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San Francisco de Sales, IV Centenario UNA ESPIRITUALIDAD PARA NUESTRO TIEMPO
Una espiritualidad para nuestro tiempo
Comprender y entrar en la espiritualidad que brota de san Francisco de Sales es muy complicado si no es desde la contemplación del amor divino. Para Francisco de Sales, todo es amor y todo debe hacerse por amor.
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Entre las grandes corrientes de la espiritualidad cristiana ocupa un lugar muy importante la que arranca de san Francisco de Sales. Especialmente en sus dos grandes obras, Introducción a la vida devota y Tratado del amor de Dios, marca un programa de perfección y santidad, de seguimiento de Jesús, para cuantos desean emprender un camino espiritual, señalando las altas cumbres a las que puede llegar la vida cristiana en cualquiera de sus estados. La espiritualidad salesiana es para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es legado y herencia para toda la Iglesia. Se puede aplicar en todos los estados y distintas situaciones de la vida, porque junto a la densidad teológica, está adornada de una gran sencillez y claridad, de un sentido muy humano y realista, de equilibrio y armonía; porque es una espiritualidad gozosa y alegre. Pero la espiritualidad salesiana es, especialmente, patrimonio fecundo de la gran Familia Salesiana que desde la Visitación (1610) hasta las Salesianas Misioneras de María Inmaculada (1981), pasando por los Misioneros, Oblatas y Oblatos de San Francisco de Sales o Salesianos de Don Bosco e Hijas de María Auxiliadora, encuentra en el obispo de Ginebra, su fuente.
Doctor del amor divino
Cuando Pío IX lo declara doctor de la Iglesia (1877), lo alaba y enaltece especialmente como doctor del amor divino. En el centro de la espiritualidad salesiana está el amor de Dios. Francisco de Sales no sólo centra su enseñanza en él, comprende al hombre mismo como una respuesta viva al amor divino. En este sentido, la espiritualidad de San Francisco de Sales es una “espiritualidad del amor”. Según el pensamiento del santo obispo, amados por Dios, somos llamados al amor, y viviendo en el amor de Dios podemos emprender el camino de la santidad. Porque desde el amor llegaremos a vivir “como agrada al Señor”, a cumplir su voluntad y su beneplácito.
Esta espiritualidad del amor, en el Obispo de Ginebra alcanza su expresión más genuina en la caridad pastoral, que a él mismo le conduce a un celo ardiente por la salvación de las almas. Quien ama a Dios, busca la gloria de Dios; ama al prójimo y lo hace por amor a Dios y con el amor de Dios. Pero para llegar a vivir el verdadero amor divino, el camino no es otro que la oración, el “trato de amistad” con quien sabemos que nos ama. Rezar es amar y dejarse amar. Y como el amor de Dios se manifiesta en el amor al prójimo, cuando se ama como Él ama, el amor se expresa en amabilidad, dulzura, mansedumbre. Es la flor de la caridad. La misma ascesis, tan necesaria en la vida espiritual, tiene que ser vivida salesianamente impregnada de amor, desde el interior, buscando siempre la conversión del corazón.
Eugenio Alburquerque, sdb