Textos e ilustraciones: Beatriz QuĂlez
La vida de Caléndula transcurría en aquel pequeño jardín, admirando a sus amigos ir y venir mientras escuchaba absorta las historias que Picachón y Alada contaban de sus largos viajes.
Hacía tiempo que el pájaro y la libélula veían como la flor se entristecía cada vez que se iban lejos de allí. Pero esta vez sería distinto.....¡se la llevarían lejos de aquel apartado lugar!. Y así fue como juntos emprendieron su aventura para conocer el mundo.
Cuando llegaron al desierto encontraron al camello Bereber, que muerto de calor y de sed, ansiaba vivir en algún lugar, rodeado de sombra y agua fresca.
Siguieron viajando varios días hasta llegar al polo Norte. Allí se toparon con Cubito, el oso que estaba eternamente resfriado y soñaba con la brisa templada de la tarde, rodeado de pequeñas flores y plantas, lejos de los hielos perpetuos.
Entre un lugar y otro, decidieron descansar en medio del mar, donde la ballena Saladina les sorprendió con un enorme salto. Su vida no era tan divertida como parecía... se lamentaba de su constante dolor de huesos- ¡Tanta humedad no puede ser buena!- exclamó, añorando el olor a tierra mojada.
Tras días de recorrido entraron por fin en la gran ciudad, un lugar lleno de ruido y contaminación.
El perro Huesón intentaba cruzar sin mucho éxito la calle principal ¡Necesito un poco de tranquilidad! se quejaba, echando de menos escuchar el canto de los pájaros.
Antes de regresar se asomaron a una ventana y descubrieron sorprendidos al pobre Bolita, el ratón atrapado en una jaula. Su triste vida transcurría entre tubos de ensayo, pócimas y peligrosos líquidos de extraños colores. ¡Si tan siquiera pudiese dar un corto paseo en libertad! decía a punto de echarse a llorar... Sintieron mucha lástima por él y decidieron que volverían a visitarle.
Durante las largas horas del trayecto de vuelta, Caléndula pensaba en la suerte que tenía de vivir en un lugar tan estupendo como era su jardín lleno de vida y volvía dispuesta a disfrutar de cada rincón y a conocer a todos sus habitantes, los cuales hasta ahora le habían pasado desapercibidos. No les había prestado ninguna atención pero a partir de ahora todo cambiaría.
Y así fue como descubrió a la mariquita Pita, que descansaba tranquilamente a la sombra después de lavarse las patas en una charca cercana.
La primavera había hecho brotar las flores y en el lugar más colorido, casi llegando a la pradera, vieron como Majo, el escarabajo, paseaba para estirar las piernas al final del día -¡No hay nada como el olor a tierra mojada cuando cae la tarde!-exclamó.
No muy lejos de allí, entre la hierba más alta y frondosa paseaba Picho, el bicho con toda su familia detrás -¡Vamos, que nadie se salga de fila!- les rogaba, mientras disfrutaba de la calma y la tranquilidad.
Por último, la flor, el pájaro y la libélula alcanzaron un espacio abierto y despejado donde Sosa, la mariposa extendía sus alas volando contenta en libertad entre el aire puro y limpio del anochecer.
Caléndula había aprendido a valorar tantas cosas después de aquel largo viaje.... Entendió que la felicidad es querer lo que tienes y no tener lo que quieres. ¡Por fin era completamente feliz!.