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Los medios, los símbolos
LOS MEDIOS, LOS SÍMBOLOS Y LOS RITOS:
BREVE GUÍA PARA DOMINAR LA AGENDA POLÍTICA
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Por Rodrigo Reyes Martínez | @RoyCarabas
“El trono irradia dignidad, pero solo con el contraste con la sumisión que lo rodea; es la sumisión de los súbditos lo que crea su superioridad y le da sentido; sin ella el trono no es más que un decorado, un incómodo sillón de terciopelo raído y torcidos muelles” R. Kapuściński.
La política es un entramado complejo de acciones y discursos que impactan de manera directa o indirecta en la audiencia, misma que cada día rechaza la forma racional de ejercer el poder, clamando por algo mucho más entretenido, espectacular, dramático, litúrgico y en momentos frívolo, pues su vida es demasiado compleja y caótica, demandando así aún somnífero y no un proceso emancipador.
El político experimentado, sensible y sabedor de la oportunidad que representa lo anterior utiliza de forma instrumental y perfectamente dirigido el espectáculo político como estrategia de comunicación, persuasión, legitimación y desde luego de dominación. Esto gracias al uso de la comunicación integral, en donde la forma escrita, oral, auditiva y visual -lo que algunos llamarían la comunicación sensorial- le sirve para seducir a las audiencias, orientar fobias y filias, y construir así una base de reconocimiento y apoyo.
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En un mundo mediatizado, en un régimen óptico, en el imperio de lo visual, donde el ojo es 25 veces más rápido que el oído y de manera sutil los dispositivos del poder nos “orientan” sobre qué mirar, dónde fincar nuestra atención y en que priorizar; en un espacio en el cual las apariencias comunican más de lo que se podría imaginar, en el que la información se consume de manera desmedida (infoxicación) y en donde lo verosímil suplanta a la verdad, lo emocional a lo racional, lo visual a la abstracción y lo esteta a lo sustancial, lo político se convierte en un campo minado que explota a quienes no saben la forma en que deben caminar sobre él.
Los medios de comunicación están siempre a la espera de la noticia, de la primera página y los titulares sensacionalistas. Esto se traduce a una fijación constante e ininterrumpida del quehacer político: prácticamente, la vida personal se transfiere a la esfera pública, pues así lo marcan las necesidades de consumo, cada vez más exigentes por las redes sociales y las nuevas formas de hacer política o al menos de llegar a las audiencias (podcast, historias, cápsulas, influencers, entre otros), ya que vivimos en una época marcada por el déficit de atención. Lograr enganchar a la audiencia se ha vuelto la métrica del éxito, la nueva piedra filosofal que nos hace creer de forma ingenua que lo digital suplanta el elemento humano, nada más alejado de la realidad.
A todo esto, se puede concluir una máxima importante, que ha sido completamente ignorada por muchos y que los ha llevado a cometer severos tropiezos que “ensucian” su investidura: la política es un ejercicio de símbolos, de acciones, discursos, gestos, momentos. El símbolo está cargado de diversos mensajes que complementan el resultado final: para que el final sea exitoso, el proceso debe serlo.
Ejemplifiquemos esto con un reloj. Este objeto parece pequeño, hasta insignificante, pero es por demás complejo, sumamente preciso, y un error en su estructura, por más mínimo que sea, puede arruinar por completo su utilidad. Por fuera, vemos únicamente el resultado: el reloj que nos indica la hora es útil; sin embargo, para lograrlo, detrás de la carátula hay un sinfín de engranes trabajando armoniosamente y sin cesar para lograr el objetivo.
Así funciona el entramado simbólico político, como una serie de representaciones que se unen de manera eficaz, completamente articulada, para lograr un fin específico: comunicar de manera adecuada lo que queremos transmitir. Como si fuera una maquinaria perfecta, todos los elementos que componen tu símbolo político deben marchar a la perfección: la imagen, discurso, vestimenta, lugar, escenografía, hora, deben ser los adecuados, los precisos, para poder comunicar como quieres hacerlo: eficazmente, con éxito y trascendencia. Es tan sencillo como decir “si no es así, simplemente no puede ser de otra manera”.
Detrás de un discurso exitoso existen múltiples elementos que, como los engranes de un reloj, pueden parecer minúsculos; sin embargo, en suma, resultan completamente impactantes y provocan el resultado esperado. De nuevo: si no es así, no puede ser de otra manera.
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▲ Photo by camilo jimenez on Unsplash
POR SUPUESTO QUE EL PODER EN EL QUEHACER POLÍTICO ES CRUCIAL. LOS MÁS GRANDES TEÓRICOS Y PENSADORES DE LA POLÍTICA LO HAN ANALIZADO DURANTE SIGLOS. PERO AHORA NO ES EL MOMENTO DE COMPRENDERLO, SINO DE EJERCERLO.
Todo cuenta, pues todo puede interpretarse, y todo comunica. Debes cuidar cada detalle y estar prevenido ante posibles fallos que, por supuesto, si sigues con detenimiento tus estrategias, deben permanecer lejos de tu alcance. El símbolo se interpreta de acuerdo con la percepción de cada individuo, sí, pero eso no imposibilita la probabilidad de sugestionar la opinión pública y hacerles pensar lo que tú quieres, porque al final, la política es un espacio en donde se disputa el poder, una arena de intereses, acuerdos, pero sobre todo una interminable lucha de símbolos, de ritos y representaciones, porque antes de ser
animales sociales y políticos, somos animales simbólicos, pues los símbolos mantienen el orden social, político, pues como dice Harry Pross en su libro la estructura simbólica del poder, “un estado que no pueda mantener en línea a sus sujetos mediante símbolos los tendrá que obligar a viva fuerza a que toleren el orden que no reconocen, si es que no tienen que encorralarlos para que no se le marchen”.
Es por ello que reconocer los símbolos políticos, y más allá, dominarlos y usarlos a nuestro favor resulta tan imprescindible para lograr una imagen exitosa o pasar al olvido. Los detalles más minúsculos suman a la percepción. Hoy quien busque dominar la escena pública, la agenda, penetrar la mente de las audiencias debe entender que no basta ya solo conquistar los medios, sino los símbolos y los ritos. C&E