J. BOWLBY
Vínculos afectivos Formación, desarrollo y pérdida
EDICIONES MORATA, S. A. Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920 28004 - Madrid
A mis compañeros de investigación Mary Salter Ainsworth Anthony Ambrose Mary Boston Dorothy Heard Christoph Heinicke Colín Murray Parkes James Robertson Dina Rosenbluth Rudolph Schaffer l lse Westheimer
Vínculos afectivos Formación, desarrollo y pérdida
por John Bowlby
Traducido por Alfredo GUERA MI RALLES Prólogo a la edición española por Félix LOPEZ SANCHEZ Profesor de Psicología Universidad de Salamanca
Título original de la obra: THE MAKING ANO BREAKING OF AFFECTIONAL BONOS © R. P. L. BOWLBY and others Tavistock Publications Ltd., 1979
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©EDICIONES MORATA, S. A. (1986) Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid Derechos reservados ISBN: 84-7112-309-6 Depósito legal: M-35.479-86 Compuesto por: Artedita Printed in Spain - Impreso en España Imprime: Unigraf. Paredes, 20. Fuenlabrada (Madrid)
CONTENIDO
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PROLOGO A LA EDICION ESPAÑOLA, por Félix LOPEZ SANCHEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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PREFACIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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PRIMERA CONFERENCIA: Psicoanálisis y cuidado al niño. . . . La ambivalencia y su regulación, 17 .- Condiciones que contri.buyen a dificultar la solución de conflictos, 22. - Problemas emocionales de los padres, 31.- Conflicto extra e intra-psíquico, 38.- Post-scriptum, 41.
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SEGUNDA CONFERENCIA: Un enfoque etológico de la investigación del desarrollo infantil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Aplicación de conceptos etológicos a la investigación del desarrollo infantil, 56.- Post-scriptum, 63. TERCERA CONFERENCIA: El duelo en la infancia y sus implicaciones para la psiquiatría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Separación de la madre y duelo infantil, 68.- Deseos de recuperar y de hacer reproches a la persona perdida: su papel en psicopatolog ía, 73. - Dos tradiciones en la teoría psicoanal ítica, 80.- Conclusión, 88. CUARTA CONFERENCIA: Efectos de la ruptura de un vínculo afectivo sobre el comportamiento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Predominio de la vinculación, 91.- Ruptura de vínculos y enfermedad psiquiátrica, 94.- Efectos a corto plazo de la ruptura de vínculos, 100.
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Págs. QUINTA CONFERENCIA: Separación y pérdida dentro de la familia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pena y duelo en la vida adulta, 106.- Aflicción y duelo en la infancia, 113.- Condiciones que ayudan o impiden un duelo sano, 117. SEXTA CONFERENCIA: Confianza en sí mismo y algunas condiciones que la fomentan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El concepto de base segura, 128.- Estudios sobre hombres adultos y jóvenes que tienen confianza en sí mismos, 132.Desarro!lo durante la lactancia, 135.- Puntos de diferencia con formulaciones teóricas actuales, 141.- El problema de la ansiedad de separación, 145. SEPTIMA CONFERENCIA: Formación y pérdida de vínculos afectivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Etiología y psicopatología a la luz de la teoría del apego, 153.Algunos principios psicoterapéuticos, 171. BIBLIOGRAFIA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . BIBLIOGRAFIA ADICIONAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . INDICE DE AUTORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . INDICE DE MATERIAS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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PROLOGO A LA EDICION ESPAÑOLA Por Félix LOPEZ SANCHEZ Profesor titular de Psicología Evolutiva · Universidad de Salamanca
John BowLBY es quien ha elaborado la teoría del apego; verdadera y, tal vez, única por hoy, alternativa explicativa del desarrollo afectivo humano. En esta publicación se recogen algunos de sus escritos y conferencias más representativos. Formado como médico, psiqu íatra y psicoanalista en Inglaterra, entre las dos guerras mundiales, ha tenido durante toda su vida la suficiente flexibilidad científica como para abrirse a otros planteamientos teóricos y elaborar una nueva teoría verdaderamente original y coherente. El trabajo con niños que sufrían diferentes perturbaciones emocionales y su experiencia clínica en investigaciones con niños "sin familia", le llevó al convencimiento de que la necesidad afectiva, más en concreto, la necesidad de establecer v ínculos estables con los progenitores, o quienes les sustituyen, es una necesidad primaria (no aprendida) en la especie humana. Este reconocimiento el ínico, primero, y teórico, después, era especialmente difícil, dado que el psicoanálisis (corriente .de la que él procedía) y el conductismo (psicología dominante en estos años) coincidían en afirmar que el interés afectivo de los niños era secundario (aprendido) a su interés por el alimento y demás necesidades biológicas. E 1 encuentro con la etología (corriente que a través de los estudios de improntación en especies inferiores defendía el interés original de las crías por sus progenitores) le permitió
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afianzarse en sus observaciones el ínicas y formular la teoría del
apego. Desde que en 1958 coincidiera con HARLOW en un simposio internacional, BoWLBY nos asegura que empezó a sospechar la posibilidad de formular una teoría unificada de los vínculos afectivos. El conocimiento posterior de la Teoría de los Sistemas y, más recientemente, la Psicología Cognitiva le ha permitido una elaboración más completa y actual caracterizada por un sabio eclecticismo y, a la vez, una· gran coherencia. En esta teoría del apego, se intenta describir y explicar la formación, desarrollo y pérdida de los vínculos afectivos desde el nacimiento hasta la muerte. Este itinerario ideológico-científico seguido por BoWLBY está aquí muy bien representado. En efecto, incluye conferencias y escritos desde el año 1956 a 1976, reflejando su evolución a lo largo de veinte años. Los dos primeros textos, dedicados al psicoanálisis y a la etología son representativos de sus fuentes teóricas más importantes. Los otros cinco trabajos de BowLBY contienen, de forma resumida, toda su teoría del apego. En algunos casos, como en el último de ellos, titulado ,;Formación y pérdida de vínculos afectivos", escrito en 1976, se encuentran aspectos verdaderamente nuevos sobre las implicaciones y los criterios terapéuticos de la teoría del apego. Como se indica en el prólogo del propio BowLBY, todos los textos han sido revisados en su vocabulario y se han completado con notas que hacen referencia a toda su obra. Esta selección de escritos ha de ser situada entre su primera gran obra Maternal care and mental health (1951) (Cuidado maternal y amor), encargada por la Organización Mundial de la Salud, y el último de los volúmenes de su trilogía, La pérdida afectiva, 1980, dedicada a la teoría del apego. Los otros dos volúmenes, El apego y La separación fueron publicados en 1969 y 1973 respectivamente. Tienen, pues, todos estos escritos un indudable valor histórico y de contenido. Félix LOPEZ SANCHEZ Salamanca, Noviembre de 1986
PREFACIO
Durante los pasados veinte años me han invitado en diversas ocasiones, a dirigir la palabra a colegas o a una amplia audiencia con motivo de algún acto. Estas invitaciones me han proporcionado la oportunidad de revisar hallazgos de la investigación y esbozar el pensamiento actual. En el presente volumen se han seleccionado algunas de estas conferencias, así como ciertas colaboraciones en simposios, para ser publicadas nuevamente, con la espereanza de que puedan proporcionar una introducción a ideas que ya han sido recogidas de un modo sistematizado y con sus correspondientes datos demostrativos, en los tres volúmenes de Attachment and Loss* que han sido publicados recientemente. Ya que cada conferencia, o cada aportación (calificadas aquí de manera general como conferencias) estaba dirigida a un determinado auditorio en una particular ocasión, he pensado que sería preferible volver a publicarlas en su forma original, que intentar revisarlas a fondo. Así pues, cada una de ellas está impresa ciñéndose a la forma en que fue publicada, con un párrafo introductorio en que se menciona la ocasión y audiencia. Lo que sí se ha corregido es la forma gramatical, unificándose asimismo la terminología y las referencias, añadiéndose unas notas a pie de página cuando nos ha parecido necesario. Siempre que una determinada afirmación precisaba ser modificada o ampliada a la luz de poste*Publicados en castellano por Paidós con los siguientes títulos: Tomo 1, E/vínculo afectivo, Buenos Aires {agotado); Tomo 11, la separación afectiva, Barcelona, 1985; Tomo 111, la pérdida afectiva: Tristeza y depresión, Buenos Aires, 1983. (N. del T.)
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riores datos o de otros estudios, he añadido un comentario y más referencias (relativas frecuentemente a capítulos de uno de los volúmenes de Attachment and Loss), en un apéndice al final del capítulo. Ha sido omitida una parte de la conferencia número 3, debido a motivos que se exponen en el texto. Mi interés por los efectos ejercidos sobre un niño en vías de desarrollo por diferentes formas de experiencia familiar se inició en 1929, cuando trabajé durante 6 meses en lo que ahora se denominaría una escuela para niños inadaptados. Un decenio más tarde, tras completar mi formación psiquiátrica y psicoanalítica y trabajar durante 3 años en la London Chi!d Guidance C!inic presenté algunas observaciones en un trabajo titulado The influence of Ear!y Environment on the Deve/opment of Neurosis and Neurotic Character (1940) ("La influencia del primer entorno sobre el desarrollo de neurosis y de carácter neurótico") y recopilé asimismo material para una monografía que llevó por título Forty-Four Juvenil Thieves (1944, 1946) ("Cuarenta y cuatro ladrones juveniles"). Diversos motivos propiciaron que, después de la segunda guerra mundial, eligiera como campo especial de estudio el cambio de residencia de un niño pequeño desde su hogar, a una guardería residencial o a un hospital, y no el campo, más amplío, correspondiente a la interacción progenitor-hijo. En primer lugar se trataba de un acontecimiento que en mi opinión puede ejercer graves efectos nocivos sobre el desarrollo de la personalidad de un niño. En segundo lugar, no cabía entablar debate acerca de si había tenido o no lugar, contrastando mucho, a este respecto, con la dificultad de obtener información válida de la forma en que una madre o un padre tratan a su hijo. En tercer término, considerábamos un campo en el que resulta posible establecer medidas preventivas. En esta investigación me he esforzado constantemente por aplicar el método científico y he tenido muy presente, en todo momento, que al igual que en otros campos de la medicina, cuando un psiquíatra emprende un tratamiento o intenta una profilaxis, ha de ir con frecuencia más allá de lo que resulta científicamente aceptable. La distinción entre los criterios necesarios en la investigación y aquellos que resultan aceptables en la terapéutica y la prevención, no siempre es bien comprendida, y ello da origen a muchas confusiones. En una reciente conferencia: Psychoana!ysis as Art and Science
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(1979) ("El psicoanálisis como arte y como ciencia'') he intentado exponer claramente mi posición. Mi reconocimiento a los muchos colegas que han trabajado conmigo durante años y a los que está dedicado el presente volumen se pondrá de manifiesto a través de las propias conferencias. Me siento profundamente agradecido a todos ellos, así como a mi secretaria,Dorothy Southern, que ha trabajado desde un principio en cada uno de estos temas, en sus múltiples borradores y distintas versiones, llevando a cabo esta labor con indefectible cuidado y sostenido entusiasmo.
PRIMERA CONFERENCIA
PSICOANALISIS Y CUIDADO AL NIÑO*
Durante los meses de Abril y Mayo de 1956 y como parte de la celebración del centenario del nacimiento de FREUD, miembros de la British Psychoanalytical Society pronunciaron seis conferencias en Londres acerca de º Psico a nálisis y pensamiento contemporáneo". Yo fui invitado a pronunciar la correspondiente a "Psicoanálisis y cuidado del niño'~ Las conferencias fueron publicadas dos años más tarde. Ningún campo del pensamiento contemporáneo muestra quizá más claramente la influencia ejercida por la labor de FREUD como el del cuidado del niño. Aunque siempre han existido personas que han reconocido que el niño es el padre del hombre y que el amor materno proporciona al lactante que se va desarrollando algo que le es indispensable, estas antiguas verdades no fueron jamás tema de investigación científica con anterioridad a FREuo y, por tanto, fueron rápidamente dadas de lado como propias de un trasnochado sentimentalismo. FR E u o no sólo insistió acerca del evidente hecho de que las raíces de nuestra vida emocional se hallan situadas en la lactancia y la primera infancia, sino que *Publicada primeramente en SUTHER LAND, J. D. (ed.) ( 1958), Psychoana!ysis and Contemporary Thought, Londres: Hogarth Press. Reimpresa con autorización de Hogarth Press. ( N. del A.)
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intentó as1m1smo explorar de un modo sistemático la conexión existente entre los acontecimientos de los primero años de la vida y la estructura y la función de la posterior personal id ad. Aunque, como todos sabemos, las formulaciones de FREuo tropezaron con gran oposición -en fechas tan recientes como 1950, eminentes psiqu íatras afirman que no está demostrado que cuanto sucede en los primeros años de la vida revista importancia con respecto a la salud mental-, muchas de sus proposiciones básicas se consideran hoy día como garantizadas. No sólo vemos cómo revistas tan populares como el Picture Post*, manifiestan a su público que "el niño desdichado se convierte en el desdichado neurótico adulto" y que lo importante es "el comportamiento de aquellos entre los que crece un niño ...... y especialmente, en los años más tempranos de la vida, el comportamiento de la madre"; si no que tales puntos de vista hallan eco en las publicaciones oficiales. Así, el Home Office (Ministerio del Interior), en 1955, al describir la labor desarrollada por su Children's Department (Departamento para la Infancia) afirma que "las pasadas experiencias de un niño desempeñan un papel vital en su desarrollo y continúan siendo importantes para aquél. .. " haciendo constar que "la finalidad ha de consistir en asegurar, en la medida de lo posible, que todo lactante sea criado con regularidad por.. una misma persona". Existe, por último, un informe preparado por un comité nombrado por el ministro de Educación, que trata, en extensión los problemas del niño inadaptado (Ministerio de Educación, 1955). Basa firmemente sus recomendaciones en proposiciones como la de que "la investigación moderna muestra que las influencias más formativas son las que el niño experimenta antes de ingresar en la escuela, adoptando ya, entonces, forma ciertas actitudes que afectarán decisivamente la total idad de su posterior desarrollo", y que "el hecho de que un niño sea feliz y de comportamiento estable durante dicho período (la segunda infancia), o desdichado y mal adaptado a la sociedad o a sus clases, depende en gran medida de una cosa: que hayan sido adecuados los primeros cuidados que ha recibido". Al celebrar el centenario del nacimiento del fundador del psicoanálisis es de justicia que recordemos la revolución que ha pr~pi_ciado en el pensamiento contemporáneo. *Semanario de gran difusión, posteriormente interrumpido.
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Por lo que se refiere, al menos, a algunas de las cuestiones esenciales de la asistencia al niño existe en la actualidad un gran acuerdo entre los psicoanalistas y las áreas de su .influencia. Así por ejemplo, todos coinciden en la vital importancia de una relación estable y permanente con una madre amorosa (o con una persona que la sustituya) durante la lactancia y la niñez, y de la necesidad .. de esperar que llegue un cierto nivel de maduración antes de emprender intervenciones como el destete y la educación para el aseo y, por supuesto, para todos los demás pasos correspondientes a la educación del niño. Con respecto a otras cuestiones, existen, sin embargo, diferencias de opinión y, en vista de la relativa novedad que supone el estudio científico de estos problemas y dada la complejidad de los mismos, sería sorprendente que no fuese así. Frecuentemente esto sume a los padres en la confusión y la perplejidad, en especial a los que buscan siempre una absoluta certeza en todas las cosas. Cuanto más fácil sería todo para nosotros si supiésemos la totalidad de las respuestas, o al menos algunas más, al problema de cómo criar y educar a nuestros hijos. Actualmente nos hallamos aún muy lejos de ello y no quiero dar la impresión, ni por un solo momento, de que nos hallamos en posesión de las mismas. Estimo que la obra de FREUD nos ha proporcionado ciertos conocimientos firmes y lo que quizá es más importante: nos ha mostrado una fructífera vía para considerar y comprender más a fondo los proble,mas que plantea el cuidado adecuado del niño. La ambivalencia y su regulación
Donald W1NN1con en su conferencia acerca del psicoanálisis y la culpa*, ha discutido el esencial papel que desempeña en el desarrollo humano la formación de una sana capacidad para experimentar sentimiento de culpa. Ha demostrado que una capacidad para experimentar este sentimiento constituye un necesario atributo de la persona sana. Por desagradable que ello sea, al igual que sucede con el dolor físico y la ansiedad, es algo biológicamente indispensable y parte del precio que pagamos por nuestro privilegio de ser humanos. * ln.cl11ida en la serie de conferencias homenaje a FREUD.
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Ha descrito, además, cómo la capacidad de sentir culpa "implica la tolerancia de la ambivalencia" y una aceptación de la responsabilidad relativa tanto a nuestro amor, como a nuestro odio. Se trata de temas que, debido en qran parte a la influencia de Melanie 'KLEIN, han revestido principal interés para los psicoanalistas británicos. Intentaré ahora examinar más a fondo el papel que la ambivalencia desempeña en la vida psíquica -<esa inconveniente tendencia que todos tenemos a encolerizarnos, y odiar, en ocasiones, a la persona que más queremos- y consideraré asimismo aquellos métodos de asistencia al niño que parezcan facilitarle o, por el contrario, hacerle más difícil el desarrollo de una capacidad para regular dicho conflicto de una manera madura y constructiva. Ya que creo que un esencial criterio para juzgar el valor de los diferentes métodos de asistencia infantil consiste en los efectos, beneficiosos o adversos, que ejercen sobre la capacidad, en vías de desarrollo, del niño para regular su conflicto de amor y odio y, a través de ello, su capacidad para experimentar, de un modo sano, su ansiedad y su culpa. Voy a resumir brevemente las ideas de FREUD acerca de la ambivalencia. De los innumerables temas desarrollados a través de su obra, ninguno fue considerado de un modo tan brillante ni persistente. Hace su primera aparición en los días más tempranos del psicoanálisis. Durante su investigación acerca de los sueños, FREUD ( 1900) advirtió que un sueño en el que muere un ser querido indica, con frecuencia, la existencia de un deseo inconsciente de que dicha persona muera -revelación que, si bien resulta ahora menos sorprendente que cuando fue expuesta por vez primera, no es hoy quizá menos turbadora que lo fue hace medio siglo. En su búsqueda del origen de estos malhadados deseos, FREUD dirigió su mirada a la vida emocional de los niños y lanzó la por entonces. osada hipótesis de que en nuestros primeros años de vida constituye la regla, y no la excepción, que seamos impulsados tanto hacia -nuestros hermanos, como hacia nuestros padres, por sentimientos de ira y odio, así como por otros de apego y amor. Desde luego dentro de este contexto es donde FREUD introdujo por primera vez al mundo en los temas, que nos resultan actualmente tan familiares, de la rivalidad fraterna y de los celos ed ípicos. En los años que precedieron a la publicación de su gran ·obra sobre los sueños, el interés de FREUQ por la sexualidad
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infantil le condujo a que el tema de la ambivalencia fuese menos destacado en sus escritos. Reaparece en 1909 cuando en un trabajo sobre la neurosis obsesiva nos recuerda que "en toda neurosis nos hallamos ante las mismas pulsiohes contenidas, tras los síntomas ........ lo odiado se mantiene reprimido, en el inconsciente, por el amor.... ". Algunos años más tarde y para destacar la esencial importancia de este conflicto, FREUD ( 1912) introdujo el término de ambivalencia, que había sido recientemente creado por BLEULER. La importancia clínica concedida por FREUD a la ambivalencia queda reflejada en sus construcciones teóricas. En la primera de sus dos formulaciones principales le vemos postulando que entre las pulsiones sexual y del yo tiene lugar un i conflicto intrapsíquico. Ya que por entonces FREUD sostenía que los impulsos agresivos formaban parte de las pulsiones del yo, es capaz de afirmar, en resumen, que "las pulsiones sexual y del yo desarrollan rápidamente una antítesis que reproduce la del amor y el odio" (1915). El mismo conflicto básico se refleja de nuevo en la segunda de ambas formulaciones: la relativa al conflicto entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte. En su terminología hallamos que la ambivalencia que se produce en los pacientes neuróticos es considerada por FREUD, o bien debida a un fallo del proceso de fusión de las pulsiones de vida y las de muerte, o bien a una posterior ruptura de dicha fusión es decir: a una defusión ( 1923). Así pues, de nuevo considera que el esencial problema el ínico y teórico es el de comprender cómo llega a ser satisfactoriamente regulado (o cómo no alcanza a serlo) el conflicto entre amor y odio. Las opiniones varían en cuanto a los méritos de estas formulaciones metapsicológicas de FREUD y así sucederá durante muchos decenios. He pensado, en ocasiones, si las controversias teóricas que dichas formulaciones han despertado y el abstracto lenguaje en que se. envuelven no han contribuido· a enturbiar la rigurosa desnudez y simplicidad del conflicto que oprime a la humanidad: el de enfrentarse con la f)ersona que más se ama y desear herirla. Se trata de una tendencia de la humanidad que ha ocupado siempre una posición central en la teología cristiana y que conocemos bien a través de frases coloquiales como la de "morder la mano que te da el pan" o "matar la gallina de los huevos de oro". Es el tema de la Bal/ad of Reading Gaol (Balada de la
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cárcel de Reading) de Osear siguientes versos:
W1LDE,
en donde aparecen los
Pues todo hombre mata lo que ama, y que lo sepan todos, Uno lo hará con su mirada torva, Otro mientras adula, El más cobarde lo hará con un beso, Y el bravo, con su espada! Gracias a F R Euo , la importancia de este conflicto en la vida del hombre ha sido verificada de nuevo y, asimismo, gracias a él, se ha convertido por vez primera en objeto de investigación científica. Sabemos ahora que son el miedo y el sentimiento de culpa procedentes de dicho conflicto los que subyacen a muchas enfermedades psíquicas y que es la incapacidad para enfrentarse con dicho miedo y dicho sentimiento de culpa la que fundamenta muchos trastornos caracterológicos, incluyendo la delincuencia crónica. Aunque nuestra labor dará un gran paso adelante cuando se esclarezcan determinadas cuestiones teóricas, creo que, en múltiples aspectos, podemos realizar excelentes progresos utilizando conceptos tan corrientes como los de amor y odio y teniendo en cuenta el conflicto -el inevitable conflicto- que se desarrolla en nuestro interior cuando tanto el amor como el odio se dirigen a una misma persona. Es evidente que los pasos que un lactante o un niño realiza en el sentido del progreso hacia la regulación de su ambivalencia son de esencial importancia para el desarrollo de su personalidad. Si todo ello sigue un curso favorable, el niño se desarrollará no sólo dándose cuenta de la existencia en su propio interior de impulsos contradictorios, sino también dotado de una capacidad para dirigirlos y controlarlos y la ansiedad y el sentimiento de culpa que generan le serán soportables. Si su progreso es menos favorable, se verá acosado por impulsos que se sentirá incapaz de controlar de modo adecuado, o que no controlará en absoluto y, en consecuencia, sufrirá una ansiedad aguda respecto a la seguridad de las personas a las que ama y temerá también el castigo que cree caerá sobre su propia cabeza. Emprender esta vía supone peligro: el que implica que la personalidad recurra a una serie de maniobras que crean más dificultades de las que
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resuelven. Así por ejemplo, el miedo al castigo que se espera resulta de la realización de actos hostiles -y también, desde luego, de intentos hostiles, ya que nunca le resulta fácil a.un niño distinguir entre unos y otros- frecuentemente da lugar a más agresiones .. Así, observamos con frecuencia que un niño agresivo está actuando sobre la base de que el ataque es el mejor medio de defensa. De modo similar, el sentimiento de culpa puede conducir a una exigencia compulsiva de seguridad y de manifestaciones de amor y cuando estas exigencias no son satisfechas, se origina más odio y, en consecuencia, más sentimiento de culpa. Estos son los círculos viciosos que surgen cuando se desarrolla desfavorablemente la capacidad para regular el amor y el odio. Por otra parte, cuando un niño pequeño carece de confianza en su capacidad para controlar sus impulsos agresivos, existe el riesgo de que regrese involuntariamente a uno o más de una multitud de mecanismos psíquicos primitivos y bastante ineficaces, destinados a proteger de daños a sus seres queridos y a él mismo del dolor provocado por un conflicto que parece incapaz de resolverse por otros medios. Estos mecanismos psíquicos que incluyen la represión de uno o bien de ambos componentes del conflicto -en ocasiones del odio, a veces del amor, y en otros momentos, de ambosasí como desplazamiento, proyección, hipercompensación y muchos otros, poseen una cosa en común: en lugar de sacar a luz el conflicto y de enfrentarse francamente con él, en todos estos mecanismos de defensa se trata de evasiones y de negaciones de que el conflicto existe. No es pues de asombrar qu~ resulten tan ineficaces. Antes de abordar nuestro tema principal -aquellas condiciones que favorecen o retrasan, en la infancia, el desarrollo de la capacidad de regular el conflicto- deseo destacar algo~ más: el conflicto no constituye en sí algo patológico. Por el contrario: el conflicto es el estado normal de cosas en todos nosotros. En cada día de nuestra vida descubrimos de nuevo que, si seguimos un determinado curso de acción, hemos de olvidar otros que también deseamos seguir· descubrimos, de hecho, que no podemos comernos el pastel y seg u ir teniéndolo. Así pues, durante toda nuestra vida nos vemos enfrentados con la tarea de elegir entre intereses que rivalizan en nuestro propio interior y de resolver conflictos entre impulsos irreconciliables. Otros animales tienen el mismo proble-
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ma. L ORENZ ( 1956) ha descrito cómo antes se pensaba que tan sólo el hombre era víctima de impulsos conflictivos, pero cómo en la actualidad se sabe que todos los animales se ven asaltados de un modo constante, por impulsos que son mutuamente incompatibles, como los de ataque, huida y aproximación sexual. Un bello ejemplo es el representado por el petirrojo y su comportamiento de cortejo*. Tanto el petirrojo macho como la hembra tienen plumaje idéntico, ambos tienen el pecho de color rojo. En primavera, el macho delimita un territorio propio y muestra una tendencia a atacar a todos los intrusos que tienen el pecho rojo. Esto supone que cuando una potencial pareja, una hembra, penetra en su territorio, el primer impulso del macho es el de atacarla, y el primer impulso de la hembra el de huir. Tan sólo cuando la hembra muestra un comportamiento de timidez se inhiben los impulsos hostiles del macho y son provocadas sus respuestas de cortejo. Así pues, en las primeras fases de este último, ambos sexos se hallan en estado de conflicto, oscilando el macho entre el ataque y el avance sexual y la hembra entre el "coqueteo" y la huida. Todas las investigaciones recientes en psicología y biología han demostrado de modo inconfundible que el comportamiento, tanto del hombre como de otros organismos, es la resultante de un conflicto, casi contínuo, entre impulsos contradictorios: ni el hombre, como especie, ni el sujeto neurótico, como subgrupo dentro de la especie humana, poseen el monopolio del conflicto. Lo que caracteriza al sujeto psicológicamente enfermo es su incapacidad para regular satisfactoriamente sus conflictos.
Condiciones que contribuyen a dificultar la solución de conflictos lQué sabemos, pues, acerca de las condiciones que dificultan el control de conflictos? No cabe duda que un principal rasgo del conflicto, que hace que resulte difícil regularle, consiste en la magnitud de sus componentes. En el caso de la
*El autor se refiere al petirrojo europeo, no al americano.
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ambivalencia, si el impulso de obtener satisfacción libidinal' o bien el impulso de dañar y destruir a la persona amada es insólitamente intenso, se acentuará el problema relativo a la regulación del conflicto. FR EUD advirtió esto desde un principio. Muy pronto, en su obra, rechazó la idea de que eran, o bien la existencia, o la naturaleza de los conflictos experimentados, las que distinguían al sujeto mentalmente sano, del menos afortunado en este sentido; en lugar de ello señaló que la diferencia estriba en que los psiconernóticos exhiben, "a escala ampliada, sentimientos de amor y de odio frente a sus padres, que se dan menos obvia e intensamente en las mentes de la mayoría de los niños" (1900). Se trata de una opinión que ha sido ampliamente confirmada por la labor clínica durante los últimos cincuenta años. Así pues, una clave importante respecto a la asistencia al niño consiste en tratarle de modo que ninguno de los dos impulsos que suponen riesgo para la persona amada: avidez y odio libidinales, se hagan demasiado intensos. A diferencia de algunos analistas que se muestran más bien pesimistas sobre la energía innata de los impulsos infantiles, yo creo que tal estado se puede abordar con bastante facilidad en la mayoría de los niños, siempre que se establezca una condición: que el niño cuente con unos padres que le aman. Si un lactante o un niño en la primera infancia goza del amor y la compañía de su madre y también, muy pronto, de su padre, crecerá sin una exagerada presión debida a un ansia libidinal y sin una propensión demasiado intensa al odio. Si no posee dicho amor ni dicha compañia, es muy probable que su ansia libidinal sea elevada, lo cual significa que estará buscando constantemente amor y afecto, y que mostrará una tendencia asidua a odiar a aquellos que no se los proporcionan o que le parezca que no se los dan. Aunque actualmente conocemos muy bien la dominante necesidad que tiene el lactante y el niño en general de que se le impartan amor y seguridad, hay algunos que protestan contra ello. lPor qué ha de presentar un lactante tales
I Aqu( en los parágrafos siguientes utilizó la terminolog(a tradicional al referirme a "exigencias libidinales" o "necesidades libidinales". En lugar de ello, hoy día deberfa referirme al deseo de apego por parte de un niño o quizá a la "aspiración de un niño a un apego seguro".
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exigencias? ¿Por qué no se le satisface con menos cuidados y atenciones? ¿cómo arreglar las cosas para que los padres dispongan de más tiempo y tranquilidad? Quizá un día, cuando sepamos más acerca de las necesidades libidinales del niño de corta edad, seremos capaces de conocer de modo más preciso sus requerimientos mínimos. Pero, mientras tanto, debemos respetar sus necesidades y darnos cuenta de que negárselas supone, con frecuencia, generar en él poderosas fuerzas de exigencia libidinal y una propensión al odio, que puede causar más adelante grandes dificultades tanto al individuo, como a quienes le rodean. No podemos minimizar las dificultades con que se enfrentan aquellas mujeres que tienen que satisfacer las necesidades de un lactante. En días pasados, cuando les estaba vedado el acceso a una educación superior, existía menos conflicto entre las exigencias planteadas por la familia y las profesionales, aunque no por ello era menor la frustración que experimentaban las mujeres dotadas de capacidad y ambiciosas. Hoy día, las cosas son muy distintas. Las mujeres son bienvenidas a profesiones en las que han llegado a desempeñar un papel insustituible. Desde luego, en todos los campos relacionados con la salud y el bienestar de los niños han llegado a situarse en cabeza. Este progreso, al igual que sucede siempre que existen desarrollo y crecimiento, ha dado lugar a tensior:ies y muchas de las mujeres presentes en esta conferencia conocen, en forma directa, el probJema que supone armonizar las exigencias, mutuamente conflictivas, planteadas por la familia y la carrera profesional. La solución no resulta fácil y nos podemos considerar afortunados por no tener que enfrentarnos con el problema de establecer cómo ha de resolverlo el otro sexo. Esperemos que pasados los años, nuestra sociedad, que desde hace tiempo esta organizada para ajustarse a los varones y a los padres, se adaptará también a las necesidades de las mujeres y las madres y que evolucionarán tradiciones sociales que guíen a los individuos dentro de un curso inteligente de acción. Retornemos ahora a nuestro tema y consideremos lo que sucede cuando, por alguna razón, las necesidades de un lactante no son suficientemente satisfechas a su debido tiempo. Desde hace varios años me vengo interesando por investigar los efectos nocivos rel.ativos a la separación de sus madres de niños de corta edad en un momento en el que ya habían
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establecido una relación emocional con ellas. En mi elección de este tema de investigación han intervenido diversos motivos: en primer lugar, los correspondientes resultados tienen una aplicación válida e inmediata; en segundo lugar se trata de un área en la que podemos recopilar datos comparativamente firmes y demostrar así a aquellos que siguen manteniendo una actitud en exceso crítica con respecto al psicoanálisis que éste posee buenas razones para aspirar a un status científico; por último, la experiencia relativa a un niño de corta edad que es separado de s'u madre nos proporciona un dramático ejemplo de este central problema de la psicopatología: la generación de un conflicto tan grande que fallan los medios normales para su regulación. En la actualidad parece bastante seguro que es debido a la intensidad, tanto de la demanda libidinal, como del odio que se generan, por lo que la separación de un niño pequeño, de su madre, tras haber establecido una relación emocional con ella, puede resultar tan nociva para el desarrollo de su personalidad. Durante varios años hemos venido observando la intensa ansiedad y la agitación que manifiestan muchos niños de corta edad a su ingreso en un hospital o guarderíaresidencia y la desesperación con la que más adelante, cuando se han apaciguado o han vuelto a sus hogares, se aferran a sus madres y las siguen a todas partes. La elevada intensidad de sus demandas libidinales está bien evidente. Hemos - observado asimismo cómo estos niños rechazan a sus madres cuando las vuelven a ver por primera vez y las hacen amargas acusaciones por haberles abandonado. Anna FREUD y Dorothy BuRuNGHAM han aportado múltiples ejemplos de intensa hostilidad dirigida contra la figura más amada, en sus informes sobre las Hampstead Nurseries, realizados durante la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo particularmente emotivo es el de Reggie, quien con excepción de uri intervalo de dos meses, había pasado toda su vida en guarderías, desde que tenía la edad de cinco meses. Durante su estancia había establecido: "dos apasionadas relaciones con dos jóvenes enfermeras que se habían encargado de su asistencia y cuidado en dos períodos distintos.. La segunda fijación fue bruscamente rota cuando el niño conta-
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ba 2;8* años, por haber contraído matrimonio 'su enfermera'. Tras su marcha, el niño se sintió completamente perdido y desesperac,ID y rehusó mirarla cuando volvió a visitarle un par de semanas más tarde. Giraba la cara hacia el otro lado cuando le hablaba, pero se quedó mirando fijamente la puerta que ella cerró al abandonar la habitación. Por la noche, en la cama, se sentó y dijo: iMi Mary-Ann! Pero yo no la quiero".
{B URLINGHAM y
FREUD,
1944; 51)
Experiencias como la que ::icabamos de mencionar, sobre todo si se repiten, desembocan en una sensación de no ser amado, de estar abandonado y rechazado. Son estos sentimientos los que se expresan en los tragicómicos poemas de un delincuente de 11 años, cuya madre falleció cuando él tenía 1;3 años y que, a continuación, había sido atendido por diversas sustitutas de su madre. He aquí uno de dichos poemas {no estoy seguro de que sea original), que escribió durante su tratamiento con mi colega Yana POPPER y en el que parece expresar lo que sintió a causa de haber ido pasando de una figura materna, a otra:
Jumbo tenía un bebé vestido de verde Le envolvió en papel y se lo envió a la Reina. A la Reina no le gustó, porque era demasiado gordo, Le cortó en pedazos y se lo dió al gato. Al gato no le gustó, porque era demasiado flaco, Le cortó en pedazos y se lo dió al Rey. Al Rey no fe gustó, porque era demasiado lento, Le tiró por la ventana y se lo dió al cuervo. Más tarde, al irse su terapeuta de vacaciones, le expresó su desesperanza de recibir alguna vez amor, con las palabras de una cantinela tradicional:
Oh, querido pequeño, te amo: Oh, mi querido pequeño, no creo que lo hagas. Si me amases de veras, como dices que haces, No te irías a América y me dejarías en el Zoo. *Transcripción de la edad cronológica consignando: años: meses, En este caso: dos años y ocho meses. (N. del T.)
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No es de sorprender que una desesperación tan intensa vaya asociada a un odio igualmente intenso. Cuanto más apego mostraba a su psicoterapeuta,· tanto más tendía. a descargas de odio violento, algunas de las cuales estuvieron a punto de ser peligrosas. Era evidente que las reiteradas separaciones ocurridas en los primeros años de vida de este muchacho habían dado lugar a una tendencia a intensa ambivalencia, de una magnitud que sus inmaduros dispositivos psíquicos habían sido incapaces de regular armoniosamente, habiendo persistido los patrones patológicos de regulación adoptados en sus primeros años. Otra demostración de cómo la separación de su madre provoca en un niño pequeño tanto una intensa necesidad libidinal, como odio, la proporciona un estudio realizado por mi colega Christoph HE1N1CKE (1956). Comparó las respuestas de dos grupos de niños, de edades comprendidas entre los 15 y los 30 meses; uno de los ru os se hallaba uarder'a-reside · .~tta-~Si bi~n los niños de ambo_~_grnp_os__se_mo.strabar:i-pr-eo.cupados por. vOTVera-reüñTrse-con sus padres, los de la guarderfar:e_sidencia expresaban sus aeseos con más llantos es decir: máSlntensamente, ta111bién los nfüi:rs de la guarder@.:_ residencia y no los de -TaguardeííaaeaTafenaíana-actÜar cre-·u·na marrera-·trostWy\ViOlenta;j~en d ive rsás-s.il!..@ció nes. A un cuando se trata tan sólo "ae una suposición afirmar que dicha _hostilidad estaba_inicialmente dirigida cootra_!o.s_~lJ.:.. ~entesJ determinados hallazgos de este estudio, estadísticarne nte ... JunClarrfen:taao;--í.Lteñe.n~Q.inQLCIJI c.Qn--1ª1Jipotesls_cl?sarro llada hace unos años (B owLBY , 1944) d!L9.!:1~...!l.DQ...de_ los principales efectos de la separación madre-hijo es una .~ gran intensificación del conflicto de ambivalencia. ( · Hasta aquí, al considerar que es en la temprana infancia \ cuando se genera la dificultad para la regulación de la ambi\ valencia, hemos centrado la atención sobre experiencias como~la privación de la madre, que conducen a una ansiedad y un odicnfüidinales que alcanzan niveles especialmente elevados. Aparte de éste existen, como es natural, muchos otros acontecimientos que pueden ocasionar alteraciones. La vergüenza y el miedo, por ejemplo, pueden originar también grandes dificultades. Nada ayuda más a un niño que poder expresar sus sentimientos de odio y celos de un modo ingenuamente directo y espontáneo y creo que no existe
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tarea parental más valiosa que la de mostrarse capaz de aceptar con ecuanimidad expresiones de "amor" filial como "te odio, mamá" o "papi, eres un animal". Soportando estas descargas mostramos a nuestros hijos que no nos asusta su odio y que estamos seguros de que puede ser controlado. Y es más, proporcionamos al niño la atmósfera de tolerancia en la que puede prosperar el autocontrol. A algunos padres les resulta difícil creer que tales métodos son sensatos o bien eficaces y les parece que hay que inculcar a los niños la noción de que el odio y los celos, no sólo son perniciosos sino que también son potencialmente peligrosos. Hay dos métodos corrientes para hacerlo. Uno de el los consiste en la expresión violenta de desaprobación, a través de castigos; el otro, más sutil y basado en la explotación del sentimiento de culpa, estriba en mostrar al niño lo ingrato que es y el dolor, tanto físico como moral, que su comportamiento causa a sus sacrificados padres. Aunque ambos métodos están destinados a controlar los malos impulsos del niño, la experiencia el ínica indica que ninguno de ellos logra mucho éxito y que ambos exigen un pesado tributo de infelicidad. Los dos métodos tienden a hacer que el niño se sienta temeroso y culpable, que reprima sus sentimientos y por tanto le resulte más arduo, que fácil, obtener un control sobre los mismos. Ambos tienden a crear personalidades di f íci les,~~me ro _l.Jg_s.__cast-ige~~---117~Ht1'eb-e1~y, si tales castigos son muy severos, a delincuentes; el segunao (la vergüenza), a sujetos neuróticos cargados de sentimientos de ansiedad y culpa. Con los niños sucede igual que en política: a la larga, tolerar a la oposición supone ganar generosos dividendos. No cabe duda que hay un trasfondo familiar: los niños necesitan amor, seguridad y tolerancia. Todo esto está muy bien, cabe decir, ¿pero es que no tenemos que frustrar jamás a nuestros hijos y dejarles hacer cuanto les apetezca? ¿Debemos indicar que este empeño en evitar frustraciones dará tan sólo lugar a que los hijos se conviertan en los bárbaros descendientes de unos padres vejados y pisoteados? Yo no creo que así sea, pero ya que estas conclusiones son tan corrientemente expuestas, vale la pena examinarlas con detenimiento. En primer lugar, las frustraciones que en realidad importan son las relativas a la necesidad que tiene el niño de amor
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y cuidado por parte de sus padres. Siempre que estas apetencias queden satisfechas, las frustraciones de otras clases importan poco. Ello no quiere decir que sean particularmente buenas para él. Desde luego, el arte de ser una buena madre o un buen padre depende, en-parte; -ae-Tél-frabffidad para dlstTng0Ic-acfi..Jefla'sTrüstraciories que deben evitarse de las que sünTnevitables. Puede eludirse una inmensa cantidad de confücto enfado en los niños pequeños y una pérdida de paciencia por parte de sus padres mediante procedimientos tan sencillos como presentar al niño un juguete adecuado antes de que intervengamos para quitarle de sus manos la mejor porcelana que tiene su madre, o bien convencerle para que se acueste, con tacto y sentido del humor, en lugar de exigirle una rápida obediencia, o bien permitirle elegir su propia dieta y comérsela a su modo, incluyendo, si le gusta, un biberón, aunque tenga 2 o más años de edad. La cantidad de enfado gratuito y de irritación que surgen de nuestra expectativa de que un niño de corta edad se adapte a nuestras propias ideas sobre qué, cómo y cuándo ha de comer, resulta a la vez ridícula y trágica y ello tanto más en la actualidad, cuando disponemos de tantos y tan cuidadosos estudios que demuestran la eficiencia con que los lactantes y los niños en la primera infancia pueden regular sus propias dietas, así como lo conveniente que resulta para nosotros mismos adoptar,estos métodos (DAv1s, 1939). Existen, desde luego, muchas situaciones en las guarderías en las que puede evitarse frustración, sin inconveniente para nosotros y con efectos beneficiosos sobre .el ánimo de todos, pero hay otras en las que esto no es posible. Los fósforos son peligrosos, las porcelanas pueden romperse, la tinta mancha la alfombra, los cuchillos pueden herir a otro niño y también al que los maneja. ¿cómo podemos evitar tales catástrofes? Lo que primeramente ha de hacerse es guardar las cerillas en sitio seguro y colocar la porcelana, la tinta y los cuchillos fuera de su alcance. Luego, habrá que intervenir de modo tranquilo, pero firme. R..e_sulta curioso el hecho de que muchos adultos inteligentes piensen que el castigo es la única ,alternativa q11e existe a daj.ar.___q.u.e un niño se comporte desordenadamente......Un modo de proceder cq_n_~i1>Jª.Jl1ª--~r!_UnJL. intervención firme, ¡:>ero serena sie_me-que el niño realic~ algo que desea os deje de-hacer, no sólo crea menos rencor que un castigo, sino que también es más efectivo a la larga.
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"'Yo creo que una de las grandes ilusiones de la civilización occidental es la de que el castigo es eficaz como medio de control. Para niños mayores y adultos tiene sus aplicaciones, como método auxiliar de otros sistemas, pero en los primeros años de la vida creo que está fuera de lugar, tanto por ser innecesario como porque puede crear males mucho mayores, en cuanto ansiedad y odio, de los que pretende corregir. Afortunadamente, con bebés y niños pequeños resulta fácil practicar una intervención apaciguadora; en caso de apuro podemos coger en brazos al niño y llevárnoslo. El precio que ello exige es nuestra presencia casi constante, precio que estoy convencido les conviene pagar a los padres. En cualquier caso, es errónea la noción de que a los niños pequeños se les puede inculcar disciplina, haciéndoles obedecer normas, de modo que se porten bien incluso en nuestra ausencia. Los niños pequeños aprenden rápidamente lo que nos gusta y lo que nos desagrada pero carecen del aparato psíquico necesario para cumplir siempre nuestros deseos cuando estamos ausentes .. A menos que se aterrorice a un .niño hasta_ sumirle en la iner~1ª,.___1~L~.!D-~efío en inculcar disciplina a niños pequeños está condenado a-frácasoy~ quienes lo intenten, ar agotamiento y trust.ración. l\laaíe--me- jo~hábil profesora de guardería-escueia como ejemplo de ejercer una intervención firme, pero cariñosa, a partir de la cual pueden aprender mucho los padres. Hemos de hacer constar que esta técnica de intervención cariñosa no sólo evita la provocación de rabietas y rencor, aunque éste sea inconsciente. Ello, en mi opinión, resulta inseparable del castigo y también proporciona al niño un eficaz modelo de regulación de sus conflictos. Le muestra que la violencia, los celos y la ansiedad pueden ser dominados mediante medios pacíficos y que no se necesita recurir a métodos drásticos de condena y castigo que, é!L_ser copiados por un niño, pueden_Iesultas_Qis12_rsLona9_~~__eor~~~Q]'.:frop-¡-a --·TmágTña-cionprímitiva en un patológico sentimiento de cuTpa y_-·un-cruerauTocastlgci:-se-rr;;1ra~d-esde-1ue·go·;-dea na·técnrca-basada-eñ--la ..iaea-de Donald W1NNJCOTT, siguiendo a Melanie KLEJN, expuso antes que nosotros: la de que en los seres humanos existe el germen de una moralidad innata, el cual, en caso de tener oportunidad para desarrollarse, proporciona a la personalidad infantil los fundamentos emocionales del comportamiento moral. Se trata de una noción que sitúa
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junto al concepto de pecado original, del cual el psicoanálisis descubre mucha evidencia en el corazón humano, el concepto de preocupación primordial por los demás, o bondad original, la cual, en caso de que se den circunstancias favorables, logrará predominar. Se trata de una visión, cautamente optimista, de· 1a naturaleza humana, visión que estimo está justificada. Problemas emocionales de los padres Hemos venido examinando hasta ahora algunas de las condiciones de la asistencia al niño que parecen favorecer con mayor probabilidad el desarrollo sano de la capacidad para regular conflictos. Vamos a considerar ahora el problema desde el punto de vista de los padres. ¿cabe preguntar si estamos preconizando que los progenitores han de ser perpetuamente amorosos, tolerantes y amistosos controladores del comportamiento de sus hijos? Yo creo que no .... y como padre, espero que no. Nosotros, los padres, tenemos- también nuestros sentimientos de ira y celos_ y, nos guste o no, los expresamos en ocasiones en forma si no voluntaria, involuntaria. Tengo la opinión, y ciertamente también la esperanza, de que si el trasfondo general de sentimientos y relaciones es bueno,-~vefifüaTaescarfill aecolera o una ocas1onar1l_zofina__ _ no producirán mucho daño; desde luego, ello tendrá la ventajaq-¡:¡e---süpone aTlvlarnuestra propia tensión afectiva y quizá _también_Ja--de-d em0stFaF---a--n 1:1estr:os--hijos-que-tenemos-sus--lD~!JJQ~ ___ pJ_Q_Qle_mas. Tales expresiones espontáneas de sentimientos, seguidas quizá de excusas si nos hemos dejado arrastrar demasiado lejos, pueden ser netamente distinguidas del castigo con su suposición formal de aquello que está bien y aquello otro que está mal. El consejo de Bernard S HAW relativo a que_ no hay que pegar nunca a un niño, excepto _c1,1an_c:!Q___t¿r:io est~airado, es excelente. -Un punto que deberán-tener en cuenta aquellos que no son padres es el de que resulta siempre mucho más fácil cuidar a los hijos de otros que a los propios. D.ebld0-a-Jas_ 'Li!:Jculos emocionales que unen al hijo con sus -padres y a ~sto s con e 1 h i j • · s nin os se com p_g_t'llib:~~ffir:)Je lf~_oo-::m oda más pueril con sus padres q_u_e____con_o_tra_s_per_s.onas.. Con demasiada frecuencia oímos a personas bienintencionadas
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afirmar que un determinado niño se comporta muy bien con ellas y que su conducta puerilmente regresiva y difícil con su madre es debido a que ella le trata de un modo absurdo: generalmente el reproche que se hace a la madre es que consiente demasiado a su hijo. Tales críticas están a menudo fuera de lugar y con frecuencia son manifestaciones más de la ignorancia que la persona que critica tiene sobre cómo son los niños, que de la incompetencia de los padres. Inevitablemente, _@_presen~ta <:l.€!_ la .madre o deLpadre produce sentimientos prirriTflvos y turbulentos no despertados por Q~as-:--Estoes-TnCTuscf ciertó-en.el mundo de las aves. Los pinzones jóvenes, que son ya suficientemente capaces de alimentarse por sí solos, a veces comienzan a solicitar alimento de un modo infantil cuando ven a sus padres. Así pues, los padres, y en especial las madres, son personas muy calumniadas; sobre todo, me temo, por profesionales médicos y no médicos. Incluso así, sería absurdo pretender que no cometemos errores. Algunos son producto de ignorancia, pero quizá son más los que proceden de problemás emocionales inconscientes que datan de nuestra propia infancia. Aunque cuando examinamos a niños en una clínica psicológica infantil parece, en cierto número de casos, que las dificultades que presentan han surgido a partir de la ignorancia de sus padres sobre hechos como los nocivos efectos de la privación materna o de castigos prematuros y excesivos, los correspondientes trastornos parecen surgir con mucha mayor frecuencia a causa de tener los propios padres dificultades emocionales de las cuales tan sólo, en parte, poseen conciencia y que no pueden controlar. En ocasiones han leído todos los libros últimamente publicados sobre el cuidado del niño y han ~asistido a todas las conferencias pronunciadas por psicólogos, con la esperanza de descubrir cómo tratar y atender a sus hijos pero, a pesar de ello, las cosas han marchado mal. Por supuesto, el fracaso de muchos padres con "ideas psicológicas" ante la realización de una labor positiva con sus hijos ha conducido a que determinados y cínicos sujetos denigren dichas ideas. Yo creo que esto es un error. Sin embargo de lo que hemos de darnos cuenta, es que aquello que importa no es solo lo que hacemos, sino el modo cómo lo hacemos. Probablemente la alimentación regida por la autodemanda del niño, efectuada por una madre angustiada y ambivalente, dará lugar a muchos más proble-
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mas que una rutina regulada por el reloj, en manos de una madre que se sienta serenamente feliz. De modo similar sucede con los modernos métodos de aprendizaje del asE!O, en comparación con los antiguos. Ello no significa que !Os primeros sean mejores, sino que tan sólo constituyen parte de lo que importa y que los seres humanos, a partir de su infancia, son más sensibles a las actitudes de cuantos les rodean que a cualquier otra cosa. . En todo el lo no hay nada: de misterioso y no hay necesidad alguna de invocar a un sexto sentido. Niños muy pequeños se dan incluso mucha más cuenta de las significaciones de los tonos de voz, los gestos y las expresiones faciales, que los adultos y desde etapas muy iniciales, los lactantes son agudamente sensibles al modo en que se les trata*. Una madre muy angustiada que estoy tratando, me refirió cómo había descubierto que 'SU h ¡jo de 1 ;6 años, excesivamente llorón y pegado a sus faldas, responde de un modo muy distinto según como ella salga de la habitación. Si da un salto y sale corriendo para apagar la lumbre, por estar saliéndose la cacerola, el niño llora y solicita que vuelva. Si ella sale tranquilamente de la habitación, él apenas se da cuenta de su marcha. Aparte de la comprensión intelectual, que no voy a describir aquí, .la asistencia adecuada al niñO depende de la sensibilidad qu·e muestran la madre o el padre a las respuestas de su hijo y de su habilidad para adaptarse intuitivamente a las necesidades del niño. Esto no es nada nuevo. De cuando en cuando oímos decir a maestros y a otras personas que un niño sufre debido a la actitud de uno de sus padres, por lo general de la madre. Se nos dice que ella está excesivamente angustiada o que es demasiado severa con el niño, que es demasiado dominante o que rechaza a su hijo, y a veces tales comentarios están justificados. Pero lo que los críticos suelen dejar de tener en cuenta es el origen inconsciente de tales actitudes desfavorables. Como resultado de todo ello, los equivocados padres son sometidos a una mezcla de exhortación y criticismo, tan ineficaces la una como el otro y que no contribuye a ayudarles. *Véase por ejemplo el informe de STEWART y cols. (1954) acerca de lactantes que lloran excesivamente. Dichos autores hallaron que se trataba de una respuesta a las dificultades que ten(a su madre para asistirles y cuidarles equilibradamente.
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El enfoque psicoanalítico arroja, por una parte, un torrente de luz sobre el origen de las dificultades parentales y proporciona un modo racional de ayudarles. No les sorprenderá saber que muchas de las dificultades con las que tropiezan los padres proceden de su incapacidad para regular su propia ambivalencia. Cuando nos convertimos en padres se despiertan en nosotros poderosas emociones, tan intensas como las que vinculan a un niño de corta edad a su madre, o a los amantes entre sí. Especialmente en las madres se produce el mismo deseo de posesión completa, la misma dedicación e idéntica retirada del interés GOn respecto a los demás. Desgraciadamente, a estos deliciosos sentimientos de amor se viene a agregar con demasiada frecuencia una mezcla -y vacilo en decirlo- de resentimiento e incluso de odio. Tal intrusión de hostilidad en los sentimientos de una madre, o de un padre, hacia el bebé parece tan extraña y con frecuencia tan horrible que algunos tendrán dificultad en creerlo. No obstante es una realidad y en ocasiones una dura realidad, tanto para los padres como para el hijo. lCuál es su origen? Aunque sigue resultando difícil explicar esta hostilidad, es evidente que los sentimiento que aparecen en nosotros cuando nos convertimos en padres tienen mucho en común con los que nos generaban, cuando éramos niños, nuestros padres y hermanos. La madre que ha sufrido privación maternal, si no se ha convertido en incapaz de sentir afecto, puede experimentar una intensa necesidad de poseer el cariño de su hijo y realizará todo lo posible por obtenerlo. El progenitor que sentía celos de un hermano o una hermana más, pequeños puede llegar a experimentar una irracional hostilidad hacia el "pequeño intruso" que ha aparecido en la familia, sentimiento que es particularmente corriente en el padre. El progenitor cuyo amor por su madre iba mezclado con un antagonismo frente a las exigencias de la misma, puede llegar a manifestar resentimiento y odio ante las apetencias del lactante. Yo creo que el trastorno no se basa en la mera recurrencia de antiguos sentimientos -quizá en todo padre y toda madre existen hasta cierto punto tales sentimientos- sino en la incapacidad por parte del progenitor para tolerarlos y regularlos. Aquellos que experimentaron en su niñez una intensa ambivalencia hacia sus padres o hermanos y que luego recurrieron inconscientemente a algunos de los primitivos y pre-
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carios medios de resolver conflictos de los que he tratado ya anteriormente -represión, desplazamiento, proyección, etc.no están preparados para la renovación del conflicto cuan.do llegan a ser padres. En lugar de reconocer la auténtica naturaleza de sus sentimientos hacia el hijo y de adaptar su comportamiento de acuerdo con ello, se encuentran movidos por fuerzas que no conocen y perplejos por sentirse incapaces de ser tan cariñosos y pacientes como desearían. Su dificultad estriba en el resurgimiento de sentimientos ambivalentes, contra los cuales se enfrentan, inconscientemente, con los mismos y precarios métodos primitivos a los que recurrieron en su primera infancia, en una época de la vida en la que no disponían de métodos mejores. Así, la madre que teme constantemente que su bebé pueda morir· es inconsciente del impulso a matarle que existe en ella misma 2 y adoptando la misma solución que mantuvo en su infancia, frente quizá a sus deseos de muerte contra su propia madre, lucha infructuosamente, sin término, a fin de evitar peligros que pueden sobrevenir de cualquier parte: accidentes, enfermedades, descuidos de los vecinos, etc. El padre que se halla resentido por el monopolio que su hijo lactante ejerce sobre su mujer e insiste en que las atenciones que presta al niño no le benefician, no se da cuenta de que está motivado por el mismo tipo de celos que experimentó en su infancia cuando nació su hermano pequeño. Lo mismo cabe decir de la madre que tiene un afán por poseer el amor de su hijo y que por su inagotable capacidad de sacrificio tiende a asegurarse de que éste no tenga hacia ella sentimientos que no sean de amor y gratitud. Esta madre, que a primera vista parece tan amorosa, crea inevitablemente un gran resentimiento en su hijo, debido a sus exigencias de amor, y asimismo un gran sentimiento de culpa, a causa de sus afirmaciones de ser una ma.dre tan buena que no está justificado hacia ella otro sentimiento que no sea el de gratitud. Al comportarse de este modo no se da cuenta, desde luego, de que es digna de ser querida, cariño del que no gozó jamás cuando era niña. 2 Existen diversos estados mentales que pueden conducir a una madre a temer constantemente dejar morir a su hijo lactante, uno de los cuales es un deseo inconsciente de matarle. Otros son: la pérdida previa de un hijo, la pérdida de un hermano durante la niñez y el comportamiento violento por parte del padre del niño. Véase el estudio de las fobias en los capítulos 18 y 19 de Attachment and Loss, volumen 2.
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lnsi.sto en que, en mi opin1on, no es simplemente el hecho de que estén los padres motivados de este modo lo que da lugar a dificultades en los hijos, sino que estas dificultades se deben a la ignorancia que tienen los padres respecto a sus propias motivaciones y su involuntario recurso a la represión, la racionalización y la proyección para enfrentarse con sus conflictos. Probablemente no existe nada más dañino para unas relaciones que el hecho de que una de las partes atribuya a la otra sus propios defectos, convirtiéndola así en chivo expiatorio. Este último papel es el que, por desgracia, desempeñan los lactantes y niños en la primera infancia, al manifestar tan a las claras sus propias flaquezas: son egoístas, celosos, sucios y dados a rabietas, terquedad y avidez. Una madre o un padre que sean portadores de una carga de culpabilidad relativa a alguna de estas flaquezas tenderá a convertirse en irracionalmente intolerante frente a las manifestaciones de las mismas en su hijo. Atormentará al niño en sus vanos intentos por erradicar el vicio. Recuerdo a un padre que preocupado toda su vida por la masturbación, intentaba evitar ésta en su hijo colocándole bajo un grifo de agua fría cada vez que le veía tocándose los genitales. Actuando de modos similares a éste, el padre o la madre intensifican el sentimiento de culpa en el niño y también su miedo y odio a la autoridad. Algunas de las más envenenadas relaciones padres-hijo, que conducen a graves problemas en los niños, proceden de padres que ven motas en los ojos de sus hijos y no ven vigas en los propios. Todo aquél que posea una formación psicoanalítica y que haya trabajado en una el ínica psicológica infantil ha quedado impresionado por la frecuencia de estos problemas emocionales, así como otros análogos, en los padres de niños a los que atienden, o por la medida en que los problemas de los padres parecen haber creado o exacerbado las dificultades que padecen los hijos. Ello es tan frecuente que en muchas clínicas se dedica tanta atención a ayudar a los padres a resolver sus problemas emocionales, como a los hijos en los suyos. Por ello resulta curioso considerar que se trata de un aspecto de enfermedad psicológica que parece haber desconocido FREUD y al cual, quizá por esta razón, han de prestar adecuada atención los psicoanalistas. No obstante yo creo que es un aspecto prometedor de esperanza para el futuro.
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La limitada experiencia que poseemos sugiere que la ayuda psicológica proporcionada a los padres en los meses críticos precedentes y subsiguientes al parto y en los primeros afíos de la vida del niño puede contribuir, en gran medida, a g'ue establezcan una relación amorosa y comprensiva con el hijo lactante, relación que casi todos ellos desean. Sabemos que los primeros años de la vida de un niño, en los que, inconscientemente para él, se establecen los fundamentos de su personalidad, constituyen un periodo crítico dentro de su desarrollo. Parece ser que, asimismo, los primeros meses y años tras haber nacido el hijo, c~-u.rwie.r.indo--Gr-í-t-iee 12.o__ fil_g~sarcQILo_d_~ una madre Y. d~_UILPadxe.. En esta fase temprana de la materl11aaa--o-paternidad, los sentimientos de los padres parecen mostrarse más accesibles que en otros períodos y la ayuda psicológica es con frecuencia buscada y bien recibida, y resulta efectiva ya que las relaciones dentro de fa familia son flexibles. Una__ay_uda-r.elati\lélmen:ta_p_equeí'.ía, .Q!._QJ2 o re iq_r:i ad .?__i:_()J:l h abUid aq___9_u rao.~__ E:)_?j:e_p~_[QQ_QJ_P-1!~d_e__dar_ lugar a duraderos resultados. Si este modo de pensar nuestro esta enla-·cíerto~-1a-tamilia en la que ha nacido un nuevo bebé constituye un punto estratégico en el que romper el círculo vicioso constituido por niños con alteraciones que crecen para convertirse en padres con problemas psíquicos y qu.e a su vez tratan a sus hijos de un modo que la generación siguiente desarrolla trastornos idénticos o parecidos. En la actualidad conocemos bien la ventaja que supone tratar precozmente a los niños; lo que propugnamos ahora es que también los padres al llegar a desempeñar este papel deben ser tratados muy pronto. El reconocimiento de que una causa principal de los errores parentales consiste en que los sentimientos que albergan hacia sus hijos se hallan alterados por conflictos inconscientes que proceden de su propia niñez, quizá no se ha incorporado aún al pensamiento contemporáneo. No sólo es algo que altera y alarma a los padres, muchos de los cuales suponen, lo cual no deja de ser natural, que las dificultades familiares residen en cualquier otro lugar que no sean sus propias mentes, pero es desconcertante para los profesionales médicos y no médicos descubrir que un número tan grande de los problemas con los que se enfrentan, residen en un dominio aparentemente intangible, acerca del cual no poseen conocimientoss, careciendo asimismo de la preparación nece-
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saria para prestar ayuda. Pero los hechos están ahí y, si los padres han de recibir la ayuda comprensiva y esclarecedora que les permita convertirse en los excelentes padres que desean ser, el personal profesional ha de poseer una comprensión mucho más a fondo del conflicto inconsciente y del papel que desempeña en la creación de alteraciones en la forma de tratar los padres a sus hijos. Esto plantea un problema de primera magnitud, demasiado amplio para que lo abordemos ahora. Conflicto extra e intra-psíquico Como veremos, el punto de vista que estoy defendiendo se basa en la creencia de que muchas enfermedades mentales y muchas infelicidades son debidas a influencias ambientales que podemos cambiar. En psicoanálisis, al igual que en otras ramas de la psiquiatría y de hecho en todas las ciencias biológicas, se discuten constantemente las respectivas contribuciones de la naturaleza y del medio ambiente. Nuestro problema consiste en comprender por qué un individuo se desarrolla sin grandes dificultades en su vida pulsional, mientras que otro se ve acosado por ellas. No cabe duda de que tanto las variaciones en la dotación hereditaria, como la influencia ejercida por el medio ambiente desempeñan papeles importantes. El propio FREUD, sin embargo, debido quizá a que se demostró falsa su primera hipótesis sobre el medio ambiente (la relacionada con la influencia ejercida por la seducción infantil), se mostró prudente en cuanto a culpar a las variaciones ambientales de las dificultades que mostraban sus pacientes y, según iba avanzando en edad, fue creyendo cada vez más que poco se puede hacer para mitigar la intensidad del conflicto infantil, operando cambios en el medio ambiente del niño. Son muchos los psicoanalistas que le han seguido en este modo de pensar. Algunos, de hecho, no sólo han mantenido que quienes somos más optimistas en este sentido estamos equivocados, sino que han mostrado también su temor de que, al destacar la importancia del ambiente, no prestemos la debida atención al hecho crucial representado por el conflicto intrapsíquico. Hay que admitir que tal riesgo existe y que han sido escritos libros por psicoanalistas acerca de la asistencia al niño, que se han
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centrado principalmente sobre el conflicto extrapsíquico; es decir el conflicto entre las necesidades infantiles y las limitadas oportunidades proporcionadas por el medio ambierite para su satisfacción. Aunque, como he señalado, creo qUe este conflicto extrapsíquico entre las necesidades internas y la oportunidad exterior para satisfacerlas es bastante auténtico, deseo hacer resaltar que, en mi opinión, esto, en sí, tiene tan sólo una limitada importancia para el desarrollo psíquico. Lo que importa respecto al medio externo, es la medida en que las frustaciones y otras influencias que éste impone conducen al desarrollo de conflicto íntra-psíq uico de una forma e intensidad que el inmaduro aparato psíquico del lactante y del niño en la primera infancia no puede controlar satisfactoriamente. Con este criterio es con el que debemos comprobar los méritos o los fallos de las prácticas de asistencia al niño y yo creo que centrando el problema de este modo, es como el psicoanálisis ha de llevar a cabo su principal contribución. Por convencido e incluso entusiasta partidario que yo sea de la opinión de que las situaciones reales que un lactante o un niño pequeño experimenta· son de capital importancia para su desarrollo, repito que no deseo dar la impresión de que actualmente sabemos cómo hacer que todos los niños se desarrollen sin trastornos emocionales. Creo, desde luego, que disponemos ya de bastantes conocimientos y que si fuésemos capaces de aplicarlos (en este caso, el condicional es muy fuerte, debido a la falta de personal bien preparado) se obtendría un enorme aumento de la felicidad humana y una drástica reducción de enfermedades de origen psíquico. No obstante, sería absurdo suponer que nuestro conocimiento es ya de un grado tal que podamos garantizar que si un niño tiene éstas u otras experiencias se desarrollará sin mayores dificultades. No sólo hay que enfrentarse con problemas tan difíciles como los que surgen del distorsionador efecto de las fantasías infantiles y de su errónea interpretación del mundo que rodea al niño3, aspecto al que no me he referido 3 Creo que los efectos distorsionantes de las fantasías infantiles han sido enormemente exagerados en la teorización psicoanalltica tradicional. Cuantos más detalles conocemos de los acontecimientos en la vida de un niño y de cuanto se le ha dicho. lo que ha oído de pasada y lo que ha observado, pero se supone no sabe, tanto más claramente pueden ser consideradas sus ideas acerca del mundo y de lo que puede suceder en el futuro, como construccion.¡s perfectamente razonables. Datos demostrativos de esta opinión están expuestos en los últimos cap(tulos del volumen 11 y a lo largo del volumen 111 de "Attachmentand Loss".
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aquí, sino-que pueden existir muy bien dificultades relativas a los orígenes, sobre las que no sabemos nada en el,,presente. Incluso en las que poseemos cierto conocimiento, éste sigue siendo escaso e insuficientemente basado en datos sistemáticamente recopilados. Por tanto es grande la necesidad de investigaciones, y a medida que se amplía nuestro saber aumentan las oportunidades para una positiva labor investigadora. Tan sólo el futuro revelará qué caminos de la investigación se mostrarán más fructíferos. Toda experimentación es un juego y hemos de apostar nuestro dinero a los caballos que esperamos ganen. En general, mi propia inclinación me lleva a apoyar a los crossbreds*. Me parece probable que los estudios sobre motivación en niños pequeños, y en especial el estudio del modo en que una madre y su hijo lactante desarrollan su relación, tan cargada de afectividad y que tan central interés reviste para el psicoanálisis, ganarán mucho en precisión y claridad a partir de la aplicación de conceptos y métodos de investigación derivados de la escuela europea de estudios sobre el comportamiento animal, a cuya cabeza están LORÉNZ v T1NsERGEN y que se conoce frecuentemente con la denomina.ción de etología. Sospecho, asimismo, que nuestra visión del mundo cognitivo que el lactante y el niño pequeño crea por sí mismo, para habitarla luego y para moldearla finalmente, progresará en gran medida gracias a los conceptos y los métodos de investigación creados por P1AGET. De modo similar, es de esperar que la teoría del aprendizaje arroje luz sobre los procesos que tienen lugar eo los críticos meses y años en los que nace una nueva personalidad. No obstante, por indispensables que yo crea que son las contribuciones de esta índole, resultarán estériles si no son constantemente interpretadas a la luz del conocimiento obtenido a través del contacto íntimo con la vida emocional de los niños y sus padres, dentro de un centro clínico y utilizando métodos como los introducidos por Melanie KLEIN y Anna FREUD, así como por otros psiconalistas infantiles y que derivan su inspiración, en último término, del hombre del que conmemoramos esta semana el centenario de su nacimiento.
*Crossbred
=
h1brido; resultante del cruce o entrecruce de animales.o plantas,
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Postscriptum La mayoría de los temas mencionados en esta confereneia son tratados de nuevo en ulteriores trabajos.incluidos en esta colección. Para una exposición de hallazgos más recientes sobre el desarrollo de las relaciones madre-hijo lactante véase STERN (1977).*
*Tiene traducción española: La primera relación madre-hijo, 3ª ed., Madrid, Morata, 1983. (N. del R.)
SEGUNDA CONFERENCIA
UN ENFOQUE ETOLOGICO DE LA INVESTIGACION DEL DESARROLLO INFANTIL*
En su reunión anual de la primavera de 1957, la British Psychological Society organizó un simposio sobre The Contribution of Current Theories to and Understanding of Child Development (La contrjbución de las teorías actuales-a fa comprensión del desarrollo del niño). Yo fui invitado a disertar sobre la contribución que fa etología podría aportar y también sobre la teoría del aprendizaje asociativo, el psicoanálisis y los creadores de sistemas: P1AGET y FREUD. Las cuatro contribuciones fueron publicadas más adelante, en dicho año. Un problema central tanto para la psicología clínica, como para la social, es el de la naturaleza y el desarrollo de las relaciones de un niño con otras personas. En su modo de enfocar este problema, los psicólogos tienden a adoptar uno de estos dos procedimientos: si su orientación es académica y experimental, se inclinan más bien a alguna modalidad de la teoría del aprendizaje; si están clínicamente orientados,
*Publicado originalmente en 'el Brltish j ournal of Medica/ Psycho/agy (1957).
30:23040.
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siguen al!luna forma de psicoanálisis. Ambos sistemas han conducido al lo!lro de una labor valiosa. Sin embargo, las tentativas realizadas para aunarlos han sido escasas y no han tenido mucho éxito, mientras que la desconfianza y 'las críticas recíprocas son bastante corrientes entre los partidarios de ambas tendencias. Los psicoanalistas consideran, desde un principio, que las relaciones sociales del hombre se basan en instintos procedentes de raíces biológicas que impulsan al individuo a la acción. Gran parte de la teoría psicoanalítica se ha referido a estos instintos, a su aparición seriada y fragmentada en la ontogenia, su gradual organización, no siempre lograda con éxito, en totalidades más complejas, los conflictos surgidos cuando dos o más de ellos son activos e incompatibles, la ansiedad y el sentimiento de culpa que producen, las defensas puestas en juego para enfrentarse a ellos. Preocupados con estas primitivas pasiones humanas, las cuales, debido a los toscos dispositivos destinados a controlarlas, pueden impulsarnos, como sabemos a nuestra costa a actos de los que más tarde nos arrepentimos, los psicoanalistas se han mostrado con frecuencia impacientes con los estudiosos del aprendizaje. En sus disquisiciones teóricas parece haber poco lugar para la afectividad humana o para la motivación proced~nte de profundidades inconscientes e irracionales. Para el el ínico, el teórico del aprendizaje se le aparece siempre corno luchando para embutir un kilo de turbulenta naturaleza huma na en un recipiente de cien gramos de fría e impecable teoría. Por el contrario, los teóricos del aprendizaje adoptan una actitud crítica frente a los psicoanalistas. Las definiciones de instinto son notablemente insatisfactorias y tienden a degenerar en lo alegórico. Aunque los informes clínicos son voluminosos, los registros de observación sistemática siguen siendo escasos. El método experimental brilla por su ausencia. Y lo peor de todo es que las hipótesis están con frecuencia construidas de modo que no resultan susceptibles de verificación: un defecto fatal para el progreso científico. La teoría del aprendizaje, como se afirma con razón, define sus términos, construye operacionalmente sus hipótesis y las comprueba mediante experimentos adecuadamente diseñados. Como alguien que aspira a ser tanto clínico, como científico, he experimentado agudamente este conflicto. Como clíni-
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co he ,con~ic;IE)ra,dp,que el método de FREUD es el más fructífero: no sólo ha prestado atención a procesos psicológicos de inmediata importancia clínica, sino que su serie de conceptos que apelan a un inconsciente dinámico ha constituido un método prácticamente útil para ordenar los datos. Sin embargo, como científico, me he sentido incómodo por las poco fiables características de muchas de nuestras observaciones, la oscuridad de muchas de nuestras hipótesis y, sobre todo, la ausencia de cualquier trad'ición que exija que las hipótesis han de ser sometidas a verificación. A estos defectos creo que son debidas las controversias, con demasiada frecuencia acaloradas y estériles, que han caracterizado a la historia del psicoanálisis. Así pues, me he preguntado, junto con muchos de mis colegas lcómo podemos someter al psicoanálisis a una mayor disciplina científica sin sacrificar sus contribuciones, que son únicas? Preocupado con este dilema, hace pocos años llegué a conocer la obra de los etólogos. Inmediatamente sentí un vivo interés. Se trataba de un grupo de biólogos que estudiaban el comportamiento de animales salvajes y que no sólo usaban conceptos como los de instinto, conflicto y mecanismo de defensa, extraordinariamente similares a los que se utilizan en la labor el ínica cotidiana, sino que también realizaban descripciones, bellamente detalladas, del comportamiento, diseñando una técnica experimental para someter sus hipótesis a verificación. Hoy día sigo estando tan impresionado como entonces. La etología, en mi opinión, está analizando los fenómenos importantes de un modo científico. En cuanto estudia el desarrollo del comportamiento social y especialmente el de las relaciones familiares en especies inferiores, creo que examina comportamientos análogos y quizá, a veces, incluso homólogos a muchos de los que nos interesan clínicamente; en cuanto utiliza descripción de campo, hipótesis con conceptos operacionalmente definidos y experimentación, está usando un riguroso método científico. Cierto es que tan sólo tras haber sido comprobado en el crisol del esfuerzo investigador sabremos si tal modo de enfocar los hechos demostrará ser tan fructífico con los seres humanos, como lo es con especies inferiores. Me limitaré a decir que es un modo de consideración que estimo sumamente digno de encomio, puesto que, ~n mi opinión, es capaz de proporcio,nar .el conjunto de conceptos y datos que son
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precisos si los detalles e i~eas ª~?r:taqps ,por o.tras. coqcei?ci?nes y sobre todo por el ps1coanal1s1s fa teoria del aprend1zaie y por PtAGET, han de ser explotados e integrados. Al revisar brevemente las principales características del método etológico, comenzaremos con la obra de DARWIN ( 1859), no solamente porque fue un etológo antes de haberse acuñado este vocablo, sino también porque una preocupación básica de la etología es la relativa a la evolución del comportamiento a través del proceso de selección natural. En el Origin of Species (Origen de las especies), escrito hace ahora exactamente un siglo, DARWIN dedica un capítulo al Instinto, en el que é,lfi rma que cada especie está dotada con su peculiar repertorio de patrones de comportamiento, del mismo modo que con sus propias peculiaridades anatómicas. Al destacar que "los instintos son tan importantes como la estructura corporal para el bienestar de cada especie", avanza la hipótesis de que "todos los instintos más complejos y maravillosos" se han originado a través del proceso de selección natural, que ha conservado aquellas variaciones continuamente acumuladas que resultan ventajosas desde el punto de vista biológico. DARWIN ilustra su tesis refir'iéndose a las características del comportamiento de diversas especies de insectos, como las hormigas y las abejas y de aves como el cuco. Desde la época de DARWIN, los zoólogos se han interesado por describir y catalogar aquellos patrones de comportamiento que son característicos de una determinada especie y que, aun siendo hasta cierto punto variables y modificables, constituyen su marca característica como el color rojo del pecho en el petirrojo o el listado de la piel del tigre. No podemos confundir la actividad de puesta de huevos de la hembra del cuco, con la de la hembra del ganso, el modo de orinar el cabal lo, con el del perro, el acto de cortejar a la hembra un ave como el calimbo, con el del gallo. En cada caso, el comportamiento manifiesto lleva el sello de una determinada especie y es, por tanto, específico de ella. Dado que estos patrones se desarrollan de un modo característico en casi todos los individuos de una especie e incluso en los criados en condiciones de aislamiento, es evidente que son en gran medida heredados y no aprendidos. Por otra parte, hallamos individuos en los cuales no se han desarrollado estos comportamientos o en los que han adoptado formas
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peculiares y podemos, por tanto, concluir que el medio ambiente ejerce asimismo cierta influencia. Esto nos recuerda que en los organismos vivientes, ni la estructura, ni la función pueden desarrollarse excepto en un medio ambiente y que, por poderosa que sea la herencia biológica, la forma exacta que adopte dependerá de la naturaleza de dicho medio ambiente. Los patrones de comportamiento específicos de la especie (valga la redundancia) que nos interesan son con frecuencia asombrosamente complejos.Consideremos por ejemplo la labor desarrollada por un paro* de cola larga al construir su bello nido abovedado, cubierto de liquen. Tal actividad comprende lo siguiente: elegir un lugar, recoger primeramente musgo y luego telarañas para formar una plataforma y gradualmente, mediante movimientos laterales mientras el pájaro permanece sentado en la plataforma, "moldear" el musgo en forma de taza. La taza va creciendo constantemente al ir tejiendo el pájaro el nido en torno suyo, hasta que, como resultado de ir continuando tal proceso por encima de su cabeza, queda construida la bóveda. Mientras tanto se han ido añadiendo líquenes a la cara externa del nido y se ha dejado libre un orificio de entrada. Por último se refuerzan las paredes laterales de la entrada y el nido es forrado con multitud de suaves plumas. En esta sorprendente realización se dan catorce tipos distintos de movimiento y de combinaciones de movimientos, algunos de ellos comunes con otras especies, otros específicos de ésta adaptándose cada uno de ellos al particular entorno de la pareja que anida y estando todos ellos organizados de tal modo en tiempo y espacio que el resultado es una estructura coherente; distinta a cualquier otra que se dé en la naturaleza, y que se halle al servicio de una función vital para la supervivencia de la raza de paros de cola larga (TINBERGEN , citado por THORPE 1956). Otros patrones son mucho más simples. Si sacudimos el nido de un mirlo surgen varias cabezas feas y pequeñas con una gigantesca boca abierta; si colocamos un pollito de 24 horas sobre una mesa con granos de alimento, rápidamente empezará a picar cada uno de ellos, con gran precisión. Pero incluso estos patrones tan sencillos están lejos de ser tan
*Género de pájaros dentirrostros con pico corto y recto. (N. del R.)
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simples como parece a primera vista. L~ respuesta de abrir el pico por parte de las crías de mirlo está prc;ivocada y orientada por una gestalt visual, así como por él hecho de;. ser sacudido el nido; el picoteo del pollito está organizado de tal modo en espacio y tiempo que cada grano de alimento resulta captado con precisión. Es evidente que estos patrones de comportamiento no pueden tratarse de simples reflejos. En primer lugar, su organización es más compleja y está dirigida al comportamiento, a un nivel molecular; en segundo término parece ser que una vez activado posee un momento motivacional propio que tan sólo cesa en circunstancias especiales. Los etólogos estudian estos patrones de comportamiento específicos. Los términos de "etología y "etólogo" derivan del griego ethos, que significa "de la naturaleza de la cosa *. Desde los días de DARWIN, un propósito principal de este modo de estudio ha sido el taxonómico, es decir: la ordenación de las especies con arreglo a sus más próximas relaciones en vida y muerte. Se ha hallado que, a pesar de la potencial variabilidad, la relativa fijeza de estos patrones en las diversas especies de peces y aves es tal que puede ser utilizada con fines de clasificación, con un grado de fiabilidad no inferior al correspondiente a las estructuras anatómicas. Una visita a la estación de investigaciones de Konrad LORENZ, en Alemania, revela rápidamente su constante interés por revisar la clasificación taxonómica de patos y ocas mediante referencia a sus patrones de comportamiento. De modo similar, Niko T1N BERGEN muestra una especial atención por realizar un inventario descriptivo completo basado en el comportamiento de las. múltiples especies de gaviotas. Si destaco esto es para hacerles ver el grado en que estos patrones de comportamiento son específicos de las especies, son heredados, y forman tanta parte de la naturaleza del organismo como los huesos del anima 1 en cuestión. Soy consciente, al llegar aquí, que algunos de Vds. pueden estar algo impacientes. Sí, me dirán, todo eso es muy interesante y puede ser cierto para los peces y las aves ¿pero estamos seguros de que también es aplicable a los mamíferos, 11
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*Para el debate sobre estos términos, véase TI NBERGEN (1955).
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y no digamos, al hombre? ¿No es característico del comportamiento de los mamíferos su variabilidad y el papel que desempeña en el mismo el aprendizaje? ¿Estamos seguros de que existen en los mamíferos patrones de comportamiento biológicamente heredados? El etólogo responderá: Sí, es cierto que el comportamiento de los mamíferos es más variable y que el aprendizaje desempeña un importante papel con respecto al mismo, pero no por ello deja de presentar cada especie una conducta propia y peculiar -así, por ejemplo, en la locomoción, la alimentación, el cortejo y el apareamiento, y con el cuidado de la prole- y parece muy improbable que estos patrones sean totalmente aprendidos. Por otra parte, como ha mostrado BEACH en las ratas y CoLLIAS y BLAUVELT en las cabras, es fructífero estudiar este comportamiento con idénticos métodos y elaborar los datos del mismo modo que ha demostrado ser tan positivo en el caso de los vertebrados inferiores. Respecto a los patrones de conducta sólo existen signos de un marcado distanciamiento entre peces, aves y mamíferos en cuanto a su anatomía. Por el contrario, a pesar de la introducción de importantes y nuevos rasgos, existen todos los signos de una continuidad evolutiva. Los patrones de comportamiento establecidos en la especie parecen ser tan importantes en la intervención en los procesos biológicos básicos de los mam íferos, como lo sor en otras especies y puesto que el hombre comparte los componentes anatómicos y fisiológicos de tales procesos con los mamíferos inferiores, extraño sería que no compartiese también algunos, al menos, de sus componentes comportamentales. A fines taxonómicos puede ser suficiente la descripción exacta de los patrones de conducta. Para una ciencia del comportamiento, sin embargo, necesitamos saber mucho más. Precisamos conocer, sobre todo, cuanto sea posible acerca de la naturaleza de las condiciones, tanto internas como externas al organismo, que rigen a los correspondientes patrones. Los etólogos han realizado una esencial contribución a nuestro conocimiento de las condiciones externas al organismo que revisten importancia en tal sentido. HEINROTH fue uno de los primeros en señalar que los patrones de comportamiento específicos frecuentemente son activados por la percepción de gesta!t visuales o auditivas bastante simples y a las cuales son sensibles de un modo innato. Ejemplos bien
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conocidos de esto, analizados mediante experimentos en los que se utilizan simulacros de diversas formas y colores, son la respuesta de apareamiento del pez espino macho*, provocada por la percepción de una forma semejante a la de Úila hembra preñada, la respuesta de petición de alimento del polluelo de gaviota arenquera, provocada por la percepción de una mancha roja similar a la existente en el pico de una gaviota adulta y la respuesta de ataque del petirrojo, provocada por la percepción, en su territorio propio, de un manojo de plumas rojas similar a las existentes en el pecho de un macho rival. En los tres casos, la respuesta parece estar provocada por la percepción de una gesta/t bastante sencilla, conocida con la denominación de "signo-estímulo". Gran parte de la obra etológica ha estado dedicada a la identificación de los signos estímulos que provocan los diversos patrones de comportamiento específicos en peces y aves. Ya que muchos de estos patrones intervienen en la conducta social -cortejo, ap·areamiento, alimentación de la prole por parte de los padres y seguimiento de los padres por las crías- se ha llegado a explicar en gran medida la naturaleza de la interacción social. Se ha demostrado en docenas de especies que el comportamiento que corresponde al apareamiento y al cuidado de la prole está controlado por la percepción de signos estímulos presentados por otros miembros de la misma especie como el despliegue de una cola o el color de un pico, o bien un canto, o una llamada, siendo las características esenciales.de los mismos· las de gesta/t bastante sencillas. Tales signos estímulos son conocidos por "desencadenantes sociales" (social releasers). Recientemente BEACH el psicólogo americano, ha analizado si el necesario estímulo externo es tan sencillo en los mamíferos tomo lo es en los peces y aves. Su obra sobre el comportamiento de apareamiento de ratas machos y el transporte de las crías por las ratas hembras se basa en métodos y conceptos si mi lares a los de la escuela europea de etología de base zoológica. Tras multitud de experimentos, BEACH y JAY NES (1956) han llegado a conclusiones que parece.n, a pri-
*Puede verse a este respecto la obra de RE UCH LI N, M .: Psico/ogia, Madrid, Morata, 1980, (pág. 36) (N, del R,)
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mera vista, situar a' las ratas en una categoría distinta a los pinzones, por ejemplo; ambas respuestas, concluyen dichos autores, dependen de un patrón de estímulo que es de naturaleza multisensorial. No obstante, se siguen mostrando prudentes y en una comunicación personal BEACH ha señalado la posibilidad, avanzada ya por T1NBERGEN, de que "si fragmentamos la respuesta maternal total de una hembra adulta en secciones o segmentos individuales, se pondría claramente de manifiesto que cada elemento, dentro del patrón secuencial, se halla controlado de hecho por una simple clave sensorial". Por otra parte, y en la misma comunicación BEACH ha hecho constar que "el comportamiento de mamíferos muy jóvenes puede estar regido por controles sensoriales más simples que los que operan en la edad adulta" y que es más que probable que algunos de ellos sean provocados por algo que se aproxima a un signo estímulo. Puntos de vista de esta índole, procedentes de un investigador de la talla de BEACH no apoyan en absoluto la hipótesis de que las tesis etológicas no sean aplicables a los mamíferos. El método experimental puede ser asimismo utilizado para arrojar luz sobre las condiciones internas del organismo que son necesarias para la activación de un patrón comportament¡;¡I. Aquí se incluyen la maduración del cuerpo y, sobre todo, del sistema nervioso central, (como en la huida por parte de aves que están creciendo), así como el equilibrio endocrino, (como en el comportamiento sexual de la mayoría de los vertebrados), si no de todos ellos. Se incluye también el hecho de que el patrón haya sido o no activado recientemente, ya que es bien sabido que muchos comportamientos instintivos son más difíciles de evocar si han sido recientemente activados, que tras un período de reposo. Después de la cópula, pocos animales son sexualmente excitados con tanta facilidad como lo eran antes de la misma. Estos cambios, así como otros comparables, son claramente debidos a una variación en el estado del propio organismo y, en muchos casos, los experimentos muestran que tal variación reside en el sistema nervioso central. Para explicar estos camb íos, LoRENZ ( 1950) postuló una serie de reservorios, lleno cada uno de ellos de "energía específica de reacción" adecuada a un determinado patrón de comportamiento. Supuso cada reservorio controlado por una válvula (mecanismo innato de puesta en marcha = innate re!easing mechanism o
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/.R.M.) que podía ser abierta por la percepción del signo estímulo adecuado, de modo que la energía específica de reacción sería descargada mediante la realización del comp9rtamiento específico. Cuando la energía había sido derivada y, por tanto, agotada, cesaba el comportamiento. A continuación, suponía LORENZ, la válvula se cerraba, la energía se acumulaba de nuevo y tras cierto tiempo, el proceso se hallaba en disposición de repetirse. Este modelo psicohidráulico de instinto, con su reservorio y su acumulación de "energía ofrece una evidente semejanza con la teorfa del instinto propugnada por FREUD, y no parece improbable que tanto FREUD, como LORENZ llegasen a postular modelos si mi lares como resultado de intentar explicar un comportamiento semejante. De cualquier modo, este modelo psicohidráulico actualmente está desacreditado. Ya no es preconizado ni por Lo RENZ , ni por T1NBERGEN y, por mi parte, espero el día en que sea también abandonado por los psicoanalistas. No solamente es tosco desde el punto de vista mecánico, sino que tampoco se ajusta a los datos. Gran parte de la labor experimental realizada en estos últimos años ha demostrado que los patrones de comportamiento cesan, no por haberse agotado cierta hipotética energía, sino por "apagado" o "desconexión". Diversos procesos psicológicos pueden cond ucir a este resultado. Uno de ellos, que incide en el comportamiento a largo plazo, es la habituación. Otro, que le afecta a corto plazo, es ilustrado mediante experimentos en los que se utilizan perros esofagostomizados, experimentos que han demostrado que los actos de comer y beber están determinados por estímulos propioceptivos y /o enteroceptivos que surgen a partir de la boca, el esófago y el estómago y que en el animal intacto son el resultado de los actos mismos; es decir: se trata de un mecanismo en feedback negativo. Tal cese no se debe ni a fatiga, ni a haberse saciado la necesidad de comida y bebida; en vez de ello es el acto llli~mo el que da lugar a los estímulos en feedback que le concluyen. [Para un análisis de este tema véase ÜEUTSCH (1953) y H1NDE ( 1954)]. Igualmente interesantes son las observaciones de etólogos relativas a que, así como el comportamiento puede ser activado por estímulos exteroceptivos, también puede ser terminado por ellos. MoYNIHAN (1953), por ejemplo, ha de-
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mostrado que el impulso a la incubación de la gaviota de cabeza negra tan sólo se reduce a cuando el ave permanece sentada sobre u na nidada de huevos bien ordenados. En tanto esta situación persiste, el ave permanece tranquilamente sentada. Si se retiran los huevos o se desordenan, el animal se intranquiliza y tiende a realizar movimientos de construcción del nido. Esta intranquilidad persiste hasta que comienza a experimentar de nuevo los estimules procedentes de una nidada adecuadamente ordenada. De modo similar, HlNDE (1954) ha observado que en el comienzo de la primavera la simple presencia de un pinzón hembra da lugar a una reducción del comportamiento de cortejo por parte del macho, como el consistente en cantar y buscar. Cuando la hembra está presente, el macho permanece quieto, cuando está ausente se torna activo. En este caso, en el que es suprimido un comportamiento socialmente importante mediante signos' estímulos emanados de otro miembro de la misma especie, podemos hablar quizá de "supresor social" como un término paralelo al de desencadenante social. Parece probable que los conceptos de desencadenante social y de supresor social se muestren válidos en el estudio de la interacción social no verbal en seres humanos y especialmente en la interacción que tiene un tono emocional; me referiré de nuevo a esto cuando examine la posible aplicación de estas ideas a la investigación del desarrollo infantil. Nuestro modelo básico de comportamiento instintivo es, por tanto, una unidad que comprende un patrón de comportamiento específico de la especie correspondiente, regido por dos complejos mecanismos, uno que controla su activación y el otro su terminación. No pocas veces hallamos que cierto número de patrones distintos, cada uno de los cuales merece un detallado estudio, están vinculados entre sí de un modo que resulta de ello un comportamiento tan complejo como la construcción de un nido o un cortejo., La función biológica de estos patrones y de su organización superior es la de servir a los procesos vivientes básicos del metabolismo y la reproducción: son las contrapartidas al nivel de comportamiento de los procesos fisiológicos que se ocupan también del metabolismo y la reproducción y que han constituido desde hace tiempo la materia de estudio de la fisiología. Al igual que sucede con estos bi ltimos en cada especie, sus formas principales son heredadas y como afirmó DARWJN
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hace un siglo, sus variaciones hereditarias se hallan tan sujetas a la selección natural como sucede con cualquier otra característica heredada. Naturalmente este modelo no es exclusivo de la etología. Un patrón si mi lar ha sido presentado, independiente, al menos por un psicólogo experimental (DEUTSCH, 1953) y gran parte de los datos empíricos relativos al papel desempeñado por los estímulos enteroceptivos han sido recopilados por psicólogos y fisiólogos. Esto vienen a ilustrar la naturaleza complementaria de los enfoques etológico y psicológico. No sólo son complementarios, sino que, a partir de William JAMES ha habido psicólogos que se han interesado mucho por los fenómenos estudiados por los etólogos y algunos, como YERKEs y BEACH, han realizado notables contribuciones. Las principales aportaciones realizadas por los etólogos han sido el análisis de una compleja secuencia de comportamiento instintivo, como el cortejo o la construcción del nido, en cierto número de patrones complejos, regido cada uno de ellos por su propio e intrincado mecanismo y organizados conjuntamente en una totalidad mayor; el aislamiento de aquellos rasgos del patrón que son heredados y el descubrimiento de que tanto en su activación como en su terminación los estímulos exteroceptivos desempeñan un papel principal. Antes de considerar la aplicación de estos conceptos a la investigación del desarrollo infantil deseo hacer una breve referencia a otros dos conceptos a los que han aportado contribuciones tanto los etólogos, como los psicólogos -los de fases sensitivas del desarrollo 1 y de regulación de conflicto. Ambos conceptos son centrales en psicoanálisis y nuestra creciente comprensión de ellos reviste particular interés para los el ínicos. En el individuo en vías de crecimiento se ha observado que los patrones de conducta específicos de la especie atraviesan con frecuencia fases sensibles de desarrollo, durante
1 En la versión original yo utilicé el término.entonces corriente.de "fase critica del desarrollo". Esto, sin embargo, tiene el inconveniente de implicar que el hecho de que tenga lugar o no el determinado desarrollo, tiene un carácter de o todo, o nada, lo cual no es el caso. En consecuencia, he adoptado aquí el término de "fase sensible del desarrollo" a fin de indicar que durante dicha fase.el curso del desarrollo en cuestión no es más que especialmente sensible a las condiciones ambientales.
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las cuales algunas de sus características son determinadas, de forma permanente, o bien casi permanente. Las fases sensibles, que ocurren a menudo, aunque no forzosamente, en etapas muy precoces del ciclo vital, afectan al desarrollo al menos de cuatro aspectos: a) b) e) d)
que la respuesta se desarrolle o no, la intensidad con la que se manifiesta más adelante, la forma motora exacta que adopta, los estímulos determinados que la activan o la concluyen.
a) Los patrones que se desarrollan en todos los miembros de una especie cuando se crían en un medio ambiente "corriente" pueden dejar de aparecer absolutamente si el medio ambiente está restringido de algún modo especial. Así, se ha demostrado que la respuesta de picoteo que aparece en el pollito de un día, dentro de un ambiente normal, no se desarrolla jamás si el pollito permanece confinado en la oscuridad durante los primeros 14 días de su vida (PADILLA, 1935). De modo similar, la tendencia por parte de la cría de pato silvestre a seguir un objeto en movimiento, que es sensible en grado máximo hacia las 16 horas tras la incubación, no se desarrolla si el patito no tienen ningún objeto al cual seguir durante sus primeras 40 horas (WE1DMANN, 1956). En cada uno de estos casos ha transcurrido ya el período sensible para la "movilización" de la respuesta y, por tanto, esta última no surge en absoluto. b) En otros casos, el patrón puede desarrollarse de modo normal, pero debido a una determinada experiencia en la infancia, se manifiesta en el adulto con una insólita intensidad. Un ejemplo bien conocido es el comportamiento de almacenamiento de ratas adultas tras unos cuantos días de frustación para alimentarse. Ratas que durante la lactancia han estado sometidas, en una determinada edad, a un período de alimentación intermitente, con la subsiguiente frustración, tienden a almacenar más bolitas de alimento que las ratas que no han tenido dicha experiencia durante la lactancia. Este trabajo, desde luego, fue realizado por un psicólogo experimental, HuNT (1941). e) En muchos casos, la parte motora del patrón de comportamiento es susceptible de procesos de aprendizaje y en algunos se ha revelado que esta suceptibilidad está confinada
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a un limitado período. Uno de los ejemplos mejor estudiado es el aprendizaje del canto por los pinzones. THciRPE (1956)) ha demostrado que mientras determinadas cara"Cterísticas del canto se desarrollan incluso en un pinzón que ha sido criado en condiciones de aislamiento, otras son adquiridas y este aprendizaje está limitado a períodos especiales durante su primer año de vida. El canto que entonces aprende es el que ejercitará durante el resto de su vida. d) Los estímulos que activan o terminan un patrón de comportamiento pueden ser generales al principio y restringidos más tarde mediante un proceso de aprendizaje. Este proceso de restricción se ha observado que puede limitarse también a un breve período del ciclo vital. El famoso trabajo de LoRENZ (1935) sobre la "impronta" de crías de oca es bien conocido; mientras que, al principio, una cría de oca seguirá a cualquier objeto en movimiento que se sitúe dentro de amplios límites de tamaño, al cabo de algunos días seguirá tan sólo a la clase de objetos a la cual está acostumbrada, ya se trate de la oca madre o de un ser humano', y lo hace, además, haya recibido o no alimentos o cuidados por parte del objeto. Otro ejemplo bien conocido es el del cordero huérfano criado en la granja y que se fija entonces a los seres humanos, no estableciendo porteriormente relación social con las ovejas. Deseo, por último, llamar la atención de Vds. sobre el hecho de que en la vida cotidiana y corriente de los animales, surgen constantemente situaciones de conflicto. Ha pasado ya la época en que se suponía que tan sólo el hombre estaba cargado con la cruz de los conflictos entre impulsos; en la actualidad sabemos que están sujetos a los mismos las aves y las bestias de todas clases. Hemos aprendido, además, que el resultado de tales conflictos es muy variado y, en ocasiones, supone una adaptación tan mala como puede serlo en el hombre. No hay necesidad de enfrentar a animales con tareas insuperables, para que manifiesten luego comportamientos aberrantes. Una pequeña distracción de la madre mamífera poco después de haber dado a luz, dislocará el sensible mecanismo que regula el potencial conflicto entre impulsos consistentes, por una parte, en comerse la placenta y, por otra, cuidar a la cría, y así la madre continuará comiendo y devorará a su hijo al igual que lo hace con la placenta~ Creo que se podrá aprender mucho más a partir del
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estudio de los modos de regular el conflicto en los animales y de las condiciones que conducen a un individuo a adoptar un determinado patrón maladaptativo. En mi opinión, aquí también existen fases sensibles de desarrollo, cuyo resultado determina el modo de regulación que el animal individual adopta habitualmente en adelante. Yo desearía que la investigación se enfocase particularmente sobre este problema: el relativo a las fases sensibles en el desarrollo de los modos de regular conflictos, ya cjue espero que la solución del mismo nos proporcionará la clave para comprender los orígenes de las neurosis. Hasta ahora, que yo sepa, no se le ha prestado ninguna atención. Aplicación de conceptos etológicos a la investigación del desarrollo infanti 1 Estos son, pues, los principales conceptos expuestos por los etólogos. Considerados en su conjunto, proporcionan una visión muy diferente de la teoría del aprendizaje y la del psicoanálisis, pero en modo alguno incompatible con campo~ nentes esenciales de cada una de ambas. Queda por ver si la etología conduce a una mejor comprensión de los datos correspondientes al desarrollo infantil y si proporciona, o no, un estímulo para una investigación más a fondo. Lo que parece indudable es que nos ofrece un procedimiento diferente para considerar las cosas y nos conduce a emprender otros modos de investigación. Ilustraré esto considerando dos características, bien conocidas, del comportamiento social de los lactantes -su sonrisa y su tendencia, a partir aproximadamente de los 6 meses de edad, de apegarse a su figura materna familiar. James BARRIE nos ha referido que cuando el primer bebé sonrió, su sonrisa se fragmentó en mil pedazos y cada uno de ellos se convirtió en un hada. Se trata de algo que gustosamente creo. Las sonrisas de los bebés son algo muy poderoso, que deja hechizadas a las madres. ¿Quién puede poner en duda que el bebé que más dispuesto se muestra a recompensar a su madre con una sonrisa es aquel que recibe más cariño y más atenciones? En estas observaciones introductorias he abordado directamente una descripción etológica y una explicación de la
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sonrisa del lactante. La he presentado a Vds. como. un desencadenante social: un patrón de comportamiento, probablemente específico de la especie humana, que en circuns~an cias corrientes madura en las primeras semanas de la vida y una de cuyas funciones es la de provocar en la madre un comportamiento maternal. Por otra parte, yo he indicado que se ha desarrollado en la evolución de la especie humana, a través de una cuota de supervivencia diferencial que favorecía a aquellos lactantes que sonreían bien. Considerando las cosas de este modo, he de interesarme, desde luego, por identificar las condiciones internas y externas del bebé que son necesarias para provocar una sonrisa, y aquellas que conducen a su terminación. He de considerar, en especial, si responde a signos estímulos visuales y auditivos y si está sometida, en todos los aspectos, a fases sensibles de desarrollo. He de esperar, por otra parte, encontrar que actúa como un componente en la organización, más elevada, de patrones de comportamiento que comprenden "comportamiento de apego" eo_fil_Jac1alltfLQ!'L edad ligeramente superior, es decir: aer-complejo de comportamientó-que ú'rié- al niño con la figura materna. En la CI ínica Tavistock, mi colega Anthony A MBROSE 2 ha ven ido trabajando de acuerdo con estas ideas. Este modo de enfoque, que se integra fácilmente a la teoría del aprendi2aje, contrasta con otro que está rigurosamente delimitado por dicha teoría. Hace unos 20 años, DENN1s (1935) observó que los lactantes de edad comprendida entre las 7 y las 16 semanas sonreían a un rostro y una voz humanas. Dado que como teórico del aprendizaje creía que esto no podía deberse a estímulos no condicionados, emprendió experimentos para ver de identificar este estímulo. Su método consistió en que los lactantes fuesen atendidos en unas condiciones tales que, en la medida de lo posible, su alimentación y demás cuidados se realizaran evitando que el niño pudiese ver un rostro humano, o se le hablase; esperaba que con el tiempo resultaría posible determinar a qué sonreían de un modo natural los niños. Sin embargo, los resultados que obtuvo no confirmaron sus expectativas: los lactantes criados de este modo seguían sonriendo ante un rostro humano y ningún otro estímulo resul2 Véase ei trabajo de AMB ROSE
(1963).
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taba tan eficaz como éste para el logro de dicho resultado. Constató, por tanto, que no había obtenido datos demostrativos acerca de la existencia de un estímulo no condicionado de la respuesta de .sonrisa, a la cual podía haber sido condicionado el rostro humano. No obstante, DENN1s no pudo creer lo que veían sus ojos. No conociendo la obra de HEtNROTH y LORENZ, continuó descartando la posibilidad de que el rostro humano,_ en sí, fuese el estímulo efectivo, no aprendido, basándose en el (erróneo) motivo de que no había datos demostrativos de una especificidad similar en el control sensorial de las respuestas no aprendidas en los animales. En lugar de ello expuso una teoría especulativa según la cual la sonrisa llega a ser provocada a través de un proceso de condicionamiento "por cualquier estímulo que anuncie la liberación del lactante de una situación que le desagrada". Evidentemente, al considerar como única teoría fiable la del aprendizaje, aunque le inspiró interesantes experimentos, le resultó difídl otorgar la debida importancia, tanto a sus propios hallazgos, como a explicaciones alternativas. Diez años más tarde, Smz ~ WoLF (1946) publicaron otros trabajos experimentaleSacercaae la sonrisa_de_UélC:télnte. Mediante diversos experimentos en los que utilizaron máscaras, demostraron que en bebés de edades comprendidas entre los 2 y los 6 meses, procedentes de diversos trasfondos raciales y culturales, la sonrisa está provocada por la configuración visual del rostro humano. Afirmaron además que esta configuración ha de incluir, como elementos, dos ojos en una cara vista de frente y en movimiento. Estas observaciones han sido desde entonces ampliamente confirmadas y ampliadas por AHRENS ( 1954), el cual mostró también cómo la configuración necesaria para evocar la sonrisa se vuelve más compleja con la edad. El hecho de que al menos uno de los estímulos exteroceptivos que provoca una sonrisa en el lactante de 2 o 3 meses consiste en uní!_gesta/Lvisual bastao1e simple parece innegable y es aceptado como tal por ambos investigadores. Resulta por tanto sorprendente descubrir que al considerar el componente motor de la sonrisa, SP1TZ no le concibe como un patrón innato específico de 1a-·espe·e:1e. En comunicaciones personales ha explicado que, en lugarae ello, le considera como una respuesta motora que ha sido aprendida a consecuencia de un condicionamiento instrum~n-
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tal. Asociándole al aprendizaje del lenguaje a través di;! la selección y del uso especializado de fonemas naturalmente dados, SP1Tz afirma lo siguiente: "La selección tiene lugar mediante la progresiva supresión (o' por un abandono) de los patrones no adaptados a finalidades y por el refuerzo de los patrones de comportamiento adaptados a fines. Esto es lo que yo quiero decir cuando afirmo que la respuesta sonriente es un patrón de comportamiento adquirido como reacción a las atenciones de la madre; está presente desde el principio, al igual que muchas docenas de patrones de comportamiento fisiognómicos; cristaliza a partir de éstos como respuesta a dichas atenciones maternas, es decir: al comienzo de las relaciones objetales".
La noción de que en lugar de ello, la respuesta sonriente puede estar ya implícita en el lactante humano, estando ya organizada de tal modo a la edad aproximada de 6 semanas que pueda resultar provocada por los estímulos adcuados, no es tomada fácilmente en consideración por SP1TZ. Y sin embargo, nada más verosímil. Después de todo, el hombre ha afrontado grandes riesgos durante su evolución. En el equipo de medios de que ha dispuesto, el equilibrio se ha inclinado en favor de una flexibilidad en su comportamiento y, por tanto, en favor del aprendizaje, apartándose de fijaciones innatas. No obstante sería raro que fuese abandonada por completo )a seguridad biológica proporcionada por patrones prefijados';Ü::A_J!!J_~_¡::i_ªJ~g__gue llos~_mamar::__y~ sonreir son algunos d~ nu_estros múltiples patrones prefijados innatamelite;-querepresentarí seguríffadesp.roporclcfriacfas-par·la riatoraleza contra un sirnple. abandono a los' azar'es-del aprendizaje. Reconozco, no obstante, que se trata de algo no patente y que quizá no se demuestre jamás de un modo absoluto. Deseo insistir, además, en que no existe nada, dentro del cuadro que les he presentado, que sea incompatible con una influencia ejercida por el aprendizaje sobre el comportamiento consistente en sonreir. De hecho tenemos buenas razones para creer que es así. BRACl<BILL (1956) ha comunicado un experimento en el que dos grupos de niños de edades comprendidas entre los 1 ;2 y los 1;6 años fueron sometidos, durante 15 días cada uno, a dos grados diferentes de "recompensa" por sus sonrisas, que consistían en una atención adicional por parte del experimentador. Al final del mencionado período, ambos grupos diferían significativamen-
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te en la frecuencia y persistencia de sus sonrisas. La conclusión de que la sonrisa está influida por un condicionamiento instrumental parece estar bien fundamentada, en vista de los datos de este experimento. Cualquier otra suposición de que el acto de sonreir ha de ser explicado exclusivamente por condicionamiento instrumental, no está justificada, en vista de los resultados del experimento de BRACKBILL y, como ya he afirmado, parece improbable. Por el simple hecho de que la marcha y la carrera se perfeccionan con la práctica no hemos de concluir que se adquieren exclusivamente mediante aprendizaje -y si así lo hiciésemos estaríamos ciertamente equivocados. Desde un punto de vista conceptual pueden variar mucho nuestros modos de entender la sonrisa del lactante; pueden estar diversamente estructuradas las ideas acerca del desarrollo social, a partir de las cuales busquemos respuestas en la investigación, es probable que sean diferentes todas nuestras concepciones de la interacción social humana y las técnicas el ínicas y educacionales que prefiramos, tendrán acentuaciones diversas. Vamos a considerar brevemente cómo afectará ello a la investigación del desarrollo social precoz. Si aceptamos el punto de vista "omniexplicativo" de la teoría del aprendizaje habremos de concebir al hombre como un animal carente de respuestas sociales innatas. Hemos de enfrentarnos entonces, como han reconocido tanto HEATHERs (1955) como GEWIRTZ (1956) con el problema de ,explicar por qué a la edad de 7 u 8 meses, un lactante ha desarrollado un vínculo de intensa tonalidad emocional con su madre. Gran parte de nuestra labor experimental estará entonces dedicada a dilucidar cómo ha tenido lugar tal desarrollo, a través de procesos de aprendizaje basados en la satisfacción de necesidades fisiológicas. Si adoptamos, por otra parte, un punto de vista etológico, procederemos de manera muy distinta. En primer término habremos de estar atentos a diversos patrones de comportamiento específicos de la especie que existen en los lactantes y que, al igual que la sonrisa, están al servicio de la interacción con la madre. (Dos de dichos patrones de comportamiento que pueden ser de esta naturaleza y que deseamos estudiar en la CI ínica Tavistock, son el llanto de los lactantes y su tendencia a extender los brazos, que parece ser interpretada siempre por los adultos como un deseo de ser cogido.)
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Habiendo identificado dichos patrones hemos de intentar analizar los estímulos provocadores y supresores a los cu~les se muestran sensibles. Debemos suponer que tales estímulos son impartidos generalmente por la madre y los buscaren;i'os en rasgos como su aspecto, el tono de su voz y la presión de sus brazos. Hemos de estar asimismo atentos a la aparición de fases sensibles a través de las cuales pueden experimentar tales respuestas (tanto respecto a su maduración, como a sus componentes aprendidos), un proceso mediante el cual son integradas las diversas respuestas sociales en una totalidad más compleja, y habremos de prestar, asimismo, atención a· situaciones en las que dichas respuestas entren en conflicto con otras actitudes imcompatibles (como hostilidad o huida) y también a situaciones de stress que puedan conducir a su desintegración temporal o quizá permanente, a sus efectos / sobre el comportamiento maternal, etc. Evidentemente se trata de dos programas de investigación muy distintos. Aparte de su ajuste a concepciones procedentes de la experiencia psicoanalítica o de otra índole, un principal motivo para preferir el punto de vista etológico es el de que éste se ha mostrado ya fructífero en el análisis del desarrollo y de la interacción social en otras especies, mientras que la teoría del aprendizaje, como señala el propio GEWIRTZ ha sido elaborada para explicar fenómenos que son relativamente más sencillos y, por tanto, tiene que demostrar aún su eficiencia en dicho sentido. Al preferir el enfoque etológico espero que sea innecesario repetir que no estamos descartando la teoría del aprendizaje. Por el contrario, para comprender muchos de los procesos de cambio a los que están sometidos los componentes de patrones instintivos, resulta indispensable y, por tanto, es complementario de la etología. De modo si mi lar, la obra de P1AGET ( 1937) es asimismo complementaria de la etología. Aunque tenemos razón, creer que en los primeros meses de la vida del niño los estímulos desencadenantes y los estímulos supresores de los patrones de comportamiento social tienen la índole de simplesgestalten, esto deja muy pronto de ser cierto. Ya a la edad de 6 meses, los estímulos que intervienen en el comportamiento social del niño incluyen perceptos complejos, mientras que en el segundo año de edad el niño está desarrollando la capacidad de pensamiento simbólico, la cual amplía en gran medida los
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estímulos que son socialmente significativos. A fin de comprender este cambio se muestran probablemente indispensables los conceptos expuestos por P1AGET, no obstante no debemos suponer que por el hecho de que un individuo ha conseguido utilizar perceptos y conceptos más complejos ha cesado ya, forzosamente, de estar influido por estímulos más primitivos. Por el contrario, no parece improbable que al igual que los chimpancés, que de manera tan simpática ha descrito YERKES (1943: 35-6), continuemos influidos por ellos y que seamos especialmente sensibles a los mismos en estados de ansiedad y stress. Esto nos conduce a la relación de la etología con el psicoanálisis. Es evidente que en cuanto el psicoanálisis se está ocupando del hombre como animal que utiliza símbolos, que posee unas extraordinarias capacidades para aprender y por tanto para demorar, distorsionar y disfrazar la expresión de las respuestas instintivas, está explorando una región adyacente y complementaria a la etología. Sin embargo, en cuanto se ocupa de las respuestas instintivas, en sí, parece probable que coincidan ambas disciplinas. Dentro de este contexto resulta interesante reflexionar sobre 1'1a creencia de FREuo expresada hace más de 40 años ( FREUD, 1915): para comprender más á fondo el instinto, la psicología debe solicitar ayuda a la biología. En vista de los avances logrados por la etología; ciencia con raíces biológicas, creo que ya ha llegado el momento de ello y que la teoría psicoanalítica del instinto puede ser formulada renovadamente. Pero no es ésta la ocasión para intentar una empresa tan grande y controvertida. Se pondrá, sin embargo, de manifiesto que nociones como la relativa a que el narcisismo primario y el control del instinto son exclusivamente resultado de 1 aprendizaje socia 1 no resultarán confirmadas, mientras que ocuparán un puesto central las relativas a las relaciones primarias interhumanas, a la inevitabilidad del conflicto intrapsíquico, las defensas contra conflictos y los modos de regularlos. Un resultado de tal reformulación podría ser la constitución de un cuerpo de teoría más estricto y sólido. Seguir todas estas líneas de pensamiento mediante la investigación empírica constituirá la tarea de una generación. Oue se realice o no en este país dependerá del clima de opinión que reine en la psicología británica, que evalúe todos estos puntos de vista, los reconozcá como mutuamente comple-
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mentarios y, de este modo, tanto estudiantes como graduados adquieran una formación sobre los principios de todos ellos. Postscri ptum El punto de vista que propugnamos ha sido adoptado con notable éxito por Mary SAL TER AINSWORTH, varias de cuyas publicaciones están incluidas en la bibliografía al final de este libro, y también por Nicholas B LURTON JoNEs ( 1972) Para una puesta al día de los conceptos y descubrimientos de la etología, en relación con el hombre, véase H1NDE (1974).
TERCERA CONFERENCIA
EL DUELO EN LA INFANCIA Y SUS IMPLICACIONES PARA LA PSIOUIATRIA*
Todos los años, en su reunión anual, la American Psychiatric Association invita a un científico, por lo general un psiquiatra de fuera de Estados Unidos, para pronunciar una conferencia en honor de Ado/f MEYER. Yo fui invitado a pronunciarla en 1961, en la reunión celebrada en Chicago en la primavera de dicho año, siendo publicada unos meses después. Durante más de medio siglo ha existido una escuela de pensamiento que mantenía la convicción de que las experiencias de la lactancia y la niñez desempeñan un importante papel en determinar que un individuo se desarrolle o no con predisposición a padecer u na enfermedad mental. Adolf MEYER contribuyó al florecimiento de dicha escue~. Al insistir en que el paciente psiquiátrico es un ser humano y que los trastornos de su pensamiento, sus sentimientos y su comportamiento deben ser considerados dentro del contexto representado por el medio ambiente en el que está viviendo y ha
*Publicada originalmente en el American joumal of Psychiatry 11961) 118 :48198. Copyright, 1961, The American Psychiatric Association, Reproducida con permiso.
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vivido, Adolf MEYER nos pidió que prestásemos 'atención a todos los complejos detalles de la historia vital del paciente, como posibles claves de su enfermedad. "El rasgo det~r minante de mayor importancia es, por regla general, la forrf¡a de evolución del complejo sintomático, el tiempo y duración, así como las circunstancias de su desarrollo". Aunque no tengo datos fehacie11:i:es de que el propio AdoJf MEYER estuviese mu y interesado por experiencias de la temprana infancia, evidentemente éstas se hallaban situadas dentro de su campo de visión y son por tanto lógicamente objeto de su trabajo. La creencia de que las experiencias de la temprana infancia son importantes, por sus consecuencias, para el desarrollo' de la enfermedad mental se ha ido afianzado a través de los años. No obstante, la hipótesis fundamental ha sido siempre objeto de intensas controversias. Algunos han afirmado que esta teoría es errónea y que la enfermedad psiquiátrica tiene sus raíces en cualquier otro lugar que no sea la temprana infancia, mientras que aquellos que creen que tal hipótesis es fructífera, siguen considerando aún, en ·las décadas de los 60 y de los 70, qué experiencias poseen importancia en este sentido. Gran parte de la controversia surge a partir de la dificultad de realizar una investigación satisfactoria en esta área -dificultad que deriva en gran medida del prolongado intervalo existente entre los acontecimientos que se piensa revisten importancia por sus consecuencias patológicas, y la iniciación de la enfermedad propiamente dicha. Para la ciencia psicopatológica, por tanto, el problema que se plantea es cómo explorar mejor el área a fin de lograr una base lo más sólida. posible. Lo que aquí me propongo es exponer los recientes avances realizados dentro de una 1ínea de investigación, la que se ha propuesto llegar a comprender el efecto que la pérdida de cuidados maternales en la temprana infancia ejerce sobre e 1 desarrollo de la personal id ad. Durante los últimos 20 años se han ido acumulando multitud de datos que indican la existencia de una relación causal entre la pérdida de cuidados maternales en los primeros años de la vida y un desarrollo alterado de la personalidad (BowLBY, 1951 ). Muchas desviaciones corrientes parecen ser consecutivas a una experiencia de esta índole -desde la formación de un carácter delincuente, hasta una personalidad con tendencia a estados de ansiedad y enfermedad depresiva.
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Aunque algunos psiquíatras siguen oponiéndose a esta conclusión de índole general, una actitud más común es la de aceptar que tiene probablemente algo de verdadero y solicitar, en consecuencia, más información. Se ha buscado en especial una hipóteisis que proporcione una explicación plausible de cómo es que los nocivos efectos atribuidos a la separación y la privación materna son consecuencia de estas experiencias. Deseo presentar aquí un esquema de los principales hechos demostrativos. Tal investigación no seguirá el camino habitual en psiquiatría, que se inicia en un síndrome el ínico más o menos definido e intenta luego delinear la patología subyacente. En lugar de ello, se inicia con una experiencia individual de una determinada índole: la pérdida de la figura materna en la lactancia y la primera infancia, intentando luego seguir lapista de los procesos psicológicos y psicopatológicos que corrientemente tienen lugar después. En medicina fisiológica se produjo, hace ya tiempo, un cambio de orientación de esta clase en la investigación, Así por ejemplo, en estudios acerca de la patología de la infección pulmonar crónica, ya no es probable que el investigador comience por un grupo de casos que muestren todos ellos infección crónica e intente descubrir el agente o agentes infecciosos responsables. Probablemente comenzará a partir de un determinado agente, quizá el bacilo de la tuberculosis o algún virus recientemente identificado, para estudiar los procesos fisiológicos y fisiopatológicos que producen. Al actuar así puede descubrir multitud de cosas que no son de importancia inmediata en los estados de infección pulmonar crónica. No sólo puede arrojar luz sobre ciertas infecciones agudas y condiciones sube! ínicas, sino que estará casi seguro de descubrir que infecciones de otros órganos distintos del pulmón también son debidas al organismo patógeno que ha seleccionado como objeto de estudio. Ya no es su centro de interés un determinado síndrom~ el ínico, sino más bien las variadas secuelas de cierto agente patógeno. El agente que aquí nos preocupa es la pérdida de la figura materna durante el período comprendido entre aproximadamente los 6 meses y los 6 años de edad. Durante los primeros meses de vida, un lactante va aprendiendo a diferenciar una determinada figura, por lo general la de su madre, y va desarrollando una intensa tendencia a estar en su
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compañía. Después de la edad de 6 meses, aproximadamerite, muestra su preferencia de un modo inconfundible (ScHAFFER, 1958) *. A través de la segunda mitad de su primer año de vida y durante la totalidad de sus años segund<;) y tercero, está estrechamente vinculado a su figura materna, lo cual equivale a que está contento en su compañía y disgustado en su ausencia. Incluso una separación momentánea da lugar, con frecuencia, a que proteste y las separaciones prolongadas siempre provocan en él esta respuesta. Tras su tercer cumpleaños, el comportamiento de apego es provocado menos rápidamente que antes, aunque el cambio lo es tan sólo de grado. 1 A partir aproximadamente de la edad de un año otras figuras pueden adquirir importancia, así, por ejemplo, el padre o la abuela, de modo que su apego no está limitado a una sola figura. No obstante habitualmente existe una preferencia bien marcada por alguna persona única. A la luz de la filogenia resulta probable que los vínculos instintivos que unen al niño a una figura materna estén formados a base del mismo patrón !=jeneral existente en otras especies de mamíferos (BOWLBY, 1958; ROLLMAN-BRANCH, 1960; HARLOW y ZIMMERMANN 1959). La mayoría de los niños sufren pocas rupturas de est::i vincu !ación primaria en sus primeros años de vida. Viven con su figura materna y durante los relativamente breves períodos en que ésta se halla ausente, son cuidados y atendidos por otra figura familiar. Por otra parte hay una minoría de niños que experimentan rupturas en este sentido. Sus madres pueden abandonarles o fallecer; pueden ser ingresadas en un hospital u otra institución; pueden pasar de una figura materna, a otra. Las rupturas pueden ser prolongadas o breves, únicas o repetidas. Las experiencias que se incluyen bajo la denominación general de privación materna son pues
*Puede verse a este respecto la obra de SCHAFFER, R. H.: Ser madre, 4ª ed., Madrid, Morata, 1985. (N. del R.) 1 En la versión original de esta conferencia me referí a un cambio en la "intensidad" del apego. Sin embargo, imaginar el apego como variable según su intensidad ha demostrado ser algo extremadamente erróneo y ha sido abandonado por los investigadores bien informados. Con frecuencia resulta úti 1 concebir al apego variando a lo largo de una dimensión "seguro-ansioso". Véanse los párrafos iniciales del Capítulo 15 de A ttachment and L oss, volumen 2.
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múltiples y variadas y no cabe estudiarlas conjuntamente mediante una investigación única. Así pues, si debe realizarse una investigación efectiva, la experiencia a estudiar ha de ser estrictamente definida para cada proyecto. En cuanto a estrategia de investigación, el que la efectúe tiene múltiples posibilidades de elección (A1NSWORTH y BowLBY, 1954). Una evidente posibilidad consiste en examinar una muestra de niños mayorcitos, y de adultos que hayan vivido ta 1 experiencia en sus primeros años de vida, a fin de descubrir si difieren o no de una muestra comparable de individuos que no la hayan experimentado. Aunque esta estrategia fue brillantemente adoptada por GoL.DFARB (1955) presenta múltiples dificultades en la práctica. La principal de ellas consiste en localizar una muestra adecuada, seleccionar y examinar controles idóneos y encontrar instrumentos fiables para medir los rasgos de la personalidad de los cuales se espera que muestren diferencias. Un procedimiento alternativo consiste en estudiar las respuestas del niño durante la fase de la experiencia y en el período inmediatamente consecutivo a la misma. Tras haber invertido varios años, no muy fructíferos, siguiendo la primera estrategia, mi grupo de investigación se ha centrado en el segundo método durante la mayor parte de la pasada década. Este se ha mostrado mucho más gratificante. Separación de la madre y duelo infantil Los datos fundamentales que han sido objeto de nuestro interés son observaciones del comportamiento de niños sanos de una determinada edad, especialmente en su segundo y tercer años de vida, expuestos a una determinada situación, consistente en una estancia de duración limitada en una guardería-residencia o un servicio hospitalario, en donde eran asistidos de modo tradicional. Esto significa que el niño era apartado de los cuidados de su figura materna y de todas las figuras subordinadas, así como de su entorno familiar y que era asistido, en cambio, en un ambiente para él extraño, por sucesivas personas que no le eran conocidas. Otros datos consistían en su comportamiento en su hogar durante los meses posteriores a su retorno y-de informaciones al respecto proporcionadas por los padres. Gracias a la labor desarrollada
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por James RosERTSON y Cristoph HEINICKE poseemos ahora un considerable número de observaciones, algunas de las cuales han sido publicadas ( RosERTSON y BoWLBY, 19'52; ROBERTSON, 1953 a, b; 80WLBY, 1953; HEINICKE, 1956),. debiendo aparecer aún algunas de ellas2. Estamos bastante seguros de cuáles son los patrones comunes, debido a que las observaciones rea !izadas por otros diversos investigadores (BURLINGHAM y FREUD, 1942, 1944; PRUGH y cols., 1953; ILLINGWORTH y HoLT, 1955; Rouo1NEsco, NtcoLAS y DAv10, 1952; AusRY, 1955; ScHAFFER y CALLENDER, 1959) registran esencialmente si mi lares consecuencias de respuesta. En los mencionados centros, un niño de 1 ;3 a 2;6 años de edad, una relación materna razonablemente segura y que no haya sido previamente apartado de ella, mostrará por lo general una secuencia predecible de comportamientos. Tal secuencia se puede dividir en tres fases,. de acuerdo con la actitud que predomine con respecto a la madre. Las hemos definido como fases de protesta, desesperación y de apartamiento (de desapego).* Al principio solicita, llorando y furioso, que vuelva su madre y parece esperar que tendrá éxito en su petición. Esta es la fase de protesta, que puede persistir durante varios días. Más adelante se tranquiliza, pero para una mi rada avezada resu Ita evidente que se halla tan preocupado como antes por la ausencia materna y que sigue anhelando que vuelva; pero sus esperanzas se han marchitado y se halla en la fase de desesperación. Con frecuencia alternan ambas fases: la esperanza se torna en desesperación y ésta, en renovada esperanza. Sin embargo, finalmente tiene iugar un cambio más importante. El niño parece olvidar a su madre, de moda que cuando vuelve a buscarle se muestraruriosamente desinteresado por ella e incluso puede aparentar que no la reconoce. Esta es la tercera fase, la de desapego. En cada una de estas fases, el niño incurre fácilmente en rabietas y episodios de comportamiento destructivo, que con frecuencia son de una inquietante violencia.
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2 Véase en especial el trabajo cornunicado por HE! NIC KE y WESTH E IME R ( 1966) algunos de cuyos hallazgos están expuestos en la Cuarta Conferencia. *En algunos trabajos más antiguos se empleaba el vocablo "negación" para designar a la tercera fase. Pero tiene muchos inconvenientes y ha sido abandonado.
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El comportamiento del niño cuando vuelve a casa depende de la fase alcanzada durante el período de separación. Habitualmente permanece apático durante cierto tiempo, sin reaccionar y sin pedir nada; el grado y la duración de tal estado depende de lo que se haya prolonqado la separación, así corno de la frecuencia de las visitas. Así por ejemplo, cuando no ha sido visitado durante unas cuantas semanas o meses, habiendo alcanzado de este modo los primeros estudios del desapego, es probable que su ausencia de respuestas persiste entre una hora y un día o más. Cuando cede por fin dicho estado, se pone de manifiesto la intensa ambivalencia de sus sentimientos hacia su madre. El niño expresa exaltadamerte su estado efectivo, no quiere separarse de ella ni,un momento y, si esto sucede, muestra una intensa ansiedad y rabia. De aquí en adelante, durante semanas o meses, la madre puede ser sometida a impacientes exigencias por su presencia y de airados reproches cuando ha estado ausente. Sin embargo, si ha permanecido apartada de su hijo durante un período de más de 6 meses o cuando las separaciones han sido repetidas, de modo que el niño haya llegado a un avanzado estadio de desapego, existe el riesgo de que siga apartado afectivamente de sus padres de un modo continuado y no recupere ya jamás el cariño por ellos*. Un concepto clave actual para interpretar estos datos y ponerlos en relación con la psicopatología, es el de duelo. Existen buenos motivos para creer que la secuencia de respuestas que hemos descrito (protesta, desesperación y desapego), resulta con diversas variantes, caracterís~ica de todas las formas de duelo. Consecutivamente a una pérdida inesperada, parece darse siempre una fase de protesta durante la cual, la persona desolada aspira, bien en la realidad, bien en sus pensamientos y sentimientos, a recuperar a la persona
*Son mu chas las variables que influyen sobre el comportamiento i nfanti 1durante y después de la separación y ello hace que resulte difícil una breve exposición esquemática. La descripción realizada resulta especialmente aplicable al comportamiento de un niño que no es visitado y siendo cuidado por enfermeras u otro personal que no le comprende o muestra poco interés por su estado de ánimo. Es probable que una mayor libertad para las visitas y una asistencia más comprensiva puedan mitigar los procesos descritos, pero hasta ahora se dispone de poca información fiable al respecto.
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perdida 3 y reprocha su deserción. Durante esta fase y la siguiente de desesperación, los sentimientos son ambivalentes, mientras que el estado de ánimo y la acción varían desde una inmediata expectativa expresada a través de una airada exigencia de que retorne la persona en cuestión, hasta una desesperación que se expresa en un suave anhelo, o que incluso no se manifiesta en absoluto. Aunque las alternativas de esperanza y desesperación pueden proseguir durante mucho tiempo, a la larga se desarrolla cierto grado de desapego emocional respecto a la persona perdida. Tras haber estado sometido a desorganización durante la fase de desesperación, el comportamiento se reorganiza en esta fase, sobre la base representada por la ausencia permanente de la persona. Aunque este cuadro de duelo no patológico no es en general familiar a los psiquíatras, los datos demostrativos son innega(BOWLBY, 1961b). De ser correcto este punto de vista, las respuestas de los niños de corta edad a su ingreso en un hospital u otra institución han de ser consideradas sencillamente como variantes de procesos básicos de duelo. Sea cual fuere la edad, parece ser que tienen lugar la misma clase de respuestas Y-. que aparecen en idéntica secuencia. Al igual que los adu Itas, 1 los lactantes y niños pequeños que han perdido a una persa- : na querida experimentan pena y pasan por períodos de duelo BowLsY, 1960b). Parecen existir tan sólo dos diferencias, relacionadas entre sí. Una de ellas es que en ef niño, la escala de tiempo está abreviada, aunque mucho menos de lo que se ha creído en ocasiones. La otra, en la que estriba la importancia para la psiquiatría, consiste en que en la inféj_ncia, los ~prog~sOLQl.Jt:l c.Q.oducen a desapego. tienden a desarrollarse -Qcematuramente y ello tanto más cuando coinciden con una iFJtensa tr-füeZa:J'esidual y 1a-enmascaran;Jri~t~_z_ª1_y también 3 En la versión original de esta conferencia (y en unos pocos pasajes de las dos anteriores) he seguido la tradicción psicoanalítica de referirme a "relaciones objetales'', "el objeto amado" y "el objeto perdido". Poco después he abandonado tal uso. No sólo procede de un paradigma teórico del cual yo no era partidario en 1961, sino que considero como gravemente equivocado referirnos a otra persona como un "objeto", ya que esto implica que la reación con él es, de algún modo, inerte, en Jugar. de:tratarse tJe una_ relación con otro ser humano que desempeña un papel igual o qu1za dominante a Ja llora de determiner como se desarrolla la correspondiente relación. Asl pues, ai volver a public-3r esta conferencia, he cambiado los vocablos y me refiero siempre a una "persona amada" o a una "persona perdida" o a una "persona amada perdida", en lugar ele a un "objeto amado" o a un "objeto perdido"
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ira, referidas a la persona perdida, persistiendo ambos sentimientos, prestos a ser expresados, a un nivel inconsciente. Debido a este prematuro comienzo del desapego, los procesos de duelo infantiles adoptan habitualmente4 un curso que es consic;:lerado patológico en niños de más edad y en· adultos. Una vez que reconocemos que la separación de un niño· pequeño de su amada figura materna precipita, por lo general, procesos de duelo de índole patológica, nos hallamos en situación de relacionar nuestras conclusiones con las de otros muchos investigadores. Por una parte, tenemos los hallazgos de quienes han considerado el duelo de los adultos como un punto de partida para un estudio psicopatológico (LtNDEMANN, 1944; JAcossoN, 1957; ENGEL, 1961). Existen,. por otra parte, los descubrimientos realizados por investigadores, má~ numerosos que los anteriores y que han seguido el patrón tradicional en investigación psiquíatrica, que se inicia en un paciente enfermo e intenta discernir cuales han sido los acontecimientos precedentes que poseen importancia causal, y que han expuesto la hipótesis de que la pérdida de una persona amada es, en cierto modo, patógena. Las invest?gaciones que han señalado la pérdida de una persona amada como probablemente patógena son de índole diversa. Existen en primer lugar estudios muy numerosos [de los que "Duelo y melancolía" (1917) de FREUD representa el prototipo] que relacionan un síndrome psiquiátrico de cornienzo relativamente agudo,-· como es un estado de ansiedad, una enfermedad depresiva o una histeria, con la pérdida más o menos reciente de un ser querido y que postulan que el cuadro clínico ha de establecerse como resultado de que el duelo ha adoptado un curso patológico. Además hay estudios, casi tan numerosos, que relacionan un síndrome psiquiátrico de grado más crónico, como por ejemplo, una tendencia a depresiones episódil....> o una dificultad
4 En la actualidad resulta evidente que los procesos de duelo en los niños no precis~n adoptar un curso que conduzca a estados patológicos. aunque sucede con
demasiada frecuencia. El adjetivo "habitualmente" utilizado en el texto, tanto aqu (, como en otros lugares de esta conferencia, resulta por tanto erróneo. Los estados que influyen sobre el resultado son discutidos por FURMAN 11974) y son tratados asimismo con cierto detalle en la Parte 111 de Attachment and Loss, volumen 3.
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para experimentar sentimientos, con una pérdida ocurrida en la adolescencia o la temprana infancia del paciente. En tercer término existe la extensa literatura psicoanalítica que busca relacionar una tendencia a la enfermedad psiquiátrica en la vida adulta, con algún fallo del desarrollo psíquico durante la temprana infanciá. En cuarto lugar hay una serie de trabajos, que crece constantemente, que muestran una elevada incidencia de pérdida de un ser querido durante la infancia· en la vida de aquellos que desarrollan más adelante una enfermedad psiquiátrica. Y por último, tenemos la notable observación de que existen individuos que caen mentalmente enfermos a una edad que parece estar determinada por un episodio de su infancia en el que sufrieron la pérdida de la madre o del padre: las así llamadas reacciones de aniversario. Ciertamente no resulta posible discutir de forma sistemática, en una única conferencia, la importancia de los datos expuestos por cada una de estas fuentes. Lo más que cabe hacer es destacar algunos estudios típicos de cada campo (pero excluyendo las reacciones de aniversario) e indicar brevemente cómo parecen ajustarse entre sí estos hallazgos. Sin embargo, como toda la tesis gira en torno a la naturaleza de los procesos que operan en el duelo, y en especial aquellos que están presentes en la primera fase, es preciso prestarles atención suplementaria.
Deseos de recuperar y de hacer reproches a la persona perdida: su papel en psicopatología No siempre se tiene en cuenta que la ira es una respuesta inmediata, corriente y quizá invariable, a la pérdida. Los datos obtenidos en lugar de admitir que la ira indica que el duelo está adoptando un curso patológico -punto de vista sugerido por FREUD y que se acepta de un modo bastante general- muestran que la ira, incluyendo la provocada por la pérdida de una persona, constituye parte integral de la reacción de pesar. La función de esta ira parece consistir en proporcionar vigor a los arduos esfuerzos realizados, tanto para recuperar a la persona perdida como para disuadirla de desertar de nuevo, que son las características de la primera fase del duelo. Ya que hasta ahora no se ha concedido sino escasa atención a esta fase, la cual es esencial para compren-
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der la psicopatolog ía, es necesario explorarla más a fondo. Debido a que en casos de muerte resulta tan evidentemente fútil un airado esfuerzo por recuperar a la persona perdida, ha existido una tendencia a considerarlo como patológico. Yo creo que esto es erróneo. Lejos de tratarse de algo patológico, los hechos indican que la franca expresión de este poderoso impulso, por irrealista y desesperanzado que sea, es una condición necesaria para que el duelo no siga un curso patológico. Tan sólo después de haber realizado todos los esfuerzos posibles para recuperar a la persona perdida, parece ser que el individuo está en la disposición de ánimo precisa para admitir su derrota y orientarse de nuevo hacia un mundo que acepta que la persona amada está perdida para siempre. La protesta, incluyendo una airada exigencia de que la persona retorne y los ·reproches contra ella por su deserción, constituye tanto parte de la respuesta adulta a la pérdida, sobre todo a la pérdida súbita, como de la respuesta por parte de un niño de ..corta edad. Todo ello quizá parezca enigmático. ¿cómo puede suceder que tales exigencias y reproches se planteen incluso cuando la persona en cuestión esté tan claramente fuera del alcance de cualquier llamada? ¿Por qué tan evidente ausencia de realismo? He aquí lo que yo considero una buena respuesta: todo ello se explica mediante la teoría de la evolución. En primer lugar, una revisión de las respuestas conductuales a la pérdida que presentan especies no humanas -aves, mamíferos inferiores y primates- muestran que estas respuestas poseen antiguas raíces biológicas. Aunque no esté registrada lo suficientemente bien, la información de que disponemos muestra que muchos, sino todos los rasgos descritos en los humanos -ansiedad y protesta, desesperación y desorganización, desapego y reorganización- son también la regla general en muchas otras especies.* En segundo lugar no es difícil ver por qué estas respuestas debieron evolucionar. En condiciones de vida salvaje, perder *BOWLBY (1961bl y POLLOCK (1961) han realizado una revisión de canto de los correspondientes datos. He aqu (un ejemplo mencionado por PO LLOCK: un chimpancé macho que habi'a perdido a su pareja hizo reiterados es-fuerzas por despertarla. Aullaba rabiosamente y de cuando en cuando expresaba su ira tirándose de los cortos peios de su cabeza. Más adelante sollozaba con tristeza. Con el paso del tiempo se apegó estrechamente a su guardián y se encolerizaba más que antes cuando éste le abandonaba.
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contacto con el grupo familiar inmediato es extremadamente peligroso, en especial para las crías. Así pues, tanto en interés de la seguridad individual, como de la reproducción de la especie, han de existir fuertes vínculos que unan ei1tre sí a los miembros de una familia o a una agrupación familiar amplia. Y éstos exigen que toda separación, por breve que sea, ha de ser respondida por un intenso esfuerzo inmediato y automá-ti'co para recuperar la integridad de la familia y en especial a aquel miembro al que se está más intensamente apegado, así como hay que desanimar también a dicho miembro de que se vuelva a apartar del grupo. Por esta razón, como se ha señalado, los determinantes hereditarios del comportamiento (designados con frecuencia como instintivos) han evolucionado de forma que las respuestas estándar a la pérdida de personas amadas son siempre impulsos para recuperarlas, primeramente, y luego para regañarlas. Sin embargo, si los impulsos para recuperar y regañar son respuestas automáticas grabadas en el organismo, cabe deducir que entrarán en acción como respuestá a cualquier pérdida, sin diferenciar entre las que son realmente recuperables\! las otras, estadísticamente más raras, que no lo son. Yo creo que es una hipótesis de esta índole la que explica por qué una persona apenada experimenta corrientemente una necesidad compulsiva de recuperar a la persona perdida, aunque sabe que la tentativa es desesperada, y de hacerla reproches, cuando sabe ~ estos son irracionales. Así pues, si ni los fútiles esfuerzos dedicados a recuperar a la persona perdida, ni los airados reproches contra la misma por su deserción son signos de un estado patológico, cabe preguntarnos ¿de que modo, se distingue el duelo patológico de un duelo "sano"? El examen de los hechos indica que una de las principales características del duelo patológico es la incapacidad para expresar abiertamente esta necesidad de recuperar y regañar a la persona perdida, con todo el anhelo por su retorno y toda la ira contra ella que esto supone. En lugar de ser abiertamente expresadas, expresión que por agitada e infructuosa que sea da lugar a un resultado sano, las ganas de recuperar y regañar o reprochar, con toda la ambivalencia afectiva que suponen, han sido excindidas y reprimidas. A partir de entonces prosiguen como sistemas activos dentro de la personalidad, pero, incapaces de encontrar expresión franca y directa, influyen sobre los sentimien-
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tos y el comportamiento de modos extraños y distorsionados. De aquí la aparición de múltiples formas de trastorno del carácter y de enformedad neurótica. Perm ítame exponerles un breve ejemplo de una de estas formas: está tomado de un caso de un paciente comunicado por Helene DEuTscH (1937). Cuando acudió a psicoanálisis, a sus treinta y pocos años, este sujeto no presentaba aparenteme!lte dificultades neuróticas. El cuadro el ínico, sin embarqo, correspondía a un carácter seco y afectivamente frío. Helene ÜEUTSCH lo describe "bloqueaba todo afecto, sin que se apercibiese lo más mínimo de ello ... No tenía relaciones amorosas, ni amistades, ni auténticos intereses de cualquier índole. Ante experiencias de todas clases ofrecía la misma reacción embotada. y apática. No mostraba ni ilusión, ni desilusión por nada ..... No reaccionaba con pena a la pérdida de personas que le eran próximas, ni tenía sentimientos hostiles, ni impulsos agresivos." ¿cómo se desarrolló esta persona tan insensible y coartada? A la luz de una hipótesis relativa al duelo infantil, la historia el ínica, junto con el material procedente del psicoanálisis, nos permite construir una explicación plausible. Expongamos, en primer lugar, la historia cllnica: su madre falleció cuando él tenía cinco años y al parecer no reaccionó a su pérdida con sentimiento alguno 5 • Además, desde entonces no retuvo recuerdos de acontecimientos previos a dicha muerte. En segundo lugar: el material procedente del análisis. El paciente describió cómo durante varios años de su segunda infancia solía dejar abierta la puerta de su dormitorio "con la esperanza de que acudiese un perro grande, que se mostrase muy cariñoso con él y que cumpliese todos sus deseos". Asociado a esta fantasía estaba un vívido recuerdo infantil de una perra que había dejado solos a sus cachorros cuando murió poco después de parirles. Aunque en esta fantasía parece evidente el oculto anhelo por su madre perdida, no está expresado de un sencillo modo directo. En lugar de ello, todos los recuerdos relacionados con su madre habían desaparecido de su conciencia y en cuanto se podía 5 No es infrecuente que la causa por la que un niño no reacciona afectivamente al fallecimiento de un progenitor sea la falta de información sobre lo que ha suced ido lo bien que ésta haya sido muy píecaria) y que, incluso cuando se le ha informado, no ha tenido oportunidad para expresar sus sentimientos o para realizar preguntas a un adulto que le acoja con simpati'a. Para referencias, véase la nota 4.
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discernir algún sentimiento hacia ella, reflejaba hostilidad .. Para explicar el curso de este caso, la hipótesis que yo establezco (no muy diferente de la de Helene DEuTscH) es que, después del fallecimiento de su madre, su duelq ·en lugar de ser una abierta expresión de su afán por recuperarla y de su ira ante su deserción, derivó precipitadamente a un estado de desapego. Al suceder así, el pesar y la ira quedaron encerrados en su interior, potencialmente activos, pero excluidos del mundo, y tan sólo el resto de su personalidád quedó libre para el posterior desarrollo. Como resultado de esto, el paciente creció gravemente empobrecido en su personalidad. Si esta hipótesis es válida, la misión del tratamiento ha de consistir en ayudar al paciente a recuperar su latente anhelo por su madre perdida y su oculta ira hacia ella por abandonarle, es decir: hacerle retornar a la primera fase del duelo, con toda su ambivalencia de sentimientos, la cual, é'n el período de la pérdida había sido omitida o eludida. La experiencia de muchos psicoanalistas, bien ilustrada en un trabajo de RoOT ( 1957), señala que es, de hecho, tan sólo de este modo como una persona así puede ser devuelta a una vida afectivamente vinculada a los demás. Esta hipótesis recibe un sólido apoyo por parte de nuestras observaciones de niños de corta edad separados de sus madres y que no reciben visitas, especialmente a partir de nu'estros conocimientos sobre los primeros estadios de desapego consecutivos a las fases de protesta y desesperación. Una vez que un niño separado de su madre ha entrado en la fase de desapego, no parece estar ya preocupado por su ausencia y en lugar de ello se muestra satisfactoriamente adaptado a su nuevo ambiente. Cuando su madre viene para · llevarle a su casa, lejos de saludarla con alegría, parece no reconocerla y en lugar de abrazarla, permanece alejado y apático; se trata de un estado que la mayoría de las madres encuentran desalentador e incomprensible. Sin embargo, y siempre que la separación no haya durado demasiado, esta fase es reversible y lo que tiene un especial interés es lo que acontece posteriormente. Después de la vuelta con su madre, al cabo de algunas horas o unos cuantos días, el comportamiento de desapego no sólo es sustituido por el anterior apego, sino que ahora adopta una intensidad mucho mayor. Esto demuestra que durante el desapego, los vínculos que le unen a su madre no
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sé han marchitado, sencillamente, como ha sugerido Anna FREUD (1969)*; se ha tratado de un simple olvido. Por el contrario, los correspondientes hechos muestran que durante la fase de desapego, las respuestas que vinculan al niño a su madre y le llevan a anhelar el recuperarla son objeto de un proceso defensivo. De algún modo son alejadas de la consciencia, pero permanecen latentes y dispuestas a volverse nuevamente activas, con gran intensidad, cuando cambian las circunstancias**= Esto significa que en los lactantes y los niños en la primera infancia, la experiencia de la separación inicia habitualmente procesos defensivos que conducen a que la tristeza por la persona perdida y los reproches por su deserción se hagan inconscientes. Otro modo de exponerlo es que en la temprana infancia la pérdica provoca procesos de duelo, los cuales adoptan habitualmente un curso que en los adultos es considerado como patoló~ico. La cuestión que ahora se plantea es la de si los procesos defensivos, tan notorios, que siguen a la pérdida de la figura materna durante la infancia, son diferentes, en cuanto a su naturaleza, de lo que se observa en el duelo sano o si tienen también lugar en este último con cierta diferencia de forma o de aparición en el tiempo. Los correspondientes datos indican que sí que aparecen (BOWLBY, 1961b) pero que en el proceso sano, su comienzo está retardado. En consecuencia, las ganas de recuperar a la persona perdida y de hacerla reproches tienen tiempo suficiente para expresarse de modo que, a través de la reiteración de su fracaso, van cediendo gradualmente o bien, según la teoría del aprendizaje, se extinguen. Por otra parte; lo que parece suceder en la infancia (y en el duelo patológico de años posteriores) es que se acelera el desarrollo de los procesos defensivos. A consecuencia de ello, los deseos de recuperar y de hacer reproches no es probable que se extingan, persistiendo, en cambio, con unas consecuencias que resultan graves. Volvamos brevemente a aplicar estas ideas al paciente de He lene DEuTscH. Consecutivamente a la muerte de su ma*Sin embargo, en una anterior publicación (BURLINGHAM y FREUD 1942), Anna FREUD adoptó un punto de vista simiiar al aquí expuesto. **El cambio de circunstancia requerido varía según el estadio hasta el cual haya avanzado el desapego. Cuando el niño está aún en las primeras fases, la vuelta a unirse con la madre va seguida, por lo general, por un renovado apego; cuando se halla en un estadio avanzado es probable quesea preciso un tratamie¡¡¡to analítico.
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dre cuando él tenía 5 años, parece ser que tanto las gana? de que volviese su madre, como su ira contra ella, desaparecieron de su conciencia. Sin embargo la fantasía relativa .a la visita del perro muestra que, no obstante, persistían a,·un nivel inconsciente. Esto y los datos que corresponden a otros casos indican que si bien inmovilizados, tanto su amor como su ira habían permanecido dirigidos hacía la recuperación de su madre muerta. Así, bloqueados en el servicio a una causa desesperada, quedaron perdidos para la personalidad en vías de desarrollo. Con la pérdida de la madre se perdió también la vida afectiva del paciente. Para designar los procesos operantes se emplean dos términos técnicos corrientes: fijación y represión.· Inconscientemente, el niño permanece fijado a su madre perdida: sus ganas de recuperarla y de hacerle reproches, así como las ambivalentes emociones asociadas a ello, han experimentado represiones. Otro proceso defensivo íntimamente relacionado con la represión y que puede reemplazarla se produce, a veces, también tras la pérdida. Se trata de la "escisión del ego" (FREUD, 1938). En estos casos, una parte de la personalidad, secreta pero consciente, niega que la persona esté realmente perdida y mantiene, en cambio, o bién que se sigue estando en comunicación con ella o que se la recuperará pronto, mientras que al mismo tiempo otra parte de la personalidad comparte con amigos y familiares el conocimiento de que la persona en cuestión está irremediablemente perdida. Por incompatibles que sean, ambas partes pueden coexistir durante muchos años. Al igual que en el caso de la represión, las escisiones del ego dan también lugar a enfermedad psiquiátrica. No estij claro por qué, en algunos casos es consciente la ·parte qué sigue anhelando recuperar a la persona que ha perdido mientras que en otros es inconsciente. Ni tampoco por qué a veces existen condiciones que hacen que niños que sufren la perdida de un ser querido se desarrollen satisfactoriamente, mientras que otros no6. Este es un problema que ha sido estudiado por HILGARD (H!LGARD, NEWMAN y F1sK, 1960). Lo que parece seguro, sin embargo, es que el 6 En la actualidad se sabe mucho más respecto a aquellos estados que revisten importancia; véanse las notas 4 y 5. ..
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comienzo prematuro de los procesos defensivos, represión o escisión, con la fijación resultante, se inicia mucho más rápidamente en la infancia que en años de mayor madurez. En este hecho reside la explicación principal, creo yo, de por qué y cómo es que las experiencias de pérdida en la temprana infancia dan lugar a un desarrollo defectuoso de la personalidad y a una propensión a enfermedad mental. Así pues, la hipótesis que avanzo es la de que en el niño de corta edad, la experiencia de la separación de la figura materna resulta especialmente apta para evocar procesos psicológicos de una índole que resulta tan esencial con respecto a la psicopatol og ía, como lo es la inflamación y el tejido cicatricial resultante en fisiopatología. Esto no significa que el resultado inevitable de ello sea un deterioro de la personalidad, pero sí que al igual, por ejemplo, que en el caso de una fiebre reumática, se forma con demasiada frecuencia un tejido cicatricial que posteriormente ocasiona disfunciones más o menos graves. Los procesos en cuestión, al parecer, son variantes patológicas de aquellos que caracterizan al duelo "sano". Si bien se trata de una posición teórica que es muy similar a muchas otras aplicadas ya a este campo, no por ello deja de ser diferente de las mismas. Su solidez estriba en que pone en relación las respuestas patológicas con las que nos enfrentamos en pacientes adultos, con las respuestas a la pérdida del ser querido que observamos efectivamente en la temprana infancia, proporcionando así un nexo más sólido entre los estados psiquiátricos de la vida adulta y la experiencia infantil. Comparemos ahora esta formulación con alguna de sus predecesoras.
Dos tradiciones en la teoría psicoanalítica Durante este siglo numerosos psicoanalistas y psiqu íatras han intentado establecer relaciones entre la enfermedad mental, la pérdida de una persona amada, el duelo patológico y la experiencia infantil. Casi todos ellos han tomado como punto de partida al paciente enfermo. Hace más de 60 años FREUD lanzó por primera vez la idea de que tanto la histeria, como la melancolía son manifestaciones de duelo patológico consecutivas a pérdida más o menos reciente del ser querido ( FREUD, 1954) y hace más
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de 40 años que, en Duelo y melancolía, avanzó la hipótesis de una manera sistemática (FREUD, 1917). A partir de entonces se han realizado multitud de estudios que apoy;;in de algún modo dicha hipótesis?. La experiencia el ínica, y una lectura del correspondiente material deja pocas dudas acerca de la verdad de la propuesta principal -la de que muchas enfermedades psiquiátricas son expresión de un duelo patológico- o de que tales enfermedades incluyen muchos casos de estados de ansiedad, depresiones e histeria y asimismo más de una clase de trastornos del caracter. Evidentemente ha sido descubierto aquí un amplio e importante campo, para cuya exploración a fondo hará falta realizar una gran labor. La controversia se inicia cuando consideramos por qué algunos individuos, y no otros, responden a la pérdida de este modo patológico. La hipótesis que yo presento se incluye entre los que intentan explicar el origen de estas diferencias en respuesta. AsRAHAM (1924) esbozó una hipótesis que ha influido 'a todos los autores posteriores de orientación psicológica. Como resultado de analizar a varios pacientes melancólicos llegó a la conclusión de que "en último término, la depresión melancólica deriva de experiencias desagradables en la infancia del paciente". Postuló, en vista de ello, que durante su infancia, los melancólicos habían sufrido lo que designó como una "paratimia primal". Sin embargo en estas observaciones, AsRAHAM no utilizó jamás los vocablos "pena" y "duelo", ni tampo está claro que reconociese que, para el niño pequeño, la experiencia de perder a la madre (o de perder su amor) constituye un auténtico duelo. Desde entonces, otros numerosos psicoanalistas, al intentar descubrir las raíces infantiles de la enfermedad depresiva y de las personalidades predispuestas a desarrollarla, han llamado la atención acerca de la presencia de experiencias desdichadas en los primeros años de la vida de sus pacientes. Sin embargo, excepto en la tradición teórica iniciada por Melanie I< t.EIN son pocos los autores que han referido las experiencias en términos de pérdida de~ ser querido y duelo patológico. No obstante, cuando estudiamos las experiencias a las 7 Véanse en especial l.os libros de PARKES (1972) y GLICK, WEISS y PARKES (1974).
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que se refieren, resulta evidente que se trata de aquellos que mejor se ajustan a que les sean referidas las mismas. Pondré como ejemplo a 3 pacientes descritos en la literatura. En 1936, GER6 informó acerca de dos pacientes que sufrían depresión. Uno de ellos, según dicho autor, había padecido "hambre de cariño" durante su infancia; el otro había ingresado en una glJardería-residencia volviendo a su hogar cuando tenía 3 años. Ambos mostraban una intensa ambivalencia hacia toda persona que amasen, lo cual, según GER6,. podía ser referidd- a la experiencia inicial. En el segundo caso habla tanto de una fijación a la madre como de una incapacidad para perdonarle su abandono. Edith JAc°bBsoN, en su amplio estudio sobre la psicopatología de la depresión, hace referencias constantes a una paciente: Peggy, cuyos análisis describe en dos artículos (1943,1946). Esta, de 24 años de edad, se hallaba en un estado de depresión grave, con impulsos suicidas y despersonalización; estos síntomas habían sido precipitados por una pérdida, actualmente la de su novio. La experiencia infantil a la que mayor importancia concede Edith JAcossON tuvo lugar cuando Peggy tenía 3;6 años. Por aquel tiempo, su madre ingresó en el hospital para dar a luz, mientras que ella y su padre permanecieron con la abuela materna. Surgieron algunas d iferencias y el padre se marchó. "La niña quedó sola, defraudada por el padre y esperando ansiosamente el retorno de su madre. Sin embargo, cuando ésta volvió, traía con ella al nuevo hermanito". Peggy recordaba lo que sintió entonces: "No era mi madre, era una persona distinta" (un sentimiento que sabemos se produce con frecuencia en niños pequeños que han sido separados de sus madres durante algunas semanas). Según Edith JACOBSON, poco después de esto "la niñita cayó en su primera depresión profunda". Cabe interrogarse ahora si los sucesos que tuvieron lugar en la temprana infancia de esta paciente fueron recordados con precisión y, asimismo, si los analistas tienen razón al atribuir a acontecimientos de esta índole tanta importancia para el desarrollo emocional de sus pacientes. No obstante si aceptamos, como yo lo hago, tanto la validez de los acontecimientos, como su importancia*, creo que el concepto de duelo patológico e$ el *En el taso de Peggy existen motivos para pensar que Ja separación, acaecida a Ja; 3;6 años, fue tan sólo Ja culminación de una serie de trastornos en su relación con la madre, descrita como una mujer dominante que sometía a Jan iña a una severa disciplina.
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más adecuado para describir tanto cómo el paciente respondió en el momento en cuestión, como para relacionar el acontecimiento durante la infancia con la enfermedad psiquiátrica en la edad adulta. Sin embargo, ningún autor utiliza este concepto. En su lugar emplean los términos de "desilusión", "desencanto", que parecen poseer una importancia distinta. Otros analistas, aunque advierten en grado mayor o menor, el papel patógeno de tales acontecimientos durante la infancia, no identifican tampoco el duelo con la respuesta del niño a la pérdida. Uno de ellos es FA1RsA1RN (1952). Otro es STENGEL, el cual, en sus estudios relativos al vagabundeo compulsivo (1939,1941,1943) dedica especial atención a la necesidad de recuperar el objeto perdido. Un tercero soy yo mismo en anteriores trabajos (BowLBY, 1944, 1951 }. Otros autores son Anna FREUo (1960) y René SPJTZ (1946), los cuales, al analizar la noción de que caigan en duelo lactantes y niños en la primera infancia, han excluido la hipótesis de que el carácter neurótico y el psicótico se desarrollan en ocasiones como resultado de que el duelo en la infancia haya adoptado un curso patológico. Una razón principal de por qué la respuesta de un niño a la pérdida del ser querido no es, con tanta frecuencia, identificada con el duelo, parece consistir en una tradición que limita el concepto de "duelo" a procesos que presentan una solución sana. Aunque tal uso, al igual que cualquier otro, es legítimo, tiene un grave detrimento: lógicamente resulta imposible tratar, como tales, a cualesquiera clases de variantes de duelo que parezcan patológicoas. Las dificultades que origina esta costumbre quedan ilustradas en el trabajo de Helene DEUTSCH titulado Absence of Grief [Ausencia de pesar (1937)], cuyo correspondiente caso mencionamos antes. En el análisis de este caso por la autora hay un firme reconocimiento, tanto del esencial papel que desempeña la pérdida del ser querido durante la infancia, en la producción de síntomas y en las desviaciones del carácter, como de un mecanismo de defensa que, consecutivamente a la pérdida puede conducir a una ausencia de afectividad. No obstante, aunque la autora relaciona este mecanismo con el duelo, se presenta más como una alternativa a éste, que como una variante patológica. Mientras que a primera vista esta distinción puede parecer meramente terminológica, po-
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see más importancia. El hecho de considerar el proceso defensivo consecutivo a la pérdida del ser querido durante la infancia como una alternativa al duelo, equivale a no tener en cuenta que procesos defensivos de clases similares (pero de grado menos intenso y de aparición más tardía), intervienen también en el duelo "sano", y que lo patológico no consiste tanto en los procesos defensivos en sí, como en su intensidad y en la prematuridad de su comienzo. De modo similar, aunque FREUD se interesó, por una parte, profundamente por el papel patógeno desempeñado por el duelo y que, por otra, sobre todo en sus últimos años, se daba también cuenta del papel patógeno desempeñado por la pérdida del ser querido durante la infancia, no prestó atención al duelo infantil y a su predisposición a adoptar un curso patológico, como conceptos que uniesen entre sí a ambos conjuntos de ideas. Esto queda bien ilustrado en su trabajo sobre la escisión del ego en el proceso defensivo, a la cual prestó especial atención al final de su vida ( 1938 ). En uno de sus artículos sobre el tema (1927) FREUD describe dos pacientes en los que una escisión del ego siguió a la muerte del padre. "En el análisis de dos jóvenes averigüé que cada uno de ellos -uno en su segundo año de vida y el otro en el décimo- habían rehusado reconocer la muerte de su padre ... y sin embargo, ninguno desarrolló una psicosis. Así pues, 31 ego negó una pieza muy importante de realidad ... ". Pero, continúa, "fue tan sólo una corriente de sus procesos mentales la que no había reconocido la muerte del padre; había otra que se daba completamente cuenta del hecho; una iba de acuerdo con la realidad (la de que el padre había fallecido), mientra que la otra correspondía a un deseo (la de que el padre seguía estando vivo) (1927). Sin embargo en este trabajo y en otros con él relacionados, FREUD no pone en relación su descubrimiento de tales escisiones en el ego, con la patología del duelo en general, ni con el duelo infantil en particular. No obstante reconoció a este último como secuela no rara de pérdidas de seres queridos en fases tempranas de la vida. "Sospecho", afirma al comentar sus hal lazgos "que acontecimientos similares no son en modo alguno raros en la infancia". Recientes estudios estadísticos nos muestran que tal sospecha se hallaba bien fundada. Así pues un análisis de la literatura correspondiente nos muestra que, a pesar de atribuir mucha importancia patógena
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a la pérdida de uno de los progenitores y a la pérdida de amor, (dentro de la tradición principal de la teoría psicoaba1ítica que teoriza sobre el origen del duelo patológico y de.la consecutiva enfermedad psiquiátrica en el adulto} no se héifla conectada con una predisposición de los procesos de duelo para adoptar un curso patológico cuando tiene lugar tras la pérdida de un ser querido en la lactancia y la temprana infancia. Yo creo que ha supuesto una principal contribución de Melanie KLEIN (1935, 1940) el haber establecido tal conexión. Mantiene que los lactantes y niños en la primera infancia sufren duelo y atraviesan fases depresivas y sus formas de responder en tales períodos determinan cómo reaccionarán en épocas posteriores de su vida a otras pérdidas análogas. Melanie KLEJN opina que determinados mecanismos de defensa han de ser comprendidos como "dirigidos contra el intenso anhelo de recuperación del objeto perdido". A este respecto, mi punto de vista es similar al de dicha autora. Surgen, sin embargo, diferencias con respecto a los determinados acontecimientos que se estiman de importancia, la edad a la cual se piensa sucedieron y la naturaleza y origen de la ansiedad y la agresividad. Las pérdidas que Melanie KLEIN ha señalado como patógenas corresponden al primer año de vida y en su máyoría están vinculadas a la lactancia y al destete. La agresión es considerada como expresiva del instinto de muerte y la ansiedad como resultado de su proyección. A mí no me parece convincente nada de esto. En primer lugar, los datos que presenta, correspondientes a la predominante importancia del primer año de vida y del destete no son, bajo un examen detenido, muy demostrativos (BowLsY, 1960 b}. En segundo lugar, sus hipótesis relativas a la agresión y la ansiedad no son fáciles de ajustar dentro de la estructura de la teoría biológica (BowLBY, 1960 a}. Yo creo que es debido a que son muchos los que consideran poco dignas de crédito las elaboraciones con las que Melanie KLEIN ha envuelto la hipótesis relativa al papel desempeñado por el duelo infantil, por lo que la hipótesis misma ha sido escasamente considerada. Y ello es una lástima. Por tanto, mi posición es que, aunque no considero los detalles de la teoría de Melanie_ KLEIN acerca de la depresión como un modo satisfactorio de explicar por qué los
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individuos se desarrollan de modos tan diversos que algunos responden a posteriores pérdidas de seres queridos con un duelo "sano", mientras que otros lo hacen padeciendo una u otra forma de duelo patológico, sin embargo considero que su teoría contiene la posibilidad de ordenar los datos de un modo muy fructífero. Las elaboraciones alternativas que yo creo favorecen los hechos son las de que el objeto más importante que puede perderse no es el seno de la madre, si no la madre misma (y en ocasiones el padre), que el período vulnerable no se halla limitado al primer año de vida, sino que se extiende a varios años de la infancia [como suponía el propio FREUD (1938)] y que la pérdida ·de uno-de los padres da lugar, no sólo a una ansiedad primaria de separación, sino a procesos de duelo en los que la agresivfdad, cuya función consiste en lograr una reunión, desempeña un papel principal. Al mismo tiempo que se ajusta fielmente a los datos, esta formulación posee la ventaja adicional de adaptarse fácilmente a la teoría biológica. Por importantes que sean las diferencias existentes entre mi punto de vista y el de Melanie KLEJN, la zona de acuerdo es también esencial. Ambos adoptamos com(') hipótesis principal que los procesos de duelo que ocurre-li en estos primeros años de la vida tienden, más que cuando acontecen en etapas más avanzadas, a adoptar un curso patológico y a dejar así al individuo más predispuesto a responder en el futuro de un modo similar a otra pérdida de un ser querido. La versión de esta teoría que ahora presento va de acuerdo con gran parte del material el ínico publicado en la literatura y al cual nos hemos referido va. lncluve los casos de FREUD de escisión del ego, los de vagabundeo compulsivo de STENGEL, los pacientes depresivos descritos por AsRAHAM, GERó, y Edith JAcossoN, así como los pacientes con defectos de carácter descritos por Helene DEUTSCH, Melanie KLEIN, FAJRBAJRN y yo mismo. También va de acuerdo con los numerosos estudios que han aparecido durante los dos últimos decenios y que muestran que la incidencia de la pérdida de un ser querido durante la infancia, en la vida de pacientes que sufren enfermedad mental y defectos de carácter, es significativamente más elevada que en la población general. (Como los datos estadísticos hasta 1967 son presentados en la próxima conferencia, se han omitido los incluidos en la versión original de ésta. Conservamos, sin embargo, parte de los comentarios).
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Es probable, sin embargo, que surjan algunas dudas. al considerar la importancia de los datos estadísticos con r:especto a mi argumentación. En primer lugar hemos de guardarnos de la falacia de un post hóc ergo propter hoc. ;En segundo término, incluso si tenemos razón en propugnar una relación causal entre la pérdida precoz de un ser querido y una subsiguiente enfermedad mental, esto no supone siempre que intervengan los procesos patológicos descritos antes. Existen en realidad, otras dos clases de procesos que en algunos casos, es casi seguro que originen estados patológicos. Uno de ellos es el proceso de identificación con el padre o la madre, que forma parte integral de un desarrollo sano, pero que, con frecuencia conduce a dificultades tras haber fallecido uno de los progenitores*. La otra clase de proceso es provocada por el progenitor superviviente: el viudo o la viuda, cuya actitud con respecto al niño puede cambiar y vo !verse patógena. Existe otra dificultad que ha de salvar la teoría. Aun siendo cierto que hay una incidencia aumentada de fallecimiento de la madre o del padre en los antecedentes infantiles de individuos que tendieron más tarde a desarrollar determinados tipos de personalidad y ciertas formas de en'fermedad, su incidencia absoluta es no obstante, baja. ¿cómo, se explican los otros casos? Existe más de una aclaración posible. En primer término, y a fin de basar mi argumentación sobre datos -firmes, he limitado deliberadamente la mayoría del estudio a la incidencia de muerte parental. Cuando se incluyen otras causas de pérdida parental durante los primeros años de la vida, el porcentaje de casos afectados aumenta en gran medida. Por otra parte, respecto a muchos casos en los que no ha habido ningún episodio de separación espacial afectiva entre el hijo pequeño y el progenitor, existen con. frecuencia datos demostrativos de que hubo, no obstante, una separación de otra índole más o menos grave. El rechazo, la pérdida de amor (quizá al llegar un nuevo hermanito o debido a una depresión por parte de la madre), alienación de un progenitor por el otro y situaciones similares, tienen *El trastorno psiquiátrico en el que la identificación con un progenitor perdido desempeña un importante papel, ha sido durante mucho tiempo objeto de estudio por los psicoanalistas. Ello se manifiesta de modo especialmente claro en las "reacciones de aniversario" (H 1LGARD Y NEWMAN, 1959).
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Vínculos afectivos
como factor común la pérdida, por parte del niño, de una madre o un padre al cual amar y vincularse. Si se amplía el concepto de pérdida para incluir la pérdida de amor, tales casos no constituirán ya excepciones. Parece improbable, sin embargo, que tal ampliación pudiese incluir todos los casos correspondientes a los síndromes psiquiátricos en cuestión. Si se demuestra que es así, habrá que buscar alguna otra explicación para aquellos casos que no aclara la presente hipótesis. Quizá en un examen más detenido, el cuadro el ínico de tales ejemplos se mostrase diferente, en grado material, de aquellos que sí resultan explicables. De modo alternativo, los estados clínicos pueden presentarse como esencialmente similares, pero los procesos patológicos operantes en casos no explicados puei::len haberse iniciado por acontecimientos de una índole distinta. Hasta que hayan sido exploradas estas posibilidades, así como otras, persistirán problemas. Sin embargo, ya que raramente existe una relación sencilla entre síndrome, proceso patológico y experiencia patógena, los problemas no son diferentes de aquellos que constantemente tienen lugar en otros campos de la investigación médica. Conclusión Es probable que la mayoría de la investigación en el campo de la psiquiatría siga iniciándose hoy día con un producto terminal: el p::iciente, e intente desenmarañar la secuencia de acontecimientos, psicológicos y fisiológicos que han conducido a que el paciente haya caído enfermo. Esto da lugar a múltiples y sugestivas hipótesis, pero, al igual que todo método aislado de investigación, tiene sus limitaciones. Una de las características de una ciencia avanzada es la explotación de tantos métodos como puedan ser diseñados. Cuando se amplió la investigación en medicina fisiológica a fin de incluir la investigación sistemática de uno u otro factor patógeno probable y sus efectos, se obtuvo una gran cosecha de conocimientos. Quizá no se halle lejano el día en que sea posible lo mismo en psiquiatría. ·Debido a sus implicaciones prácticas y científicas, el estudio de la pérdida de la figura materna en los primeros años de la vida sea prometedora. Desde el punto de vista práctico
El duelo en la infancia y sus implicaciones para la psiquiatría
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existe la probabilidad de que lleguemos a ser capaces de prevenir, por lo menos, algunas formas de mala salud merita!. Desde el punto de vista científico existen oportunidades que proceden de la identificación de un acontecimiento d!i; la infancia que es probablemente patógeno, que puede ser claramente definido y cuyos efectos sobre la personalidad en vías de desarrollo pueden ser sistemáticamente estudiados mediante observación directa. Existen, desde luego, otros muchos acontecimientos de la infancia, aparte de la pérdida del ser querido, que hay buenas razones para creer que también contribuyen al desarrollo de una personalidad alterada y a la enfermedad mental. Ejemplos de- ello son los niños expuestos a alguna de las diversas clases de actitud parental que desde hace tiempo han sido objeto del interés y de los esfuerzos terapéuticos de las clínicas psiquiátricas infantiles. En todo caso la investigación habrá de definir, en' primer término, el acontecimiento o la secuencia de acontecimientos; en segundo lugar recopilar una muestra de casos en los que tales hechos hayan dado luqar a efectos sobre el desarrollo psicológico que pueden ser estudiados y, por último, poner en relación aquellos procesos que se ha observado han sido provocados por tales acontecimientos, con los procesos que están presentes en los pacientes con una enfermedad mental declarada. Tal ampliación de la l;:ibor investigadora tendrá consecuencias de largo alcance.
CUARTA CONFERENCIA
EFECTOS DE LA RUPTURA DE UN VINCULO AFECTIVO SOBRE EL COMPORTAMIENTO*
Durante varios años, la Eugenics Society ha venido organizando simposios que se han ocupado de la interacción de factores genéticos y ambienta/es en el desarrollo humano. El cuarto simposio, celebrado en Londres durante·e/ otoño de 1967 se refirió a Genetic and Envi ron mental l,nfluences on Be ha vi our (Influencias genéticas y ambientales sobre el comportamiento). El presente trabajo fue una contribución al simposio y se publicó al año siguiente. · Los médicos de familia, los sacerdotes y los profanos sensibles han venido advirtiendo, desde hace mucho tiempo, que pocos golpes son tan duros para el espíritu humano como la pérdida de un ser próximo y querido. De siempre se ha sabido que podemos quedar abrumados por la pena y morir a causa de un intenso choque afectivo que "nos parta el corazón", y también que un amante rechazado puede hacer cosas que resulten absurdas o peligrosas para él mismo y para los demás. Se sabe también que ni el aílJQLnLJa pena ~e sienten por cualquier ser humano, sino'Tan'sólo por un ser ~umano particular, individual, o bien por u_oos pQC:.()~_,_ J;J núcleo de lo que yo designo como "vínculo afectivo" es la ~tracción que un individuo siente por otro individuo. *P(Jblic:ádo primeramente en THODAY, J. M. y PARKER, A. S. (eds.) (1968) Genetic and E1111iro11me11ta/ /nfluences 011 Behaviour, Edimburgo: O!iver & Boyd, Reimpreso con licencia de The Eugenics Society,
Efectos de la ruptura de un vínculo afectivo sobre el comportamiento
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Hasta hace escasos decenios, la ciencia tenía poco que decir de estas cuestiones. Los científicos experimentales qÚe laboran dentro de las tradiciones fisiológicas o hui lianas de la teoría del aprendizaje de la psicología jamás han mostrad,o interés por los lazos afectivos y, en ocasiones, han hablado y actuado como si no existiesen. En cambio, los psicoanalistas han reconocido desde hace tiempo la inmensa importancia que tienen los vínculos afectivos en la vida y los problemas de sus pacientes, pero se han mostrado lentos para desarrollar una estructura científica adecuada dentro de la cual pudieran comprenderse la formación, mantenimiento y ruptura de dichos vínculos. El vacío ha sido llenado por los etólogos, comenzando por el clásico trabajo de LoRENZ sobre The Companion in the Bird's World, (El compañero en el mundo de las aves) (1935) pasando por multitud de experimentos sobre la impronta (BATESON, 1966; SLuc1<1N, 1964) hasta estudios sobre comportamientos vinculantes en primates no humanos (H1NDE y SPENCER- BooTH. 1967; SADE, 1965) e inspirando a los psicólogos a realizar estudios similares en seres humanos (AINSWORTH, 1967; SCHAFFER y EMERSON, 1964). Predominio de la vinculación Antes de tratar los efectos producidos por la ruptura de vínculo, cabe analizar algunas observaciones de la vinculación y su predominio. La obra antes mencionada muestra que, aunque no se trata de algo común en aves y mamíferos, lQs... vínculos intensos y persistentes entre individuos constituyen la regla general en muchas especies. Los tipos de vínculos qüese instauran difieren de una especie a otra, siendo los ¡:¡,-a-s corfíentes los establecidos entre uno o ambos progenitores y sus descendientes y entre los adultos de sexo contrario. En los mamíferos, incluyendo los primates, el,vJncyJ~LPLime~ ro y más persistente de todos es habitualmente el estableddo erifr'e mádre e hijo, el cual se mantiene con frecuencia hasta [a §dad adulta. Como resultado de toda la labor realizada, actualmente podemos considerar los intensos y persistentes vínculos afectivos establecidos por seres humanos, desde un punto de vista comparativo. La vinculación afectiva es el resultado del comportamiento social de cada individuo de una especie, difiriendo según con
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Vínculos afectivos
qué otros sujetos de su especie está relacionándose, lo cual supone, desde luego, una capacidad para reconocerlos. Mientras que cada miembro de una pareja vinculada tiende a permanecer próximo al otro y a provocar un comportamiento mantenedor o conservador de la proximidad en la pareja, individuos que no están vinculados no muestran esta tendencia; de hecho, cuando dos sujetos no están vinculados, uno de ellos se resiste intensamente a cualquier aproximación que intente el otro. Ejemplos de esto son las actitudes de un progenitor freríte á la aproximación de una cría o un cachorro que no es suyo, y del macho frente al acercamiento de otro macho. / El rasgo esencial de la vinculación afectiva consiste en que los dos participantes tienden a permanecer en mutua proximidad. Si por alguna rázon están apartados, cada uno de ellos buscará más pronto o más tarde al otro, restableciendo así la proxi111idad. Cualquier tentativa realizada por un tercero para separar a una pareja vinculada encuentra una tenaz resistencia por parte de ésta: no es raro que el más fuerte de ambos miembros de la pareja ataque al intruso, mientras que . el más débil huye o quizá se une al compañero más fuerte. ·claros ejemplos de ello son aquellas situaciones en las que un intruso intenta quitarle las crías a una madre, por ejemplo, la ternera de la vaca, o separar a la hembra de la pareja heterosexual a la que está vinculada, asi por ejemplo la oca hembra, del macho. Un comportamiento algo paradójico, de índole agresiva, desempeña un papel clave en el mántenimiento de los víncúlos afectivos. Adopta dos formas distintas: en primer lugar, atacar y hacer huir a intrusos y en segundo término, el castigo de un compañero errante, ya se trate de la esposa, marido o hijo. Existen datos que demuestran que gran parte del comportamiento agresivo de índole poco clara y patológica se origina de una u otra de estas formas (BOWLBY, 1963). Le>s vín.culos afectivos y los estados subjetivos de intensa emoción tienden a ir juntos, como sabe todo novelista o autor teatral. Así pues, muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la-·fo-rm-acíon, el mantenimiento; la· ruptura y· 1a renovación de lazos afectivos; los cuales, ¡foY tal lll<:>tiy(), son designados como vínculos emocionales. s~~-~..:, pecto a la experiencia. subjetiva, la formación de un vínéulo es desc:rita como enamorarse; mantener un vínculo, como
los
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amara alguien y perder una pareja, como pena, pesadumbre, PQL.la. pérdida. De modo similar, La amenaza de pérdi~a provoca ansiedad y la pérdida efectiva, pena; r:riientras q~e ambas situaciones pueaen prcívócar ira. Por último, el manteniíñiefr\to firme de unvínculo··es experimentado u·na fuente dé segUrídad y la renovación dé un vínculo, como genéfadora de alegría. Así pues todo aquel que se interese· po(·ra psicología y la psicopatología de las emociones, ya sea en los animales o en el hombre, se ve muy pronto enfrentado a problemas de vinculación afectiva: las causas de desarrollo de vínculos y la finalidad de los mismos, y, en especial, las condiciones que afectan la forma que adopte su desarrollo.
como
<;uando los psicólogos y los psicoanalistas han intentado· explicar la existencia de vínculos afectivos, casi siempre han invocado, como motivos, el alimento y el sexo. Así pues, al .inténtar explicar por qué un niño ·se apega a su madre, fanto teoricós del aprendizaje (DoLLARo y MILLER, 1950; SEARs, MAccosY y LEV1N, 1957), como los psicoanalistas ( FREUD, 1938) han opinado, indepenaientemente entre sí, que ello es debido a que la madre le alimenta. Intentando comprender la vi.nculación en los adultos, el sexo ha sido corrientemente considerado como obvia y suficiente explicación. No obstante, cuando se examinan los hechos de cerca, estas explicaciones resultan poco convincentes. Existen en la actualidad abundantes datos demostrativos de que, no sólo en las aves, sino también en los mamíferos, las crías se apegan a objetosmadres a pesar de no ser alimentados por ellos (HARLOW y HARLOW, 1965; CA1RNs, 1966) y que en modo alguno toda vinculación afectiva entre adultos corresponde a relaciones sexuales; sabido es, en cambio, que con frecuencia tienen lugar relaciones sexuales independientemente de cualquier vínculo afectivo persistente.
los
Cuantose sabe en la actualidad acerca de la ontogenia de los· v.ínCDTos~atectivos indica que se desarrollan debido a que la criatura joven nace con una intensa tendencia a aproximarse a ciertas clases de estímulos, y preferentemente a los relacionados con la familia, así como a evitar otras clases de estímulos, sobre todo los extraños. La observación de animales en libertad muestra claramente que la función de gran parte d.e las vinculaciones, sino de todas:-es--ra··pro.tecci6n ·contra
Vínculos afectivos
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depredadores -una función tan importante para la supervide una población, como la nutrición o la reproducción, pero que habitualmente ha sido descuidada por investigadores confinados en laboratorios e interesados tan sólo por el ser humano que vive en sociedades económicamente desarrolladas. Sean o no confirmadas estas hipótesis por posteriores investigaciones, la capacidad de un individuo para establecer lazos afectivos de un tipo adecuado a cada fase del ciclo vital de su especie y a su propio sexo, evidentemente es una ápti1:ud tan típica de los individuos de las especies de mam íferos como lo son, por ejemplo, sus capacidades para ver, oir, comer y digerir. Y probablemente, la habilidad para vincularse posee un valor de supervivencia tan elevado para una especie como cualquiera de dichas otras y bien estudiadas capacidades. Resulta convincente considerar a muchos de' lo~ trastornos psicoñeurótfoos· ~,ª- periú)naficfad. humana como correspondientes a una alteración de la aptitud para establecer vínculos afectivos, debido a un desarrollo defec1uoso durante la infancia, o a una alter.ación posterior ..
vendá
v·ae
Ruptura de vínculos y enfermedad psiquiátrica Aquellos que sufren trastornos psiquiátricos, ya sean de índole psiconeurótica, sociopática o psicótica, muestran siempre alteración de la capacidad de vinculación afectiva, que con frecuencia es tan grave como persistente. A.un cuando en ciertos. casos esta alteración es claramente secundaria a otros cambios, en muchos es probablemente primaria y deriva de un desarrollo defectuoso que tuvo lugar durante una infancia transcurrida en un medio ambiente familiar atípico. Mientras que la ruptura de los vínculos que unen a un niño con sus padres no constituye el único medio, adverso, que puede adoptar el medio ambiente, es la forma más fiablemente registrada y cuyos efectos conocemos mejor*. ·· Al considerar las posibles causas del trastorno psiquiátrico en la infancia, los psiquíatras infantiles advirtieron muy pronto *Existen asimismo valiosos estudios de la reacción de adultos a la pérdida de seres queridos y sobre la relación que existe e!:ltre las correspondientes reacciones, con la enfermedad mental (PAR KES, 1965). En un breve trabajo, como éste, no es posible incluir un análisis de estos hallazgos.
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que aquellos antecedentes que presentaban una incidencia más importante eran, o bien una ausencia de la oportunidad para establecer vínculos afectivos, o bien prolongadas y quizá repetidas rupturas de vínculos ya establecidos (BowLBY, 195i; A1NSWORTH, 1962). Aunque está muy extendida la opinión áe que tales estados no sólo van asociados a subsiguientes trastornos, sino que son causa de los mismos, tal conclusión sigue siendo discutible. Los estudios de la incidencia de la pérdida de seres queridos durante la infancia, realizados en diferentes muestras de la población psiquiátrica, se han multiplicado en estos últimos años. Debido a que tanto las muestras, como los grupos comparativos, están constituidos de modo tan diferente, a que los criterios de pérdida son definidos de diversas formas y a que existen multitud de variaciones demográficas y estadísticas, la interpretación no resulta fácil. Ciertos hallazgos, sin embargo, pueden ser tan concordantemente comunicados por investigadores independientes, incluyendo aquí diversos recientes y bien controlados estudios, que podemos fiarnos razonablemente de los mismos. Se ha observado en reiteradas ocasiones que dos sín.dromes psiqLJTat~r{c()_sy dos clases ae--sTnfomas asociados van precedidos por una eleváda-Tncidencia de rupturas de vínculos afectivos durante la infanc:ia. Los síndromes son: personalidad psicopátic9Jo sociopática) yclePfésiórY; los síñfümas consisten en delincuencia persistente y_§uicidio. · · · ·· ·· ·-·El psicópata (o sociópata) es aquel que, aun no siendo psicótico o subnormal, incurre presistentemente en: 1. actos contra la sociedad, por ejemplo crímenes; 2. actos contra la familia. por ej. negligencia, crueldad, promiscuidad sexual o perversión; 3. actos contra sí mismo, por ej: adicción, suicidio o tentativa de suicidio, absentismo laboral reiterado. En tales personas, la capacidad para establecer y mantener vínculos afectivos está siempre trastornada y en no pocos casos destaca su ausencia. Es frecuente que la infancia de estos individuos haya estado profundamente alterada por el fallecimiento, divorcio o separación de los padres, o bien por otros acontecimientos que dieron lugar a ruptura de vínculos, con una incidencia
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V lnculos afectivos
de tales alteraciones mucho más elevada que la que se encuentra en cualquier otro grupo comparable, ya correspondiente a la población general, o bien a casos psiquiátricos de otra índole. Así por ejemplo, en un estudio realizado en más de un millar de pacientes psiquiátricos ambulatorios consecutivos, de edades inferiores a los 60 años. EARLE y EARLE (1961) diagnosticaron a 66 como sociópatas y a 1.357 como padeciendo algún otro trastorno. Adoptando como criterio una ausencia de la madre durante 6 o más meses antes del sexto cumpleaños, EARLE y EARLE hallaron una incidencia de un 41 ?ó para los sociópatas y de un 5 %para el resto. Cuando se amplía el criterio, se eleva la incidencia. Así, CRAFT, STEPHENSON y GRANGER ( 1964) adoptaron como criterio una ausencia de la madre o del padre (o de ambos) antes de que el niño cumpliese los 1O años. De 76 varones ingresados en el hospital especial para psicópatas agresivos, no menos de un 659ó habían tenido tal experiencia. En un estudio sobre varios grupos comparativos, CRAFT muestra cómo aumenta la incidencia de este tipo de experiencia infantil con el grado de comportamiento antisocial manifiesto por miembros de un grupo. Otros autores que han comunicado hallazgos similares, estadísticamente significativos, correspondientes a grupos de psicópatas y de delincuentes habituales son: NAEss ( 1962), G REER ( 1964 a) y B ROWN y EPPS ( 1966~ y con respecto a alcohólicos y drogadictos, DENNEHY (1966). En psicópatas es elevada la incidencia de hijos ilegítimos y el paso del niño de un "hogar" a otro u otros. No es casual que Brady, el criminal perteneciente al grupo de asesinos designado como "Moors" fuese uno de estos casos. Otro grupo psiquiátrico que muestra una incidencia muy elevada de pérdidas de seres queridos durante la infancia es el de los pacientes suicidas tanto los que intentan suicidarse, como quieries lo logran*. Tales pérdidas tuvieron lugar, con más probabilidad, durante los 5 primeros años de vida y no se trataba solamente del fallecimiento de la madre o del padre, sino también de otras causas persistentes, sobre todo •Aunque todo grupo de suicidas y de sujetos que han intentado suicidarse incluye algunos sociópatas y algunos depresivos. es probable que la mayor la sean diagnCEticados como pacientes neuróticos o con trastornos de la personalidad IGREE R. GUNN y KOLLER 1966). constituyendo asl un grupo psiquiátrico muy diferenciado.
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por ilegitimidad y divorcio. Los pacientes suicidas suel?n parecerse en este aspecto a los sociópatas y, como veremos más adelante, diferenciarse de los depresivos. _ De los múltiples estudios que informan de una incidenGia muy elevada de pérdida de seres queridos durante la infancia entre los sujetos que intentaron suicidarse, así por ejemplo los de BRUHN (1962), GREER (1964b)yKEsSEL (1965),unode los mejor controlados es un estudio de GREER, GuNN y KoLLER ( 1966). Una serie de 156 sujetos que intentaron suicidarse fue comparada con muestras de tamaño similar de pacientes psiquiátricos no suicidas y de pacientes quirúrgicos y obstétricos con antecedentes psiquiátricos; ambos grupos comparativos fueron emparejados con los que intentaron suicidarse en cuanto a edad, sexo, clase y otras variables de importancia. Adoptanto como criterio de pérdida la ausencia continuada de uno o de ambos padres durante al menos doce meses, GREER encuentra que tales acontecimientos ocurrieron antes de cumplir el sujeto 5 años con tres veces más frecuencia en el grupo de tentativas de suicidio que en cualquiera de los grupos comparativos -una incidencia de un 26 %frente a un 9% en cada uno de los otros grupos (Tabla 1 ).
Tabla 1. Incidencia de pérdida o de ausencia continuada de uno o de ambos padres naturales durante 12 meses, por lo menos, antes de cumplir el sujeto los 15 años
Pacientes no psiquiátricos O,
Edad en el momento de la pérdida 0-4 años 5-9 años 10-14años dudosa 0-14 Total
Pacientes psiquiátricos no suicidas
Sujetos que intentaron suicidarse
'o
qó
O,
9 12 7
9 10 7 2 28 156
.26 11 11 1 49 156
o 28 156
'o
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Por otra parte, en el grupo de tentativas de suicidio las pérdidas tendían más frecuentemente a corresponder a ambos padres y ser de índole permanente, mientras que en los otros grupos correspondían con mayor frecuencia a tan sólo un progenitor y eran temporales, motivadas, enfermedad 01trabajo.i En otro estudio del mismo grupo de tentativas de suicidio (GREER y GuNN, 1966) se observó que quienes habían sufrido pérdidas parentales antes de cumplir los 15 años diferían significativamente en determinados aspectos de aquellos en los que no había sucedido así. Una de tales diferencias, junto con otros hallazgos, es que los que habían sufrido tales pérdidas durante la infancia eran diagnosticados más frecuentemente como sociópatas que los que no las habían padecido ( 18% frente a un 4%) Otro estado que va asociado con una incidencia significativamente elevada de pérdida de progenitores durante la infancia es la depresión. El tipo de pérdida experimentada, sin embargo, tiende a ser de una índole diferente a la ruptura general de la familia típica de las infancias de psicópatas y de sujetos que intentaron suicidarse. En primer lugar, en la infancia de depresivos, la pérdida es debida con mayor frecuencia a fallecimiento de la madre o del padre, que a ilegitimidad, divorcio o separación. En segundo lugar, en los depresivos, la incidencia de pérdida tiende a aumentar durante el segundo quinquenio de la niñez y en algunos estudios también en el tercero. Hallazgos de esta clase han sido comunicados por F. BROWN (1961), MuNRO (1966), DENNEHY (1966), y por H1LL y PR1cE (1967). Se señala que la pérdida de un progenitor debida a fallecimiento sucede con una frecuencia aproximada dos veces mayor en un grupo de depresivos, que en la población total2. Así pues, parece razonablemente seguro que en diversos grupos de pacientes psiquiátricos esté aumentada de forma significativa la incidencia de ruptura de vínculos afectivos durante la infancia. Mientras que estos últimos estudios confirman los anteriores hallazgos relativos a la aumentada incidencia de pérdida de la madre durante la temprana infancia, también los amplían. En varias clases de estados patológicos, se ha visto actualmente que las incidencias aumentadas I Véase también otro estudio, realizado por ADAM (1973) acerca de la relación existente entre la pérdida de un :;er querido durante la infancia y las ideas de suicidio.
2 Los hallazgos estadísticos de la incidencia de pérdida de un progenitor durante la infancia en adultos depresivos han sido con frecuencia contradictorios y yo
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de vínculos afectivos rotos incluyen tanto la vinculación cpn el padre como con la madre y se han observado tanto durante los años comprendidos entre la edad de 5 y la de 14, como durante los cinco primeros años de vida. Por otra parte, en los estados más extremos: sociopatía y tendencias suicidas, no sólo es probable que haya tenido lugar en etapas precoces de la vida una pérdida inicial de un progenitor, sino que también probablemente hayan existido tanto una pérdida permanente, como que el niño haya soportado a continuación repetidos cambios de figuras parentales. No obstante, revelar una incidencia aumentada de algún factor es una cosa y otra muy distinta demostrar que desempeña un papel causal. Mientras que la mayoría de los autores que han comunicado tales datos opinan que la aumentada incidencia de pérdida de progenitor durante la infancia tiene una relación causal con el trastorno psiquiátrico consecutivo y existen multitud de protocolos el ínicos que apuntan en esta dirección (para bibliográfía véase BowLsY, 1963), continuan siendo posibles otras explicaciones. Así por ejemplo, la aumentada incidencia de fallecimiento de la madre y del padre entre los pacientes psiquiátricos puede ser el resultado de que en la época en que nació el paciente los padres eran
he simplificado la versión original de este párrafo a fin de ajustarle al pensamiento actua 1. El estudio más reciente y amplio del problema (aunque está limitado a mujeres) es el de George BROWN y Tirri 1 HAR R IS ( 1978). Los autores llegan a la conclusión de que la pérdida de un progenitor durante Ja infancia contribuye a Ja depresión cllnica de tres modos distintos. En primer lugar, las mujeres que han perdido a la madre por fallecimiento o separación, antes de los 11 años de edad, es más probable que en la vida adulta, respondan a la pérdida, a la amenaza de pérdida y a otros trastornos y crisis, desarrollando un trastorno depresivo. En segundo lugar, si una mujer ha padecido una o más pérdidas de miembros de su familia, debidas a muerte o a separación, antes de los 17 años, cualquier depresión que se desarrolle más tarde es prolJable que sea má grave de lo que lo serla en una mujer que no hubiese sufrido tal pérdida. En' tercer lugar, la postura adoptada por la pérdida en la infancia afecta a la forma de cualquier enfermedad depresiva que pueda desarrollarse más tarde. Cuando la pérdida durante la infancis se ha debido a separación, cualquier enfermedad que se produzca posteriormente, es probable que muestre rasgos de depresión neurótica, con slntomas de ansiedad. Cuando la pérdida se debe a fallecimiento, cualquier enfermedad que se desarrolle después, es probable que presente rasgos de depresión psicótica, con mucho retraso. BROWN y HARRIS llaman también la atención sobre alguno de los problemas, hro ta ahora no reconocidos, relativos a la obtención de cifras válidas cuando se establecen com paraci enes emre un grupo de pacientes con enfermedades psiq uiátri cas, y un grupo de control.
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Vínculos afectivos
de edad más avanzada que el promedio. De ser así, la muerte prematura de un progenitor no sólo sería más probable, sino que habría también una mayor posibilidad de que la .descendencia naciese con una carga genética adversa. Así pues, a pesar de todo, aquello que parece ser un determinante ambiental puede resultar un determinante genético. No resulta fácil comprobar esta posibilidad. Ello exige: primero, que el promedio de edad de las madres y o de los padres de pacientes psiquiátricos sea efectivamente superior al de la población total y, en segundo término, que cualquier edad parental aumentada que pueda encontrarse, haya ejercido de modo demostrado un efecto adverso sobre la dotación genética de la descendencia, de modo que aumente la probabilidad de trastornos psiquiátricos. La primera exigencia puede ser cumplida: los datos de DENNEHY ( 1966) indican que los promedios de edad de los padres de pacientes psiquiátricos pueden ser superiores a los de la población de la que proceden. La segunda exigencia, sin embargo, resulta más difícil de demostrar. Evidentemente habrá de transcurrir cierto tiempo hasta resolver la cuestión. Mientras tanto, aquellos que creen que la relación existente entre la ruptura de vínculos afectivos durante la infancia, y el trastorno relativo a la capacidad de mantener vínculos afectivos, típico de las alteraciones de la personalidad en el curso posterior de la vida posee un valor causal, señalan otros datos en apoyo de su hipótesis. Se refiere al modo en que se comportan los niños, así como los cachorros de los primates subhumanos, cuando se rompe un vínculo por separación o muerte.
Efectos a corto plazo de la ruptura de vínculos Cuando un niño de corta edad se encuentra entre personas extrañas y sin sus figuras parentales familiares, no sólo se altera intensamente de momento, sino que las relaciones posteriores con sus padres se deterioran también, al menos de forma temporal. El comportamiento observado en niños de 2 años durante y después de una breve estancia en una guardería residencial, constituye el tema de un sistemático estudio descriptivo y estadístico emprendido en la CI ínica
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Tavistock por HEJNJCKE' y WEsTHE!MER (1966}. La parte da su informe que deseo destacar es aquella en la que comparan el comportamiento con la madre de 10 niños que después de permanecer en la guardería habían regresado al hogar, y; el de un grupo comparativo formado por 10 niños pequeños que habían permanecido durante todo el tiempo en sus casas. En los niños separados de su hogar se apreciaron dos formas de trastorno del comportamiento afectivo, no observadas en el grupo comparativo de niños que permanecieron en su hogar. Una de las formas es la de desapego emocional y la otra su aparente contraria, es decir: la incesante exigencia de estar muy próximo a la madre. 1. La primera vez que se reune con su madre, tras haber permanecido fuera de su hogar, con extraños, durante 2 o 3 semanas, un niño de 2 años de edad se comporta de modo típicamente distante y desapegado. Mientras que durante los primeros días de permanencia fuera de su hogar, un niño suele llorar desconsoladamente llamando a su madre; cuando ésta finalmente viene parece no reconocerla, o la evita. En lugar de precipitarse hacia ella y no soltarla, como haría probablemente si hubiese permanecido perdido en unos grandes almacenes durante media hora, con frecuencia aparta de ella la mirada y rehusa su mano. Falta todo el comportamiento buscador de proximidad, típico de una vinculación afectiva, lo cual generalmente duele mucho a la madre, y continúa ausente -a veces tan sólo durante unos minutos o unas horas, pero en ocasiones, durante días. El retorno del comportamiento de apego puede ser súbito, pero con frecuencia es lento y va teniendo lugar de un modo parcial. La duración del desapego temporal se halla positivamente correlacionada con el tiempo que ha durado la separación. (Tabla 2). 2. En general cuando el comportamiento de apego es reanudado, como sucede habitualmente, el niño se muestra mucho más apegado a su madre que lo estaba antes de la separación. Le desagrada que ésta le deje solo y tiende, o bien a llorar o a seguirla por toda la casa. El modo de evolución de esta fase depende en gran medida de cómo responda la madre. No raras veces surgen conflictos por exigir un niño que su madre le haga constantemente compañía y negarse ella. Tal rechazo provoca al punto un compor-
Vínculos afectivos
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Tabla 2. Número de rnnos separndos y no separados que mostraron desapego durante los primeros 3 días después de reunirse de nuevo con su madre (o durante un período equivalente) Separados sin desapego
No
separados 10
desapego durante tan solo un día desapego alternando con apego
4
desapego persistente durante 3 días
5 10
10
Grado de desapego correlacionado con duración de la separación: r = 0,82; p = 0,01.
tamiento hostil y negativo por parte del nino, lo cual contribuye a poner aún más a prueba la paciencia de la madre. De los 10 niños separados observados por HE1NICKE y WESTHEIMER, 6 mostrarnn una intensa y persistente hostilidad contra la madre, así como negativismo, cuando volvieron a su hogar. En los niños no separados no se observó tal comportamiento. (Tabla 3). Tabla 3. Número de niños separados y no separados qlle muestran intensa y persistente hostilidad contra la madre tras volver a reunirse con ésta (o durante un período equivalente) Separados
No separados
Escaso o nulo comportamiento hosti 1 o negativismo frente a la madre
4
10
Comportamiento hostil intenso y persistente y negativismo frente a la madre
6
o
10
10
p = 0,01
Efectos de la ruptura de un vinculo afectivo sobre el comportamiento
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Es obvio que sigue habiendo una gran diferencia entre mostrar que los vínculos de un niño con su madre, y a menudo también con su padre, están desequilibrados por ur\,a breve separación, y demostrar de forma inequ ívocca que las separaciones prolongadas o repetidas están relacionadas causalmente con posteriores trastornos de la personalidad. No obstante la conducta de desapego, tan típica de los niños pequeños tras una separación, ofrece algo más que una pasajera semejanza con la experimentada por ciertos psicópatas, mientras que resultaría difícil distinguir la conducta, agresiva y exigente, de muchos niños pequeños que se han vuelto a reunir hace poco con su madre, del comportamiento, también agresivamente exigente, de muchas personalidades histéricas. Se ha demostrado que resulta útil postular que en cada tipo de caso, el comportamiento alterado del adulto representa una persistencia, a través de los años, de patrones aberrantes de conducta vinculante, que se han establecido como resultado de rupturas de vínculos acontecidas durante la infancia. Por una parte ayuda a organizar datos y a orientar la investigación posterior; por otra parte, proporciona normas para el modo de trato cotidiano de esta clase de personas. Evidentemente, hacer progresar nuestro conocimiento en este campo sería muy valioso para realizar una prolongada serie de experimentos destinados a investigar los efectos a corto y largo plazo sobre el comportamiento de un vínculo afectivo, teniendo en cuenta la edad del sujeto, la naturaleza del vínculo, la duración y la frecuencia de la ruptura, así como otras muchas variables. Igualmente obvio, sin embargo, es que cualquiera de estos experimentos realizados en sujetos humanos queda descartado, debido a motivos éticos. Por tal razón hay que felicitarse de que en la actualidad se están emprendiendo experimentos análogos, pero utilizando primates. Los hallazgos logrados preliminarmente muestran que los efectos ejercidos sobre crías de monos rhesus de 6 meses, por una pérdida provisional de la madre (durante 6 días) no difieren, tanto durante la separación, como después de ésta, de las de niños de 2 años de edad (SPENCER -BOOTH e H1NDE (1966); presentan, por ejemplo, disgusto y un nivel disminuid o de actividad durante la separación, así como u na tendencia excepcionalmente intensa a aferrarse a la madre, una vez transcurrida aquélla. Por otra parte, la reacción frente a esto
Vínculos afectivos
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por parte de la mona-madre no es diferente de la madre humana. Sin embargo hasta ahora, no existe informe alguno de un bebé mono que muestre desapego, y esto puede representar una diferencia relativa a la especie. Tanto en niños como en crías de mono existen variaciones muy amplias en la reacción frente a la ruptura de un vínculo. Algunas de estas variaciones son probablemente debidas a los efectos ejercidos sobre un lactante por acontecimientos ocurridos durante el embarazo y el parto. Así, UcKo ( 1965) ha encontrado que los niños varones que al nacer se hallaron en estado de asfixia son mucho más sensibles al cambio ambiental,· incluyendo la separación de la madre, que los niños varones que no tuvieron este accidente (Tabla 4). Por otra parte, esta variación puede estar también determinada parcialmente de un modo genético. Una hipótesis razonable es, evidentemente, la que un modo principal de influir los factores genéticos sobre el desarrollo de la salud mental y sus alteraciones es a través de su efecto sobre el comportamiento de vinculación: en qué grado, qué forma y qué circunstancias puede un individuo establecer y mantener vínculos afectivos y cómo responde a la ruptura de dichos vínculos. Mediante la realización de estudios de esta índole será posible, en el futuro, aunar los estudios ambientales y genéticos acerca del trastorno del comportamiento.
Tabla 4. Alteración debida a separación provisional de la madre, del padre o de un hermano en niños varones anóxicos al nacer y en niños no anóxicos al nacer 2° año de edad Alterado
3er año de edad
No alterado
Alterado
No alterado
anóxicos
8
2
9
2
no anóxicos
2
12
4
7
significancia
P = 0,01
P = 0,1
Las muestras totales comprenden a 29 parejas de niños formadas según su clase, orden de nacimiento y edad de la madre.
CONFERENCIA V
QUINTA CONFERENCIA
SEPARACION Y PERDIDA DENTRO DE LA FAMILIA*
En la primavera de 7968, estando yo en California, la San Francisco Psychoanalytic Society organizó una conferencia para trabajadores de la salud mental, de todas las profesiones sobre Separation and Loss (Separación y Pérdida). Fui invitad; a colaborar y ofrecí una versión del presente trabajo. Posteriormente se amplió con la ayuda de mi colega Colin MVRRA y PARKES, y fue publicado en 7970 con nuestros dos nombres. Hoy día es probable que todos nosotros seamos plenamente conscientes de la ansiedad y los trastornos que puede causar la separación de la fi~ura am~da.' de la profunda y prolongada pena que puede seguir a la perdida de un ser querido y de los riesgos que pueden constituir estos acontecimientos para la salud mental. Una vez que mantenemos los ojos abiertos sobre este punto, se verá que muchos de los trastornos que debemos tratar en nuestros pacientes se remontan, al menos en parte a una separación o una pérdida que tuvo lugar, bien recientemente, o en algún período temprano de la vida. La ansiedad crónica, la depresión intermitente, las tentativas de suicidio 0 *Publicada primera.mente.en ANTHONY, E. J. Y KOUPERNIK, C. (eds.) (1970) The Child in H1s f-am1ly: volumen 1, Nueva York: John Wiley. Copyright 1970 John Wi ley & So ns lnc. Reimpreso con perrrnso. (N. del A.).
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V lnculos afectivos
su consumac1on son algunos de los trastornos más corrientes que hoy sabemos pueden referirse a estas experiencias. Por otra parte, las rupturas prolongadas o repetidas de los vínculos madre-hijo durante los primeros 5 años de vida, son especialmente frecuentes en sujetos diagnosticados más tarde como personalidades psicopáticas o sociopáticas. Revisamos en otro lugar los datos demostrativos de estas afirmaciones, en especial aquellos que ponen en relación la incidencia muy aumentada de pérdida parental durante la infancia en muestras de pacientes, con tales trastornos, comparándolas con muestras controles.* Un punto que deseamos desAacar t;_specialmente es que, aunque las pérdidas aconteci(jas vida son probablemente más • duranté los primeros 5 años peligrosas para el futuro desarrollo ae la personalidad, las que tienen lugar en etapas más avanzadas de la vida son también ~.potencialmente patógenas. Aunque en la actualidad está confirmada la vinculación causal entre trastornos psíquicos y una separación o una pérdida acaecida en algún momento de la infancia o la adolescencia, o bien más tarde, y ello tanto estadística, como el ínicamente, existen aún muchos problemas para comprender tanto los procesos que entran aquí en juego, como las condiciones precisas que determinan que el resultado final sea bueno, o malo. No obstante, nuestra ignorancia no es total. En el presente trabajo tenemos el propósito de dedicar especial atención al modo en que podemos ayudar a nuestros pacientes. Ya sean éstos jóvenes o viejos, ya sea la pérdida reciente o lejana, creemos que ahora estamos en situación de discernir determinados principios sobre los que basar nuestra terapéutica. Comenzaremos describiendo la pena y el duelo tal como sucede en los adultos, para examinar luego lo que acontece en la infancia.
ae
Pena y duelo en la vida adulta Contamos en la actualidad con abundante y fiable información respecto a cómo los adultos responden a una pérdida importante de un ser querido. Tal información corresponde a di*Sobre todo las Conferencias 111 y IV de este volumen.
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versas fuentes, sobre todo a las recopilaciones de L1NDEM,L.\NN y MARR1s (1958), ampliadas püí un reciente y en gran parte inédito estudio (PARKES, 1969, 1971b).* Aun cuando la intensidad de la pena varía considerablemente de un individuo a otro y cambia también la duración de cada fase, existe no obstante un patrón general básico. En un trabajo anterior (BowLBY, 1961b) señalamos que el curso del duelo puede dividirse en tres fases principales, pero en la actualidad nos damos cuenta de que esta numeración omitió una importante primera fase, que es por lo general bastante breve. Las que anteriormente fueron numeradas como fases 1, 2 y 3 han sido por tanto renumeradas como fases 2, 3 y 4. Las cuatro fases ahora reconocidas son las siguientes: 1. Fase de embotamiento, que dura habitualmente entre algunas horas y una semana y que puede ser interrumpida por descargas de aflicción o de ansiedad extremadamente intensas. 2. Fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida, que dura varios meses y con frecuencia, años. 3. Fase de desorganización y desesperación. 4. Fase de un grado mayor o menor de reorganización.
Fase de embotamiento · La reacción inmediata a la noticia sobre la muerte del marido variaba en gran medida, en nuestro estudio, entre las viudas y también, de cuando en cuando en cada viuda. Muchas se sintieron como aturdidas y en grados variables bastante incapaces para aceptar la noticia. Un caso en el que la fase duró bastante más de lo habitual fue el de una viuda que comunicó que cuando recibió la noticia del fallecimiento de su esposo, permaneció tranquila "sin sentir nada en absoluto" y quedó después sorprendida al sentir que estaba llorando. Según dijo, evitó conscientemente sus sentimientos, debido a que tem ia *La información se obtuvo de una muestra bastante representativa de 22 viudas, de edades comprendidas entre los 26 y los 65 años, durante el año siguiente a la muerte del marido. Se realizaron no menos de cinco prolongadas entrevistas el lnicas con cada viuda, en los meses 1, 3, 6 9 y 12;G tras el fallecimiento del esposo. Se consiguieron unas buenas relacionas y dichas mujeres se mostraron muy agradecidas por el apoyo prestado. En 10 casos, la muerte había sido súbita,en 3 casos fue rápida y en 9 se había previsto con una semana de anticipación, por lo menos.
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Vínculos afectivos
perder la cabeza, volverse loca. Durante tres semanas continuó controlándose y relativamente serena, hasta que al fin no pudo más y se echó a llorar en la calle. Al reflexionar más tarde sobre estas tres semanas las describía diciendo que era como "pasearse por el borde de una sima negra". Otras muchas viudas informaron cómo la noticia pareció no haberles afectado al principio. No obstante, esta calma antes de la tormenta quedaba a veces rota por una descarga de extrema emoción, por lo general de pavor, pero con frecuencia de ira y, en uno o dos casos, de un júbilo paradójico. Fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida Al cabo de unos días o de una o dos semanas de la pérdida sufrida, tiene lugar un cambio y la persona afectada comienza, aunque tan sólo esporádicamente, a darse plena cuenta de la realidad: esto ocasiona crisis de intensa desesperación y llanto. Al mismo tiempo existe gran desasosiego, preocupación con recuerdos de la persona que se ha perdido, combinados con frecuencia con una sensación de que está aún presente y una marcada tendencia a interpretar señales o sonidos como indicando que el ser querido ha vuelto de nuevo. Así por ejemplo, oir que se abre la puerta de la calle a las 5 de la tarde es interpretado como que el marido vuelve del trabajo o bien un hombre que pasa por la calle es confundido con el esposo desaparecido. Algunos, o bien todos, signos de esta índole aparee ían en gran parte de las viudas entrevistadas. Ya que los mismos signos han sido comunicados también por otros investigadores, no cabe duda de que existe una modalidad regular de pesar por la muerte del ser querido, que en modo alguno puede considerarse como anormal. Cuando hace unos años revisamos datos de esta clase (BowL BY, 1961b) expusimos la opinión de que durante esta fase del duelo, la persona apenada está sumida en una tendencia a buscar y recuperar la figura perdida. En ocasiones, el individuo en cuestión es consciente de tal tendencia, aunque a menudo no es así: a veces, una persona se deja llevar voluntariamente por ella, como cuando visita la tumba u otros lugares muy asociados con la figura del ser desaparecido, pero en otras ocasiones intenta rechazarla como irracional y absurda. Sin embargo, sea
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cual fuere la actitud que una persona adopte frente a esta ~ten dencia, no deja de sentirse impelida a buscar y a recuperar, si es posible, lo perdido. Esta opinión la expusimos en 1961. En cuanto sabemos,, no ha sido rechazada aunque dudamos que sea ampliamente aceptada. Sea como fuere, los datos con que contamos en la actualidad muestran que está bien fundada. El siguiente texto está tomado de un trabajo reciente en el que se apoya dicha hipótesis de la búsqueda del ser querido: "Si bien tendemos a considerar la búsqueda como acto motor, como movimiento desasosegado hacia posibles localizaciones del objeto perdido (búsqueda), también posee componenentes ideativos y perceptivos ... Tan sólo pueden identificarse signos del objeto mediante referencia a recuerdos del mismo, tal como era. Buscar estos signos en el mundo exterior incluye, por tanto, el establecimiento de un 'conjunto' perceptivo interior, derivado de anteriores experiencias relativas al objeto" (PARKES, 1969).
Así por ejemplo, una mujer que añora a su hijito desaparecido se mueve sin descanso por la casa, buscándole con la mirada y pensando en él; oye un crujido e inmediatamente lo interpreta como una pisada de éste en la escalera; grita: "John ¿eres tú?". Los componentes de esta secuencia son los que siguen: a) b) e)
d)
e)
movimiento incesante por el entorno y búsqueda con la mirada; pensar intensamente en la persona perdida; establecer un "conjunto" perceptivo correspondiente a dicha persona; es decir: una disposición a percibir y prestar atención a cualquier estímulo que sugiera su presencia e ignorar aquellos otros que no pueden referirse a esta finalidad; dirigir la atención a aquellas partes del entorno en las que es probable pueda estar la persona perdida. llamarla.
Hay que resaltar que cada uno de estos componentes se encuentran tanto en hombres como en mujeres que han perdido a un ser querido; algunos de ellos son conscientes, además, de un impulso a la búsqueda.
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Vínculos afectivos
Dos signos muy corrientes del duelo, que en nuestros anteriores trabajos fueron interpretados como elementos de tal búsqueda compulsiva, son el llanto y la ira. DARWIN (19872) afirmaba que las expresiones faciales típicas del duelo en adultos son un resultado, por una parte, de una tendencia a chillar como un niño que se siente abandonado y, por otra, de una inhibición de esta actitud. Tanto el llanto como los gritos son, desde luego, medios que el niño pequeño utiliza para atraer y recuperar a su madre ausente, o a alguna otra persona que puede ayudarle a encontrarla. En nuestra opinión aparecen en el duelo con la misma finalidad, consciente e inconsciente. La frecuencia con que aparece la ira como parte de un duelo normal creemos que es generalmente infravalorada, debido quizá a que aparenta estar fuera de lugar y que se trata de algo vergonzoso. Pero no cabe duda de que se produce con mucha frecuencia, sobre todo en los primeros días. Tanto LINDEMANN como MARRIS han quedado sorprendidos ~or su presencia. Esta última era evidente, al menos de manera esporádica, en 18 de las 22 viudas estudiadas por PARKES y en 7 de ellas estaba muy acentuada en el momento de la primera entrevista. Blancos de esta ira eran: un pariente (4 casos), sacerdotes, médicos o funcionarios (5) y en 4 ocasiones el propio esposo difunto. En la mayoría de estos casos, el motivo señalado como causa de la ira era considerar a la persona en cuestión o bien de algún modo responsable de la muerte, o haberse comportado hacia ésta con negligencia, bien con respecto al esposo fallecido, o bien hacia la viuda. Entre las 4 viudas que expresaban ira contra el esposo fallecido había una que decía, con tono de enfado, durante una entrevista realizada 9 meses después del fallecimiento: "iOh Fred ! ¿por qué me has dejado? Si hubieses sabido lo que es esto, jamás me habrías abandonado". Más adelante negó estar enfadada· y dijo: "Es malo sentir esta rabia". Otra viuda expresaba también airados reproches contra su marido, por haberla abandonado. También era corriente cierto grado de autorreproche, centrado habitualmente en algún pequeño acto de omisión, o cometido en relación con la última enfermedad o con la muerte. Aunque había momentos en los que el autorreproche era severo, en ninguna viuda de esta serie era tan intenso e inexorable como lo es en sujetos cuya pesadumbre persiste hasta
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que finalmente se diagnostica como enfermedad depresiva (PARKES, 1965). En el primer trabajo (BowLBY, 1961b) antes mencionado~ se señalaba que la ira es corriente y útil cuando la separación~ es tan sólo temporal: ayuda entonces a superar obstáculos que impiden reunirse con la figura perdida y una vez conseguido dicho encuentro, la expresiones de reproche contra cualquiera que pare:z;éa responsable de la separación hacen menos probable que ésta ocurra nuevamente. Tan sólo cuando la separación es permanente están fuera de lugar la ira y los reproches. "Concluyendo: existen, por tanto, excelentes razonas biológicas para que toda separación provoque de un modo automáticamente instintivo comportamiento agresivo: la pérdida irrecuperable es estadísticamente tan insólita que no es tomada en consideración. En el curso de nuestra evolución parece ser que nuestro equipamiento instintivo ha alcanzado tales características que todas las pérdidas son consideradas como recuperables y esto determina la correspondiente respuesta". (BOWLBY, 1961b).
La hipótesis relativa a que muchas de las características de la segunda fase del duelo han de ser consideradas, no sólo como aspectos de pesar, sino también de la búsqueda efectiva de la figura perdida, es esencial para toda nuestra tesis. Va íntimamente unida, desde luego, el cuadro de comportamiento de apego descrito por nosotros (BowLBY, 1969). El comportamiento de apego es una forma de conducta instintiva que se desarrolla en el hombre, al igual que en otros mamíferos, durahte la lactancia y tiene como finalidad o meta la proximidad a una figura materna. La función del comportamiento de apego consistiría en la protección contra depredadores. Tal conducta se muestra especialmente intensa1 durante la niñez, cuando está dirigida hacia figuras parentales, pero continúa activa durante la vida adulta, en la que generalmente es encau zada hacia alguna figura activa y dominante que, con frecuencia, se trata de un pariente, pero también a veces de un jefe o alguna persona de más edad que pertenece a la comunidad. El comportamiento de apego, como afirma la teoría, se produce siempre que la persona (niño o adulto) está enferma o en apuros y adquiere gran intensidad cuando el sujeto está asustado 1 Véase la nota 1 de la Conferencia
111.
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Vinculas afectivos
o cuando no puede encontrar la figura hacia la que siente apego. Según esta teoría, ya que el comportamiento de apego es considerado como parte normal y sana del equipo instintivo con el que cuenta el ser humano, se considera erróneo designarlo como "regresivo" o pueril cuando se observa en un niño mayorcito o un adulto. También, por este motivo, el término de "dependencia" se estima que conduce a una perspectiva sumamente equivocada,, puesto que no deja de tener una connotación más bien negativa, lo cual no sucede con el término de "apego". Este modo de considerar el comportamiento de apego como un componente normal y sano del equipamiento instintivo humano nos lleva también a ver la ansiedad de separación como respuesta natural e inevitable, siempre que una figura a'la que se está apegado está inexplicablemente ausente. Creemos que es mediante esta hipótesis, como mejor se comprenden las crisis de pánico a las que son propensas las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido. Tales crisis pueden surgir durante los primeros meses, sobre todo cuando la persona apenada toma plena conciencia de la realidad de la pérdida. Tanto nuestro estudio a pequeña escala, pero intensivo, como una revisión más amplia comunicada por MA001soN y WAL KER (1967) muestran que la mayoría de las mujeres precisan mucho tiempo hasta que logran superar la pérdida del marido. U.tilizando cualquier estándar psiquiátrico para examinarlas, hallamos que son menos de la mitad las que han llegado a recuperarse a finales del primer año. De las 22 viudas entrevistadas por PARKES, 2 de ellas se hallaban aún sumamente apenadas y otras 9 presentaban alte.raciones depresivas intermitentemente. Tan sólo 4 paree ían haberse ido adaptando bien hacia finales del primer año. Eran sumamente corrientes insomnios y diversos dolores y molestias no demasiado intensas. En el estudio realizado por MADDISON y WALKER, una quinta parte de las vi udas en cuestión seguían teniendo mala salud y un estado de alteración emocional al cabo de un año del fallecimiento del marido. Destacamos estos hallazgos, por tristes que sean, debido a que creemos que los el ínicos mantienen a veces expectativas que no van de acuerdo con la realidad, acerca de la rapidez con la que cualquiera ha de superar la importante pérdida de un ser querido. Es posible que alguna de las formulaciones teóricas de FREUD hayan sido algo inductoras a error en este sentido. As{ por ejemplo, un pasaje muchas veces citado de "Totem y ta-
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bú" (1902-13) dice así: "El duelo ha de realizar una tarea bastante precisa: su función consiste en apartar del difunto'los recuerdos y las esperanzas del superviviente". Si juzgamos a base de este criterio, hay que reconocer que la mayoría deJos duelos no logran éxito en tal sentido. Sin embargo, el propio FREUD se dió cuenta de esto. Así, en una carta de pésame dirigida a BtNSWANGER (véase E. L. FREUD, 1961) escribe: "Aunque conocemos que tras una pérdida así persistirá el estado agudo de duelo, sabemos también que permaneceremos inconsolables y no hallaremos jamás un sustituto. No importa aquello que pueda llenar el vacío; aunque quede completamente lleno, algo, permanecerá, no obstante. Y así debe ser, efectivamente. Es el único modo de perpetuar aquel amor al que no queremos renunciar,
Las viudas entrevistadas por PARKEs un año después de la, muerte del esposo, parecían reflejar, como un eco, estas pa:abras. Más de la mitad de ellas seguían considernndo muy duro de aceptar el hecho de que su marido había muerto: la mayoría permanecían mucho tiempo rememorando el pasado y, en ocasiones, tenían la sensació·n de la próxima presencia de sus maridos. Ninguna de estas viudas llegó a apartar del difunto sus recuerdos y esperanzas. En nuestros propios estudios y también en los de MADDI SON y WALKER se ha observado que cuanto más joven sea una mujer al enviudar, tanto más intenso es su duelo y tanto más probable es que su salud esté alterada al cabo de doce meses. En cambio, si una mujer cuenta ya más de 65 años es probable que el golpe no sea tan duro. Es como si los vínculos hubiesen empezado ya a romperse. Esta marcada diferencia en la intensidad y la duración del duelo quizá pueda proporcionarnos una clave para comprender lo que sucede consecutivamente a una pérdida durante la infancia.
Aflicción y duelo en la infancia
Hace algunos años, uno de nosotros (BowLBY, 1960b) insistía en que los niños de corta edad no sólo sienten aflicción, sino que con frecuencia ésta se prolonga mucho más de lo que a veces se supone. En apoyo de-esta opinión mencionaba algunas de las observaciones de mis colegas -RosERTSON ( 1953b)
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Vínculos afectivos
y HEINICKE (1956)*- acerca de la persistente aflicción por la ausencia de la madre en ni ñas de 1 y 2 años que estaban en guarderías-residencias y asimismo en niños que vivían en lasHampstead Nurseries durante la guerra. Estos estudios muestran que, "'eri tales circunstancias, niños de muy corta edad permanecen francamente afligidos por la ausencia de su madre durante va~ rías semanas, por lo menos, llorando o indicando de otras maneras que siguen estando tristes por no estar a su lado y esperando su retorno. La idea de que la aflicción en la lactancia y primera infancia dura poco, no se puede mantener, én vista de estas observaciones. Ha sido sobre todo citado el informe de FREUD y BuRLINGHAM ( 1934) acerca de un niño de 3;2 años cuya aflicción persistió claramente durante cierto tiempo, aunque cambiando de forma. Repetimos aquí las palabras de FREUD y BuRLINGHAM, ya que creemos que su contenido es importante. Al ser ingresac]Q en la-guardería se le había adyertido-a_E1<tt1Lcls_-goe fo-ese-bueno y no llorase, pues de lo contrario su madre no a vér'lé. .
vencfría
"Patrlck intentó mantener su promesa y no se le vió llorar. En lugar ello inclinaba su cabeza cuando le miraba alguien y se aseguraba a sí mismo y a todo aquél que le escuchaba que su madre vendría a buscarle, que le pondría su abrigo y le llevaría de nuevo a casa con ella. Siempre que quien le escuchaba déba muestras de creerle, se quedaba satitifecho, pero cuando le contradecían prorrumpía en violentos sollozos. Este mismo estado de cosas prosiguió durante los 2 o 3 días siguientes, con diversos aditamentos. Las inclinaciones de cabeza adoptaron un carácter más compulsivo y automático repitiendo: 'Mi madre me pondrá el abrigo y me volverá a llevar a casa.' Más adelante fue añadiendo una creciente lista de prendas que suponía le iba a poner su madre: 'Me pondrá mi abrigo y mis polainas, me cerrará la cremallera, me pondrá mi gorro'. Cuando las repeticiones de esta fórmula se convirtieron en monótonas e interminables, alguien le dijo que si no podía dejar de decir todo aquello constantemente. Patrick intentó de nuevo ser el buen chico que su madre deseaba. Dejó de repetir su retahíla en voz alta, pero el movimiento de sus labios demostraba que lo estaba recitando constantemente. Al mismo tiempo sustituyó las palabras habladas por gestos que
*Véase también un posterior estudio de
(N. del A.).
HEINICKE
y
WESTHEIMER
(1966).
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gestos que mostraban la posición de su gorro, cómo le pon laf! un abrigo imaginario, el cierre de la cremallera, etc. Aquello que aparecla un dla como expresivo movimiento, quedaba reducido al día siguiénte a un mero esbozo de manejo de sus dedos. Mientras que los o'tros niños permanecían la mayor parte del tiempo entretenidos con'sus juguetes, haciendo música, jugando entre ellos, etc., Patrick, totalmente desinteresado permanecla en algún rincón, moviendo sus manos y sus labios con una expresión absolutamente trágica en su rostro". (FREUD y BURLINGHAM, 1942:89) .
Los primerqs trabajos de BowLBY provocaron una gran controversia y sospechamos que habrá de transcurrir cierto tiempo hasta que se esclarezcan todos los problemas planteados. De las múltiples cuestiones debatidas hay tan sólo dos que deseamos comentar aquí. La primera se refiere al uso del término "duelo"; la segunda, a las similitudes y diferencias existentes entre el duelo infantil y el adulto. En los primeros trabajos se consideió de utilidad emplear el término "duelo" en un sentido amplio, a fin de que abarcase diversas reacciones a la pérdida de un ser querido, incluyendo aquellas que dan lugar a un resultado patológico y asimismo las consecutivas a una pérdida acontecida en la temprana infancia. La ventaja de este uso del término es que entonces resulta posible vincular entre sí cierto número de procesos y estados que se ha demostrado están interrelacionados de manera similar a como el término de "inflamación" es utilizado en fisiología y patología para unir entre sí diversos procesos, algunos de los cuales conducen a una solución sana, mientras que otros resultan anómalos y dan lugar a estados patológicos. Otro modo de usar el término es restringir el vocablo "duelo" para una determinada forma de reacción a la pérdida: aquella "en la que el objeto perdido es gradualmente decatectizado por el prolongado y doloroso esfuerzo de recordar y de comprobación de la realidad" (WoLFENSTEIN, 1966). Un riesgo de tal uso, sin embargo, es que puede dar lugar a expectativas de lo que ha de ser un duelo "sano" y que difieran por completo de lo que realmente vemos que sucede en muchas personas. Por otra parte, si se prefiere un uso más restringido, nos enfrentaremos con la necesidad de hallar y quizá de crear, algún término nuevo. Nosotros consideramos como esencial, si hemos de dnalizar de manera fructífera estas cuestiones, que contemos con algún vocablo adecuado con el que referirnos a toda la serie de procesos que se generan cuando se soporta la pérdida de un ser que-
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rido. En tal caso hemos de uti !izar el término de "aflicción" en este sentido, ya que ha sido empleado por destacados psicoanalistas de un modo bastante amplio y no cabe duda de que niños de muy corta edad se afligen también. Aparte de haber prestado atención a un área central de la psicopatolog ía, las controversias de estos últimos años han dado lugar a otros diversos efectos que deben considerarse, por todos, como beneficiosos. Han mostrado cuán poco sabernos aún sobre cómo los niños de todas las edades, incluyendo los adolescentes, responden a la pérdida de una persona para ellos importante y qué factores son los responsables de que el resultado sea más favorable en unos casos que en otros;i en segundo lugar han estimulado una fructífera labor investigadora. Hemos destacado ya cuán difícil es, incluso para adultos, asimilar plenamente que un ser querido ha fallecido y no retornará. Evidentemente esto resulta para los niños, mucho más difícil. WoLFENSTEIN (1966) ha informado de las repuestas proprocionadas por cierto número de niños y adolescentes que habían perdido a la madre o al padre y que acudieron a practicarse psicoanálisis, muchos de ellos a menos de un año de haber sufrido dicha pérdida. Entre aquellos puntos que más llamaron la atención a su grupo de observadores, se incluye que '.'los sentimientos de tristeza eran suprimidos; había poco llanto. Continuaba la inmersión en las actividades de la vida cotidiana ... ". Los analistas que les trataban se fueron dando gradualmente cuenta de que, de modo franco o bien encubierto, estos niños y adolescentes estaban "negando que la pérdida fuese definitiva" y que la esperanza de que el progenitor perdido retornase seguía presente a un nivel más o menos consciente. Las mismas expectativas, persistentes durante mucho tiempo, son registradas por BARNEs (1964) en dos niños de • una guardería-escuela que habían perdido a su madre cuando tenían respectivamente 2;6 años y 4 años. Estos niños expresaban reiteradamente la esperanza de que su madre volvería. Cuando más adelante, mediante la ayuda de analistas o de otras personas, estos niños se fueron dando gradualmente cuenta de que la madre, en efecto, no regresaría, respondieron con pánico e ira, al igual que las viudas antes descritas.
2 En la actualidad sabemos mucho más sobre las condiciones que afectan el curso del duelo i nfanti 1. Véanse las notas 4 y 5 de la Conferencia 111.
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Ruth, una muchacha de 15 años descrita porWOLFENSTEIN,'i!firmaba unos meses después de haber fallecido su madre: "Si mi madre estuviese realmente muerta, yo estaría sola ... serfa para mí un golpe horrible". En otro momento se cuenta cqmo Ruth, acostada por la noche en la cama, se sentía a veces desesperada, llena de "rabia, frustración y anhelo. Arrancó las sábanas de la cama, las enrolló, dándoles la forma de un cuerpo humano y se abrazó a ellas". Así pues, aunque existen diferencias entre cómo responde un niño a la pérdida del ser querido, y cómo lo hace un adulto, también hay en ello muchas semejanzas fundamentales. Existe además otra semejanza sobre la que deseamos llamar la atención. ,Creemos que no sólo el niño, sino también el adulto, precisan de la ayuda de otra persona en la que confíen para rec~uperarse de la p~Tdi-d<rt:lel-serque-rido. Al examinar las respuestas de los niños a la pérdida y ana-lizar el mejor modo de ayudarles, casi todos los autores han señalado cuán importante es que un niño disponga de un único y permanente sustituto al cual pueda sentirse apegado de un modo gradual. Tan sólo en tales circunstancias podemos esperar que un niño acepte definitivamente la pérdida como algo irremediable y que organice luego su vida interior de acuerdo con ello.* Sospechamos que lo mismo cabe decir de los adultos, si bien en la vida adulta puede haber algo más de facilidad para encor:itrar apoyo en la compañía de otrosí Esto conduce a dos preguntas, relacionadas entre sí y de orden muy practico: lqué sabemos de los factores que ayudan o bien impiden un duelo "sano"? lcómo podemos ayudar mejor a una persona que está atravesando una época de duelo? Condiciones que ayudan o impiden un duelo sano
En la actualidad, los psiquíatras están por lo general de acuerdo en que si un duelo ha de alcanzar una solución favorable, es necesario que la persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido exprese, más pronto o más tarde, sus sentimientos. "Concede palabras a tu pena" escribía SHAKESPEARE "la *Wendy, una niña de 4 años descrita por BARNES (1964), expresó dramátic·amente lo insatisfactorias que pueden resultar otras soluciones. Cuando su padre enumeró a Wendy la larga lista de personas que la con ocian y queri'an, ella replicó con tristeza: "Cuando mamá no había muerto, yo no necesitaba tantas personas; me bastaba sólo con una".
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pesadumbre que no habla ata al agotado corazón y le muerde hasta romperle". Pero aunque aquí podemos estar todos de acuerdo, para alguien incapaz de expresar sus sentimientos y para quien intenta ayudar a hacerlo, las preguntas en cuestión son éstas: ¿cómo conceder palabras a la pena? ¿qué sentimientos son los que hay que expresar? y ¿qué es lo que está deteniendo su expresión? · Contamos en la actualidad con datos demostrativos de que las emocíone~s intensas_RrQY_Q_cadas 129r la pérdida de un ser (1ue ngg __~Q!L§LrnieJ:lo_a. _quedaLahao.d_QOac::l9 ;-el-añ1ifil:[_-r?QrTa figura perdida y la ira de.no~¡:¡gder encontrarla de nuevo -emo-: cíones vinculaaás;porÜna parte,-conunlm-pUISoa·ffuscar a la figura perdida y, por otra, con una tendencia a reprochar airadamente a cualquiera que le parezca ser responsable de dicha pérdida o de obstaculizar su recuperación. Con todas estas emociones, una ~rsona QIJe ha perdigQa.uD..~e...r:g.IJ_erL9.Q.Jl.JC::b~ c::ontra el destino, intenta desespe.radamente hacer girar hacia atrás a la rúedél del tiempo y rn.cJJPfüstclgsJelíces d íéls qúe.tan súbitamente le han sido arrebatados. Así pues,.leios..de-eOlre~ g¡rse con la realidad y adaptarse a ella,_gueda bloquead~n una lucha con el pasado. Es-evidente que sí-hemos de prestar a una persona así la clase de ayuda que debemos proporcionar a todos los que sufren como ella, resulta esencial que veamos las cosas desde su punto de vista y que respetemos sus sentimientos, por alejados ae la realidad que los consideremos. Tan sólo si esta persona siente que podemos comprenderla y armonizar con- ella en los esfuerzos que se impone, es probable que pueda expresar los sentimientos que están oprimiéndola: su anhelo por el retorno de la figura perdida, su esperanza, contra toda esperanza, de que milagrosamente todo puede volver a ir bien, su rabia por verse abandonada, sus airados e injustos reproches contra "estos médicos incompetentes", "esas inútiles enfermeras" y contra sí misma, tan culpable por no haber hecho tal cosa o tal otra, por no haber dado esto o lo otro, lo cual hubiera podido quizá evitar el desastre. Ya desempeñemos el papel de amigo de la persona que ha perdido recientemente a un ser querido, o el de un psicoterapeuta que trata a quien ha sufrido una pérdida así hace muchos años y cuyo duelo ha evolucionado de un modo anómalo, wrece ser innecesaíio, y no ayudar además nada, que asumamos el papel de "representante de la realidad": innecesa.- - . ,.--·-·"-'"_, __ ,,
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rio porque la persona en cuestión se da de algún modo cuenta de que el mundo ha cambiado para ella y no podemos ayudarla, porque al no ver el mundo como ella lo ve, de algún modo, nos alienamos con respecto a ella. En su lugar, nuestro paRel ha de ser el de un compañero y un auxiliador, dispuesto a examinar en nuestras conversaciones todas las esperanzas y deseos y las oscuras e improbables posibilidades que sigue acariciando, junto con todas las nostalgias, los reproches y desi 1usiones que la afligen. Expondremos dos ejemplos. En un trabajo anterior (BowLsY, 1963) describíamos el caso de Mrs. O. una mujer de unos 35 años cuyo padre había fallecido inesperadamente a consecuencia de una operación a la que se había sometido de forma voluntaria, y en una época en la que su psicoterapeuta (J. B.) se hallaba ausente. Durante un año se había reservado sus sentimientos y sus ideas, pero en el aniversario de su padre surgió el auténtico cuadro. "Durante las semanas que siguieron a la muerte de su padre, me refirió, había vivido convencida a medias de que el hospital había incurrido en un error de identificación y que cualquier día telefonearían para decirle que su padre estaba vivo y dispuesto a volver a c~sa. Estaba, además, especialmente enfadada conmingo por creer que, de haber estado a su disposición, yo habría podido ejercer una influencia en el hospital y permitirle así recuperar a su padre. Ahora, doce meses más tarde, persistían aún estas ideas y sentimientos. Seguía esperando, a medias, un mensaje del hospital y se mostraba enfadada conmigo por no intervenir con los directores del mismo. Es más: secretamente seguía disponiendo las cosas de forma que su padre tuviese una feliz acogida a su retorno. Esto explicaba por qué se había enfadado tanto con su madre por haber decorado de nuevo el piso en que ambos habían vivido. Ella misma había aplazado el arreglo de su propio piso, porque le parecía muy importante que cuando volviera su padre, encontrase los lugares que le eran familiares tal como los había dejado" (BOWLBY 1963).
Ahora no era preciso al psicoterapeuta intervenir en favor de una vuelta a la realidad: otros lo habían hecho ya y ella sabía muy bien qué visión del mundo tenían sus parientes y amigos. Lo que necesitaba era la ocasión de expresar su anhelo, sus esperanzas y la amarga ira que sus familiares y amigos no podían comprender. Refirió cómo la semana pasada había creído ver a su padre mirando un escaparate y cómo·había cruzado la calle para examinar más de cerca af individuo en cuestión. Descri-
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bió cómo se había enfurecido con la enfermera que le había comunicado el fallecimiento de su padre y cómo había sentido el impulso de arrojarla sobre el suelo de cemento y aplastarle la cabeza. Contó cómo había lamentado que su psicoterapeuta la hubiese fallado, hallándose precisamente fuera cuando más lo necesitaba y refirió también cómo, aparte de todo ello, a la fría luz del día, ella era consciente de que se comportaba de un modo fuera de la realidad e injusto. Lo que necesitaba del psi cote rape uta y esperábamos hallar, era comprensión y simpatía con su alejamiento de la realidad y con su comportamiento injusto. Según fueron transcurriendo los meses, sus esperanzas y su ira se fueron extinguiendo y comenzó a aceptar la realidad de la pérdida. Idéntico papel fue desempeñado con un muchado de 16 años, al que desi~naremos como Bill. Primeramente le había tratado un psiqu íatra (J. B.) en una el ínica, cuando tenía 4 años, debido a que las cosas marchaban mal en su hogar adoptivo. La historia no estaba muy clara, pero averiguamos que la madre de Bi 11 era una prostituta que había entregado a su hijo a un hogar adoptivo cuando tenía 2 años de edad, desapareciendo después. Bill presentaba grandes problemas y los padres adoptivos rehusaban tenerle con ellos. Se consiguió una asistencia adoptiva especial y más tarde un tratamiento en un establecimiento residencial para niños gravemente alterados. Varias veces al año era visitado en la el ínica por el mismo psiqu íatra y de este modo le proporcionábamos cierta continuidad. Ahora, a los 16 años, tenía que abandonar pronto el colegio. En la entrevista, Bill le contó al psiquíatra que proyectaba irse a América para buscar a su madre. Había estado en una compañía transatlántica arreglando las cosas para viajar, costeándose el pasaje mediante su trabajo. Era un muchacho inteligente y sus planes parecían practicables, pero ya pueden imaginar el asombro del psiquíatra. Se trataba de un muchacho que había visto a su madre por última vez cuando tenía 2 años y no había sabido nada de ella desde entonces, no teniendo ni idea de dónde pudiese estar y que ni siquiera estaba seguro de cómo se llamaba. Se trataba evidentemente de algo demasiado aventurado. No obstante, el psiqu íatra no expresó su opinión. Constituía el mundo propio de Bill, se trataba del plan de Bill y éste se lo había confiado; su papel no consistía en hacerle volver bruscamente a la realidad. Se dedicó, en cambio, una sesión entera a discutir el proyecto. Bill creía que su
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padre era un mi litar norteamericano y que su madre se había reunido con él cuando terminó la guerra. Se consideraron nuevamente sus planes para cruzar el Atlántico, así como los métodos que le permitiesen ganar lo suficiente en Estados Unidos para continuar su búsqueda. El psiqu íatra no hizo más pregu'ntas, pero invitó a Billa volver dentro de una semana aproximadamente, para continuar charlando. Bill volvió. Refirió que había pensado mucho sobre su proyecto, pero que estaba empezando a tener dudas. Quizá le resultase difícil localizar a su madre y quizá, aunque lo lograse, ella podría no acogerle con excesivo cariño. Después de todo, pensaba, él sería para ella un extraño. De nuevo, daba una posibilidad para examinar en compañía de alguien que le comprendía cuantos sentimientos y proyectos había albergado en secreto durante años, resultó suficiente el sentido de la realidad del propio muchacho. Como es natural, en otros pacientes, sobre todo de más edad y que han sufrido una pérdida hace años, durante su infancia o su adolescencia, puede resultar una tarea larga y difíci 1 ayudarles a recuperar sus perdidos sentimientos, sus vanas esperanzas de reunión y su ira por haber sido abandonados. Pero las finalidades generales siguen siendo las mismas. Anhelar lo imposible, una ira inmoderada, un impotente llanto, el horror ante la perspectiva de la soledad, una lastimosa petición de comprensión y apoyo -he aquí los sentimientos que una persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido necesita expresar y en ocasiones, los que ha de descubrir primeramente, si debe realizar progresos. Todos ellos constituyen senti mientas que pueden ser considerados como indignos y pueriles o absurdos. En el caso mejor, expresarlos puede parecer humillante, en el peor, el sujeto puede exponerse a críticas y desprecio. No es raro, pues, que estos sentimientos queden muchas veces inéditos y que más tarde permanezcan inconscientes. Esto nos lleva a cuestionar por qué algunas personas encuentran más difícil que otras (y con frecuencia mucho más difícil) expresar sus sentimientos de pesar. Nosotros creemos que una razón principal de que algunas personas encuentren suma dificultad para expresar la pena que sienten depende de la familia en la que se han criado: el comportamiento de apego por parte de un niño era escasamente comprendido y como algo a superar lo antes posible, al avanzar el desarrollo. En familias así, el llanto y otras protestas relati-
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vas a la separación son consideradas propias de un bebé y la ira o los celos, como algo punible. Además, cuanto más pida un niño estar con su madre o con su padre, tanto más se le dice que tales exigencias son tontas e injustificadas; cuanto más llora o tiene rabietas, escucha que no se comporta como ha de hacerlo un niño mayorcito y que es malo. Como resultado de estar sometido a estas presiones, es probable que llegue a aceptar tales normas como propias. Llorar, plantear exigencias, enfadarse porque no se le hace caso, hacer reproches a otros, todo ello será juzg2do por él como injustificado, pueril y "malo". Así, cuando sufre una grave pérdida, en lugar de expresar los senti mientas que toda persona experimenta cuando pierde a un ser querido, tiende a sofocarlos. Por otra parte, sus parientes, productos de la misma cultura familiar, es probable que compartan idéntica actitud crítica frente a las emociones y su expresión. Y así aquella persona que más necesita comprensión y que le animen es la última que probablemente los reciba. El caso de Patrick, el niño de 3 años de la Hampstead Nursery antes descrito, nos proporciona una viva ilustración de este proceso de interiorización de controles que reprueban. Recordarán que Patrick había sido advertido de que tenía que ser un niño bueno y no llorar, pues de lo contrario no le visitaría su madre. Es probable que tal actitud de la madre fuese típica frente a las expresiones de ansiedad del niño. Por tanto no debe sorprender que Patrick tendiese a sofocar todos sus sentimientos y que, en lugar de expresarlos, desarrollase un ritual que fue apartándose cada vez más del contexto emocional a partir del cual se había originado. Evitar el duelo es una importante variante patológica de la pesadumbre, pero yo creo que no es la única. Existen muchos adultos que sufren por la pérdida de un ser querido y que buscan ayuda psiquiátrica, que muestran pocos signos de inhibición de emociones, del tipo que hemos descrito antes. Por el contrario, como se ha afirmado en un anterior trabajo (PAR KES, 1965), estas personas muestran todos los signos de pe~~ dumbre, en forma grave y retardada. El problema no consi aquí en por qué el paciente es incapaz de expresar su per. sino por qué es incapaz de superarla (por lo general se trate. de mujeres). Quizá, exista en estos casos un componente de la pesadumbre, hasta ahora no reconocido, y que permanezca inhibido; pero existen tres características que parecen distinguir
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a estas reacciones de pesadumbre crónica y que pueden sugerir una explicación distinta. · En primer lugar, el apego de la paciente a su esposo difuntq, se ha observado que, por lo general, era extremadamente intei;i·so, dependiendo, en gran medida, la autoestima y la identidad de rol de la superviviente de la continua presencia del esposo. Tales sujetos manifiestan haber experimentado gran ansiedad en el pasado, incluso en ocasión de breves separaciones. En segundo lugar, la paciente no ·mantiene estrecha relación con otro miembro de la familia al que transferir algunos de los lazos que la vinculaban a su marido. Su intensa relación con éste parece haber sido tan exclusiva, que incluso aquellos miembros de la familia que existen se han ido apartando y así, tras el fallecimiento del ser querido, la superviviente no ha encontrado a nadie que se interesase por mitigar su pena. Por último, las relaciones conyugales es probable que hayan sido ambivalentes, debido quizá a que el marido se resentía por el afán de posesión de su mujer. En todo ello, la superviviente halla, por lu general, algún motivo de autorreproche y se autocastiga por haber fallado en su papel de esposa o por haber permitido que el marido muriese. Frecuentemente la pena que sufren estas personas parece contener un elemento de autocastigo, como si el duelo perpetuo se hubiese convertido en un deber sagrado con respecto al muerto, y mediante el cual la superviviente pudiese pagar su culpa. El tratamiento de estos pacientes suele ser difíci 1 ya que, con frecuencia, parecen saborear la oportunidad de rememorar el doloroso drama de la pérdida sufrida. Aunque no existe un acuerdo general sobre el valor de la psicoterapia en su tratamiento, si que puede colaborar eficazmente a restablecer su interés por el mun.do. La familia, un sacerdote o los servicios de alguna organización benéfica o religiosa pueden utilizarse para estabiecer un puente con el mundo exterior, mientras que unas misas o unos funerales, unas vacaciones con amigos o incluso un arreglo y nueva decoración del hogar pueden representar un punto de giro, un rito de paso desde el rol de persona en duelo al nuevo rol de viuda. Considerado bajo esta luz, la pena por la pérdida del ser querido se convierte en un problema familiar. Tenemos por tanto necesidad de conocer los cambios que se prnducen en la estructura dinámica de una famili<i cuando fallece el miembro principal. Actualmente está surgiendo importante información
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en este sentido a partir de un estudio realizado en jóvenes viudas y viudos de Boston.3 Aparte de problemas emocionales, el más inmediato es el relativo a los roles. ¿Quién, por ejemplo, ha de asumir los que ejercía el esposo fallecido? Algunos de ellos, como el manejo de los asuntos domésticos, los asume generalmente la viuda. Otros siguen sin cubrir: así, muchas viudas duermen con una almohada o un almohadón que colocan junto a ellas en la cama. Una joven viuda intentará por lo general tener presente a su difunto esposo como constan te ayuda para adoptar decisiones y hacer de sus deseos y preferencias el fundamento de gran parte de su propia conducta. Cuando tiene que asumir posiciones que caen fuera del campo de su "referencia interior", apelará con frecuencia a un hermano del marido como persona mas próxima a éste en cuanto a cultura y parentesco de consanguinidad. De igual modo, un viudo considerará a su cuñada como el miembro de la familia de su mujer que más le puede ayudar y solicitará su consejo para adoptar decisiones sobre los hijos y los asuntos domésticos. Sin embargo, al ir transcurriendo el tiempo, estas asignaciones de roles se van extinguiendo y son seguidas con frecuencia por una gradual desintegración de la "familia amplia". La viuda o el viudo no siguen ya considerando a la familia del cónyuge como fuente de apoyo y desarrollan, en cambio, un grado mayor de confianza en sí mismos, a pesar de la soledad y de las sobrecargas familiares internas que esto implica. Los amigos y los hijos se convierten entonces en una importante fuente de afirmación, cuando la viuda o el viudo adquieren mayor firmeza y vuelven a enfrentarse con seguridad al mundo que les rodea. La capacidad de un viudo o una viuda para adaptarse a estos nuevos roles y responsabilidades depende claramente, en parte, de la personalidad y sus experiencias previas y, en parte también, de las exigencias planteadas por el medio ambiente de la familia y del apoyo que encuentre en él. Los hijos, a~í como los yernos y nueras pueden ser una carga, o bien una bendición, y la mujer que no tenga experiencia de trabajos fuera del hogar habrá de sortear nuevos obstáculos. No es de sorpren · que una importante proporción de viudas no logren hallar modo satisfactorio de vida. Cuando trece meses después L
3 \léase el libro de G LIC K, WE ISS y PAR KES ( 19741.
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fallecimiento del marido, se les pregunta cómo se encuentran, un 749ó de las viudas jóvenes de Boston convenían en que "jamás llega a superarse un golpe así". MA001soN y WALKER (1967) han realizado un estudio qu¡3 demuestra la parte que desempeñan los amigos y parientes para ayudar a superar la pena por el fallecimiento. Estos autores han estudiado dos grupos de 20 viudas cada uno, que aceptaron ser entrevistadas, siendo agrupadas de forma que las variables sociológicas usuales se presentasen del modo más semejante posible. Un grupo había sido seleccionado debido a que, al cabo de 12 meses, todas parecían, en vista de sus manifestaciones, haber alcanzado una solución bastante aceptable; el otro grupo fue seleccionado porque manifestaban que el resultado no había sido favorable. Las entrevistas confirmaron que un reconocimiento médico constituye, de hecho, un buen Indice de cómo una persona se va adaptando a los problemas emociona les del fallecimientodel ser querido. Durante prolongadas entrevistas semiestructuradas, el entrevistador investigó a quién había podido acudir la viuda durante sus primeros tres meses de soledad, y si había encontrado ayuda o no, o si la actitud de las personas en cuestión había sido neutra. Se hicieron además preguntas sobre si había encontrado fácil, o difícil, expresar sus sentimientos a cada una de las personas mencionadas, si la habían animado o no a seguir rememorando el pasado, si se habían esforzado por dirigir su atención a problemas del presente y del futuro y si la habían ofrecido ayuda práctica. Dado que el objeto de la investigación era tan sólo descubrir cómo repetían sus comportamientos con otros, no se intentó comprobar si lo que referían se hallaba de acuerdo con lo comunicado por las personas con que habían mantenido contacto. Cuando se compararon entre sí las respuestas de ambos grupos de viudas, se pusieron de manifiesto las siguientes diferencias. En primer lugar, las viudas cuyo estado al cabo de 12 meses era desfavorable, informaron que habían recibido escaso apoyo, tanto para expresar su dolor y su ira, como para hablar de su fallecido esposo y del pasado. Se quejaban de que en lugar de ello los demás parecían haber hecho más difícil la expresión de sus sentimientos, insistiendo en que tenían que dominarse o controlarse, que de todos modos no eran las únicas en sufrir, que sería más sensato que se enfrentasen con los problemas del futuro en lugar de remover inútilmente el pasado. En
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cambio las viudas que habían logrado superar bastante bien su pesar informaron que las personas con las que habían estado en contacto les facilitaron la expresión de la intensidad de sus sentimientos dejando que se desahogasen; refirieron el alivio que había supuesto para ellas hablar libre y extensamente de los tiempos pasados con su esposo y sobre las circunstancias de su muerte. ¿cómo hemos de interpretar estos hallazgos? Una explicación obvia, y quizá la más probable, es que la actitud de estas amistades y familiares dió lugar a que las viudas suprimieran o evitasen la expresión de su pena siendo consecuencia de ello el resultado patológico alcanzado. En cambio, la viuda podía haber atribuido a sus amigos y parientes su propio miedo a expresar sus sentimientos y les habría acusado, cuando era ella misma la incapaz. O bien ambos procesos habían tenido lugar conjuntamente. Pero todas las formas de resultado patológico descritas por MA001soN y WALKER no son atribuibles a inhibición o rechazo de la pena. Había varias viudas que presentaban el síndrome de pesadumbre crónica que hemos descrito antes. Es posible que en estos casos, las experiencias comunicadas por las viudas reflejasen fallos en la capacidad de comunicación, de modo que la familia no fuese considerada como compasiva y dispuesta a ayudar. Faltándole comprensión y apoyo podía resultar difícil a la viuda hallar incentivos para comenzar otra vez, para volver a intervenir nuevamente en el mundo, con todos los peligros correspondientes a posteriores desengaños y pérdidas de seres queridos. En lugar de ello parecía mirar hacia atrás, buscar reiteradamente a su marido, al cual tan sólo podía hallar en su memoria, y condenarse a sí misma a un luto perpetuo. Esto nos conduce a nuestro objetivo final. No nos satisface parte de la teoría presentada en la literatura psicoana1ítica ni cierto lenguaje utilizado en el examen el ínico. Así por ejemplo, no es insólito hallar que el llanto de adultos tras una pérdida de un ser querido, que constituyó un auténtico desastre para la persona en cuestión, sea calificado como "una regresión" o un intenso deseo de la compañía de otra persona, como un impulso a adherirse, que se describe como expresión de una "dependencia i nfanti I". No sólo creemos que tales teorizaciones son erróneas por motivos científicos, sino que representan claramente una actitud que, de ser trasladada a la
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labor el ínica, tan sólo puede reforzar las tendencias de una persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido a sentirse cu'lpable y avergonzada por aquellos sentimientos y aquel conjportamiento cuya expresión constituiría para ella un gran alivip y una ayuda para superar su dolor. Existen otros vocablos y conceptos que creemos dan lugar a las mismas dificultades. "Pensamiento mágico" y "fantasía" son términos que han de uti !izarse con extremada precaución. Una fantasía es, por definición, algo totalmente fuera de la realidad y, así, referirse a las esperanzas y expectativas de un niño sobre el regreso de su madre muerta, como "fantasía basada en un deseo" supone, en nuestra opinión, cometer una injusticia. La creencia de Mrs. O. acerca de que su padre podía seguir estando vivo, estaba probablemente equivocada, como ella misma sospechaba, pero no era absurda. Los errnres se cometen ocasionalmente y hay personas ausentes que vuelven cuando menos se espera. Las ideas de Bill, el muchacho de 16 años que esperaba encontrar a su madre, eran quizá equivocadas, pero establecidas determinadas premisas, su proyecto estaba suficientemente justificado. Evitando términos dotados de tanta carga como los de "negación de la realidad" y "fantasía" y utilizando en su lugar frases como "no creer que X había sucedido", "creencia en que Y podía seguir siendo posible", o "establecer un plan para lograr Z", estimamos que podremos ver el mundo de modo más similar a como lo ven nuestros pacientes y conseguiremos mantener aquella postura neutral y de simpatía desde la cua 1, como sabemos por experiencia, seremos más capaces de prestarles ayuda.
SEXTA CONFERENCIA
CONFIANZA EN SI MISMO V ALGUNAS CONDICIONES QUE LA FOMENTAN*
En el otoño de 1970, la Cl/nica Tavistock celebró las bodas de oro de su fundación. Con dicho motivo, la cllnica y su organización hermana, The Tavistock lnstitute of Human Relations, (Instituto Tavistock de Relaciones Humanas) organizaron una conferencia en la que se presentaron trabajos que estaban en marcha en ambas instituciones. Fue incluida una versión de este trabajo, publicándose más adelante, ampliada, en las actas de la conferencia. El concepto de base segura Se van acumulando datos demostrativos de que los seres humanos de todas las edades son más felices y pueden desarrollar mejor sus capacidades cuando piensan que, tras ellos,. hay una o más personas dignas de confianza que acudirán en su ayuda si surgen dificultades. La persona en la que se confía, designada también como attachment figure (Bowlby, 1969) (figura a la que se tiene apego) puede considerarse que proporciona a su compañero (o compañera) una base segura desde la cua! operar. *Pvb\icada primeramente en GO LSL\NG, R. G. (eds.) Support, fnnnovatión and Autonomy, Londres, Tavistock Pvblications, Reimpreso con permiso de The T avistock 1nstitute of Human Re/ations. ( N. del A.).
Confianza en si mismo y algtinas condiciones que la fomentan
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La necesidad de una figura a quien apegarse, de una segurá base personal, no es en modo alguno exclusiva de los niño§, aunque a causa de la gran exigencia que se tiene de ella durante los primeros años de la vida, es en esta etapa cuand<D resulta más evidente y se ha estudiado con mayor profundidad. Existen excelentes motivos para admitir, sin embargo, que tal necesidad se produce también en adolescentes e incluso en adultos maduros. Desde luego, en estos últimos esta demanda es, por lo general, menos notori.a y probablemente difiere según los sexos y las diferentes fases de la vida. Por estas razones, así como también por otras procedentes de los valores de la cultura occidental, la necesidad que tienen personas adultas de una base segura tiende a olvidarse o, incluso, a ser subvalorada. En el cuadro del funcionamiento de la personalidad en vías de desarrollo se establecen dos conjuntos princi~ influenéias. El primero se refiere a la presencia o ausencia. parcrarütotal, Q~':!'J~<uii9Itª"k~onfum._a, capaz de,. proporcionar 1a._c la~.~-.c::l~__bafüL.l>.<;?ltW..rn.J1m1illrJda.an.~~á del ciclo vital, y dispuesta a proporcionarla. Esto corresponde a las influencias externas o ambientales. El segundo conjunto se refiere a la c;apacidad o incapacidad relativas de un individuo para, priníifr6;·_·reª-::ºc:ef:c:.@ñi':l§.:21rªJ?~~~2i::i.~.~-· .c:i.Lgri_CI .c::lEJ.~C:QDiiania _y__ está además d.i~QLJE)SJa .. proporcionar _una lJélSE!__Y.,.. segundo, una vez reconocida dicha persona·;· cºJsit:>.C!rnL.!;gCLJ~JJit..d.€LlllQQQ... <:gJ€LS.~Liojc:jEL'L ~E) rnantenga una relación mutUC1[T1E)0!~.9rnJiJic:él.r::i.te. Esto constituye las condiciones internas u organ ísmicas. · Estos dos conjuntos de influencias interactuan a través de la vida de modos complejos y circulares. En una dirección, las clases de experiencias que una persona tiene, en especia 1 durante su infancia, afectan en gran medida tanto a sus expectativas de hallar o no más adelante una base personal segura, como al grado de capacidad que posee para iniciar y mantener una relación mutuamente gratificante cuando tenga oportunidad para ello. En el sentido inverso, la naturaleza de las expectativas que una persona tiene, así como el grado de capacidad que aporta, desempeñan un importante papel para determinar las clases de personas con las cuales se asocia, y también cómo dichas personas la tratan. Debido a estas interacciones, cualquier patrón que se establezca primeramente tiende a persistir. Este es un principal motivo de que el
ª.
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patrón de relaciones familiares que una persona experimente durante su infancia sea de tan crucial importancia para el desarrollo de la personal id ad. Considerado a esta luz, el funcionamiento sano de la personalidad en cada edad refleja, primeramente, la capacidad de un individuo para reconocer figuras adecuadas, aptas y dispuestas para proporcionarle una base segura y, en segundo término, su capacidad para colaborar con tales figuras en relaciones mutuamente gratificantes. En cambio, muchas formas de funcionamiento alterado de la personalidad reflejan la capacidad anómala de un individuo para reconocer figuras adecuadas y dispuestas a ayudarle, y/o para colaborar con cualquiera de ellas, si las encuentra, mediante unas relaciones gratificantes. Tal alteración puede ser de cualquier grado de intensidad y adoptar múltiples formas: se incluyen aquí una ansiosa tendencia a aferrarse, exigencias excesivas o demasiado intensas para la edad y la situación, apartamiento no comprometido e independencia desafiante. De modo paradójico, cuando la personalidad sana es considerada desde este punto de vista, no demuestra en modo alguno ser tan independiente como suponen los estereotipos culturales. Son ingredientes esenciales una capacidad para confiar en otros cuando lo exige la ocasión y saber quién es adecuado para ello. Una persona que actúa de un modo sano puede así cambiar de roles cuando la situación varía. Por una parte proporciona una base segura desde la que su compañero o compañera puede operar; por otra parte está satisfecha de poder confiar en alguno de sus compañeros, en el sentido de proporcionarles precisamente una base así. La capacidad para adoptar cada rol cuando las circunstancias cambian queda bien ilustrada por muchas mujeres, al pasar por sucesivas fases de su vida, desde el embarazo, hasta el parto y la maternidad. Según WENNER (1966), una mujer capaz de adaptarse con éxito a estos cambios es apta durante su embarazo y su puerperio, tanto para expresar su deseo de apoyo y ayuda como para apoyar y ayudar, de una manera directa y eficaz, a una figura adecuada. Su relación con el marido es firme, y desea y se siente contenta de fiarse del apoyo que aquél le proporciona. A su vez, ella es capaz de darse espontáneamente a otros, incluyendo a su hijo lactante. En cambio, dice WENNER, una mujer que experimenta dificul-
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tades importantes de índole emocional durante el embarazo y el puerperio se ha observado que siente gran dificultad para fiarse de otras personas. O bien es incapaz de expr~sar su deseo de apoyo, o bien lo hace de un modo exigentEf y agresivo, reflejando en cada caso su falta de confianza en que saldrá adelante. Por lo general está insatisfecha con lo que recibe, pero es incapaz de dar algo espontáneamente a los demás. Para proporcionar la continuidad de potencial apoyo que es la esencia de una base segura, las relaciones entre los individuos en cuestión han de persistir durante un período de tiempo, que se evalúa en años. Aunque para mayor claridad de la exposición no se formula la teoría en término afectivos, hay que tener constantemente en cuenta que muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la renovación de aquellas relaciones en las que una de las partes está proporcionando una base segura a la otra, o en las que alternan los respectivos papeles. Mientras que el mantenimiento imperturbable de tales relaciones es experimentado como una fuente de seguridad, la amenaza de ruptura o pérdida da lugar a ansiedad y con frecuencia a ira y la pérdida afectiva, a pesadumbre. La actitud teórica propuesta incluye diversos conceptos corrientes en la teoría psicoanálitica sobre las relaciones objetales. Así por ejemplo, el concepto de FA1RBAIRN sobre dependencia madura y el de W1NN1con sobrj3 medio ambiente facilitante ( FAIRBAIRN, 1952; W1NN1con, 1965). Difiere, sin embargo, de la teoría el ínica tradicional en cierto número de aspectos. Uno de ellos es el hecho de que se evitan los términos de "dependencia" y de "necesidades de dependencia", los cuales se considera que son en parte responsables de una confusión muy grave en la teoría existente. Otro aspecto estriba en atribuir importancia para el desarrollo a experiencias vividas durante toda la infancia y adolescencia, en lugar de concederla tan sólo a los primeros meses o años de vida. Otros aspectos son que el esquema propuesto se expone según la teoría del control y que se basa, no sólo sobre datos cHnicos, sino también sobre ~os hallazgos correspondientes a una amplia serie de estudios descriptivos y experimentales, reatizados tanlt0r en el hombre como en pri-
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mates no humanos*. Este trabajo tiene como finalidad la de indicar algunos de los datos sobre los que se basa el punto de vista que esbozamos, considerar brevemente aquello que se sabe de las condiciones que favorecen u obstaculizan el desarrollo de la personalidad sana, tal como aquí la concebimos y, si es posible, poner en claro cuestiones tericas que se han demostrado oscuras.
Estudios sobre hombres adultos y jóvenes que tienen confianza en sí mismos Durante la década o las dos décadas anteriores, diversos el ínicos han dedicado su atención al estudio de individuos que se admitía poseían personalidades sanas y que actuaban de forma correcta. Estas personas no sólo no presentaban ninguno de los signos de trastorno de la personalidad, ni en el presente, ni en cuanto se podía saber, en el pasado, sino que confiaban claramente en sí mismos y obtenían éxito tanto en sus relaciones con los demás, como en su trabajo. Si bien cada uno de los estudios hasta ahora publicados muestran una serie de imperfecciones, los hallazgos correspondientes revisten interés. En primer lugar, estas personalidades bien adaptadas muestran un finol'quilibrio entre iniciativa y confianza en sí mismo, por una parte y, por otra, una capacidad tanto para buscar ayuda, como para hacer uso de la misma cuando la ocasión así lo exige. En segundo lugar, el examen de su desarrollo muestra que se han criado en familias estrechamente unidas, con padres que al parecer nunca dejaron de proporcionarles apoyo y ánimos. En tercer término, si bien aquí existen menos datos demostrativos, la familia en sí ha formado parte y sigue formándola de una red social estable, dentro de la cual un niño es bienvenido y puede establecer contactos tanto con adultos, como con compañeros de su misma edad, a muchos de los cuales conoce desde sus primeros años. Cada uno de los correspondientes estudios proporciona la misma imagen, la de una familia estable, que constituye una base a partir de la cual primero el niño, luego el adolescente *Tanto la teor la en sí, como los datos sobre los que se basa están expuestos con mayor detalle en los volúmenes 1 y 11 de Attachment and Loss IBOWLBY, 1969 y
1973). IN. del A.).
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y por último el adulto joven va realizando una serie, de exploraciones del medio ambiente, cada vez más amplias. Mientras que en estas familias la autonomía es evidentemente fomentada, en cambio no se la fuerza. Cada etapa sigue a· la anterior dentro de una serie de fáciles estadios. Aunque los vínculos con el hogar puedan atenuarse, jamás se rompen. Los astronautas alcanzan altos niveles como hombres que confían en sí mismos, capaces de vi:vir y de trabajar eficazmente en condiciones de gran ·riesgo e intenso stress potenciales. Su modo de actuar, sus personalidades y sus historias han sido estudiadas por KoRcH1N y RuFF. En dos artículos (K0Rcl11N y RuFF, 1964; RuFF y KoRCHIN, 1967) dichos autores han publicado hallazgos prelimin'ares en una pequeña muestra compuesta por 7 hombres. A pesar de un alto grado de confianza en sí mismos y una clara preferencia por la acción independiente, se informa que todos estos hombres "se sienten a gusto cuando se requiere una dependencia respecto a otros" y que poseen una "capacidad para mantener la confianza en condiciones que parecerían propias para desconfiar". No sólo mantienen toda su eficacia en situaciones de gran peligro, sino que continúan cooperando confiada y efectivamente con sus compañeros que han permanecido en la base situada en tierra. Volviendo a sus biografías, podemos observar que estos hombres "se han criado en comunidades bien organizadas, relativamente pequeñas, con una considerable solidaridad familiar y una intensa identificación con el padre ... Mostraban un patrón de desarrollo relativamente suave, en el que podían superar dificultades, aumentar sus niveles de aspiración, lograr e incrementar su confianza y desarrollarse de este modo dentro de condiciones competitivas". GR1NKER (1962) ha informado de otro estudio realizado en jóvenes de co/!ege, cuyos profesores opinaban que gozaban de excelente salud mental en general y que eran prometedores como 1 íderes de la comunidad. Entre los 65 estudiantes entrevistados, GRINKER observó que tan sólo algunos tenían un carácter de estructura neurótica. La gran mayoría parecía ser jóvenes de carácter recto, honesto, precisos en sus autoevaluaciones y con una "capacidad para relaciones humanas estrechas y profundas ... con los miembros de sus familias, sus compañeros, profesores y con el entrevistador". Sus informes de experiencias sobre ansie-
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dad o tristeza indicaban que dichos sentimientos surgían en situaciones apropiadas y que jamás eran graves o prolongados. Respecto a la experiencia de estos jóvenes en la vida de su hogar, el cuadro general aportado por los estudiantes resulta notablemente similar al comunicado por los astronautas. En casi todos los casos, ambos progenitores seguían vivos. E 1 cuadro típico presentado era el de un hogar feliz y apacible en el que ambos progenitores compartían responsabilidades e intereses y eran considerados por los hijos como cariñosos y generosos. Durante la infancia, decían, se habían sentido seguros ante cualquier cosa, bajo la protección de su madre. Al mismo tiempo se habían identificado intensamente con el padre. GR1NKER aporta muchos otros datos en apoyo de estas conclusiones. Los datos procedentes de un estudio sobre desarrollo entre las edades de 10 a 17 años, de 34 adolescentes de caracteres muy distintos (PECK y HAVIGHURST, 1960) y también los procedentes de un pequeño estudio sobre estudiantes que obtenían éxito en sus currículos, durante su transición desde la high schoo/ al primer año de co!lege (MURPHEY y cols., 1963) son muy similares a los de GR1NKER. Dichos datos indican que tanto la confianza en sí mismo como la capacidad para confiar en los demás son producto de una familia que proporciona un fuerte apoyo a su descendencia, combinado con respeto a sus aspiraciones personales, su sentido de responsabilidad y su capacidad para enfrentarse a la vida. Lejos de minar la autoconfianza de un niño, un intenso apoyo familiar puede favorecerla. Un estudio más reciente sobre 73 adolescentes (ÜFFER, 1969) muestra hallazgos simi lares. Este mismo patrón de confianza en sí mismo, basado en un seguro apego a una figura que inspira confianza y e-1 desarrollo a partir del mismo, puede considerarse tan precoz como el primer cumpleaños de un niño. Ha de ser objeto de posteriores investigaciones si estos patrones precoces son auténticos precursores de otros que aparecen más tarde. No obstante, a los que poseen experiencia en psiquiatría fam iliar, les parece probable que así sea.
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Desarrollo durante la lactancia Desde los primeros tra8ajos de FREUD, un principal dogma del psicoanálisis ha sido que los fundamentos de la personalidad se establecen durante los primeros años de la infancia. Han diferido, sin embargo, las opiniones acerca de qué años son los más importantes, qué procesos psicológicos están implicados y qué experiencias influyen en determinar el resultado. Mientras faltaban datos empíricos de importancia·, era inevitable que el debate llegase a un punto muerto. En la actualidad, sin embargo, y gracias a la labor de psicoanalistas, psicólogos el ínicos y etólogos, la postura está cambiando. Aunque los datos continuan siendo lamentablemente insuficientes, disponemos de bastantes como para permitir una tentativa de articulación sistemática de datos y teoría. Gracias a los avances logrados por la biología teórica, además, la propia teoría puede ser reformu lada de modos más ajustados a los datos. Así pues, en la actualidad son excelentes las perspectivas de avance. Entre los que se encuentran en el vértice de este movimiento está Mary Salter A1NSWORTH quien, desde que trabajó en el Tavistock lnstitute entre 1950 y 1954, ha continuado estudiando problemas sobre apego y separación. Como resultado de ello ha publicado un estudio naturalista acerca de la interacción madre-hijo en Uganda (AINSWORTH, 1967) y está presentando en la actualidad los resultados de un estudio planificado a~erca de la interacción madre-hijo lactante en hogares de la clase media de raza blanca en Baltimore, Maryland. · Durante su estudio sobre la lactancia en Uganda, A1Ns WORTH observó cómo lactantes, una vez que pueden desplazarse, utilizan corrientemente a la madre como base a partir de la cual explorar el entorno. Cuando las condiciones son favorables se alejan de la madre en excursiones exploratorias y vuelven de nuevo a ella de cuando en cuando. A los.8 meses de edad casi todos los lactantes examinados que poseían una figura materna estable a la cual apegarse, mostraban dicho comportamiento; pero si la madre estaba ausente, tales excursiones organizadas eran mucho menos evidentes o bien cesaban. Seguidamente, ANDERSON (1972) ha realizado observaciones similares acerca de exploración a partir de una base, en niños de edades comprendidas entre 1 ;3 y 2;6 años,
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que jugaban en una parte reservada de un parque de Londres, mientras las madres permanecían sentadas tranquilamente. En su estudio de Baltimore cuidadosamente planeado, A1NSWORTH no sólo ha analizado más de cerca esta clase de comportamiento, sino que ha descrito multitud de variantes individuales del mismo, que se observan en una muestra de 23 lactantes* a la edad de 12 meses. Se realizaron observaciones del comportamiento explorador y de apego, así como del equilibrio entre los mismos, tanto cuando los niños se hallaban en el hogar con la madre, como cuando estaban inmersos en una situación de prueba que les resultaba algo extraña. Además, tras obtener datos sobre el tipo de cuidados maternales que cada niño había recibido a lo largo de su primer año de vida (mediante prolongadas observaciones a intervalos de 3 semanas, en el hogar del niño), A1NSVVORTH se halla en posición de proponer hipótesis que unen ciertos tipos de organización comportamental a la edad de 12 meses, con determinados tipos de experiencia precedente sobre cuidados maternos. El proyecto es descrito y son comunicados hallazgos preliminares en AINSWORTH y BELL (1970); las diferencias individuales y sus antecedentes se discuten en A1NsWORTH, BELL y STAYTON (1971, 1974). Los hallazgos obtenidos con este estudio muestran que, con tan sólo escasas excepciones, la forma en que un determinado niño de 12 meses se comporta con su madre y sin ella en el hogar, y el modo en que se comporta con y sin su madre en una situación de prueba ligeramente extraña, tienen mucho en común. Basándose en observaciones del comportamiento en ambos tipos de situación, resulta posible clasificar a los niños en 5 grupos principales, de acuerdo con dos criterios: a) cuánto exploran (mucho o poco) cuando están en situaciones distintas y b) cómo tratan a la madre cuando está presente, cuando se marcha y cuando vuelve**. Los cinco grupos, con el número de lactantes clasificables en cada uno, son los siguientes: Grupo P: El comportamiento explorador de un lactante de *Aunque Ja muestra total estudiada en la situación extraña comprende a 56 niños. tan sólo 23 fueron observados también con su madre, en su hoRar. ºLa clasificación aquf expuesta, basada en el comportamiento en ambos tipos de situación, supone una versión ligeramente modificada de otra presentada por Al NS-
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este grupo varía según la situación y es más evidente, en presencia de la madre. La utiliza como base, toma nota de dónde se encuentra e intercambia miradas con ella. De cuando en cuando vuelve a ella y se pone contento al contactar. Cuando la madre regresa tras una breve ausencia, la saluda calurosamente. Resulta evidente que no hay ambivalencia con respecto a la madre. N = 8. Grupo Q: El comportamiento de estos niños es muy parecido al de los del grupo P. En lo que difiere es, primeramente, en que los lactantes de este grupo tienden a explorar más activamente en la situación extraña y, en segundo lugar, se muestran algo ambivalentes con respecto a la madre. Por otra parte, si la madre le ignora, un lactante puede convertirse en muy exigente; por otra, puede a su vez ignorar o evitar a su madre. Pero en otros momentos, la pareja es capaz de felices intercambios, estando juntos madre e hijo. N = 4. Grupo R: Un lactante de este grupo explora muy activamente ya esté la madre presente o ausente, y ya sea la situación familiar o extraña. Tiende, además, a tener poca interrelación con su madre y con frecuencia no se interesa porque le coja o no en brazos. En otros momentos, especialmente si la madre le ha dejado solo en una situación extraña, se comporta de modo muy distinto, buscando alternativamente la proximidad de la madre y evitándola luego, o buscando contacto y apartándose después serpenteando. N= 3. Grupo S: El comportamiento de los lactantes de este grupo es inconstante. A veces se muestran muy independientes, aunque habitualmente durante breves períodos; otras veces parecen muy ansiosos contemplando los desplazamientos de la madre. En el contacto con la madre, son
WORTH y cols. ( 1971) en la que el comportamiento de un niño en su propio hogar es la única fuente de datos. Los lactantes clasificados aquí en los grupos P. O y R son idénticos a los lactantes clasificadas en los grupos 1 , 11 y 111 de Al NSWO RTH. Los clasificados aqu( en el grupo T son los mismos que los clasificados en el grupo V de AINSWORTH, menos un niño que, si bien era muy pasivo en su hogar, se mostró marcadamente independiente en el test de situación extraña y fue por tanto transferido al grupo S. Los lactantes del grupo S son los mismos que los del grupo IV de AINSWORTH, más el niño transferido. La clasificación presentada aquí tiene la aprobad ón de·la Profesora Sal ter Al NSWO RTH.
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claramente ambivalentes buscándola con frecuencia, pero no pareciendo disfrutar cuando éste se establece, o incluso se resisten intensamente al mismo. Resulta bastante raro que en la situación extraña tiendan a ignorar la presencia de la madre y a evitar tanto su proximidad como su contacto. N= 5. Grupo T: Estos lactantes tienden a ser pasivos, tanto en su hogar, como en la situación extraña. Muestran relativamente poco comportamiento explorador, pero mucho comportamiento autoerótico. Se muestran muy ansiosos frente a los desplazamientos de la madre y lloran mucho en su ausencia, pero pueden mostrarse marcadamente ambivalentes con ella cuando esta vuelve. N = 3. Cuando se intenta evaluar estos diferentes patrones de comportamiento como precursores del desarrollo de la futura personalidad, los 8 niños de los grupos S y T parecen ser los que con menos probabilidad desarrollarán una autoconfianza estable, combinada con confianza en los demás. Algunos son pasivos en ambas situaciones; otros exploran, pero tan sólo brevemente. La mayoría parecen ansiosos ante los desplazamientos de la madre y las relaciones con ella sueler ser extremadamente ambivalentes. Los 3 niños del grupo R eran más activos en la exploración y parecían intensamente independientes. Pero sus relaciones con la madre eran cautas e incluso algo desapegadas. Para un el ínico dan la impresión de ser incapaces de fiarse de otros y de haber desarrollado una prematura independencia. Los 4 niños del grupo Q son más difíciles de definir. Parecen situarse a medio camino entre los del grupo R y los del grupo P. Si la perspectiva adoptada en el presente trabajo se demuestra correcta, serían los 8 niños del grupo P los que desarrollarían más probablemente, siguiendo el curso esperado, una autoconfianza estable, combinada con confianza en los demás, ya que se mueven libre y confiadamente entre un activo interés por exp !orar su entorno, así como las personas y cosas que hay en él, y mantinenen un íntimo contacto con la madre. Cierto es que, con frecuencia, muestran menos autoconfianza que los de los grupos Q y R, y que en la situación extraña se muestran menos afectados que el último por las
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breves ausencias de la madre. No obstante sus relaciones con ella parecen ser siempre cariñosas y confiadas, ya se expresen mediante afectuosos abrazos o en el intercambio de miradas y vocalizaciones a distancia y esto parece ser promet~dor para su futuro. Cuando el tipo de cuidados maternales recibido por cada uno de estos niños es examinado en detalle, utilizando dat"os obtenidos durante las prolongadas visitas que los observadores realizaron al hogar del niño, cada 3 semanas, durante el primer año de vida del lactante, se pusieron de manifiesto interesantes diferencias entre los lactantes en cada uno de los 5 grupos. Al comprobar el comportamiento de una madre hacia su hijo, AINSWORTH utiliza cuatro escalas diferentes de 9 puntos Las clasificaciones obtenidas con estas escalas se intercorrelacionan tan elevadamente, sin embargo, que en este trabajo sólo se incluyen los resultados obtenidos con una sola escala que mide el grado de sensibilidad o insensibilidad que muestra una madre frente a las señales y comunicaciones de su hijo lactante. Mientras que una madre sensible parece estar siempre dispuesta a recibir las señales de su hijo lactante, y se halla presta a interpretarlas correctamente y a responder a las mismas en forma rápida y adecuada, una madre insensible no captará en muchas ocasiones las señales de su bebé, no las interpretará bien cuando las advierta y responderá a las mismas tardíamente, de modo inadecuado, o no responderá en absoluto. Cuando se examinaron las puntuaciones obtenidas con esta escala en las madres e hijos de los 5 grupos, se observa que las madres de los 8 lactantes del grupo P tienen una puntuación uniformemente alta (5,5-9,0), las de los 11 niños de los grupos R, S y T tienen una puntuación uniformemente baja ( 1,0 - 3,5) y las de los 4 del grupo O se situan en la mitad (4,5 - 5,5). Estas diferencias son estadísticamente significativas (utilizando el test U Mann-Whitney). Se encuentran diferencias entre los grupos, en la misma dirección y de aproximadamente el mismo orden de magnitud, cuando las madres son puntuadas con las otras tres escalas. Así, las madres de lactantes del grupo P obtienen puntuaciones altas en una escala de aceptación-rechazo, una . escala de cooperación-interferencia y una escala de accesibilidad-ignorancia. En cambio, las madres de lactantes de los
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grupos R, S y T obtienen puntuaciones entre medias y bajas en cada una de dichas 3 escalas. Las madres de niños del grupo Q tienen puntuaciones situadas aproximadamente entre las de las madres de niños del grupo P y las de niños de los grupos R, S y T, respectivamente. Es evidente que harán falta muchas más investigaciones antes de que puedan extraerse conclusiones con cierto grado de fiabilidad. No obstante, los patrones generales de desarrollo de la personalidad y de interacción madre-hijo visibles a la edad de 12 meses, son lo suficientemente similares a los que se observan en el desarrollo de la personalidad y la interacción progenitor-hijo en años posteriores como para que resulte plausible aceptar que los unos son los precursores de los otros. Al menos, los hallazgos de A1NSWORTH muestran que un lactante cuya madre es sensible, accesible y que responde, acepta su comportamiento e interactua positivamente con él, estará muy lejos de ser el niño exigente y desdichado que sugieren algunas teorías. En lugar de ello unos cuidados maternales de esta índole son evidentemente compatibles con un niño que está desarrollando una cierta medida de autoconfianza hacia la época de su primer cumpleaños, combinada con un alto grado de confianza en su madre y de gozo en su compañía~BAUMRIND presenta otros datos muy demostrativos en este sentido (1967). Este autor ha realizado un estudio muy detallad o de 32 niños de escuela-guardería, de 3 y 4 años de edad y de sus madres. Así pues, por lo que nos muestran los demasiado escasos datos recogidos hasta el presente, se halla confirmada la hipótesis de que una autoconfianza sólidamente fundamentada se desarrolla de modo paralelo a la confianza en la madre, la cual proporciona al hijo una base segura a partir de la que explorar el entorno. Puntos de diferencia con formulaciones teóricas actuales Si bien el esquema teórico que aquí presentamos no es muy distinto del adoptado implícitamente por muchos e! íni1 Se encontrarán publicaciones más recientes por el Dr. Salter AINSWORTH y colegas en una revisión de AINSWORTH (1977) y en una monografla definitiva, AINSWORTH y cols. (19781.
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cos prácticos, difiere en diversos puntos de muchas dé. las teorías actuales. Entre· dichas diferencias se cuentan las siguientes:
a ) La importancia concedida en el presente esquema al parámetro ambiental entorno familiar-entorno extraño, que no se produce en la teoría tradicional; b) En el presente esquema se tienen en cuenta los múltiples componentes de la interacción madre-hijo, distintos de la aiimentación. La excesiva atención prestada exclusivamente a esta última ha obstaculizado en gran medida nuestra comprensión sobre el desarrollo de la personalidad y de las condiciones que le influyen; e) La sustitución de los conceptos de "dependencia" e "independencia" por los de apego, confianza y autoconfianza; d) La sustitución de
la teoría, derivada del concepto de oral idád, acerca de los objetos interiorizados, por una teoría de modelos prácticos del mundo y del sí mismo que son concebidos como construidos por cada individuo en virtud de su experiencia, y que determinan sus expectativas y sobre los que establece sus planes.
Consideremos sucesivamente cada una de estas diferencias, que se hallan íntimamente correlacionadas. La inmensa importancia, en la vida de animales y hombres, del parámetro familiar-extraño ha sido tan sólo plenamente reconocida durante los dos decenios pasados, mucho después de que las diversas versiones de la teoría el ínica que se sigue enseñando hubiesen sido formuladas. En muchas especies animales, como se sabe actualmente, cualquier situación que se haya convertido en familiar a un individuo se considera como proporcionadora de seguridad, mientras que cualquier otra situación es contemplada con reserva. La extrañeza es respondida con ambivalencia; por una parte provoca miedo e impulso a huir, por otra, curiosidad e impulso a investigar. E1 hecho de cuál de estas dos respuestas se
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convierta en predominante depende c:le muchas variables: el grado de extrañeza de la situación, la presencia o la ausencia de un compañero y si el individuo que responde es maduro, o inmaduro, se halla fatigado o no, si está sano o bien enfermo. En la sección final del trabajo se examina por qué las cualtdades de familiaridad o extrañeza han llegado a alcanzar efectos tan poderosos sobre el· comportamiento. Nos referiremos en especial a su papel en la protección. En tanto no se tuvo en cuenta la influencia ejercida sobre el comportamiento humano por la familiaridad y la extrañeza, las condiciones que conducían a que un niño se apegase a su madre estaban deficientemente comprendidas. El punto de vista más plausible, suscrito por FREU['.) y la mayoría de los demás psicoanalistas, así como por téoricos del aprendizaje, era que la variable principal consistía en el hecho de ser el niño alimentado por su madre. Esta teoría, de pulsión secundaria, si bien no se vió apoyada jamás por datos o argumentos sistemáticos, fue aceptadª ampliamente muy pronto y condujo, de modo natural, a otros dos puntos de vista, que han atraído a muchos. Uno de ellos es que cuanto acontece durante los primeros meses de la vida ha de reverstir especial importancia para el posterior desarrollo. E 1 segundo es que una vez que el niño ha aprendido a alimentarse solo, no existe ya motivo para que siga solicitando la presencia de su madre: ha de crecer ya libre de tal "dependencia", que en adelante será estigmatizada como infantil o pueril. El punto de vista que aquí adoptamos, basado en multitud de datos (BOWLBY, 1969), es que el alimento desempeña tan sólo un papel marginal en el apego de un niño a su madrer mostrándose dicho comportamiento de apego más intensamente2 durante el segundo y el tercer año de vida y persii?tiendo de modo indefinido c.on menor intensidad, siendo la fu.nción del comportamiento de apego la de protección. Son corolarios de este punto de vista el que 1.~ separ¡:¡~i<?rLiQ~Q tun!¡:¡riª,v.Ja pérdida. son potencialfT1~ntet.raumáticas.durante mu~b.os años de la infancia y 1a·aao1escencia y que, dada en niveles· adecuados de ·intensidad, la propensión a mostrar 2 Véanse las objeciones a esta fraseología en la nota 1 de la Conferencia 111. Un modo mejor de expresarlo sería: " ... el comportamiento de apego es provocado con más facilidad durante los años segundo y tercero de vida y persiste de forma indefi. nida, aunque dentro del desarrollo sano resulta más fáci !mente provocado ... ".
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comportamiento de apego constituye una característica sana y en modo alguno "infantil" en sentido peyorativo. . f>.. partir de la misma creencia tradicional de que el niñ'?. se apega a su madre debido a su dependencia respecto a .,ella como fuente de sus gratificaciones fisiológicas, surgen · 1os conceptos y los términos de "dependencia'' e "indep:endE!r,icia". Una vez que el niño puede alimentarse solo, los partidarios de la teoría de lá pu lsión secundaria afirman que ha dé hacerse independiente. Así pues, en adelante, los signos de dependencia deberán setconsidérados como regresiyos'. Por tanto, cualqüjér deseo intenso relativó a ·1a presencia· de úna-rigúra la que apegarse se considerará como expresión de una "necesidad infantil'' y parte de una "actitud dé bebé" que ya debería haber superado. Como términos y conceptos en los que se expresa la teoría expuesta, hay que hacer graves objeciones a los de "dependencia" e "independencia". Son sustituidos por tanto por términos y conceptos como "confianza en", "apegado a", y "autoconfianza". En primer lugar, la dependencia y la independencia son inevitablemente concebidas como excluyéndose mutuamente; mientras que, como ya hemos subrayado, la confianza en otros y en sí mismo, no sólo son compatibles, sino mutuamente complementarias. En segundo lugar, definir a alguien como "dependiente"·supone inevitablemente un cierto matiz peyorativo, mientras que no sucede así cuando se afirma que alguien -"confía en otra persona". En tercer lugar, mientras que el concepto de apego implica siempre estar apegado a alguna (o a algunas) personas especialmente amadas, el concepto de dependencia no supone tal relación, sino que tiende a ser anónimo. Muy influido también por el especial papel concedido a la nutrición y la oralidad en la teoría psicoanalítica está el concepto dé "objeto interiorizado", término que resulta ambiguo en muchos aspectos (STRACHEY, 1941). En su lugar puede situarse el concepto, derivado de la psicología cognitiva y de la teoría del control, relativo a un individuo que desarrolla dentr_o de sí mismo uno o más modelos prácticos que representan rasgos principales del mundo en torno y de él mismo como agente en dicho mundo. Tales modelos prácticos determinan sus expectativas y previsiones y le proporcionan instrumentos para construir planes de acción. Aquello que en la teoría tradicional es designado como un
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"objeto bueno" puede ser reformulado, dentro de esta estructura teórica, como modelo práctico de una figura a la que se está apegado y que es concebida como accesible, digna de confianza y dispuesta a ayudar si así se la solicita. De modo similar, lo que en la teoría tradicional es designado como un "objeto malo" puede redefinirse como un modelo práctico de una figura a la que se está apegado y a la que son atribuidas características como accesibilidad dudosa o incierta, falta de voluntad para responder prestando ayuda o quizá la posibilidad de responder hostilmente. De un modo análogo se piensa que un individuo construye un modelo práctico de sí mismo hacia el cual responderán los demás de determinados modos predecibles. El concepto de modelo práctico de sí mismo implica datos concebidos actualmente como imagen de sí mismo, autoestima, etc. La medida en la que tales modelos prácticos resultan válidos productos de la experiencia efectiva de un niño a través de años, o constituyen distorsionadas versiones de tal experiencia, es una cuestión de máxima importancia. La labor desarrollada por la psiquiatría familiar durante los pasados 25 años ha proporcionado multitud de datos que indican que la forma que adoptan los modelos está, de hecho, mucho más· intensamente determinada por las experiencias efectivas de un niño a través de su infancia, de lo que antes se suponia. Se trata aquí de un campo de vital interés que precisa urgentemente de hábil investigación. Un particular problema el ínico y de investigación es el relativo a que los individuos con trastornos con frecuencia parecen mantener dentro de sí mismos más de un modelo práctico, tanto del mundo, como de ellos mismos en el mundo. Tales modelos múltiples, además, son frecuentemente incompatibles entre sí y pueden ser más o menos inconscientes. Quizá hayamos dicho ya lo suficiente para mostrar que el concepto de modelos prácticos es central en el esquema propuesto. Este concepto puede ser perfeccionado para permitir que muchos aspectos de la estructura de la personalidad y del mundo interior sean descritos de modo que permitan precisión e investigación rigurosa. Así pues, la teoría aquí presentada no sólo se expresa con un lenguaje distinto, sino que contiene cierto número de conceptos diferentes de los de la teoría tradicional. Aparte de otras muchas cosas, dichos conceptos permiten un nuevo
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enfoque del viejo problema de la ansiedad de separac1on, la cual, cuando es excesiva, resulta hostil al desarrollo de la confianza en sí mismo. ·
El prob1ema de la ansiedad de separación Las múltiples observaciones del comportamiento de ninos de corta edad cuando son separados de sus padres y situados en un ambiente extraño y con personas extrañas, descrito por James RoBERTSON y otros durante los 20 años últimos, no han sido aún plenamente organizadas dentro de la teoría el ínica. No existe todavía acuerdo respecto a por qué la experiencia ha de suponer al mismo tiempo una sobrecarga tan grande para un niño, ni por qué a continuación ha de seguir sintiendo tanto temor a que vuelva a reperirse. Durante estos últimos años se han realizado diversos experimentos sobre monos jóvenes, en los que éstos son separados de la madre, por lo general durante una semana aproximadamente. Sean cuales fueren las diferencias que se haya demostrado existen entre las respuestas por parte de monos y las humanas en una situación así, lo que llama inmediatamente la atención es la similitud de la respuesta. En la mayoría de las especies de monos estudiadas, la protesta en el momento de la separación y la depresión durante esta última son muy pronunciadas y, tras volver a reunirse con la madre, la fijación a ésta se halla muy aumentada. Durante los siguientes meses, aunque hay variaciones individuales, los monos lactantes separados tienden, por término medio, a explorar menos y a fijarse más a la madre y se puede detectar que permanecen más temerosos que los monos jóvenes que no han sufrido tal separación. (Una revisión de estos hallazgos se encontrará en H1NDE y SPENCER-BooT, 1971). Estos estudios en monos son de gran valor, ya que: a) Proporcionan datos evidentes, a partir de experimentos planificados, de que permanecen estables muchas variables que en las observaciones realizadas, en la vida real, en seres humanos hacen que resulte difícil deducir conclusiones solidamente basadas; b) Demuestran que, aunque todas las demás variables se mantengan constantes, un período de separación de la madre
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provoca protesta y depresión durante la separación, y ansiedad de separación muy incrementada, después de la misma; e) Ponen claramente de manifiesto que las clases de respuesta a la separación que se observan en seres humanos pueden darse en otra especies a un nivel primitivo y posiblemente infrasimbólico. Este último hallazgo pone en cuestión las diversas teorías, . derivadas de la el ínica, que intentan explicar la ansiedad de separación, ya que la mayoría de ellas asumen como virtu~l mente demostrado que la separación involuntaria de una figura materna no puede, en sí, provocar ni ansiedad ni miedo y que, por tanto, ha de haber algún otro peligro que sea previsto y temido. Se han expuesto múltiples y variadas opiniones acerca de cuál pueda ser este otro peligro. Así por ejemplo, éREuo ( 1926), el primero en considerar a la ansiedad de separación como un problema clave, señaló que para los seres humanos,. la. mencionada situación de peligro consiste en "una situación de desvalimiento reconocida, recordada y esperada". Melanie KLEIN ha presentado teorías derivadas ~~de sus ideas acerca de la ansiedad depresiva y persecutoria, así como otras en las que se invoca a un instinto de muerte y un miedo a la aniquilación. Se ha señalado también el papel desempeñado por el trauma de nacimiento. Al leer la literatura se puede apreciar con claridad que muchas de las cuestiones más intensamente debatidas en psicopatolog ía y psicoterapia han girado, y siguen girando, en torno al modo como concibamos el origen y la naturaleza de la separación (BowLBY, 1960a, 1961b,1973). Yaql,leeldebatesevieneprolongando desde hace tanto tiempo y ha 'progresado tan poco, se plantea la cuestión de si es que las correspondientes preguntas están mal planteadas y/o se han hecho supuestos iniciales falsos. Examinemos, por tanto, cuáles han sido estos últimos. Casi toda teoría acerca del motivo que despierta miedo y ansiedad en los seres humanos ha partido de la creencia en que el miedo es provocado justificadamente tan sólo en situaciones que son percibidas como dolorosas o peligrosas E!n ~í mismas. Tal percepción se piensa que deriva, bien de previas experiencias dolorosas, bien de alguna conciencia innata acerca de fuerzas peligrosas internas. Estas creencias se encuentran en la teoría del aprendizaje, en la psiquiatría
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tradicional, así, por ejemplo, en un trabajo de LEw1s (1967), y en todas las múltiples versiones del psicoanálisis y sus derivados. Todo el que adopte una creencia de esta índole habrá'de enfrentarse muy pronto, desde luego, con el hecho de que los seres humanos muestran con frecuencia miedo en multitud de situaciones corrientes que no parecen inherentemente dolorosas o peligrosas. ¿A cuántos de nosotros, podemos preguntar, les gustaría entrar solos en una casa por completo desconocida y a oscuras? Qué alí'vio sentiríamos al tener un compañero a nuestro lado, o llevar una buena luz, o mejor aún: un compañero y una luz. Aunque es durante la niñez cuando situaciones de esta índole provocan miedo más rápida e intensamente, es inútil fingir que los adultos están muy por encima de estas cosas. Calificar como "infantiles" a miedos de esta clase, como se hace con frecuencia, plantea multitud de preguntas. Resulta extraño cuán pocos estudios empíricos se han realizado acerca de las situaciones que corrientemente provocan miedo en los seres humanos, desde la obra sistemática de Jrns1LD en el principio de la década de los treinta. Las publicaciones que recogen análisis de tales estudios (por ejemplo, JERSILD y HOLMES, 1935; JERSILD, 1943) son minas de útil información. · Jrns1w comunica _que en niños de edades comprendidas entre los 2 y los 5 años existen diversas situaciones bien definidas que corrientemente provocan miedo. Así por ejemplo, los protocolos de 136 niños correspondientes a un período de 3 semanas muestran que no menos de un 40% de los mismos manifestaban miedo, al menos en una ocasión, cuando se enfrentaban con una de las causas siguientes: a) ruido y acontecimientos relacionados con ruidos; b) altura, e) personas desconocidas o conocidas, pero con atuendo extraño, d) objetos y situaciones extrañas, e) animales, f) dolor o personas asociadas con dolor. Había también abundantes datos demostrativos de que los niños mostraban menos miedo cuando iban acompañados por un adulto, que cuando estaban solos. Para cualquiera que esté familiarizado con niños, estos hallazgos no tienen nada de revolucionarios. Pero no resulta fácil ponerlos de acuerdo con las creencias. de las que parten la mayoría de las disquisiciones teóricas.
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FREUD se daba pertecta cuenta del problema y confesaba encontrarse perplejo. Entre las soluciones que intentó se hallaba su bien conocida tentativa para distinguir entre un peligro real y un peligro desconocido. El argumento que expone en Inhibición, síntomas y angustia (1926) cabe en .-una cáscara de nuez, utilizando sus propias palabras. "Un ·peligro real es un peligro que amenaza a una persona a partir de un objeto exterior"~ Así pues, siempre que la ansiedad esté referida a "un peligro conocido" puede considerarse como "ansiedad realista", pero siempre que lo esté "a un peligro desconocido" habría d~ ser cpnsideracfa como "ansie__gad neurótica". Ya que, en opinión de ~RE.UD, los miedos a estar solo, en la oscuridad, o con personas extrañas se producen ante peligros desconocidos, han de ser juz~ados como neuróticos ( FREuo·, edición inglesa' estándar, vol. 20, pgs. 165-7). Por otra parte y ya que todos los niños experimen-tan dichos miedos, habría que suponer que todos padecen neurosis (págs. 147-8). Habrá muchos que no se muestran satisfechos con esta solución. Las dificultades con las que luchó· FREUD desaparecen cuando se adopta una posición comparativa con respecto al miedo huITTano. Ya que es evidente que el hombre no es, en modo alguno, la única especie que manifiesta miedo en situaciones que no son intrínsecamente dolorosas ni peligrosas (H1NDE, 1970). Animales de muy diversas especies muestran comportamiento de miedo como respuesta a ruidos intensos u otros cambios súbitos de estimulación, a la oscuridad y también a desconocidos y a acontecimientos extraños. La vista de un precipicio y un estímulo que se extiende rápidamente provocan también miedo en animales de diversas especies. Cuando nos preguntamos cómo se ha sabido que situaciones de esta clase provocan tan fácilmente miedo en animales de tantas especies, no resulta difícil ver que, mientras que ninguna de ellas es intrínsecamente peligrosa, cada una es, en cierto grado, potencia/mente peligrosa. Dicho de otro modo: si bien ninguna de ellas implica un elevado riesgo de peligro, cada una supone un rie~go de peligro ligeramente aumentado, incluso cuando el riesgo se incremente, por ejemplo, entre un 1 y un 5 9ó tan só 1o. Desde este punto de vista, c;:ada una de dichas situaciones provocadoras de miedo puede considerarse como una clave
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natural a un incrementado riesgo de peligro. Responder con miedo a todas estas situaciones equivale por tanto a reducir riesgos. Debido a que este comportamiento posee un valor de supervivencia, continuando esta 1ínea de argumentación,c la dotación genética de una especie evoluciona de modo que todo miembro de la misma esté destinado desde el nacimiento a desarrollarse llegando a comportarse habitualmente de maneras típicas. El hombre no constituye una excepción. Una diferencia que se menciona aquí y que es un lugar común para los etólogos, pero una fuente de gran confusión y perplejidad para los psicólogos, tanto experimentales como el ínicos, es la establecida entre causalidad y función biológica, es decir: la distinción entre qué condiciones provocan comportamiento y, por otra parte, qué contribución puede éste aportar a la supervivencia de la especie. En esta teoría la característica de "extraño" y las otras claves naturales se considera que desempeñan un papel causal en la provocación de comportamiento de miedo, siendo la función de esta conducta la de protección. La distinción entre la causa de un comportamiento y su función quizá pueda explicarse mediante la referencia a la conducta sexual y resulta tan patente que, por regla general, se considera como garantizada y virtualmente olvidada. La diferenciación vendría a basarse en lo siguiente: estados hormonales del organismo y determinadas características de la pareja, conjuntamente, dan lugar a interés sexual y desempeñan papeles causales en la provocación de comportamiento sexual. Sin embargo, su función biológica es otra cuestión distinta: la reproducción. Debido a que causalidad y función son distintas resulta posible, mediante los métodos anticonceptivos, por ejemplo, separar el comportamiento de la función a cuyo servicio está. En animales de todas las especies no humanas, el comportamiento cursa sin que el animal (probablemente) tenga conciencia alguna de su función. Lo mismo cabe decir en general de los seres humanos. Así considerada la cuestión, no debe sorprendernos que los humanos respondan generalmente con un comportamiento de miedo en ciertas situaciones, pese al hecho de que un observador exterior pueda saber que en esos momentos el riesgo para la vida tan sólo se halla marginalmente aumentado, o incluso no lo está en absoluto. A cuanto responde en principio una persona es tan sólo a la
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situación -a un cambio súbfto de nivel de ruido o de luz, a una cara extraña o un suceso raro, a un movimiento rápidoy no a cualquier estimación de riesgo. Tal apreciación luego podrá tener, o no, lugar. - La separación, no deseada, de un niño respecto de su maore" o bieñ Ta ae uqn -aat:ato y sU pareja ton la qque íifüntiene una relación de íntima confianza, puede considerarse sencillamente como otra situación de la misma índole, aunque más bien como un ejemplo especial de la misma. Incluso en comunidades civilizadas existen multitud de circunstancias en las que el riesgo de peligro es mayor cuando se está solo, que cuando se tiene un compañero. Esto sucede especialmente durante la infancia. Así, por ejemplo, el riesgo de accidentes en el hogar es claramente mayor cuando un niño está solo, que cuando le acompañan su madre o su padre. Lo mismo puede decirse de los accidente callejeros. Durante 1968, en Southwark (Londres) un 46% de todos los accidentes de tráfico eran sufridos por niños de menos de 15 años, con el máximo de incidencia en el grupo de 3 a 9 años de edad. Más de un 60% de estos niños estaban completamente solos y dos tercios de los restantes en compañía tan sólo de otro niño. Para las personas de edad avanzada o enfermas, vivir solas constituye un elevado riesgo. Incluso para los varones adultos sanos, practicar montañismo en solitario supone aumentar el peligro de muerte. En el medio ambiente en el que evoluciona el hombre, los riesgos que esperan a quien está solo probablemente hayan sido mucho mayores. Así pues, si se reflexiona sobre todo esto, y ya que el hecho de estar solo incrementa los riesgos, existen buenos motivos para que el hombre haya desarrollado sistemas conductuales que le lleven a evitarlos. Por tanto que los seres humanos respondan con miedo a la pérdida de un compañero querido no es más extraño que el que responda con miedo a cualquiera de las otras claves naturales de peligro potencial (ambiente no familiar, movimientos súbito o bruscos, cambios rápidos de intensidad de ruido o luz). En todo caso, el hecho de responder con miedo, posee un valor de supervivencia. Un rasgo muy especial del comportamiento de miedo, tanto en seres humanos como en animales, es el grado en que aumenta en situaciones caracterizadas por la presencia de dos o más claves naturales; así por ejemplo, el extraño que
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se aproxima de repente, el perro desconocido que ladra, 1,?I ruido inesperado que se oye en la oscuridad. Comentando las observaciones realizadas durante 21 días por padres respectq a situaciones provocadoras de miedo, JERSILD y HoLMES ( 1935) hacen constar que. las combinaciones de dos o más de los rasgos siguientes se hallan ·con frecuencia presentes conjuntamente: ruido, personas extrañas, situaciones no familiares, la oscuridad, movimientos bruscos e inesperados y quedarse solo. Mientras que una situación caracterizada por uno de estos rasgos puede alertar solamente, cuando concurren varios de ellos, provocan miedo con más o menos intensidad. Debido a que la respuesta a una combinación de factores es con frecuencia mucho más intensa o diferente que la respuesta a uno solo de ellos, resulta adecuado referirse a dichas situaciones como "compuestas", término elegido por analogía al correspondiente término químico (BOWLBY, 1973). De acuerdo con otros hallazgos sobre los efectos de las situaciones compuestas, los experimentos realizados tanto con niños, como con mono.s Rhesus ( RowELL y HiNDE, 1963) muestran la enorme diferencia que supone para la intensidad de las respuestas de miedo, la presencia o ausencia de un compañero que inspira confianza. Así por ejemplo, JERs1Lo y HoLMEs (1935) han hallado que cuando se solicitaba a niños de 3 y 4 años que fuesen solos a buscar una pelota que se había extraviado por un pasaje oscuro, la mitad de ellos se negaron, a pesar de animarles el experimentador. Sin embargo, cuando éste les acompañaba, casi todos se mostraron dispuestos a hacerlo. Diferencias de índole similar se han observado en otras diversas situaciones que provocan un miedo no demasiado intenso, así por ejemplo cuando se le pedía a un niño que se acercase a un perro sujeto con una correa y le acariciase. Estos hallazgos concuerdan tanto con la experiencia corriente que parece absurdo analizarlos. Pero es evidente que cuando los psicólogos y psiquíatras teorizan acerca del miedo y la ansiedad, infravaloran en gran mec;Uda la importancia de_, estos fenómenos. Así por ejemplo, c~u.ando se presta la debi- • _da atención a estos hallazgos, deja de ser un misterio el hecho de que en todas las' situaciones que no sean familiares, el miedo y la ansiedad se reducen mucho con la simple
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presencia de un compañero que inspire confianza .. Estos nos permiten comprender también por qué la buena disposición de los padres hacia el niño y su capacidad de responderle dan lugar a que el niño, el adolescente y el adulto joven disponga de unas condiciones en las que se sienta seguro y de una base a partir de la cual tiene la confianza suficiente en sí mismo como para explorar el entorno. También contribuyen a explicar cómo, a partir de la adolescencia, otras figuras fiables pueden llegar a propor<:ionar servicios similares. Esto cierra el círculo de la argumentación y ayuda a explicar cómo sucede que u~o fuerte y constante apoyo por parte de los padres, combinado con estimu !ación de la autonomía del niño y respecto á la misma, en lugar de minar la confianza en sí mismo proporciona las condiciones dentro de las cuales el niño puede desarrollarse mejor. También ayuda a explicar por qué, una experiencia de separación á pérdida, o las amenazas de éstas, en especial cuando su utilizadas por los padres como sanciones por mal comportamiento, pueden socavar la confianza de un niño tanto en los demás como en sí mismo y conducir así a algún tipo de desviación respecto al desarrollo óptimo -a la falta de confianza en sí mismo, a ansiedad o depresión crónica, a una soledad no participativa o a una independencia desafiante y vacía. Podemos concluir que u11a autoconfianza bien fundamenlfü=lA~~, por lo general, producto de un lento y libre creciJl11~'lto desde la infancia a la madurez, durante el cual y a través de una interacción con otras personas dignas de confianza y animadoras, una persona aprende cómo combinar la confianza en los demás con la confianza en sí mismo. h~Uªl90~
SEPTIMA CONFERENCfA FORMACION Y PERDIDA DE VINCULOS AFECTIVOS*
Todos Jos años, el Royal College of Psychiatrists organiza una conferencia en honor de Henry MAVDSLEY, que fue un benefactor de la predecesora del Co!lege: fa Royal MedicoPsychological Association (y también del Hospital Mauds!ey ). Me invitaron a pronunciar la conferencia en la reunión del Co1/ege celebrada en Londres durante el otoño de 1976. Fue publicada en forma mucho más extensa y en dos partes en la primavera siguiente. Etiología y psicopatología a la luz de la teoría del apego Desde la época en que inicié mis estudios de psiquiatría en el Hospital Maudsley mi interés se ha centrado en la influencia ejercida por el medio ambiente en el desarrollo psicológico de una persona. Durante muchos años ha sido un sector descuidado y tan sólo en la actualidad estii3 recibiendo la atención que merece. Esto no constituye un fallo de MAUDSLEY, firme defensor del estudio científico.del trastorno mental, cuya vida y obra rememoramos hoy. Pues, aunque a *Pubiicado por primera vez en elBritish}ournafofPsychiatry (1977) 130:20110 y 421-31. Reimpreso con permiso del Royal Co//ege of Psychiatdsts.
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partir de determinados pasajes de sus escritos pudiera pensarse que Henry MAUDSLEY concedió escasa importancia a los factores ambientales, esto no es cierto, como se advierte claramente si se lee su obra, que tanta influencia ha ejercido, Responsability in Mental Diseases, publicada por primera vez hace casi exactamente un siglo. En efecto: desde el comienzo mismo de su carrera, el punto de vista de MAUDSLEY fue el de un biólogo -como no era menos de esperar del hijo de un granjero, y sabía que en psiquiatría es también necesaria la biología para considerar tanto "al sujeto, como a su medio ambiente, al hombre y su circunstancia"- y que esto exige que adoptemos un punto de vista evolutivo.* Así pues, al preparar esta conferencia, cuya exposición constituye un gran honor para mí, me he sentido apoyado por la creencia de que su tema, el del desarrollo social y emocional dentro de diferentes tipos de medio ambiente familiar, va de acuerdo con todo cuanto defendía Henry MAuDsLEY. , Aquello que, por conveniencia, yo designo como teoría 1 del apego...e~ uri r:iJ()do .• c:Je..c;QQ.C?E!.l?.Lr~.1ª .prppeosi.ón .qu.e ....[[ll,l.f:l.Stran los seres humanos a establecer sólidos vínculos afectivos ·con otras personas determinadas y explicar las multiples formas de tr'astdírio emocional y de alteraciones de la personalidad, incluyendo aquí la arisieélad, la ira, la depresión y el apartamiento emocional, qüeocásióriárl lá separación involuntaria y la pérdida de .. sf:!r.es queridos. Como cuerpo de teoría se ocupa de los mismos fenómenos que hasta ahora habían sido tratados como "necesidad de dependencia" o de "relaciones objetales" o de "simbiosis e individuación" aunque incorpora mucho pensamiento psicoanalítico, la teoría difiere del psicoanálisis tradicional al adoptar diversos principios que derivan de las disciplinas relativamente nuevas que son la etolog fa y la teoría del 'control; al hacerlo así puede prescindir de los conceptos de energía psíquica y de impulso y establecer también estrechos vínculos con la psicología cognitiva. Se le atribuyen los méritos de que, mientras que sus conceptos son psicológicos, son compatibles con los de la neurofisiolog ía y de la biología evolutiva y también el hecho de ajustarse a los criterios corrientes de una disciplina científica.
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*La cita es de un ensayo de MAUDSLEY publicado en 1860. Esta información y otras sobre la vida y la obra de MAUDSLEY se las debo a la comunicación de Sir Aubrey LEWIS en su XXV Conferencia MAUDSLEY (LEWIS 1951).
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Los partidarios de la teoría del apego argumentan que muchas formas de trastornos psiquiátricos pueden atribuirse~ bien a desviaciones del desarrollo del comportamiento dé apego o bien, más raramente, al fracaso de este desarrollo; ·{ también' que la teoría explica tanto el origen, como eí tratamiento de dichas condiciones. En resumen: la tesis de esta conferencia es que si queremos ayudar terapéuticamente a un paciente de este tipo es necesario que le permitamos considerar en detalle cómo su actual modo d~ctr:WiL~at= cº.11.P.ersonas que tienen ir:nportañcTaem'ocional PªIª éJ, incluyend·a~apeuta~·pue'de.esfaTTiíffüiCfO·v quTzá.seria mente alterado por las experiencias que tuvo con sus padres durante los años de su niñez y adolescencia, algunas de las cuales pueden quizá continuar latentes. Esto implica que revise dichas experiencias del modo más sincero que pueda, revisión en la que el psicoterapeuta no puede ayudar o impedir. En una breve exposición tan sólo es posible establecer principios y las razones sobre las que se basan. Comenzamos con un breve esbozo de lo que se entiende por teoría del apego. (Para una descripción más detallada de los datos sobre los que se fundamentan, los conceptos empleados y los argumentos a su favor con bibliografía, véanse los dos volúmenes de Attachment and Loss, BOWLBY, 1969, 1973.) ···Hasta mediados de los años cincuenta predominaba tan sólo una concepción de la naturaleza y el origen de los vínculos afectivos, explícitamente formulada, y tanto los psicoanalistas como los teóricos del aprendizaje estaban de acuerdo con ella. Se suponía que los vínculos entre individuos se desarrollan debido a que un sujeto descubre que para reducir ciertos impulsos, por ejemplo, la nutrición en la lactancia y el sexo en la vida adulta, es necesario otro ser humano. Este tipo de teoría postula dos clases de impulsos: primarios y secundarios; considera las categorías representadas por el alimento y el sexo como primarios, y " dependencia" y otras relaciones personales como secundarias. Aunque los teóricos de las relaciones objetales (BALINT; FAIRBAIRN, GUNTRIP, l<LEIN, W1NN1con) han intentado modificar esta formulación, han persistido los conceptos de dependencia, oralidad y regresión. ···Los estudios relativos a los efectos patógenos ejercidos sobre el desarrollo de la personalidad por la privación de cuidados maternales me hicieron poner en duda que el modelo tradicional resultase adecuado. A principios de la década de
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1950, la obra impresa de LoRENZ, que había aparecido por primera vez en 1935, se divulgó de manera más generalizada y ofreció un punto de vista alternativo. Al menos en algunas especies de aves, LoRENZ había hallado fuertes vínculos con una figura materna, que se desarrollan durante los primeros días de la vida, sin referencia alguna a alimento y debido sencillamente a que la cría se hallaba expuesta a la fi!=lura en cuestión y se familiarizaba con ella. Basándome en que los datos empíricos del desarrollo de la vinculación de un niño con su madre pueden comprenderse mejor con un modelo derivado de la etología, yo esbocé una teoría del apego en un trabajo publicado en 1958. Simultánea e independientemente, HARLOW ( 1958) publicó los re:rnltados de sus primeros estudios sobre monos Rhesus lactantes, criados con una madre artificial. Según HARLOW un manito joven se asirá a una de estas madres artificiales aunque no le proporcione alimento, siempre que sea suave y cómoda para permanecer aferrado a ella. Durante los pasados quince años se han publicado los resultados de diversos estudios empíricos acerca de niños (por ejemplo los' de RosERTSON y RosERTSON, 1967-72; HEINICJ<E y WESTHE!MER, 1966; AINSVVORTH, 1967; AINS\/VORTH, 8ELL y STAYTON, 1971, 1974; 8LURTON JONES, 1972), ampliándose considerablemente la teoría (por ejemplo: A1NSVVORTH, 1969, BowLBY, 1969, B1scHoF, 1975) y examinándose las relaciones ex.istentes entre la teoría del apego y la teoría de la dependencia (MACCOBY y MASTERS, 1970; GEWIRTZ, 1972) ,1 Se han expuesto nuevas formulaciones relativas a la ansiedad patológica y a las fobias (BowLBY, 1973) y también al duelo y sus complicaciones psiquiátricas (BOWLBY, 1961 c; PARJ<Es, 1965, 1971 a, 1972). PARJ<Es, (1971 b) ha ampliado la teoría para incluir la serie de respuestas que se observan cuando una persona experimenta un cambio de importancia en su situación vital. Se han llevado a cabo múltiples estudios acerca de un comportamiento comparable en especies de primates (véase revisión por H1NoE en 1974). 1 . Otros campos que re.visten importancia el lnica y en los que la teorla del apego ha sido efectivamente aplicada, son los or(genes de la vinculación madre-hijo durante el peri'odo neonatal, aplicación realizada por Marshali I< LAUS y John l<E NNE LL (1976), a los trastornos de las relaciones conyugales, por Janet MATTINSON e lan SINCLAI R (1979) y a las consecuencias emocionales de la separación conyugal, por Robert S. WEISS (1975). El volumen 3 de Attachment and Loss se publicará a princ1p1os de 1980.
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lEn res~~~~:\ el comportamiento de apego es concebido como to<:Ja fo'rma -ae.cohdljc;ta qu~cQJtsi~tgiñ~~:tbift,..1:1rJndi,vl~ dúo consigue o mantiene proximid:;id a otra persona diferéñciada V preferentenientein(li\/JªU-ª-LY._~g-yª_es considerada, general, coílió más fuerte y /o más sabia. Especialmente E!"vi: dente durante la temprana infancia, ei comportamTenfo~de ap-ego___sEf-füñsiaera que és propio delos sereshumano,s deSd~ la cuna, hasta la sepultura'~-rncruye' er llanto' y lájfamada (que dan lugar a asistencia, o cuidados), seguimiento y adhesión y también intensa protesta si el niño se queda solo. o con personas extrañas. Con la edad disminuye co_ntinuam-ente la intensidéld con qüese''mañ'íffe~sta'-este coÍnpoitamiento. No obstanie~-to'da·s--estas formas de conducta permiten ~o~ mo parte importante de la dotación de comportamientos del hombre. En adultos resultan especialmente evid~s cuando una persona esta angustiada, enferma o asustada. Los patrones particulares de'comportarñTentoa'fnipego mostrados por un individuo dependen, en parte, de su edad, sexo y circunstancias presentes y, en parte también, de sus experiencias en etap-as--·anteriores de su vida, con figuras a las que tenía qpego, En su concepción acerca del mantenimiento de proximidad, la teoría del apego, en contraste con la de la dependencia, destaca los rasgos siguientes:*
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'·ª.
a) Especificidad: El comportamiento de apego está dirigido hacia uno o algunos y determinados individuos, por lo general con un claro orden de preferencia. b) Duración: Un apego persiste habitualmente en una gran parte del ciclo vital. Si bien durante la adolescencia los primitivos apegos pueden atenuarse y ser suplementados por otros nuevos, siendo en algunos casos sustituidos por ellos; dichos apegos primitivos no son abandonados fácilmente y, por lo general, persisten. c) Intervención de emociones**: Muchas de las más intensas emociones surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la renovación de las relaciones de apego. La forma*Al describir estos ragos me ba~o en el texto de un articulo (BOWLBY, 1975) escrito para el volumen 6 del American Handbook of Psychiatry (1975, Basic Books lnc.). Agradezco a los editores el permiso para hacerlo. **Aunque este párrafo es algo diferente' a otros·similares de las conferencias IV y VI, no lo he modificado, ya que sin él esta Conferencia estarla muy incompleta.
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c10n de un vínculo se describe como enamorarse, mantener un vínculo como amar a alguien y, perder una pareja como penar por alguien. De modo similar, la amenaza de pérdida despierta ansiedad y la pérdida efectiva ocasiona pena, tristeza; mientras que cada una de estas situaciones es posible que despierte ira, rabia. El mantenimiento imperturbable de un vínculo es experimentado como una fuente de seguridad y la renovación de un vínculo, como una fuente de júbilo. Ya que tales emociones son habitualmente reflejo del estado de los vínculos afectivos de una persona, la psicología y la psicopatología de la emoción equivalen en gran medida a la psicología y la psicopatología de los vínculos afectivos. d) Ontogenia: En gran parte de los lactantes humanos, el comportamiento de apego a una figura preferida se desarrolla durante los primeros nueve meses de vida. Cuanta más experiencia de interacción social tenga un lactante con una determinada persona, tanto más problable es que se apegue a ella. Por esta razón es, principalmente a través de los cuidados que imparte la madre, como un niño adquiere su principal figura de apego. Este comportamiento de apego permanece rápidamente activable hasta cerca del final del tercer año de vida; si el desarrollo es sano, se va haciendo poco a poco menos fácilmente activable. e) Aprendizaje: Mientras que aprender a distinguir lo familiar, de lo extraño, constituya un proceso clave en el desarrollo de apego, los premios y castigos convencionales utilizados por los psicólogos experimentales desempeñan tan sólo ·Un reducido papel. Desde luego, se puede desarrollar apego a pesar de repetidos castigos impartidos por la figura elegida. f) Organización: El comportamiento de apego inicial se establece de un modo bastante sencillo a base de respuestas organizadas. A partir del final del primer año se va conformando a base de sistemas comportamentales cada vez más complejos, cibernéticamente organizados y que incorporan modelos representativos del medio ambiente y de sí mismo. Estos sistemas se activan por determinadas condiciones y se extinguen por otras. Entre las condiciones activantes se encuentran la extrañeza frente al medio, el hambre, la fatiga y cualquier acontecimiento que asuste. Las condiciones que ponen fin al comportamiento incluyen percepciones visuales o acústicas de la figura materna y, en especial, una interacción feliz con la misma. Cuando se ha activado intensamente el comportamiento de apego, la terminación puede requerir tocar o aferrarse a la figura materna y/o ser mecido por ella. En cambio, cuando la figura mater-
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na está presente o si cuando se ausenta, se sabe bien a dónde va, el niño cesa de mostrar el comportamiento de apego y e6 lugar de ello explora el medio ambiente. ••·.• g) Función biológica: El comportamiento de apego tien_é lugar en las crías de casi todas fas especies de mamíferos y en cierto número de ellos continúa durante la vida adulta. Aunque existen muchas diferencias de detalle entre las especies, la regla general es el mantenimiento de proximidad, por parte de un animal inmaduro, a un adulto preferido, casi siempre la madre, lo cual indica que tal comportamiento posee un valor para la supervivencia. En otro lugar (BowLsv, 1969) he afirmado que la función que con mayor probabilidad desempeña el comportamiento de apego es la de protección, sobre todo contra depredadores. Así pues, el comportamiento de apego es concebido como una clase distinta del nutricio y del sexual y que posee, por lo menos, una importancia igual a la de éstos en la vida humana. En él no hay nada intrínsecamente pueril o patológico. Hemos de hacer constar que el concepto de apego difiere mucho del de dependencia. Así por ejemplo, la dependencia no se halla relacionada específicamente con el mantenimiento de proximidad, no está dirigida a un individuo específico, no implica un vínculo duradero, ni va necesariamente asociado a un sentimiento intenso. No se le atribuye ninguna función biológica. Por otra parte, en el concepto de dependencia existen implicaciones de valor que son exactamente opuestos a las que conlleva el concepto de apego. Míentras que calificar a una persona de mantener dependencia respecto a otra parece suponer algo peyorativo, describirla como que tiene o siente apego por alguien puede implicar un juicie positivo. Por el contrario, no es juzgada muy favorablemente una persona a la que se considera como "despegada" afectivamente, en sus relaciones personales o que no muestra apego a nadie. El elemento infravalorado en el concepto de dependencia, que refleja una falta de reconocimiento del valor que el comportamiento de apego tiene para la supervivencia, ha de considerarse como una fatal debilidad para su empleo el ínico. En general, el individuo que muestra comportamiento de apego será mencionado seguidamente, como "niño'' y la figura a la que se apega, como "madre". Ello es debido a que el.
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comportamiento no ha sido hasta ahora detenidamente estudiado más que en los niños. Sin embargo, lo que afirmamos se puede aplicar ta.mbién a adultos y a cualquiera que está actuando para un adulto como figura a la que se tiene apego -a menudo se trata de un cónyuge, otras veces de un progenitor y con más frecuencia de la que cabe suponer, de un niño. Se ha hecho constar (en el punto f) que si la madre está presente o si se sabe bien donde está cuando se ausenta y se halla además dispuesta a participar en un cariñoso intercambio, un niño deja habitualmente de manifestar comportamiento de apego y en lugar de ello explora su entorno. En una situación así se puede considerar que la madre proporciona a su hijo una base segura a partir de la cual explorar y a la que puede volver, sobre todo cuando se siente cansado o tiene miedo. Durante el resto de su vida, es problable que una persona muestre el mismo patrón de comportamiento, apartándose de aquellos que ama en distancias y durante periodos cada vez más prolongados, pero manteniendo siempre contacto y volviendo más pronto o más tarde. La base a partir de la cual opera un adulto será probablemente su familia de Órigen o cualquier otra base que haya creado por sí mismo. Todo aquel que carezca de un base así se sentirá desarraigado e intensamente solo. En lo hasta ahora expuesto hemos mencionado dos patrones de comportamiento distintos del apego: los de exploración y de impartir cuidados. Contamos actualmente con multitud de datos en apoyo de que la actividad exploratoria es de gran importancia en sí, permitiendo que una persona o un animal se forme un cuadro coherente de las características de su entorno, que en algún momento pueden revestir importancia para la supervivencia. Los niños y otras criaturas jóvenes son notablemente curiosos, lo cual les conduce, en general, a apartarse de la figura a la que están apegados. En este sentido, el comportamiento exploratorio es antitético del apego. En los individuos sanos alternan normalmente ambas clases. El comportamiento de los padres y de cualquiera que asuma el papel de impartir cuidados, es complementario a la conducta de apego. Los roles del cuidador consisten primeramente en estar a disposición del que precise de sus cuidados y responder a sus necesidades en este sentido y, en segundo lugar, interven ir juiciosamente cuando e 1 niño o la persona
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mayor que está siendo cuidada sea motivo de perturbación. No sólo se trata de un rol clave, sino que está demdstrado que el modo como lo desempeñen los padres detemiina en alto grado que la persona crezca mentalmente sam-L Por tal motivo y también porque es el papel que desempeñamos cuando actuamos como psicoterapeutas, nuestro modo de entenderlo es considerado de capital importancia para la práctica de la psicoterapia. Hemos de hacer una observación más, antes de pasar a considerar las implicaciones de este esquema para una teoría de la etiología y la psicopatología y, por tanto, para la práctica de la psicoterapia. Se refiere a nuestro modo d.e entender la ansiedad y, en particular, la ansiedad de separación. Una creencia corriente que se halla en la mayoría de las teorías psiquiátricas y psicopatológicas es que el miedo debe manifestarse tan sólo en situaciones que son auténticamente peligrosas y que si se manifiesta en cualquier otra situación es neurótico. Esto lleva a la conclusión de que, debido a que la separación de una figura a la que se muestra apego no puede considerarse como una situación auténticamente peligrosa, la ansiedad relativa a una separación de tal figura es neurótica. El examen de los correspondientes datos muestra que tanto dicha creencia, como la conclusión a la que lleva, son falsas. Desde un punto de vista empírico, la separación de una figura a la que se muestra apego corresponde a una clase de situaciones, cada una de las cuales puede provocar miedo, si bien ninguna de ellas puede considerarse como intrínsecamente peligrosa. Tales situaciones incluyen, entre otras, la oscuridad, grandes cambios súbitos de nivel de estímulo, incluyendo los ruidos intensos, movimientos rápidos, gentes desconocidas y cosas extrañas, no familiares. Los datos muestran que animales pertenecientes a multitud de especies se alarman con estas situaciones (H1NDE, 1970) y que lo mismo sucede con niños (JERSILD, 1947) y también con adultos. Además, resulta especialmente problable que se provoque miedo cuando se presentan de forma simultánea dos o más de tales condiciones, así por ejemplo, oir un ruido intenso mientras se está solo en un lugar oscuro. La explicación de por qué los individuos han de responder de manera tan regular, con miedo, a estas situaciones consistiría en que aunque 'hinguna es intrínsecamente peligrosa,
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cada una de ellas implica un riesgo aumentado de peligro. Los ruidos intensos, lo desconocido, el aislamiento y, para muchas especies, la oscuridad son condiciones estadísticamente asociadas con um1 probabilidad de peligro aumentado. Los ruipos pueden presagiar un desastre natural -incendio, inundación o terremoto. Para un animal joven, un depredador es extraño, se mueve y con frecuencia ataca de noche y es más probable que lo haga cuando la víctima está sola. La teoría sigue afirmando que debido a que comportarse así favorece tanto la supervivencia como la crianza de la prole, el individuo joven perteneciente a la especie, incluyendo la humana, que ha sobrevivido, se halla genéticamente dotado para desarrollarse de modo que responda a 11as propiedades de ruido, extrañeza, aproximación súbita y oscuridad asumiendo una acción de evitación o huyendo -se comportan de hecho como si el peligro estuviese efectivamente presente. De modo análogo responden al aislamiento buscando compañía. Las respuestas de miedo provocadas por estas claves de peligro, naturalmente aparecidas o sobrevenidas, forman parte del equipo conductual básico del hombre (BowLBY, 1973). Considerada bajo esta luz, la ansiedad debida a separación forzosa de una figura a la que se tiene apego se asemeja a la que siente el general de una fuerza expedicionaria cuando quedan cortadas o son amenazadas las comunicaciones con sus bases. Esto lleva a la conclusión de que la ansiedad debida a una separación forzosa puede ser una reacción perfectamente normal y sana. Lo que resu Ita enigmático es por qué se provoca en algunas personas con tanta intensidad o, viceversa, en otras con tan poca fuerza. Esto nos conduce a cuestiones de etiología y psicopatología. Durante este siglo se ha debatido intensamente la cuestión del papel desempeñado por las experiencias infantiles en la causalidad de los trastornos psiquiátricos. No sólo se han mostrado escépticos los psiqu íatras, de mentalidad tradicional en cuanto a la importancia de las mismas, sino también los psicoanalistas en los años sesenta y setenta. Durante mucho tiempo, la mayoría de los psicoanalistas que pensaban que la experiencia de la vida real posee importancia, centraron su atención en los 2 o 3 primeros años de la vida, en determinadas técnic;as de cuidados al lactante -los modos de alimentarle o asearle- y en si presenciaba las relaciones
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sexuales de sus padres. Pero no se prestaba atención ¡;,¡ la interacción dentro de la familia, ni a la forma concreta: en que una madre o un padre trataba a un determinado nino. Algunos extremistas, mantenían, incluso, que el estudio si$temático de las experiencias de una persona dentro de su familia se sitúa fuera del interés propiamente dicho del psicoanalista. Nadie que se ocupe de psiquiat~ía infantil, que será mejor designar como psiquiatría dé familia, podrá compartir este punto de vista. En gran parte de los casos, no sólo existen datos demostrativos de que las relaciones familiares están alteradas, sino que generalmente, los problemas emocionales de los padres, derivados de sus propias y desgraciadas infancias, siguen ejerciendo gran influencia. Así pues, el problema parece haber consistido siempre, en mi opinión, no en estudiar el medio ambiente familiar del paciente, sino en determinar qué rasgos poseen mayor importancia, qué metódos de investigación pueden aplicarse y qué otro tipo de teoría es el que mejor se ajusta a los datos. Ya que son muchos los que han adoptado el mismo punto de vista, se han realizado gran cantidad de investigaciones, razonablemente fiables, por estudiosos de múltiples disciplinas. Las generalizaciones y puntos de vista que expongo seguidamente proceden de los resultados de esta investigación interpretados con arreglo a la teoría del apego. El punto clave de mi tesis es que existe una intensa relación causal entre las experiencias de un individuo con sus padres y su posterior capacidad para establecer vínculos afectivos, y que ciertas variaciones corrientes de dicha capacidad, que se manifiestan en problemas conyugales y conflictos con los hijos, así como en síntomas neuróticos y trastornos de la personalidad, pueden atribuirse a determinadas variaciones corrientes de los modos de desempeñar los padres sus correspondientes roles. Gran parte de los datos sobre los que se basa esta tesis se revisan en el segundo volumen de Attachment and Loss (del Capítulo 15 en adelante). La principal variable a la que he prestado atención es la medida en que los padres del niño a) le proporcionan una base segura y b). le animan a explorar a partir de ellos. En estos roles, el rendimiento de los padres varía con respecto a varios parámetros, el más importante de,los cuales, es quizá, debido a que se extiende por todas las relaciones, el grado en que los
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padres reconocen y respetan el deseo, por parte de un niño, de contar con una base segura y su necesidad de ella y configuran su comportamiento de acuerdo con ello. Esto implica, en primer lugar, una comprensión intuitiva y simpatética del comportamiento de apego de un niño y una buena disposición a satisfacerle y ponerle así término y, en segundo lugar, el reconocimiento de que una de las fuentes más comunes de enfado o ira por parte del niño es la frustación de su deseo de amor y cuidados y que su ansiedad refleja, por lo general, una incertidumbre acerca de si podrá seguir disponiendo de sus padres. Complementario en importancia al respeto de una madre o de un padre por los deseos de apego de un hijo, es el respeto por su deseo de explorar y ampliar gradualmente sus relaciones, tanto con otros niños de su edad, como con adultos. La investigación señala que en muchas áreas de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, más de la mitad de la población infantil está creciendo con padres que proporcionan a sus hijos dichas condiciones. Es típico de estos niños que crezcan seguros y con confianza en sí mismos y que confíen también en los demás, colaboren con ellos y les ayuden. En la literatura psicoanalítica se dice de una persona así que tiene un "ego fuerte" y se le puede describir como poseedora de una "confianza básica" (ERIKSON, 1950), una "dependencia madura" (FAJRBAIRN, 1952) o habiendo "introyectado un objeto bueno" (KLEIN, 1948). Según la teoría del apego se la define como capaz de ayudarse a sí misma y como merecedora de recibir ayuda en caso de haber dificultades. En cambio muchos niños (en algunas poblaciones una tercera parte o más) crecen con padres que no les proporcionan estas condiciones. Hemos de hacer constar aquí que centramos la atención en la relación particular de un progenitor, con un determinado niño, ya que éstos no tratan igual a cada hijo y pueden proporcionar a uno excelentes condiciones, y a otro muy adversas. Consideremos ·algunos de los patrones de comportamiento de apego más corrientemente aberrantes y que se ponen de manifiesto en adolescentes y también en adu Itas, con ejemplos de típicas experiencias infantiles que probablemente han tenido v que pueden seguir teniendo los que presentan dichos patrones. Muchos de estos individuos que acuden al psiquíatra están
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ansiosos; .e inseguros y, a menudo, se les define como excesivamente dependientes o inmaduros. Sometidos a stress tienden a. desarrollar síntomas neuróticos, depresione'Íl o fobias. Su reconocimiento muestra que han estado expuestos al menos a uno, y generalmente a más de uno de determinados patrones típicos de acción parental patógena, que corresponden a lo siguiente: a) uno de los padres, o bien ambos, no responden al comportamiento del hijo destinado a provocar que le impartan cuidados, y o le descuidan o rechazan activamente; bj discontinuidades en la asistencia parental, con más o menos frecuencia, incluyendo períodos transcurridos en un hospital u otra institución; e) amenazas persistentes por padres que no aman al hijo y utilizadas como medio para controlarle; d) amenazas por parte de los padres de abandono de la familia, utilizadas, bien como método para someter al hijo a disciplina, o como un modo de coaccionar a un cónyuge; e):amenazas por parte de uno de los padres de abandonar o incluso de matar al otro o incluso de cometer suicidio (cada una de estas amenazas es más corriente de lo que se supone); f) inducir al niño a sentirse culpable diciendo que su comportamiento es o será responsable de la enfermedad o de la muerte de la madre o del padre; Cualquiera de estas experiencias puede conducir al niño, al adolescente o incluso al adulto.a vivir en constante ansiedad, a no ser que se desprenda de la figura a la que está apegado y, en consecuencia, a tener un bajo umbral para la manifestación de comportamiento de apego. Este estado queda mejor definido como de apego angustioso.*· Una serie adicional de condiciones a las que algunos de estos individuos han estado, o pueden seguir estando expuestos consiste en que uno de los padres, por lo general la madre, ejerzan presión sobre ellos, para actuar como figura a la cual apegarse, invirtiendo así la relación normal. Los medios para
*No existen datos demostrativ0s de la idea tradicional, que sigue estando muy difundida, de que una persona así ha sido excesivamente mimada en su infancia y se ha criado muy "consentida".
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ejercer tal pres1on varían desde estimular inconscientemente un prematuro sentido de responsabilidad hacia otros, hasta el uso deliberado de amenazas o inducción de sentimiento de culpa. Los individuos tratados de este modo es probable que se conviertan en moralmente escrupulosos o cargados de sentimiento de culpa, así como angustiadamente dependientes. Una mayoría de los casos de fobia escolar y de agorafobia se generan probablemente de este modo. Todas las variantes de comportamiento parental descritas hasta ahora no sólo es probable que provoquen la ira del niño contra sus padres, sino que inhiban su ex·presión. El resultado es un resentimiento en gran parte inconsciente, que persiste en la vida adulta y se expresa habitualmente en una dirección desviada de los padres y dirigida hacia alguien más débil, por ejemp.lo la esposa o el hijo. Así pues, es probable que una persona así se halle también sometida a un intenso anhelo inconsciente de amor y apoyo, que puede expresarse mediante alguna forma aberrante de comportamiento provocador de ayuda y cu id ad os, como por ejemplo tentativas semisimuladas de suicidio, síntomas de conversión, anorexia nerviosa, hipocondría (HENDERSON, 1974). Un patrón de comportamiento de apego totalmente opuesto al apego angustiado es descrito por PARl<Es ( 1973) como de autoconfianza compulsiva. Lejos de buscar el cariño y el cuidado de otros, u na persona que presenta esta clase de apego mantiene una actitud de sujeto "duro", sean cuales fueren !3s condiciones. Estos individuos tienden a hundirse cuando están sometidos a stress y a presentar síntomas psicosomáticos o depresión. Muchas de estas personas han tenido experiencias si mi lares a las de los individuos que desarrollan apego angustiado, pero han reaccionado de modo diferente, inhibiendo el sentimiento de apego y el correspondiente comportamiento y rechazando, incluso con burla, cualquier deseo de relaciones estrechas con quien les pudiese proporcionar amor y cuidados. Sih embargo, no exige mucha intuición darse cuenta de que son profundamente desconfiados en sus relaciones íntimas y les asusta tenerse que fiar de alguien, en algunos casos a fin de evitar el dolor de verse rechazados ,y en otros para eludir ser sometidos a la obligación de convefrtirse en cuidador de otro. Al igual que en el caso del apego angustiado, existe probablemente también mucho resentimiento subyacente, el cual,
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cuando es provocado, se dirige contr:a personas mas tíiébiles, y hay, también, mucho anhelo inexpresado de amor y apoyo. Un patrón de comportamiento de apego relacionado',con la confianza compulsiva en sí mismo es el de la prestación compulsiva de cuidados. Una persona que presente tal conducta puede establecer muchas relacio,nes íntimas, pero siempre en el rol de prestar cuidados, no en el de recibirlos. Con frecuencia, la persona seleccionada es algún minusválido que durante cierto tiempo acoge agradecida la asistencia que se le presta. Pero el cuidador compulsivo aspira también a cuidar personas que ni buscan ayuda, ni la agradecen. La experiencia típica infanti 1 de estos sujetos ha consistido en tener u na madre que, a causa de depresión o alguna otra incapacidad, no podía cuidar de su hijo y, en lugar de ello, deseaba que se la cuidase y que quizá solicitaba también ayuda para atender a los hermanos pequeños. Así pues, desde su temprana infancia, la persona que se desarrolla de este modo ha visto que el único vínculo afectivo disponible es un rol en el que ha de hacer siempre de cuidador y que el único cuidado que puede recibir es el que se imparta a sí mismo. (Los niños que se crían en instituciones a veces se desarrollan de este modo.) También aquí, al igual que en el caso de la persona que tiene una confianza compulsiva en sí misma, existe mucho anhelo latente de amor y cuidados y mucho rencor latente hacia los padres por no habérselos proporcionado, así como qran ansiedad y sentimiento de culpa de expresar estos deseos. W1NNICOTT ( 1965) ha descrito individuos de esta índole, afirmando que han desarrollado un "falso sí mismo" y está de acuerdo en que su origen estriba en que la persona en cuestión no ha recibido unos cuidados maternales "lo suficientemente buenos" durante la infancia. Ayudar a una persona así a descubrir su "auténtico sí mismo" supone ayudarle a reconocer y dejarse poseer por el anhelo de amor y cuidados y por su ira contra aquellos que en su infancia no se lo concedieron. Los acontecimientos vitales especialmente capaces de actuar como tensiones para aquellos individuos cuyo comportamiento de apego se ha desarrollado según alguna de las líneas que acabamos de describir, son una enfermedad grave o la muerte de alguna figura por la que sienten apego, o de alguien querido, o alguna otra forma de separación. Una enfermedad
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grave intensifica la ansiedad y quizá el sentimien'to de culpa. La muerte o la separación confirman las peores expectativas del sujeto y le llevan a la desesperación o a la angustia. En estas personas, el duelo por una muerte o una separación es probable que adopte un curso atípico. Si se trata de un individuo que presenta un apego angustiado, el duelo puede caracterizarse por una angustia insólitamente intensa y /o por autorreproches, con depresión y por persistir mucho más tiempo de lo normal. En caso de que se trate de un sujeto con confianza compulsiva en sí mismo, el duelo puede demorarse durante meses o años. Pero no obstante se hallan habitualmente presentes tensión interna e irritabilidad y pueden tener lugar depresiones episódicas; pero, con frecuencia, al cabo de tanto tiempo que se pierde de vista la conexión causal con la muerte o la separación. Estas formas patológicas de duelo son estudiadas por PARKES (1972). Las personas del tipo descrito hasta ahora no sólo padecen fáci !mente depresiones tras una pérdida o una separación, sino que también suelen encontrar ciertas dificultades típicas cuando se casan y tienen hijos. Con respecto al cónyuge, pueden presentar un apego angustiado y plantear constantes exigencias de amor y cuidados, o bien se preocupan compulsivamente por cuidarle, con un resentimiento latente, que no parece hallar respuesta en la pareja. En relación con el hijo también se pueden manifestar estos patrones. En el primer caso, el padre o la madre exige al niño que sea su cuidador y en el segundo le proporcionan atenciones excesivas, incluso cuando ya no es preciso cuidarle tanto*. Se dan asimismo alteraciones del comportamiento parental que resultan de que la madre o el padre consideran y tratan al hijo como si en lugar de tal fuese un hermano, teniendo ello por resultado, por ejemplo, que un padre esté celoso del hijo por las atenciones que recibe de su madre.
*El término de "simbióticas" se emplea en ocasiones para describir estas reíaciones, que tan sofocantes resultan. Tal término no está muy bien elegido, sin embargo, pues en biología se refiere a una relación reciproca entre dos organismos, en la que ambas partes obtienen ventajas, mientras que las relaciones familiares asi calificadas son gravemente maladaptativas. Definir al niño como "hiperprotegido" es igualmente erróneo, ya que i mpl id1 no reconocer las insistentes exigencias de cari ño que el progenitor está planteando al hijo.
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Otra forma corriente de alteración se produce cuand~ un progenitor percibe a su hijo como una réplica de sí mismo, y en especial de aquellos aspectos de sí mismo que seL ha empeñado en suprimir y que aspira a evitar también en su hijo. En tales esfuerzos es posible que utilice una versión de los mismos métodos de disciplina -a veces rudos y violentos, otras en forma de censuras y sarcasmos, en ocasiones provocadores de sentimientos de culpa- a los que él mismo fue sometido de niño y que dieron lugar a que surgiesen en su vida los problemas que ahora, tan inadecuadamente, está intentando prevenir o curar en el hijo. Un marido puede también percibir y tratar a su mujer de modo análogo. De manera similar, una esposa y madre puede adoptar este patrón de conducta en su modo de ver y tratar a su marido o a su hijo. Si nos hallamos ante un comportamiento tan desagradable y autodestructivo como el mencionado resulta útil recordar que cada uno de nosotros puede dar a los demás lo que a él le dieron. El adulto pendenciero es el niño bravucón que ha llegado a mayor. Cuando adoptamos con nosotros mismos o con los demás las mismas actitudes y formas de comportamiento que tuvieron nuestros padres, puede afirmarse que nos estamos identificando con ellos. Los procesos a través de los cuales se adquieren tales actitudes y formas de comportamiento probablemente corresponden a un aprendizaje mediante observación y por tanto no difiere de aquellos por los que se adquieren otras formas complejas de comportamiento, y también capacidades que son útiles. Entre los múltiples patrones de funcionamiento familiar alterado y de trastorno del desarrollo de la personalidad que pueden explicarse en el sentido de un desarrollo patológico del comportamiento de apego, uno bien conocido es el individuo emocionalmente frío y falto de apego, incapaz de mantener un vínculo afectivo estable con nadie. Las personas con esta alteración pueden ser calificadas de psicópatas y /o de histéricas. Con frecuencia se trata de delincuentes con tendencias suicidas. Sus antecedentes típicos son una prolongada privación de cariño materno durante los primeros años de su vida, combinada a menudo con posterior rechazo y /o amenazas de rechazo por los progenitores o los padres adoptivos.* *Ya que todos los estados psiquiátricos mencionados representan qrados v pa-
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Para explicar por qué individuos de diferente naturaleza continúan presentando las características descritas mucho tiempo después de haberse desarrollado, parece necesario postular que cualesquiera modelos representativos (tanto de figuras como de sí mismo) que un individuo se forma durante la infancia y la adolescencia, tienden a persistir relativamente inmodificados a lo largo de la vida adulta. A resultas de ello, dicho individuo tiende a asimilar a cualquier persona nueva con la que establece un vínculo, ya se trate de la esposa, de un hijo, de su jefe o del psicoterapeuta, con un modelo preexistente (ya sea de uno correspondiente a la madre, al padre o a sí mismo) y con frecuencia persiste tal asimilación o equiparación, pese a la reiterada evidencia de que tal modelo es inadecuado. De manera similar espera ser considerado y tratado por los demás del modo que resultaría adecuado para el modelo que tiene de sí mismo, y continúa con tales expectativas a pesar de que la realidad le demuestra lo contrario. Tales percepciones y expectativas equivocadas dan lugar a diversas creencias erróneas acerca de los demás, a falsas expectativas sobre el modo como se comportarán y a acciones inadecuadas, que pretenden anticipar la respuesta al comportamiento que de los otros espera. Así, para poner un sencillo ejemplo, un individuo que durante su infancia fue amenazado con frecuencia con el abandono puede atribuir fácilmente esta intención a su mujer. Interpretará por tanto erróneamente palabras que ella pronuncie o las cosas que haga, en el sentido de dicho imaginario abandono y luego adoptará cualquier modo de actuar que piensa contrarrestará mejor la situación que cree existe. La consecuencia es un conflicto basado en malentendidos. Pero el individuo es incapaz de darse cuenta que está siendo engañado por su propia experiencia pasada que deforma sus creencias y expectativas. En la teoría tradicional, los procesos que hemos de;;crito son designados con frecuencia afirmando que se trata de "interiorizar problemas" v las atribuciones y percepciones erróneas son adjudicadas a procesos correspondientes a proyección, intro-
diferenciarlos bien entre sí que distinguir netamente diversas formas de infecció berculosa. Para explicar las diferencias son igualmente importantes los factore néticos, como las variaciones relativas a la experiencias de los distintos individL..
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yección o fantasía. Las conclusiones a las que se llega asJ no sólo resultan ambiguas, sino que el hecho de que tales atribuciones y percepciones erróneas derivan directamenté_ de una previa experiencia de la vida real permanece tan sólo vagamente aludido, o bien se le ignora por completo. Yo creo que considerar los procesos con arreglo a la psicología cognitiva posibilita una precisión mucho mayor y se pueden formular, de un modo que resulte verificable, las hipótesis que consideren el papel causal desempeñado por diferentes clases de experiencia infantil, a traves de la persistencia de modelos representativos, de figuras a las que se tuvo apego y también de sí mismo a un nivel inconsciente. Hay que hacer constar que los modelos representativos inadecuados, más persistentes, coexisten con frecuencia con otros más adecuados. Así por ejemplo, un marido puede oscilar entre creer que su mujer se comporta lealmente con él y sospechar que está fraguando planes para abandonarle. La experiencia el ínica nos muestra que cuanto más intensas son las emociones despertadas en unas relaciones, tanto más probable es que se conviertan en dominantes los modelos más primitivos y menos conscientes. Explicar este funcionamiento mental, que es tradicionalmente tratado en términos de procesos defensivos, supone un reto para los psicólogos cognitivos, pero un reto con el cual se están enfrentando ya (por ej., ERDELYI, 1974).2
Algunos principios psicoterapéuticos Estos son, pues, los elementos de una psicopatolog ía basada en la teoría del apego. lCómo podemos precisar, a partir de ella, los problemas que presenta un paciente y ayudarle a resolverlos? En primer lugar hemos de determinar si el problema presentado es susceptible de ser abordado mediante la teoría del apego, cuestión ésta que requiere una exploración detenida. Si parece aplicable, hemos de considerar qué patrón adopta típicamente el comportamiento de apego del paciente, teniendo en cuenta tanto lo que nos refiere acerca de sí mismo, como las relaciones que establece y también cómo se relaciona con nosotros como sus potenciales auxiliad ores. 2 En los capítulos 4 y 20 de Attachment and Loss, volumen 3 he realizado un esquema de cómo se pueden enfocar los procesos defensivos en el sentido de procesamiento de información humana. Véase también la monografla de Emmanuel PETERFREUND (1971).
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Examinaremos también los sucesos importantes de su vida,sobre todo separaciones y encuentros, enfermedades graves o fallecimientos, así como el grado en que los actuales síntomas pueden ser considerados como recientes, o como respuestas tardías a dichos acontecimientos. Durante el curso de este examen podemos comenzar a vislumbrar algún aspecto de los patrones de interacción que se producen en el actual hogar del paciente, y que pueden corresponder a su familia de origen, o a la nueva familia que ha contribuido a crear o a ambas (esto más bien quizá cuando se trata de mujeres). Cualquier material de los antecedentes personales del paciente que arroje luz sobre el modo en que han llegado a constituirse los actuales patrones de comportamiento nos ayudará a poner en claro los problemas existentes. En este proceso de comprobación, una principal dificultad estriba en que la información proporcionada puede omitir hechos esenciales o bien falsearlos. No sólo los familiares -los padres o el cónyuge- pueden omitir, suprimir o falsear sino también el propio paciente. Esto desde luego, no es accidental. En primer lugar es evidente que muchos padres, que por una o otra razón han descuidado o rechazado a un hijo, han amenazado con abandolarle, han realizado tentativas de suicidio, tienen entre ellos repetidas disputas, se apegan demasiado a un hijo a causa de su propio deseo de una figura que les proporcione cariño, estarán poco dispuestos a que se conozcan los hechos auténticos. Esperan inevitablemente críticas y censuras y ello distorsiona la verdad, en ocasiones involuntariamente, pero otras veces de un modo deliberado. De igual forma, los hijos de tales padres han crecido sabiendo que la verdad no debe ser divulgada y quizá creyendo también a medias que ellos mismos merecen ser censurados por cualquier cosa que hayan hecho, como sus padres han afirmado constantemente. Un método corriente de mantener en secreto los conflictos y alteraciones familiares es atribuir los síntomas a cualquier otra causa. Tiene miedo de los otros chicos de la escuela (y no de que su madre le quite la vida), o la paciente sufre de cefaleas e indigestiones (y no a causa de las amenazas de la madre de que la repudiará si abandona el hogar) ; o el parto del niño fue difícil (y no que éste no era deseado y fue negligentemente criado) o sufre una depresión endógena (y no que está padeciendo aún duelo por su padre, que falleció hace
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muchos años). Puede suceder también que lo que se describió como un síntoma se revela como una respuesta que, hatijéndose independizado de la situación que la provocó, apafece como inexplicable. O bien surge un síntoma como resultgido de intentar el paciente evitar reaccionar con un sentimiento genuino a una situación auténticamente inquietante. En cualquier caso, la te rea primera y principal ha de consistir en identificar la situación o las situaciones a las que el paciente está respondiendo, o bien inhibiendo la respuesta. Evidentemente es deseable que todo el ínico que emprenda este tipo de labor disponga de un amplio conocimiento sobre los patrones aberrantes de comportamiento de apego y de impartir cuidados, así como de las experiencias familiares patógenas que se cree originaron dicha conducta anómala. Ha de estar asimismo familiarizado con las clases de información que son corrientemente omitidas, suprimidas o falseadas. Dado tal conocimiento, resultará con frecuencia evidente que ciertas informaciones esenciales faltan y que determinadas quejas son dudosas o claramente falsas. Pero sobre todo, un el ínico que tenga experiencia en este tipo de trabajo sabrá cuándo tiene que descubrir aún hechos y estará preparado, bien a esperar que surja la información que posee importancia, o a abordar discretamente sectores similares. Los principiantes tienden a conclusiones precipitadas y, por tanto, a equivocaciones. Al establecer un cuadro el ínico psiquiátrico será conveniente no basarse tan sólo en los métodos de entrevista tradicionales, sino que, si ello es posible, se han de realizar una o más entrevistas familiares. Ninguna otra técnica es probable que revele más rápidamente los patrones actuales de comportamiento a su auténtica luz y que proporcione claves respecto a cómo han llegado a desarrollarse. En la actualidad disponemos de gran número de libros sobre psiquiatría de familia y de psicoterapia familiar. Aunque llaman la atención sobre la inmensa influencia que pueden ejercer diversos patrones de interación sobre cada miembro de la familia y describir técnicas de entrevista y modos de intervención, los conceptos que utilizan no son los de la teoría del apego. Son, pues, de poca utilidad en el sentido de la exposición que venimos haciendo. Es preciso realizar un gran trabajo antes de que podamos asegurar qué trastornos del comportamiento de apego y de
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impartir cuidados pueden tratarse mediante psicoterapia, Y cuáles no y, en caso de serlo, qué método es el preferible. Mucho depende de la experiencia y capacidad del el ínico, así como de su destreza. En general, podemos seguir a MALAN (1963) quien utiliza como principal criterio si el presunto paciente y/o los miembros de su familia se muestran o no dispuestos a explorar el problema que se ha presentado, según las directrices descritas; ello se pone, por lo general, en claro en el curso de la exploración. En ocasiones, tanto el paciente como los familiares aceptan, bien rápidamente, bien con resistencias, que el problema o los síntomas actuales parecen exp 1icarse por los acontecimientos y conflictos familiares que están describiendo. Pero no es raro que tales ideas no gusten a alguno o algunos de ellos y, en ocasiones, las rechazan por no considerarlas importantes, o bien por absurdas. Nuestra estrategia terapéutica la decidiremos de acuerdo con tales reacciones. No contamos aquí con espacio suficiente para considerar los usos y limitaciones de los múltiples patrones posibles de intervención terapéutica, bien con los padres y los hijos (de todas las edades) o con parejas casadas, intervención que se ha convertido actualmente en una práctica habitual. Las entrevistas conjuntas, las entrevistas individuales, la práctica alternativa de ambas tienen aquí aplicación, así como sesiones prolongadas, que duran varias horas. Pero estamos aún lejos de saber qué procedimiento es el mejor para un determinado problema. Existen, sin embargo, ciertos principios que son de importancia en cualquiera de estos procedimientos terapéuticos. Para una mayor facilidad de la exposición elegiré el caso representado por la psicoterapia individual; es posible, sin embargo, modificar las frases de cada principio de modo que se pueda referir a los miembros de una familia en lugar de a una única persona. En mi opinión, un psicoterapeuta ha de realizar cierto número de tareas relacionadas entre sí, entre las que se cuentan las siguientes: a) en primer lugar y sobre todo, proporcionar al paciente una
base segura a partir de la cual puede explorarse a sí mismo y explorar también sus relaciones con todos los que haya establecido, o pueda establecer un vínculo afectivo y, al mismo tiempo, exponerle claramente que todas las decisiones relativas a cómo construir una situación y qué actos
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son los mejores a adoptar, han de ser suyas y que, con nuestra ayuda, le creemos capaz de decidir por su cuenta; · b) realizar, junto con el paciente, las correspondientes exploraciones, animándole a considerar tanto aquellas situaiiones en las que actualmente se encuentra con personas para - él importantes, y los papeles que puede desempeñar en las mismas, como la forma en que responde, con sentimientos, ideas y actos, cuando se halla en dichas situaciones. e) llamar la atención del paciente sobre las formas en que, quizá-. involuntariamente, tiende a "construir" los sentimientos y el comportamiento del terapeuta a su respecto y sobre las predicciones que (el paciente) hace y las acciones que de ello resultan, invitándole luego a considerar si sus modos de construir, predecir y actuar pueden ser, en parte o bien totalmente, inadecuados a la luz de lo que sabe del psicoterapeuta; d) ayudarle a considerar cómo las situaciones en las que él mismo, típicamente, se coloca y sus características reacciones a las mismas, incluyendo lo que puede estar sucediendo entre él mismo y el psicoterapeuta, pueden ser comprendidas según la experiencia de la vida real que tuvo con figuras por las que sentía apego durante su infancia y adolescencia (y por las que quizá siga sintiéndolo) y cuáles eran las respuestas que recibía (y que puede seguir recibiendo). Aunque las cuatro tareas que hemos esbozado son conceptualmente distintas, en la práctica deben realizarse simultáneamente. El psicoterapeuta ha de procurar representar una figura digna de confianza, dispuesta a ayudar y constante mientras que el paciente "construye" la figl:lra del psicoterapeuta, en la que ha de confiar. Cuanto más desfavorables sean las experiencias del paciente con sus padres, tanto más difícil será para él fiarse ahora del psicoterapeuta y tanto más fácilmente percibirá, construirá e interpretará de forma errónea lo que el terapeuta dice y hace. Por otra parte, cuanto más desconfíe del psicoterapeuta, tanto menos cosas le contará y tanto más difícil será para ambas partes explorar los acontecimientos dolorosos, aterradores o misteriosos que puedan haber ocurrido durante los primeros años de la vida del paciente. Por último, cuanto menos completo y exacto se presente el cuadro de lo que suc~dió en el pasado, tanto más difícil será para ambas partes comprender los actuales sentimientos y el actual comportamiento del paciente y tanto
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más persistentes serán sus percepciones y sus interpretaciones erróneas. Encontramos así a cada paciente confinado dentro de un sistema más o menos cerrado y tan sólo lentamente, con frecuencia paso a paso, es posible ayudarle a escapar de tal encierro. De las cuatro tareas mencionadas, la que más puede esperar es la consideración del pasado, ya que su única importancia reside en la luz que arroja sobre el presente. Al trabajar juntos el terapeuta y el paciente, frecuentemente la secuencia será la siguiente: primero, ·reconocer que el sujeto suele a menudo responder a un determinado tipo de situación interpersonal de un cierto modo autoderrotista; a continuación examinar qué clases de sentimientos y expectativas suelen despertar en él tales situaciones y, tan sólo después de ello, considerar si puede haber tenido experiencias, recientes o lejanas, que hayan contribuido a que responda con dichos sentimientos y expectativas en las situaciones en cuestión. De este modo se evocan recuerdos acerca de experiencias importantes, no como simples acontecimientos desgraciados, sino en el sentido de la negativa influencia que están ejerciendo en el presente sobre los sentimientos, los pensamientos y los actos del paciente. Está claro que la mayoría de los psicoterapeutas, sea cual fuere su bagaje teórico, cumplen habitualmente las mencionadas tareas, de modo que mucho de lo que estoy diciendo ha de serles familiar desde hace tiempo. En la terminología tradicional, las tareas en cuestión son designadas como proporcionar ayuda, interpretar la transferencia y construir o reconstruir situaciones pretéritas. Si existen puntos nuevos que destacar en la prente formulación, se trata de los siguientes: a) proporcionar un puesto central, no sólo en la práctica, sino también en la teoría, a nuestro papel de ofrecer al paciente una base segura desde la cual pueda explorar, para alcanzar luego sus propias conclusiones y adoptar sus propias decisiones; b) renunciar a las interpretaciones que postulan diversas formas de fantasía más o menos primitivas y centrarse en cambio en las experiencias del paciente en la vida real; e) dirigir particularmente la atención a los detalles sobre el modo en que los padres del paciente se comportaban en realidad con él, y no sólo en su infancia, sino durante la
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adolescencia e incluso hasta el momento actual, y también cómo respondía él normalmente; \ d) utilizar las interrupcioraes en el curso del tratamiento, especialmente las impuestas por el psicoterapeuta (bien la$,~ de rutina en caso de vacaciones, o excepcionalmente, en caso de enfermedad) como oportunidades para, en primer lugar, observar cómo el paciente vivencia y responde a la separación y luego, para avudarle a reconocer cómo vivencia y responde y, por'último examinar'conjuntamente cómo y por qué ha tenido que evolucionar de este modo. Una insistencia sobre el principio de que la atención del paciente ha de ser dirigida a considerar cómo fueron sus auténticas experiencias y cómo estas pueden seguir influyéndole, frecuentemente da lugar a malentendidos. Cabe preguntar ¿ es que tan sólo estamos anfmando al paciente a echar a sus padres toda la culpa de sus trastornos? y en caso de ser así ¿qué bien puede hacerle esto? Hemos de señalar primeramente que, como psicoterapeutas, no es nuestra misión determinar a quién hay que acusar y por qué motivo. En lugar de ello, nuestra tarea consiste en ayudar a un paciente a comprender en qué medida está percibiendo e interpretando erróneamente los actos de quienes quiere o puede querer en el presente y cómo en consecuencia, les trata de una forma cuyos resultados deplora y lamenta. De hecho nuestra misión es ayudarle a revisar los modelos representativos de sí mismo y de figuras a las que mostró apego, los cuales sin que él se de cuenta están rigiendo sus percepciones, predicciones y actos, y cómo dichos modelos pueden haberse desarrollado durante su niñez y su adolescencia y, si piensa correctamente, ayudarle a modificarlos a la luz de experiencias más recientes. En segundo lugar, si el paciente acusa a sus padres, debemos señalar las dificultades emocionales y las desdichadas experiencias que quizá tuvieron ellos y despertar así su simpatía. Teniendo en cuenta nuestro papel como médicos, hemos de enfocar lo que pudo ser conducta profundamente lamentable de los padres del sujeto de un modo tan objetivo como enfocamos el comportamiento del propio paciente. Nuestro papel no es el de inculpar, sino el de investigar cadenas causales, con el fin de romperlas o de mejorar sus consecuencias. Este es un momento oportu nó para referirnos a la psi cote-
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rapia familiar ya que durante el curso de entrevistas a la familia puede resultar posible el logro de una perspectiva mucho más amplia respecto a cómo han llegado a plantearse las actuales dificultades. Mediante la utilización de tales ocasiones para dibujar un detallado árbol de familia, pueden ser puestos al descubierto por vez primera datos de vital importancia, en especial cuando son incluidos también en ello los abuelos. Como afirma un colega: "Es asombroso ver los efectos ejercidos sobre un paciente por oir hablar a sus abuelos de sus propios abuelos". Aunque yo creo que en la psicoterapia familiar son aplicables los mismos principios que se establecen en la individual, las diferencias en aplicación son demasiadas como para que nos ocupemos aquí de ellas y merecen por sí solas un examen a fondo. Debemos mencionar, no obstante, una diferencia. Una finalidad principal de la psicoterapia familiar consiste en permitir a todos los miembros que se relacionen entre sí de manera que cada uno puede encontrar una base segura en sus relaciones en el seno de la familia, como ocurre en toda familia que funciona de un modo sano. Con este fin se dirige la atención de modo que se lleguen a comprender por qué en ocasiones los miembros de la familia logran proporcionarse mutuamente una base segura, mientras que otras veces no lo consiguen, por ejemplo, vivenciando ma 1sus diversos papeles, desarrollando falsas expectativas unos acerca de otros o bien encaminando hacia un miembro de la familia formas de comportamiento que sería más adecuado dirigir hacia otro. Como resultado, durante la psicoterapia familiar se dedica menos tiempo a interpretar la transferencia, que durante la psicoterapia individual. Una principal ventaja de esto consiste en que, si la psicoterapia se demuestra eficaz, con frecuencia es posible terminarla antes, con menos molestias y trastornos que en la psicoterapia individual, durante cuyo curso un paciente puede fácilmente llegar a considerar al psicoterapeuta como la única base segura que jamás imaginó poseer. Hablemos de nuevo de la psicoterapia individual. Ya he subrayado que, en mi opinión, una esencial tarea psicoterapeútica consiste en ayudar a un paciente a descubrir cuales son las situaciones actuales o pretéritas con las que están relacionados los síntomas, ya sea como respuesta o como efectos secundarios de intentar no responder a las mismas. Ahora bien: ya que es el paciente el que ha estado
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expuesto a la situación correspondiente, en cierto modo está va en posesión de toda la información de importancia. lPor qué necesita entonces tanta ayuda para descubrirla?. •.. El hecho es que gran parte de la información de mayor relieve se remite a acontecimientos extremadamente aterrai:lores o dolorosos que el paciente preferiría olvidar. Recuerdos de ser considerado siempre corno equivocado o tener que atender a una madre deprimida, en lugar de ser cuidado por ella, del terror y la rabia que sentía cuando el padre se mostraba violento y la madre estaba profiriendo amenazas, o el sentimiento de culpa cuando le decían que su comportamiento haría caer enferma a la madre, o la pena, desesperación y rabia sentidas tras una pérdida, o la intensidad del insaciable anhelo durante un período de separación forzosa. Nadie puede mirar hacia atrás y rememorar tales acontecimientos sin sentir una reavivada ansiedad, una rabia renovada, sin resucitar sentimientos de culpa o desesperación. A nadie le gusta creer que fueron sus propios padres, que en otras ocasiones se habían mostrado tan cariñosos y deseosos de ayudar, los que a veces se comportaron de un modo tan desolador. Tampoco es probable que los padres animaran a sus hijos a registrar o recordar tales acontecimientos sino que, con demasiada frecuencia, intentaron negar o no confirmaron las percepciones de sus hijos obligándoles al silencio. Por otra parte es igualmente doloroso para unos padres considerar cómo su propio comportamiento puede haber contribuido, y quizá siga contribuyendo, a los problemas que actualmente tiene su hijo. Así pues, en todos los miembros de la familia existen intensas presiones para olvidar y deformar, reprimir y falsear, disculpando a una parte y acusando a la otra. Existen procesos defensivos dirigidos contra el reconocimiento o los recuerdos de hechos de la vida real y los sentimientos despertados por el los con tanta frecuencia como los hay contra el paso a la conciencia de impulsos o fantasías inconscientes, pero con frecuencia, tan sólo cuando se ha recordado y narrado detalladamente el curso de alguna relación alterada y perturbadora es cuando se reviven el sentimiento despertado por la misma y las acciones real izadas como réplica. Recuerdo muy bien cómo una muchacha inhibida y silenciosa, de unos 20 años, que presentaba en su casa cambios de humor al parecer inopinados y crisis histéricas, respondió a mi comentario "eso me suena como si tu madre no te hubiese amado
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jamás" (era la segunda hija, que fue seguida en rápida sucesión por dos varones, muy deseados). Hecha un mar de lágrimas con-firmó mis palabras citando literalmente observaciones hechas por su madre desde la infancia, hasta la actualidad, y la desesperación, los celos y la rabia que despertaba en ella el modo en que ésta la trataba. A esto siguió, naturalmente, un análidis de su profunda creencia de que también yo la encontraría indigna de ser querida y de que sus relaciones conmigo serían tan desdichadas como habían sido siempre las establecidas con su madre, lo cual explicaba los huraños silencios que habían venido impidiendo la psicoterapia. La técnica desarrollada para ayudar a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido ilustra bien los principios que estoy describiendo. En dichas personas, los acontecimientos en cuestión y los sentimientos, pensamientos y actos provocados por dicha pérdida son recientes y así es más probable que sean recordados de forma clara y precisa, en comparación con sucesos de la infancia y la respuesta de los pacientes a los mismos. Por otra parte, los sentimientos dolorosos están con frecuencia presentes o al menos son accesibles con mayor facilidad. Quienes asisten a personas que han perdido recientemente a un ser querido (así por ejemplo, RAPHAEL, 1975) han hallado empíricamente que para ayudarlap, es necesario que los pacientes recuerden y refieran, muy detalladamente, todos los acontecimientos que condujeron a la pérdida, las circunstancias que la rodearon y su experiencia de la misma*; parece ser que tan sólo de este modo, una viuda u otra persona que haya sufrido la dolorosa pérdida de un ser querido puede exponer sus esperanzas, nostalgias y desesperaciones, su ansiedad, su rabia y quizá su sentimiento de culpa y, lo que es igualmente de importancia, revisar todas las acciones y reacciones que se propone llevar a cabo y que sigue teniendo intención de realizar, por inadecuadas y autodestructivas que hayan sido siempre muchas de ellas y que ciertamente lo son ahora también. No sólo es deseable que una persona apenada por la pérdida de un ser querido rememore cuanto rodea este hecho, sino que revise también toda *Por razones demográficas, el desarrollo de técnicas de asesoramiento a personas que acaban de perder a un ser querido se ha realizado principalmente con viudas.
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la historia de las relaciones correspondientes, con sus satisfacciones y defectos, las cosas que se hicieron y las que se dejaron sin hacer. Parece ser que tan sólo cuando una paciehte ha sido capaz de revisar y reorganizar la experiencJa pasada puede considerarse como viuda y tener en cuenta su futuro con sus limitaciones y oportunidades y enfrentarse lo mejor posible con el porvenir, sin posterior esfuerzo excesivo o depresión. Lo mismo resulta aplicable, desde luego, a viudos y a padres apenados por la pérdida de algún hijo. Hasta ahora no he mencionado los consejos. La experiencia lograda en personas que han perdido recientemente a un ser querido muestra que hasta que han podido progresar algo en su revisión del pasado y en su reorientación hacia el futuro, el hecho de aconsejar puede proporcionar más perjuicio que beneficio. Por otra parte, lo que más bien necesitan es información y no consejos. La situación de una viuda ante la vida es ahora muy diferente. Se le han cerrado muchas vías de acción que le eran familiares y puede faltarle información de las que se le abren, juntamente con las ventajas e inconvenientes de cada una. Si se hace debidamente puede ser muy útil proporcionarle información importante; o guiarla hacia la misma y ayudarle a revisar sus implicaciones para el futuro, dejándola al mismo tiempo que sea ella misma la que adopte sus propias decisiones. HAMBURG ha señalado reiteradamente la gran importancia que tiene el hecho de que una persona busque y utilice nueva información como un paso necesario para enfrentarse con cualquier transición que ocasione stress (HAMBURG y AoAMS, 1967). Ayudar a un paciente a que así lo haga, en su momento oportuno y de la manera correcta, constituye la quinta tarea del psicoterapeuta. Cuando se ayuda a un paciente psiquiátrico, las tareas a consumar y las técnicas para realizarlas no son, creo yo, diferentes en esencia que aconsejar a una persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido. Las diferencias, si existen, son debidas a que los modelos representativos que tiene el paciente y los patrones de comportamiento basados en ellos han permanecido sepultados durante mucho tiempo. Gran parte de los acontecimientos que condujeron a su desarrollo ocurrieron hace años y tanto el paciente como los miembros de su familia pueden mostrar una profunda repugnancia a reconsiderar los hechos. En consecuencia, cuando
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ayudamos a un paciente psiquiátrico a analizar su mundo y a sí mismo, el psicoterapeuta desempeña un complicado papel. Así pues, hemos de animar al paciente a explorar, aunque ofrezca resistencia, y ayudarle también en la búsqueda, llamando su atención sobre rasgos de la historia que parezcan relevantes y apartarle de los que se muestren insignificantes y capaces de distraer la atención de los más importantes. Con frecuencia se deberá centrar fa atención del paciente sobre su resistencia a considerar incluso ciertas posibilidades y quizá simultáneamente, simpatizar con el aturdimiento, la ansiedad y el dolor que también implican. Con respecto a todo ello quiero hacer constar que estoy de acuerdo con quienes opinan que el papel del psicoterapeuta ha de ser activo. Pero para ser eficaz ha de reconocer que no puede ir más deprisa que su paciente y que al llamarle la atención sobre temas dolorosos demasiado insistentemente, despertará su miedo y recibirá su cólera o un profundo resentimiento. No ha de olvidar, por último, que por plausibles e incluso convincentes que puedan parecerle sus prqpias conjeturas, en comparación con el paciente se halla mal situado para conocer los hechos y que, a la larga, lo que el sujeto honradamente cree es lo que ha de aceptarse al final. Aquí nos hallamos ante la cuestión, inmensamente importante, de la propia perspectiva y de los propios valores del psicoterapeuta en relación con el paciente y sus problemas; ya que cualesquiera que sean los puntos de vista y actitudes del psicoterapeuta influirán las actitudes propias del paciente, aunque tan sólo sea a través del proceso, en gran medida inconsciente, del aprendizaje observacional (identificación). En este proceso, la experiencia del paciente acerca del comportamiento del terapeuta, del tono de su voz y de cómo enfoca un tema es al menos tan importante como cualquier cosa que diga. Así pues, si tiene en cuenta la teoría del apego, un psicoterapeuta transmitirá, en gran medida a través de medios no verbales, su respeto y simpatía por los deseos de amor y cuidados que tiene el paciente con respecto a sus familiares, su ansiedad, su rabia y quizá su desesperación por haber sido frustrados y/o denigrados sus deseos, no solamente en el pasado, sino también quizá en el presente y la aflicción y la pesadumbre a Jos que quizá dió lugar la pérdida de un ser querido durante su infancia, e indicará su comprensión acerca de que similares conflictos, expectativas
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y emociones pueden estar también activas en la relación psicoterápica. Así pues, tanto mediante comunicación ho verbal como verbal, un psicoterapeuta transmitirá también su respeto por el deseo del paciente de explorar el mundo::v adoptar en la vida sus propias decisiones, y le animará a ello mientras que, al mismo tiempo, reconoce que puede albergar una creencia, profundamente arraigada, derivada de la insistencia de otros, de que es incapaz de lograrlo. En estos intercambios cotidianos, el psicoterapeuta manifiesta inevitablemente un cierto modo de conducir las relaciones interpersonales y ello no puede sino influir en cierto grado sobre el punto de vista de su paciente. Así por ejemplo, en lugar de lo que puede haber sido un patrón de búsqueda de defectos, castigos y venganza o de coacción por inducción de sentimientos de culpa, o de evasión y mixtificación, introduce otro modelo en el que se ha realizado una tentativa para comprender el punto de vista de otra persona y para negociar abiertamente con ella. En determinados momentos de la psicoterapia, el análisis de estos diferentes sistemas de tratar a la gente y sus probables consecuencias individuales pueden resultar útiles. Durante estos análisis, un psicoterapeuta planteará preguntas y proporcionará información, mientras que, de nuevo, deje al paciente que adopte él mismo sus decisiones. Evidentemente, realizar esta labor requ i~re de 1 psicoterapeuta, no sólo unos cuantos principios, sino también una capacidad de empatía y de tolerar intensas y dolorosas emociones. Aquellos que tengan una fuerte y arraigada tendencia a la autoconfianza compulsiva se hallan mal equipados para realizarla y es preferible aconsejarles que no lo intenten. Al analizar antes las cuatro tareas básicas del psicoterapeuta hemos señalado que, si bien son distintas desde el punto de vista concep~ual, en la práctica han de realizarse simultáneamente. Es una cuestión difícil y compleja saber hasta qué punto se puede y debe realizar con cualquier familia o paciente. Lo principal quizá estriba en que reestructurar los modelos representativos que ha llegado a formarse una persona y su reevaluación de algunos aspectos de las relaciones humanas, con un correspondiente cambio en sus modos de trato con la gente, es probable que sea un proceso lento y como a retazos. En condiciones favorables el terreno se trabaja primero desde un ángulo y luego desde otro. En el
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mejor de los casos, el progreso sigue una marcha en espiral. Hasta qué punto avance un psicoterapeuta y cuán profundamente se introduzca, constituye una cuestión personal para ambas partes. A veces, una o algunas sesiones permiten a un paciente o familia considerar los problemas bajo una nueva luz, o quizá confirmar que un punto de vista, rechazado y ridiculizado por otros, es sin embargo plausible y puede ser adoptado ventajosamente. (véanse exposiciones y ejemplos en CAPLAN, 1964; ARGLES y MACKENZIE, 1970; LINO, 1973; HEARD, 1974). Una especial ventaja de las entrevistas familiares conjuntas es que permiten a cada miembro descubrir cómo ven su vida familiar cada uno de los otros miembros y actuar conjuntamente para reevaluarla y cambiarla. También, a menudo, permiten a todos los componentes de la familia enterarse, con frecuencia por vez primera, de las desdichadas experiencias que la madre o el padre han sufrido en el pasado, y a cuyas consecuencias puede ahora atribuirse fácilmente el actual conflicto familiar. [ PAUL (1967) expone un excelente ejemplo, en el que una crisis conyugal actual es atribuida a las persistentes consecuencias de un duelo no resuelto tras una pérdida de un ser querido acaecida en la infancia.] Exfsten sin embargo muchos casos, en especial en pacientes que han desarrollado un "falsos í mismo" altamente organizado y se han convertido en compulsivamente confiados en sí mismos o están entregados a cuidar a otros, en los que puede ser necesario un período de tratamiento mucho más prolongado antes de que pueda observarse algún cambio. No obstante, sin embargo, ya sea la psicoterapia prolongada o breve, resulta evidente que, a no ser que el psicoterapeuta esté preparado para establecer una genuina relación con una familia o con un individuo, no se puede esperar progreso alguno (MALAN, 1963; TRUAX y ÍVl1TCHELL, 1971 ). Esto supone que un psicoterapeuta ha de satisfacer, en cuanto le sea posible, el deseo del paciente de poseer una base segura, reconociendo al mismo tiempo que sus mejores esfuerzos no llegarán a satisfacer las expectativas de aquél y que le beneficiará; que debe participar en las exploraciones del paciente como un compañero dispuesto a conducir, y también a ser conducido y que ha de prestarse a discutir el modo en que le ve el paciente y el grado en que tal visión resulta o no ajustada a la realidad, lo cual en ocasiones no resulta fácil de decidir y, finalmente, que no ha de fingir si siente ansiedad
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por un paciente o se 1mta por su causa. Esto resu Ita especialmente importante en aquellos enfermos cuyos padres rian simulado persistentemente cariño para encubrir un rechcj"Zo del hijo muy arraigado. GuNTRIP (1975) ha descrito exceli.;intemente la labor del psicoterapeuta: "Según creo, consiste en proporcionar una relación humana basada en la confianza y la comprensión, de una naturaleza que establece contacto con el niño traumatizado y profundamente reprimido, de un modo que permite al paciente irse haciendo cada vez más apto para vivir, dentro de la seguridad de una nueva relación auténtica, con el traumático legado de sus más tempranos años de formación, cuando tal legado se filtra hasta la conciencia o hace erupción en ella". Cuando adopta una actitud de esta clase, el psicoterapeuta corre ciertos riesgos, contra los que debe estar en guardia. En primer lugar, la avidez de un paciente por lograr una base segura y su atormentado miedo a ser rechazado pueden hacer que sus quejas sean insistentes y difíciles de abordar. En segundo término, y esto es mucho más serio, al manisfestar estas quejas, un paciente puede aplicar al psicoterapeuta los mismos métodos que su madre o su padre utilizaron con él en su infancia. Así, un individuo cuya madre, cuando era niño, invertía la relación al exigirle que cuidase de ella y que utilizaba amenazas o técnicas inductoras de sentimiento de culpa para forzarle a ello, puede aplicar durante su tratamiento estas mismas técnicas al psicoterapeuta. Evidentemente es de la mayor importancia que el psicoterapeuta ·se dé cuenta de lo que está sucediendo, que averigüe el origen de las técnicas que se están empleando y se resista a ellas, es decir: que las imponga 1 ímites. Pero cuanto más sutilmente provoquen dichas técnicas sentimientos de culpa y cuanto más deseoso esté el psicoterapeuta de prestar ayuda, tanto mayor es el peligro de que se deje arrastrar por ellas. Sospecho que una secuencia de esta índole es la responsable de muchos de los casos descritos por BALINT (1968) de "regresión maligna" y que son clasificados por otros como casos-límite. El problema clínico que plantean está bien ilustrado por MAIN ( 1957) y también por CoHEN y cols. (1954). Este último grupo señala el peligro que supone que el psicoterapeuta no reconozca cuándo están convirtiéndose en irreales las expectativas de un paciente, ya que cuando llegue a ponerse en claro que no serán cumplidas, puede
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sentirse de pronto totalmente rechazado y caer así en la desesperación. Debido a que la teoría del apego se ocupa de muchas de las mismas cuestiones que otras teorías psicopatológicas --sobre dependencia, relaciones objetales, simbiosis, ansiedad, pesar, narcisismo, trauma y procesos defensivos- no es de sorprender que muchos de los principios terapéuticos a los que conduce sean ya bien conocidos desde hace tiempo. Algunas de las coincidencias entre las ideas que yo he expuesto y las de BALINT (1965, 1968), W1NN1coTT (1965) y otros, han sido analizadas por PEDDER ( 1976) en relación con el tratamiento de un paciente depresivo que presentaba un "falso sí mismo". Otras coincidencias, como por ejemplo la equivalencia del concepto de juego de W1NN1con (W1NN1con 1971) y lo que aquí designo como "exploración" han sido advertidas por HEARD ( 1978). Resultan evidentes las coincidencias con las ideas de psicoterapeutas que han prestado especial atentión al papel desempeñado en la génesis de depresiones episódicas y de muchos otros síntomas neuróticos por la ausencia de solución del duelo, por la pérdida de la madre o del padre durante la infancia o la adolescencia (p. ej., DEUTSCH, 1937; fLEMING y ALTSCHUL, 1963) o para asimilar la tentativa de suicidio de uno de_ los progenitores ( RosEN, 1955). Sin embargo, aunque tales coincidencias son auténticas, existen importantes diferencias también, tanto en la acentuación de las mismas, como en la orientación. Dependen en parte de cómo concebimos el puesto que ocupa el comportamiento de apego en la naturaleza humana (o, en cambio, qué uso hacemos de los conceptos de dependencia, oralidad, simbiosis y regresión) y en parte, de cómo creemos que una persona adquiere determinados modos desagradables y denigrantes de interactuar con aquellos que le son próximos, o creencias erróneas como, por ejemplo, que se es inherentemente incapaz de realizar algo que sea útil o efectivo. Todos aquellos que piensan respecto a conceptos como los de dependencia, oralidad o simbiosis se refieren a la expresión de los deseos y del comportamiento de apego de un adulto, como resultado de que ha regresado a cierto estado (con frecuencia el de mamar del pecho materno) considerado como normal durante la lactancia y la infancia. Esto lleva a los psicoterapeutas a hablar al paciente de "la parte infantil de Vd." o de que "su bebé necesita ser querido o alimenta-
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do" y referirse a alguien que llora tras la pérdida de un ser querido como de quien se halla en un estado de regresion. En mi opinión, tales afirmaciones son equivocadas, tanto ¡:fpr razones teóricas como prácticas. Respecto a la teoría, ya e,1:ie dicho lo suficiente como para poner en claro que considero el deseo de ser amado y cuidado como parte integral de la naturaleza humana, tanto durante la vida adulta, como anteriormente y que es de esperar en todo adulto la expresión de tales deseos, sobre todo en épocas de enfermedades o de calamidad. En cuanto a la práctica, me parece altamente pernicioso referirse a las "necesidades de bebé" por parte de un paciente cuando estamos intentando recuperar sus naturales deseos a ser amado y cuidado que, debido a desdichadas experiencias en épocas tempranas de su vida, se ha esforzado por rechazar, considerándole pueril y refiriéndose a él como tal, un paciente puede fácilmente interpretar nuestras observaciones como despectivas y le recordarán a una madre o un padre que rechazaban a un niño que pretendía que le consolasen y le calificaban de "tonto" y de comportarse "como un bebé". Un modo alternativo de referirse a los deseos de un paciente es hablarle de su anhelo de ser amado y cuidado, deseo que todos tenemos, pero que en su caso fue reprimido cuando era niño (por razones que en ese momento podemos ser capaces de especificar)*. Un segundo sector de diferenciación se refiere a la forma en que suponemos que una persona llega a aplicar a su conyuge y sus hijos y en ocasiones también al psicoterapeuta, determinadas y desagradables presiones, como por ejemplo amenazas de suicidio o sutiles modos de inducir sentimiento de culpa. En el pasado, aunque este problema fue reconocido, no se prestó gran atención a la posibilidad de que el paciente aprendiese cómo ejercer estas presiones al haberlas sufrido él mismo de niño y estar ahora copiando a su progenitor, consciente o inconscientemente. Un tercer sector de diferenciación es el relativo al origen
•Las d is ti nciones que estoy haciendo son idénticas a las hechas por NE I< 1 ( 197 6) que compara el valor que la cultura india concede a "intensos vinculas afiliativos interdependientes, fomentados y transportados hasta ía edad adulta" con el valor que se concede en Occidente a una "independencia orientada hacia los logros". Su análisis sobre cómo estos ideales divergentes afectan a la psicoterapia en estos aspectos, sigue unas 1!'neas muy semejantes a las que aquí esbozamos.
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de la desesperación y la indefensión prolongadas. Tradicionalmente se ha atribuido, ca~i en exclusiva, a los efectos de un sentimiento de culpa inconsciente. El punto de vista que yo propugno, y que está de acuerdo con los estudios de SEU<;JMAN sobre la indefensión aprendida (SEUGMAN, 1975) y que es también compatible con el punto de vista tradicional, es el de que se hunde con rapidez en prolongados estados de ánimo caracterizados por la desesperanza y la indefensión quien ha estado expuesto repetidamente durante toda su infancia a situaciones en las que sus tentativas de influir sobre sus padres para que le dedicasen más tiempo, más afecto y comprensión no habían encontrado sino rechazo y castigos. Por último podemos preguntarnos ¿qué pruebas hay de que resulte eficaz la psicoterapia realizada de acuerdo con los principios aquí expuestos? y, en el supuesto de que así sea ¿en qué casos?. La respuesta es que no existe una evidencia directa, ya que ninguna serie de pacientes ha sido tratada exactamente según este método y así no ha sido posible ninguna investigación de los resultados. Lo más que cabe decir es que ciertos datos indirectos son esperanzadores. Proceden de investigaciones sobre la eficacia de la psicoterapia breve y del asesoramiento de personas que sufren la pérdida de un ser querido. Durante muchó_s años, MALAN (1963, 1973) ha venido examinando los resultados de la psicoterapia breve (limitada arbitrariamente a no más de cuarenta sesiones), llegando a la conclusión de que puede determinarse un grupo de pacientes que probablemente se benefician de un cierto tipo de ps icoterapia, cuyas características también pueden especificarse. Los pacientes que se benefician son aquellos que durante las primeras entrevistas se muestran capaces de enfrentarse con un conflicto emocional y se prestan a explorar sentimientos y a trabajar dentro de la relación psicoterápica. La técnica que se demostró efectiva fue una en la que el psicoterapeuta pudo comprender los problemas de su paciente y formular un plan; y en la que prestó atención a la relación transferencia! y la interpretó osadamente, prestando especial interés a la ansiedad y la ira del paciente cuando el psicoterapeuta impuso una fecha para la terminación. En el transcurso de un estudio de repetición, MALAN y sus colegas llegaron a la misma conclusión. Encontraron, además,
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que "un importante factor terapéutico es la buena voluntad del paciente para implicarse a sí mismo de manera que repita una relación infantil con uno de sus progenitores, o cO:h ambos y su capacidad, con la ayuda del terapeuta, para reconocer lo que está sucediendo (MALAN, 1973). Un posterior estudio realizado por el mismo grupo y esta vez en pacientes que mejoraron tras una única entrevista ofrece más datos en favor de dicha conclusión (MALAN y cols., 1975). Aunque la teoría psicopatológiéa utilizada por MALAN y cols. difiere en ciertos aspectos de la que esbozamos aquí, existen importantes semejanzas entre ambas. Por otra parte, y como puede advertirse, hay una considerable similitud entre los principios en que se basa la técnica que él halló efectiva, y los aquí propugnados. La evaluación de la eficacia del asesoramiento a viudas cuya pesadumbre por la muerte del esposo se pensaba tenía mal pronóstico, apunta asimismo en una dirección esperanzadora. Entre las viudas que recibieron la forma de asesoramiento antes descrita, al cabo de trece meses eran significativamente más las que habían progresado de modo favorable que las de un grupo testigo que no recibió tal asesoramiento ( RAPHAEL y MADDISON, 1976). Hay que reconocer, desde luego, que esbozar los principios de la psicoterapia es mucho más fácil que aplicarlos en las condiciones, constantemente variables, de la práctica el ínica. Por otra parte, la teoría misma se halla en un estado precoz de desarrollo y hay que realizar aún mucha labor. Entre las tareas que requieren prioridad están los estados el ínicos a los que se puede aplicar la teoría y las particulares variantes de la técnica más adecuadas para tratarlos. Mientras tanto, aquellos que adoptan la teoría del apego creen que tanto su estructura, como su relación con los datos empíricos, son en la actualidad tales que su utilidad puede ser sistemáticamente comprobada. En los campos de la etiología y la psicopatología ésta puede utilizarse para comprobar determinadas hipótesis que ponen en relación diversas formas de experiencia familiar, con diferentes clases de trastorno psiquiátrico y también, quizá, con los cambios neurofisiológicos que las acompañan, como creen HAM BURG y cols. (1974). En él campo de- la psicoterapia, puede utilizarse para especificar la· técnica terapéutica, para describir el proceso terapéutico y, dados los necesarios avan-
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ces técnicos, para medir el cambio logrado. No cabe duda de que, ·como método de investigación, la teoría misma ha de ser modificada y ampliada. Esto hace esperar que, con el tiempo, la toería del apego se demostrará útil como uno de los componentes del cuerpo, más amplio, de la ciencia psiquiátrica que Henry MAuosLEY se esforzó en fomentar.
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INDICE DE AUTORES
Abraham, K., 81, 86. Adam, K. S., 98. Adams, J. E., 181. Ahrens, R., 58. Ainsworth, M. D. S., 63, 68, 91, 95, 135-140, 156 Altschul S., 186. Ambrose, A., 57. American Psychiatric Association, 64. Anderson, J. W., 135. Anthony, E. J., 105. Argles, P., 184. Aubry, J., 69. Bal int, M., 155, 185, 186. Barnes, M. J., 116, 117. Barrie, J., 56. Bateson, P. P. G., 91. Baumrind, D., 140. Beach, F. A., 48, 49, 50, 53. Bel!, S. M., 136, 156. Bischof, M., 156. Blauvelt, H., 48. Bleuler, E., 19. Blurton Jones, N ., 156. Booth, Y. Spencer-, véase SpencerBooth, Y. Bowlby, J., aflicción en niños, 113, 115; ambivalencia, 27; ansiedad de sepa-
ración, 146; apego, 142, 155, 156; duelo, 71, 78, 83, 85, 107, 108, i 11, 119-120, 156; estrategias de investigación, 68; pérdida, 69, 83, 99, 119; vinculo, 95; vínculo materno, 65, 67. Brackbill, Y., 59, 60. British Psychoanalytica/ Society, 15. British Psychological Society, 42. Brown, F., 96, 98. Brown, G., 99. Bruhn, J. G., 97. Burlingham, D., 25-26, 69, 78, 114-115. Cairns, R. B., 93. Callender, W. M., 69. Caplan, G., 184. CI ín ica Tavistock, 128. Cohen, M. B., 185. Craft, M., 96. Darwin, Ch., 45, 47, 52, 110. David, M., 69. Davis, C. M., 29. Dennehy, C. M., 96, 98. Den nis, W., 57. Deutsch, H., 76, 78, 83-84, 86, 186. Deutsch, J. A., 51, 54. Dollard, J., 93.
1ndice de autores
Earle, A. M., 96. Earle, B. v., 96. Educación, Ministerio de, Informe del Comité de niños inadaptados, 16. Emerson, P., 91. Engel, 72. Epps, P., 96. Erdelyi, M. H., 171. Erikson, E. H., 164.
Eugenics Society, 9.0. Fairbairn, W. R. D., 83, 86, 131, 155,
203 Holmes, F. B., 147, 151. Holt, K. S., 69.
Home Office, Children's Oepartmenf; 16. Hunt, J. McV ., 54. lllingworth, R. S., 69. Jacobson, E., 72, 82, 86. James, W., 53. Jaynes, J., 49. _ Jersild, A. T., 147, 151, 161. Janes, N. Blurton, vease Blurton Janes, N.
164. Fisk, F., 79. Fleming, J., 186. Freud, A., 25-26 40, 69, 78, 83, 114-
115. Freud, E. L., 113. Freud, S., 15, 16, 18-20, 23, 36, 38,
51, 62, 72-73, 79, 80-81, 86, 93, 112, 135, 142, 148, véase también: "Teoría freudiana" en el Indice de Materias. Furman, E., 72. Geró, G., 82, 86. Gewirtz, J. L., 60, 61, 156. Glick, l. O., 81, 124. Goldfarb, W., 68. Gosling, R. G., 128. Granger, C., 96. Greer, S., 96, 97, 98. Grinker, R. R., 133-134. Gunn, J. C., 96, 97, 98. Guntrip, H., 155, 185. Hamburg, D. A., 181, 189. Hampstead Nurseries, 25, 114, 122. Harlow, H. F., 67, 93, 156. Harlow, M. R., 93. Harris, T., 99. Havighurst, R. J., 134. Heard, D. H., 184, 186. Heathers, G., 60. Heinicke, Ch., 27, 69, 101, 114, 156. Heinroth, O., 48, 58. Henderson, A. S., 166. Hilgard, J. R., 79, 87. Hill, O. W., 98. Hinde, R. A., 51, 52, 63, 91, 103, 145, 148, 151, 156, 161.
Kennell, J. H., 156. Kessell, N., 97. Klaus, M. H., 156. Klein, M., 18, 30, 40, 81, 85-86, 146,
155, 164. Koller, K. M., 96, 97. Korchin, S. J., 133. Koupernik, C., 105. Levin, H., 93. Lewis, A., 147, 154. Lind, E., 184. Lindemann, E., 72, 107, 11 O. Lorenz, K., 22, 40, 47, 50-51, 55, 58,
91, 156. Maccoby, E. E., 93, 156. Mackenzie, M., 184. Maddison, D., 112-113, 125-126, 189. Main, T. F., 185. Malan, D.M., 174, 184, 188-189. Marris, P., 107, 11 O. Masters, J. C., 156. Mattinson, J., 156. Maudsley, H., 153-154, 190. Meyer, A., 64, 65. Miller, N. E., 93. Ministerio de .. ., véase en el nombre específico. Mitchell, K. M., 184. Moynihan, M., 51. Munro, A., 98. Murphey, E. B., 134. Naess, S., 96. Neki, J. S., 187. Newman, M.F., 79, 87. Nicolas, J., 69.
204
Offer, D., 134. Padilla, S. G., 54. Parker, A. S., 90. Parkes, C. M., 81, 94, 107, 109, 110, 111, 112, 113, 122, 124, 156, 166, 168. Paul, N. L., 184. Peck, R. F., 134. Pedder, J., 186. Peterfreund, E., 171. Piaget, J., 40, 45, 61, 62. Picture Post, 16. Pollock, G. H., 74. Popper, Y., 26. Price, J. S., 98. Prugh, D., 68. Raphael, B., 180, 189. Robertson, J., 69, 113, 145, 156. Rollman-Branch, H. S., 67. Root, N., 77. Rosen, V. H., 186. Roudinesco, J., 69. Rowell, T. E., 151. Royal Col!ege of Psychiatrists, 153.
Royal Medico-Psycho/ogical Association, 153. Ruff, G. E., 133. Sacie, D. S., 91.
San Francisco Psychoanalytic Society, 105. Schaffer, H. R., 67, 69, 91. Sears, R. R., 93. Seligman, M. E. P., 188.
VĂnculos afectivos
Shakespeare, W., 117. Shaw, B., 31. Sinclair, l. A. C., 156. Sluckin, W., 91. Spencer-Booth, Y., 91, 103, 145. Spitz, R. A., 58, 59, 83. Stayton, D. J., 136, 156. Stengel, E., 83, 86. Stephenson, 96. Stern, D. N., 39. Stewart, A. H., 33. Strachey, A., 143. Sutherland, J. D., 15.
Tavistock lnstitute of Human Relations, 128, 135. Thoday, J. M., 90. Thorpe, W. H., 46, 55. Tinbergen, N., 40, 46, 47, 50, 51. Truax, C. B., 184. Ucko, L. E., 104. Walker, W. L., 112-113, 125-126. Weidmann, U., 54. Weiss, R. S., 81, 124.156. Wenner, N. K., 130. Westheimer, l., 69, 101, 114, 156. Wilde, O., 20. Winnicott, D., 17, 30, 131, 155, 167, 186. Wolf, K. M., 58. Wolfenstein, M., 115-117. Yerkes, R.M., 53, 62. Zimmerman, R. R., 67.
INDICE DE MATERIAS
Accidentes y aislamiento, 150. Adolescentes, 106-134, 142, 157, 177. Agorafobia, 166. Agresión, Incapacidad de control, 21. Mecanismos de defensa, 21. y miedo, 21. y pérdida, 86, 103. Teoría Freudiana, 19. y vinculación, 92. Aislamiento y peligro, 150, 161. Alcohólicos, 96. Ambivalencia, 17-22. y experiencia, 28. y expresión de emociones, 28. parental, 34-36. y la relación conyugal, 123. Amenazas de abandono, 152, 165,169. - de suicidio, 165, 187. Anhelo en la separación, 72, 179. Animales. Comportamiento específico, 45-55. - - infantil, 32. Conflicto en 21, 55-56. - Instinto, 44, 49-50. - Miedo infanti.1 a los, 147. Anhelo, 107, 113, 118 y sgs.
Aniversario, Reacciones, 73. Anorexia nerviosa, 166. Ansiedad, 20, 145-151, 161-163. - de sepáración 145 y sgs.,161 ysgs. Apego aberrante, 164-171 . - Comportamiento de 57, 111, 154, 156, 129, 131-134, 157, 159, 164, 165, 167, 168. - - exploratorio, 135. y dependencia, 159, 186. Duración, 157. Emociones en el, 157. Especificidad, 157. Funciones del, 93, 111, 142, 158. ·- Organización, 159. - Posterior a la separación 70, 77, 101-102. - Teoría, 154, 164, 171, 186,189. - Tratamiento de los trastornos, 173-189. Apoyo, 124 y sgs., 152. Aprendizaje, 158. - Teoría del, 42, 43, 61. Asfixia neonatal, 104. Astronautas, 133.
206 Autorreproches, 110, 119, 123 Aves, 45, .156.
Base segura, 128, 160, 164, 176, 178, 184. Baltimore. 1nteracción madrehijo, 135 y sgs.
Castigo y control 28, 29 y sgs. Celos 18, 27, 35, 168. Comportamiento. Continuidad evolutiva, 69. específico de la especie, 45 y sgs. exploratorio 135, 138, 160 163, 173 y sgs., 182. instintivo en animales, 44 y sgs. - - Causá y función, 150. - - Modelo etológico, 52. - - y psicoanálisis, 42-44. - - Teoría de Darwin, 44 y sgs. moral, 30. - sexual, 149 - Terminación, 51. Confianza, 13a 143, 151, 16~175. - en sí mismo, 132 y sgs. 140 sg., 152, 164 y sgs., 183. Conflicto 19, 24-27, 38 y sgs., 54 y sgs. Control parental, 28 y sgs. Conversión. Síntomas de, 166 Criminales, 95. Cuidados compulsivos, 160, 167,168. maternos, 17. - - conflicto psíquico, 24-27. y duelo, 72, 83-88, 113-118 Estrategias de investigación, 68, 72. excesivos, 168. Fases, 69. 1nvestigación, 72-73, 80-87, 88-89. y necesidades del niño, 23. patógenos, 164-172. Pérdida y sus efectos, 65, 67-73, 79, 84, 85, 101-103. - - - de un ser querido, 80-83.
Vínculos afectivos
y período vulnerable 85, 86, 98, 106. Privación de, 24-25, 65-67, 68 véase también Pérdida de un ser querido. rechazo de los, 26-27. Tipos y efectos, 132-136, 164-169. Delincuentes, 96, 169. Dependencia, 142, 154, 186. Depresión, 72, 81, 85, 95, 98, 99, 152, 165, 172, 186. Desapego. Fase de, 69 y sgs. 76, 101 y sgs. Desarrollo. Fases sensibles, 53-54. Desasosiego, 108. Desconocimiento y miedo, 147, 161. Desencadenantes sociales. 49. 52. 57. Desesperación. Fase de, 69 y sgs., 107, 188. Desplazamiento, 21, 35. Destete, 17, 85. Disciplina, 30. Dolor y miedo, 146. Drogadictos, 96. Duelo, 70 y sgs., 78, 106 y sgs., 117 y sgs., 168. Edad infantil y pérdida 85, 86, 98, 105, 106, 165-166. - sensible y pérdida 85, 86, 98, 105, 107. Edipo. Complejo de, 18. Ego. Escisión del, 79, 84. Emociones. Intensidad de las, 22-24. Enfermedad mental 98, 165 y sgs. y duelo, 80, 83. y experiencia infantil 16, 64, 80. y medio ambiente 38, 153. Privación materna, 72, 86. - psiquiátrica y ruptura de vt'nculos, 94 y sgs. Errores parentales 32. Etiología y teoría del apego 162, 164, 172-174, 186, 189. Etología 40, 44, 154. Desarrollo de la, 44-45, 47. e investigación en el desarrollo infantil, 56-63.
1ndice de materias y psicoanálisis, 62. y psicología 53. y teoría del aprendizaje, 61. Expectativas y relaciones fu tu ras, 129, 170. Extrañeza y comportamiento, 141, 158. Falso sí mismo, 167, 184, 186. Familia. Entrevista, 172, 183. - y personalidad, 132 y sgs. - y psicoterapia, 172. Fantasía, 39, 127, 171, 179. Fijación, 79. Fobia escolar, 166. Fobias, 165. Frustación 28 y sgs. Guarderías, 27. Habitación, 51. Herencia y medio ambiente 38, 46, 48. Hijos ilegítimos, 96. Hipocondría, 166. Histeria, 81. Historia vital y enfermedad mental 64, 172. Hombre. Comportamiento instintivo, 48, 59.
Identificación, 87, 134, 169, 182. Impronta, 55, 91, 156. Instinto de muerte, 146. Interiorización de problemas, 170. lntroyección, 170. Ira y duelo, 110-111. y pérdida, 73-75, 116, 118. - Represión de la, 166.
Lactantes. Apego 66, 135, 143, 158. - - y exploración, 135, 136139, 160, 163. confianza en sí mismos, 134-140. comportamiento específico de la especie, 60.
207
Estímulos, 61. Sonrisa, 56, 59, 60.
Llanto y duelo, 11 O, 126. Medio ambiente restringido. Efectos sobre el desarrollo, 54. - - y salud mental, 38, 64, 153. Melancolía 72, 80. Miedo, 145-152, 161. Modelo psicoh idráu lico de instinto, 51. Modelos representativos, 143, 171, 177, 183. Mujeres. Cambios de papel, 131. - Carrera profesional y familia,24. Narcisismo, 186. Nidos. Construcción.de, 46.
Odio y privación de la madre, 26. Oralidad, 143, 155, 186. Oscuridad y miedo, 147, 148, 151, 161.
Padres, 29 y sgs., 31 y sgs., 33 y sgs., 87' 137' 1 68, 1 87. Peligro y miedo, 148, 161. Pérdida de un ser querido 73, 85, 86, 97, 105, 106, 117 y sgs. Personalidad, 128 y sgs., 138, 140 y sgs., 159, 164. Procesos defensivos, 21, 35, 7 8, 84 172-174. Protesta. Fase de, 69 y sgs., 146. Proyección 21, 35, 170. Psicoanálisis 42 y sgs., 154. - Conflicto con la etología, 62. - - con la teoría del aprendizaje 43. - y duelo, 71-73, 80-87. - Métodos científicos, 44. Psicoterapia 171 y sgs. 174 y sgs., 180 y sgs.
Rechazo materno, 87, 187. - parental, 185.
208 Regresión, 186. Relaciones de apoyo, 129-131. basadas en la confianza 118, 123-124. conyugales. Alteradas, 168. --: Ambivalencia, 123. - - Viudas, 123. y figuras de apego, 129 y sgs. objetales. Teoría, 131, 142, 143, 154. padres-hijo 23, 31, 33, 92 163 y sgs., 168. Represión 35, 79, 179. Reproches, 75, 78, 111, 119, 123 Residencias. Comportamiento al volver a casa 70, 77, 101 y sgs. Duración de la asistencia en, 70. Efectos de la estancia en, 25 y sgs., 60 y sgs., 77, 101. Rivalidad entre hermanos 18, 34. Roles. Cambio de, 130.
Selección natural 45, 53. Sentimiento de culpa 20, 21, 28, 166, 187, 188. Sentimientos y comportamiento de apego, 158. - - infantil, 122, 126-127. - Dificultad en experimentarlos,
V íncufos afectivos 73, 75-77, 79, 169. Expresión de los, 27, 117-122, 125-126. en la pérdida, 107. en las relaciones padres-hijo, 31, 33, 92, 158. y vinculación, 92, 158. Sexo y vinculación, 93, 155. Sexualidad infantil 19. Simbiosis, 154, 169, 186. Sociópatas 95 y sgs., 106. Sonrisa del lactante 56 y sgs. Sueños 18. Suicidio 96 y sgs., 105, 165, 169. Supresores sociales, 52. Taxonomía, 47. Teoría freudina 18 y sgs., 93, 142, 148. - - y duelo, 72, 80, 84, 113,, Véase también; Psicoanálisis Transferencia, 176, 188. Trauma del nacimiento, 146.
Vagabundeo compulsivo, 83, 86. Vinculación 90, 94, 100-104, 156, 158, 163-170. Viudas, 107 y sgs. - Psicoterapia, 180, 189.