Beato Óscar Arnulfo Romero

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El sacrílego asesinato del arzobispo Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, ocurrió un lunes 24 de marzo de 1980, al caer la tarde, en la capilla del Hospital ´Divina Providencia´ de San Salvador. El arzobispo Romero presidía la eucaristía; al iniciar la liturgia eucarística, es decir, la preparación y ofrenda de los dones, una detonación efectuada por el homicida, suboficial Marino Samayor Acosta, a quien le pagaron la cantidad de 114 dólares para realizar el magnicidio, impactó en el noble corazón del purpurado. El autor intelectual y cerebro de la operación: el mayor Roberto d’Aubuisson Arrieta. Nuestro mártir Romero y Galdámez muere cuando El Salvador era gobernado por la Junta Revolucionaria de Gobierno (JRG), que era un gobierno de facto. A los treinta y cinco años de su martirio, Mons. Romero alcanzó la gloria de los altares. La ceremonia de beatificación del siervo y mártir de Dios, Óscar Arnulfo Romero, realizada el 23 de mayo del 2015, en la Plaza Salvador del Mundo, en San Salvador, fue presidida por el representante del papa Francisco, cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Causa de los Santos. Quien en pocas pinceladas dibujó perfectamente la recia personalidad del beato y mártir Óscar Arnulfo, con estas palabras en su bella homilía pronunciada ese memorable día: “¿Quién era Romero? ¿Cómo se preparó al martirio? Digamos ante todo que Romero era un sacerdote bueno, un obispo sabio, pero sobre todo era un hombre virtuoso. Amaba a Jesús, lo adoraba en la Eucaristía, veneraba la Santísima Virgen María, amaba a la Iglesia, amaba al Papa, amaba a su pueblo. El martirio no fue una improvisación sino que tuvo una larga preparación. Romero, de hecho, era como Abraham, un hombre de fe profunda y de esperanza inquebrantable”. El Salvador tiene un beato, Latinoamérica tiene un nuevo beato, la Iglesia cuenta con nuevo intercesor. Hacemos nuestras las palabras de san Juan Pablo II: “Romero es nuestro, es de la Iglesia”. Y él es, como dijo el cardenal Amato, “otra estrella luminosísima que se enciende en el firmamento espiritual americano. Él pertenece a la santidad de la Iglesia americana”.

Beato Óscar Arnulfo Romero:

¡VIVA EL MÁRTIR Y PROFETA DE AMÉRICA ÓSCAR ARNULFO ROMERO!

UN PROFETA EN EL GRAN ´PULGARCITO DE AMÉRICA´ Por Bosco J. Rodríguez, C.Ss.R


El escritor Julio Enrique Ávila fue quien acuñó la perífrasis ´El Salvador, Pulgarcito de América´, para hablar de su amado país El Salvador. Ese pequeño y gran país, bañado por las aguas de cristal del océano Pacífico, vio nacer al mártir y profeta de América, al más universal de los salvadoreños: Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. En los países del istmo centroamericano, llaman a uno de sus departamentos, provincias o ciudades, ´La Sultana de Oriente´. Así se le llama en El Salvador a la abrasadora ciudad de San Miguel, cabecera del departamento homónimo. En ese departamento, en el municipio de Ciudad Barrios, abrió sus ojos a la luz de este mundo, por primera vez, el niño Óscar Arnulfo Romero Galdámez, un miércoles 15 de agosto de 1917, día glorioso y mariano, día de la Asunción de María. En el Antiguo Testamento, el profetismo, sacerdocio y la monarquía, eran las tres instituciones que guiaban al pueblo en el caminar de su historia. En las Sagradas Escrituras se enlistan 104 profetas; a 49 de ellos se les conoce por su nombre, y diecisiete de ellos escribieron su mensaje. La palabra ´profeta´ traducida del griego y hebreo se interpreta como ´el llamado´, ´el enviado´ y ´el que anuncia´. En sentido estricto bíblico significa ´el que habla en lugar de otro´; es decir, ´el que habla en lugar de Dios´. Los profetas fundaban su mensaje en tres principios: denunciaban, exhortaban y prometían. Denunciaban la idolatría cananea, exhortaban a la conversión, y prometían una esperanza al pueblo en el Dios único y verdadero. Hoy en día, en la Iglesia católica, el profetismo sigue vivo desde la persona, el mensaje y la vida de Nuestro Señor Jesucristo, el Profeta por excelencia. Cuando fuimos bautizados, con el santo Crisma se pronunciaron sobre nosotros estas palabras: “Para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey”. El Concilio Vaticano II dice: “El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (LG 12)”. Los profetas de ayer y hoy, actuaron en un tiempo y espacios determinados. Es decir, actuaron en un contexto social, político

y religioso. El contexto económico, político, social y eclesial en el que actuó el beato Óscar Arnulfo, fue bajo una dictadura militar o Gobiernos militares, y un ambiente hostil de crisis política y social, que desembocó en la década de 1980 en la guerra civil de El Salvador, dejando una estela de odio de muerte y odio de sangre de 75 000 muertos y desaparecidos, según la Comisión de la Verdad para El Salvador. Las dictaduras militares, sean de derecha o de izquierda, son siempre insidiosas. En una dictadura militar, las instituciones ejecutivas, legislativas y judiciales son dominadas por unas fuerzas armadas. Así estaba El Salvador y varios países de América Latina en tiempos de nuestro mártir y profeta Óscar Arnulfo Romero. Ante la situación que vivía El Salvador, monseñor Romero sintió compasión por su pueblo. Aunque era tímido, como tímido era el profeta Jonás. Algunos lo calificaron como un ´Jonás para América Latina´. Su corazón, cada uno de sus tejidos, era de un verdadero pastor y profeta. El verdadero pastor escucha lo que Dios ha escuchado siempre cuando su pueblo sufre: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos” (Éxodo 3,7). Es así que su lema episcopal ´Sentir con la Iglesia´, se hizo vida en él y en el pueblo salvadoreño. Ocupó la silla episcopal de la diócesis de Santiago de María, en el departamento de Usulután, el 15 de octubre de 1974. Monseñor Romero, de formación claretiana y jesuita que, como arzobispo de San Salvador, sufrió lo que unos llaman la ´evolución eclesiológica de Monseñor Romero´. Su punto de partida fue el asesinato del sacerdote jesuita Rutilio Grande, el 12 de marzo de 1977, cuando iba de camino hacia el Paisnal, Tonacatepeque. Romero fue nombrado el 3 de febrero de 1977 como IV arzobispo metropolitano de San Salvador, por el beato Pablo VI, tomando posesión canónica de esa amada grey el 22 de febrero del mismo año. Según sus biógrafos, a partir de esa histórica fecha, el ambiente en el ´Pulgarcito de América´ se tornó más tirante. Gobernaba el país el político y coronel Arturo Armando Molina. Dice Wikipedia, la Enciclopedia libre, que el beato Óscar Arnulfo Romero fue ´célebre por su prédica en defensa de los derechos humanos´. Sus homilías que eran transmitidas por radio ´YSAX – La voz del Buen Pastor”, significó para monseñor Romero ´la niña de sus ojos´. Pues dicha emisora transmitió todas sus homilías. En sus homilías, Romero denunciaba lo que nadie, en ese tiempo, se atrevía a denunciar: los atropellos de los

Gobiernos de Arturo Armando Molina y Carlos Humberto Romero. Únicamente él alzaba su voz para defender a su pueblo. Este y muchos otros testimonios escuchamos de viva voz del cardenal José Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador. Monseñor Romero tenía muy incrustado en su corazón las célebres palabras del papa Pío XI: “La misión de la Iglesia no es desde luego política, pero cuando la política toca el altar, la Iglesia defiende el altar”. Por su defensa en favor de su pueblo y sus constantes denuncias proféticas al Gobierno, algunos medios de comunicación social nacionales e internacionales, se encargaron de desdibujar la figura señera del beato Óscar Arnulfo Romero. Dichos medios insistían una y otra vez, de forma obsesionada y persecutoria, en destruir la figura del mártir y profeta, perdiendo totalmente la visión de conjunto de la noticia como interés informativo y formativo sobre la labor de monseñor Romero; informaban al pueblo salvadoreño, noticia huera, casi bazofia, noticias escritas con un espíritu mindundi. Hacían de sus medios impresos y en imágenes, páginas flumígeras con letras incendiarias en contra del pastor y mártir. En sus homilías, el beato Óscar Arnulfo habló de temas como: la fe en Dios, el seguimiento de Jesús, el sentir con la Iglesia, la Doctrina Social de la Iglesia y el llamado perenne a la conversión. Como un tesoro inconmensurable y espiritual, el beato Óscar Arnulfo Romero, nos dejó alrededor de 200 homilías dominicales, sin contar las del día a día. Sus enseñanzas no han perdido el brillo de la novedad, pues en cada homilía está la palabra viva y eficaz de un pastor que se dejó guiar por la luz del Espíritu Santo. Sus homilías proféticas animaron y llenaron de esperanza a un pueblo oprimido y deseoso de su liberación. La vigencia de cada homilía consiste en que la palabra era profética, y eso hizo el ´resonar de Dios´ en el pueblo sufriente. Su última homilía fue titulada la ´Homilía de fuego´, homilía sonora y vibrante, en la que gritó: “En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. Romero predicó la paz, pero no a cualquier precio. Tomó decisiones responsables y definitivas por la causa del Reino de Dios.


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