FIGURAS PUERTAS Y PASILLOS La matriz de habitaciones comunicantes resulta apropiada para un tipo de sociedad que se alimenta de la carnalidad, que reconoce al cuerpo como la persona y en la que el gregarismo es habitual. Los rasgos de este tipo de vida pueden discernirse en la arquitectura y en la pintura de Rafael. Tal era la típica disposición del espacio doméstico en Europa hasta que fue cuestionado en el siglo XVII, y finalmente reemplazando en el siglo XIX por la planta con pasillos, una planta apropiada para una sociedad que considera de mal gusto la carnalidad, que ve el cuerpo como un recipiente de la mente y del espíritu y en la que la privacidad es habitual. Este modo de vida era tan convincente en el siglo XIX que incluso empeño la obra de aquellos que lo rehuían, como es el caso de William Morris. En este sentido, lo modernidad en sí constituyó una ampliación de las sensibilidades del siglo XIX. Para llegar a estas conclusiones, se han comparado las plantas de arquitectura con pinturas y varias fuentes literarias. Una vez más, queda mucho por decir sobre el hacer de la arquitectura un arte, rescatándola de la semiología y de la metodología bajo la que ha desaparecido en buena parte. Pero se ha intentado demasiado a menudo restituirla sacándola de debajo de una piedra para ponerla bajo otra, cosa que se ha hecho algunas veces de un modo bastante inocente al equiparar la arquitectura con la literatura o la pintura de manera que la primera se convierte en un eco de las palabras y de las formas. A veces se ha hecho de un modo más sofisticado, adoptando el vocabulario y los procedimientos del crítico literario o del historiador del arte y aplicándolos a la arquitectura. El resultado es el mismo: como en las novelas o en los retratos, la arquitectura se convierte en un vehículo de observación y reflexión. Sobrecargada de significado y simbolismo, su intervención en los asuntos humanos se reduce falsamente a una cuestión de practicidad. Pero la arquitectura es bastante diferente de la pintura o de la escritura, no sólo porque requiere de la suma de algunos ingredientes extras, tales como la utilidad o la función, sino porque abraca la realidad cotidiana y, al hacerlo, inevitablemente proporciona un formato para la vida social. En este texto he tratado de evitar los edificios como si fueran cuadros escritos. Se ha buscado un tipo de vínculo diferente: la inspección de los planos en pos de las características que pudieran facilitar las condiciones previas para el mundo en el que la gente ocupa el espacio, asumiendo que los edificios albergan lo que los cuadros ilustran y lo que las palabras describen en el campo de las relaciones humanas. Sé que esto es una suposición general, pero es el artículo de fe alrededor del que se han envuelto estas palabras. Puede que éste no sea el único camino para leer plantas, pero, aun así, un enfoque se esté cariz puede ofrecer algo más que una crónica y simbolismos al clarificar el papel instrumental de la arquitectura en la formación de los acontecimientos cotidianos. Casi no
cabe decir que dar a la arquitectura esta especie de con secuencialidad no ha supuesto el restablecimiento del funcionalismo o el determinismo de comportamiento. Sería sin duda insensato sugerir que existe algo en una planta que pueda forzar a la gente a relacionarse de un modo determinado, haciendo respetar un régimen diario de sensualidad gregaria. Sin embargo, sería aún más insensato sugerir que una planta no puede impedir a la gente que se comporte de una determinada manera o, al menos, obstaculizar que así lo hagan. El efecto acumulativo de la arquitectura durante los últimos dos siglos ha sido algo así como una lobotomía general practicada a la sociedad en su conjunto, arrasando enormes áreas de la experiencia social. Cada vez que se emplea más como medida preventiva; un organismo para la paz, la seguridad y la segregación que, por su propia naturaleza, limpia el horizonte de la experiencia –reduciendo la transmisión de sonido, diferenciando los patrones de movimiento, suprimiendo los olores, frenando el vandalismo, reduciendo la acumulación de suciedad, impidiendo la propagación de enfermedades, ocultando las vergüenzas, encerrando la indecencia y aboliendo lo innecesario-, reduciendo deliberadamente la vida cotidiana a un teatro de sombras privado. Pero, al otro lado de esta definición, sin duda hay otro tipo de arquitectura que buscaría dar rienda suelta a las cosas que tan cuidadosamente se han enmascarado con su anti-tipo; una arquitectura que surja de la profunda fascinación que arrastra a la gente hacia los demás; una arquitectura que reconoce la pasión, la carnalidad y la sociabilidad. La matriz de habitaciones comunicantes bien podría ser un rasgo esencial de dichos edificios.