La Máquina De Madame Wendesday Cuento corto por BNU
La m谩quina de Madame Wendesday por: BNU. Ilustraci贸n por: BNU Copyright Books New Universe Contacto: Twitter @Reyespectro
¡Chump!¡Chump!¡Pum! Era el sonido que se escuchaba en la última torre del castillo de los Wendesday. ¡Pum!¡Pum!¡Pum! Era un sonido aturdidor. Por suerte para los empleados del castillo sus estancias eran subterráneas y apenas oían un ruido lejano. En cambio para Madame Wendesday, cuya habitación era paralela a esa torre, era en verdad el sonido más infernal que había escuchado. Además estaba lo frustrante que era el no saber que hacía su marido, el inventor, encerrado en esa torre por las noches. Madame Wendesday era una simpática mujer algo rolliza y de gustos algo estrafalarios. Eran de su gusto los sombreros de ala ancha de los colores más llamativos. Generalmente se la veía con una sonrisa sincera. Nadie se podía explicar que se hubiese casado con un hombre tan sombrío y aburrido como el inventor Dosco Wendesday. Su nombre verdadero era Dosco Pedernal pero se lo cambió por el de su mujer cuando se casó, por capricho de ella naturalmente.
Estos dos vivían juntos en el castillo que había heredado Dosco y que él había transformado en un taller para inventos. Todo iba bien para el matrimonio pues Madame Wendesday nunca se desanimaba, hasta el día en que su marido empezó a encerrarse por las noches en la torre y se empezaron a oír toda clase de ruidos extraños. Mas que el ruido era la curiosidad lo que no dejaba dormir a Madame Wendesday pero cada vez que le preguntaba a su marido este sonreía misteriosamente. Como fuera Madame Wendesday empezó a ser víctima del insomnio y eso la ponía de mal humor. Llego por fin el día en que ya no escuchó los extraños sonidos pero la calma estaba lejos de tenerla pues su marido Dosco se enfermó y murió, haciéndole prometer que no abriría la torre hasta siete días después. Fueron días amargos. Únicamente sabía vestirse de negro, ya no era sonriente sino amargada. Ella que siempre había recibido en su castillo a quien quisiera visitarla se encerró y echó a los pobres que querían consolarla. Y llegó por fin el séptimo día y Madame Wendesday se dirigió a la última torre y tras abrirla encontró en una pared un cartel que decía: “Hasta arriba señora mía”
Así que le tocó subir hasta el último piso donde una enorme máquina de diseño abstracto y negra como el pedernal llenaba casi toda la habitación. Encontró una nota junto a una palanca de la máquina que decía: “A mi querida señora” “La única mujer que me dio felicidad. A mí, a este viejo trasto lo iluminó con su gracia. Hace poco descubrí que iba a morir de una enfermedad y como he sido yo hasta el final, no se me ocurrió pasar estos últimos días contigo sino trabajando en un regalo para ti que me sobreviva” “Te ama más allá de todo, Dosco Wendesday” Con lágrimas corriendo abundantemente por sus mejillas Madame Wendesday giró la tarjeta y vio allí escrito: Feliz San Valentin. Entonces recordó que era, en efecto, 14 de febrero y que lo había olvidado en su amargura. Accionó la palanca y con un sonido musical la espantosa máquina empezó a moverse y de numerosos tubos salieron globos de corazones rojos de varios tamaños que volaron por la ventana en bandada y bailaron por todo el hermoso castillo mientras Madame Wendesday también bailaba y sonreía.
Cualquier persona que quisiera ver este espectĂĄculo debĂa esperar cerca al castillo de los Wendesday los 14 de febrero. Al final los globos reventaban y el castillo se perfumaba del aroma de las rosas.