Diario EL COMERCIO 05.12.2012
Editorial: La lógica del jardín El Gobierno debe refinar y potenciar las concesiones forestales para luchar contra la deforestación
Hace unos días informamos que la Amazonía atraviesa una situación dramática. Entre el 2000 y el 2010 se deforestaron 240.000 kilómetros cuadrados de selva amazónica, una extensión equivalente al territorio completo del Reino Unido. Si bien los países más perjudicados son Brasil, Colombia, Bolivia y Ecuador, el Perú no es ajeno a esta situación, pues –según el Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena) – nuestra selva sufre una deforestación de 2.611 kilómetros cuadrados anuales. Es decir, cada año perdemos una superficie amazónica casi del tamaño de la ciudad de Lima. Las causas de la deforestación en cada país son distintas, aunque hace buen tiempo que han sido diagnosticadas en el Perú. Ya un estudio de la Universidad del Pacífico del 2005, elaborado por Elsa Galarza y Carlos La Serna, indicaba que –según información del Inrena– el 81% de la deforestación se debía a la agricultura migratoria, es decir, agricultores de la sierra que se trasladan a la selva y queman los bosques para poder plantar en ellos o criar su ganado. Muchos podrían pensar que la solución es sencilla: que el Estado se dedique a proteger nuestros bosques de cualquier persona (ya sea agricultor migrante, minero ilegal o maderero sin licencia) que los deprede. El problema, no obstante, es uno de orden práctico. ¿Cómo así un Estado que ni siquiera cuenta con la capacidad de proteger adecuadamente a sus ciudadanos de la delincuencia común en las mismas ciudades podría lograr cuidar los árboles que se encuentran en varias de las zonas más amplias, alejadas y recónditas del país? ¿O es que creemos que las mismas fuerzas del orden a las que les cuesta capturar a una banda de asaltantes en el Centro de Lima sí van a tener éxito capturando a quienes depredan la selva?
Diario EL COMERCIO 05.12.2012 Valgan verdades, la Amazonía –aquí y en los vecinos países– es tierra de nadie. Por eso, si queremos protegerla de sus destructores, la solución pasa, precisamente, por hacerla tierra de alguien. Y es que el secreto para preservarla se esconde en los jardines de nuestras casas. ¿Por qué ellos suelen ser espacios verdes en vez de sucios terrales? Por la sencilla razón de que tienen dueño, esto es, alguien que asume y sufre los costos y las consecuencias de su descuido. Bajo esta lógica, un buen plan de concesiones forestales crearía incentivos en los concesionarios para proteger la selva. Los bosques esconden muchísimas riquezas a las que las personas pueden sacar un valor económico. Y cuando se permite que los individuos aprovechen ese valor, ellos encuentran razones para proteger dichas áreas. Las concesiones pueden entregarse, por ejemplo, para que se exploten recursos como plantas medicinales y aromáticas, frutas, resinas, ceras o productos artesanales, para que se desarrollen actividades eco turísticas o para el negocio de bonos de carbono. Asimismo, existen las concesiones con fines maderables, que bien diseñadas permiten que los concesionarios talen árboles de manera sostenible y que repongan lo talado plantando nuevos árboles. Por supuesto, como con toda legislación, en la de las concesiones forestales el diablo está en los detalles. En el mismo estudio Galarza y La Serna explican cómo la política de concesiones que se aplicó hasta mediados de la década pasada no colaboró a detener la deforestación. Entre otras razones, porque muchas concesiones se entregaban por un período muy breve (dos años) que no creaba incentivos para que el área se cuide en el largo plazo o porque se entregó un número muy alto de concesiones a pequeños extractores a los que el Estado no tenía cómo fiscalizar. Sin embargo, siendo cuidadoso en evitar errores de este tipo, el Gobierno debería potenciar la política de concesiones forestales. No solo porque el crear individuos con derechos sobre áreas de la Amazonía es una manera de preservarla, sino porque las industrias que ellos pueden introducir sería una manera de generar trabajo y riqueza para muchas de las zonas más pobres del país. El Perú es el noveno país con mayor superficie forestal del planeta y el segundo en Sudamérica después de Brasil. Y para conservarla y aprovecharla debería buscar cómo llevar la lógica del jardín a la Amazonía.