Letras 25 de enero

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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 25DEENERODE2014 |

Alfredo Zalce In memoriam JUANCARLOSJIMÉNEZABARCA | PAG. 2

ESCAPARATEDELIBROSNOVEDADES|PAG.5 ELTERCEROJOSYLVAINPROVILLARD|PAG.6

Búnbury: Esquirlas de un concierto SERGIOYEYOPIMENTEL | PAG. 4

Janis Joplin: La gran Bruja Cósmica MARCOANTONIOREGALADOREYES | PAG. 7


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Alfredo Zalce. In memoriam A 106 años de su natalicio PORJUANCARLOSJIMÉNEZABARCA

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n el año 1951, Alfredo Zalce estuvo aquí, en el lugar que hoy nos reúne para conmemorar su natalicio; en otras palabras, hacemos memoria de su vida, la cual varias y varios aquí presentes compartieron en ocasiones que cada quien conservará. Realizó, en las escaleras que fungen como escenario del presente acto, la obra titulada “Los defensores de la integridad nacional”. Cuauhtémoc, aquél poeta-guerrero al cual Ramón López Velarde dirigiera el verso “Joven abuelo, déjame loarte/ único héroe a la altura del arte”, enfrenta casi desnudo, armado únicamente con la fuerza de sus gruesas manos, a los enemigos de la integridad nacional, representados por conquistadores españoles, miembros de la Inquisición e inversionistas extranjeros que explotan las riquezas mexicanas en beneficio propio, saqueando incluso el cuerpo caído de un joven indígena. Cubiertos por la gallardía de Cuauhtémoc, el bajo ala de un águila rompehuesos, y el manto de la bandera nacional, los próceres de la Independencia de México blanden sables, fusiles y cadenas de las cuales se han liberado. Los ídolos han caído, sus rostros se encuentran fragmentados; lo vemos a los pies del muro principal. Los dioses prehispánicos, como decía José Vasconcelos, son crepusculares. Este episodio afirma que la historia ha reconfigurado el cuerpo nacional y la lucha armada constituye la vía para la liberación de los pueblos mexicanos. Pero no hay lucha armada que por sí misma pueda hacer duraderas sus consecuencias efectivas: tras de sí, otros frentes trazan el horizonte que representa el periodo de la Reforma, los constituyentes cuya vestimenta no es bélica sino legislativa. Y después, nuevamente la revuelta armada, la Revolución, sus caudillos y finalmente, la cercanía del gobierno con el pueblo a través de la figura oficiosa y siempre ejemplar de Lázaro Cárdenas. Todo sucede ante los ojos de un obrero que mira sobre sus hombros la herencia del pasado, dejando de lado un momento el martillo mecánico a los pies del tramo final de esta escalera de ascenso. La génesis de nuestro presente, así dispuesta, es trabajo de una comunidad que habita varias generaciones. Una comunidad cuya historia común a todas y todos nosotros se refleja en esta obra y, según recordarán, también en la condensada en los muros del Palacio de Gobierno, a escasas manzanas de este edificio. Encontraremos allá alegorías de la Revolución y de la alianza entre el campesino, el soldado, el obrero y el maestro, cuatro rumbos formativos de nuestra sociedad. Así también el despliegue de la historia de esta ciudad y el paisaje cultural de Michoacán con sus horizontes y las costumbres de sus habitantes; costumbres que si bien hoy día se manifiestan modificadas, aún nos son visibles, con plena vigencia y pletóricas de vida en los municipios de este estado.

Alfredo Zalce Torres, de quien se celebra actualmente el 106 aniversario de su natalicio.

Alfredo Zalce ha sido, a través de estas obras y muchas más, un gran narrador de historias. Este sentido de comunidad llamada a protagonizar sus experiencias lo hace precisamente miembro de esa comunidad, y no solo un testigo o idealizador del pasado reciente y remoto. Fue un gran artista en la modalidad que expresaba Diego Rivera para quien se jactara de tener sobre sí esa denominación: “Un gran artista es, sobre todo, un gran amador de su gente”. A esto se traduce la frase “compromiso social” tan frecuentemente visitada. No se trata de una mera aproximación más o menos evidente a los temas que involucran la vida pública y los hechos de la sociedad en su conjunto. Un “gran amador” (diciendo así por respetar las palabras de Rivera) no solo ama, sino que también produce y procura las maneras en que dicho sentimiento habrá de llegar a su destinatario. El artista amador forma parte de colec-

tivos y agrupaciones para la acción, como la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y el Taller de la Gráfica Popular (TGP). Viaja y se introduce a los sitios recónditos del vasto territorio mexicano en el marco de las Misiones Culturales impulsadas por la Secretaría de Educación Pública configurada por el empeño de José Vasconcelos. El artista amador arriesga (o más bien apuesta) su vida puesto que las tensiones en los pueblos son intensas; en aquél entonces Zalce experimentó la convulsa dinámica del interior de la república donde la transformación de la vida de los pueblos en México conservaba buena parte de su fatalidad, en el continuo choque entre cacicazgos, parroquias y hábitos autóctonos; y todo esto enfrentado ante el impulso modernizador que se promovía desde el centro del país. Participar de las Misiones Culturales era participar de esta complejidad del ambiente social, no tanto


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una actividad inocente y predominantemente inspirada en la armonía. El sentido de comunidad también le llevó a participar en ambientes académicos, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y en la Universidad Michoacana. Porque las artes en el siglo XX no fueron únicamente proclives a la participación social y política, sino que siempre conservaron su carácter de oficio, y como tal se transmite en ambientes de educación y formación profesional. Y una vez sustraído de la enseñanza superior, avocado en su taller particular, continuó forjando comunidad: en su mejor momento, el taller realizaba una producción insospechadamente abundante entre pintura, gráfica, escultura, diseño y joyería. Asistido por ayudantes, alumnos y familiares, el trabajo de Zalce no renunció jamás al trabajo colaborativo, a la exigencia diaria, al hábito del trabajo –hábito, dicho sea de paso, muy cercano siempre al sentido de responsabilidad. Tal vez todo esto es lo que permita esclarecer cómo un artista y su legado, identificado predominantemente con el Arte Moderno, puede involucrarse plenamente con el Arte Contemporáneo, tal como sucede en la nomenclatura del Museo que en esta ciudad lleva su nombre. El Arte Moderno ha sido caracterizado como una modalidad de producción cultural significativa, delimitada en el tiempo, en torno a la figura del genio del artista, su individualidad, la experimentación de los lenguajes artísticos o, más precisamente, el desarrollo de códigos con los cuales se configuran obras maestras y sus contenidos ejemplares. En oposición, se aspira a que el Arte Contemporáneo manifieste una distancia crítica de la figura del genio, planteando procesos para el desarrollo de conocimiento desde la emancipación, sí del individuo, pero sobre todo de comunidades de conocimiento. Se somete a debate la construcción de los códigos visuales de las obras modernas y los llamados lenguajes artísticos bajo el argumento de que la discusión más importante sobre las artes no consiste en el material con que están hechas, sino cómo se relacionan con los ambientes en las cuales se producen, cómo se vinculan con otros campos de saber (filosofía, economía, educación, sociología, teoría política); cómo circulan las obras y sus autores, cómo se exponen, se venden, se distribuyen y, muy frecuentemente, cómo se imponen unas formas de arte, predominantemente globales, inhibiendo la capacidad de comunidades locales para desarrollar sus propias formas vinculantes de arte.

* Texto leído en la Ceremonia Cívica por el 106 Aniversario del Natalicio de Alfredo Zalce Torres. 12 de enero 2014, Museo Regional Michoacano (INAH).

Algunos aspectos de la vida y obra de Alfredo Zalce Torres.

Alfredo Zalce no es, en un sentido estricto, un artista moderno puesto que tampoco la frontera entre modernismo y contemporaneidad es estricta. Zalce no se comportaba ni presentaba a sí mismo como un genio sino como una persona muy trabajadora, no trabajaba solo, tampoco creaba arte por el arte mismo, ni se enfrascaba en experimentaciones vacuas de lenguaje plástico y códigos visuales. Aprendía y enseñaba todo el tiempo. Recorría con libertad formas ya conocidas de la producción y vinculación artística, y sabía también tomar riesgos y ensayar estrategias nuevas, por lo cual continúa siendo bien apreciado a nivel nacional e internacional (como muestra de ello, basta mirar el hambre, a veces desmedida, que tiene el mercado por sus obras). Sabía vincular su obra con diversas esferas sociales y generar diversas consecuencias, al grado que ocurrió en su trayectoria lo que sucede a los grandes artis-

tas, grandes amadores de su gente: se vuelven patrimonio. Sus obras, que se integran a la configuración simbólica de los espacios públicos de la ciudad (escultura pública, monumentos, obra mural en museos e inmuebles varios), y que enmarcan los actos que realizamos reuniéndonos como hoy, aportándonos la atmósfera de la necesaria defensa de la integridad nacional, puesta a prueba de manera importante en la actualidad, incentivan la reflexión socializada, hacen visible nuestra capacidad para ser protagonistas activos y conscientes de nuestra historia. Y sacando partido de la metáfora: si las obras de Alfredo Zalce son el “marco” de hoy, nosotros somos “la obra”, que habrá de accionar lo que sea menester para aproximarnos al cumplimiento de los añejos anhelos del pueblo mexicano: paz, prosperidad, justicia, concordia. La integridad de la nación no es una sola sino muchas, y no le pertenece a alguien sino a todos.


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Esquirlas de un concierto CRÓNICA CRÓNICA::EnriqueBúnburyenQuerétaro.PORSERGIOYEYOPIMENTEL

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na de tantas diferencias históricas con ella, es Enrique Búnbury. Cuando la conocí, me enteré. Amaba su música, su figura, su voz, sus vestidos, y claro, sus canciones. Yo al revés. Mi esnobismo, mi vocación contracultural, pero sobre todo, mi dura formación roquera que pasó por sangres en el trayecto, me había boletinado a Búnbury como una de esas figuras a las que no debía prestarse atención ¿la razón? su pose de Jim Morrison, su voz engolada y su manufactura plástica que lo convertían ante mis ojos y oídos (y a los de muchos de donde vengo) en un pastelito, en un oportunista sin personalidad propia, en uno más de los tantos productos del mercado gélido y sombrío. Pero ella valía mil condenas, así que me resigné a que su música fuera parte de nuestro soundtrack. Ya aprendería. Un día, al vaivén de un trapeo, me golpeó una de sus canciones. Me detuve y escuché. Cuando terminó, recargué el trapeador sobre la pared y crucé la sala para ponerla otra vez. La escuché de nuevo. No estaba mal, nada mal. Era diferente al Búnbury que recordaba. La melodía montaba un circo con carpa y luces de colores, una jubilosa melancolía de esas que al instante parecen traer recuerdos que uno no adquirió en ningún lado. Magia cierta, diría Nietzsche. La lírica era pálida y sincera, como me gustan las mujeres. La letra decía de la tragedia posmoderna de los nacionalismos, y suavemente los versos me tomaban por sorpresa. No era tan pendejo el Búnbury, entonces el pendejo había sido yo. Terminé de trapear y me senté a escuchar el disco completo. Era una belleza. Como abrir una caja de olores entrañables que se lanzaban al abordaje de la habitación encima de diez o veinte musicalidades distintas. Mares, carreteras, heroínas griegas, luz y elegantes tinieblas decoradas con guitarras eléctricas y flamencas, salterios y trompetas bien acomodadas, un bajo con la fuerza y lucidez del vals, una voz impecable. No podía ser él, no el mismo que yo suponía que era él. Al día siguiente, cuando ella se fue a trabajar, apenas cerró la puerta me fui sobre sus discos, tomé el que seguía (los tenía acomodados en orden cronológico) y lo puse a buen volumen. De aquella sesión recuerdo un cover de “El Jinete” que en mi lógica de vida, sería siempre en voz de Miguel Aceves Mejía o no sería jamás, pero la versión de Búnbury, lamentablemente para mis dogmas, era mucho mejor. Como si la cantara con una flecha enterrada en el cuerpo, como si él sí comprendiera la tragedia de aquel pobre jinete desahuciado. Desde ahí, la versión de Aceves, me parece pop. Así comencé a liberarme de mi estereotipo con Búnbury. Le escuché hasta apreciar sinceramente su trabajo. Pasaron los años y los discos y hace poco anunció que en su gira 2014 daría un concierto aquí en Morelia, donde ella y yo vivimos. Vamos, -le dije- sé que le eres más fiel que a mí. Estaba dispuesto a comprarle un boleto de esos en que puedes tocarle las botas, pero aquí es Michoacán y pocos días después publicó que no vendría porque, bueno, porque somos lo que somos. Así que decidimos ir a verlo hasta Querétaro. De paso recorreríamos el convento de los frailes agustinos y comeríamos gorditas de chicharrón. Y fuimos. La entrada a la Plaza de Toros fue un caos.

El cantante y compositor Enrique Búnbury.

Había filas hacia todos los confines del universo y nadie sabía cuál era la buena. Nos formamos en una cualquiera que después nos enteramos, terminaba en una pared, pero a la que por piedad o por miedo le abrieron un resquicio para entrar. Y entramos. Nos tocó un buen lugar, compramos unas papas, ella estaba feliz y yo orgulloso, apretando mi boleto dentro de la bolsa de mi chamarra. La plaza estaba repleta. Como en todos los conciertos, al apagarse las luces se fue de tajo la realidad y despegaron miles de gritos. A mi lado, una niña solitaria golpeaba el piso con los pies mientras se mordía los dedos de sus guantes. Con solo la expectativa sobre el escenario, la gente comenzó a cantar “¡Enriiiiiique, Enriiiiique!” Esto es una religión, pensé. Entonces, diría Serrat, entonces llegaron ellos, los músicos, y como debe ser, el canto se desbordó de la plaza, pero luego, cuando entró Búnbury con su facha de sibarita rocanrolero, siempre esbelto, hermoso y de negro, los gritos se hicieron desgarrados. Ella me apretó la mano. Yo, con algunas moronas de mi vieja incredulidad, sólo quería que comenzaran a tocar para ver que tan cierta era toda esa música que me había sorprendido. Aquí se verá, me dije. El baterista golpea tres veces sus baquetas para abrir las compuertas de una presa y sale furiosa la música. El sonido es impecable, todo los instrumentos están en su lugar y la voz del adorado Enrique, grave y entonadísima como la de un dios se filtra hasta colocarse en el hombro de todos nosotros. Ella a mi lado y

la niña a mi otro lado, gritan. La noche se hace remolino dentro de la plaza. Las pantallas de celulares bailan su vals sobre la pista negra. Búnbury se deshace cantando. Su voz y sus piernas van y vienen. Se retuerce, salta y corre sin dejar de cantar una sola sílaba. Es histriónico. Su personaje es una mezcla pulida de Raphael y Freddy Mercury. Pienso que el instante para el que compramos boleto e hicimos larga fila, el instante para zafarnos de la puta rutina, gira en torno a él, y lo sabe. Búnbury se funde con sus músicos detrás y con su público delante. Debajo de ese traje con lentejuela descubro un profundo respeto con lo que hace y lo que ofrece. No hay errores ni deudas con el público. Canta lo que queremos que cante y lejos de su eficaz imagen de divo, se muestra respetuoso y agradecido. Una humildad engrandecida. Con un grito pasional, el chavo de las palomitas pide una canción. Todos cantan, yo miro. Han pasado dos horas y media. El concierto no se tropieza con nada. Baja y sube pero nunca se cae. He visto a Radiohead y a los Rolling Stones en vivo, estuve en el estadio cuando Maradona anoto el gol del siglo y aún así, estoy sorprendido. Desde el tipo que acerca las guitarras hasta el que mira en la última fila, todos parecen ser un solo cuerpo vibrando. Será el espacio pequeño, será la tristeza de estos días, pero la plaza es una caldera, una niña cantando en la regadera. Búnbury les dice que lamenta el fuerte frío, nadie se acordaba, no pasa nada, sigamos cantando. El clímax llega de incógnito. La guitarra


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ESCAPARATEDELIBROS

Novedades REEDITANCOLECCIÓNDELITERATURAERÓTICA

Enrique Búnbury durante una de sus presentaciones.

comienza unos acordes que nadie reconoce. Lentamente transfigura en un verso que dice: “Que no interrumpa lo cotidiano mis pensamientos…” La gente estalla y le quita el micrófono. La voz conmovedora de miles de voces continúa la canción y me acuerdo de lo que decía José Alfredo: yo hago mis canciones para que la gente me las cante. Se llama “De todo el mundo” y todo el mundo la canta. Luego, Búnbury se despide y la gente lo regresa al escenario tres veces. Al final, final, canta una canción que parece bordada para éste México. Si ya no puede ir peor haz un último esfuerzo, espera que sople el viento a favor si sólo puede ir mejor y está cerca el momento… Espera que sople el viento a favor…

La gente canta… Otra vez te has vuelto a equivocar siempre piensas: la culpa es de los demás y no tienes más remedio que de nuevo empezar…

Podría ser un nuevo himno nacional. Dos cañones revientan a los costados del escenario y miles de papeles dorados salen disparados. Las luces simulan un mar azul sobre el público del ruedo que sin saberlo hace de olas para quienes vemos desde arriba. La música gira diluyéndose mientras llueven brillos… Otra vez perdiste tu oportunidad, siempre enfrentándote, y al final, vencido por el miedo, caes al suelo y te dejas pisar…

Fin. La música se apaga y la realidad se enciende con las secas luces de la plaza. En la fila que intenta salir, la niña solitaria se limpia las lágrimas. Yo siento el frío y la música en los huesos. Camino abrazándola a ella sin decirle que una diferencia histórica se ha diluido para siempre entre nosotros y nos vamos en silencio montados sobre un pterodáctilo. Ahora, a mis amigos les presumo que tengo un nuevo truco: aparezco poesía y melodías poderosas de donde se supone, nada había. Luego revelo el truco: es Búnbury, el de la pose de Jim Morrison. Es al arte de Enrique Búnbury, a pesar de sí mismo.

“La sonrisa vertical”, la mítica colección de literatura erótica, que fue creada y dirigida por Luis García Berlanga, en 1977, cambia su cara con el diseño de nueva cubierta, la reedición de su catálogo y la creación de nuevos títulos. La colección de literatura erótica, perteneciente al sello de Tusquets, publicó en 2012 su último título El año del Calipso, de Emilio Estévez, y en 2004 el premio que llevaba el mismo nombre se declaró desierto y a continuación desapareció. Sin perder algunos de los elementos claves que hicieron mítica a la colección, como el tono rosado de portada o la imagen de su logo, el triángulo vertical, el nuevo diseño tiene una línea más actual y visual, informa la editorial. Ahora, este mes reaparecerá un título emblemático que ha inspirado la nueva película de Polanski La Venus de las pieles, que se estrenará el 31 de enero en los cines de España. Este título es una obra de referencia sobre los abismos de la sensualidad humana, La Venus de las pieles alberga los símbolos que han pasado a definir el masoquismo: fetiches, látigos, disfraces, humillaciones, castigos y, por supuesto, la inmutable presencia de una terrible frialdad. Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895) se inspiró en su propia y peculiar relación amorosa con Fanny von Pistor para escribir

esta novela. Como testimonio de ello, en uno de los apéndices a esta edición íntegra el lector encontrará el contrato por el cual “el señor Leopold von Sacher-Masoch se compromete a ser el esclavo de la señorita Von Pistor y satisfacerla en todos sus deseos”. La última noche que pasé contigo, de Mayra Montero (La Habana, 1952) es el segundo título que saldrá a la calle el once de marzo. En este volumen, Celia y Fernando deciden emprender un crucero por el Caribe en un intento de recobrar una intimidad diezmada por la rutina matrimonial. El viaje por las islas, que ocultan extraños misterios, se inicia al ritmo dulzón de los boleros. La colección “La sonrisa vertical”, que tiene 143 títulos, nació en 1977 en plena Transición con el objetivo de sacar a la luz un género maldito y tabú. “Queremos dar aire que respirar, porque el deseo es salud, y sobre todo queremos recuperar el culto a la erección, el hedonismo, a las fértiles cosechas que una buena y gozosa literatura puede ofrecernos”, explicaba entonces Luis García Berlanga. Y añadía: “A través de nuestros libros, a través de nuestra y vuestra sonrisa vertical, constatar que el escribir sobre lo biológicamente apetecible es algo inmanente a todos los tiempos, a todas las geografías, a todos los hombres”. EFE| El Universal | Agencias.


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La revolución Soprano ELTERCEROJO ::Hace15añoselcanalHBOestrenóLosSoprano,abriendocaminoaunanuevaformadecontarhistoriasenlapantallachica.Graciasaléxitodeesta seriedeculto,latelevisiónsetransformóenelartenarrativodominantedenuestrostiempos.PORSYLVAINPROVILLARDsprovillard@hotmail.com Una mala decisión es mejor que la indecisión. Tony Soprano

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l final del siglo pasado ocurrió el gran cisma televisivo: por un lado, los grandes canales de televisión abierta ofrecieron series con episodios fáciles de consumir, que se podían ver de manera independiente y en el orden que fuera. Por otro, el canal de televisión por cable HBO decidió producir dramas de larga duración, con personajes centrales anti-heroicos, escritos por dramaturgos, cineastas e incluso periodistas, como David Simon, creador de The wire (Los vigilantes) y Treme. Oz, The West Wing (El ala oeste de la Casa Blanca) y Los Soprano fueron las primeras en romper con el arquetipo de las series tal como se producían en los años 80 y 90. En 1999, a partir de Los Soprano empezó el fenómeno de popularidad y reconocimiento crítico de creaciones como Six feet under, El escudo, Lost y 24, que continua hasta estos días con Game of thrones, Mad men y Breaking bad, cuyo episodio final acaba de romper récords de audiencia para un canal de paga. David Chase, creador de Los Soprano y guionista de televisión respetado pero también cineasta frustrado, tenía poco aprecio por la pantalla chica. Afirmaba que “la mayor parte de la televisión hoy en día enseña, da lecciones, intimida y sermonea” y, por tanto, decidió ofrecer un producto que no proporcionara todas las respuestas, que no obligara a los espectadores a sentirse de tal o cual manera. Con la ambición de alcanzar el nivel de Buenos muchachos y El padrino, Chase inicialmente concibió esta “historia de un mafioso en terapia que tiene problemas con su madre” (inspirada en sus propias experiencias) como un largometraje. En 1997, su mánager lo convenció para que realizara un programa piloto para la pantalla chica. Aceptó pero no le apostaba un centavo a este proyecto. Un año después, HBO ordenó una tem-

porada completa de trece episodios y Los Soprano se estrenó en enero de 1999, siendo la segunda serie de drama con una duración de una hora producida por el canal, después de la excelente serie carcelaria Oz. Los que pensaban ver un documental sobre cantantes de ópera tuvieron algunas sorpresas (para evitar la confusión, se le agregó una pistola al logotipo de la serie). El piloto nos presenta el entorno de Tony Soprano (James Gandolfini, recientemente fallecido), líder mafioso de Nueva Jersey que sufre ataques de pánico, que lo llevan al consultorio de una psicoanalista. En el lapso de una hora, conocemos a una quincena de personajes que van a tomar un papel importante a lo largo de ocho años: la esposa y los dos hijos de nuestro (anti)héroe, el tío capo, el sobrino aprendiz de mafioso, y la pérfida, quejumbrosa y manipuladora madre. Este último personaje, similar a un monstruo salido de una novela de Balzac, es una clara muestra del paralelismo existente entre las series actuales y los folletines que escribían el francés y sus consortes Dumas, Hugo, Flaubert, Dickens, James, Melville, Dostoievski y Tolstoi en la segunda mitad del siglo XIX. Como las novelas por entrega de estos maestros de la literatura, las series brindan al espectador el desarrollo en etapas de grandes tramas y la posibilidad de seguir personajes complejos y entrañables a lo largo de años. La historia nos dirá si efectivamente Walter White (Breaking Bad) es el Jean Valjean y Tony Soprano el Conde de Montecristo de nuestros tiempos. La gran diferencia con los héroes literarios del siglo antepasado es que Tony Soprano aparece claramente como un antihéroe, moralmente es más que cuestionable (roba, engaña y mata), sin embargo, es ambivalente en sus juicios y actos. A lo mejor Tony cree lo que dice (y el espectador llega a preguntárselo) cuando confía a su psicoanalista, la doctora Melfi: “Básicamente soy una buena persona. Amo a mi familia”. Lo que es un he-

cho es que Tony Soprano lanzó la moda del antihéroe moderno en las series; sin él, quizá nunca hubieran nacido Vic MacKey (El escudo), Walter White (Breaking Bad), Frank Gallagher (Shameless), Patty Hewes (Glenn Close en Damages), Don Draper (Mad Men), Dexter Morgan (Dexter) y todos aquellos personajes siniestros y atormentados, que suelen burlarse de la ley y de la moral, y que no sabemos si odiar o amar. El secreto de Los Soprano reside también en sus protagonistas densos y en la turbulencia de sus digresiones. Alrededor del núcleo (Tony, su familia y su clan) gravitan otros anillos de personajes tan efímeros como inolvidables: entre ellos, el dulce psicópata Ri-chie Aprile, la amante depresiva Gloria Trillo y el matón italiano Furio, que se enamora de la esposa de Tony. La aparición de estos personajes, aunque breve, permitió provocar emociones en el espectador para después bloquearlas, desviarlas o metamorfosearlas. El ritmo único de la serie fue también una revolución en sí mismo; a veces lenta como la vida, sin cambios drásticos de situación ni suspenso artificial al final de cada episodio, Los Soprano allanó el camino para las series “contemplativas” que hoy tienen el lujo de poder profundizar en la psicología de los personajes durante horas, favoreciendo la empatía del espectador. El éxito de Los Soprano (la serie mejor escrita de la historia, según el Gremio de Escritores de América) permitió a HBO seguir la producción de pequeñas joyas narrativas (Entourage, Six feet under) que poco a poco se volvieron superproducciones (Roma, Boardwalk Empire, Game of thrones), que narran grandiosas historias con presupuesto, actores y directores dignos de la pantalla grande. El eslogan del canal lo decía todo: “No es tele. Es HBO”. La revolución televisiva empezó con Los Soprano y sigue hoy en día con producciones cada vez más impresionantes, audaces e irreverentes: la originalidad y la creatividad están más que nunca en la pantalla chica.


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La gran Bruja Cósmica RESEÑA::AsetentaañosdelnacimientodeJanisJoplin.PORMARCOANTONIOREGALADOREYES Para “mi amiga imaginaria” que, aún y cuando a veces no está, está aquí

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lla escribió: “Este amanecer llega tarde como veinticinco años”. Ahora, Ella canta un viejo blues… “Summertime”, por ejemplo. El fantasma de un gato místico se estira estéticamente despa-cio, cerca de la habitación habitada por la ausencia de “mi amiga imaginaria”. Ella pudo llamarse: María, Ifigenia, Dorothy como su madre o Penélope, pero se llamo Janis Lyn Joplin y nació el 19 de enero de 1943 en Port Arthur, localidad industrial de Texas. Estos días estaría cumpliendo 70 años, pero como es “La bruja cósmica” tendrá eternamente 27 años, edad que tenía cuando cruzó el umbral de la inmortalidad. Los padres de Janis habían querido que fuera maestra; si de algo sirve saberlo, su padre se llamaba Seth y trabajaba en una refinería; su madre, Dorothy. Quizá mejor hubiese sido que fuera huérfana, pero al final toda familia es una tragedia y viene incluida en el paquete de nacimiento. Son las siete de la mañana y yo estoy bebiendo el segundo Suther Comfort a su salud como lo haría con “mi amiga imaginaria” si estuviera. El fantasma meloso del gato místico, viene y me araña el corazón mientras pienso en el 4 de octubre de 1970, ese que había sido un buen día de grabación para ella. Agarró de la mano a Kris Christopherson y se largaron de copas, se emborrachó y me abandonó como todas las mujeres para convertirse en otro caso de mujeres muertas misteriosamente, que ahora me toca investigar. A la 1:40, según el forense, había muerto por sobredosis de heroína. Janis ya había pasado por experiencias similares y había salido con vida, pero esta vez no había nadie para ayudarla. Descubrieron su cuerpo unas dieciocho horas después; algunas circunstancias en torno a su muerte permanecen sin explicar. La droga que la mató era de una pureza extrema (tenía el 40 por ciento de pureza, mientras que lo común sólo es del dos por ciento); las jeringuillas que usó desaparecieron de su habitación horas después de su muerte y se especula que pudo haber alguien más allí. De esta forma, los medios de comunicación rodearon su muerte de misterio, al igual que con las de Jimi Hendrix o Jim Morrison. A las seis semanas de su muerte salió el disco Pearl, que fue un éxito y se mantuvo en el número uno de ventas durante catorce semanas. Como homenaje, se dejó el tema “Mercedes Benz”, a capella, sin música, ya que fue la última canción que Janis grabó; asimismo, se incluyó la canción “Buried alive in the blues”, sólo con música, sin la voz de Janis que habría debido cantarla. El cuerpo de Janis Joplin fue incinerado en Westwood, California, y se arrojaron sus cenizas al Océano Pacífico. Dejó en testamento 600 dólares a sus amigos para que celebraran su muerte con una fiesta salvaje. De todas las pistas que han desaparecido durante estos 43 años, encuentro un texto olvidado, borroneado en un papel arrugado y arrojado a un cesto de basura. Nadie le ha dado importancia: Almas cósmicas, el tiempo sigue en movimiento, mis amigos se han ido y yo sigo en movimiento, pero nunca encuentro la salida ¿por qué?

Janis Joplin. Sigo empujando fuerte el sueño, sigo intentando hacer lo correcto a través de otro día solitario, el amanecer ha llegado tarde veinticinco años, cariño en una sola noche bien tengo veinticinco años ahora y sé que no estamos bien y yo no estoy mejor, y no puedo ayudarte más que lo hice cuando era niña.

Investigo su pasado, su ser niña y ser jovencita: su nombre completo es Janis Lyn Joplin, fue un símbolo femenino de la contracultura de los 60, fue la primera mujer blanca consi-

derada gran estrella del rock. Janis, en el primer año de instituto, se tiñó el pelo de naranja y se unió a una pandilla de jóvenes radicales, rechazaba el racismo y se le acusaba de “amiga de los negros”; a los 16 años comenzó a manifestar su amor por la música, frecuentaba los bares de Luisiana, donde escuchaba música negra. Comenzó a cantar a los 17 años. Nueva pista, otra nota borroneada: Alguien que te ame Cuando la verdad se encuentra en la mentira Y toda la alegría muere No desees que alguien te ame


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No pidas que alguien te ame No quieras que alguien te ame Puedes encontrar a alguien mejor que te ame Cuando la nena de flores del jardín esté muerta sí, y su mente esté llena de rojo No desees que alguien te ame No pidas que alguien te ame No quieras que alguien te ame Puedes encontrar a alguien mejor que te ame Tus ojos, digo que tus ojos pueden parecerse a sus ojos Pero en tu cabeza nena “Yo tengo miedo que no sepas reconocerlo”.

Janis Lyn grabó su primer disco cuando estudiaba Bellas Artes en la Universidad de Texas; luego comenzó a cantar de forma habitual en bares; en 1963, la ciudad de San Francisco conoció el talento de Janis Joplin; fue cuando quitó de su nombre el Lyn. ¿Por qué? Y fue también aquí, en este tiempo, cuando comenzó el contacto con la droga, se sumió en un estado de abandono, llegando a pesar 35 kilos. Anunció entonces a su familia que volvería a sus estudios universitarios, y que se casaría con un hombre que había conocido en San Francisco, conocido como JP, pero el enlace no tuvo lugar. JP la abandonó y esto marcaría aún más su inseguridad afectiva y su sentimiento de soledad. Luego de este suceso volvió a la música. Regresó a San Francisco empujada por el éxito. Se unió a la banda Big Brother and the Holding Company, logrando una combinación perfecta y con la que grabaría el emblemático álbum Chip trealls. Joplin amaba la libertad creativa de la escena musical en San Francisco. Obtuvo buenas críticas, cada vez más centradas en ella y menos en el grupo. Esto reforzaba su autoestima y su carrera. Pronto pasó a ser conocida en el resto de Estados Unidos. Actuó con su banda en el Festival de Monterey de 1967, junto con grandes estrellas, como Jimi Hendrix, Jefferson Airplane, Canned

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Heat, The Who, The Mamas and the Papas, The Byrds y Otis Redding. Ya entonces aspiraba “a ser algo más que la reina de los hippies”. Actuó dos veces en el festival, porque la primera vez no había sido filmada. Para la segunda actuación cambió su ropa hippie por un traje dorado. A partir de entonces fueron contratados por el productor de Bob Dylan, Albert Grossmael. Joplin eclipsaba a los Big Brother. Durante la gira por todo el país comenzó a consumir heroína para huir del agobio de la fama. Decía: “Nada que siente tan bien puede ser malo”. “Sólo quiero algo de paz”. En la primavera de 1968 se trasladaron a Nueva York para grabar su primer disco. No congeniaba en el grupo pero aquella combinación de música repetitiva, de estilo psicodélico de los 60, con la imponente voz de Joplin, era prodigiosa. El disco salió en agosto de 1968. Se vendieron más de un millón de copias en el primer mes. Las críticas fueron muy buenas para Joplin, aunque no tanto para el grupo. Tercera pista: ¿No sabes, cariño, qué nadie te amará nunca como yo trato de hacerlo? ¿Quién aliviará todo tu dolor, cariño, y también toda tu angustia? Pero si tú me necesitas, sabes que siempre estaré cerca En caso de que me quieras, vamos y llora, llora nene, como siempre dices que haces.

Creo, estoy seguro: Janis era muy buena poeta, y Albert Grossmael le propuso un cambio de grupo. Cosmic Blues Band sonaba bien distinto. Su sonido era excesivo, con trompetas, coros, etcétera. No funcionó. Recibió muy malas críticas. La revista Rolling Stone la denominó la Judy Garland del rock. Comenzó a prodigarse en entrevistas, en las que terminaba hablando de su vida, de sus sentimientos. Decía que “hacía el amor con 25 mil

personas en el escenario y luego vuelvo a casa sola…”. Cada vez dependía más del alcohol y de la heroína. Sin embargo se había convertido en un símbolo de fuerza y de rebeldía para muchas mujeres de su época; quiso entonces volver a su pueblo, Port Arthur, como estrella del rock públicamente. Sus padres aprovecharon para marcharse. No fue bien recibida. Y este fracaso fue magnificado en los medios de comunicación. Fue un desafío que se volvió contra ella. Poco después, su madre le diría: “Ojalá no hubieras nacido”. Al día de hoy se han escrito libros, biografías; se han hecho películas; se ha vuelto icono de una moda atemporal y un símbolo de libertad. Su voz se sigue escuchando. Para recordarla me tomaré unos whiskys a su memoria, mientras Ella canta un viejo blues… “Summertime”, por ejemplo, y mi amiga imaginaria me lo canta muy cerca del corazón en español: En verano Chiquillo, vivir es fácil. Los peces saltan Y el algodón, Señor, El algodón es liviano, oh Señor, tan liviano. Tu padre es rico Y tu madre es tan guapa, amor, Ella está muy guapa ahora, Tranquilo, cariño, cariño No, no, no, no, no llores, no llores. Una de estas mañanas Te alzaras, te elevaras cantando Vas a desplegar tus alas, chiquillo, Y tomarás, tomarás el cielo, Señor, el cielo. Hasta que llegue esa mañana, Mi amor, nada te hará daño, ahora, No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no No, no, no, no, no, no, no, no, no llores.


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