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Sara, cazadora de nacimiento, capaz de oler la sangre de los vampiros, está bajo la vigilancia de los arcángeles al ser la elegida futura directora del Gremio. Deacon, el Asesino, el rastreador y cazador de cazadores debe hacer de canguro de la mujer más sexy que ha conocido nunca, y que le está prohibida. Ambos, Sara con su ballesta y Deacon con su instinto natural, deberán dar caza a un asesino en serie que finge ser cazador. ¿Podrán cumplir con la misión, con los vampiros al acecho y evitar que la pasión les arrase a los dos?
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PRÓLOGO
El Grupo de los Diez, los arcángeles que gobernaban el mundo en todas las formas en que importaba, se encontraba reunido en un antiguo torreón en lo más profundo de las Tierras Altas escocesas. Nadie —humano o vampiro— se atrevería a entrar ilegalmente en territorio angelical, pero incluso si hubieran sentido la necesidad de ceder a la tentación del suicidio, les habría sido imposible. El torreón había sido construido por ángeles, las alas era un requisito previo para el acceso. La tecnología podría haber invalidado esa ventaja, pero los inmortales no sobrevivieron eones quedándose atrás. El aire que circulaba por encima y alrededor del torreón era controlado estrictamente, tanto por un sistema complejo de detección de intrusos como por unidades de ángeles altamente adiestrados. La seguridad para el día de hoy había convertido el cielo en una cascada de alas, ya que no era frecuente que los diez seres más poderosos del mundo se reunieran en el mismo lugar. —¿Dónde está Uram? —preguntó Raphael, recorriendo con la mirada el incompleto semicírculo de sillas. Michaela fue la que respondió. —Tenía una situación en su territorio que precisaba atención inmediata. —Sus labios se curvaban mientras hablaba, y era hermosa, tal vez la mujer más hermosa que había vivido nunca… si no mirabas bajo la superficie. —Ella hace de Uram su títere. —Fue un murmullo tan bajo que Raphael supo que había sido sólo para él. Echando un vistazo a Lijuan, sacudió la cabeza. —Es demasiado poderoso. Ella podría controlar su polla, pero nada más. Lijuan sonrió, y fue una sonrisa que no contenía nada de humanidad. La más antigua de las arcángeles había pasado de largo la edad en la que incluso podría fingir ser mortal. Ahora, cuando Raphael la miró, vio sólo una extraña oscuridad, un susurro de los mundos más allá de cualquier mortal o inmortal.
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—Y ¿nosotros no somos importantes? —Una pregunta directa de Neha, la arcángel que gobernaba la India y sus alrededores. —Déjalo, Neha —dijo Elijah con la calma que le caracterizaba—. Todos conocemos la arrogancia de Uram. Si opta por no estar aquí, entonces, pierde el derecho a cuestionar nuestras decisiones. Eso tranquilizó a la Reina de los Venenos. Aunque a Astaad y Titus no parecía importarles, Charisemnon no era tan fácil de aplacar. —Escupe en el Grupo —dijo el arcángel, con un gesto marcadamente enojado en el rostro aristocrático—. También podría renunciar a su membresía. —No seas estúpido, Chari —dijo Michaela, y por la forma y tono en que lo hizo, dejó claro que una vez lo tuvo en la cama—. Un arcángel no es invitado a unirse al Grupo. Pasamos a formar parte del Grupo cuando nos convertimos en arcángeles. —Tiene razón —dijo Favashi por primera vez. La más callada de los arcángeles, que dominaba sobre Persia, y era tan buena pasando inadvertida que sus enemigos se olvidaron de ella. Razón por la cual ella dominaba mientras ellos yacían en sus tumbas. —Basta —dijo Raphael—. Estamos aquí por una razón. Ocupémonos de esto para poder regresar a nuestros respectivos territorios. —¿Dónde está el mortal? —preguntó Neha. —Esperando afuera. Illium lo trasladó desde las tierras bajas. —Raphael no pidió a Illium que entrara con el visitante—. Estamos aquí porque Simon, el mortal, se hace viejo. La oficina del Gremio de Estados Unidos necesitará un nuevo director para el año próximo. —Así que vamos a elegir uno. —Astaad se encogió de hombros—. ¿Qué nos importa, siempre y cuando hagan su trabajo? Ocurría que ese trabajo resultaba ser crítico. Los ángeles podrían convertir a los vampiros, pero era el Gremio de Cazadores, quienes se aseguraban que esos vampiros cumplieran su contrato de cien años. Los humanos firmaban el contrato con bastante facilidad, hambrientos por la inmortalidad. Sin embargo, cumplir con las condiciones era otra cosa, algunos de los recién convertidos cambiaban de parecer después de unos miserables años de servicio. Y los ángeles, a pesar de los mitos creados alrededor de su belleza inmortal, no eran agentes de ninguna entidad celestial. Eran gobernantes y negociantes, prácticos y despiadados. No les gustaba perder sus inversiones. De ahí, el Gremio y sus cazadores. —Importa —dijo Michaela en un tono mordaz—, porque las ramas americanas y europeas del Gremio, son las más poderosas. Si el nuevo director no puede cumplir con su trabajo, nos enfrentamos a una rebelión. Raphael encontró su elección de palabras interesante. Dejaba traslucir algo acerca de que los vampiros bajo su tierno cuidado aprovecharían cualquier oportunidad para escapar. —Me canso de esto. —Titus agitó su masa muscular haciendo brillar la piel negro azulado—. Haz pasar al humano y déjanos oírle.
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Estando de acuerdo, Raphael tocó la mente de Illium. Envíanos a Simon. Las puertas se abrieron inmediatamente después de su orden y entró un hombre con los músculos nervudos de un camorrista o de un soldado de infantería. Tenía el pelo blanco, la piel arrugada, pero los ojos le brillaban de color azul brillante. Illium tiró de las puertas para cerrarlas en el instante que Simon se apartó, encubriendo la sala en la intimidad una vez más. El director del Gremio se encontró con los ojos de Raphael y asintió con la cabeza una vez. —Me siento honrado de estar en presencia del Grupo. Es algo que jamás pensé experimentar. No era necesario decir que la mayoría de los humanos que entraban en contacto con el Grupo acababan muertos. —Siéntate. —Favashi señaló una silla colocada en el extremo abierto del semicírculo. El viejo guerrero se instaló sin ninguna queja, pero Raphael había visto a Simon en su mejor momento. Sabía que el director del Gremio sentía el beso de la edad. Y, sin embargo, no era un hombre viejo, nunca lo sería. Era un hombre para ser respetado. Una vez, Raphael podría haber llamado a tal hombre un amigo, pero ese tiempo había pasado hacía miles de años. Había aprendido demasiado bien que las vidas mortales parpadeaban con la rapidez de una luciérnaga. —¿Deseas retirarte de tu posición? —preguntó Neha con una elegancia majestuosa. Ella era una de las pocas que seguía manteniendo una corte. La Reina de los Venenos podría matarte, pero admirarías su gracia refinada, incluso mientras tomabas el último aliento agónico. Simon mantuvo una fría serenidad bajo su mirada. Ser director del Gremio durante cuarenta años le había dado una confianza que no había tenido de joven, cuando Raphael le había visto por primera vez tomar las riendas. —Debo hacerlo —dijo—. Mis Cazadores están contentos de que me quede, pero un buen director debe siempre considerar la vitalidad del Gremio en su conjunto. Esa vitalidad fluye desde la parte superior. El líder debe ser notablemente capaz de emprender una caza activa si es necesario. —Una sonrisa triste—. Soy fuerte y experto, pero ya no tan rápido o tan dispuesto a bailar con la muerte. —Palabras honestas. —Titus asintió aprobatoriamente. Él se encontraba más a gusto entre los guerreros y sus familiares, pues aunque podría gobernar con fuerza brutal, era tan rudo como la línea dura de su mandíbula—. Es un general fuerte aquel que puede ceder las riendas del poder. Simon agradeció el cumplido con una leve inclinación de cabeza. —Yo siempre seré un Cazador, y como es costumbre, permaneceré a disposición del nuevo director hasta mi muerte. Sin embargo, tengo fe plena en la capacidad de ella para dirigir el Gremio. —¿Ella? —resopló Charisemnon—. ¿Una hembra?
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Michaela arqueó una ceja. —Mi respeto por el Gremio de repente se ha incrementado cien veces. Simon no se permitió seguir por esa línea de diálogo. —Sara Haziz es la mejor persona posible para ocupar mi lugar por una serie de razones. Astaad reacomodó sus alas. —Dinos. —Con todos mis respetos —dijo Simon en voz baja—, eso no le concierne al Grupo. Fue Titus quien reaccionó primero. —¿Piensas desafiarnos? —El Gremio siempre ha sido neutral por una razón. —Simon enderezó la columna vertebral—. Nuestro trabajo consiste en recuperar a los vampiros que han roto sus contratos. Pero con el paso del tiempo, a menudo nos hemos encontrado en medio de guerras entre los ángeles. Sobrevivimos sólo porque nos ven como neutrales. Si el Grupo muestra demasiado interés, se pierde esa protección. —Bonitas palabras —dijo Neha. Simon la miró a los ojos. —Eso no las hace menos ciertas. —¿Está capacitada? —preguntó Elijah—. Eso debemos saberlo. Si el Gremio americano cae, el efecto dominó podría ser catastrófico. Los vampiros se pasearían totalmente libres, pensó Raphael. Algunos se deslizarían suavemente a una vida común y corriente. Sin embargo, otros, otros asesinarían y matarían. Porque en el fondo, eran depredadores. No tan diferente de los ángeles en los albores del tiempo. —Sara está más que capacitada —dijo Simon—. También tiene la lealtad de sus compañeros Cazadores. El año pasado un buen número de ellos vinieron a sugerirme su nombre como posible sucesora. —¿Ésta Sara es tu mejor Cazadora? —preguntó Astaad. Simon negó con la cabeza. —Pero lo mejor nunca hará un buen director. Es una cazadora de nacimiento. Raphael tomó nota para averiguar su nombre. A diferencia de los miembros normales del Gremio, los Cazadores de nacimiento salían de la matriz con la capacidad de oler a los vampiros. Eran los mejores rastreadores del mundo, los más implacables, perros de caza afinados para un olor particular. —¿Y Sara? —preguntó—. ¿Aceptará? Simon se tomó un momento para pensar. —No tengo ninguna duda que Sara tomará la decisión correcta.
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CAPÍTULO 1
Sara no estaba acostumbrada a sentir lástima por los vampiros. Su trabajo, después de todo, era embolsarlos, etiquetarlos y llevarlos de vuelta a sus amos, los ángeles. Ella no era fan de la servidumbre obligada por contrato, pero no era como si los ángeles ocultaran el precio de la inmortalidad. Cualquiera que quisiera ser convertido tenía que servir a los ángeles durante un centenar de años. No era negociable. Si no quieres inclinarte y arañar el suelo durante un siglo, no firmes el Contrato. Simple. ¿Acabar con el contrato después de que los ángeles entregaran su parte del pacto? Eso te convierte en un estafador. Y a nadie le gustaba un estafador. Sin embargo, este tipo tenía problemas peores que ser devuelto a casa de un ángel cabreado. —¿Puedes hablar? El vampiro que mantenía la mano sobre el cuello casi decapitado, la miró como si estuviera loca. —Sí, lo siento. —Se preguntaba cómo demonios estaba todavía vivo. Los vampiros no eran inmortales auténticos, podrían ser asesinados por los humanos y otros de su especie. Cortarles la cabeza era el método más infalible, pero la mayoría de la gente no elegía ese camino —no es que lo vampiros se fueran a quedar quietos mientras tanto—. Dispararles al corazón funcionaba, siempre y cuando, después les cortaras la cabeza mientras estaban en el suelo. O fuego. Eso hacía el trabajo. Pero Sara era una rastreadora. Su trabajo consistía en recuperar, no en matar. —¿Necesitas sangre? El vampiro la miró esperanzado. —Aguántate —dijo ella—. No estás muerto. Significa que estás fuerte. Durarás hasta que pueda llevarte a casa. —Argggg.
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Ignorando el rechazo gorgoteante, se acuclilló para deslizarle un brazo por la espalda y así poder arrastrarlo hasta sus pies. Sólo hacía algo más de metro y medio de altura y él era considerablemente más alto. Pero ella no estaba sangrando por el cuello, y trabajaba siete días a la semana. Gruñendo mientras lo levantaba, comenzó a guiarlo hacia el coche. Él se resistió. —¿Necesitas una mano? —dijo una voz profunda y calmada, como el whisky añejo y brasas ardientes. No conocía esa voz, como tampoco el cuerpo que se movía entre las sombras. Más de metro ochenta de puro músculo sólido. Robusto en los hombros y grueso en los muslos, pero con la gracia fluida de un luchador entrenado. Uno al que no quisiera hacer frente en una pelea. Y ella había derribado a vampiros con el doble de su tamaño. —Sí —dijo ella—. Sólo ayúdame a llevarlo hasta el coche. Está aparcado en el bordillo. El extraño levantó por completo al vampiro —que empezaba a hacer sonidos vagamente comprensibles— y lo echó en el asiento trasero. —¿Chip de control? Ella tiró de la ballesta en su espalda y apuntó al vampiro. El pobre tipo se revolvió, empujando los pies dentro del vehículo. Poniendo los ojos en blanco, volvió a dejar la ballesta en su posición inicial y retiró un collarín enganchado en la cintura de sus vaqueros negro, debajo de su camiseta. Estirándose dentro, hizo una pausa. —No intentes nada gracioso o te pego un tiro de verdad. Relajándose, el vampiro dejó que le sujetara el círculo de metal alrededor del cuello que cicatrizaba rápidamente. La ciencia tras el efecto del dispositivo en la biología vampírica era compleja, pero los resultados claros: el vampiro no podría actuar sin una orden directa de Sara. No sería útil sin la ayuda del chip de control, porque incluso estando lesionado, el vampiro probablemente podría arrancarle la cabeza en dos segundos. A Sara le gustaba su cabeza, muchas gracias. Arrastrándose fuera, cerró la puerta y contempló al otro Cazador y no hubo ninguna duda en su mente en cuanto a su vocación. —Sara. —Extendió la mano. Él la tomó, pero no habló durante mucho tiempo. Ella no se atrevió a protestar, algo en esos ojos de color verde oscuro la mantuvo en su lugar. Poder, pensó, había una increíble sensación de poder en él. Luego habló, y el whisky decadente de su voz casi la cegó por sus propias palabras. —Soy Deacon. Eres mucho más pequeña de lo que sugiere tu reputación. Ella tiró con fuerza de la mano. —Gracias. Y no te ofrezcas a ayudar la próxima vez. La mayoría de los hombres se hubiera marchado de pronto con el ego golpeado. Deacon simplemente se quedó allí, mirándola con aquellos ojos intensos. —No fue una crítica.
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¿Por qué diablos estaba ella todavía aquí? —Tengo que entregar a Rodney a su amo. —Tienes una reputación. —Él se acercó, con los ojos fijos en la correa que dividía en dos su cuerpo—. Tú y tu ballesta. ¿Era diversión lo que veía en ese rostro tan serio? —No la critiques hasta que la hayas probado. Mis flechas están fabricadas para contener las mismas propiedades que el collarín, eso me mantiene fuera de peligro hasta que el blanco lleva el chip de forma segura, y con su capacidad para sanar, apenas duele. —Sin embargo, cuentas con un collarín. Ella se quitó la ballesta. —Muévete. —Estaba tan cerca que todo lo que podía ver era el pecho de Deacon, de un kilómetro de ancho. Tal vez estaba un poco afectada, pero oye, tenía pulso. Él era sexy como el infierno. Eso no cambiaba nada. Era una Cazadora. Y él podría ser del Gremio, pero también era un desconocido—. Mi mejor amiga los adora. —Ella no entendía por qué, pero como Ellie no llevaba ballesta, así estaban niveladas. Sin embargo, Sara se había comprometido a probar esos artilugios, ya que Ellie había probado la ballesta en su última cacería—. Te he dicho que te muevas. Al final, él retrocedió unos cuantos centímetros. Lo suficiente para abrir la puerta del pasajero y colocar la ballesta en el interior. Rodney estaba casi completamente curado, pero había chorreado sangre por todo el interior del coche de alquiler. Maldición. El Gremio cubriría los gastos, pero ella prefería no conducir cerca de esa asquerosidad. —Tengo que entregar el paquete. —Hablemos primero con él. Ella cerró la puerta del pasajero. —¿Y por qué haríamos eso? —¿No tienes curiosidad por saber quién lo cortó? —Tenía unas pestañas ridículamente largas, pensó. Oscuras, sedosas y complemente injusto para un hombre. —Probablemente algún grupo que odia a los vampiros. —Frunció el ceño—. Imbéciles. Nunca se les ocurre que están atacando a alguien que es marido, padre o hermano. No dejaba de mirarla. —¿Qué? —Se frotó la cara, contenta de que el tono oscuro de su piel ocultara la reacción estúpidamente caliente por ese extraño. Pero no había nada de malo en mirar, ¿verdad? —Ellos me dijeron que tenías la piel morena, ojos marrones y pelo negro. Eso sonaba bastante bien. — ¿Quién son “ellos”? —Te lo diré después de que hablemos con el vampiro.
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—¿Zanahoria y palo? —Entrecerró los ojos—. No soy un conejo. Los labios de él se curvaron un poco en las esquinas. —Por el bien de la camaradería. —Metiendo la mano en su chaqueta de cuero destrozada, sacó la identificación del Gremio. Lo suficientemente curiosa como para no lanzarse piedras contra su propio tejado, hizo una señal con la cabeza hacia el coche. —Iré en el asiento delantero y le sacaré el collarín. —Desafortunadamente, o afortunadamente, dependiendo del punto de vista, los vampiros no podía hablar mientras llevaran el chip—. Tú irás en la parte de atrás y te asegurarás que él no… —No quepo en el coche. Lo miró de arriba abajo. Era todo lo que podría hacer para no pedirle que se desnudara para así poder lamerlo de pies a cabeza. —Está bien —dijo, empujando las hormonas repentinamente cargadas de energía de vuelta al almacén—. Nuevo plan. Bajaré la ventanilla y le rodeas el cuello con el brazo mientras hablamos. Y eso fue lo que hicieron. Rodney estuvo más que feliz de charlar una vez Sara se presentó. —Te gusta disparar a la gente. —Lo hizo sonar como si ella fuera una maníaca—. ¡Con un arco y una flecha! —Estás algo atrasado. Cambié a ballesta el año pasado. —Era más rápida, aunque añoraba un poco el arco diseñado especialmente para ella. Tal vez volviera a él—. Y ni siquiera duele. —Eso dices. Ella parpadeó. —¿Qué edad tienes? —Acabo de cumplir los tres. —Los vampiros contaban su edad desde el momento de la Conversión. Sara negó con la cabeza. —¿Y trataste de huir? ¿Por qué diablos harías algo tan estúpido? —Su sire, el señor Lacarre, estaba algo más que loco. —No lo sé. —Se encogió de hombros—. Me pareció una buena idea en ese momento. Claramente, no estaban tratando con el más listo de la clase. —Vaaale. —Sus ojos se encontraron con los de Deacon. Ni una onda en sus tenebrosas profundidades verdes, pero ella podría haber jurado que estaba conteniendo la risa. Mordiendo su propia sonrisa, volvió su atención a Rodney—. Una pregunta simple.
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—Oh, bien. —El vampiro sonrió, mostrando ambos colmillos, algo que los más viejos nunca harían—. No me gustan las cosas difíciles. —¿Quién te cortó, Rod? Él tragó saliva y parpadeó rápidamente. —Nadie. —¿Así que trataste de decapitarte tú mismo? —Sí. —Asintió con la cabeza, lo que significaba que Deacon lo aferraba muy ligeramente. No es que importara. Sara tenía la ballesta como seguro. —Rodney. —Puso toda la amenaza de que era capaz en esa sola palabra—. No me mientas. Volvió a parpadear y… —¡Oh Dios mío!—, iba a llorar. Ahora se sentía como un matón. —Vamos, Rod. ¿Por qué tienes miedo? —Porque. —Porque… —Pensó acerca de lo que podría asustar tanto a un vampiro—. ¿Fue un ángel? —Si hubiera sido su sire, no podría hacer nada al respecto, excepto informar del bastardo a la Sociedad Protectora de Vampiros. Sin embargo, también era posible que el ataque hubiera sido orquestado por uno de los enemigos de Lacarre, en cuyo caso el ángel se encargaría por su cuenta. —No. —Rodney parecía lo suficientemente conmocionado como para decirle la verdad —. Por supuesto que no. Los ángeles nos convierten. No nos matan. Y el chico vivía en un mundo de fantasía. —Entonces, ¿quién más te asusta tanto? —Captó de nuevo los ojos de Deacon en ese momento y encontró la respuesta en sus ya no divertidas profundidades—. Un cazador. —O alguien que Rodney había confundido por un cazador. Porque los cazadores auténticos no mataban vampiros. Rodney comenzó a lloriquear. —Por favor, no me hagáis daño. No hice nada. —Oye. —Sara se estiró e, ignorando su mueca de desagrado, le dio una palmadita en el hombro—. Me interesa recoger mi gratificación por tu recuperación. Sólo consigo la mitad si estás muerto, así que no tiene sentido que te mate. Rodney la miraba con una gema brillante de esperanza en sus ojos. —¿En serio? —Sí. —Que pasa con… —Bajando la voz, señaló el brazo alrededor de su cuello. Deacon habló por primera vez. —Soy su novio. Hago lo que ella dice.
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Se lo quedó mirando fijamente, pero al parecer Rodney encontró la afirmación muy tranquilizadora. —Si tú eres la jefa —le dijo a Sara—, puedo decírtelo. A mi Mindy, le gusta ser la jefa, también. Me dijo que debería escaparme y que podríamos seguir como en un crucero. Sara le presionó un dedo sobre los labios. —Céntrate, Rodney. Cuéntame sobre el Cazador que te cortó. —Me dijo que todos los cazadores odian a los vampiros. —La voz de Rodney se hizo más baja—. No lo sabía. Sé que vuestro trabajo es rastrearnos, pero no creí que nos odiarais. —Y no lo hacemos. —Sara quiso palmearle en la cabeza. ¡Jesús!—. Él sólo estaba siendo mezquino. —¿Eso crees? —Lo sé. ¿Qué más te dijo? —Que los vampiros eran la escoria de la tierra, y que los ángeles estaban siendo contaminados por nuestra presencia. —Hizo una mueca—. No sé cómo podría ser eso cierto ya que los ángeles nos convierten. Sara estaba tan sorprendida por el repentino estallido de sentido común que necesitó un segundo para procesarlo. —Sí, es cierto. Así que estaba mintiendo. ¿Dijo algo más? —No, simplemente sacó la espada… ¿Espada? —Y trató de cortarme la cabeza. —Se echó hacia atrás, historia terminada. —¿Qué aspecto tenía? —preguntó Deacon. Rodney dio un salto, como si se hubiera olvidado del peligro a su espalda. —No pude verlo. Iba todo de negro y llevaba una máscara negra. Pero era alto. Y fuerte. Lo que incluía a la mitad de los Cazadores del Gremio. Sara trató de sonsacarle más a Rodney, pero fue un fracaso. Poniéndole el collarín otra vez, condujo hacia la casa de Lacarre, muy consciente de que Deacon les seguía en un gran monstruo de moto. Se quedó fuera del portón mientras ella iba a entregar a Rodney. El amo de Rodney estaba esperando en la sala de estar de su casa palaciega. —Pasa —le ordenó. Sara le quitó el collarín y lo puso sobre la mesa para que Lacarre lo devolviera al Gremio mientras Rodney arrastraba los pies como si fuera un colegial penitente. Chasqueando las alas color crema para cerrarlas con furia, el ángel recogió un sobre de la mesa. —El recibo confirmando el pago. Lo envié tan pronto llamó para decirme que tenía a Rodney. Comprobándolo rápidamente, se lo deslizó en un bolsillo.
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—Gracias. —Sra. Haziz —dijo, frunciendo el ceño—, seré franco con usted. Nunca pensé que Rodney intentara escapar. No estoy seguro de cómo castigarle. Sara no estaba acostumbrada a hablar con los ángeles más tiempo del que le llevaba coger el pago. En la mayoría de los casos, ni siquiera entonces les veía, eran demasiado importantes para mezclarse con simples mortales. Para eso estaban los vampiros. —¿Conoce a Mindy? Lacarre se calmó. —Sí. Es una de mis vampiros de mayor rango. —¿Es del tipo celoso? —Hmm, ya veo. —Un asentimiento con la cabeza—. He estado pasando tiempo extra con Rodney, es un niño y tengo miedo que se lo vayan a comer si no le enseño algunas habilidades. Sara ni siquiera iba a preguntar cómo había conseguido Rodney pasar el proceso de selección de candidatos. Tanta gente quería ser convertida, que era cualquier cosa excepto una certeza. —No es un lumbreras —dijo ella—. Creo que si le castiga con demasiada severidad, se romperá. El Sr. Lacarre asintió con la cabeza. —Muy bien, Cazadora del Gremio. Gracias. —Fue una despedida. Dejando a Rodney con un amo que seguía irritado, aunque ya no furioso, se sintió vagamente mal. Pero el vampiro había hecho su elección cuando se le preguntó para ser convertido. Ahora sería el esclavo de alguien durante los próximos noventa y siete años. Mientras salía, se cruzó por el camino con una pelirroja esbelta. La mujer iba vestida con un atrevido conjunto escarlata que moldeaba su cuerpo como una segunda piel. Hizo una afirmación. Hubiera seguido su camino, pero la pelirroja la detuvo. —Trajiste a Rodney de regreso. Mindy. —Es mi trabajo. La vampiro de más edad —mucha más de la que tan fácilmente ocultaba a la humanidad — casi apretó los dientes. —No esperaba que sobreviviera tanto tiempo, casi no puede atarse los cordones de los zapatos. —¿Cómo llegó a ser un Convertido? —preguntó Sara, incapaz de tragarse la curiosidad por más tiempo.
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Mindy hizo un gesto con la mano. —Él estaba bien antes… —Pareció darse cuenta muy tarde de con quién estaba hablando —. Adiós, Cazadora del Gremio. —Adiós. Interesante, pensó Sara. Todo el mundo sabía, incluso sin que la idea hubiera sido confirmada, que un pequeño porcentaje de los candidatos se volvía loco después de la transformación. Esta era la primera vez que había visto un ejemplo de alguien que había minimizado los efectos. Deacon no estaba cerca cuando volvió de nuevo al coche de alquiler, pero la encontró otra vez en el momento en que llegó al hotel. Aparcó en el garaje subterráneo y salió para verlo detener esa monstruosa moto a su lado. —¿Cómo has pasado la seguridad? Se quitó el caso, se desabrochó la cazadora y se columpió fuera de la moto. Magnífico músculo masculino. Oh, tan tocable. Algo muy apretado en su estómago se volvió aún más apretado. Querido Dios, el hombre era sexo con piernas.
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CAPÍTULO 2
Tomando una respiración profunda para apartar la fiebre del hambre cruda, se dirigió a los ascensores con la bolsa de armas en la mano. La experiencia le dijo que la administración se pondría un poco quisquillosa si ella entraba con la ballesta a cuestas. —¿Y? ¿La seguridad? —Es una mierda. Esa fue su estimación, también. —Era la posición más conveniente para esta cacería. Estar atrapada en un ascensor con el hombre era un ejercicio de frustración. Su olor; jabón y piel, que se calentaba desde dentro para crear algo que únicamente Deacon —puro macho con un borde de acero— envolvería a su alrededor como un afrodisíaco. Como no podía dejar de respirar, estaba sobredosificada en el momento en que el ascensor los rebotó en el tercer piso. —Quédate aquí. —Ella mantuvo la mano en alto—. Tengo que comprobar tus credenciales. Él apoyó la espalda contra la pared frente a su puerta. —Saluda a Simon de mi parte. Vigilándole, deslizó la tarjeta llave y entró en la habitación. Era bastante básica, una cama de matrimonio al lado de una pequeña cómoda, una mesa con el espacio suficiente para el teléfono del hotel y tal vez un ordenador portátil y, un par de sillas. En realidad, todo lo que necesitaba, mientras estaba en una cacería. La llamada al teléfono móvil de Simon llegó sin problemas. —Deacon —dijo al instante en que él lo cogió—. ¿Quién es y por qué está aquí? —Dame una descripción. Ella lo hizo.
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—¿Y? —Sí, ese es Deacon. Está en un trabajo y es algo en lo que quiero que participes también. ¿Asumo que has completado la recuperación de Lacarre? —Sí. —Intrigada por lo que no estaba diciendo, ella se puso una mano en la cadera—. ¿Cuál es el trabajo, y si tiene algo que ver con vampiros que acaban con la cabeza cortada? —Deacon te lo explicará. Tenemos que resolver esto rápidamente. —Lo haré. —Ella hizo una pausa—. Simon. El otro asunto… —Tranquila, Sara. No hay que tomar la decisión hoy. Ni tampoco mañana. Pero Sara sabía que tenía que hacerlo. —Después de este trabajo. Te daré una respuesta. —La esperaré. —Una pausa—. Sara, Deacon es extremadamente peligroso. Ten cuidado. —Yo también soy muy peligrosa. —Tras colgar después de unas cuantas palabras más, se fue a la puerta y la abrió. El hombre en cuestión estaba parado en el umbral. Sus ojos se dirigieron hacia el maletón que se había materializado a sus pies—. Vaya. No vas a quedarte aquí. —Tengo mucho que contarte. Dormiré en el suelo. Su veta curiosa a veces era un dolor en el culo. —Sí, lo harás. —Haciéndole un gesto para que entrara, cerró la puerta—. Así que, déjame adivinar, tenemos que encontrar y neutralizar a este psicópata que finge ser un Cazador. —Que ella supiera habían habido cinco asesinatos en la última semana y media. Todos vampiros. Todos muertos por decapitación. Deacon dejó caer la mochila en el suelo junto a ella y se quitó la cazadora para revelar una gruesa camisa azul marino que hacía sus ojos aún más brillantes. —No estoy tan seguro de que finja. He estado tras su rastro desde el día siguiente al segundo asesinato, y todas las señales apuntan a un cazador. —No te creo —dijo ella, permaneciendo junto a la puerta con los brazos cruzados. Poniendo la cazadora en el respaldo de una silla, la sacó y tomó asiento antes de agacharse a desatarse las botas. —No significa que no sea verdad. —Los Cazadores no van por ahí matando a gente inocente. —No era lo que ellos eran, lo que hacían. Era un honor ser Cazador—. Nos aseguramos que los vampiros no acaben muertos tan a menudo como ya lo hacen. —Cuenta la leyenda que antes de la formación del Gremio, los vampiros que se atrevían a escapar eran ejecutados tan pronto eran descubiertos. Después de haberse quitado las botas y los calcetines, Deacon estiró las piernas y reclinó el respaldo de la silla contra la mesa con la determinación en los ojos. —Bill James.
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Fue un puñetazo en las tripas, un maldito cuchillo en el corazón. —¿Cómo sabes eso? —Nadie excepto los tres cazadores que habían ido tras él, y Simon, por supuesto, sabían de Bill. Para los demás, había muerto un héroe, había recibido un funeral completo del Gremio. Deacon continuó mirándola con absoluta e inquebrantable atención, una calma que la hizo preguntarse si el hombre alguna vez la perdía. —Mi nombre es Deacon, pero la mayoría de la gente me conoce como el Asesino. Ella se lo quedó mirando fijamente. Él no estaba bromeando. Joder. Apartándose de la puerta, caminó tranquilamente hacia la cama y se sentó en el borde. —Pensé que te inventaron. Como el hombre del saco. —El Gremio recluta y entrena a algunos de los hombres y mujeres más mortíferos del mundo. Necesitamos un hombre del saco. Ella negó con la cabeza. —Ellie nunca se va a creer que he conocido al Asesino. —Era una broma, el nombre. Sacado de un programa de televisión—. ¿De verdad el Gremio tiene a un cazador cuyo trabajo es cazar a los nuestros? —Sólo cuando es necesario. —Él no volvió a hablar hasta que ella levantó la cabeza—. Y sabes que a veces es necesario. —Bill era una aberración —dijo—. Algo se rompió en él. —El otro Cazador se había dedicado a matar niños, tratándolos tan salvajemente con una falta de humanidad que la hizo tragar saliva incluso ahora. —Cazar a los nuestros es algo raro —reconoció Deacon—. Pero sucede. Por eso siempre hay un Asesino en el Gremio. —¿Por qué no rastreaste a Bill? —Porque fue Elena, la que tuvo que matar al cazador más viejo. Sara estuvo decidida a hacer la tarea —haciendo de tripas corazón—, Bill era su amigo, pero había sido el mentor de Ellie. Pero Bill la había atacado con una palanca en una emboscada que ninguno de ellos había visto venir. Ella quedó inconsciente antes de caer al suelo. Y su mejor amiga había tenido que apuñalar a su mentor hasta la muerte. «Me miró como si le hubiera traicionado, le había dicho Ellie después, con el rostro salpicado de la sangre de Bill. Sé que tenía que morir, pero no puedo dejar de pensar que estaba bien. Su sangre estaba tan caliente.» —Desviarse del rumbo es mala suerte —dijo Deacon, arrastrándola de vuela al presente —. La situación se volvió crítica tan rápido que no pude regresar a tiempo, estaba en la otra punta del mundo. —Él no se movió, un depredador en reposo. —¿Cazando? —Negocios —le dijo para su sorpresa—. Casi nunca llaman al Asesino para eso. Soy un fabricante de armas por vocación.
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—¿Deacon? Espera un momento. —Tirando de su bolsa, abrió la cremallera y sacó la ballesta. La familiar, estilizada D la miraba desde la base de la culata—. ¿Éste es tu trabajo? Un pequeño gesto con la cabeza. —Fabrico herramientas para los Cazadores. —Eres lo mejor que hay. —Ésta ballesta le había costado una fortuna. Al igual que el arco que adoraba—. ¿Y matas en tu tiempo libre? Qué bonito. —Sacudiendo la cabeza, devolvió la ballesta a la bolsa—. ¿Cómo es que nunca he oído hablar de ti? —No es una buena idea ser amigo de la gente que algún día podrías tener que matar. —Una vida solitaria. —Ella no había tenido intención de ser tan ruda, pero no podría imaginarse esa clase de existencia. Ella no era una persona social, todavía no al menos, tenía un grupo de amigos que la mantenían cuerda y equilibrada. —Los Asesinos son elegidos entre los solitarios. —Alzando las manos, se desabrochó los primeros botones de su camisa—. ¿Quieres ducharte primero? Quería lamerse los labios, eso es lo que quería hacer. La dorada piel del hombre, estirada y fuerte, sobre ese físico musculoso y, ella podía ver oscuros rizos de pelo en el triángulo abierto de la camisa. Su cuerpo se tensó… expectante, listo. Hora de una ducha fría. —Gracias. —dijo, levantándose—. Lo haré rápido. Deacon se limitó a asentir mientras ella agarraba su equipo y se ponía en marcha. El Asesino era delicioso, eso era incuestionable, pero ella no estaba en el mercado de un amante. No cuando estaba a punto de tomar la decisión más importante de su vida. Una decisión que podría hacer que su existencia fuera aún más solitaria que la de Deacon. Los Cazadores varones eran, por regla general, unos idiotas machistas y, eso en el mejor de los casos. Desempeñar un papel secundario no era nada fácil. Y mucho menos si ese papel secundario era ser el hombre del director del Gremio.
Deacon, finalmente, aflojó la mano que había cerrado en un puño en el instante en que se sentó en la silla. Sara Haziz no era la mujer que había esperado. Simon tendría que darle algunas explicaciones. —Piel morena, ojos marrones, cabello negro, mi culo —murmuró en voz baja. La mujer era una fantasía erótica vuelta a la vida. Pequeña, curvilínea, perfecta. Brillante piel café con leche, pelo que probablemente le caería hasta la cintura cuando se soltara esa trenza apretada, y unos ojos marrones tan grandes que veían a través de él. Esta no era la mujer que Simon había descrito como su “sucesora sensata”. Eso la hacía parecer tan interesante como el cuero de zapatos. Por no mencionar el poder bajo la superficie, la fuerza en esa columna vertebral. Él la había conocido hace un par de horas, y ya sabía que podría patearle las pelotas al mejor de ellos. La mujer sería una directora del Gremio perfecta.
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Lo que significaba que debería mantener sus manos y sus pensamientos, quietos. Ningún chupetón en el cuello sexy de Sara. Y otras partes de su cuerpo. El cargo de director del Gremio era necesariamente público. Deacon no era público. Pero no es la directora todavía. Él golpeó ligeramente el dedo sobre el muslo cubierto con el tejano, con un ojo en la cama. Él quería a Sara. Y no la quería para un revolcón. Pero seducirla no estaba en el orden del día. «Mantenla a salvo. Ella no aceptará un guardaespaldas, pero puedes conseguir lo mismo manteniéndola contigo en la caza. Trabajo solo. La cara de Simon era de granito. Dura. Es una de mis mejores Cazadoras, no te ralentizará. Si es una de las mejores, ¿por qué necesita niñera? Porque el Grupo sabe que es mi elegida para sucederme. No la elegí para que ciertos arcángeles la “pongan a prueba”. Deacon levantó una ceja. ¿Te pusieron a prueba? Casi me mataron. —Palabras sinceras—. Es difícil ganar tú solo contra cinco vampiros antiguos. Yo sobreviví porque me encontraba con mi esposa en ese momento. Dos Cazadores cabreados contra cinco vampiros mejora mucho las probabilidades.» Así que aquí estaba sentado, escuchando la cascada de agua en el baño mientras fantaseaba con besar lentamente el camino descendente por el cuerpo de Sara. Eso no ayudaba a reducir su excitación. Y si ella salía para encontrarlo duro como una maldita piedra, sabía muy bien que se pasaría la noche en el pasillo de fuera. Eso, no podría ocurrir, no podía perderla de vista. Simon había sido muy claro al respecto. Si los arcángeles planeaban ponerla a prueba, lo harían cuando pensaran que ella era vulnerable. Así que tendría que asegurarse que nunca lo fuera. Pasándose una mano por el pelo, se levantó y comprobó la habitación. Era bastante segura. Sin ventanas al exterior, claustrofóbica pero segura, sin entradas o salidas aparte de la puerta, que bloqueó con una herramienta especial de su propia creación, y ningún conducto de ventilación lo bastante grande para que algo lo atravesara. En el momento que Sara salió de la ducha envuelta en una túnica del hotel, suave y esponjosa, frotándose el pelo con una toalla a juego, estaba lo suficiente confiado sobre su seguridad para ir a tomar su propia ducha. Una helada. ¡Cristo! Él apretó los dientes y aguantó la acometida. Complacer a su polla no era tan importante como asegurar que el Gremio continuara. Él le había preguntado a Simon al respecto. ¿Por qué los arcángeles sabotearían una organización que hacía sus vidas muchísimo más fáciles?
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«Es un juego —le dijo Simon—. Ellos nos necesitan, pero nunca nos dejan olvidar que son los más poderosos. Atacarme, atacar a Sara, no es para detener al Gremio, es para recordarnos que el Grupo nos observa.»
Sara oyó el agua correr y rápidamente terminó de secarse el pelo antes de recoger su teléfono móvil. No tenía ni idea de qué hora sería en la zona donde estaba Ellie, pero su mejor amiga respondió después de una única llamada. —Sara —dijo—, ¿sabes la maña que se necesita para envolver jarrones de porcelana de un metro de altura para que no se rompan durante el transporte? ¡Y lo hice! Estos hermosos bebés no tienen ni un rasguño. Genio, tu nombre es Elena. —¿Tengo que preguntar? —Fueron un regalo. —Ellie sonaba encantada—. Quedarán perfectos en mi sala de estar. O tal vez uno en el dormitorio y otro en la sala de estar. La preocupación de Ellie con su decoración le tocó una fibra familiar a Sara. Los Cazadores hacían nidos. Era una reacción al hecho de pasar tanto tiempo en la carretera, y en los barrios bajos. La de Sara era peor que la mayoría, adoraba a sus padres, pero eran unos hippies irresponsables en el mejor de los casos. Ya había estado en diez escuelas diferentes en el momento en que contaba siete años. Un hogar sólido, estable, era tan necesario para ella como respirar. —No puedo esperar a verlos. —Pareces contenta. —He conocido al Asesino. Una pausa. —No me digas. —Soltó un silbido largo—. ¿Da miedo? —Oh, sí. Construido como un tanque. —Si Deacon alguna vez iba tras ella, tendría que asegurarse de que nunca se le acercara lo suficiente para golpearla. Un solo puñetazo con uno de esos grandes puños y le rompería el cuello—. Ellie, hay un Cazador que anda matando vampiros. —Joder. —La voz de Elena cambió, se volvió más oscura—. ¿Lo estás cazando? —Sí. —Estoy en Nueva York, aterricé hace unas horas. Puedo coger el siguiente vuelo. Sara ya estaba sacudiendo la cabeza. —No sé lo que está pasando todavía. —No puedes ir tras él sola. —No estoy sola. Deacon está conmigo. —¿El Asesino? —Su alivio fue evidente—. Bien. Mira, Sara, he oído cosas.
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—¿Qué? —Todos nosotros sabemos que tienes el puesto de Simon en el momento que desees. Pero tuve una conversación con un vampiro de alto nivel en el avión de vuelta y sabía tu nombre. Simon le había advertido de ello. —El Grupo está interesado en el próximo director del Gremio. El silencio de Elena se hizo muy largo. —Sé que no puedes huir y esconderte de esto, así que solo te diré: ten mucho cuidado. Los arcángeles no se acercan para nada a los humanos. No me gustaría estar ni a tres metros de uno de ellos. —No creo que ninguno de ellos se moleste en revisarme personalmente, probablemente envíen a alguno de sus vampiros a echar un vistazo. —Y ella sabía cómo manejar a los vampiros. —Qué suerte tienes con el Asesino. Mano de obra seria cuando lo necesitas. —Un leve sonido metálico atravesó la línea—. Tengo que irme. Creo que la comida a domicilio ya ha llegado. Colgando, Sara se quedó mirando el teléfono. Sí, qué suerte, ¿verdad?, lo que Deacon le había mostrado de sí mismo cuando pasaba la mayor parte de su tiempo en las sombras. Y que conveniente que ella fuera enviada a una cacería en la misma ciudad donde se estaban produciendo los asesinatos en serie. Con los ojos entornados, esperó.
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CAPÍTULO 3
Deacon salió un par de minutos más tarde, vestido con nada más que un par de tejanos. Sus hormonas bailaron. Casi un maldito foxtrot. Ella se negó a tomar parte. —Simon te envió. Para su mérito, él no se molestó en negarlo. —Dos pájaros. De un tiro. —Cogiendo una camiseta nueva de la mochila, se la pasó por la cabeza—. Sabes que es la decisión correcta. El hecho de que sonara tan fríamente lógico le dieron ganas de pegarle un tiro con la ballesta sólo para probar su punto de vista. —La directora del Gremio no puede parecer débil. —Tampoco puede parecer estúpida. —Había una voluntad inflexible en esos ojos de bosques de medianoche. Dejando el móvil que había estado exprimiendo casi hasta la muerte, ella sacó un cepillo y comenzó a deslizarlo por el pelo. —Cuéntame sobre el asesino. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda ser un impostor? Él no dijo nada durante unos segundos, como si no confiara en su capitulación repentina. —Sí. Pero ahora mismo tengo a tres posibles, todos Cazadores. Les visitaremos uno por uno. —¿Esta noche? Un pequeño gesto de cabeza. —Creo que le daremos cuatro horas, tiempo suficiente para que el asesino baje la guardia. —¿Por qué no lo seguiste después que golpeara a Rodney? —No había un rastro visible. Ella soltó un bufido.
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—Y tu trabajo es ser mi canguro. —Ser tu canguro no es lo quiero hacer. —Calmadas e intensas palabras le acariciaron la piel como terciopelo vivo—. Pero como llevarte a la cama está fuera de los límites, tengo que conformarme con ser tu canguro. Un fuego crudo y oscuro explotó a través de su piel. —¿Qué te hace pensar que te dejaría acercarte a un pie de mí? —Su voz mantenía el borde áspero del deseo, pero podría haber sido fácilmente ira. —¿Qué te hace pensar que te lo preguntaría? —Intenta algo y te destriparé alegremente con tu propio cuchillo. Deacon sonrió. Y pasó de sexy a devastador. —Esto va a ser divertido.
Sin embargo, cuatro horas de sueño irregular más tarde, ella no estaba de humor para jugar. Poniéndose su equipo antes de unirse a Deacon en el corredor, se ajustó la ballesta y apretó la mandíbula. —No me gusta tener que cazar a uno de los nuestros. Silencio. Ella lo miró mientras caminaban hacia el garaje, y no vio nada. Ninguna expresión. Ninguna emoción. Ninguna piedad. En ese momento, él era el Asesino. —¿Cuántos has tenido que matar? —Cinco. Ella dejó escapar el aliento ante esa única palabra, y abrió la puerta a las escaleras. No tenía sentido que volvieran locos a la seguridad del hotel siendo captados por las cámaras del ascensor, armados hasta los dientes. —¿Por qué tú? —Tiene que ser alguien. Ella lo entendía todo sobre eso. —Nunca quise ser directora del Gremio. —Es por eso que fuiste elegida. Tú harás lo que el director tenga que hacer. —¿A diferencia de? Él salió primero, y ella supo que era un gesto de protección. Molesta, pero en la escala de molestias, poco. —Sabes lo de París. Tenían a ese director hace unos años que se dedicó a la política en su puesto. Casi consigue que maten a todos sus Cazadores, tan ocupado que estaba recibiendo ovaciones del público.
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Sara asintió con la cabeza y se dirigió a la moto, el método de transporte elegido para esa noche. —Siempre me pregunté cómo pudo haber pasado. —Los Cazadores eran rudos, francos en su conjunto. La superficie resbaladiza les volvió desconfiados. —Algunas personas dicen que llegaron a un acuerdo con una cábala poderosa de vampiros, que influyeron en la votación. Se rumoreaba que los vampiros más antiguos tenían habilidades de control mental, y una de las aptitudes más importantes de Sara para el cargo de directora del Gremio era que tenía una inmunidad natural para todas las habilidades vampíricas. Al igual que Ellie y el otro Cazador de nacimiento, ella siempre había estado destinada al Gremio. —Me sorprende que todavía esté vivo. —No estés tan segura. No se le ha visto desde que fue depuesto del cargo. —Dándole un casco de repuesto, él observó mientras se lo ponía y después se puso el suyo—. ¿Puedes oírme? Ella asintió con la cabeza, dándose cuenta de que los cascos llevaban micrófonos. —¿Dónde vamos primero? —Timothy Lee. Es más bajo del que describió Rodney, pero Rod estaba traumatizado. No podemos confiar en su memoria. Estaba a punto de contestarle cuando de repente supo que ya no estaban solos en el garaje. Ya montada a horcajadas en la moto detrás de Deacon, miró hacia la puerta que habían usado para salir a las escaleras y vio a un vampiro. Ella no tuvo que preguntarle a Deacon si lo había visto. El Asesino se había quedado inmóvil en el mismo instante que ella. Encontrándose con la mirada del vampiro, sintió como el vello de la nuca se le erizaba. Era uno de los antiguos, su poder era tan potente que espesaba el aire hasta que casi no podía respirar. Como él no dijo nada, ella decidió permanecer en silencio, también. Deacon puso en marcha la moto y echó marcha atrás en el área. —Vigílale —dijo en el micrófono. Cuando giró la moto, ella volvió la cabeza para mantener el vampiro a la vista. El macho alto y de pelo oscuro ni siquiera parpadeó mientras ellos se conducían fuera del garaje. —Juegos —murmuró ella—. Están haciéndome saber que estoy siendo observada. —Prueban tu fuerza. —Entiendo su punto de vista. ¿Te imaginas lo que le sucedería al mundo si alguna de las mayores oficinas tuviera un director débil? —París —dijo Deacon de nuevo. Ella asintió con la cabeza, aunque él no podía verla. —¿Cuál era su nombre, Jarvis?
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—Jervois. —Así es. —La debilidad de Jervois había dado lugar a una desorganización del Gremio Europeo. Los vampiros se habían aprovechado de inmediato. La mayoría habían escapado, simplemente, con la intención de perderse en el mundo. Pero unos pocos… —Varios vampiros cedieron a la sed de sangre. Los reportajes dijeron que por las calles corría la sangre. —No estaban muy equivocados. París perdió un diez por ciento de su población en tan solo un mes. Aportando tales términos finitos, el horror era escalofriante. —¿Por qué no actuaron los ángeles? —En su Nueva York natal, Raphael dirigía la función, y por lo que Sara sabía, ningún vampiro lleno de sed de sangre había puesto un pie en la ciudad. Como eso era estadísticamente imposible, obviamente, Raphael se había ocupado de los problemas con tal impecable eficiencia que nadie había oído ni un murmullo. —La verdad es —la voz de Deacon se volvió fría—, que Michaela decidió que los humanos necesitaban una lección de humildad. Michaela era una de las arcángeles más notorias, de una belleza impresionante que gozaba lo suficiente con la atención como para posar ante los medios de comunicación humanos en ocasiones. —Creo que ella —dijo Sara—, estaría encantada de empujarnos a todos a una época en la que era considerada como una diosa. —Hay un montón de gente, incluso ahora que ven a los ángeles como mensajeros de Dios. —¿Y tú? —Otras especies —dijo—. Tal vez son en lo que nos convertiremos en los próximos millones de años. Era una hipótesis interesante. Sara no sabía qué pensar. Los ángeles habían estado presentes desde antes de las primeras pinturas en las cuevas. Había tantas explicaciones para su existencia como estrellas en el cielo. Y si los ángeles conocían la verdad, no la decían. —Entonces, ¿por qué Timothy Lee? —Él ha estado en la ciudad durante todos los asesinatos y es capaz de hacer el trabajo… —Todos somos capaces. —Sí. Sí, bueno, eso no importa tanto, pero Timothy es un Cazador muy dedicado. Él no lo ve como un trabajo, sino como una vocación. —¿Es un Cazador de nacimiento? —Después de haber sido la mejor amiga de Ellie durante tantos años, ella sabía que, para los que nacen con la capacidad de oler la pista de los vampiros, entrar en el gremio no era tanto una elección como una compulsión. —No. Pero adora a los Cazadores de nacimiento. —No es saludable, pero tampoco psicópata.
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Deacon asintió con la cabeza. —Es por eso que él es uno de los tres. Los otros dos tienen su propia idiosincrasia, pero todos los Cazadores son extraños en algún grado. —Has conocido a Ashwini, ¿no? Ella le oyó atragantarse. —Conocer no es la palabra correcta. Ella me disparó la primera vez que nos vimos. —Suena bastante bien. —Ella sonrió, pero no duró mucho—. Si se trata de uno de estos tres, ¿le ejecutarás? —Sí. —¿Sin policía? —Estoy autorizado para ello. La ley nunca se involucra. —Una pausa—. Se alegran que nos vigilemos nosotros mismos. Los Cazadores que se vuelven malos tienden a aumentar la cifra de muertos. —Como los vampiros. Él no dijo nada, pero ella sintió que estaba de acuerdo por la calma tensa de su cuerpo. Misteriosamente tranquila, la noche parecía desalentar la conversación, y circularon en silencio hasta que Deacon se detuvo en el lateral de una oscura y silenciosa calle. —Iremos a pie desde aquí. Guardando el casco junto al de él, lo siguió mientras la guiaba calle abajo hasta una reja de malla. Ella frunció el ceño. —Esto parece un depósito de chatarra. —Lo es. Bueno, eso era realmente extraño. Los Cazadores casi nunca vivían en lugares de mierda. Se les pagaba muy bien por arriesgar el cuello cazando vampiros que fácilmente podían rompérselos. —Sobre gustos no hay nada escrito. —Tiene un perro del infierno. Ella creyó haberle oído mal. —¿Has dicho perro del infierno? —Visiones de ojos rojos pulsando en un efluvio de azufre le bailaron por la cabeza. Y después comenzaron los tridentes a dar vueltas. —Grande, negro, probablemente te arrancará la mano si lo miras mal. Timothy le llama la Chica de Lucifer—. Él cogió algo de su bolsillo—. Dardo tranquilizante. —Y lo hizo desaparecer, si ella no lo hubiera visto, nunca se hubiera imaginado que pudiera moverse tan rápido. Se quedó con él, ambos peleando con el cierre de la cadena hasta que cayó al suelo con el silencioso Cazador al otro lado. No hubo ningún ladrido, nada que les alertara que se habían
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convertido en presa. La Chica de Lucifer salió de la oscuridad como un torbellino furioso. Sara se agachó instintivamente y el cuerpo del perro saltó sobre ella… para encontrarse con el tranquilizante claramente de acción rápida en la mano de Deacon. En lugar de dejar que el perro cayera al suelo, Deacon atrapó su musculosa masa y la bajó suavemente hasta el suelo. —Te gusta —dijo Sara, incrédula. Deacon acarició el lomo palpitante del perro. —¿Por qué no iba a gustarme? Ella es leal, y fuerte. Si tengo que ejecutar a Timothy, echará de menos a su amo. —La adoptarías, ¿no? —Ella sacudió la cabeza—. Pues olvídate de conseguir una cita. Él levantó la cabeza, mirándola de esa manera atenta suya. —¿No eres una fan? —Tiene unos colmillos de veinte centímetros. —Vale, era una pequeña exageración—. Una mujer tendría que amarte muchísimo para aguantar ese tipo de competencia. —Ella sacudió la cabeza hacia el edificio en el otro lado de la montaña de chatarra y Dios sabía qué más—. ¿Sí? —Vamos. Lucy se quedará tranquila durante un rato. ¿Lucy? Se tomaron su tiempo en encontrar un camino a través de la basura, comprobando las trampas explosivas en el proceso. Cuando por fin llegaron a la choza en ruinas que Timothy llamaba casa, descubrieron que el lugar estaba vacío. Un poco de forcejeo en la entrada y ya estaban dentro, para ver que no había nada parecido a un arma humeante. El hecho de que Tim no estuviera en casa no quería decir nada, los cazadores tenían horarios irregulares normalmente. Vio como Deacon cogía algo de su bolsillo y lo colocaba en el fondo de todos los zapatos que pudo encontrar. —Transmisores —le dijo—. La batería dura aproximadamente dos días. Así que si mata en ese tiempo, y lleva un par de los que he marcado, podré rastrear sus movimientos. —¿Quién sigue en la lista? Él le contestó después que recolocaran los eslabones de la cadena, mimando a Lucy de paso, y esperando el tiempo suficiente para asegurarse de que ella se despejaba bien del tranquilizante. —El siguiente es Shah Mayur. Solitario, hace el trabajo, pero no parece tener ningún contacto con otros Cazadores. —Como alguien que conozco. Deacon ignoró el comentario, montó sobre la moto y arrancó. Sonriendo, ella se apretó contra el calor de su espalda. —¿Qué puso a Shah en tu radar?
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—Se han presentado cinco denuncias contra él por la SPV. La Sociedad Protectora de Vampiros se había creado para detener la crueldad y el prejuicio contra los vampiros. Nunca ganaban juicios —era muy difícil ver a un vampiro como la víctima cuando había fotos de su sangrienta matanza—, pero podrían ser un verdadero dolor de cabeza. —¿Por qué? —Violencia excesiva contra un vampiro durante la recuperación. —Mmm —pensó ella en eso—. ¿Por qué no suenas más emocionado? —Porque las cinco denuncias procedían del mismo vampiro. Su creciente excitación se desinfló. —Probablemente alguien con un interés personal. —Sí, pero tenemos que comprobarlo. Shah Mayur vivía en una casa mucho más común, en términos de su atractivo para los Cazadores. Su apartamento ocupaba por entero el tercer piso de una casa. Sara frunció el ceño. —Colarnos va a ser un problema. —Deacon ya le había dicho que no había acceso interno, así que no podían entrar por las escaleras en la planta baja y la escalerilla que Shah utilizaba para subir y bajar estaba levantada. Eso no quería decir que estuviera en casa. Según el reconocimiento de Deacon, podría subir o bajar por control remoto. Shah no era del tipo confiado. Pero supuestamente estaba en un vuelo a Washington desde hace una hora—. ¿Alguna idea? Deacon había levantado la vista a la pared de atrás cuando ella se volvió hacia él. —¿Puedes subir eso? Ella siguió su mirada a lo que parecía una especie de cañería de agua, una razonablemente importante. —Sí —La petición la sorprendió—. Pensé que me estabas cuidado. —Probablemente estamos bajo vigilancia —le dijo a ella, con voz práctica—. No puedo soltarte por completo. —Eso implica que sí. —Le disparó una dulce sonrisa mezclada con una mordida—. Debemos tener en cuenta otra cosa; si nos están observando, entonces los ángeles y vampiros de alto nivel saben lo que nos traemos entre manos. No voy a entregarles a un Cazador. —La venganza angelical podría destrozar el alma de forma brutal. Deacon estudió su cara, sin pestañear. —Por eso tenemos que llegar a él primero. Le daremos muerte con misericordia. Dando una inclinación de cabeza, aceptó los transmisores que le dio y corrió a la tubería. Ella era la suficientemente ligera y, más importante, con bastante músculo que simplemente
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tuvo que izarse. Cuando llegó al alféizar de la ventana, ella se encontró en una posición fácil y, ancha. Así tan cerca, era una tentación levantar la ventana y entrar, pero se tomó su tiempo revisándolo todo. Mejor así, como pudo comprobar. Shah había preparado un garrote en la apertura, a la altura exacta para cortar a cualquier que entrara. Por el débil brillo, adivinó que estaba cubierto con vidrio molido. Horripilante, pero la seguridad del hogar no era un crimen. Haciendo una doble comprobación de cualquier cable que pudiera estar conectado a una alarma, bajó la mirada a Deacon y señaló la intención para entrar. Él asintió con la cabeza una vez y le hizo una señal. Dos minutos. Levantando la ventana, entró con cuidado, evitando el golpe letal del garrote al flexionarse. Ella se encontró en lo que parecía ser la sala de estar. Estaba oscuro. Pero no lo suficientemente oscuro para esconder al hombre sentado en silencio en el sillón.
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CAPÍTULO 4
—Esperaba a Deacon. —dijo en un tono suave y sedoso. —Shah Mayur, supongo. —Sara Haziz. —Un atisbo de sorpresa—. ¿Desde cuándo eres una Asesina? —Llámalo un trabajo extra. —Ella notó la pistola en su regazo—. Estás preparado. —¿No quieres cortarme la cabeza antes de que tenga la oportunidad de explicar que no soy un asesino homicida? —Esta vez, el tono era irónico. A ella le gustó. No significaba que él no fuera un asesino. —¿Así que si salgo? —No dispararé contra ti. Dile a Deacon que me reuniré con vosotros fuera. —Una pausa —. Y Sara, no es una buena costumbre que la futura directora del Gremio se dedique al allanamiento. — ¿Por qué todo el mundo actúa como si fuera un hecho? —murmuró y se retiró, vigilándole las manos todo el tiempo. Si fuera necesario, podría saltar, se rompería algunos huesos, pero no la mataría. No como haría una bala. Si Shah contestó, ella no lo escuchó. Era mucho más fácil bajar por la cañería de lo que había sido subir. —Bajará para hablar. La cara de Deacon se volvió muy calmada. Peligroso. —Se suponía que no estaría aquí. —Sabía que ibas a venir. Y sabe tu nombre. Ese hecho le volvió todavía más calmado. Sara se sintió fascinada. ¿Alguna vez Deacon se soltaba? ¿O siempre se contenía tanto, incluso en los momentos más íntimos? Eso la tentaba a besarlo, y averiguarlo, pero de la forma en que le atraía, sabía que no se detendría en un beso.
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El susurro de la escalerilla de Shah deslizándose hasta el suelo fue una distracción bienvenida. Ella esperó mientras el otro Cazador bajaba, su pistola en ninguna parte a la vista. Por supuesto, eso simplemente quería decir que era bueno en ocultar su armamento. Elena lo aprobaría, pensó Sara. Su mejor amiga por lo general llevaba puntas ocultas en el pelo, y cuchillos atados a los muslos. Eso era sólo para principiantes. —Hola, Deacon. —Shah resultó ser alto, moreno y muy guapo, con una brillante melena que le rozaba los hombros. —Estoy impresionado. —Deacon se ladeó sutilmente para proteger a Sara. Ella se contuvo de poner los ojos en blanco y aprovechó la oportunidad para recuperar su propia arma de la parte baja de la espalda. Luego se salió de la sombra de Deacon, para tener una línea de visión clara. —El espionaje es lo mío. Trabajo en Inteligencia para el Gremio. ¿El Gremio tenía una división de Inteligencia? Sara se preguntó cuántos secretos más conocería como directora del Gremio. Era una tentación ciertamente, para una mujer tan curiosa como ella. Pero ¿estaba dispuesta a renunciar a todo lo que era, a renunciar a la posibilidad de una familia, niños? Sí, había hombres que estarían más que dispuestos a acostarse con la directora del Gremio, pero no eran la clase de hombres que ella tocaría ni muerta. No, Deacon era su tipo. Frío, controlado y fuerte. Y era casi tan probable que se acostara con la mujer que efectivamente sería su jefe, si aceptaba el cargo de directora, como que empezara a soltar chistes. Refrenando sus pensamientos errantes, ella encontró la mirada de Shah. —¿Y se supone que debemos creerte? Shah se encogió de hombros, dándole una sonrisa secreta. —O podría contarte la vez que tú y Elena disidisteis probar la barra de striptease en Maxie. ¿Cómo coño se había enterado de eso? Ella frunció el ceño. —Si trabajas en Inteligencia, ¿por qué no lo aclaró Simon? —Deacon lleva sus operaciones de forma independiente. —Él se encogió de hombros—. Yo pude hacerme el difícil, pero supongo que vosotros dos sois una apuesta segura en lo que se refiere a mantener secretos. La futura directora y el Asesino. ¿A quién se lo vais a contar? De improviso, Deacon tuvo la mano alrededor del cuello de Shah, y un cuchillo en su abdomen. —Quítate la camisa. Shah parpadeó, ocultando su sorpresa detrás del encanto. —No sabía que te movieras en esos círculos. Deacon empujó un poco el cuchillo. —De acuerdo. —Desabrochándosela con dedos rápidos, Shah se la quitó por completo.
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—Sara, comprueba si el cuerpo tiene marcas de lucha. Uno de los vampiros ofreció una pelea de mil demonios. Sara hizo una inspección de cerca, pero lo único que vio fue una piel lisa y sin manchas. —Está limpio. Shah se frotó la garganta cuando Deacon lo soltó. —Podrías haberlo pedido amablemente. —Y tú le podrías haber apuñalado en el corazón. —Resopló Sara—. Deja de actuar. Eres tan indefenso como una piraña. —No puedes culparme por intentarlo. —Él sonrió, revelando hoyuelos que sin duda utilizaba como un arma—. Si quieres mi opinión, apostaría por Tim. ¿Has visto su perro? Seguro que hizo un trato con el diablo y lo tiene como seguro. Ahora la cosa le ha poseído. Sara negó con la cabeza, notando el brillo de diversión en sus ojos. —No creo que debas tirar piedras, vi el oso de peluche en tu sofá. Interesante. Un espía amable y sofisticado que podría volverse rojo incendiario bajo una piel espolvoreada de canela. —Es de mi sobrino. Y si no necesitas machacarme más, me gustaría irme a dormir. — Con eso, se volvió y se fue. —No se te insinuó. —Fue una declaración tranquila. Ella frunció los labios. —Y tú sentiste la necesidad de señalarlo, ¿por qué? —Shah no tiene amigos Cazadores cercanos, pero es popular entre las damas. Le tira los tejos a cualquier cosa con tetas. Las morenas pequeñitas son especialmente su tipo. —Gracias por aplastar mi autoestima bajo tu bota. —Refrenando el impulso de patearlo, cogió el casco y se lo puso con fuerza. Deacon se sentó, poniéndose su propio casco antes de arrancar el motor. Estaban a diez minutos de la casa de Shah y atravesaban un estacionamiento desierto cuando Deacon se detuvo. —¿Luchar o correr? Ella había visto a los vampiros en las sombras. ¿Cuántos? Cinco, no, siete. Siete contra dos. —Correr. —La estupidez no era lo que la había mantenido con vida tanto tiempo. Fue sólo cuando Deacon derrapaba para salir del lugar que se dio cuenta de que le había dejado la elección a ella. Fue... inesperado.
Su tercera parada de la noche era un bar gay. Sara se quedó mirando el nombre del bar.
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—Inferno. —Ella se volvió hacia el hombre silencioso a su lado—. ¿Soy yo o estamos viendo un patrón aquí? Él hizo una mueca con los labios. Era más sexy que una sonrisa completa de cualquier otro hombre. —Te estoy metiendo de cabeza en el pecado. Ella no pudo evitarlo. Se echó a reír. —Obviamente, el sospechoso número tres es gay. ¿Correcto? —Marco Giardes. —Él asintió con la cabeza—. Vive encima del bar. —¿Huh? —Posee el lugar. Lo compró con una herencia. Sara se encogió de hombros. —No me molesta. ¿Te molesta? Un sonrojo tiñó sus mejillas. —¿Qué? —preguntó ella sorprendida Él dejó escapar el aliento. —Ya lo verás. —¿Entramos? —Sí. Él no sabe sobre mí, a menos que sea otro espía. Somos sólo dos Cazadores que oímos hablar del lugar y decidimos dejarnos caer. Como los Cazadores eran conocidos por hacer cosas como apoyarse unos a otros, se trataba de una tapadera perfectamente creíble. Y aunque eran cerca de las cuatro de la mañana, el bar estaba a reventar. —¿Las armas? —No hay problema para los Cazadores. —Entonces vamos. Ellos sacaron sus identificaciones del Gremio y se las mostraron al portero gigantón… quien dio a Deacon un repaso a fondo. Sara contuvo la sonrisa mordiéndose la mejilla cuando el gran y rudo Asesino se puso nervioso tras ella. En el instante en que entraron en la planta baja, la conversación se detuvo, para continuar con un ajetreo enorme. Ella fue bienvenida con sonrisas, había varias mujeres en la multitud, pero definitivamente toda la atención fue para Deacon. Así que cuando le puso la mano en la cadera y la atrajo contra él, ella no protestó. —Pobre bebé —murmuró ella—. De verdad les gustas. —No le veo la gracia. —Ella nunca había escuchado un sonrojo antes. Un hombre magnífico con el cuerpo provocativo de una modelo de pasarela se acercó.
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—Qué pena —murmuró, tomando nota de su lenguaje corporal—. Espero que estés dándole un buen cuidado. Sara dio unas palmaditas en la mano que Deacon tenía curvaba en su cadera. —El mejor. —¿Le dejarás bailar con nosotros? Sara podía sentir el horror de Deacon en las líneas absolutamente congeladas de su cuerpo. Era tentador burlarse, pero... —No es un gran bailarín. Dando otro suspiro triste, el rubio se alejó. Incapaz de aguantar más tiempo, Sara se volvió y hundió la cara en el pecho de Deacon cuando su cuerpo se desternilló de la risa. Sus brazos alrededor de ella, sus labios en el oído. —Iremos a un bar de chicas en nuestra próxima cita. Eso simplemente la hizo reír más. Las lágrimas se escapaban de sus ojos. En el momento en que consiguió tranquilizarse, el olor de Deacon estaba completamente en sus pulmones. El hombre olía delicioso. Un poquito de calor, un poquito de sudor, un montón de peligroso. Perfecto. Con las manos sobre su magnífico pecho, ella levantó la mirada. —Supongo que conocen a un hombre viril cuando lo ven. Sus pestañas, largas y hermosas, le enmascaraban los ojos, pero ella vio una chispa en ellos. —¿Y tú? Su respuesta fue interrumpida por una tos discreta. Se volvió para encontrar a un hombre que solo podía ser otro cazador. Su postura era fácil en la manera de alguien que sabía cómo moverse en una pelea, sus ojos vigilantes... y por el momento, divertido. —Bienvenidos. No creo que nos hayamos encontrado antes. —Sara. —Ella extendió la mano—. Éste es Deacon. —¿Sara Haziz? —La sonrisa del Cazador se volvió deslumbrante—. Estoy encantado de conocerte. He oído hablar de ti, por supuesto. Por favor, adelante. —Él miró sobre su hombro —. Pierre, prepara una mesa. —Volviendo su atención a ellos, él asintió levemente con la cabeza—. Soy Marco. Con el Gremio, pero no por mucho tiempo. —¿Oh? Él volvió a sonreír, mostrando una hilera de brillantes dientes blancos. —Decidí que este bar es mi verdadero amor después de todo. No muchos Cazadores se retiraban. Pero no era completamente raro. —¿No echarás de menos la emoción de la caza? —Es un juego de hombres jóvenes. Estoy al final de los treinta, pero no lo digas.
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Deacon finalmente rompió su silencio. —Tu bar está muy bien, oímos de él por los rumores de los Cazadores. —Algunos de mis mejores clientes son Cazadores. —dijo Marco, con verdadero placer en la voz—. Traen a sus novias, compañeras, no a echar un vistazo. Estoy muy contento de haber sido una parte de esa fraternidad. Por favor, venid. Las bebidas corren por mi cuenta. —Con eso, dio media vuelta y los condujo a una mesa en el borde de la pista de baile. Todos ellos se sentaron y pidieron las bebidas. Sara se dio cuenta de que Deacon apenas tocó el whisky, por supuesto, y tampoco lo hizo Marco. Ella tomó un sorbo de su cóctel y emitió un sonido de verdadero placer. —Esto está pecaminosamente bien. —Sí, el bar está haciéndose muy conocido por sus cócteles. Ella sonrió y hablaron durante varios minutos. —¿Este lugar tiene un lavabo de señoras? Marco sonrió. —Por supuesto. Te lo mostraré. —No, sólo indícame la dirección correcta. —Ella se inclinó y le susurró—: Necesito que te quedes aquí y protejas a Deacon. Los ojos de Marco brillaron. —Los grandes desean competir contra él, y los guapos quieres llevárselo a casa y darle un azote. La cara de Deacon se mantuvo inexpresiva, pero sus ojos verdes tenían una advertencia clara. Riendo, ella se metió en su actuación y le acarició la mejilla cuando se fue. La barba hizo que las puntas de sus dedos quisieran explorarlo, pero en cambio se paseó hacia el baño, consiguiendo varias miradas apreciativas de la multitud. No fue culpa suya distraerse por la conversación con otro Cazador y acabara en una puerta que no conducía a los baños. Por desgracia, estaba sólidamente cerrada y codificada con un panel táctil. Ocultando su decepción, decidió pedir la dirección del baño otra vez y entró para usar los servicios antes de regresar a la mesa. —¿Te perdiste? —preguntó Deacon antes de que Marco pudiera hacerlo. —Sí. —Ella se echó a reír—. Alguien me arrastró para preguntarme si de verdad eres tan fuerte como pareces. Deacon se sonrojó. —Continúa. Ella sabía que era otra advertencia. La actuación tenía como objetivo desarmar cualquier sospecha que Marco pudiera haber tenido. Él se rió y dijo algunas palabras más antes de levantarse para ir a mezclarse entre la gente.
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Deacon no parecía particularmente feliz, pero esperó a hablar hasta que estuvieron en la moto de camino al hotel. —No has ido a su apartamento. —No era necesario. — Ella sonrió—. Él cruza la pierna, como hacen los guys. Silencio. Ella se apiadó de él. —Ya sabes, un tobillo sobre la rodilla, invadiendo el espacio de los demás. —Le pusiste un transmisor en el zapato. —Cuando le pregunté por el baño. —Ella se sentía sumamente satisfecha por eso—. Y esa no era ni siquiera la mejor parte, él llevaba puestas las sólidas botas de cazador. —Lo que aumentaba las posibilidades de que usara el mismo calzado si decidía salir a matar. —Mi suposición es que el asesino no va a moverse esta noche. No después de Rodney. —¿No estará frustrado por el hecho de haber fallado? —Es posible, pero este tipo no es estúpido. Hace los deberes, y golpea sólo cuando sabe que su presa será vulnerable. —Si tuvieras más gente, podrías ponerles vigilantes a Tim y Marco, y si fuera necesario a Shah. —¿Alguna vez has intentado seguir a un cazador que no quiere que le sigan? —Comprendido. Ella pensó en los tres que habían visitado. —¿Le pediste a Simon que verificara sus antecedentes? —A lo mejor ya han llegado. Él tenía razón. Sacó y conectó una PDA que parecía tan ruda como él y para cuando llegaron al hotel, los tres informes estaban esperando en su correo electrónico. —Bonitos trastos —dijo Sara, mientras yacía de espaldas en la cama con la PDA en las manos—. Timothy tuvo una cacería que salió mal, no se le ha visto en público desde entonces, pero sabemos que está vivo. Shah es en realidad un espía. No significa que no sea un asesino. —¿Intuición? —Si Shah fuese a matar, lo haría de una manera que nadie pudiera rastrearle nunca. — Ella miró la última página—. Marco es un Cazador íntegro con una vida personal estable, juega a la familia feliz con un vampiro, por lo que claramente ellos le gustan. —¿Alguna vez has sido tentada? —La cama se hundió cuando Deacon reforzó una rodilla en el borde inferior y bajó la mirada hacia ella.
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CAPÍTULO 5
Se le secó la boca. —¿Tentada? —¿De involucrarte con un vampiro? Ah. —Claro, son maravillosos. —Pero no realmente, no como Deacon—. No me digas que no estás de acuerdo. —Todo eso de chupar sangre es una asquerosidad. —Sí, eso tampoco me va. No quiero que mi pareja piense en mí como en un bocado de medianoche. —Apagó la PDA y la puso cuidadosamente sobre la pequeña cómoda junto a la cama—. ¿Alguna vez has tenido que dar de comer a un vampiro? Un movimiento de cabeza, sus ojos se mantuvieron en los labios. —¿Y tú? —Alimento de emergencia —dijo ella, repentinamente caliente con la camiseta y los pantalones vaqueros que habían estado bien momentos antes—. El tipo estaba tan mal, que tenía que hacer algo. —¿Duele? —Esos ojos verdes como sombras de la noche iban a la deriva desde el montículo de los senos a la pendiente del estómago. Respiró profundamente, lo vio aspirar su propio aliento ante el movimiento del pecho. —No tanto como esperarías. Tienen algo en la saliva que calma. —Estirando las piernas, alzó los brazos por encima de la cabeza—. Y sabes que pueden hacer que te sientas bien si lo desean. Él no respondió, su atención en gran medida estaba sobre el cuerpo mientras ella se relajaba estirándose. Entonces él se movió en la cama, apoyándose sobre ella usando los antebrazos.
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—¿Sí? Una simple pregunta, una que la hizo hacer una pausa y pensar. Los Cazadores no eran puritanos, pero Sara nunca había tenido una aventura de una noche. Simplemente no iba con ella. Sin embargo, había deseado a Deacon desde el instante en que lo había visto. Y por la excitación que él no estaba haciendo ningún esfuerzo por esconder, sabía muy bien que la deseaba también. Pero no eran sólo dos Cazadores que se habían conocido en el camino. —¿Vas a convertirte en un extraño después? —Define extraño. —Él se acomodó con mayor firmeza contra ella. Ella refrenó un gemido. El hombre estaba caliente, duro, y más que listo. —Necesito que sigas mis órdenes, si me convierto en directora. —Sus antiguos amantes no dudarían, porque no había sido una candidata para el puesto de importancia crítica entonces. Pero ahora era en gran medida una candidata—. ¿Esperaras recibir un trato especial? —No estoy en la cama con la futura directora. Estoy en la cama con Sara. —Eso está bastante bien para mí. Era tentador apresurarse, pero ella le acarició con las manos en el pelo y tiró de él. El beso fue un choque para el organismo. Haciendo un sonido de puro placer, ella envolvió los brazos alrededor de su cuello, las piernas alrededor de su cintura. El hombre era grande y sólido por todas partes. Un muro de carne, hueso y músculo contenido por una voluntad de granito. Quería frotarse contra él hasta ronronear. Él le mordió el labio inferior. Ella jadeó en un suspiro y luego volvió a suceder, la sensación de precipitación salvaje, el placer casi insoportable, la necesidad de saborearlo más profundamente. Cuando el beso se interrumpió esta vez, ella acarició su garganta, besando su camino a lo largo de los tendones tensos del cuello. Olía tan condenadamente bien. Él arrastró de vuelta para otro beso, y en algún punto intermedio, se dio cuenta de que tenía su mano sobre la espalda desnuda, debajo de la camiseta. Ella quería más. Rompiendo el beso, ella lo soltó y se levantó la camiseta. Deacon se apartó lo suficiente para que ella pudiera sacársela por la cabeza. —¿Verde? —Él trazó el cordón festoneado del sujetador con un solo dedo, incitando. Ella comenzó a desabrocharle la camisa cuando él le desabrochó el sujetador. —Es mi color favorito. —Por suerte para mí. —La última palabra fue un gemido mientras ella aplanaba las manos sobre el pecho—. Malditamente afortunado. —¡Quítalo! —le ordenó. Gruñendo, él se levantó a una posición de rodillas y deslizó fuera el sostén antes de quitarse la camisa. Pero no volvió a bajar de inmediato. En lugar de eso, él extendió una gran mano para cerrarla sobre el seno. Ella gritó con el toque inesperadamente atrevido, sus ojos chocaron con los suyos. Un verde profundo, pero para nada tranquilos o indiferentes.
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Esto último hizo que las inhibiciones desaparecieran, y cuando él inclinó la cabeza hacia el seno, le puso las manos en el pelo y se agarró para dejarse llevar. El Asesino sabía lo que estaba haciendo. No había caricias vacilantes, ninguna solicitud más de permiso. Él le había preguntado una vez, y ella había accedido. Ahora él tomó cada ventaja. A decir verdad, estaba más allá de ser erótico estar con un hombre tan seguro de sí mismo en la cama. Tan seguro... y tan completamente involucrado. Ahora sabía la respuesta a su pregunta, cuando Deacon perdía el control, perdía el control. Dios, ¿podía él ponerse más sexy? Ella envolvió las piernas alrededor de su cintura y le dio un beso húmedo, profundo y abierto. —Creo que deberías quitarte los pantalones. Recorriéndole el cuello con la nariz hasta el punto del pulso, en su lugar la alcanzó a ella. Pero en vez de quitarle los pantalones vaqueros, deslizó su mano por debajo de la cintura para ahuecarla con una familiaridad atrevida. Ella se arqueó hacia él, con ganas de más. —No bromees. —Un pellizco en la suave carne del seno. Temblando, le puso las manos en el pelo y tiró de él—. ¿No hablas en la cama? Su respuesta fue besarla recorriéndola hasta el esternón, antes de sentarse y retroceder. Retirando la mano con evidente reticencia, él le desabrochó los pantalones vaqueros quitándoselos junto con las bragas. En silencio, misteriosamente sensual cuando él simplemente la miró. Arqueó el cuerpo en una invitación silenciosa. Aceptándola, él se inclinó hacia abajo hasta que sus labios le tocaron la oreja... y le susurró promesas tan diabólicas, peticiones tan decadentes, que pensó que se había derretido desde adentro hacia afuera. —Está bien, deja de hablar. —Esto era demasiado aporte sensorial, demasiado placer—. Ahora mismo. Él sonrió y se sentó, su mirada nunca dejó la cara. La intimidad era cegadora. Luego le extendió una mano grande en el muslo, el pulgar acariciando la superficie interna increíblemente sensible. Ella gritó en lo profundo de la garganta... y se retorció para sentarse sobre las rodillas. Un destello de sorpresa, seguido de una sonrisa, lenta y segura. —Rápido y brillante, y bonito. —Él se inclinó para recorrerle el largo del cuello con sus labios mientras ella le quitaba el cinturón y lo arrojaba al suelo, luego empezó con los botones de la bragueta—. Mmm. — Un sonido de pura apreciación masculina. Le bajó lo suficiente los pantalones y, cerró las manos alrededor de él. Su gran cuerpo se sacudió. —Sara. —Y entonces él la presionó sobre la espalda, apartándole las manos y deslizándose sobre ella con un empujón sólido. Arqueó todo el cuerpo sobre la cama. Vaya, pensó segundos antes de que perdiera la cordura, Deacon estaba construido propiamente proporcionado.
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El cuerpo le temblaba a consecuencia del mejor orgasmo de su vida, Sara se quedó mirando el techo del hotel. —Sabía que teníamos química, pero esto es antinatural. El brazo en la cintura apretó un poco. —Yo vivo para complacer. Sexy, desinhibido como el infierno cuando perdía el control, y tenía sentido del humor. —¿Supongo que no estás en el mercado para una relación a largo plazo? Ella había esperado un silencio sorprendido, pero él respondió de inmediato. —Yo no sería un amante muy bueno para la directora. —¿No te gusta ser el centro de atención? — No era una pregunta, porque sabía la respuesta. Y una parte de ella deseaba que no lo hiciera. Porque le gustaba Deacon, más de lo que le gustaba a él. Cada vez que él revelaba una nueva faceta de su personalidad, ella encontraba que complementaba la suya en un nivel más profundo. Había promesa aquí. Y no era simplemente de sexo—. ¿Nunca te sientes solo? —La soledad nunca ha sido un problema para mí. —Sus dedos jugaban en la curva de la cadera—. Vas a aceptar, ¿verdad? —Sí. —Ella siempre había sabido que llegaría a esto—. El Gremio es importante. Necesita tener a alguien al mando a quién le importe lo suficiente como para asegurarse de que sigue siendo fuerte, que los Cazadores están protegidos tanto contra los vampiros como de los ángeles. —¿Qué pasa con la caza? Ella le acarició el antebrazo con la mano. —Lo echaré de menos. Pero... no tanto como algunos. Mi mejor amiga, Ellie, enloquecería en una semana a causa del confinamiento. —¿Elena Deveraux? ¿Cazadora de nacimiento? —¿La has conocido? —Se volvió hacia él. Su cara relajada con el placer, el pelo todo revuelto, los ojos verdes y perezosos, parecía un gato grande tumbado a su lado. Un gato grande, peligroso. —He oído hablar de ella —dijo él—. Dicen que es la mejor. —Lo es. —Sara estaba muy orgullosa de Ellie, la consideraba más una hermana que una amiga—. Me preocupo por ella. —Te preocupas por todos los Cazadores. Y era verdad. Lo hacía. —Supongo que estaba destinada a ser directora. —El sentido de la responsabilidad era parte de lo que era. No podía marcharse y dejar el Gremio en manos más débiles que ella podría
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obligar a Deacon a cambiar su estilo de vida para adaptarse al de ella—. ¿Cómo terminaste como Asesino? —El Gremio se mantiene atento a los posibles. El último Asesino se acercó a mí y me ofreció el puesto. Había aceptado, Sara sabía que por la misma razón que ella lo haría. —Alguien tiene que hacer el trabajo. —Pero también era una especie de llamada, sabía que le encantaría ser la directora, que esto la desafiaría y excitaría de una manera que la caza normal no podía igualar. —Y ese alguien bien podría ser el mejor. Ella sonrió y se giró para enfrentarse a él completamente, con la mano de él en la cadera, la de ella debajo de su cabeza. —¿Has conocido a un arcángel? —Los pequeños pelos en los brazos se le pusieron de punta con la sola idea. —No. Pero tú probablemente lo harás. Ella cedió a los escalofríos. —Yo espero que no sea en mucho, mucho tiempo. —Podía tratar con los ángeles, pero los arcángeles eran una historia completamente diferente. Ellos simplemente no pensaban como los seres humanos de ninguna manera, perfil o forma. Los labios de Deacon se curvaron. —Creo que los manejaras cuando llegue el momento. —Extendiendo su mano le apartó el pelo de la cara. La ternura del gesto la conmovió. Una vez más, sintió esa promesa. Ese tirón de que esto podría ser mucho más. —Ahora sólo quiero manejarte a ti. —Y ella lo hizo.
Una hora más tarde, y a pesar de la falta de sueño, no podía desconectar, demasiado acelerada por el placer. Deacon podía hacer cosas asombrosas con su lengua, pensó, feliz y temblando. Tal vez las endorfinas iluminaron las áreas correctas del cerebro, porque ella se sentó de golpe y se inclinó para recoger la PDA. —¿Qué? —preguntó Deacon, con un fuerte brazo envolviéndole la cintura. Ella la encendió y comprobó. —Argh, no está aquí. —Devolvió la PDA al sitio anterior y se dejó caer sobre la cama. —¿El qué? —Una foto del novio de Marco. —Hizo un sonido de frustración—. Mira, hemos estado mirando todo esto como si fuera algún crimen de odio, ¿pero y si es un loco normal que está utilizando esto para engañarnos con falsos indicios?
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Deacon se quitó el pelo de la cara y levantó una ceja. —Explícame lo de loco normal. —Tal vez el novio se deshizo de Marco. Tal vez Marco se volviera tarumba. Y ahora a lo mejor él está fuera cortando en pedacitos a los vampiros que se parecen a su amado. Deacon frunció el ceño. —Las víctimas no se ajustan a un tipo, han sido rubios, de pelo oscuro, negros, blancos. Ella dejó escapar un suspiro. —Parecía una buena idea. —Todavía podría ser una buena idea. —Le pasó la mano tranquilamente sobre la piel—. No hay similitudes físicas, pero se les conocía a todos por confraternizar con los humanos más que de costumbre. —Esa pista —dijo ella, sintiéndose al borde de la comprensión—. Encontré a Rodney a través de sus amigos humanos. Él no puede prescindir de ellos. —Dos de las víctimas tenían amantes humanos. —No es gran cosa —dijo ella—. Las parejas hombre-vampiro son bastante comunes, especialmente con los vampiros más jóvenes. —Sí, pero es un patrón distinto cuando lo juntas con las otras cosas. —Apartando con la mano la sábana, él salió de la cama. Señor, ten piedad. Ella lo miró sin vergüenza mientras se dirigía hacia su chaqueta para coger un pequeño dispositivo negro. —Este chisme rastrea los transmisores vía GPS. Lo puse para que emitiera un pitido si alguno de ellos se movía, pero por si acaso... No, están todos donde los pusimos. Por lo menos los transmisores. —Estoy preocupada por Tim —murmuró, preguntándose si a Deacon le importaría que utilizara los dientes en su cuerpo firme y musculoso—. Nadie lo ha visto desde hace varios días. Si él no es el asesino… —Sí. Pero alguien alimenta a Lucy, si no ella habría estado más débil. —De acuerdo. —Ella se cubrió la cabeza con la sábana—. No puedo pensar contigo desnudo. Vístete. La risa era rica, inesperada, tan malditamente hermosa, que ella casi saltó sobre él otra vez. —Ahora. Es una orden de la futura directora del Gremio. —Cuyos dedos del pie desnudo quiero morder. Ella flexionó los dedos de los pies y siguió sonriendo. —Date prisa.
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Todavía riendo, parecía estar obedeciendo. —¿Qué tal una ducha rápida? Estamos sudorosos. —Esa ducha es muy pequeña. —Pero bajó la sábana. Su expresión la desafió. Era una tonta, pensó, levantándose y paseándose descaradamente. Pero ella tuvo la última palabra… volviéndolo certificadamente loco mientras él estaba atrapado en ese recinto de vidrio lleno de vapor.
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CAPÍTULO 6
Eran las siete a.m. cuando volvieron a salir —sin dormir pero con más hormonas felices como a Sara le gustaba pensar en ellos, y armados hasta los dientes. Era obvio que los vampiros que la seguían estaban tramando algo— no había razón para darles un blanco fácil. Las calles aún eran de oscuro invierno cuando salieron, la neblina arremolinándose sobre las casas como la caricia de un susurro. Incluso el depósito de chatarra lucía de ensueño y de alguna manera, más suave en la tenue luz. —Vamos a tomar la ruta delantera hoy —sugirió ella—. Diré que estoy aquí para investigarlo por órdenes de Simon. Deacon asintió y se detuvo en frente del portón cerrado con candado. —Lucy debería estar aquí en cualquier momento. Pero aunque esperaron, el sabueso del infierno favorito de Deacon no apareció. Un mal presentimiento floreció en la boca del estómago de Sara. —Espera. —Al bajar, tomó la cerradura y saludó a Deacon a través de ella. Era tentador dejar la puerta abierta para una salida fácil, pero ella no quería que Lucy escapara y aterrorizara al vecindario, y quizás se aterrara a sí misma si no podía encontrar el camino de vuelta a casa. Portón cerrado, ella volvió a la motocicleta y se fueron rugiendo camino a la casa/choza de Tim, o tan cerca como pudieran llegar considerando los montones de basura al azar. Había luz en el interior. —Él está en casa. —Quitándose el casco, lo enganchó en un manillar, mientras Deacon hacía lo mismo con el suyo en otro. —No me gusta esto. —Las palabras del Cazador fueron tranquilas, sus ojos decididos, mientras se abrían paso a través de un hueco en la basura para emerger en un espacio relativamente despejado cerca de la casa de Tim—. Algo anda mal. Los instintos de ella estaban de acuerdo.
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—Vamos a rodear la casa, asegurarnos de que las cosas están… —Entonces los vio. Los vampiros. En cuclillas sobre coches destrozados, a sus anchas entre las torres de metal, apoyándose contra un lado de la cabaña de Tim. Ella sabía que no habría escapatoria esta vez—. Tenemos que conseguir entrar a la casa. —Era la única posición defendible. Su ballesta ya estaba en sus manos. —Estarán listos para eso —la espalda de Deacon se encontró con la de ella, mientras se ponían de pie dando la cara en direcciones opuestas. —Al menos Tim está atrincherado dentro. Deacon no dijo nada, pero ella sabía lo que estaba haciendo. Escuchando. Si Tim estaba vivo y dentro de la casa, se los haría saber. Pero era Lucy a quien oyeron, de repente una serie de fuertes ladridos y luego nada. El vampiro más cercano a Sara juró lo suficientemente fuerte como para que el sonido le llegara. —Malditos perros del demonio se comieron la mitad de mi pierna. Era algo tan normal de decir, pero ella sabía que él no era de ninguna manera normal. No solo llevaba siglos de experiencia en sus ojos, se movía como un hombre que sabía cómo usar cada movimiento a su favor. Pero no había armas en sus manos. Los arcángeles no eran nada si no justos. Por supuesto, su concepto de justo se refería a dos cazadores —posiblemente tres— contra lo que parecían quince vampiros. —Alguien levantó las estacas —murmuró ella en voz baja. —No reconozco a ninguno de ellos, ni siquiera al viejo. Significa que pertenecen a alguien más y no a Raphael. Ella había estado pensando lo mismo. —Es bueno saber que mi propio arcángel no está tratando de matarme —apuntó con la ballesta hacia el líder del grupo—. Supongo que es momento para practicar blancos. El vampiro sonrió, llanamente. —Quiero sólo un sorbo, milady. —Una voz que hacía eco de galantería y crueldad—. Dicen que la Directora del Gremio sabe dulce, de hecho. Como ella dudaba mucho que Simon le hubiera permitido a alguien que lo mordiera, tomó eso como un grano de sal. —¿Entonces estás apurado por un mordisquito? —avanzó ella un poco hacia la casa. Deacon avanzó con ella. Los vampiros mantenían su distancia… por ahora. —Me hieres, guerrerilla. ¿Guerrerilla? Sara casi le dispara al principio. —¿Quieres ser astillado?
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—Mentiras, dulces mentiras —hizo un gesto con el dedo—. Sólo se te permiten armas con astillas incluidas estando de caza. Si usas copias ilegales en mí, no puedes ser la Directora del Gremio. Maldición. Ella no esperaba que presumir funcionara, pero su respuesta significaba que era inteligente. Inteligente más viejo no era una buena combinación en un oponente vampírico. —Realmente te dispararé si te acercas más… y si pongo una flecha en tu corazón, te dejará indefenso. El vampiro separó sus manos. —Ay, tengo mis órdenes. Mi amo no ve cómo una mujer humana puede dirigir un gremio de guerreros. —Hay arcángeles femeninos —sintió el cuerpo de Deacon tensarse, alistándose para la batalla. —Ah, pero tú no eres un arcángel. —Y entonces él avanzó. También lo hicieron Sara y Deacon. Era como si llevaran años haciendo esto. Disparando la ballesta mientras corría de lado, le dio al vampiro jefe en el hombro —había estado apuntando a su cabeza, maldición— y recargó súper rápido usando la tecnología patentada por Deacon. Los Cazadores amaban sus armas por una razón. Ella había disparado cinco flechas que al momento fueron bloqueadas de nuevo. Pero ahora estaban a una carrera de tres segundos hasta la casa. Deacon había permanecido espalda con espalda con ella todo el tiempo, acomodándose a su paso más pequeño lo que le hizo notar exactamente cuán bueno era en combate. Por los sonidos que había escuchado, estaba usando algún arma pero no todo lo que disparaba eran balas. Los vampiros estaban demasiado cerca para que ella corriera el riesgo de verificarlo pero no creía que él hubiera sido herido en alguna parte. —¿Suficiente juego? —preguntó ella al vampiro que parecía ser el vocal de todo el grupo. El apuesto hombre ya se había removido la flecha y ahora la arrojaba a sus pies. —Eso fue bastante impropio de una dama. —Bueno, tú no fuiste exactamente caballeroso al atacarme. —Ella podía sentir el borde del amanecer en la distancia. Lástima que los vampiros no se desmoronaran al primer toque de los rayos del sol. Sólo en las películas las cosas eran así de convenientes. Algunos vampiros sí sufrían de sensibilidad a la luz, pero apostaba a que cada uno en ese grupo era capaz de andar bajo la mismísima luz del medio día. —Ah —dijo el vampiro—. Así es. Pero tienes a un caballero para protegerte. —No necesito un caballero —dijo ella, con pleno conocimiento de que esto era acerca de más que simple fuerza física—. No soy una reina para esconderme detrás de mis tropas. Soy un general. La expresión del vampiro se volvió extrañamente tranquila.
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—Entonces dejaré de ser un caballero. Esta vez, no pudo recargar lo suficientemente rápido. Dejando caer su ballesta, empezó a pelear con cuchillos, cortándolo en la garganta, capturando a un segundo vampiro con una patada en la tripa. Detrás de ella, Deacon estaba sacando vampiros a la derecha, a la izquierda y al centro. Pero eran muy sobrepasados en número. Esta no era de ninguna manera una pelea justa. Quien fuera que hubiese orquestado esto, quería a Sara muerta. ¿Por qué? Ella cortó en línea recta el cuello de un vampiro, y la sangre que la golpeó era caliente, fresca y nauseabunda. El vampiro se tambaleó hacia atrás, sujetando la mano sobre su garganta. Ella siguió peleando, pateando y rompiendo rodillas. Algo quemaba en su hombro, y ella apuñaló con un cuchillo la oreja del vampiro que había decidió convertirla en el bufet de desayuno. Aullando, el atacante se desvaneció. Deacon gruñó entonces, y ella nunca había oído un sonido más escalofriante. Sacó a otros tres más que venían por ella, frenando a otros dos más del lado de él mientras agarraba el arma que había escondido en su espalda —¡Listo! —gritó, y empezó a disparar para cubrir la recarga de él. Estaban más cerca de la casa. Pero no lo suficiente. Si Tim estaba ahí dentro, estaba herido también, muerto, o no le importaba una mierda. De otro modo, hubiese estado disparando también. Lo que significaba que era el momento para medidas drásticas. Simon había sido muy claro en sus instrucciones. «Caminamos sobre una línea precaria. Los ángeles nos necesitan. Pero si resultamos ser demasiado poderosos, ellos acabaran alegremente con nuestra existencia. Hieran a los vampiros que envíen tras ustedes, pero traten de no matar. Porque si lo hacen, se convertirán en una amenaza, no en una ventaja». El problema era, que los vampiros se estaban curando de las heridas no-fatales únicamente para continuar su implacable —y abiertamente mortal— asalto. —¿Deacon? —Sí. De acuerdo. A pesar de que su mano se movió para recuperar el lanzallamas en miniatura atado a su pierna, un cuchillo golpeó al vampiro delante de ella, cortando la arteria carótida. Mientras se atragantaba con su propia sangre y se alejaba de la agresión, otro cuchillo se incrustó en el ojo del vampiro que ella había golpeado con su primera flecha. Ninguno de los cuchillos era de Sara. Entonces comenzó el tiroteo. Cuchillos desde la izquierda. Balazos desde la derecha. Y un camino libre a la casa. Había sido la mejor opción desde el principio, un lugar desde donde se podía oponer resistencia. Pero ahora las probabilidades habían cambiado. —¿Piensas lo mismo que yo? —Pelear.
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Sonriendo, ella agarró una segunda arma de una pistolera de su hombro y comenzó a disparar a dos manos. Cinco minutos más tarde, ellos daban la espalda a la casa y los vampiros estaban sangrientos y derrotados; atrapados entre sus armas y quién fuera que estuviera lanzando cuchillos —y otras cosas— desde las proximidades de la valla. El vampiro jefe levantó sus manos, con las palmas hacia fuera. —Me rindo. Hubo un gemido colectivo de los otros vampiros —todos aún vivos— al tiempo que colapsaban en el suelo. Sara no podía creerlo. —¿Crees que simplemente lo dejaré pasar? El vampiro sonrió. —La política es una amante más cruel. —¿Debería esperar otras visitas tuyas? —No. Habéis pasado la prueba. —Él pestañeó, su ojo herido curándose a un ritmo fenomenal—. Y los arcángeles tienen un pequeño interés en el funcionamiento interno del Gremio. —¿Entonces toda la cosa de tratar de matarme? ¿Qué fue eso? —Tenía que hacerse —encogiéndose de hombros, volteó hacia sus tropas—. Es momento de irnos. Otros cinco minutos y no había ni un solo vampiro a la vista en la fría luz del amanecer de una mañana de invierno. Sara finalmente bajó sus armas y miró hacia Deacon. Él estaba ensangrentado, su chaqueta rota en varias partes, pero fue la mirada en sus ojos lo que la hizo estremecer hasta la médula. Estaba enojado. —Joder, Sara. No me gusta que te hagan daño. —Y luego la besó. Fue caliente y salvaje y asombroso… hasta que Lucy comenzó a aullar. Y alguien tosió. Sara se desprendió del beso, arma en alto para ver a una mujer alta con largo cabello rubio claro recogido en una coleta, sus ojos francamente curiosos y su cuerpo forrado de cuchillos. —Entonces —dijo Ellie, con una enorme sonrisa—, tú y el Asesino, ¿huh? Me gusta — miró a Deacon de arriba a abajo, y silbó—. Sello de Aprobación de Mejor Amigo, otorgado. Con bordes de oro, incluso. Sonriendo, Sara fue a abrazarla. Elena sacudió la cabeza. —Te quiero Sara, pero estás cubierta de sangre de vampiro. —Ugh —Sara miró abajo hacia su ropa mojada—. Creí haberte dicho que te mantuvieras alejada. —¿Tú hubieras hecho eso? —Ellie levantó una ceja—. Exactamente.
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Dándose por vencida, Sara alzó las manos. —Tenemos que comprobar a Tim… el cazador de dentro —se volvió hacia Deacon—. ¿Crees que deberíamos enviar a Ellie adentro? No querríamos dejar sangre sobre todo el suelo de Tim. Los ojos de Deacon brillaron. —Buena idea. Elena paseó su mirada del uno al otro. —¿Tengo “boba” escrito en la frente? No lo creo. Lo sé todo sobre el demonio fanático de Timothy. A pesar de sus palabras, Deacon ya estaba ante la puerta. —¿Tim? —Estoy bien —vino la respuesta quejumbrosa al tiempo que Lucy se ponía a ladrar frenéticamente—. Lucy, chica, abajo —unos pocos gruñidos pero el perro se tranquilizó. —Cúbreme —dijo Deacon y abrió la puerta. Sara estaba lista para dispararle a Lucy —para inhabilitarla, no matarla— pero “la maldita perra de ojos demoniacos” estaba sentada atentamente cerca de la forma despatarrada de su amo, sonriendo como si no estuviera simplemente esperando una oportunidad para morderles la cara. Tim tenía un arma en la mano, un desagradable hematoma en un lado de su rostro… y olía como una licorería. —Jesús, Tim —murmuró Ellie, agitando una mano en frente de su sensible nariz de cazadora—. ¿Qué, tomaste un baño de cerveza? Tim hizo una mueca de dolor. —Shh. —¿Has estado en una borrachera? —Sara expulsó un aliento enojado—. Pensamos que estabas muerto. O que eras un asesino en serie. —Oye —murmuró—. Estuve consciente el tiempo suficiente para dispararles, ¿o no? Y tengo permitido irme de borrachera después de encontrar un vampiro hecho trizas por un grupo de intolerantes, incluso cortaron sus dedos uno por uno. Cuán malditamente nobles. Sara había tenido uno de esos casos también. Se había cocido sin parar por los cinco días siguientes. Sus vecinos la amaban. —¿Quién ha estado alimentando a Lucy? —Yo, por supuesto —le dio un mirada de indignación—. Como si fuera a dejar a mi bebé sin comida —besó la sarnosa cabeza negra—. Ella sabe dónde está su escondite. Y le dejé agua fresca por todo el lugar. —Tim —lo presionó Sara—. Esto es importante. ¿Puedes probar dónde has estado en los últimos días?
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Le lanzó una mirada extrañamente evidente. —Escondiéndome en un rincón del bar Toda-la-Noche-Todo-el-Tiempo de Sal. La caja de cerillas está sobre la mesa. Deacon llamó al número y confirmó la historia de Tim. Feliz ante la noticia, pero consciente de lo que implicaba, Sara frotó su cara. —Ellie, ¿Puedes asegurarte de que Tim se desintoxique y que reciba los cuidados para su contusión? Deacon y yo tenemos que ocuparnos de algo. —Estoy bien —murmuró Tim y trató de ponerse de pie. Sólo para caer de plano sobre su trasero—. O quizás no. Elena asintió. —No hay problema. ¿Necesitas una mano? Fue Deacon quien respondió—: Quédate cerca. Si necesitamos refuerzos, llamaremos. —Captado —poniendo caras de “qué sabroso” a espaldas de Deacon mientras él hacía otra llamada, Ellie le hizo el gesto de “pulgares arriba” a Sara. Era imposible no sonreír, pero la sonrisa se había ido para el tiempo en que alcanzó la moto y a Deacon. —Tiene que ser Marco. Y si no, estamos hundidos en mierda. Porque eso significaba que ellos tenían a un loco desconocido ahí afuera. —Acabo de comprobarlo con Simon. Shah dejó la ciudad hace dos horas, así que si hay otro asesinato… —él sacudió la cabeza—. No podemos esperar hasta eso. Es momento de jugar duro con Marco. —¿Crees que puedes vencerlo? La cara de Deacon era una máscara lúgubre. —Sí. Eso debería haberla asustado. No lo hizo. Porque ella también sabía cómo jugar duro. —Hagámoslo —subiéndose a la moto, tomo el casco que él le alcanzaba—. Después de que todo esto termine, quiero una ducha en un baño realmente grande. —Nos conseguiré el ático. —¿Qué te hace pensar que lo compartirás conmigo? —Vivo con la esperanza. Oh, ella definitivamente quería quedárselo, pensó, mientras cerraban el portón tras ellos y se dirigían afuera. ¿Quizás habría un modo de hacerlo funcionar? Pero ella sabía que no lo había. Difícilmente podía ver a Deacon en un traje como algo “para hacer”. Y la Directora del Gremio tenía que hacer política. A nadie le gustaba una presencia poderosa como el Gremio en la ciudad, pero esa cautela podía convertirse en respeto e incluso en bienvenida con una pequeña y sutil maniobra.
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Mucho tiempo atrás, el Gremio había elegido el velo del secreto. El resultado final había sido una serie de incendios de las delegaciones del gremio, destruyéndolas, asesinando a un devastador número de cazadores en el proceso. Nadie quería una repetición de eso. De repente, consciente de que Deacon había reducido drásticamente su velocidad, ella se retorció para ver alrededor de un musculoso brazo. —Oh, de ninguna jodida manera —quitándose el caso, se puso de pie en la parte trasera de su moto, usando el hombro de Deacon como soporte—. Te rendiste —le dijo al vampiro que estaba de pie en medio del camino—. Esta vez, tendremos como objetivo matar.
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CAPÍTULO 7
Milady,
— Gremio.
me entiendes mal. —Una expresión seria—. Necesito los servicios del
Sara realmente no tenía ganas de ayudar a alguien que, no hacía mucho tiempo, había intentado separar la cabeza de su cuerpo, pero los Cazadores existen por una razón. —¿Alguien se escapó de un Contrato? —No. Uno de tus Cazadores ha tomado prisionero a uno de los nuestros. Si tú quisieras hacer el favor de organizar un rescate, te estaríamos muy agradecidos. Ella apretó el hombro de Deacon. De ninguna manera se trataba de una coincidencia. Mientras ella se sentó de nuevo, Deacon maniobró la moto a un lado de la carretera. —Habla —ordenaron los dos al mismo tiempo. —Silas —dijo el vampiro, acercándose a la acera junto a ellos—, tenía una relación con el Cazador Desconocido, se fueron por caminos separados hace dos semanas. Los asesinatos comenzaron aproximadamente en ese tiempo. »El cazador se llama Marco Giardes. —El vampiro abrió sus manos—. No tengo ni idea de lo que ocurrió entre ellos dos. Pero he recibido un mensaje de Silas hace unos minutos indicando que Marco estaba cautivo en el sótano de su casa. Sara se preguntó si Marco había adivinado los verdaderos motivos de ella y Deacon, después de todo. Algo tuvo que haber provocado eso. —¿Dijo cuánto tiempo ha estado allí? —Silas entró en el bar del Cazador hace una hora con su nuevo novio. —resopló—. Es joven, cree que ser un vampiro le hace invencible. —Una fricción significativa en el hombro que ella se había herido. —Maldito vampiro, quería que Marco se involucrara en su nueva aventura. —Sara casi sintió pena por Marco. Casi. Porque si todo lo que este vampiro estaba diciendo era correcto, entonces Marco se había ausentado y matado a otros cinco hombres, ninguno de los cuales le
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había hecho nada. Por no mencionar de cómo había aterrorizado a Rodney—. ¿Tienes alguna otra información? —El nuevo amante de Silas ya no existe —encogiéndose de hombros—. Silas recibió el mensaje enviado antes de que Marco notara que tenía un segundo teléfono móvil. No he recibido mensajes desde entonces, así que el Cazador probablemente remedió eso. Deacon se quedó mirando al vampiro. —Si sabes dónde está, ¿por qué no estáis montando un rescate? Tú tienes un grupo bastante grande. Una larga pausa. El vampiro miró hacia arriba, luego hacia abajo, bajando la voz. —Raphael no estaba satisfecho cuando se enteró del ataque a Sara. Nosotros no somos su pueblo. Él nos ha prohibido hacer cualquier cosa en su territorio, excepto lo que se refiere a nuestra salida, incluso alimentarnos —un largo y estremecido suspiro—. Saldremos del país en el primer avión. —¿Silas es un turista? —preguntó Sara, rápidamente pensando en sus opciones—. Marco se reunió con él durante una cacería. Silas llegó a estar con él —otra mirada hacia arriba—. Haremos un llamamiento a nuestro arcángel en busca de ayuda, aunque no le cae bien Silas. Sara no sentía ni una pulgada de confianza en el vampiro, pero tenía la sensación de que él decía la verdad sobre Marcos y Silas. Había un manto de preocupación en su voz que delataba un obvio afecto por el vampiro más joven. Eso no era tan insólito como parecía. Los vampiros habían sido humanos, después de todo, tomó mucho tiempo que los ecos se desvanecieran por completo. —Excelente —ella se volvió a poner su casco—. Creo que es hora de que el Gremio acuda al rescate. Deacon arrancó el motor en silencio y se alejaron, dejando el vampiro de pie en la acera. —Creo que fue sincero con nosotros —dijo—. ¿Y Tú? —Encaja con lo que sabemos. —Su voz era una íntima oscuridad en su oído—. Parece como si a Raphael le gustaras. —Nunca lo he conocido. Ni siquiera hablé con él por teléfono —ella respiró profundamente—. No creo que tenga nada que ver conmigo. —¿No? —No —ella sabía exactamente dónde los seres humanos clasificaban en el esquema de las cosas en cuanto a los arcángeles se tratara. En algún lugar por debajo de las hormigas—. Es debido a que algunos otros arcángeles trataron de entrometerse en su territorio. Está molesto. Y cuando un arcángel se enoja, las cosas se ponen salvajes. ¿Has oído lo que le hizo a ese vampiro en Times Square? Deacon asintió lentamente. —Rompió todos los huesos de su cuerpo y lo dejó allí. Como una advertencia. Estuvo vivo hasta el final, pobre bastardo.
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—Así que ya ves por qué no quiero que Raphael tome interés por mi bienestar —Deacon no dijo nada, pero los dos sabían que, como Directora del Gremio, tendría una probabilidad mucho mayor de atraer la atención de Rafael que un Cazador ordinario. Pero aún así, ¿cuántas veces un arcángel contactó con algún humano directamente? Sara nunca había oído nada al respecto. Ellos lo controlaban todo desde sus torres. La Torre Arcángel de Manhattan lo empequeñecía todo en el estado entero. Sara se había sentado a menudo en el demasiado-costoso-apartamento de Ellie y veía a los ángeles volando dentro y fuera. Sus pies, pensó ella, probablemente nunca tocaban la tierra. —¿Sabes?, creo que Ellie tiene una mayor probabilidad de conocer a un arcángel que yo. —¿Por qué? —Es sólo un sentimiento —un hormigueo atravesó su nuca, un sexto sentido que su bisabuela decía poseer—. ¿Crees que deberíamos llamarla para que nos respalde? —Si Marco está ahí solo, podemos cogerlo. Primero vamos a revisarlo todo, no quiero aterrorizarlo —hubo una pausa—. Aunque suena como que Silas no es ningún premio. —Sí. Pero Marco lastimó a Rodney, que es tan peligroso como un conejito. —Ella esperaba que su amo no hubiera sido demasiado duro con él. Y que a esa Mindy la Zorra, alguien le hubiera arrancado la cabeza. —Llegamos —aparcó—. El bar debe estar cerrado. Colocando los cascos, se dirigieron al bar… sólo para pararse bruscamente cuando una pequeña viejecita les miraba desde el final de la calle y se alejó rápidamente. Sara miró a Deacon, realmente lucía bien. Grande, sexy, cargado con armas… y teñido de color rojo óxido. —Oops. Él sonrió, lento y con una mirada que decía que él estaba pensando sobre estar desnudo. Con ella. —Es mejor que terminemos con esto antes de que llegue la policía y se desate el infierno. Asintiendo, ella apartó a un lado el pensamiento de enjabonarle su delicioso cuerpo y aceleró el ritmo. —¿Cómo conseguiremos entrar al sótano? Deacon levantó una ceja. —Llamando. —Que… Oh, esto es todo el trabajo. Dos Cazadores, necesitando refugio y un lugar para asearse. Me vale. La puerta del bar estaba cerrada con llave, todas las luces de neón apagadas. Deacon iba a golpear, pero Sara le agarró la mano y señaló hacia el intercomunicador escondido discretamente a un lado. Al pulsar el botón, ella esperó. —¿Sí? —la voz de Marco. Sonaba cansado, pero no agresivo en lo más mínimo. —Marco, somos Sara y Deacon. Necesitamos un lugar para asearnos.
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—Puedo verlo —la puerta se abrió—. Vamos, entrad. Entraron. Sara esperó hasta que la puerta se cerró detrás de ellos para musitar: —¿Soy yo o él suena demasiado normal? Deacon frunció el ceño. —O es un actor malditamente bueno o pasa algo más. Marco asomó la cabeza por la puerta que conducía a su apartamento. Silbó cuando los vio. —Habrán sido algunas peleas. El baño es suficientemente grande para dos —trató de ocultar una afilada sonrisa pero fracasó. Otra vez, nada extraño sobre si él no había tenido la oportunidad de ir a la cama. Entonces ella vio el desastre que había en el bar. Botellas rotas, sangre en el suelo, lo que parecían agujeros de bala en las paredes. Un segundo después, Marco salió de detrás de la puerta, y se hizo evidente que lucía el inicio de un ojo morado. —No me atrevo a preguntar —ella levantó una ceja. Marco se pasó una mano por el cabello. —Venga, vamos y hablaremos. —Ahora sería mejor —dijo Deacon, inmóvil. El dueño del bar pasó la mirada de uno a otro y dijo—: Mierda —sonando como si su corazón se acabara de romper en mil pedazos, se sentó en el último escalón, la cabeza entre sus manos—. Él me tendió una trampa. El muy cabrón me engañó. Sara estaba empezando a tener dolor de cabeza. Había venido aquí esperando rescatar a un vampiro herido por un Cazador desquiciado, y encontró a un amante destrozado. —¿Qué tal si empezamos por el principio? —sugirió ella, permaneciendo fuera del alcance de ataque en el caso de que Marco en realidad fuera un buen actor—. ¿Dónde está Silas? —Encerrado en el sótano —los ojos de Marco eran sombríos cuando los miró—. Necesitaba tiempo para solucionar mi mierda antes de llamar al Gremio. —¿Y el hombre que estaba con él? Marco cabeceó hacia la barra del bar. —Silas se acercó por detrás de él y… —Él se quedó con la mirada fija en sus manos—. No podía creerlo. Pero la sangre, Dios, tanta sangre. Dejando a Deacon para vigilarlo, ella se asomó a la brillante superficie de madera y miró hacia abajo. Un vampiro de ojos azules la miraba. Contuvo el aliento. Si no hubiera visto que su cabeza ya no estaba unida a su cuerpo, habría pensado que él vivía. —Muerto —le confirmó a Deacon—. La pregunta es, ¿cómo ocurrió?
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—Silas —repitió Marco debidamente—. Él vino aquí, alardeando como un maldito pavo real. Debí haberlo dejado fuera, pero yo… —Tragó, las manos en un puño, el dolor evidente en cada crispado tendón—. Pensé que tal vez había venido a disculparse. No vi al chico hasta más tarde. —¿Disculparse? —Sara tenía la sensación de que todos ellos habían sido arrastrados a un serio altercado de amantes… —Por haberme engañado —Marco finalmente la miró a la cara—. Ahí estaba yo, siendo un estúpido. Dimití del Gremio, configuré este lugar, todo porque él me dijo que odiaba saber que yo estaba poniendo mi vida al límite con cada cacería. Incluso le pedí a Simon de hablar con algunos de los ángeles superiores, ver si tal vez pudiéramos conseguir que el resto del Contrato de Silas fuera transferido a un ángel en los Estados y así no tendríamos que seguir yendo y viniendo. —Aquí —Sara agarró una botella abollada pero todavía completa de agua y se la arrojó —. Respira. —No puedo —resopló y luego la arrojó a un lado—. Él sólo me estaba utilizando. Quería librarse de su Contrato, su ángel no le gusta. Podría haberme tragado eso. Infiernos con el ego, pero habría tenido que tragármelo. Yo lo amaba. Pero todo el tiempo que estuvimos juntos, él estaba con… quién coño lo sabe. Más de un hombre. —Marco, esto no tiene sentido —Sara cruzó sus brazos—. ¿Por qué querría ponerte una trampa si fue él quien te engañó? —Porque me deshice de él —Y en ese momento, Sara vio al Cazador que Marco era. Duro, letal, ciertamente muy bueno en su trabajo—. Le dije que se fuera y se mantuviera al margen. —Lo que significaba que había perdido toda posibilidad de conseguir que su Contrato se transfiriera. —Deacon no se había movido de su posición en la puerta—. Eso suena bien. Pero todas las evidencias apuntan a un Cazador. —Él tomó mis efectos personales. Mis armas, ropa, una de las espadas ceremoniales que colecciono —Marco apretó los dientes—. Me siento tan jodidamente estúpido. Sabía que él no aceptó bien el rechazo, pero nunca pensé que iría por ahí matando a la gente para vengarse de mí. Sara miró a Deacon. Él movió la cabeza en una ligera negación. Ella estaba de acuerdo. Marco era muy, muy creíble. Pero era su palabra contra la de Silas. Si ellos lo apoyaban, los vampiros se lo tomarían a mal, a menos que tuvieran pruebas. En cuyo caso, Silas desaparecería frente a la justicia angelical. Los Cazadores podían matar, pero sólo en circunstancias extremas, o cuando había una orden de ejecución. Eso tenía más sentido para los ángeles, disponer de cualquier castigo necesario, ellos eran más rápidos, más fuertes y mucho más crueles que los vampiros. —Las cámaras de seguridad —preguntó ella a Marco—. ¿Has grabado la pelea?
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—No —el disgusto estropeaba las hermosas líneas de su rostro—. Las apagué cuando me di cuenta de que era él. No quería a nadie viendo cómo de tonto había sido. Por lo menos no fui tan estúpido como para dejar mi arma detrás. El tiro le rozó la cabeza, lo noqueó. Eso explicaba cómo Marco había metido al vampiro en el sótano. —Necesitamos hablar con Silas —Sara dio un paso hacia delante, esperando un desacuerdo. Marco se levantó. —Te llevaré, vamos a ver lo que el hijo de puta tiene que decir. Permitiéndole ir por delante, lo siguieron con sus armas desenfundadas. Silas estaba golpeando la puerta en el momento en que llegaron allí. —¡Ayudadme! —más golpes—. ¡Ayuda! ¡Yo puedo oírte! —Silencio —la voz de Deacon cortó a través de los golpes como un cuchillo. Sara tomó la iniciativa—. ¿Cómo es que has terminado encerrado en el sótano? Obtuvieron más o menos la misma historia de Marco… pero con los papeles invertidos. Por el momento todo había terminado, el dolor de cabeza de Sara se había convertido en un monstruoso aporreamiento. ¿Cómo diablos se iba a solucionar este problema? Un movimiento en falso y mucha más sangre sería derramada. Miró a Deacon. —¿Tienes unas esposas? Le entregó un par de plástico fino. —Aguantarán —Marco alzó sus manos sin dudar cuando ella se giró. Hizo clic al cerrar las esposas, lo llevó de vuelta arriba, a través de la escalera que conducía hasta su apartamento… después de vendarle los ojos y atarle los pies juntos, cerró las esposas firmemente contra la barandilla. Los Cazadores eran extremadamente ingeniosos cuando se trataba de la supervivencia. —No voy a huir —le dijo Marco a ella, con una especie rota de dolor en su voz que la lastimaba. —¿Para qué valdría la pena? —dijo—. Te creo. —Si ella iba a ser Directora del Gremio, tendría que aprender a juzgar a la gente—. Pero necesitamos pruebas. —Él es inteligente. Es parte de su encanto. Silas no había sonado particularmente encantador a Sara, sin embargo, ella no estaba enamorada de él. Palmeando a Marco en el hombro, salió, cerrando la puerta detrás de ella. —Rodney —dijo a Deacon. —Eso es lo que yo pensaba. —Pero incluso si él pudiera reconocer las distintas voces, ¿alguien le tomará en serio? — sacó ella su teléfono móvil. Vaciló—. Es un comienzo. Mientras ella esperaba a que respondieran al teléfono, se encontró con sus ojos fijos en Deacon.
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—Como directora, voy a tener que lidiar con líos como éste todo el tiempo. Un guiño. —Y te preocuparás lo suficiente como para descubrir la verdad —reduciendo la distancia entre ellos, él le tocó la mejilla—. Tenemos suerte de tenerte —en el otro extremo, el teléfono fue respondido. —¿Sí? Sara dejó caer la cabeza sobre el pecho de Deacon con el sonido de esa voz. —Mindy, necesito hablar con tu amo. —Me castigó porque te chivaste.
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CAPÍTULO 8
Sara no tenía tiempo para andar jugando a ver cuál de las dos podía más. —Deberías tener más cuidado. —Maldita sea —dijo Mindy—. Tengo 400 años y no puedo deshacerme de ese imbécil. No es tu culpa. Espérame. Sorprendida y algo contenta de que todo fuera bien, ella tomó una respiración profunda y con voz serena, marcó la línea a Lacarre. —Cazadora. —Buscaba una respuesta de por qué lo estaba llamando, y pidiendo permiso para hablar, con una sola palabra. Ella le explicó. —Sí pudiéramos pedir prestado a Rodney durante unos minutos, podría ayudarnos a aclarar las cosas. —Dado que las víctimas incluyen a dos de los míos, estoy muy interesado en conocer la identidad del perpetrador. Estaremos allí pronto. Cerró el teléfono, y abrazó a Deacon. —¿Crees que alguien se daría cuenta si lo tiro todo por la borda y corro gritando hacia las montañas? Calientes y fuertes, sus manos le rozaron la espalda. —Podrían enviar al Asesino tras de ti. —No flirtees. Ahora no. —Más tarde, entonces. —No detuvo el masaje en su espalda—. Creo que es oficial, éste es el caso más complicado que he tenido en mi carrera. —Tuyo y mío, de ambos. No sé por qué siempre me sorprende cuando los vampiros actúan tan raro como los humanos ordinarios. No se supone que ganan la sabiduría de los siglos
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con la transformación. —Su corazón latía fuerte y constante en su mejilla. Eran fuertes. Serenos. Una mujer podría acostumbrarse a ese tipo de contacto. Permanecieron en silencio durante mucho tiempo, hasta que el corazón de Sara se rindió bajo el suyo. —¿Has pensado alguna vez en hacer otra cosa? —preguntó en un susurro, al darse cuenta que no sabía nada de su pasado. No importaba. Era el hombre con el que se encontraba en estos momentos y le fascinaba—. ¿Aparte de estar en el Gremio? —No. —Esa única palabra contenía una gran historia. Ella no insistió. —Yo tampoco. Conocí a mi primera Cazadora, mientras vivía en una comuna—ni siquiera preguntes— cuando tenía diez años. Era tan fuerte, inteligente y práctica. Fue amor a primera vista. Su risa sonó un poco cruda. —Exploté después de que un vampiro loco por la sed de sangre hubiera destruido nuestro barrio entero. El Cazador me encontró de pie sobre el vampiro, tratando de cortarle la cabeza con un cuchillo de carne. Ella le apretó con fuerza. —¿Qué edad tenías? —Ocho. —Es un milagro que no seas un psicópata asesino de vampiros. De alguna manera, era la forma correcta de decirlo. Él se rió suavemente y se dobló a sí mismo alrededor de ella, besándola con una ternura que destruyó todas sus defensas resistentes como el vidrio. —Decidí que prefería ser uno de los buenos. No me gusta la persecución y ejecución de mis Cazadores... ver la muerte de mis compañeros como si fueran perros. Y por eso, Sara supo de repente, por qué el último Asesino había elegido a Deacon como su sucesor. El Asesino tenía que amar al Gremio con todo su corazón y alma. Cada decisión tenía que hacerse con el poder desgarrador de que es capaz el amor... Deacon nunca ejecutaría a un Cazador sin una evidencia absoluta e innegable. Todo lo contrario, de no ser así, Marco estaría muerto desde hace días. Levantó la cabeza, le besó la garganta. —¿Cómo te sientes acerca de iniciar un romance secreto con la Directora del Gremio? — Ella no podía dejarlo ir. No sin una lucha. —Yo prefiero que el mundo entero sepa quién es la mujer que está conmigo. —Una respuesta inflexible—. Los secretos terminan por morderte el culo. No pensé en esa… posibilidad. Antes de que pudiera pensar en otra, la puerta vibró bajo la fuerza de un golpe imperioso. Lacarre había llegado.
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—Comienza la función. —Apartándose de Deacon, ella se acercó a Lacarre y su séquito... Mindy, Rodney, e inesperadamente, el vampiro que originalmente le había pedido su ayuda. —Por favor entren. —Ella levantó una ceja hacia el no-invitado. —Lo hemos encontrado merodeando —dijo Mindy, agitando una mano con una indiferencia que les dijo que no podría importarle menos—. Lacarre decidió que podría ser de ayuda. El vampiro extranjero no parecía especialmente contento de haber sido arrastrado, pero nadie le decía que no a un ángel. —¿Dónde están los hombres? —preguntó Lacarre, manteniendo sus alas varias pulgadas separadas del suelo para que no arrastraran en la masa pegajosa de vidrio, sangre y alcohol que cubría la superficie. —Uno ahí detrás. —Señaló ella la puerta cerrada que llevaba al apartamento de Marco —. Y el otro está en el sótano. Mindy le acarició con la mano el brazo de Deacon. —¿Se parecen a éste? —Fue una invitación bochornosa. Deacon no dijo nada, sólo la miraba con ojos fríos, incluso Sara sintió el frío. Deacon asustaba realmente, realmente muy bien. Mindy dejó caer la mano como si se hubiera quemado y regresó al lado de Lacarre muy rápido. Rodney ya estaba escondiéndose detrás de las alas del ángel. —Serías un buen vampiro —le dijo el ángel a Deacon—. De hecho, podría confiar en que la ciudad no se caería en pedazos si te quedaras al mando. —Prefiero la caza. El ángel asintió con la cabeza. —Lástima. Rodney, ¿sabes que tienes que hacer? Rodney asintió con la cabeza tan rápido, que fue como si estuviera saltando. —Sí, amo. —Parecía infantilmente con ganas de agradar. —Vamos. —Manteniendo una voz dulce, Sara le tendió la mano—. No te hice daño la última vez, ¿verdad? Rodney se tomó un momento para pensar en eso antes de cerrar los dedos alrededor de los de ella. —No podrán alcanzarme, ¿verdad? —No. —Le dio unas palmaditas en el brazo con su mano libre—. Todo lo que quiero que hagas es que escuches sus voces y que me digas cómo sonaba el hombre que te hizo daño. Fueron a ver a Marco en primer lugar, con Lacarre y Mindy siguiéndoles. Lo que hizo que se le erizara el vello de la nuca al estar ante un ángel poderoso y su sanguinaria ramera
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vampiro detrás de ella... era capaz de soportarlo, sólo porque estaba Deacon en la retaguardia, con su amigo Silas delante de él. —Marco. —Ella golpeó la puerta—. Quiero que lo amenaces con cortar la cabeza de Rodney. Rodney le lanzó una mirada con los ojos abiertos como platos. Susurró. —Es sólo ficción. Marco empezó a gritar un segundo después. Con los ojos muy abiertos, Rodney se apartó rápidamente de la puerta y Sara sintió como se le caía el estómago. —¿Es él? —preguntó, después de que Marco se quedara en silencio. Rodney estaba temblando. —No, pero da miedo. A Lacarre no le gustaba la idea de ir al sótano, pero bajó con ellos. Y cuando Silas se negó a hacer lo que le ordenaban, el ángel le susurró—: ¿O prefieres que entre para tener una conversación… privada? —Tan sedosamente dulce y oscuro como el chocolate, y afilado como un estilete deslizándose entre las costillas. Si Sara había tenido alguna vez ideas delirantes acerca de tratar de convertirse en un vampiro, morían rápidamente en este preciso momento. No querría estar nunca bajo el control de alguien que pudiera poner tanta crueldad, tanto dolor, en una sola frase. Castigado, Silas hizo una amenaza contra la madera. Casi tan espeluznante como un osito de peluche. Sara estaba a punto de ordenarle que lo hiciera con más sentimiento cuando Rodney se dio la vuelta y trató de subir corriendo escaleras arriba. Deacon lo atrapó. —Shh. Para sorpresa de Sara, el vampiro se aferró a él como un niño a su padre. —Fue él. Él es el hombre malo. Lacarre clavó la mirada en la parte posterior de la cabeza de Rodney, y luego en Sara. —Traigan a ese Silas arriba. Oiré al Cazador sobre lo que sucedió. Sara tomó la ballesta en la mano, pero no fue necesario. Alto, moreno y espectacular Silas, con la ropa desgarrada y ensangrentada, obedeció manso como un cordero. Dejándolo frente a Lacarre y Mindy... con el vampiro extranjero merodeando alrededor observó a Marco y se reunió con los demás Silas miró furiosamente a su ex amante. —Tú matas y me culpan a mí. Marco no le hizo caso, mirando al frente mientras recitaba lo que Sara creía que era la verdad. En el momento en que llegó a su rechazo de Silas, el vampiro de fuera-de-la-ciudad se quedó sin aliento y le dijo—: ¡Yo te creí! —¡Cállate! —gritó Silas.
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Lacarre levantó una ceja. —No. Continúa. —Él ha hecho esto antes —dijo el vampiro extranjero—. Hace tres décadas, cuando un humano con el que había tenido un romance lo dejó por otro vampiro, él mató a cuatro de los nuestros. Sara lo observó. —¿Eran hombres con fuertes lazos con la humanidad? —Sí. —Contestó temblando—. Me dijo que la sed de sangre se había apoderado de él. Era joven... Yo lo protegí. —El vampiro claramente sacudido por sus palabras respiró hondo y dio la espalda a su antiguo amigo—. Ya no más. Silas gritó y saltó como si fuera a atacar, pero Deacon lo derribó de un golpe en la garganta. El vampiro cayó como un árbol. Marco se estremeció, pero ni siquiera se giró. —Como he dicho —murmuró Lacarre—, es una verdadera lástima que no desee ser Convertido. Si alguna vez cambia de opinión, hágamelo saber. La sonrisa de Deacon fue apenas perceptible. —No se ofenda, pero me gusta ser mi propio amo. —Le tentaría con bellezas como Mindy, pero parece que ha hecho su elección. —Caminó hasta el cuerpo inconsciente de Silas—. El Gremio tiene derecho a exigir indemnización y proponer el castigo. ¿Cuál es su voluntad? —Era una pregunta dirigida exclusivamente a Sara. Como si ya fuera la Directora. Sara miró a Marco, vio la lucha en su cara y sabía que sólo podía haber una respuesta. —Piedad —dijo—. Ejecutarlo con misericordia. —Porque todos sabían que a Silas no se le permitiría vivir—. Sin tortura, ni dolor. Lacarre negó con la cabeza. —Tan humana. Ella sabía que no era un cumplido. —Es un defecto con el que puedo vivir. —Nunca quiso convertirse en algo parecido a lo que era Lacarre... tan frío, incluso cuando él la miró con un interés aparente. —Que así sea. —Caminando hacia Silas, se inclinó y recogió al vampiro en sus brazos sin ningún esfuerzo—. Se hará como ha pedido. Mientras se alejaba, Mindy y los otros rezagándose detrás de la amplia extensión de sus alas de color crema, Sara vio a Deacon ponerle una mano en el hombro a Marco. Un solo toque. Con palabras susurradas tan bajo que no podía oír lo que decían. Pero cuando Deacon regresó a su lado, Marco ya no parecía que se estuviera muriendo poco a poco en una muerte lenta y dolorosa. Oh, él estaba sufriendo mucho, pero también hubo un atisbo de una voluntad obstinada, del tipo que hace humanos a los Cazadores. Se volvió hacia Sara.
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—Retiro mi renuncia del Gremio. Pensé... esperaba, poder quedarme aquí. —Me aseguraré de que Simon se entere. —Eso no es necesario, ¿verdad, Sara? —Le dijo en voz baja—. Siempre que tú lo hagas.
Sara se despidió de Deacon fuera del hotel seis horas más tarde. Él tenía su equipo y ella el suyo. Ellie la estaba esperando en un coche de alquiler, lista para iniciar la partida hacia Nueva York. Era el último viaje por carretera antes de las numerosas responsabilidades que llegarían junto con el funcionamiento de una de las delegaciones más poderosas e influyentes del Gremio. —El año que viene va a ser brutal —dijo a Deacon que estaba sentado de lado en su moto, las piernas estiradas hacia fuera delante de él, y los brazos cruzados—. Menos mal que dijiste que no..., probablemente no podría llevar a cabo un romance secreto, aunque lo intenté. —Ella debió de reír, pero no pudo encontrar ninguna risa en su interior. Él no hizo nada cursi. Era Deacon. Se levantó, puso la mano detrás de su cuello y la besó dejándola sin aliento. Luego la besó otra vez. —Tengo algunas cosas que hacer. Y tú tienes un cargo de director esperándote. Ella asintió con la cabeza, tenía el sabor del whisky y de la medianoche en su boca. —Sí. —Será mejor que te vayas. Ellie está esperando. Apretándole con fuerza una vez más, dio media vuelta y se alejó. Hacía lo correcto al hacerlo de esta manera. Todo lo que tenían, la dulce y brillante promesa que todavía podía ver gravitar sobre el horizonte, merecía quedarse intacta, en lugar de ser aplastada bajo el peso de las expectativas no cumplidas. —Conduce —le dijo a Ellie en el instante que la puerta se cerró detrás de ella. Ellie le echó una mirada y no dijo una sola palabra. De hecho, ninguna de las dos habló hasta que había cruzado la línea del Estado. Luego Ellie la miró y dijo—: Me gustó. La observación sin adornos hizo pedazos cada una de las defensas que Sara tenía. Dejando caer la cabeza en sus manos, lloró. Ellie se detuvo en el lateral de la carretera y con los brazos muy abiertos la abrazó mientras lloraba. Su mejor amiga no les insultó a ninguno de ellos por la mierda de coincidencias que tenían. En cambio, dijo—: Sabes, Deacon no me parece que sea del tipo de hombre que deja de lado las cosas que importan. Sara sonrió, sabiendo que su cara era un desastre con manchas. —¿Puedes verlo en un traje? —sintió un nudo en el estómago ante la idea. —Déjame ver si lo visualizo. Bueno, lo tengo. —Suspiró Elena—. Oh, baby, yo podría babear con ese esmoquin. —Hey. Es mío —dijo con un gruñido.
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Ellie sonrió. —Tengo pulso. Él está muy bueno. —Eres una idiota —le dijo a aquella que había conseguido hacerle sonreír, aunque sólo fuera por un instante—. Me lo imagino estrechando manos y jugando a la política del Gremio. No. —¿Y qué? —Ellie se encogió de hombros—. La Directora del Gremio tiene que hacer todas esas cosas. ¿Quién dice que su amante tiene que ser todo menos un hijo de puta grande, espeluznante y silencioso? Era tentador estar de acuerdo, aferrarse a la esperanza, pero Sara negó con la cabeza. —Tengo que ser realista. El hombre es un solitario total. Es por eso que es el Asesino. — Arrastró un tembloroso suspiro, ella se recostó y dijo—: Vamos a Nueva York. Tengo un trabajo que hacer. Eran palabras fuertes, pero sus dedos encontraron su camino en el bolsillo, patinando sobre una pequeña hoja de sierra dentada oculta en su interior. Era de Deacon. El hombre tenía algunas armas interesantes... le gustaba la pistola que disparaba esos cariñines que giraban en círculos en lugar de balas. Era lo que había estado utilizando en la chatarrería de Tim. Eso hizo que se preguntara qué era lo que estaba haciendo Lucy. Una leve sonrisa tiró de sus labios... creía saber que su recuerdo favorito de Deacon era: ¿él abrazando al malvado perro del infierno?
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CAPÍTULO 9
Dos meses más tarde, Sara se quedó mirando su reflejo, la mujer que le devolvió la mirada, parecía tanto desenvuelta como elegante enfundada en un vestido negro sin tirantes. Su pelo había sido recogido en un sofisticado moño en la parte posterior de la cabeza, su flequillo estaba peinado a un lado con una elegancia que nunca había podido lograr en ese campo, y su rostro maquilado con habilidad ponía de relieve sus pómulos y resaltaba sus ojos. —Me siento como un fraude. Simon se rió entre dientes y caminó hasta su espalda. —Pero te ves exactamente como eres, una mujer poderosa y hermosa. Sus ojos se posaron en su collar. —Una buena elección. —El filo de las piedras brillaba. Había insertado las piedritas en una cadena de plata. —Gracias. —Algunas de las personas que se encuentran esta noche van a tratar de burlarse de ti. Hay algunos que ven a los Cazadores como presumidos ayudantes de alquiler —Oh, ¿como la Sra. Abernathy? —dijo, secamente, mientras nombraba a la anfitriona de la fiesta a la cual estaba a punto de asistir. —Ella me preguntó si necesitaba un poco de ayuda con “la ropa adecuada, querida”. —Exactamente. —Simon se encogió de hombros. —Siempre hay consejos cada vez que uno de los “sangre azul” intenta derrocarte, pero recuerda que tratas con ángeles todos los días. La mayoría de ellos se mearía en los pantalones ante la idea. Se ahogó. —¡Simon!
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—Es verdad —se encogió de hombros—. Y algún día, incluso podrías tratar con un miembro del Grupo de los Diez. No importa lo importantes que se crean, la mayoría de los humanos nunca entran en contacto con un arcángel. —Entonces probablemente me haré pis en mis pantalones, también —murmuró. —No, no lo harás. —Inesperadamente se puso serio—. En cuanto a los vampiros de clase alta, recuerda, nosotros los cazamos. No al revés. Sara asintió con la cabeza y dejó escapar un suspiro. —Ojalá no tuviéramos que hacer esta mierda. —Los ángeles nos pueden asustar, pero los Cazadores asustan a la mayoría de la gente, incluyendo a muchos otros vampiros. Tranquilízalos. Convéncelos de que somos civilizados. —Lo que no es verdad. —Sonrió ella. Simon le devolvió la sonrisa, pero no era su cara la que ella quería ver al lado de la suya en el espejo. —Bueno, estoy lista. —Esta era su primera salida en solitario como Directora del Gremio en prácticas. La transición se completaría a finales de año. —Ve a por ellos.
La fiesta no era del todo una tontería. Era el inicio de sesión que necesitaba para demostrar que ella era la persona adecuada para el trabajo. Ellie ya hubiera disparado a cinco personas a estas alturas. Sara sonrió y atendió otra pregunta tonta mientras se enteraba del flujo incesante de los chismes. Era inteligente. Los Cazadores necesitaban saber un montón de cosas, como qué vampiro podía huir, o qué individuos podrían simpatizar con los ángeles hasta el punto de vigilarlos. Por supuesto, todo era apariencia, ella solo estaba alternando, sólo otra mujer más, bien vestida, entre decenas de otras. La Sra. Abernathy le sonrió cuando llegó. —Probablemente, esté sorprendida de que no me presentara vestida de cuero y llena de sangre —murmuró junto a su copa de champán en un momento de respiro en el balcón. —Por mí estaría bien. La sonrisa en su rostro fue sin duda tonta, pero ella no se volvió. —¿Es el cuero lo que te gusta o la que lo lleva puesto? —Tú me entiendes. —Cálido aliento contra su nuca, manos en sus caderas. —Pero podría acostumbrarme a usar este vestido. —Hey, los ojos hacia arriba. —Ella puso la copa de champán en el muro que le llegaba hasta la cintura y que rodeaba la terraza—. No lograrás ver mi escote. —No puedo evitarlo. —Le dijo acariciándola. Y ella se quedó sin aliento. —Oh, hombre. —Ella se volvió hacia atrás y le golpeó con un dedo.
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Por supuesto, no le daría a Deacon un desfile de moda. Él giró sobre su costado y fingió llorar por sentirse golpeado. —Me gusta. —Ransom dijo que me veo como si tuviera ojos de mapache. —Ransom tiene el pelo como una niña. Ella sonrió. —Eso es lo que le he dicho. Echándole los brazos alrededor del cuello, lo besó con desenfreno, y se sentía mejor que bueno. Así que lo hizo de nuevo. —Las debutantes van a mojar sus bragas por ti. —Pareció horrorizado—. No te preocupes. —Ella le besó la mandíbula. —Las espantaré.
Deacon causó tal revuelo en el salón que pensaba que podría llevar puesto el Chanel N º 5 en el salón de baile. Ella también creyó que él se daría la vuelta y huiría. Que había venido... bien, ¡diablos!, qué le había robado el corazón de su pecho. Pero no esperaba que él estuviera de pie a su lado tan tranquilo, como si la cosa ni siquiera fuera con él. Unos cuantos hombres trataron de utilizar su presencia para ignorarla —malditos cerdos machistas—, pero Deacon desviaba los balones de vuelta hacia ella muy bien, sin que los demás se diesen ni cuenta. Sexy, peligroso, inteligente, y sabía cómo tratar con idiotas sin hacer una escena. Estaba en buenas manos con él. Y apuñalaría con un cuchillo el corazón de cualquier debutante, trofeo o esposa que se acercase a él hasta de lejos… —Espero —le susurró al oído durante un minuto raro de privacidad—, una gran cantidad de favores sexuales por ser tan bueno. Sus labios temblaban. —Hecho. Y lo haría. A fondo. En el momento en que llegaron al apartamento, se estaba quemando por él. No llegaron a la cama la primera vez. Su lindo vestido, ceñido, terminó en pedazos a sus pies mientras Deacon la tomaba contra la puerta, con la boca fundida con la suya. Ella se corrió con fuerza mientras aferraba con desesperación su camisa blanca con las manos. La segunda vez fue más lenta, más dulce. Después, se pusieron de lado, cara a cara. Era una manera indescriptiblemente íntima de estar, y no se atrevía a hablar por miedo a estropear el momento. —Ahí va tu identidad secreta. A partir de mañana, vas a estar en las columnas de chismes de aquí a Tombuctú.
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Él le mordisqueó el labio superior. —Compré el esmoquin. Ella parpadeó. —Compraste el esmoquin. Burbujas de felicidad estallaron dentro de ella. —Es más rentable que alquilar uno si lo vas a usar mucho. Eso es lo que el chico de la tienda, dijo. Él se acercó más, mientras le acariciaba la espalda, con manos rudas y perfectas. —Pero… —Nada de peros. —Ella le dio un beso. —Estoy muy feliz ahora. Él sonrió contra sus labios. —Pero es que tienes que tratar con la Sra. Directora del Gremio. Palabras certeras con tono de voz serio. Ella le sostuvo la mirada —¿Qué pasa? —Tengo que dimitir como el Asesino. —¡Oh! Sí, por supuesto. —A partir de esta noche, él sería demasiado reconocido, pero lo más importante era que al quedarse con ella conocería a muchos Cazadores, harían muchos amigos—. Encontraremos un sustituto… —Es lo que estaba pensando y tengo un candidato. Sara asintió con la cabeza, le acarició con sus dedos la línea de la mandíbula. —No puedo ser tu jefa —dijo solemnemente—. Necesito ser tu amante. Deacon se acercó a ella y dibujo un círculo en el lugar donde su collar había descansado antes de que se lo quitara. —Pensaba ser las dos cosas. —Eso me sirve —dijo mientras se aliviaba la opresión en su pecho—. Sin embargo, debes darte por entero. —Lo entiendo. —Era una simple declaración pero significaba más de lo que podía articular. Se tragó el nudo de emoción que tenía en la garganta y dijo—: He hablado con Tim hace una semana. Lucy está preñada. Su ceño fruncido se transformó en una sonrisa. —¿En serio?
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—Sí, de verdad. —Ella levantó una pierna por encima de él y se acurrucó. —Va a guardarme uno de los cachorros. Iba a llamarlo Deacon, como yo. Él se comenzó a reír, de una forma que era contagiosa. Hundió la cara en su cuello y le dio un beso.
El cachorro era negro como el carbón, con grandes ojos marrones y las patas tan grandes que prometía convertirse en un monstruo como su mamá. Sin embargo era un poco confuso tener dos Deacon en la casa, así que decidieron llamarlo Slayer i.
NOTAS
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Slayer: Asesino