El salón de los espejos nos muestra los mil reflejos que se esconden en el alma que, como sabemos, cambia, según el ojo observante. Acompañemos ahora, a elfos, sirenas y hadas, a un hechicero valiente a un monstruo de ojos ardientes que una mañana temprano se tomaron de la mano e ingresaron al salón a mirar cada porción de su reflejo. El espejo deformante volvió todo alucinante. El elfo vio su nariz moverse como lombriz y el hechicero veía como la barba crecía en sus pies. Su deseo en el reflejo les mostró el segundo espejo. Y allí la dulce sirena se probó dos zapatitos de coral, muy chiquititos en sus pies de fantasía.
En el espejo del miedo se asustaron y corrieron porque nuestro pobre elfo vio como su amado arco como si fuera un mal sueño encontraba un mejor dueño. Y el monstruo, desesperado, se vio solo, abandonado, sin amigos. “Asómense con cuidado”, (tenía otro espejo anotado)
porque lo que iban a ver nadie lo podía saber, era su mayor secreto, el elfo se quedó quieto. Pero el hada en seguida se asomó muy decidida y vio sus alas marchitas como alas de calesita y se alejó de repente viendo rápido a la gente por si alguno, despistado, la había espiado muy tentado y mirando su reflejo había visto en el espejo un hada que no volaba. Y el hechicero, a su vez, encontró, ¿vos me creés?, que la poción del caldero no la había hecho por bueno para ancianas asustadas y niñas enamoradas sino que su corazón sin aprender la lección deseaba el oro brillante del tesoro del gigante y del dragón. Y así los cinco entendieron que el alma de un personaje por más que vista de traje puede esconder mil secretos, algunos suaves y bellos y otros oscuros, salvajes, que solo conoce el dueño del corazón palpitante. Y son todos los reflejos tan igual de verdaderos, que a veces da mucha risa que detrás de un ventarrón se esconda una dulce brisa. Cecilia Caimi - basado en los trabajos de tercero, quinto y sexto grado.