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Diseño de cubierta: Núria R. Artuñedo
Alex Cogswell
2034
CAPÍTULO 1
El orden es predecesor del caos. El equilibrio primigenio está dispuesto para crear la dispersión, y la dispersión es realidad. El orden no aporta, induce. La partícula original, uniforme, se expandió y creó. Los ejércitos son organizaciones destinadas a la confrontación. La disposición inicial es el impulso y la consecuencia es el significado, es decir, el caos. ANTIESTADO ANTIDEMOCRÁTICO ANTIORDEN
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CAPÍTULO 2
—La estrategia de este 2034 será… No: ¡son! —remarcó—. La estrategia son las adquisiciones de commodities a medio y largo plazo. Me refiero a almacenes con stocks y excedentes de aluminio, café, crudo, cereal... Todos los bienes indispensables para el ciudadano de hoy. ¡Y quiero la mercancía física, no me basta el papel! —ordenó Corbata Rasgada de Negro—. Esta operativa será colateral a nuestra actividad habitual. Los otros dos presentes tomaron nota. —El yuan se va a revaluar, es inevitable. Deberíamos destinar un fondo que opere con yuanes exclusivamente —propuso Traje Entallado. —No creo. China necesita su moneda depreciada si pretende mantener su competitividad —le rebatió Corbata Rasgada de Negro. —La subida de las materias primas puede perjudicar severamente a China. Si aumentan de valor, le resultará más barato comprar en el exterior con una moneda apreciada —añadió Traje Entallado. —Los alimentos están sometidos a presiones inflacionistas, requieren de una divisa fuerte para abastecer a su población —puntualizó Mocasines Brillantes. —Es de academia. Su política neoconservadora protege al yuan de la inflación. Continuaremos con la misma línea de actuación e inversión. Los tres ejecutivos cambiaron sus posturas. Miraron la ciudad por las amplias ventanas de la sala de juntas. Uno de ellos dejó caer su carpeta sobre la mesa. La reunión continuó. —Rusia es interesante. Se predice un alto crecimiento y la consolidación del rublo —indicó Traje Entallado. —Tenemos posiciones en materias primas del país, así que no es preciso acumular una cartera con rublos. ¿Cómo sigue la situación en Europa?
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—El mercado ha ganado confianza. Se ha anunciado la implementación de una acción convenida entre los países de la Unión para impulsar su economía. Esta vez es definitiva. Los bancos centrales nacionales van a desaparecer a lo largo de los dos próximos años. La instrucción que llevará a término la centralización bancaria ha sido aprobada. —Volverán a fracasar —sentenció Corbata Rasgada de Negro—. ¿Cuántas monedas tienen además del euro en estos momentos? Circulan euros y dólares por las calles, paralelamente con monedas nacionales. Podría acuñar la mía propia y la población la aceptaría como medio de cambio. —¿Y los bonos soberanos? —Es necesario limitar la exposición en la gran mayoría de los estados europeos. No son seguros —comentó Mocasines Brillantes. —En los próximos meses veremos caer algún gobierno, no solo europeo, sino también de Latinoamérica. Han elevado mucho su deuda y se ha incrementado su dependencia externa. —Hay serias expectativas de que varios países de distintos puntos del planeta soliciten ayuda de emergencia —reafirmó Traje Entallado. —Deberíamos aprovisionar un fondo en exclusiva para suplir esta futura demanda de liquidez si queremos participar en un rescate —apuntó Mocasines Brillantes. —Así se hará —les contestó Corbata Rasgada de Negro—. ¿La Dirección Ejecutiva de Futuros y Derivados ha obtenido ya la reducción de reservas a los operadores? —les preguntó a continuación. —El último borrador es favorable —contestó Mocasines Brillantes—. Han conseguido convencer a las autoridades que se oponían. De todas formas, continúa en pie la propuesta por parte de algunos grupos parlamentarios que pretenden eliminar las apuestas a corto. Seguramente terminarán por suprimirlas. —Está bien —dijo sin llegar a concretar Corbata Rasgada de Negro—. Damos por finalizada la reunión. Salieron de la sala de juntas y se dirigieron a sus respectivos despachos. *** Corbata Rasgada de Negro se sentó en el sillón mate de su escritorio. Recogió un folio en el que aparecía anotada con mayúsculas la palabra: ESPECULADOR
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Imitando la letra, escribió debajo: ACTIVO Dobló el folio en dos, lo metió en un sobre y éste en el bolsillo interior de su americana. Lo guardaría como el recuerdo de un principio. Inició su ordenador. Clicó dos veces sobre un icono con forma de cebolla y accedió al navegador de la Deep Web. Utilizando unos códigos encriptados, accedió a una página en la que concurrían sus afines homólogos. Una treintena de ejecutivos utilizaban aquella página para planificar conjuntamente los siguientes movimientos e inversiones. Colocado como una joya decorativa del portal de la red, a disposición de aquellos ejecutivos, figuraba el informe anual y mundial de la cosecha de soja. Saldría a la luz pública pasadas algunas semanas, cuando esos ejecutivos ya se hubieran posicionado gracias a la información recibida con antelación y prioridad. Manipulaban a su antojo el valor de la tonelada de soja aprovechando la coyuntura de una sequía en África, de unas inundaciones en Asia y de una revuelta de campesinos en Sudamérica. Envalentonados y excitados convertían las circunstancias ambientales y sociales en beneficios. Los altos directivos que participaban en aquella islita inmersa en la Deep Web, empezaron a especular. Mientras adquirían títulos y pactaban permutas, el precio de la soja fue encareciéndose a merced de los estímulos de una alocada carrera sin meta. No limitaron las ganancias a la simple diferencia del precio entre la compra y venta, sino que, seguros del desenlace, hicieron uso de los apalancamientos en el mercado de derivados. Las ganancias obtenidas, desde el punto de vista de un trabajador corriente, resultaban sobrecogedoras.
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CAPÍTULO 3
Bufanda Roja estaba sentado en una vulgar silla frente a una mesa circular que compartía con los compañeros del partido político al que pertenecía. Formaban la cabeza y dirección de un reducido círculo de liberales. El partido, tras varias décadas de existencia, había ido mermándose hasta quedar reducido a unos pocos miembros y simpatizantes. Publicaban una concisa revista mensual de contenidos socialistas, centrada básicamente en denunciar transgresiones de los derechos humanos. La distribuían gracias a una subvención simbólica de la administración. Sin esa ayuda, la revista habría desaparecido años atrás y la continuidad del partido habría peligrado. Bufanda Roja, tras una larga y soporífera reunión, se incorporó en la silla y resumió las líneas de actuación discutidas: —Vamos a cambiar la acción política. Modificaremos nuestro discurso haciéndolo más próximo al ciudadano. Definiremos las directrices en pocas palabras. Presentaremos un mensaje explícito y claro. Ahora tenemos un objetivo muy concreto: REINSTAURAR EL SOCIALISMO EN LA DEMOCRACIA No quiso decir nada más. Los demás participantes se levantaron y se despidieron unos de otros. Una vez solo, cogió una libreta y se puso a escribir, sintiéndose protagonista de una acción social que algunos habrían juzgado inexistente: Los gobiernos actuales se revelan como estados mafiosos. Las mafias en su inicio son adversarias del Estado y se entabla una lucha por el poder, en la cual siempre resultan las vencedoras. El siguiente paso es la institucionalización de la mafia que se convierte en un gobierno. 9
Una vez institucionalizada y legitimada por una Constitución, los ciudadanos quedan sometidos a ella y le entregan los medios para extorsionar a la población, de forma individual, uno a uno, sin compasión ni perdón. La solución frente al actual gobierno de los estados mafiosos es la imposición del mandato ciudadano mediante la entrega del poder al pueblo. Releyó sus notas y cerró satisfecho su libreta
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CAPÍTULO 4
Apoyó el libro que estaba hojeando sobre su mesa y esperó dos minutos a que sus alumnos disminuyeran el murmullo. Mirada Inquieta se dirigió a ellos con un vigor inusual en su voz: —Hoy quería considerar un tema que seguramente os afecta más a vosotros que a mí mismo. —Calló unos instantes—. No sé, tengo muchas dudas, y por eso me gustaría deliberar sobre el poder. Os propongo, a los que queráis, hacer un estudio sobre el poder y exponerlo en clase. Supondrá medio punto más para la calificación final. No quiero un estudio en detalle, ni una buena redacción, ni una presentación brillante. Podéis... Quien lo desee... Recurrir a unos apuntes breves y presentármelos. Os repito que no es necesario realizar una tesis académica. Incluso un escrito a mano me basta. Tampoco tiene que ser un trabajo propio, podéis copiar autores. Lo que creáis oportuno. Me bastan unas ideas o un análisis de lo aprendido en cursos anteriores. La clase se revolvió ante su propuesta. Mirada Inquieta continuó: —Lleva tiempo dándome vueltas en la cabeza… El poder. He leído mucho al respecto, pero no soy capaz de hacerme una idea que construya un concepto fiable. Vistos los últimos sucesos internacionales, como la crisis económica global, las revueltas, la falta de alimentos y la destrucción del medio ambiente, me interesaría que vosotros fuerais capaces de dar una respuesta a las distintas y tan variadas situaciones a las que nos enfrentamos. El primer paso sería crear un concepto comprensible de poder. Con una concepción fundamentada podremos averiguar muchas de las incógnitas actuales. Son muchas las preguntas que uno puede plantearse y a las que me gustaría dar una respuesta. Los alumnos escuchaban, sugestionados. —Los aspectos que me interesaría que aclararais —siguió diciendo—, responden a cuestiones como las siguientes… y bueno, todas aquellas otras que sean producto de vuestro discernimiento. Yo, en cualquier caso, he preparado estas.
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Mirada Inquieta repartió un folio a cada alumno y leyó en voz alta las cuestiones que planteaba: 1.º Vista la actual configuración de los gobiernos, cabe preguntarse si éstos se estructuran como entidades que obstaculizan el progreso de la sociedad. Es decir, ¿el poder actual protege un orden establecido? 2.º Debido al aumento de la esperanza de vida, ¿se impide a las nuevas generaciones la oportunidad de desarrollarse? 3.º En conexión con la pregunta anterior, ¿cómo el mantenimiento de los medios de producción, posiciones políticas y financieras en manos de una población adulta afecta a la evolución de una sociedad? 4.º La inexistencia de un traspaso del poder económico, ejecutivo y judicial a corto plazo ocasiona que se asiente en las manos de unas personas. O, también, favorece el bipartidismo. ¿Esto es positivo o negativo? 5.º Un análisis del poder en situaciones familiares y del poder empresarial. ¿Cómo puede extrapolarse a contextos económicos y sociales? 6.º ¿Qué respuesta tiene la juventud frente a los obstáculos creados por los gobiernos?
—Estos son algunos de los puntos que me gustaría que tratarais. Si se os ocurre cualquier otro, lo añadís con vuestros comentarios —hizo un corto silencio—. Esto es todo. Ahora vamos a empezar la clase. Cuando entreguéis algunos de los trabajos que os he propuesto, los expondremos para su debate. Los estudiantes se relajaron tras la proposición de Mirada Inquieta. Terminada la clase, mientras los alumnos salían, el profesor borró de la pizarra unas frases célebres y unos nombres de autores. Se sacudió el polvo de tiza de la manga y fue a sentarse sobre la mesa. Junto a la cartera encontró un primer apunte: Las democracias occidentales empiezan a desmoronarse. Su cometido básico es la protección del actual sistema industrial y financiero, por encima de las necesidades sociales. Los parlamentos arderán y lanzaremos a la hoguera las enseñanzas de nuestros padres. Nos convertiremos en los verdugos de nuestros predecesores.
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CAPÍTULO 5
Corbata Rasgada de Negro tenía prisa, su maletín contenía un sinnúmero de billetes. Era el inicio de una acción orquestada por no se sabía bien quién pero provista de un fin rotundo. Él se había comprometido y continuaría hasta el final. La masa monetaria y especulativa atentaba contra el ser humano. El capital fluía por los mercados en cantidades inimaginables para la gran mayoría. Era consciente de ello y no le gustaba, lo repudiaba; de allí su carrera, sus estudios y su trabajo. Como consecuencia de su última operación bursátil, sumada a los movimientos del resto de los operadores económicos, se consiguió que el precio del pienso derivado de la soja aumentara considerablemente. Los granjeros recibieron la noticia con desesperación y las carnicerías modificaron sus precios. La población era atornillada concienzuda y maliciosamente. La sociedad se veía sometida a una incertidumbre constante por las variaciones del precio de los alimentos, la ropa y las viviendas, sin olvidarse del gasto por la energía consumida. El maletín pesaba y le provocaba satisfacción. Llegó a una turbia bocacalle y se acercó a una tapa de alcantarilla. La levantó con una pata de cabra. Dejó caer la maleta por el agujero oscuro y profundo. El golpe fue amortiguado por otros maletines. Cerró la cloaca y se alejó deprisa. Un humano viscoso que deambulaba por las alcantarillas de uno de los principales centros financieros del planeta se aproximó a los maletines que yacían esparcidos sobre el suelo húmedo y pestilente. Recogió un total de cinco, todos repletos de billetes. Caminando con lentitud, Humano Viscoso se los llevó.
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CAPÍTULO 6
Su blog no recibía ninguna nueva visita. Nadie comentaba sus reflexiones políticas. Bufanda Roja se había percatado de su poca popularidad. Aun así, continuaba empeñado en una acción que jamás conseguía que brotara. Cerró su blog. La actual situación económica y social era la tesitura perfecta para que las personas adoptaran posiciones políticas extremas, de derechas o de izquierdas, pero no se estaba dando este alineamiento. Lo consideraba paradójico. Tampoco existía en la población una voluntad política. El capital había destruido esta voluntad, hasta tal punto que depositar el voto por un candidato provocaba un sentimiento de hastío traicionero en aquellos que mantenían unas convicciones. Asumida la futilidad de expresarse por internet, recogió su libreta y escribió a mano: Un mundo sin dinero es inimaginable. Las personas son conscientes de que sin dinero no es posible vivir dignamente. Si añadimos que el dinero nos roba la dignidad, ¿qué sucede? El resultado ha sido el mismo y el medio, el dinero, ha fracasado. Hemos perdido la dignidad y hemos sometido nuestra existencia por un puñado de billetes. Ahora obedecemos las directrices de las grandes corporaciones e instituciones estatales con el fin de obtener un salario. En principio, el dinero nos debería haber otorgado la libertad. Sin embargo ha ocurrido lo contrario y la población se encuentra subyugada por decisiones de índole puramente económica. El alto precio que te permite escoger tu comida, tu vehículo, tu ropa, es insuficiente para sufragar las incomodidades, las obligaciones y el sometimiento a la especulación del producto o beneficio del trabajo personal. Por último, si mi trabajo no se traduce en una retribución pecuniaria, no está valorado. El ciudadano ha perdido su reconocimiento como tal y su mérito no existe, tan solo su conversión en salario.
Contestó a una llamada telefónica. —¿Diga? Una voz agitada que pertenecía a Mirada Inquieta, le dijo: —Se está encendiendo una chispa y haremos que prenda. 14
CAPÍTULO 7
En un sombrío teatro concurrido por perdedores, liberales y fantoches, Figura Estrafalaria se erguía sobre el escenario. Durante los últimos seis meses, dos veces por semana, se había dedicado a invocar a las fuerzas antidemocráticas, aunque tales fuerzas no existieran. —¡A la democracia se la ataca con determinación! —chillaba—. La unión de los trabajadores debe ser consistente. Nos libraremos del yugo de un sistema sostenido para el enriquecimiento de unos pocos —decía insulso, él que no era un asalariado. El escaso público no aplaudía ni discrepaba. Su discurso decaía hasta que llegaba a lo que aquel personaje consideraba el quid de su representación. —La Constitución es una falacia. Establece un derecho cuando debería contener una obligación más. —Mostró una Constitución al reducido público—. Cada derecho que declara, cercena tu libertad. ¡Un derecho es una obligación! —volvía a gritar—. ¡Un derecho, una obligación! ¡Un derecho, una obligación! Mientras repetía una y otra vez su proclama, comenzaba a rasgar la Carta Magna con regocijo. Las páginas desgarradas caían a su alrededor y pisoteaba las declaraciones de derechos que contenían. Cuando apenas le quedaban unas pocas páginas, tiraba furioso la Constitución al suelo y saltaba sobre ella. Terminaba pateando los restos del libro por el escenario, antes de dar fin a su espectáculo. Antiguo coleccionista de figuras de Star Wars, de capítulos inéditos de Games of Thrones, de comics de la Marvel y demás, Figura Estrafalaria se había arrinconado en un supuesto arte subversivo y calificable por la democracia como «antisistema». Bajó del escenario sin despedirse de los espectadores y se marchó al bar de enfrente. Sostenía una bebida en la mano cuando una voz juvenil le preguntó:
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—¿Qué significa que un derecho es una obligación? —Chaval, si la Constitución te reconoce el derecho a tener una vivienda digna y yo quiero vivir en una cabaña encima de un árbol, me lo van a prohibir porque no está proclamado como un derecho. Los derechos coartan la libertad. ¿Acaso me suministrarán electricidad? ¿Y agua corriente? El derecho otorga y restringe el resto de posibilidades, como la eutanasia.
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CAPÍTULO 8
Las fuerzas democráticas, reunidas en el Parlamento, discutían la aprobación de una nueva ley por la cual regular el traspaso de información en la red; un ayuntamiento reunido en sesión plenaria, proponía el incremento de una tasa municipal; en un organismo administrativo se discutían las bases para la convocatoria de una oposición para una plaza vacante y unos magistrados redactaban una sentencia que contrariaba la jurisprudencia asentada hasta la fecha. Las fuerzas democráticas no se sentían amenazadas: mientras la masa monetaria fluyera sin detenerse por los gobiernos, por las administraciones, por las instituciones financieras y por los hogares, los ciudadanos estarían condicionados a intentar atrapar el mayor número de billetes y sus preocupaciones se canalizarían hacía el dinero y su fugacidad. Era el resultado del asentamiento de una organización regida por unas reglas que una élite asentada en el poder económico había concebido. Si te apartabas y dejabas de respetarlas, las consecuencias eran muy perniciosas y el castigo, la rápida exclusión del sistema económico. El poder económico contaba con el aparato estatal, por medio del cual se legislaba a favor del capital. Los intereses del gran capital se transformaban en normas sociabilizadas por medio de la promulgación de leyes y decretos. La intención final era que la sociedad terminara acatando como propias unas normas supuestamente democráticas y emanadas del pueblo. Aquella organización social estaba diseñada de manera que el poder político era transferido de un partido a otro cada cuatro años. Siempre los mismos dos partidos y similares planes de gobierno. Mientras, el poder económico se mantenía estable en unas mismas manos, sin alternancia, con idénticas intenciones e invariables directrices. El derecho de voto satisfacía al ciudadano y convertía el sistema político y la estructura social en un régimen democrático. La educación, la información, la cultura y el pasado inmediato favorecían y protegían la organización democrática-capitalista y la justificaban como el sistema legitimado por el pueblo. Estos componentes mediatizados de la sociedad 17
eran suficientes para contentar a la población, que se rendía ofreciendo el poder y el control. El axioma se introducía en los habitantes que, inconscientemente convencidos, repetían confinados en el seno de sus familias o en su soledad: CREO EN LA DEMOCRACIA
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CAPÍTULO 9
Corbata Rasgada de Negro se había citado en un restaurante de renombrada reputación y diligentes camareros con una amiga y colega de oficio para mantener una simbólica conversación. —Ahora, a diferencia de hace simplemente unos meses —le dijo ella, con un ligero temblor en uno de sus ojos—, me resulta difícil comprender cómo puedes resistir la presión a la que estamos sometidos. —No me afecta, hago bien mi trabajo. Descansar me aburre, es una pérdida de tiempo —le respondió Corbata Rasgada de Negro. —Yo solía pensar eso mismo, aunque las circunstancias me han hecho cambiar. —¿Qué te ha sucedido? Porque has venido para explicarme qué te ha pasado, ¿no? —Casada, con dos hijas preciosas, de 10 y 7 años… Volcada en el sector de las finanzas. —Sí, lo sé. —Mis jornadas acababan a veces de madrugada. No era suficiente. Me exigían mayores beneficios y objetivos más ambiciosos. Los conseguía siempre. Tú lo sabes. Un café tras otro y negociaciones telefónicas a cualquier hora. No tenía tiempo ni de ver a mis hijas. —Hizo una pausa—. Solo de recordarlo siento el estrés y la angustia de los peores momentos. —El temblor se hizo más evidente. —No es necesario que hables de ello si te va afectar. Lo podemos dejar para otro día —le sugirió Corbata Rasgada de Negro. —No —negó con determinación su amiga—, me sentará bien contártelo. Se lo he explicado a mi marido, a mis padres, a mis amistades y, por supuesto, a mi psiquiatra. Y ahora le toca a un competidor, aunque eres un amigo y más en estos momentos. Te agradezco que me escuches. 19
—Continúa, entonces. —Las responsabilidades familiares me abrumaban. Recuerdo que era mi asistenta quien compraba la ropa de mis hijas. Eludía mis obligaciones de madre para cumplir con unos objetivos laborales y dar lo mejor de mí misma, el máximo rendimiento. Sentí que les fallaba a mis niñas. No les prestaba ninguna atención. Se volvieron muy rebeldes. —Me lo imagino. —Mientras, en la oficina, que si optimizaciones, riesgos, gráficos, warrants, put options, derivados... ¡Cualquier cosa, vaya! —Así es nuestro día a día. —Mira, me tiembla el labio al recordarlo. No puedo ni ver las noticias. —Tranquilízate. Si quieres, paramos. —Prefiero seguir. ¿Sabes cuál era el problema? —Calló unos instantes, reflexiva—. El problema era la rapidez con que tenía que tomar las decisiones. Ya no pensaba la solución, siempre tenía una respuesta inmediata, no meditada. Conocía la dinámica y no erraba nunca. —Llega un momento en que es fácil, a mí también me pasa. —Pero las decisiones no se limitan al ámbito laboral. Tenía que resolver muchas otras cosas y empecé a perder capacidad en la vida normal, fuera de la oficina. —No te entiendo. Precisamente ese es el momento de relajarse. Vas al golf, o te das un paseo por el parque... Cualquier actividad te ayuda a calmar los nervios. —Así debería ser, pero a mí me sucedía al revés, y me resultaba complicado dirigirme a mis hijas y a mi marido. En la vida rutinaria dudaba constantemente. El trabajo absorbía toda mi energía. Allí aumentaba mi fuerza resolutiva. Sin embargo no podía ni quedar con mis amigas, no sabía a cuál de ellas llamar para comer. Ver la lista de amistades en el móvil me mareaba. Llegó un día que pasé más de media hora sin poder decidir dónde realizar un alto y repostar el depósito de combustible. Mi cerebro se aceleraba analizando todas las variables y posibilidades: Que si una gasolinera estaba más cerca de mi casa, que si la otra tenía un surtidor más rápido... ¡Absolutas estupideces! —Uf, sería caótico, ¿no? —Al final me derrumbé, como ya sabes. —Sí, recibí noticias tuyas de inmediato. Intenté contactar contigo, pero me fue imposible. —Cometí actos absurdos y culpables. Fuera de lo comúnmente aceptable.
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—No me los puedo imaginar. He conocido algunos casos y cada patología nerviosa se manifiesta de forma distinta. —Mejor no te los cuento... Me dijeron que padecía estrés y me aconsejaron un psiquiatra. Me recetaron unos ansiolíticos de última generación. Con los medicamentos me indujeron a un estado de regocijo continuo y me convirtieron en una enferma. —Es lo que pasa con esos fármacos. —Tengo en la memoria haber trabajado, y mucho. Un único recuerdo concentrado en una sola actividad en exclusiva. He terminado siendo una lisiada mental. Perdí el autocontrol. Después de todo lo que había conseguido, me retiran por incapacitada. Confundía la realidad... ¡Creía que era inmortal, como la bolsa! Su amiga se desmoronó y prorrumpió en unos desconsolados sollozos. Ocultó el rostro tras la servilleta.
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CAPÍTULO 10
Unos cuantos alumnos y Mirada Inquieta se habían reunido en una pequeña aula de la universidad. —Bueno, he programado esta reunión para... No tengo muy claro para qué. Vosotros diréis, ¿qué hacéis aquí? —les preguntó. —Has sido tú quien nos has hecho venir —dijo una chica abrigada con la Rebeca de su Abuela. —Tuve una idea cuando leí las redacciones, se me ocurrió juntaros y seguir analizando el poder y las posibilidades que se os presentan. —Pues qué bien —respondió un chaval con una Cazadora Raída. —No está tan bien —le rebatió el profesor—. Tenéis potencial. Por eso he considerado que era conveniente que os reunierais. —Todos conocemos el lema de «eres joven, tú puedes» —volvió a increparle Cazadora Raída. —No quiero decir eso exactamente. Me refiero a la imposibilidad de salir de vuestra difícil posición —les indicó Mirada Inquieta. —¿Nos estás menospreciando? —le interpeló Rebeca de su Abuela. —Yo no os insulto. Hace unas dos o tres décadas, los estudiantes vestían mejor, no como vosotros. Tenían más dinero y mejores ropas... Y nuevas...Y coche... Y motos. Vestís casi como pobres. ¿Yo os estoy insultando? Carraspeó un estudiante con una Chaqueta Cochambrosa en la última fila. —Mi padre está en el paro —dejó caer una voz por ahí. —Esta es la universidad pública, miraos. Saldréis de aquí para mendigar un puesto de trabajo o una convocatoria por una plaza pública. Competiréis con el compañero de clase. Con estas ropas, ¿creéis que podéis acudir a una entrevista de trabajo? ¿Qué haréis? ¿Le pediréis una camisa a vuestro hermano mayor?
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El aula se comprimió sobre los estudiantes. El profesor les preguntó descorazonado: —¿Cuáles son vuestras expectativas? —La situación es muy mala, hay mucho desempleo —intentó defenderse Cazadora Raída. —Cada día que pasa sois más pobres, el dinero no alcanza y la situación empeora. ¿Vais a cometer el mismo error que vuestros padres? ¿Vais a fracasar como ellos? —Queremos trabajar —comentó alguien. —Habéis escrito sobre el poder y lo habéis criticado duramente. Ahora, ¿os describo la coyuntura actual y os acobardáis? Del final de la clase se escuchó un estrépito. Una silla cayó al suelo empujada por Chaqueta Cochambrosa. —¡Yo no soy un cobarde! —gritó y salió abruptamente del aula.
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CAPÍTULO 11
Sobre una roca lisa asentada en la planicie de una extensa llanura, una lagartija hembra se refugiaba del sol. Una joven lagartija macho reptó a su alrededor. Tras un cortejo extenuante y violento, se aparearon. Luego, la lagartija hembra se alejó y se escondió bajo una piedra. El esfuerzo la había agotado, tenía que reponer sus fuerzas. Las altas temperaturas habían desarticulado el acondicionamiento de la lagartija al horario de sus presas, especialmente insectos. Cuando se encontraban en condiciones óptimas para alimentarse los insectos no aparecían; cuando los insectos asomaban en masa debían refugiarse. Nuestra lagartija padecía hambre y al igual que en las anteriores veces que había sido fecundada, volvería a perder toda su descendencia en un aborto desconsiderado de huevos prematuros. La población de lagartijas descendía alarmantemente. Se extinguían de forma inexorable e inevitable. Si desaparecían, se producirían modificaciones naturales que a su vez tendrían efectos económicos. Cuando un animal, tras su acondicionamiento a distintos hábitats y ambientes mediante una gran diversidad de adaptaciones morfológicas, empieza a declinar, augura una sombra sobre los humanos.
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CAPÍTULO 12
Figura Estrafalaria decía demasiadas frases con la extraña particularidad de que no las escuchaba nadie. Cuando ingería la suficiente cantidad de alcohol siempre encontraba la compañía de un amigo invisible que le prestaba la atención que requería. —Hoy vamos a asaltar un teatro… ¡Ja, ja, ja! —reía. »Esta noche, colega, vamos a interrumpir una representación —incitaba a su amigo invisible—. ¡Vaya que sí! Se lo merecen. »Toda esa mierda conformista, ese bienestar... ¡Sentados en sus butacas acolchadas! ¿Son confortables hijos del capital? »¡Conformistas, conformistas! ¡Vuestro arte crítico con lo correctamente reprochable! Cumpliendo con las ordenanzas de lo que es criticable, salvaguardando los valores sociales de la pútrida democracia... ¡La maaaaaasa obediente!— Y abría los brazos intentando abarcar la inmensidad. Mientras vociferaba tales sentencias a la sociedad acompañado por su supuesto amigo, se plantó ante una de las principales salas de la ciudad. El lujo del teatro exhibido por medio de una cegadora iluminación no deslumbró a Figura Estrafalaria, sino que espoleó su determinación de asaltarlo y escandalizar a los espectadores. Los acusaría de dóciles y apáticos, y no solo eso, sino que también denunciaría su vergonzosa conducta por participar en actos públicos de ocio y ostentación. Unos actos que, según su concepción, ofendía a todos aquellos que no tenían acceso al ocio. Se dirigió con decidida animadversión al portero. Aunque su intención era pedirle permiso para entrar, de su boca surgieron otras palabras: —¡Portero de la portería teatral, ábreme la puerta! —Perdón señor, ya no se puede entrar, la obra ha empezado —le contestó molesto aunque cortés.
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—¡Falso! —chilló con indignación— ¡Portero de la portería, abre las puertas, que yo tiraré del telón! —Lo siento, señor, el acceso ya no está permitido. Si sigue insistiendo, llamaré a la policía. —¡Defendiendo a la clase bien pensante, eh? ¡La moral y la obediencia unidas en favor del sometimiento! Dicho esto, Figura Estrafalaria descargó un soberano puñetazo en la nariz del portero que reculó con las fosas nasales sangrando. Acto seguido se lanzó al interior del teatro. Pasó como una exhalación por delante de dos acomodadores. Abrió las puertas y se introdujo en la sala por el pasillo central a toda prisa. Los acomodadores salieron en pos del intruso. De un salto se encaramó en el escenario, tropezó consigo mismo y cayó estrepitosamente. Los actores, sorprendidos, se acercaron para auparlo. Creyendo que intentaban sabotear su cometido, Figura Estrafalaria se levantó y en su huida de los actores embistió una mesa que formaba parte del decorado. La mesa voló por los aires, se rompieron varias copas de vino y una actriz rodó por los suelos. Entre el público se elevó un murmullo de desaprobación. Los acomodadores subieron a por Figura Estrafalaria. Enfrentado a tres enemigos dispuestos a reducirlo, corrió por el escenario y se lanzó al foso sobre la pequeña orquesta, con lo que rompió violines y trombones y malbarató otros instrumentos. Consiguió zafarse de la maraña de músicos, instrumentos y atriles, corriendo por encima de las butacas, pisando calvas y melenas rubias y morenas. taba:
Cuando entre varios empleados consiguieron apresarlo, se oyó que gri—¡Masa sumisa! ¡Ciudadanos del placer y del bienestar!
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CAPÍTULO 13
El funcionamiento de la oficina de Corbata Rasgada de Negro era idéntico al de cualquier negocio dedicado a la actividad inversora. Sus empleados repetían las mismas expresiones, sonreían ante los mismos estímulos y se mostraban nerviosos cuando los movimientos de las bolsas perjudicaban sus decisiones. Siempre dispuestos a adueñarse del patrimonio ajeno e institucional, ordenaban transacciones, compras, ventas, auténticas apuestas, futuros, bonos y deuda soberana. El proyecto de Corbata Rasgada de Negro era arrodillar más naciones utilizando la especulación, como ya había ocurrido en algunos países cuya deuda soberana era impagable. En esos casos, cada tres meses recibían la visita de unos funcionarios de un organismo internacional que recolectaban el escaso dinero líquido que se había podido recaudar. Cuanto más pobre fuera una nación, más dependiente del capital sería. Los intereses que llegaban a pagarse a través de la especulación en los mercados secundarios, mercados OTC y a saber qué más, eran un eficaz medio para obligar a las personas a participar en la actividad especulativa sin desearlo. La imposición sobre los estados se trasladaba luego a los ciudadanos, que soportaban estoicamente los mecanismos dispuestos para aprovechar los beneficios que ellos habían cosechado con la fuerza de su trabajo. Al final, la presión económica sobre las naciones se haría insostenible y los pueblos empezarían a dar signos de debilidad e inestabilidad. Las consecuencias eran impredecibles. Aunque, eso sí, repasando el pasado de la humanidad, era fácil vaticinar cuál sería la respuesta de la población. Desde la posición que ostentaba Corbata Rasgada de Negro, acumular mayores ganancias no entrañaba ningún secreto. Hasta tal punto era así, que ni contaba con un departamento comercial destinado a la captación de nuevos clientes. Los que ya tenía recibían una alta rentabilidad y su nombre sonaba en las clases pudientes, lo que aportaba nuevos millonarios a su oficina atraídos por sus resultados. Se rumoreaba que había conseguido unas tasas de retorno de dos dígitos.
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Corbata Rasgada de Negro precisaba más acción. Cogió su teléfono y llamó a un renombrado director de otro hedge fund. Le explicó una ingeniosa idea para la creación de una burbuja en un diminuto país que produciría las ganancias previstas por sus clientes. El movimiento propuesto era factible entre los dos y de gran provecho a medio plazo. Colgó el teléfono y observó cómo sus subordinados se mantenían ocupados por un salario y unas satisfactorias primas. En ese mismo momento, en un diminuto país asiático, el ilusionado propietario de un taller de reparaciones compraba unas acciones de una firma de telecomunicaciones. Estos valores subirían de precio y el ilusionado mecánico las vendería obteniendo un reducido rendimiento de poco más de una decena de céntimos por acción. Aun así, lograría mayores beneficios que si los hubiera ganado con la fuerza de su trabajo, puesto que no implicaba ningún sacrificio, salvo el riesgo. También la presión fiscal promocionaba la especulación. La imposición fiscal sobre los beneficios obtenidos con la operación bursátil era inferior a la imposición fiscal sobre el salario producto de su trabajo. EL TRABAJO ESTÁ SUBESTIMADO SI EL TRABAJO ESTÁ SUBESTIMADO, EL INDIVIDUO ESTÁ MENOSPRECIADO La esposa del propietario del taller mecánico felicitó a su marido por la «inversión» (que así se atrevían a llamarla). Al día siguiente se lo contó a sus amigas con gran excitación, como si comentara la compra de un sombrero. La adquisición de acciones corporativas es para el ciudadano medio un acto de prestigio.
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CAPÍTULO 14
La Agencia Gubernamental de Control de Capitales y Flujos Monetarios apreció que una milésima parte de la masa dineraria divergía de su cauce y se desvanecía. Peor aún, parecía que se convertía en moneda papel y se evaporaba. Los importes no eran significativos dentro del círculo y de las vías habituales por donde discurría la masa económica absoluta, pero contrariaban el normal funcionamiento del mercado. Estas cantidades eran eliminadas de la corriente económica con discreción. Sorprendentemente, no se alojaban en paraísos fiscales, ni se desviaban por medio de las prácticas habituales. Si este hubiera sido el caso, significaría que continuaban formando parte del sistema; pero no, desaparecían de circulación como si alguien cogiera millones de billetes y los quemara en una hoguera. Todo ese dinero que se echaba en falta se encontraba más cerca de lo que imaginaban: estaba a unos metros bajo tierra, en la red de alcantarillas de la gran ciudad. Humano Viscoso desempeñaba la función de guardián de una montaña de maletines negros. Nunca había abierto un solo maletín, pues su contenido no le llamaba la atención, ni le impresionaba. Para él, aquel dinero en su totalidad no era más que un recurso con fines armamentísticos. *** Un empleado de la Agencia Gubernamental de Control de Capitales y Flujos Monetarios, siguiendo las órdenes de sus superiores, se presentó en las oficinas de Corbata Rasgada de Negro para informarse de la sospechosa retirada de recursos económicos. Él ya esperaba aquella visita, de modo que la recibió sin amedrentarse. La conversación fue breve. —Estas retiradas de efectivo responden a un producto devolutivo del capital de los inversores y propietarios de títulos —le explicó al empleado. 29
—Lo extraño es que en la base de datos bancarios no aparezcan estas devoluciones, tal y como usted pretende justificar. —El dinero vuelve a entrar en el mercado en la mayoría de los casos. Retorna al sistema mediante adquisiciones de emisiones de primas, acciones y productos derivados de otros países, incluso mercados no regulados. O se entrega directamente a los clientes, normalmente de nacionalidad extranjera. Todas las operaciones están perfectamente justificadas. —La Agencia puede molestarse si el patrimonio privado sale del país por medios no homologados. Puede ordenar una investigación. Le repito que su salida no nos consta en ninguna base de datos. —Se lo acreditaré con detalle. —Queremos los nombres de los titulares de tales productos con efectos devolutivos al primer requerimiento. El gobierno precisa conocer el destino de estas extracciones. Cualquier anomalía, observando el importe que alcanza, es suficiente para que se actúe con contundencia. —No se ha producido ninguna anomalía, usted mismo lo comprobará. Corbata Rasgada de Negro, después de despedir al agente, se recostó en su sillón y decidió llegar a una solución pacífica antes de pedir ayuda.
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CAPÍTULO 15
Mirada Inquieta repasó satisfactoriamente a la clase: el número de alumnos había crecido ostensiblemente. Los debates en el aula se habían recrudecido. A su lado se encontraba Bufanda Roja, a quien había invitado personalmente. —Buenas tardes —saludó Mirada Inquieta. Algunos le contestaron, mientras otros quedaron a la espera de que se iniciara la sesión—. Esta tarde he invitado a un antiguo colega. —¿Tienes algo que aportar? —le espetó Rebeca de su Abuela directamente a Bufanda Roja. Bufanda Roja miró a su colega con sorpresa. Como debía responder algo, aclaró su garganta: —Buenas tardes. Antes que nada, dejad que me presente, porque vuestro profesor y yo nos conocemos desde hace años. No sé si os habrá explicado que cuando éramos jóvenes militábamos en el mismo partido. Los dos teníamos nuestras propias ideas y una fuerte personalidad. Aunque ahora nos veis juntos, mantuvimos acaloradas discusiones en el pasado. Llegaron hasta tal punto que terminamos por separarnos y se produjo una escisión en el partido. No voy a entrar en detalles, pero lo más importante es que no perdimos nuestra cordial amistad. Y así hasta hoy, que me ha llamado para participar en vuestro debate... Por eso estoy aquí, lo que agradezco con cariño, y... —¡«Cordial»! —le interrumpió Cazadora Raída—. Esa es una palabra que difícilmente utilizamos en nuestro vocabulario. —Me comentó que eran unas charlas políticas —insinuó Bufanda Roja. —La política ha sido superada —afirmó tajante un chaval de camisa a cuadros. —«La política ha sido superada» —repitió Bufanda Roja y dirigiéndose a su amigo, le preguntó—: ¿Qué son exactamente estas charlas? Mirada Inquieta, sin inmiscuirse en la conversación, interpeló a los alumnos: 31
—¿Le podéis responder? Rebeca de su Abuela fue la primera en alzar la voz: —La política ha sido superada por una ideología de rechazo y transformación. —¿Una especie de anarquía? —preguntó Bufanda Roja. —¡No! —gritó Cazadora Raída—. Una anarquía es una opción política. No secundaremos una solución politizada. —Yo pertenezco a una facción de izquierdas —explicó Bufanda Roja con la intención de enderezar una conversación que temía que no llevara a ninguna parte—, mi partido tiene una propuesta política, social, económica y organizativa. —¡Huimos de todos esos conceptos difusos que mencionas! —le contestó categórica Rebeca de su Abuela. —Tu partido ha fracasado —le recordó el chaval de camisa a cuadros—, hace ya más de veinte años y más de cincuenta. —La izquierda se hundió por sí misma. El comunismo no forma parte de nuestra memoria. Solo sabemos que dejó de existir —secundó Cazadora Raída. —No es cierto —intervino Bufanda Roja—, pero… —Sí que lo es —atajó Rebeca de su Abuela—: el capitalismo se ha impuesto, ha triunfado. —Este sistema empieza a dar síntomas graves de su debilidad. Está temblando. Sin oponente, el capitalismo agoniza —continuó Cazadora Raída. —No queremos formar parte de un sistema que muere —concluyó el chaval de camisa a cuadros. —Vosotros, los que todavía mantenéis ideas políticas en vuestras cabezas, los que consideráis legítimo un gobierno, estáis ciegos —sentenció Rebeca de su Abuela. —¡Estáis hablando de una anarquía! —replicó Bufanda Roja. —Eso es mentira. La anarquía es imposible. No queremos imponer nada, ni tan solo imaginarlo —le rebatió el chaval de camisa a cuadros. —Aspiramos a una solución espontánea, originada en la masa social — continuó Rebeca de su Abuela. —No puede ser que solo imaginéis un futuro así, una solución sin propuesta. Es irreal. Surgirá una dictadura —les advirtió. —Las cenizas lo dirán. —¿Qué cenizas? —les preguntó Bufanda Roja, confundido. 32
CAPÍTULO 16
A Humano Viscoso le gustaba sentarse frente a su montaña de maletines negros. Los depositaba sin ningún cuidado en una gran cámara de las laberínticas cloacas de la ciudad. El olor del dinero se mezclaba con la pestilencia de las heces. En dos días, volverían a llover más maletines en su mundo subterráneo. Los recogería y los colocaría en su montaña desordenada y sin vigilancia. Terminó de comer una chocolatina, se limpió las manos en sus pantalones, cogió un teléfono negro de finales del siglo anterior y marcó un largo número. Un general con base en una estepa de un apartado lugar del planeta contestó malhumorado a la llamada de Humano Viscoso. —Base de la División Decimocuarta de las Fuerzas Acorazadas —dijo tajante y en un idioma desconocido para Humano Viscoso. —Buenas tardes. —¡Hombre! Hacía tiempo que no escuchaba una voz que me hiciera olvidar mi aburrimiento —contestó el general cambiando de idioma y con un marcado acento. —Quiero que me envíes un primer contenedor con armamento ligero. —Je, je, je, qué impaciente. ¿Tienes el dinero? Tengo que justificar la partida. Sin dinero no hay armas. —Tengo todo el dinero que quieras. —Enviaré dos hombres para que lo recojan. A partir de entonces, puedes contar dos meses. Concertaremos el lugar de la entrega, fecha y número de cargo. —Perfecto. —¿Algo más? —preguntó el General de la Estepa. —No.
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CAPÍTULO 17
Cazadora Raída, Chaqueta Cochambrosa y Rebeca de su Abuela se sentían alicaídos. Su situación familiar era precaria. Las estrecheces económicas por las que pasaban eran preocupantes. La madre de uno de ellos acudía semanalmente a un centro asistencial donde recibía alimentos de una hermandad religiosa. Se encontraban en un parque próximo a la facultad, donde discutían sus problemas e intentaban y comprender la actualidad en la que estaban sumergidos. Se sentían impotentes. —Yo voy a tener que buscar trabajo —comentó Cazadora Raída—. No me queda más remedio. —¿Piensas dejar la uni? —le preguntó Rebeca de su Abuela. —No. Si puedo, seguiré estudiando. De momento, tengo que trabajar y ayudar a mi familia. Con 19 años, ya debería estar trabajando. —Yo también tendré que buscar un trabajo, solo contamos con el sueldo de mi padre y es insuficiente —dijo Chaqueta Cochambrosa—. Estoy en la misma situación: si no trabajo, no comemos. —Mira mis zapatillas, están que dan asco. No tenemos ni para ropa. —Ya lo dijo el profesor —ironizó uno de ellos. —Yo estoy harta de aguantar el estrés de mi casa, con la hipoteca, la reparación del coche, el regateo con el dinero... Somos una familia, pero nos comportamos como animales. Gritos, lloros, rencores... La hipoteca pesa sobre todos nosotros. Siempre bajo la amenaza de perder la vivienda, de que y que nos dejen en la calle —relató atropelladamente Rebeca de su Abuela. —Todo esto crea malestar —comentó Chaqueta Cochambrosa—, genera rabia... —Yo me siento atacada por unas fuerzas superiores a mí. Si un día nos echaran de nuestra casa, la sociedad entera daría su conformidad. Pensarían
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que la culpa es nuestra, por no tener dinero. Tengo una vida y me la negarían. No solo a mí, sino también a toda mi familia. —¡Cuando te niegan la existencia tienes que defenderte! —gritó rabioso Chaqueta Cochambrosa. —¡Tenemos que defendernos de un sistema que nos ataca y nos niega! —terminó Rebeca de su Abuela.
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CAPÍTULO 18
La visita del funcionario no sorprendió a Corbata Rasgada de Negro, aunque no esperaba que el gobierno pudiera detectar las retiradas de efectivo de forma tan rápida. Al fin y al cabo, las cantidades que retiraba eran producto de una virtuosa gestión. Simplemente, no destinaba todos los beneficios a remunerar las cuentas de los clientes o a pagar los gastos de su estructura, sino que parte de ellos los separaba y los entregaba a no sabía quién. Tenía que idear una trama para convencer a la Agencia Gubernamental de que esos importes habían sido ciertamente reinvertidos en países extranjeros. El tiempo estaba de su lado: siempre iría un paso por delante de la Agencia Gubernamental y cuando esta tuviera conocimiento de nuevas desviaciones, las justificaría y cuadraría con movimientos posteriores. Un balance de situación y una auditoría inmediata también podrían descubrir que existía una distorsión, pero aun así estaría a tiempo de resolver la desviación y presentar unas cuentas ficticiamente reales. Pero la amenaza no consistía en la Administración, que bien podría investigarlo y buscar en sus computadoras toda la información financiera, sino en la publicidad negativa que esto ocasionaría a su empresa. Él no podía aparecer en los medios de comunicación. Provocaría una estampida de sus clientes y todo su trabajo se perdería. Debía proteger celosamente su cometido, el objetivo real que lo había llevado a crear su fondo de inversión.
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CAPÍTULO 19
El Parlamento planeaba modificar los límites de velocidad por enésima vez. La circulación viaria, tan estrechamente vinculada a la vida cotidiana, provocaba a la población vértigo, inseguridad y frustración. Había quien, de vez en cuando, sostenía que ya no sabía a qué velocidad había que circular o cuál era el límite máximo real de velocidad. La población, una vez más, tendría que rectificar su conducta y adaptarla a las normas de circulación que le concernían para bien o para mal. Sin embargo, los ciudadanos ya se habían acostumbrado a obedecer de forma constante y sin criterio. De esta manera premeditada, tenaz y retorcida soportaban los continuos cambios legislativos. La estabilidad normativa no existía, había desaparecido hacía muchos años. Las leyes eran insistentemente derogadas, modificadas y sustituidas por otras nuevas. La confusión reinaba entre los habitantes, pues nunca sabían a ciencia cierta qué norma obedecían o contra cuál protestaban. En una ocasión, una docena de personas convocó una sentada contra una ley ya derogada. Los ciudadanos hastiados aceptaban sin más las modificaciones normativas, adaptándose pusilánimes a las nuevas exigencias. La obediencia se convertía en costumbre arraigada. Los parlamentarios se enzarzaban en larguísimos discursos tratando de desacreditar a sus oponentes. La sensación que creaban en la población era distinta según el contexto, el grado de integración y la clase social. Una gran mayoría, sin venir a cuento y sin pruebas, declaraba abiertamente: «No sirven para nada», o «Son todos unos ladrones», o «En prisión, deberían estar». La sociedad se manifestaba así, sin justificación, sin juicio y sin defensa, y aún peor... sin malicia, frente a la actuación de sus representantes. Eran expresiones aprendidas que se convertían en habituales. Solo existía una preocupación prioritaria para los representantes públicos: el pago de la deuda. El mayor empeño y celo de la clase política consistía en pagar la deuda estatal y la externa, por encima de la educación básica, de 37
la accesibilidad de los particulares a la generación de energía doméstica, de la información veraz y rigurosa y de la asistencia sanitaria, y de un largo etcétera de servicios y productos que beneficiaban a la comunidad y a las empresas. El Estado debía pagar religiosamente los vencimientos de las cuotas y sus intereses. Si el Estado quebraba, adiós al festín y cierre de los mercados financieros internacionales. Debían mantener unos ratings mínimos de solvencia y una bolsa nacional atractiva con futuras expectativas.
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CAPÍTULO 20
—Panem et circenses —pregonó Figura Estrafalaria en el sórdido teatrillo de barrio—. Panem et circenses. Pan y circo. Con estas palabras ironizaba un poeta sobre la antigua fórmula romana de gobierno. Alimenta a la población y la distrae a la población con espectáculos para que no se entrometa en los asuntos políticos —aclaró. Dio un largo trago a una cerveza y cogió el micrófono. Un chirrido estrepitoso habría podido dañar los oídos del público, pero por suerte no había público que pudiera resultar afectado. El encargado del teatro le había abierto la puerta, había conectado el equipo de sonido y se había marchado al bar de enfrente para no escucharlo. —Esta máxima ha sido superada en la actualidad y no ha sido, como en el pasado, concebida por un inteligente gobernante, sino que el propio pueblo la ha ideado, ofreciendo a los gobiernos una nueva fórmula para ser redirigidos con total desentendimiento y alineación. Esta fórmula es: «Sexo, drogas & rock’n’roll». ¡Guau! —aulló burlonamente. Nadie celebró su conclusión. Ante el omnipresente silencio, continuó: —Asumimos de forma errónea que escuchando música, tomando estupefacientes y follando mantenemos una actitud rebelde. ¡Mentira! Les damos las claves para que nos gobiernen. »El concepto de comunidad, de humano, se ha hundido. Somos incapaces de responsabilizarnos de nuestra existencia y de nuestra sociedad. Con absoluta apatía delegamos en el Estado nuestras responsabilidades y le encomendamos la misión de gobernarnos. Es un reconocimiento masivo de incompetencia personal y autogobierno a nivel planetario. Ahí no acaba todo; damos un paso más adelante y a esos mismos a quienes hemos entregado el poder de ordenar, les entregamos la fórmula para que nuestra voluntad quede suprimida. Cuanto mayor sea el placer que nos proporcionen, menor será nuestro interés en inmiscuirnos en los asuntos de Estado y en la política. Una auténtica declaración de imbecilidad generalizada. 39
»Nos regimos por el placer y la diversión. Morimos como auténticos anormales, sin el más mínimo atisbo de dignidad y conciencia. Figura Estrafalaria terminó de un trago su cerveza y lanzó la lata al fondo de la sala. —Un primer paso, destinado a recuperar vuestra persona, vuestra esencia de ciudadanos, es la renuncia la música. No volváis a enchufar la radio, ni el Ipod. Jamás. Os será grato y tomaréis conciencia de vosotros mismos. Olvidad a los cantantes y a los intérpretes. Olvidad el violín y la guitarra eléctrica. Dejad de agitar las cabezas, de mover las nalgas y de dar patadas. Está todo concertado para controlaros. No malgastéis toda esa energía en semejantes diversiones, y empezad a formar parte de lo humano, de lo real, de ser quienes sois. Se hizo un prolongado silencio y luego reanudó su discurso. —Os aviso que bailando no se es rebelde, sino que te conviertes en un alineado, que las drogas no te liberan, sino que te someten y que el sexo no te hace especial. Nadie aplaudió, porque nadie había, lo que le permitió continuar solemnemente: —La música es circunstancial y momentánea. El placer que otorga se disipa al rato. Por más que te relajes con canciones alegres, no te convertirá en una persona feliz. El ritmo electrónico no te hará explotar, simplemente te agotará. Las baladas harán aflorar los sentimientos, pero en el fondo los sentimientos son esencia de tu ser que no necesitan de la mediatización de una melodía. Recordad que el arte es una de las armas más sofisticadas de un gobierno y la democracia la está utilizando en tu perjuicio para su beneficio. El mensaje de Figura Estrafalaria era claro y conciso. Por ello, al final de su monólogo y como medio de expiación propuso: LA RENUNCIA A LA MÚSICA
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CAPÍTULO 21
Mirada Inquieta se había vuelto a reunir con sus alumnos. El número se acrecentaba cada día que pasaba. Los alumnos venían de distintas universidades y escuelas, y los que llegaban, repetían. Las discusiones eran cada vez más elevadas de tono e impulsivas. Paulatinamente, la decepción se introducía en la mente de todos aquellos jóvenes. Mirada Inquieta tenía la ilusión de alterar el orden establecido y, a modo de instigador, esperaba aglutinar a la juventud universitaria para dar inicio a una acción social sin un objetivo determinado. Su colega, Bufanda Roja, había discutido sus pretensiones al salir de aquella primera reunión a la que había sido invitado: —No comprendo cómo puedes estar presidiendo estas charlas. Si quieres una participación activa de los jóvenes, les podrías proponer que se afiliaran a un partido o que constituyan el suyo propio, actuando siempre dentro del marco legal y constitucional. Estas reuniones, medio clandestinas, me parecen una sinrazón y un peligro —le recriminó Bufanda Roja. —La población está descontenta y la juventud aún más. La gente no acude a las urnas y, si acude, no vota con convicción porque simplemente se cambiará el turno del partido gobernante. Así cada cuatro u ocho años. Es absurdo... Desde el momento en que el hijo de un presidente se convierte en presidente, significa que la democracia ha muerto y que, ciertamente, existe una clase política que lucha por preservar el poder, y que lo logra. —Desde mi postura política, no se trata de democracia, sino de instaurar un sistema socialista propiamente dicho. No hablo de comunismo, sino de un socialismo real, de un gobierno para el pueblo y para los ciudadanos. Se puede conseguir con propuestas políticas, pero no con estos ambiguos debates que nadie sabe adónde van dirigidos y en qué desembocarán. —No entiendes que ya no se trata de nosotros —se defendió Mirada Inquieta —. Tú ya no eres nadie, porque sobrepasas los cincuenta años. Eres poco 41
más que un adulto con ideas caducas. Yo estoy igual que tú. Hay que dejar crecer a las nuevas generaciones y sus valores. ¿Acaso tenemos que contener a la juventud como se ha venido haciendo durante las últimas décadas? ¿Tenemos que permitir que vuelvan a ser una ilusión pasajera, que sean incapaces de mejorar? —Estoy de acuerdo contigo en que los jóvenes tienen derecho a modificar la estructura social y a adaptarla a su tiempo –dijo Bufanda Roja--. Ellos son el futuro, no cabe duda. Seguramente, ostentan más derechos que tú o que yo, porque ya hemos existido por un largo período. Sin embargo, no hay que olvidar que lo deseable es una sociedad estable y pacífica. Es por este modelo de sociedad por el que debemos esforzarnos y trabajar. Mirada Inquieta se contuvo un instante, pues le dolía decir esto a su amigo. —¿Tan seguro estás de esto que dices? —¡Pero...! ¿En qué estás pensando tú? Estás utilizando a esos chavales. ¿Adónde los quieres llevar? ¡No tienes derecho a hacerles creer en una especie de revolución! —exclamó Bufanda Roja. —La revolución nunca ha sido una propuesta en nuestras reuniones. —Me da igual, todo esto es peligroso. La gente debe vivir en paz y armonía, no atacando y generando malestar. —Amigo, me criticas y me achacas la responsabilidad de lo que pueda pasar, pero sabes que no es así. Aunque yo no hiciera nada, lo que tiene que ocurrir, ocurrirá. Puedo participar, promoverlo o esperar. Me hablas con un tono que demuestra tu falta de compromiso con la sociedad, porque rehúyes de tu responsabilidad y te aferras a unas ideas idílicas y fuera de la realidad. No tienes por qué tener miedo. Bufanda Roja se descorazonó. Bajando la cabeza, se prodigó una caricia en la frente con las yemas de los dedos.
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CAPÍTULO 22
Que una lagartija padezca estreñimiento tiene guasa. Nuestra desnutrida lagartijilla, tan instintiva y vulnerable, lo sufría. Cuando hallaba una fuente de alimento se atiborraba a más no poder. Su estómago desacostumbrado era incapaz de digerir con normalidad el alimento ingerido. Su panza gorda apenas depositaba las heces que su cuerpo producía. Hinchada y dolorida, reptaba por los páramos arrastrando su bolsa de mierda. La hinchazón no permitía que se desplazara con celeridad y agilidad. Una tarde, aquella pesada carga le impidió refugiarse en su grieta. El frío entumeció su metabolismo y se vio obligada a pasar la noche a la intemperie, con el peligro que entrañaba quedar expuesta a los predadores. Su buena suerte conllevó que pasara la noche sin caer bajo la sacudida venenosa de una culebra o entre las fauces de un gato salvaje. Con la aurora, expulsó un mendrugo de excrementos fosilizados de su interior que desgarraron su recto. Tuvo que repetir dicha operación varias veces y con gran esfuerzo, depositó unos guijarros oscuros impregnados en sangre sobre la arena. La buena fortuna la salvó. Era una superviviente, cuando muchas otras lagartijas de su hábitat habían caído víctimas de la rapiña por la misma dolencia.
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CAPÍTULO 23
En una sala de congresos del mayor centro financiero del noroeste del planeta se celebraban unas conferencias sobre materias primas, recursos minerales y energéticos y expectativas de futuro. Era una cita obligada para todos aquellos con intereses en dicho sector y, cómo no, para todo aquel que gestionara un fondo de inversión. Entre la multitud de personas, se encontraba Corbata Rasgada de Negro. La agenda era de seis días durante los cuales y tras las conferencias y presentaciones diarias, los participantes e invitados se ocupaban, con una actividad febril, de conjugar intereses y de concertar acuerdos y operaciones. Corbata Rasgada de Negro mantuvo serias reuniones con sus colegas. Recibiría información y regalaría información. Se había acomodado, junto con seis o siete compañeros, en una pequeña sala de juntas de un impoluto hotel. Discutían los términos de sus acciones propias y de las comunes con el fin de no perjudicarse y entablar una cooperación en beneficio común. —Los países periféricos europeos continuaran con la recesión. Es indefinida o de bajo crecimiento, de ello no cabe duda. No vamos a ser nosotros los que compren más deuda. —Esos países están en la bancarrota y no saldrán de ella. Su tejido empresarial es ínfimo y débil, sus recursos naturales se reducen a casi nada. Son gobiernos incapaces de adoptar las decisiones correctas. —Bueno, tienen el turismo —bromeó uno. —Nos retiramos de Europa del sur. —¿Estamos de acuerdo? Todos manifestaron su conformidad. —Si dejamos Europa, ¿adónde desviamos nuestras inversiones? —Yo propongo una mayor presencia en Sudamérica, es el lugar con más
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perspectivas de crecimiento. Tienen recursos naturales e inflación. Colombia es un país que va a crecer en exceso en la próxima década, Brasil es una bolsa de oro y México no se rinde, a pesar de las dificultades. —¿Qué pasa con el resto de países con gobiernos de izquierdas? —Son pasajeros, en una década habrán desaparecido. Cuando estos países vean cómo les va a sus vecinos, dejarán las propuestas socialistas. —Diez años es demasiado tiempo. —Estos gobiernos serán sucedidos antes de lo previsto. Además, con los más grandes tenemos más que suficiente, no tenemos volumen para incluir toda Sudamérica. —Con lo que hay vamos sobrados. Tendremos que determinar unos parámetros y unas variables para ir unidos y no distanciarnos de nuestras respectivas gestiones. Juntos, se dispusieron a establecer los máximos, mínimos, porcentajes, cuantías e incluso algunas fechas. Cuando terminaron, a las dos de la madrugada, se despidieron con la promesa de reunirse de nuevo al día siguiente. Corbata Rasgada de Negro regresó a su hotel caminando. Necesitaba airear su cabeza. Antes de subir a su habitación, se dirigió a la barra del bar y pidió un agua. Mientras bebía, una hermosa mujer se acercó amistosamente. La rechazó con educación. Entró en su habitación y al poco se durmió en espera del día siguiente en que le aguardaba una larga lista de citas. «¡Cómo disfruto siendo el enemigo infiltrado!», se dijo a sí mismo antes de caer en un sueño profundo.
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CAPÍTULO 24
El General de la Estepa tenía una gran capacidad de acción. Educado en el régimen soviético de una nación regional y heredero de la Guerra Fría, mantenía un resentimiento hacia Occidente, el Occidente que había derrotado los valores de su patria con sus chistes, sus pin-ups, su despilfarro y sus «jijís y jajás». La escalada armamentística en la segunda mitad del siglo XX había resultado, además de absurda, la ruina para el antiguo régimen soviético. Del ejército extrajo el control, de las armas, el respeto y del comercio, el dinero. Aceptadas las nuevas reglas de juego, con todo el dinero que poseía, se negaba a aprobar el sistema democrático. En el campo militar continuaba ejerciendo una férrea disciplina, como si al día siguiente pudiera desencadenarse la tercera guerra mundial. Aquella mañana tenía trabajo que hacer y quería supervisarlo personalmente. Aquel ser extraño, Humano Viscoso, le había encargado un primer pedido. Cumpliría concienzudamente. Recordó el día en que lo había conocido. Solo lo había visto una vez en su vida, mientras hacía ejercicio por un bosque cercano al cuartel a primera hora de la mañana. Lo encontró esperándolo bajo una gruesa conífera. Se le acercó cautelosamente y con una voz cavernosa, le explicó que tenía encomendada una misión y que precisaba de sus servicios. El General de la Estepa lo miró de arriba abajo, desconcertado ante su ajado aspecto. Una sonrisa interna le indujo a tratar a dicha persona. Un tipo con semejante apariencia, con aquella extravagante indumentaria, era una apuesta muy atrevida, pero podría ser el detonante de algún suceso que involucrara al mismo general. Se intercambiaron sus respectivas señas. Iba a enviarle el material a un precio especial, teniendo en cuenta su aparente enajenación. Al salir de la oficina volvió a preguntarse, con regocijo: «¿Para qué querrá todas estas armas?» Su segundo le acompañó hasta unos barracones cubiertos de nieve donde se guardaba el cargamento de material bélico. Dos docenas de personas unifor46
madas colocaban en perfecto orden el pedido en el interior de un contenedor de veinte pies. El general vio alejarse el camión con su carga. Más tarde, la embarcaría en un buque que navegaría sin conocer su destino exacto, hasta que Humano Viscoso se pusiera de nuevo en contacto con él. El contrabando y el riesgo asumido le hicieron sonreír. Recibió una comunicación de la ingeniera informática que se encontraba en un búnker acorazado, a veinte metros bajo tierra. Quería que le enviaran comida y jabón. A esta mujer la había contratado un grupo de exaltados sociales que le encargaban distintas misiones. Le habían encomendado su protección al general. El general desconocía cómo se organizaba una guerra cibernética. No le interesaba, aunque tenía que reconocer que ganaba protagonismo frente al conflicto convencional. A su pesar, recibía curiosos informes de la actividad desarrollada bajo sus pies. De vez en cuando abría un periódico internacional por la mañana y se enteraba de los frutos causados por la actividad de aquella mujer: que si se había introducido en unos equipos militares y desbaratado un proyecto balístico, que si colapsaba la página web de una compañía extranjera... Y así tantas otras operaciones que se preparaban y ejecutaban bajo su amparo.
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CAPÍTULO 25
En un sistema moral tienen cabida muchas cosas, mientras que otras deben ser rechazadas o redimidas. En un sistema amoral, se acepta cualquier cosa. La respuesta moral se suele asociar rápidamente con una experiencia religiosa. O bien la religión, aprovechando las circunstancias, hace suya la conducta moral. El miedo y la incertidumbre crean la moral, un código de comportamiento que permite obviar el miedo en favor de una mayor seguridad. Aun así, el sistema moral puede llegar a mutaciones indignas del código y descarrilarse hacia una conducta inmoral que desacredita el sistema original. Pretender estructurar un planeta, donde cabe todo lo conocido e incluso lo desconocido, bajo una moralidad es un error. Por suerte, el planeta forma parte de un sistema natural en el que la moral no existe y tampoco la amoralidad. El código, la conducta y la creencia son para los cobardes. Para Ricitos Consentidos, estas contradicciones se habían planteado a lo largo de su existencia de forma radical. La fuerza de sus sentimientos y los encontronazos interiores la habían convertido en una persona especialmente involucrada en los acontecimientos sociales. Ahora recordaba a su madre y cómo la animaba cuando era una niña. —Te casarás con un caballero –le decía--. Con lo guapa que eres, podrás elegir al que quieras. Así solía incitar a su hija en su fantasía. Aquel día había mirado luego a una amiga, en busca de su aprobación. —Hija, las mujeres nos tenemos que casar –había coincidido la amiga de la madre--. ¡Uuuuy, claro! Si no, te quedas sola y es muy triste, sin hijos, ¿verdad que sí? Pero tú no tendrás esos problemas. —¡Pero yo no me quiero casar! —replicaba Ricitos Consentidos. —¡Ja, ja, ja! —reía su madre—. ¡Sí que has salido rebelde...! Ya cambiarás con el tiempo. Aún eres una niña. ¡Ja, ja, ja! 48
—¿Te acuerdas de lo guapa que era hija del alcalde? —había preguntado la amiga a modo de ejemplo—. Sí, la que iba con nosotras a clase... Era una monada y nunca se casó. Si no te casas, te vuelves feísima. Uf, eso le ocurrió a ella, que se volvió feísima. Pero fea de verdad. ¿Qué vida puedes tener sin marido, sin hijos y sin familia? En clase, Ricitos Consentidos se encontraba con circunstancias similares. Sentía que en determinados contextos no encajaba y, a veces, se sentía excluida. Su libertad quedaba menguada en muchas de las conversaciones. Pasó por situaciones en las que se quedó sin palabras: —Yo me quiero casar con un príncipe —gritaba una niña en el patio del colegio. —Y yo con un publicista como mi papá —decía otra. —A mí me gusta un futbolista —remarcó una tercera. —¿Quién es? —preguntaron varias. —No te puedes casar con un futbolista —respondió la primera niña antes de que contestara la otra. —¿Por qué no? —Porque es muy mayor. —Es verdad, los futbolistas son viejos —se mofaron las niñas y empezaron a poner caras de viejo. —Da… da… da… dame un beso... ¡Ji, ji, ji! —Y tú, ¿con quién te quieres casar? —le preguntaron a Ricitos Consentidos. —Yo… yo… ¡Con el profesor! —contestó, diciendo lo primero que se le ocurrió. —¡Le gusta el profesor! –exclamaron las niñas. La noticia corrió como un reguero de pólvora por el colegio, por mucho que Ricitos Consentidos desmintiera su amor por el profesor. La confusión le aportó cierta serenidad inesperada. La idea de casarse con un hombre le producía pánico. Había nacido lesbiana. Su supuesta condición diferente, las reticencias familiares, la humillación de soportar a su madre y la ingrata actitud postmoderna de su padre, todo ello unido a la organización social y a los valores morales que aislaban su sexualidad, la habían transformado en una mujer que volcaba sus esfuerzos en ayudar a las desfavorecidas, convirtiéndose en una abogada activista.
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CAPÍTULO 26
Las fuerzas democráticas pretendían englobar al mayor número de ciudadanos en su organización social. La ordenación democrática dotaba de una denominación a las minorías, las ordenaba y las controlaba. Así, a mayor desarrollo y evolución, se moldeaban los nuevos grupos de personas que aparecían en la sociedad unidos por un interés común, ya fuera económico, religioso, nacionalista, sexual, laboral, artístico o político. Los gobiernos estudiaban sus exigencias para identificarlas y regularlas. Una vez reconocidas, les ofrecían sus reivindicaciones en su justa proporción. De este modo, una nueva minoría quedaba sometida bajo el yugo de la democracia, que cercenaba la libertad del grupo y del individuo. Toda persona que no se sentía satisfecha con la ofrenda democrática corría el peligro de convertirse en un antisistema o en una figura cómica. La tarea democrática, sin lugar a dudas, era titánica y digna de admiración. Siempre que se tuvieran unos intereses afines, se podría formar parte del sistema instaurado. El exhaustivo intento por regularlo absolutamente todo, por injerir en la vida individual y social de todos y cada uno de los ciudadanos, deslegitimaba su función y le hacía perder credibilidad. La anulación que provocaba era justiciable, así como la falta de consideración de la masa poblacional. La propaganda de su modelo hacía sospechar de sus intenciones y la configuración de la estructura social basada en la subordinación individual y grupal era insostenible.
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CAPÍTULO 27
En verdad, y Doña Fregona lo sabía a ciencia cierta, el dinero, respecto a la interrelación individual, no era más que el medio que otorgaba a una persona la potestad de ordenar a otra una determinada conducta. Eso era el poder de un individuo sobre otro. Esta mujer, inteligentísima —más que cualquier otra, más que Corbata Rasgada de Negro, más que el General de la Estepa, más que Bufanda Roja—, comprendía lo que era recibir órdenes cinco o seis días a la semana, soportar a su querido esposo gordo y apestoso, y trabajar por su amado hijo. Y a todo ponerle buena cara. Los lunes, temprano, llegaba a una espaciosa vivienda de un barrio acomodado de la ciudad. Preparaba los utensilios de limpieza y empezaba a trabajar por un reducido salario, sin pagas extras y sin seguro médico. Era chocante lo bien que le caía la dueña de su casa. No lo entendía. Se llevaban de maravilla y congeniaban en muchas cosas. —Buenos días, doña Fregona —le saludó la dueña. —Buenos días, doña Espátula —le respondió nuestra heroína. —¿Quieres un café? —le ofreció la dueña. —No, gracias. Me tomé uno corriendo en un bar. Llegaba tarde y no me dio tiempo a prepararlo en casa —le contestó. —Mira que eres exagerada, por cinco minutos no pasa nada. —Ya me conoce, señora. Me gusta ser puntual. —Lo sé. ¿Podrías limpiar hoy la nevera? Está muy sucia —le preguntó la dueña. —Puedo empezar ahora mismo. —No, mejor después de comer. Voy a hacer una quiche y me gustaría mantener la cocina ordenada. Cuando terminemos de comer, entonces puedes recoger los platos y limpiar la nevera.
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—¿Vendrá su marido al mediodía? —le preguntó. —No. La quiche es para la cena. —De acuerdo. Doña Espátula se sirvió un café y cogió un melocotón de un frutero. Lo cortó en formas geométricas con mucho esmero. Observó el cuchillo, el plato sobre el que posaba el melocotón, su frigorífico, el linóleo que decoraba la cocina y a la asistenta. La sensación de limpieza le resultaba reconfortante. Era perfecto. Incluso la silla en la que estaba sentada, la blusa que envolvía su busto y el cuadro que colgaba en la pared de la cocina. Todo era perfecto y ordenado. Podía apreciar su diferencia con doña Fregona, la legitimidad que ostentaba para indicarle las tareas domésticas, la docilidad de su sirvienta, la amistad que ella misma le brindaba y el privilegio. Doña Fregona, sin dejar de barrer, sonrió a doña Espátula. La sonrisa la llenó de tanta alegría que se la devolvió, halagada. Tras un rato, dijo la señora, con mucho tacto: —El domingo ocurrió un accidente. —¿Qué pasó? —preguntó Doña Fregona, solícita. —Se derramó zumo de cereza por el sofá blanco de la salita. —¡Vaya problema! Intentaré quitar la mancha con limón y si no sale, saco la funda y me la llevo a la tintorería de al lado de mi casa. —¿Tú crees? Me harías un gran favor, seguramente con limón se quitará. También podemos probar con aquel producto que utilizaste una vez para eliminar una mancha de una sábana. ¿Cómo se llamaba? —Lo dudo, el zumo de cereza penetra en el tejido. —¿Seguro? Me sabría muy mal que tuvieras que cargar con la cubierta. —¡Mujer! No se preocupe, no pasa nada, lo haré encantada. —Y el producto, ¿estás segura de que no servirá? —No, no, ya le digo que no. Pruebo con el limón, y si no desaparece la mancha, me la llevo. ¿A quién se le ha derramado...? ¿Al chiquillo? —No, al más mayor. Está insoportable últimamente, no para quieto. Creo que es hiperactivo. —¡Uuuuy, hay tantos niños hiperactivos...! Lo vi en la tele. Cada vez hay más: Son las hormonas. —¿Será hiperactivo realmente?
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CAPÍTULO 28
Bufanda Roja llevaba preparando una ponencia desde hacía una semana para exponerla en la sede del partido. Quería emprender una acción política que estaba totalmente abandonada. Toda propuesta terminaba en una mera intención. Tras la reunión con los estudiantes se había decidido. No podía ser que las juventudes se descarriaran por no se sabía qué pretensiones. Mantenía la esperanza de que con la situación mundial imperante presidida por una crisis imposible de remediar, se retomaran los valores socialistas y se frenara el deterioro de la sociedad. Frente a la ineficaz respuesta por parte de las potencias económicas, confiaba en que sus compañeros recobrarían sus olvidadas ambiciones políticas. Es más, era necesario ante las acciones que había iniciado su antiguo amigo Mirada Inquieta. Reunidos en la sede un jueves por la tarde, inició su discurso en una pequeña sala de actos: —Queridos compañeros y colegas. Estamos en un momento único en la historia de la Humanidad. Se está perfilando el fin del capitalismo, abocado al absoluto desconcierto. —Yo no lo creo, sino todo lo contrario —le interrumpió de inmediato uno de los afiliados al partido—. La crisis que soportamos desde hace años favorece los intereses económicos. El capitalismo se expande. —Vas por buen camino y no te equivocas, pero su expansión está llegando a su cenit. —La historia demuestra que los períodos expansionistas tienen una corta vida —ironizó otro. —No nos desviemos y dejadme explicaros la realidad con la que lidian los gobiernos actuales y su incapacidad para dar soluciones, o la problemática de su gestión administrativa y consecuente pérdida de fe por los ciudadanos. Son factores que podemos aprovechar con el fin de hacer brotar de nuevo la filosofía y el pensamiento marxistas. Cuando trabajemos conjuntamente desde 53
una misma base, podremos iniciar un programa político consecuente con la actualidad y una línea de acción firme. Cada uno de nosotros, me refiero a los aquí reunidos, discurrimos por senderos distintos. Debemos unirnos para alcanzar unas mismas metas. star.
—Esto lo dije yo hace muchos años y nadie me hizo caso —se oyó prote-
—Dejadle hablar de una vez —exigió uno de los militantes—. Tengo que marcharme temprano. —El capital se está hundiendo principalmente porque no hay libertad —siguió Bufanda Roja—. El sistema ha estrangulado la libertad. Los humanos estamos atados a una deuda y atragantados con demasiadas obligaciones. La iniciativa se pierde y, si surge una, su finalidad es exclusivamente la obtención de beneficios. Cuando estos no son el fin, se transforma y redirige la iniciativa para que genere beneficios. Ya no existe autonomía para que una acción reciba la impronta personal que el individuo creativo pretende introducir con su idea. —Eres demasiado demagógico —se escuchó por ahí. —No es demagogia —replicó—. Sin libertad no hay evolución, ni desarrollo. En la actualidad nos encontramos con una sociedad atascada. Los préstamos y las hipotecas se transmiten de padres a hijos. Los nacimientos ya no vienen con un pan bajo el brazo, sino con un título de deuda a su cargo. Las dificultades con las que se enfrentan las nuevas generaciones para liquidarlas son desmesuradas. La juventud queda desbordada. Primero tienen que adquirir una vivienda o renunciar a tener un hogar en propiedad; pero sea en propiedad o no, un hogar es deuda que deben pagar para el resto de su vida. Es un precio vitalicio de obligado pago. Después deben adquirir un medio de transporte, el combustible y otros gastos o sino, utilizar los medios de transporte públicos con tarifa también vitalicia. En definitiva, los humanos de hoy en día destinan sus esfuerzos a pagar y pagar, sin posibilidad alguna de reducir su endeudamiento primordial, salvo en contados casos. Con semejante discurso pesimista ninguno de los presentes se aventuró a realizar un comentario, por lo que continuó con su disertación: —Aquí es donde quiero llegar y lo que me ha permitido esquematizar una importante conclusión. La pérdida de libertad conlleva la pérdida de la inversión y se interrumpe el desarrollo económico. Sin hombres libres, no se genera riqueza y el modelo quiebra —dijo elevando la voz—. Hemos llegado al límite. El hombre ya no encuentra su espacio. Son los albores de un desmoronamiento. Los congregados permanecieron callados, sin pronunciarse, como si estuvieran asimilando las ideas expuestas. En realidad, estaban cansados y con ganas de volver a sus hogares con el desaliento habitual. La debilidad de sus compañeros fue lo que le permitió a Bufanda Roja a seguir sin más contratiempos:
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—No solo el capital se enfrenta a estos obstáculos, sino también otra circunstancia igualmente perniciosa: la acumulación de riqueza. El 1 por ciento de la población mundial ya controla más del 60 por ciento de la riqueza mundial. Años atrás, al principio de la gran crisis, solo poseían el 25 por ciento. Ya entonces era demasiado, aunque sostenible para la población. Ya no lo es. En un sistema capitalista sano y joven la riqueza está repartida, lo que promueve las reglas de su juego. Pero cuando se concentra en unas pocas manos, se pierde la dinámica de mercado y los valores competitivos. El propio mercado se distorsiona. Si el Estado democrático y el modelo capitalista quieren recuperar su fulgor, deben devolver a los ciudadanos gran parte de la libertad que les han robado y la riqueza material con la que cada nacimiento viene acompañado. Terminó sin interrupciones. Añadió luego algún comentario y alguna puntualización, lo que algunos aprovecharon para desperezarse y desalojar la sala. El debate y la decisión de una acción política se pospusieron para otro día. Por el momento, el único que había fracasado era Bufanda Roja, que se había quedado solo, mientras el capital continuaba en plena vorágine. Maldijo a sus compañeros que quedaron indiferentes por haber vaticinado la caída del sistema. Cayera o no cayera, de lo que no cabía duda era de que cuanto más se aferraran los individuos al capitalismo, cuanto más lo promovieran y cuanto más lo protegieran, con más fuerza y estrépito se hundiría. Molesto por el resultado de su ponencia, se acercó a un panel apoyado en una esquina de la sala y escribió con grandes letras para que sus congéneres no lo olvidaran: LA CONCENTRACIÓN DE RIQUEZA Y LA FALTA DE LIBERTAD SON COYUNTURAS ANTICAPITALISTAS
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CAPÍTULO 29
Las jornadas, las conferencias, las presentaciones, las proyecciones habían continuado a lo largo de toda la semana. Corbata Rasgada de Negro se sentía cómodo rodeado de personas afines a él. La confluencia de auténticos tiburones de las finanzas no le provocaba ningún miedo ni inseguridad. Él era otro tiburón más, lo había demostrado con suficiencia y los beneficios que obtenía lo acreditaban. Sin embargo y, a pesar de las apariencias, era consciente de que, entre sus colegas, predominaba el terror. Eran seres aterrorizados que se anudaban fuertemente el nudo de la corbata, que estiraban el cuello, que daban firmemente la mano y que se miraban fijamente a los ojos. Todo ello para sentirse seguros. Hacía poco que había empezado a percibir esa realidad. El error prevalece con frecuencia en los conceptos. Aquello que había considerado fortaleza, se revelaba como temor y ridículo. Secretos, murmullos, comparaciones, mofas, oprobios… temor. Él, ya lo había superado. No precisaba escribir artículos, ni alzar la voz, ni expresarse con vehemencia. Esas necesidades habían quedado atrás. Acababa de presenciar el detalle de las acometidas de una gran empresa dedicada a la extracción y comercialización de materias primas minerales. Un pequeño hombre agarrado a una tribuna anunciaba todas estas maniobras empresariales, y a cada explicación que daba se podía observar cómo salivaba e impregnaba el micrófono. Que si una perforación en unas selvas lejanas, que si un rastreo por el Ártico, que si mil millones de dólares por ahí, que si beneficios por allá... y las babas regurgitando sin cesar por su boca. —Están locos por encontrar nuevos yacimientos de tierras raras —comentó un semejante sentado al lado de Corbata Rasgada de Negro, que no se inmutó—. La mayoría de las iniciativas están destinadas a la búsqueda de oro y tierras raras —insistió aquel tipo. Corbata Rasgada de Negro cambió sus piernas de posición—.Es normal, todos los yacimientos de petróleo ya están siendo explotados. No hay más crudo que el que ya se conoce. ¿Qué se puede hacer? Pues buscar otros recursos productivos, claro está —siguió diciendo, sin importarle si molestaba o no.
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Corbata Rasgada de Negro se levantó y se marchó. Era evidente que ese joven pretendía, con tan burda táctica, sonsacarle información o ser su nuevo amigo. Al salir de la sala de conferencias se topó con su amiga, vestida por entero de negro. Tenía una extraña actitud y su mirada enfocaba hacía el interior de la gran sala, con el pequeño hombre bajo los focos del estrado. —Pero, ¿cómo que estás aquí? —le dijo con alegría a modo de saludo mientras repasaba su oscura apariencia. Parecía una viuda. —¡Hola! —le contestó ella con una sonrisa. —Pero, ¿qué haces aquí? —insistió—. ¿Cuándo has vuelto a escena? —¡No, no! —La Viuda del Trabajo volvió a sonreír—. Estoy aquí para reconciliarme conmigo misma. Quiero saber que soy capaz de pisar lugares como éste sin sentirme afligida. —¿Todavía no te has recuperado? —Ahora estoy muy bien, con mi familia, relajada y dedicándome a otras cosas. No tengo intención de volver al mundo de las finanzas. —Entonces, ¿en qué ocupas tu tiempo? —Poca cosa —sonrió de nuevo—. He abierto un pequeño restaurante en la ciudad. Gano más o menos unos cuatro mil mensuales, tengo dos cocineros y diez camareros, ¿qué te parece? —Un restaurante, me parece una idea genial. —Aún no me he decidido por el menú de esta temporada. —¿Quieres que cenemos juntos hoy, y lo averiguamos? ¿Para cuántas personas reservo? —Solo para dos, he venido sola. —Me encargo de todo y te llamo más tarde. Se despidieron y Corbata Rasgada de Negro se fue a almorzar dejando atrás el último día de grandes reuniones. Mientras comía un bocadillo y bebía un refresco, recibió la llamada de un colega con el que le unía una sincera amistad, por encima del interés profesional. —Esto es importante, muchacho —le dijo directamente su colega. —¿Qué ha pasado? —preguntó impaciente. —Ayer por la noche, el Delegado del Ministerio de Industria de China mantuvo una reunión con el Director General de Aceros y Aleaciones. —¿Cómo sabes eso? —Los vio por casualidad mi subalterno. Pura casualidad. Esto no lo sabe 57
nadie, solo tú y yo. De esa entrevista saldrá una compra masiva de acero. Apuesta fuerte. Me sentía tentado a no comunicártelo, es dinero fácil, demasiado fácil. —Muchas gracias, espero devolverte el favor. —Que te vaya bien. En breve se anunciará una compra y nosotros dos ya estaremos colocados. ¡Suerte!
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CAPÍTULO 30
Las fuerzas democráticas, reunidas en sus foros globales, debatían la supresión de determinados productos financieros que distorsionaban el mercado y abocaban a millares de seres a la pobreza. El poder de estos productos y servicios financieros era tan brutal que asustaba. La democracia se enfrentaba a una intrincada paradoja: la eliminación de todo un sector financiero. Ello implicaba no solo reducir la especulación y limitar al capital su capacidad de generar y acumular más capital, sino la eliminación de puestos de trabajo y de un componente más del producto interior bruto de los países más desarrollados. La economía no podía ser, de forma deliberada y por decisión parlamentaria, limitada y reducida. Se provocaría una recesión mayor bajo la amenaza de depresión. Era impensable la adopción de medidas anticapitalistas y entorpecer la sinergia del mercado negando al sistema su propia esencia. La supresión del mercado de derivados, de las apuestas a corto y de los futuros significaría una contracción de la economía. Todos los partidos políticos tenían conocimiento de ello. Debían luchar por mantener su producto interior bruto, su capacidad financiera, su industria especulativa que, para su propia desgracia, les encaminaba irremediablemente a convertir los estados en entes mendigantes. Las fuerzas democráticas, gobernadas por el capital y por la deuda, debían resolver urgentemente dicha problemática, dar una solución factible y directa que permitiera remontar la delicada situación en la que se encontraba su modelo institucional. Como suele suceder en estos casos, apareció una mente brillante, un joven talento. Uno de aquellos que ocasionaba un impulso sexual a los políticos y secaba el sudor a los grandes magnates. El discurso de este joven fue corto y conclusivo. Les habló de la palabra «sustitución» y les explicó que cuando un sector económico, como en este caso el mercado especulativo, no podía ser eliminado ni mantenido, debía ser sustituido. Tras una breve introducción les 59
planteó una solución y les entregó un borrador promovido por los propietarios de las instituciones bancarias y de los fondos de inversión más influyentes. Los políticos acogieron la propuesta y felicitaron a tan brillante joven, quien empezó a figurar en todos los medios de comunicación como el último gurú de la macroeconomía. El salvador, el artífice de un nuevo sistema. Se presentó a la población la matriz de un nuevo índice en el que todo humano estaría recogido, así como su deuda y su consumo. Este índice aportaría a los gobiernos los datos globales a partir de los cuales diseñarían sus programas económicos y políticos. Nadie quedaba fuera del sistema económico. El modelo capitalista se modernizaba y alcanzaba unas cotas de absoluto control económico para el bien de la humanidad. El descaro de las fuerzas políticas era absoluto.
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CAPÍTULO 31
En la vivienda familiar de Rebeca de su Abuela ya pasaban suficientes estrecheces como para tener que soportar los recuerdos de su tío. El tal tío había sido un mediano empresario que, en su juventud a finales del siglo XX, consiguió amasar una pequeña fortuna. Ahora no tenía nada. En realidad, nunca fue empresario ni amasó fortuna alguna. Vivió de prestado y todo lo que realizó, creó y ejecutó durante unos veinte años fue una ingenua fantasía. Todavía no comprendía cómo lo había perdido todo. No fue consciente de que ninguno de sus bienes, posesiones y cuentas bancarias, jamás fueron de su propiedad. Todo era parte de la misma parafernalia, pero él había creído, y seguía creyendo, que fue un renombrado empresario y que después dejó de serlo, cuando nunca fue nada. Una simple broma del capital y una ilusión que le permitió hinchar su ego durante un período de tiempo. Como tantos otros, respiró el éxito cuando ni siquiera podía pagar el aire que respiraba. Era como si no tuviera derecho a la vida, y seguramente no lo tenía. Tras su descalabro económico y un par de decenios de crisis económica, terminó por vivir de prestado en casa de su hermano, recreándose en sus recuerdos y sin reconocer que su iniciativa empresarial había sido desastrosa, y sus sueños económicos habían sido devorados por la decadencia posterior. Allí se encontraba, ocupando una silla en el comedor con una cuchara sopera en la mano sorbiendo el caldo de huesos. Rebeca de su Abuela tenía que escuchar su apología de los tiempos pasados mientras cenaba. Su tío daba rienda suelta a sus recuerdos siempre que no estaba su hermano, quien le hacía callar. —Tú no lo viviste —le decía aquella noche—. Los años noventa fueron grandes, todo el mundo tenía dinero. Hubo una pequeña crisis, pero nada como esto. Cuando llegó el año 2000 fue impresionante. La música sonaba por todo el planeta, todo era armonía. La gente era feliz. Rebeca de su Abuela no le contestó.
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El silencio de la pausa evocadora se interrumpió por el ruido de la madre trajinando en la cocina. —En aquellos tiempos salíamos de marcha. Ni siquiera sabes lo que es eso, pobre niña... A partir del 2000 mi fortuna se multiplicó. Tenía mucho dinero, ni te lo imaginas. En una noche podía gastar más de tres mil euros. Invitar a mis amigos, pagarles la cena, las copas y lo que hiciera falta. Mis amigos, que están tan arruinados como yo... Bebió un poco de agua y continuó: —¿Sabes lo que podrías hacer con tres mil euros? Comerías un mes entero y te sobraría. Los euros desaparecieron de este país, se los llevaron. ¿Dónde están los euros? Casi no quedan. ¿Por qué se los llevaron? ¡Me gustaban tanto los euros...! «¿Por qué no se callará?», pensaba Rebeca de su Abuela.
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CAPÍTULO 32
Por aquel entonces apareció alguien que se hizo llamar «la Sombra», al igual el superhéroe. Esta persona, sin embargo, no poseía ninguno de los poderes psíquicos del afamado personaje. Era un humano de carne y hueso con unas ideas y una webcam. Su compleja y primera aparición por la red no obtuvo una considerable afluencia de internautas. Guareciéndose en la penumbra, reproducía en vivo sus actuaciones frente al ordenador. Desde una habitación oscura y cerrada, con la voz modificada mediante un software y sin rostro, se manifestaba ante su cámara: «He oído que estamos ante una nueva lucha de clases, que la sociedad se ha escindido entre pobres y ricos. ¡Pero cuidado! Es mentira. No existe una lucha de clases a lo marxista, a lo decimonónico. Pretenden confundirnos y engañarnos. »Gran parte de la humanidad debe afrontarse con un gran enemigo, peligroso y aplastante que se está movilizando. Los ricos y los pobres deben pensar en proteger su estatus, porque la peor clase social los va a atacar para destruirlos. Me refiero a la clase media. »Los adinerados y los humildes tenéis un enemigo en común. Debéis uniros y defenderos. Golpead primero para que no os golpeen con ventaja. La clase media es agresiva y justifica su acción violenta con ideas morales e ideológicas para legitimar sus actos. Prenderá fuego a los hogares de los millonarios e impregnará de sangre sus paredes; y a los desamparados los confinará en campos de refugiados. »Solo quería avisar a una gran porción de la población para que no les coja desprevenida. Que no digan que no fueron avisados. La maldad reside en la clase media y es capaz de llegar a cometer los actos más inhumanos sin contemplaciones y bajo el fundamento de supuestos principios éticos. »Recordad mis palabras: la clase media odia a los poderosos y desprecia a los pobres.» 63
CAPÍTULO 33
La lagartija intentaba una y otra vez alcanzar los mosquitos que sobrevolaban por encima de su cabeza. Saltaba impulsada por sus ágiles patitas, realizando titánicos esfuerzos tras sus diminutas presas. Estiraba el cuello y abría la boca en un vano intento por engullir alguno de aquellos mosquitos que parecían burlarse de su empeño. Ya no eran los días pasados de sus ancestros, en los cuales se embuchaban varios mosquitos de una sola bocanada. Obcecada, volvía a saltar, desfallecida en su vano intento por superar la adversidad que le imponía el declive de su hábitat. Solitaria, persistente y desamparada. Sin embargo, era admirable su afán por sobrevivir en aquella vasta extensión y su lucha por atrapar a las volátiles presas que desaparecían cielo arriba. Ahora, agotada y respirando con dificultad, debía retornar a su agujero. No estaba saciada y la falta de nutrientes perjudicaba su agilidad y elasticidad. La escasez le causaba una alerta permanente, a la par que aumentaba su nivel de estrés.
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CAPÍTULO 34
—¿Qué te pasa? —le preguntó Rebeca de su Abuela a Cazadora Raída. —Nada que tenga que ver conmigo, acabo de escuchar a un idiota jactándose de ser idiota. —Bueno —le contestó con tono conciliador. —Estaba tranquilamente en la cafetería cuando han llegado tres colegas. Son tres anormales, pero uno de ellos destaca por encima de los otros. Total, que se han sentado conmigo. Estaba tomando mi café, el único del día y van y me lo estropean. Encima eso, casi me coge una indigestión. —Eres un exagerado. —Lo peor de todo es que los otros dos coreaban sus ocurrencias y su gran aventura. Son una panda de unicelulares. Sin criterio alguno —continuó Cazadora Raída sin hacerle caso. —No seas tan categórico. Después estás molesto con todo el mundo. Al fin y al cabo, son tus amigos. Puedes ser más permisivo. —Dime, ¿cómo voy a seguir siendo amigo de semejantes engendros? ¿Sabías que el pasado fin de semana se celebró un festival de música? —Sí. —Pues bien, el anormal superior ha ido al festival. Solo el viaje para llegar allí cuesta un dineral. —Cierto. El viaje, la entrada, la comida y la bebida, ¿por cuánto te puede salir? —Por una pasta gansa. —Yo no me lo puedo permitir, me encantaría; pero no puedo. Venían muchos grupos que me gustan. —A mí también. Había buenos conciertos. Pero estaba tan lejos... Si al menos fuera en esta ciudad... 65
—Ya. —Pues escucha, el tipo ése ha conseguido ir, pero ¿sabes cómo? —Pues pagando o ahorrando, ¿no? —Tía, ha tenido que ahorrar todo este dinero, lleva tres meses ahorrando la pasta para poder ir. —¿Qué tiene de malo? —¿Que qué tiene de malo? Pues que el muy imbécil ha estado casi tres meses sin comer, con un régimen exclusivo de macarrones blancos y arroz. —Vaya. —Dice que está hasta los huevos de pasta y arroz, y lo dice riendo, como si fuera un proeza: «¡Ja, ja, ja, ja! ¡He pasado hambre para ir al festival! ¡Entre canción y canción se podía oír el sonido de mis tripas!» Hay que estar idiotizado. Me ha puesto de mal de humor. Pero, ¿cómo cojones consiguen que una persona deje de comer para ir a un concierto? —No lo veo tan fuerte. Si le hacía ilusión... —Yo creo que sí. Yo creo que es demasiado fuerte.
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CAPÍTULO 35
No le gustaba ver en la pantalla del ordenador cada día el mismo mensaje. Sobre un fondo azul y con grandes letras negras, aparecía un texto que era leído por una voz autoritaria y melosa: Es deber de todo ciudadano proteger su computadora con un antivirus homologado y actualizar sus versiones. La falta de cumplimiento de este deber será sancionada con una multa y la incautación del equipo informático. Este deber ha sido establecido para la seguridad del espacio cibernético y del ciudadano.
¡Vaya broma para una persona que podría ser tildada de ciberterrorista, de hacker, incluso de cracker! —¿Hoy qué tocaba? —pensó la usuaria mientras colocaba las finas gafas sobre su nariz. Se escucharon los golpes nerviosos y sintéticos de unas afiladas uñas sobre un teclado. —Humm, hummm, vaya sueño que tengo. Creo que los tranquilizantes no me sientan bien, me despierto sobresaltada. Tecleó su contraseña de usuaria en la pestaña: «HAZMERREÍR» —El tipo de ayer me enseñó su verga. Le voy a devolver el favor, no sabe con quién está tratando. Si la hubiera querido ver, se lo habría pedido tranquilamente. ¡Yo no quería ver su verga verrugosa, maldito pervertido! »Con la cara de bobo que tenía... ¡Te he grabado! »¿Cómo se hacía llamar, el pobre? “muchoman66”. Te tengo localizado, pajarito, ahora voy a por tu ordenador y a por tu reputación. Cuando vuelvas 67
a entrar, te cazo. Deberías saber que me encanta divertirme con gente como tú. Hazmerreír cogió una lata de refresco de una neverita que tenía permanentemente llena de bebidas y dulces. —Hoy tenía trabajo. ¿Me han pagado el cheque de este mes? Lo comprobaré más tarde. A ver... «¡Participa en el colapso del Partido Democrático del Pueblo! ¡Pincha aquí y le enviarás trescientos millones de mensajes a su página web! ¡Todos juntos venceremos!» — leyó en voz alta —. No estoy para esto, tenía algo que hacer. Bueno, primero me asearé. Encendió la webcam y mirándose en la pantalla se limpió la cara con una toallita perfumada, se maquilló y estornudó. Su fisonomía agraciada palidecía por la poca exposición a la luz solar. Se puso en pie y posó ante la cámara resaltando sus formas femeninas.
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CAPÍTULO 36
Al General de la Estepa le gustaba el frío. Cuanto más frío hacía, más le gustaba. El frío lograba que sus sentimientos más primitivos afloraran. Entonces, llegaba el día que corría medio maratón por el oscuro bosque que se extendía alrededor del campamento. Se calzaba sus botas de campaña y con buen ritmo dejaba impresa sobre la nieve, calzado con sus botas de campaña por el oscuro bosque. Mientras corría, recordaba los horrores de la guerra, los cuerpos despezados por los obuses y los compañeros fallecidos... Se preguntaba a menudo si algún día volvería a entrar en combate. Lo añoraba. Aceleraba el ritmo de su marcha y le asaltaban cuestiones éticas como su añoranza por el conflicto bélico. «¿Cómo puedes ser así?», se preguntaba. Pasaba de los cincuenta, tenía un hijo y una esposa, vendía armas y dirigía una fábrica de armamento, además de su cargo militar. El gobierno no interfería en sus negocios, es más, había quién intervenía en ellos aportándole clientes. Entre sus compradores estaba aquel fanático que, por lo poco que habían logrado averiguar sus agentes, se escondía en las alcantarillas de una gran ciudad. «¿Cómo conseguirá el dinero?», se dijo sonriendo. Exhaló aire en su carrera. Respetaba a aquel estrambótico individuo. Por muy desequilibrado que pudiera ser, una persona como aquella conseguía cosas imposibles para otros. El futuro que diseñaba Humano Viscoso le producía una atracción cautivante. Tenía depositada cierta confianza en él: la esperanza de que supliera las carencias que sufría su ahora, una actualidad que le repugnaba, un presente sin batallas. Había llegado a lo más alto de su carrera aburrido. Por no sentir, no sentía ni miedo, ni siquiera le acompañaba una escolta cuando hacía ejercicio. Estaba cansado y aburrido de su poder y de su dinero, mientras otros sucumbían a la pobreza. No era el destino que deseaba para su país ni para su población. Por 69
muy sanguinario que fuera, tenía una conciencia social y amaba a su pueblo. Había luchado por él una vez terminada su adolescencia. Participaría otra vez en un conflicto, de eso estaba seguro, y tenía el presentimiento de que moriría en el fragor de una batalla. Un gran final para un general de su rango. Sería su último combate, romántico y honorable.
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CAPÍTULO 37
De nuevo se encontraba frente al agente gubernamental. Esta persona había sido investida de autoridad y podía, en nombre del Estado, exigir documentación, excusas y razones que más tarde valoraría con el fin de comprobar si se había cometido alguna infracción o algo ilícito. Junto el agente gubernamental estaba su compañero, el joven subagente gubernamental que sonreía maliciosamente arrebujado entre sus papeles. —Hemos solicitado su comparecencia para hacerle entrega en persona del requerimiento y no por unas especiales circunstancias o un tratamiento favorable, sino por la importancia y la dimensión que este asunto puede acarrear. El agente se levantó de la silla de su despacho y se paseó. —Desde nuestra primera reunión hemos recopilado los importes que, curiosamente, se desvanecen. Calló unos instantes y girando sobre sí mismo, le preguntó, imperativo: —¿Dónde envía esas sumas? ¿Qué hace con todo ese dinero? Corbata Rasgada de Negro no contestó ni se inmutó, permitió que continuara con sus pesquisas. —Necesitamos conocer el destino de esas cantidades. Mi compañero le dará una relación de todas las extracciones que nos han llamado la atención. Tiene un plazo de treinta días para contestar desde la presente notificación —le dijo alargándole un requerimiento—. Firme en este acuse de recibo. Corbata Rasgada de Negro sintió calor y el sudor asomó por sus axilas. Identificó al agente y a su subordinado como enemigos reales. Eran antagónicos a él. Ellos protegían el estatus social actual, la estructura económica y los poderes fácticos. Y seguirían protegiéndolos sin cuestionarlo porque supuestamente les convenía. El miedo les hacía aferrarse a su infravalorada existencia y se esmeraban por mantener la posición de las personas que los gobernaban, rechazando y combatiendo los cambios. 71
Firmó la notificación como quien firma una declaración de guerra. Las manos le temblaban de emoción y la boca salivaba de placer. Nunca había imaginado que el inicio de la confrontación iba a ser tan formalista y sosegado: una mera invitación para aportar unos datos contables que por supuesto inventaría y falsificaría si fuera necesario.
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CAPÍTULO 38
Figura Estrafalaria se encontraba de muy mal humor. Caminaba sin rumbo por la ciudad y no le gustaba. Todas aquellas luces iluminando los hogares de millones de personas... Todos esos humanos destinados a confiar en una ilusa seguridad y en un bienestar frágil... Se recluían en sus minúsculos hogares, intentando olvidar sus condiciones de vida que día a día empeoraban. En esencia, no eran más que los sujetos pasivos del precio de los servicios energéticos. Una porción desmesurada de su salario era empleada para el pago de la factura del gas, de la electricidad, del agua, de la gasolina... Si el ciudadano renunciaba al uso de la energía, le sería imposible integrarse en la sociedad y desempeñar su función laboral. Estaba obligado a encender el fogón y calentarse el café por las mañanas, a pagar la energía consumida por el desplazamiento a su puesto de trabajo y a hacer uso gravado de la conexión a internet. La factura energética aplastaba al ciudadano y a la pequeña y mediana empresa. El Estado democrático estaba directamente implicado en que las empresas energéticas, organizaciones privadas cotizadas en bolsa, mantuvieran anualmente unos elevados ingresos. La protección y el desarrollo de estas compañías eran prioridades de los Estados. A través del amparo que se brindaba a estas empresas, se protegía la riqueza y la posición de unas familias que poseían la mayoría de las participaciones y acciones con derecho a voto y veto. El resto de accionistas eran anónimos que compraban y vendían una ínfima parte del total de los valores cotizados. Con esta minúscula porción se contentaba a la población, y se permitía a aquel que lo deseara comprar unas acciones y creerse protagonista del sueño económico. Los privilegios que ostentaban dichas familias quedaban muy por encima del resto de ciudadanos que debían aceptarlos, respetarlos, soportarlos y defenderlos. Además, tenían a su disposición el aparato estatal diseñado para 73
obtener sus fines y la ordenación legal destinada a proteger sus intereses. La sumisión a la norma, el sometimiento a los derechos y a las obligaciones, el respeto a las sanciones y el temor al aparato punitivo eran preceptos impuestos por ley. Todo estaba perfectamente organizado para conseguir la obediencia a un sistema inhumano y cruel. —¿Quién es gobernante y quién el gobernado? —se preguntaba Figura Estrafalaria—. ¡Quiero una orden más! —gritaba enfurecido. Miró las farolas que alumbraban la desierta calle. —¡Malditas bombillas! ¡No voy a dejar ni una! —amenazó a las farolas—. ¡Lo voy a dejar todo a oscuras! ¡La ciudad va a caer en las tinieblas! ¡Si es de noche, es de noche! ¿A qué viene tanta luz? Se acercó a un contenedor de residuos y recogió unas cuantas botellas de vidrio. Pertrechado con ellas, se colocó bajo unos focos y empezó a lanzarlas. Con pésima puntería, conseguía armar más alboroto que cumplir con su objetivo. Por fin, reventó una bombilla, lo que celebró con un júbilo insano y aullando cual bestia.
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CAPÍTULO 39
La sombra volvió a manifestarse al poco tiempo de su primera aparición en la red. Su discurso, como la vez anterior, semejaba tener un mensaje claro pero confundía el fin: «El miedo no es nada más que un medio utilizado por el instinto de conservación. Frente a un peligro, lógicamente se huye. Es la solución más fácil e inteligente. No es vergonzoso tener miedo, es natural. »El instinto de conservación también provee al humano de agresividad. La agresividad es necesaria para la supervivencia, nos permite cazar y dar una adecuada respuesta a estímulos como el sexual. »Los ciudadanos deben ser conscientes de su gran potencial. De que son capaces de sobreponerse al terror para adoptar una defensa efectiva. Por supuesto que desde nuestra cómoda posición rechazamos el asesinato, la mafia nos intimida y el boxeador nos impresiona, pero esos son sentimientos mediatizados. Todo el mundo ha nacido con la aptitud para defenderse y demostrar su valor. »Durante la primera guerra mundial se comprobó que el noventa por ciento de la población está preparada para entrar en combate. Solo una minoría es superada por el miedo. Los humanos sois valientes, únicos y capaces; si de algo os podéis culpar, es de vuestro respeto por la vida humana, porque no estáis dispuestos a atentar contra alguien con facilidad y porque soportáis con entereza la pobreza y el descontento. Vuestro convencimiento y autocontrol por respetar la vida es loable. »Por eso, yo bendigo a la condición humana: me arrodillo ante vosotros y me declaro vuestro fiel servidor.»
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CAPÍTULO 40
Doña Fregona se encontraba en la vivienda de Doña Espátula ocupada en agitar la fregona de izquierda a derecha. Debía de amar mucho a su hijo y a su marido para acudir diariamente a trabajar. Cuando entraba en la vivienda donde prestaba sus servicios, dejaba de ser ella misma y se convertía en una persona disciplinada, dispuesta a complacer cualquier orden o capricho que se le indicara. Y no solo eso, sino que también expresaría su satisfacción una vez cumplido el encargo. Lo curioso de su condición de asistenta era que el joven hijo de Doña Espátula, por ejemplo, creía que Doña Fregona sentía por él una especial predilección, simplemente porque le servía y le ayudaba. Si pedía unas galletas, ella se las alcanzaba. Si tenía el cuarto desordenado, cuando volvía lo encontraba en perfecto orden, encerado y perfumado. La disposición de la asistenta por el niño había sido interpretada por este como una muestra de admiración y respeto por ser él quien era. El sentimiento último que engendraba la concurrencia de estas interrelaciones era la superioridad inalterable que el chaval sentía sobre Doña Fregona, que se traducía en una estima sincera. Todo lo contrario sentía Doña Fregona, que consideraba al hijo de su empleadora ridículo y no le prestaba la más mínima atención. Hacía sus tareas mecánicamente, ni se enteraba de que el chico se lo agradecía con un atisbo de desesperación. Además, unas nuevas ideas pugnaban por implantarse en su cabeza, con lo cual perdía concentración. Recientemente, unos conceptos que ella creía firmes y asentados, habían empezado a desmoronarse. No comprendía muy bien por qué Doña Espátula vivía en aquella casa ajardinada y en cambio ella tenía que vivir en un piso dormitorio. Tampoco entendía cómo funcionaba la retribución de unos y otros en el sistema. Conceptos como «pobre», «rico», «acomodado», «banquero», «empleada», se complicaban y revolvían de una manera vertiginosa. Los confundía y mezclaba unos con otros, y aparecían híbridos, y transformaciones. Entonces ocurría que solo percibía personas. Era incapaz de apreciar una persona por sus 76
hechos y sus logros. El sistema y la organización social se desplomaban a sus pies, sustituidos por una única concepción que, poco a poco, se imponía sobre cualquier otra idea generada por su inteligencia: NINGÚN HUMANO TIENE POTESTAD PARA ORDENAR UN ACTO A OTRO HUMANO
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CAPÍTULO 41
Cuando una persona se siente deprimida por motivos económicos, el malestar crece y tiene la imperiosa necesidad de expulsar su descontento. De esta manera, su personalidad se mantiene estable. Los hogares de clase media habían disfrutado del bienestar económico ahora perdido. Se dejaban llevar por los avatares de la economía y por las decisiones de empresarios mediocres que les contrataban temporalmente por unos días, para su negocio también temporal. El trabajo precario hacía saltar los nervios del hogar de Chaqueta Cochambrosa. Esta persona se había habituado a las lágrimas de su madre, a los gritos de su padre, a las peleas de su hermano contra su padre, contra él y contra sí mismo. Había canalizado hacia su interior, durante ya demasiados años, los disgustos, los enojos, la cólera, las facciones encendidas, las amenazas y las desilusiones. Su familia que con anterioridad se había mostrado potentada y condescendiente, se fue convirtiendo en un retrato arrugado y agujereado del concepto inicialmente pretendido. A Chaqueta Cochambrosa le llegaban punzadas de dolor cuando los recuerdos intentaban asomar, insultantes y burlescos. Los días de opulencia habían terminado bruscamente. Aquella enorme casa, que un día denominaron mansión, fue embargada y subastada. Ahora, cuando pasaba por delante de una sucursal de la entidad bancaria que lo había desalojado junto con su familia, sentía un odio irreductible. No solo había sufrido estos percances, sino muchos otros: la humillante caridad de su escuela que perdonó las facturas de su educación, los préstamos de los amigos de su padre jamás devueltos, las promesas inciertas y, por encima de todo, el terror que se apoderó de la razón y del raciocinio de sus progenitores, incapaces de enfrentarse a un situación de quiebra económica. La pobreza era una realidad y no sabían cómo amoldarse a ella. El único consuelo era que, como ellos, muchas familias habían pasado por iguales o peores circunstancias. 78
CAPÍTULO 42
Reunidos en su pequeña sede, los militantes y algunos simpatizantes del partido dirigido por Bufanda Roja habían concertado celebrar un coloquio bajo el título de «La función del dinero en la actualidad». La publicidad desplegada para atraer asistentes e interesados no fue más allá del boca a boca y de un cartel grapado en la puerta de la sede. El cartel lo hizo un afiliado de avanzada edad que había aprendido Photoshop en un cursillo subvencionado. Ello dejaba bien claro cuál era el ánimo de sus integrantes y el objetivo de sus insufribles asambleas. El discurso que había preparado Bufanda Roja la noche anterior padecía graves carencias. Su fundamentación ontológica era poco convincente. A pesar de ello, fue aplaudido por sus compañeros convencidos de haber escuchado una profunda crítica al sistema bancario moderno. —El trabajador crea la riqueza de una nación y bien cierto es que la fuerza del trabajo genera entre el ochenta y el noventa por ciento del PIB de un país. Los propios economistas barajan estas cifras, no las he calculado yo. —Se escaparon unas risas, con lo que aprovechando el toque de humor añadió—: Si lo hubiera calculado yo, el porcentaje se habría incrementado hasta el cien por cien. El pretendido chiste resultó innecesario e hizo perder el ritmo de su exposición, pero como eran colegas y se conocían, no tuvo la menor trascendencia. —Como os he dicho, si el trabajador genera la riqueza de un país e impulsa su crecimiento y desarrollo, está claro que el dinero le pertenece. No es un bien exclusivo del Estado, ni de unas corporaciones privadas. Tampoco es propiedad de una administración. Es del obrero, es del pueblo. En la actualidad, esta verdad como un templo no está contemplada ni recogida por la Constitución. Su discurso, que había empezado a desenvolverse con fluidez y determinación, perdió fuerza para la audiencia con esta última frase. Y vuelta a retomar las ideas y el orden de su exposición. —El dinero es un bien del pueblo que pertenece al trabajador. No sola79
mente el salario que percibe, su paga mensual, sino toda la masa monetaria tiene que estar al servicio de la población. De ello extraigo dos reglas básicas: Primero, que no se puede obligar a pagar intereses al ciudadano por un capital que ha sido proporcionado por el Estado y que en realidad le pertenece. Y segundo, que el dinero no puede ser entregado a unas organizaciones privadas para que gestionen las necesidades de crédito de las personas y se lucren por esa gestión. »Con estas dos sencillas reglas se solucionaría la pobreza, se equilibrarían las diferencias sociales y se ordenaría la sociedad con unos auténticos valores de igualdad. —Gracias a estas apreciaciones obtuvo un aplauso, lo que le dio coraje para continuar—. Nuestra política debe ir dirigida a los ciudadanos para que comprendan que el dinero es de su plena propiedad. Es un bien común y global, propiedad de todos por igual. Su gestión no puede estar mediatizada por un sistema que retribuya y recompense a sus gestores. Ante el dinero, todos somos iguales. La última frase desconcertó a los oyentes: «¿Ante el dinero somos iguales?», se preguntaron. Esa expresión tal vez contuviera demasiadas posibilidades de interpretación. Las personas eran tratadas en función de su disponibilidad económica. Seguían existiendo clases sociales según la capacidad adquisitiva de cada uno. Era posible que la democracia promoviera un sistema de castas económicas. Después de tantas declaraciones de derechos, declaraciones que incluso habían sido proclamadas universales, resultaba que unos y otros ya no eran iguales. Unos derechos que ostentaban un apelativo que superaba al espacio, a los planetas, a los soles y a las galaxias. Cabía también cuestionarse si los humanos tenían derecho a autoproclamar que sus derechos eran universales. Fuera lo que fuera lo que hubiera querido decir Bufanda Roja, con sus palabras provocó que uno se levantara furioso: —¡Tiene razón, tiene razón! —gritó con todas sus fuerzas. El resto le miró con incredulidad. ¿Qué había provocado aquella reacción? La reunión se descarriaba. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué se sentían inseguros? El que había gritado recuperó su compostura y avergonzado se sentó de nuevo en su silla. A modo de disculpa, dijo con voz confusa y baja: —Tenía razón. *** De camino a su casa, Bufanda Roja se sentía decepcionado. Sus camaradas, en vez de encararse y elevar una protesta al unísono, se refugiaban en su miedo y humillación. Era patético presenciar cómo saltaban sus resortes cuando, de 80
golpe, alguna circunstancia externa ocasionaba un calambre eléctrico en su cerebro. Carecían de iniciativa, de autoestima, no eran más que una panda de corderos. Los habían educado obedientes. ¡Qué diferencia con los activos debates que mantenía su colega en la universidad, en donde se respiraba la gestación de unas convicciones y se adivinaban una disciplina y unas metas! Y ello, sin estar organizados. Se sabía aventajado por la juventud y su antiguo compañero. Sin tener un pensamiento propiamente político, los jóvenes empezaban a saber qué era lo que querían. No sabían adónde llegarían. Pero sin embargo, y eso era lo más importante, no tenían miedo, pues eran hijos del miedo y de la incertidumbre, circunstancias que habían perfilado sus personalidades.
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CAPÍTULO 43
Con un atuendo negro ajustado, guarecida bajo una gruesa gabardina y la melena rubia deslizándose por su hombro izquierdo, con su mirada profunda, Viuda del Trabajo caminaba por una acera del centro financiero. Pensaba en sus últimas decisiones. Se había deshecho del restaurante, lo había regalado a los cocineros y camareros. Los empleados se entusiasmaron. Allí los dejó, con su alegría y su negocio en propiedad. Como cada día, había acompañado a sus hijas a la escuela y después se encontraba sin saber qué hacer. La indecisión la llevaba a deambular por la ciudad. Este estado anímico la dirigía a los lugares en los que tan activamente había demostrado su valía como asesora. Cuando sus ojos claros percibían la realidad que la envolvía y de la cual ya no formaba parte, le asaltaba la soledad. Observaba las simétricas avenidas bordeadas por edificios anclados en el pavimento, elevándose imponentes bajo las elegantes tipografías de las compañías. Sus tacones chocaban con sequedad contra la pulida superficie, mezclándose con conversaciones perdidas y fragmentadas. Rugidos de autobuses retumbaban en sus oídos, sumándose a los clamores penetrantes de un claxon. Las chaquetas de cuello subido pasaban junto a ella en un rumor confuso. El recuerdo se apoderaba de su ánimo y le causaba dolor, un dolor incorpóreo y letal que debía expulsar si no quería desfallecer. Elevó la cara hacía el cielo, con la esperanza de encontrar consuelo, cuando vio a un hombre en caída libre. En su descenso acelerado no emitía sonido alguno. El destello de un rayo de sol se reflejó en uno de los gemelos y la cegó instantáneamente. El cuerpo continuó cayendo con su camisa blanca abotonada y sus pantalones oscuros. Un zapato se soltó, distanciándose del pie del suicida. La caída de aquella persona, reflejada en la superficie cristalina de un gran edificio, le confirió un alivio repentino y saludable. 82
El cuerpo colisionó contra las baldosas de la entrada de una corporación, a un centenar de metros de Viuda del Trabajo, suficientes para que no distinguiese la escena con claridad. Sin embargo, escuchó el golpe lejano y los gritos posteriores. Una agradable sensación de sosiego se esparció por su sistema nervioso. Expresó su gratitud al suicida.
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CAPÍTULO 44
El mundo en el cual Abogada Activista ejercía su profesión era de lo más desagradable: malos tratos y violencia doméstica. Las mujeres acudían a su despacho desesperadas, asustadas y sin dinero. Algunas habían sido golpeadas, amenazadas y ultrajadas durante largos años. Cuando entraban en su oficina se mostraban inseguras, confundidas y arrepentidas de sus actos, balbuceando palabras nerviosas que reflejaban la precariedad de su estado mental. Ella las escuchaba con atención, distanciándose de la pesadumbre que aquellas entrevistas le originaban. Conocía la gravedad de los asuntos que se le presentaban, y del peligro que entrañaban. Una de sus clientas acabó asesinada por su marido de varias puñaladas. Cuando entraba en un juzgado y observaba a los presuntos culpables, percibía su desmoronamiento moral y sus personalidades deterioradas hasta el infinito. Personas que habían sido niños, que habían reído y llorado... Eran la triste imagen cobarde de una persona. Como consecuencia de sus inclinaciones, Abogada Activista había escrito interesantes y llamativos artículos, jurídicos y no tan jurídicos. Había participado en manifestaciones y era socia de algunas organizaciones. Su intención, a pesar del desagrado que sentía por la mayoría de los hombres, era reducir la violencia, salvaguardar la integridad física de los más desfavorecidos y promover la convivencia familiar. Había escrito sobre la educación y la necesidad de promulgar unos valores de respeto, serenidad, fraternidad y cooperación. Procedía en sus artículos a relacionar los resultados de la falta de educación o de atención parental, con los casos concretos de juzgado en los que había participado o estudiado. Su estilo, tan directo, ocasionaba que acomodados intelectuales encontraran un filón en el cual explayarse, dedicándole largas críticas que refutaban sus elaborados artículos. Terminaban sus exabruptos con ingeniosas y ridículas frasecillas dirigidas contra el trabajo de Abogada Activista. Ella evitaba leer las 84
detracciones para no indignarse. Le provocaba tanto desprecio la violencia que se veía obligada a combatirla, a pesar de las dificultades. Tras largas jornadas de trabajo llegaba a su casa y le asaltaban cuestiones como: ¿Por qué impresionan tanto las torturas en las cárceles cuando habían miles de mujeres que son torturadas en sus hogares a diario? «Los hombres —se contestaba a sí misma— son blandos. No soportan una paliza. Los encierran un mes en una prisión, les dan cuatro tundas y después salen de la cárcel como héroes. Incluso denuncian una brutalidad que es ínfima, comparada con la que padecen las mujeres maltratadas en sus propios hogares durante años. Es tan triste... » Era capaz de dormirse con tales pensamientos. Al día siguiente se despertaba agotada, se acercaba a su cocina y se vigorizaba con un café bien cargado.
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CAPÍTULO 45
Sus manos pringosas agarraron un pesado mazo y comenzó a golpear un tabique. Los ladrillos saltaron despedazados y un oscuro pasillo apareció frente a humano viscoso. Dejando el mazo en el suelo avanzó por el corredor. Frescas ráfagas de aire golpearon y arrancaron las secreciones que colgaban de su rostro. Caminó hasta el final del pasillo que desembocaba en un gran puerto en el que se alzaban columnas de contenedores, grúas y cargueros. Dirigió una mirada panorámica a la obra humana. Alzó la vista al cielo y observó las estrellas, la luna menguante y unas estrechas nubes iluminadas por la ciudad. Una cuadrilla de obreros se presentó ante la figura cloacal. Les dedicó unas breves y concisas palabras, suficientes para que empezaran a vaciar un contenedor cercano. De manera ordenada, fueron depositando unas cajas de madera según su tamaño en una espaciosa sala al final del corredor. Terminada la descarga, les alargó un fajo de nuevos y aromáticos billetes. Los obreros marcharon contentos. Con inusual paciencia, volvió a tapiar el pasillo. Entró en la amplia sala y contó las cajas. Sin prisa, se las llevó una a una al interior de su fétido y laberíntico medio.
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CAPÍTULO 46
Las veinte instituciones financieras más emblemáticas del planeta se encontraban reunidas en la sala de congresos de un hotel. Habían invitado a otros bancos y a los fondos de inversión de significativa relevancia. Entre este segundo grupo, figuraba Corbata Rasgada de Negro. —Caballeros —dijo una gran persona en altura y barriga para iniciar las intervenciones—, la propuesta legislativa para la creación del nuevo índice ya ha sido presentada al Congreso. Se espera su aprobación. La redacción del proyecto es idéntica al borrador que se les envió. Con la aprobación del Congreso, el nuevo índice se implantará sin ningún inconveniente ni obstáculo. —Los asistentes acogieron esta breve introducción con regocijo—. Bien, sabéis que soy hombre de pocas palabras, ya me conocéis –añadió, cambiando de registro—. Os presento a mi antiguo colega, que nos ofrecerá su impresión de la actual coyuntura social y económica. A continuación, nuestro brillante economista nos explicará el funcionamiento del índice, sus posibilidades y expectativas. Una persona flaca y larguirucha se levantó para saludar a todos los asistentes y un joven de sonrisa petulante hizo lo propio. Empezó el flaco, con voz monótona: —Los gobiernos han elevado sus protestas contra determinados productos financieros, en especial contra las apuestas a corto y el mercado de derivados. Piden más control, limitación de operadores y, si es posible, la restricción de algunas de las operaciones. »La población está muy disconforme, consideran que el mercado de derivados es una de las principales causas de esta larga crisis. Las huelgas y las manifestaciones son habituales y no se detiene el contagio de un sentimiento de descontento generalizado. Así lo demuestran las últimas encuestas. »Podemos afirmar que el mercado de apuestas a corto ha tenido una vida intensa y ha llegado a su fin, al menos según el modelo actual. El mercado de derivados será regulado y se deberá informar a una agencia gubernamental de las posiciones asumidas por cada operador. El sector de seguros se mantendrá 87
por su fuerte injerencia en la economía, ya que dota de un sistema de reservas, pero bajo una estricta vigilancia gubernamental, conociéndose en todo momento las sinergias de los movimientos especulativos, monto negociado y alcance de las responsabilidades. Estos datos estarán también a nuestra disposición, por lo que podremos controlar el riesgo asumido por las entidades y los titulares de paquetes de deuda negociados. »Perdemos dinamismo y lo que era un gran mercado al servicio de la especulación se convierte en un sector acotado y con una reducida capacidad operativa. En cambio, ganamos certidumbre y seguridad en nuestras decisiones, compras y ventas. La explicación del señor enjuto se extendió una media hora más. Cuando finalizó le cedió la palabra al joven creativo, ansioso por ilustrar a los más grandes banqueros e inversionistas sobre el funcionamiento de su magistral índice, fruto de su inventiva y que había conseguido que se elevara como proyecto de ley. —Muy buenas tardes —saludó cortésmente—. Es un honor estar aquí presente, ante ustedes. Realmente no sé cómo empezar y no esperaba, en tan breve espacio de tiempo, encontrarme con todos ustedes. Tampoco imaginé que mi diseño fuese a tener una acogida tan inmediata. »Como sabrán, hacía el año 2030 se inauguró un concurso anual de modelos teóricos de finanzas y sostenibilidad. Este concurso se basaba en el espíritu de hallar una solución a las crisis mundiales que vienen golpeando sucesivamente, desde hace ya más de dos décadas. »Terminados mis estudios con muy buenas calificaciones, me animé a participar en la elaboración de un modelo que ayudara a la humanidad a superar las crisis y que hiciera volver los porcentajes de crecimiento sostenido. »Este proyecto no se habría podido presentar de no haber sido por la ayuda de mis profesores universitarios, quienes supervisaron mi propuesta. Entre ellos, cabe resaltar a los matemáticos y a los analistas. El trabajo en equipo ha permitido avanzar hasta materializar el modelo teórico. El resultado final dio lugar al índice que se conocerá como Massive Production Population Index. »No nos engañemos con la denominación, no está vinculado a la producción industrial, sino que básicamente recoge todo acto humano, toda persona, incidente climatológico, sistema natural o hábitat. Es decir, en el índice queda reflejado todo, exactamente todo lo que nos rodea y percibimos. En él se integrarán los bienes, hechos o circunstancias que puedan ser evaluados económicamente. Por ejemplo, una lluvia tropical, tres excelentes de un estudiante de primaria en el Reino Unido, una corriente migratoria, los descubrimientos de estrellas, el consumo de cerveza de la población adulta o la cosecha de trigo. Cualquier evento o acontecimiento.
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»El MPPI ha sido creado a partir de la recopilación masiva de actos naturales y humanos. A partir de esta recolección de datos, mediante aplicaciones matemáticas y estadísticas, se ha elaborado un espectro de probabilidades. Es en este espectro donde se introducen los valores monetarios y los productos financieros. Una vez introducidos, solo resta disponer de recursos para decidir dónde invertirlos. »La dinámica de gestión y operativa es sencillísima y en su esencia engloba todos los productos existentes. No desaparecen las apuestas a corto, ni los derivados, sino que se transforman y sustituyen, reemplazados por un modelo tan amplío y de tal envergadura que es imposible reconocerlos o compararlos. Las posibilidades que proporciona el MPPI son infinitamente superiores. »Piensen que los datos de la humanidad entera se encontrarán recogidos en él: sus preferencias, gustos, costumbres y comportamientos. Lo que nos proporciona un grado de certidumbre y certeza jamás conseguido. Podremos predecir la riqueza que cada persona creará desde su nacimiento hasta su fallecimiento, la deuda pública y privada que pagará, así como su grado de educación, influencias políticas, ideología... Una vez conceptuado el individuo, se le asigna un valor. El valor es inversión, y puede ser individual o colectiva, material o personal. »Como pueden apreciar, la misma configuración del índice es ya de futuro. Por ello se continuarán manteniendo los actuales servicios especulativos, solo que modernizados e incrementados. El futuro será fácilmente diseñado por la economía mediante decisiones bursátiles y movimientos especulativos. El índice alcanza tal nivel de especificación que se podrá invertir en individuos o en grupos de individuos. El mercado que les ofrezco es ilimitado, seguro y sin duda muy gratificante. »¿Cuáles son los beneficios del MPPI? Pues son numerosos. En primer lugar, se consigue reunir en una misma bolsa la economía global. En segundo lugar, las posibilidades exponenciales tanto de beneficios como de servicios financieros se multiplican. Irremediablemente se generará un crecimiento del PIB mundial. Tercero, obtenemos plena seguridad en las inversiones con un riesgo mínimo. La certidumbre de los movimientos bursátiles se acrecentará para aquéllos que dispongan de una información privilegiada. Y por último el beneficio que considero más importante: el que se refiere a la población. Cada persona, al saberse acogida en el seno del índice y con sus acciones ordinarias valoradas, le proveerá de confianza y fidelidad. El ciudadano sabrá que se encuentra reflejado y que su interactuación tiene un valor monetario que está conectado con el resto de habitantes del mundo. Esta percepción le proporcionará fe. »Hemos globalizado a la humanidad y su economía en una única institución. La pertenencia a esta nueva estructura, provechosa para toda la sociedad, resucita la cohesión entre los ciudadanos. Se trabajará por un fin común, inspirado en el modelo globalizador. 89
»En definitiva, no desaparece ninguno de los productos financieros actuales, sino que estos se transforman. La operativa será distinta a la vigente, ya que las ecuaciones matemáticas se han reformulado. El apalancamiento, los derivados, los seguros por impago seguirán existiendo, pero repito, reformulados y globalizados. Se volverá a invertir de cara el futuro con mayor seguridad, confianza y control. El joven gurú se sentó en su silla y con voz descansada les dijo: —No sé si se habrán dado cuenta de que les he abierto la puerta para invertir directamente sobre el consumo. Las instituciones actuales de especulación únicamente se habían sustentado sobre la producción y la comercialización de bienes y servicios y, con ello, considerábamos que abarcábamos el mercado o la demanda. Pero claro, no existían productos especulativos, ni la posibilidad de invertir sobre la demanda. Toda la economía financiera, hasta ahora, se basaba en la oferta. Estábamos invirtiendo de manera solapada en la producción y en la oferta, creyendo que con ello alcanzábamos a la demanda y al consumo general. Como si fuera un todo. Pero no es así. Yo les he separado el consumo de la oferta, y ahora les presento un sector entero de la economía que necesita ser aprovisionado y abastecido de todo tipo de servicios y productos. Es darle a la economía la amplitud que realmente tiene y que habíamos dejado apartada hasta hoy.
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CAPÍTULO 47
—Nos tenemos que ver —le dijo Bufanda Roja a Mirada Inquieta por el móvil. —Cuando quieras, pero creo que es innecesario. Podrías venir a la próxima asamblea. —No se trata de que sea necesario o no. A las ocho, en el café de enfrente de la universidad. —De acuerdo —le contestó. Bufanda Roja apagó su móvil y respiró impaciente. Estaba nervioso. La entrevista con su colega sería complicada. Se enfrentaba a una seria acción política de implicaciones sociales muy directas. No era como su partido, donde los afiliados seguían una ideología para preservar la estabilidad emocional y la conveniencia intelectual. El café estaba ocupado por algunos estudiantes. Se sentó en una pequeña mesa al fondo y esperó a Mirada Inquieta. Éste entró sonriendo mientras inspeccionaba el local con fugaces y rápidas ojeadas. Bufanda Roja se levantó y le tendió una mano que le fue estrechada con una enérgica sacudida. —¿Cómo te encuentras? —le preguntó Mirada Inquieta. —Bien, muy bien. ¿Cómo estás tú? —Muy animado. —¿Nos sentamos? —Sí, sí, déjame avisar al camarero. —Por supuesto. Yo todavía no he pedido nada, he llegado hace poco. Con un chocolate caliente frente a él, Mirada Inquieta le dijo a su compañero: —Tú me has citado, así que empiezas tú. —Me llevé una fuerte impresión la otra tarde en la reunión de alumnos, bastante concurrida por cierto. 91
—Ya te avisé, los estudiantes están descontentos. Las cuentas no les salen. Se preguntan a menudo para qué estudian y de qué les servirá el título. Padecen muchas dificultades y adversidades, y eso sin referirnos a su porvenir, que tal como se les presenta no es nada halagüeño. —Déjame seguir, por favor. Todavía no he dicho nada y ya saltas. —Perdona. —No niego todo lo que me explicas. La sociedad se ha empobrecido, las personas pasamos dificultades. Pero lo que vi el otro día no me pareció exactamente una reunión de propuestas, democrática y social. No era una reunión moderna y pacífica. —Creo que estás exagerando, son solo jóvenes, intentan cambiar la coyuntura social. Están disconformes. —Estoy de acuerdo, pero esta no es la manera. No son formas. —Si no han hecho nada, únicamente reunirse... —Se adivina adónde los conduce todo esto. Están formando una voluntad colectiva y rebelde. Entre ellos no existe la discusión, el debate, porque sostienen una misma posición. —¿Me estás diciendo que están unidos? ¿Censuras su unidad? —No, no es eso. Pero lo de ahora solamente es un estado embrionario. No continúes con esto. Te lo pido. Son personas jóvenes, tú ya eres mayor. Pasarán dificultades económicas, pero estas reuniones acabaran siendo catastróficas. —¿Me pides que deje de presidir y dirigir las asambleas? —Sí, tienes que dejarlo. —¿Crees que no continuarán por sí mismos? ¿Acaso crees que tengo capacidad para engendrarles una voluntad? Ellos mismos la están creando por su propia inercia. —Pues tienes que inducirlos a que paren, explícales que es peligroso, que saldrán perjudicados. —No puedo. No puedo sino respirar los vientos que ellos inspiran. Son la reforma. Son la evolución.
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CAPÍTULO 48
—La evolución exige una respuesta —dijo Chaqueta Cochambrosa en voz alta en una de las vespertinas reuniones—. ¿Acaso vamos a tener que mantener la herencia de un sistema que no ha sido creado por nosotros ni para nosotros? —Estamos cansados de soportar tantas dificultades —comentó Rebeca de su Abuela. —He traído a un amigo estudiante de ciencias políticas y me gustaría que lo escucháramos —dijo Chaqueta Cochambrosa para presentar a su colega de gafas oscuras. El recién presentado se levantó y saludó a la congregación: —Buenas tardes, me siento muy contento de haber sido invitado a esta reunión. Admiro vuestra iniciativa, desconocía que hubiera grupos tan dispuestos a emprender una acción popular. —Por favor, explica nuestra conversación de anteayer —atajó Chaqueta Cochambrosa. —De acuerdo. Como ha dicho vuestro compañero, hace dos días mantuvimos una interesante charla. Le expliqué que los actuales gobiernos se rigen teóricamente por la separación de poderes. Esta teoría, como sabéis, fue planteada por Locke y Montesquieu y consiste en el establecimiento de equilibrios y controles entre los tres poderes clásicos: el legislativo, el judicial y el ejecutivo. Los tres se ejercen de forma independiente, sin injerencia, y mediante unos mecanismos de legalidad que evitan la supremacía de uno sobre otro. Lo que se consigue así es una organización que garantiza la permanencia de una democracia justa en la que se respetan las libertades individuales. —Continúa —le pidió Chaqueta Cochambrosa—, no hace falta que te expliques con tanto detalle. —La conversación —continuó Gafas Oscuras— discurrió de tal modo que cuestionamos el modelo democrático y su incapacidad de controlar a los altos 93
cargos. También fue objeto de debate si realmente se ha logrado una separación de poderes y un justo equilibrio de las fuerzas. Nuestra charla se convirtió en una discusión que nos llevó a analizar el pacto social, es decir, el contrato por el cual el pueblo delega el poder en los gobernantes, elegidos por sufragio universal. De esta manera, deducimos la fácil conclusión de que el contrato social había sido quebrantado por los gobernantes. Es evidente y patente que ninguno de los poderes es ejercido con rectitud y ética, sino en beneficio de las grandes corporaciones y de las concentraciones de capital. Los valores morales y democráticos son supeditados al ejercicio individual de la parcela de poder que detenta cada operador, ya sea legislativo, judicial o ejecutivo. Todos actúan en favor del capital, que siempre ofrece una compensación económica para aquellos que lo apoyen. Cuanto más se afianza y se arraiga la pobreza en la sociedad, con mayor facilidad se reproduce este comportamiento y mayor provecho obtiene el gran capital. —¡Muy bien! –dijo alguien en la sala. Mirada Inquieta, que ya no ocupaba un lugar principal en aquellas reuniones, escuchaba atentamente. —La siguiente conclusión a la que llegamos fue que el poder en sí es un concepto etéreo e indefinido. Cuanto más diversificado se encuentra, más complicado resulta identificarlo y analizarlo. El poder dividido dificulta su propio control, escapando del marco legal democrático y es sustituido por unos canales capitalistas de obtención de beneficios. El tono de Gafas Oscuras se quebró por la emoción al pronunciar las siguientes palabras: —Si el poder no puede ser revisado, es debido a que es superior a un sistema de control. Es más, el propio significado de poder quedaría sin contenido si se sometiera a un control. En definitiva, la formulación de la separación de poderes es una falacia y una invención para obtener el poder del pueblo, cuando éste es intransferible e indelegable. Y añado que el ejercicio pleno del poder individual es inviable en esta sociedad masificada, por lo que la evolución solo puede producirse en un sentido: la negación del poder. YO NO CREO EN EL PODER TRANSFERIDO
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CAPÍTULO 49
Actuando de conformidad con su lema de «acaba cuanto antes y podrás descansar», Hazmerreír tecleaba sin interrupción. «¡Cómo odio hacer cosas para otros!», pensaba. Consideraba una pérdida de tiempo todo aquello que no provenía de sí misma. Pero muy a su pesar tenía que trabajar. Era su sustento y el medio que le permitía vivir en aquel búnker, separada de la población. «Solo quiero hacer lo que me apetece», continuaba pensando mientras se metía en el servidor de una gran corporación. En la red social “Search your Teen” había de todo, prioritariamente banqueros estresados acosando a quinceañeras. Tras dos días de prolongadísimas conversaciones nocturnas, convenció al CEO de una entidad financiera de la veracidad de su edad, sexo e intenciones. Se intercambiaron archivos, fotos y, finalmente, le mostró un video de la supuesta quinceañera. Una de las fotografías que le envió estaba contaminada con un virus. Era un programita adjunto al archivo, casi indetectable. El CEO la aceptó y el virus se instaló en su ordenador liberando firewalls y abriendo un canal de entrada. El virus empezó a rastrear el ordenador del banquero hasta detectar el archivo donde se alojaban sus contraseñas. Comprimidas en un fichero, las remitió a la computadora de Hazmerreír, que las analizó y comprobó detenidamente. No encontró la que buscaba. Pasadas dos apasionadas noches, el CEO le dijo en una de sus citas cibernéticas que se ausentaba media hora. Dejó el ordenador en funcionamiento, indefenso ante Hazmerreír. Ella aprovechó para introducir otro programa que leería las pulsaciones del teclado. A partir de ese momento, recibiría diariamente la contraseña de entrada al servidor que la institución bancaria tenía conectado directamente a la mayor bolsa mundial.
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Se armó de paciencia y esperó el día que tuviera de nuevo el ordenador del banquero a su disposición. Ése día llegó y, provista de la contraseña diaria del servidor, se volvió a colar donde no debía. Comenzó a operar en el programa de compras y ventas de alta frecuencia. Modificó los valores y los parámetros referenciales. Por último, instaló un BOT que cada 10 segundos daba la orden de venta de cientos de miles de acciones de una empresa en concreto. Recompuso su inteligencia con unos abruptos movimientos de los músculos del cuello y con un expresivo gesto de las manos salió del sistema operativo del banco. Bostezó y decidió entrar en la deep web. Fue directa al foro utilizado por Corbata Rasgada de Negro y resto de conspiradores. Colgó una notificación con carácter urgente comunicando la inminente bajada de precio de los valores de una de las empresas afectadas por el BOT. Durante 24 horas a contar desde las 12:00 pm, hora punta de Zimbabue, podrían efectuar los movimientos oportunos. *** El valor de las acciones de la sociedad se depreció más de un quince por ciento durante la jornada. Corbata Rasgada de Negro pidió prestado un paquete de títulos de la compañía atacada por el BOT. Este paquete lo vendió a un precio. Transcurridas las 24 horas señaladas por Hazmerreír volvió a adquirir un montante de títulos igual al prestado. Con la operación obtuvo una ganancia resultante de la diferencia entre el importe de venta y el de recompra. Finalmente, devolvió a su titular la misma cuantía de valores objeto del movimiento especulativo. Descontó la prima de la operación y desvió los beneficios a una cuenta privada. Esta fue su última operación en corto antes de la prohibición y de la apertura del MPPI. El BOT se autodestruyó. Corbata Rasgada de Negro se recostó en su magnífico sillón e intentó visualizar la persona u organización que le facilitaba aquella preciada información. *** Hazmerreír, por su lado, no tenía el más mínimo interés en imaginarse a los destinatarios de sus acciones, ni a ninguna otra persona. Necesitaba tiempo para sus asuntos. Cogió un refresco y dio un largo sorbo. Se dedicaría a uno de sus pasatiempos favoritos. Operando desde la deep web, abrió una página de pedofilia y pederastia creada por ella. Cuando algún usuario clicaba el enlace para acceder a ella, otro virus informático se instalaba en el ordenador desde el cual se conectaba. Toda la información que contenía era volcada y transferida al de Hazmer96
reír. Una vez lo tenía bajo su control, dependiendo de su humor, le borraba el disco duro o, como aquella tarde, se metía en el correo del utilitario hackeado. Una vez dentro, mandó un mensaje privado desde el correo del pervertido internauta a la policía en el que adjuntaba una colección de fotografías de niños y niñas. Navegó distraídamente por la Silk Road Keeps Rolling comparando productos, cantidades y calidades. Se abasteció de cien gramos de marihuana índica procedente de Afganistán, de la que te deja bien amodorrado. Cuando hubo terminado con éstas y otras tareas, se vistió con una gruesa chaqueta y salió al exterior. Hacía dos días que no veía la luz del sol. Era un atardecer frío y la base militar en la que residía aparecía triste y sin movimiento. Entró en un pequeño cuartel y saludó al General de la Estepa por cortesía. A veces, se obligaba a entablar cortas conversaciones con terceras personas, con la intención de que sus ínfimas habilidades sociales no desaparecieran del todo. Sin embargo, el general era demasiado bruto hasta para charlar. El General de la Estepa apenas le contestó. Tenía ganas de disparar. Comandaría unas prácticas de tiro de mortero para el día siguiente, eso lo animaría.
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CAPÍTULO 50
Las pruebas en contra del acusado que repasaba Abogada Activista eran ciertamente crueles. Había sangre, dolor y desprecio. Del material recopilado durante la fase de instrucción, le llamó la atención una lista de las páginas web visitadas por el imputado. Abogada Activista encendió su ordenador y se dispuso a visitarlas, con ánimo de llegar a comprender el funcionamiento psicológico de aquel hombre. El primer portal que abrió era de accidentes. Quedó impresionada. Vídeos de automóviles a gran velocidad que se estampaban contra otros, fotografías de cuerpos ensangrentados y de motoristas aplastados por camiones. En una pestaña se anunciaban accidentes domésticos y deportivos: piernas rotas, quemaduras y otros incidentes que conjugaban el dolor y la ironía. La siguiente dirección, para una persona como ella que había sufrido en silencio, la dejó anonadada. Pudo ver en directo cómo un grupo de africanos quemaban a otro africano, observó a unos musulmanes apedreando a un hombre indefenso y a narcotraficantes latinoamericanos que decapitaban a integrantes del cártel enemigo. También vio un tiroteo en Estados Unidos, batallas campales de los europeos y a asiáticos torturando a animales. Atada por las manos y colgando boca abajo, una mujer era azotada por un hombre con una varilla flexible. Cada golpe que le asestaba dejaba un largo cardenal rojo sobre su piel. Cuando había recibido suficientes golpes, las marcas se convertían en oscuras y alargadas desgarraduras. El castigo no finalizaba y de las oscuras heridas empezaba a manar sangre. Durante el largo espectáculo la mujer lloraba y lanzaba angustiosos gritos de dolor. Los brazos, el vientre, los pechos, la espalda, las nalgas y las piernas quedaron lacerados. Abogada Activista apartó de un manotazo su portátil. «¿Qué ha hecho el acusado? —meditó asustada—. No ha hecho nada. Ejecutar una conducta. Simplemente ha cumplido según unos patrones de comportamiento, ¿qué tiene ello de repudiable? ¿Acaso se va a enjuiciar a cada uno de los individuos que realizaban un comportamiento reprobable? La 98
violencia forma parte del ser humano, incluso la más desafortunada, degradante e inclemente.» Se estaba alcanzando un profundo conocimiento de la psique humana, de una especie resentida que empezaba a dar muestras de agotamiento de su propio descontento. No era solo la pobreza, sino el regocijo en las conductas más destructivas y enfermizas. Un ansia imparable por superar el miedo más extremo. Abogada Activista había escuchado en multitud de ocasiones la expresión «que reviente todo de una vez» o el deseo de «que aprieten el botón rojo», palabras pronunciadas por personas cansadas de luchar contra no sé sabía qué. También había escuchado la voluntad de volver a los orígenes, de retornar a nuestros instintos, de una vuelta a lo prehistórico y a lo salvaje. Al menos sería cierto y permitiría conceptuar al ser humano de nuevo. Miró sus apuntes de la causa penal y leyó la palabra «acusado». ¡Qué insignificante frente el maremágnum continuo de crueldad y agresión! Ese caso no era más que una gota en el océano. Sintió rechazo y pavor.
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CAPÍTULO 51
Las fuerzas democráticas se esmeraban por mantener la felicidad de sus ciudadanos. Hacían grandes esfuerzos para que las canciones fueran más alegres, las películas más guasonas y la televisión más impactante. También proporcionaban numerosos objetos. Básicamente, objetos de consumo y aparatos que entretuvieran a la población: cortadoras de césped, colchones, videojuegos y comida en abundancia. Todo orquestado para otorgar placer, tanto placer que se terminaba reventando de placer. Se promovía cualquier iniciativa destinada al placer. El placer se traducía en consumo, y ello traía consigo animales glotones y ansiosos. La glotonería no se reducía a la comida, sino a todo aquello que era consumible. El capital había conseguido convertir en bienes de consumo respuestas humanas como la risa, la proyección artística, la pena y el dolor físico. Sin embargo, desde una postura escéptica, la avaricia, la glotonería y la lascivia no son conductas reprochables, sino características humanas. Lo que sí era criticable era su soledad. La soledad con la que se acumulaba el dinero, la soledad con que se engullían los alimentos, la soledad de la carcajada o la soledad del acto sexual por el placer. Esa soledad que aísla al individuo en un mundo masificado. Las fuerzas democráticas, altamente interesadas en el acto solitario, propugnaban las conductas que consolidaban la individualización y el consumo solitario. A mayor producción, una mayor diversificación de productos y un mayor consumo. En consecuencia, una mayor diferenciación entre unos y otros, y un nivel superior de soledad.
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CAPÍTULO 52
—¿Por qué a la gente le gusta reír? —le preguntó Rebeca de su Abuela a Cazadora Raída. —No lo sé —le contestó. —Les encanta reírse y divertirse. No me atrae nada. —Estarán nerviosos. —Yo no me río mucho —reflexionó Rebeca de su Abuela. veo.
—No está la situación para reírse. A mí tampoco me hace gracia lo que
—Se ponen rojos de tanto reír. Me gusta disfrutar, pero eso de reír sin parar… La risa no aporta gran cosa. A veces parece que nuestro destino es reír y poco más. —¡Todos a reír! —exclamó Cazadora Raída. Por el sendero del jardín de la universidad se acercó Chaqueta Cochambrosa y se sentó junto a ellos. —¿Qué hacéis? —Discutíamos del porqué de la risa y la necesidad de reír —le respondió Rebeca de su Abuela. —Vaya discusión. —Ha empezado ella, con sus extrañas dudas —aclaró Cazadora Raída. —Son tiempos difíciles y la gente tiene que pasarlo bien —dijo Chaqueta Cochambrosa. —¿Y reír les va a facilitar algo? Menuda perspectiva. Me voy a hacer una entrevista de trabajo con una carcajada. —No es eso. 101
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué divertido! Contratado. —Le van a bajar el salario a mi padre, como si no hiciera suficiente. Las horas extras no las cobra —comentó Chaqueta Cochambrosa. —Que vaya a clases de risoterapia como paliativo. —No le iría mal, cada día está más serio y preocupado. —Al menos tiene trabajo —dijo Rebeca de su Abuela—. Yo tengo que aguantar a mi tío todos los días diciendo tonterías. —¿Habéis visto a los más pobres? —preguntó Cazadora Raída. —¿A quiénes? Hay tantos... —A esos que se les ha quitado la sonrisa de la cara.
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CAPÍTULO 53
Un sol abrasador barría con fuerza la superficie de la pampa. El suelo se agrietaba formando profundos surcos, implorando que una lluvia amenizara su descomposición en una tierra estéril. Remolinos de arena cada vez más fina se revolvían sobre el árido páramo, convirtiendo el terreno en una superficie baldía e inerte. La escasa vegetación se desmoronaba rendida ante el imponente resplandor solar. La naturaleza, sedienta, languidecía. Los pantanos eran una mancha oscura en las hondonadas, rodeados de unas matas diminutas que estiraban sus brotes para alcanzar las últimas partículas de humedad. Los mamíferos escarbaban hoyos en el fango, de cuyo fondo absorbían un agua parda y grumosa con la que refrescaban sus deshidratados cuerpos. Antes del amanecer, entumecida y sin calor corporal, la lagartija se arrastraba fuera de su guarida en busca del preciado líquido, exponiéndose a ser el desayuno de cualquier alimaña. Sus endebles patas apenas levantaban el estómago del suelo. Con gran dificultad salía de su grieta. Reptando entre caparazones resecos de cucarachas, sorteando huesos despellejados y cuerpos putrefactos, se aproximaba a una laguna. Se incorporaba sobre sí misma para chupar las pequeñas gotas que colgaban de las briznas de hierba. Las vibraciones de los aleteos de aves nocturnas le llegaban desde las alturas, apremiándola en su cometido. Alguna vez había observado cómo una congénere era elevada, indefensa, por los aires, estrujada por una potente garra. Con el pulso acelerado por la tensión, reptaba alocadamente en busca de su brizna de hierba, de su gotita de agua, antes de ser presa de un ave de rapiña.
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CAPÍTULO 54
Reinaba una alegría inconcebible. En una gran sala modernísima, circundada por enormes pantallas, el alcalde de una ciudad, junto con otras personalidades políticas, invitados de honor del mundo de las finanzas y algún que otro representante de la cultura, inauguraban la primera sesión del MASSIVE PRODUCTION POPULATION INDEX. Sonó un repicar de campanas y se levantó un rumor histérico en la sala. Era el pistoletazo de salida para la compra en masa de todo tipo de cotizaciones. Los valores bursátiles determinados por enrevesados algoritmos se dispararon y los modelos predictivos del mercado fueron rápidamente pulverizados. Por fin, el capital había superado al ser humano que ahora era objeto de una subasta continua. Se inició una febril especulación a favor y en contra de la alfabetización de Asia meridional, de la capacidad productiva de un gremio panadero de Europa Central, de la proliferación de bacterias intestinales o de las posibilidades de supervivencia en un campo de refugiados. El pasado, el presente y el futuro se iban a difuminar por los trazos de las subidas y bajadas del MPPI. Los neonatos serían la consecuencia de una intensa especulación, así como el fertilizante del cultivo de arroz y el aumento del precio de agua contaminada, en definitiva, de la vida humana y el medio. Todo al servicio de un nuevo orden mundial regido por movimientos financieros. Los gobiernos dispusieron de abundantes dotaciones de dinero para abastecer el riego monetario al índice y mantenerlo con vigor. Ya solo cabía normalizar el novedoso sistema y paliar las desviaciones. El MPPI era el resultado de una acción global concertada por las instituciones internacionales, los presidentes y los ministros, las entidades financieras y los fondos soberanos. Por supuesto, los ciudadanos también dieron su conformidad, puesto que no era necesario preguntarles: habían transferido su poder de gobierno años atrás, decenios atrás. Ni habían sido educados para decidir, ni 104
siquiera su genética les proporcionaba la aptitud de decisión. El individuo jamás gobernaría un solo acto propio. *** Corbata Rasgada de Negro no salía de su asombro. Le rodeaba tanta excitación que era imposible abstraerse. Le divertía. Adquirió unas predicciones relacionadas con los meteoritos de Norteamérica, un acto que realizó por pura inercia en la misma sede del índice, algo que nunca había hecho. No le extrañó ver a lo lejos a su antigua compañera y amiga, Viuda del Trabajo. Observó cómo le alargó la mano a un desconocido mientras pronunciaba su atractiva sonrisa. El interlocutor se la estrechó con satisfacción. Las palmas quedaron unidas y la expresión del hombre cambió de repente. Su rostro se transformó en una horrible mueca de desesperación. Viuda del Trabajo soltó su mano y se marchó apresuradamente entre la marea de brokers. El hombre cayó de rodillas, ahogado en su propia desdicha. Corbata Rasgada de Negro la siguió con la vista y comprendió que el proceso social empezaba a manifestarse.
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CAPÍTULO 55
Figura Estrafalaria blandía su enorme tripa desnuda ante los transeúntes. Sí, iba con su panza al descubierto y amenazaba con ella a las personas con las que se cruzaba. —Es mi vergüenza —les chillaba cuando pasaban por enfrente suyo. La gente se apartaba entre sorprendida y asqueada, pero él seguía con su epopeya. En una de ésas, se cruzó con otra persona que le doblaba en barriga, peso y masa. —¡Oh, gran señor de la barriga! —empezó a decirle—. ¡Gordo salvaje! ¡Gordo circular! ¡Imagen abrupta y disconforme! ¡Qué abominable forma adquirida! La pobre persona no pudo esquivarle, pues su andar pesado le impedía alejarse de Figura Estrafalaria quien le persiguió dirigiéndole todo tipo de alabanzas. —Por favor, déjame en paz —le pidió el otro obeso. do!
—¡No! ¡No pienso abandonarte en tu desdicha oronda! ¡Eres el gran gor—¡Déjame en paz!
—¡No puedo dejarte en paz! Eres sin igual, eres la no forma, eres punto enorme frente al asterisco. El gran gordo hizo acopio de fuerzas y tras tomar impulso consiguió recorrer unos metros, pero sin lograr zafarse de su perseguidor. —Siente la vergüenza —le dijo Figura Estrafalaria. —No siento vergüenza, solo quiero que te largues. denó.
—No lo haré hasta que reconozcas tu indecencia. ¡Reconócela! —le or-
—¡Lárgate! —le gritó entre entrecortadas bocanadas de aire causadas por su corta carrera. 106
—¡Víctima de la opulencia y la gula! Te domesticaron para que tragaras sin compasión y sin piedad. Te encantan los bufetes libres. Seguro que tu abuela te llenaba el plato de langostinos, arroz, pizza, frituras y más. —¡Ella no tiene la culpa! ¡Vete! —¿Ves lo que te pasa? Estás a mi disposición, puedo hacerte lo que me venga en gana. móvil.
—Voy a llamar a la policía —le respondió con rabia mientras sacaba el
—Llama a quien quieras, no vas a conseguir nada. Reconoce tu dolencia y te liberarás. Busca auxilio, no vaya a ser que te caigas. Alguien que te agarre por tus brazos mantecosos y te ayude a caminar. ¡Gordo, gordo, gordo! —gritaba mientras se alejaba, blandiendo de nuevo su barriga por las calles de la ciudad.
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CAPÍTULO 56
Las baldosas del cuarto de baño de Doña Espátula resplandecían como nunca. El nuevo producto de limpieza que había traído Doña Fregona era fantástico. Incluso ella misma estaba sorprendida. ¡Menudo acierto! Limpia Machacas. Se lo haría comprar a la dueña. Todo un descubrimiento, y eso que no lo anunciaban por la televisión. —¿Por qué se conocen tan poco algunas marcas y otras son conocidísimas? —se preguntó. El brillo se extendía por todo el baño. En el espejo rebotaban los haces de la luz eléctrica, el linóleo color marfil emitía destellos y la grifería parecía de plata recién pulida. Tocar cualquier objeto del baño, pisar el suelo o mirarse al espejo podría parecer un acto impío, casi sacrílego. —¡Qué contenta se pondrá Doña Espátula! Esto es un verdadero lujo, ahora sí que es una casa de millonarios. Cualquier persona se quedaría maravillada con tanto destello y remulgor, remulgir no… ¿Cómo se dice?… ¡Refulgir, eso es! —Miró pensativa la bañera, el bidet y la pila de las manos—. Cuando algo centellea y despide luz es sinónimo de riqueza —murmuró en voz baja y concentrada—. ¿Por qué nos gustan tanto las luces y el esplendor? ¿Por qué el lujo son luces y brillantina? Al igual que en los conciertos, mucha luz y resplandor. En la tele pasa lo mismo, todo brilla. Seguro que utilizan Limpia Machacas. ¿Por qué nos atrae la luz y el brillo? Como el oro. ¿Nos proporciona caché, estilo y clase? ¿Es el lujo una huida de nuestra naturaleza vulgar y humilde? ¿Una huida de nuestra condición simplista y poco más? Uf, cuántos interrogantes. Los ricos siempre tienen el coche impecable. Si brilla se ve más y llamas la atención. Entonces... Entonces, lo que se consigue es destacar. Qué curioso. La pretensión del lujo es destacar, por eso se intenta brillar y… —¡Pero bueno, doña Fregona! ¿Qué milagro es éste? —entró exclamando Doña Espátula. tula.
Doña Fregona la miró intrigada, pendiente de la reacción de Doña Espá-
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—Está impoluto —continuó la dueña. —Sí, es verdad —contestó un tanto escéptica Doña Fregona. —Increíblemente limpio. ¿Cómo lo has conseguido? —Con Limpia Machacas. —¡Ja, ja, ja! Casi me ciega la vista, es impresionante. —Ha quedado muy bien y resplandece. —Me encanta. —¿La atrae el brillo? —¿Que si me gusta? Cómo decírtelo sin decir una ordinariez... —¿Cree que el gusto por el brillo es un sentimiento primitivo? —le preguntó de pronto Doña Fregona. —Qué ideas tienes. A las personas nos cautivan las cosas pulcras y resplandecientes, pero eso no es un sentimiento. La higiene y la limpieza son atributos de las personas. Y cuanto más aseado, más higiénico. —Claro. —No pienses cosas raras, no distraigas la atención de lo que haces. Eso te ayudará. —Así lo haré, pero a veces una se hace preguntas. —Eso es bueno, aunque es mejor dejarlas de lado, si no... ¡Ji, ji, ji! Te vuelves loca. *** Al terminar la jornada, Doña Fregona recogió su bolso y se marchó hacia su casa. Decidió no coger el autobús, para caminar un rato. Llevaba una hora caminando y se había adentrado en el centro de la ciudad. El atardecer caía veloz, se arrebujó en su abrigo y deambuló entre calles más apartadas y menos iluminadas. Las respuestas de Doña Espátula le seguían preocupando. Le resultaba extraño el comportamiento y la alegría que le había generado el brillo. Caminaba ensimismada, cuando de repente... «Vaya… ¿Qué es eso, una pistola? —Se acercó con precaución a un cubo de basura sobre el que descansaba un revólver de largo cañón. Alargó el brazo y lo cogió. El arma era pesada y entre sus manos inexpertas adquiría una inusitada ferocidad—. ¡Cómo pesa! Nunca había tenido una pistola. ¿Qué es esto tan pegajoso? —La sostuvo unos instantes con cierta aprensión y finalmente se dijo—: Creo que me la voy a llevar.»
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CAPÍTULO 57
La silueta oscura volvió a presentarse a los internautas. No era peligroso. Manifestaba su opinión, y en eso quedaba todo. De difícil etiquetado político, porque aportaba pocas pistas sobre sus afinidades, parecía tener motivaciones sociales. Se rodeaba de un halo de misterio que podía llegar a aburrir a aquellos que visualizaban sus cortas grabaciones. «Por los días que corren, no cabe sino comprender la realidad y las modificaciones que se están produciendo en la sociedad. Se habla de la desaparición de la clase media. No sabemos, a ciencia cierta, si la misma se desvanece o no; o si se ha trasladado y ahora se encuentra en otros países; o si su reducción es global, a nivel planetario... Por cierto, qué bien suena esta palabra al tratar un asunto social y una coyuntura: «La clase media desaparece a nivel planetario.» Es como si una guerra se hubiera desatado y la clase media debiera protegerse para no sucumbir. »Uno de los problemas básicos de la actualidad y que afecta a los medios de comunicación, es la indeterminación para designar y delimitar los nuevos acontecimientos. Hoy parezco más humano y persona con este discurso, pero no lo pretendo. Los medios de información, ante la impotencia para definir los sucesos actuales, se ocupan en rebautizar situaciones. Es una maniobra patética con el objetivo de confundir a la población. »Por ello, quiero clarificar la estructura social en la que nos encontramos sumergidos. A efectos prácticos, creo que es importante que cada persona conozca el estamento al que pertenece. Los ciudadanos tienen que saber que ya no podrán ser ciudadanos a secas: están predeterminados a iniciar una acción con consecuencias no necesariamente violentas, pero que sí implicará un mayor compromiso que la necedad de depositar una papeleta en una urna. »No deseo perder el hilo de la exposición ni alargarla, así que os comunico que si antes existían tres estamentos sociales —ricos, clase media y clase obrera—, esta clasificación ha sufrido una transformación. Ha desaparecido una 110
y las otras dos se han desdoblado, resultando los siguientes estamentos: ricos extremos, ricos, clase obrera y pobres extremos. ÂťLa historia nos ha enseĂąado en varias ocasiones que cuando la sociedad se transforma en este modelo, se adentra en un periodo prerrevolucionario.Âť
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CAPÍTULO 58
El informe ASAR fue rechazado por las fuerzas capitalistas y democráticas. Este informe, cuyo acrónimo obedecía a las iniciales de los cuatro economistas y estadistas que lo habían redactado, era «una broma de mal gusto, una negación del desarrollo económico y del capitalismo». Estos cuatro instruidos economistas realizaron un concienzudo pronóstico de la economía y de su potencial. Los resultados fueron decepcionantes. Según su estudio, la humanidad se enfrentaba a un período indeterminado de crecimiento negativo con débiles y capciosos intervalos de recuperación. El documento estaba absolutamente fundamentado con datos empíricos e irrefutables. De estos datos extrajeron secuencias numéricas, patrones matemáticos, valores referenciales e incógnitas. Tras complejas ecuaciones y operaciones hallaron sus resultados. Según el estudio, la situación era grave. Pero iba más allá. Vaticinaba un crecimiento del PIB mundial agonizante, tras el cual se iniciaría un declive de consecuencias impredecibles. Los factores reales de coste, precio y capacidad adquisitiva eran reveladores. No se podía negar que los precios de ciertas materias primas, alimentos básicos y necesidades humanas alcanzarían cifras astronómicas que muy pocos podrían asumir. La respuesta capitalista fue rápida: consiguieron ironizar sobre el informe y sus creadores, los cuales con sus mejores intenciones, habían pretendido advertir de la amenaza. Los gobiernos democráticos, por su parte, promocionaron un contrainforme que, fundándose en las energías alternativas y en la nueva estructura de mercado, presentaba un planeta verde y azul, impulsado por el desarrollo sostenido y la filosofía ecosocialista. Una propuesta tan hermosa que se hacía difícil no creer en ella.
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CAPÍTULO 59
A Abogada Activista no le había gustado el desarrollo del juicio al que había asistido por la mañana. Lo había preparado cuidadosamente, porque quería mantener alejado a aquel hombre de su esposa y de sus hijas. La había pegado varias veces en presencia de ellas. La pobre mujer no tenía ninguna capacidad para decidir qué hacer con su vida. Todo eran dudas, inseguridades y miedos. Su esposo, en cambio, estaba muy seguro de lo que quería: tener a la familia unida bajo su mandato. El abogado contrario había sabido dirigir los interrogatorios a un campo psicológico, demasiado profundo para discernir la conducta reprobable penalmente de la que no lo es. Durante el interrogatorio de la mujer maltratada, el letrado del maltratador —con voz muy suave y amistosa— procedió según un plan premeditado: —¿Es cierto que su marido sufre mucho estrés a causa de su trabajo? —Sí, es verdad. —¿Es cierto que llega muy fatigado y nervioso durante la semana a casa? —Sí, es verdad –respondió ella trémula, inmediatamente arrepentida de no negar hechos que solamente eran verdades a medias. El estrés laboral era la excusa que daba su esposo cuando estaban a solas. Después de un par de tortazos, de mala gana, pedía perdón. —¿Es cierto que todas esas horas, que tanta dedicación de su cónyuge a su trabajo, redundan en beneficio de la familia? —Sí, es él quien trabaja, pero dice que le gusta. —No le he preguntado si a su marido le gusta el trabajo. ¿Vamos a ver, cuánto tiempo pasa con la familia? —Pues llega todas las noches a casa después del trabajo y los fines de semana, como una familia normal. —¿Son una familia normal?
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—Sí,… O al menos, lo éramos. —¿Sufre su esposo en el trabajo? —No lo sé, de vez en cuando dice que le gusta. —Le reformularé la pregunta de otra forma, ¿vuelve feliz de la oficina o con estrés? —No lo sé. —¿Cómo que no lo sabe? Usted lo ve cada día. —Sí, pero no sabría decirlo. —¿Vuelve feliz o nervioso? —A veces contento y a veces nervioso, depende de cómo le haya ido el día. —Usted... ¿Qué está haciendo normalmente cuando vuelve a casa? —O con las niñas o cocinando... Tareas del hogar. —¿Ayuda a su marido con sus problemas? —Por supuesto, siempre estoy allí para ayudarle. —¿Cómo se llaman los compañeros de la oficina de su esposo? —Pues... No lo sé. —Si no sabe cómo se llaman sus compañeros, ¿cómo pretende ayudarle? ¿Sabe cuáles son las adversidades por las que atraviesa su marido en el trabajo? —Él me las explica por encima y hablamos... —Denos más detalles, por favor. —También tratamos otros temas, no creía que fuera tan importante resolver sus problemas laborales. Nunca los ha planteado como si tuvieran la culpa del estrés... —¿Y usted, le explica los suyos? —Nunca le he ocultado nada. Él sabe todo lo mío. —¿Y la ha apoyado? —Sí, me ha apoyado. Si me dejan, les explicaré. Yo tengo una tristeza que me acompaña. No es que sea una mujer depresiva, eso no, pero sí tengo esta visión melancólica que me entristece. —¿Le cuesta ser feliz? —Bueno, la felicidad es difícil de conseguir. Soy feliz, pero no consigo abstraerme de una tendencia amarga de la existencia. —¿Se considera usted una víctima en un mundo difícil? 114
—La vida es muy complicada. No es fácil, y a mí me cuesta mucho. —¿Qué le cuesta mucho? —Vivir. —O sea, que las circunstancias que la rodean le dificultan la vida y su evolución. —Sí, podría decirse así. —¿Participa de esas circunstancias? ¿Dispone de ellas? —¿Qué quiere decir? —Qué si usted modifica las cosas, su entorno, para acomodarlo a su sentimientos. —No llego a modificar las circunstancias, pero sí que influyo en ellas. —¿Cree usted que puede influir en el nerviosismo de su marido? —Claro, yo intento apaciguarlo, pero es complicado. —¿Cómo lo intenta? —Pues calmándolo, haciéndole ver que la vida no es tan dura... Es difícil. —¿Difícil como las otras circunstancias que la rodean? —Bueno, sí... Es otra dificultad a la que me enfrento. —¿Otra dificultad de las que provocan su visión melancólica y triste de la vida? —Por supuesto. Que mi esposo lo pase mal en el trabajo es un motivo de tristeza y decaimiento. —¿Se ha sentido especial cuando su marido, según manifiesta, la ha golpeado? —Bueno, yo... *** «Claro que conozco todo el rollo de la víctima y su participación en el delito —pensaba para sí Abogada Activista más tarde, en su oficina—. ¡Qué tontería! Ahora resulta que a las mujeres les gusta que las peguen como a un saco de boxeo, que así se sienten realizadas. ¡Maldita violencia! Y cada día más violencia: conyugal, social, policial, escolar... ¿Cómo va la sociedad a parar esto? ¿Es el resultado de una política, de un sistema social? ¿Qué es todo esto? Es necesario detener la violencia, porque está aumentando cada día. El Estado no adopta ninguna medida para concienciar a la población. No existe una educación, un programa escolar para paliar la creciente violencia. Al contrario: Cada vez hay más películas en las que se ensalza a un héroe capaz de matar a otras personas.
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Toda una cultura de violencia para los cobardes que la miran sentados desde su sofá. Siempre bajo la justificación de un valor de venganza que legitima el acto violento. Es tan importante para los hombres sentirse capaces de matar... ¿Acaso eso les proporciona protección? Con tal de sentirse seguros adoptan las conductas más cobardes, las más obscenas.»
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CAPÍTULO 60
La pintura verde fosforescente era la más apropiada para el proyecto de Figura Estrafalaria. Compró dos latas de cinco kilogramos de pintura verde fosforescente, bien llamativa. Durante el resto del día estuvo preguntándose a que institución, administración u organismo atacaría esa noche. ¿El Parlamento? ¿La Agencia Tributaria? ¿Servicios Sociales? Todos eran potenciales objetivos. Estaba fuera de sí de contento. Cuando llegó la noche, en solitario y avanzada la madrugada, recogió una brocha y un bote de pintura y se marchó con su peculiar caminar al centro, en busca de una institución emblemática de la democracia. Apareció con su amplia sonrisa, con sus alegres intenciones y sus descuidadas barbas, ante la Oficina del Consumidor. El edificio estaba protegido con unas cámaras que grababan la fachada y los laterales, pero no por ello su iniciativa resultó repelida. Sin más demora, destapó el bote y se lo colgó del brazo. Con la brocha en la mano, se dirigió a la entrada principal y empezó a escribir su reproche social. El guarda de seguridad, sentado incómodamente en una silla del vestíbulo, observó por el monitor cómo una silueta voluminosa se acercaba a la entrada. Parecía un simple transeúnte. No le prestó mayor atención, bajó la vista y siguió ojeado una revista, ostensiblemente aburrido. Cuando fijó de nuevo la vista en el monitor, comprobó que la silueta seguía en la fachada y que se desplazaba hacia la derecha mientras trajinaba con algo. —¡Qué ostias! —se levantó, cabreado. Llegó corriendo a la puerta principal. Sacó las llaves de su bolsillo y, con grandes dificultades, abrió la puerta a la vez que increpaba a Figura Estrafalaria. —¡Eh, tú! ¿Qué haces, cabrón? ¡Te voy a dar una paliza! —Ya casi he acabado —le contestó Figura Estrafalaria. —¡Hijo de la gran...! 117
—Ya está, ya me voy. nado!
—¡Tú no te vas! —le gritó el guardián desde la entrada— ¡Te la has ga—¡No te acerques! —¡Levanta las manos y contra la pared! —¡Jamás!
Sin seguir su consejo, el celador se acercó con la amenaza y el cabreo plasmados en la cara. Figura Estrafalaria cogió la lata de pintura y tiró su contenido fosforescente a la cabeza del vigilante, que quedó embadurnado de arriba a abajo. Parecía una luciérnaga. —¿Qué has hecho? —aulló el guardián cuando sintió que una pátina gelatinosa se esparcía sobre su cuerpo. Figura Estrafalaria miró al guarda y escuchó los gritos de una cabeza marciana color verde chillón. —Lo siento —se disculpó mientras giraba sobre sí mismo y accionaba las piernas para huir toda velocidad. El vigilante, descompuesto y triste, se quitó la pintura de los ojos y de la boca. Miró la fachada para comprobar que estuviera intacta, pero no... La había desfigurado con un mensaje: NEVERA, TELE Y SOFÁ —Pero… ¿Qué ha hecho ese miserable? —se preguntó. Un prolongado temblor sacudió su organismo al pensar en las excusas que tendría que dar para justificar el incidente.
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CAPÍTULO 61
—Muy inteligente por su parte —le dijo el agente gubernamental a Corbata Rasgada de Negro. Se encontraban en la sede de la Agencia Gubernamental de Control de Capitales y Flujos Monetarios. —No sé de qué está hablando —le respondió. —Todos estos millones que andamos como locos buscando, que figuraban en las cuentas de sus clientes y que ahora no localizamos, resulta que son de clientes extranjeros. Justamente de países extranjeros con los que se firmó un convenio internacional... En consecuencia, las ganancias obtenidas tributan en su país de origen, escapando a nuestro control. Corbata Rasgada de Negro no dijo nada. Siguió mirándolo con profundo desprecio. —No tenemos medio alguno de comprobar qué ha pasado con estas cuentas. —Son cuentas personales. —¡Tonterías! Sé que son cuentas personales, pero ¿cómo puedo saber que realmente ha entregado el dinero? Pues ¿sabe qué? No ha tenido tanta suerte —le amenazó el funcionario. Corbata Rasgada de Negro sufrió un leve espasmo en su mano izquierda. —He revisado a todos sus clientes y he dado con dos que se han nacionalizado en nuestro país este año. Sabe lo que esto significa, ¿verdad? —El inspector se divertía con su explicación—. Finalmente tendrá que aclararnos este embrollo. En breve nos veremos las caras otra vez, y tendrá que ofrecernos razones convincentes, salvo que la información que nos ha proporcionado sea cierta. —No va a descubrir ninguna anomalía —le aseveró Corbata Rasgada de Negro. Su mano izquierda volvió a sufrir otro espasmo.
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—No tengo nada más que decirle —le dijo el agente invitándolo a salir con un ademán. Le ofendía el trato del agente gubernamental, y más aún la dedicación y ceño con que desempeñaba su trabajo. El agente ejercía su función sin criterio alguno, sin cuestionarse su conformidad o su no conformidad. Lo que más le molestaba a Corbata Rasgada de Negro era que este mismo agente habría desempeñado su cargo bajo las órdenes de cualquier otro gobierno, ideología o régimen, por lo que su función social era muy discutible. Llegó a sus oficinas y una vez sentado en su escritorio, sacó un folio de papel y escribió: AYUDA MERCENARIO Con adhesivo, enganchó el folio en un costado del maletín que aquella misma noche dejaría caer por un sumidero.
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CAPÍTULO 62
Rebeca de su Abuela se esforzaba en consolar a sus amigos. Era un comportamiento no premeditado y que le surgía espontáneamente. Sus amigos, al contrario, promovían su disgusto cuando expresaban acaloradamente su desasosiego. No estaban reunidos, tal y como se entiende una cita programada, sino que una charla entre colegas de universidad se había convertido en una declaración de serias intenciones y compromisos. —Las manifestaciones no sirven para nada —afirmaba Gafas Oscuras, que se había añadido al grupo—. Llevamos años manifestándonos. —Son una soberana tontería —corroboró otro—. Eso de pintar unas pancartas y caminar por la ciudad es absurdo. Se burlan de nosotros y nos conceden un derecho al pataleo que nunca es escuchado. —Encima, si les da por ahí, te pegan un porrazo —refirió otro que seguramente habría recibido alguno. —No sé para qué sirve la policía —se cuestionaba en el grupo—. Deberían apoyarnos. —Hacen su trabajo —respondió una chica—. Un trabajo dudoso, porque va dirigido contra estudiantes y ciudadanos, pero les pagan por hacerlo. —Pero si no vamos a matar a nadie... —Ellos también se han manifestado, y tampoco les han hecho caso. —Lo que me fastidia de las manifestaciones es que, en el fondo, piden que la población vuelva a tener dinero para gastarlo y recuperar sus comodidades — dijo Cazadora Raída—. A mí eso no me interesa, está pasado. Quiero que dejen de gobernar. No me interesa seguir gobernado por estas personas, ni por este sistema, ni por nadie.
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—Estoy de acuerdo, no pienso aceptar un derecho más bajo un gobierno que genera pobreza y desamparo. —Es lo de siempre, unos lo tienen todo y el resto no tiene nada. *** Las conversaciones se sucedían, unas sobre otras, propagando el descontento, el enojo y la impotencia de los jóvenes. Lo que empezaba como una simple observación al salir de clase, crecía, se esparcía entre los estudiantes y terminaba en una exaltada concentración a las puertas de la universidad. La juventud daba muestras de un odio irreductible contra un enemigo común: el Estado democrático y capitalista. *** —La conducta humana provoca vergüenza. Mi propia conducta me avergüenza —dijo Chaqueta Cochambrosa a sus compañeros una tarde, con voz potente y segura—. Una persona consciente y actual no puede sino sentir una vergüenza extrema por existir y por cómo se ha organizado el humano en sociedad. Y la vergüenza es un sentimiento insoportable. Si cada segundo que pasa por cada acto que realizamos sentimos vergüenza, es imposible vivir racionalmente. Destruir y acabar con las causas que provocan esta vergüenza se convierte en un imperativo para nuestro bienestar y nuestra supervivencia.
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CAPÍTULO 63
Leído en Wikipedia en febrero de 2012: Antidemocrático es un término utilizado para referirse a una posición que rechaza la democracia como la forma más adecuada para tomar decisiones dentro de un determinado tipo de organización social. Hasta la Independencia de Estados Unidos. En 1776, la democracia fue rechazada de manera generalizada como una buena forma de gobierno. Desde entonces, la misma fue aceptada en forma creciente como el mejor sistema para tomar decisiones colectivas, tanto en las organizaciones estatales como sociales y privadas. Sin embargo, contra lo que muchas veces se sostiene [...] la aceptación de la democracia no ha sido unánime, y en muchas organizaciones, campos y países, existen grupos y personas que se oponen a la democracia, sosteniendo que existen mejores formas de tomar decisiones. El término «antidemocrático» es de uso habitual para descalificar las opiniones, actos y mecanismos decisorios de los opositores. Características de la posición antidemocrática. La posición antidemocrática puede apoyarse en algún tipo de pensamiento elitista, que sostiene que un pequeño grupo de miembros de la organización de que se trate, puede dirigir mejor la organización y satisfacer mejor los intereses comunes que la mayoría. También puede plantearse en términos de que el exceso de democracia en ciertos aspectos puede ser contrario a la libertad individual y la razón, dándole a la mayoría el poder de reglar la vida privada o argumentando que idealizar la democracia, exaltando las mayorías o el pueblo, puede favorecer la aparición de la oclocracia o el populismo. Este tipo de posición suele predominar en organizaciones militares y económicas respectivamente. En las primeras, se sostiene que las características de la guerra impiden que las decisiones sean tomadas de manera deliberativa; en las segundas, el derecho de propiedad impone la preeminencia del aporte de capital sobre el aporte personal a las empresas.
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CAPÍTULO 64
En otra ciudad, en otra cloaca, Humano Viscoso recibió otro cargamento de armas. Dos vagones de trenes fueron descargados en el interior de un túnel olvidado. Humano viscoso comenzó a abrir las cajas con una pata de cabra. Extrajo fusiles de asalto y pistolas de varios calibres. Cada arma iba acompañada de abundante munición. Las dispuso por meticuloso orden. Las bocas de los cañones, la posición en las que descansaban los fusiles sobre su culata, el color mate y el orden de su colocación en una larga fila, ejercían una potente seducción que su intelecto asimilaba. Al día siguiente muchos ciudadanos hallarían una pistola o un fusil. Lo guardarían secretamente en sus hogares para que nadie tuviera conocimiento de su preciado artefacto. La posesión de un arma permitiría a las personas manifestarse con más contundencia en unos casos y, en otros, abrigar intenciones con mayor posibilidad de éxito. Humano Viscoso dispersaba la semilla de la confrontación. Cuando terminó el reparto del armamento de forma aleatoria por la ciudad, se acercó a una canaleta por la que caía un líquido denso y se dio una ducha de viscosidad. Agarró una gran caja reforzada con plomo y acero y la colocó entre dos tracciones de un vagón. Se frotó las manos repetidamente y la viscosidad que las recubría se convirtió en una sustancia pegajosa. Apretó las manos contra el fuselaje y quedó sujeto al tren. Pasada una media hora, cuando el tren partió, se lo llevó consigo junto con su caja, destino a otra ciudad, a otro país.
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CAPÍTULO 65
Bufanda Roja se había despertado con pereza. Su vida solitaria ya no le era tan placentera como en su juventud. Rayaba los sesenta y habría agradecido la compañía familiar. Preparó su desayuno y se sentó en el saloncito de su hogar mirando la amplia librería que cubría toda una pared. Los estantes se encontraban abarrotados de tomos de todos los tamaños y colores. Había unos encima de otros, y estantes con una doble hilera de ejemplares. Eran los fieles compañeros de Bufanda Roja que no podían hablar. El libro impreso perdía peso frente a las nuevas tecnologías. Ya no era necesario tener una gran librería con que demostrar la cultura, inquietudes y motivaciones personales. Ahora dependía de diminutos aparatos que contenían toda la información universal: minúsculas enciclopedias. Sintió autocompasión y por un momento se imaginó su propio funeral. Repasó los últimos acontecimientos que había presenciado y protagonizado: su partido, sus colegas y los jóvenes. Sin duda alguna la sociedad podía estar cambiando, una voluntad comunitaria se estaba formando. Podría ser que se retomaran antiguos valores perdidos o en desuso. «¿Por qué siendo necesarios los valores familiares, considero superiores los comunitarios? —pensó Bufanda Roja—. Las sociedades primitivas se organizaron en pequeños clanes donde primaba la búsqueda y la obtención del beneficio colectivo. Sin la comunidad, el individuo está desamparado y la familia difícilmente puede sobrevivir. Somos una especie sociable y civilizada. Existen unos valores por encima de los particulares y familiares. Sin embargo, el concepto religioso de la familia, el egoísmo familiar, la avaricia económica y los valores individuales capitalistas destruyen la estructura social más genuina. »Si divisáramos una ciudad desde un punto elevado no veríamos individuos, ni familias, sino una organización colectiva, un movimiento de masa, una repetición de actos y trayectos, al igual que cuando se observa un hormiguero. Eso es lo que somos: una estructura social, y sus valores son los 125
que deben ser propugnados, no los sustentados por un compromiso privado o familiar.» Así razonaba Bufanda Roja aquella mañana, acertada o desacertadamente. Más adelante no volverían a aflorar tales ideas, ni su ánimo decaería. Una fuerza potente y desgarradora se apropiaría de su identidad, por lo que no se plantearía intrincadas y confusas reflexiones.
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CAPÍTULO 66
—Avisa a un enlace —le dijo el General de la Estepa a su ayuda de cámara. El general se quedó meditabundo, apoyado en la mesa de su despacho, esperaba. Mientras esperaba, repasaba las funciones de sus subordinados con su particular punto de vista castrense. «La fortuna de los enlaces ha quedado relegada a tareas irrisorias — pensaba—. Ahora se pasean vagabundeando por el cuartel buscando con qué matar el tiempo. ¡Pobres soldados! Ellos que habían sido los más valientes, que habían soportado las misiones más peligrosas y salvado batallones enteros, se han convertido en unos completos haraganes. En otra época se los valoraba por su velocidad, por su disciplina y por la determinación con que cumplían las órdenes.» Entró el correo militar, un soldado corpulento y con aspecto aburrido. Su superior le miró sopesando su coraje. —Entrega esta notificación al servicio de telecomunicaciones —le ordenó, alargándole un sobre cerrado. El enlace se alegró al escuchar el destino. Cogió el sobre y lo guardó en el interior de su abrigo militar. Salió de allí y se dirigió al edificio de telecomunicaciones. Saludó al guardia que vigilaba la puerta y entró en el edificio. Otro soldado custodiaba la puerta de un ascensor interior. Entró en él y apretó el botón de la planta subterránea. Al cabo de dos minutos la puerta se abrió y vio ante él la planta inferior, que simulaba un apartamento: una pequeña cocina, un dormitorio, un baño apartado y un amplio salón surcado por cables, monitores y equipos informáticos de distintos tamaños. Le llevó unos segundos divisar la figura de Hazmerreír. —Traigo una notificación para usted —dijo alzando la voz para hacerse oír. No obtuvo ninguna contestación. Repitió su encargo con una estridencia en su voz.
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—Pues déjala por ahí —le respondió por fin Hazmerreír con desgana. —Es urgente —precisó el enlace. —¿Qué clase de estúpido eres? —dijo Hazmerreír, avanzando hacia él entre cables y ordenadores—. ¿Qué puede ser más importante que lo que estoy haciendo? —Es un mensaje urgente —repitió el militar mientras pensaba: «Qué buena estás, loca.» —Dámelo —le arrancó bruscamente la misiva de sus manos. El enlace se quedó mirando fijamente a los ojos de ella. —¿Qué haces? ¿Sabes lo que te pasaría si tuvieras un affaire conmigo? —le increpó con lascivia y burla. —Me retiro, con su permiso —dijo girando sobre sus talones. —¡Lárgate, gusano! ¡Menudo hombre! ¡Eres incapaz de asumir el más mínimo riesgo! Cuando se hubo marchado, Hazmerreír tomó el sobre, sacó un folio y le dio un rápido vistazo. Soltó una risotada y gritó, divertida: —¿Qué es esto? —Volvió a leer el texto con detenimiento—. ¡Es la guerra! —dijo entre carcajadas. El correo regresó a la oficina de su superior y dio parte del cumplimiento de su encargo. El General de la Estepa lo despidió, malhumorado. Recogió otra comunicación que había recibido hacía unos instantes. —¿Ahora quiere un mercenario? —se preguntó a sí mismo en voz alta. Llamó a su ayudante y le hizo traer a un profesional del cuerpo de asalto, un comando del ejército entrenado en el propio cuartel. Detestaba este tipo de operativos, los veía inmorales. No era como el soldado raso que sin nombre y sin honor despertaba en él el mayor de los cariños. Entró el ayudante, acompañado por un soldado de facciones absolutamente inexpresivas. El General de la Estepa dijo con firmeza al recién llegado: —Tienes una nueva misión. Mañana tomarás un vuelo. Prepáralo todo y llévate a otro compañero contigo. Debes encontrarte con una persona, no sabemos quién es. Cuando te encuentres en el país de destino, lo sabremos y te informaremos. —¡De acuerdo! ¿Alguna otra cosa? —No. Bueno… sí. Irás desarmado. Se te proporcionará el material, si hiciera falta, en tu destino. Por el momento no existe ningún peligro.
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dijo:
El mercenario esperó más explicaciones, pero el general simplemente le —Puedes retirarte. —Buenas noches —dijo el mercenario cuadrándose.
«Parezco el chaval de los recados, despachando órdenes y correo. ¡Vaya cargo, el mío! Mañana mandaré engrasar los acorazados de toda la división», pensó contrariado el General de la Estepa.
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CAPÍTULO 67
Los estudiantes habían creado una web en la que escribían sus opiniones y concertaban sus reuniones. El poder de convocatoria de esa web crecía rápidamente. Nuevos jóvenes se registraban diariamente o se sumaban a los «me gusta» de la web. La participación en la red mantenía al grupo en continuo desarrollo y expansión. La actividad era constante. Se grababan y colgaban las reuniones en la red, criticaban las noticias políticas y económicas, relataban las desgracias familiares, denunciaban la riqueza acumulada... Conseguían de este modo transmitir el clamor y la efervescencia de millares de personas alteradas mediante sus comentarios, sus mensajes y sus proclamas. Se había logrado una masa de seguidores que ya no solo se reunían en la universidad, sino también en los parques, en las comunidades de vecinos y en los cafés. Paulatinamente el descontento pasó de ser un ánimo individual a un sentimiento colectivo. Tal como lo habían anunciado políticos, sociólogos y economistas, la sociedad se encaminaba a un punto crítico en el que se podían producir disturbios sociales de mayor envergadura. Lo más problemático para las fuerzas democráticas era que la pobreza y las carencias habían conseguido crear vínculos de solidaridad y respeto entre la población. Los adinerados de antaño y los que habían formado parte de la clase media se juntaban ahora con los obreros y los asalariados, en común exigencia de reformas, ayudas, diligencias y cordura. La respuesta gubernamental se había dado en sentido contrario. Se intensificaron los dispositivos policiales y se impusieron nuevos tributos y subidas de impuestos a una población asfixiada. Se dificultó el acceso a las universidades, se obstaculizó la obtención de riqueza por los más desfavorecidos, se aprobaron mayores tasas y comisiones bancarias y se reprimieron duramente algunas conductas y manifestaciones. La deuda de cada ciudadano aumentó. A la deuda que soportaba cada individuo había que sumar la que estaba por llegar de cara al futuro, como consecuencia de las decisiones y políticas de los gobernantes.
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Todo esto lo orquestaban las fuerzas democráticas para mantener el poder y preservar el statu quo de una clase pudiente, poseedora de los recursos naturales y de la red de distribución y suministro de los servicios básicos: agua, gas, electricidad, telefonía, dinero... Aun así, había que decir que el modelo capitalista no había sido un sistema tan imperfecto. Basado en el egoísmo individual, en la arrogancia del triunfador y en la avaricia acumulativa, reunía las condiciones necesarias para cumplir con las expectativas de una persona y crear una sociedad gobernada por las ambiciones propias del ser individual. Una sociedad en la que se producían todo tipo de objetos, útiles o inútiles, desde recipientes para la comida de los gatos a medicamentos paliativos del cáncer. Sorprendentemente, el egoísmo era capaz de originar un bien social. Sin embargo, la confluencia de las doctrinas democrática y capitalista estaba fracasando o había fracasado. Todavía no se podía afirmar con certeza, pero se vislumbraba cómo se trazaba el camino hacia su ocaso. El poder eludía reconocer que la población no podía asumir sus abusos y sus excesos. *** El principio del hundimiento de la estructura de mercado radicó en introducir agentes externos al propio sistema. El capitalismo permitía que las crisis redistribuyeran la riqueza sustituyendo altos cargos caducos por jóvenes enérgicos; permitía también que el millonario se convirtiera en pobre y que aquel que era pobre contara con nuevas expectativas. Se impidió la reordenación de la sociedad capitalista por medio de las crisis, con consecuencias perjudiciales para el propio capitalismo. Los gobiernos habían evitado la caída y cierre de empresas y entidades financieras emblemáticas, conteniendo y dificultando la redistribución de la riqueza y de la miseria. En las últimas crisis había sido necesaria la caída y desaparición de muchas grandes compañías: aseguradoras y bancos, empresas energéticas y suministradoras... Se extinguían por su obsolescencia, falta de dinámica y pérdida de competitividad, según disponían las reglas de mercado. Pero no fue así, esta vez las compañías obsoletas, con escasos beneficios o con pérdidas, habían continuado subsistiendo y no habían cambiado de manos. Los gobiernos las dotaron de recursos suficientes, aun siendo deficitarias, a fin de que prosiguieran con su actividad. No solo les entregaron medios financieros, sino poder: de contratación con bajos salarios y de condonación y aplazamiento de la deuda e intereses. Estos privilegios no les fueron concedidos a los ciudadanos, ni a las empresas menores. Se otorgaba una mayor protección a las grandes corporaciones que a las personas, y era el Estado quien las protegía. Al final los más jóvenes comprendían que los ricos iban a ganar siempre, y puesto que los ricos se harían más ricos del mismo modo que los pobres serían
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más pobres, ya no se trataba de una sociedad capitalista ni democrática. Era una sociedad opresora de los ricos sobre los necesitados, en la cual no se consentía a los ricos perder su dinero y posición. Implacablemente, la fractura social conducía a: LA LUCHA DE CLASES
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CAPÍTULO 68
Entró con timidez en el auditorio de la universidad. El trasiego de estudiantes y de los no tan estudiantes era enardecedor. Bufanda Roja se sentía un poco hereje. La sala de actos estaba llena. Las personas se colocaban donde podían y una masa se agolpaba a las puertas. No todo el mundo podría participar de aquella multitudinaria reunión. No se cabía. Bufanda Roja, escurriéndose entre altos y desgarbados alumnos, se ubicó en un lateral, apoyado contra la pared. El desorden reinaba en la gran sala, pero parecía no importar. En el estrado del auditorio un nutrido grupo daba la impresión de dirigir la multitud. Sin embargo, si uno se fijaba bien, a la tarima subía y bajaba quien quería. Divisó a su antiguo compañero, Mirada Inquieta, sentado en una de las primeras filas. No representaba ningún papel en la reunión. Era un espectador, o mejor dicho, un participante pasivo. El estudiante de Gafas Oscuras que había hablado la vez anterior sostenía un micrófono: —Buenas tardes —saludó, tras recibir un aplauso—. He venido porque me gustaría denunciar... Si me permitís... Por favor, bajad la voz. —Los murmullos se apaciguaron—. Me gustaría denunciar de nuevo la ineficiencia del modelo de gobierno estructurado en la separación de poderes. —Calló un instante—. Pensemos por un momento, ¿quiénes fueron los teóricos de la separación de poderes? ¡Pues son del jodido siglo XVII y XVIII!¿Qué es esta vergüenza de que, en cuatrocientos años, no hayamos evolucionado ni un ápice y sigamos con una estructura caduca, con la infamia de hacernos creer que existen tres poderes? Como si no existieran otros poderes reales que ejercen su presión sobre estos tres. ¿Qué ocurre con el poder económico? Un poder que se ha posicionado por encima de los poderes clásicos y que en realidad nunca ha sido controlado. La propiedad no tiene límite, las posesiones de un individuo son ilimitadas. Una sola persona puede ser propietaria del planeta entero y el sistema instaurado la pro133
tegerá. Puede acumular toda la riqueza mundial y su fortuna será legítima. ¡Esto es absurdo! El capital de las personas debe ser limitado, porque su capacidad de gasto y posesión no son ilimitadas, y los recursos deben ser repartidos por igual entre los ciudadanos. —En ese momento le prodigaron una larga ovación. Sin inmutarse, continuó—. El acto ambicioso ya no nos sirve. El acto capitalista en la actualidad está desfasado. Los valores vuelven a ser comunitarios. Y no nos equivoquemos, porque la acción comunitaria no es solidaria y desinteresada, sino que está destinada al beneficio común para satisfacer al individuo. Por ello y por el egoísmo, es preciso cambiar las reglas y el fin último se mantendrá. ¡Exijo el control del poder económico! Exijo el control del resto de poderes: del religioso, del mediático, del iconográfico, del energético, del ideológico y del propagandístico ¡Exijo el control de todo poder que interfiera en la evolución social para su neutralización y desintegración total, con el fin de que de la masa surja espontáneamente un nuevo sistema político! Con esto acabo, ¡muchas gracias! Todo fueron aplausos y gritos y silbidos de aprobación. Bufanda Roja se añadió eufórico al júbilo de los alumnos. Chaqueta Cochambrosa se levantó de entre el grupo de la tarima. Pidió el micrófono y se lo entregaron: —Estoy cansado de convenciones, protestas y manifestaciones sin llegar a nada. Llevamos años así. Nuestros padres ya lo hicieron al empezar la crisis y no les sirvió de nada. Es posible que el capitalismo esté agotado, es posible que los recursos naturales empiecen a escasear. Pero en verdad no lo sabemos, porque está controlado por unas corporaciones cuya información es secreta y no se pone a disposición de los ciudadanos. Esta va a ser la última reunión a la que asista, salvo que adoptemos de una vez por todas una actuación contundente y proporcional a las respuestas políticas que hemos recibido. —Estamos de acuerdo —se escuchó en el fondo, confirmación que fue coreada por distintas voces. —Yo lo que propongo es demostrar nuestra disconformidad y para ello sugiero atacar los cimientos del sistema, su origen y sus fundamentos. Bufanda Roja se contagió de la exaltación masificada y gritando se arrancó la bufanda, de modo que quedó con el cuello al descubierto.
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CAPÍTULO 69
Viuda del Trabajo había subido a un tren que la llevó del extrarradio al centro de la ciudad, donde se levantaban los cristalinos rascacielos. Desprendía un aura gris y a su alrededor los rayos solares perdían su luminosidad e intensidad influyendo en el ánimo de los pasajeros, quienes, dispuestos a dirigir con agresividad sus empresas y departamentos, se sintieron invadidos por la inseguridad y el desconcierto. Ella presidiría las decisiones que iban a adoptar a lo largo del día. Era un mal augurio que desbarataría sus planes empresariales y financieros. Cuando llegaron a la estación terminal, la más céntrica, los ejecutivos que la habían acompañado en su viaje ya estaban suficientemente viciados como para adoptar decisiones incorrectas y soluciones equivocadas. Salió de la estación perseguida por su halo trágico y deprimente. Se dirigió a un alto edificio en el que penetraban numerosas personas con semblantes exaltados. Alguna que otra broma matutina se dejaba oír. En el interior había una enorme cafetería circundada por ejecutivos y ejecutivas. Entre ellas, Viuda del Trabajo localizó su objetivo, que era una antigua compañera de clase, ahora directora de una importante firma. Caminando entre todas esas personas, proyectando su maliciosa desdicha, se acercó a su conocida y la saludó dándole un beso suave en la mejilla. Su amiga abrió los ojos expresando sorpresa y terror. Una congoja superior a sus fuerzas se abría paso hacía su alma para desgarrársela. Todos los padecimientos sufridos durante su existencia asaltaron su entereza y cordura. Los placeres experimentados se convirtieron en atroces actos que la denigraban y la humillaban. Cumplida su misión, Viuda del Trabajo marchó por donde había venido, sin necesidad de explicar su beso a la afectada. Su amiga de clase no terminó el desayuno. Dejó la barra de la cafetería y caminó con la cabeza caída sobre el pecho y la mirada fija en el suelo, bajo el influjo de un pérfido sortilegio. Entró en su despacho y puso en funcionamiento su computadora. Emitió una orden general a sus empleados que, extrañados, se 135
deshicieron de todos los bonos soberanos de un país fuertemente industrializado. Era el activo más preciado de la compañía. Su siguiente operación fue la compra de deuda inmobiliaria de un país al borde de la quiebra. Era tan profunda la decepción y la desesperanza de la amiga de Viuda del Trabajo, que su mente solo podía concertar movimientos especulativos desgraciados y perjudiciales. Los clientes de la firma de inversión perdieron mucho dinero aquel día, cantidades ingentes. El fondo de inversión acabó quebrando, aunque el gobierno de turno apartó dinero suficiente para asegurar las fortunas de los inversores afectados.
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CAPÍTULO 70
Guarecida en una grieta, la lagartija se ocultaba de los intensos rayos solares del mediodía. El verano desplomaba un calor infernal sobre la pampa que sobrecalentaba las rocas, la tierra y el mundo vegetal sin compasión. Cuando la temperatura superaba los 32° en la escala Celsius se formaban unas bolsas de aire caliente que vagaban hacia el cono sur. Estas bolsas de aire, al topar con las corrientes heladas de la Antártida, reventaban impulsándose de nuevo hacia el norte como un torbellino. El viento huracanado recorría la superficie terrestre, resecaba la humedad de los bosques, levantaba el polvo y dispersaba la tierra. Barría el terreno, atravesando pueblos y campos, montes y hondonadas. Traspasaba las carreteras y pasaba silbando por encima de las zonas francas e industriales. Una redoblada corriente de aire caliente dejó atrás una importante ciudad y se precipitó al interior de una mina a cielo descubierto. Revolvió la mina que, profunda, se insertaba en la corteza terrestre. Un gran remolino se levantó desde el hoyo recogiendo polvo y silicatos. El huracán se hizo portador de partículas ferrosas. Los silicatos eran golpeados por los átomos de oxígeno, hidrógeno, dióxido de carbono y de otros elementos contenidos en el aire. La colisión generalizada de unos con otros conseguía elevar los átomos de metal y hacerlos sobrevolar. Una vez recorridos unos cuantos kilómetros en dirección norte, al suavizarse la fuerza del viento, los silicatos caían. En su descenso, algunas motas se introducían por la grieta donde se encontraba escondida la lagartija. Con su rítmico respirar, la lagartija inspiraba las partículas de los metales que desgarraban el tejido celular de sus pulmones. Despertó con los primeros albores, debilitada y con insuficiencia respiratoria. Alimentarse era una prioridad absoluta si pretendía reparar el tejido dañado.
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CAPÍTULO 71
Corbata Rasgada de Negro recibió una misiva sucia y pringosa donde se le comunicaba que tenía concertada una entrevista a las diez de la noche. A las ocho en punto pidió una cena que le fue traída en media hora a su oficina. Cenó y avisó a recepción de que esperaba una cita. Algunos de sus empleados continuaban trabajando y apostando. Le anunciaron desde recepción de la llegada de dos personas. Ordenó que las dejaran pasar y las esperó en su asiento de cuero. Un empleado introdujo a las dos personas en el despacho de Corbata Rasgada de Negro. Los recién llegados se sentaron sin formalidades en los cómodos sillones. —Nos han enviado a usted —dijeron sin transmitir animosidad y con un marcado acento extranjero. —Muy buenas noches —les saludó Corbata Rasgada de Negro—. Ha habido un problema con un agente del gobierno que obstaculiza mi actividad. —Hemos venido a solucionar problemas como el que nos refiere. —Contraté a un detective que ha redactado un informe muy completo del agente: nombre, familia, domicilio, hábitos, etcétera. Toda la información la tienen en el dossier. —Los otros dos recogieron la libreta y la hojearon por encima—. En este DVD hay un video del agente que han captado las cámaras de la oficina. El muy canalla se presentó en mi despacho, una actuación fuera de lugar para un funcionario. Supongo que tendría ganas de husmear. Los mercenarios lo miraron desconcertados, sin comprender por qué entraba en valoraciones aquel ejecutivo. A ellos les daba igual. —Nosotros nos encargaremos de todo —dijeron para tranquilizarlo. —Tengo una última petición: su ayudante, el subagente.
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CAPÍTULO 72
—El otro día, en la reunión, ¿por qué no te referiste a la deuda? —le preguntó Rebeca de su Abuela a Chaqueta Cochambrosa. Su interlocutor esperó antes de dar su respuesta. —Ya no estoy para discursos y palabras —le contestó por fin—. Parecemos políticos, simples oradores. Si realmente tenemos intenciones de cambiar las cosas, hay que empezar a actuar. —Tienes razón, aunque me habría gustado que te hubieras pronunciado. Consideraba importante profundizar sobre el tema de la deuda con la que cada uno de nosotros estamos atascados. —Es verdad que lo habíamos comentado y te dije que lo haría, pero después de escuchar lo que dijo Gafas Oscuras, tras de los aplausos y la aprobación del público, pensé que tenía que dar un paso más, hacer un acto significativo de una vez por todas. —De todas formas, si tú hubieras hablado, yo me habría atrevido a hacerlo también. Tengo ganas y estoy superando mi timidez. Podría ayudar, proporcionar mayores razones al movimiento. He dicho alguna que otra frase, aunque tengo que empezar a exponer mis ideas para compartirlas y perder mi timidez. Se hizo un silencio. Luego, Rebeca de su Abuela volvió a dirigirse a Chaqueta Cochambrosa con amargura: —Yo no quiero preocuparme por el dinero constantemente. Acabo agotada de pensar si mi familia llegará a fin de mes —le dijo con voz contrita—. He tenido que pagar por todo desde mi nacimiento. Bueno, han sido mis padres. Han pagado por toda mi comida, por mis libros de texto, mi ropa. Se han encargado de todo. No solo eso, sino cualquier cosa que haga, además tributa: la matrícula del colegio, comprar una hamburguesa, coger el metro, conectarme a internet. ¿Cómo podemos vivir con tanta presión económica? ¿Cuánto se necesita para vivir toda la vida? ¿Dos o tres millones? Es imposible conseguirlos.
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—Es muy difícil. Vivimos y estamos educados bajo la cultura del endeudamiento. Si quieres una casa, paga hasta el fin de tus días. Si pretendes formar parte de la sociedad, asume la porción que te toca costear. Nacemos con una deuda brutal. El acto de nacer es el contrato por el cual la aceptas: gas, vivienda, ropa, comida, electricidad, lavadora, transporte, impuestos... Todo el dinero que pueda ganar o ahorrar tiene un dueño, otra persona que no soy yo. Es imposible salir de este círculo. Tendríamos que coger un saco y largarnos a una montaña. Bien lejos, si queremos liberarnos. —Es deprimente. —Venimos al mundo con una deuda tan inmensa, que saldarla es improbable y tenemos que existir bajo su peso. Amenazados hasta morir. Como si fuéramos esclavos. —¿Nos han esclavizado? Qué pregunta más dolorosa. Si te la haces quiere decir que te sientes un esclavo. —Es posible que seamos tristes esclavos. Yo voy a tener que trabajar toda mi vida para costear mi deuda. Y si tengo un jefe, éste también tendrá su propia deuda personal e indelegable. En sí, deber dinero no es tan perjudicial. Lo perjudicial es creer que somos libres porque podemos hipotecarnos. Trabajamos fieramente para liquidar nuestras obligaciones económicas. Nuestras vidas transcurren miserablemente, con el único objetivo de devolver el capital prestado. No sé si estoy dispuesto a pagar un precio tan alto. Y si algún día consiguiéramos librarnos de la deuda primigenia, volveríamos a pedir un préstamo. No sabemos vivir sin abonar unos intereses, cumplir con los vencimientos y padecer estrés económico. Así de tristes y efímeros vamos a ser. —No deseo terminar la universidad. Una vez acabe la carrera, será peor. Enfrentarme a todo esto es superior a mis fuerzas. ¿Cómo voy a tener una pareja y crear una familia? Ni se me pasa por la cabeza. Juegan con tu ilusión y tu esperanza de disfrutar de una vida pacífica y feliz. —Se aprovechan de nosotros, de nuestra buena fe y docilidad. —Hay gente que llega a suicidarse. Se tiran por la ventana de su oficina o se clavan un cuchillo. A veces se suicidan varios a la vez. Imagínate, logran que nos matemos, que nos quitemos la vida y ¿para qué? Pregúntatelo. Siento mucha rabia. —No me enciendas, ya sabes cómo pienso. Claro que siento rabia. —Mi padre me explicó cómo los gobiernos consiguieron que la mayor parte de la población pidiera préstamos. Hacían grandes campañas publicitarias que promovían el endeudamiento de las personas. —Sé la historia. Llegó un momento en que alquilar una vivienda era más caro que pagar los plazos mensuales de la hipoteca, ¿te lo puedes creer? Se equivocaron al pretender crear riqueza y desarrollo utilizando como motor la deuda. —Solo se creó pobreza y a más largo plazo mayor pobreza. 140
CAPÍTULO 73
Volvió a aparecer la Sombra con sus veladas y excéntricas enseñanzas. Sus apariciones empezaban a causar cierto revuelo por la red y abundaban los comentarios que se añadían bajo su grabación: «Friqui, enseña la cara», «Estoy contigo», «Me pones con tu voz profunda», «Gafa-pasta»... En definitiva, la gente lo escuchaba, ya fuera por diversión, atracción o convicciones. «¿Imaginaos que el gobierno se apoderara del amor. Que el amor ya no os pertenece y es propiedad del Estado, que decide cuándo, dónde y de quién te puedes enamorar. Así de sencillo, ya no es un sentimiento vinculado a la persona sino que ha sido sustraído de tu esfera privada y cedido. Parece extraño, ¿verdad? Pues con la violencia han hecho exactamente eso. Ahora es el gobierno quien dispone cuándo, dónde y por qué se puede hacer uso de la fuerza. Pues yo la reivindico, porque no se la he cedido. ¡Mi violencia es mía, no del Estado! »Cuando una persona hiere o mata a otra, es el individuo agresor el que va a cargar el resto de su vida con los remordimientos, pesares y recuerdos de su acto ofensivo. Habrá quien lo supere, pero muchos sufrirán por dicho acto. Las consecuencias internas psicológicas le importan poco o nada al Estado. “Carga tú con tu conciencia, que yo daré la orden para que la ejecutes: yo soy autoridad y tú un simple ciudadano.” »Entonces me pregunto, ¿cómo es posible que sean los parlamentarios quienes decidan cuándo alguien debe matar a otra persona, ejecutar o golpear con una porra? ¿Acaso es consciente el agresor de su actuación mediatizada, del efecto que tendrá en su vida personal, de la inseguridad que genera la violencia impropia, simplemente porque el acto agresivo no ha sido decidido por él mismo, sino ordenado? »El Estado es omnipotente en este aspecto y cuando acuerda entrar en combate, defender sus ideales corporativistas, recurre a las fuerzas armadas y policiales, y el agresor carga con el acto sanguinario y dañino. El gobierno no 141
detenta el uso exclusivo de la fuerza. ¡La violencia no le pertenece y no ostenta el monopolio del empleo de la fuerza! »Recuerdo al Estado, mi enemigo, que conservo mi violencia y que haré el uso que crea más apropiado de ella.»
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CAPÍTULO 74
Las fuerzas democráticas celebraban el éxito del Massive Production Population Index. El dinero corría de nuevo entre las instituciones, entre los fondos de inversión y las entidades bancarias. Se había proveído al mercado de una gran suma, a fin de poner en marcha el tan ambicioso proyecto. Un sector financiero creado de la nada. Las fuerzas democráticas respiraban satisfechas y confiadas. Esperaban que, con este moderno índice, se solucionaran muchos de los problemas. Se regeneraría la clase media y el poder quedaría justificado en sus manos. El funcionamiento del índice difería de las bolsas clásicas. Si se apostaba por los resultados de un individuo o de un grupo, se adoptaba un riesgo. Dicho riesgo se integraba en un sistema de positivos y negativos resultante de las formulaciones calculadas por su creador y su equipo. De allí se obtenían, según la evolución del índice, las pérdidas o las ganancias. Cuantos más positivos se acumularan, mayores ganancias o pérdidas en caso contrario. También existía el positivo/negativo o el negativo/positivo, o el doble negativo, o el positivo indeterminado y, cómo no, el negativo elevado al infinito. Era muy fácil de comprender, aunque solo cuatro o cinco iluminados podían entender las fórmulas matemáticas, la asignación de valores positivos y negativos, así como la transformación en moneda; lo que hacía dudar de su finalidad benefactora. Paralelamente, se podían adquirir complejos y volátiles productos con altos apalancamientos. Estos productos apalancados o derivados eran tan numerosos como las posibilidades de compra en el índice. Tantas personas, tantos derivados; tantos grupos de humanos, tantos más derivados, y suma y sigue. Los multiplicadores de los apalancamientos rozaban la centena como consecuencia de la aplicación de los valores positivos o negativos. Además, el capital dotado por los gobiernos, las instituciones mundiales y los fondos soberanos era tanto, que ineludiblemente se tendía a alcanzar elevados niveles de riesgo. A su vez, los seguros debían protegerse de la amenaza que implicaba la asunción de los riesgos originados por el MPPI. Una exposición superior se tra143
ducía en primas más caras y mayores rendimientos para los que traficaban en este sector. Mientras tanto, los ciudadanos precavidos no intervinieron en las jornadas iniciales tras la apertura del MPPI. Los telediarios, los periódicos y el resto de los medios informativos comenzaron a dar detalle de las enormes ganancias y de los múltiples beneficios que el índice estaba aportando a las grandes firmas financieras y especulativas. Poco a poco, la población empezó a depositar sus ahorros en el MPPI. En unos días apareció en las portadas de los noticiarios el primer afortunado: un jovencito con una sonrisa que no le cabía en la cara. Había conseguido su primer millón y con solo arriesgar mil dólares. Los había multiplicado por mil. *** Por su parte, Corbata Rasgada de Negro seguía con detenimiento la evolución del MPPI. Observaba la subida del precio de unas arriesgadas apuestas en función de una predicción social relacionada con la mosca de los cuernos, parasitaria del ganado bovino. Como contrapartida, una empresa productiva que cotizaba en los índices clásicos se envalentonaba para producir en masa un determinado producto. Una de las consecuencias más directas, si los beneficios trimestrales de esta empresa no se ajustaban a las expectativas, era que el valor bursátil de la compañía se estancaba. Si esto sucedía, los titulares de las acciones y los inversores podían sentirse contrariados. Entonces se le daba un tirón de orejas al director general, al CEO o al managing director. Estos, con cara de perro, agarraban a sus segundos por el pescuezo, los zarandeaban y les gritaban el mandato de ganar dinero. Los segundos también tenían importantes cargos, como mainchief director, international head managment, deputy director... Tras ellos quedaban los trabajadores, oficinistas, workers, red-necks, paletos o currantes a quienes se ordenaba incrementar la producción, hacer horas extras gratuitamente, congelar los salarios y fijar objetivos anuales, trimestrales, semanales y matutinos. La coacción económica era el estímulo con el que contaba Corbata Rasgada de Negro para lograr sus propósitos. Una herramienta puesta a su disposición por los gobiernos y ejercitada por medio del moderno MPPI y las bolsas. Tan fuertes eran las tensiones que se generaban que, tarde o temprano, la población, desesperada y violenta, saltaría a la calle. Estos sentimientos serían de nuevo aprovechados por los inversores y, sobre ellos se seguiría especulando y exprimiendo, hasta que se produjera el incierto cambio social. El júbilo de las fuerzas democráticas hizo que no tuvieran en consideración el pronunciado aumento de muertes por armas de fuego en los barrios pobres y periféricos. Un intendente-comisario de alto rango informó oportunamente a los gobernantes, pero estos desatendieron los comunicados debido a la alegría puesta en el dinero. No era momento de preocuparse por un simple repunte 144
de la criminalidad. Ocurría a menudo y después decaía. El número de agentes caídos y el elevado número de armas incautadas en los últimos días tampoco hicieron variar las felices predicciones de los gobernantes. La violencia callejera se intensificaba.
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CAPÍTULO 75
En una comisión integrada por abogados, juristas de reconocido prestigio, profesores y demás, se discutían las directrices para implementar un sistema de prevención de la violencia juvenil. Abogada Activista había luchado devotamente para conseguir este grupo de trabajo. Sus propuestas al gobierno local habían sido denegadas reiteradamente. Gracias a una antigua amiga que había alcanzado un cargo relevante en la administración consiguió que la comisión se constituyera. Abogada Activista sintió una alegría que la embargó durante días enteros. Estaba convencida de que la violencia debía combatirse desde sus orígenes. Un abultado dossier coronaba una mesa a la que se sentaron los mencionados profesionales. Un sociólogo de renombre se encaró al grupo con el afán de que sus interlocutores comprendieran detenidamente el planteamiento, desarrollo y conclusiones de su ardua investigación. —Buenas tardes —saludó—. Como sabéis fui llamado, hace cosa ya de unos seis meses, para realizar un estudio de la violencia en las aulas y en los centros de educación secundaria. A fin de cuentas, allí es donde se producen las primeras manifestaciones, y con más frecuencia. Os he traído a cada uno una copia del resultado de mi investigación. Os avanzo que ha sido muy desconsolador. Los presentes se revolvieron en sus asientos, al captar la notable preocupación con que el sociólogo había pronunciado esas últimas palabras. —Las conclusiones son diversas y diferenciadas. Por ello, las líneas de intervención para paliar estas conductas son de distinta índole, algunas de ellas un tanto experimentales. La gravedad de la situación requiere considerar concienzudamente el uso de actuaciones límite para regenerar una sociedad que probablemente se esté descomponiendo. »En las aulas de secundaria ya no existe la autoridad. En el ámbito universitario todavía se conserva, pero desconocemos hasta cuándo. La autoridad es despreciada, burlada y retada constantemente por los adolescentes. Este comportamiento no tan solo se contagia, sino que es impuesto por los líderes 146
de cada curso. He nombrado la palabra líder, un concepto primordial en el estudio que he elaborado. Hay que neutralizar a los alumnos líderes. También han prosperado las bandas o gangs que logran una gran influencia en toda la escuela. Se han dado casos en los que un director de escuela ha tenido que negociar con ellos. Las bandas tienen nuevos valores y utilizan la violencia dentro y fuera de su círculo. Trafican con cualquier mercancía, mueven considerables sumas de dinero y se autoeducan, todo bajo la dirección de un líder. Los profesionales volvieron a agitarse en sus sillas, disgustados. La tarea que se les venía encima era abrumadora. Sería necesaria una reestructuración del sistema educativo y de sus cimientos para poder corregir estas divergencias generacionales. El sentimiento general de los integrantes de la delegación era que no tenía arreglo, pues por más esfuerzos que se realizaran, no se obtendrían unos resultados satisfactorios. —Por otro lado —continuó el sociólogo—, la vida humana ha perdido su valor. No existe respeto entre los estudiantes. Únicamente dentro de las bandas hay un código definido de conducta que es primitivo y agresivo. Los alumnos que no participan activamente en alguna banda, pierden todo concepto moral. En ocasiones, se parecen más a los animales que se pelean por la carroña que el gang va dejando atrás. Son huraños, desconsiderados y no hay nobleza en su comportamiento. El dolor ajeno se convierte en diversión. El panorama es dramático, como os he anunciado al principio. *** Cuando, aquella misma noche, Abogada Activista leyó el dossier en su casa, las lágrimas le recorrieron la cara. La sociedad que conocía parecía abocada a un infructuoso final. Antes de que amaneciera, se originarían varios altercados con armas de fuego en su ciudad. Dos policías fueron abatidos en el metro por unos jóvenes y una redada policial acabó con la vida de cuatro jóvenes y un adulto en un barrio conflictivo.
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CAPÍTULO 76
Hazmerreír pulsó el clic del ratón y generó un colapso global en un gran país. Le habían pasado el software que dirigía y controlaba la red de distribución de fluido eléctrico. Junto a otros informáticos consiguió destripar el sistema informático, darle mil vueltas, marearlo y jugar con el programa al igual que los gatos con gorrioncillos heridos. Hizo copias idénticas del sistema y volvió a la práctica de introducirse subrepticiamente en los ordenadores de la compañía eléctrica. Realizó un back up completo e instaló su programa sustitutivo en los servidores. El programa se dispersó en un breve plazo por toda la red. Un loco BOT que soltaba risotadas cuando se hacía con el control, ordenó apagones globales y dejó varias ciudades sin electricidad bajo el gobierno de su carcajada estridente y maliciosa. Hazmerreír sintonizó un telediario, cogió una bolsa de patatas fritas y con los pies en alto se dispuso a escuchar las noticias. Unos histriónicos periodistas retransmitían los efectos del apagón, señalaban los puntos más conflictivos: poblaciones colapsadas, clases suspendidas, largas caravanas de vehículos y pérdidas económicas. Millones de personas transcurrieron gran parte del día en el interior de sus automóviles, esperando que les liberaran del infierno que suponía el enervante tráfico. La gran mayoría de los habitantes de las ciudades atacadas por el BOT sufrieron sus alarmantes asaltos. Las fuerzas del orden no pudieron dar una solución inmediata a la paralización generalizada. Sin electricidad, la sociedad estaba muerta por más que sus habitantes continuaran existiendo. El tráfico, la aglomeración, el calor, la incomunicación... fueron algunos de los percances a los que fue sometida la población. Los tranvías, los metros y otros servicios de transporte quedaron completamente inutilizados. Se ocasionaron grandes pérdidas: pedidos no entregados, estados contables sin resolver, viajes cancelados.
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A las pocas horas se recuperó el fluido, aunque el caos ya se había generalizado por todas partes. Los empleados de la compañía eléctrica no tuvieron más remedio que tirar los ordenadores infectados y sustituirlos. Fue un día caótico para los habitantes de aquel gran país. Todos, sin diferenciación de clases, sufrieron los efectos del apagón. La posibilidad de que un altercado de tal magnitud pudiera repetirse les hacía desconfiar. Una vez más, aparecía la incertidumbre y la inseguridad en las personas, con lo que se esbozaba un futuro desconcertante y pavoroso. La más mínima incidencia podía causar enormes estragos. Hazmerreír acabó sus patatas fritas, lanzó el envoltorio a un cubo y abrió una lata de refresco. El reportero del noticiario siguió detallando los sucesos.
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CAPÍTULO 77
Al día siguiente de la gran convención, Cuello Descubierto se despertó fatigado pero alegre. Se palpó la garganta dolorida por los gritos que había dejado escapar durante la jornada anterior y recordó su posterior vagabundeo con un grupo de jóvenes exaltados. La policía los había perseguido para disgregarlos, y alguno que otro había sido golpeado. En cuanto a su bufanda roja, la había perdido. Ya no importaba, una nueva dimensión se estaba perfilando. De buen talante, sin haber desayunado, se sentó frente a su ordenador. Envió un mensaje al partido que presidía. Queridos camaradas: Renuncio a mi cargo y dejo el partido. Con mis mejores intenciones, Firmo.
Sin releer el mensaje envió su dimisión a la sede. Abrió su blog y escribió, inspirado: La curva es una variable imprescindible para la compresión de la realidad. Las leyes de la física integran la curva en la descripción de la realidad. La materia, la energía, la velocidad son componentes de una ecuación matemática que combinados dan lugar a la ecuación espaciotiempo. La matemática ha estudiado la naturaleza de la curva mediante la representación gráfica y ha analizado sus propiedades y características. El ser humano no puede escapar de la naturaleza de la curvatura que rige nuestro comportamiento y nuestros actos. En la dinámica de curvas, aparecen puntos de inflexión: «la variación de la inercia o trayectoria del movimiento». Actualmente se están ocasionando dos inflexiones de suma importancia para la continuidad del sistema vigente: 1.º La producción por hora trabajada. Se está dando el supuesto de que la hora trabajada de
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una persona ha pasado de ser productiva a ser improductiva. ¿Qué significa esto? Significa que los recursos naturales utilizados, el gasto energético, los desperdicios y el esfuerzo económico y humano, son superiores al beneficio obtenido con la hora trabajada. El resultado final es que al trabajador le resulta más barato no trabajar que trabajar. 2.º Los valores sociales. En las últimas décadas se han propugnado unos principios asociados a la democracia. Éstos han sido dispersados hasta alcanzar su apogeo. Ahora se empiezan a debatir tales principios y, ya hay quien los rechaza. Ha llegado el punto de inflexión respecto de los valores que rigen la sociedad moderna. Los fundamentos democráticos serán abandonados y su gráfica trazará una trayectoria descendente. La sociedad se enfrentará a mutaciones ideológicas y de conducta.
Mientras Cuello Descubierto redactaba sus deducciones en su blog, la curva de la población mundial también experimentó una fluctuación. Por primera vez, desde hacía muchas décadas, decreció. Al principio parecía el resultado de una oscilación inmediata, un movimiento insignificante. Aunque luego se recuperó la inercia ascendente, esta daba síntomas de debilidad. Durante los días siguientes fueron muchas las dificultades para que mantuviese su trayectoria y, a las pocas semanas, el impulso desapareció y se convirtió en una línea recta y plana. En el plazo de dos meses su tendencia se transformaría y empezaría a descender. La raza humana iniciaba otro proceso: la pérdida de individuos.
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CAPÍTULO 78
Con la alegre panza bailando abruptamente, Figura Estrafalaria se metió por un oscuro callejón. Su aventura con el guardia de seguridad y su posterior huida, le divertían. Se regodeaba recordando la cara del celador y su sorpresa. «Me gusta la pintura —pensó—. Mañana por la noche haré una nueva incursión. ¡Jo, no me va a parar nadie! El Ministerio de Educación, ése será mi objetivo: la educación.» Con esos proyectos se adentraba en las penumbras. Ensimismado en sus cavilaciones subversivas, observó en una pared del callejón por el que se había metido un mensaje escrito con grandes letras de color plateado que parpadeaban a la tenue luz. Aguzó la vista, dado que la iluminación era escasa y descifró los caracteres: RECUPERA TU INSTINTO «¡Qué curioso! —se dijo—. Este mensaje rechaza toda evolución. Más plano y directo no puede ser. Renuncia a la educación, a los deseos, a los sentimientos, solo obedece al dictado de tus necesidades básicas. Muy interesante. “Recupera tu instinto” —repitió audazmente—. Me sugiere que rememore a mis antepasados. Si yo he sido hijo de mi padre y de mi madre significa que mis abuelos ya existieron con otros trajes y otras formas sociales. Mi bisabuelo debió de estar en la primera... no, en la segunda guerra mundial.» Un tanto inquieto, arregló los bajos de su gruesa chaqueta. «Vaya, vaya… Así que he tenido antepasados guerreros. Seguro que alguno ha sido pirata o cazador en un bosque. La evolución no tiene sentido, simplemente hemos intentado escapar de nuestros instintos, pero permanecen en cada uno de nosotros. ¿Mi inteligencia realmente se ha desarrollado? Porque provengo del hombre de las cavernas, de lo animal y lo instintivo... De lo groff... de... de... bruwff... mmgrrounm...» 152
Un fiero aullido brotó de la garganta de aquél que había sido Figura Estrafalaria. Se arrancó la ropa del cuerpo y, ayudándose con los brazos, se escabulló por el callejón buscando una guarida en la que refugiarse.
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CAPÍTULO 79
Era un día soleado azuzado por un frío aire matutino. La facultad de Derecho tenía las puertas abiertas. También era un día lectivo. Unas largas columnas de personas, en su mayoría estudiantes, llegaron a la facultad. Más alumnos acudieron durante la primera hora de la mañana. Se escuchó una voz firme por encima del murmullo que exclamó: —¡Adelante! La masa se puso en movimiento y se metió en el interior de la universidad desde distintos flancos. La masa cruzó el vestíbulo, dejando atrás las aulas y las oficinas del profesorado, y se encaminó directamente a la biblioteca con sus miles de tratados jurídicos y códigos. Los tomos estaban tan bien ordenados en los estantes, todos con sus etiquetas clasificadoras, que parecían haber estado aguardando aquella turba desde hacía mucho tiempo. Los estudiantes que repasaban sus lecciones alzaron las cabezas al escuchar el sordo rumor que se acercaba a su destino. La masa irrumpió en la gran sala de la biblioteca circundada por altas estanterías colmadas de monografías, textos, codificaciones y ensayos. La muchedumbre, entre alegres intenciones, envalentonada y hostigada mediante proclamas a voces, empezó a sacar los volúmenes de las estanterías. Se los llevaban sin el menor reparo ni selección. Se creó una confusión terrible. Durante unos minutos fue difícil entrar y salir de la biblioteca, tal era el número de congregados. Los que estaban cargados de libros pretendían franquear a los que intentaban introducirse en la biblioteca. Finalmente, tras unos gritos y unas instrucciones, se reorganizaron y los alumnos que iban en cabeza lograron evacuar. Previamente, el bibliotecario y la bibliotecaria habían sido reducidos para que no entorpecieran la misión de la masa. En el vestíbulo, el bedel de turno observó a un universitario colmado de libros hasta la nariz salir por la puerta de la facultad, pero no le dio importancia. Cuando comprobó que no era solo uno, sino una larga hilera, todos ellos atiborrados de tomos, se levantó de golpe y salió de su garita preguntando sobre el 154
origen de los libros. Cuatro estudiantes lo llevaron de nuevo a la garita y lo encerraron allí. En poco más de media hora, la biblioteca quedó vacía. Los libros se amontonaron sobre el césped del jardín que rodeaba la facultad. Toda la regulación de la conducta se encontraba esparcida a merced de los alumnos: códigos civiles, cuerpos normativos institucionales, convenios internacionales, reglamentos de marcas y patentes, decretos para la homologación de los sistemas de navegación aérea y la reglamentación íntegra de los medios de pago mediante tarjetas magnéticas. La ley bajo los pies de los estudiantes. La montaña de textos y títulos cansaba y aburría la vista. Para acelerar la combustión, los alumnos los rociaron con gasolina antes de prenderles fuego. Las llamas se elevaron por encima de sus cabezas y los concurrentes al acto empezaron a gritar y a aplaudir con exasperación. Era una victoria para ellos. Los profesores miraron las llamas desde sus despachos. Por primera vez en mucho tiempo, comprendieron que tenían un problema más grave que impartir sus tediosas clases y escribir sus interminables monografías. Una columna de humo blanco se elevó por la ciudad. La policía puso en marcha sus sirenas y los bomberos circularon como exhalaciones por las avenidas. Dispersar a la muchedumbre fue difícil. No se había anunciado tal iniciativa. Tras varias escaramuzas, los bomberos consiguieron alcanzar con sus mangueras unas llamas tenues e insignificantes. Toda la ordenación jurídica había sido consumida rápidamente por el fuego. *** El suceso acaparó las portadas de todos los periódicos del país y cundió la alarma social. En los telediarios expusieron la información de manera que la población se asustara y reprobara actuaciones como aquella. Un político temerario dijo con voz atronadora desde la tribuna del Parlamento: —Conductas como éstas son inadmisibles. Es un ataque estructurado y frontal a nuestro sistema de Gobierno, a la Constitución y a la seguridad ciudadana. Los responsables serán severamente castigados. Dijo estas palabras con convencimiento y petulancia absolutos, inconsciente del peligro que corría. Se limitaba a interpretar el papel que había aprendido y ensayado durante toda su existencia. Las fuerzas democráticas debían reunirse con urgencia si querían remediar un movimiento como el que se estaba engendrando. Y efectivamente, se reunieron, representadas por individuos con mucho dinero y poder. ¡Toma reunión democrática y social! 155
CAPÍTULO 80
Doña Fregona trajinaba con sus utensilios de limpieza cuando apareció Doña Espátula con su torpe opulencia. —¿Cómo va todo? Si necesitas alguna cosa dímelo —le dijo condescendiente. —Está todo bien, señora. He conseguido quitar unas manchas que habían quedado incrustadas en una cortina. —¿Qué cortina? —La de la salita de estar. —¡Huy, qué bien, con lo que me molestaban! Ya no podía coser en la salita. En cuanto me sentaba, veía aquellos horribles churretones. —Pues ahora ya no están, podrá volver a coser tranquilamente. —¡Muchas gracias, eres especial! —No, señora. —Vaya que sí, eres la única persona que ha comprendido a la perfección cómo me gustan las cosas y mis preferencias. Te estoy tan agradecida... —No me diga más. —Después iré a merendar en el jardín. Vente conmigo y nos tomamos un té y unas pastitas, como si fuéramos inglesas victorianas. Yo lo prepararé todo. Tras esta escueta invitación, Doña Fregona se puso a barrer. A las seis de la tarde la dueña la avisó y juntas se sentaron a la mesa del jardín. Doña Espátula había dispuesto la mesa con un mantel colorido y un servicio de porcelana ribeteado de azul. —¡Qué bonito es todo esto! —exclamó Doña Fregona.
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—El servicio era de mi bisabuela. Tendrá más cien años. —Es precioso. —Y útil. —Tienen muchos objetos antiguos. ¿Cómo los han podido reunir? —Verás, tanto yo como mi marido descendemos de dos familias acomodadas. La mía desciende de la nobleza, y teníamos muchas tierras. La Arboleda del Marqués era de mi bisabuelo. Mi madre me explicó que, cuando era una niña, desde la avenida Puerto Real hasta la calle Raposa eran huertos y campos de cultivo de la familia. Mira, los terrenos donde se encuentran las oficinas del Banco Espíritu de Satán y el centro comercial Diferencia Social también nos pertenecían. —No lo sabía. Entonces, eran muy ricos, ¿no? —La de mi esposo sí que tenía dinero contante y sonante. Eran propietarios de una flota de barcos mercantes. Una empresa arriesgada, pero lucrativa. —Increíble. Entre los dos habrán heredado una gran fortuna. —No solo heredado, sino acrecentado. Tenemos más ahora que antes. Cuando tienes dinero hacer más dinero es fácil. —¿Es eso verdad? No lo sabía. ¿Sabe una cosa? –le retó Doña Fregona. —No, cuéntame. —Pues a mí, me gusta que a usted le guste el dinero –le dijo. La mano de Doña Espátula, que estaba acercando la taza de té a la mesa para reposarla en su platito, se paró en seco y manteniendo la taza en suspensión preguntó: —¿Qué quieres decir con esa frase? —Nada... Eso, que me gusta que le guste el dinero. Es algo bueno. Hay gente con mucho dinero y que no lo disfruta, no sabe qué hacer con él. Una persona digna y que se precie de sí misma sabe sacarle partido. Doña Espátula se quedó pensativa y comentó: —Si tú lo dices, así será. Claro, yo no puedo valorarme. Es algo en lo que nunca había caído. —Aprecia la limpieza y el orden. Es una cualidad. —Ya, pero esa frase que has dicho puede significar tantas otras cosas... —No me malinterprete. —Por supuesto que no, confío en ti plenamente 157
Al terminar de merendar, Doña Fregona retomó sus tareas y Doña Espátula fue a buscar a sus hijos para dejarlos en casa de la abuela, ya que ella y su esposo tenían un compromiso por la noche. *** Al volver más tarde Doña Espátula, pasadas las ocho, se encontró con que Doña Fregona continuaba en su casa. —¿Qué haces todavía aquí, mujer? —Quería rematar la cocina. He abierto el armario debajo del grifo y estaba tan sucio que sin darme cuenta se me ha pasado la hora. Ya me marcho. — ¿Quieres llevarte algo de cena? Es muy tarde. —No, gracias —le respondió dirigiéndose a la puerta. Antes de alcanzar el picaporte, como si olvidara algo, Doña Fregona dio media vuelta y se dirigió de nuevo a la cocina: —Una cosa más —dijo a Doña Espátula con un tono emotivo. Doña Espátula empezó a caminar hacia la entrada de su casa. —Dime. Se encontraron bajo el dintel de la puerta de la cocina. Doña Fregona empuñaba su pistola y apuntaba el pecho de Doña Espátula. —Esto acaba hoy —le dijo. Y disparó. Doña Espátula cayó propulsada hacía atrás por el proyectil. Su cabeza golpeó el suelo con sequedad. Doña Fregona se acercó para ver su muerte. La cara de la dueña adquirió una expresión insulsa y su cuerpo se retorció con inquietantes espasmos. Dejó de respirar y la vida desapareció. Doña Fregona contempló el cadáver con curiosidad. Una sacudida la estremeció. Se recuperó al instante y dijo: —No sé por qué, pero era necesario. Salió de la casa impoluta y pulcra, dejando que el cadáver se desangrara. *** Entró a su hogar con un extraño ánimo, entre serena y agitada. Se recostó en una butaca y al rato asomó su hijo por el salón. —¡Mami, mira lo que he aprendido! —le dijo encasquetándose una gorra de béisbol con un símbolo—. Este es mi pase definitivo. Observa.
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Comenzó a bailar hip hop en el reducido espacio del salón familiar. Cuando terminó, le preguntó a su madre: —¿Qué te ha parecido? ¿A que es genial? Me voy a presentar al concurso de televisión Baila a Tope. Esta vez lo voy a conseguir. Ya lo verás. Su madre, que descansaba agarrada a su arma, se acercó al hijo y con imperiosa voz le respondió a sus ruegos: —Eres un imbécil. —Y le atizó con el cañón de la pistola en la sien. Su hijo cayó al suelo, gimoteando: —¡Mamá, mamá! ¿Qué haces? Ella, imperturbable, se encaminó al cuarto matrimonial. Allí se encontraba su esposo eructando cerveza. La habitación apestaba a sebo. —¡Idiota, me largo! —le anunció a su marido. —Uuuuhhh —le contestó, burlón. veces.
—Pero antes: ¡toma esto! —Le sacudió en la cabeza con la culata varias
De un portazo abandonó su casa, su familia y sus pertenencias. Sin destino, pero peligrosa, deambuló con su arma y su obstinación. Dejó de ser Doña Fregona para siempre.
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CAPÍTULO 81
El tren penetró por el túnel de una gran ciudad con un estrépito atronador. Las ruedas chirriaron sobre los raíles y el tren se detuvo en una intercomunicada estación central. Humano Viscoso descendió del vagón con su macuto. Su cuerpo estaba reseco. A hurtadillas se escabulló por un túnel del sistema ferroviario franqueando vías y trenes. Levantó la tapa de un sumidero y, como una rata, bajó por el agujero sombrío y oscuro. Ayudándose con las manos descendió por el tubo que finalizaba en un vacío. Desde el borde del conducto sacó una linterna e iluminó una espaciosa sala. Dirigió el haz de luz al suelo y calculó que se encontraría a unos cinco metros de altura. Se descolgó de la cavidad y en volandas se sujetó a un cable suelto, apoyó un pie en un ladrillo que sobresalía y saltó a la superficie. Sacó un plano de la mochila y optó por la dirección sudeste. Caminó durante una larga hora bajo intrincados túneles. Halló una caída de agua pringosa, se desnudó e impregnó su piel con aquel líquido recuperando su viscosidad habitual. Continuó por una galería que desembocó en una cavidad aparentemente sin salida. Inspeccionó la sala y se dirigió a una roca que emergía del suelo. Tras la roca había un agujero oscuro e impracticable. Humano Viscoso se desvistió y agarrando su mochila se introdujo por el hoyo. Entre cascotes y piedras se deslizó hacia la profundidad, sorteando los obstáculos gracias a la flexibilidad de su cuerpo y a la gelatina que revestía su piel. El trayecto a partir del agujero fue complicado y doloroso. Lleno de rasguños y moratones, alcanzó un pequeño y abovedado pasadizo de arena blanca. Era el vestigio de unas antiguas catacumbas del medievo. A medida que avanzaba aparecían nuevos pasadizos que se entrelazaban entre ellos. Siguiendo las indicaciones de su mapa, escogía los de mayor pendiente, descendiendo hacia las remotas entrañas de la ciudad. Saltó por encima de huesos y calaveras, traspasó iconos y mensajes centenarios escritos en las paredes, hasta llegar a un pasillo angosto. Allí sacó una 160
picota y golpeando en las paredes halló un punto que sonaba hueco. Cuidadosamente fue extrayendo la compacta grava que ocultaba una roca del tamaño de un humano. Con paciencia, consiguió soltar la piedra en el interior del pasillo. Un largo corredor se abrió ante él. Entró en el oscuro corredor que tenía una pronunciada pendiente canalizada por dos paredes de sillería. Más adelante, el paso se convertía en una gruta natural que daba a una gran sala sostenida con fornidas y anchas columnas romanas construidas en los albores de nuestra era. Allí descansó, sentado encima de un muro milenario. Se alimentó durante unos minutos. Al terminar, extrajo de su macuto todo el material necesario para preparar unos explosivos. Colocó en cada una de las columnas unos cartuchos de explosivos con su correspondiente detonador y programó la deflagración con un temporizador. Cuando se produjera, la sala se hundiría unos cuatro metros y un efecto acordeón ascendente provocaría el hundimiento de las cavidades, pasadizos, túneles y otros espacios huecos superiores. Cuando el corrimiento de tierras llegara a la superficie, el desplome sería de más de veinte metros en vertical. Humano Viscoso volvió a la estación central y esperó agazapado en las sombras la llegada del tren. *** Al día siguiente se encontraba de nuevo en su alcantarilla, donde le aguardaban más maletines repletos de billetes. Pasadas las horas, tres edificios se derrumbaron: un importante banco, un organismo internacional y un museo contemporáneo. Los sismógrafos dieron la lectura de un corrimiento de tierras subterráneo. Aunque los técnicos desconocían las causas del derrumbe, las autoridades comunicaron que se había producido un desafortunado terremoto, ignorando los recelos que transmitieron los ingenieros. ¿Un ataque desde el interior de la Tierra? Tal suposición era ciencia ficción.
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CAPÍTULO 82
La silueta oscura se situó ante la webcam. Con una voz grave y trémula se dirigió a los internautas: «El espacio es finito y, aunque no sea infinito como demuestran las más recientes teorías, los efectos de sus dimensiones producen el resultado de infinito en los humanos. Si intentáramos traspasar el espacio finito, alcanzar su vértice, su frontera con el vacío, no podríamos. Un cuerpo dotado de masa podría llegar al borde entre el universo y el más allá, pero jamás lo podría atravesar. Siempre navegaría persiguiendo una frontera inaccesible. Por eso el cosmos se resuelve en un infinito. »Un objeto con movimiento, en términos físicos, tiene la propiedad de desplazarse, y eso incluso si se encontrara situado en el exterior, fuera del campo gravitatorio de un planeta. El objeto se trasladaría de un lugar a otro y podría estar más cerca de la Luna o de Júpiter, no es complicado. Pero, a efectos universales, comprendiendo el espacio absoluto, el objeto carece de movimiento y no hay desplazamiento. En un emplazamiento ilimitado, sin puntos ni referencias, sin destinos ni continuidad, siempre estará en el mismo lugar. »Tampoco existe el tiempo. No existe un tiempo espacial, como puede suceder en un planeta. Los sucesos ocurren aleatoriamente, sin planeamiento a un nivel universal, sin importar el antes y después. Es el proceso de creación y alteración de la materia y las partículas que permiten valorar los acontecimientos en una cadena temporal. Sin esta materia integrándose, recomponiéndose y agrupándose no podríamos medir el tiempo en un espacio vasto y unitario. »Como podéis discernir, el allí, el aquí, el antes, el después... Todos estos conceptos tan vitales son inciertos. Tan inciertos como el yo, el tú, la vida, la muerte, el bien, el mal, el acto, la omisión, los cuales creemos cabalmente construidos. »Esta noción existencial legitima cualquier acto, sin miedo a una reprimenda, a un rechazo, a una culpa o a un castigo. Soy parte del Sol y de las galaxias, de la velocidad de la luz y de los campos magnéticos, soy forma y masa. 162
Ahora seré y después no seré. Mis moléculas se descompondrán y crearán nuevas estructuras a nivel atómico. Mi oxígeno será repartido por el ambiente y mis calorías se transformarán en nueva energía. »He traído a una persona que parece que niega estas conceptuaciones reales y se distingue por su poder, por su afán económico, por la protección que recibe de las fuerzas del orden y de una división social entre ricos y pobres. Olvida que sus átomos, sus moléculas y sus células pueden tener otra finalidad y que no le pertenecen aunque formen parte de su cuerpo actual. La materia y la energía no están al servicio de la voluntad, sino que es la voluntad la que está a su servicio. »Yo voy a poner fin a esta distorsión. Restableceré un equilibrio igual al que sostiene los planetas en suspensión. El cuerpo que forma a esta persona va a ser fragmentado en millones de partículas que volverán al medio del que proceden. »La fuerza con la que cuenta la sociedad frente a la opresión gubernamental es el horror. Un horror superior a sus ataques, a su violencia y a su desprecio.» La Sombra acomodó en su silla a un señor de edad avanzada vestido con pulcritud. Se enrolló la cabeza con cinta aislante hasta cubrirla completamente y colocó un foco de luz blanca dirigiendo su haz luminoso a la persona que acababa de sentar. En directo lo torturó hasta su muerte. Aquel señor poderoso fue golpeado, rajado, quemado y finalmente degollado.
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CAPÍTULO 83
Abogada Activista de derechos, abogada de la paz, abogada de la felicidad, abogada del bien se presentó en su universidad. En la facultad donde había estudiado, donde conoció a sus mejores amigas y donde descubrió su sexualidad a su entorno. Tenía estima a la universidad, al edificio, a las personas que componían el profesorado, al camarero de la cantina —quienquiera que fuera— y a los bedeles. Plantada frente a la fachada principal observó el edificio con tristeza. A su izquierda se veía todavía el rastro dejado por las cenizas. Las habían barrido, pero el césped aún no había sido repuesto. «¡Los libros de la biblioteca! —pensaba en su soledad—. ¡Los han quemado todos!» Lentamente entró en la facultad. Su instinto atizaba su cordura para huir, esquivando el temor. Sin embargo, Abogada Activista era una mujer fuerte, superior a muchas otras mujeres y por supuesto a muchos otros hombres. Era preferible no tener escrúpulos y enfrentarse a lo ocurrido. Caminó por los largos pasillos de unas aulas silenciosas y cargadas por una pesada atmósfera. Llegó a las puertas de la biblioteca y, sin atreverse a entrar, permaneció esperando no sabía qué. Un golpe involuntario de un alumno la enderezó y por fin la determinó a entrar. Paseó la mirada por las estanterías completamente vacías. No quedaba ni un solo libro, todos habían sido pasto de las llamas. Aquel vacío se introdujo en su conciencia y se trasladó a su interior, donde no regían las normas de la conducta, sino los sentimientos, y un abismo se abrió paso imponiéndose a cualquier otra manifestación. Sintió pánico. Su mundo se desmoronaba. La ordenación jurídica de la sociedad se eclipsaba irremediablemente. La alternativa frente a ello era el vacío. Las estanterías lo expresaban de forma contundente. No había propuesta, no existía renovación, era la destrucción por la destrucción, procedente de un inconformismo furibundo y masificado. Aquella tarde las fuerzas democráticas adquirieron armamento, engrosaron las filas de los cuerpos de seguridad con más agentes y tantearon el poder militar. 164
CAPÍTULO 84
Cuando un humano ha perdido aquello que se denomina humanidad y ha recuperado sus instintos más básicos y animales, su comportamiento se vuelve errático e impredecible. Con la barriga reducida, más musculado y erguido, Hombre Primitivo se despertó. Tenía necesidad de alimentarse. Medio desnudo, emergió de su escondite. De su vacío callejón desembocó a una avenida que recorrían los transeúntes habituales de una gran ciudad. Su estómago reproducía trepidantes ronquidos. Un olor a carne asada activó su olfato. La reacción fue repentina: poniéndose en guardia se acercó furtivamente a un puesto ambulante de salchichas. Acechó agazapado tras un pequeño seto. En un descuido del vendedor, saltó sobre el puesto y recogió tantas salchichas como pudo. El vendedor comenzó a chillar y a golpearle con la espátula. Con unos gruñidos monstruosos, se escabulló por una calle lateral. Se subió a una terraza, se encaramó por un canalón y ya en la azotea engulló con avidez los alimentos. Unos eructos cortos y secos echaron el sello al festín. Gruñó, se rascó una oreja y se echó en el techo del edificio. Estático y boca arriba, parecía que mirara las estrellas o estuviera pensando, pero ni una cosa ni la otra ocupaban su mente, simplemente estaba allí tendido. Bajó de la azotea y deambuló por la ciudad cuando un olor imperioso volvió a reclamar su atención. Guiado por su olfato, siguió la estela de un singular y penetrante aroma femenino. Era una fragancia atractiva e irresistible exhalada por una mujer de mediana edad. Sin poder evitarlo, salió corriendo tras ella. La alcanzó rápidamente y la tomó de la mano mientras frotaba su miembro con la entrepierna de ella, insinuándole su virilidad. La mujer dio un respingo y gritó aterrorizada al ver la figura que le había apresado la mano. Durante unos instantes quedó rígida. Acto seguido, logró zafarse de su paralización y se resistió a los embates de aquel ser desgreñado. Unas personas se acercaron disimuladamente para husmear que sucedía. Hombre Primitivo y la señora cayeron al suelo, como consecuencia de los esfuerzos de ella por desasirse y los movimientos pélvicos del otro. Dos o tres jóvenes se animaron a socorrer a la agredida entre chistes y sorpresa. La imagen 165
de aquel ser grotesco con esa actitud lasciva no dejaba de ser cómica sin considerar la agresión. Consiguieron desunir a la señora del abrazo del Hombre Primitivo, quien no cejaba en su empeño por estimular la sexualidad de la pobre mujer con sus insinuantes rozamientos. De golpe, Hombre Primitivo la emprendió a puñetazos, mordiscos y gruñidos con los rescatadores, quienes se defendieron como pudieron. La pelea fue interrumpida por el sonido de una sirena que lo asustó. Se tapó los oídos con las palmas de las manos y huyó en dirección a un parque. La policía lo persiguió sin lograr atraparlo. La señora fue socorrida y escoltada por dos agentes a un cuartel donde prestó declaración y presentó una denuncia. Más tarde, un familiar la fue a buscar y la acompañó a su casa. Desde las alturas, de azotea en azotea, Hombre Primitivo la siguió, descolgándose por antenas de televisión, desanudando cables y cuerdas con los cuales sujetarse y saltar de un edificio a otro, o precipitarse por vertiginosas escaleras. Se ocultó en el techo de una vivienda vecina a la residencia de la mujer de mediana edad.
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CAPÍTULO 85
Las ganancias eran espectaculares. Corbata Rasgada de Negro estaba estupefacto. Cinco meses atrás había comprado unas participaciones. Una inversión relacionada, no sabía muy bien con qué, pero el resultado había sido el hallazgo de unas vetas de oro y otros metales nobles útiles para aplicaciones industriales. ¡Pam! Los valores se dispararon, con beneficios de casi doce mil millones en un trimestre. La rentabilidad superaba los 400 puntos básicos. En un mundo de escasez para muchos, el descubrimiento era una golosina. Ahora tocaba vender y sus participaciones estaban altamente cualificadas con innombrables positivos. Tampoco descuidaba los fondos depositados en el MPPI. El dinero, inicialmente aprovisionado por los gobiernos, se convertía rápidamente en beneficios para los inversores y las grandes instituciones financieras. También convencieron finalmente a la población y se logró que llegaran diariamente millones de medianos y pequeños ahorradores. El dinero en el MPPI no goteaba ni fluía, era como un maremoto que se adentraba en tierra firme. Corbata Rasgada de Negro encendió un televisor que rara vez ponía en marcha. Se acomodó en su sillón y escuchó al locutor del telediario. Una marcha de trabajadores clamaba por su readmisión en una empresa. Se sirvió un zumo y sonrió viendo a unos asalariados tristemente pugnando por su puesto perdido. Recordó las palabras de un amigo suyo, rico por supuesto, y muy consciente: «¿La gente quiere trabajar? Pues démosles trabajo.» Una gran verdad. Hinca la rodilla y disfruta de tu petición laboral. Se acordó del agente gubernamental. Hacía tiempo que no lo molestaba. —¿Seré responsable de algo grave? Prefirió desechar tales pensamientos. Se fijó en el informativo que, en ese momento, retransmitía la última noticia que había convulsionado a los ciudadanos: el desplome de tres edificios emblemáticos y representativos. De un enérgico trago acabó su bebida. 167
CAPÍTULO 86
Cuello Descubierto ya no escribía. Tampoco daba discursos ante sus antiguos compañeros de partido, ni pretendía divulgar su ideología. Todo aquello formaba parte de su pasado. Se había originado una nueva voluntad, procedente de la masa y que se enfrentaba a las instituciones actuales. Conceptos como la división entre izquierda y derecha, centro, partido político, ideología... habían perdido su significado y su simbolismo. Solo se quería acabar con un régimen que se consideraba pernicioso y destructor. Pero las fuerzas democráticas no abandonarían el poder, no estaban dispuestas a abdicar sin más. Lucharían con toda su energía a fin de conservarlo en sus manos. «Aunque el Estado está completamente justificado —meditaba—, a día de hoy no es capaz de gobernar. Es una mera herramienta para controlar y exprimir al ciudadano.» Soltó una bocanada de humo. Había vuelto a fumar. Desconocía qué ocurriría en el futuro y poco le importaba en ese momento conservar la salud. Pese a que parecía fumar complacido, su interior era un tumulto de sentimientos que sacudían su personalidad compeliéndole a la acción. Volvió a inspirar el humo de su cigarrillo. «El Estado gobierna. Teóricamente gobierna, pero no ostenta los medios económicos y la riqueza de su país. Si así fuera, no precisaría financiarse. A lo largo de la historia de la humanidad, el poder ha permanecido unido a la riqueza. Quien lo detentaba poseía también los medios económicos y naturales. Hay numerosos ejemplos: reyes, repúblicas, autócratas, imperios, regímenes soviéticos, dictaduras, y una larga lista de nombres. Sin embargo, actualmente el poder se ha desvinculado de la riqueza. Los agentes ordenadores de la sociedad no controlan los recursos de un país. Este control, en cambio, reside en los bolsillos de los propietarios mayoritarios de las multinacionales, de las empresas energéticas y de las entidades financieras.» Apagó el cigarrillo en un cenicero y estiró la pierna reproduciendo un movimiento fisioterapéutico. 168
«La disociación del poder con la riqueza ha ocasionado que esta y los recursos se hayan desvinculado de la población. Las personas que poseen dichos recursos, imprescindibles para suplir las necesidades humanas primordiales, no tienen por qué responsabilizarse de las personas y de la comunidad. Esta es una misión que se encomienda a unos estados sin medios y no propietarios. »Los recursos han sido concedidos a individuos que obtienen el beneficio de su posesión, extracción y distribución. En resumidas cuentas, de la explotación en exclusiva para su provecho particular. Se desentienden de los fines sociales que corresponden a estas concesiones. La explotación de los recursos materiales no revierte en la sociedad. »Los habitantes necesitan de estos bienes básicos y de la accesibilidad a la energía para sustentar la vida humana tal como ha sido concebida hasta el día de hoy. Si los gobiernos no son capaces de facilitarlos a sus ciudadanos, están fracasando, porque no están cumpliendo con sus fines. Pero si además se enfrentan a la sociedad, oponiéndose a que los ciudadanos accedan a los bienes primordiales, están atentando contra su propia razón de ser y desvirtúan su cometido. Esta oposición genera un conflicto entre el Estado y la sociedad, convirtiéndose el primero en una autoridad beligerante contra su propia población. »Mientras se produce esta confrontación, los individuos favorecidos por la concesión de los bienes elementales mantienen su opulencia, defendidos por las administraciones nacionales y por unas estructuras transnacionales que reafirman su poder frente a las naciones.» Como consecuencia del esfuerzo intelectual, el sistema nervioso de Cuello Descubierto sufrió una pequeña interacción eléctrica que se manifestó en un parpadeo. «La democracia sería entonces la concentración del poder, entiéndase económico, en unas pocas manos, pero sin gobernar. Quien lo detenta elude su responsabilidad y delega la función social del poder, con lo que aparecen unos gobiernos carentes de poder fáctico y de decisión que pierden su funcionalidad, salvo para el poderoso que, en esencia, sigue manteniendo sus privilegios para aquello que le interesa. »La única respuesta que puede dar una población constreñida es la revuelta, y la única acción que van a emprender los propietarios de los recursos es la utilización de la fuerza a través del uso de un Estado vendido a su causa. Los gobiernos vigentes son incapaces de mediar entre ricos y pobres, son absolutamente disfuncionales.» Cuello Descubierto, contrariando sus pasadas creencias y pensamientos, se trasladaba hacia el bando de la lucha activa. «Aún así, tengo una última pregunta sin respuesta. ¿Las democracias son una creación de los poderosos, que sabían que sacarían provecho de ellas, o bien fueron el producto de una sociedad ilusionada, del que se han apropiado los poderosos?» 169
CAPÍTULO 87
Recostado en un banco frente a la universidad y con los párpados caídos, daba la impresión de que Chaqueta Cochambrosa dormitaba bajo los rayos del sol. No era así: al igual que Cuello Descubierto, su mente desplegaba una frenética actividad. Después de la hoguera de libros se le habían ocurrido acciones más extremas. Una persona se sentó a su lado en el banco sin pronunciar palabra. Levantó los párpados perezosamente y vio a su colega Cazadora Raída, que traía una expresión malhumorada. —¿Qué te pasa? —le preguntó Chaqueta Cochambrosa. —Nada… vengo de clase y hay un profesor que me toca lo intocable. El tío se cree que todo lo que dice es una verdad irrefutable, un axioma. —Ya le darán por donde le quepa. —Espero que así sea, hay cada sujeto por este mundo... ¡Pero es que me quedo asombrado! ¿Cómo habrá conseguido ese tipejo su plaza de profesor? Encima cobra por ello. brosa.
—Si no se modera, terminará ensartado —dijo riendo Chaqueta CochamSe hizo un silencio agradable que duró medio minuto.
—¿Sabes cuál es el problema básico de la destrucción del empleo y de la crisis? —preguntó de súbito Chaqueta Cochambrosa. —Yo creo que los problemas son muchos. cial.
—Sí, por supuesto, pero hay uno que implica el propio concepto existen—¿Me preparo para un rollo metafísico o qué?
—Escúchame y después me dices si tengo razón o no, pero al menos escucha lo que he pensado: Mira, esta sociedad ha aprendido a consumir, fíjate que digo «aprender», no que la hayan «educado» para consumir. Esto es importante 170
por dos cuestiones: la acción de aprender es más objetiva, más sustantiva. En cambio, si utilizo el verbo educar ya exteriorizo una valoración del entorno, una posible subjetividad respecto a lo que los demás han hecho conmigo. El «yo he aprendido» es una afirmación completa e inequívoca que procede de la consideración libre e individual de uno mismo. —Venga, no te enrosques tanto, sé pensar. —La otra cuestión que hace relevante la utilización del concepto de aprendizaje es que elimina la culpa. Si yo me considero educado por otros en un determinado sentido, transmito sobre ellos la culpa y la responsabilidad del resultado obtenido o del yo resultante. —Vale, vale, muy bien. ¿Y adónde nos lleva esto? —No te precipites, no he hecho más que empezar. Ten paciencia. Como te iba diciendo, somos una sociedad que ha aprendido a usar y a gastar cualquier objeto: desde lápices de colores a joyas caras. El consumo en sí ya no es un medio, es el fin. Lo que buscamos es el consumo per se, no la satisfacción final o el disfrute del bien adquirido. La recompensa se encuentra en el acto de consumo. —Correcto —afirmó Cazadora Raída. —Por ejemplo, somos capaces de comprar cualquier alimento en exceso, como trozos enormes de carne con grasa y mucha salsa. ¡Come, come! ¡Traga, traga! —Sí, ¿y qué hay de malo en eso? La gente necesita comer, salvo los anoréxicos. —¡Déjate de tonterías! El consumo no termina allí, también queremos un coche llamativo y lujoso, o un deportivo rojo que corra la leche. Ambos propietarios lo quieren limpio, resplandeciente y sin rayaduras. Necesitan identificarse con su magnífico coche. El automóvil es su identidad. —Como los memos que dicen: «A mí me gustan los descapotables», y luego se dejan su salario para comprar uno y poder sacarle brillo a diario. —Claro, son actos de consumo e identificación. Yo soy así o soy de tal manera. Necesitamos comprar para dotarnos de una personalidad. Me gustan unas deportivas de una marca en particular: pues me las compro, más el chándal, la sudadera y lo que sea. Y además, tengo mi fast-food preferido, mi tienda favorita, mi grupo musical o mi autor. Da igual, cualquier cosa. Las marcas crean nuestra identidad. Hemos aprendido a erigir nuestra personalidad a través del consumo. —Todo eso ya lo sé, pero bueno… Continúa. —Gracias. Cuando a una generación que ha aprendido a consumir se le impide consumir, se pierde. No tiene referentes. Es una generación incapaz de crear su identidad. Estas personas no podrán acceder a las marcas que les gus171
tan, a su comida, al coche que siempre ha deseado o a sus películas. ¿Qué pasa entonces? —No lo sabemos con seguridad. —Imagínate cómo de frustrado llega a sentirse un individuo que no puede construir su personalidad, y no solo eso, sino que tiene que destruir sus ideales consumistas, sin acceso ni tan siquiera a sus iconos más inconformistas. ¿En qué especie de humano se puede convertir? —No lo sé. —Yo creo que en algo inferior a un animal. Y lo mejor de todo es que esa generación somos nosotros. —Por eso no sé ni cómo me siento. —Más bien es un no sentir, porque apenas tienes personalidad. Da miedo, ¿verdad? —sonrió Chaqueta Cochambrosa. —¿Me estás diciendo que me puedo comportar de manera irracional?
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CAPÍTULO 88
Una acción coordinada entre Corbata Rasgada de Negro, Hazmerreír y otros, consiguió frustrar una emisión de títulos de una empresa armamentística participada con fondos públicos. El informe preliminar de la sociedad anunciaba los montos y provisiones de la captación de capital: 2.798 millones destinados a la apertura de una planta de producción de material bélico, más 554 millones para la cobertura de contingencias futuras y fortalecimiento de recursos propios. Los directivos redactaron el proyecto de ampliación de capital, el cual fue aprobado por el organismo pertinente. Se publicó en varios diarios y se dio traslado a las entidades financieras para la colocación de los nuevos valores, previo ofrecimiento a los propietarios con derechos de suscripción preferente. Muy bien, la compañía tenía preparada su inyección de dinero fresco. Sin embargo, allí estaba Hazmerreír, que se apoderó de un informe interno que colgó en la deep web. Dicha comunicación detallaba los movimientos contables que ocultaban unas pérdidas alarmantes. Los inversores y especuladores conocieron el pésimo estado de cuentas de la compañía. Actuando de forma compaginada, retiraron sus posiciones. Se inició un rally bajista del precio por acción, animado por la información interna de la compañía que se había filtrado al mercado. Los valores de la empresa cayeron en picado. A media mañana habían perdido un 15 por ciento de su precio inicial. Tras la aparición en los periódicos del pésimo estado financiero de la compañía y tras su descalabro bursátil, los responsables y ejecutivos de la sociedad junto a políticos y cargos institucionales, se reunieron apresuradamente con el objetivo de suavizar el descenso de las cotizaciones. A fin de evitar un completo colapso, la compañía tuvo que comprar sus propios títulos, con lo que aumentó su autocartera de modo significativo. La maniobra en la bolsa les perjudicó gravemente, ya que agotaron los recursos de que disponían. Aquel mismo día los vencimientos de letras a proveedores no se atendieron y los efectos bancarios se devolvieron. 173
Este giro de las circunstancias molestó a los directivos y a los políticos. Instigados por la necesidad y por la falta de liquidez, se vieron obligados unos a conceder y otros a aceptar un préstamo de urgencia, que extrajeron del tesoro estatal. Se había conseguido malbaratar la ampliación de capital. La emisión de las nuevas acciones no captó ni una quinta parte de su valor nominal. Posteriormente tuvieron que ser ofrecidas al mercado a un precio ridículo, pero cierto y real dada la situación financiera de la empresa. El gobierno democrático acordó el crédito sin miramientos, de la misma manera que había aprobado la ampliación de capital. Incluso con el crédito concedido, la compañía se vio forzada a paralizar temporalmente algunos proyectos y a diseñar un plan de ajuste con despidos de personal y reestructuración de cargos. Entre los proyectos que fueron paralizados estaba la producción de un novedoso gas destinado a la disuasión de manifestaciones y altercados civiles. Se dio parte al gobierno y a las fuerzas de seguridad, aunque estas se encogieron de hombros, pues ya disponían de un arsenal más que suficiente para eliminar cualquier amenaza proveniente de la población.
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CAPÍTULO 89
Llega un día en que por más dinero que hayas acumulado, te enfrentas a la muerte. Puedes atrasarla, darle esquinazo alguna vez, prevenirte de ella o retarla. Aunque indudablemente, un día morirás de forma contundente e irreversible. Viuda del Trabajo lo sabía y era algo que la hacía disfrutar. Un socio de la firma en la que había prestado sus servicios y donde, además, había logrado su prestigio profesional, había fallecido. Ahora se hallaba inerte y bastante desmejorado dentro de una caja expuesta a los allegados que acudieron al velatorio. Con una copa de vino dulce, vestida de negro, coronada por su rubia cabellera, se paseaba por el gran salón de la mansión de su antiguo compañero y jefe. Sonreía, saludaba, comentaba sucesos con frases cortas y meditaba en silencio. Su presencia se imponía en el ambiente y una mañana que había despertado alegre se oscurecía lentamente por un manto de polución y tristeza. El ánimo de las personas que revoloteaban por el velatorio quedaba abatido por una amargura profunda e inconsolable. En aquella ocasión, ni las habituales risas entrecortadas y atrevidas propias de todo velatorio resonaban como fondo. Era repugnante. Viuda del Trabajo se explayaba prodigando el desconsuelo que su ser emitía. Podía apreciar cómo las caras se desfiguraban y cómo los más ancianos se escondían detrás de las cortinas donde sollozar penas insondables que destruían sus conceptos y su vanidad. Apareció el coche funerario. Unos empleados pulcramente ataviados recogieron el ataúd y lo metieron en el automóvil. Los invitados se pusieron sus abrigos y siguieron al coche funerario hasta una iglesia donde se hallaban conocidos, parientes cercanos y lejanos y curiosos, dispuestos a celebrar el oficio de difuntos. Escogió un lugar céntrico en la multitud y la ceremonia empezó. El sacerdote anunció el motivo de la misa: el fallecimiento de Mister Pastoso de la Hucha. Viuda del Trabajo se reconcentró y, dirigiendo un furibunda mirada a la imagen de un Cristo de madera crucificado y agonizante, desentrañó los arcanos de la redención y la salvación que le habían explicado en su niñez. Al final consi175
guió que el milagro operara. La aflicción que exhalaba se esparció por el interior de la iglesia imponiéndose a la voluntad y a la inteligencia de los presentes. El sacerdote inició una oración que fue repetida por los creyentes y tras una pausa, dijo con voz quebrada: —El Señor nos ha entregado el don de la vida. Una vida que hay que aprovechar para utilizarla en los actos más benévolos y piadosos. No tenemos derecho a nada, salvo nuestra dedicación a Dios Omnipotente y Mágico. La congregación se revolvió: era la primera vez que escuchaban la palabra «mágico» durante una misa. El capellán continuó con su discurso: —Este Dios, nuestro Dios, tiene la obligación de socorrernos y no lo hace. ¡Estamos condenamos! ¡Yo y todos vosotros! —dijo criticando a su Creador. Los creyentes se asustaron ante el sermón del capellán y se aferraron a la misericordia a fin de obtener el perdón divino. —Tengo poder —les dijo el cura—. Dirijo esta comunidad, pero no estoy libre de pecado. Tengo todas las comodidades que deseo y vivo rodeado de suntuosos lujos. ¡Voy directo al infierno y allí os esperaré! —les amenazó con furia. La iglesia se corrompió por los lamentos y las carcajadas histéricas de los asistentes. —Solo el suicidio nos redimirá de la ingrata condena eterna. Mi muerte es mi salvación. Él, el Grandísimo, el Loable y Amado Yahvé nos liberará de nuestra ignominia. En nombre del Señor os perdono y os conmino a quitaros la vida por el bien de la humanidad y por vuestra redención. —Dicho esto, el clérigo abandonó el micrófono, se encaramó al púlpito y gritó—: ¡Morid conmigo! Se dejó caer de cabeza, como si hubiera una piscina debajo. El cuello se le descoyuntó y murió al instante. El fallecimiento del cura causó un efecto electrizante en la congregación. Motivados, comenzaron a quitarse la vida protagonizando un delirio suicida masivo. Los agnósticos cayeron bajo el influjo de los más creyentes y secundaron el suicidio colectivo. Se las ingeniaron por medios singulares: hubo quien se dio cabezazos contra una columna, otros se clavaron un bolígrafo en la yugular, otros saltaron desde el órgano, o se obturaron las vías respiratorias con la mano metida hasta la garganta... Impresionante. Solo quedó viva Viuda del Trabajo, que observó impertérrita el suicidio colectivo. Las fortunas de los perecidos se distribuyeron entre familiares menos adinerados e instituciones benéficas y no tan benéficas. En definitiva, algunos pudieron dar gracias al cielo por recibir unas cantidades inesperadas de dinero líquido. REDISTRIBUCIÓN DE LA RENTA EN NOMBRE DEL SEÑOR 176
CAPÍTULO 90
Acuciada por el hambre, la lagartija tuvo que abandonar su grieta en la roca. Dejaba atrás la guarida natural que la protegía de las inclemencias del tiempo y de los predadores. Las circunstancias así lo exigían, los alimentos escaseaban. En un audaz periplo en el que recorrió expuesta poco más de kilómetro y medio alcanzó un paraje desnaturalizado donde se mezclaban multitud de olores, fragancias y pestilencias. Impulsándose con su larga cola, reptó con ímpetu hasta el lugar que vaticinaba esperanza y bienestar dada tan condensada experiencia olfativa. Su páramo se transformó. Las plantitas crecían entre muelles y corchos. Pelusas de materiales sintéticos, latas de metal, trozos de plástico, desechos corroídos y sustancias podridas se encontraban desparramados por una superficie yerma. Siguió reptando hasta al borde de un vertedero infinito. Olfateando entre todos aquellos enseres y porquerías, la lagartija pudo saciar su apetito en un líquido colorido y putrefacto que goteaba de una bolsa de aluminio. El fluido burbujeante, diluido con los tintes de una caja de cartón, compuso su primera ingestión de alimento en el vertedero. Tras el atracón y con la tripa llena, se guareció en un pañal usado donde hacer la digestión. Llegó una furgoneta, se escuchó el abrir y cerrar de puertas y unas voces humanas. La lagartija, temblorosa en su cobijo, se puso en alerta. Nuevos sonidos, trasiegos y el golpe de las bolsas de basuras al chocar contra la montaña de desechos, la impulsaron a levantar la cabeza para captar las ondas sonoras, preparada para salir huyendo. El furgón arrancó y con un petardazo aceleró, retomando su ruta. La lagartija se relajó y volvió al hueco de su pañal. La recién depositada basura sería su comida del día siguiente. Difícilmente abandonaría un rincón donde la comida le venía caída del cielo, aunque fuera en forma de repugnantes brebajes y no como nutritivos insectos. 177
CAPÍTULO 91
Tras abandonar a su familia, Insurgente Radical se dispuso a la tarea de organizar un comando. Recorrió las calles de su barrio obrero para reclutar a una cuadrilla de una treintena de jóvenes que, apáticos y sin alegría, la siguieron a una plazoleta. Aquella dama de facciones duras, que hablaba de armamento y que esgrimía una pistola, parecía saber lo que quería. Los adolescentes la acompañaron instigados por sus insulsas existencias. Capitaneados por la insigne mujer, recibieron su primera arenga que en pocas palabras vino a ser: —Tenemos encomendada una importante misión —les anunció—. Por el barrio han repartido armas. Las podéis encontrar escondidas en cualquier lugar. ¡Buscadlas! Os quiero aquí mismo, mañana por la mañana a las seis en punto, en formación y armados. Os voy a convertir en un comando letal. Nos llamaremos Los Fustigadores. Tú —dijo señalando a un joven apocado—, consígueme unos planos de la ciudad, del alcantarillado, del tendido eléctrico y del sistema de distribución de gas. —El chaval se quedó impresionado y no contestó—. Ahora desperdigaos, no hay mucho que decir, sino mucho por hacer. Mañana estad preparados al repuntar el día. Los jóvenes recorrieron la barriada en busca de sus armas. El primero que descubrió una —un M-16, entre dos contenedores— dio un grito de entusiasmo. El resto del grupo fue a admirar su hallazgo. —¡Tengo varios cargadores, mirad! —dijo a sus amigos mostrándoselos. —Vamos a disparar en el descampado —propuso uno de ellos. —No, no, no, yo antes quiero encontrar mi arma —dijo otro. —Es verdad, vamos a por ellas —corearon. ¡Menuda búsqueda del Huevo de Pascua, cuando otro chaval dio con dos cajas de 12 granadas de mano! El afortunado saltó de júbilo. Los chicos se movilizaron rápidamente. Todos deseaban un arma. A la causa se unieron más adeptos. La empresa era tan emblemática y llamativa que la ilusión se contagiaba como un reguero de pólvora prendido en aquel desafortunado barrio. 178
A última hora de la tarde abundaban los Kalashnikov y los rifles de asalto HK-416. También encontraron pistolas semiautomáticas, subfusiles MP5, dos ametralladoras pesadas Kord y hasta un moderno lanzacohetes RPG. Ocultos en un lejano bosque y a oscuras, un centenar de jóvenes disparaban y ejercitaban sus incipientes habilidades bélicas. El sonido de los disparos era música para sus oídos. Tenían por delante una guerra que emprender bajo el mandato de una extraña mujer portadora de incentivos. Y no solo eso, sino también la oportunidad de hacer historia. De madrugada, con un rictus firme en sus labios, Insurgente Radical se dirigió de nuevo a sus guerrilleros acrecentados en número. Les dio un corto discurso de bienvenida, les hizo jurar una causa y luchar hasta la muerte. Tras unos aullidos de alegría y gritos de guerra, impartió las misiones: medios de transporte, sistemas de comunicación, campo de instrucción y avituallamiento. Órdenes sencillas para personas eficaces. Aparte, seleccionó a una docena de chicos para formar una brigada, a la que asignó un cometido de tradición hashashin. Serían adiestrados para la ejecución de asesinatos selectivos y para ejecutar intrigas políticas.
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CAPÍTULO 92
Las fuerzas democráticas acordaron atajar contundentemente las actuaciones de los estudiantes. Las calificaron de anticonstitucionales y antidemocráticas, de extrema derecha en unos medios y de extrema izquierda en otros. Ni siquiera los medios de comunicación se aclaraban. Por su parte, los jóvenes autores del incendio difícilmente podrían haber explicado su ideología, pues muchos de ellos apenas rozaban la veintena. Era pura y simplemente la exteriorización de su rechazo al sistema instaurado. Las fuerzas democráticas iban a entrar en colisión con las fuerzas sociales. Debían actuar con celeridad para evitar mayores males o altercados. Reunidos en un oscuro despacho, los representantes de la democracia discutieron con brevedad la respuesta que darían a una afrenta tan grave como la acaecida. Finalmente, adoptaron una decisión y la transmitieron a los cuerpos de seguridad del Estado. La policía obtuvo la información requerida en dos días, y luego sus agentes actuaron conforme les fue ordenado por los parlamentarios. Los de la secreta, disfrazados de universitarios, se infiltraron en las facultades. Los alumnos les proporcionaron con total naturalidad y confianza las fechas de las próximas concentraciones e identificaron para ellos, sin malicia, a los principales portavoces. La policía intervino las redes sociales, confeccionó una lista de los perfiles más exaltados y descargó las fotografías de los agitadores más activos. Al día siguiente, un fuerte contingente, pertrechado con sus uniformes, escudos, porras y armas de fuego, se preparó para asaltar la universidad, disolver una reunión y arrestar a los supuestos dirigentes del movimiento. Una treintena de furgones se puso en marcha. Por medio de una operación coordinada se obstruyeron los accesos a la universidad, prohibiendo la circulación de alumnos. Se escucharon las primeras voces disconformes contra la acción policial y el bloqueo de la universidad. Un destacamento llamó al despacho de Mirada Inquieta con unos golpes 180
exagerados. Éste se levantó y acudió a abrir. Recibió una nueva e insistente llamada cuando ya tenía su mano sobre el pomo. Por intuición ya presagiaba problemas, pero abrió con valentía. Un comisario y cinco antidisturbios se alzaban ante él con sus cascos y sus agresivos atuendos. Una voz falseada que emulaba a la autoridad, le preguntó cómo se llamaba. Mirada Inquieta pronunció su nombre y apellidos. Le dijeron que estaba bajo arresto por la comisión de varios delitos contra el Estado, sedición, conspiración y disturbios contra el orden público. Se dejó esposar sin oponer resistencia. No le hacía gracia quedar preso, aunque ya había asumido con anterioridad ese riesgo. Se dejó llevar escoltado por los antidisturbios. Al paso por los corredores de las aulas pudo comprobar que el recinto había sido sitiado. Había agentes apostados en casi todas las esquinas y en las puertas de las clases. Los alumnos se encontraban inmovilizados en el interior de las aulas. Al ver a su profesor esposado empezaron a alborotar. Lanzaron insultos, amenazas e improperios. La policía respondió metódicamente golpeando las puertas con sus porras. La gran sala de actos también había sido cercada. En su interior había una docena de chavales encargados del equipo de sonido y de la colocación de mesas y sillas. Todos ellos fueron apresados y acusados de cometer variopintos delitos. Esposados al igual que Mirada Inquieta, les hicieron desfilar frente a sus compañeros, quienes volvieron a dar muestras de su desaprobación. Los metieron en un furgón y se los llevaron. En la entrada principal se había congregado una multitud que silbaba y gritaba. Había corrido la noticia y una marea de jóvenes fue al lugar de los hechos. El edificio fue desalojado y se mantuvo la prohibición de entrada. Los alumnos desalojados salieron con una extraña expresión pintada en la cara y se unieron a los que se encontraban en el exterior, que coreaban cánticos y amenazas. Los ánimos comenzaron a caldearse. Un capitán les informó de que el recinto quedaba bajo su tutela y les instó a volver a sus casas. No le hicieron el menor caso, y permanecieron toda la tarde frente a la universidad rodeada por la policía. Llegaron los medios de comunicación, que retransmitieron en los telediarios la clausura temporal de la facultad y la detención de un profesor y de varios alumnos. El decano ofreció unas aclaraciones incomprensibles acerca de los apresamientos. A las doce de la noche, tras varias horas de gran tensión, la policía cargó contra los estudiantes.
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CAPÍTULO 93
La luz solar se filtraba suavemente por la persiana del hogar de Cuello Descubierto. Como muchas mañanas, encendía su computadora y, mientras desayunaba un café con leche, unas tostadas y algo de fruta, repasaba uno o dos periódicos. Esperaba ansioso el día en que los noticiarios se hicieran eco de las reuniones que mantenían los estudiantes y se iniciaran unas reformas hacía una sociedad más moderna, igualitaria y social. Todavía confiaba en que las fuerzas democráticas entenderían la necesidad de un cambio y que la transición pacífica era la mejor solución para un sistema que había emprendido su debacle y cuyo destino se desconocía. Creía encarecidamente que el gobierno era un ente comprensivo, inteligente y suficientemente comprometido, por lo que tomaría en consideración las penurias de la población actuando en consecuencia. Sus alegres y esperanzadores pensamientos se fueron al traste cuando leyó el artículo que relataba los sucesos acaecidos durante la tarde y noche del día anterior. Cuello Descubierto quedó profundamente consternado al ver la fotografía de su amigo esposado. Releyó detenidamente el reportaje. La relación de los delitos imputados ocasionó que su preocupación se elevara a indignación. Tomándole por sorpresa, un repentino estrés se apoderó de su estado anímico. Empezó a pasearse histéricamente por el salón de su casa. Entró en shock repitiendo inconscientemente: «¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer» Un trago de café y un poco de tabaco consiguieron sustraerle de su colapso. Se puso una chaqueta, se calzó unas botas y salió a la calle sin saber exactamente cuál era su propósito. De camino al metro, decidió ir a las puertas de la cárcel. Allí se encontró con una pequeña multitud de alumnos, padres y hermanos que se habían congregado para denunciar el encarcelamiento de los jóvenes y del profesor. Los guardias de la entrada soportaban estoicamente las imprecaciones, las burlas y las muestras de desprecio. Cuello Descubierto se unió al grupo y junto a ellos coreó las mismas proclamas e insultos. La sangre le hervía y se sentía violento. Cámaras, reporteros y otros del gremio pululaban alrededor 182
de la concentración. Grababan el tumulto, recogían testimonios y relataban la crónica frente a los objetivos. Hacia las once de la mañana las puertas se abrieron y los estudiantes detenidos fueron puestos en libertad. Entre ellos Rebeca de su Abuela que, con su juvenil belleza, atrajo de inmediato a los medios de comunicación. La enfocaron, la acosaron a preguntas, la marearon y lograron que diera a conocer su experiencia en la prisión y sus ideas. Se expresó con torpes y vacuas palabras. Sin embargo, para los medios de comunicación, el atractivo era su cara bonita, su timidez y su juventud. Rebeca de su Abuela apareció en todos los telediarios y causó un gran revuelo, hasta en los mejores y más caros restaurantes de la ciudad se comentó su belleza. Las fuerzas democráticas se lavaron las manos. La noticia de una posible explosión en las universidades quedaba diluida, traduciéndose en una agraciada alumna que narraba su gamberrada con unos preciosos ojitos asustados. Estaba perdonada. No contaban con que detrás de las reuniones se encontraban Chaqueta Cochambrosa, Cazadora Raída y muchos otros, como Gafas Oscuras, que no cejarían en su empeño y apoyarían a Rebeca de su Abuela bajo cualquier circunstancia. Las fuerzas democráticas también erraron al no liberar a Mirada Inquieta, ya que Cuello Descubierto provocó un alboroto al ver que no soltaban a su amigo. Enojado, zarandeó a uno de los guardas de la prisión a la vez que gritaba: —¡Liberad al profesor, liberadlo! Varios policías avanzaron hacia él amenazadores y dispuestos a reducirlo, pero unos ciudadanos que participaban en la protesta lo agarraron por la espalda y se lo llevaron en un acto de benevolencia.
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CAPÍTULO 94
Sesteando en la azotea cercana a la residencia de la mujer de atractivo olor, Hombre Primitivo esperaba que llegara la noche para asaltarla. Quedó dormido bajo una sombra que le proporcionaba un toldo. Se despertó y se desperezó abruptamente cuando una ligera brisa vespertina le azuzó. Sacó de su bolsillo un hot dog que había guardado previsoramente y se lo zampó. Desde la azotea controlaba la vivienda de su víctima. Durante una media hora, espió los movimientos de los vecinos y examinó el emplazamiento. El crepúsculo acabó cediendo y la tenue iluminación nocturna lo activó. Se descolgó ágilmente por un canalón y alcanzó el suelo ajardinado. Con los pies descalzos se acercó a la casa unifamiliar. Recorrió todas las ventanas acechando el interior. Vislumbró a la mujer recostada en un sofá hojeando una revista mientras el televisor emitía imágenes. Un ineludible anhelo sexual le compelió a buscar alguna entrada a la casa. Merodeó nervioso por los alrededores como una bestia. Se encaramó al techo del porche trasero y descubrió una pequeña ventana que daba a un cuarto de baño. De un golpe, rompió el cristal y se introdujo por el hueco. Olisqueó el aseo que estaba aromatizado con un pulverizador de intenso frescor de bosque. Orientándose según la estructura externa de la casa, salió por la única puerta del cuarto de baño. Unas escaleras descendían al primer piso. El intrigante olor femenino deleitaba su olfato y espoleaba su sexualidad. Con una prominente excitación saltó por las escaleras a trompicones y de un salto se plantó en el salón. La mujer se quedó paralizada con una expresión de incomprensión. Hombre Primitivo se abalanzó sobre ella exultante de alegría. La mujer empezó a chillar, aterrorizada. Se pelearon, se abrazaron, voltearon una por encima del otro y se enzarzaron a guantazos. Al final, consiguió aparearse con ella que agotada no pudo oponer más resistencia. El forcejeo de la mujer menguó, se debilitaron sus esfuerzos por impedir la agresión y su inteligencia se fue apagando. Contra todo pronóstico, comenzó a disfrutar. Una fogosidad sexual se inició en su interior y se le escaparon unos 184
suaves jadeos. A medida que el ritmo aumentaba, perdía sus conocimientos y su memoria borraba todo recuerdo y aprendizaje. Su cuerpo empezó a exhalar un olor denso que se esparció por el ambiente, impregnando el cuerpo del Hombre Primitivo y haciéndolo suyo. En el salón pudo escucharse un «uuc, uuc, uuc» de él y un «arf, arf, arf» de ella, en curiosa sintonía musical. Tras un arduo festival de pasión animal ambos quedaron tendidos en una alfombra. Con las ropas arrancadas y el cuerpo sudado, Mujer Primitiva reprodujo unos ininteligibles gruñidos que fueron respondidos por Hombre Primitivo. El reino animal se imponía sobre la especie inteligente y la devolvía a sus orígenes.
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CAPÍTULO 95
El MPPI reunía toda la deuda individual, corporativa, privada y pública futura. Allí se vendía y compraba cualquier cosa y quedaba anotada en soportes informáticos. Eran cifras que bailaban y corrían de cuenta en cuenta. El índice recogía el reflejo de la deuda de cada habitante y lo convertía en una previsión futura. Las más comprometidas promesas de pago de intereses por personas que todavía no habían nacido eran el sustento de muchas transacciones. Los países, con la expectativa de sus próximas generaciones, podían emitir bonos y obligaciones en los mercados primarios, porque ya se pagarían. Las empresas privadas emitían sus paquetes de acciones, participaciones y ampliaciones de capital para abastecerse, con el compromiso de pagar dividendos e intereses. Todas estas posibilidades y expectativas eran galardonadas con el sistema de evaluación prevista para el MPPI, dotando de positivos y negativos a cada ciudadano, a toda emisión de deuda y a todo acto humano, natural o inhumano. Además, las emisiones entraban en los mercados secundarios. Si en el primario ya se habían estipulado beneficios sobre probabilidades de futuro, resultaba que apostaban respecto de una posibilidad cada vez más incierta. En este mercado las diferencias se distorsionaban y se incrementaba la volatilidad de los importes, los intereses, las ganancias y las pérdidas a unos niveles muy elevados de riesgo. Como estos dos mercados no eran suficientes, existía un nivel superior del sector financiero que apostaba sobre el futuro de los futuros. Una sobreapuesta en la que los beneficios y las pérdidas eran objeto pasivo de multiplicadores. Toda esta dinámica financiera permitió a Corbata Rasgada de Negro, con algunos compañeros, continuar con su plan altamente capitalista y remuneratorio. La intención no era ganar dinero, sino atacar a la sociedad. Eran unos extraños economistas que se dedicaban a realizar las compras más atrevidas para revalorizar casos perdidos y endorsárselos a otros operadores cuando lo consideraban oportuno. De esta manera habían conseguido que el nivel productivo de 186
una diminuta isla del pacífico, aumentara hasta alcanzar el de un país con más de 200 millones de habitantes y que sus cotizaciones se dispararan un 500 por ciento. También había especulado positivamente por la recuperación de culturas y deidades abandonadas. Había previsto fuertes incrementos de guano expulsado por los pájaros sobre las ciudades y su efecto económico perjudicial. Así era el índice y así lo entendía Corbata Rasgada de Negro, que nunca erraba. El crack que provocaría el MPPI no sería como los anteriores. Esta vez no podría ser salvado acudiendo a factores externos. Era imposible, dado que no existía ninguna circunstancia que no estuviera incluida en el índice, y la ayuda externa no llegaría nunca. La economía mundial estaba abocada al derrumbamiento. Todos los bienes, servicios y personas se hallaban supravalorados. La población carecía de capacidad económica para colmar el importe absoluto negociado. La humanidad se enterró en una profunda deuda, casi infinita. Parecía que el planeta había puesto un precio al desarrollo de nuestra especie. La trama económica estaba concertada para reventar.
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CAPÍTULO 96
Las redes sociales eran un hervidero de estudiantes enardecidos. Sus compañeros arrestados toda una noche y el profesor todavía en prisión pendiente de ser procesado eran motivos más que suficientes para que ardieran de irritación. No lo querían entender. Su esfuerzo era destruido y execrado por el gobierno y las fuerzas de seguridad. Ellos, que creían en la existencia de un derecho a pronunciarse y a demostrar su desagrado, ahora aprendían que era mentira y falso. Estaban allí para trabajar, mirar la tele y obedecer; cualquier desviación o intención sería duramente reprimida, con independencia de que las iniciativas tuvieran un origen social, democrático o económico. El cambio estaba prohibido. El orden instaurado debía perdurar. Los mensajes que se intercambiaban en la red eran reflejo de su desilusión. Lo más perjudicial para el régimen político era que la población aprendía a enfrentarse contra las fuerzas públicas. No solo participaban los alumnos, hermanas, abuelos y operarios de plantas de fabricación y amas de casa, sino muchos otros, como los hijos de los desahuciados, los empresarios sin empresa, los profesionales liberales sin contratos, los infraasalariados y tantos otros y otras que formaban el grueso de la población. Se podían leer sus comentarios y opiniones en la red, y al rato se estaría tan enfurecido o más que ellos. Entre las personas muy cabreadas, Rebeca de su Abuela ostentaba suficientes razones para justificar su estado. Le escribía a su amigo Chaqueta Cochambrosa en una conversación privada: Rebeca de su Abuela: me han utilizado... Chaqueta Cochambrosa: lo sé. Rebeca de su Abuela: estoy angustiada, estuve encerrada en una prisión toda una noche, cuando salí de allí estaba aturdida. Chaqueta Cochambrosa: me lo puedo imaginar, yo nunca he estado preso
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Rebeca de su Abuela: salí del calabozo y todas esas cámaras esperando y yo como una idiota contesté sus preguntas... estoy avergonzada y no me lo merezco. Chaqueta Cochambrosa: están pendientes de cualquier descuido y lo utilizan a su favor. Les devolveremos lo que te han hecho. Tienes nuestro apoyo. Es repugnante que te fichen y te encarcelen por estar poniendo una mesa y unas sillas en un aula universitaria Rebeca de su Abuela: el mensaje ha sido muy claro, reúnete y te metemos en prisión Chaqueta Cochambrosa: solo chamuscamos unos libros que no sirven para nada y ya ves cómo se han puesto Rebeca de su Abuela: somos los malos, nos tenemos que hacer a la idea… En el Parlamento se tuvo conocimiento de que en Internet los foros sacaban humo. El proyecto no se hizo esperar, y un decreto a propuesta del partido mayoritario fue aplaudido por el resto de representantes del pueblo. Esta novedosa normativa permitiría retirar la conexión del usuario, darlo de baja de la red social y cerrar las páginas web sin necesidad de orden judicial. La incitación a concentraciones, la programación de manifestaciones y las reuniones de grupos de personas serían además castigadas.
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CAPÍTULO 97
La Sombra continuó con su particular exposición de ideas y ejecución de actos ante su cámara web. El video del asesinato había sido eliminado, pero aun así, bajo el anuncio de la supresión de la filmación, quedaban los comentarios más disparatados: «video fake», «te admiro» o «asesino de pacotilla». La Sombra no prestaba la más mínima atención a los comentarios, persistía en sus propósitos sin cuestionarse su conducta, ni la transcendencia pública que tenía. «El individuo ha superado a la comunidad. Es un hecho que no ha sucedido de un día para otro y tampoco ha sido una decisión voluntaria de los humanos. La construcción del nuevo ser ha seguido una evolución larga y laboriosa. Desde los clanes prehistóricos con sus valores comunitarios a los primeros interrogantes del ser como ente singular planteados por las antiguas civilizaciones. Desde la concepción humanista de la persona hasta el descubrimiento de la personalidad individual. No ha sido un proceso inteligente y voluntario, sino incógnito y secular. »La persona ya no forma parte de un grupo con vínculos imprescindibles para su desarrollo y supervivencia. En la actualidad existe un ser solitario y poderoso, capaz de crear una familia, de trabajar, de acatar un sistema moral y funcionar sometido a un conductismo normalizado. El hombre moderno es autosuficiente, no necesita ayuda, ordena su esquema existencial y es creador de un núcleo reducido en el que es dueño y señor.» La Sombra se levantó, pasaron un par de minutos, apareció otra vez y se sentó frente a su webcam. «El actual superhombre capaz, superior a la comunidad, tiene derecho a acaparar para su exclusivo beneficio. Está protegido, es un converso a una religión que únicamente propaga el amor a sí mismo. Consumidor de carne y pescado, de aparatos electrónicos, de esposa e hijos y de imágenes “sexis”. Los vecinos, la descendencia, los objetos, la vida y la muerte; las noticias, la vanguardia, las jovencitas y la religión se han convertido en bienes de consumo para este nuevo ser individual. La humanidad entera participa en un acto masivo 190
de consumo en solitario. Nos consumimos unos a otros y, en nuestro acto de consumo, olvidamos nuestros lazos comunitarios, la pertenencia a una especie, a una casta, a una esencia que nos fue transmitida por nuestros antepasados más primitivos.» Calló unos instantes y, como si diera con la clave de la vida, dijo desde la oscuridad: «El contrasentido se produce cuando este hombre moderno, como consecuencia de su individualismo y de su ambición, está sometido a una consumada obediencia a una legalidad artificial.»
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CAPÍTULO 98
Cuando la vida transcurre por las cloacas es amablemente apacible. Humano Viscoso chapoteaba por un angosto pasillo. No tenía gran cosa que hacer. Se sentaba, merodeaba, entraba en alguna sala para salir de inmediato. Se aburría. Con poca decisión se dirigió a una estrecha acequia por la que resbalaba un hilillo de agua sucia. Se sentó en el borde en hierática espera. Al rato, el canal comenzó a llenarse con una corriente de agua procedente del otro extremo y en sentido contrario al hilillo de agua sucia. El nivel empezó a subir propulsado por un oleaje bullicioso. Humano Viscoso miró entristecido sus pies que colgaban del dique. El agua siguió ascendiendo y recubrió sus extremidades. Alcanzó el margen de la acequia y superó el borde, vertiéndose por la cloaca. No efectuó ni un solo movimiento. Se dejó cubrir hasta su pecho. Las olas amainaron y el sumidero se serenó como un remanso. Dejó de oírse todo sonido. Humano Viscoso permaneció estático y lóbrego durante incontables minutos. Con una hábil pirueta se zambulló en el agua salada y fresca. Buceó por el oscuro canal hasta la desembocadura. Arrancó una verja que le impedía el paso y se deslizó por la abertura a un vasto océano envuelto en espesas sombras nocturnas. Una gran ola, cargada de espuma y atroz, se levantó frente a Humano Viscoso, quien la retó nadando contra ella. La ola descargó toda su masa contra la insignificante figura y la arrastró mar adentro.
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CAPÍTULO 99
Las noticias continuaban ofreciendo una visión desconcertante de los sucesos. Omitían la hoguera de libros y se centraban en señalar un culpable de los alborotos: el profesor de Mirada Inquieta, como si una sola persona pudiera causar todo el revuelo. Lo presentaban como un ser pernicioso y malévolo, haciendo constante mención de su perfil psicológico, al parecer afectado de una fuerte megalomanía. Los delitos imputados eran sedición, rebelión, disturbios públicos y, por qué no, terrorismo. Seguramente que Mirada Inquieta era un terrorista. ¿Acaso no había alentado a sus estudiantes a concertar reuniones? ¿No había creado un grupo con motivaciones políticas y sociales? ¿No había participado en la formación y evolución de una generación? Ciertamente, era un terrorista que atentaba contra las instituciones del pasado, contra un sistema pretérito y renqueante. Desde otra perspectiva, sería un futurista (pues luchaba por un futuro) o un positivista (alguien que creía en la esperanza). Sin embargo, por el momento era tachado de terrorista y se hallaba incomunicado en una prisión de alta seguridad. Sus bienes habían sido intervenidos, sus cuentas bancarias bloqueadas y su vivienda y su despacho registrados. Abogada Activista intentaba leer entre líneas para comprender la magnitud y alcance del nuevo movimiento. Aquel profesor de universidad, los alumnos, la respuesta de la clase política y las fuerzas del orden, y la incertidumbre de una contrarrespuesta. Estaba asustada y su deseo era paralizar el enfrentamiento y la colisión de fuerzas que se preveía a gran escala. Por un lado, había que evitar un repunte violento de las masas y por otro, conseguir una reacción suave y comprensiva de los gobernantes. La tarea era quimérica: unir de nuevo a la clase dirigente con la población. Es decir, los bancos con los ciudadanos, las empresas de semillas y abonos con los agricultores y consumidores, las compañías distribuidoras de gas y generación de electricidad con los abonados y tantos otros vínculos que se habían roto o desaparecido. Era una broma imposible. 193
Llamó por teléfono al presidente de la Asociación de Abogados Unidos por la Indecencia. Esta asociación tenía lazos políticos y se expandía por medio mundo. Le explicó sus temores y la necesidad de iniciar algunas negociaciones con organismos internacionales a efectos de paliar los desajustes sociales y remediar la distancia de los gobiernos con los habitantes. Pero el presidente de la dejó con la palabra en la boca. La desilusión había hecho mella, pero no desistiría de tan difícil misión. Tenía muchos contactos y amigos que la ayudarían en su cometido. No permitiría que una manifestación de estudiantes terminara de forma violenta. Prepararía una contramanifestación. Con esta premisa pretendió comunicarse y convencer a sus amistades y conocidos. Mientras, en Internet, ya se había fijado la fecha y hora de la próxima concentración donde se exigiría la liberación del profesor.
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CAPÍTULO 100
Los dos mercenarios se presentaron ante el General de la Estepa. —¿Cómo ha ido? —les preguntó. —Bien, ningún percance. Un trabajo limpio —le contestó uno de sus soldados a sueldo. —Hemos ejecutado la misión sin dejar rastro. Ha sido impecable —continuó el otro—. Con la información que nos proporcionó el... —No me cuentes batallitas —le atajó el General de la Estepa—. Ha ido bien, ¿verdad? Os podéis retirar. Le llegó un nuevo mensaje de Hazmerreír. Dejó el sobre despectivamente encima de su mesa mientras refunfuñaba para sus adentros: «Siempre con exigencias y mensajes cifrados. Llegará el día que pedirán mi ayuda y recurrirán a los tanques. Entretanto, tienen que divertirse con ese juego de niños: te robo información, te jodo el ordenador, te envío un virus, entro en tu mail... ¡Menuda gilipollez! De un puñetazo te rompo la pantalla del ordenador. Te lo acabaré rompiendo, y no solo la pantalla, sino las cajas, los cables y los teclados. No pienso dejar nada. »El mundo anda revuelto y mi principal misión es proteger a esta mujer. Niñera, eso es lo que soy, una niñera. He tenido que habilitar una sala para sus nuevos ayudantes, la muy loca no los quiere en su búnker. Ojalá quede enterrada allá abajo, encerrada hasta el fin de sus días. Tiene a sus ayudantes dos pisos más arriba y nunca los ha visto, trata a los pobres muchachos como ratas, y son militares. Se está perdiendo la compostura y la disciplina militar. Tener que recibir órdenes de una civil es lo último.» Se quedó pensativo. Pasado un rato, tomó una decisión: «Voy a organizar unas prácticas de tiro y asalto. Con este frío, la tropa me lo va agradecer.» Salió de su despacho, pasó por la cocina, cogió un trozo de queso y masticando salió al exterior. El ambiente era glacial, solo había hielo, nieve y escarcha. Se acercó a un centinela y entre nubes de vaho le preguntó si habían salido los camiones. Recibió una respuesta negativa. Dejó al centinela y entró en unos almacenes. Un tráiler estaba dispuesto para partir, mientras un segundo camión maniobraba. Un sargento se presentó ante su superior y después de cuadrarse le dijo:
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—Mi general, los dos cargamentos están listos. —¿Cuál es su destino? —Son dos países distintos: un pequeño país al norte llamado Tanta Basura Que No Cabemos y otro cerca del ecuador llamado Ni Agua, Ni Peces, Ni Pan. —Interesante —contestó indiferente. Y luego, sin dejar de mirar hacia los camiones preguntó—: ¿Aún no han pedido material pesado? —No, armas ligeras y de defensa contra unidades acorazadas. —Poca cosa, con esto poco van a hacer. Bueno, tampoco sé para qué lo quieren. Me parece que es obra de un lunático. —Posiblemente. —Una fantasía... —concluyó entre dientes el General de la Estepa, que se fue a por más queso.
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CAPÍTULO 101
Se puede hacer una división simplista de las personas: aquellos a quienes les gusta reírse de los demás y aquellos que no encuentran satisfacción en la burla ajena. Normalmente es gratificante para uno mismo encontrar a otra persona ridícula. Eso le ocurría a Hombre Primitivo cuando salía a buscar comida y avituallamiento. Acompañado por su pareja, semidesnudos, hurgaban por los desechos de la urbe. Obtenían hábilmente lo que querían y escapaban confundiéndose con las penumbras de la noche. Su aspecto huraño, sus gruñidos y su caminar eran los resortes para la guasa y divertimento de algunos picajosos transeúntes. A su paso se oían palabras y frases secundadas por impertinentes risotadas: —¡Paletos! —¡Que el agua no quema! —¡El manicomio está en esa dirección! —¿Queréis un peine? No comprendían los insultos y condenas, pero la gesticulación, las sonrisas y el movimiento de manos, les hacían entender que se referían a ellos en términos despectivos. Armado con un garrote, Hombre Primitivo se plantaba frente al increpador y le arreaba un porrazo en la cabeza que lo dejaba inconsciente. Después cargaba con él y se lo llevaba a su guarida. Allí tenía a medio centenar de humanos, todos instintivos y transformados en bestias del pasado. Estas criaturas se organizaban en batidas para traer alimento y objetos variopintos al clan, con los que acondicionaban la guarida o simplemente la adornaban. Era digno de ver, dado que mostraba sus extravagantes preferencias y gustos. La comida era compartida, los camastros y colchones recogidos de la calle eran usados por varios miembros a la vez, o por turnos. También se peleaban, se desparasitaban y se expresaban unos a otros el cariño con caricias toscas. Justo lo que necesitaba un individuo que en su anterior vida se había mofado del resto: el vínculo. 197
Una oscura tarde que Hombre Primitivo, su pareja primitiva y sus compañeros primitivos, salieron a recolectar el sustento diario, percibieron un rumor sordo que se expandía por la ciudad. Descuidaron la búsqueda de alimentos y con cautela, guareciéndose en las esquinas y portales, se aproximaron a la avenida de donde procedía el rumor. A lo lejos, pudieron ver grupos desperdigados de ciudadanos que se adherían a una pequeña multitud. Mientras avanzaban rompían la iluminación urbana, tiraban contenedores y lanzaban petardos y tracas. El grupo encabezado por Hombre Primitivo, atraído por la algarabía, se acercó al gentío y lo siguió hasta una gran plaza donde una multitud enardecida gritaba proclamas y levantaba los brazos, en actitud amenazadora. Los hombres primitivos se excitaron y resoplaron, mientras buscaban con sus ojos vidriosos la localización del enemigo.
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CAPÍTULO 102
Un comando potentemente armado, entrenado y mimetizado se internó en el puerto de la ciudad. Redujeron a los guardias de seguridad que no esperaban un ataque de un escuadrón tan adiestrado y hábil en combate. Encabezados por Insurgente Radical, se hicieron con las instalaciones del puerto y tomaron posiciones de defensa. Se dividieron en parejas y se encaminaron a los depósitos de crudo e hidrocarburos. Cada pareja llevaba una pesada mochila llena de explosivos. Colocaron las cargas en unos puntos especificados en un plano con rastros pringosos. Siguiendo con las instrucciones pautadas, introdujeron en las cargas un cable eléctrico que iba conectado a un temporizador. Una vez preparados los explosivos abandonaron las instalaciones sigilosamente. Las detonaciones tronaron en su escapada. Eran las órdenes recibidas y las cumplían a rajatabla. Se encontraron en un punto concertado donde se limpiaron la pintura militar y se marcharon por diferentes itinerarios. Antes recibieron un serio reconocimiento por parte de Insurgente Radical, quien orgullosa les reafirmó en su pertenencia al cuerpo de Los Fustigadores. Tras las primeras deflagraciones, los depósitos comenzaron a arder formando una gran nube negra que se adentró en la ciudad y cubrió los edificios. La urbe quedó sumergida en una densa opacidad de polución. Respirar se hacía difícil. Tras las explosiones iniciales, una serie de detonaciones fueron sucediéndose a lo largo de la noche y del día siguiente. Los bomberos tardaron varios días en extinguir el incendio. La mayoría de los habitantes tuvieron que huir de la ciudad, que quedó paralizada durante dos semanas. El tráfico disminuyó a la nada, las verduras se pudrieron en las estanterías de los comercios y se escucharon gemidos de pesadumbre y desolación. Insurgente Radical aprovechó aquellos días para reunirse con su equipo de élite, los hashashin. Con ellos planificó la siguiente operación.
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CAPÍTULO 103
La multitud se adentró en la plaza frente al grandilocuente Parlamento nacional. Levantaron una especie de empalizada y prendieron una gran hoguera en señal de protesta. La policía y otros cuerpos de seguridad llegaron armados y protegidos con corazas y escudos. Rodearon la plaza flanqueados por sirenas y luces azuladas. Cualquiera que no conociera a la estirpe humana podría pensar que era otra de sus celebraciones. Que si la Navidad, que si San Jorge, que si Fin de Año... Pero no era así. Un comandante bajó de un furgón y se dirigió a los manifestantes con el objetivo de dialogar con ellos y terminar con la protesta. De poco sirvió, salvo para exacerbarlos más: su determinación era no abandonar el lugar hasta la liberalización incondicional de Mirada Inquieta. Aquella resolución no se encontraba en manos del comandante, era una decisión política transferida al aparato judicial. Quien decidía y originaba el problema, se libraba de la responsabilidad encomendando a otra institución remediar el conflicto. El comandante había recibido el mandato de poner orden, primero por la vía pacífica, y si esto no era posible, por la fuerza. Como siempre, la situación era delicada para un agente de seguridad y se añadía un nuevo inconveniente: la población no se retiraba, no aceptaba condiciones y no se amedrentaba. Prefería enfrentarse y luchar. Su propuesta le fue respondida con amenazas e improperios. Aparecieron las cámaras con sus reporteros prestos a obtener la primicia y las imágenes más sobrecogedoras. Las fuerzas del orden acordonaron todas las bocacalles. Nadie más podría salir ni entrar. Se pusieron en marcha unos grandes focos que iluminaron la explanada. Pasadas dos horas comenzó una batalla campal con bombas de humo, pedradas, pelotas de goma, porrazos y garrotazos. Mientras los manifestantes y los gendarmes se agredían y golpeaban, un humo negro y denso se tragó el Parlamento. La policía quedó desconcertada. 200
Tuvieron que claudicar y retroceder cuando ya casi habían tomado el sitio. Los manifestantes gritaron con alegría, porque se sentían ganadores. Un pequeño grupo de extraños humanos que cargaban en brazos a policías inconscientes se escabulló por un parque que rodeaba el Congreso. El humo invadió la plaza y se escucharon una sucesión de explosiones en la lejanía. Un sentimiento de tristeza mezclado con temor recorrió a todas las personas que lidiaban frente al símbolo de la decadente democracia. Empezaban a comprender la envergadura del camino emprendido y su fatal desenlace. Desde lo alto de un edificio, Viuda del Trabajo observaba la batalla campal. A su izquierda, bajo sus pies, vislumbraba las llamas que devoraban el puerto.
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CAPÍTULO 104
En medio de la confusión, Rebeca de su Abuela encontró a Gafas Oscuras tirado en el suelo con la cabeza pegada al pavimento. Sangraba por la nariz y por un oído. Asustada, llamó la atención de Chaqueta Cochambrosa. Entre varios lo auparon y se lo llevaron a toda velocidad. Sus gafas quedaron maltrechas sobre las duras losas de la plaza. Traspasaron el cordón policial con el herido. Uno de los manifestantes les indicó la dirección de un ambulatorio. Una doctora le limpió las heridas a Gafas Oscuras y llamó a una ambulancia para que lo trasladara a un hospital. Rebeca de su Abuela y Chaqueta Cochambrosa lo acompañaron al hospital con la preocupación marcada en sus facciones. Una vez allí lo atendieron de urgencia. Esperaron en una sala iluminada por unos largos fluorescentes. —¿Tienes dinero para un café? —preguntó Chaqueta Cochambrosa con la mirada distante. Rebeca de su Abuela le extrajo el café de una máquina expendedora. Se cruzaron con unos sanitarios que llevaban a un policía tendido en una camilla. De su estómago asomaba un punzón metálico. Después de dos horas, un médico se acercó y les informó de que su amigo había sufrido una contusión en el cráneo. La tomografía evidenciaba un derrame cerebral. Le habían suministrado cortiesteroides y se encontraba ingresado en la unidad de cuidados intensivos. El doctor no pudo prometer una mejoría. Aun así, haría todo lo posible por recobrarlo. Dos gruesas lágrimas rodaron por las mejillas de Rebeca de su Abuela. Chaqueta Cochambrosa encajó el diagnóstico con aflicción. Cuando el médico se hubo marchado, le preguntó a su amiga: —¿Nos estaremos equivocando? No recibió ninguna respuesta y se volvió a sentar en la sala de espera. Al final escuchó una respuesta grave y seca: —No creo. 202
CAPÍTULO 105
Por la mañana, cuando despertó, un amargo sabor le llegó desde el interior de los intestinos. Eran sus nervios. Abogada Activista había pasado una desagradable noche. Se levantó y se dio una ducha rápida. Mientras desayunaba repasó el expediente judicial. El caso resultaba tan duro como cualquier otro. Un hombre derrotado y resabiado que pretendía solucionar sus carencias golpeando a su esposa con habitualidad. Sangre y moratones. El informe psicológico del marido diagnosticaba depresión, inseguridad y rabia ofuscada. Una declaración de la víctima resaltaba que en otro tiempo su esposo había derrochado un carácter cariñoso y alegre. La falta de trabajo, el alcohol y otras sustancias consiguieron hacer mella en el comportamiento de aquella persona que antaño sabía sonreír. El hijo de ambos padecía estrés traumático, le urgía tratamiento. Difícil solución para una familia. Era el día del juicio. No obstante, ya regía una medida preventiva de alejamiento del marido. Esparció las páginas que contenían las preguntas que había preparado. Estaban citados cinco testigos y tres peritos que habían confeccionado los informes, dos por daños físicos y uno psicológico. No había estudiado de memoria sus alegaciones, de poco servía. Haría un resumen de las pruebas, de las declaraciones de las partes y de los testigos. También relacionaría los hechos acreditados y los documentos obrantes en el sumario, haciendo especial referencia a las pruebas periciales. Las conclusiones eran unas breves notas finales escritas a mano. Encendió el televisor para escuchar las noticias antes de ir a los Juzgados. El presentador relató los sucesos ocurridos durante la noche, mientras la pantalla retransmitía las imágenes de una batalla campal entre ciudadanos y policías. Abogada Activista se quedó pasmada, un hipido bilioso ascendió por su garganta. Más violencia y más población alterada. Los porrazos y los golpes que pudo ver le dolieron incluso a ella. La escalada de la violencia aumentaba día a 203
día, de forma masificada, protagonizada por grandes grupos humanos. No quería creer en el deterioro social que le mostraba el televisor. Una sociedad resquebrajándose, incivilizada y agresiva. La masacre de unos contra otros. La aparición del humo negro, denso y espeso, le pareció sobrenatural. Era algo fuera de lugar, propio de un conflicto armado alejado de su realidad, de su café con leche, de su caso penal, de los Juzgados a los que tenía que acudir. Como si de una película de acción se tratara. No era su ciudad. En su ciudad crecían flores en los parques y de los árboles brotaban hojas verdes en primavera. Aquello no podía estar pasando en su entorno cívico, regulado y respetuoso. La visión del expediente judicial le causó una honda decepción. ¿Cómo podía perder el tiempo con un asunto aislado si estaba presenciando el levantamiento de todo un pueblo? Su caso era insignificante ante un levantamiento generalizado. Se enfrentaba a una hecatombe de incalculables dimensiones y consecuencias. Apartó los folios con sus apuntes y preguntas. Situada frente a su ordenador, indagó por las redes sociales cuál sería la respuesta de los manifestantes a la represión sufrida.
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CAPÍTULO 106
La Sombra recolocó la webcam y enfocó su silueta. Le interesaban tan poco las formas que, sin introducción alguna, dijo con su injuriosa voz: «Es incierto que la solución a una situación política y social sea deponer un sistema y sustituirlo por otro alternativo. Esta concepción es una falacia. Cuando un sistema te oprime debido a que es ineficaz, debes destruir el poder que te gobierna, sin preocuparte por las consecuencias. Es absolutamente absurdo desmantelar un régimen injusto, o incluso uno justo pero obsoleto, para instaurar uno alternativo. Sería frustrante derrocar un gobierno para sustituirlo de inmediato por otro y ser redirigido de nuevo.» Cogió un vaso de agua y bebió: «¿Acaso el perro muerde la mano de su amo con la esperanza de que le sea reemplazado? ¿Acaso los visigodos derrocaron el imperio romano para imponerse otra autoridad? Pues no, arrasaron Roma y se marcharon sin el más mínimo interés por gobernar. Lo único que deseaban era devastar el imperio opresor que los martirizaba. Así lo hicieron, dejando Roma desvalijada y ardiendo, y los ejércitos victoriosos retornaron a sus tierras, menospreciando el trono romano. »Sería muy triste que, pretendiendo acabar con un sistema político y capitalista, solicitáramos un nuevo gobierno. ¿Uno más benévolo? ¿Más comunitario? ¿Más paternal? Lo que necesita la población, y lo necesita durante un largo período de tiempo, es un no gobierno. Permitir que la población descanse de una vez por todas, que se relaje. No más impuestos, no más obligaciones matutinas, no más votaciones, no más estrés, no más manifestaciones, no más alegría histérica, ni programas televisivos, ni subidas en la bolsa, ni objetos de deseo. »Mi lucha personal tiene una dimensión social que se une a la lucha social de las calles, a la voluntad común de los ciudadanos. Lucho por vosotros motivado por unos fines altruistas. Es mi misión, para vosotros y por vosotros, sin retribución ni compensación. Mis acciones y mis decisiones trascienden mi esfera individual y alcanzan a la globalidad para su beneficio.» 205
Dicho esto, se levantó. A los cinco minutos volvió arrastrando a una persona. Acercó una silla a la webcam y sentó a una mujer de unos treinta años, atada y amordazada. Con una voz potente y unos movimientos nerviosos en sus labios, se dirigió a la red: «Otra de las equivocaciones de la humanidad es considerar que el humano es responsable de sus propios actos. Este axioma que se tiene por cierto y verdadero es categóricamente falso. El humano no es responsable de sus propios actos. ¡La responsabilidad es compartida!» La chica se removió en su silla, intentando aflojar las ataduras. Sin prestarle ninguna atención, la Sombra prosiguió: «Imaginaos a una persona pudiente, una persona que descuida la educación de su hijo y se dedica nada más que a trabajar. Que solo tiene interés en aumentar su fortuna y en proveer exclusivamente de bienes materiales a su descendiente para que no le moleste ni le fastidie. Imaginaos que olvida el cariño, la convivencia y la predilección. Con tal comportamiento solo consigue que ese chaval acabe siendo un problema social. Por ejemplo, un cocainómano, o que se dedique a follarse a la hijas de los ricos o de los pobres, y que se las folle con desprecio y dolor, repudiando los sentimientos. O peor aún, imaginaos que el hijo del capitalista se convierte en un comunista, en un comunista militante... ¡Menudo dilema! »¿Qué ocurre entonces? »Pues que la sociedad carga con los perjuicios que crea ese chaval que ha sido desatendido y olvidado. Que si toma drogas, que si me follo a tu hija y le contagio el papiloma, que si se pelea por la noche en la disco, que si comunismo... Total, un problemón. La sociedad se encuentra con la obligación de cuidar y vigilar a ese vástago desmadrado mientras que sus padres se libran del problema, del descendiente y de su responsabilidad. En definitiva, la responsabilidad del padre transciende de su esfera y es compartida por el resto de ciudadanos que deben hacerse cargo de su retoño.» Bebió agua con suavidad. La chica pestañeó, inquieta: «Como podéis ver tengo inmovilizada una mujer, aquí a mi lado. La responsabilidad compartida elimina mi culpa individual. No soy culpable de que se encuentre en esta incómoda posición. Además, existe un principio superior que se resume así: cuando el bien y el mal confluyen en un acto único, este acto es perfecto y legítimo. El acto en sí es tan perfecto que escapa de la comprensión humana por su certeza y no puede ser valorado.» Se colocó un pasamontañas y encendió un foco. Cogió un móvil y llamó a un número de teléfono. Un hombre contestó a la llamada. La Sombra le preguntó: —¿Está usted frente al ordenador? 206
—Sí, ¿qué pasa? Estoy trabajando. —Necesita ver a su hija. —¿Qué pasa? —Su hija lo espera —repitió dándole la dirección de internet donde podría verla en directo. Cuando el padre la vio atada y amordazada, una insana cólera se apoderó de él y retándole con las más graves amenazas le ordenó que la soltara. La Sombra no se inmutó y con una voz contenida le explicó: —La misma rabia que puedes sentir tú ahora mismo, también la puedo sentir yo. Te he llamado exactamente para que reconozcas tu responsabilidad en todo el daño que voy a infligir a tu hija, porque tú con tu poder la colocaste en una posición singular. La convertiste en mi objetivo. Tú, que le has dado bienestar y riquezas mientras otros muchos otros padecen una ignominiosa existencia, la has puesto en mi camino. El provecho que has obtenido de tus privilegios revierte en el dolor que va a sufrir ella. La voluntad uniforme y común de la sociedad es eliminar a los poderosos para su supervivencia. Tu participación en este asesinato es activa y serás responsable y criminal hasta el fin de tus días. La Sombra se aferró al horror y cometió una de las mayores barbaridades jamás filmadas en la red. Poco más de una hora después se pudo observar en la retransmisión que la policía desataba el cuerpo de la chica y apagaba el ordenador. Fue la última aparición de la Sombra. Nunca más se supo de él.
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CAPÍTULO 107
Adiestrado bajo la disciplina de los hashashin y alentado por Insurgente Radical, el francotirador calibró su rifle de precisión. Lo sospesó con delicadeza y apoyó la culata en su hombro. Era muy joven y predispuesto. Apareció su objetivo: la típica persona de sesenta años, pelo cano, grueso y con traje fresco de color gris. La existencia de este señor mayor no tenía ningún atractivo para un adolescente. El francotirador, parapetado en la azotea de un edificio, no desperdició el tiempo. En cuanto tuvo su objetivo en el punto de referencia, disparó. La bala lo alcanzó de pleno. Guardó su rifle en una bolsa y desapareció escaleras abajo. Poco faltó para que lo engancharan, pero una ruta alternativa despejó su camino. *** —¡Misión cumplida! —exclamó Insurgente Radical—. Acciones contundentes y desestabilizadoras. La persona liquidada era un intermediario entre los gobiernos y una empresa energética. El enlace ha sido eliminado, tardarán en sustituirlo. La compañía y otras instituciones sentirán la pérdida de su contacto. Es un obstáculo a la influencia de la compañía en la sociedad. Un éxito. Condecoró al francotirador, que fue vitoreado por sus compañeros. —Modificaremos nuestra línea de acción. Esta noche atacaremos una barriada controlada por una banda de narcotraficantes. Están armados y los he avisado. El cometido de esta acción es mejorar y depurar las habilidades de combate. No quiero ni una sola baja. Su pequeño ejército no se amedrentó. Se fueron levantando de sus sillas y con firmeza confirmaron su adhesión a la causa y juraron su desapego a la vida. Insurgente Radical alabó su determinación y les dijo: —He diseñado una organización con el fin de proteger nuestra integridad y formación. En estos primeros tiempos es peligroso. Solo somos un puñado de soldados y podemos ser fácilmente desarticulados. Por ello, tenemos que minimizar los riesgos. Nos vamos a dividir en células que serán coordinadas por 208
el comandante de operaciones. Pronto, os enviaremos una invitación para integraros en una página web con códigos encriptados. Vamos a constituir unidades separadas e independientes, nadie sabrá qué canales utilizaremos. Crearéis vuestra contraseña particular. No la perdáis y no la entreguéis a nadie. Mediante este sistema se os proveerá de material. Me refiero a planos, misiones, entrenamiento y dinero. Recibiréis bitcoins para que los podáis convertir en moneda circulante. Es fácil. Os proporcionaremos las direcciones de las páginas donde los podréis canjear. Ahora nos despediremos definitivamente hasta que nos encontremos en el campo de batalla. Su convencida tropa ni se inmutó. Toda decisión era correcta. —¡Si la pobreza nos dignifica, el combate nos inmortaliza! —gritó a Los Fustigadores a modo de despedida. Insurgente Radical se cuadró y saludó a sus soldados lampiños, casi niños. Se pertrecharon con sus armas y marcharon hacia el barrio sometido al descontrol de los narcotraficantes. La operación fue impecable. Tras su paso, más de medio centenar de cuerpos yacían sin vida sobre el asfalto.
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CAPÍTULO 108
Ni todo el producto interior bruto del planeta multiplicado por veinte podría suministrar el valor económico de las operaciones que se concertaban en el MPPI. Aquellos que no solo conocían la dinámica del nuevo índice, sino que lo dirigían, sabían que era un mecanismo de succión de dinero. Cuando una inyección de liquidez quedaba agotada, los gobiernos volvían a emitir bonos y obligaciones. La deuda pública engrosaba a la par que aumentaban los beneficios de las grandes instituciones financieras. La deuda de los estados entraba en el propio mercado y se convertía en un título susceptible de especulación y alteración de su valor. Corbata Rasgada de Negro estudiaba el MPPI y se asombraba. La inflación subyacente en el índice se aproximaba a una cifra de cuatro dígitos, no por razón de la subida de precios, sino por la masa económica que circulaba. Mil millones de una moneda no significaban gran cosa, y menos al cabo de dos días. Como contrapartida, los presupuestos de ciertos estados no alcanzaban ni por asomo el importe negociado de su moneda en la bolsa y de las perspectivas de futuro del país. Jamás en la Tierra había existido tanto y tanto dinero. El monto total del flujo monetario negociado era ridículo, aunque representara billones y billones. Apareció el hombre del año acaparando portadas y noticiarios. Los habitantes del planeta conocieron la sonrisa de aquella persona sagaz y arrugada: el hombre del billón de dólares, el más rico del mundo. Podía construirse una pirámide, comprar un país, hacer una guerra o librar del hambre a un continente entero. Podía hacer lo que quisiera, pero su única ambición residía en amasar e incrementar su gran fortuna. Corbata Rasgada de Negro, economista, especulador y rebelde era capaz de extraer y calcular, a partir de los hechos y de los datos que le proporcionaban, la magnitud del agujero económico que aquel índice estaba generando. El propio capital se iba a autodestruir. Aquella era la oportunidad: la pobreza generalizada gracias al MPPI. A mayor presión, mayor pobreza. Tenía una sensación de desvarío desbocado. Desde su ratón, con sus clicks y sus clacks, adquiría y transfería desaforadamente: «Compra de 2.800 millones. Allá voy, me encanta… ¡Juas! ¡Como si hubiera que pensar!
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»Pero ¿qué quieren mis clientes? —se preguntó—. Si les dijera la pura verdad no estarían tan contentos. Lo van a perder todo en las próximas semanas. No habrá fondo de rescate, porque no tendrá sentido. Qué les voy a explicar del excesivo apalancamiento, que si uno gana pierden muchos.» Siguió adquiriendo y vendiendo sin la más mínima preocupación: piezas cazadas en los bosques meridionales, la producción de unas gafas de color, el aumento de indigentes en la ciudad tal o petróleo inexistente. Fantasías y sueños de vanidad. «¿Alguna vez se ha preguntado alguien a qué viene esa manía de los gobiernos de que las bolsas continúen funcionando?», se cuestionó maliciosamente.
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CAPÍTULO 109
Las fuerzas democráticas se revolvían en sus omnipotentes edificios. Los acontecimientos se aceleraban y escapaban de sus manos. Estaban obligados a legislar y a contemplar nuevos delitos si querían preservar el sistema y el reparto de poder configurado según las reglas de aquella avanzada civilización. Ese modelo presuntamente democrático acogía en su esencia una organización social antidemocrática que afectaba directamente al ciudadano. Elegir un gobierno democráticamente carecía de sentido si después, en la toma de decisiones entre particulares y en las relaciones entre estado e individuo, se corrompía el espíritu democrático. También la intensa regulación de la separación de poderes había olvidado que el económico debía ser separado y ordenado a fin de proteger el sistema. El capital se entrometía en los distintos poderes y se adueñaba de los mismos, cuando debería estar al servicio de los ciudadanos. Pero la sociedad del año 2034 distaba mucho de hacerlo. La economía integrada en un sistema global sufría las circunstancias y coyunturas climáticas, sociales, naturales e innaturales. Un ciclón en el trópico conseguía encarecer productos básicos o subir la cotización de una gran compañía. Las alteraciones nerviosas de las bolsas y del MPPI rápidamente se trasladaban a una población desconcertada que sorteaba las consecuencias de los movimientos bursátiles. El capital engullía insaciable al capital, con mayor voracidad que durante las décadas anteriores. El precio de las cotizaciones se hundía o se disparaba irracionalmente. Los productos financieros perdían sus rentabilidades. A esto había que añadir una inflación galopante. Las monedas, nacionales y no tan nacionales, sufrían una constante depreciación, y tras escarpados repuntes de valor descendían de inmediato. El dinero perdía su función. Una serie de crisis concadenadas provocaba estupor en las masas. Llevaban tres décadas soportando una tras otra: devaluaciones de los bienes raíces, crisis energéticas, crisis de stocks, escasez de alimentos y sequías. La vida comenzaba a ser impracticable y la población padecía diariamente la desorganización y la falta de estabilidad. 212
El ataque contra las democracias se producía por innumerables frentes difíciles de congeniar y necesitados de respuestas pragmáticas y diligentes. Quien más las atacaba, paradójicamente, era el propio capital. Era un absoluto sinsentido. La humanidad reducida al ridículo más insano, víctima de la burla causada por la pretenciosa ambición de constituirse en una sociedad. La vida era fracaso y no quedaba sino reconocer la inferioridad humana para alcanzar las concepciones ideológicas a las que un día había aspirado. A todos estos males se sumaba la actuación de los gobiernos y su facilidad por acudir al uso de la fuerza y de las armas contra su propia población, arrinconando los valores que supuestamente propugnaban. Se añadieron nuevos tipos penales para castigar conductas de los civiles. Se decretaron desconexiones a usuarios de los medios de comunicación, prohibiciones de manifestaciones y tipificaciones de conductas antaño inocentes. La inseguridad y la incertidumbre se asentaban en una sociedad descontenta y ofuscada. Las discusiones del bloque democrático se perpetuaron y el don de la palabra perdió su valor. Las nuevas generaciones se habían acostumbrado a lidiar con las fuerzas del orden. La pérdida del respeto de unos con otros era ya conocida. El ciudadano dignificado y mártir. Para Chaqueta Cochambrosa no era necesario arengar a sus compañeros y congéneres. Los que se alineaban en contra de las democracias ya eran centenas de miles.
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CAPÍTULO 110
Los estudiantes concertaron una nueva táctica, crearon los escuadrones de asedio. Formaron nutridos piquetes perpetuos ante los bancos, las corporaciones y los demás organismos institucionales. Se manifestaban de manera continua y sin fin. Muchos empleados no podían llegar a sus puestos de trabajo. Grupos de personas les obstaculizaba el paso, colapsando las entradas y los alrededores de las oficinas. Las bocacalles de los sistemas de metro estaban abarrotadas por un sinnúmero de personas, bloqueando las salidas hacía los centros neurálgicos de las inmensas urbes. Las calles eran cortadas y en las anchas vías se levantaban barricadas de escombros que impedían la circulación. La policía intentó de desarticular las protestas, pero la falta de coordinación solo conseguía mantener unas vulnerables unidades en los distritos de las ciudades, incapaces de hacer frente al grueso de las concentraciones. Los escuadrones de asedio fueron altamente efectivos. Cuando un individuo se marchaba era reemplazado por una o dos personas. Las ciudades quedaron literalmente sitiadas por una población que dificultó la libertad de movimiento de los cuerpos de seguridad. La autoridad quedó a la expectativa, con la clara intención de no alterar aquella delicada situación hasta tener la certeza de que no salir perjudicada. Las fuerzas democráticas, desconcertadas, impusieron la presencia de sus contingentes en todos los lugares donde se encontrara un escuadrón de asedio. La tensión se incrementó cuando asomaron los antidisturbios con sus trajes reforzados, sus proyectiles y sus armas de disuasión. Lo único que consiguieron fue levantar el ánimo de las multitudes, cuyos componentes se amarraron unos con otros. Finalmente, desde los parlamentos se dio la orden de desalojo de las principales plazas y órganos de la administración. Eso trajo consigo una mayor pérdida de credibilidad y confianza de los habitantes en sus gobiernos. Se iniciaron las primeras actuaciones de los antidisturbios. Los manifestantes huían y se rea214
grupaban un centenar de metros más allá. El esfuerzo de la policía resultaba fútil e ineficaz. Pasados dos días de correterías, de cargas, de chispazos, porrazos y botellazos, un policía que llevaba en su posición, entre una barrera de compañeros, muchas horas, se desmayó, agotado por la tensión. Fue una gran victoria de los estudiantes. Por fin, caía un oponente de puro cansancio. La extenuación se vislumbraba en los distintos cuerpos de seguridad del Estado, que terminaron por elevar sus quejas por la falta de medios. Los poderes públicos recibieron una petición formal de auxilio. Se produjeron renuncias de políticos que, rápidamente, fueron sustituidos por otros con una menor experiencia y provistos de soluciones más catastróficas. Subyugados por la presión social, decretaron el estado de excepción. Se movilizaron las fuerzas militares, que entraron en las ciudades dispuestas a imponer el orden con argumentos más contundentes.
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CAPÍTULO 111
Viuda del Trabajo se despertó cuando su marido ya se había marchado a su oficina de diseño en su gran 4×4. Suspiró y sintió un alivio intenso. Había expelido las últimas partículas de depresión, tristeza y desconsuelo poco antes de abrir los ojos. «La existencia es integridad y respeto hacia una misma», pensaba mientras tomaba un té. Levantó a sus dos hijas que, con caras somnolientas, desayunaron y se vistieron, azuzadas por su madre. Cuando estuvieron preparadas montaron en un utilitario de color azul y emprendieron el trayecto a la escuela. El tráfico era infernal. Los disturbios y las concentraciones de ciudadanos descontentos impedían la libre circulación. Resignadas, las personas soportaban estoicamente la ignominia de perder su preciada vida en el interior de sus automóviles. «Menuda vida nos espera. Esto es insoportable.» Se escuchaban los bocinazos y el runruneo de los motores. Las niñas seguían recostadas en el asiento trasero. Tira y afloja; acelera y frena; una y otra vez, como orugas. Día tras día, mes tras mes, y años... Años de existencia. «No tiene sentido. No tiene el más mínimo sentido.» Una motocicleta sorteó los automóviles detenidos. Un grupo de manifestantes con pancartas los adelantaba al paso. «Ya he hecho suficiente, ya he aportado bastante a esta sociedad. He ayudado, he visto la muerte y he renunciado al capital. Puedo irme. Ya no me necesitan, lo que tienen que hacer lo pueden hacer por su cuenta», resolvió. Sus hijas se desperezaron. Al mirar por la ventanilla no reconocieron la vía por la que transitaba su madre.
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—¿Dónde vamos? —le preguntaron. —Nos vamos a una isla. —¿Y papi? —No lo sé. Ya lo decidirá. —¿No vamos al colegio? —No hace falta. Llegaron a un aeropuerto. Viuda del Trabajo compró los billetes con destino a una isla sin escarpadas montañas ni playas paradisíacas, sin pobres ni ricos y sin clase media.
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CAPÍTULO 112
Por aquel entonces se dieron acontecimientos extraños y simbólicos. Una noche ocurrió un gran incendio en un centro geriátrico. Tras los informes preliminares, el análisis final concluyó que había sido provocado. El dispositivo de servicios de urgencia y los bomberos hallaron entre las cenizas distintos contenedores de productos ignífugos. Un mensaje, medio abrasado por las llamas, proclamaba la optimización de los recursos médicos para la vida, no para la muerte. En una facultad de economía a un profesor le rebanaron el cuello con un cuchillo de cocina ante los alumnos. El catedrático defendía la especulación como mecanismo de control de precios y propugnaba los beneficios de dicha práctica porque, según teorizaba, las compras especulativas de materias primas a precios económicos ayudaban a que no se dispararan cuando repuntaban de valor al sacar al mercado los excedentes retenidos. Dicho de esa forma sonaba perfectamente legítimo promover la especulación. Sin embargo, se podía contar otra versión: los especuladores compran barato y crean escasez, con lo que consiguen incrementar los precios y vender en el momento más óptimo de la subida de valor que ellos mismos han ocasionado. Simples puntos de vista. Pero al profesor le habían cortado el cuello como a un cerdo. Los sucesos eran imprevistos, y no había objetivos prioritarios. Cualquier persona podía ser víctima de un asalto. Existía una nueva interrelación de todos contra todos. La sociedad se tornaba furiosa e incontrolable. Tampoco los medios de comunicación quedaron inmunes. Se convirtieron en uno de los principales objetivos de las brigadas de antisistema, o de inadaptados, o de lo que fueran. Se dio el caso de unos encapuchados que irrumpieron en una tertulia televisiva de transmisión en directo. Con sus ametralladoras y bayonetas al cinto amenazaron a los tertulianos. El moderador de discusiones, de reyertas y de insultos se acercó al que parecía el jefe del grupo de asaltantes con una sonrisa. —¡Vaya broma! ¡Voy a matar al productor del programa! —exclamó.
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Recibió un culatazo que le partió la mandíbula, enviándole al otro extremo del plató. Los gritos y la violencia arreciaron. Unos certeros disparos dejaron cuatro cuerpos por el suelo, y el resto de tertulianos fueron ejecutados frente a las cámaras. El público quedó indemne. La muerte campaba a sus anchas por las ciudades. Los habitantes se iban acostumbrando paulatinamente a convivir con los decesos. Ya no importaba el móvil o la consecuencia intencionada. Incluso aparecieron asociaciones que reclamaban la pena de muerte. ¿Para matar a quién? Aquello era la barbarie o la respuesta de una población oprimida y con derecho a exigir determinadas libertades y licencias censuradas por los recientes gobiernos. Al fin y al cabo, ¿se le podía negar a un ciudadano el derecho a abatir a un enemigo si se consideraba atacado? ¿Tenía derecho a protegerse? Algunos suicidios eran directamente imputables a la pobreza y a la caída en desgracia de familias enteras. Por ello, había quien pensaba que si se iba a suicidar, antes se llevaría por delante a unos cuantos.
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CAPÍTULO 113
En el interior de su búnker, pendiente de la pantalla de su superordenador, Hazmerreír perseveraba en su lucha particular. Dormía poco, se levantaba tarde y el maquillaje era un mero recuerdo. En las dos últimas semanas el trabajo había sido abrumador. Con los ojos vidriosos y la melena descuidada tecleaba sin parar, atentando desde la red. Los paquetes de deuda, acciones, seguros, previsiones, inclemencias, vicisitudes, eventualidades y otros tantos servicios que se habían creado a partir del MPPI, se vendían y revendían con una aceleración similar a la velocidad de la luz. Ya no era común que los directivos adoptaran alguna decisión u ordenaran movimientos financieros. El índice estaba dominado por los impulsos eléctricos. Los programadores y los reguladores se percataron del peligro y pretendieron, sin éxito, interponer trabas a las fluctuaciones bursátiles dependientes del MPPI que generaban las supercomputadoras. Las inyecciones de liquidez no se habían detenido. Un continuo flujo de cifras informáticas se introducía en el índice, donde se descomponían y recomponían, según la oportunidad. Los mercados paralelos eran una amenaza más. Los nuevos derivados, o sus homólogos, campaban con unos apalancamientos que cualquier especialista no habría rechazado. ¿Cómo era posible ganar tanto dinero cuando hay demasiado? Fue el punto de partida: un derivado con un multiplicador enfermizo. El apalancamiento era un despropósito de cifra y el mercado primario al que estaba vinculado, en fuerte ascensión. Llevaba meses escalando posiciones, día a día, con una media del 15 por ciento. Todo el mundo quería adquirir esas elevadas y preciadas apuestas. Y llegó el revulsivo ya no podía crecer más y lo propagaron por las más prestigiosas revistas de economía. Debía caer y empezó a caer. Ala, todos a vender y a apostar por una bajada, salvo un grupo encabezado por Corbata Rasgada de Negro, que compró y compró. Allí estaba también Hazmerreír, metiéndose donde no debía, comprando títulos y más títulos con los posteriores incrementos en el mercado primario. Vencían los contratos estipu-
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lados bajo la previsión de un pronunciado e inminente descenso. Sin embargo, sucedía lo contrario, seguía ascendiendo. Nadie se lo podía creer, y menos los que perdían sus fortunas. Se generó un agujero inmenso, previo a la burbuja que cocinaba el MPPI. El dinero ganado por Corbata Rasgada de Negro por aquellos días, era una suma inmensa, inconcebible. Recibió mails urgentes: unos fondos reventando por allá, compañías de seguros rescatadas por un importe desconocido y CDS imposibles de mantener (demasiado default). Llamaban también sus principales clientes con la histeria tronando por el altavoz del teléfono. Les tranquilizó diciéndoles uno a uno: «Eres el más rico del planeta», «Tu dinero no te cabe ni en el banco» o «Tus posiciones son más que seguras». Después de arduas horas de trabajo, tras haber quebrado unas cuantas compañías de inversión y dilapidado toda riqueza informática, Hazmerreír se sentó a descansar. Llamó al exterior para que le trajeran unos dulces y una sopa caliente.
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CAPÍTULO 114
Varios estudiantes y amigos se encontraban alrededor de una cama de hospital. En esta cama yacía Gafas Oscuras conectado a un aparato de respiración artificial. Las sombrías figuras que lo rodeaban destacaban frente al blanco nuclear de las sábanas y la tez pálida de su amigo inconsciente. —Pobre —dijo Cazadora Raída—. Fue de los últimos en llegar y ha sido de los primeros en caer. —No se lo merece —respondió Rebeca de su Abuela al comentario. —Y no sabemos cómo despertará. Ponía mucho interés en los estudios, siempre tenía buenas ideas... Ideas constructivas. A esta triste conversación le siguió un tenso silencio que se dilató entre aquellos compañeros y dejó de ser compasivo para convertirse en un silencio rabioso. dijo:
Chaqueta Cochambrosa, rompiendo el mutismo que invadía la habitación,
—Nos están prohibiendo evolucionar. El gobierno nos impide ser humanos y comportarnos como ciudadanos civilizados. La sociedad es quien necesita ser rescatada, y no los bancos, ni los estados, ni las grandes empresas. Es la humanidad y la civilización quienes precisan ayuda, una ayuda que no se proporciona con dinero. El dinero no va solucionar ningún problema, ni el malestar. El dinero es un mero mecanismo de intercambio caduco y desfasado... En mi actualidad no tiene ninguna funcionalidad. Tras sus palabras, volvió a hacerse el silencio. —Hemos intentado mediante la vía pacífica —continuó—, que las fuerzas políticas y los poderes económicos reconsideraran la situación y sus decisiones incorrectas. —Calló un par de segundos—. La respuesta la podéis ver, la tenemos aquí, frente a nosotros. Es casi un moribundo. Simplemente por realizar un replanteamiento de su gestión. Lo mantienen en este hospital como reo y 222
ejemplo de las consecuencias por pretender intervenir y poner en duda sus gobiernos y su uso del poder. El silencio se impuso de nuevo en la pequeña sala. Un ave flotó tras una ventana y se evaporó de un golpe de ala. —Yo, ante a mi compañero caído —continuó Chaqueta Cochambrosa—, autorizo el uso de la fuerza psicológica. Somos masa y somos fuerza. Comunicad y expandid la consigna. El resto repitió la consigna.
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CAPÍTULO 115
Se despertó como todas las mañanas, escondida entre los escombros. Dormía a sobresaltos y sus digestiones eran muy pesadas. Siempre con el estómago hinchado. Reptando, alcanzó el pavimento de una carretera donde solía calentarse con los primeros rayos del sol. El asfalto recogía el calor solar, lo que la lagartija aprovechaba para elevar rápidamente su temperatura corporal. Era justo lo que necesitaba para que su metabolismo se accionara y sus nervios respondieran con prontitud a los estímulos. Inexpresiva, se mantenía en terca actitud calentándose en la carretera. Cerraba y abría los párpados con suavidad. Un sonido ronco empezó a escucharse en la lejanía. Nunca lo había oído a tan temprana hora. Continuó en la misma posición bajo el sol. El ruido aumentaba de volumen velozmente. Pasado un minuto, cobró tal intensidad que recordaba el rugido de las tempestades. Bajo un sol resplandeciente y un cielo despejado no cabía imaginar que se pusiera a llover. La lagartija siguió inmóvil, conteniendo los impulsos de huida que su sistema nervioso enviaba. Estaba tan a gusto con el bautizo de calor y brillo que difícilmente la moverían. El prolongado sonido se acercaba trepidante. Cuando el ruido ya era atronador, con un ágil movimiento, salió disparada en dirección a su nueva morada de basura e inmundicia. Una sombra pasó por encima de su cabeza. Fue presa de tal pánico que cambió el rumbo en un giro de 180 grados y justo cuando iba a saltar sobre la arena que bordeaba la calzada, un neumático la aplastó contra el suelo. El camión de gran tonelaje se perdió en la distancia dejando tras de sí una mancha parda y roja. De ella sobresalía una patita que repetía un movimiento nervioso.
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CAPÍTULO 116
Insurgente Radical adoptó una importante determinación, aunque no sabía si valía la pena. Una persona puede llegar a pensar que mientras unos toman decisiones significativas que afectan a otros, estos otros se sientan a esperar los efectos y las consecuencias de estas decisiones para su provecho o perjuicio. Y puede llegar a pensar, también, que carecen de interés por participar en la toma de decisiones. La capacidad de obediencia del ser individual es asombrosa. La gran mayoría está predispuesta a obedecer hasta límites insospechados. La obediencia es una característica primordial de los individuos organizados en sociedad, que supera los conceptos del bien y del mal a fin de mantener la cohesión. Existe una voluntad común que capacita al individuo para obedecer en beneficio de la comunidad. De manera inconsciente, usamos de la obediencia como el medio más eficaz para coexistir y tendemos a la unión de unos con otros por medio de la subordinación. Es nuestro vínculo y ha sido el valor social que ha mantenido unida a la humanidad desde sus primeras confraternizaciones. Gracias a esta obediencia los gobiernos son capaces de mantener su posición. En caso contrario, en una sociedad esencialmente libre, los gobiernos serían constantemente tumbados y revocados. Se perdería el vínculo social de los humanos. Insurgente Radical también sabía que los actos de desobediencia pueden influenciar en los procesos sociales y terminar por ser actos aceptados por la población, la cual acabará admitiéndolos y actuando conforme a ellos una vez normalizados. La desobediencia puede convertirse en acto obedecido y acatado. Cuando los gobiernos crean situaciones de complicada obediencia, como a las que se enfrentaban los ciudadanos del año 2034, reciben una respuesta social y humana consistente en intentar deponer el poder en curso, para sustituirlo por otro que se haga cargo de las competencias y gobierne a la población. En 225
este sentido, las rebeliones no existen. Las rebeliones por la libertad no existen como tales, sino de procesos destinados a instaurar un sistema que permita ser obedecido y posibilite cumplir con un código de conducta. EL ACTO OBEDECIDO ES EL DE MÁS FÁCIL DECISIÓN No solo el acto obedecido es el de más fácil decisión, sino que descarta el miedo y la duda, lo que propicia la aceptación voluntaria del acto ordenado. Insurgente Radical se ciñó el cinturón, colgó su pistolón de gran calibre y dedicó una atenta mirada a los dos comandos dispuestos a entregar sus vidas por la causa. En total una treintena de jóvenes que se distribuirían en dos edificios de dos importantes corporaciones financieras. Eran héroes y como tales fueron considerados. Los atendió uno a uno, con unas últimas palabras de admiración.
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CAPÍTULO 117
La consigna se difundió rápidamente entre los escuadrones de asedio: se autorizaba la utilización de una nueva técnica de lucha de masas. Los escuadrones de asedio se silenciaron frente a las fuerzas del orden. Se dejaron los tambores, las caceroladas, los gritos y los altavoces, y se ponía en marcha un método psicológico de protesta, caracterizado por su intensidad y pasividad. Un experimento de impredecible resultado. Los manifestantes se alinearon en grupos compactos y se acercaron cuanto pudieron a los policías que mantenían sus puestos de vigilancia. El escuadrón de asedio afincado ante la administración de finanzas llegó a estar a poco más de un metro de la línea de contención. Este escuadrón de asedio fue el primero en obtener un resultado. Los manifestantes miraban directamente a los ojos de un guardia joven. Quinientos pares de ojos observándolo fijamente, sin que nadie pudiera socorrer al policía víctima de semejante escrutinio. Un compañero del guardia, que se encontraba a su derecha, era igualmente examinado por más de trescientos ojos, poco podía hacer por él, y el que se encontraba a su izquierda con el que guardaba una gran amistad, también soportaba la impresión de ser el objeto de desagrado de más de trescientos cincuenta pares de pupilas. Estos tres componentes del cuerpo de seguridad habían sido entrenados y preparados. Sabían actuar ante las situaciones más arriesgadas y temerarias. Sin embargo, aquellos ojos de todos los tamaños, verdes o negros, masculinos o femeninos, con gafas o lentillas, penetrantes o bizcos, los acechaban minuciosamente y los obligaban a conservar su integridad personal sin deslices y al límite de su estabilidad mental. Las miradas se dirigían con fuerza contra la policía, transmitiendo un mensaje irreductible de culpa y rechazo. Los estudiantes continuaron con la misma conducta durante una hora y el policía joven empezó a incomodarse. No toleraba que lo escudriñaran con tal intensidad. Las miradas lo superaban y el silencio que rodeaba a toda aquella aglomeración de personas le hundía en la soledad. Miraba al cielo y después al 227
suelo, o paseaba fugazmente la vista por encima de la muchedumbre que estaba pendiente de sus actos y movimientos. La autoconfianza y seguridad se desmoronaban. La tensión interna aumentaba. Transcurridas dos horas más, comenzó dar síntomas de desesperación. Al final, sin poder evitarlo, dijo con voz grave y clara: —¿Qué os pasa? ¿Os gusta mirar? Los manifestantes reaccionaron y estrecharon el cerco alrededor del joven policía, con muchos más ojos acusadores conectando con los suyos propios. Nuevas miradas y más tensión destinada contra una sola persona. —¿No sabéis hacer otra cosa? ¡Gilipollas! —insultó despectivamente. No obtuvo ninguna respuesta, sino la intimidación direccional de un aluvión de pupilas enfocadas sobre él. Miradas que transmitían sentimientos, que lo excluían de la mayoría y lo repudiaban. Era el enemigo. —¡Esta gente es gilipollas! —insistió. —Estate tranquilo —le animó su amigo. —Míralos, parecen muñecos. ¡A ver, tú! —dijo dirigiéndose a uno de la primera fila—. ¿Qué te pasa?, ¿no sabes mirar para otro lado? ¡Pírate a casa, imbécil! —Vuelve a tu posición —le advirtieron. —¡Me están tocando las pelotas! —exclamó sin razonar. Su amigo le puso una mano condescendiente en el hombro. —Vamos buscar al capitán. —¡No! Yo me quedo aquí, con esta panda de idiotas. ¿Se creen van a conseguir algo? Mira a éste, mirándome como un idiota. Le voy a meter un porrazo que se le van a quitar las ganas de mirar. —¡No, déjalo y vamos a buscar al capitán! —¡Olvida al capitán! Lo que hay que hacer es dar unos cuantos porrazos y dejarlos bien calentitos. Su compañero decidió ir a avisar al superior de ambos. Llegado el capitán, tuvieron que reducir al joven policía que se encaraba el solo contra la multitud. Se dio la absurda orden a los policías de ponerse gafas de sol como medida preventiva. Incidentes parecidos y más graves ocurrieron en las distintas concentraciones de los escuadrones de asedio.
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CAPÍTULO 118
Propulsado desde el océano surcaba los aires a más de 1.000 km/h un misil de crucero. Se dirigía a su objetivo guiado por un moderno e informatizado sistema de navegación. Había volado sobre medio océano hasta llegar a las costas occidentales. Siguiendo su trayectoria parabólica alcanzó su cenit para descender con fuerza y liberar su carga explosiva. Con su puntiaguda cabeza enfocada hacía la corteza terrestre se acercaba a gran velocidad a su destino. Sobrevoló bosques, praderas y colinas. Traspasó unas poblaciones ribereñas con sus grandes barcazas apostadas en la orilla. Las ciudades se convirtieron en viviendas de teja parda y los puntos móviles en vehículos circulando por las vías de comunicación. El misil, provisto de una reducida cabeza atómica, con una caída casi vertical y silbando por la fricción con el aire, se estampó contra su objetivo. La deflagración, desde la distancia, fue deslumbrante y precedió al estruendo de una tremenda explosión. *** Una nube de una treintena de metros de humo negro y rojo se elevó por encima de un cuartel militar. La detonación reventó un centro de comunicaciones y varios barracones. Los soldados volaron por los aires despedazados, cuando no totalmente desintegrados. Los restos atómicos quedaron esparcidos por todo el campamento militar. Se produjo un incendio en las áreas circundantes. La torre de comunicaciones desapareció, suplantada por una nube de polvo y cascotes. Despojos candentes cayeron diseminados por el cuartel. En el sótano de la torre de telecomunicaciones, a muchos metros bajo tierra, Hazmerreír sintió la convulsión de la explosión. Una fuerza desconocida la aplastó contra el suelo. La sala se removió bruscamente, a punto de ceder. Los ordenadores salieron despedidos de las mesas, los objetos de cristal estallaron, 229
una viga del dintel de la entrada se hundió bloqueando la puerta y las paredes se agrietaron. —¡Madre mía! —exclamó Hazmerreír con incredulidad. Se reincorporó del suelo, asustada. Se alisó un mechón del cabello con una mano y se sentó a pensar, mientras unos cables chispeaban peligrosamente. Apretó el botón del interfono y llamó al soldado de guardia. Nadie le contestó. Esperó un rato y volvió a llamar sin conseguir respuesta. A través de las paredes se escucharon sonidos que provenían de la superficie, unos rumores sordos y opacos. En cualquier momento el techo podía ceder, aplastándola. Improvisó una especie de refugio en una esquina de su sala de trabajo. No confiaba que la estructura resistiera mucho más. Se proveyó de víveres y agua y se guareció con su móvil apretado contra el pecho y el interfono al alcance de la mano. En el exterior, los soldados supervivientes oyeron bramar a su general, que acababa de salir de su dormitorio dando un portazo: —¡Ahora sí que me he cabreado! Mientras el equipo de bomberos pugnaba con las llamas, el General de la Estepa ya tenía a sus soldados en formación y dispuestos para marchar. No cabía en sí de gozo.
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CAPÍTULO 119
Los más recientes datos que barajaba Corbata Rasgada de Negro eran escalofriantes. Una burbuja especulativa, sin precedentes a escala mundial, se había generado deliberadamente por unos e inconscientemente por otros. Un pozo sin fondo. Los operadores económicos se habían trasmitido una y otra vez los mismos paquetes de toda clase de títulos, distorsionados por el efecto de los positivos y negativos calculados a partir del MPPI. A cada nueva transmisión incorporaban un valor añadido inexistente, un valor imposible de encontrar en la economía real y cuyo coste no podrían pagar nunca las autoridades monetarias nacionales y globales. El agujero estaba creado. La participación activa de millones de transacciones durante los pocos meses de vida del MPPI había batido todos los pronósticos. La distancia entre la economía especulativa y la real era insalvable. La deuda, la producción, el «ebitda» empresarial, los intereses y las previsiones aleatorias se desmoronaron. Era el desenlace, el precio por mantener una economía ficticia. La cadena financiera que unía unos a con otros se había tensado tanto que se había roto en trocitos diminutos. La alarma se anunciaba en los círculos económicos. Se cernía la duda sobre los estados y su disposición a añadir el dinero necesario para rescatar al capitalismo una vez más. También se temía que dicho rescate no iba a resolver el problema. Efectivamente, intentar solucionar el crack por la vía habitual era impensable. Equivaldría a meter en el mercado miles de billones de la moneda más fuerte del planeta. Habría tanto dinero que no tendría el más mínimo sentido de mercado. El rescate financiero final de un mundo convulso y carente de riqueza no ocurriría, y si se daba, no sería un medio eficaz, ni se obtendrían los resultados deseados. Dejar caer la economía todavía era más inconcebible. El dinero físico empezó a perder su función de moneda de intercambio. Corbata Rasgada de Negro apartó los informes de urgencia y con una sonrisa maquiavélica se introdujo en su programa preferido de adquisiciones. Com231
pró más acciones con la previsión de que perdieran su valor. Después, invirtió miles de millones en una deuda vinculada a un sector industrial insertada en una endiablada recesión. Abrió la página web del MPPI y allí desbocó su fantasía financiera. —¡Allá van los ahorros y la riqueza de todos mis clientes! —exclamó eufórico—. ¿Para qué tanto y tanto dinero? Es ilógico. Salió de su despacho y entró en la sala principal de las oficinas que tutelaba con sabiduría y diligencia. Le pareció divertido ver a sus empleados trabajar por vocación, con sus rostros encendidos ante la debacle. —Adiós, adiós —dijo para despedirse de ellos. No alcanzaron a escucharle. Una vez fuera del edificio de oficinas se desprendió de su corbata, se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa. Curiosa alegría la de ese hombre a quien, mientras paseaba bajo los árboles de un parque, se le escapaba la risa.
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CAPÍTULO 120
Chaqueta Cochambrosa y sus colegas convocaron una protesta masiva. A las diez de la mañana la gente empezaría a congregarse en la plaza que presidía el Parlamento. Mientras se organizaba la gran concentración, la policía arrestó a algún que otro convocante por infringir la nueva ley de reuniones. Los escuadrones de asedio continuaban con su método desgastando el ánimo de sus oponentes. Se produjeron numerosos altercados entre las dos facciones. El insoportable y perseverante acecho a las fuerzas de seguridad y militares hacía mella en su moral. Algunos policías no podían dormir, se paseaban nerviosos por su vivienda recordando las miradas que los castigaban. Al amanecer, tendrían que encasquetarse de nuevo su casco antidisturbios con los ojos enrojecidos por la tensión y el agotamiento. Las fuerzas militares sufrían de insomnio. Cuando conseguían dormirse, extrañas y reveladoras pesadillas aparecían en sus sueños inquietos. Era un no descansar. Retornaban a su deber con aprensión y decaimiento. Los acontecimientos avanzaban en una sola dirección. El aire que se respiraba era de confrontación. Tarde o temprano, saltaría la chispa. Un soldado que protegía la entrada del banco Tu Pasta Me Pertenece, sucumbió y gritando enfurecido apretó el gatillo de su ametralladora apuntando al escuadrón de asedio que tenían enfrente. Varias personas cayeron desplomadas al recibir los balazos. Cuando el cargador quedó vacío los manifestantes se reagruparon y, sin mediar palabra, enviaron sus miradas acusadoras contra el soldado. Dos militares se abalanzaron sobre él antes de que cambiara el cargador de su metralleta y persistiera con su indiscriminada matanza. Quedaron tendidos en el pavimento cuatro ciudadanos y un soldado. Los heridos fueron evacuados. Un capitán de la guardia civil decidió cargar contra el escuadrón de asedio situado frente a las oficinas de expedición de documentos identidad. Fue un fracaso absoluto. Su destacamento embistió contra los manifestantes que, 233
estáticos, esperaron los porrazos. La policía agredió a los manifestantes sin compasión, hasta quedar agotados. No recibieron ninguna respuesta por parte de la multitud. Los heridos por los golpes yacían en el suelo, lamentándose. Apresaron a cuantos pudieron. El capitán, observando a la turba imperturbable, se percató de la ineficacia de la batida. Su acción no había tenido ningún efecto. Fue una situación surrealista. Cinco mil manifestantes más se concentraron y se avisó a más refuerzos que engrosaron las filas de los que ya protestaban. Otro contingente de la guardia acordó dar la espalda al escuadrón de asedio. También esta práctica fracasó. La sensación de inseguridad era brutal. Sentir todas las miradas clavadas en sus nucas indefensas superaba el equilibrio emocional, con lo que se hicieron más frecuentes las crisis de ansiedad entre las fuerzas del orden. Los altos cargos policiales y castrenses solicitaron a los gobiernos una nueva ley, decreto u ordenanza que prohibiera mirar a los ojos de la autoridad civil y militar bajo pena de arresto inmediato. A las dos de la tarde, la protesta ante el Parlamento había reunido a unas cuantas decenas de miles de personas. En silenciosa congregación se ordenaban y colocaban frente a un perímetro delimitado por unas vallas. Tras éstas, la policía se colocó como primera línea de contención y unos metros más atrás los militares como segunda.
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CAPÍTULO 121
Aquel mismo día, el MPPI cumplió su misión. El sistema capitalista se derrumbó. Los billonarios se convirtieron en multibillonarios. Todas las cotizaciones y productos financieros perdieron a la vez su rentabilidad. Las bolsas, los índices al completo y el MPPI sufrieron un descalabro. Cuando ya habían bajado más de un 20 por ciento de su valor bursátil, se cerraron. Se prohibió cualquier movimiento especulativo durante dos días. Como en anteriores ocasiones, había que limpiar y ordenar la economía, un cometido que nadie sabía cómo abordar por más que se formularan y reformularan las teorías de mercado. Los vencedores, o los que se creían vencedores, despejaron sus posiciones y se frotaban las manos con incredulidad. Según una aproximación preliminar, eran inmensamente ricos. Los auténticos campeones de una carrera capitalista de más de cien años. Con la llegada de la jornada prevista para la apertura de los índices, se tuvo la esperanza de que la economía se reactivara. Pero no aparecieron compradores ni especuladores. Solo había vendedores que se querían deshacer cuanto antes de las inversiones. No había ni un solo comprador, y menos los que habían sorteado el crack: era absurdo adquirir aquello que ya les pertenecía por título de deuda o de lo que se habían desecho. Cualquier movimiento sería perjudicial. A las veinticuatro horas todas las empresas cotizadas reportaron pérdidas, una tras otra, ninguna se salvaba. Dichas pérdidas eran tan grandes que exigían el cierre inmediato de las compañías. No podían pagar ni una sola factura. Sus títulos cotizados cayeron en picado, por lo que hubo que volver a cerrar los mercados. Los fondos de inversión, bancos y demás compañías financieras quebraron al unísono. Los productos financieros se sumieron en unas pérdidas inimaginables. Solo quedaron tres o cuatro entidades, que acapararon toda la riqueza mundial. Las cuentas de estas últimas plasmaron unas cifras larguísimas en su programa contable. 235
Del hundimiento surgieron los multibillonarios, que se reunieron para celebrar su éxito. El mundo a sus pies, bajo su control absoluto. Las naciones arrodilladas y los gobiernos suplicantes. Habían vencido. Se creó una plutocracia sin ningún interés por gobernar y hacerse cargo del estropicio, lo que originó una coyuntura inaudita e incomprensible. Inmediatamente el trabajo perdió su utilidad. Ir a trabajar resultaba más caro que quedarse en casa. Los emprendedores empresariales abandonaron toda iniciativa. Crear una estructura económica acarreaba más gastos que beneficios. Más barato y seguro era sentarse y confinarse en la más radical inactividad. El nuevo estamento plutocrático se percató de esta contrariedad. suponía un riesgo muy elevado prestar un solo dólar o un euro con el simple propósito de incrementar la deuda global de la industria y de los servicios y, cómo no, la de los ciudadanos. —No prestamos ni para un billete de metro —fue la expresión que dio a conocer la nueva situación económica. El fracaso financiero afectó a los importes que figuraban en las cuentas bancarias de los multibillonarios. La totalidad de la riqueza mundial concentrada en unas pocas manos impedía la libre circulación de capitales y medios, y malograba el consumo. El oro perdió su condición de valor refugio. Las empresas dejaron de funcionar y la electricidad no se distribuyó más. Todo era propiedad de una reducida élite. Y el todo capitalista era tan nada que los sistemas informáticos fueron capaces de comprender esta antítesis y empezaron a eliminar el dinero de las cuentas bancarias, puesto que para que un bien o una cotización conserve su valor, es preciso que un comprador potencial le conceda una utilidad o beneficio. Como no aparecieron adquirientes ni interesados, el valor de los bienes y servicios se estancó con el inmediato derrumbe de su precio. Las fortunas de los multibillonarios se volatilizaron. Antes de la desaparición total de su dinero, algunos de los multibillonarios intentaron desviar sus fondos a paraísos fiscales. Sin embargo, cabía preguntarse el porqué de esta acción a la desesperada, si tendría el mismo destino. El dinero, fuera donde fuera, no tenía valor alguno. Los ordenadores continuaron eliminando cuentas y basura monetaria. Corbata Rasgada de Negro se sentó en una barandilla que protegía el cauce de un río de su ciudad. Allá delante se levantaba el edificio de un influyente banco central. Sabía que iba a ocurrir algo y algo ocurrió. La fachada comenzó a vibrar y la estructura arquitectónica empezó a difuminarse. La nueva coyuntura atentaba contra los símbolos y las infraestructuras económicas. El edificio, con una vibración y un rumor oscuro procedente de las entrañas de la tierra, fue desapareciendo sin dejar rastro tras de sí. Ni un billete quedó atrás, ni la cámara acorazada, ni las máquinas de recuento. El edificio se desvaneció completamente y sobre el terreno donde se asentaba asomaron unos cuantos exmultibillonarios canosos y decrépitos. Ahora se enfrentaban atemorizados a un futuro sin dinero. 236
CAPÍTULO 122
Ese mismo día, a las seis de la mañana, Insurgente Radical, acompañada de dos comandos, asaltó dos sedes corporativas que se encontraban frente a frente. Ella se coló en uno de los edificios con uno de los comandos al tiempo que el segundo tomaba el otro. Redujeron al cuerpo de seguridad y los encerraron en los aseos. Todo se realizó con la máxima celeridad y eficacia. Varios francotiradores se apostaron en posiciones estratégicas sobre la vía principal que transcurría por entre las dos corporaciones. Cuando asomaron los primeros empleados y directivos sonaron varios disparos, dando aviso del peligro que corrían si pretendían presentarse en su puesto de trabajo. Rápidamente, las patrullas de policía hicieron acto de presencia con las ensordecedoras sirenas y las luces estroboscópicas. Nuevos disparos frenaron en seco a los vehículos de las patrullas. Se definió una línea de fuego entre los asaltantes y las fuerzas del orden. Se avisó a más dispositivos de la policía. Llegó el apoyo, pero fue insuficiente, ante el excelente atrincheramiento de los insurrectos. Unas repentinas explosiones sonaron en el interior de los dos bloques. El asfalto retumbó y unas cortinas de humo salieron despedidas por los accesos de los edificios. Los insurrectos habían bloqueado las puertas. A las diez de la mañana llegaron los militares, que levantaron una línea ofensiva. Su superior, que era un buen estratega, organizó a su escuadrón para entrar en combate. Comenzó un tiroteo continuo. Se aventuró una avanzadilla, que fue presa de las ametralladoras de los rebeldes. Los proyectiles eran expulsados con notable acierto desde las ventanas de los edificios, lo que hizo retroceder a los soldados. Una llamada telefónica trajo dos tanquetas especiales para la lucha urbana, rápidas y de pequeño calibre. Insurgente radical y los comandos habían previsto esta eventualidad. Prepararon el lanzacohetes y con sendos proyectiles hicieron volar por los aires la escotilla, cubierta y cañón de las tanquetas.
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Mientras el cuerpo militar efectuaba estas tentativas, un equipo militar de élite llegó a las puertas principales. No encontraron acceso alguno por el cual introducirse. Las detonaciones habían tapiado todos los pasos. Retrocedieron apesadumbrados entre los restos de las tanquetas. Los disparos no cesaron en toda la mañana. Unos y otros intentaban alcanzar a su enemigo. La mayoría de las balas se perdían sin impactar en su objetivo. Hacía las cinco de la tarde, los asaltantes habían agotado casi toda su munición. Se refugiaron en el interior. La policía intentó entrar en contacto con los sitiados para proponerles una rendición condicionada. No recibieron ninguna respuesta. Les intranquilizó profundamente la súbita desaparición de sus contrarios. Se preguntaban si habrían conseguido escapar o si estaban preparando una salida a lo kamikaze para huir a tiros. El nerviosismo se contagiaba en la tropa, que se aferraba febrilmente a sus fusiles de asalto. Utilizando un altavoz, el jefe de los militares trató de interceptar a los atacantes. Recibió como respuesta una sorpresa que le hizo correr con todas sus fuerzas. Los soldados lo imitaron y se generó una estampida. Unas ensordecedoras detonaciones se escucharon dentro de los edificios. La ciudad tembló, como si fuese a ser engullida por un agujero espacial supermasivo. El destacamento entero corrió presa del pánico para salvar sus preciadas vidas. En las azoteas, los asaltantes desplegaron unos parapentes. Bajo sus botas las edificaciones se desplomaron, como si jamás hubieran sido unas estructuras sólidas. Los comandos perdieron el contacto con el pavimento de la azotea y cayeron junto con cascotes, vigas y planchas. Los paracaídas se abrieron y flotaron en una tormenta de arena y polvo. Lograron tocar suelo firme entre muros de hormigón que se levantaban agonizantes. Tomaron posiciones defensivas, mientras se buscaba una vía de evacuación. Se hizo un recuento y echaron en falta a algunos compañeros. La nube de polvo se elevó por encima de la ciudad y se esparció en todas direcciones. Las fuerzas armadas no se internaron en la zona afectada, esperarían a que el perímetro fuera seguro. A media tarde, Insurgente Radical conseguía huir con los suyos. Levantaron una tapa de alcantarilla y descendieron por un tubo estrecho hasta un largo corredor. Tras recorrerlo, se metieron en una pequeña habitación del servicio de mantenimiento de las alcantarillas, donde permanecieron escondidos hasta el día siguiente. Por la mañana, abrieron un portón y aparecieron frente a la manifestación convocada en la plaza central de aquella su gran ciudad.
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CAPÍTULO 123
Abogada Activista estaba sola en medio de dos facciones que parecían irreconciliables: los manifestantes y las fuerzas de seguridad. A primera hora de la mañana, con una pancarta antiviolencia al hombro, se encaminó a la plaza central. Allí se encontraba la multitud de manifestantes estáticos, con la mirada puesta en el Parlamento y la policía. Abogada Activista los adelantó y se plantó enfrente. Alzó la voz para hacerse escuchar por los congregados: —Buenos días. He venido hasta aquí para ayudar. No tengo la intención de disuadiros, ni comprometeros. Tenéis derecho a manifestaros y a intentar cambiar las cosas. Mi única petición es que, humildemente os lo pido, no recurráis a la violencia. Nadie se pronunció. Siguieron con su actitud, atentos a los movimientos de la policía y de los militares que protegían el Parlamento. Abogada Activista continuó con su discurso: —Muchos compañeros han caído. Lo sabemos todos, han sido asesinados, pero la violencia solo engendra violencia. No protagonicemos un mal ejemplo para el futuro. Tenemos que ser conscientes y llegar a una solución pacífica, alcanzar unas respuestas consensuadas. No es necesaria la confrontación. Podemos hacerlo bien. Retiraos y formad unas mesas de negociación, unos representantes que propongan un programa político. Una coalición. Vivimos en un estado democrático y vuestras propuestas serán escuchadas. Hay maneras de acceder al poder y de utilizarlo en favor de la sociedad. Su discurso, pobre pero directo, pretendía apaciguar a una población revuelta. No podía caer en la tentación de justificar su postura o de explicarla. Tenía que ser clara y llana para que comprendieran su mensaje y abandonaran su actitud provocadora y agresiva. Pasados unos cinco minutos, en los cuales Abogada Activista paseó su mirada firme y resuelta por la multitud, se alzó un gruñido lascivo y penetrante que respondió a su propuesta: 239
—¡El recurso a la violencia es un derecho natural y estamos adoctrinados! —¡Uh! —sonó una exclamación general. —¡Nacimos animales y como animales moriremos! —¡Uh! —¡Elimina a tu amo! —¡Uh! —¡Entregadnos el poder! —¡Uh! —¡Demostrad nuestra fuerza! La muchedumbre comenzó a emitir un rumor apagado que aumentó en intensidad hasta convertirse en un alarido masivo. Callaron en seco y siguieron observando fijamente a sus antagonistas. —Pero... ¿qué es esto? —preguntó Abogada Activista, contrariada. Entre las filas vio a una amiga del colectivo de lesbianas y que mostraba la misma petrificación que el resto. La llamó por su nombre. Ella no contestó. La increpó con razonamientos, antiguas ideas y concepciones sociales. Continuó sin responderle. —¿Qué está pasando? —preguntó de nuevo—. Es el fin, están decididos. —Ya lo ves —le comentó un policía cercano—. Llevan así varios días, no hacen caso.
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CAPÍTULO 124
Al mando de su división de acorazados, General de la Estepa se dirigía hacia algún lugar. En el segundo día de marcha, llegaron a los alrededores de una población. El contingente entró por las retorcidas vías de la pequeña ciudad. Un gobernador civil salió a su paso y ofreció acomodar a las tropas. Por la noche consultó con sus subordinaros y el comisario de comunicaciones el objetivo, pues eran varias las ciudades desde donde llegaban noticias de levantamientos e incursiones bélicas. Haciendo uso de su rango acalló las diferencias entre sus subordinados, destacando el cometido de las fuerzas militares. Tras comparar las distintas informaciones recibidas, se hizo evidente que en la capital del país era donde se concentraban los mayores amotinamientos. Los medios de comunicación hablaban de ejércitos organizados erigidos como autoridad de facto. Frotándose las manos con deleite, ordenó la disposición de la división para asaltar la capital, previsiblemente gobernada por un grupo ilegítimo. Tendría su guerra. Aquella noche durmió plácidamente. Al día siguiente, por la tarde, alcanzaron un puesto de observación con movimiento de militares. Los tanques rodearon el puesto por el norte y comenzaron a lanzar sus proyectiles. No transcurrió ni una hora cuando una bandera blanca anunció su rendición. Los bombardeados, una vez hechos prisioneros, preguntaron a los soldados del General de la Estepa el porqué del ataque. Ninguno de los agresores supo contestarles. El general declinó todo contacto con los prisioneros de guerra. Los encerraron en un camión y los enviaron a la base. Un nuevo amanecer y un nuevo avance del pelotón. Una jornada más y alcanzarían su destino. Plantaron el campamento en una vaguada tras un monte, tomaron posiciones en la cima y dejaron que amaneciera. Por la mañana, bajo un sol resplandeciente, los acorazados enfilaron en formación y entraron en la ciudad. En la principal intersección se estableció un perímetro de seguridad.
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No se escuchaban disparos y no se veía a muchos ciudadanos. Un cuerpo ahorcado colgaba de una farola. Avanzaron cuidadosamente entre comercios asaltados y basura esparcida por las calles. Un incendio se expandía por un centro comercial sin que nadie lo sofocara. Los vecinos más madrugadores vieron las maniobras con incredulidad. Algunos se escondieron en sus casas, otros se guarecieron en los cafés con la esperanza de adivinar de dónde provenían las tropas. Algún otro, por fin, se acercó cauteloso a los soldados ofreciendo su amistad. A media mañana, el cuerpo militar se puso en movimiento de nuevo. Cruzaron la metrópoli de punta a punta. Superaron mercados de ocasión, dispersos grupos de manifestantes y algún que otro círculo de ciudadanos que discutían sus disparidades políticas. También pusieron fin a una reyerta entre dos abuelos. Al otro lado de la ciudad, tampoco descubrieron al enemigo. Su mando, realmente molesto, decidió entrar en la plaza central, donde se encontró con una muchedumbre congregada en silencio. Frente a ella, formando un cordón de contención, estaba la policía y un destacamento militar. Más atrás quedaba el edificio parlamentario. El General de la Estepa apareció por la escotilla de su vehículo. —¡Coronel! ¡Coronel! Un policía reclamó su atención. El General de la Estepa lo observó igual que se mira un gargajo de la acera, molesto ante la ineptitud de aquel agente del orden que no reconocía sus galones. —¡Coronel! —insistió el capitán de la policía— ¿Sois el refuerzo? El general, rojo de vergüenza y sin su guerra, se guareció en su vehículo y desapareció con su división sin mediar palabra. De vuelta, ya en la periferia, se toparon con una oleada de manifestantes procedentes de las fuerzas laborales del país. No perdieron el tiempo con ellos. Los manifestantes y los tanques, unos en una dirección y los otros en otra, se sortearon y siguieron su curso. Cuando la división de acorazados se encontró en terreno descubierto, su general adoptó una decisión. Estaba cabreado, asqueado y no soportaba la humillación de volver sin combatir. Esto no podía finalizar así. Ordenó un giro de noventa grados y se dirigieron a una ciudad cercana, donde residían unos veinte o treinta mil habitantes. A las afueras de esta segunda población, cogió su radio y ordenó arrasarla. Los cañones empezaron a bombardear con su dirigente al frente. El fuego de los carros de combate no cesó durante varios minutos. Al acabar, avanzaron cien metros más y volvieron a detenerse para otra tangana de proyectiles enviados con precisión. Las cornisas de los edificios vibraron y de las ventanas de las viviendas surgían efímeras llamas. 242
Alzando su brazo, mandó la entrada en la ciudad. Divididos en secciones la invadieron por distintas calles, arrollando los obstáculos y disparando sus granadas. El fragor del ataque se intensificó al llegar al centro. Los bloques recibían sacudidas, trozos de viviendas saltaban por los aires y el fuego crepitaba, rabioso. El general, apostado sobre su tanque, no disfrutaba. Se sentía consternado y furioso. En aquellos momentos, lo odiaba todo: el honor, el combate ficticio, sus tropas y el cuartel que habían dejado atrás. Fuera de sí, en un acto heroico, mientras varias edificaciones se derrumbaban a su alrededor, sacó su pistola y disparó contra al vacío, reservando la última bala, que apuntó a su sien.
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CAPÍTULO 125
Una multitud, compuesta por programadores, fresadores, corredores de seguros, electricistas asistentes sociales, radiólogos, contables y farmacéuticos y encabezada por Cuello Descubierto, se encaminaba hacia la explanada coronada por el Parlamento. Junto a él iba Mirada Inquieta, rescatado de la prisión. Armados rústicamente derribaban, destruían y pateaban todo cuanto se cruzaba a su paso. Cuello Descubierto había desaparecido durante los últimos días. No había sucumbido, sino que con determinación había reunido a las fuerzas laborales del país que presidía en tan simbólica marcha. Recorrió grandes compañías, se concertó con los dirigentes de los mineros, de las fundiciones, del consorcio de transportes y con otras organizaciones: asociaciones de enfermeros, colegios de profesiones liberales y representantes de grupos empresariales. Consiguió agrupar a todos los sectores para una magnánima concentración. Imparables, desembocaron en la gran plaza, donde los manifestantes, silenciosos en su protesta masiva, dificultaban el curso de las decisiones políticas, económicas, productivas y estructurales. La policía y los militares, en un doble cordón de seguridad, protegían la entrada al Parlamento. Se sintieron apresados y rodeados cuando emergió el tropel de trabajadores descontrolados y furiosos. La situación se tensó. Desde el interior del edificio consistorial llegó la orden de desalojar la explanada. Los agentes formaron una larga hilera y cargaron sus escopetones con pelotas de goma. Los soldados quedaron tras ellos con sus armas preparadas para disparar. Las fuerzas laborales replicaron tumultuosamente a la amenaza. La masa se apiñó, los gritos aumentaron y una lluvia de objetos cayó sobre los comisarios. Alguno resultó herido. En un extremo de la muchedumbre se hizo un vacío, como el de una onda expansiva en el agua al caer una piedra. En el centro del hueco apareció una figura que se revolvió en su propia sangre. Un prisionero ejecutado en el fervor de la revuelta. 244
Los policías, a la voz de su superior, apoyaron sus rodillas en el suelo. Obedecieron una segunda orden y levantaron sus escopetas abarcando los dos frentes y varios flancos. Una tercera orden sonó y se apretó el gatillo. Se disparó contra los ciudadanos. Una mujer que esgrimía una pancarta con un mensaje pacifista, se interpuso entre las pelotas de goma y los manifestantes. Su aparición ocasionó que las bolas modificaran su dirección, adoptando extrañas trayectorias angulares que atentaban las leyes naturales y de la física. Ni una sola pelota alcanzó a la población, todas golpearon contra el cuerpo de Abogada Activista. Estaría señalado que debía morir y así sucedió, aunque alcanzó su objetivo: frustrar la primera carga y evitar una acción violenta de la autoridad contra las personas. Su cuerpo cayó irreconocible con tanto pelotazo. Con un póstumo esfuerzo recostó su cabeza con suavidad sobre el asfalto. El fracaso de las armas de disuasión provocó que el ejército entrara en escena. La tropa comenzó a disparar ráfagas al aire con las metralletas, sin pretensión de herir o matar por el momento. Sus disparos fueron respondidos por otros aislados provenientes de las fuerzas laborales. El comandante que organizaba la defensa del Parlamento se encontró en una difícil posición. La siguiente orden sería ametrallar indiscriminadamente a la población civil. Buscando soporte, pidió auxilio con una mirada al oficial que dirigía las maniobras de la policía. Éste eludió toda responsabilidad elevando sus ojos al cielo. La complicidad entre agentes y militares se quebraba ante el derramamiento de sangre. No era una cuestión agradable. Un furgón policial aceleró, dispuesto a arrollar a los manifestantes. Si los superiores perdían su iniciativa, podían ocurrir acciones libres e individuales de sus subordinados exaltados por la angustia que gobernaba la plaza. Uno de los secuaces de Insurgente Radical apuntó el lanzacohetes contra el furgón y lo reventó. Las llamas crepitaron frente a la muchedumbre. Las reglas que regían la sociedad estaban a punto de romperse. Iban a adentrarse en una vorágine de violencia. El comandante, incapaz de dar la orden, vio cómo alguien se abría un camino entre la multitud silenciosa. Unas figuras asomaron por el sendero, acercándose con parsimonia. Sin miedo llegaron hasta él. Sus jóvenes y afectadas facciones no presagiaban maldad, ni un conflicto inminente. Rebeca de su Abuela alargó su brazo mostrando la palma de su mano. Sin poder negarse, el militar al mando depositó su pistola en aquella mano, liberándose del apuro. Las puertas del Parlamento se abrieron a las fuerzas laborales.
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CAPÍTULO 126
El clan de los hombres primitivos, instalado en los bajos de un edificio de viviendas abandonado, era presa de una gran excitación. Sus individuos merodeaban de aquí para allá. Organizaban, disponían y ordenaban su enseres, que eran bien pocos. Si uno recogía un garrote y se lo cargaba al hombro, otra agarraba un cántaro con agua, a la par que otro liaba un hatillo de ropas viejas. Su comportamiento revoltoso e incoherente tenía un fin único, un profundo sentimiento de comunidad. Sin leyes, sin moral, sin códigos ni conductas aprendidas. Salieron de la guarida sin perder la noción de grupo. Los de atrás seguían a los primeros, desfilando por las calles solitarias de la ciudad, buscando los confines de la urbe. Iniciaron un éxodo hacia tierras interiores, en peregrinación hasta unas llanuras en las cuales establecerse y prosperar. Su hazaña nunca sería recordada. Fueron la única esperanza de supervivencia de la raza humana. La condición primitiva y el vínculo tribal los proveían de aptitudes superiores para soportar las inclemencias y los obstáculos a los que se enfrentarían, con una capacidad muy superior a la de los humanos que preservaron su inteligencia. FIN
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