[ Letras ] DE CAMBIO
SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 30 DE MAYO DE 2015 |
Günter Grass El polémico Nóbel POR NIZA RIVERA | PAG. 2 PORJOSÉEMILIOPACHECO PACHECO|PAG.4 POR JESÚS ALDABI OLVERA | PAG. 5
Larga vida a Janis Joplin PORCARMENORDÓÑEZ|PAG.6
Guarapeta ALASAZÓN.PORNETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PAG. 7
Lo que hay que decir
De crímenes y años violentos
CREACIÓN.PORGÜNTERGRASS|PAG.3
CINE CINE. PORFAUSTO PONCE | PAG.8
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Gunter Grass (1927-2015) El polémico Nobel alemán POR NIZA RIVERA
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l Nobel de Literatura 1999, considerado uno de los escritores más representativos del siglo XX, el alemán Gunther Grass, falleció el lunes 13 de abril en un hospital de Lubek a los 87 años de edad, según dio a conocer su editorial Steidl, al tiempo que adelantó que su última novela está lista. El último libro de Grass, anunció el editor Gerhard Steidl, se titula Vonne Endlichkeit (en español algo así como “Desde una finitud”), aunque no dio fecha para la salida si bien adelantó que el 12 de junio se realizará una primera lectura del volumen en la ciudad alemana de Göttingen. Grass, autor de la célebre novela sobre la posguerra El tambor de hojalata (1959) –con la cual alcanzó el éxito y cuya primera parte fue llevada al cine con extraordinaria fidelidad en 1978–, nació el 16 de octubre de 1927 en Gdansk (ahora Polonia). A los once años formó parte de la llamada “juventud hitleriana” antes de ser enviado al frente, y posteriormente llevó una vida bohemia, concentrado en la escultura y la poesía. Él mismo reveló en su libro autobiográfico Pelando la cebolla (2006) su seducción por el nazismo al alistarse a los 17 años en las SS, las Fuerzas Especiales del régimen nazi. Hacia el final de su vida, en 2012, provocó una gran polémica por la publicación de su poema “Lo que hay que decir” (Was gesagt werden muss), donde acusaba a Israel de amenazar la paz mundial con su potencial atómico, por lo cual el gobierno de ese país lo acusó de antisemita, recordando su filiación nazi y declarándolo persona non grata. Como respuesta a las críticas que recibió por su poema ese mismo año, señaló: “Me he dado cuenta de que en un país democrático en el que impera la libertad de prensa, domina una cierta opinión de defender la misma línea política y la negativa a abordar el contenido de las cuestiones que aquí planteo.” En 2013, el escritor apoyó un manifiesto que 560 autores de 81 países publicaron en diciembre para condenar los programas masivos de espionaje revelados por Edward Snowden, el exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad estadunidense (NSA). Entre los reconocimientos de Grass destacan también el Premio Principie de Asturias (1999), así como el Georg Büchner, el más importante en lengua alemana. También obtuvo el doctorado honoris causa por las universidades de Kenyon College (Ohio, EU, 1965), Harvard (EU, 1976), Mickiewickz (Polonia, 1990), Danzig (Polonia, 1993) y Lübek (2003). Además de El tambor de hojalata, varios libros suyos tuvieron reconocimiento mundial, como El gato y el ratón y Años de perro, editados en México por Joaquín Mortiz. Fue autor de diversos textos políticos, como Alemania, una unificación insensata (1989), Discurso de la pérdida (1993), o Sin voz (2000), en defensa de las etnias gitanas europeas roma y sinti. Entre sus poemarios destacan Interrogado (1967), Recopilación de poemas (1971), el libro de sonetos Tierra de noviembre (1993), Antología poética (1994)
El año pasado declaró que en la última etapa de su vida no le tenía miedo a la muerte, pero sí al dolor y a la posibilidad de sufrir demencia y convertirse en una carga para su familia. El escritor alemán Gunther Grass.
y Hallazgos para no lectores (1997). Durante la única que visita que hizo a México para asistir al Festival Internacional de Poesía en la ciudad de Morelia, Michoacán, organizado en 1981 por el poeta Homero Aridjis, Grass leyó el poema “Macho”. También incursionó en la dramaturgia con piezas como Inundación (1956), Tío, tío (1958), Los malos cocineros (1961), Los plebeyos ensayan la rebelión (1965) y Antes (1968).
El año pasado declaró que en la última etapa de su vida no le tenía miedo a la muerte, pero sí al dolor y a la posibilidad de sufrir demencia y convertirse en una carga para su familia. La publicación alemana de corte independiente Der Spiegel publicó en 1959, a propósito de El tambor de hojalata: “Sin las intervenciones incesantes de Grass en el debate público, Alemania sería otra Alemania.”
Lo que hay que decir” (Was gesagt werden muss
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CREACIÓN
Lo que hay que decir Günter Grass Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
¿Por qué he callado hasta ahora?
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
Porque creía que mi origen,
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
marcado por un estigma imborrable,
solo acabamos como notas a pie de página.
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente, al país de Israel, al que estoy unido
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
y quiero seguir estándolo.
el que podría exterminar al pueblo iraní, subyugado y conducido al júbilo organizado
¿Por qué solo ahora lo digo,
por un fanfarrón,
envejecido y con mi última tinta:
porque en su jurisdicción se sospecha
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
la fabricación de una bomba atómica.
una paz mundial ya de por sí quebradiza? Porque hay que decir
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
a ese otro país en el que
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
podríamos ser cómplices de un crimen
se dispone de un creciente potencial nuclear,
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
fuera de control, ya que
no podría extinguirse
es inaccesible a toda inspección?
con ninguna de las excusas habituales.
El silencio general sobre ese hecho,
Lo admito: no sigo callando
al que se ha sometido mi propio silencio,
porque estoy harto
lo siento como gravosa mentira
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
y coacción que amenaza castigar
que muchos se liberen del silencio, exijan
en cuanto no se respeta;
al causante de ese peligro visible que renuncie
“antisemitismo” se llama la condena.
al uso de la fuerza e insistan también en que los gobiernos de ambos países permitan
Ahora, sin embargo, porque mi país,
el control permanente y sin trabas
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por una instancia internacional
por crímenes muy propios
del potencial nuclear israelí
sin parangón alguno,
y de las instalaciones nucleares iraníes.
de nuevo y de forma rutinaria, aunque enseguida calificada de reparación,
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
es dirigir ojivas aniquiladoras
ocupada por la demencia
hacia donde no se ha probado
viven enemistados codo con codo,
la existencia de una sola bomba,
odiándose mutuamente,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
y en definitiva también ayudarnos.
digo lo que hay que decir. Traducción de Miguel Sáenz. El texto original en alemán se publicóy en el diario Süddeutsche Zeitung.
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El siglo de Günter Grass ARTÍCULO ::PORJOSÉEMILIOPACHECO La célebre columna “Inventario” publicada en Proceso el 13 de diciembre de 1999 fue dedicada por el escritor José Emilio Pacheco –fallecido hace más de un año– al narrador alemán Günther Grass, quien ese año obtuvo el Nobel de Literatura. Con motivo de la muerte del autor de El tambor de hojalata, se reproduce ese texto. De la redacción de Apro.
F
ernando Savater ha hecho las cuentas claras: si usted tiene 2000 pesos en monedas y paga 1999 a otra persona le queda un peso. El siglo XXI no comienza en el año cero sino en 2001. El principio de éste que aún vivimos fue celebrado en 1901 y no en 1900. Sin embargo, no hay nada qué hacer ante la seducción y el peso de los tres ceros rotundos. Aceptemos aunque sea a regañadientes que el siglo XX se acabó y, en palabras de Víctor Hugo acerca del suyo, “se hunde en la sombra eterna como los anteriores”. Lo que empezó con las guerras de los boxers (en China) y de los boers (en Sudáfrica) termina con la destrucción de Chechenia y la gran protesta en Seattle contra la globalización depredadora. El nuestro fue, a semejanza de sus antecesores, un siglo de guerra con algunos intermedios de paz. Como dice al final de Mi siglo la madre centenaria y resucitada, “me alegro del año 2000. Ya veremos qué pasa... Con tal de que no vuelva a haber guerra...”.
El silencio y el ruido La literatura, por su parte, sobrevivió a todos los agoreros y aterradores que durante estos cien años anunciaron su fin. El viernes Günter Grass recibió el Premio Nobel y el martes anterior leyó ante la Academia Sueca su discurso silenciado por la prensa alemana. (Se puede consultar, traducido por Miguel Sáenz, en www.elpaís.es) A cuarenta años de El tambor de hojalata Grass corona su trabajo narrativo con Mi siglo (Alfaguara, traducción de Sáenz y Grita Löbsack). El autor de novelas inmensas como El rodaballo, La ratesa, Malos presagios, Es cuento largo opta, para la reinvención imaginativa del siglo XX, por la flexibilidad del género cuento. En él cabe todo: la viñeta, el monólogo, la polifonía, los diálogos, las cartas. De Mi siglo están excluidos como hablantes los llamados “grandes”. Los verdaderos protagonistas de la historia son quienes la sufren inescapablemente. Aquí “historia” podría ser definida como todo aquello que moldeará y destruirá las vidas privadas sin que nuestra voluntad tenga casi parte en ello.
Barcos, discos, zeppelines Para empezar por “1900” Grass escoge la rebelión de los tatchuei, “los que luchan con las manos”, es decir los boxers, los boxeadores. Harto de la explotación colonial y del opio que impone Inglaterra, un grupo se rebela en China y se adueña de Pekín. El káiser ve encarnado el “peligro amarillo” que denunció y se une a las otras grandes potencias para sofocar el alzamiento. La orden: no se deje a ningún prisionero. El novecientos es también la época en que los deportes se convierten en espectáculo. Se impone el futbol como sustituto y preparación para la guerra. Será el campo de batalla de los nacionalismos, los himnos y las banderas, ficción tanto más absurda cuanto que muchos de los jugadores en todos los equipos no nacieron en los países que se suponen representan y defienden.
Gunther Grass.
Los trasatlánticos, los dirigibles o zeppelines (por el nombre de su inventor) y los trenes elevados encarnaron el progreso y fueron devorados por él. El planeta se llenó de canotiers, sombreros de paja. En 1914 fueron cambiados en Alemania por el casco puntiagudo prusiano. A su vez lo sustituyó en 1916 el casco alemán que ahora llevan casi todos los ejércitos del mundo. Conan Doyle se anticipó a denunciar la amenaza que significaba para la hegemonía británica el desarrollo de los submarinos alemanes. Gracias a su relato de 1906, el imperio pudo prepararse para no sucumbir bajo esa nueva arma en la próxima guerra. Todo se movía entonces gracias a la hulla, el carbón mineral que no tardó en ser reemplazado por el petróleo. Aquellas minas fueron uno de los principales escenarios de las huelgas por las jornadas de ocho horas y la seguridad social que se desmanteló en la última década. Los discos de goma-laca y el gramófono cambiaron todo. Pronto las casas alemanas de prensado tuvieron sucursales en Barcelona y Calcuta. Empezó la universalización y la omnipresencia de la música. Mientras las fábricas Krupp producían sus grandes cañones, Karl Liebknecht predicaba contra el militarismo: “Quien tiene la juventud tiene el ejército”. En los velódromos aparecieron estimulantes como la estrictina y la cafeína para aumentar la resistencia de los ciclistas. Ya en 1911 Alemania disponía de acorazados más rápidos y más ágiles que los ingleses y con mayor potencia de fuego.”
El triunfo de la muerte Los cuatro años de Mi siglo que se refieren a la primera Guerra Mundial Grass los resume en un diálogo imposible: Ernst Jünger y Erich María Remarque se reúnen a hablar en los sesenta de lo ocurrido medio siglo atrás. Sin novedad en el frente fue la novela del horror en las trincheras, el asesinato por orden, el embrutecimiento que no cancela el miedo a la muerte; el libro del pacificismo y la esperanza de que nunca más volvería a
haber matanzas semejantes. Contra Remarque se levantó Jünger. En tormentas de acero fue el canto de “la alegría objetiva por el peligro, el impulso caballeresco de arrostrar el combate”, toda la retórica en fin con que Hitler movilizó de nuevo a la juventud alemana. La clave de esta conversación, que jamás tuvo lugar y es el privilegio imaginativo del novelista, radica en el empleo de la ciencia y la tecnología para multiplicar los poderes de la muerte. El mismo inventor de los fertilizantes que han permitido alimentar a la creciente humanidad puso los gases al servicio de la destrucción. El gas de cloruro corroe y quema los pulmones que son vomitados a pedazos. Le respondió el gas mostaza contra el que fueron inútiles las máscaras. Los ingleses encontraron un depósito de este gas y lo utilizaron contra los alemanes. Unas de sus víctimas fue “el cabo más importante de todos los tiempos”. En el hospital Adolf Hitler decidió ser político. Sin los gases de las trincheras, aún más aterradores que los lanzallamas y las minas antipersonales, no hubieran existido el Zylon B de las cámaras de exterminio ni el napalm ni el agente naranja.
Larga noche de este siglo Siguieron la epidemia de gripe de 1918 que exterminó a tantas personas como la guerra, el brutal castigo a Alemania, la inflación en que un dólar llegó a costar 20 mil millones de marcos, el desempleo, el ejemplo de Mussolini, el movimiento popular con fondos del gran capital. A juicio de Ignacio Silone, el fascismo es la contrarrevolución contra una revolución que no ocurrió nunca. Entre el cine, los bailes norteamericanos, la radio de galena, el desempleo, el sistema Ford de echar a los obreros y contratar por poco tiempo mano de obra no calificada, el modelo de la cadena de montaje que fue el principio operativo tomado de los mataderos de Chicago y empleado en las fábricas de muerte en Auschwitz, Hitler llegó al poder. Hubo trabajo en las grandes autopistas.
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Hubo rearme que los aliados permitieron con la certeza de que Alemania era un valladar contra Stalin y la Unión Soviética. Hubo el sueño de un reich, un reino, un imperio, que duraría mil años e iba a ser impuesto al mundo entero. Hubo los grandes triunfos iniciales y después las retiradas (en el vocabulario de los informes oficiales, “rectificaciones de frentes”). Y hubo “la noche de los cristales rotos”, la persecución, los campos que primero concentraron y luego asesinaron en masa. Las ciudades alemanas fueron reducidas a escombros por los bombardeos. El sueño hitleriano terminó en las ruinas de Berlín, el suicidio en el búnker y luego la partición de Alemania.
Auschwitz y después En vez del diálogo entre Remarque y Jünger, Grass habla de la Segunda Guerra Mundial en forma oblicua a través de la reunión en 1962 de antiguos corresponsales de guerra. Si Hitler hubiera destruido al ejército británico en Dunkerke, si la invasión a la URSS hubiera comenzado unas semanas antes, si hubiera estado lista la bomba atómica nazi... Las conversaciones prueban una sola cosa: En la historia no hay “sí hubiera”. Lo que pasó ha pasado y ya nada puede modificarlo.
Los cuatro años de Mi sigloque se refieren a la primera Guerra Mundial Grass los resume en un diálogo imposible A partir de “1937”, cuando tenía diez años, Grass introduce entre sus narraciones algunas viñetas autobiográficas. Subraya así que no habla del mundo ni del siglo, tarea imposible, sino de su Alemania y de su propia vida. No hay concesión alguna para nosotros los no enterados. Así, “1956” es otro encuentro ficticio ante la tumba de Kleist entre dos poetas que pronto van a morir y representan a las dos Alemanias. En ningún momento se dice que uno es Bertolt Brecht y el otro Gottfried Benn. En cambio se identifica a los protagonistas de la entrevista entre Paul Celan, el gran poeta del Holocausto, y Martín Heidegger, el gran filósofo que nunca supo deslindarse del nazismo.
La palabra violenta Por su empleo magistral de la alusión y la elipsis el novelista logra comunicar la experiencia de lo que fue vivir en Alemania y desde Alemania los 54 años transcurridos a partir de Hiroshima y Nagasaki. Los escombros, el hambre, el frío, la fundación de la otra Alemania, el triunfo de los países derrotados en 1945 que se convierten en grandes potencias industriales y tecnológicas, la rebelión de las piedras contra los tanques cuando nadie piensa que un día vencerán los que arrojaban las piedras, el Volkswagen, los productos Adidas, la jaula de Eichmann en Jerusalén... Y en el vértigo de los hechos y las historias, Vietnam, la protesta contra la guerra, el 68, la invasión de Checoslovaquia, el placer de usar la palabra violenta y los peligros de tener la razón o creer que se tiene la razón. Es 1969. Hay una guardería para hijos de obreras controlada por la izquierda antiautoritaria. Una niñita ve por televisión la llegada a la luna y hace un dibujo infantil con la bandera de las barras y estrellas. Los antiautoritarios exigen que sea borrada y la reemplace por una bandera roja. El canciller Brandt se arrodilla en el sitio en que estuvo el gueto de Varsovia, arrasado por los nazis. Una muchacha no puede liberarse de la liberación y de la inocente marihuana pasa a la heroína y de la heroína a la muerte. Los miembros de la Baaden-Meinhoff intentan derrocar al capi-
El mano a mano entre Grass y Rulfo CRÓNICA :: JESÚS ALDABI OLVERA
E
l fallecido Nobel de Literatura alemán, Günter Grass, tenía un especial aprecio y admiración por Juan Rulfo y su obra. En diversos libros y artículos de prensa existen anécdotas sobre comentarios elogiosos que el autor de El tambor de hojalata hiciera del escritor más traducido de México. Entre todas las anécdotas, destaca el “mano a mano” que Rulfo y Grass, tuvieron en 1982, a propósito del Festival Horizonte, celebrado en Berlín, y dedicado a América Latina. Una crónica que aparece en el libro Juan Rulfo: otras miradas, editado por la Fundación Juan Rulfo, da cuenta de la lectura conjunta “memorable por su intensidad” que los dos novelistas hicieron de manera alternada en alemán y castellano de los cuentos “Luvina”, “Diles que no me maten” y “No oyes ladrar los perros” y tres cuentos de El llano en llamas. Ante un público que abarrotó la Biblioteca del Estado, Rulfo, quien contaba con 54 años, leyó de manera seca y con facetas de humor. Grass, nueve años menor, leyó con “dicción emocionada” y con más “resonancia trágica”. El punto cúspide de la sesión, de acuerdo con la crónica, fue la lectura del escritor alemán de “No oyes ladrar los perros”, que cortó el aliento a los asistentes. El texto que aparece en Juan Rulfo: otras miradas, resalta que Grass haya abandonado “todo afán de notoriedad” y “preste su voz para difundir ante el público alemán el mensaje inusual, dolorido y brutal de un maestro latinoamericano en el arte de narrar”. La nota Rulfo desde Alemania, publicada por El Financiero en 2008, destaca una anécdota de Elena Poniatowska en la que el autor de Pedro Páramo pidió prestadas las antiparras de Grass para leer su discurso. Hecho aplaudido por los asistentes y destacado por la prensa. En un perfil de Grass, escrito por Osvaldo Bayer en 1999, titulado Perfil de un intelectual insobornable, alejado de la demagogia: Un celoso conservador de lo humano, se narra
talismo alemán mediante la guerrilla urbana y son asesinados en la cárcel. Otros aman por sobre todas las cosas a los automóviles, grandes protagonistas de este siglo. Los gases del escape originan la muerte de los bosques. El terror de la Guerra Fría, la destrucción nuclear, no sucede, pero las emanaciones de Chernóbyl contaminan y envenenan los campos.
Metamorfosis del horror El muro cae en 1989. El “socialismo real” se desploma. Y no sigue la libertad de la opresión policiaca, el miedo a los gulags, el torpe y a la postre ineficaz espionaje de la Stasi, la policía secreta, sino el horror económico, la entrada en la fortaleza europea de las víctimas del colonialismo, los ataques a los inmigrantes, los cabezas rapadas, la miseria más grave que nunca y la riqueza infinita de unos cuantos que se llevan al mundo entre las patas de sus ganancias y preparan quién sabe cuántas nuevas catástrofes. El terror se abre
cómo en esa ocasión Grass dijo a Rulfo: “Por usted aprendería español, para poder leerlo en su original”. “Bueno, y por qué no aprende mexicano, ya que está”, insinuó Rulfo. Grass y Rulfo se conocieron con anterioridad precisamente en México. Guillermo Sheridan escribió para Letras Libres en 2012 un texto titulado Juan Rulfo en el café. Ahí comenta de un encuentro en la librería El Ágora, que estaba en la avenida Insurgentes, en el cual el alemán se precipitó sobre Rulfo para lanzar frases, traducidas por la agregada cultural Eva María Schneider como “usted es mi maestro, Herr Rulfo, y vine a México para conocerlo”. Sheridan comenta que Rulfo examinaba fijamente los bigotes de Grass y respondía: “Sankiu, sankiu...” El Premio Nobel alemán fue también amigo del poeta Homero Aridjis, quien reveló en una entrevista de este 14 de abril con El Espectador que Grass visitó en 1981 México a propósito del Festival Internacional de Poesía de Morelia, junto con otros escritores como el Nobel sueco Thomas Tranströmer. “Le entró pasión por un pescado endémico, el blanco de Pátzcuaro, que comía tres veces al día; desayuno, comida y cena con apetito pantragruélico”, dijo Aridjis sobre Grass.
paso de nuevo y ahora está en todas partes. Los Balcanes y Chechenia muestran que no todas las guerras por venir serán fuegos artificiales de CNN para consumo y diversión en la sala o el dormitorio. Así como existen los medios para acabar con la miseria, hay también la forma de crear otra humanidad inhumana de clonados. Pero frente a Dolly y su descendencia, en los caminos devastados por la lluvia ácida y el efecto de invernadero, Grass ve que todavía se ven rebaños de corderos reales conducidos por una oveja real. Mi siglo demuestra en los hechos narrativos las palabras del discurso de Grass en Estocolmo: “En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. E incluso aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habrá narradores que nos hablarán al oído, devanando otra vez las viejas historias: en voz alta o baja, jadeante o demorada, a veces próxima a la risa y a veces próxima al llanto”.
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Larga vida a Janis Joplin RESEÑA ::ELafuerzavital,intensidad,almaydesnudezemocionaldelaemblemáticacantanteestadounidenseregresan,estavezalcine.Un‘biopic’,quetienecomo fechadepresentación2016,repasalavidamelancólicaytransgresoradeunamujerclaveenlahistoriadelblues.PORCARMENORDÓÑEZ
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anis el icono. La niña nacida en la América profunda. La naturaleza desbordante. La feminista. La mujer inteligente, lectora empedernida y cantante de talento indiscutible. La persona que, como sucedió a tantas en los años sesenta, cayó en la heroína y el alcohol. Una vida intensa zanjada a los 27 años. Un enorme pedazo de historia de la cultura estadounidense. Todo eso fue la eterna Janis Joplin, a la que el realizador canadiense Jean-Marc Vallée va a llevar al cine, en un biopic protagonizado por Amy Adams. ¿El título de la película? Get it while you can, en referencia al corte final de Pearl, el último disco grabado por Janis, que se publicó a título póstumo. El proyecto, que se lleva gestando desde 2010 y tiene fecha de presentación en 2016, se perfila como un reto, no sólo por la amplia gama de matices que presenta el personaje, sino por la ingente cantidad de material que los guionistas, Ron y Teresa Terry, deberán manejar para llegar a buen puerto. Y es que hoy se pueden rescatar cerca de 22 biografías escritas en inglés y 16 en otros idiomas. La abundancia nos da una idea de la cantidad de personas cercanas a la artista –críticos musicales, colegas de banda y de carretera, amantes, amigos, su hermana y hasta un forense– que han seguido exprimiendo el mito para hacer negocio. La sensación es la de una violación de la que todos somos cómplices. En cuanto al material fílmico, sólo se ha rodado una película de ficción, La rosa, donde Bette Midler hizo una interpretación magistral. Afortunadamente también existen numerosos documentales que nos muestran, a través de entrevistas, grabaciones en estudio y actuaciones en directo, un perfil bastante aproximado de la cantante y del icono que ella misma creó. De todos ellos, y aunque la mayoría se sirvan de las mismas escenas, el más completo es Janis, the way she were, dirigido por Howard Alk en 1974. Es remarcable que, de todas las secuencias que hoy podemos disfrutar, no se puede extraer la imagen de una víctima o un alma atormentada. Al contrario, es difícil encontrar una Janis llorosa o desvaída; lo que predomina es la fuerza vital, la intensidad y, eso sí, una desnudez emocional casi obscena (decía Mick Jagger que “no hay mucha diferencia entre hacer strip tease y ser músico de rock and roll”). Incluso cuando Janis exhibe su natural temperamento melancólico, lo hace siempre con una sonrisa y a veces con una carcajada más transgresora que sarcástica.
América profunda Para entender el fenómeno Janis es necesario situarse en los años cincuenta y en la América profunda; en el Estado de Texas, concretamente en Port Arthur –uno de los vértices del triángulo del oro–, en la frontera con Luisiana, donde el petróleo sustentaba el american way of life, el estilo de vida americano, y donde la segregación era incontrovertible. Ahí nació y creció Janis, que habría sido una adorable maestra de escuela de no ser porque, al llegar la adolescencia y experimentar los cambios inherentes a ella, empezó a ser víctima de lo que hoy conocemos como acoso escolar: eso que nos cuentan en los telefilmes estadounidenses, donde una chica no es nadie si no forma parte del club de animadoras. En estos casos, una tiene dos opciones: pasar
Janis Joplin durante uno de sus conciertos.
desapercibida o plantarle cara al asunto. El problema es que hay personas, como Janis, que no pueden ocultarse. Es su naturaleza. Son esa clase de gente que de manera accidental se encuentran en el ojo del huracán de cualquier incidente sin haberlo provocado, pero que, una vez ahí, son capaces de asumir los riesgos y llegar hasta el límite de sus consecuencias, que ella misma definía como “los límites extremos de la probabilidad”.
Feminismo vital Así que Janis se acostumbró a circular por su ciudad siendo señalada por todo el mundo, en lo que supuso un entrenamiento para lo que vendría después. Su negativa a mostrar la imagen que de ella reclamaba su entorno y su desaliño no exento de cierta elegancia venían refrendados por la convicción de que la vestimenta, al fin y al cabo, solo es útil para cubrirse, y basta. Con ello, prefiguraba la demolición de la feminidad asociada a las chicas de peluquería y maquillaje, algo de lo que haría bandera después el movimiento feminista. Janis, que exhibía un feminismo más vital que ideológico, ya iba sin sujetador antes que otras lo quemaran en público, pero tanto ella y sus cofrades como sus predecesores ideológicos, los beatniks, sentían una profunda aversión por los movimientos. De hecho, no fueron conscientes de su propia influencia hasta que, en el verano de 1967, las calles de San Francisco se llenaron de jóvenes que querían vivir como ellos. Y no es que el ambiente de Haight-Ashbury fuera proclive al feminismo; de hecho, era bastante sexista. Incluso entre los miembros más progresistas de la comunidad, las tareas como coser, fregar o cuidar de la casa y de los niños eran cosa de mujeres. La propia Janis, que siempre se sintió incapaz de manejar su propia vida doméstica, pedía ayuda a las amigas para ello en los periodos en que vivía sola. Desde la aparición de la píldora anticonceptiva y hasta el despegue del feminismo, las mujeres
estaban sexualmente disponibles, pero aún no habían adquirido peso político como feministas. Así, en lugar de erradicar la desigualdad sexual, el amor libre sirvió solo para darle una falsa pátina contracultural.
Soledad y adicciones Es cierto que algunas mujeres han alimentado con fervor el mito de la fragilidad de Janis; a la mayoría de los hombres, las chicas como ella sencillamente les dan miedo. Y una sensación semejante –peligrosa, arriesgada, aterradora– es la que recuerdan de ella otras mujeres del rock cuando la veían actuar. Y puestos a llegar a lugares comunes, viene siendo ya hora de desmontar la idea de que Janis era lesbiana. Simplemente disfrutaba de una sexualidad intensa que no necesitaba definir, sino ejercer con unos y otras. En cuanto a sus relaciones con los hombres, ella expresaba en público y sin pudor que son “la zanahoria que le ponen al burro para que ande”. Su vida sentimental era tan desastrosa como cabía esperar de una mujer de su tiempo y con sus convicciones. Si las vidas familiar y profesional son difícilmente conciliables para las mujeres aún hoy, la posibilidad de que un hombre compartiera vida y carretera con una estrella del rock era entonces bastante remota. Por eso probablemente no es de extrañar que Janis se planteara en alguna ocasión volver al redil de Port Arthur y dejar de ser ella misma. En su ansiedad, Janis estaba tan enganchada al escenario como a cualquier otra de las drogas comunes; necesitaba la conexión con el público constantemente, como si tuviera en su alma un pozo, un enorme agujero, difícil de colmar: “En el escenario hago el amor con 25 mil personas, y después me voy a la cama sola”, decía. Parecer ser esta la raíz de muchas adicciones. Janis empezó a abusar de la heroína para compensar la bajada después del concierto. Cuando quiso dejarlo, tuvo que equilibrar esa desintoxi-
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cación con la bebida: sólo entonces se dio cuenta de que era alcohólica.
La voz y el estilo Janis era una mujer inteligente, lectora voraz, y con un talento indiscutible. Tal vez el talento se hace patente cuando el que lo posee se da cuenta de que no sabe o no puede hacer otra cosa; y ella lo supo al instante. Si bien en sus inicios se sentía cómoda en el folk, enseguida empezó a imitar la voz de algunas vocalistas de blues, como Odetta, incorporando sus registros vocales. En cualquier caso, siempre siguió siendo fiel a las raíces de la música popular de su tierra: sus mayores éxitos fueron versiones de clásicos americanos (“Summertime”, de Gershwin; “Ball & chain”, de Big Mama Thornton; “Piece of my heart”, de Erma Franklin) cocinados con la misma receta, desmenuzando los temas para recomponerlos haciéndolos propios. Su voz camaleónica era paradigma de su propia personalidad. No sólo utilizaba dos registros perfectamente identificables, sino que, en vivo, los acompañaba con la interpretación de la chica buena / chica mala que ambos sugerían. En los directos puede observarse cómo se sirve a veces de un monólogo que lanza al público para cambiar de uno a otro. Esto, además de una estrategia muy astuta, era fruto de sus propias contradicciones vitales. En directo, no se encuentran dos interpretaciones iguales; en el estudio, la más reciente entrega discográfica, del año 2012 y que recoge las sesiones de grabación de Pearl, nos revela en cada toma una versión distinta del mismo tema. La carrera musical de Janis estuvo sometida a altibajos, siendo su primer periodo, con la Big Brother & The Holding Co., el más auténtico, y el último, con la Full Tilt Boggie, el más comercial. En plena cresta de la ola, Janis quiso darse una fiesta privada, pero la heroína que le pasaron era demasiado pura. No fue una sobredosis: ese mismo fin de semana hubo al menos seis víctimas del mismo producto que ella se inyectó. Y con este accidente, Janis pasó a engrosar la lista de cadáveres exquisitos con apenas 27 años. Janis tendría hoy más de 70. En clave de ficción, de haber seguido respirando el aire contaminado de Port Arthur, quizá ya habría muerto de cáncer. Pero de seguir viva, quizá la encontraríamos en la lista Falciani. ¡Cosas más raras se han visto! Por eso, a pesar de lo que nos hemos perdido de su voz y su talento, me quedo con el cadáver exquisito.
Janis Joplin
Guarapeta A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS Y no me gusta el vino ni la cerveza ¡pero me he puesto cada guarapeta que cállese la boca! Frase de la novela Los Hijos de Sánchez, de Oscar Lewis
E
n Taretan, cerca de la población de Uruapan, se encuentra un ingenio azucarero. El lugar es boca de tierra caliente. De esos ámbitos donde la pasión se siente y en ocasiones arrebata, donde abunda el agua, la vegetación es exuberante y la plaza un remanso de frescura; antesala de una serie de casonas de adobes y teja que guardan tradiciones añejas y regocijantes. En uno de esos recintos probé el significado de una de esas palabras que a veces uno usa sin remojar en conciencia. Al fondo de la finca, bajo un tejaban, residía un aparato de engranes, tornos y maderos oblongos apelado trapiche. Unos mozos lo hacían girar cual carrusel de donde brotaba un líquido extraído de tenaces varejones. Lo que se derramaba en una cubeta era el jugo de la caña. —Fresco, ¿verdad, muchacho?, pero verás ora que te traigamos el que apartamos hace tres días. Nomás que has de guardar cordura, no vayas agarrar la guarapeta— me dijo amablemente el viejo anfitrión de la tertulia a la que nos había convidado un bardo y campechano periodista. “¿Guarapeta?, ¡claro!”, así decíamos en el Distrito Federal cuando algún bato se ponía muy loco con alcohol. Y mira donde vine a descubrir donde se exprimían tales palabrejas: en Taretan, en un trapiche, de donde vertía el jugo que se fermentaría para convertirse en el guarapo con el que los primos, acá, se ponen las guarapetas. Es como embriagarse, ahumarse, ponerse pedo, achisparse, mamarse, tajarse, empinar penca, intoxicarse, coger curda, agarrar cogorza, colgarse de la botella, emborracharse, agarrar el cuete, soplarse, ajumarse, pillarse, alumbrarse, alcoholizarse, entromparse o… chingarse.
La advertencia fue única, acomedida y expedita, el anciano agregó que encontraría la bebida muy fresca, dulce, suavecita y excitante. —No se fie, joven, ni de mis sobrinas ni de esta embaucadora —insistió echándole una mirada recriminatoria a la joven pelirroja de contundentes pechos que ya me perfilaba gestos maliciosos mientras se echaba un trago largo y desvergonzado. Pero nadie experimenta en cabeza ajena. Cuando menos lo pensé ya me había encaramado cinco vasos del menjurje. —¡Éjele! —Andaba muy animoso, bailando sonecitos abajeños y norteñas pegaditas con la morra calentana. Apenas recuerdo que mis labios probaron el guarapo de sus labios antes de oír la última carcajada de la noche. Al otro día, cuando el sol comenzó a chamuscar despojos de mi dignidad, no supe qué me dolía más: la cabeza, los reclamos de don Gregorio o el corazón. Olga, la muy bermeja, desde el portal de la cocina seguía deshaciéndose de risa, cómplice de sus primas.
LANOTA,LARECETAOELREMEDIO
Los primeros lugares de consumo mundial, notas, literatura, tratados, encuestas y estudios sobre el alcoholismo en México proceden en historia. La Biblioteca Hispanoamericana Septentrional, de José Beristáin de Souza, incluye un listado de bebidas cuyo consumo excesivo, durante el Virreinato, ameritaba juicio privativo. He aquí nombres de las delicias de la época (el texto original incluye los ingredientes de cada una): pulque, aguardiente, vinqui, charape, excomunión, coyote, mezcal, mantequilla, bingarrate, mezcaloca, charangua, chilocle, chamuco, chapalotle, guarapo, nochocle, obo, tepache, ostoche, cuachan, quebranta huesos, tejuino, yagardica, iliztli, chinguirito, resoli, tecolio, sendecho, timbirichi, zambudia, tecuin y guarape; sólo por citar algunas.
8|LETRAS~CAMBIODEMICHOACAN
SÁBADO30DEMAYODE2015
De crímenes y años violentos RESEÑAS ::Cineytelevisión.PORFAUSTOPONCE Crímenes ocultos: cuando el paraíso nos decepciona Dirigida por Lisandro Alonso, Jauja (Argentina, Dinamarca-Francia-México-EU-Alemania-BrasilHolanda, 2014) es una película soporífera, en donde lo único que vale la pena es la fotografía que retrata hermosos paisajes situados en la Patagonia. La película cuenta la historia de un ingeniero danés llamado Dinesen (Viggo Mortensen) que ha sido reclutado por el gobierno argentino para ayudar a su milicia durante la guerra con los indígenas de la región —una zona complicada que todo lo devora— en el siglo XIX. La situación del protagonista da un giro inesperado, no a causa de la guerra sino de la decisión de su hija adolescente Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger), quien se escapa con un soldado raso. Denisen emprende una búsqueda frenética, en una zona más allá de la civilización, que parece ser un lugar mítico, pero al mismo tiempo de perdición. Al parecer, Alonso es fanático de los silencios y los tiempos muertos, que en ciertos momentos deberían llevarnos… ¿a la reflexión? Claro, si en la película pasara algo relevante, seguramente los espacios en blanco de su cinta serían sumamente enriquecedores. Pero la realidad es que en 80% de la cinta no pasa nada. Se entiende la desesperación del padre ante la pérdida de su hija en un paraje que parece devorarlo todo, pero tanta pausa, tanto silencio… nos hace perder interés en los personajes. La cinta dura una hora 50… bueno, pues durante los primeros 40 uno quiere sacarse los ojos. La hermosa fotografía no es suficiente para mantener nuestra atención, como tampoco lo son las actuaciones de los histriones, que van careciendo cada vez más de fuerza conforme pasa el tiempo y sus diálogos se pierden en la inmensidad de la nada. Jauja, que por cierto representa un paraíso en donde los hombres pueden vivir sin trabajar, es una cinta que disfraza el aburrimiento con pretensión e ínfulas de genialidad. Jauja es sólo un enorme vacío.
Escena de Jauja, con Viggo Mortensen y Viilbjørk Malling Agger.
“El año más violento”: entre la pasión, los sueños y el crimen organizado Dirigida por J. C. Chandor, El año más violento (A most violent year, EU-2015) es un filme estrujante, donde un hombre honrado lucha por mantener a flote su negocio en Nueva York, gobernada por el crimen. Abel Morales (Oscar Isaac), inmigrante puertorriqueño que posee una empresa dedicada a vender combustible para calefacción, comienza en 1981 a padecer las consecuencias de la delincuencia organizada cuando sus camiones comienzan a ser asaltados. Al parecer su enemigo es muy fuerte, pues la policía está atada de manos. Pero no sólo eso: resulta que la justicia ha puesto los ojos en la propiedad de Abel, y no precisamente para atrapar a los malos, sino porque ya desde el pasado la empresa presenta algunos problemas contables relacionados con evasión fiscal debida a su suegro. Además, resulta que el sindicato al que pertenecen los conductores de los vehículos presiona para que éstos vayan armados, lo cual podría ser mortal para la empresa. Todo se complica cuando efectivamente uno
Cartel promocional de El año más violento, de J. C. Chandor.
de ellos, Julian (Elyes Gabel), usa un arma para evitar ser robado, hecho que se asienta en el reporte policial… Hasta cierto punto, la cinta provoca indignación porque es capaz de reflejar la tremenda injusticia que el empresario está viviendo: el sistema parece estar en su contra, no obstante la voluntad, perseverancia y astucia de Abel para mantenerse a flote. Y más debido a que su mujer Ana (Jessica Chastain) entorpece sus acciones con algunas mañas que podrían meterlos en problemas con la ley. La situación de Abel recuerda la inseguridad y
corrupción que se padece en varias ciudades de nuestro país, toda proporción guardada, por supuesto. Lo negativo: conforme pasa el tiempo, la película se va volviendo un poco lenta, los hechos disminuyen en favor del diálogo, y por momentos se torna más pesada. En el balance final, El año más violento es una cinta profunda e intensa, capaz de mover nuestras emociones y hacernos reflexionar sobre la integridad y la pasión que lleva al ser humano al cumplimiento de sus deseos, pero también de arrastrarlo a la ruina.