos anteojos todo te queda feo. Cuando estaba por largarme a llorar otra vez me acordé de las palabras de mi abuelo me miré al espejito que me había regalado y que era de mi abuela y le contesté: -¿Sabés qué Amalia? Vos no sos perfecta. Si lo fueras, serías buena. Y sos mala. Amalia se quedó callada y se fue rápido con su grupito. En eso veo que Joaquín había visto todo y, como todavía me daba vergüenza hablarle, caminé rápido para irme a clase. -Juana, esperá. Joaquín me preguntó si Amalia me había dado una carta para mí. Me acordé lo que me había contado Jazmín y le dije que esa carta era para Amalia. -No. Era para vos. Par mí sos la más linda del grado. -Pero tengo anteojos… No podía creer estar animándome a hablarle a Joaquín. Jazmín me esperaba para ir a clase y me hacía señas de que estaba contenta y que me esperaba. Joaquín me dijo que los anteojos no importaban y que me quería invitar a tomar un helado un día de estos. Y que le iba a reclamar a Amalia por no haberme dado la carta. -¿Y qué decía la carta? Joaquín me dijo que eso ya no importaba porque lo que decía la carta ya me lo había dicho recién. Al terminar el cole, fui corriendo a la casa de mi abuelo, lo abracé, le conté lo que le había dicho a Amalia y le di las gracias otra vez. -¿Ves Juanita que lo que importa no es lo que digan los demás sino lo que pensás vos? Me quedé a merendar y jugamos a las cartas hasta que me vino a buscar papá para volver a casa. Esa noche me dormí muy contenta y volví a soñar que era linda, pero esta vez era yo misma la del sueño.
Categoría 4° Mención: “El museo de la tristeza” Autora: Martina Funes (Miembro de la familia Bianchi Szpak)
El museo de la tristeza Había una vez un señor de 50 años que utilizó su Galpón para hacer un lugar para recitales. Tenía decoraciones, era grande y muy lindo. Llamó a Los Inspectores de la Municipalidad para que se lo habilitarán, pero no se lo habilitaron, decían que tenía las puertas de emergencia muy chicas. Que tenía el techo inflamable, y algunas cosas más. Pero igual, el señor abrió el lugar y contrató a un grupo de música para que toquen ahí. El señor preparó todo, listo para ver el lugar lleno de gente. Esa misma noche. El 30 de diciembre de 2004. Una chica llamada Olivia, iba caminando con su helado recién comprado y se detuvo porque vio un volante del lugar del señor. Llamado Cromañón. Iba a tocar su banda favorita. Así que arrancó el volante pegado en el árbol, y voló para su casa a pedirles permiso a sus papás. Olivia les preguntó y los papás la dejaron ir sin problema. Pero no sabían que el lugar no estaba habilitado. El 30 de diciembre de 2004 Olivia se puso su mejor ropa. Lista para salir. Su papá la llevó al lugar, cuando el papá vio el lugar no quedó tan convencido. Pero igual la dejó. Olivia entró al lugar. Y el papá se fue a tener una noche romántica con su esposa. Olivia pagó los $360 que había que pagar. El señor cerró la puerta principal del lugar para que no se le metiera gente sin pagar. Y empezó el SHOW. Todos bailaban y disfrutaban.
Tomaban cerveza, champagne, vino, etc. Estaban todos borrachos por el alcohol que tomaron, y que estaban tomando. De repente un chico lanzó una véngala al techo para festejar. Y todo el techo se empezó a incendiar, después el piso, Todos empezaron a gritar y a empujarse unos a otros para llegar a la salida. ¡Pero el señor había cerrado la puerta principal! Todos se estaban asfixiando, Olivia igual ella gritaba y gritaba. Pero igual había dos puertas traseras, así que intentó ir para allá como algunos, todos la estaban empujando hasta que Olivia quedó a un lado. Al instante un hombre grandote levantó a Olivia y la llevó hacía la salida en su espalda. Olivia de repente se desmayó porque ya no le cruzaba el aire. Murieron 194 personas. Al instante lo estaban anunciando por las noticias. Los papás de Olivia estaban viendo la televisión cuando vieron la noticia, los papás se pusieron a llorar y buscaron en donde habían dejado a las personas que murieron en el incendio. Tres días después del incendio Olivia abrió los ojos y se encontró en el hospital. Se intentó sentar y vio al médico y a sus papás que gracias a Dios la habían encontrado. Olivia no entendía nada. Olivia encendió la televisión y vio por las noticias miles de personas con carteles y distintas cosas intentando hacer justicia por el incendio. Las personas estaban llorando, sus hijos, primos, sobrinos ya no estaban. El señor, y la banda de música fueron presos. Y el señor pasó sus años de vida en la cárcel. Un año y meses después liberaron a la banda de música. Años después el señor murió por cáncer. Y Cromañón quedó como un museo [de la tristeza]. Y ahora en la entrada de Cromañón hay un cartel que dice ni bebidas, ni bengalas.
Categoría 5° 1° Premio: “Entre los espejos” Autora: Melina Yemal (5° grado B) Entre los espejos
−¡Chau mamá, chau papá −cerró la puerta−. Ahora estoy sola, encima que mi hermano se acaba de mudar, ¡¡odio que sea grande!! −dijo Mía quejándose. Justo ahora iba a ir a una fiesta escolar. −Veamos, voy a usar este cepillo −lo agarró y empezó a peinarse. Se paró frente al espejo… –¡¡Ah!! −saltó de un susto y se cayó para atrás, el espejo no reflejaba nada, solo un poco de ella como si fuera un vidrio. Pero siguió como si nada pasara. A la mañana Mía se despertó y a su alrededor había muchos espejos. Ella fue a ver el que el día anterior había visto y se dijo: −Si me pasa algo va a ser culpa de mis papás por dejarme sola. Acercó su mano al espejo y…: −¡¡Ah!! −entró al espejo. En el espejo solo había un lugar oscuro y el titulo decía: TODOS TUS MIEDOS. A ella le asustaba que la humillaran y se escuchaban muchas risas, pero no tenía otro miedo. El salón era bastante chiquito, un poco inclinado y las paredes medio quebradizas. Ella observó que había varios espejos pero tomó uno solo que se notaba mejor que este. Entró con mucho miedo de que le pasara algo pero solo había una cosa, su mejor amiga Ela. Ela se veía como un fantasma pero estaba con la misma actitud de siempre. Mía le dijo: −Hola. −y Ela no respondió. −¿Qué te pasa, Ela? ¿Por qué no me hablás? −¿Y vos? ¿Por qué no sos un fantasma? −respondió Ela riéndose. −¿Sabés cómo salir de este lugar? −Sí, obvio, primero tenés que pasar por más lugares. −¿Me acompañás? −dijo Mía suplicando.
−Sí, vení, seguime −Mía la siguió. Ese lugar se veía como el cuarto de Mía. Ela le dijo que entre por el espejo con el que entró al principio, Mía siguió los pasos que le indicaba su amiga. Al entrar a un nuevo lugar Mía se mareaba porque era medio raro, parecía un cuadrado cuando no lo era, las columnas intercaladas, escaleras al revés, etc. Mía le preguntó: −¿De qué nos sirve? −y su amiga respondió seriamente: −¡Si no querés, andate, andate por otro camino y no me vuelvas a hablar nunca más! −Mía se quedó callada, ya que era un doble de su amiga y también un fantasma así que podía matarla, hechizarla, humillarla, etc. –Bueno pero por lo menos decime cómo salir −se quejó refunfuñando. − ¡Silencio! −gritó Ela−. Ya me hiciste enojar bastante. Es por aquí. Ahora hay que enfrentar a estos libros. −¡¿Libros?! −gritó Mía. −¡Exacto!, como escuchaste, LIBROS −. Delante de ellas sólo había una biblioteca común y corriente. Mía iba pasar por ahí hasta que Ela la detuvo: −Los libros se transforman en… −Los libro saltaron mágicamente hacía ella−. …Roslenchs −. Mía retrocedió y le preguntó: −¿Qué, que son los Roslenchs? −. Ela le dijo: −Son criaturas extrañas, ellos se transforman en lo que quieran menos en las personas y aparte si una mágica hechicera hace agua por alguna razón los Roslenchs se mueren porque no soportan lo “pesado” como el aceite, agua, etc. Y aparte no son como todos los que se transforman, que no tienen una forma en realidad, ellos son libros que duermen todo el día, pero si detectan algo extraño saltan hacía eso −. Mía no supo qué decir, los Roslenchs dormían profundamente: −Y ¿hay algo que no los alerte? −preguntó asustada. −¡Obvio! −alertó Ela−, no pasar delante de ellos−. Mía puso de nuevo su cara amarga: −¡¿Qué?! −gritó con desesperación. −Mentira, solo hay que hablar como ellos en su idioma, aparte tengo que tener una pluma y un llavero−. Mía recordó que de tanto miedo a la noche había decidido no sacarse los aritos de pluma y aparte como saben ella era muy moderna y tenía el celular todo el tiempo y su celular tenía un llaverito… −¡Yo tengo! −gritó. −Pero el llavero tiene que ser de ojo para simbolizar la vista, la belleza y, obvio, el cielo, por eso tiene que ser azul o celeste−. Mía sacó su llaverito de ojo azul. −Bien, ahora solo hay que decir: JDG y PLRT −que significaba amor y paz. Mía preguntó: −¿Por qué la pluma y el llavero? −y Ela le dijo: −La pluma es el signo de la paz porque hace 1200 años había un hombre llamado Sr.Iylo que solo le importaba la paz hasta que un día su hermano Hasnet le declaró la guerra, el Sr.Iylo no sabía que decir pero por mala suerte perdió la guerra y Hasnet siempre se sintió
orgulloso por su victoria hasta que un día otro de sus hermanos, que estaba en contra de la guerra, lo enfrentó y suerte que ganó. El hermano era especialista en aves y por eso ganó Él amaestró aves y como sabía el secreto de poder entrar a un espejo, usó un espejo para guardar la aves. Cuando el hermano vino con su ejército el otro soltó todas las aves, empezaron a pelear y no ganaron. Una puma cayó en el escudo y como había quedado bien lo dejaron. Y así fue como quedó la pluma como símbolo de paz. −¿Y el llaverito? Ela le dijo: −Bueno, hace mucho tiempo los Roslenchs eran muy poderosos y no pensaban lo que estaban haciendo, y el ojo simboliza la vista del pasado, aparte tiene que ser azul o celeste porque a ellos les importa mucho el cielo. Mía y su amiga se acercaron y dijeron: JDG y PLRT mostraron el llaverito y la pluma, Cuando estaban por llegar Mía gritó: −¡Si! −. Por buena suerte los Roslenchs estaban tan dormidos que no se despertaron, solo se despertó uno, que se acerco y les dijo llorando: − ¡Quiero irme! Mía y Ela le preguntaron por qué y él les dijo porque cada noche había un espejo que te llevaba a otro lugar pero nadie sabía a dónde. Mía y Ela sonrieron pero le preguntaron: −¿Cuándo es la noche? Él les dijo: −En 5 siglos. Mía casi se desmaya pero Ela le explicó que acá 5 siglos eran 5 minutos. Mía se tranquilizó. Esperaron 5 minutos hasta que un fuerte viento empezó a sentirse. −¡Ahí viene! −gritó el Roslenchs. Se hizo un espejo en el aire. Mía y Ela se apuraron y entraron, el Roslenchs de tanta desesperación entró. Dentro de ese lugar solo se veían espejos rotos y calaveras. Ela trató de verse a un espejo que para ella estaba en buen estado pero no tuvo suerte y estaba roto. Lamentablemente no les servía mucho estar allá porque no tenían nada que hacer hasta que llego un señor. −¿Quién es usted, señor? −pregunto Mía (después de todo era educada).
−Soy alguien que recuerdan, pero si lo recuerdan se lo olvidan −dijo el señor con un tono de misterio. −¿De qué está hablando? −preguntó Mía con ansiedad. −Bueno, seguro tus papás contaron algo extraño pero que no recuerdan y tú sí. −Lo único que no recuerdan es cuando cumple mi perrita, gatita y mis 2 gatitos −se quejó Mía. −Jaja, qué graciosa, querida, pero no recuerdas otra vez−. Hubo un silencio donde Mía parecía muy concentrada en un momento de su vida que le había pasado y luego respondió: −No, no recuerdo −. Otro silencio, Ela iba a decir algo hasta que… : −¡Esperen!, ah, no, me confundí−. Ela estaba a punto de decir algo y… −¡Sí, recuerdo!, cuando me dijo que me tenía que acordar de… Upss!! −Ela estaba por decir algo de nuevo y… −¡Si! O… −¡Pará! −gritó Ela perdiendo la paciencia−. Lo que quería decir es que encontré una salida. Todos la miraron y siguieron a Ela luego de una larga discusión. Había un espejo roto. − ¿Qué se supone que es? −preguntó Mía− Es que cuando lo vi pensé en un cuento que decía que un rompecabezas… −Oh, un rompecabezas, ¿puede matar a alguien? Decíme que no. Ela no le prestó atención al Roslenchs con su pregunta y siguió: –Un rompecabezas es igual a un montón de pedacitos −todos miraron a ver si había otra salida, ya que pensaban que lo que había dicho Ela era una mentira. Mía encontró una brújula bastante extraña. El Roslenchs… solo estaba asustado. El señor investigaba con su lupa. −Parece que no hay nada −dijo Ela dándose la razón. −Yo encontré una brújula −dijo Mía como si fuera importante. −Yo estoy investigando a ver si hay salida −dijo el hombre, serio, mientras que todos decían sus supuestos encuentros magníficos. El Roslenchs vio algo muy extraño, se acerco y vio que era una llave. Vio con delicadeza que había una puerta llena de polvo y basura, e intentó abrir la puerta pero estaba cerrada con ¡llave! Agarró la llave y abrió la puerta. Todos estaban tan concentrados en su conversación que no vieron que el Roslenchs no estaba. Mientras, él entró a la habitación. Era un lugar muy pero muy grande que solo tenía
libros. Agarró uno de ellos pero sus páginas estaban en blanco. −¿De qué sirve un libro en blanco? −se preguntó a sí mismo, pero de repente vio que el libro estaba escrito en tinta invisible porque había una luz muy leve al lado suyo. Leyó lo que decía: Si ves esto es porque eres un genio. Solo escucha tu corazón y encontrarás la magia en los espejos. El Roslenchs no sabía de qué se trataba pero como era muy curioso decidió investigar de qué se trataba. Se llevó varios libros y se fue corriendo a decirles la noticia: −¡Chicos! −dijo apurado. −¡Ahora no! −respondieron todos gritando. −¡Encontré la salida! −dijo el Roslenchs asombrado. −¡¿Qué?! −respondieron todos al mismo tiempo. Mía se acercó y le dijo: −Mostranos lo que descubriste. El Roslenchs les mostró el libro pero nadie vio nada hasta que se acordó y les hizo una seña para que lo siguieran y todos lo siguieron. Entraron a la habitación y el Roslenchs acercó el libro a la leve luz para que se viera lo escrito. −¡Todos agarren un libro para tener muchos! −dijo Ela sorprendida. Mía pensó: −Esto es raro −pero siguió con todo lo que tenía que hacer. −¡Yo tengo linterna! −dijo el señor haciéndose el canchero. El libro uno decía: CAMINA HASTA DONDE TENGAS QUE IR, MIENTRAS QUE NADIE SEPA QUE IRÁS AHÍ. Nadie sabía lo que quería decir hasta que a Ela se le ocurrió: −Significa que tenemos que escabullirnos. −Pero solo hay esqueletos −agregó Mía. Pero la frase seguía: SI HAY P NO LO HAGAS PERO SI NO HAY P HAZLO. −¿Qué significa P? −preguntó Mía. −P significa personas −dijo Ela como una chica madura. Todos pasaron como escondiéndose de alguien y leyeron: TRAE Y CONTRAE EL VIENTO MESTIZO, SI LO TRAERÁ MEJOR QUE SEA EN EL PISO, PISO QUE PISO ME DUERMO MESTIZO PERO SI DOY VUELTAS VEO MI NORTE DE AQUEL NIÑO.
−Que rima tan…rima −dijo el Roslenchs. −¡Esperen! Sigue −dijo Mía ansiosa−: NIÑO QUE SALTA EL VALLE DE SALTA PERO CON EL RÍO, MEJOR SUR QUE FRÍO Y SI DOY MÁS VUELTAS CON ESTE ME ENCUENTRO EN EL ESTE PERO CON MALA SUERTE ESTOY POR OESTE. −¡Eso es…la brújula! −gritó Mía. Marcaron lo que decía ese libro y siguieron, el libro decía: AL SUR AL OESTE ME ENCUENTRÓ EN EL ESTE PARA QUE NOTEN MI NORTE QUE MARCA EL OESTE. Llegaron y había un portal para llegar al mismo lugar que antes. Antes de que se vaya el señor y el Roslenchs, Mía le preguntó al señor: −¿Cómo te llamás? −Sr. Iylo 2° −o sea el hermano que venció a Hasnet. Mía y Ela se quedaron boquiabiertas y Ela desapareció. Mía vio un espejo que decía “el espejo de la muerte” y saltó dentro. Apareció en una recepción donde una señora le dijo: −Bienvenida al cielo, ¿qué necesita? −. Mía se sentó en la sala de espera y se dio cuenta que todos la miraban atentamente hasta que vio un espejo que decía: “Tu lugar y tu mundo”, que obviamente era…su habitación. Acercó la mano y… −¡Ah! −apareció en su habitación. Justo llegaron sus papás, los papás se fueron a la habitación y escuchó que a los dos les había pasado lo mismo que a su hija… SI CREES EN LOS ESPEJO LA MAGIA PASARÁ Y SI ENCUENTRAS A UN ROSLENCHS MEJOR HECHIZAR, NO OLVIDES ERES TÚ Y TÜ ERES VOS PERO SI NO LO CREES MEJOR QUE PEOR.
Categoría 5° 2° Premio: “El deseo perfecto” Autora: Mora Rius Garrido (5° grado A)
El deseo perfecto Era un domingo de sol, y Jenna estaba jugando a las escondidas con su hermana mayor Carol. A Carol le tocaba contar, entonces Jenna se fue a esconder. Ella estaba escondida en las hamacas junto al barrio encantado. Decía la leyenda que en el bosque encantado habitaban criaturas sorprendentes y además que allí había un espejo, no cualquier espejo sino uno mágico. Ese tenía el poder de conceder un deseo. El barrio encantado tenía un portal mágico en la puerta, y solo podías pasar con la contraseña mágica. La contraseña mágica era una especie de letra faraónica. Todo esto le contaba Jenna a su amiga Margo que se la había encontrado en las hamacas. Mientras Jenna le contaba todo esto a su amiga, notó que su hermana ya había terminado de contar. Jenna se levantó para ver si estaba, pero Carol no aparecía. -Que voy a hacer, se preguntaba Jenna. -Hola!! -Carol!!- decía ella preocupada, -hay alguien ahí? A Jenna se le ocurrió entrar al barrio encantado, Jenna pensó que tal vez allí encontraría respuestas de donde estaba su hermana. Pero había un problema, ella no sabía la contraseña. Trató de recordar unas palabras que su abuelo Charles le había contado una vez, en tiempo pasado. A Jenna le encantaba escuchar a su abuelo, porque él contaba historias fascinantes, no cualquier tipo de historia sino de cuando él estaba en la guerra.
Jenna estaba preocupada, y muy nerviosa. Vio al guardia del barrio encantado, y le pregunto si podía entrar sin la contraseña. Luego de 4 horas de suplicarle, el guardia la dejo entrar. Todo por adentro era colorido, Jenna se encontró con un sapo. No cualquier sapo sino uno que en vez de decir CROC, decía MIAU. -Buenos días, señor sapo-dijo Jenna-Puede decirme que calle es esta? - MIAU, por supuesto-dijo el sapo-el nombre de la calle, es May al 1300. Jenna agradeció al señor sapo y se fue a buscar el espejo mágico porque ahora tenía un deseo: encontrar a su hermana. Todo lo relacionado con la letra “C” de Carol, la ponía triste y le recordaba a la hermana. Ella fue a tocar las puertas de casa en casa, para ver si alguien sabía algo. Pero apenadamente la respuesta de todos fue: “no, lo siento mucho, pero si la llego a ver te avisare”. Llegó un momento en el cual Jenna perdió la esperanza, Estaba muy preocupada por su hermana, pero a la vez muy agotada. Jenna se sentó a descansar bajo un cerezo, y en ese momento recordó que tenía una manzana en su bolsillo izquierdo. Jenna sacó la manzana del bolsillo y cuando la mordió, vio que adentro de la manzana había un papelito. Jenna era muy curiosa así que husmeó el papelito para ver de qué se trataba, y decía lo siguiente: “Querida Jenna: Por favor le pedimos que vaya a visitar al duende Gibson. Saludos Cordiales, BBE” Jenna muy curiosa fue a visitar a ese tal duende. Cuando ella llegó a la casa, él le propuso una serie de desafíos, y que si los cumplía con éxito podía quedarse con el espejo mágico. Desafío 1: cruzar el puente sin fin con unas pesas sobre los hombros. Desafío 2: vencer a Pepe Grillo en una pulseada.
Desafío 3: bailar el fovy (baile típico del barrio encantado).
Jenna estaba tan desesperada por encontrar a su hermana, que acepto las pruebas del duende. Con la primera prueba tuvo un porcentaje de 98% sobre 100, así que se podría decir que la primera prueba la pasó. Sin embargo le resulto un poco complicada la segunda porque, no lograba encontrar a Pepe grillo por ningún lado. Cuatro horas después lo encontró y le propuso una pulseada, Pepe Grillo aceptó. Y logró vencerlo, así que paso la segunda prueba. Al fin y al cabo la única prueba que le faltaba era la tercera, y como a Jenna le encantaba bailar, no fue cuestión de tiempo para que se memorizara el baile completo. Cuando al fin Jenna termino todas las pruebas, el duende le dio el espejo.
-Muchas gracias- dijo Jenna agradecida. -Sí, bueno es lo justo- dijo el duende con cara de insatisfacción.
Cuando le dio el espejo, al duende se le resbaló y del espejo salieron Carol, Margo y Clementina. Y ahí se descubrió que el duende era tan pero tan malo, que si no pasabas los desafíos te dejaba encerrado en el espejo.
Y esta, queridos amigos, fue la historia de Jenna una chica común y corriente, que aprendió una valiosa lección: “en la vida hay que esforzarte por lo que quieres”.
Categoría 5° Mención: “Clonación reflejada” Autora: María Popik (5° grado B)
Clonación reflejada
Hola, me llamo Martina, tengo 11 años, vivo en Argentina, Buenos Aires, para ser más específica. Todas las mañanas me levanto a las 7:00 AM y voy a la escuela. En resumen hago cosas normales en un mundo normal. Un día cualquiera de camino a la escuela divisé a lo lejos una chica que caminaba que tenía la misma cara, mismos ojos, mismos cuerpo, misma voz, para especificar, los mismos rasgos que yo, era como mi clon. Yo decidí no prestarle atención ya que últimamente me estuvieron haciendo muchas bromas, así que seguí caminando y no presté atención. Al día siguiente de camino a la escuela, estaba sorprendida, no lo podía creer, lo mismo que el día anterior, solo que esta vez había 4 chicas iguales a mí. Corrí a mi casa y ya adentro de esta me fijé si había alguien. Fui al baño a lavarme la cara para despejarme de todo lo que había pasado. Me miré al espejo y… AAAAHHHH, me absorbió por completo. Estaba en un gran salón oscuro lleno de espejos y antiguas escrituras que decían: UNA VEZ ADENTRO DE ESTA MALDICIÓN ESTÉS, DEBERÁS ROMPER EL ESPEJO QUE DICE: Clonación Reflejada.
Yo estaba muy asustada así que solo obedecí lo que decía y busqué entre miles de espejos Clonación Mareada, Clonación Estrellada, Clonación Asustada. Como había muchos espejos fui al que estaba al final del corredor y afortunadamente decía: Clonación Reflejada. Lo tomé con mis 2 manos y haciendo un estrepitoso sonido lo estrellé contra el piso. Muchos cristales salieron de este pero afortunadamente no salí lastimada. Escuché un gran ruido; el corredor empezó a achicarse. Por un momento, no sentí nada. Luego el corredor empezaba a transformarse en mi cuarto. No lo podía creer, estaba acostada en mi cama. Fui corriendo al baño a ver qué le había pasado al espejo. NO había nada allí. Decidí no hablar nunca de esto por lo ocurrido. Y hasta ahora no vi ningún clon mío pero sigo con varias dudas…
Categoría 6° 1° Premio: “La gran estafa y el misterio del espejo” Autor: Valentino Acordaci (6° grado A)
La gran estafa y el misterio del espejo El mes anterior, resolví un caso no muy agradable, fue así como perdí la amistad con un amigo. El suceso se trataba de una gran estafa a una familia de la alta sociedad a la que se le robó $500.000. Les voy a contar como fue. El día del hecho, me llamó telefónicamente la familia Jokins, quería contratarme para que investigue el caso. Tenía que resolver el misterio del robo de $500.000. Me interesó el desafío y acepté el trabajo. Fui rápidamente a la casa de los Jokins, al llegar, me estaban esperando para contarme en detalle cómo fue el día en que sucedió. Relataron que al regreso de un largo día de trabajo, encontraron aparentemente todo normal, sin embargo, al querer guardar un cheque que le habían pagado, el Sr. Jokins descubrió que la clave de la caja fuerte había sido descifrada y abierta y que el dinero de su interior había desaparecido. La familia constituida por el Sr. y la Sra. Jokins y sus dos hijos de 20 y 25 años, sospechaban de varias personas que habían estado en la casa. Tomé registro de estas personas que eran tres, entre ellas: una empleada con muchos años trabajando para ellos, que siempre se mostraba disconforme y enojada con la familia. Otro, era el jardinero porque a pesar de que trabajaba mucho, no le pagaban como él quería y la familia recordaba varios reclamos de esta persona. Por último, la hermana del señor Jokins, con quien se habían peleado después de fallecer sus padres, porque la herencia para ella no había sido justa, la mayor parte de
los bienes los recibió su hermano. No fue distribuida como ella esperaba. Desde entonces, su hermana se mostraba muy amargada y a su vez enojada con toda la familia. Esa misma tarde, comencé a buscar pistas en la casa, pero cuando iba a revisar afuera, de repente tocaron el timbre y era el ingeniero que se encargaba de realizar mejoras en la casa. La Sra. Jokins le abrió la puerta para conversar sobre las futuras refacciones. En ese momento, descubro que era mi amigo de la secundaria. Él en sus tiempos libres me ayudaba como investigador en casos difíciles como este. Al enterarse de lo sucedido y que yo estaba a cargo de la investigación, me preguntó si podía colaborar, y le dije que sí. Fuimos a revisar afuera el jardín y hallé una tapa redonda en el piso, de más o menos un metro de diámetro. Me acerqué, parecía entreabierta, me llamó la atención y me detuve a observar todos los detalles. Mi amigo me explicó que ahí había un pozo peligroso y profundo, entonces la familia había pedido construir una tapa por precaución y aún no estaba totalmente terminada, momentáneamente habían puesto una provisoria, por eso estaba mal cerrada. Parecía decir la verdad, le creí. Volvimos dentro de la casa y le pregunté a los Jokins la ubicación de la caja fuerte. La familia me indicó que estaba en el primer piso. Mientras iba subiendo la escalera, vi un espejo fascinante y grande, era hermoso, tenía un marco dorado con piedras preciosas, de un valor incalculable. Me desconcentré viéndolo, pero mi amigo me hacía señas a través del reflejo de continuar la investigación porque se nos hacía tarde. Mientras recorríamos cada habitación para revisar y hallar evidencias, mi amigo se apresuraba, entraba y siempre parecía como si estuviera moviendo algo, o como si cambiara cosas de lugar. En la cuarta habitación se escuchó un gran ruido, corrí lo más rápido que pude, para ver qué pasaba y allí vi que se le había caído algo, sin darme cuenta con claridad que era. Inmediatamente vi a mi amigo con un destornillador y seis tornillos en sus manos. En ese momento le pregunté: --- ¿Por qué estás con un destornillador? (Tardó un poco en responder, se lo notaba muy nervioso).
---Es que… Es que…yo estuve trabajando aquí y me olvidé esta herramienta y algunos tornillos. (Respondió tartamudeando). En ese preciso momento, lo agregué en la lista de sospechosos, sin decirle una palabra. Fui a observar cuántos tornillos le faltaban a la tapa del pozoy quedé perplejo al corroborar afirmativamente mi hipótesis. A la cubierta del pozo que se encontraba en el piso del jardín, le faltaban ni más, ni menos que seis tornillos. Los otros estaban flojos, como si alguien los hubiese puesto a las apuradas, le saqué el destornillador a mi amigo y abrí la entrada. Mi amigo se mostraba inquieto y muy nervioso, empezó a percibir que yo me estaba dando cuenta de lo que había sucedido. Al abrirla, descubrí que bajo la tapa había un túnel, fui a buscar una linterna a la casa para revisar hacia donde llegaba. Al alumbrar el túnel encontré pisadas, las seguí, al final del pasadizo había una escalera y unos zapatos, pensé que podrían ser del ladrón y que los habría dejado allí para ser más sigiloso. Al subir, llegué a una habitación, para ver con mayor claridad iluminé con la linterna el lugar y descubrí que las paredes eran espejos. Era increíble, podía ver el cuarto entero viendo a un solo espejo, observé a mi amigo a través del reflejo sin que se diera cuenta, parecía inquietarle algo en su bolsillo de la campera, no le pregunté nada y empecé a buscar alguna puerta, toqué y empujé los espejos esperando que alguno se abriera, intenté jalar el primer espejo y nada, en el segundo nada, pero el tercero se movió, lo hice con más fuerza y se abrió, me encontré en el recorrido de la escalera que me llevaba al primer piso, al voltearme me di cuenta que la puerta estaba disimulada por el espejo fascinante con piedras preciosas que me había deslumbrado cuando exploraba la casa desde adentro. Así quedó descubierta la entrada del ladrón. Había logrado descifrar parte del misterio que era por donde había entrado el ladrón, pero no por donde había salido. Había huellas en el piso, pero solo de ida, no de vuelta. La duda era ¿por qué lugar salió de la casa? Pensé, en revisar nuevamente las habitaciones en las cuales mi amigo se adelantaba, sospechaba que habría escondido evidencias. Me fijé con más atención y hallé que en la primera habitación había una máscara
escondida debajo de una camisa que la habría utilizado para ocultar su rostro por si alguien llegaba antes que él hubiera terminado su trabajo. En la segunda, unas pantuflas detrás de un mueble, que seguro las usó después de sacarse los zapatos, y en la tercera fue la que más me sorprendió, era la dirección y teléfono con mis datos como detective dentro de un sombrero. Quizás su objetivo era que me contraten como investigador y de esa manera, al trabajar conmigo, no se descubriría la verdad. El tiempo pasaba, ya eran aproximadamente las 20:55 pm, mientras seguíamos la investigación, llegó la empleada avisando que le habían robado las llaves de la casa. Mi amigo se mostraba cada vez más nervioso y con ganas de irse. Empecé a pensar en mi amigo cuando estaba en el salón de los espejos, viéndolo en el reflejo lo nervioso que se mostraba y de cómo se tocaba el bolsillo de su campera como si ocultara algo importante en el mismo, esto hizo que me decidiera a revisarlo, a pesar que él se negaba rotundamente y manifestaba su enojo, por mi desconfianza. Sin poder ocultarlo más, allí estaban las llaves de la casa, en su bolsillo. Sin más que investigar descubrí todo el misterio, mi amigo era el ladrón que entró por un túnel que llevaba al cuarto de los espejos y salió por la puerta principal de la casa. Ese día, fue el día de una amistad rota. La familia agradecida me compensó por el trabajo, después que mi amigo devolvió el dinero robado.
Categoría 6° 2° Premio: Sin título Autora: Valentina Rabinovich (6° grado A)
Yo soy una persona adinerada, tengo una bonita casa grande con jardín y la comida que me gusta es… costosa. Lo cierto es que yo no tengo estas cosas gracias a mi trabajo o por haber recibido una herencia familiar, sino porque robo. Me llamo Walter, no tengo hermanos y mis papas fallecieron tiempo atrás, mi novia me abandonó, cuando se enteró a qué me dedicaba; así que ando solo por la vida sin ningún compromiso con nadie ni con nada. Hace años ya empecé a robar supermercados, farmacias, bancos y toda clase de lugares donde se guardara gran cantidad de plata. Ayer robé en uno de los lugares más caros del país, la joyería donde se encuentran las joyas más exóticas del mundo. La policía siempre me buscó y aun hoy me busca en todas partes del mundo, pero nunca pudieron encontrarme hasta ahora… 24 horas antes Me desperté el jueves por la mañana pensando que debía dar un golpe. En la caja fuerte que escondía detrás de mi cuadro favorito que estaba en mi cuarto ya no me quedaba mucho dinero. Algo tenía que hacer y no sabía qué. Debía buscar un lugar para robar y no se me ocurría cuál podía ser. Los grandes mercados habían mejorado muchísimo sus sistemas de seguridad y la posibilidad de dar un golpe con éxito no era buena. Entonces pensé en un lugar que no había robado jamás. Una joyería, pero no cualquiera. La más importante de la ciudad había estado haciendo propaganda sobre una muestra de joyas únicas en el mundo. No lo dudé por un minuto. Preparé mis armas, me vestí con un traje elegante, agarré un bolso grande pensando en que lo llenaría de esas joyas y me dirigí al lugar.
Al entrar al impactante salón, empecé a revisar cómo era la seguridad. Por suerte lo único que vi fue a un solo guardia que no mostraba atención en su trabajo. El lugar estaba lleno de gente mirando joyas, pero tampoco iba a ser un problema, porque eran todas ancianas. Nadie impediría que yo lo lograra. Después presté atención a qué clase de seguridad tenían las vidrieras donde estaban mostrándose las joyas y note que no había alarmas, sino que la gente podía sacar las joyas y probarlas. Eso me llamó la atención. Todo sería más fácil de lo que había pensado solamente debía quedarme allí esperando el momento indicado. Justo cuando los dos vendedores del negocio se fueron a un costado, abrí mi bolso y lo llené de muchísimos anillos de plata. Rápidamente hice lo mismo con unos hermosos collares de oro. Luego de perlas. Metí todo lo que pude en mi bolso y al levantar la mirada vi el hermoso diamante que brillaba con la luz del día. Ese diamante sería mío. Me acerqué a la preciosa joya y la tomé con muchísimo cuidado. Salí del lugar lo más rápido que pude y me fui a mi casa sin ninguna distracción. Caminé por la calle cuadras y cuadras tratando que nadie notara el gran robo que había cometido unos minutos antes. Pensé en que lo mejor sería guardar todas las joyas robadas en mi caja fuerte, pero si la policía venía a buscarme, las iba a encontrar muy fácilmente. A cada paso que daba pensaba qué hacer, dónde esconderlas y de pronto se me ocurrió el mejor lugar de todos. Las ocultaría detrás del espejo de cuero que colgaba de mi living. No perdí un minuto, tan pronto llegué a mi casa, así lo hice y justo un segundo después llegó la policía. Escuché las sirenas de sus autos. Miles de preguntas pasaban por mi cabeza. ¿Cómo sabían de mí? ¿Quién les dijo dónde estaba? Después pensé en huir, pero la policía pateó la puerta frontal de mi departamento. Eran cientos de policías con armas. Me dijeron que estaba arrestado y cuando me negué a salir, levantaron sus armas y me repitieron que estaba arrestado. Volví a negarme, entonces empezaron a disparar. Las balas volaban por el aire. El ruido era fuertísimo. Dos balas llegaron a su destino. Una fue directa contra el espejo, rompiéndolo en mil pedazos y la otra chocó en mi pecho. Mientras caía al piso sintiendo el dolor de la bala en mi pecho, vi como al romperse el espejo las joyas se desparramaban en el piso. El diamante brillaba como si fuera una joya de
otra galaxia. EscuchĂŠ como los policĂas llamaban a la ambulancia mientras seguĂa impactado por aquel fabuloso resplandor mientras mis ojos se cerraban.
Categoría 6° Mención: “Detalles pequeños pero importantes” Autora: Milena Pérez Virano (6° grado B)
Detalles pequeños pero importantes
La muerte de Ludmila preocupaba a todos y mucho a Esteban, ya que este era su primer caso. Ludmila tenía 21 años y vivía sola, la habían encontrado muerta el sábado, en su departamento, tirada en la alfombra. Esteban que estaba decidido a encontrar el culpable, revisó la casa. Como no encontró nada que pudiera serle útil, empezó a hablar con algunas personas. La primera con quien habló fue Fernanda, la hermana de Ludmila. -Ludmila era muy tranquila, no sé qué pudo pasar. La última vez que la vi fue el viernes, en el festejo de su cumpleaños. -¿Quiénes fueron al cumpleaños? -Mamá, Papá, Juana, nuestra prima, el novio de Juana, Luciana, su mejor amiga, pero vino más tarde. - ¿Por qué Luciana llegó tarde a la fiesta? -Porque tuvo que hacer trabajo extra, dado que su familia no está pasando por un buen momento económico. Luego, Esteban pidió hablar con todos los invitados al festejo. Entre todos, se sentaron a charlar sobre lo sucedido. -En el cumpleaños ella se veía muy tranquila -empezó la madre.
-Lo que sí, no comió nada –agregó el papá. -¡Estaba a dieta! Exclamó Fernanda que comprendía la situación de su hermana. -Veamos lo bueno: cuando abrió los regalos, se la veía muy feliz –dijo Luciana, queriendo participar de la charla. - ¿Qué le regalaron preguntó Esteban? - Juana y su novio le regalaron un somier, papá y yo le regalamos una gargantilla de oro y Fer un set de maquillaje. - Juana me acaba de mandar un mensaje diciendo que no va a poder venir porque están pintando su casa, pero si Esteban quiere ir a preguntarle algo, está invitado –dijo Fernanda, mirando su celular. -¿Alguien tiene algo para anotar? –preguntó Esteban. - ¡Yo! Ya te paso la dirección –exclamó Luciana, sacando papel y lápiz. Antes de irse a la casa de Juana, Esteban decidió revisar por última vez la casa. Encontró un par de cosas que antes no había visto: plantas y un cartel de feliz cumpleaños que tenía mensajes para Ludmila. Ya estaba a punto de salir, pero antes decidió ir a mirar al espejo para ver si se le había ido la mancha de café con leche de la remera. Como vio que tenía los cordones desatados, se agachó y pudo ver reflejada una cajita abajo del mueble de la televisión. Adentro, había una foto del cumpleaños y el envoltorio de la gargantilla. Rápidamente, Esteban fue a hablar con la mamá de Ludmila. -¿Cuándo sacaron esta foto? –preguntó, mostrándole la foto que había encontrado en la cajita. -Cuando nos estábamos por ir. Me acuerdo que, apenas la sacamos y la imprimimos, nos fuimos todos menos Luciana que se quedó un rato más porque había llegado tarde. Inmediatamente, llamó a la policía para que atrapara a Luciana. Se había dado cuenta de que ésta era la culpable porque fue la última en irse y, en la foto, Ludmila tenía puesta la
gargantilla de oro, mientras que en el cuerpo ya muerto no había ningún collar. Fernanda había dicho que tenía problemas económicos, Esteban estuvo investigando sobre la empresa de su padre y resultó que le había hecho juicio por venderle a un negocio comida en mal estado. Además, cuando ella le pasó la dirección pudo fijarse en la letra que era la misma que estaba en el cartel de cumpleaños atrás de la mesa, y al sacar la foto, el cartel no estaba. No fue un caso difícil pero gracias al reflejo del espejo que lo ayudó a encontrar la foto, pudo resolverlo fácilmente.
Categoría 7° 1° Premio: “La nueva especie” Autora: Lola Garrido (7° grado A)
La nueva especie Ya era tarde para dar vuelta atrás. Había boleto de ida, pero no de vuelta. Un capítulo de su vida acababa de finalizar y otro recién empezaba a escribirse. Se encontraba sentado. Los movimientos de la astronave le causaban un mareo que mezclaba su miedo y su orgullo. ¿Acaso había sido una buena decisión? Nunca lo sabría. O quizás sí. Las vueltas en su cabeza lo llenaban, pero al mismo tiempo dejaban un vacío dentro de él. ¿Iba alguien a lamentarse por su ausencia? lo dudaba. Apoyó su rostro en la fría ventana. Nada. No veía completamente nada. Ahora se encontraba en el medio de una pesada masa de oscuridad, rodeado por extraños que le daban nada más que órdenes. "Un infinito dentro de otro", decían los matemáticos. "La noche más oscura, esconde la estrella más brillante", decían los filósofos. No eran más que metáforas al azar. Pero nunca nadie se fijaba en lo que en verdad importaba. ¿Acaso eran los únicos seres de este universo sin fin? ¿No era esa una teoría egocéntrica? Eso estaría por verse. Allí, navegando por la nada misma, había llegado a un par de conclusiones, a las que los ignorantes solían pasar de largo. Había podido observar que es necesario llegar muy alto para darse cuenta uno de lo pequeño que es. Creían que habían podido descifrar cada uno de los secretos del gran océano al que llamaban universo, cuando en realidad sólo habían descifrado una gota de agua. Eso estaba mal y podía demostrarlo. Repasaba una y otra vez el objetivo de su misión allí. Él era un científico, uno bueno. El avance más reciente en la ciencia a nivel mundial había sido logro suyo. Ahora, había sido enviado a perderse en ese océano lleno de preguntas hasta encontrar lo que buscaban. Un planeta. Uno vacío, abandonado. Uno en el cual podrían desarrollar su experimento, cultivar los frutos de su logro, dar comienzo a una nueva era. Su nombre quedaría grabado en la memoria de todos. Incluso en la de aquellos que lo habían acusado de loco, psicópata, embustero, o peor. Junto al grupo de ignorantes que le habían asignado como equipo, él daría comienzo a una nueva especie, nacida en laboratorios, que habitaría en un planeta desierto. Serían observados y estudiados como el buen experimento que
eran, sin saber de la existencia de sus creadores, por supuesto. Millones de preguntas lo rodeaban. La nueva especie tendría la posibilidad de pensar como ellos, de mirar y entender el mundo desde una nueva perspectiva. Tenía la esperanza de que ellos podrían ver todo como él lo hacía. Pero para eso, todo tenía que salir perfecto. ¿Sería la nueva especie una observadora detallista del universo? o ¿serían ignorantes y egoístas a la hora de cuidarlo? ¿Se preguntarían alguna vez de donde provenían? ¿Les daría curiosidad saber si eran los únicos habitantes de esa eterna naturaleza? Las dudas y el miedo al error y el fracaso lo mataban por dentro. Pero algo era seguro. Estaba a punto de marcar la historia. Ahora, su corazón latía más rápido. Tenía el buen presentimiento de que sería recordado por siempre como el creador de la nueva especie, "Los humanos".
Categoría 7° 2° Premio: “Guerra” Autores: Simón Aidelman y Santiago Miranda (7° grado B)
Guerra
El lunes vinieron a mi casa y me dijeron que sería parte de una guerra intergaláctica. Ese día, atacamos a la Luna. Martes, atacamos a Marte. Jueves, Júpiter. Viernes, a Venus. Sábado a Saturno. Y domingo, fuimos a atacar al sol. Nos dimos cuenta de que era imposible. Yo me salvé. Escapé, solo, sin ninguno o ninguna que me acompañara. Y me pude dar cuenta, de que me quedé solo, de tantas almas que maté. Y que la guerra, solamente sirve para matar.
Categoría 7° Mención: “Invasión de computadoras” Autores: Juana Matera, Valentina Corro Molas y Valentina Cosovschi (7° grado B)
Invasión de computadoras En un futuro muy lejano, en un planeta extraño, se encontraba una especie de ser humano diferente a la que conocemos en la actualidad. Era una sociedad muy avanzada en la tecnología, especialmente en comunicación. Las personas ya no usaban el contacto visual, se tenían en frente una a la otra y se mandaban mensajes. Por lo tanto, las personas se olvidaban de cómo hablar con la voz. Se dejaron de hacer los deportes y las escuelas cerraban, ya que todo lo hacían desde su computadora. Cada día había más pobreza, porque los trabajadores se quedaban sin trabajo y no tenían el dinero suficiente para comprar una computadora. Por otro lado, los empresarios no lo necesitaban, y usaban máquinas que contaminaban un montón al medio ambiente. Esto causaba muchos problemas sociales, económicos, ambientales y de todo tipo. Poco a poco, el planeta que todos conocíamos como “La Tierra”, quedaba en el pasado. Solo un pequeño grupo de personas quería cambiar esto. Este grupo de personas era un grupo de tres jóvenes trabajadores, dos madres y un empresario de la tercera edad. Hacía ya casi tres años venían con este objetivo de cambiar al mundo y volverlo a lo que era antes. La razón por la cual no lo pudieron poner en marcha, fue porque la gente seguía muy atrapada en sus computadoras, y había un virus que no dejaba poner la información en la red. Con el tiempo, se dieron cuenta de que lo que controlaba la red, eran aquellos que tenían lo necesario para vivir y querían que el mundo siga así. Su objetivo era juntar una multitud de gente, en una plaza, y poder hablar y compartir cosas de sus vidas, que con las computadoras no podrían hacer. Mandaron las invitaciones por todas las redes sociales, y utilizaban hashtags como #SalvarAlPlaneta, #VolviendoALoQueEraAntes. Al principio, habían pocos de acuerdo y con ganas, pero luego
se dieron cuenta de que era una buena idea. La juntada será una merienda a las cuatro de la tarde, hasta la noche, del domingo que viene. El día llegó y los organizadores de la reunión estaban muy ansiosos por escuchar a la gente y poder oír su voz. Faltaban solo unos minutos para que la gente empiece a llegar. Iban llegando pequeñas familias, jóvenes y ancianos, con muchas ganas de empezar de cero la rutina de antes, hacer deportes, cantar, juntarse a festejar un cumpleaños, las cenas familiares, contarse como fue el día, ir a la escuela y encontrarse con amigos. Las puertas de la plaza se abrieron, y se había llenado de personas. Era un día muy soleado, hacía calor y la gente compraba helados para refrescarse. También se mojaban la cabeza y tomaban bebidas frías. La plaza era un parque bastante grande, lleno de hamacas, toboganes, pasamanos y calesitas. Tenían planeado hacer juegos como el “veo veo”, el “dígalo con mímica”, y estaban permitidas las mascotas. Llegaron los invitados y todos empezaron a realizar las actividades. En un momento, se escucha un ruido muy fuerte y la gente empieza a gritar. Un hombre, de unos cuarenta años aproximadamente, llevó robots gigantes, que empezaron a atacar a todos y a romper todo lo que se les cruzaba por el camino. Cuando los organizadores se dieron cuenta de que todo lo que habían planeado se había destruido, no sabían qué hacer, se empezaron a desesperar. Reunieron a toda la gente que pudieron, varias personas murieron. Como la gente sabía mucho de computadoras ya que ellos se comunicaban a través de ellas, sabían cómo desconectar robots. Pero solo una persona sabia como desconectar esos, eran especiales. Él era el mejor ingeniero en tecnología, era diferente a los demás. Él era el único que sabía la formula. Había un problema... Él intentó defender a una familia, de los robots, y lo lastimaron. Él nunca le había dicho a nadie la formula pero no le quedo otra opción, sino el planeta se iba a la ruina. Él fue a buscar su computadora para hablar pero en el camino uno de los organizadores le gritó: “¡No necesitas una computadora, puedes usar tu voz!”. Todos se quedaron impactados. No podían creer lo que había sucedido... Un humano después de unos cuantos años volvió a utilizar la voz para comunicarse. Luego de que uno de los organizadores diga eso, el ingeniero dijo: “Yo les diré la fórmula pero no lo haré” y se fue. Todos dijeron “AYUDAREMOS”. Había muy pocos que estaban en contra. A esos, los
robots no los mataban, los dejaban escapar. Todos los que no estaban en contra de la idea de volver a lo que era antes, los vivos, cumplieron con la fórmula. La fórmula era que alguien le tenía que pegar un tiro en donde se abría el robot. Era una fórmula complicada pero entre mucha gente lo podían lograr. Encontraron varias pistolas en el piso que gente había usado para sobrevivir. Cada pistola tenía seis balas. Hicieron un plan muy interesante, que consistía en separarse en grupos pequeños. Todo esto lo arreglaban mientras los robots atacaban. Cada grupo tenía una de las pistolas con las seis balas. Eran diez grupos. Solo tenían sesenta posibilidades, si no, morían todos. Solo los mayores podían disparar. Ninguno pudo... Todos le erraban. Uno de los grupos era todo de chicos de diez años y el líder del grupo tuvo que disparar. Todos estaban muy nerviosos… el primer tiro le erró. El hermano del líder le dijo: “VOS PODES HERMANO, TE AMO.” y en el segundo tiro no le erró, le dio justo en el brazo izquierdo y todos los robots se desconectaron. El nene se convirtió en un héroe. Finalmente, todos los sobrevivientes tiraron sus computadoras al tacho y el planeta volvió a ser igual que antes. Le agradecieron al chico por salvarle la vida a todos regalándole una pelota de fútbol y la camiseta de su cuadro. El nene no entendía nada, pero estaba feliz. Volvieron a tener las mismas rutinas de antes y los chicos volvieron a ir a la escuela y compartir momentos grandiosos con sus amigos. Las computadoras ya eran pasado…
Categoría: 8° (adultos) 1° Premio: “Médanos” Autora: Débora Center (Profesora de Lengua y Literatura de 7° grado) Médanos
Quizá era otoño, quién sabe -ni él- pero hacía un frío intruso, intempestivo, desubicado. Y era en la estación de ómnibus. Sí, allí donde el clima parecía notarse en la crudeza más cruda: donde el olor a gasoil y café malo hacían creer que la temperatura era sólo parte acompañante de la sensación de incomodidad. Le tocaba un micro. Le tocaba literal: se acercó mucho a la plataforma, ansioso de dejar todo eso de la estación. Se acercó mucho, porque le tocaba subir al micro y el micro lo tocaba ahora en un descuido propio, de él, no del micro. La absurda posibilidad de morir por el impacto de un vehículo casi detenido lo sacudió del letargo. Y recordó, ahora sí recordó, lo ridículo del motivo que lo llevaba a subirse a un micro con destino Médanos. Era sencillo, casi risible: el hallazgo de un cuerpo, tirado, en un charco de sangre coagulada. El lugar: una parrillita de mala muerte –tal cualen las afueras de Médanos. El arma, risible también, era una tijera minúscula, de esas que se usan para cortarse las uñas. Pistas, pocas. Motivos, menos. Hasta acá un policial clásico -se dijo para sí- malo, pero clásico al fin. Lo peor era que hubieran pensado en él para ese caso. Sentía aún en las sienes la carcajada que su superior había largado al firmar el papel con la asignación, que ahora llevaba arrugada en el bolso. Y peor: el permiso de pago de unos pocos pesos, escasísimos, para comprar el pasaje. En ómnibus. Triste, precario. Después, los mínimos preparativos. La cosa ya estaba casi hecha y debía ser hecha. Así que se subió, buscó su asiento, acomodó el bolso en la gaveta y con ayuda de la botellita de agua que había comprado hacía unos minutos, cuando su contenido no estaba tan tibio ni sus manos tan sudorosas como para calentarlo, empujó un tranquilizante reservado en el bolsillo de la camisa. Amargo. Durmió de a ratos y a sacudones. Era obvio. Cuando logró acostumbrarse al ruido constante del motor, notó que era el único pasajero que todavía se resistía a tomar como normal la anormalidad de dormir con extraños en un vehículo en movimiento. En eso estaba y estaría por horas, en las que el aire húmedo y pastoso del micro alternaba con el vidrio de la ventana para golpearle la cabeza. Llegar era paradójicamente peor que salir. Nadie avisó que estaban en Médanos y solo lo advirtió cuando era el último que quedaba en su asiento. Notó que hasta el chofer ya estaba lejos de ese armatoste y mojaba una medialuna grasosa en un café con leche, escena que le dejaba ver el vidrio esmerilado de la cafetería de la estación. Bajó, entonces, turbado, no tanto por los efectos de la pastilla, sino por el repentino calor que le golpeó la frente. Era como si la temperatura le hubiera pifiado en el mapa y, en lugar de estar cerca del mar,
hubiera agarrado una ruta equivocada y hubiera terminado en un pueblito a kilómetros del agua. Cargando el bolso -y ahora también la campera- caminó unos metros para librarse del sopor. Decidió no preguntar la ubicación de la parrilla para no levantar sospechas: ¿quién buscaría con precisión una determinada parrillita en horas en las que no se almuerza ni se cena? Solo un loco, un asesino o quien estuviera tras un loco o un asesino. Mejor no. Tenía ciertas referencias y Médanos lejos estaba de ser una gran ciudad. Una parrilla en la entrada del pueblo, en la ruta: no era tan difícil. Mejor sí, caminar. El bolso empezaría a pesar más de la cuenta en un rato pero en ese mismo rato podría llegar a la parrilla o tal vez a un bar donde hacer una parada. Y llegó al bar. Estar de pasada en un pueblo de Buenos Aires es como volver, siendo adulto, a casa de los padres. Es como jugar a ser turista pero no serlo, ser ajeno en lo conocido. Recordaba ahora, una vez, una remembranza lejana, en la que su padre le decía que ese verano por fin podría irse de vacaciones. Había que prepararse: la ropita, el viaje, los juguetes para la playa. Era muy pequeño y todo parecía muy grande: las horas, sus padres. Iban en el Renault 12, bordó. Viajaba solo atrás, rodeado de cosas que no habían entrado en el baúl. Su madre iba adelante hasta que él se aburría. Entonces, se pasaba al asiento trasero y parte del equipaje quedaba en una pila temblorosa al lado de su padre. Y jugaban: a contar vacas, al veo-veo, a inventar historias. Y entre esas historias, se inventaba la suya, la de un niño que viajaba, que veía lugares nuevos, que armaba castillos de arena, que se revolcaba en el agua del mar. Y llegaban -como él a Médanos- y todo era nuevo, inmenso. Y la playa también era inmensa: el espacio y el tiempo parecían no tener límites. Como fuera de toda dimensión, era eso, era esa la sensación. El único límite era la vuelta, la ruta para el otro lado y la ciudad. Pero para eso faltaba, mucho, una eternidad faltaba. En eso pensaba, mientras tomaba de la taza de café y la investigaba. El dueño del bar, devenido mozo, devenido bachero, devenido observador -quizá en esto no había llegado a devenir- miraba hacia su lado, como disimulando estar ensimismado en la resolana que entraba por la ventana. Demasiado abrigado, demasiado cansado, demasiado extraño. Y demasiado investigaba la taza que, con la distinción única de dos o tres manchas de cafés anteriores y una incipiente rajadura en el asa, en nada se diferenciaba de todas las tazas de café en pocillo blancas. Pensar que había cosas de cerámica que eran únicas, pero no lo era aquella taza. No en Médanos. Quizá no era único tampoco él.
Pese al apuro que le puso a la última sorbida de café, el efecto de la cafeína parecía no haberle llegado y él no lo iba a esperar. Tampoco quería esperar a que le cobraran. Cuando el hombre del bar se metió tras una cortina, que seguro conducía a la cocina y empezó a hacer unos ruidos, que seguro eran de platos fregados, dejó unos pesos sobre la mesa y salió de nuevo a la calle. Por la cantidad de coches (tres) y la velocidad que llevaban (alta), decidió seguir en esa dirección. No había dudado hasta ese momento y no dudaría entonces. Supuso, con acierto, tal vez con un poco de suerte, que la entrada del pueblo y, por ende, también la parrilla estarían a pocas cuadras. ¿Cuadras? Bueno, metros. Era cuestión de seguir y caminar. Esta segunda parte de la caminata había sido más larga y lo había fatigado más que la primera. Eso no lo supuso al principio pero ahora no podía dudarlo. Ya casi al final arrastraba los pies tanto como el equipaje. Por el dolor en la nuca creyó que el sol competía con el hastío, como viendo cuál de ellos le imprimía antes su marca a las cervicales. Sin embargo, el consuelo le quitó el desgano: llegaría a la parrilla en horario de almuerzo y tendría ganas de almorzar. Choripán, bondiola, bife o morcilla. Todo bien jugoso. Un poco de pan, por favor. Y el vino que seguramente estaría caliente. Hielo, un poco de hielo. Los platos, grasosos pese a las lavadas. Los vasos, petisos, como para obligar el movimiento constante de servirse bebida y mojarse los dedos al ponerles hielo. Salpica, el hielo salpica, como ahora lo salpicaban unas gotitas tímidas en la naciente del pelo. El cartel. Fue justo cuando vio el cartel con el dibujo de una vaca -hecho por un principiante, sin duda- cuando sintió que algo le mojaba también el cuello y se detenía en los bordes de la camisa. Sudor, rocío, lluvia, cebo. Sí, cebo, del cuello, grasa, grasa de vaca, de mirar la vaca, cebo. Debía ser eso, simplemente eso. Se pasó la mano por el cuello, como constatando, pero no se la miró después. Seguía concentrado en el cartel. Estaba definitivamente mal hecho: atrás del animal había un paisaje obscenamente urbano. Era una vaca de otro lugar, colocada en otro lugar. Y ahora en un techo de la parrilla: “La elegida”. El nombre tampoco parecía bien ideado, de más está decirlo casi. Al entrar vio que las mesas eran escasas. No tanto los comensales, que parecían darle sentido a la existencia del lugar y a su nombre. El asador, lo supo por el delantal manchado y el despeinado pelo que había sido espantado de su frente sudorosa, hablaba
alto con un igualmente gordo hombre de la mesa más cercana a la barra. El panorama lo libraba de la obligación social de saludar y de sonreír como para justificar el espacio profanado a los pueblerinos. Más ruido hizo su equipaje, que depositó en una mesita libre. La posibilidad de hacer las cosas mal y que parezcan hechas bien lo motivó a dirigirse al baño, sin pedir permiso, claro. ¿De qué tenía más ganas? ¿De mojarse la cara, de mear, de lavarse las manos? En ese orden: todo. Apuró unos pasos tímidos e innecesarios hacia una puertita al fondo del local. No quería no saber la dirección; encaró hacia allí y acertó. Con más decisión empujó la chapa. Pasó y la cerró, con un crujido casi tan desagradable como el espacio que escondía tras de sí. Parecía que el baño hubiera sido improvisado al terminar de construir la parrilla, como un anexo obligado por un descuido. ¿Quién podría haberse olvidado de hacer un baño? ¿Quién podría haber notado el olvido e ideado justamente ese baño? Era horrible, todo: el olvido, el recuerdo. Y la sensación, fea. Las ganas de mear ahora lo invadían, como obligándolo a superar el asco. Líquido, el asco se convierte en líquido. Meo y después en las manos, en un intento –en vano- de ser lo único limpio del lugar. Corría el agua y sus movimientos corrían tras ella. Fue en un descuido, en una interrupción inesperada del lavado, cuando se miró al espejo. Y ahí estaba. Su cara, transformada, como si todos los médanos que Médanos ya no tenía le hubieran arrojado arena a los ojos, a los cachetes, a la piel. Como si toda la arena de ese viaje de la niñez ahora saliera de su memoria y se le metiera craquelada en los poros. Raspaba, corroía. También en los dedos, una pasta pegajosa que avanzaba hasta teñir las cutículas y agrietarlas, despellejarlas, romperlas. El agua caliente y el calor parecían no estar ayudando, porque convertían esa arena en un pantano sofocante, sin apoyo, sin sosiego. Y ahora veía, en el espejo, una coloración violácea, que le subía desde los hombros y se dirigía a la frente, presurosa. Quiso apartarla, con las manos rugosas, empastadas, pero no pudo. Quiso buscarse en el reflejo para guiarse, para encontrar en ese espejo su cara de antes, de antes de la arena, de antes de la playa, de antes del viaje. Entonces, con lo poco de visión que le dejaban los intersticios entre los granitos de arena, vio la rajadura que se proyectaba en su cuello. Una mancha incipiente pero atrevida. Un rajón como de tijera, de tijerita de cortar las uñas, que ahora le arrancaba un suspiro y, más aún, un grito. Se vio una vez más en el espejo, sabiendo que estaba cerca, pero sintiéndose lejos. El viaje, la arena, el agua, los médanos. La ruta, el cartel, el baño, su cara. Y las primeras gotas de sangre caen sobre la
bacha, indecisas, como no queriendo. Y forman estrellas rojizas delineadas por los últimos vestigios que suelta el grifo, simulan un atardecer en la playa. Los dedos, la mano, intentan asirse de algo y arañan los azulejos, los tiñen. Hay silencio, silencio y arena. Y sangre. Afuera, el chirriar de los cuchillos en los platos, se mezcla con voces masticadas, con líquidos calientes, con carnes. Es mediodía, la hora del almuerzo. Hace calor. Y es tan simple como eso, como una parrillita -de mala muerte- en Médanos.
Categoría: 8° (adultos) 2° Premio: “Tres candados” Autora: Cecilia Caimi (Maestra de 5°) Tres candados Allá atrás, perfectamente escondida detrás de la vieja biblioteca del segundo piso, hay una caja de madera. Está cerrada con tres candados de metal oxidado, y nadie sabe que está allí. En verdad esto no es del todo cierto. Hay alguien sabe de su existencia pero eligió olvidarla hace pocos meses, cuando todavía estaban cayendo las primeras hojas amarillas sobre el asfalto y el viento no vibraba sobre las ventanas como lo hace hoy. Pero acérquense
un poco más, no quiero levantar tanto la voz, quién sabe qué almas nos pueden escuchar desde los pasillos (no todas las historias están hechas para cualquier oído). Como decía, alguien conoció hace un tiempo el contenido de esta caja. Matías, que así se llamaba nuestro joven, trabajaba como profesor de música en un modesto instituto situado en la avenida Rivadavia. Asomémonos a la vereda por donde venía caminando una tarde de marzo y observémoslo tamborilear el aire con los dedos como si continuara pulsando las teclas del piano que abandonó hace solo unos instantes. Tenía un andar un tanto descuidado y las ropas que vestía no parecían ser demasiado modernas. A decir verdad, su aspecto dejaba mucho que desear y parecía incluso volverlo algo invisible frente a los transeúntes que lo cruzaban y a veces lo empujaban casi sin verlo, como si hubiera sido transparente y pudieran atravesarlo de lado a lado. Entre las multitudes de hombres y mujeres que corrían hacia sus obligaciones, Matías caminaba con sus pasos largos y lentos. Al mirar hacia sus pies, vio que el cordón de una de sus zapatillas estaba desatado, y como no encontró ningún escalón apropiado para sentarse, decidió ingresar al pasaje Colombo y descansar un momento en el banco que veía al final de la calle. En cuanto ingresó a la estrecha callejuela, notó que el ruido del tráfico disminuía allí enormemente. Cualquier esbozo de preocupación desapareció de su rostro y sus pensamientos parecieron aquietarse de inmediato. Se sentó con un suspiro, se ató los cordones y miró a su alrededor con tranquilidad. Las primeras brisas de otoño le desarreglaban aun más el cabello, pero esto no parecía importarle a Matías, que estaba ahora concentrado en observar a una señora muy anciana sentada en la vereda junto a una manta desplegada cargada de objetos que no alcanzaba a identificar. Por alguna razón, la presencia de la mujer lo inquietó. No recordaba haberla visto al ingresar al pasaje y era imposible que se hubiera instalado allí después de que él hubiera entrado, dada la cantidad de objetos que se desparramaban sobre la manta. Molesto por haber sido interrumpido en sus pensamientos cuando creía estar completamente solo, decidió marcharse de allí. Con paso firme, se dirigió hacia la avenida, pero cuando estaba a metros de lograr su objetivo, la mujer lo llamó con voz aguda: -¿Una monedita para esta abuelita?
Matías se estremeció con la siniestra sonoridad de las palabras de la anciana. Además le disgustaba nombrar así a personas mayores con las que no tenía relación alguna. Negó con la cabeza e intentó seguir su camino. Pero un segundo chillido invadió nuevamente su caminata: -¿Pañuelos de papel? ¿Lapiceras? ¿Navajas? Nuestro joven negó con la cabeza y ya iba a continuar su marcha, cuando un último ofrecimiento lo detuvo sorprendido: -¿Flautas? –casi gruñó la mujer. Seguro de encontrarse con flautas escolares de plástico, Matías dio sin embargo una rápida ojeada a los contenidos acomodados sobre la manta. Y allí, entre viejos libros, animalitos de vidrio, velas de colores, como si de un mercado marroquí se tratara, vio una flauta de metal que parecía brillar con los últimos rayos del sol de esa tarde otoñal. Inquieto pero curioso, se acercó. Con un inexplicable temor, se agachó y tomó el instrumento entre sus manos. El tubo de metal frío rodó por las palmas y lo obligó a cerrar el puño con fuerza. -¿Cuánto está? –se dirigió a la anciana que lo miraba fijamente. -A voluntad –respondió esta con desgano. La curiosidad del joven lo impulsó a averiguar un poco más: -¿De qué metal es? La vieja se encogió de hombros. No parecía muy dispuesta a iniciar una conversación, de manera que Matías metió la mano en el bolsillo de su campera y extendió unos billetes a la mujer. Era bastante dinero, pero la experiencia le indicaba que probablemente la flauta lo valía. El regreso a casa pareció ser interminable. A falta de mochila o maletín, apretaba en su mano el instrumento mientras se preguntaba cómo habría llegado hasta la manta, si realmente tendría algún valor y, principalmente, cuál sería su sonido. Una vez en su departamento del segundo piso, se sentó frente a la mesa del comedor y observó su nuevo tesoro con detenimiento. Demasiado pequeña para ser una flauta dulce, pero muy grande como para ser un flautín, no recordaba haber visto ninguna similar durante su carrera musical. Al lustrarla superficialmente con un trapo, encontró que el color dorado se mezclaba con un tinte apenas verde que le hacía recordar el tilo que se mecía en el fondo de su casa de infancia. Como un relámpago perfumado, su memoria lo atravesó de nostalgia por un breve instante.
Apartó ese sentimiento rápidamente y acercó los labios al pico. Apoyó su boca en la flauta y sopló suavemente por la embocadura. Un sonido dulce lo envolvió y lo hizo esbozar una sonrisa. El instrumento era bueno, probablemente valiera mucho más de lo que había pagado. De un estante repleto de papeles extrajo un cuadernillo de melodías para vientos. Lo colocó sobre el atril y ahora sí, de espaldas al gran espejo que colgaba de una de las paredes, se dejó llevar por la tonada. Un rondó de Bach invadió la habitación del solitario profesor de música, mientras afuera el cielo ya había oscurecido por completo y unas pocas estrellas pálidas titilaban sobre la ciudad. Pero a los pocos minutos fue evidente que algo no estaba funcionando bien. Los tonos mayores que indicaba la partitura sonaban como menores, aunque Matías había comprobado que la flauta funcionaba perfectamente la primera vez. Poco a poco, ante la extrañeza del joven, la melodía no tuvo más relación con lo que tocaba. A pesar de que el instrumento solo funcionaba con su aliento y se detenía al dejar de soplar, las notas no se correspondían con las que él intentaba ejecutar. Sorprendentemente,
esto
no
asustó
al
muchacho.
Maravillado
por
su
descubrimiento, se dejó llevar y sopló con insistencia la boquilla sin mover los dedos. Así, fluyó la melodía que había estado pugnando por salir a pesar de sus intentos por imponer a Bach. Se trataba de un lamento árabe que parecía envolverlo y que no había escuchado nunca en su vida. El profesor comenzó a transpirar. Parecía sentir, seguramente producto de su imaginación, un viento hirviente que lo hacía soplar de forma agitada. Dejó crecer las imágenes que se le agolpaban en la mente. Frente a su refugio a la sombra, percibía la arena caliente, la sed, la sensualidad del desierto. Visualizó a dos hombres curtidos por el sol que lo miraban echados sobre una alfombra extendida en el piso. Lo asustó la imagen y dejó de soplar. Se había dejado llevar demasiado y esta última visión había sido demasiado real. Probablemente la falta de oxígeno producto del soplido intenso y continuo había contribuido a su fantasía. Esa noche le costó dormir. La experiencia de la flauta lo había llevado al límite de la irrealidad y lo perturbaba sobremanera. Hizo un esfuerzo por cerrar los ojos y pensó que a la mañana siguiente todo estaría olvidado. La luz del día ahuyenta a los fantasmas, eso lo saben ustedes muy bien.
El despertador sonó a las seis y la jornada laboral lo mantuvo ausente de su hogar hasta el atardecer. Había pensado en su nueva adquisición durante las clases, pero solo para reprenderse a sí mismo por dejarse guiar tan intensamente por su propia fantasía. Con la salida del lucero, Matías decidió darle una segunda oportunidad a su flauta. Esta vez, un concierto de Telemann que conocía prácticamente de memoria. Pero era evidente que a pesar del gran esfuerzo que desplegaba, el instrumento no respondía a su voluntad. El muchacho se esforzaba por imponer la melodía, pero un aire gitano se colaba entre sus dedos hasta que no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar nuevamente. A pesar del carácter festivo de la canción romaní que entonaba, un inexplicable dejo de tristeza invadía su corazón. Pensó en viajes por caminos polvorientos, en fogatas a la luz de la luna, en bellas gitanitas que lo rodeaban golpeando grandes panderos con cascabeles. Al estar ensimismado en su ensoñación, golpeó involuntariamente el borde del atril y una hoja pentagramada se deslizó suavemente hacia el piso. En cuanto giró para colocarla en su lugar, Matías se enfrentó al espejo y quedó paralizado. En lugar de verse reflejado a sí mismo, encontró a un hombre gitano de mediana edad que lo miraba con desconfianza. Retrocedió y el hombre retrocedió a su vez. Se quitó la flauta de la boca y la escena se esfumó. Con labios temblorosos sopló nuevamente, y encontró que la niebla difusa que cubría el espejo tomaba forma otra vez. Esta vez, se vio reflejado como una mujer mayor que, sentada en una silla de plástico junto al mar, tocaba un romance español que a él le resultaba extrañamente familiar. Echado a sus pies, un perro de tamaño mediano jadeaba con la boca abierta. Matías sintió que sabía, que conocía, que él era esa mujer sentada frente al mar. Recordó su infancia, su edad madura, sus miedos. Con esfuerzo, apartó sus manos añosas y arrugadas de la flauta. Luego de esta última experiencia, un entusiasmo febril capturó todos sus días y sus noches. Empuñando la flauta con fuerza, fue un comerciante japonés recientemente divorciado, fue una panadera salteña que madrugaba para hornear sus bollos, un recién nacido que miraba la vida con ojos nuevos. Podía vivir todas las vidas, era todos los hombres y todas las mujeres del mundo. Era el mundo. El director de la academia se acercó a él durante la hora de solfeo para preguntarle si estaba bien. Lo había visto demasiado pálido, algo confundido, casi ¿transparente? al llegar. Cuando dejó de ir al instituto lo llamó varias veces telefónicamente pero fue en vano. Nadie
respondió a las llamadas. ¿Dónde estaba Matías? ¿Seguía existiendo nuestro joven o cada parte suya había sido diluida en otras vidas? Asomémonos de nuevo al cuarto que abandonamos hace unos instantes y observémoslo en silencio, sin que se dé cuenta de nuestra presencia. ¡Con cuidado! El piso de madera cruje a cada paso, no queremos alarmarlo. Allí sigue todavía mirándose atónito al espejo, conociendo esta vez el dolor de quien tuvo que viajar lejos de su tierra, el secreto más profundo de quien está engañando a un ser amado, la alegría del escritor que encuentra la palabra que le resonaba en el alma. Dicen que pronto lo encontrarán tendido en el suelo, algo envejecido, rodeado de arena, hojas secas y pañuelos de colores desteñidos. Cuentan que al despertar pedirá una caja y tres candados y que mantendrá sus vivencias en secreto hasta el día de hoy. Cómo me enteré yo de su relato es algo que no tengo tiempo de contarles esta noche, se hizo demasiado tarde y las estrellas nos invitan a dormir. Aquí están las tres llaves. Quién sabe, tal vez alguno de ustedes tenga la fuerza suficiente como para atravesar todos los mundos sin perderse a sí mismo.
Categoría: 8° (adultos) 2° Premio: “El juego de los espejos” Autor: Diego Kaminker (Papá de Andrés Kaminker de 4° grado A)
El juego de los espejos Día 1548 Lo primero que hago al levantarme es mirarme al espejo. Diría que estoy igual. Más viejo, seguro. Aunque el tiempo para mí pasa tan lento... A veces si fijo la vista un rato me veo con ella. O con los chicos. O con mis abuelos. Y ahí me doy cuenta que no me había despertado todavía. Porque el abuelo murió hace diez años.
Y ellos ya no me esperan. Solamente estoy seguro de estar despierto cuando estoy escribiendo (bueno, yo no, pero usted sí, porque si esto lo hubiera escrito en sueños, Ud. no podría estar leyéndolo). El hombre que no sabía si era un hombre soñando que era un mariposa , o una mariposa que soñaba que era un hombre, no sabía. Pero el que escribía lo de la mariposa y el hombre sabía que él no era una mariposa. Y que no estaba soñando. Me veo con una barba canosa, húmeda. Con esas arrugas también prematuras. Con el cuerpo mucho mas estilizado. Hago los ejercicios recomendados. Todas las series previstas más quince minutos diarios de rutinas que me inventé. O puede ser la dieta. Aquí no hay mucha variedad de comida...latas, píldoras con vitaminas. Algún fruto seco. Ayer revolviendo todo encontré una barra de chocolate. Quizás sea lo que más extraño, la comida. O los olores: el pasto, el río mugriento… me falta la mugre, el olor a gente, a otra gente. Los perros, las palomas, las baldosas rotas, las mujeres, una mujer. Esa. Ella. Y los chicos gritando y discutiendo, el ruido, la alegría. Y está también el juego de los espejos: trato de hacer una seña que yo mismo no pueda ver, o de entrar y salir tan rápido del cuadro que mi reflejo no llegue a notarse. O quizás descubrir una pequeña diferencia entre lo que yo hago y lo que hace él...Todas esas cosas que funcionan cuando somos chicos. Hacerme muecas hasta arrancarme una sonrisa. Cada vez me cuesta más. Cuando el juego funciona rompo el espejo, porque algo está funcionando mal. O yo, o el espejo. ¿No decían acaso los carteles, “en caso de emergencia, rompa el vidrio” ?. Esto ES una emergencia. Una emergencia psiquiátrica. Ya rompí 35 espejos. Pero todavía quedan un montón para jugar. Los días transcurren así...los espejos, leer algo de la biblioteca infinita, elegir un video de una película de vaqueros, revisar que todo esté en orden (como si algo pudiera desordenarse), escribir algo en el diario, mirar el cielo (como si algo pudiera cambiar porque yo mire durante horas el cielo). Nada nuevo cerca. Ni lejos. El mismo paisaje rojo. Seco. Aterrador. El mismo viento pero sin la misma lluvia. Ni la misma, ni otra. Lluvia, aquí, nunca. También paso horas y horas mirando fotos viejas y lloro. O por lo menos me emociono. Fotos de tercer grado de la primaria. De séptimo. Ya no me acuerdo los nombres. Pero me brotan las lágrimas, solas. Fotos de mis chicos, chiquitos. De nosotros dos, más jóvenes. Casi siempre sonriendo
(bueno…son fotos…la gente siempre sonríe). Tanta felicidad hasta me parece irreal. Pero más irreal es esto, me contesto. A veces me parece que en voz alta. Pero ya no puedo diferenciarlo. Los demás ya no están. Algunos por errores impensados...otros por enfermedades que no pudimos curar a tiempo. Tristeza, si se pudiera morir de tristeza. O desesperanza. Si no fuera cruel, diría que fue para mejor. Cuanto menos gente, más tiempo sobrevivimos. Sobrevivo. Yo mismo no sé si voy a durar. No sé cuánto tiempo más queda. Y tampoco sé muy bien para qué. No es que no tenga motivos para vivir. Es muy difícil hacer otra cosa: vivir es soñar, despertarse, encontrar algo para comer, ejercicios, espejos, los videos, el diario, la biblioteca infinita. Morir...morir no sé si sería muy diferente. Escribiendo este diario por lo menos sirvo para algo. Ya es hora de dormir, nuevamente. Me saludo mirando al espejo. Hasta mañana, sea lo que sea que signifique. (Fragmento de un manuscrito encontrado por el Explorer XXIV en la fallida base de terraformación Egida II, Marte, Setiembre 2022) Categoría: 8° (adultos) Mención: “Los millones de González” Autor: Sergio Viaggio (Papá de Xochitl Viaggio Chipuli de 3° grado B)
Los millones de González
Tremenda fue la sorpresa que conmovió al Sr. Clodomiro González cuando al abrirse la puerta del ascensor se encontró frente a frente con... el Sr. Clodomiro González. El Sr. Clodomiro González (el que aguardaba el ascensor) dejó atónito el paso a su doble, quien le arrojó una mirada fugaz, casi furtiva, y se alejó a toda velocidad. Ya refugiado en la aséptica caja, el Sr. González fue recobrando su lucidez. Dos circunstancias le parecieron
particularmente notables. El otro Sr. González vestía exactamente igual que él, solo que no llevaba en el bolsillo de la chaqueta su pañuelo de seda y tenía la corbata visiblemente fuera de centro. Molestó al Sr. González esta falta de aliño del Sr. González, y una breve indignación ofuscó por un instante su perplejidad. Pero, metódico hasta en su manera de asombrarse, el Sr. González retornó presto al estado procedente. Fue entonces cuando acudió a su ajetreado cerebro el recuerdo de la carta. Era un mensaje breve, escrito en fino papel con membrete, que rezaba TRANSKRÓN, S.A., y la dirección. El texto decía: “Muy Sr. nuestro: en relación con su solicitud de fecha 10 de enero del presente año, nos es grato informarle de que la misma ha sido acogida favorablemente por nuestra Sección de Personal de Investigaciones. Rogámosle presentarse acompañado de la presente en nuestra planta y dirigirse a la oficina 98-03 a efectos de celebrar una entrevista con el Ingeniero Jefe, Sr. Romualdo Cademartori, el día 16 del corriente mes.” El ascensor se detuvo con un futurístico zumbido; sus puertas se corrieron en prefecto silencio y dejaron salir al caviloso Sr. González a un corredor reluciente y desierto. La oficina 98-03 ocupaba, aparentemente, la mitad sur del vasto piso. Cerciorándose de que eran las nueve en punto, el Sr. González golpeó la puerta con la debida mezcla de recato y aplomo, y aguardó combinando adecuadamente modestia y dignidad. Paso un tiempo sin que nada ni nadie respondiera. A las nueve y tres minutos, el Sr. González repitió la operación, con leve hincapié en el aplomo y la dignidad. Pero con idéntico resultado. A las nueve y cinco minutos, la mano entre culpable e indignada del Sr. González abría la puerta de la oficina 98-03, y el Sr. González todo penetraba en un recinto deshabitado. El Sr. González carraspeó con estudiada espontaneidad, paseando su mirar discreto por los objetos y espacios que lo rodeaban. A la derecha vio un pesado escritorio en cuyo centro se apilaban en orden meticuloso varios papeles. Gruesos cortinados enmascaraban los ventanales del fondo y una luz mortecina de imprecisa procedencia teñía el ambiente. A la izquierda entreabríase una puerta que dejaba columbrar en la habitación contigua un como híbrido de silla eléctrica, inodoro y sillón de dentista, rodeado de una corte de paneles y tableros atestados hasta el delirio de cuadrantes, diales, botones y perillas, algunos luminosos, apagados otros y otros indecisos. Por primera vez en su sistemática existencia, el Sr. González sintió que le picaban el cuerpo todas las hormigas de la curiosidad. Abrió recelosamente la puerta y se adentró en la sala. Brillantes luces se encendieron de súbito,
iluminando lo que parecía el cuarto de mando de un submarino nuclear. Las luces juguetonas de los tableros siguieron intercambiando secretas señales. El Sr. González avanzó hacia el sillón, y este, como invitándolo, abrió sus apoyabrazos e irguió su respaldo. Alzóse al mismo tiempo la corona de electrodos y se extendió hacia delante, girando de modo de ofrecerse al derecho, una base en la que unas estrías de metal bruñido dibujaban dos plantas de pie. Llevado vaya uno a saber por qué recóndito atavismo, el Sr. González colocó su vacilante pie izquierdo sobre una de las plantas, y luego, reconfortado en su indemnidad, se apoyó en él y colocó el otro. La plataforma se retrajo invirtiendo su giro, y al recobrar su posición al pie del asiento se inclinó, obligando al confuso Sr. González a sentarse. Respaldo y sillar se acomodaron a las concavidades y protuberancias del Sr. González; descendió, suave pero ineluctable, la corona de electrodos sobre su ya alarmada testa; pulidos brazaletes oprimieron tiernamente sus muñecas y tobillos; y las luces estallaron en alegres festejos. Confortablemente inmovilizado, el Sr. González solo conservaba potestad sobre sus ojos desorbitados y sus dedos inútiles. Bajo la palma derecha palpó una perilla y la hizo girar sin resultado alguno, salvo que en una pantalla hasta ese momento indiferente se dibujó en rojo el símbolo 15’. Con decidido espanto, el Sr. González hizo girar la perilla que sintió bajo la palma izquierda. Lo estremeció un trepidante sibilar; las luces se agitaron y rieron en furiosa danza; el asiento se sacudió enloquecido; la corona pareció empeñada en triturarle las sienes y el sillón plegarse hasta aplastarlo por completo. Pero no fue más que un instante: Tan repentinamente como había comenzado, todo concluyó. Las luces regresaron a sus inocuos juegos, la pantalla a su indiferencia y el sillón a su verticalidad. La plataforma volvió a extenderse y girar, depositando en tierra a un Sr. González aterrado y palpitante. Su primer impulso fue desajustarse la corbata. Luego, con mano temblorosa aún, se enjugó la frente empapada con el pañuelo de seda, que guardó ennegrecido en el bolsillo del pantalón. Con pasos desfallecientes regresó a la oficina 98-03, todavía desierta, y, sin aguardar ya más, huyó despavorido por el corredor. Refugiado en el ascensor miró mecánicamente la hora. Una expresión de pavor se adueñó de su rostro y desdibujó sus facciones. El reloj indicaba las nueve menos dos minutos. Su mente alarmada comprendió inmediatamente lo ocurrido. Había retrocedido quince minutos en el tiempo, y ahora, al
abrirse la puerta del ascensor, aparcería, atildado y circunspecto... él mismo, camino de la aventura atroz. Abrióse la puerta y el Sr. González se encontró con su doble, a quien miro atónito. Se escurrió todo lo rápidamente que pudo, no sin antes echar a su pretérita persona una mirada furtiva, y, una vez en la calle, se dio unos instantes para recuperar aliento y lucidez. Luego, ya más apaciguado de cuerpo, echó a vagar por la ciudad sin rumbo preciso. Poco a poco su cabeza recobró el método. No interesaba si su experiencia había sido premeditada por TRANSKRÓN o fruto del azar. El hecho era que en esos momentos había dos Sres. Clodomiro González, separados por quince desdeñables minutos... Y aquí el Sr. González fue nuevamente presa del pánico. Porque en realidad había tres Sres. Clodomiro González: el que venía detrás y el que lo precedía, a quien había visto salir del ascensor, que se encontraba quince minutos delante.... Y, claro, ese habría visto sin duda a otro Sr. González al entrar, lo mismo que el que venía detrás vería un Sr. González más al salir.... ¡y así hasta el infinito! Casi exánime, el Sr. González entró en un bar y se dejó caer exhausto ante una mesa. Pidió un coñac doble. Sintió que lágrimas de desesperación y desesperanza le anegaban los ojos. El mesero depositó la copa y se quedó observándolo con desconfianza. Incómodo, el Sr. González se apresuró a pagar. Mientras abría la billetera, una idea tremenda terminó de desmoronarle el ánimo: el mesero lo miraba aviesamente porque lo acababa de ver hacía quince minutos pedir exactamente lo mismo y comportarse exactamente igual. Si se quedaba en cualquier sitio más de quince minutos, el próximo Sr. González lo alcanzaría. No podría detenerse jamás, ni para comer, ni para dormir, ni para ir al retrete... Lanzó un grito que sobresaltó a todos los parroquianos y arrojando la billetera huyó como alucinado. Nuevamente en la calle, se llamó a la cordura. No debía correr ni fatigarse, pues de otra forma no tendría más remedio que hacer alto. Recordó que se había dejado el dinero en el bar, pero el temor de encontrarse con su próximo yo lo disuadió de regresar. Recorrió la ciudad por varias horas. Hacia el mediodía se sentía morir de cansancio y hambre. Se detuvo a recuperar fuerzas cronometrándose el descanso. Ocho minutos más tarde, reemprendía su andar. Ebrio de miedo, el Sr. González apenas lograba una visión brumosa y mediatizada de la realidad, sintiendo con desesperación que su mente se había quedado atascada. A ello se debió acaso su infausta muerte en las pestilentes aguas del Riachuelo.
La alarma del Sr. González se difundía siguiendo rumbos variados. Por una parte, se planteaba el problema de la hacienda. La multiplicación de Sres. Clodomiro González no acarreaba necesariamente un similar aumento del patrimonio que, a todas luces, podía ser reclamado con idénticos derechos por todos y cada uno. Además, en el departamento de la calle Charcas no podían residir más de cuatro o cinco ocupantes, y los ingresos, holgados para el Sr. González original, se evaporarían con el séptimo. En un plano menos acuciante, el solemne grupo de amistades mal se avendría a extender su benevolencia a una interminable recua de Sres. Clodomiro González, por idénticos que fuesen... Se le ocurrió aquí a nuestro héroe la idea de detenerse en algún lugar más o menos desolado y discreto a aguardar a sus sucesores, en la esperanza de que a sus precedentes se les hubiera ocurrido lo propio, a fin de, reunidos todos, procurar una solución al problema: organizar una metódica diáspora y elegir de común acuerdo al que continuaría ejerciendo los derechos y deberes del titular. Pero pronto desistió de esta quimera, al comprender que el número de interesados sería literalmente infinito. Esquivado apenas por automovilistas iracundos, pisoteado y empujado por peatones furiosos, el Sr. González paseaba su atribulado cacumen ajeno a las imprecaciones de la viandante multitud, enfrascado en penosas memorias y atroces vaticinios. El barrio de Pompeya lo vio transcurrir cojeando, y para cuando lo avistaron en La Boca le faltaba, misteriosamente, la chaqueta. En la Vuelta de Rocha, los parroquianos de una cantina se azararon de ver a un individuo de mediana edad, desaliñado y sudoroso, proferir un alarido de espanto al ver su imagen reflejada en el ventanal. Así se encontró el ensimismado Sr. González en medio del Puente Pueyrredón, y echando una ojeada postrera a la ciudad, al planeta donde ya no cabría, empujado por la desesperación, se arrojó al repugnante cieno del Riachuelo. La Providencia no le consintió ni tan siquiera un último instante de paz, pues mientras giraba en el aire, el Sr. Clodomiro González tuvo la horrible visión de un río repleto de Sres. Clodomiro González, caídos en su seno cada quince minutos desde siempre y por toda la eternidad.
***** LA PARTICIÓN DEL SR. GARCÍA
Fue una plácida tarde de primavera, el 20 de octubre de 1978, cuando, en medio de los desprevenidos chiquilines que jugaban al fútbol en el solar que otrora ocupó la cárcel de Las Heras y donde jamás llegó a erigirse el quimérico Auditorio de la Ciudad de Buenos Aires, cayeron de las alturas las dos mitades del Sr. Eustaquio García, I. C. La parte superior del Sr. García aterrizó cerca del área penal sur de la improvisada cancha y la inferior hacia el centro, separadas, según dictaminó más tarde el forense, por una especie de hachazo descomunal descargado por un instrumento prácticamente romo. Un destacamento policial de la comisaría más próxima dejó por un fugaz momento de cazar subversivos y se constituyó en el predio de marras, decomisando ambas secciones del occiso y llevándose detenidos en calidad de testigos a uno de los párvulos y al padrino de otro. Mientras el Sargento de Guardia de la Seccional 19 de la Policía Federal libraba un desigual combate en dos frentes dispares -contra la insólita naturaleza del incidente que le tocaba registrar y contra la obsoleta Remington con que debía hacerlo-, en la Sección Militar del Aeroparque Metropolitano aterrizaba cierto helicóptero de rapiña del Servicio de Inteligencia de la Aeronáutica, una de sus aspas inexplicablemente ensangrentada. Grande fue el desconcierto y mucho mayor el sigilo con que las autoridades se aplicaron a investigar tan extraordinario acontecimiento. Las muestras de sangre dejaron establecido que el Sr. García, I. C., había sido víctima de la hélice del helicóptero cuando éste sobrevolaba el Barrio de Palermo a unos 200 metros de altura. Nadie pudo explicarse, empero, qué hacía el Sr. García suspendido en el aire en ese sitio y a esa hora. La posibilidad de que se hubiera caído de otro aparato fue decididamente descartada, ya que las fuerzas del orden, todas ellas sin excepción, tenían estrictamente prohibido arrojar subversivos sobre tierra firme. Las autoridades quedaron pues tan impotentes como perplejas ante un hecho lisa y llanamente impenetrable.
Otras circunstancias acrecentaban el misterio. Fuera de una tarjeta de visita con la inscripción Eustaquio García, I. C., nada se halló en las ropas del rebanado difunto. Este, por otra parte, no podía tener más de 55 años ni menos de 40 y sus huellas digitales no figuraban en los archivos locales ni en los de la Interpol. El Registro Nacional de las Personas tampoco mencionaba ninguna de tal nombre que respondiese a esa descripción. Más aún, el único Eustaquio García argentino viviente tenía, según el Registro, tres años de edad apenas cumplidos y residía en la ciudad de Resistencia, Chaco, aunque sus huellas digitales sí eran, inverosímilmente, idénticas a las del biseccionado. Celosas de su prestigio, las autoridades optaron por mantener el asunto en la más rigurosa confidencialidad y ni una gota de información se filtró a la prensa, la cual, por otra parte, jamás habría recibido autorización para publicarla. Así sepultado, el expediente quedó por siempre sustraído a la memoria de la posteridad. No habría sido este el primer caso, ni tampoco el último, en que la posteridad se vería privada de alguna anécdota incómoda, y no valdría la pena mencionarlo de no ser porque el secreto en que se guardó la noticia del incidente fue uno de los factores que lo hizo posible, ya que, de haberse hecho pública la muerte del Sr. Eustaquio García, I. C., el hombre seguramente se habría salvado.
Por desdicha, no fue así, de modo que Eustaquio García siguió asistiendo al jardín de infantes -donde ya mostraba una excepcional aptitud para la matemática-, ajeno a la manera tajante
como
el
destino
preparaba
su
fin.
Alumno
aventajadísimo, continente de un cerebro privilegiado, Eustaquio García deglutió en cuatro años la escuela secundaria para continuar sus estudios con similar fulgor en la Universidad de Buenos Aires, donde su tesis sobre la teoría de la relatividad le valió una medalla de oro y varias becas en los institutos más renombrados del planeta. Sus investigaciones sobre la relatividad del tiempo, en particular, le ganaron fama internacional y no resultó extraño que, apenas constituida, TRANSKRÓN, S.A. lo nombrara Jefe de Investigaciones, en cuya calidad se hizo padrino y motor del Proyecto Máquina del Tiempo. En 2027, cuando la Empresa resolvió abrir en Buenos Aires su segunda filial sudamericana, Eustaquio García, Ingeniero Cronólogo, fue merecida y apropiadamente designado Director. TRANSKRÓN, S.A.
compró
por
una
suma
francamente
irrisoria
el
recientemente privatizado parque de Las Heras, sitio que fuera de la cárcel homónima y destinado hasta entonces al proyectado Auditorio Municipal. Se erigió allí en tiempo récord un portentoso rascacielos de 145 pisos, que de haberse construido cuarenta años antes habría sido el más alto del mundo, y en su piso 98 se instaló con particular pompa la única máquina del
tiempo del Hemisferio Sur, excepto las del Brasil, inaugurada en persona por el Presidente, General Venancio Igarzábal. Prensa y estaciones de radio y televisión venían anunciando con todo furor el primer experimento de viaje por el tiempo que, para
celebrar
tan
magno
acontecimiento,
preparaba
TRANSKRÓN, S.A.. Lo llevaría a cabo el propio Sr. Eustaquio García, I. C., quien habría de retroceder cincuenta años para recoger algunos periódicos del día y retornar en quince minutos. El 20 de octubre de 2028 por la mañana, en presencia de personeros oficiales, jefes militares, autoridades eclesiásticas y periodistas, el Sr. Eustaquio García, I. C., tomaba asiento en la imponente máquina, ubicada en la oficina 98-03 de TRANSKRÓN, S. A., ajustaba el dial a 50 años exactos y hacía girar el contacto. Enloquecieron las luces de diales, tableros, cuadrantes y paneles, oyóse un ensordecedor zumbido, y ante la mirada incrédula de los circunstantes e insobornable de las cámaras de cine y T.V. el Sr. Eustaquio García, I. C., se desvaneció. Y he aquí como esa mañana del 20 de octubre de 1977, sin comprender exactamente qué había ocurrido, el Sr. Eustaquio García, I. C., se encontró de improviso sentado en el aire y cayendo ya desde una altura de 300 metros sobre un solar desamparado, para ser interceptado casi en el acto por un desprevenido helicóptero del Servicio de Inteligencia de la
Aeronáutica que acechaba la metrópoli yaciente a la caza de subversivos.
***** EL ASESINO Juan Reimúndez se pasó el resto de la niñez y lo que luego fue siendo su vida con el recuerdo de aquella noche de marzo en que el forastero mató a su padre. Acaso intuyendo las cosas, su madre lo había mandado a buscar al marido, aunque no era la primera vez. El viejo Reimúndez detestaba que su gurí viniera a buscarlo al boliche. Para cuando eso sucedía ya estaba más que entrado en copas y no atinaba a darle los coscorrones que desperdiciaba en el aire mientras un par de amigos o incluso de extraños intercedían para calmarlo y convencerlo de que se dejara de joder y se mandara mudar a casa. Lo cual no estaba exento de riesgos, porque Reimúndez era de cuchillo fácil y más de una vez la hoja brilló amenazadora en el entrevero. Por suerte, como a esas alturas el alcohol pesaba más que la inquina, la cosa terminaba invariablemente igual: sin sangre que lamentar y con Reimúndez trastabillando entre imprecaciones camino del rancho donde su mujer lo ayudaría a acostarse en el catre sufrido y gimiente sobre el cual los improperios devendrían ronquidos sin ninguna solución de continuidad. Pero esa noche las cosas
fueron distintas. Cuando Juan asomó, ínfimo de estatura menguada por el terror, entre las piernas de los parroquianos, Reimúndez se enfureció como nunca. En vano fue que varios trataran de calmarlo. Se abalanzó sobre el hijo, decidido, parecía, a aplastarlo como a una cucaracha. Fue cuando el forastero cometió la imprudencia de tratar de retenerlo por la manga de lo que le quedaba de aquella chaqueta raída. Raimúndez se volvió hecho una furia, la hoja de su cuchillo de matarife destellando aguda con el filo de la muerte. Juan solo llegaba a ver la franja inferior de las cosas: botas, alpargatas, un par de zapatos, pantalones, bombachas, algún chiripá todos aplicados a una confusa y agitada coreografía. ¡Cuidado, amigazo, que esa faca es en serio!, había gritado alguno. El forastero -Juan no le llegó a ver el rostro, pero era el único de pantalón de vestir y zapatos y así lo confirmaron los testimonios posteriores- estaba parece que desarmado y alguien debió haberle puesto el cuchillo en la mano para que pudiera defenderse. Reimúndez se le abalanzó con todo el peso de su cuerpo de buey lleno de ginebra barata. Juan pudo entrever la mano temblorosa del forastero que no sabía bien qué hacer con aquel objeto extraño que le había como crecido entre los dedos y observar cómo su padre trastabillaba y se iba de bruces sobre el filo para taparlo con su corpachón de pronto paralizado. Reimúndez se le quedó como abrazado al forastero, que inmovilizado por la sorpresa y el pánico no atinaba a apartarse. Finalmente, cuando los músculos ya no
ofrecieron resistencia a la gravedad, se dejó ir con la inercia desagraciada de un paquidermo de utilería. Juan volvió entonces a ver la daga, que, siempre inmóvil, brillaba de a ratos entre manchones de sangre. ¡Mejor desaparece, aparcero!, volvió a aconsejar alguna voz y el puñal cayó al suelo con un golpe seco. Juan vio aproximarse los zapatos manchados de sangre y les abrió paso. Luego se asomó entre tantas
piernas
para
ver
la
figura
del
forastero, que
instintivamente se dio vuelta y lo miró. Nunca pudo recordar aquel rostro, pero si le quedaron clavados en la memoria dos ojos desorbitados por el terror. Los parroquianos ya casi lo empujaban para que se esfumase de una vez, pero no llegó a huir: detrás se le tiró encima la sombra ensangrentada de Reimúndez, que peleándole hasta el último resuello a la agonía, lo cosió a puñaladas salvajes, si cada vez menos contundentes. Alguien se inclinó sobre los bultos y decidió que, Muertos, nomás. Otros corrieron a la comisaría. Uno se dio cuenta de la presencia de Juan, se agachó y poniéndole la mano en el hombro le dijo, Andá para tu casa y contale a tu mama que te has quedáu huérfano. Dios me perdone, pero creo es para bien de los dos y de tus hermanos. El viejo Reimúndez -que no era, en realidad tan viejo, porque esa noche en que el cuchillo del forastero le truncó de un tajo la borrachera y la vida no habría tenido más de treinta y cinco años- había llegado a Concordia del campo, arrastrando
una ignorancia blindada y un alcoholismo a toda prueba. Trabajó como lo que siempre había sido, una bestia, rebotando de conchabo en conchabo según las peripecias del trago, y la noche aquella culminaba el día en que lo habían despedido del frigorífico por pendenciero. La vieja Reimúndez, callada y decrépita a los treinta años de miseria, hijos y golpes, había sufrido en silencio ahorrando a escondidas de su marido cuanto peso pudiera interceptar entre el día del jornal y el tabernero de turno. La viudez le llegó como una contradictoria amalgama de liberación y penuria, que finalmente supo decantar para provecho propio y de sus cachorros amancebándose con un vecino mucho mayor, hombre pacífico y laborioso que se las ingenió para cumplir la cuádruple función de esposo, padre, tío y abuelo. Juan y sus hermanos escaparon así a lo que ya se venía perfilando como una adolescencia de malvivientes. Don Rufo se encargó de poner las cosas en su sitio, y los muchachos pudieron por fin crecer en orden enroscándose en su sabiduría parca y sólida. Tan buena resultó aquella simbiosis que a la hora de irse desenroscando cada uno pudo hacerlo por su cuenta y sin trauma. Al que mejor le salió la vida fue a Juan, que, ayudado por los hermanos mayores, logró ingresar en la Universidad de Buenos Aires, recibirse de ingeniero y casarse con una fortuna. Pero, por esas cosas del inconsciente, la memoria de aquel día nunca se le despegó del todo. Noche tras noche, año tras año, volvió a soñarla, con las mismas imágenes vueltas y
vueltas a barajar, como un mazo de naipes, pero terminando siempre en los ojos incrédulos del forastero. Hasta que un día, pudo volver. Para aquella época TRANSKRÓN buscaba comercializar sus servicios y andaba a la pesca de personal calificado que estuviese dispuesto a prestarse a los experimentos preliminares. Juan no lo dudó ni un instante y se apuntó entre los voluntarios, pese al susurrado misterio del Ingeniero García, que nunca había regresado y que, evidentemente, había muerto, ya que el pasado no parecía haberse modificado como sin duda habría sucedido si García se hubiese quedado y tenido oportunidad de explicar las cosas. Fue el cuarto de la lista, y, a diferencia de sus compañeros que habían estado a bordo del Titanic o viendo cómo se achicharraban los ingleses con el aceite hirviendo que les arrojaban desde las azoteas, eligió regresar a aquel veintiséis de marzo de hacía cincuenta años. Habría preferido más tiempo, pero le dieron solo 24 horas. El primer inconveniente fue que apareció en Buenos Aries, un Buenos Aires, por cierto, más limpio y menos hostil. Realizó inmediatamente las averiguaciones necesarias y se topó con que no era tan fácil volar a Concordia. Llegó con los minutos prácticamente contados. Cuando dijo adónde quería ir, el taxista creyó que le estaba tomando el pelo y casi se negó. Por fin accedió a dejarlo en las inmediaciones del rancherío, donde
terminaba de terminar el pavimento, y no hubo forma de convencerlo de que se quedara a esperar. Juan tuvo entonces que ponerse a caminar con los recuerdos por todo mapa, pero llegó. Entró en el local atestado y maloliente y empezó a buscar a su padre. En ese mismo momento el viejo Reimúndez, mucho menor que él, se le iba al humo a algo o alguien revuelto por el suelo y Juan alcanzó a tomarlo de la manga. Todo pasó en un santiamén. Cuando salió, aterrado para siempre, no pudo evitar darse vuelta y dar con un chiquilín harapiento y sucio, que lo miraba con ojos desorbitados y ya ni tuvo que asombrarse de sentir las puñaladas desprolijas destrozándole las entrañas.