Letras 29 de marzo

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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 29 DE MARZO DE 2014 |

Octavio Paz

y los infrarrealistas FORMAS BREVES JAIME MARTÍNEZ | PAG. 6

Primavera a la vista CREACIÓN OCTAVIO PAZ| PAG. 8

Juan Gelman

Poesía de un dolor sin nido, al intemperie MIGUEL ÁNGEL TOLEDO | PAG. 2

José Emilio y mis batallas en el desierto MANUEL NOCTIS | PAG. 4

El joven Pacheco MIGUEL ÁNGEL FLORES| PAG. 5

Wagyu. La atención A LA SAZÓN NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PAG. 3

Hannibalismo EL TERCER OJO SYLVAIN PROVILLARD| PAG. 7


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SÁBADO 29 DE MARZO DE 2014

Juan Gelman Poesía de un dolor sin nido, a la intemperie POR MIGUEL ÁNGEL TOLEDO Para Daniela Morales Becerra, con amor, por el color y las alas de su corazón, que tiembla y vuela como un beso de luz en mi boca

J

uan Gelman se pregunta en “Carta a mi madre”: ¿Por qué escribo versos? / ¿para volver al vientre donde toda palabra va a nacer? / ¿por hilo tenue? / ¿la poesía es simulacro de vos? / (…) siempre conmigo fuitre doble / te hacía falta y me echaste de vos / ¿para aprender a sernos otros? La vida es en sí misma dispersión, se nace y se hacen las distancias, se podría decir que nacer es dispersarse, que nacer es caer a la intemperie, como pájaros de la desdicha, sin más vuelo ni canción que la sangre, que todo nacimiento es volver a reconstruir desde el vacío nuestro propio nido: y es justamente lo que el poeta argentino hace con su poesía, en la que se(nos) -o nos(se)- propone construir lo inconstruible, ante la pérdida del “nos” la antítesis, la ensoñada voz del “vos”, que es la nostalgia, la multitud que se añora en ese reconstruido canto del “vostú” la adaptación de lo disperso, la paradoja como un candil roto tras la puerta donde aguarda “la palabra que no decís delgada/ como sueño”. Se propone construir “su verdad/ su cuento/ su telita”. Su poesía es el oficio del no/olvido, trabajo amoroso e imposible “como velita ardiendo en/ lo más violento de los vientos/ cada hora es trabajo de vos/ o me trabajo para hacerte”. Por eso, durante su vida exiliar por países y patrias, su verso vosfruto creció alto como un dolor sin nido, un dolor a la intemperie hecho nido, a la vista de todos nosotros, de vos y de mí. Todo poema nace de un no poder más. La creación misma es un no contener, no poderse contener y volar y nidar en busca de “otra región / tan diferente de esta / fabricación de vos / salida sobre / sí misma / fuera de sí misma”. Se elabora un verso y otro y otro, cada día, día a día, porque el mundo mismo es creador de distintos discursos, el poema es también un discurso totalizante que permite rechazar la realidad, equiparándola al discurso mismo. Se nace y el mundo se dispersa, cada palabra es un nuevo mundo desde la lengua que las exilia, donde las palabras se rompen en fusión, el más allá de la identidad, la trascendencia del uno y del otro, mundo del “vosmí” que es en sí un totalizador juego circular de los pronombres, central en la mayoría de los poemas del poeta Juan Gelman, fallecido el pasado martes 14 de enero en la capital mexicana a los 83 años de edad. Gran poeta, gran ser humano, considerado uno de los más destacados autores hispanoamericanos del siglo XX, reconocido también por su activismo político, a causa del cual tuvo que exiliarse de Argentina en 1975, tras la instauración de la dictadura militar, poeta humano en medio del dolor como César Vallejo, a quien admiró

Juan Gelman propone a lo largo y ancho de su obra duplicar el sumvuelo, sumjuego es una labor de escultor o albañil que ayunta palabras y hojas de árboles

y a quien Gelman le debe tanto, poetaobrero que construye no castillos ni molinos de viento en la voz sino poeta-obrero de la humanidad, que nos enseña que del horror nace la belleza y se dispersa. Poeta que (a decir de quienes lo conocieron y trataron) pese a los reconocimientos que recibió como el Cervantes en 2007, no perdió nunca la humildad ni el sentido humano, aspecto que quienes no lo tratamos podemos inmediatamente apreciar en su poesía, además del compromiso político y social que, desafortunadamente, lo llevó a padecer la tragedia de su hijo Marcelo, asesinado durante la dictadura argentina, junto a su nuera María Claudia, y el nacimiento de su nieta Macarena, de la que supimos 25 años después, nacida en cautiverio tras el asesinato de sus padres, a la cual Gelman buscara incansablemente hasta encontrarla. Poeta comprometido, de una profunda coherencia ética y estética, cuya dignidad y honestidad hacia la verdad y la justicia deberían ser un ejemplo para todos los que, en mayor o menor medida, formamos parte de la república de las letras, de la pequeña patria individual que construimos con la palabra.

Esta es la verdad, nació y murió en un constante mundo disperso del exilio, nació y escribió casi vivo poemas y versos que antes de serlo habían sido llorados, que antes de ser leídos ya habían sido templados y temblados por su alma. Aquí la realidad, que también es dispersa, está en su verdad, y la verdad que se dispersa también es circular como esa geografía Histórica, suya y nuestra, fragmentada y escrita en la derrota. Juan Gelman sabe que es el hombre mismo quien se dispersa a sí mismo al dividirse en los otros, pero igualmente conoce la amenaza y siente la pena altísima de las reuniones o encuentros: toda unión es fugaz y muy largo el olvido. Amor grande de hijo, de padre, de amigo, de poeta, con los ojos abiertos a la muerte para poder vencer y emigrar los límites de la individualidad, para superar el cerco carcelario de la palabra y del tiempo. Porque es el tiempo, junto a las distancias, lo que debe ser reconstruido. El gran enemigo de todo, tal como lo conocemos, es el tiempo, cuando cada cosa nace o muere ya está ahí, y de este discurso que nace fatal surge la linealidad que todo lo divide y lo dispersa, el curso de la palabra y de los ríos que no se juntan ni en “el solo mar oscuro”, ni en el instante redondo del hombre que es el vértigo circular de lo que se añora nido. En la poesía gelmaniana todo, poema, cielo, tierra, amor, es circular como un nido que cae permanentemente a la intemperie, toda realidad es paridora de los destierros, de las distancias y las derrotas. Todo es circular. El olvido mismo es circular porque es un nido vacío, perfecto, sin recuerdos, suspendido contra la intemperie de la Historia. Juan Gelman propone a lo largo y ancho de su obra duplicar el sumvuelo, sumjuego es una labor de escultor o albañil que ayunta palabras y hojas de árboles, “como piedras que caen / de vos amontonando muros / estos muros de vos como palabras / que me piedran” “resequedades de arder en la herramienta / que labra el alma como piedra”. Trabajo obsesionado del poeta Gelman, reiterativo, circular, como un abecedario que colinda todo en “vos”, “vosmí”. De vocabulario concentrado y escueto, palabras repetidas como conjuros contra la distancia, como un mismo conjuro a la muerte y al olvido. Música de la letanía, golpes constantes y rápidos a la puerta del cielo, y murmullos continuos a la puerta del alma. Este modo de concentrar lo esencial es, más que un juego, un vuelo circular de los pronombres, personas que van y vienen, un juego modular constante de murmullos del “vos”. El “vos” es el canto y llamamiento del poeta, es la claridad que busca, la bondad que nombra, el poema, el consuelo, la mujer, la patria, el amigo, el país, “ Hierro que morás mi corazón como yerra del alma”, “agua reunida donde nadie sabe”. El “vos” es el “vosmí” que se nombra y escribe para no olvidar ciertos fragmentos de un cuerpo, “cierta como tu


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mano, puesta sobre mi vida”… “tu hermosura / apretada bondad/ señora”. El “vos” gelmaniano es un intento de reconstrucción, es la unión lograda de la persona y el poema. El “vos” es en principio y fin siempre circular. Todo tiene un centro, toda flor y todo dolor tienen un centro en común, crecen la distancia y el abrazo en un mismo centro, violentamente: “crece violentamente la flor unitiva” de la metáfora, “como calor del corazón / donde la mundo se amujera”. O “los esposos que no se pueden apartar / secreta unión en el centro / muy interior del alma / criatura juntadita a mi criatura / piel a mi piel / médula que me ardés / en llama única donde vosmí / crepitamos al sol de la justicia”. En la poesía de Gelman no hay una tradición única ni persona verdadera. No hay una única poética válida para nombrarse, sino una “vosque” y un “vosque”, un círculo donde nace y anida la noche, y en el que Juan Gelman pertenece al “manzano del amor crecido”, al “árbol regado con la sangre del admirable amor”. Su “vos” viene de la reconstrucción poética con la solidez de la herencia de los siglos, el “mí” en cambio señala la precariedad del nido de cada poeta. El “mí” de la propia incertidumbre acuñándose en la recia fronda de la lengua, aquel “Crean en mí” del Quijote: el “mí” es el rostro exiliar del nidar como único espejo de la poesía “para que el vuelo sea posible”, comprobando “a cada instante su lentitud / y cómo se desangra y lo que hay que trabajar”. Poética del ayuntar pajitas y lodo, superando la desolación del “fondo de la noche donde cada palabra es astrofrío”. Este desesperado intento de construir un lugar desde la lengua que anule la historia, está condenado constantemente al fracaso. Juan Gelman lo reconoce en los dos últimos poemas que cierran Com/ posiciones de 1983. Son “el fénix” y “cuando”. En el primero afirma “confundí tu bondad con candor / tu candor con descuido del mundo”. La realidad no será suprimida por la letra, ni el destino de este poeta (ni de ningún otro) es el del ave que renace de su nido. Ambos poemas afirman la historia de la muerte frente al intento poético. Esa madre y esa patria que expulsan al hijo poeta (el mundo es un nido que expulsa) lo obligan a ser el otro, para que en su destierro busque el cordón que lo reúna por la saliva al origen. Y cuando Gelman, desde su exilio, se interroga si la salida del refugio materno fue su verdadero exilio y gran adiós a la palabra, no nos está negando otras verdades, es más bien un repensar la misma poética desde la dialéctica del oficio de leer y de la escritura. Gelman padeció muchos exilios -Roma, París, Madrid, Nueva York, México- y un mismo camino: la defensa de la libertad y la justicia, trabajada humana y magistralmente en su obra poética, en la que entran en juego todas las potencialidades del lenguaje, incluidas siempre su función comunicativa y social. El poeta Juan Gelman acaba de nacer y partir a su último exilio, acompañado no por la muerte sino por la vida que también parte, se ha ido y ahora sí para siempre. Los verdaderos poetas no nacen, se construyen a la intemperie, fuera del nido: los poetas como Gelman no nacen sino que son seres que se autoconstruyen y nunca mueren. ¿Por qué escribo versos?/ ¿para volver al vientre donde toda palabra va a nacer?

WAGYU

La atención A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

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s un acto que enamora. De hecho, Erich Fromm, en su ensayo El arte de amar señala al hecho de poner atención, al ser u objeto amado, como fundamento activo de amar. Dedicar atención y trabajo, por el auténtico gusto de hacerlo, son ingredientes viables en el sustento del amor autónomo, libre y culminante. Amar no se limita a un vínculo dependiente e interpersonal, puede ser una actitud generosa, una aportación a la integridad de la existencia mutua. El amor se manifiesta con solo prodigarlo y puede hacerse en diversas formas: erótico, fraternal, amistoso, a uno mismo, a la comunidad, a la naturaleza, al arte, al cultivo, a la comida. La atención implica observar deseos y necesidades de la persona u actividad de nuestros afectos: cuidarla, comprenderla, arreglarla, curarla, acomodarla, hacerla trascender; poner énfasis en los detalles, intuir anhelos, elegir adecuadamente; proponer sutilmente, sorprender. Ponerle sabor a los momentos en común. Cocinar puede y debe ser un acto amoroso en varios sentidos: la elección del platillo y de los ingredientes más bellos y saludables, la organización ingeniosa de los insumos e instrumentos; la mesura y paciencia invertidos; y muy importante, la atención detallada que se obsequia a todos los procesos, siempre madurando en la generosidad hacia los demás. Otra parte nutritiva es servir la mesa: cubrirla con un cálido mantel y adornarla, disponer de una vajilla y cubiertos agradables y acomodarlos de forma comedida y estética; acercar los condimentos, especias, salsas y aderezos; dar temperatura, tiempo y orden, adecuados, al servir cada sopa, vianda o postre. Existen, además, algunos seres consentidos para que resulten en comida colmadamente agradable, tal es el caso de un tipo de ternera reconocida por aprovisionar la mejor carne del mundo. Su nacionalidad es japonesa. De hecho, su nombre refiere a su origen. Se llama wagyu; sencillamente significa: vaca japonesa. Curiosamente, el prefijo wa implica armonía, por eso dicho vocablo también se le atribuye al espíritu de toda la Nación nipona. Este ganado se cultiva con todos los cuidados habidos y por haber; digamos que con amor. Se creé en la posibilidad de otorgarle una vida cómoda para que desarrolle una esencia deliciosa. El cuerpo y la sangre del wagyu son una ofrenda para dar alegría y vitalidad a parte de la humanidad. Aunque cada ganadero tiene rituales secre-

tos de crianza, las atenciones generales que reciben estás geishas vacunas son portentosos: paseos relajados, sesiones de música refinada, baños tibios, masajes perfumados con sake (el alcohol de arroz por excelencia), lechos de paja en establos inmaculados, desayunos con cerveza para abrir apetito y bajar el colesterol; y por supuesto, comilonas con cereales y pastos orgánicos de alta propiedad. El resultado de los cuidados, y el sacrificio de estas bellas rumiantes, es una carne de un sino marmoleado de salud y sabrosura; es decir, con fina y reducida grasa entreverada entre eminente masa muscular. Lo que se puede disfrutar es el máximo sazón para una carne tierna, suculenta (jugosa), plena de minerales, y de nutrientes conspicuos como proteínas, y grasas insaturadas (grasas buenas), las que ayudan a reducir el exceso dañino de colesterol. Masticar un pedazo de wagyu es como una suave secuencia de bombas de sabor que, estrato a estrato, van revelando acentos: crocante, mineral, jugoso, graso… pulposo. Luego de probar tal manjar, sólo puedo decir: gracias por el empeño y la dedicación en el cultivo de este virtuoso producto. Alimentarnos de otros seres vivos (animales, vegetales, hongos o bacterias) no es un acto cruel; es concurrir a la violenta y revolucionaria reintegración vital. Si nuestros ancestros no hubieran incluido la carne en su dieta, su cerebro, y por ende nuestra inteligencia, no se habría desarrollado como para atender una buena crianza y a una muerte rápida y piadosa de algunos seres vivos que nos ayudan a bien vivir. Simplemente no reconoceríamos la diferencia. Así es la paradoja de la existencia humana.

LA NOTA, LA RECETA O EL REMEDIO Cocinar un solomillo de wagyu implica tacto, sutileza y respeto. En principio es una carne de consumo temprano (debe evitarse su congelación). Asarla, es un acto de prestidigitación, y sensibilidad respecto a su aspecto optimo: hay que tener las brasas sosegadas, recostarla suavemente para sellarla; dejarla escasos minutos (hasta reconocer su adecuado color y olor) y voltear con delicadeza para terminar de sellar y dejar sus jugos intactos en el interior. Inmediatamente se emplata junto con una ensalada tipo oriental. Nada más. El costo de un corte de dos kilos de carne de wagyu, de la máxima calidad, alcanza los cuatro mil yenes, el equivalente a 380 euros; unos seis mil pesos mexicanos.


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José Emilio Pacheco y mis batallas en el desierto CRÓNICA :: POR MANUEL NOCTIS

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e de empezar diciendo que no me gusta la poesía. Aunque mis primeros pininos se dieran queriendo escribir canciones y después “poesía”, no soy muy adepto a lo que actualmente dentro de este género se escribe (me fastidian la mayoría de los poetas). Aunque bien, si puedo aseverar algo, como ya lo dije en otra ocasión, “lo que más me gusta es la poesía rompe madres, sórdida; la que te revienta el hocico de un madrazo…”. Corría el año 2006 (lo digo así para verme más pro como algunos periodistas lo hacen) y estaba a mitad de mi carrera universitaria. La revista chafona que dirijo cumplía dos años y en la edición conmemorativa habíamos dedicado un espacio a la señora que quiso ser secretaria de cultura con López Obrador: Poniatowska. El Encuentro de Poetas del Mundo Latino se celebraba en la ciudad y a mí me importaba un comino que esto se llevara a cabo. Yo era un muchacho aún imberbe en la edición, la escritura y el periodismo no se diga: era un pendejazo, para que me entiendan. Pero quise ir al Teatro Ocampo a la últi-

ma mesa de lectura que se celebraría dentro de ese Encuentro porque recién había leído Las batallas en el desierto y quería saber quién era aquel detrás de esa pequeña novela (no lo conocía personalmente, más allá de que los carteles mostraban su rostro). Con un ejemplar de mi revista bajo el brazo, llegué al citado teatro. Varios periodistas desesperados deambulaban por doquier buscando y preguntando por el homenajeado en turno. Yo solamente veía sus rostros desencajados porque estaba a unos minutos de comenzar el evento y no encontraban por ningún lugar a Pacheco. Ahora lo entiendo, todos querían tener la primicia y el afamado escritor al parecer no andaba por ahí. No sabía si entrar o regresar a casa, así que me instalé en las escaleras que dan hacia el café del lugar. Hojeaba la revista y me pregunté qué jodidos hacía ahí, pues ni me animaba a entrar ni me decidía irme a casa. Me paré y me dirigí hacia la puerta última del teatro, quise entrar, pero me lo negaron: Ya está totalmente lleno, no puedes pasar. Por pendejo, me dije, y regresé al lugar donde

antes me encontraba. Si no quería estar ahí y no me habían dejado entrar, no entendía por qué había vuelto a situarme en esas escaleras. Cuando todos se encontraban dentro, una persona alta y medio encorvada rondaba por ahí y se sentó a mi lado. No le di mayor importancia. El silencio llegó, los minutos pasaron y se acercó mi amigo Roberto Lázaro Melo (el primero en esta faz de la tierra que se atrevió a publicarme en su periódico Epígrafo de Morelia). Charlamos un rato y pareció darse cuenta de quién a mi lado estaba. ¡Maestro!, le dijo. ¿Ya conoces a José Emilio Pacheco? Me preguntó Lázaro Melo. Le dije –sin voltear a ver-: Sí, acabo de leer su libro de Las batallas en el desierto y vine a ver qué chingados decía en su homenaje, pero no me gusta la poesía, es más, los poetas me parecen una flotilla llena de mamonería. Ambos soltaron una risotada y el señor de al lado me tocó el hombro izquierdo y sin dejar de reír me dijo: “Te pareces tanto a ese chamaco (el de Las Batallas) que hasta me recordaste que yo tampoco quería estar en este evento”.


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El joven Pacheco ARTÍCULO :: MIGUEL ÁNGEL FLORES*

En ese momento me di cuenta que era José Emilio Pacheco. Al señor le castraban los periodistas y se había escondido en una parte del lobby para evitarlos. No me entusiasmé tanto como lo hubiera hecho un fan pero me conmovió un tanto su comentario. En ese momento salió una persona y le dijo que ya era hora. Se marchó aludiendo con la mano y una sonrisa en el rostro… Yo tampoco quería estar ahí, pero aún no tenía la suficiente “edad”, si no, hubiera invitado al mismísimo José Emilio al Mukai Bar, lugar que en ese entonces se la rifaba con aquello de las chelas y la botana. Manuel Noctis. (Morelia, Michoacán. 1985) Periodista y escritor. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas con especialidad en Estudios Literarios (UMSNH). Director de la revista Clarimonda Cultura ContraCultura (www.clarimonda.mx). Columnista en El Silabario (www.silabario.com). Autor del libro Dos diseñadoras indie en la cocina (Clarimonda Drunk Ediciones, 2011). Síguelo en Twiter: @ManuelNoctis

E

l 11 de noviembre de 1965 el joven escritor José Emilio Pacheco compareció ante un público ansioso de conocer a las celebridades literarias del momento. Había sido invitado por su colega, Antonio Acevedo Escobedo, entonces director de literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), a cerrar el ciclo Los narradores ante el público. El director del INBA era el también escritor José Luis Martínez, quien deseaba así continuar aquella mítica serie de pláticas de los años cincuenta, en la que los escritores destacados del momento le platicaban al público sobre los escritores que habían conocido y las revistas en las que habían colaborado. En los años de la mitad de la década de los sesenta, el país había consolidado las políticas de modernización industrial impulsadas en forma acelerada por Miguel Alemán. El periodismo había evolucionado ante una masa de lectores de mayor nivel educativo, lo que implicaba un interés creciente en las artes y las letras, una exigencia mayor en los productos culturales. Personajes como Fernando Benítez y Juan Rejano habían contribuido a la elaboración de un periodismo cultural, cuya máxima exigencia era el rigor de la prosa en la que los colaboradores debían expresarse y la calidad de lo que debía comentarse, haciendo de lado cualquier tipo de complacencias. La década de los 60 marcaba el ascenso de la producción en medio de una signatura pendiente: la corrección de la distribución del ingreso. Se mejoraban las condiciones de vida de la clase media, pero se ahondaba la zanja que dividía a ricos y pobres. José Emilio Pacheco era un joven de tan sólo 26 años, pero la solidez de su incipiente obra como narrador, poeta, traductor y periodista cultural constituía la base de su poder de convocatoria. Ese joven era un modelo de precocidad, comparable sólo a escritores como Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet y Salvador Novo. Desde la primera línea que publicó se advertía el dominio de su instrumento de expresión, y la humildad con que aceptaba sus dones para la creación literaria. Reconoció las deudas con los mayores y advirtió de los peligros de la infatuación y la soberbia. En su prosa busca mimetizarse con los anhelos, sueños, temores, felicidades y angustias de sus lectores. Edificó con su prosa, y sobre todo con su columna de información y reflexión cultural, una ágora para establecer una conversación con los lectores. Él aplicó al pie de la letra lo que siempre ha querido su amigo Gabriel Zaid para la letra escrita: hacer de ésta una conversación que nos enriquezca en el conocimiento de nosotros mismos a través de los frutos culturales. Su sincera actitud humanista le ganó lectores. Su regla, de la que nunca se apartó, era la de que cuanto escribía tuviera una intención didascálica. Su posición ética ante la literatura y el mundo fue irreprochable: reconoció las deudas intelectuales y otorgó méritos a quienes los merecían. La mejor herencia que nos deja es la de acercar a los lectores a los libros y respetar el trabajo ajeno. En el ámbito de la crítica jamás pretendió empañar el éxito de quien triunfa ni hacer más amargo el fracaso del que falla. La ecua-

Muere cuando el país vive su peor crisis de valores y la industria editorial suprime los espacios, sobre todo, de la poesía nimidad fue la máxima en su vida. Una cualidad nada desdeñable. Su poesía tiene altibajos, Cervantes no siempre escribió Quijotes, la parte más valiosa pertenece a su primera etapa; como narrador es impecable y como crítico y reseñista alcanzó altísimos niveles de calidad. La crónica que fue su columna “Inventario”, en la revista Proceso, sólo puede ser comparable a las páginas escritas por Novo en sus crónicas. Leídas en conjunto se verá que nos dejó el mejor testimonio de cuanto ha sucedido en el mundo de la cultura y la política en los últimos cuarenta años, no sólo en México (en este renglón aventaja a Novo), sino en el mundo. Y lo supo hacer asumiendo una voz colectiva, en el que el “yo”, que distingue a Novo, pasa a ser el nosotros, que somos los lectores y protagonistas de los trabajos y los días. Hubo siempre un tono pesimista y sombrío en sus juicios, pues no se engañaba ante las debilidades de la condición humana. Involuntariamente fue el profeta del desastre. Hizo sonar las trompetas del apocalipsis. Muere cuando el país vive su peor crisis de valores y la industria editorial suprime los espacios, sobre todo, de la poesía. Pero siempre depositó una inquebrantable confianza de que, al final, la letra escrita permanecerá. * Premio Nacional de Poesía.


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Octavio Paz y los infrarrealistas FORMAS BREVES :: Octavio Paz tuvo muchos enemigos literarios a lo largo de su dilatada vida de poeta. Los infrarrealistas fueron los más singulares. POR JAIME MARTÍNEZ OCHOA jmochoa4@hotmail.com

A

lo largo de su vida, Octavio Paz tuvo muchos enemigos literarios. Muerto, los sigue teniendo, pues la amargura y el resentimiento son sentimientos que nunca pasan de moda y que se acentúan, sobre todo si uno no tiene la cabeza bien puesta. Contrario a todo tipo de fanatismo, demócrata hasta la intolerancia, Paz apostó primero por las causas populares sociales y después se decantó por toda crítica a lo que fuera totalitarismo, especialmente los de izquierda, lo que sin duda le granjeó agudas críticas de una buena parte de la intelectualidad latinoamericana. Tuvo rivales poderosos y otros de pacotilla, que se escudaban en partidos políticos espurios y organizaciones estudiantiles de poca monta. En el ámbito intelectual también cultivó el odio de grandes detractores, quienes le reprocharon su acercamiento con Televisa y sus nexos con el poder. Sin embargo, quizá los enemigos más singulares de Paz fueron los infrarrealistas. Este grupo de choque literario, encabezado por Roberto Bolaño, solía tener una idea bastante particular de lo que era la poesía. Ubicados en las antípodas del credo paciano, los infrarrealistas abogaban por una poesía marginal, tremendista, de un surrealismo barriobajero que no entendía de exquisiteces y, por el contrario, se explayaba en la descripción de un mundo decadente y prostibulario. No eran buenos poetas, como lo prueba el hecho de que ninguno de ellos, ni siquiera Mario Santiago Papasquiaro, el famoso Ulises Lima, el único que ha gozado de la protección de editoriales oficiales, han logrado despertar ya no la simpatía sino la atracción de los posibles lectores. Que Roberto Bolaño haya triunfado en la narrativa prueba que lo suyo, más que la epopeya lírica de una generación tránsfuga, era una epopeya de tipo épico, con soldados vociferantes que clamaban su odio a los cuatro vientos, especialmente contra aquéllos que consideraban vacas sagradas. Mal vestidos y mal leídos, con sus poemas y proclamas escritos en servilletas de papel, los infrarrealistas solían tomar por asalto las instituciones en las que se oficiaban talleres literarios gubernamentales o solían reventar aquellas lecturas en las que los poetas consagrados leían sus textos. Era un tiempo extraño ese, donde turbas ignorantes solían ir a machacar a las figuras establecidas sólo porque cierto fanatismo de izquierda mal entendido los obligaba a demostrar que eran más audaces que sus víctimas. Cuesta trabajo decirlo, pero Octavio Paz era el reaccionario de moda, al que había que tumbar del pedestal pese a que algunos de sus libros de poesía, Ladera Este o Salamandra, por ejemplo, tuvieran más rebeldía en un verso que la que podían tener en las venas todos aquellos revoltosos de greña larga, morral de yute y pocas luces. Orientalista y erótico, palabrero, Paz era visto como un embajador de los ideales norteamericanos y poco importaba que esto fuera falso, pues ya se sabe que para los intolerantes la fe es un instrumento de plomo fundido más que una constancia de veracidad.

Octavio Paz.

Así que los infrarrealistas decidían boicotear todo intento de lectura de Paz, a quien desdeñaban pero a quien no podían dejar de lado, con esa extraña mezcla de odio y amor que suelen despertar las grandes figuras. Extraño y curioso ese mundo en el que decías representar una forma de hacer poesía, pero estabas bastante preocupado en cultivar el desdén a tu ogro filantrópico favorito. Seamos serios, de todos modos y digamos que los infrarrealistas, pese a todo su vigor y su salvajismo de criaturas nocturnas y drogadictas, jamás pudieron escribir un solo poema que compitiera con alguno de Paz. De hecho, el propio Paz tenía poemas (sobre todo en Libertad bajo palabra) que podrían haber sido no solo el santo y seña de los infrarrealistas, sino su mismo punto de partida. Véase, si no, el poema Las palabras: Dales la vuelta, cógelas del rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles sangre y tuétanos, sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas, destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras.

La vida da vueltas, sin embargo y ese Paz vilipendiado, aborrecido, al que querían destruir Bolaño y compañía se convirtió, con el tiempo, en alguien a quien se le podían reconocer ciertos méritos. No es que de repente los infrarrealistas hubieran caído en la cuenta de que luchar contra Paz era emprender una batalla perdida de antemano, que nadie les había pedido,

además, y que quedaba, para la historia de la literatura, en una anécdota chusca para contar en cafés marginales. Ocurrió que Bolaño, rebelde hasta el final de sus días, comprendió que no siempre se puede mantener el estilo cuando se pelea contra pesos pesados de la literatura (otra canción es Isabel Allende). Por más que haya mantenido intacta su capacidad de provocación, en algún momento hubo un punto de inflexión que lo obligó a repensar las cosas. Este reconocimiento surgió, cómo no, en Los detectives salvajes, en cuyas páginas Octavio Paz es un santón de sonoras palabras que impone el silencio, pero también un sabio misterioso con quien se puede disentir aunque no ningunear. Octavio Paz aparece en uno de los segmentos de Los detectives y lo hace de manera oblicua, a través de la visión de una secretaria bastante melindrosa. También aparece Ulises Lima y esta escena está rodeado por un halo de violencia que parece que va a resolverse en un asesinato (o poeticidio, digamos) en donde brillarán la sangre y los sesos. Casi podemos ver al poeta tumbado en el pasto del parque, con los huesos rotos por la paliza del otro poeta, el marginal. Pero al final todo se resuelve en buenos términos y Octavio Paz y Ulises Lima se dan un apretón de manos que puede simbolizar muchas cosas, entre ellas que el viejo pleito generacional ha dejado de ser una opción. Vemos a un Paz interesado en los infrarrealistas y a un líder de estos poetas dejando que el tiempo cure el ardor de las antiguas batallas. Podemos decir, en esencia, que así fue con Paz y que todos sus enemigos serios tarde o temprano terminaron por descubrir algo que era cierto: Más allá de sus posiciones políticas, de sus vaivenes ideológicos, de su intolerancia de patrón de las letras, Paz es el escritor mayor de este país y uno de los grandes poetas y ensayistas universales de los últimos tiempos, estrella polar de una literatura mayor.


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Hannibalismo EL TERCER OJO :: La serie Hannibal, en su segunda temporada, describe los primeros años del psiquiatra Hannibal Lecter, el famoso antropófago creado por el novelista Thomas Harris. El danés Mads Mikkelsen encarna al refinado monstruo. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com

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esucitar en una serie el personaje de culto que es Hannibal Lecter parece muy riesgoso, tomando en cuenta que las cuatro novelas de la saga de Thomas Harris ya fueron adaptadas para la pantalla grande, y que todos los espectadores asocian al inhumano doctor con Anthony Hopkins, quien dio vida al villano más espeluznante de la historia del cine. Según una encuesta del American Film Institute, Hannibal aventaja en maldad a Norman Bates, el asesino de Psicosis, personaje que es también actualmente el objeto de una serie titulada Bates motel. Si incluimos también a Dexter, The following y Those who kill (basada en una serie danesa), es evidente que los asesinos en serie están de moda y que los canales de televisión explotan a ultranza la fascinación de los espectadores por sociópatas homicidas. En 1999, Jonathan Demme dirigió El silencio de los inocentes, en la cual Hopkins logró convertir a Lecter en un ícono cultural. El actor galés volvió a aterrorizarnos 13 años después, en la precuela Dragón rojo. La serie Hannibal está justamente basada en el principio de esta novela, la primera de la tetralogía. Narra el encuentro entre Will Graham (interpretado por Edward Norton en el filme), detective sumamente inteligente pero inestable. Graham es capaz de infiltrarse en dramatizaciones de crímenes para ponerse en la piel de los asesinos y descubrir sus paraderos. Actúa eficientemente como consultante del FBI para resolver asesinatos en serie, sin embargo, su fragilidad mental y emocional lleva a su jefe, el agente especial Jack Crawford (Laurence Fishburne en la serie), a acudir a los servicios del mejor psiquiatra de la ciudad de Baltimore, el doctor Hannibal Lecter. El actor inglés Hugh Dancy interpreta al joven perturbado, el cual se vuelve una amenaza para Lecter, ya que siente que podría descubrir que el asesino en serie que buscan es él mismo. La primera temporada de Hannibal se cen-

Mads Mikkelsen, protagonista de Hannibal.

tra en esta intensa y ambigua relación durante 13 episodios que llevan nombres de platillos de la cocina francesa, mientras que los capítulos de la segunda parte de la serie tienen títulos relacionados con la comida japonesa. El refinamiento gastronómico de Lecter está representado de manera espectacular, ya que los manjares que el gourmet sociópata prepara a sus invitados se ven exquisitos, incluso para los espectadores que sabemos que la carne preparada no es animal sino humana: ser invitado a la mesa (o, a veces, sobre la mesa) del doctor es un honor que muchos persiguen. ¿Quién no estaría agradecido de poder asistir a estos banquetes de alta cocina? Con las recetas de Lecter, que en la realidad son obras del español José Andrés (uno de los mejores chefs del mundo, discípulo de Ferrán Adrià), más de un vegetariano se podría volver aficionado de tripas, cabeza, corazón, hígado, riñones y pulmones. Para interpretar a Hannibal, los productores decidieron juiciosamente confiar en el inmenso talento de Mads Mikkelsen. Quizá su nombre no les suena pero su rostro debería de serles familiar: interpretó al rey Arturo en la versión de Jerry Bruckemheimer, y a Le Chiffre, el villano en la película de James Bond Casino Royale. ¿Quién mejor que el actor danés y su frialdad escandinava para interpretar a este gourmet antropófago impasible? Mikkelsen forma, sin duda, parte de los mejores actores del momento. Su recién Premio al Mejor Actor en Cannes por su interpretación de un maestro de primaria falsamente acusado de pedofilia en La caza, es una prueba de su aura internacional. Mads Mikkelsen empezó su carrera en su país natal, actuando en la serie de películas Pusher, del director Nicolas Winding Refn, el cual se hizo famoso después con cintas como Bronson (con Tom Hardy), Drive y Only God forgives (ambas con Ryan Gosling). Mikkelsen volvió a trabajar con Refn en 2010 en Valhalla rising, en la cual interpreta a un

esclavo vikingo tuerto viviendo en Escocia en al año mil, y que se escapa para unirse a las Cruzadas. La primera vez que vi a Mikkelsen fue en la bellísima película de Susanne Bier llamada Después de la boda, y desde entonces he tratado de ver todas sus obras. Mikkelsen puede mostrarse a veces bestial y energético, o bien apático y flemático, y sobre todo logra convencer en los papeles más difíciles, es decir los que consisten en interpretar a un hombre común y corriente, con el cual se tiene que identificar el espectador. Mikkelsen era inicialmente muy escéptico sobre este papel, ya que pensaba que Hopkins había retratado a Lecter a la perfección. Así describe el danés su visión del personaje que encarna: “No es un psicópata típico, tampoco un asesino en serie típico. Creo que es tan parecido a Satanás como es posible, el ángel caído. Ve la belleza en la muerte. Y cada día es un nuevo día, lleno de oportunidades”. Al ver la serie, uno resiente que Lecter es un ser único, que convive y tiene afinidades por los humanos pero que es distinto, que no forma parte de ellos, sino que juega con ellos, como un Lucifer tentador. Hannibal es la cuarta serie creada por Bryan Fuller, después de Tan muertos como yo, Wonderfalls y Pushing daisies, que fueron éxitos críticos pero que no lograron pasar de la segunda temporada. Esperemos que su última producción dure más tiempo, ya que el personaje de Lecter y el universo atrevido, oscuro y retorcido de la serie valen la pena ser desarrollados por lo menos unas temporadas más: es respetuosa con la mitología del personaje, sin tampoco ser esclava de ella. Después de unos capítulos, uno logra olvidar las películas anteriores para dejarse sumergir en el universo de la serie. Hannibal, gracias a destacadas actuaciones y una refinada cinematografía, logra vencer los retos de la adaptación y convencer a los escépticos. Es sin duda un programa de siniestra belleza.


8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN

SÁBADO 29 DE MARZO DE 2014

CREACIÓN

Primavera a la vista Octavio Paz Pulida claridad de piedra diáfana, lisa frente de estatua sin memoria: cielo de invierno, espacio reflejado en otro más profundo y más vacío. El mar respira apenas, brilla apenas. Se ha parado la luz entre los árboles, ejército dormido. Los despierta el viento con banderas de follajes. Nace del mar, asalta la colina, oleaje sin cuerpo que revienta contra los eucaliptos amarillos y se derrama en ecos por el llano. El día abre los ojos y penetra en una primavera anticipada. Todo lo que mis manos tocan, vuela. Está lleno de pájaros el mundo.


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