Cuentoscomofantásticos tú
Descubre el gran valorque hay entí ,
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Con profundo agradecimiento dedico este libro a todos los niños que sueñan con ser grandes y a los que no tienen sueños demostrarles lo valiosos que son, porque la niñez es una de las mejores etapas en la vida de las personas, nadie debe apagar tu luz.
El conejito Baldo vivía en una montaña cerca de una gran ciudad. Baldo era muy curioso, cuando anochecía no podía dejar de mirar esa ciudad con tantas luces.
Una noche se dijo – Mañana iré a conocer la ciudad. Al amanecer, cruzó el bosque para dirigirse a la ciudad. Cuando llegó se encontró una casa muy bonita con una verja verde, del mismo color que la fresca hierba de la montaña. - ¡Qué casa más bonita! –dijo Baldo – y se dirigió hacia un cubo que había cerca de la verja. Como era muy curioso se asomó para ver que había dentro del cubo: -¿qué será esto? Se acercó más y -¡plof!-, Baldo se cayó dentro del cubo.
Cuando salió, su preciosa piel se había vuelto verde, era pintura de la verja. Baldo decidió volver al bosque. De camino a su casa se encontró con otros conejitos que estaban jugando al escondite, Baldo les saludó: - Hola chicos, ¿puedo jugar con vosotros?
Los otros conejitos no podían verle,¿quién habla?- preguntaron los otros conejitos. Baldo respondió, - Yo, Baldo, ¿no me veis?. Uno de los conejos dijo. Mirad, esta ahí, esta disfrazado de hierba. Baldo dijo: -No estoy disfrazado, me he caído dentro de un cubo de pintura.
Los conejitos se rieron, y le dijeron que así pintado no podía jugar con ellos, porque siempre ganaría al confundirse con la hierba. Baldo, muy triste, siguió su camino cuando de pronto escuchó: -mirad, una hierba con ojos viene hacia aquí. Baldo muy triste dijo: -No soy una hierba, soy Baldo, me he manchado de pintura verde, y los otros conejos no quieren jugar conmigo. Uno de los conejos le dijo: No te preocupes, yo conozco a un niño, que se llama Mario, y puede hacer magia tiene su capa y una varita, seguro que soluciona tu problema. Vamos a buscarlo.
Entonces, todos los conejos fueron a buscarlo, estaba sentado en una piedra viendo el atardecer. Cuando los conejos le contaron la historia de Baldo, Mario solucionó el problema pintando a Baldo de mil colores, para que todo el mundo le viese y nadie pudiese confundirlo con la hierba.
Así, Baldo y sus amigos volvieron a la montaña a jugar, y muy felices están con el nuevo aspecto de Baldo, el conejo de mil colores.
La cara de la Luna estaba muy pálida, parecía empequeñecer por momentos y estaba triste. Felicia lo descubrió un día por casualidad.
— ¿Qué le pasará? — Se preguntó la niña extrañada.
Desde ese día, todas las noches miraba al cielo esperando que apareciera tan bonita y vivaracha como siempre.
— ¿Por qué la luna está pálida y se hace pequeña? — preguntó Felicia a su hermano una noche. — ¿Acaso no es feliz?
Su hermano miró al cielo y le dijo:
— La luna pasa por diferentes fases, ahora estará en cuarto menguante por eso se la ve más pequeña, en un tiempo volverá a recuperar su color y lucirá llena.
Pasaron los días y la luna desapareció del cielo como por arte de magia.
— ¡Hermano, hermano!, la luna ha desaparecido del cielo.
— Felicia, no te preocupes, la luna está en la fase de luna nueva, por eso no se la ve, pronto aparecerá radiante en el cielo.
Pasó una semana y la luna no crecía ante la preocupación de la niña.
Una de las noches, Felicia, asomada a la ventana de su dormitorio, comenzó a tararear una canción y le pareció ver que la luna había lanzado un pequeño destello.
Al día siguiente, Felicia contó a sus amigos lo que sucedía y, todos juntos, empezaron a entonar una bonita melodía cuando empezó a oscurecer.
Esa noche la luna lanzó pequeños destellos más luminosos que el día anterior.
Noche tras noche, los niños, mirando al cielo, cantaban y tocaban alegres canciones a la luna que, poco a poco, fue recobrando el color hasta lucir llena de vida y color.
— ¡Por fin la luna es feliz! — gritó Felicia a todos, con lágrimas en los ojos.
Nunca supieron qué le sucedió a la luna pero los niños hicieron con sus alegres canciones que se sintiera querida, que se olvidara su tristeza y volviera a lucir radiante.
Desde ese día, la luna agradecida, guiña un ojo a todos los niños cuando la miran.
AMarieta le gustaba irse a la cama pronto. No entendía a sus amigos que siempre estaban negociando con sus papás y sus mamás para quedarse despiertos diez minutos más. Y es que Marieta sabía que aunque tenía que acostarse y el día llegaba a su final, también sabía que empezaba la noche y que ésta también tenía sus propios juegos igual o más divertidos que los del día.
Si durante el día Marieta jugaba en el parque, montaba en bicicleta, se disfrazaba con sus amigos…; por la noche la pequeña jugaba con su imaginación y en sus sueños vivía muchas aventuras. Además, en sus sueños nunca escuchaba frases tales como: “¡Te vas a caer!”, “¡Ten cuidado!”, “Eso no puedes hacerlo porque aún eres pequeña”… En sus sueños no había límites y tenía tantos poderes mágicos que podía hacer y ser todo lo que quisiera.
Muchas noches imaginaba que su cama era un gran barco donde daba grandes fiestas a las que acudían muchos de los peces del mar. Mientras las sirenas cantaban, el señor Pulpo enseñaba a Marieta a bailar y los pequeños tiburones competían por hacer la burbuja más grande de la fiesta.
También le gustaba jugar a ser una gran científica. Era entonces cuando su cama se convertía en un laboratorio lleno de delicados frascos que curaban todas las enfermedades del mundo. Allí Marieta era premiada por sus amigos. Algunas noches Marieta también se convertía en una gran domadora de animales salvajes en la selva, podia subirse encima de un cocodrilo o acariciar la melena de un león.
La cama de Marieta era desde un castillo, con fantasmas juguetones incluidos, hasta un bosque encantado. Y es que Marieta sabía que soñar también era jugar y eso le encantaba.
Ulises y su primo Fabricio, como muchos sábados, jugaban en la sala de la casa de los abuelos.
Fabricio sacó las pinturas de cera de su mochila y estuvieron pintando y coloreando un buen rato. Al poco tiempo Ulises se levantó para ir un momento al baño, detrás de él se levantó Fabricio para ir a la cocina a beber agua. Cuando entró a la cocina no podía creer lo que veia, habían unos seres diminutos destruyendolo todo , estaban jugando con la comida de las ollas, rompiendo platos, entre otras travesuras.
- ¡Ding, dong! - llamaron a la puerta.
- ¡Nos vamos, Ulises! ¡Papá espera en el coche! Ha habido un contratiempo y tenemos que volver a casa pronto - le dijo su madre con prisas.
Ulises se despidió de sus abuelos y de Fabricio apresuradamente, y se marchó con su madre.
El abuelo entró a la cocina distraído.
- ¿Qué ha pasado aquí? - preguntó a su nieto cuando vio el desastre en la cocina.
- Ha sido Ulises - contestó en voz baja.
El abuelo fue por un trapo y empezó a limpiar todo el desastre por un buen rato. Luego su abuela acabó de limpiar la madera con un producto especial; los dos acabaron muy fatigados.
Por la tarde de vuelta en su casa, Fabrizio estaba muy inquieto, no podía dormir.
Sentía que no se había portado bien con Ulises, ni con sus abuelos. En realidad no sabía el motivo por el que había mentido, y ahora se encontraba muy mal.
El domingo se levantó muy cansado, no había probado el desayuno y solo se puso a llorar.
- No me he portado bien con Ulises y he mentido a los abuelos - le dijo a sus padres.
- Fabrizio, tienes buen corazón. No pasa nada. Lo que estás sintiendo se llama culpa. Luego llamas a los abuelos y se lo cuentas.
Cuando habló con sus abuelos, solo le dijeron:
- Si otro día ocurre algo así no dudes en contarnos lo que suceda.
Fabrizio sintió un gran alivio contando a sus padres y a sus abuelos lo ocurrido, y se quedó con la conciencia muy tranquila.
Mapá nos ha dicho, a mi hermano Guille y a mí, que le ha salido un bultito en el pecho, y como eso no es normal ha tenido que ir al médico.
- Tengo cáncer de mama - nos ha explicado -. Como estoy enferma me ha dicho el médico que tendré que ir todas las semanas al hospital para ponerme un tratamiento de quimioterapia. Nadie tiene la culpa de que me haya ocurrido esto. Las personas enferman sin querer.
Van pasando los días. Cuando mamá viene de las sesiones de quimioterapia llega muy cansada y se tiene que acostar. Guille y yo procuramos no hacer mucho ruido para dejarla descansar tranquila, pero ella dice que le gusta escucharnos corretear por la casa. No me gusta verla así. Cuando estábamos en la cama papá nos ha dicho que no tenemos que tener miedo de dar abrazos y besos a mamá, porque seguro que a ella le va hacer sentirse muy bien, y que preguntemos todo lo que nos preocupe o no entendamos. Papá abraza mucho a mamá.
Ayer mamá estuvo todo el día en el hospital haciéndose pruebas y he oído que no tiene metástasis.
- ¿Qué es eso papá? - le he preguntado.
- A veces el cáncer se puede extender por otras partes del cuerpo. Por suerte, mamá tiene el tumor, el bultito - me ha explicadosolo en el pecho, y así es más fácil quitárselo.
A mamá se le cae mucho el pelo y ha decidido raparse la cabeza. Nos ha contado que eso es normal, que son los efectos secundarios de la quimio, pero que eso no le preocupa porque el pelo vuelve a crecer. Ahora lleva siempre puesto un pañuelo de colores, muy bonito.
Todos los días nos felicitan por nuestro comportamiento. Dicen que están muy orgullosos de los dos.
Mamá se encuentra mejor. Hoy nos ha hecho de comer macarrones con tomate porque sabe que es nuestro plato preferido. ¡Mmmm! ¡Qué ricos estaban! Después de comer nos ha contado que en unos días tienen que operarla para quitar definitivamente ese bultito.
- Después seguirá un tratamiento de radioterapia. Pero todo irá bien - dice papá.
Y Guille y yo seguimos dando muchos besos a mamá y a papá, porque son los mejores padres del mundo.
Catalina y Romina siempre han sido grandes amigas. Compartían todo, incluso sus padres eran grandes amigos desde jóvenes, cuando se reunían por algun cumpleaños la pasaban super bien y los mayores les explicaban cosas que hacían juntos hace años, cuando ellas aún no habían nacido.
La madre de Catalina acompañaba a las dos niñas cada mañana a la escuela, porque además eran vecinas, y la madre de Romina las recogía cada tarde.
Fue ella la que notó que algo no iba del todo bien entre las dos pequeñas, cuando aquella tarde, en lugar de pedir a gritos que les dejaran hacer juntas los deberes en casa de Romina, al llegar a casa, las dos niñas se separaron casi sin despedirse.
La explicación era muy sencilla: esa mañana, a la hora del recreo, Catalina había visto como Romina le hablaba al oído a Rosa, mientras le enseñaba algo que tenía en la libreta. Cuando Catalina se acercó. Romina cerró muy rápidamente la libreta y empezó a silbar, intentando disimular.
Catalina, no se podía sacar de la cabeza ni por un momento, lo que había pasado. Esa tarde, después de separarse de Romina sin abrazos ni besos, la madre de Catalina le pidió que la acompañe de compras.
De camino a casa, pararon en el parque y se sentaron en uno de los bancos que hay delante del columpio, al lado del árbol preferido de Catalina.
Entonces su mamá le preguntó:
-¿Qué es eso que te tiene tan preocupada y que te da tanta pena? La niña al principio no quería hablar, pero recordó que siempre que había estado triste, su mamá le había ayudado mucho. Por eso, con los ojos llorosos, le dijo:
-Creo que Romina ya no me quiere. Tiene secretos con otra niña que se llama Rosa y antes ella me lo contaba todo.
-Mira bonita: mañana será tu cumpleaños y yo quiero que estés muy contenta. Habla con Romina y descubre que pasa, porque siempre han sido como hermanas.
A la mañana siguiente, siguiendo el consejo de su madre, Catalina fue a buscar a su gran amiga. Pero antes de poder decirle nada. Romina abrió su libreta de los secretos y le dio a Catalina un dibujo que le había hecho por su cumpleaños.
– ¿No ves que no conseguirás nada? Por más que la mires, la luna no bajará a estar contigo.
La convivencia entre las personas y los gatos era perfecta. Los humanos los dejaban pasear a sus anchas por sus casas, les acariciaban el lomo, y les daban de comer. A cambio, los felinos perseguían a los ratones cuando estos trataban de invadir las casas y les regalaban su compañía durante las tardes de lluvia.
Hasta que llegó Misifú. Al principio, este gato de pelaje blanco y largos bigotes hizo exactamente lo mismo que el resto: merodeaba por los tejados, perseguía ratones.
Pero pronto, el gato Misifú se aburrió de hacer siempre lo mismo, de que la vida gatuna en aquel pueblo de piedra se limitara a aquella rutina y dejó de salir a cazar ratones.
Se pasaba las noches mirando la luna. No era la luna lo que le tenía enganchado, sino aquel aire de magia que tenían las noches en los que su luz invadía todos los rincones.
Había una vez un pueblo pequeño. Un pueblo con casas de piedras, calles retorcidas y muchos, muchos gatos. Ellos vivían felices, de casa en casa durante el día, de tejado en tejado durante la noche. Cuentos
Nadie parecía entenderlo, al gato Misifú le gustaba lo que esa luna redonda y plateada le hacía sentir, lo que le hacía pensar, lo que le hacía soñar.
– Mira la luna. Es grande, brillante y está tan lejos. ¿No podremos llegar nosotros ahí donde está ella? – preguntaba a su amiga Ranina.
– ¡Ay que ver, Misifú! ¡Cuántos pájaros tienes en la cabeza!
Pero Misifú no tenía pájaros sino sueños, muchos y quería cumplirlos todos…
Muy pronto los gatos de aquel pueblo dejaron de hacerle caso. Hasta su amiga Ranina se cansó de escucharle suspirar.
Un día, Misifú desapareció un día del pueblo de piedra y nunca más se supo de él, algunas noches de luna llena hay quien mira hacia el cielo y puede distinguir entre las manchas oscuras de la luna unos bigotes alargados.
No todos pueden verlo. Solo los soñadores son capaces. ¿Podrás verlo tu?.
Érase una vez una preciosa muchacha llamada Valentina, hija del rey de una tribu africana.
A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la comarca porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba, devoraba a todo aquel que merodeaba por allí.
Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la redonda de ese lugar. Valentina, en cambio, curiosa y valiente por naturaleza, estaba deseando conocer el aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente.
Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Así que, Valentina reunió a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo. La hija del rey dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más alto en el cielo, el grupo de muchachas llegó al lago.
Durante buen rato, nadaron y jugaron a salpicarse unas a otras. Tan entretenidas estaban que no se dieron cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había acercado a la orilla por otro lado y les había robado todas sus pertenencias.
Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su ropa y le avisó a las demás lo que habia sucedido.
Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le rogaron que les devolviera su ropa. Todas menos Valentina, que como hija del rey, se negaba a humillarse y a suplicar nada de nada.
El monstruo escuchó las peticiones y, asomó la cabeza, comenzando a escupir prendas, anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo lo que había robado excepto las cosas de la orgullosa Valentina. Las chicas querían volver, pero ella seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la orilla, mirando al lago. Su actitud consiguió enfadar al monstruo que, en un arrebato de ira, salió inesperadamente del lago y de un bocado se la tragó.
Pero Valentina no se rindió, aún estando dentro del estómago del monstruo decidió con su espada hacerle un corte para poder salir.
El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Valentina por enfrentarse al monstruo a pesar de haberla ya comido.
Gracias a su orgullo y valentía, habían conseguido acabar con él para siempre.
Había una vez una niña llamada Julieta que siempre estaba sola. En el recreo se ponía lejos de los demás y no quería jugar con nadie. En clase no hablaba nunca, y siempre respondía haciendo señales con la cabeza o con la mano.
Nadie comprendía por qué Julieta se alejaba de la gente y no se integraba.
-A lo mejor es muda -pensaban algunos niños. Pero no, Julieta no era muda. Porque alguna vez la habían oído decir algo, muy bajito.
Un día todos los niños fueron de paseo. Julieta estaba muy molesta, pero no tuvo más remedio que ir. Se sentó sola en el autobús y no dejó de mirar por la ventana durante todo el camino.
Fueron a una granja. Ya casi había acabado la visita cuando un gran trueno rompió el cielo. Y empezó a llover con fuerza. Todos los niños fueron corriendo al establo más cercano, un poco asustados.
-¿Estamos todos? -preguntó la maestra?-. Vamos a contarnos.
Faltaba uno. Faltaba Julieta. Entonces todos los niños salieron a buscarla.
También un trabajador de la granja se ofreció a buscarla , se cubrió con una capa y salió a buscarla.
La encontró escondida en un establo.
-Tranquila, Julieta -dijo el trabajador-. Me quedaré aquí contigo hasta que pare de llover.
Julieta no dijo nada, en todo el rato que estuvieron esperando. Cuando por fin pudieron salir, Julieta fue con su acompañante a buscar a los demás.
-¡Julieta, Julieta! -gritaron los niños y fueron a abrazarla.
-Estábamos preocupados por ti. ¡Qué susto nos has dado!
Tímidamente, consiguió decir:
-Gracias, estoy bien. Siento haberme quedado atrás. Creí que no querian saber nada de mí -dijo de pronto Julieta.
De repente, todos los niños empezaron a bailar y a cantar alrededor de Julieta para celebrar que estaba bien. Ella poco a poco se fue contagiando de su alegría.
Desde entonces Julieta siempre tiene alguien con ella. Aunque le cuesta, se esfuerza por estar con los demás. Y como todos saben lo que le pasa, procuran tratarla con cariño y dulzura. Y así Julieta nunca volvió a estar sola.
Había una vez una niña traviesa llamada Cleo, muy pero muy traviesa. Pasaba el día saltando, corriendo, cantando, pintando y en muchas ocasiones jugaba con la hermanita y las primas a que podía volar.
Su mamita siempre pasaba de noche a ver a sus niñas, para ver si estaban bien, les daba un besito y las cubría del frío.
Esa noche la mamita pasó a verlas y se sorprendió al escuchar a Cleo conversando dormida. En sus sueños decía: – «¡Gabriela eso es mío, déjalo en su sitio!»
La mamita soltó la risa al ver que Cleo repetía lo que hacía de día, en sus sueños profundos. La cubrió con la sábana y se fue a dormir a su habitación.
Cleo comenzó a soñar que estaba en una verde pradera, llena de animales de granja.
Comenzó a perseguir a las ovejas de colores, las atrapaba y sobre ellas se acostaba, olían a flores silvestres y más suaves que el algodón resultaban. Después se fue tras los pericos, pero estos dieron un brinco.
En el momento menos esperado, dió un brinco,pero los pericos multicolores, más bien parecen aviones. Han levantado el vuelo y para darse consuelo, Cleo despega del suelo.
Comienza a volar tras los pericos, quienes se ven sorprendidos, por tremenda peripecia.
Casi alcanza el más bonito, casi lo llega a tocar, agarrar aquel perico es un sueño monumental. Lo agarra por el plumaje, el perico va de viaje, pero que va, el perico asustado, con el pico la ha apretado.
¡Cleo y perico se caen, pues ella aún no lo suelta, se vienen en picada cual avioneta accidentada!
Vienen cayendo muy rápido, qué susto, qué desplomada, la niña que puede volar, ahora se va a accidentar. ¡Perico y niña se han caído, tremendo susto, se había dormido!
Tremendo brinco en la cama, era un sueño, no era nada. En el suelo aterrizó y su colita se aporreó.
Cleo medio dormida cree tener el perico en la mano, agarrado por la cola, cuando corre a encender la luz de la habitación… solo era uno de sus peluches, a quien tenía agarrado por una oreja. Suelta una carcajada y vuelve a su tibia cama.
La mamita nuevamente, la cobija y la consiente. Tiene que dormirse nuevamente, porque mañana hay escuela.
Primera edición. Tercera reimpresión: abril del 2023 © Editorial Brunella Repetto S.A., 2023 Calle 1, Chorrillos, Perú. Libro de edición peruana.
CC: 29002288
ISBN: 978-950-13-2333-7
PROHIBIDA LA FOTOCOPIA
El editor se reserva todos los derechos sobre esta obra, la que no puede reproducirse total o parcialmente por ningún método gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo el fotocopiado sin su expreso consentimiento.
Primera edición. Tercera reimpresión: abril del 2023 © Editorial Brunella Repetto S.A., 2023 Calle 1, Chorrillos, Perú. Libro de edición peruana.
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