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Mi mundo perfecto

AMarieta le gustaba irse a la cama pronto. No entendía a sus amigos que siempre estaban negociando con sus papás y sus mamás para quedarse despiertos diez minutos más. Y es que Marieta sabía que aunque tenía que acostarse y el día llegaba a su final, también sabía que empezaba la noche y que ésta también tenía sus propios juegos igual o más divertidos que los del día.

Si durante el día Marieta jugaba en el parque, montaba en bicicleta, se disfrazaba con sus amigos…; por la noche la pequeña jugaba con su imaginación y en sus sueños vivía muchas aventuras. Además, en sus sueños nunca escuchaba frases tales como: “¡Te vas a caer!”, “¡Ten cuidado!”, “Eso no puedes hacerlo porque aún eres pequeña”… En sus sueños no había límites y tenía tantos poderes mágicos que podía hacer y ser todo lo que quisiera.

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Muchas noches imaginaba que su cama era un gran barco donde daba grandes fiestas a las que acudían muchos de los peces del mar. Mientras las sirenas cantaban, el señor Pulpo enseñaba a Marieta a bailar y los pequeños tiburones competían por hacer la burbuja más grande de la fiesta.

También le gustaba jugar a ser una gran científica. Era entonces cuando su cama se convertía en un laboratorio lleno de delicados frascos que curaban todas las enfermedades del mundo. Allí Marieta era premiada por sus amigos. Algunas noches Marieta también se convertía en una gran domadora de animales salvajes en la selva, podia subirse encima de un cocodrilo o acariciar la melena de un león.

La cama de Marieta era desde un castillo, con fantasmas juguetones incluidos, hasta un bosque encantado. Y es que Marieta sabía que soñar también era jugar y eso le encantaba.

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