Cosas de Don Bosco
Un millón de liras La oscura faz del dinero
N
o recuerdo cómo nací. Pero, aunque lo recordara, nunca os lo diría. Mi vida fue oscura y turbia desde sus inicios. Crecí en el palacio del excelentísimo señor Camilo Benso, conde de Cavour. Mi dueño me cebaba con tanta solicitud como los campesinos del Piamonte engordan a sus terneros. Desde su poltrona de ministro de comercio, procuraba que no me faltara de nada. Me robustecí. Nunca me gustó el nombre que se nos otorga a quienes deambulamos por los turbios rincones del mundo político: «fondo de reptiles». Sí. Yo era un gran caudal de dinero oculto y agazapado entre los pliegues del poder. Mi destino: comprar voluntades, sobornar y alentar corrupciones. Reptaba sigilosamente… como los reptiles. Tan sólo en una ocasión vislumbré un rayo de luz. Fue una leve claridad que intentó filtrarse por las diminutas rendijas de mi sombría existencia. Ocurrió una mañana. Mi dueño se acercó al Oratorio de Don Bosco, un sacerdote que acogía a los chicos pobres de Turín. Les ofrecía un hogar para paliar su orfandad. Les proporcionaba seguridad, afecto, dignidad y educación. Trazaba junto a ellos un futuro cargado de promesas. Mi amo respetaba a aquel buen sacerdote.
Nota El conde Camilo Benso de Cavour fue ministro del gobierno del Piamonte. Aunque era masón, y contribuyó a la supresión de las órdenes religiosas, visitaba de tanto en tanto a Don Bosco. En una ocasión le ofreció ¡un millón de liras! como «donativo» para el Oratorio. Don Bosco lo rechazó taxativamente. Nunca dijo qué contraprestaciones le exigía el conde (MBe IV, 90-04).
Se saludaron y conversaron. De pronto, llegó la enigmática oferta: «Don Bosco, usted tiene necesidad de todo y de todos. Le ofrezco un millón de liras». Se hizo un silencio denso. Abrí mis ojos de «fondo de reptil». ¡Mi vida podía cambiar! Me imaginé lleno de redimida dignidad. Me vi convertido en platos de abundante polenta, guisos con carne, sacos de harina y pan recién horneado. Prendas de vestir afelpadas para hacer frente al invierno. Guantes de lana para evitar los sabañones. Libros y cuadernos. Piezas de cuero y de tela para los talleres de zapatería y sastrería. Asistencia médica para los jóvenes aprendices. Pero mi entusiasmo fue efímero. Don Bosco escuchó el ofrecimiento del conde. Le escrutó con mirada severa. Se negó rotundamente a recibirme como soborno disfrazado de ayuda. El ministro cambió hábilmente de conversación. Pericia de político. Nunca supe el precio que el ministro exigía a Don Bosco por aceptarme. Y, aunque lo recordara, jamás os lo diría. Aquella misma tarde despedazaron mi cuerpo. Emplearon mis fragmentos en decenas de mezquinos sobornos. Flui por las cloacas del poder. Arrastré corrupciones y pactos inconfesables... Mientras me diluía, recordé la honradez de aquel sacerdote: la única claridad que pudo haber llenado de dignidad mi corrupta existencia.
José J. Gómez Palacios, sdb
Boletín Salesiano marzo 2022 • 9