[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 1DEMARZODE2014 |
Sid Vicious. En el nombre lleva la penitencia CRISTIANARCINIEGA|PAG.4
Julio Cortázar. Morir con los zapatos puestos JOSÉVALES|PAG.5
Un tipo guapo ALASAZÓNNETZAHUALCÓYOTLÁVALOS ROSAS |PAG. 6
Gangsteres americanos ELTERCEROJOSYLVAINPROVILLARD| PAG. 7
Desierto CREACIÓNEMILIOMARTÍNEZFRAUSTO| PAG. 8
Federico Campbell
¿Por qué leer a Leonardo Sciascia? ARMANDO PONCE | PAG. 2
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Federico Campbell ¿Por qué leer a Leonardo Sciascia? Entrevista PORARMANDOPONCE
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l narrador y periodista Federico Campbell (Tijuana, 1941), fallecido el pasado sábado 15 de febrero, fue el introductor en México de la obra del ensayista y novelista italiano Leo-nardo Sciascia, el más acucioso investigador de la mafia siciliana y el poder. Incluso, Campbell viajó a su casa de Palermo para entrevistarlo. El 8 de mayo de 1989, éste concedió al reportero una entrevista para Proceso. A continuación, la reproducción de la misma.
A lo largo de quince ensayos, una entrevista celebrada en Palermo y una crónica de viaje entre Siracusa y Racalmuto, Federico Campbell se asoma a la obra y vida del escritor italiano Leonardo Sciascia. Como si los componentes de un episodio del pasado configuraran el negativo fotográfico de un hecho del presente. Leonardo Sciascia frecuenta la historia para asumirla como memoria, como un eterno presente dilatado, no interrumpido, continuo, sin solución de continuidad: el presente histórico de una humanidad en México o en Italia que aún no conjura los hábitos de la injusticia. Nacido en Racalmuto, (Sicilia) en 1921, Sciascia elabora en sus “novelas de ambiente judicial” una parodia de novela policiaca, una metáfora sobre el poder que en el ámbito institucional del Estado y sus ramificaciones extralegales se ejerce de manera mafiosa. Para recuperar la memoria, siempre escribe sobre casos de impunidad olvidados. Federico Campbell (Tijuana, 1941) es autor de una novela, Pretexta; un volumen de relatos, Tijuanenses, y un libro de Conversaciones con escritores. —¿De dónde y cómo surgió su interés por la obra de Sciascia? —La primera vez que oí hablar de Sciascia fue en 1978, en el Vips que está enfrente del Palacio de Hierro Durango. Tomás Pérez Turrent acababa de llegar del Festival de Cannes y estaba hablando de Cadáveres excelentes, la película de Francesco Rossi basada en El contexto, la novela de Sciascia. La idea del argumento me pareció buenísima: una serie de asesinatos de jueces en diferentes ciudades, lo cual parecía tener una extraña lógica criminal, un patrón de comportamiento homicida. El investigador Rogas, una especie de Florentino Ventura culto y melancólico, establece que el hipotético asesino tenía que ser alguien que había purgado una sentencia injustamente, debido a un error judicial. Pero luego el mundo se le viene encima, y el terror está a punto de estallarle en las entrañas cuando descubre que el crimen (un intento de desestabilización o de golpe de Estado) se ha fraguado en la casa misma del poder, en la presidencia de ese país imaginario, algo así como en Los Pinos. —¿Pero por qué la fascinación? —Porque empecé a sospechar que en
El escritor mexicano Federico Campbell.
Con el conocimiento de la obra de Sciascia volví a creerme la sospecha juvenil de que a la larga las ideas caminan y se vuelven cosas reales.
Sciascia se fundían sin ningún conflicto el político y el literato, en una especie de distinción y parentesco a la vez como la que hace Max Weber respecto al político y al científico. Se me había dicho desde niño que la literatura, el arte, no podía relacionarse con la política. Pero a través de los libros del siciliano me di cuenta de que se amalgamaba muy bien. Y es que su obra, además, remite a Voltaire, a Stendhal, a Diderot. Luego, entonces, la literatura no era tan inocua ni tan inofensiva, como se me quiso desinformar en un medio, de clase media norteña, en el que se desdeñaba todo lo que tuviera que ver con el arte. Empecé a creer, por primera vez, que escribir si tenía y tiene un sentido. Con el conocimiento de la obra de Sciascia volví a creerme la sospecha juvenil de que a la larga las ideas caminan y se vuelven cosas reales. —¿Qué papel juega la mafia en la temática de Sciascia? —El de una metáfora del mundo moderno a la forma en que se ejerce el poder del Estado en complicidad con los poderes extralegales, como el de la delincuencia. Hay una moral que exime de culpa y de responsabilidad al gobernante que antes de asumir el poder, por las buenas o por las malas, tiene que resolver un problema
de conciencia: si es capaz de matar o no. Por otra parte, el uso político de la delincuencia, la identificación entre hampa y policía, también caracterizan a este poder estatal en un momento en que hay una degradación de la convivencia civil. Es un hecho que un secretario de Estado tiene que, por imperativos de su oficio, conducirse como un hampón y decidir fríamente como un cirujano, como un militar, como un criminal. Lo que viene a decir Sciascia es que la mafia más que una organización es un comportamiento, un modo de ser, en cualquier país. Especialmente en un momento de la historia en que se ha perdido de vista el interés particular y no el bien común y público. —¿Ha comparado en un proyecto de novela a la península de Italia con la de Baja California? —Es una de esas asociaciones que no quieren decir nada, ociosas. Tanto como el relacionar que sobre el paralelo 32 de Mexicali también se encuentran Casablanca, Trípoli, y Nagasaki. A través de este tipo de coordenadas uno a veces quiere montar una novela, pero no siempre sale. Yo podría hablar más de las novelas que no he podido escribir que de las dos que he escrito. Mi vida ha sido un constante no poder escribir. Ese proyecto, no descartado, quiere llegar a ser un día un libro bajo el título de “Transpeninsular”, la historia de un hombre de 50 años que en el invierno y la aridez, la esterilidad de la península de Baja California, hace un viaje de regreso a casa, a la madre, al incesto. Es el tema clásico del home coming. Decepcionado de la información y las precisiones históricas, se pregunta, quizás demasiado tarde, por qué ha perdido casi toda su vida metido en la novela de información y del periodismo. Cómo es que no se atrevió, desde joven, a apostarle a la imaginación, a la fantasía, a los sueños. Quiere salirse de la misma película que ha estado viendo con las mismas historias y los mismos personajes, y creer en otro mundo, menos reiterativo y más hospitalario. La otra historia es la de un primer amor, a los 20 años, en Calabria y Sicilia, y un recorrido por la península italiana de sur a norte, tal y como en la otra península de piedra (como le decía Juan Jacobo Baegert a la Baja California) el trayecto es de sur a norte, de Cabo San Lucas a Tijuana. En Italia todo sucede durante el verano, en medio de playas, duraznos, uvas, vino, salami con pan recién hecho, quesos, agua mineral, todo muy asoleado y feliz: el arte de las ruinas griegas y la sensualidad. —1958, Racalmuto, el lugar de nacimiento de Sciascia. Se refiere a él como escritor, pero ¿cómo es como ser humano? —Es un hombre de pocas palabras. Tan chaparro o tal alto como yo. Sólo habla cuando es necesario. A veces le da a uno la impresión de que es un contemporáneo del siglo XVIII, cuando todavía tenían un valor las ideas, en los tiempos de Voltaire y Diderot, porque todo su mundo referen-
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cial es literario, todo lo relaciona con algo que dijo algún escritor. Por ejemplo, una vez en Siracusa, cuando fuimos a ver un ojo de agua, comentó que las plantas de papiro que allí crecían eran las mismas a las que se refería Ovidio en La Metamorfosis. Por otra parte, fue la única persona que me escribió después del terremoto de 1985 preguntándome cómo estaba, ni siquiera mis hermanas ni mis familiares de Novojoa o de Tijuana preguntaron por mí. Sciascia decía en su carta, enviada desde el hotel Manzoni de Milán, que en 1908 un sismo acabó con Messina, “pero entonces Messina era una ciudad muy pequeña: ya me imagino lo que ha sido ahora un terremoto para la Ciudad de México, que es una de las más grandes del mundo”. En fin, es un hombre que tiene muchos amigos, todo mundo lo conoce, porque además fue profesor de primaria toda su vida de Caltanisetta y Agrigento. Ya está jubilado, vive con su esposa, María, y tiene dos hijas y tres nietos, uno de los cuales se llama Fabrizio Catalano. —¿Qué lugar ocupa la obra de Sciascia en Italia y en el mundo? —No sabría precisar cómo están cotizadas sus acciones en la bolsa de valores de la literatura, pero la verdad es que se le reedita mucho y sus obras se traducen a muchos idiomas. En Francia ha tenido un éxito muy especial y buena prensa. Les cae muy bien a los franceses tal vez por la relación que siempre ha habido entre Palermo y París. En Inglaterra y Estados Unidos ha tenido menos aceptación. Piensa él que conecta mejor con lectores del mundo latino, con los españoles, los latinoamericanos. Tal vez porque tenemos el mismo pasado árabe español e inquisitorial que Sicilia. Es uno de esos escritores de las últimas décadas que han sido seducidos por la historia. Sciascia se mete en los archivos que antes sólo eran material del historiador profesional, y cuenta historias olvidadas, casos reales, históricos, judiciales, políticos, en los que se ve la simbiosis entre crimen y poder. Por otra parte, es alguien que habla sin envidia de, por ejemplo, el gran éxito de Umberto Eco. Dice que el éxito de Eco beneficia a todos los escritores italianos. —El libro que más le ha gustado haber escrito a Sciascia es La desaparición de Majorana. Pero a usted, ¿cuál es el que más le gusta? —A cada quien lo suyo. Este título recoge la idea de justicia que se tenía en el derecho romano. Se refiere a un crimen y a una investigación policiaca que por curiosidad literaria emprende el profesor Lausana cuando indaga por qué las letras de un anónimo arrogante están recortadas de un periódico en latín. Su fascinación por el enigma literario más que criminal lo lleva a atar los cabos de un homicidio que fraguaron una guapa señora y su primo que estaban enamorados. Lausana descubre que si el boticario recibió un anónimo en el que lo amenazaban de muerte sólo fue porque los asesinos lo querían como un falso blanco y al que realmente querían matar era al doctor Roscio. Y mataron a los dos en una cacería. “El profesor Lausana es maestro de historia y latín. Solterón, vive con su madre, y representa en cierto modo la inutilidad del intelectual en nuestro tiempo. Al gobierno no le interesa la cultura, pero sí manipular a los intelectuales que le articulan justificaciones y le renuevan el discurso. Por eso dice Sciascia que son el estiércol de la planta política.”
Sciascia se mete en los archivos que antes sólo eran material del historiador profesional, y cuenta historias olvidadas, casos reales, históricos, judiciales, políticos, en los que se ve la simbiosis entre crimen y poder
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En el nombre lleva la penitencia PERFIL::Conflictos,drogasypunkmarcaronlavidade‘SidVicious’,paraquieneldesenfrenofueamigoyverdugo.PORCRISTIANARCINIEGA|ElUniversal
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n el nombre llevó la penitencia. John Simon Ritchie, mejor conocido como Sid Vicious (este segundo término se traduce como vicioso), tuvo una vida corta pero muy intensa, marcada por la fama, la rebeldía y, sobre todo, por los excesos. Nacido en 1957 en Londres, este icono punk abandonó la escuela a temprana edad. Durante su adolescencia empezó a vender y consumir drogas. Desde joven, John adoptó el espíritu punk de rebelión e hizo de su imagen una poderosa herramienta, misma que llamó la atención de Malcolm McLaren, mánager de la legendaria banda Sex Pistols. El británico incorporó a Sid a la agrupación en 1977 debido a su aspecto desaliñado, peinado estrafalario y dura actitud, aun cuando éste no sabía tocar el bajo. Sus integrantes se convirtieron rápidamente en ídolos de mala reputación. Pese al éxito, la banda anunció su separación al año siguiente. Problemas con drogas y conflictos personales se señalaron como las causas. Luego de este episodio, Sid se refugió en el afamado Hotel Chelsea de Nueva York con su novia Nancy Spungen. Se dice que gracias a ella Vicious probó la heroína. Su corta relación estuvo marcada por altibajos. Aun cuando la pareja frecuentemente se golpeaba y quemaba cigarrillos en la piel, el amor que el bajista le profesaba era intenso. El 12 de octubre de 1978, Nancy fue encontrada muerta en el baño de la habitación 100 del hotel neoyorquino; había sido apuñalada con un cuchillo que Sid le había regalado. El músico se convirtió en el principal sospechoso, por lo que fue acusado de homicidio en segundo grado. Luego de su arresto, Sid fue puesto en libertad. La policía lo detuvo tiempo después por una pelea. El 1 de febrero de 1979, el bajista celebró en casa de una amiga su libertad; esa noche volvió a inyectarse heroína. A la mañana siguiente, el británico fue encontrado sin vida. ¿Causa de la muerte? Una sobredosis que le había sido suministrada por su madre a petición suya. Impactante, pero verídico.
Punk: estilo y actitud Sid Vicious se convirtió en una leyenda del punk no sólo por su desenfrenada vida y trágico deceso, también por su característica imagen. En alguna ocasión, el mánager de la banda declaró: “Si Johnny Rotten es la voz del punk, entonces Vicious es la actitud”.
John Simon Ritchie, mejor conocido como Sid Vicious.
Chaquetas de cuero ceñidas, playeras desgarradas, pantalones ajustados al cuerpo, collares de cadenas, botas de motociclista y un peinado de picos definieron su estilo, el cual ha influenciado a otros músicos y es considerado un referente de la estética punk. Posterior a la cremación de su cuerpo, la madre de Sid Vicious halló en su ropa una
nota que supuestamente decía: “Hicimos un pacto de muerte y tengo que cumplir mi parte del trato. Por favor, entiérrenme junto a mi nena. Entiérrenme con mi chaqueta de piel, jeans y botas de motociclista”. El punk no sólo era su cómplice sobre el escenario, corría por sus venas, al igual que la sustancia que acabó con su vida.
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Morir con los zapatos puestos RESEÑA::Seconmemoran30añosdelamuertedeJulioCortázar.PORJOSÉVALES|ElUniversal
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icen que Julio Cortázar murió en París aquel 12 de febrero de 1984 con los zapatos puestos. Nadie alega haber sido testigo de semejante detalle. Ni su ex esposa y amiga entrañable, Aurora Bernárdez, la única testigo del momento final del que fuera el escritor argentino más versátil y transformador y, por qué no, uno de los más queridos en toda América Latina. Nadie logró corroborarlo, pero aquel día en el gélido París, Cortázar tenía los zapatos puestos. Llevaba viviendo en la capital francesa desde 1951, cuando agobiado por las formas de un peronismo que lo invadía todo, había llegado a la conclusión de que en esta, su ciudad —a pesar de haber nacido en Bruselas 37 años antes—, la que siempre había despertado en él su deseo más grande, se sentía asfixiado. Aquí había traducido ya a André Gide y a Chesterton y en colaboración a Edgar Alan Poe, ya había escrito su memorable crítica sobre Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal y su célebre Casa Tomada, ya había publicado el volumen de cuentos La otra orilla, su novela (la primera de todas), Divertimento, y El Examen, publicada tras su deceso pero que permite percibir al Cortázar que vendrá una década después en términos literarios y avizorar, con mayor notoriedad, las razones del por qué decidió abandonar su país y su ciudad, a la que le dedicó la mayor parte de su obra. Se había agotado de las formas peronistas, de los desvíos que manifestaba entonces el país, el que siempre iba a analizar y criticar en cartas o en público, pero necesitaba más seguir viviendo en el estado que mejor le sentaba a su gigantesca humanidad. El estado literario. Había regresado de una estadía en la ciudad de Mendoza como profesor universitario en 1946 con la intención de vivir aquí “para siempre”. Pero con el correr de los años, esa ciudad que él solía devorarse paseando por barrios perdidos, en veladas boxísticas y noches de jazz o tertulias literarias, la que le permitió codearse con Borges o Victoria Ocampo y admirar a Ramón Gómez De la Serna o devenir amigo de Francisco Ayala, se fue convirtiendo en lo que el rebautizó “Peronlandía”, desde que el peronismo irrumpiera en la esfera política en 1945. Por eso y por un europeísmo que llegó a entender como “lógico”, ya que había nacido allí, por azares familiares, Cortázar ya prometía desde sus primeros días en París quedarse allí “de por vida”. A veces más, a veces menos, el autor de Todos los fuegos, el fuego siempre se vio obligado a explicar el por qué de esa decisión, en entrevistas o en cada uno de sus seis viajes de visita al país. Aún hoy aparecen voces que le critican el haberse chapoteado en la embarrada historia argentina de esos años, sino a la prudente distancia de su apartamento de la Rue Martel. Lo explicó en todos los tonos y maneras posibles. “Nos molestaban mucho los altoparlantes gritando en las esquinas Perón, Perón que grande sos. Porque se intercambiaban con el último concierto de Alban Berg que estábamos escuchando...” Fue décadas después, revolución Cubana mediante, cuando Cortázar revisara su antiperonismo de entonces pero no esa ambivalencia que desde 1946 había comenzado a sentir
El escritor Julio Cortázar.
por esa ciudad a la que narró, reinventó y recorrió literariamente como nadie. “Yo no me considero una persona que escribe en español. Yo escribo en argentino y, por qué no, en porteño”, repetía. Y algunos de sus relatos lo corroboran: “Torito” o “Segundo viaje”. Ciertos sectores políticos y algunos círculos literarios no le perdonaron esa distancia ni sus posturas de entonces, ni las herramientas con las que se ayudaba para escribir. El humor a prueba de todo y un genio que lo llevaba del tango a la plástica, del jazz al tango y los arrabales bonaerenses como Banfield a la estación Etinne Marcel. Aun cuando entre 1976 y 1983 combatió con fervor militante a la dictadura militar denunciando las violaciones de derechos humanos y recibiendo en París a los refugiados políticos. “Lean mis libros y verán que son muy argentinos....”, “en mis libros encontrarán que tal vez no me haya ido nunca de Buenos Aires...”, había llegado a defenderse. Y en sus libros y en sus cartas están los rasgos de lo que fue su literatura y su vida cotidiana. También en sus personajes como Horacio Oliveira y Manolo Traveler, el “Del lado de allá” y el “Del lado de Acá” de ese libro que aún antes de publicarse —y más convencido de su obra que por un acto de fanfarronería ajena a su sencillez extrema— ya le había advertido a su editor y amigo Fran-
cisco “Paco Porrúa” (el responsable de publicar Cien años de soledad por primera vez), “será como una bomba de neutrones para la literatura latinoamericana”. Esa bomba era Rayuela (1963). Cortázar vivía en París pero escribía en Buenos Aires. No faltan ensayos ni investigaciones literarias al respecto, pero hay una carta que en 1953 le escribe a su amigo Eduardo Jonquieres y que Diego Tomasi rescata en su libro Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar, en la que, una década antes de la publicación de Rayuela, ya brindaba pistas del por qué debía estar de los dos lados. En “El de acá” y en “El de allá”. “Es asombroso advertir cómo una cadena de decisiones puede modificar una vida y su circunstancia. Por lo menos la circunstancia de modo tan radical. ¿Soy yo aquel que traducía pasaportes en la oficina de la Calle San Martín. ¿No estará todavía traduciendo? Deberías ir a ver”. Ya no existe ni el café Richmond de Florida, donde conoció a Aurora, ni la London, donde pasaba sus horas en tertulias, pero si esa oficina en San Martín 424 segundo piso 17. Por allí pasaba Cortázar para certificar si su parte porteña estaba allí, en cada una de sus visitas a Buenos Aires, previas a aquel último que inició aquí el 30 de octubre de 1983, en plena efervescencia por la recupe-
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ración de la democracia. Cada vez que venía se ocupaba de desmentir y contradecir a sus informantes, amigos y contactos que le escribían o le contaban en París que Buenos Aires estaba muy cambiado. “Yo la encuentro siempre igual”. A diferencia de los primeros viajes, cuando se aburría o lo abrumaba la situación social y política, en los últimos disfrutaba ser un escritor popular. Le encantaba que los voceadores lo reconocieran en la calle y que las señoras lo saludaran y le dijeran que lo había leído, pero el país le dolía cada vez más, como dejó testimonio en innumerables cartas luego de cada una de sus visitas. Si bien en 1973, luego del triunfo del peronismo proscripto durante 18 años, Cortázar presentó El libro de Manuel (el texto más abiertamente político de toda su obra) en medio de cierto hostigamiento por su condición de antiperonista y por vivir en París, logró revisar sus posiciones políticas, en parte gracias a su adhesión a la revolución cubana, y sentar las claves de su relación con “la mujer de su vida...”. “Hubo un tiempo en que Buenos Aires y yo dejamos de ser amigos. Como cuando uno se pelea con una mujer, a pesar de lo cual la sigue queriendo. Para mí, las ciudades son siempre mujeres. Mi relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer... Buenos Aires es, de alguna manera, la mujer de mi vida. Esa que queda ahí a pesar de todo, y... digamos, París es la gran amante...”. A esa mujer volvió para despedirse 10 años después. Aquel 30 de octubre, a escasos 10 días de la asunción de Raúl Alfonsín. Cortázar enfermo llegaba en el mismo vuelo que un reconocido dirigente sindical, Casildo Herreras. En el aeropuerto, un nubarrón de periodistas lo obviaron casi por completo. Todos esperaban al sindicalista. Unos días después, en improvisada rueda de prensa volvería a repetir que significaba Buenos Aires para él. “Es como si no me hubiese ido. Yo llevo a Buenos Aires puesto como otros llevan puestos sus zapatos y lo paseo conmigo en cualquier lugar...”. Fueron días muy agitados para su ya frágil humanidad. Convivió con su hermana y madre, con amigos y recorrió todo lo posible los rincones que solía frecuentar el Del lado de Acá. Pero el inminente gobierno de Raúl Alfonsín le tenía reservado un desplante. Nunca lo recibieron. Como si su influencia y su poder de innovación fueran un pecado para un escritor. No esperó a la posesión presidencial. Se fue el 7 diciembre con la promesa de regresar en marzo para quedarse dos meses. No fue posible, como tampoco fue posible ahora, 30 años después, cuando se conmemoran 100 años de su nacimiento, que exista “Un año cortazariano” o un homenaje a la altura de su obra y de una sencillez y don de gente que en este país y por estos días representaría un acto revolucionario, como lo fue en su momento Rayuela. En aquel último viaje, como ahora, lo homenajearon y lo siguen homenajeando sus lectores, que lo siguen sintiendo próximo, cercano, “Del lado de Acá”. Entendieron el mensaje oculto en sus relatos y hasta siguieron al pie de la letra aquella última recomendación aquel 7 de diciembre, al pie del avión: “Lean mis libros y verán si soy argentino o no”. Por eso, aunque no hayan sido testigos, tienen la certeza de que Julio murió con los zapatos puestos.
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Un tipo guapo A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS
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o viene de una familia prestigiada, no es lindo ni puro, y aunque se crió entre las milpas, es un tipo que ha sabido abrirse camino en el mundo, gracias a su carácter extraordinario aunque delicadamente mexicano y terreno. Lo pongo a la mesa por auténtico. Más allá de etimologías y términos de Real Academia, lo guapo me cuadra como termino de belleza; no la determinada en purismos, perfecciones y pomposidades; sí, aquella que se esculpe por rasgos de voluntad, estilo y originalidad. Dice mi abuela que poco mérito tiene la hermosura de una joven de 17 años; en cambio, cuanto amor, firmeza de alma y honestidad implican la belleza de una señora de cuarenta. -Valga decir que mi abuela es tan bella, como maja, en pleno centenario de su existencia. Y es que una persona guapa posee rasgos físicos acentuados por sus atributos espirituales, lo que la hace un ingrediente sustantivo en su entorno humano. Antes que una nariz afinada, una imagen de moda, o facciones “X-distantes”, la guapa trasciende la belleza establecida. Lo bonito suele ser arrogante y engreído; lo guapo, aporta y sabe negociar con el mundo entero. A quién nos referimos se ha ganado la simpatía gastronómica internacional aunque por muchos años fue vilipendiado por toda esa gente mexicana de rancio abolengo y “buenas costumbres”. No sólo se le despreció; se le lanzó al desperdicio. Actualmente, como lo referimos, es un auténtico héroe de la cocina nacional, aunque claro, como suele suceder con los González Camarena, los Marques, o los José Hernández, se les pone atención y se les reconoce primero y mejor en el extranjero. Es así que, al protagonista de esta entrega, se le consideró un manjar en restaurantes especializados de Estados Unidos y España, donde incluso hace rato que se le conoce como “la trufa mexicana”. En México, apenas hace medio siglo se le reivindica y reintegra a la tradición culinaria, pero en muchos de los casos mediante esos ridículos conceptos de “cocina gourmet” o “fusión”. Vayamos al grano. Estamos hablando del cuitlacoche: absténganse ñoños y melindrosas. ¡Es el momento de paladares nobles! Científicamente se le denomina ustilago maydis. Es una de las 200 especies de hongos
que existen en nuestro país. Sí, es un parásito de la planta del maíz, sin embargo su cultivo es una tradición prehispánica que consiste en el raspado sistemático y controlado de las hojas de mazorca, de manera que los elotes tiernos sean invadidos con más facilidad, vía viento y humedad, por las esporas del ustilago. Resultado: mazorca de cuitlacoche en lugar de elote. Una de las virtudes de este campesino inducido es su prestancia y sencillez, tanto en la presencia de los más sofisticados chefs franceses como en los mercados tradicionales del México propositivo. Su sabor: expresivo, ligeramente ahumado y terroso, de impresiones mezcladas entre elote tierno y champiñón, dotado con una textura deleitosa. Posee además, un gusto similar al del jengibre. Puede ser ingrediente exótico o elemento celebrado ocasionalmente en quesadillas, empanadas, tacos, sopas o crepas. Se trata además, de un generoso nutriente de aminoácidos que bajan los niveles de colesterol, estimulan el desarrollo mental, y liberan la hormona del crecimiento; ¡sí!, esa que provoca síntomas de juventud. Lo dicho: lo guapo es sabroso y nos hace sentir bien.
NOTA,RECETA,OREMEDIO
En un sartén se saltean, con dos cucharadas de aceite de oliva, media cebolla en cuadros. Cuando la cebolla acitrona (trasparenta) se incorporan dos dientes de ajo picados y se dejan por dos minutos antes de sazonar adicionalmente con media taza de caldo de pollo concentrado (no es necesario agregar sal, se supone que el caldo estará sazonado). A continuación se agregan sendas tazas de: granos de elotes tiernos cocidos, champiñones y pimiento morrón verde en pedazos junto con 500 gramos de nuestro ingrediente estrella desgajado. Se cocina de cinco a siete minutos moviendo constantemente para que no suelte líquido en exceso. Opcionalmente se le espolvorea Queso Cotija al gusto. Notas: 1. El guisado tradicional incluye dos ramas de epazote fresco y chiles serranos picados en lugar de pimiento, champiñones y queso. 2. Consigan cuitlacoche fresco (los de lata son una mentada de madre). Sinceramente, no merecen prepararse de otra forma. 3. La temporada es de julio a septiembre y su precio –nada más para que lo estimen- suele ser diez veces mayor al del elote fresco.
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Steve Buscemi, protagonista de la serie Boardwalk empire. A la derecha, un fotograma.
Gangsteres americanos ELTERCEROJO ::SeriedeHBOqueestrenarásuquintayúltimatemporadaesteaño,BoardwalkempirerelatalasrelacionespeligrosasdelcrimenorganizadoenAtlantic Citydurantelaleyseca,ypintaunretratofascinantedelEstedelosEstadosUnidosdurantelosañoslocos.PORSYLVAINPROVILLARDsprovillard@hotmail.com
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ace cinco años, cuando me enteré que se estaba filmando una serie llamada Boardwalk empire, tres datos me hicieron pensar que iba a formar parte de los programas que no me podía perder. Primero, la serie es una creación de Terence Winter, escritor principal de Los Soprano; segundo, el protagonista es interpretado por Steve Buscemi, el cadavérico actor de ojos saltones de Fargo, Perros de reserva y El gran Lebowski, quien justamente actuó en el papel de Tony B, primo y mejor amigo de la infancia de Tony Soprano. Finalmente, el capítulo piloto fue realizado por Martin Scorsese, también productor ejecutivo de la serie. El director de El lobo de Wall Street (justamente basado en un guion de Terry Winter) gastó la cantidad colosal de 18 millones de dólares para realizar un episodio impresionante, que se parece al principio de una gran película, la cual uno quisiera que nunca terminara. “¿Qué les depara el futuro?”, podemos leer sobre la vitrina del estudio de una vidente en el famoso boardwalk, el camino de madera donde pasean los habitantes de Atlantic City y los turistas a lo largo de la costa. Los diferentes protagonistas se hacen esta pregunta a todo lo largo de la serie. El más importante de éstos es Enoch Nucky Thompson, personaje basado en Enoch Lewis Johnson, jefe político y criminal que controló todas las actividades legales e ilegales de Atlantic City: clientelismo político, corrupción, contrabando de alcohol y drogas, juego y prostitución. La trama de la primera temporada empieza en enero de 1920, justamente cuando se aprobó la Ley Volstead, que prohibió la venta y el consumo de alcohol a nivel nacional. Nucky Thompson considera este acontecimiento más como una oportunidad que como un dilema. “Será como si la prohibición nunca hubiera ocurrido”, declara el líder omnipotente de la ciudad. Muy bien sabemos ahora que esta ley, revocada en 1933, favoreció el desarrollo del crimen organizado. El origen de los gánsteres está retratado de manera explícita en la serie. La mayoría de ellos pertenecen a minorías provenientes de una inmigración relativamente reciente:
Nucky Thompson es de origen irlandés y católico, y su fiel e irreprochable mayordomo Eddie Kesler nació en Alemania donde tiene a toda su familia. Al igual que Enoch Johnson, la serie presenta a los más famosos gánsteres de los años 20: el judío Meyer Lansky, socio del italiano Charles Lucky Luciano, y colaboradores ambos de Arnold Rothstein, corredor de apuestas y financiero de la mafia. El crimen organizado de Chicago está también representado: la pandilla irlandesa de Dean O’Banion y su rival Johnny Torrio, el capo que lanzó la carrera de un joven ambicioso y violento llamado Al Capone. Estos bandidos no se reconocen en la visión biempensante y puritana de los WASP, los blancos anglosajones y protestantes, representados en la serie por el agente del Bureau of prohibition Nelson Van Alden. En el caso de las ficciones históricas, el espectador tiene la ventaja sobre los protagonistas de conocer el fin de la historia. Los guionistas pueden entonces jugar con las expectativas dramáticas sobre el devenir de sus personajes. Sin embargo, el pasado de Thompson y sus cómplices está tratado de manera sutil para darles profundidad. Las memorias de la infancia de Nucky nos explican los rasgos de su carácter de hombre de negocios intransigente. Los grandes fenómenos históricos de la época también se ven reflejados a través de algunos personajes: Margaret, joven irlandesa que decidió huir de la miseria de su país y que se convertirá en la esposa de Nucky, representa a la gran ola de inmigración del principio del siglo XX. “Mi esposo dice que sueno como una inmigrante”, declara la mujer con acento irlandés, mostrándonos así la dificultad de adaptación y aceptación de los que no nacieron en el Nuevo Mundo. Los soldados estadounidenses de la Primera Guerra Mundial tienen a dos representantes en la serie: Jimmy Darmody, hijo de un influyente jefe político de Atlantic City, regresa traumado de la guerra de trincheras. Su retorno a la vida civil es complicado y el joven se convierte rápidamente en el protegido y discípulo de Nucky. Sin embargo, el mejor
personaje secundario de la serie es, sin duda, Richard Harrow (Jack Huston, sobrino de Angélica), veterano que vuelve desfigurado de Francia, lo que lo obliga a traer puesto una máscara para no asustar a la gente. Cuando conoce a Jimmy en un hospital militar, este último le ofrece trabajo en el contrabando de alcohol. Richard se ha vuelto insensible a la muerte y sus habilidades de asesino resultan valiosas para la organización criminal. El “cara rota” es un hombre torturado, víctima de la guerra y de la falta de apoyo psicológico y financiero por parte del Estado. Históricamente, la serie muestra diferentes aspectos de una sociedad que vive cambios drásticos. 1920 es el año en el cual las mujeres obtuvieron el derecho de voto. El personaje de Margaret representa la lucha de las estadounidenses para obtener más poder político, que se materializó justamente con las Ligas de Templanza, movimientos en contra del consumo de alcohol. Esta década corresponde también al principio de la sociedad de consumo y la llegada a los hogares de aparatos como la aspiradora y el tostador. Los anuncios del boardwalk de Atlantic City marcan el comienzo de la publicidad a gran escala. La primera ciudad balnearia del país anuncia también el turismo de masa y la sociedad del ocio. En 1920, cien mil visitantes llegaron a la ciudad para tomar alcohol, asistir a los espectáculos de magia y cabaret, así como escuchar las músicas de los afroamericanos, el jazz y el blues. Boardwalk empire puede ser considerado como un precuela de todas las películas de gánsteres que retratan los tiempos gloriosos del crimen organizado durante la Ley Seca, desde los filmes de los años 30 como Hampa dorada, El enemigo público, Cara cortada (el original de Howard Hawks), hasta producciones más recientes como Los intocables, Erase una vez en América y Enemigos públicos, en la cual Johnny Depp encarna al asaltante de bancos John Dillinger. La serie producida por Scorsese es irreprochable en cuanto a producción, y la sutil composición entre ficción y verdad histórica la hace doblemente apasionante para el espectador.
8|LETRAS~CAMBIODEMICHOACAN
SÁBADO1DEMARZODE2014
CREACIÓN
Desierto Emilio Martínez Frausto
A
lguna de aquellas veces en que me sentí joven me contaron la historia de Lázaro de Las Montañas. Mi cuerpo comienza ya a desvanecerse, a apagarse y cada vez me es más difícil pensar con lucidez, pero escucha con atención mis palabras, pues lo que te entrego es la invaluable sabiduría de toda una vida que ahora te concedo a ti para que continúes mi camino y repitas mis pasos con la certeza de que son los correctos.» Seguí con mi recorrido. No me extrañó toparme con semejante locura, solo la gente que ha perdido la cabeza vive en el desierto, o por lo menos en este desierto en particular. El viejecillo parecía haber vivido ya bastantes vidas y, por un momento, incluso tuve la impresión de que sus pies comenzaban a convertirse en arena, que se estaba volviendo parte del desierto; después de todo, ese anciano llevaba más de siete siglos en ese exacto lugar en que yo lo encontré -o eso pretendía hacerme creer-, lo lógico era que el desierto comenzara a sentirse tan familiar a su presencia que decidiera reclamarlo como suyo, y a él parecía no importarle. He recorrido estas arenas doradas y estos cristalinos cielos profundos por tanto tiempo que he perdido ya la noción de éste. Conté los días durante tres meses para pronto después desistir de esa empresa tan necia. La tarea de registrar el paso del tiempo me pareció tan ridícula que la abandoné por completo; fuera de la civilización humana contar el tiempo no tiene gran utilidad. Al comenzar mi viaje adivinaba la hora por la posición del sol en el cielo (mi reloj se descompuso, supongo, en el momento en que comencé mi expedición y no me percaté de ello sino varios días después), pero durante el día pareciera que el sol no se mueve en absoluto hasta que, de súbito, ya no está y la noche aguarda y uno tiene que encontrar un lugar donde montar la tienda y dormir. Las noches sin luna eran realmente oscuras y silenciosas; daba lo mismo tener los ojos abiertos o cerrados pues todo lo que se veía era un profundísimo negro. El viento se detenía y la arena ya no se movía, formaba una especie de superficie dura en la que tus pies no se hundían, los granos perdían su cualidad individual para unirse a una masa que parecía un ser orgánico dormitante, incapaz de mostrar reparos en las formas de vida que han encontrado hogar en su superficie, ya sea por desconocimiento de ellas o por total indiferencia. El rumbo que seguí me llevó a toparme con cientos de sujetos, todos esperándome para contar una historia distinta, cada una con su propio matiz de locura. Una vez se atravesó por mi camino un hombre que me ofreció clases de teología a cambio de 10 centavos. Mi natural curiosidad me hizo interesarme en el sujeto y le di cincuenta centa-
vos -todo lo que traía conmigo- pero el infeliz, como un poseso, comenzó a blasfemar con una ira fantasmagórica y, acto seguido, me tumbó en el suelo, saltó sobre mí y comenzó a arañarme el rostro y a lanzarme mordidas que por mera suerte logré esquivar. Cierto día la silueta de una mujer, dibujada muy a lo lejos, se escabulló en mi campo visual. Su figura, delineada por el sol, temblaba como un distante espejismo. Su sombra, proyectada de una manera majestuosa e imponente hacia mí, trazaba un camino de obsidiana pulida por el que me pedía que la siguiera. Me precipité hacia ella sin pensarlo, era la primera mujer que veía desde hace quien sabe cuántas eternidades, el primer ser humano que parecía poder acogerme entre sus brazos, un ansiado refugio para la falta de cordura. Apenas me acerqué lo suficiente como para mirar sus facciones, ella se desvaneció, se convirtió en arena y dejó un montículo café sobre el lugar donde estaba parada y la imagen de su rostro quedó permanentemente grabada en mi memoria. La noche cayó enseguida y tuve que montar la tienda. Ese gesto, esa mujer ilusoria, que en ese entonces mi mente agotada y sofocada tomo por simple curiosidad, por simple alucinación, revoloteó incesantemente en mis pensamientos, y el recuerdo de esa mujer se materializaba a todo momento en mi memoria. Después de eso mi ánimo comenzó a quebrantarse y me di cuenta de que la razón por la que había decidido aventurarme a la solemne labor de vagar por estas inmensidades se me había perdido en algún rincón de la memoria. Ahora me parece muy claro; queriendo encontrarme decidí perderme, pues he aprendido que la vida es una interminable sucesión de contradicciones y pensando así es como se debe comenzar el igual de interminable juego de descifrarla. Sin mapa o tiempo o multitudes o alguna otra construcción humana que obstaculizara el paso de mi espíritu a través de sí mismo, el desierto, con su infinita paciencia y sus senderos interminables, me dictaría el camino que me era propio. Esa dama convertida en arena era un símbolo que en aquel sol sofocante se me escabulló, un símbolo de pérdida, de alienación, de la vida ofuscada, y comprendí que esa mujer era yo y es por eso que, apenas me acerqué, desapareció irremediablemente. Al alzarse el día fui hacia el montículo, pero ya había desaparecido y todo lo que había frente a mí era el mismo desierto dorado de siempre. Tenía qué afrontar la atroz idea que no hay más realidad que la soledad absoluta. Me empeñé en abandonar el desierto, y bajo el inmisericorde sol caminé y caminé, ahora con el propósito de dejar todo atrás, de dejarme atrás. «Debiste haber dejado lo divino a lo divino», me dije. Terminé siendo absorbido por la infinidad. Se
me ocurrió que todos aquellos hombres que llegué a encontrar en mi camino habían llegado de la misma manera que lo hice yo, buscando en el desierto, que era el universo entero, la respuesta que no podían conocer a una pregunta que no debían hacer. De joven escribí un cuento en el que el tiempo se detenía y mi espíritu era capaz de salir de mi cuerpo y caminar por el espacio sin poseer un vehículo. Caminé y caminé durante incontables eternidades hasta que me topé con los restos de la civilización humana y su estructura en forma de espiral y entonces, al final del tiempo del hombre, una torre aparecía a la distancia y se elevaba hasta el cielo, y a medida que me le acercaba, más inconmensurable era su altura. Alrededor de la torre se extendía una escalera de mármol inmaculado por la que ascendí lleno de expectación. A medida que me elevaba por ellas el entramado de la realidad comenzó a ordenarse frente a mis ojos, a lo lejos, el universo se desenvolvía con una inimaginable belleza metafísica. Todo lo que había frente a mi eran magníficos planetas, estrellas, nebulosas púrpuras, asteroides milenarios, soles dadores de vida, galaxias enteras. Rastros del tiempo pasado y augurios del día siguiente giraban a mí alrededor, describiendo amplias espirales que terminarían por conjugarse en la cima de la torre. La existencia me parecía tan clara y majestuosa y continué subiendo y nunca me detuve. Con cada escalón que pisaba el universo me saludaba con su sagrada gloria y me acerqué cada vez más a la cima, el punto en que todo se unía y cuando llegué ahí estaba Dios esperándome para consumirme y fundirme en su ser, entonces yo entraba en él, era como sí me hubiera convertido en un aleph que no sería encontrado y entonces yo era Dios. Ahora, en la desolación de lo interminable, en la lamentación de mi triste naturaleza humana, yo soñaba con esa torre. Al dormirme ella aparecía ante mí, esperándome, y yo corría hacia ella, corría hasta que mis pulmones se desgarraban y estaba siempre tan lejos que sólo podía verla como un delgado filamento negro en el profundo horizonte y mis pies se enterraban en la arena y se convertían en ella y yo desaparecía y la torre jamás se acercaba y Dios permanecía ausente. Andaba y andaba, creyendo que esa torre se aparecería ante mis ojos secos en cualquier momento y cada día traía una decepción aún más abrumadora. Pedí misericordia pero no me fue concedida. Ha pasado tanto desde la última vez que observé mi rostro que he olvidado quien soy, mi identidad se ha petrificado y hecho polvo, es ahora la identidad del desierto, pues me he fundido con él: mi nombre es Desierto, mi cuerpo es Desierto, mis pensamientos son Desierto, mi alma es Desierto, mi vida es Desierto, mi muerte es Desierto.