Nalini Singh
El Lobo del Angel Cazadores del Gremio 3.5
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EL LOBO DEL ANGEL 3.5 Cazado res del Grem io
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ARGUMENTO
La historia de Noel, el vampiro que fue malherido en “El beso del arcángel” y un ángel que aún no conocéis.
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Capítulo 1
Noel había conseguido un ascenso al ser asignado al verde estado de Louisiana, pero la posición era una espada de doble filo. Aunque la zona era parte del territorio de Rafael, el arcángel le había asignado el gobierno diario a Nimra, un ángel femenino que había vivido seiscientos años. No estaba cerca de Rafael en edad, pero era lo suficientemente mayor, incluso si la edad por sí sola no fuera el árbitro de poder en lo que se refería a la raza inmortal. Nimra tenía más fuerza en sus huesos finos que ángeles que le doblaban en edad y había gobernado la región desde hacía ochenta años; había sido considerada poderosa cuando la mayoría de sus compañeros seguían trabajando en la corte de sus mayores. No era de extrañar cuando se decía que tenía una voluntad de hierro y una capacidad para la crueldad no atemperada por la misericordia. No era tonto. Sabía que este "ascenso" era en realidad una declaración silenciosa de que ya no era el hombre que una vez había sido y que no era útil. Cerró la mano en un puño. La carne desgarrada y ensangrentada, los huesos rotos, el cristal que había sido introducido en sus heridas por los servidores de un ángel loco, todo se había ido cortesía de su vampirismo. Lo único que permanecía eran las pesadillas… y el daño interior. Noel no veía al mismo hombre de siempre cuando se miraba en el espejo. Veía a una víctima, alguien que había sido molido a golpes y abandonado para morir. Se habían llevado sus ojos, destrozado las piernas, aplastado los dedos hasta que los trozos eran guijarros en un saco de carne. El proceso de recuperación había sido brutal, había necesitado hasta el último gramo de su voluntad. Pero si este insultante puesto iba a ser su destino, hubiera sido mejor no sobrevivir. Antes del ataque, había estado en la corta lista para un alto cargo en la torre desde la que gobernaba Rafael América del Norte. Ahora era un guardia de segundo nivel en una de las cortes más oscuras. En su centro estaba Nimra. De sólo metro y medio de altura, tenía la más delicada de las constituciones. Pero el ángel no parecía indefensa. No, Nimra tenía curvas que probablemente habían
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llevado a más de un hombre a la ruina. Su piel era un tono como de caramelo derretido, un complemento brillante para el exuberante calor de esta región que ella llamaba suya, y los rizos de un brillante negro azulado contra el jade oscuro de su vestido. Los rizos pesados le caían en cascada por la espalda con una alegría que no encajaba con su reputación ni con el corazón frío que tenía en un pecho que hablaba de pecado y seducción, sus senos maduros y casi demasiado llenos para su forma. Sus ojos se estrellaron contra él en este momento, como si hubiera sentido su escrutinio. Esos ojos, de un topacio profundo veteados de brillante ámbar, eran agudos e incisivos. Y ahora mismo, se centraban en él mientras caminaba por la gran habitación que usaba como sala de audiencias, los únicos sonidos eran el roce de sus alas, la suave caricia de su vestido sobre su piel. Vestía como un ángel de la antigüedad, la tranquila elegancia de sus prendas recordaba a la antigua Grecia. Él no había nacido entonces, pero había visto pinturas guardadas en la fortaleza angelical que era el Refugio, además había visto a otros ángeles que seguían vistiéndose de esa manera que consideraban más regia que la ropa de los tiempos modernos. Ninguno había tenido este aspecto, con ese vestido sujeto por sencillos ganchos de oro en los hombros y una delgada cuerda trenzada del mismo color alrededor de su cintura, Nimra podría haber sido una diosa antigua. Hermosa. Poderosa. Letal. —Noel —dijo y el sonido de su nombre fue tocado con el susurro de un acento que era de esta región y sin embargo, contenía los ecos de otros lugares, de otros tiempos—. Me ayudarás. Con eso salió de la habitación, sus alas un estallido de un marrón rico y profundo con brillantes rayos que hacían eco del color de sus ojos. Se arqueaban sobre sus hombros y acariciaban la brillante madera del suelo, esas alas eran las únicas cosas en su visión mientras se giraba para seguirla. El matiz exquisito de sus alas no hablaba de la crueldad fría de una corte oscura, sino de la calma sólida de la tierra y los árboles. Eso, por lo menos, no era publicidad engañosa. El hogar de Nimra no era lo que había estado esperando. Una dama antigua reclinada y elegante con techos altos, situada en un extenso terreno a aproximadamente una hora de Nueva Orleans. Tenía multitud de ventanas y balcones rodeando cada piso. La mayoría no tenían barandillas, como corresponde a la casa de un ser con alas. El techo, también había sido construido con un ángel en mente. Era en pendiente, pero no en un ángulo agudo, no lo suficiente para hacer peligrosos los aterrizajes.
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Sin embargo, a pesar de la belleza de la casa, eran los jardines los que definían el lugar. Cascadas de flores exóticas y ordinarias, lleno de árboles retorcidos por la edad con plantas recién plantadas, los jardines susurraban paz… el tipo de lugar donde un hombre roto podría sentarse e intentar encontrarse a sí mismo de nuevo. Excepto que estaba bastante seguro, pensaba Noel mientras seguía a Nimra por un tramo de escaleras, de que lo que había perdido cuando había caído en la emboscada y luego había sido degradado hasta que su rostro estuvo irreconocible y su cuerpo fue nada más que carne, se había ido para siempre. Nimra se detuvo frente a un par de grandes puertas de madera talladas con una filigrana de jazmines en flor, disparándole una mirada expectante por encima del hombro cuando se detuvo detrás de ella. —Las puertas —dijo ella, con lo que él estaba seguro que era un hilo de diversión en su voz besada por la música de los pantanos. Teniendo cuidado de no rozarle las alas, la rodeó para abrir una. —Me disculpo. —Las palabras salieron bruscas, la garganta poco acostumbrada a hablar en esos días—. No estoy acostumbrado a ser un… —Se interrumpió en mitad de la frase, sin tener ni idea de cómo llamarse a sí mismo. —Ven. —Nimra siguió caminando por un pasillo bordeado de ventanas que bañaban los pisos barnizados con la luz lánguida del sol de este lugar que contenía la belleza audaz y descarada de Nueva Orleans, junto con la vieja elegancia tranquila. Cada ventana tenía conjuntos de macetas en tonos tierra llenas de explosiones de los colores más alegres e inesperados, pensamientos, flores silvestres, margaritas y crisantemos. Noel se encontró luchando contra el deseo de acariciar sus pétalos, de sentir la suavidad aterciopelada contra su piel. Fue un impulso inesperado y le hizo retroceder, levantar sus escudos con más fuerza a su alrededor. No podía permitirse ser vulnerable aquí, en esta corte, donde había sido enviado para que se pudriera, no era una exageración pensar que todo el mundo estaba esperando que renunciara a la vida y completara lo que sus atacantes habían comenzado. Apretó la mandíbula con fuerza brutal mientras Nimra volvía a hablar. Aunque su tono era seda salvaje, del tipo que hablaba de secretos de alcoba y placer que podía convertirse en dolor, sus palabras fueron pragmáticas. —Hablaremos en mi despacho. —Esas cámaras estaban más allá de otra serie de puertas de madera, estas pintadas con imágenes de aves exóticas revoloteando entre grandes árboles en flor. Femeninas y bonitas, no había nada en las imágenes que hablaran de la dureza que era parte de la reputación de Nimra, pero si Noel sabía una cosa después de sus más de dos siglos de existencia, era que todo ser que había vivido más de medio milenio ha aprendido a ocultar lo que no deseaba mostrar.
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En guardia, entró detrás de ella cerrando las puertas pintadas en silencio a su espalda. No sabía que esperar, pero no era el elegante mobiliario blanco salpicado de cojines de colores de piedras preciosas, la líquida luz del sol entraba por las abiertas puertas francesas, había un conjunto de libros muy leídos sobre una mesa. Las plantas, sin embargo, ya no eran una sorpresa, y le dieron una sensación de libertad, incluso aunque estaba ahogado y prisionero de su propio yo roto, su promesa de servicio a Rafael, y por lo tanto a Nimra. Caminando hacia las puertas francesas, Nimra las cerró, aislándolos del mundo antes de volverse hacia él una vez más. —Vamos a hablar en privado. Noel asintió con rigidez, otro pensamiento le atravesó la mente como un castigo repentino. Algunos de la raza angelical, viejos y cansados, encontraban placer en tener amantes a los que pudieran controlar, trataban a esos amantes como... carne fresca, para ser utilizados y luego desechados. Nunca sería eso y si Nimra esperaba que él... Era un vampiro, un inmortal que había tenido más de 200 años para crecer en poder. Podría matarlo, pero correría la sangre antes de que terminara. —¿Qué quieres de mí?
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Nimra oyó la amenaza bajo la pregunta aparentemente educada y se preguntó a quién exactamente le había enviado Rafael. Había hecho algunas averiguaciones calladas a un erudito que conocía en el Refugio y se había enterado del horrible asalto al que Noel había sobrevivido, pero el hombre seguía siendo un misterio. Cuando le pidió a Rafael que le contara algo más que los hechos básicos sobre el vampiro que le estaba asignando a su corte, sólo le había dicho: —Es leal y muy capaz. Es lo que necesitas. Lo que el arcángel no había dicho era que Noel tenía los ojos de un penetrante azul hielo llenos de tantas sombras que casi podía tocarlas, y un rostro que estaba tallado en la piedra más dura. No era un hombre hermoso, no, era demasiado rudo para eso, pero era uno al que nunca faltaría atención femenina, era muy, muy masculino. Desde el conjunto duro de su mandíbula hasta el castaño oscuro de su cabello, a la fuerza muscular de su cuerpo, atraía la mirada… igual que un puma. Vestido con pantalones vaqueros y una camiseta blanca, totalmente diferente a la ropa formal que les gustaba usar a los otros hombres de su corte, les había eclipsado con la silenciosa intensidad de su presencia. Ahora, amenazaba con hacerse con el
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control de sus habitaciones, su energía masculina era un fuerte contrapunto a la feminidad de los muebles. Le molestó que este vampiro de poco más de 200 años pudiera inspirar tales sentimientos en ella, un ángel que exigía respeto a aquellos que le doblaban la edad y que tenía la confianza de un arcángel. Razón por la cual, dijo en un tono mezclado con poder: —¿Me darías cualquier cosa que pidiera? Líneas blancas surgieron en las comisuras de los labios de Noel. —No seré esclavo de nadie. Nimra parpadeó, la comprensión rápida y oscura. No le hizo ningún bien a su vanidad ver que él creía que tenía que obligar a sus amantes, pero ella sabía lo suficiente sobre su propia raza para comprender que el pensamiento no era injustificado. Sin embargo, el hecho de que hubiera sido lo primero en su mente… No, pensó, sin duda Rafael le habría advertido si hubieran abusado de Noel de esa manera. Por otra parte, el arcángel que detentaba poder suficiente en su cuerpo como para demoler ciudades y destruir imperios era una ley en sí mismo. No podía asumir nada. —La esclavitud —dijo, dirigiéndose a otro par de puertas—, no ofrece desafíos. Nunca he entendido esa fascinación. Mientras él la seguía tuvo la sensación de tener a una gran bestia atada y la bestia no estaba del todo contenta con la situación. Intrigante, incluso si chocaba contra su temperamento que hubiera tanto poder en él, en el vampiro que Rafael le había enviado en respuesta a su petición. Eso, por supuesto, era el quid de la misma, Noel era uno de los hombres de Rafael, y Rafael no soportaba la debilidad. Una vez dentro de la cámara, le hizo un gesto con la cabeza para que cerrara la puerta detrás de sí. Hacía un mes, no habría pensado en tomar tales medidas, había tenido tanta confianza en su pueblo. Ahora... el dolor era algo con lo que había tenido que convivir durante los últimos catorce días y no se había convertido en más fácil de soportar en ese tiempo. Al pasar por delante del adorado escritorio de madera suave situado junto a la gran ventana, un lugar donde solía sentarse a escribir su correspondencia personal, levantó la mano para abrir las puertas superiores del armario que había contra la pared. Las hojas curvadas de un helecho le rozaron el dorso de sus manos, una caricia susurrante mientras revelaba, en el muro posterior del armario, la puerta de lo que parecía ser una simple caja de seguridad, pero una que un ladrón nunca sería capaz de abrir. Recuperó un diminuto frasco medio lleno con un líquido luminiscente del interior, se volvió.
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—¿Sabes qué es esto? —preguntó al hombre que estaba inmóvil como una piedra a unos metros de ella. Una expresión cerrada, pero no había forma de pasar por alto la inteligencia en esa mirada penetrante. —No he visto nada como eso antes. Tan precioso, pensó ella, mirando el remolino de colores y la espuma dentro del frasco cuando lo inclinaba a la luz, el cristal mismo grabado sólo con un simple sello que mostraba su nombre y finas líneas decorativas en oro fino. —Eso es porque este líquido es muy raro —murmuró—, creado a partir del extracto de una planta que se encuentra en lo más profundo, en lo más impenetrable de los bosques tropicales de Borneo. —Cerró la distancia entre ellos y se lo tendió. El frasco parecía ridículamente pequeño en esa mano grande, un juguete robado a un niño lloroso. Noel lo levantó al nivel de los ojos y lo ladeó con cuidado. El fluido se derramó sobre el cristal, haciendo que la superficie brillara. —¿Qué es? —Medianoche. —Tomando el frasco cuando se lo devolvió, lo colocó en su escritorio—. Una gota mataría a un humano, una fracción más pondría a un vampiro en coma y un cuarto de onza es suficiente para asegurar que la mayoría de ángeles de menos de 800 años no se despierten durante diez horas. La mirada de Noel chocó con la suya. —Así que tu víctima no tiene la más mínima posibilidad. Ella no se sorprendió por su conclusión, era nada menos lo que podía esperarse, dada su reputación. —He tenido esto durante 300 años. Me lo regaló un amigo que pensó que algún día podría necesitarlo. —Sus labios se levantaron por las comisuras ante el pensamiento del ángel que le había entregado la más letal de las armas, como un hermano mayor humano podría haberle dado a su hermana un cuchillo o un arma—. Él siempre me ha visto como frágil. Noel pensó que ese amigo no la conocía. Nimra podría tener el aspecto de que se rompería bajo la más mínima presión, pero no controlaba Louisiana contra todas las otras potencias de la región, incluyendo al brutal Nazarach, siendo un lirio marchito. No era tan ciego, no apartó los ojos de ella, ni siquiera cuando cogió el frasco y lo devolvió a la caja de seguridad, sus alas tan exquisitas y acogedoras frente a él. Su belleza táctil era una trampa, un cebo para que los incautos bajaran la guardia. Noel nunca había sido tan inocente y después de los acontecimientos del Refugio... Si le quedara alguna inocencia, habría muerto hacía tiempo.
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—Hace dos semanas —murmuró Nimra, cerrando las puertas del armario y volviéndose hacia él una vez más—, alguien intentó usar Medianoche conmigo.
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Capítulo 2
Noel contuvo el aliento. —¿Tuvieron éxito? El alivio que se precipitó a través de él cuando ella sacudió la cabeza fue una tormenta rabiosa. Él había estado indefenso en el Refugio, atado y atrapado mientras le metían trozos de cristal y metal en su propia carne hasta que esta creció por encima, atrapando los fragmentos y provocando un dolor insoportable y aunque no le debía ninguna lealtad a Nimra excepto a través de sus vínculos con Rafael, no quería pensar en ella con el espíritu roto y la alas quebradas. —¿Cómo escapaste? —El veneno fue colocado en un vaso de té helado —respondió, cambiando de postura para tocar con un dedo la brillante hoja de una planta que estaba sobre el escritorio—. No tiene sabor ni color una vez mezclado con otros líquidos, así que no lo habría notado, no tenía ninguna razón para considerar que nada en mi casa podría no ser seguro para mí. Pero tenía una gata, Queen. —Se le cortó la respiración un segundo, cortante y frágil—. Saltó sobre la mesa cuando no estaba mirando y dio un sorbo. Estaba muerta antes de que tuviera la oportunidad de regañarla por su mal comportamiento. Noel sabía que el dolor que asomaba a la cara Nimra era, con toda probabilidad, un intento de manipular sus emociones, pero aún así se encontró que le gustaba más al verla entristecida por la muerte de su mascota. —Lo siento. Una ligera inclinación de su cabeza, un reconocimiento regio. —Probé el té sin alertar a nadie de esta corte, descubrí que contenía Medianoche. —La suave piel bronceada se estiró sobre la línea de su mandíbula—. Si el asesino hubiera tenido éxito, habría estado insensible durante horas y los que conocieran mi estado de incapacidad podrían haber entrado y asegurado la muerte completa. Los ángeles estaban tan cerca de ser inmortales como era posible en este mundo. Los únicos seres más poderosos eran el grupo de los Diez, los arcángeles que
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gobernaban el mundo. A menos que cabrearan a uno de la Cátedra, la muerte no era algo por lo que los ángeles tuvieran que preocuparse, excepto en circunstancias muy limitadas, dependiendo de los años que hubieran vivido y de su poder inherente. Noel no conocía el nivel de poder de Nimra, pero sabía que si alguien iba a decapitar a un ángel fuerte, a extirparle sus órganos, incluyendo el cerebro y luego quemarlo todo, era poco probable que el ángel sobreviviera. Improbable pero no imposible. Noel no tenía manera de saber la verdad sobre ello, pero se decía que ángeles de cierta edad y fuerza podían regenerarse a partir de las cenizas de un fuego normal. —O peor —añadió en voz baja, porque mientras que la muerte podría ser el objetivo final, muchos de los más antiguos inmortales vivían sólo para el dolor y el sufrimiento de los demás, como si su capacidad para las emociones tiernas se hubiera corrompido hacía mucho tiempo. Podía imaginar lo que alguien como Nazarach haría con Nimra si la hubiera tenido sola y vulnerable. —Sí. —Se giró hacia la ventana más allá del pequeño escritorio, una mesa hecha con una delicadeza que se desmoronaría bajo uno de los puños de Noel, con su mirada fija en la belleza salvaje de los jardines de abajo—. Sólo aquellos que son de suficiente confianza para estar en mi círculo interior y sirvientes cuidadosamente seleccionados están siempre cerca de mi comida. »Debido a este acto de traición, ya no puedo confiar en los hombres y mujeres que han estado conmigo desde hace décadas, incluso siglos. —Palabras tranquilas y calmadas templadas con ira—. La Medianoche es casi imposible de adquirir, incluso para los ángeles, lo que significa que el que me traicionó trabaja al servicio de alguien que tiene un poder considerable. Noel sintió una chispa dentro de él, una que había pensado que se había extinguido en la habitación empapada de sangre donde sus secuestradores le habían golpeado sin ninguna razón, excepto que les daba una especie de retorcido placer. Podrían haber justificado el acto invocando una estratagema política, pero había oído sus risas, sentido la negrura que manchaba sus almas. —¿Por qué me cuentas esto? Ella le miró por encima del hombro. —No necesito un esclavo, Noel —su nombre llevaba un ligero énfasis francés que se convirtió en algo exótico—, pero sí necesito alguien cuya lealtad esté fuera de toda duda. Rafael dice que tú eres ese hombre. No había sido dejado de lado después de todo. Fue un sorpresa para su sistema, una sacudida que le devolvió a la vida cuando había estado muerto durante tanto tiempo.
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—¿Estás segura que es uno de los tuyos? —preguntó, su sangre bombeando en forma de fuertes pulsos duros por sus venas. Su respuesta fue indirecta y contenía un zumbido de enojo. —No hubo extraños en mi casa el día que se utilizó la Medianoche. —Extendió las alas, bloqueando la luz mientras continuaba concentrada más allá de las ventanas—. Ellos son míos, pero uno ha sido manchado. —Tienes seiscientos años —dijo Noel, sabiendo que ella no veía nada de los jardines en ese instante—. Puedes obligarlos a decir la verdad. —No puedo forzar voluntades —dijo, sorprendiéndole con la respuesta directa—. Ese nunca ha sido uno de mis dones y torturar a toda mi corte para descubrir a un traidor parece un poco extremo. Él pensó que oía una diversión oscura debajo de la ira, pero con su cara vuelta hacia la ventana, su perfil en sombra por la caída de rizos negro azulados, no podía decirlo con seguridad. —¿Saben por qué estoy aquí? Moviendo la cabeza, Nimra se volvió hacia él una vez más, su expresión no traicionaba nada, la máscara perfecta de un ser inmortal. —Es probable que crean lo mismo que tú, que Rafael te ha enviado a mí porque estás roto y necesito un juguete. —Levantó una ceja. Noel se sintió como si le estuviera reprendiendo. —Mis disculpas, lady Nimra. —Intenta sonar una fracción más sincero —una orden fría—, o este engaño fracasará miserablemente. —Me temo que nunca seré capaz de ser un caniche. —Para su sorpresa, ella rió, el sonido una ronca caricia femenina sobre sus sentidos. —Muy bien —dijo, los ojos brillantes, con un brillo de piedras preciosas a la luz del sol—. Puedes ser un lobo con la correa larga. Noel se sorprendió al sentir un tipo diferente de calor en su interior, una brasa de combustión lenta, oscura y potente. Desde el despertar en la Galena con su cuerpo destruido, no había sentido ningún deseo, había pensado que esa parte de él estaba muerta. Pero la risa de Nimra había agitado su cuerpo lo suficiente como para notarlo. Era tentador seguir el parpadeo del calor, sostener la brasa a la luz del día, pero no permitió que su risa o la exquisita caricia de su feminidad borrara la verdad de su mente, que el ángel con alas espolvoreadas de polvos de piedras preciosas era letal. Y que mientras que ella podría estar en lo cierto en este juego en particular, no era inocente.
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Oyó gritos esa noche. La pesadilla siempre le sorprendía, aunque la había estado teniendo desde que abrió los ojos en la Galena después del asalto. Porque el hecho era que había perdido la capacidad de gritar varias horas después de que comenzara la tortura, permaneciendo consciente sólo porque sus atacantes habían decidido no cruzar esa delgada línea. Hueso rotos, carne desgarrada, atroces quemaduras, los vampiros podían soportar una gran cantidad de daño sin el escape de la fría oscuridad de la inconsciencia. No recordaba gritar ni siquiera al principio, decidido a no rendirse, pero debió haberlo hecho, por el eco que le perseguía en sueños. O tal vez los gritos sonaban en su mente porque era el único lugar donde había retenido su propio yo, su fuerza, su dignidad despojada de él con maliciosa fuerza. Apartando las sábanas empapadas de sudor mientras empujaba los recuerdos, se levantó de la cama y se acercó a la ventana que había dejado abierta para que entrara el aroma a madreselva. El calor pesado le acarició las mejillas, fue como dedos rozándole el cabello, pero no hizo nada para enfriar la carne recalentada. Sin embargo, se quedó ahí, mirando a la oscuridad impenetrable de la noche y las siluetas dormidas de los jardines y árboles que se extendían en todas direcciones. Habían pasado tal vez veinte minutos, justo cuando estaba a punto de darse la vuelta divisó las alas. No eran las de Nimra. Frunciendo el ceño, se agachó para ser invisible desde el suelo y miró. El ángel apareció entre las sombras un minuto más tarde y se detuvo, con el rostro levantado hacia la ventana de Nimra, un momento largo e inmóvil, antes de continuar. Interesante. Apartándose de la ventana cuando no hubo más movimiento, Noel entró en la ducha, dándose cuenta de que antes había vislumbrado al hombre alto en la sala de audiencias. El ángel había estado a la derecha de Nimra mientras ella trataba con un importante número de peticiones, así que no había duda del hecho de que era uno de los de su círculo íntimo. Noel tenía la intención de averiguar todo lo demás acerca de él más tarde. Todavía estaba oscuro cuando salió de la ducha, pero sabía que no tenía sentido intentar dormir y siendo vampiro, podía pasar sin dormir largos períodos de tiempo. Una parte de él no sabía por qué trataba de encontrar el descanso. Incluso en las noches que no oía los gritos, oía la risa.
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Nimra salió a los jardines a la mañana siguiente para descubrir que Noel le había ganado al amanecer. Estaba sentado en un banco de hierro forjado bajo las ramas de
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un viejo ciprés con los ojos fijos en las claras aguas del arroyo que serpenteaba a través de sus tierras antes de unirse a un afluente más amplio que llevaba a los pantanos. Estaba tan inmóvil que parecía tallado en la misma piedra de las rocas cubiertas de suave musgo que protegían la vía acuática. Se acercó en silencio, con la intención de tomar el camino que le rodearía, ya que entendía el valor del silencio, pero él levantó la cabeza en ese instante. A pesar de la distancia entre ellos, fue capturada por el azul invernal de esos ojos, ojos que sabía que habían sido destruidos en el ataque al Refugio, el rostro golpeado con tanta furia que sólo le habían reconocido por el anillo que usaba en un dedo roto. Ira, fría y peligrosa, se deslizó por sus venas, pero mantuvo su tono de voz tranquilo. —Bonjour, Noel. —Sus alas rozaron las flores blancas y rosadas de las azaleas silvestres de los lados y el rocío de la lluvia acarició sus plumas. Él se puso de pie, un hombre grande que se movía con la gracia de los depredadores. —Te levantas temprano, lady Nimra. Y tú, pensó Nimra, no duermes. —Camina conmigo. —¿Una orden? Sin duda un lobo. —Una petición. Él se puso a caminar a su lado y lo hicieron en silencio entre las hileras de flores que se movían adormecidas a la luz de la mañana brumosa, sus pétalos buscaban los rayos de color rojo anaranjado del sol naciente. Era su costumbre extender las alas cuando estaba al aire libre, pero hoy las mantuvo plegadas, manteniendo una pequeña distancia entre ella y el vampiro que era tan contenido. No pudo evitar preguntarse que había debajo de la superficie. Un maullido lastimero le hizo agacharse debajo de un seto. —Ahí estás, Mimosa. —Sacó a la anciana gata de debajo de la oscura sombra de una planta con un estallido de diminutas flores amarillas—. ¿Qué haces despierta tan temprano? La gata gris con su pelaje salpicado de blanco, le acarició la barbilla antes de acomodarse en sus brazos para otra siesta. Ella era consciente de que Noel la miraba mientras acariciaba el pelaje de Mimosa, pero no dijo nada. Como un animal herido, no reaccionaba bien a la presión. Él tendría que llegar a ella, si alguna vez lo hacía, a su propio tiempo, a su propio ritmo. —Vaya orejas peludas —dijo él al fin, mirando los cómicos remolinos que estaban de punta en la por otra parte limpia cabeza—. Es por eso que la llamas Mimosa.
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Le hizo sonreír que lo hubiera adivinado. —Sí, y porque la primera vez que la vi, estaba de pie cerca de una planta mimosa, golpeando las hojas con la pata, luego saltando hacia atrás cuando se cerraban. —En el proceso, había logrado ponerse varios de los suaves dientes de león en la cabeza como una pequeña corona. —¿Cuántas mascotas tienes? Ella frotó el lomo de Mimosa y sintió el ronroneo de la vieja gata contra sus costillas. —Ahora sólo Mimosa. Echa de menos a Queen, a pesar de que solía cansarla con sus payasadas, era tan joven.
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Noel no estaba acostumbrado a ver a los ángeles actuando de modo humano. Sin embargo, Nimra con los brazos ocupados con ese viejo felino, se le parecía mucho. —¿Quieres que la sostenga? —No. Mimosa pesa mucho menos de lo que debería, es sólo la piel lo que le hace tener este aspecto. —Su rostro era solemne en el secreto silencio del amanecer—. La pena ha hecho que deje de comer y ha vivido tantos años ya... Noel tuvo el instinto de tender la mano, de frotar el dedo a lo largo de la parte superior de la cabeza de la gata. —Ha estado contigo mucho tiempo. —Dos décadas —dijo Nimra—. No sé de donde vino. Levantó la vista de su juego con la planta mimosa ese día y decidió que yo era suya. —Una lenta sonrisa que avivó las brasas de su interior hasta convertirla en un fuego más oscuro y caliente —. Desde entonces, siempre me ha acompañado en mis paseos matinales, aunque ahora el frío le molesta. El cariño suave en esas palabras iba contra todo lo que había oído hablar sobre Nimra. Ella era temida por los vampiros y los ángeles de todo el país. Incluso los ángeles más agresivos permanecían lejos del territorio de Nimra, cuando según todas las apariencias, sus poderes no eran nada en comparación con muchos de los suyos. Lo que hacía que Noel se preguntara exactamente cuánto de lo que veía ante él era verdad y cuánto una ilusión bien ensayada. Nimra levantó la cabeza en ese momento y el oro suave del sol naciente le tocó la cara, iluminando esos ojos color topacio, tan brillantes y luminosos. —Este es mi momento favorito del día, cuando todo está lleno de promesas.
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Alrededor de Noel, los jardines comenzaban a revolverse a la vida mientras el cielo se incendiaba con franjas de color naranja profundo y un rosa tan oscuro que era casi rojo, y delante de él había una mujer hermosa con alas de un marrón salpicado de piedras preciosas. Un hombre podría rendirse a tal momento… pero la verdadera fuerza de atracción le hizo dar un paso atrás, recordarse a sí mismo los hechos fríos y duros detrás de su presencia aquí. —¿Sospechas que alguien pueda ser el traidor? Nimra no protestó por el repentino cambio en la dirección de la conversación. —No me atrevo a sospechar de ninguno de los míos con tal acto. —Movía la mano sobre la gata dormida en sus brazos, lentamente y con una paciencia infinita—. Es peor que un cuchillo en la oscuridad, por lo menos entonces tendría una sombra en la que centrarme. Esto… no me gusta, Noel. Algo acerca de la forma en que decía su nombre se enroscaba a su alrededor, una magia sutil que hacía que sus escudos se cerraran de golpe. Tal vez este era el poder de Nimra, la capacidad de atraer a la gente a creer lo que ella deseaba que creyeran. La mera idea le hizo apretar la mandíbula, cada célula de su cuerpo en estado de alerta por el peligro que estaba seguro se escondía detrás de los delicados huesos de esa exquisita cara. Como si ella hubiera escuchado sus pensamientos, negó con la cabeza. —Esta desconfianza. —Fue un murmullo—. Tantos años en tus ojos, como si hubieras vivido mucho más siglos de los que sé que has vivido. Noel no dijo nada. Los suaves rizos de ébano brillaban con el azul más profundo a la luz del sol del amanecer mientras continuaba acariciando a Mimosa. —Te presentaré formalmente a mi gente esta… —Preferiría conocerlos por mi cuenta. Nimra levantó una ceja ante la interrupción, el primer indicio de arrogancia que había visto. Era extrañamente reconfortante. Los ángeles de la edad y fuerza de Nimra estaban acostumbrados al poder, a tener el control. Habría sido más sospechoso si se hubiera tomado la interrupción y el desacuerdo con la tranquilidad serena que había mostrado hasta la fecha. —¿Por qué? —la pregunta de un inmortal que gobernaba un territorio con mano de hierro. Pero Noel había encontrado su camino de nuevo después de varios meses en la impenetrable oscuridad, así que no permitiría que nadie le empujara fuera. —Si hay un traidor, no tiene sentido alejar a toda la corte —le recordó—. Lo que pasará muy rápidamente si haces meritos para presentar a tu nueva… diversión a todos. Ella continuó mirándole con ojos llenos de poder.
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Tal vez otros hombres se habrían sentido intimidados, pero, ilusión o verdad, Noel estaba fascinado por las capas que mostraba. —¿Son tus empleados realmente tan idiotas —preguntó—, para aceptar la historia una vez dejes claro que tengo valor para ti? La mano de Nimra se inmovilizó sobre el pelaje de su mascota. —Ten cuidado, Noel —dijo en una voz tan baja que zumbaba con la realidad de la fuerza contenida en su pequeño cuerpo—. No he retenido esta tierra permitiendo que me avasallen. —Eso —dijo él, sosteniendo una mirada tormentosa con advertencia—, no es algo que ponga en duda. Nunca olvidaría que detrás de su constitución delicada y su belleza yacía una inmortal de quien se decía que era tan cruel que causaba escalofríos de terror incluso entre los de su propia raza.
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El Lobo del Angel Cazadores del Gremio 3.5
Capítulo 3
La primera persona a la que Noel conoció cuando entró en la enorme habitación de la parte delantera de la casa fue a un ángel alto, de ojos y cabello oscuro que tenía el aspecto arrogante que Noel asociaba con los ángeles más allá de un cierto nivel de poder, pero con un borde de condescendencia añadido a la mezcla. —Christian —dijo el ángel, sus alas de un suave color blanco con unas pocas fuertes hebras de color negro… las mismas alas que Noel había visto por la ventana de su dormitorio esa mañana. Asintiendo con la cabeza, dijo: —Noel —y le tendió la mano. Christian la ignoró. —Eres nuevo en la corte. —Una sonrisa tan dentada como una hoja de sierra—. He oído que nos llegas desde el Refugio. Noel no pasó por alto el mensaje tácito, Christian sabía lo que le habían hecho y el ángel usaría ese conocimiento para retorcer el cuchillo más profundamente cuando lo deseara. —Sí. —Sonrió, como si no hubiera captado bien la advertencia o la amenaza implícita—. La corte de Nimra no es lo que esperaba. No había opulencia manifiesta, ningún miasma de miedo. —No te dejes engañar —dijo Christian, sus ojos tan duros como diamantes, aunque su fachada de cortesía ártica nunca declinaba—. Hay una razón por la que otros temen sus dientes. Noel se balanceó perezosamente sobre sus talones. —¿Te ha mordido? El ángel extendió las alas una fracción y luego las cerró con fuerza. —La insolencia sólo será tolerada siempre y cuando le calientes la cama.
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—Entonces mejor que se la caliente durante mucho tiempo. —Noel le disparó una sonrisa arrogante, pensando que bien podría desempeñar el papel hasta el final. —¿Te está haciendo pasar Christian un mal rato? —la pregunta provino de una mujer de largas piernas vestida con una falda negra hasta las rodillas ajustada y una camisa blanca que favorecía su figura esbelta, con curvas elegantes. En combinación con esas piernas, unos ojos rasgados de un color turquesa imposible contra el dorado de la piel, lo que la convertía en una maravilla. No era un ángel, sino una vampiro lo bastante antigua para que la inmortalidad hubiera hecho su magia sobre lo que sin duda había sido un lienzo espectacular para empezar. Noel profundizó su sonrisa en respuesta a su guiño coqueto. —Creo que puedo manejar a Christian —dijo, tendiendo la mano una vez más—. Soy Noel. —Asirani. —Los dedos se cerraron sobre los suyos. Noel lo permitió pero no sintió nada. No había sentido nada desde que le habían atrapado… a excepción de esa brasa extraña e inesperada de sensación que se agitó con la risa de Nimra. Liberando la mano de Asirani, miró de la vampira al ángel. —Entonces, háblame de esta corte. Christian le ignoró, mientras que Asirani entrelazó el brazo con el suyo y le guió por la enorme sala central, que funcionaba como sala de audiencias cuando era necesario, pero que por lo demás era el centro de la corte. —¿Has comido? —Levantó unas espesas pestañas negras, los ojos color turquesa miraron significativamente a los suyos. —Me temo que a lady Nimra no le gusta compartir —murmuró, pensando en las bolsas selladas de sangre que habían dejado en la pequeña nevera de la habitación—. Gracias por tu oferta. —Cualquiera que fuera su motivo, había sido una cuestión considerada. El hecho era que tomar sangre de un donante humano o vampiro no era algo que hubiera tenido inclinación de hacer desde el asalto. El sanador jefe de la Galena, Keir, había sido muy bueno proporcionándole sangre almacenada sin preguntar. Tal vez la cortesía de Nimra era el resultado de la influencia de Keir. El sanador parecía inspirar un gran respeto por parte de la raza angelical, incluso de los mismos arcángeles. —Hmm. —Asirani le apretó el brazo, los dedos le rozaron el bíceps—. Eres una elección sorprendente. —¿Lo soy? Una risa gutural.
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—Ah, más inteligente de lo que pareces, ¿no? —Con ojos alegres, se detuvo junto a una ventana, mirando a la habitación—. Nimra —dijo en voz baja—, no ha tenido un amante en muchos años. Christian siempre había creído que cuando ella decidiera romper su ayuno, sería con él. Noel miró al ángel, que ahora estaba hablando con un humano anciano, y se encontró preguntándose por qué no había invitado Nimra a Christian a su cama. A pesar de la apariencia que ofrecía de ser un aristócrata estirado, el hombre tenía una clara y aguda inteligencia, y se movía de una manera que decía que había recibido entrenamiento en la lucha. No era un inútil petimetre, sino un activo. Como Asirani no era una ociosa parásita. —¿Todos viven aquí? —le preguntó, intrigado de que esta corte pareciera estar compuesta de los fuertes. —Algunos de nosotros tenemos habitaciones aquí, pero Nimra mantiene un ala para ella sola. —Le llevó a la larga mesa puesta con comida a un lado de la habitación, le soltó el brazo para coger una uva gorda de un surtido de frutas y se la metió en la boca. Aunque los vampiros no podían obtener la nutrición que necesitaban de los alimentos, podían digerir y apreciar el sabor, el hum de placer de Asirani dejó claro que le gustaba utilizar cada uno de sus sentidos. Noel no tenía ningún interés en esa sensualidad, pero se movió para coger un par de arándanos para no destacar cuando se le erizó el vello de la nuca. No era miedo, sino una advertencia instintiva y primaria. No fue el menos sorprendido al darse la vuelta para descubrir que Nimra había entrado en la habitación. Los otros se alejaron de su conciencia, sus ojos fijos en su poder e intensidad. —Discúlpame —murmuró a Asirani, atravesando el brillante suelo de madera para detenerse delante del ángel que estaba demostrando ser un enigma irresistible—. Mi señora. Su mirada era impenetrable. —Veo que has conocido a Asirani. —Y a Christian. Un leve endurecimiento de su boca. —No creo que hayas conocido a Fen. Ven. Le condujo hacia el anciano humano que Noel había visto con Christian. Estaba sentado en un escritorio rodeado de papeles, en un rincón de la habitación bañada por el sol. A medida que se acercaban, se hizo evidente que el hombre era aún más anciano de lo que Noel había supuesto en primer lugar, su piel bronceada estaba llena de incontables arrugas. Sin embargo, sus ojos eran oscuros guijarros, brillantes de vida y sus labios se movían. Se curvaron en una sonrisa cuando Nimra se acercó y
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Noel se dio cuenta de que la visión del hombre se estaba deteriorando, a pesar del brillo intermitente de su mirada. Nimra le detuvo con una mano sobre el hombro cuando comenzó a luchar por ponerse en pie. —¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Fen? Te has ganado el derecho a sentarte en mi presencia. —Una sonrisa tan vibrante que cortó el corazón de Noel—. De hecho, te has ganado el derecho a bailar desnudo delante de mí si así lo deseas. El viejo rió, su voz quebrada por la edad. —Eso sería un espectáculo, ¿verdad, señora? —Apretándole la mano, miró a Noel—. ¿Has dejado que un hombre haga de ti una mujer honesta por fin? Inclinándose hacia adelante, Nimra besó a Fen en ambas mejillas, sus alas se rozaron inadvertidamente contra Noel. —Tú eres mi único amor, ya lo sabes. La risa de Fen siguió a una sonrisa profunda, sus dedos rozaron la mejilla de Nimra antes de caer sobre la mesa una vez más. —Soy un hombre bendecido. Noel casi podía sentir la historia que corría entre los dos, pero no importaban las palabras, no había nada amoroso en esa riqueza de recuerdos. En su lugar había casi un elemento padre-hija, a pesar del hecho de que Nimra permaneciera inmortalmente joven, mientras que el paso del tiempo había alcanzado a Fen. Enderezándose, Nimra dijo: —Este es Noel —antes de volver su atención a Fen—. Es mi invitado. —¿Es así como lo llaman estos días? —Movió los ojos brillantes para echarle a Noel una mirada más de cerca—. No es tan guapo como Christian. —De alguna manera —murmuró Noel—, creo que sobreviviré. La réplica hizo que Fen riera como un viejo pirata. —Me gusta este, Nimra. Deberías quedarte con él. —Ya veremos —dijo Nimra con un borde ácido en sus palabras—. Como ambos sabemos, la gente no es siempre lo que parece ser. Algo invisible pasó entre el ángel y el hombre de edad en ese instante, con Fen llevándose la mano de Nimra a los labios y depositando un beso en el dorso. —A veces, es más. —Fen alzó la mirada durante un instante desnudo para fijarla en Noel y este tuvo la sensación de que las palabras significaban más para él que para el ángel cuya mano todavía sostenía Fen.
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A continuación, los altos tacones de Asirani entraron en su visión y el momento se rompió. —Mi señora —dijo la vampira a Nimra—, Augustus está aquí e insiste en hablar contigo. La expresión de Nimra se volvió sombría. —Está empezando a poner a prueba mi paciencia. —Replegando sus alas para pegarlas a la columna, asintió con la cabeza para despedirse de Fen y se marchó sin decir ni una palabra a Noel, con Asirani a su lado. Fen le dio un codazo a Noel con un bastón que no había visto hasta ese momento. —Quizás no es exactamente lo que esperabas, ¿eh? Noel levantó una ceja. —Si te refieres a la arrogancia, estoy muy versado en ella. He trabajado con los Siete de Rafael. —Los vampiros y los ángeles al servicio del arcángel eran poderosos inmortales por derecho propio. Dimitri, el líder de los Siete, era más fuerte que un gran número de ángeles, podía tomar y mantener un territorio si así lo deseara. —Pero —insistió Fen con los labios curvados en una sonrisa astuta—, ¿tienes experiencia con una mujer? ¿Con una amante? —La ceguera no ha sido nunca uno de mis defectos. —La amarga ironía de sus palabras le hizo reír por dentro. Después del asalto, ni siquiera había tenido ojos durante los días que le había llevado a su carne regenerarse—. Tampoco el tuyo, aunque me parece que prefieres dar esa apariencia. —Había visto el modo en que la mirada del anciano se había apagado cuando Asirani se acercó. —Inteligente, también. —Fen le invitó a sentarse en una silla al otro lado de la suya. Noel se sentó y apoyó el antebrazo sobre la brillante madera de cerezo de la mesa y miró al área principal. Christian estaba inmerso en una conversación con otra mujer, una belleza escultural con largo cabello lacio hasta la base de su espina dorsal y la cara más inocente que Noel hubiera visto nunca. —¿Quién es? —preguntó, después de haber adivinado cuál era el papel que Fen jugaba en la corte de Nimra. La expresión del anciano se suavizó hasta la ternura. —Mi hija, Amariyah. —Sonriéndole cuando ella se dio la vuelta para saludarle, suspiró—. Fue transformada a los veintisiete años. Le hace bien a mi corazón saber que va a vivir mucho tiempo después de que yo me haya ido. El vampirismo convertía a los humanos en casi inmortales, pero la vida apenas era fácil, sobre todo los primeros cien años después de la conversión, cuando el vampiro estaba al servicio de un ángel. El contrato de un siglo era el precio que los ángeles
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exigían por el don de ser capaz de vivir mucho más tiempo que el lapso de una vida mortal. —¿Cuánto contrato le queda? —Nada —dijo Fen, para sorpresa de Noel. —A menos que la tuvieras antes de nacer —dijo Noel, sin dejar de mirar a Amariyah y a Christian—, eso es imposible. —Ni siquiera yo soy tan eficiente. —Una risa con flemas—. He estado al servicio de Nimra desde que era un muchacho de veinte años. Amariyah nació un año después. He estado sesenta y cinco años al servicio de mi señora, el Contrato fue redactado para tenerlo en cuenta. Noel nunca había oído hablar de tal concesión. Que el ángel que gobernaba Nueva Orleans y sus alrededores hubiera hecho eso decía mucho sobre el valor que Fen tenía para ella y sobre la propia capacidad de lealtad del ángel. No era un rasgo que él hubiera esperado encontrar en un ángel conocida por la dureza de sus castigos. —Tu hija es hermosa —dijo, pero su mente estaba en otra mujer, una con alas que habían sido calientes y pesadas contra él un instante antes. Fen suspiró. —Sí, muy hermosa. Y también un alma dulce. Yo no habría permitido su conversión si Nimra no se hubiera comprometido a cuidar de ella. Amariyah interrumpió su conversación en ese instante. —Papa —dijo, a diferencia de los ecos de otro continente que salpicaban el habla de su padre, el bayou corría oscuro y lánguido en su voz—, hoy no has desayunado. ¿Crees que puedes engañar a tu Amariyah? —Ah, chica. ¿Me estás avergonzando delante de mi nuevo amigo? Amariyah le tendió la mano. —Buenos días, Noel. Eres el tema principal de conversación en esta corte. Estrechándole la mano, con su piel de varios tonos más claros que la de su padre, Noel le dio lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquila. —Todo bueno, estoy seguro. La hija de Fen sacudió la cabeza, los hoyuelos de sus mejillas la hicieron parecer aún más inocente. —Me temo que no. Christian está, como mi abuela hubiera dicho, "muy molesto”. Discúlpame un momento. —Afanándose sobre el aparador, llenó un plato antes de regresar—. Vas a comer, papá, o se lo diré a Lady Nimra.
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Fen gruñó, pero Noel podía ver que estaba complacido por la atención. Levantándose, Noel hizo un gesto con la mano hacia su asiento. —Creo que tu padre prefiere tu compañía a la mía. Los hoyuelos de Amariyah de nuevo. —Gracias, Noel. Si necesitas algo en la corte, házmelo saber. —Caminando con él unos pasos, ella volvió a sonreír y esta vez no había nada inocente al respecto—. A mi padre le gusta que me vean como una inocente —murmuró en voz baja—, y por lo tanto lo soy para él. Pero soy una mujer adulta. —Con ese mensaje poco sutil, se alejó. Frunciendo el ceño, salió de la sala de audiencias, bordeando a una criada joven que caminaba con una jarra de café. Una vez más... se volvió y cogió una taza de una mesita. —¿Puedo pedir una taza? —preguntó, asegurándose de mantener su voz suave. Las mejillas de la criada se llenaron de un bonito color rojo, pero le sirvió con manos firmes. —Gracias. Asintiendo, ella dejó caer la cabeza y se dirigió a la mesa principal, colocando la jarra sobre la superficie. Nadie le prestó atención, y aparte de su potencial complicidad en el intento de asesinato, Noel se preguntó hasta qué punto los sirvientes oían, cuanto recordaban.
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Nimra observó a Augustus a través de la pequeña biblioteca formal, donde ella manejaba sus asuntos diarios. —Sabes que no cambiaré de opinión —dijo—, y aún así insistes. El hombre grande con piel de brillante caoba oscuro, abrió las alas de un profundo color rojizo veteado de blanco y cruzó los brazos sobre el pecho. —Eres una mujer, Nimra —le disparó él—. No es natural que hagas esto sola. Otros ángeles femeninos ya le hubieran hecho algo desagradable a Augustus. La suya no era una sociedad donde solo los hombres tuvieran poder. El más poderoso de los arcángeles era Lijuan, y era muy mujer. O lo había sido. Nadie sabía en lo que se había convertido, desde su "evolución". Era la cruz de Nimra soportar que Augustus fuera un amigo de la infancia, al menos dos décadas mayor que ella. Nada en el esquema de las cosas, dada la duración de la vida angelical.
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—La amistad —le dijo a Augustus—, sólo te llevará hasta cierto punto. El hombre sonrió con esa enorme sonrisa idiota que siempre le hacía sentir como si el sol hubiera salido. —Te trataría como a una reina. —Dejó caer los brazos y replegando sus alas, cruzó la habitación—. Sabes que no soy Eitriel. Su corazón latió con un nudo de dolor ante el sonido de ese nombre. Habían pasado muchos años y sin embargo, la herida permanecía. Ya no echaba de menos a Eitriel, pero añoraba lo que le había robado, odiaba las cicatrices que había dejado atrás. —Sea lo que fuere —dijo, dando un paso ágil hacia un lado cuando Augustus la hubiera tomado en sus brazos—, ya he tomado mi decisión. No tengo ningún deseo de vincular mi vida a un hombre de nuevo. —Entonces, ¿qué soy yo? —dijo una áspera voz masculina desde la puerta—. ¿Un entretenimiento sin sentido?
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Capítulo 4
Sorprendida, levantó la mirada para encontrarse con la fría mirada azul de un vampiro que no debería haber estado allí. —¿Quién —bramó Augustus, al mismo tiempo—, es él? —El hombre que Nimra ha elegido —dijo Noel, con lo que ella sabía que era una falta de respeto deliberada en su tono. Las enormes manos de Augustus se cerraron en puños. —Voy a romperte tu escuálido cuello, chupasangre. —Asegúrate de arrancarlo o me regeneraré —respondió arrastrando las palabras, colocando su cuerpo en una postura combativa. —Basta. —Nimra no tenía ni idea de lo que Noel pensaba que estaba haciendo, pero tratarían con ello después de haber resuelto el problema de Augustus—. Noel es mi invitado —dijo el otro ángel—, y tú también. Si no puedes comportarte como un ser civilizado, la puerta está ahí. Augustus le gruñó, traicionando los años que había pasado como guerrero en la corte de Titus, conquistando y saqueando. —Te he esperado y ¿me descartas por vampiro niño bonito? Nimra sabía que debería haber estado enojada pero lo único que sentía era un afecto exasperado. —¿De verdad crees que no sé sobre el harén de bailarinas que mantienes en tu castillo? Él tuvo la gracia de agachar la cabeza una fracción. —Ninguna de ellas eres tú. —El pasado es pasado —susurró, colocando una mano sobre su pecho y poniéndose de puntillas para besarle la mandíbula—. Eitriel era un amigo de ambos, y nos traicionó a los dos. No tienes que pagar la penitencia. Sus brazos la rodearon, sólidos y fuertes.
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—Tú no eres una penitencia, Nimra. —Pero tampoco soy tu guía. —Le rozó las plumas de su ala derecha. Era una caricia familiar, pero no íntima—. Vete a casa, Augustus. Tus mujeres suspiran por ti. Gruñendo, este miró a Noel. —Pon un moretón en su corazón y convertiré todo tu cuerpo en un moretón — Con eso, se fue. Noel se quedó mirando hasta que el ángel desapareció de la vista. —¿Quién es Eitriel? La mirada de Nimra brilló con ira cuando se estrelló contra él. —No es asunto tuyo. —La puerta de la biblioteca se cerró de golpe en un alarde de frío temperamento—. Estás aquí con un solo propósito. Muy cuidadosamente redactada, pensó Noel, mirando como caminaba hacia las puertas correderas que llevaban a los jardines y las abría. Cualquiera que escuchara llegaría a la conclusión obvia. —Como he dicho, Noel —continuó Nimra—, ten cuidado de no ir demasiado lejos. No soy una doncella para que me protejas. Saliendo a los jardines con ella, no dijo nada hasta que llegaron a la orilla del arroyo que atravesaba su terreno, el agua fresca y clara. —No —estuvo de acuerdo, a sabiendas de que había cruzado la raya. Sin embargo, no podía formar una disculpa, porque no lamentaba haber intervenido—. Tienes una corte interesante —dijo en cambio cuando estuvo seguro de que estaban solos, el olor de la madreselva era pesado en el aire, aunque no podía ver ninguna evidencia de la vid. —¿De verdad? —El tono todavía tocado por el poder helado, Nimra se sentó en el mismo banco de hierro forjado que había usado antes, sus alas hacia fuera detrás de ella, filamentos de topacio brillando a la luz del sol. —Fen es tus ojos y tus oídos, y lo ha sido durante mucho tiempo —dijo—, mientras que Amariyah sólo fue convertida porque aliviaba su corazón saber que ella va a vivir, incluso después de que él se haya ido. La respuesta de Nimra no tuvo nada que hacer con sus conclusiones. —Noel. Entiende esto. Nunca puedo parecer débil. —Entendido. —La debilidad podía hacer que la mataran—. Sin embargo, no hay debilidad en tener a un lobo a tu lado. —Mientras que el lobo no aspire a tomar las riendas.
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—Este lobo no tiene tal deseo. —Acuclillándose, jugó con una roca del arroyo entre los dedos y regresó al tema de Fen y Amariyah—. ¿Siempre eres tan amable con tu corte? —Fen se ha ganado mucho más de lo que ha pedido —dijo Nimra, preguntándose si Noel era realmente capaz de ser su lobo sin aferrarse al poder—. Le echaré terriblemente de menos cuando se vaya. —Podía ver que había sorprendido a Noel con su confesión. Los ángeles, sobre todo los ancianos y lo suficientemente poderosos para mantener territorios, no estaban destinados a ser criaturas emocionales o sentimentales. —¿A quién echarás de menos tú cuando se vayan? —preguntó ella, muy curiosa sobre lo que había detrás del escudo duro de su personalidad—. ¿Tienes conocidos y amigos humanos? No esperaba que respondiera, así que cuando lo hizo, tuvo que ocultar su sorpresa. Sólo décadas de experiencia lo hizo posible, al menos Eitriel la había dejado con eso. —Nací en un páramo inglés —dijo, su voz cambió traicionando la más mínima traza de un acento de tiempos pasados. Ella lo encontró fascinante. —¿Cuando te convertiste? —preguntó—. Eras mayor. Los vampiros envejecían, pero tan lentamente que los cambios eran imperceptibles. Las líneas de madurez de la cara de Noel salieron en el curso de su vida humana. —A los treinta y dos —dijo, sus ojos sobre una abeja regordeta que zumbaba sobre el arbusto de zarzamora cargado de frutos a la derecha de Nimra—. Creí que había otra vida delante de mí, pero cuando me enteré de que la carretera estaba cortada, decidí que qué demonios, también podría intentar convertirme en candidato. No esperaba ser elegido al primer intento. Nimra ladeó la cabeza, consciente de que los ángeles habrían luchado por reclamarlo para sus cortes, este hombre tenía fuerza e inteligencia. —¿Esa otra vida, implicaba una mujer? —¿No lo hace siempre? —No había amargura en sus palabras—. Ella eligió a otro y yo no quería a nadie más. Después de convertirme, la vigilé a ella y a sus hijos y en algún punto del camino, me convertí en amigo más que en antiguo amante. Sus descendientes me llaman tío. Les lloro cuando mueren. Nimra pensó en la salvaje belleza de la tierra azotada por el viento donde él había nacido, encontró que le encajaba a la perfección.
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—¿Todavía viven en los páramos? Un asentimiento, el pelo brillaba a la luz del sol. —Están orgullosos, más orgullosos aún de la tierra que pueden llamar suya. —¿Y tú? —El páramo se aferra a tu alma —dijo, los ritmos de su tierra oscura y rica en su voz—. Vuelvo cuando me llama. Obligada por la mirada al pasado de este hombre complejo, ella se encontró desplegando sus alas, el sol de Louisiana era una cálida caricia a través de sus plumas. —¿Por qué tu acento desaparece en una conversación normal? Se encogió de hombros. —He pasado muchos, muchos años lejos de los páramos, pero lo visito de vez en cuando. — Dejó caer la piedra y se puso de pie, más de metro ochenta de macho alto y musculoso con una expresión que de repente fue todo profesional—. Fen, Asirani, Christian y Amariyah —dijo—. ¿Son los únicos que tienen acceso a ti a ese nivel íntimo? —Hay otro —dijo, consciente de que el momento había pasado—. Exeter es un ángel que ha estado conmigo durante más de un siglo. Prefiere pasar su tiempo en su habitación del ala oeste, encima de sus libros académicos. —¿Estará en la cena? —Le pediré que asista. —Era difícil pensar en el dulce y distraído Exeter queriendo hacerle daño—. No puedo sospechar de él, pero entonces, no puedo sospechar de ninguno de ellos. —En la actualidad, no hay nada que apunte a alguno de ellos más que los otros, pero nadie puede ser eliminado. —Con los brazos cruzados, la miró—. Augustus… cuéntame sobre él. —No hay nada que contar. —Cerró las alas y se levantó—. Es un amigo que cree que tiene que ser más, que le necesito para ser más. Ha sido manejado. Noel podía ver que Nimra no estaba acostumbrada a ser cuestionada o empujada. —No creo que Augustus considere que ha sido manejado. Una sonrisa de ojos fríos. —Como hemos comentado anteriormente —dijo ella—, esas cosas no son de tu incumbencia. —Al contrario. —Cerró la distancia entre ellos y se apoyó las manos en las caderas—. Los hombres frustrados hacen cosas estúpidas y a veces mortales.
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Un débil ceño mientras ella estiraba una mano para quitarse una pequeña flor blanca que había caído sobre su hombro. —No es Augustus. Él siempre ha sido un amigo. —No importa lo que elijas creer, sus sentimientos no son los de un amigo. —Noel había visto la rabia sin límites en el rostro del gran ángel, cuando Augustus se dio cuenta de lo que aparentemente era Noel para Nimra . Unas líneas blancas bordearon su boca. —Ese punto es discutible. Augustus me visita, pero no estaba aquí cuando pusieron la Medianoche en mi té. —Dijiste que confías en ciertos sirvientes con tu comida —señaló Noel, un aroma exquisito y tentador se enroscó por sus venas, un olor que no tenía nada que ver con los jardines—. Sin embargo, tu atención se centra claramente en tu corte interior en la búsqueda del traidor. ¿Por qué? —Los funcionarios son humanos. ¿Por qué se arriesgarían a un castigo letal? — preguntó, con lo que parecía ser genuino asombro—. Sus vidas ya son tan cortas. —Te sorprenderías de lo que arriesgan los mortales. —Se pasó la mano por el pelo para sofocar las ganas de estirar la mano y retorcer un rizo negro azulado en el dedo. Continuaba inquietándole la facilidad con que ella le atraía cuando nada había penetrado en su adormecimiento interior durante meses, especialmente cuando aún no había vislumbrado la naturaleza del poder que estaba en la raíz de su reputación—. ¿A cuántos sirvientes tengo que tener en cuenta? —Tres —le informó Nimra—. Violet, Sammi y Richard. Noel tomó nota mentalmente de los nombres y preguntó: —¿Qué vas a hacer hoy? Obviamente, todavía molesta con él por atreverse a estar en desacuerdo con ella, le lanzó una mirada de pura arrogancia regia. —Una vez más, no es nada que necesites saber. Él tenía "sólo" doscientos veintiún años de edad, pero había pasado ese tiempo en las filas de los hombres del arcángel, los últimos cien años en la guardia justo debajo de los Siete. Poseía su propia arrogancia. —Puede que no lo sea —dijo, dando un paso lo suficientemente cerca para que ella tuviera que inclinar la cabeza hacia atrás para encontrarse con su mirada, algo que sabía que no le gustaría—, pero estaba siendo educado y civilizado, tratando de entablar una conversación. Nimra entrecerró los ojos una fracción.
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—Creo que nunca has sido educado y civilizado. Deja de hacer el esfuerzo, es ridículo. La declaración le sorprendió tanto que le hizo reír, el sonido áspero e inusual, los músculos de su pecho se estiraron de un modo que no habían hecho durante mucho tiempo. Nimra se vio sorprendida por el impacto de la risa de Noel, por la forma que transformó su rostro, iluminando el azul de sus ojos. Era un vistazo a quién había sido antes de los acontecimientos del Refugio, un hombre con una pizca de maldad en los ojos y la capacidad de reírse de sí mismo. Por eso, cuando le tendió el codo en invitación, ella deslizó la mano en el hueco de su brazo. El calor de su cuerpo se filtró a través de la delgada tela de la camisa que llevaba enrollada hasta los codos, para tocar su piel, sus músculos fluían bajo sus dedos mientras caminaban. Por un momento, olvidó que era un ángel cuatrocientos años mayor que él, un ángel al que alguien quería muerta, y simplemente se convirtió en una mujer paseando con un hombre guapo que estaba empezando a fascinarla, con bordes ásperos y todo.
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Tres días después, Noel tenía una idea muy buena de cómo funcionaba la corte. Nimra era el centro indiscutible, pero no era una prima donna. La palabra "corte" era en realidad un nombre inapropiado. Este no era un lugar extravagante, con cenas de gala todas las noches y cortesanos vestidos para impresionar con la tarea principal de tener buen aspecto y besar culos. La corte de Nimra era una unidad altamente funcional, la habilidad capaz de sus hombres y mujeres evidente. Christian, quien no mostró ningún signo de deshielo ante la presencia de Noel, manejaba los negocios del día a día, incluyendo la gestión de las inversiones que mantenía la riqueza de la corte. Estaba ayudado en ciertas tareas por Fen, aunque por lo que Noel había visto, era más bien una relación entre mentor y protegido. Fen estaba pasando la antorcha a Christian, quien podría ser mayor en años, pero era más joven en experiencia. Asirani, por el contrario, era la secretaria social de Nimra. —Rechaza la mayoría de las invitaciones —dijo la vampira frustrada el segundo día—, lo que hace mi trabajo muy difícil. Sin embargo, las invitaciones, de los otros ángeles, los vampiros de alto nivel y humanos deseosos de contactar con el ángel reinante seguían llegando, lo que significaba que Asirani se mantenía ocupada.
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Exeter, el erudito, estaba a la altura de su reputación. Un individuo de apariencia excéntrica con mechones de pelo gris que sobresalían en todas direcciones y alas de un sorprendente amarillo profundo acariciado con cobre, que parecía pasar su tiempo con la cabeza en las nubes. Sin embargo, una mirada más cercana demostró que era una fuente de asesoramiento e información para Nimra a la hora de la política angelical. Fen, por el contrario, se mantenía al tanto en lo que se refería a poblaciones de vampiros y humanos. Era sólo Amariyah quien parecía no tener ninguna posición real, aparte de cuidar de su padre. —¿Te quedas en esta corte por Fen? —le preguntó esa noche después de una rara cena formal, mientras estaban en el balcón bajo la luz plateada de una media luna, el aire húmedo se mezclaba con los sonidos de los insectos que se ocupaban de sus asuntos y la oscuridad exuberante del pantano. La otra vampira tomó un sorbo de una copa de líquido color rojo sangre que cantaba a los propios sentidos de Noel. Pero se había alimentado antes, por lo que el hambre no era nada urgente, simplemente tarareaba una conciencia del potente sabor del hierro. Antes, habría ignorado la copa en su mano para centrarse en el pulso del cuello, de la muñeca, pero la idea de poner la boca sobre su piel, la piel de cualquiera, de tener a alguien cerca… hacía que todo su cuerpo se estremeciera, el hambre se apagaba con violenta finalidad. —No —dijo al fin, moviendo la lengua para recoger una gota de sangre del lleno labio inferior—. Le debo mi lealtad a Nimra por el modo en que fui convertida y aunque no tengo nada con que compararlo, los otros dicen que este es un buen territorio. He escuchado historias de otras cortes que hicieron que se me erizara el vello de los brazos. Noel sabía que esas historias eran más propensas a ser verdad que no. Muchos inmortales eran tan inhumanos que consideraban a los seres humanos y a los vampiros meros juguetes para su entretenimiento, gobernando a través de una mezcla de profundo terror y dolor sádico. Por el contrario, aunque los funcionarios y cortesanos de Nimra la trataban con respeto, no había el toque acre del miedo, el nerviosismo escurridizo. Y, sin embargo... ningún gobernante que tuviera una vena de bondad en su interior podría haber frenado a rivales tan brutales como Nazarach. Le hacía cuestionarse la verdad de todo lo que había visto hasta la fecha, se preguntaba si el más hábil de los adversarios estaba jugando con él, un ángel que había tenido seis siglos para aprender su arte. Amariyah se acercó un paso, demasiado cerca.
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—Lo sientes también, ¿verdad? Las mentiras. —Un susurro—. Insinuaciones de verdades ocultas. —Su olor era profundo y exuberante, ardientemente sensual sin matices sutiles. El audaz olor encajaba con la verdad de su naturaleza, todo color, sexo y belleza sin pensar en las futuras consecuencias. Joven. Él se sentía anciano en comparación. —Soy nuevo en esta corte —dijo, a pesar de que estaba preocupado por su pregunta, su implicación—. Soy muy consciente de lo que no sé. La curva de sus labios contenía un borde cruel. —Y por supuesto debes complacer a tu amante. Sin ella, no tienes un lugar aquí. —No soy un número —dijo Noel, a sabiendas de que todos los allí presentes tenían que haber investigado sus antecedentes. Christian claramente lo había hecho, aunque Noel no creía que el ángel hubiera compartido lo que había desenterrado, había una especie de rígido orgullo en Christian que decía que estaba por encima de los chismes, pero no era el único con conexiones. Lo más seguro sería asumir que el círculo interior de la corte conocía su pasado, el bueno y el feo. —Siempre puedo volver a mi servicio en la guardia de Rafael. Unos dedos le rozaron la mandíbula, cálidos y acariciadores. —¿Por qué lo dejaste? Él dio un discreto paso atrás, apartándose del toque no invitado. —Terminé mi contrato hace más de un siglo, pero me quedé con Rafael porque trabajar con un arcángel es estimulante. —Había visto y hecho cosas increíbles, utilizado cada gramo de su habilidad e inteligencia para realizar las tareas que le habían ordenado—. Pero Nimra es... única. Eso también era cierto. El tono de Amariyah estaba lleno de una falsa ligereza, pero su amargura era demasiado profunda para ocultarla. —Ella es un ángel. Los vampiros no son rival para su belleza y su gracia. —Depende del vampiro —dijo Noel, volviéndose hacia la puerta del balcón abierta. Su mirada captó el cuadro del interior de la sala principal, Asirani tocando el brazo de Christian en una invitación que era inconfundible. Vestida con un vestido chino del más profundo índigo bordeado de oro y el cabello apartado de su cara, su belleza vibrante era un contrapunto impresionante a la elegancia casi ascética de Christian. El hombre angelical se inclinó para escuchar qué era lo que tenía que decir, pero se contuvo con una severidad que no era natural, con la boca apretada en una línea sin sonreír.
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—Míralos —murmuró Amariyah y Noel se dio cuenta de que había seguido su línea de visión—. Asirani ha tratado de ganarse los afectos de Christian, pero es un pobre segundo lugar en comparación con Nimra. Una vez más, las palabras tenían cuchillas ocultas. —Asirani es una mujer impresionante por propio derecho. —Noel vio como Christian apartaba las manos de la vampira con dulzura implacable y se alejaba. La expresión de Asirani se apagó, su espalda totalmente rígida. Amariyah se encogió de hombros. —¿Volvemos dentro? Noel tenía la sensación de que había esperado mucho más apoyo para sus puntos de vista de lo que había recibido de él. —Creo que me quedaré un rato más. Ella le dejó sin decir una palabra, entrando en la habitación principal con un destello de color rojo brillante de la seda de su vestido estrecho hasta los tobillos, el largo cabello negro le acariciaba las exuberantes curvas de su cuerpo. La vio caminar hasta Asirani, poner su mano sobre el hombro de la otra mujer y apretar. Cuando bajó la cabeza para hablar con la vampira, él sintió otra presencia femenina, esta vez de una orquídea compleja y misteriosa en comparación al llamativo rosa de Amariyah.
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Capítulo 5
Cuando miró por el balcón, fue para ver caminar a Nimra agarrada al brazo de Fen por la avenida de flores nocturnas, los pasos del anciano lentos y torpes en comparación con la gracia de ella, su mano temblorosa sobre el bastón. Sin embargo, la manera cómo Nimra compensaba su edad y velocidad le decía a Noel que esto era algo que hacía a menudo, el ángel con las alas destellando con los colores de las piedras preciosas y el humano en el ocaso de su vida. Obligado por su rompecabezas, Noel se encontró bajando los escalones al jardín para seguirlos en su paseo. Un maullido inesperado le hizo detenerse en el último escalón y bajó la mirada a la oscuridad, su visión más aguda que la de un mortal. Mimosa se encontraba bajo un arbusto lleno de diminutas flores como estrellas cerradas para la noche, su cuerpo temblaba. La intrépida gata no había ido donde Noel en los días que había estado allí, pero esta noche se quedó quieta cuando se inclinó y la levantó, sosteniéndola cerca de la calidez de su pecho. —¿Tienes frío, pequeña? —murmuró, acariciándola con una mano. Cuando siguió temblando, se desabrochó los botones de su camisa negra y la puso contra su piel. La gata dejando caer la cabeza, se acurrucó contra él y sus temblores empezaron a desvanecerse. —Ya está. Continuó acariciándola, mientras seguía el camino por donde Fen y Nimra habían desaparecido. Mimosa era frágil bajo su mano, con huesos finos como su ama. Era extrañamente suave para abrazarla y por primera vez en mucho tiempo, Noel pensó en el chico que había sido. También había tenido una mascota, un gran chucho viejo que había seguido a Noel con absoluta fidelidad hasta que su cuerpo dejó de funcionar. Noel le había enterrado en el páramo, el suelo empapado de lágrimas, donde nadie podía verlo. Mimosa se revolvió contra su pecho cuando dobló la esquina, captando la esencia de su ama. Nimra estaba delante de él, al otro lado del estanque plateado por la luna, sus alas barrían la hierba mientras se inclinaba para ver algunas flores adormecidas,
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el viento perezoso moldeaba su vestido azul oscuro contra su cuerpo con la atención de un amante. Fen estaba sentado en un banco de piedra y la paciencia silenciosa con que la contemplaba contenía su completa devoción. Fen no, decidió Noel. El viejo siempre había sido un conspirador poco probable en el complot para matar o inutilizar a Nimra, pero la expresión de su rostro esta noche destruyó incluso el más leve atisbo de sospecha. Ningún hombre podía mirar así a una mujer y luego ver la luz desvanecerse para siempre de sus ojos. —Fuerza, corazón y coraje —dijo Fen sin darse la vuelta—. No hay otra como ella. —Sí. —Acercándose, Noel se sentó a su lado con Mimosa ronroneando contra su piel—. Creo —dijo, su mirada sobre el ángel que incluso ahora tironeaba de cosas en su interior—, que tienes que enviar a Amariyah lejos de esta corte. Un suspiro tranquilo, un mano erosionada apretó el bastón. —Siempre ha tenido una envidia de los ángeles que nunca he entendido. Es una mujer hermosa, una casi inmortal y sin embargo todo lo que ve son las cosas que no puede tener, que no puede hacer. Noel no dijo nada, porque Fen decía la verdad. Amariyah podía verse como una adulta, pero era una niña mimada de muchas maneras. —A veces pienso —continuó Fen—: que no le hice ningún favor al pedirle a Nimra que tomara mis años de servicio a cuenta como parte del contrato de mi hija. Un siglo de servicio podría haberle enseñado a valorar lo que ella es, como lo valoran los ángeles. Noel no estaba tan seguro. Había visto a Amariyah sostener una taza de café frente a Violet el día anterior, decirle a la joven criada que estaba frío y luego verter el líquido de forma deliberada en el suelo. Había habido otros actos, cuando pensaba que no la veían y esta noche la conversación. El egoísmo de su naturaleza parecía innato, tan inmutable como una piedra. Pero si se había vuelto letal quedaba por ver. —El tuyo fue un regalo de amor —le dijo a Fen mientras Nimra se levantaba de su investigación sobre las plantas y miraba por encima del hombro. Ahora era familiar, el modo en que su piel se tensaba en una especie de espera del toque de su mirada. No habían tenido contacto físico otra vez desde el paseo por el jardín, pero Noel había descubierto que, dudas sobre su verdadera naturaleza o no, su cuerpo ya no era reacio a la idea de intimidad. No cuando se trataba de esta mujer. Nunca había tenido una amante angelical. No era lo bastante guapo para ser perseguido por los ángeles que mantenían harenes de hombres y se alegraba de ello. Por otro lado, la mayoría de los ángeles eran demasiado inhumanos para la cruda sexualidad de su naturaleza. Nimra, sin embargo, no era como ningún otro ángel que hubiera conocido, era un misterio dentro de un enigma.
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La había visto en los jardines más de una vez, con los dedos literalmente en la tierra. Una o dos veces, cuando él había murmurado algo menos sofisticado en voz baja, sus ojos habían brillado no con reproche, sino con humor. Y ahora, mientras rodeaba la laguna para llegar donde Fen y apoyar una mano en su hombro con el cabello cayendo a su alrededor en suaves rizos, su expresión era curiosa de una manera que él encontró inesperada en un ángel de su edad y fuerza. —¿Estás seduciendo a mi gata, Noel? Este acarició el cuerpo dormido de Mimosa. —Soy yo el que ha sido seducido. —Es cierto. —Una sola palabra entretejida con poder—. Veo que las mujeres de la corte están encaprichadas contigo. Incluso la tímida Violet se sonroja cuando estás cerca. La pequeña criada había demostrado ser una fuente de información sobre la corte cuando Noel la localizó en la cocina y la encandiló para que hablara con él. Ya había descartado a los otros dos sirvientes de la lista de sospechosos después de una sutil investigación, utilizando su acceso a los recursos de la Torre, no había revelado puntos débiles en sus vidas que pudieran hacer a Sammi o Richard vulnerables de ser comprados, ni signos repentinos de riqueza. Y después de su charla con Violet, estaba completamente seguro de que tampoco había tenido nada que ver con el intento de asesinato. A diferencia de la falsa candidez de Amariyah, la de Violet era muy real, a pesar de la fealdad de su pasado. Huida de un padrastro que la había mirado con demasiado interés, Violet se había derrumbado medio muerta de hambre en el borde de los terrenos de Nimra. El ángel había estado volando sobre sus tierras y vio a la niña, la llevó a la casa en sus propios brazos. La había cuidado hasta que recobró la salud y cuando la adolescente se asustó ante la idea de ir a la escuela, contrató a un tutor para ella. Aunque Nimra no esperaba servicio de alguien tan joven, la orgullosa muchacha insistió en "ganarse su sustento" con sus funciones durante las mañanas, las tardes estaban reservadas para sus estudios. —La adoro —le había dicho Violet a Noel con feroz lealtad—. No hay nada que yo no haría por Lady Nimra. Nada. Ahora, Noel levantó la mirada. —Es más probable que Violet me prepare una emboscada en una noche oscura si me considera una amenaza para ti, que flirtee conmigo. Fen se rió. —Él tiene razón. La niña adora el suelo que pisas.
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—No somos dioses para ser adorados —dijo Nimra con una mirada de preocupación en su rostro—. No deseo eso de ella, tiene que extender sus alas, vivir su propia vida. —Es como un perrito rescatado —dijo Fen, tosiendo en un puño tembloroso—. Incluso si la echaras, si la enviaras al mundo, volvería tenazmente a tu lado. También podrías dejarla así, encontrará su propia felicidad más rápido si es capaz de hacer lo que pueda para asegurar la tuya. —Tan sabio. —Nimra no hizo ningún esfuerzo para ayudar al anciano mientras Fen luchaba para ponerse en pie. La ayuda, comprendió Noel mientras se levantaba también, no sería bien recibida ni aceptada. El camino de vuelta fue lento y tranquilo, las alas de Nimra rozaban la hierba delante de él mientras el ángel caminaba del brazo de Fen. Paseando detrás de ellos, Noel se sintió contento de un modo que era difícil describir. La húmeda noche de Louisiana con el aire lleno del sonido de ranas croando, el crujido de las hojas y la voz suave de Nimra mientras hablaba con Fen, era un suntuoso mar que le abrazaba, embotando los bordes crudos de su interior, las partes rotas. —Buenas noches, mi señora —dijo Fen cuando llegaron a la pequeña casa de campo independiente que compartía con Amariyah. A Noel, dijo—: voy a pensar en lo que me has dicho. Pero soy un hombre viejo, así que en cualquier caso ella se irá cuando yo ya no esté aquí. Las alas de Nimra crujieron cuando las replegó antes de unirse a Noel para regresar a la casa. Bordeando las habitaciones principales de tácito acuerdo, giraron hacia su ala personal, la habitación de Noel estaba junto a la suya, en la zona privada. —Amariyah puede tener sus defectos —dijo Nimra por fin, extendiendo lo brazos cuando Mimosa se revolvió de nuevo—, pero quiere a Fen. Noel le pasó a la gata con cuidado. Ronroneando feliz en los brazos de su ama, Mimosa volvió a su sueño. Noel se abrochó un par de los botones de su camisa, pero dejó el resto suelto, la brisa de la noche lánguida contra su piel. —¿Sabías que Asirani está enamorada de Christian? Un suspiro. —Esperaba que fuera un capricho, que pasaría. —Sacudió la cabeza—. Christian es muy rígido en sus puntos de vista, cree que los ángeles sólo deberíamos emparejarnos entre nosotros.
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—Ah. —Eso explicaba la intensidad de la respuesta del ángel a Noel—. No es una visión común. —Especialmente en lo que se refería a los vampiros más poderosos. —Christian cree que una pareja vampiro-ángel no es deseable, ya que tal pareja no puede crear un niño, y tenemos tan pocos hijos ya. Noel pensó en los niños del refugio angelical, tan vulnerables, con sus alas difíciles de manejar, sus regordetas piernas infantiles y sus risas cantarinas. —Los niños son un regalo —estuvo de acuerdo—. Es algo que… Dejó de hablar cuando Mimosa hizo un pequeño sonido de molestia. —Mis disculpas, pequeña —dijo Nimra, acariciando a la gata hasta que esta bajó la cabeza—. No te apretaré tan fuerte otra vez. Un escalofrío atravesó las venas de Noel. Cuando Nimra no dijo nada más, pensó en dejarlo ir, pero la parte que despertaba lentamente insistió en entablar una conversación con ella, descubrir sus secretos. —Perdiste un hijo.
*
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Fue la dulzura en la voz de Noel lo que abrió la herida. —No tuvo la oportunidad de convertirse en un niño —dijo Nimra, las palabras fragmentos de cristal en su garganta, la sangre se acumuló en su pecho ante lo que una vez había tenido a sus pies—. Mi vientre no pudo llevarlo así que lo perdí antes de que se formara. —No había hablado de su niño perdido desde aquella terrible noche cuando la tormenta se estrelló contra la casa con furia implacable. Fen había sido quien la había encontrado, el único que sabía lo que había sucedido. Eitriel la había dejado un mes antes, después de apuñalarla con un cuchillo directamente en su corazón. —Lo siento. —Noel posó la mano en su nuca, fuerte y masculina mientras la acariciaba de la misma forma que momentos antes había acariciado a Mimosa. Pero no se detuvo con su cabello, bajó la mano por su espalda, con cuidado de no tocar las superficies internas de sus alas, esa era una intimidad que se daba, no se tomaba. Apretó contra la base de su espina dorsal. Ella alzó la cabeza, sorprendida. En lugar de retroceder, Noel curvó su cuerpo hacia el suyo, con la dormida Mimosa entre ellos. No tenía derecho a sostenerla de manera tan familiar, ningún derecho a tocar a un ángel de su poder… pero no le detuvo. No quería detenerlo. Había pasado mucho tiempo desde que la habían abrazado. Recostó la cabeza contra su pecho, el latido de su corazón era fuerte y estable. Levantó la mirada hacia la luz plateada de la media luna.
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—La luna estaba oscura esa noche —dijo, el recuerdo grabado en sus propias células, para toda la eternidad—, el aire se desgarró con el grito de una tormenta que derribó árboles y levantó techos. No quería que mi bebé me dejara en la oscuridad, pero no pude hacer nada. La abrazó con más fuerza, su brazo rozando el ala. Aún así no se retiró, a pesar de que todos los vampiros eran entrenados para saber que a los ángeles no les gustaba que les tocaran las alas, excepto por aquellos que consideraban sus íntimos. Parte de ella, la parte que contenía la arrogancia de una raza que gobernaba el mundo, lo consideraba una ofensa. Pero la mayor parte de ella estaba secretamente complacida por la negativa de Noel a seguir las reglas en una situación que no se servía de ellas. —Yo no tuve hijos como mortal —murmuró, acariciándole el cabello con la mano—, y sé que es poco probable que pueda llegar a tenerlos ahora. —Poco probable, pero no imposible. —Los vampiros tenían una ventana de oportunidad de aproximadamente 200 años después de su conversión para engendrar hijos, hijos que serían mortales. Noel había sido convertido hacía doscientos veintiún años. Ella había oído hablar de uno o dos niños concebidos después de ese período de tiempo—. ¿Deseas engendrar un hijo? —Sólo si el niño es creado con amor. —Cerró la mano sobre el pelo—. Tengo hijos que considero mi familia. —Sí. —La idea de risas de niños bailando sobre los páramos alivió el dolor de su corazón—. Creo que me gustaría pasar tiempo con ellos. —Te llevaré si quieres —ofreció con una sonrisa—. Pero te advierto que son muy, muy salvajes. Es probable que te tiren de las alas y esperen que los abraces con el menor pretexto. —Una verdadera tortura. Otra risa, con el pecho vibrando bajo su mejilla. —No duermes, Noel —le dijo después de un largo rato abrazada contra el tranquilo latido de su corazón, ese gran cuerpo cálido rodeándola—. Te oigo caminar por el pasillo. La primera noche, se había preguntado por qué no salía del ala y se dirigía a los jardines. Sólo más tarde entendió que actuaba cómo le había denominado, como su lobo. Cualquier asesino tendría que pasar por encima de Noel para llegar hasta ella. A pesar de que ella era la más poderosa, su acto la había dejado con la sensación de confianza que la Medianoche le había robado. —Los vampiros necesitan dormir poco —dijo, con voz distante, aunque continuó abrazándola.
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Ella sabía que esa no era la razón por la que caminaba por los pasillos como una fiera enjaulada, pero decidió permanecer silenciosa. Demasiadas líneas se habían cruzado ya esta noche, y habría consecuencias, cosas que ninguno de ellos estaba preparado para afrontar.
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Fue al día siguiente que el corazón de Nimra se rompió de nuevo. Estaba en la biblioteca, trabajando con sus contactos en busca de pistas acerca de quien en su corte podría tener vínculos con alguien que tuviera acceso a la Medianoche, un hecho que ya había comprobado antes sin resultado, pero que Noel le había pedido que volviera a revisar, en caso de que aflorara algo nuevo, cuando Violet entró en la habitación. Las lágrimas manchaban la cara de la chica. —Mi señora, Mimosa… Nimra ya corría rodeando la mesa antes de que Violet terminara de hablar. —¿Dónde? —El jardín, por el balcón. Era el lugar preferido de la gata anciana para tomar el sol. Barriendo los pasillos, Nimra corrió al balcón para encontrarse tanto a Noel como a Christian en cuclillas en la parte inferior de la escalera. Noel tenía los brazos llenos de algo, y el corazón de Nimra se tensó al darse cuenta de su carga, su dolor atemperado sólo por el conocimiento de que Mimosa había vivido una vida plena y feliz. Luego Christian la vio y se levantó en el aire para aterrizar en el balcón frente a ella. —Mi señora, es mejor si no… Nimra ya se elevaba por encima de él, sus alas extendidas, el dolor transmutado a una especie de pánico ante su intento de impedirle llegar donde Mimosa. Cuando aterrizó frente a Noel, lo primero que vio fue la floja cola gris colgando de su brazo. —Llego demasiado tarde… Un maullido débil la hizo saltar hacia adelante para tomar a Mimosa en sus brazos. Él le pasó a la gata sin una palabra. Mimosa pareció calmarse tan pronto como estuvo en brazos de su ama, su cabeza reposaba pesadamente sobre el pecho de Nimra mientras esta le canturreaba. Cinco minutos más tarde, su amada compañera de muchos años se había ido.
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Luchando contra las lágrimas, porque un ángel de su poder y responsabilidad no podía ser visto rota, Nimra levantó la cabeza y se encontró con unos ojos azules que se habían vuelto pétreos por la ira. —¿Qué necesito saber?
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Capítulo 6
Él señaló con la cabeza un pedazo de carne apoyado en el suelo al lado de donde Mimosa le había gustado tomar el sol. —Tendrá que ser analizado, pero creo que estaba envenenado. Noel centró su atención donde Mimosa había vomitado después de mordisquear la carne. —Violet. La criada corrió con una bolsa de plástico. Tomándola, Noel embolsó la carne. —Yo me encargo —le dijo a Violet cuando ella fue a quitársela. Asintiendo con la cabeza, la criada titubeó, luego regresó de prisa hacia las escaleras. —Haré un té a mi señora. Ningún té calmaría la furia en el corazón de Nimra, pero ella no deshonraría el espíritu de Mimosa con ello. Sujetando a su querida y vieja mascota, empezó a caminar en dirección a los jardines del sur, un salvaje país de las maravillas que había sido el campo de juego favorito de Mimosa antes de que la edad le cortara las alas. Era consciente de las dos voces graves masculinas detrás de ella y supo que Noel había ganado sin importar qué altercado había tenido lugar, porque apareció a su lado. Él no dijo una sola palabra hasta que Christian aterrizó junto a él con una pala pequeña en la mano. Agarrándola, ella le oyó murmurar algo al ángel antes de que éste se alejara con un susurro de alas. Ella no hizo ningún esfuerzo por escuchar la conversación, su atención puesta en acunar a Mimosa con tanta suavidad como fuera posible. —Fuiste una fiel compañía —le dijo a la gata, cerrándosele la garganta—. Te echaré de menos.
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Algunos, mortales e inmortales por igual, la llamarían estúpida por depositar tanto cariño en una criatura con una esperanza de vida tan efímera, pero ellos no entendían. —Los inmortales —le dijo a Noel mientras se acercaban a los jardines—, vivimos tanto tiempo que nos hastiamos y nuestros corazones se endurecen. Para algunos, la crueldad y el dolor son las únicas cosas que generan una emoción. Nazarach, el gobernador de Atlanta y las áreas adyacentes, era un ángel de ese tipo, con un hogar saturado de gritos. —Un animal es inocente —dijo Noel— sin engaños o motivaciones ocultas. Amar a uno es fomentar la ternura dentro de tu corazón. No la asombraba que él comprendiera esa serena verdad. —Ella me enseñó muchísimo. Nimra atravesó una arcada de piedra que llevaba a los jardines ocultos que Mimosa había adorado. Oyó a Noel contener el aliento cuando vislumbró la maraña de rosas y flores silvestres, nueces dulces y otros árboles cargados de frutos, los senderos tan cubiertos de maleza que casi eran intransitables. —No sabía que existía esto. —Él extendió la mano para tocar una extravagante rosa blanca. Ella sabía que él no se sentía conmocionado, sólo maravillado. Como la gatita Mimosa había hecho una vez, Noel acarreaba un toque de salvajismo en su interior. —Pienso que disfrutará de ser parte de este jardín. Su garganta se sentía en carne viva, forrada con papel de lija. Noel la siguió en silencio mientras Nimra caminaba por los sederos enmarañados hasta un lugar debajo de las ramas protectoras de una magnolia que se había mantenido de pie a través de la tormenta, el viento y el tiempo. Cuando ella se detuvo, él levantó la pala y comenzó a cavar. No tardó en cavar lo suficientemente profundo para el cuerpo de Mimosa, pero en lugar de indicarle con la cabeza que pusiera su mascota en el suelo, Noel fue al arbusto más cercano cargado de flores. Arrancando puñados de colores, regresó y revistió el fondo de la diminuta tumba. Nimra no pudo contener las lágrimas por más tiempo. Bajaban rodando por su rostro mientras Noel regresó dos veces más. Cuando terminó, la tumba tenía una aterciopelada alfombra de pétalos rosados, blancos y amarillos, suave como la nieve recién caída. Arrodillándose, Nimra rozó con un beso la cabeza de su mascota y la acostó. Los pétalos le acariciaron el dorso de las manos cuando ella las retiró de debajo de Mimosa.
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—Debería haber traído algo para envolverla. —Pienso que ella preferiría esto—dijo Noel, derramando más flores sobre Mimosa—. Esto es un entierro apropiado para una gata a la que le encantaba vagar, ¿no te parece? Ella dio un asentimiento brusco y estiró una mano hacia atrás para arrancarse varias de sus plumas principales. —Cuando Mimosa era una gatita, estaba fascinada con mis plumas—le dijo a Noel—. Trataba de robarlas cuando no miraba. —¿Alguna vez tuvo éxito? —Una o dos veces—dijo y una risa acuosa escapó de ella—. Y entonces corría tan rápido, como si fuera el mismo viento. Nunca encontré dónde escondía mis plumas. Con esas palabras las colocó junto a Mimosa antes de cubrirla con otra capa de pétalos. —Adiós, pequeña. Él tapó la tumba en silencio y ella puso más flores en la superficie, junto con una gran piedra que Noel encontró en el jardín. Se quedaron durante unos largos minutos junto a la tumba, hasta que Nimra sintió una caricia del viento a través de sus sentidos, suave como un suspiro. Soltando un silencioso aliento, se volvió y comenzó a caminar de regreso con Noel a su lado. Él le apoyó una mano en el hombro. —Espera. Apoyándose la pala contra el muslo, usó los pulgares de ambas manos para enjugarle las lágrimas del rostro. —Ahí —susurró—. Ahora eres Nimra otra vez. Fuerte, cruel y despiadada. Ella se inclinó hacia el toque y cuando él le acunó el rostro, cuando tocó sus labios con los suyos, no le recordó que su rol era de su lobo, no de su amante. En cambio le dejó sorber de su boca, le dejó calentar el lugar frío en su corazón con la ruda calidez de su masculinidad. Cuando levantó la boca, ella había cerrado los puños sobre su camisa. —Más, Noel. —Casi una orden. Negando con la cabeza, él le retiró el cabello con una ternura que Nimra nunca había sentido de un amante. —No me aprovecharé de ti. Hoy, seré tu amigo. —Fen ha sido mi amigo durante décadas —dijo deslizando su brazo en el de él cuando se lo ofreció—. Y nunca se atrevió a poner su boca sobre la mía.
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—Obviamente seré una clase diferente de amigo. Las alegres palabras sirvieron para calmarla, para el momento en que salieron de los jardines principales era el ángel que gobernaba Nueva Orleans y sus alrededores de nuevo… dura, poderosa e invulnerable. —Descubrirás quien lastimó a Mimosa y me lo dirás —le dijo a Noel. No habría misericordia para el autor.
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Lo primero que Noel hizo después de escoltar a Nimra a su despacho fue marcharse para localizar a Violet. La criada le había lanzado una mirada fugaz pero significativa cuando le trajo la bolsa de plástico… el contenido de la cual había entregado a Christian antes, porque había necesitado estar al lado de Nimra mientras enterraba a Mimosa. Sin embargo, no había dado más de tres pasos fuera del ala privada cuando Violet entró en el corredor con una bandeja de té. —Vi regresar a la señora Nimra —dijo con líneas de preocupación rodeándole los ojos—. ¿Debería…? —Me lo quedo —dijo Noel—. Espérame aquí. La adolescente asintió rápidamente con la cabeza mientras Noel entraba. Nimra estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a la puerta. Dejando la bandeja sobre la mesita de café, caminó para pararse detrás de ella con las manos sobre sus hombros. —Come algo. —Todavía no, Noel. Sabía que esta mujer fuerte, que tenía el corazón para amar a una criatura tan pequeña e indefensa, necesitaba llorar en privado, así que la dejó con una fugaz caricia en su pelo. Violet estaba medio escondida en una alcoba con los ojos temerosos. —Si ella me ve, Noel, lo sabrá. —¿Quién? —le preguntó Noel aunque tenía una muy buena idea. —Amariyah. La muchacha se abrazó con fuerza. —Ella pensó que no había nadie en la cocina cuando entró, porque siempre me escondo cuando está cerca… es rencorosa. —Soltó el aliento y tragó saliva—. La vi tomar la carne y pensé que era extraño pero realmente no te preocupas por eso.
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—Gracias, Violet —le dijo, seguro de que decía la verdad—. Nadie sabrá que la información provino de ti. La criada levantó y dejó caer los hombros. —Si me necesitas, declararé bajo juramento ante toda la corte. Mimosa muriendo tan pronto después de Queen, habrá roto el corazón de mi señora. Algunos dicen que no tiene uno, pero yo sé que no es verdad. Noel se quedó en el corredor durante largos minutos después de que Violet se marchara, considerando la afirmación de la criada. Él la creía, el hecho era que era su palabra contra la de una vampira. Una vampira que era la hija del miembro de mayor confianza de la corte de Nimra. Amariyah podía volverse y acusar a Violet del mismo acto. Era el crepúsculo cuando se decidió por un curso de acción. Alejándose del ala privada, no fue hasta el comedor, sino a la casa de Fen. Como había esperado, Amariyah estaba en casa con su padre. Al entrar por invitación de Fen, se sentó un rato con el anciano, hablando de todo y de nada. Cuando el tema de Mimosa surgió, él se aseguró de que su mirada encontrara la de Amariyah. —Tengo una muy buena idea de la persona detrás de tal acto de cobardía—dijo, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su desprecio—. Es simplemente un asunto de cómo de difíciles se pongan. Por la forma en que se drenó la sangre de la cara de Amariyah, quedó claro que entendió la amenaza. Y si había algo en la vampira que era auténtico y bueno, era el amor por su padre. Sus ojos le suplicaban no traer a colación el tema delante de Fen. Noel no tenía deseos de lastimar al anciano… nunca habría llevado a cabo la tácita amenaza… se excusó después de unos pocos minutos más. —Voy a caminar con Noel un poco, padre —dijo la mujer vampiro, poniéndose de pie con una caída de tela color violeta intenso que parecía tan liviana y vaporosa como el viento, la túnica sencilla le dejaba los brazos desnudos y coqueteaba con sus tobillos. —Ve, ve. —Fen se rió entre dientes—. Sólo recuerda que pertenece a un ángel. No salgas ahí de caza. Por la rigidez de la sonrisa de Amariyah, ella no apreció el recordatorio de su lugar en la jerarquía de las cosas. Pero su tono fue ligero cuando dijo: —Acredítame con unas pocas neuronas. Eso provocó una risa entrecortada en Fen, su pecho sacudiéndose ruidosamente de un modo que preocupó a Noel. Amariyah estuvo inmediatamente a su lado.
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—Papá. Fen detuvo la ayuda. —Ve, Mariyah. —Deberíamos llamar a un doctor —dijo Noel, no gustándole el esfuerzo en la respiración de Fen. La respuesta de Fen fue una risa, los ojos oscuros brillando. —No hay nada que un médico pueda hacer con respecto a la edad. Soy un viejo con los huesos de un viejo. Cuando Amariyah vaciló, Fen instó a Noel a sacarla. Noel habría insistido en un doctor, pero una mirada al rostro de Fen le dijo que sería una batalla perdida… el cuerpo del anciano podría haberse vuelto frágil, pero su voluntad permanecía firme como el acero. Tal voluntad exigía respeto. —Hasta nuestra próxima charla—le dijo a Fen mientras salía saludando con la cabeza, llevando a Amariyah con él. La hija de Fen guardó silencio mientras se adentraban en la frondosa extensión de los jardines, sus pasos avanzando a trompicones, la columna rígida. —¿Cómo supiste que fui yo? —dijo en el instante en que se encontraron en un lugar privado, debajo de las ramas de un viejo árbol nudoso con la corteza de color marrón muy oscuro. —Eso no importa. Lo que importa es el por qué. Su encogimiento de hombros fue elegante, su belleza arruinada por la fealdad petulante de su expresión. —¿Qué te importa? Su Señoría me ajusticiará por sacar a esa cosa vieja y horrible de su sufrimiento y todo estará bien en su mundo perfecto. Noel había atisbado la inexplicable animosidad de Amariyah hacia Nimra al poco tiempo de su primera reunión, pero esta insensibilidad era algo inesperado. —¿Por qué, Amariyah? —le preguntó de nuevo mientras atrapaba una hoja que flotaba hacia el suelo. Exhalando con un siseo, la vampiro apuntó un dedo tembloroso hacia él. —Ella vivirá para siempre, mientras que yo tengo que ver morir a mi padre. —Un puño se estrelló contra su corazón—. ¡Él pidió ser convertido y ella se lo negó! Ahora es un anciano en la última parte de su vida y sufriendo a cada instante. Noel no sabía cómo escogían los ángeles a aquellos que podían ser convertidos, pero había sido el guardián principal de Rafael durante el tiempo suficiente para entender que existía un nivel de compatibilidad biológica complicado. Por todo de lo
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que había sido testigo en la relación entre Nimra y Fen, estaba claro que el ángel lo habría convertido si hubiese podido. —¿Tu padre sabe que te sientes así? —le preguntó, frotando el pulgar sobre la superficie suave y verde de la hoja en su mano. El rostro de la vampira se retorció en una máscara de furia. —Él adora su… por lo que a él respecta, la perra no puede hacer mal. ¡Ni siquiera la culpa del hecho de que se esté muriendo! ¡Me dice que hay cosas que yo desconozco! Esa fue su justificación para ella. Era imposible no compadecerse del dolor que había llevado a Amariyah a un acto tan aborrecible, pero eso no atenuaba, en modo alguno, su crimen o el enojo de él. —¿Y la Medianoche? —Yo no hice nada a la medianoche. —Una respuesta mordaz—. Yo le di la carne a la gata justo antes del amanecer. Ahí tienes tu confesión. Llévame a la que sujeta tu correa. La pulla no tuvo impacto. A diferencia de Amariyah, Noel sabía quién era él y aunque Nimra pudiera no estar de acuerdo, entendía que incluso un ángel no podía estar solo. Rafael tenía a sus Siete. Nimra tendría a Noel. Porque, secretos o no, él estaba cada vez más convencido de que lo que veía era la verdad, la reputación cruel de Nimra era la más astuta de las ilusiones. En lugar de llevar a la hija de Fen al ala privada la metió en la biblioteca de abajo y yendo hasta Christian, le pidió que se asegurara que ella se quedara allí. —¿Parezco tu sirviente? —una pregunta glacial. —Ahora no es el momento, Christian. Los ojos astutos del ángel se entornaron antes de asentir con la cabeza. —Vigilaré.
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Nimra negó con la cabeza estupefacta cuando Noel le dijo la identidad del autor. —Sabía que ella estaba un poco resentida, pero nunca la habría creído capaz de algo semejante. —Estoy convencido que ella no tiene nada que ver con la Medianoche —continuó Noel con tono pragmático, pero en sus ojos ella vio el filo cortante de la rabia más negra—. Parecía realmente confundida cuando lo mencioné. El hielo, frío y sombrío, invadió sus venas.
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—Así que tengo dos que me odian en mi corte… pone mi capacidad para comprender a mi gente en la mira, ¿no? —Esta corte tiene un corazón que está ausente en la mayoría—. Feroces palabras las de su lobo. —No permitas que los Amariyah y los de su tipo roben lo que has construido aquí. Extendió una mano. Y esperó. Nunca debo mostrarme débil. Sin embargo, extendió la mano y la deslizó en el calor áspero de la de él, queriendo sentirse “humana”, aunque sólo fuera por unos pocos instantes, antes de que tuviera que convertirse en un monstruo. Los dedos de él rodearon los de ella, un pequeño acto de posesión. Se preguntó si trataría de presentar la reclamación ahora, cuando ella no lo podía aceptar, pero él le soltó la mano en el mismo instante en que llegaron a los corredores en los que podrían encontrarse con otros, observando con vivaces ojos azules mientras ella se convertía de nuevo en Nimra, la gobernante. —¿Lo sabe Fen? —le preguntó, no deseando semejante dolor para su amigo. —No se lo dije. Nimra asintió con la cabeza. —Bien. Ninguno de los dos volvió a hablar hasta que entraron en la biblioteca, Christian intercambió un rígido gesto con Noel antes de marcharse. Cerrando las puertas, Noel se puso de espaldas a ellas mientras Nimra atravesaba el suelo para enfrentarse a una Amariyah hosca, que estaba de pie delante de la chimenea sin uso cuajada de piñas y flores secas. Trabajo de Violet. La vampiro habló con tono desafiante antes de que Nimra pudiera decir una palabra. —Mi padre no tiene nada que ver con esto. —Tu lealtad a Fen te honra —dijo Nimra, asegurándose de que su voz no traicionara nada—. Pero esto es un acto que no puedo perdonar, ni siquiera por él. No tenía ninguna intención de ser cruel, pero tampoco podía ser clemente. Porque un vampiro como Amariyah vería en esa clemencia una debilidad, una que la incitaría a actos cada vez más depravados. —Tomaste una vida, Amariyah. Una vida pequeña, una luz diminuta, pero una vida a pesar de todo.
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Las manos de Amariyah formaban puños a los lados de su diáfano vestido, deslizándolos apretados por los muslos. —Entonces puedes explicarle mi muerte. —Una risa amarga—. Estoy segura que te perdonará como ha perdonado el hecho de que eres la razón de su propia muerte. El pecho de Nimra se tensó con la angustia, pero mantuvo las emociones lejos de su cara, tenía siglos de experiencia en ocultar su verdadero yo cuando era necesario. —No morirás —dijo en un tono tan frío que provino del corazón oscuro y poderoso de ella—. O no deberías, al menos que hayas estado haciendo cosas más allá de esto que alguien conozca. Verdadero miedo parpadeó en los ojos de Amariyah por primera vez, el sudor brotando por su frente. —¿Qué vas a hacerme? —En esa pregunta estaba el súbito conocimiento de que había un motivo por el que Nimra era temida por incluso el más brutal. Atravesando la distancia entre ellas, Nimra tocó con los dedos la mano de la vampira con una gentileza que ocultaba un arma de tal crueldad que un mero vistazo a ella había dejado a sus enemigos en una temblorosa ruina. —Esto.
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Aunque Noel no vio nada, no sintió nada, Amariyah empezó a temblar, luego a convulsionar, su cuerpo cayó al piso en una cacofonía salvaje de extremidades y dientes chocando ruidosamente. Cuando se calmó por fin, sus ojos permanecieron fuertemente cerrados, unos gemidos se escapaban de su boca a la vez que sus huesos se estremecían como si hiciera el mayor de los fríos. —Cada vez que hago esto —dijo Nimra, su mirada poseída mientras observaba a la mujer caída—. Toma algo de mí. Levantando en brazos a una Amariyah violentamente temblorosa, Noel la colocó en el sofá, quitándole una colcha de cachemir del respaldo para taparla. —Está sangrando un poco donde parece haberse cortado el labio —usó un pañuelo de papel de una caja cercana para limpiarlo—, pero por lo demás parece que a nivel físico está bien. Sintió un atisbo de comprensión sobre el motivo subyacente de la reputación de Nimra, pero el susurro se alejó antes de que pudiera atraparlo. Nimra no dijo nada, caminó para pararse delante de los ventanales que daban a los jardines, esas alas salpicadas de polvo de piedras preciosas, rozando el barniz reluciente de los suelos de madera. Incapaz y reacio, a dejarla tan sola y distante, se
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acercó. Pero cuando puso la mano a un lado de su cuello, instándola a apoyarse en él, ella se resistió. —Esta es la razón por la que Nazarach me teme —murmuró ella, pero no dijo nada más. Él podría haber empujado, pero, en cambio, eligió permanecer a su lado, sabiendo que ella no se quebraría, no se ablandaría hasta que esto estuviera terminado. Pagando su propio castigo, pensó él, aunque Amariyah fuera la que había causado la pérdida irreparable.
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Capítulo 7
A
Amariyah le llevó dos días despertar. Por respeto a Fen, Nimra había
decretado que ninguna palabra de eso llegara a él, por lo que tanto Violet como Christian juraron guardar el secreto. Noel no temía que alguno de los dos rompiera su palabra. Violet estaba más allá de la lealtad y, Christian, a pesar de sus celos, era honrado hasta la médula. El mismo Fen le había dicho que Amariyah había sido enviada fuera del estado para hacer un recado para Nimra, y probablemente estaría cansada cuando regresara. Noel estaba con la vampira cuando finalmente despertó, sus ojos hundidos, sus huesos cortando la piel hundida y sin vida. —Cualquier otra persona que se hubiera atrevido a tal acto —le dijo—, estaría en la calle ahora mismo, pero debido a que tu padre no sabe lo que hiciste, se te permitirá permanecer aquí. —Pero —añadió—, pon un pie fuera de la línea, y yo personalmente aseguraré una muerte verdadera. —Fue una declaración dura, pero su lealtad era para Nimra, y más, entendió que el depredador que vivía debajo de la piel de todos los vampiros, había visto una oscuridad retorcida en Amariyah que disfrutaba causando dolor a los que eran incapaces de defenderse. Lo que fuera que la vampira oyera en su voz, o quizás era el eco de su castigo, hizo que el miedo se arrastrara por su cara. —Mi padre es la única razón por la que aún estoy aquí —susurró ella con voz ronca—. Me iré de la casa de este monstruo en el segundo que él me deje.
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Nimra estaba junto a la ventana de su salón privado, viendo el progreso de la vacilante Amariyah hacia la casa a través de la oscuridad. Christian había hecho arreglos para que Fen estuviera fuera, así que Amariyah tendría tiempo de limpiarse.
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—Fen es muy inteligente —le dijo al hombre que había entrado en la habitación sin llamar—. No estoy segura de que vaya a aceptar la historia de un viaje de negocios una vez que vea su aspecto demacrado. La sangre y el sueño revivirían a Amariyah, pero tendrían que pasar horas. —Christian me acaba de enviar un mensaje para decir que ha arreglado un retraso en la ciudad, pasarán allí la noche. —Bien. —Siguió dándole la espalda, a sabiendas de que él tenía preguntas que merecían respuestas. No porque fuera su lobo, sino porque se había convertido en más, se había convertido en algo que nunca había esperado. Entonces él dijo: —Te he traído algo de comida. Girándose cuando Amariyah desapareció de la vista, se encontró con esa mirada tan sorprendentemente brillante en la penumbra cuando el día daba paso a la noche. —¿Crees que lograrás que simplemente haga las cosas a tu modo con cosas como esta? —Por supuesto. —Una sonrisa inesperada que quemó el frío que permanecía en sus venas desde el castigo, ya que su cuerpo recordaba que ella no era sólo un ser de terrible poder, sino una criatura femenina—. Soy un hombre, después de todo. Sabiendo que estaba siendo camelada, pero incapaz de resistirse, se dirigió con él al comedor informal, donde Noel había colocado una bandeja llena de fruta, sándwiches y galletas. —Esto no es una comida digna de un ángel —dijo cuando le ofreció una silla. —Veo tu sonrisa, mi señora Nimra. —Un beso sobre su nuca, una intimidad caliente que no le había dado permiso para llevar a cabo. —Andas por un camino peligroso, Noel. Este frotó los pulgares a lo largo de los tendones que le recorrían la nuca, su toque firme y seguro. —Nunca he tomado el camino fácil. —Labios contra su oreja, su cuerpo grande y sólido la rodeaba mientras deslizaba las manos hacia adelante para apoyarlas en la silla—. Pero primero debes comer. Cuando se movió para sentarse a su lado, levantando una tajada suculenta de melocotón hasta sus labios, ella debería haberle recordado que no era una niña. Un ángel podía resistir sin comida durante largos períodos y no sufrir ningún efecto negativo. Pero los últimos días le habían provocado heridas en su interior y Noel, con su ruda ternura, hablaba a una parte de ella que no había visto la luz desde siglos antes de Eitriel.
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Inexplicable que fuera este vampiro, dañado a un nivel tan profundo, quien tuviera un impacto tan profundo sobre ella… quizás no. Porque más allá de las sombras de la nada, vislumbró la esperanza cautelosa de un lobo endurecido. Así que le permitió que la alimentara con el melocotón, luego rodajas de pera, mordiscos de sándwich, seguido por una galleta de rico chocolate. En algún lugar del camino, terminó sentada con las rodillas presionado contra su silla y con las piernas de Noel a ambos lados de la suya. Ella tenía las manos extendidas sobre sus muslos, la fuerza sólida como una roca se flexionaba tensa y hermosa bajo su tacto. Otras partes de él también estaban tensas. Pero a pesar de que sus ojos se detuvieron en sus labios y le limpió migas que no estaban allí con el pulgar, no trató de ir a su cama, este lobo empezaba a enredarse en su vida de una forma que ningún hombre había osado intentar jamás.
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Noel no durmió aquella noche, su mente estaba llena de los ecos del mal, de la risa de los que lo habían degradado hasta que fue menos que un animal. —Se ha acabado —le había dicho Rafael después de que todo hubiera terminado, su rostro sin piedad en el juicio, sus alas brillantes con el poder—. Han sido ejecutados. En ese momento, Noel había dicho: —Bien —con un placer despiadado, pero ahora sabía que la venganza por sí sola nunca es suficiente. Sus atacantes le habían marcado de formas que nunca podrían ser borradas. —Noel. Levantando bruscamente la cabeza ante esa voz femenina familiar, se encontró con que Nimra había salido al pasillo donde se paseaba en un vano intento de escapar de la risa. —Te he despertado. —Pasaba de la medianoche. —El sueño es una indulgencia para mí, no una necesidad. —Ojos de un brillante topacio resplandecían con vetas de ámbar, vívidos contra la crema de su fluido camisón de tirantes—. Me paseo por los jardines. Noel ajustó su paso al de ella. Nimra no dijo nada hasta que llegaron a las hermosamente misteriosas sombras del bosque, donde el arroyo se originaba. —Un inmortal tiene muchos recuerdos. —Su voz era una caricia íntima en la noche, sus palabras conmovedoras con el antiguo conocimiento—. Incluso el más doloroso de ellos se desvanece con el tiempo.
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—Algunos recuerdos —dijo—, están impresos. —A medida que el cristal se había incrustado en su carne. Mientras que… otras cosas, se habían incrustado en su cuerpo. Cerró el puño. El ala de Nimra le rozó el brazo. —Pero, ¿es un recuerdo que deseas que brille como una joya, que esté siempre a la vanguardia? —No lo puedo controlar —admitió a través de una mandíbula apretada tan fuerte que podía oír como los huesos rechinaban, ahogando los secretos susurrados en la cálida noche de Louisiana. La mirada perspicaz de un ángel se clavó en la plateada caricia de la luna. —Aprenderás. —Había extrema confianza en su voz. La risa de Noel fue dura. —¿Sí? ¿Qué te hace estar tan segura? —Porque eso es lo que eres, Noel. —Dando un paso hacia adelante, levantó la mano para tocarle la mejilla, arqueando las alas en su espalda. Cuando él se estremeció con el contacto, ella no retrocedió. —Lo que te hicieron —dijo—, rompería a otros hombres. A ti no te rompió. —No soy quien fui. —Yo tampoco. —Dejó caer la mano y Noel se encontró con que no le gustaba el beso de la noche sobre su piel ahora que había sentido la suavidad de ella—. La vida nos cambia. Desear lo contrario no tiene sentido. La verdad pragmática de sus palabras le afectó más que cualquier garantía suave. —Nimra. Ella le miró con esos ojos inhumanos. —Mi lobo. Tan impresionante, pensó, tan peligroso. —Hay otras maneras de mitigar el impacto de un recuerdo. —Fue una decisión repentina y fundamental. Demasiado tiempo, había estado escondido en la oscuridad demasiado tiempo.
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Nimra sabía lo que Noel le estaba pidiendo, también sabía que si aceptaba, él no sería un amante fácil, ya sea en el acto o en su temperamento después.
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—No he tenido un amante —murmuró ella con la mirada fija en los ángulos de su rostro rudo—, durante muchos años. Noel no dijo nada. —Muy bien. —Tan romántico. Había un borde oscuro en las palabras, pero Nimra no se lo tomó como algo personal. Al igual que el lobo como le llamaba, él todavía podía mostrarle los dientes. La confianza era un bien muy preciado, uno que necesitaba tiempo para desarrollarse. La paciencia era algo que Nimra había aprendido hacía mucho tiempo. —El romance —dijo, dirigiéndose de nuevo hacia la casa—, es una cuestión de interpretación. Nada vino del hombre a su lado, no hasta que estuvieron detrás de las puertas cerradas de su suite. —No importa cuál sea la interpretación —advirtió él, su cuerpo contenido con un rígido control que le dijo que estaba sobre un borde muy fino—, no es lo que te voy a dar esta noche. Tocándole la mandíbula con los dedos, ella permitió que el deseo, tan pesado y adictivo en sus venas, se mostrara en su rostro. —Y no es lo que necesito. Lo qué le había hecho a Amariyah había sido justo, pero la había marcado como siempre. Esta noche tenía que sentirse como una mujer, no el monstruo inhumano que Amariyah la había llamado. Una mano fuerte la agarró por la muñeca. —¿Sexo por el sexo? La ira de Noel, su dolor era una hoja afilada, que cortaba y desgarraba, pero Nimra estaba hecha de otra pasta. —Si quisiera eso hubiera aceptado a Christian en mi cama hace mucho tiempo El hielo azul se volvió medianoche cuando Noel apretó la mano. Al mismo tiempo, el pulso de Nimra estuvo en su boca, en su piel. —Tienes hambre —susurró mientras su sangre cantaba por el beso inolvidable del toque de este vampiro. La mirada de Noel se dirigió al pulso que latía en su cuello, frotó el latido de la muñeca con el pulgar. —No me he alimentado de la vena en meses. —Fue una dura admisión—. Me gustaría desgarrarte la garganta.
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—Soy inmortal —le recordó cuando él soltó su muñeca para curvar los dedos en torno a su garganta—. No puedes hacerme daño. Una risa que sonaba como un cristal roto. —Hay maneras de hacer daño a una mujer que no tienen nada que ver con algo tan sencillo como el dolor. Y ella lo sabía. Entendía lo que tenía que hacer. Alejándose para entrar en su vestidor, volvió con un pañuelo de seda. —Entonces —dijo ella, dándole la tira de color azul real—, tendré que confiar en ti. Al decir esas palabras, ella encontró su humanidad, era la mujer quien le ofrecía esto, no un ser con un terrible regalo.
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La mano de Noel apretó la suave tela. Era un símbolo, nada más, el poder de Nimra era más que suficiente para permitirle escapar si lo deseaba. Pero que se lo hubiera entregado a él significaba que había visto las piezas rotas que él no quería que nadie viera… y aún así ella le miraba con prolongada admiración. —Nada de cuerdas —dijo, dejando flotar el pañuelo al suelo en una gracia de azul—. Nunca ninguna cuerda. —Como digas, Noel. —Sosteniendo su mirada con la promesa de la suya, estiró la mano hasta los broches de los hombros, abriéndolos. El camisón brilló sobre su cuerpo mientras caía en un charco a sus pies, dejando a Noel sin respiración. Ella podría ser pequeña, pero tenía curvas exuberantes y una invitación femenina, el suave bronceado de su piel sólo se interrumpía por un triángulo de encaje en la unión de sus muslos. Sus pechos eran llenos y fuertes contra su esbelta figura, sus pezones oscuros y, en este momento, convertidos en duros picos. Extendiendo sus alas en invitación, esperó. La elección era suya. Como digas, Noel. Una simple declaración. Un regalo de gran alcance. Estirando la mano, ahuecó el peso erótico de un seno y tuvo la satisfacción de sentir como un temblor le recorría la piel. Despertó a la parte de él que se había adormecido cuando los abusadores le habían convertido en un pedazo de carne, aplastado y roto. Esta noche, esa parte, la que le había convertido en aventurero que había conquistado montañas, hecho que las mujeres suspiraran de placer, gritó a la superficie.
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Fue el instinto el que le hizo meter la mano entre su cabello para inclinar su boca sobre la suya, exigiendo entrada. Ella se abrió para él, oscura, caliente y dulce, su poder una lamida contra sus sentidos tan deliciosamente femenina como el cuerpo bajo su tacto. Acercándola, levantó la mano desde el pecho hasta la mandíbula, sujetándola mientras exploraba cada centímetro de esa boca que había soñado con saborear durante más tiempo del que ella sabía. Quería ir lento, trazar cada curva y cada punto de placer, pero su pulso, latía con un seductor ritmo contra sus sentidos, invitándole a tomar lo que no había tomado desde hacía meses. Rodeando el cuello con la mano, frotó el pulgar sobre el latido invitador. Las manos de ella se apretaron en su cintura, pero no puso ningún reparo cuando él empezó a trazar un sendero de besos hasta el lugar que era un canto de sirena para el vampirismo que era tan parte de él como su deseo por ella. Labios contra su oreja. —Bebe de mí, Noel. Es un regalo dado libremente. Nunca había sido un hombre que se alimentara de manera indiscriminada. Cuando no había tenido una amante, se había vuelto hacia los amigos, la alimentación no necesitaba ser un asunto sexual. Desde el ataque, no había podido soportar estar de manera tan íntima con otro ser. Incluso ahora, con esta mujer que le despertaba el hambre de todas las maneras, y aunque su erección era un borde duro contra sus pantalones, dijo: —No puedo hacer que sea agradable. —No porque hubiera perdido la capacidad, sino porque no estaba listo para la conexión forjada por el éxtasis sexual que su beso podía otorgar... la vulnerabilidad que acompañaba permitir que otro ser de cualquier especie incursionara en él. Ella arqueó el cuello en respuesta silenciosa. Su sangre latía al mismo ritmo que la de ella, la rodeó con los brazos, los dedos rozaron sus alas mientras besaba el lugar antes de perforar la piel delicada con sus colmillos. Su sangre fue una ráfaga erótica contra sus sentidos, un golpe de poder asombroso. El hambre en él, la oscuridad que se había convertido en una rabia furiosa durante los acontecimientos del Refugio, subió a la superficie, vanagloriándose de su sabor. Ella saturaba sus sentidos, le ahogaba en sensaciones y a pesar de sus palabras anteriores, era lo bastante hombre para querer que ella sintiera lo mismo. Actuando por puro instinto, bombeó placer en su sistema mientras tomaba su sangre, sintió que su cuerpo se arqueaba, temblaba, si él no se hubiera contenido, no habría parado con la simple excitación. Ella se deshizo en sus brazos, su sangre terrosa con el sabor de su deseo. Drogado por el puro placer, encontró que había empujado el muslo entre los suyos y había extendido las manos en su espalda, los
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dedos tocaban los sensibles bordes interiores de sus alas, sus senos se apretaban contra su pecho. Pero mientras se detenía en su glotonería para lamer las pequeñas heridas y cerrarlas, descubrió que no se inmutaba de que le importara tanto y no sólo a nivel físico. Tal vez era porque ella le había cedido el control que necesitaba… o quizás era simplemente porque era Nimra.
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Nimra yacía desmadejada en brazos de Noel, consciente de que él le lamía la piel del cuello para sanar las marcas causadas por sus colmillos. Ella no le dijo que no se preocupara, el sitio de punción se curaría por sí solo en cuestión de minutos, ya que era un placer inesperado saber que quería cuidar de ella, este hombre que había dejado su cuerpo temblar en un éxtasis totalmente diferente a cualquier otro que hubiera sentido jamás, incluso mientras su propia carne se tensaba dura e insaciable contra su abdomen. Cuando la acarició con la nariz antes de levantar la cabeza, el afecto fue otro acto que no esperaba, un signo del hombre oculto más allá de las sombras de la pesadilla. Mientras se deleitaba en la sensación, él le acariciaba el centro de la espalda, rozando los bordes sensibles de las alas. —¿Se siente bien? —murmuró él, una diferencia que hizo que la piel de Nimra se tensara sobre la carne, apretando los muslos ante la ruda intrusión del suyo —Sí. —Ningún ángel permitía que nadie, excepto un amante de confianza le acariciara de tal manera—. ¿No tienes miedo? —preguntó, haciéndose eco de su propio pasado que se deslizaba aceitoso y oscuro a través de las réplicas del placer—. Viste lo que le hice a Amariyah. Noel continuó con la exquisita delicadeza de sus caricias. —Hiciste lo que hiciste con pensamiento y cuidado. No eres una mujer caprichosa. Ella le había dado su sangre, su cuerpo, pero sus palabras, eran tan preciosas. —Me alegro de que me veas de esa manera. —Era extraño estar aquí sin ropa, en los brazos de un hombre que seguía llevando su armadura de algodón y vaquero, y sin embargo ahí estaba, sino contenta, entonces extrañamente en paz. Luego habló Noel, y sus palabras portaron la promesa de romper la paz y convertirla en nada. —¿Quieres contarme sobre tu poder?
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Capítulo 8
—¿Qué dirías si te dijera que es un secreto que quiero guardar? Ningún cambio en su expresión. —Soy paciente. Riéndose ante la arrogancia, incluso mientras algo muy antiguo en ella permaneció permanecía quieto, inmóvil, levantó los dedos para tocarle la cara, pero dejó caer la mano a mitad de camino. —Me gustaría mostrártelo, Noel, pero no. —Sería una violación para este hombre al que unos monstruos habían despojado de toda elección, manchando el Refugio con sus crímenes, sin importar el hecho de que no sentiría ningún dolor, sólo el mismo placer que le había fundido los huesos que él le había prodigado a ella—. Devuelvo —susurró—. Devuelvo lo que se da a otros. —Placer por placer —dijo Noel, comprendiéndolo de repente—. Dolor por dolor. Un asentimiento solemne. —No es el acto en sí, sino la intención detrás lo que determina lo que alguien siente cuando uso mi poder. Eso hizo que Noel cambiara su agarre, moviéndola a la protección de su cuerpo. Sí, era un ángel poderoso, pero sea lo que fuera lo que su don exigía de ella, la atormentaba. —Por eso Nazarach te deja en paz. —El otro ángel era conocido por su crueldad. La voz de Nimra cuando llegó, fue dura. —Tuvimos una reunión cuando me hice cargo de este territorio. Pensó controlarme. Nunca ha vuelto a mis tierras. Noel sintió que sus labios se curvaban en una sonrisa salvaje. —Bien.
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El cuerpo de Noel continuaba tarareando con el sabor de Nimra al día siguiente. Su sangre contenía tal poder que supo que no tendría necesidad de alimentarse de nuevo durante una semana... aunque había diferentes tipos de necesidad, pensó, cuando empezó a repasar el archivo que Nimra le había enviado esa mañana. Era una lista de gente que ella sabía que habían tenido acceso a la Medianoche y que podrían querer hacerle daño. Sin embargo, por lo que Noel entendía de la gente de la lista y lo que fue capaz de saber de Dmitri cuando llamó al líder de los Siete de Rafael, ninguno de ellos lo habría dejado al azar, especialmente teniendo en cuenta la dificultad de encontrar Medianoche. El hecho de que la gata de Nimra hubiera muerto, traicionando el juego, hablaba de un aficionado. Por supuesto, también estaba el viejo adagio de que el veneno era el arma de una mujer. Amariyah le había convencido con su confusión, y Asirani, sin importar sus sentimientos no correspondidos hacia Christian, parecía leal. Pero Noel no iba a tacharla de la lista sin más investigación. Sabiendo que la vampira tenía la costumbre de acudir pronto a la pequeña oficina que tenía en la planta baja, decidió ver si podía localizarla. Estaba en el pasillo que conducía a su oficina cuando escuchó susurros, bajos y furiosos. Fue el instinto lo que le hizo suavizar sus pasos. —... sólo escucha. —Suave, femenina. Asirani. —No va a cambiar nada. —El tono rígido de Christian—. No quiero hacerte daño, pero no tengo sentimientos por ti. —Ella nunca va a mirarte como deseas. —Amargura no, casi… tristeza. —Eso no es asunto tuyo. —Por supuesto que sí. Ella podrá ser nuestra señora, pero también es mi amiga. — Una exhalación que telegrafió frustración—. Está jugando con Noel, pero porque es un vampiro. No hay posibilidad de una relación seria. —Yo estaré aquí cuando esté lista para esa relación. Noel dio un paso hacia adelante hasta que pudo ver a la pareja que se reflejaba en el espejo antiguo al otro lado del pasillo. Asirani, sorprendente con un vestido de tubo verde esmeralda, su pelo apartado del cuello, sacudía la cabeza con expresión solemne, mientras Christian vestido de blanco y negro parecía una estatua romana. Cuando la mujer vampiro se giró como si fuera a entrar en su oficina, Noel volvió sobre sus pasos y se alejó de la pareja. La opinión de Asirani de su relación con Nimra no era ninguna novedad. Muchos ángeles tomaban vampiros como amantes, pero las relaciones a largo plazo eran mucho más raras. El hecho de que los vampiros y los ángeles no pudieran tener hijos juntos era una de las razones más poderosas. Pero independientemente de lo que
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creía Asirani, Nimra no jugaba. Por ahora, era de Noel. En cuanto a su futuro, la primera prioridad era garantizar su seguridad. Ese pensamiento le hizo volver a Asirani. No había ocultado el cariño en su tono de voz cuando había hablado de Nimra, una vena distintiva de empatía. Decepción, también, junto con un toque de ira, ambas dirigidas hacia Christian, pero ni una pizca del matiz de esa clase de resentimiento que debería sentir para querer a Nimra muerta. Todo lo cual le dejaba sin ningún sospechoso viable. Christian podría ser un gilipollas, pero se había tragado su antagonismo y cooperaba con Noel en lo que se refería a los intereses de Nimra. Exeter había pasado siglos a su lado, Fen décadas. No podía ver a ninguno de los dos desarrollando un profundo odio hacia ella sin que Nimra se diera cuenta del cambio. En cuanto a los dos sirvientes más viejos, aparte de los demás, habían mostrado ser devotos. Frunciendo el ceño, se dirigió hacia el día que rompía en busca de Nimra, porque había una cosa que no había considerado, y era la misma cosa que podía tener la respuesta. Casi esperaba encontrarla junto a la tumba de Mimosa, pero a mitad de camino de los jardines salvajes, donde estaba enterrada su mascota, algo le hizo mirar hacia arriba... y lo que vio le robó el aliento. Ella era impresionante contra el cielo gris pizarra veteado de los oros, naranjas y rosados de la aurora, sus alas a contraluz como un fuego suave, su cuerpo ágil mostrándose a la perfección con el vestido de capas de seda fina de color bronce mientras el viento besaba su piel. Apoyándose contra el tronco liso de una magnolia joven, se entregó a esa belleza. Viendo sus alas extenderse todo a lo ancho, el pelo apartado de la cara mientras se deslizaba sobre las corrientes de aire le recordó al Refugio, la remota ciudad que había sido su hogar durante tanto tiempo. Había sido colocado en la fortaleza angelical después de completar sus cien años de contrato, cuando había optado por permanecer al servicio de Rafael. Allí, había sido parte de la guardia que ayudaba a mantener las propiedades del arcángel en el Refugio, así como velar por las personas vulnerables que eran la razón de la existencia de la ciudad de la montaña escondida. Sin embargo, pronto se había enrolado en un equipo móvil que se hacía cargo de tareas en todo el mundo. Nueva York, donde Rafael tenía su Torre, había sido una maravilla para un muchacho que había salido de los indómitos vacíos de los páramos. Con sus edificios altísimos y calles repletas de humanidad, había estado abrumado y lleno de júbilo. Kinshasa había agitado el alma de explorador que vivía dentro de él, la parte que le había llevado a desafiar el reto del vampirismo en primer lugar. París, Beirut, Liechtenstein, Belice, lugares todos ellos que le habían hablado de manera diferente... pero ninguno había cantado la canción suave y sensual que el territorio de Nimra le susurraba a su alma.
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Una caricia de alas con el brillo de piedras preciosas contra el cielo pintado, atravesando el aire con una facilidad que quitaba el aliento. Su corazón se apretó y se preguntó si ella sabía que él la estaba mirando, si volaba para él. Una fracción de un instante más tarde, alcanzó a ver otro par de alas y su estado de ánimo se volvió negro. Christian voló por debajo y alrededor de Nimra, como si la invitara a bailar. Su envergadura era más grande que la suya, su estilo de vuelo menos elegante, más agresivo. Nimra no respondió a la invitación, pero tampoco aterrizó. En su lugar, como vio Noel, los dos ángeles volaron por el cielo, atravesando el camino del otro en ocasiones y a veces pareciendo sincronizar sus giros y zambullidas hasta la distancia de milímetros, a fin de hacer perder al otro. El enojo hirvió a fuego lento por sus venas. No era frío, tenso y duro como lo había sido durante tanto tiempo, sino caliente, enriquecido por los crudos celos masculinos. No tenía alas, nunca sería capaz de seguir a Nimra en ese campo de juegos. Apretando los dientes, se cruzó de brazos y continuó vigilando. Tal vez no podía seguirla, pero si Christian pensaba que eso le daba ventaja, no conocía a Noel.
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Preocupada a una profundidad que no había sentido durante décadas, desde el día que se enteró de la traición de Eitriel, Nimra había venido a buscar consuelo en los cielos. No había encontrado respuestas en el amanecer sin fin, y ahora descubría que estaba siendo vigilada por los mismos ojos que habían causado su inquietud. Fue un impulso volar para él, mostrarle su poder, su fuerza. Noel había tomado sólo su sangre, no su cuerpo, en el calor oscuro de la intimidad de la noche y sin embargo le había tocado muy profundo. Había estado dispuesta a ofrecer tregua, a encontrar algo de paz para sí misma. Pero de alguna manera, él había envuelto fuertes hebras del lobo alrededor de su corazón. Nimra no estaba segura de apreciar la vulnerabilidad. No tenía nada que ver con las cicatrices dejadas por Eitriel, y todo que ver con la fuerza de la atracción que sentía hacia el vampiro que se acercaba mientras volaba hacia la tierra. —Buenos días, Noel —dijo ella, replegando sus alas cuando sus pies tocaron la tierra. En respuesta, él atravesó el terreno, comiéndose la distancia con sus zancadas. Y luego la besó. Caliente, duro y consumiéndolo todo, sus labios una quemadura contra su ser, su mandíbula áspera contra su piel.
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—Eres mía —dijo cuando finalmente le permitió respirar, frotándole los pómulos con los pulgares—. Yo no comparto. Una declaración posesiva desde el centro del hombre que era, despojado del barniz de civilización. La intensidad primaria de él era un incendio contra sus sentidos, pero ella cubrió su voz de hielo. —¿Crees que te traicionaría? —No, Nimra. Pero si ese papagayo no deja de coquetear contigo, se derramará sangre. Apartándose de sus manos, ella dio un paso atrás. —Como gobernante de este territorio debo tratar con muchos hombres. —Si Noel creía que tenía el derecho a ponerle límites, entonces no era el hombre que había pensado que era. —La mayoría de los hombres no quieren dormir contigo —dijo en su réplica contundente—. Me reservo el derecho a introducir el puño en el rostro de los que lo hagan. Sus labios amenazaron con curvarse. Cruda, abierta y real, esta indicación de posesión era algo que podía aceptar. No hablaba de una toma de poder, sino de exhibición territorial. Y Nimra tenía la edad suficiente para no esperar que un vampiro de la edad de Noel actuara de manera más moderna. —Nada de derramamiento de sangre —dijo, inclinándose hacia adelante para acunarle la mejilla, reclamando su boca con un beso suave—. Christian es un miembro útil de mi corte.
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Veinte minutos más tarde, Noel se apoyó contra la pared al lado del escritorio de Nimra y la vio caminar hasta el armario donde guardaba la Medianoche. Sus alas eran una tentación exótica, estirar la mano para tocarlas era un impulso que sólo resistió porque ninguno de ellos estaba de humor para jugar. Menos de medio minuto después, ella se giró con el vial de Medianoche, delicado incluso en sus manos de huesos finos. Yendo a la ventana, lo levantó a la luz. La oscuridad se arrastró como una sombra furtiva por su cara. —Sí —murmuró al fin—, tienes razón. No hay tanta Medianoche como debería haber. Él no había querido estar en lo cierto.
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—¿Estás segura? Un asentimiento hizo que la luz del sol brillara sobre el liso cabello negro azulado. —El vial está rodeado de círculos de oro. —Pasó sus dedos a lo largo de las líneas finas—. No es más que un diseño estético, pero recuerdo haber mirado la botella cuando me la dieron por primera vez y pensar en lo que algunos harían por esta cantidad infinitesimal de Medianoche, llegaba más allá de la tercera línea de oro. Noel se agachó junto a la ventana mientras ella sostenía el nivel sobre el alféizar. Llevó unos momentos que el fluido viscoso se asentara. Cuando lo hizo, fue evidente que ahora oscilaba entre la segunda y la tercera línea. Dejó escapar un suspiro. —Me gustaría que te hubieras equivocado, Noel. —Dejando la Medianoche en sus manos, Nimra cruzó la habitación arrastrando las alas sobre el ámbar arremolinado de azul de la alfombra—. El hecho de que el asesino entrara en mi despacho y tomara esto significa dos cosas. —Primero —dijo Noel, colocando el vial en el interior de la caja fuerte y cerrándola—es que él o ella sabía que estaba aquí —Sí, puedo contar los que tienen ese conocimiento con los dedos de una mano y no usar todos mis dedos. —Una tristeza desolada en cada palabra—. La segunda es que significa que no hay otro poderoso ángel involucrado en esto. El odio es sólo de ellos. Noel no trató de consolarla, sabiendo que no podría ser de ningún consuelo, no hasta que la verdad fuera descubierta, los motivos de los posibles asesinos expuestos a la luz del día. —Tenemos que traer un técnico de pruebas para ver si hay huellas en el frasco o en la caja fuerte que no deberían estar ahí. Nimra le miró como si estuviera hablando en un idioma extranjero. —¿Técnico de pruebas? —Es el siglo XXI —respondió él tomándole el pelo con suavidad, el pecho le dolía ante el dolor que ella pronto tendría que ocultar, convirtiéndose una vez más en el ángel que gobernaba este territorio, cruel e inhumana—. Esas cosas son posibles. Ella entornó los ojos. —Ríete de mí bajo tu propio riesgo. —Pero no se resistió cuando la atrajo a sus brazos. Noel la pasó la mano por la espalda, sobre la calidez pesada de sus alas. —Puedo conseguir a alguien en quien podemos confiar.
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—Que esa persona entre en mi casa no es algo que me complazca. —Levantó la cabeza, esos ojos increíbles férreos con determinación—. Pero hay que hacerlo y pronto. Christian ha comenzado a cuestionar tu presencia más allá de lo que puede explicarse por los celos, y Asirani te observa muy de cerca. Gilipollas o no, Noel nunca había pasado por alto la inteligencia de Christian. La única sorpresa era qué le había tomado al ángel masculino tanto tiempo para darse cuenta, sin duda sus sentimientos por Nimra le habían nublado el juicio. Y en lo que respecta a la secretaria de sociedad de Nimra. —Asirani me vigila para asegurarse de que no te hago daño. Empujando contra su pecho, el tono de Nimra fue remoto mientras decía. —¿Y tú no tienes miedo de que te haga daño? Sí. Atractiva y peligrosa, le había obligado a despertarse del estado adormecido donde había estado desde la tortura. Sus emociones estaban en carne viva, eran nuevas y muy vulnerables. —Yo soy tu escudo —dijo, en lugar de exponer la profundidad de su susceptibilidad ante ella—. Si eso significa recibir un golpe para protegerte, lo haré sin la menor vacilación. Porque Nimra era lo que los ángeles de su edad y poder con tanta frecuencia no eran, fuertes, con un corazón que todavía latía, una conciencia que todavía funcionaba. Ella le acunó la cara con las manos, tal intensidad en su mirada que era una caricia. —Te diré un secreto, Noel. Ningún amante ha estado ahí para mí en todos mis siglos de existencia. Fue un golpe directo al corazón. —¿Qué hay de Eitriel? Dejando caer las manos, Nimra volvió la cabeza hacia la ventana. —No es nadie. —Sus palabras eran definitivas, una orden silenciosa de un ángel acostumbrada a la obediencia. Noel no tenía intención de permitirle dictar los límites de su relación. —Este nadie —dijo, metiendo las manos en la rica seda de sus cabellos y obligándola a encontrarse con su mirada—. Camina entre nosotros.
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Nimra hizo ademán de apartarse. Él la sujetó. Con una expresión sombría de fastidio, dijo: —Sabes que podría romper tu agarre. —Sin embargo, aquí estamos.
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Capítulo 9
Él era imposible, pensó Nimra. Un hombre así no sería ningún tipo de compañero manejable, no, iba a exigir, empujar y tomarse libertades más allá de lo que debería. Sin duda no la trataría con el respeto debido a su rango y edad. De algún modo, para sorpresa de la parte de ella que contenía siglos de arrogancia, la idea la seducía en lugar de repelerla. Ser desafiada, enfrentar su voluntad contra la de este vampiro que había sido forjado en un crisol que habría atacado a otros hombres más allá de la redención, bailar el más antiguo de los bailes... Sí. —Eitriel —dijo—, era lo que un humano puede llamar mi marido. —Los ángeles no se casan como hacían los mortales, no se unen unos con otros con esos lazos—. Nos conocíamos desde hace unos trescientos cuarenta años. El ceño de Noel era un trueno negro. —Eso no lo convierte en “nadie”. —Yo tenía 200 cuando nos conocimos… —Un bebé —interrumpió Noel, tensando las manos en sus rizos—. A los ángeles no se les permite abandonar el Refugio hasta llegar a los cien años de edad. Ella levantó una ceja. —Suéltame el pelo, Noel. Él liberó las manos. —Lo siento. —Dedos suaves acariciando su cuero cabelludo—. Malditamente incivilizado por mi parte. Inesperado que él le diera ganas de sonreír, cuando estaba a punto de exponer el período más terrible de su vida. —Los dos somos conscientes de que nunca serás Christian. Los ojos de Noel brillaron. —¿Ahora quien camina por un camino peligroso?
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Curvando los labios respondió: —Un bebé no, sino una mujer muy joven. —Debido a su larga expectativa de vida, los ángeles maduraban más lentamente que los mortales. Sin embargo, a los 200 años, había tenido la forma y el rostro de una mujer, había comenzado a extender sus alas, a obtener una mejor comprensión de lo que en un día se convertiría. —Eitriel fue mi mentor en la salida. Estudié con él mientras me enseñaba lo que iba a ser un ángel que podría gobernar algún día, aunque no me di cuenta en aquel momento. —Sólo después entendió que Rafael había visto su creciente fuerza y había tomado medidas para asegurarse de que tenía la formación adecuada. La mano de Noel se curvó sobre su nuca, caliente y áspera. —Te enamoraste de tu profesor. Los recuerdos amenazaron con avasallarla como una ola, pero no fue el eco de su ex amante lo que provocó que su pecho se llenara de tal dolor, que ninguna mujer, mortal o inmortal, tendría nunca que experimentar. —Sí, pero no fue hasta más tarde, cuando esa relación fue permisible. Yo tenía cuatrocientos noventa años de edad. Durante un tiempo, fuimos felices. —Pero la suya había sido siempre una relación de profesor a alumna—. Después de tres décadas de relación, comencé a crecer de forma exponencial en poder y se me asignó el territorio de Louisiana. Me llevó diez años más asentar mi fuerza, pero cuando lo hice, ya había superado de largo a Eitriel. Él era… infeliz. Continuando acariciándole la nuca, Noel dio un resoplido. —Uno de mis amigos mortal es psicólogo. Diría que Eitriel tenía problemas de ineficiencia, apuesto mis colmillos a que tenía un pene pequeño. Su risa le sorprendió a ella misma. Pero se desvaneció muy pronto. —Su infelicidad envenenó nuestra relación —dijo, recordando los silencios interminables que le habían roto el corazón, pero que luego había reconocido como los berrinches petulantes de un hombre que no sabía cómo tratar a una mujer que ya no consideraba todos sus actos con adoración—. No fue una sorpresa cuando me dijo que había encontrado otra amante. —Más débil. Más joven—. Dijo que me había convertido en una “criatura” a la que no soportaba tocar. La expresión de Noel se ensombreció. —Bastardo. —Sí, lo era. —Lo había aceptado hacía mucho tiempo—. Nos separamos y creo que me habría curado después de que el dolor hubiera pasado. Pero… —su sangre se convirtió en hielo—, el destino quiso reírse de mí. Tres días después de que se fuera, descubrí que estaba encinta.
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En la mirada de Noel vio el conocimiento del valor de ese regalo incomparable. Los nacimientos angelicales eran raros, tan raros. Todos y cada uno de los niños eran atesorados y protegidos incluso por aquellos que de otro modo serían enemigos. —No le habría escondido tal alegría a Eitriel, pero necesitaba tiempo para llegar a un acuerdo con él antes de decírselo. Nunca llegué a eso. Mi bebé —susurró y reposó las manos sobre su vientre—, no era fuerte. Keir estuvo a menudo conmigo durante el primer mes después de darme cuenta de que llevaba una vida en mi vientre. —El curandero era el más venerado entre la raza angelical—. Pero le llamaron la noche que empecé a sangrar. Sólo un poco... pero lo supe. Noel murmuró algo en voz baja y giró para pasarse las manos por el pelo, antes de convertirse en una de esas ráfagas inesperadas de movimiento para atraerla a sus brazos. —Dime que no estabas sola. Dímelo. —Fen —dijo, el corazón oprimido al pensar en su viejo amigo vuelto tan frágil, la luz de su vida comenzando a parpadear ante el más mínimo viento—. Fen estaba allí. Me sostuvo a través de la terrible oscuridad de esa noche, hasta que Keir fue capaz de llegar. Si pudiera convertir a Fen, lo haría en un santiamén, pero no puedo. —Las lágrimas ahogaron su voz—. Es mi amigo más querido. Noel se quedó inmóvil. —¿Puede entrar libremente en estas habitaciones? —Por supuesto. —Ella y Fen nunca más habían sido señora y vasallo después de aquella noche de tormenta cuando sangró y perdió a su bebé—. Hablamos aquí para no ser interrumpidos. Las manos de Noel se cerraron sobre sus brazos. Frunciendo el ceño, iba a presionarle por sus pensamientos cuando la importancia de su pregunta la golpeó. —Fen no. —Se arrancó de sus brazos—. Él no me haría más daño del que le haría asesinar a Amariyah. —Yo —dijo Noel—, no tengo ni idea de cómo funciona la caja fuerte, mucho menos la combinación. Ni siquiera sé por dónde empezar. Pero Fen... él sabe muchas cosas acerca de ti. Tales como la fecha que perdiste a tu bebé o el día que tu hijo hubiera nacido. Las palabras suaves fueron un puñal en su alma. Porque estaba en lo cierto. Hacía cinco décadas, había cambiado la combinación y puesto la del día en que habría nacido su bebé. No había sido una elección consciente como tal, la fecha fue la primera que se le había ocurrido, incrustada en su conciencia. —No lo creeré. —Hielo en su voz mientras luchaba contra la angustia que amenazaba con romperla—. Y no permitiré que ese técnico de pruebas venga aquí.
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—Nimra. Ella le interrumpió cuando él quiso continuar. —Hablaré con Fen. A solas. Si su viejo amigo había hecho esto, tenía que saber por qué. Si él no había sido, y no podía llegar a creer que fuera capaz de tal traición, entonces no había motivos para que él fuera afectado por la fealdad de la sospecha. —A menos que creas que va a levantarse para apuñalarme mientras estoy sentada frente a él. Noel no hizo ningún esfuerzo para ocultar su irritación, pero tampoco la detuvo cuando se dirigió a la puerta. Exeter estaba esperando para hablar con ella en la parte inferior de las escaleras, como Asirani, pero ella sacudió la cabeza con una fuerte negativa, sin confiar en sí misma para hablar. Nada estaría bien en su mundo hasta que hubiera descubierto la verdad, por terrible que fuera. Fen no estaba en casa, pero conocía sus lugares favoritos, como él lo suyos. —Ah —dijo él cuando le localizó en el banco de piedra bañado por el sol al borde del estanque, sus ojos casi negros y solemnes—. La tristeza se asienta sobre tus hombros otra vez. Creí que el vampiro te hacía feliz. Noel se había retirado tan pronto como Fen entró en la vista, dándole la privacidad que necesitaba. Abatida, se sentó al lado de su viejo amigo, plegando las alas sobre la hierba detrás de ellos. —Tengo un secreto para ti, Fen —dijo, mirando como una libélula zumbaba sobre los lirios—. Queen no murió porque su corazón fallara, sino porque bebió veneno destinado a mí. Fen no respondió durante un buen rato, imperturbable al viento, el estanque brillaba como un espejo bajo los verdes parterres de lirios. —Estabas tan triste —dijo al fin—. Tan, tan triste por dentro, donde casi nadie podía verlo. Pero yo lo sabía. Incluso mientras sonreías, mientras gobernabas, llorabas. Tantos años llorando. Las lágrimas quemaban en el fondo de los ojos de Nimra mientras la arrugada mano de Fen se cerraba sobre la suya donde reposaba en el banco entre ellos. —Me preocupaba quien velaría por ti cuando yo me fuera. —Su voz era susurrante por la edad, los dedos contenían un temblor que hacía que el corazón de Nimra se apretara—. Pensé que la tristeza te ahogaría, dejándote como una presa fácil para los carroñeros. Una sola lágrima cayó por su cara.
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—Sólo quería darte paz. —Trató de apretarle la mano, pero su fuerza no era la que había sido la primera vez que entró en su corte, un hombre con un almacén inagotable de energía—. Me rompía el corazón verte recorrer el jardín cuando todo el mundo dormía, tanto dolor atrapado dentro de ti. Es arrogante por mi parte hacer tal afirmación, ridículo también, pero... tú eres mi hija tanto como Mariyah. Ella le dio la vuelta a la mano, doblando los dedos alrededor de las suyos. —¿Crees que soy tan frágil, Fen? Este suspiró. —Me temo que he aprendido las lecciones equivocadas de mi otra hija. Ella no es fuerte. Ambos lo sabemos. —No habría habido nadie para protegerla después de que te hubieras ido. —No. Sin embargo, no podía soportar tu tristeza. —Sacudiendo la cabeza, volvió el rostro para mirarla—. Supe que había cometido un terrible error el día siguiente, cuando te enfrentaste al mundo con fuerza y coraje una vez más, pero para entonces, Queen había muerto. —El dolor ponía un peso en cada palabra—. Lo siento, mi señora. Aceptaré cualquier castigo que consideres pertinente. Ella le apretó la mano, la emoción le estrangulaba la garganta. —¿Cómo voy a castigarte por amarme, Fen? —La idea de hacerle daño era un anatema para ella. No era un asesino, simplemente era viejo y temía por las hijas que dejaría atrás—. No dejaré que Amariyah se ahogue —prometió—. Mientras yo respire, velaré por ella. —Tu corazón siempre ha sido demasiado generoso para una mujer que ejerce tanto poder. — Hizo un sonido cacareo con la lengua y movió un dedo artrítico—. Es bueno que tu vampiro esté cortado de una madera más dura. Esta vez fue Nimra quien sacudió la cabeza. —Esos pensamientos mortales —dijo ella, su alma dolorida con el conocimiento de una pérdida que se acercaba cada vez más con cada latido—. No necesito un hombre. —No, pero tal vez deberías. —Una sonrisa tan familiar, que la atacaría cuando ya no pudiera verla—. No puedes haber fallado en notar que los ángeles, que conservan su... humanidad a lo largo del tiempo son los que tienen parejas o amantes junto a ellos. Fue una declaración astuta. —No te mueras, Fen —susurró ella, incapaz de contener su dolor—. Estabas destinado a vivir para siempre. —Había comprobado su sangre tres años después de que llegara a su corte, ya consciente de que era un hombre en quien podía confiar, que no la traicionaría a través de los siglos. Pero los resultados habían sido negativos,
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el cuerpo de Fen rechazaría el proceso que convertía a los mortales en vampiros, lo rechazaría con tal violencia que moriría o se volvería irremediablemente loco. Fen se echó a reír, su apergaminada piel debajo de la suya. —Más bien estoy esperando la muerte —dijo con una sonrisa que hizo que sus ojos brillaran—. Finalmente, voy a saber algo que tú nunca has sabido y quizá nunca lo harás. Eso hizo que Nimra curvara sus propios labios. Y a medida que el sol se movía a través del perezoso azul del cielo, mientras el dulce aroma del jazmín se demoraba en el aire, se sentó con el hombre que habría sido su asesino, y lloró por el día en que ya no se sentaría más a su lado en el estanque de lirios mientras las libélulas zumbaban.
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Ese día llegó mucho antes de lo que podía haber esperado. Fen simplemente no despertó a la mañana siguiente, pasando a la muerte con una sonrisa tranquila en su rostro. Ella le enterró con los honores más altos, en una tumba al lado de su amada esposa. Incluso Amariyah dejó a un lado su enemistad por ese día, comportándose con mayor gracia, aunque su rostro estaba devastado por el dolor. —Adiós —le dijo a Nimra después de que Christian, con voz pura y hermosa, hubiera cantado una despedida conmovedora a un mortal que había sido amigo de los ángeles. Nimra miró a los ojos de la vampira, tan parecidos a los de su padre y tan distintos. —Si alguna vez necesitas algo, sabes que no tienes más que llamar. Amariyah le dio una sonrisa tensa. —No hay necesidad de fingir. Él era el único vínculo entre nosotras. Ya se ha ido. —Con eso, se volvió y se alejó, y Nimra supo que era la última vez que vería a la hija de Fen. No importaba. Había puesto las cosas en su lugar, Amariyah no estaría jamás sin amigos o indefensa si lo necesitaba. Esto, Nimra lo haría por Fen... por el amigo que nunca volvería a aconsejarla con una sabiduría que se suponía que ningún mortal poseía. Una gran mano se deslizó en la suya, la piel más áspera que la suya. —Ven —dijo Noel—. Es hora de irse. Sólo cuando le pasó el pulgar por la mejilla se dio cuenta que estaba llorando, lágrimas que venían después de que todos se hubieran marchado de la tumba. —Le voy a extrañar, Noel.
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—Lo sé. —Deslizando la mano por su brazo, lo puso sobre sus hombros y la abrazó, su cuerpo proporcionaba un refugio seguro para el dolor que manaba de ella en un torrente de angustia.
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En los días posteriores a la muerte de Fen, Noel comenzó a descubrir exactamente cuánto había hecho el viejo por Nimra. Desde velar por sus intereses cuando se trataba de los residentes vampiros de Louisiana hasta asegurarse que la corte mantenía el equilibrio, Fen había sido el centro incluso mientras él mismo se colocaba en los bordes. Con su pérdida llegó un momento de cierta confusión, ya que todos trataban de averiguar su lugar en el esquema de las cosas. Christian, por supuesto, intentó asumir el control, pero estuvo claro desde el principio que tenía demasiada arrogancia para jugar a la sutil política que Fen había manejado con tanta facilidad... y que Noel, en silencio, comenzó a manejar. No era político, pero no tenía problemas para poner las ideas en fila para hacer las cosas. En cuanto a su derecho a estar en la corte, no le había pedido permiso a Nimra para quedarse, no le había pedido permiso a nadie. Simplemente había llamado a Dimitri y le dijo: —Me quedo. El vampiro, que tenía más poder que cualquier otro vampiro que Noel conociera, no había estado muy complacido. —Estás en la lista para ser colocado en la Torre. —Sácame. Silencio, entonces una oscura diversión. —Si alguna vez Nimra decide que eres muy problemático, tendré un lugar esperándote. —Gracias, pero no será necesario. —Incluso si Nimra trataba de echarlo, Noel no tenía ninguna intención de que lo hiciera. Ella era dolorosamente vulnerable en este momento, y sin Fen aquí para proteger sus secretos de aquellos que utilizarían su dolor para hacerle daño, alguien tenía que vigilarle la espalda. Con esa idea en mente, comenzó a hacer precisamente eso, utilizando a los miembros de la corte, antiguos y nuevos, en beneficio de Nimra. La leal y fuerte Asirani fue la primera en pillarle. —Siempre supe que no había visto al verdadero Noel —dijo con un destello en sus ojos, y luego le pasó un pequeño archivo—. Hay que manejar esto.
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Resultó ser un informe de un grupo de jóvenes vampiros de Nueva Orleans que estaban actuando por su cuenta, al haberse enterado de la distracción del duelo de Nimra. Noel se encontraba en la ciudad al caer la noche. Todos los vampiros por debajo de los cien no eran rivales para él, ni siquiera juntos. No sólo era más viejo, era increíblemente fuerte para su edad. Al igual que con los ángeles, algunos vampiros ganaban poder con la edad, mientras que otros llegaban a un punto estático y se quedaban allí. Noel se había vuelto cada vez más fuerte desde que fue convertido, una de las razones por las que había sido atraído a la guardia directamente debajo de los Siete de Rafael. Cuando los vampiros resultaron ser lo bastante estúpidos como para pensar que podían enfrentarse a él, liberó su energía reprimida, su furia protectora por no haber podido proteger a Nimra del dolor de la pérdida de Fen, sobre los idiotas. Después de que yacieran sangrando y derrotados delante de él en un callejón que había conocido días mejores y apenas iluminado por el débil resplandor amarillo de una farola cercana, cruzó los brazos y levantó una ceja. —¿Creíste que nadie vigilaba? El líder del pequeño grupo gemía, su ojo se estaba volviéndose de un hermoso color morado. —Joder, nadie dijo nada acerca de un matón de mierda. —Cuida tu boca. —Noel tuvo la satisfacción de ver palidecer al hombre—. Esto fue una advertencia. La próxima vez, no voy a detenerme. ¿Entendido? Un mar de asentimientos. Regresó a su habitación a altas horas de la madrugada, mientras el mundo todavía estaba oscuro. Se duchó, se ató una toalla alrededor de sus caderas y se dirigió a su dormitorio con la intención de coger algo de ropa. Lo que realmente quería hacer era ir con Nimra. Ella no había dormido desde la muerte de Fen, estaría en los jardines, pero el débil hematoma en la mejilla, donde uno de los vampiros había conseguido golpearle con un codo, podría alertarla sobre lo que había estado haciendo. Quería algo más de tiempo para establecerse en este nuevo papel antes… —Nimra. Sentada en el borde de su cama con las alas extendidas detrás de ella y su cuerpo vestido con una túnica larga de un azul profundo, se parecía más al ángel que gobernaba un territorio de lo que había parecido en días. —¿Dónde has estado, Noel?
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Capítulo 10
—En Nueva Orleans. —No le mentiría. Ella frunció el ceño. —Ya veo. —¿Quieres los detalles? —No, esta noche no. —Su mirada se detuvo en las líneas de la humedad de su cuerpo antes de levantarse de la cama, sus alas barriendo las sábanas—. Bonne nuit. Él no la había tocado íntimamente desde la noche que se había alimentado de ella, tan caliente y dulce, pero ahora cruzó la habitación para detenerla con las manos sobre el calor sedoso de sus brazos, el pecho pegado a su espalda... a sus alas. —Nimra. Cuando ella se quedó quieta, le apartó un rizo de ébano de su cabello para presionar los labios sobre su pulso. Estirando la mano hacia atrás, le toco la cara con los dedos. —¿Tienes hambre? Una simple pregunta que le hizo tambalearse con su generosidad, pero que no le sorprendió. No ahora que entendía la verdad sobre la mujer en sus brazos. —Quédate. —Beso tras beso a lo largo de la línea delgada de su cuello, un placer delicado que hizo que su piel se tensara y su pulso se acelerara—. Déjame abrazarte esta noche. Un momento de pausa y él supo que ella estaba sopesando si confiar en él o no con la profundidad de su vulnerabilidad. Cuando se movió para enfrentarse a él, cuando le permitió tomarla en sus brazos, llevarla a la cama, se encendió una luz en un rincón oscuro y escondido de su alma, una parte que no había visto la luz desde el día desde los acontecimientos que casi le habían roto. Pero no lo habían hecho. Y ahora, estaba despierto.
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La necesidad de Nimra por Noel era un dolor profundo e implacable, pero luchó contra el impulso de tomar, de exigir a este hombre cautivador con heridas que tardarían mucho tiempo en sanar realmente. Entonces sus ojos se encontraron con los suyos mientras él se apoyaba sobre ella, sus dedos le acariciaron el arco sensible del ala y había una intensidad que ella nunca antes había visto. —Pon tus manos sobre mí, Nimra. —Una orden. Una que estaba feliz de aceptar. Pasando el pie sobre la parte posterior de su pantorrilla, el vestido se deslizó por su pierna y comenzó a explorar las crestas y valles del cuerpo de Noel, tan duro, tan masculino. Él se estremeció bajo su toque, su aliento caliente contra su mandíbula cuando la rozó con sus dientes, su polla presionando con exigente demanda contra su abdomen. Ningún amante civilizado. —Eres un hombre hermoso —susurró mientras cerraba los dedos sobre la rígida evidencia de su necesidad. El color oscureció los pómulos de Noel. —Oh, lo que tú digas. —¿Buscando cumplidos, Noel? —Le apretó, disfrutando del suave terciopelo de la piel que cubría tal poderoso acero—. No estoy segura de creerte. Un gemido. —Tienes la mano sobre mi polla. Si me llamas feo imbécil, estaría de acuerdo contigo. Sólo. No. Pares. Su placer desvergonzado hizo que todo su cuerpo se derritiera. No sólo continuó con sus caricias íntimas, sino que empezó a chupar y besarle el cuello, hasta que él cerró la boca sobre la suya, el control tierno se transformó en sexualidad salvaje. Exigente y agresivo, metió la polla en su puño al mismo tiempo que empujaba la lengua en su boca. Agarró el vestido con el puño en el mismo instante, levantando la tela hasta que se arremolinó en su cintura. Los dedos de Noel estuvieron bajo el encaje que la protegía un instante después, haciendo que se arqueara, que gritara en su beso. Tomando ese grito como aceptación, desgarró el encaje para acariciarla hasta que estuvo temblorosa mientras le apartaba la mano. —Basta. Una palabra ronca contra sus labios, muslos ásperos y duros separando los suyos.
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Nimra envolvió las piernas alrededor de sus caderas mientras él se flexionaba hacia delante y la reclamaba con un único movimiento primitivo. Arqueándose, ella se aferró a él, clavando las uñas en los músculos cubiertos de sudor de la espalda. Cuando sintió su boca sobre el pulso del cuello, un temblor la sacudió por entero, el lugar insoportablemente sensible. Sí. Se aferró a su pelo con el puño, sosteniéndole contra ella. —Ahora, Noel. Sus labios se curvaron sobre su piel. —Sí, mi señora. Un dolor penetrante irradió del punto donde bebía de ella, mientras su cuerpo, sus manos, la empujaban cada vez más al precipicio. A continuación, las dos corrientes de placer chocaron y Nimra voló... para llegar a los brazos de un hombre que la miraba con una furiosa ternura que amenazaba con hacerle creer en una eternidad que no tenía que estar empapada en soledad.
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Tres días más tarde, se encontró con el ceño fruncido de Asirani. —¿Y no ha habido otros problemas? —Mientras que podía creer que sus compañeros ángeles no hubieran prestado atención a la muerte de un mortal, los vampiros de la región habían tratado mucho con Fen y entendían el papel que él había jugado. Era difícil creer que no hubieran intentado nada, mientras ella había estado golpeada por el dolor. Asirani evitó sus ojos. —Se podría decir eso. Nimra esperó. Y esperó. —Asirani. Un suspiro resignado. —Estás hablando con el vampiro equivocado. En lugar de perseguir al correcto, Nimra decidió hacer su propio sondeo. Lo que descubrió fue que "alguien" había negociado la muerte de Fen con tal habilidad que cualquier ondulación había sido poca y había sido manejada en cuestión de horas. Por lo que al mundo exterior se refería, las décadas de servicio de Fen habían sido olvidadas tan pronto como se fue, su muerte fue un mero inconveniente más que un dolor desgarrador que le había destrozado el pecho, llenado sus ojos de lágrimas.
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Más tarde ese día, descubrió que su reputación como ángel con quien no había que cruzarse había crecido en el tiempo que había pasado de luto por su amigo. —¿Por qué tengo una carta de disculpas del líder de los vampiros de Nueva Orleans? —preguntó a Christian—. Parece creer que estoy a nada de ejecutarle de una manera muy desagradable. —Sus vampiros se han portado mal —fue la respuesta—. Ha sido arreglado. —Su rostro, ascético y cerrado, le dijo que era lo único que conseguiría. Intrigada al darse cuenta de que Noel y Christian parecían haber llegado a algún tipo de entendimiento, finalmente acorraló al hombre responsable de los juegos políticos, a los que según todos los indicios, había jugado sin nada de la sutileza de Fen, y aún así había obtenido excelentes resultados. —¿Cómo —le dijo a Noel cuando lo descubrió en los jardines del sur—, has adquirido el título de mi ejecutor? Él saltó desde su posición arrodillada con un marcado carácter culpable y, una expresión, joven en su rostro. —Sonaba bien. Cuando ella trató de mirar a su alrededor, a lo que fuera que estaba escondido bajo la sombra de un arbusto cargado de pequeñas flores de color rosa y blanco, él cambió de posición para bloquear su vista. Frunciendo el ceño, golpeó la carta de disculpa contra sus piernas. —¿Qué hiciste en Nueva Orleans? —Los vampiros no aprendieron la lección la primera vez. —Ojos fríos—. Tuve que ser creativo. —Explícate. —¿Has oído hablar de la palabra “delegación”? —Una mirada inflexible. Los labios de Nimra se curvaron, el gobernante en ella reconocía la fuerza de un tipo que era rara… y que cualquier mujer querría a su lado. —¿Cómo lo están haciendo mis acciones? —Pregunta a Christian. Tiene un ordenador por cerebro y tuve que darle algo que hacer. Inesperado, que hubiera compartido el poder después de tomarlo con tal velocidad y sin derramamiento de sangre. —¿Hay algo que necesite saber?
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—Los perros de Nazarach estuvieron husmeando hace como una semana, pero parece que tuvieron que regresar a casa. —Se encogió de hombros como si no hubiera tenido nada que ver con ello. —Ya veo. —Y lo que veía era una maravilla. Este hombre fuerte, tan parecido a un líder, se había puesto a su servicio. A diferencia de Fen, Noel tenía acceso a su intimidad, y sin embargo, ni siquiera cuando había estado en su estado más vulnerable, había habido rumores escondidos en la oscuridad sinuosa, sólo un placer exuberante que silenció el borde dentado de la pérdida. Antes de que pudiera formar palabras a partir de la fuerte cascada de emociones de su corazón, oyó un distintivo y curioso “miau”. Con el corazón temblando, trató de ver alrededor de esos hombros grandes una vez más, pero él se giró para bloquearle la visión mientras se ponía en cuclillas. —Se suponía que teníais que permanecer callados —murmuró mientras se levantaba y se volvía para mirarla. Dos pequeñas bolas de pelo en sus brazos, cómicamente coloreadas con un mosaico de blanco y negro, movieron la cabeza contra su pecho, obviamente conscientes de que este lobo era todo ladridos en lo que se refería a los inocentes. —¡Oh! —Se acercó para rascar una pequeña cabeza y se encontró con los gatitos en sus brazos. Retorciéndose y moviéndose, se acomodaron contra ella—. Noel, son magníficos. Este resopló. —Son callejeros del refugio local. —Sin embargo su voz contenía una tierna diversión—. Me figuré que no te importaría tener a dos descarriados más. Ella frotó la mejilla contra un gatito y rió ante el gimoteo celoso del otro. Unas vidas tan diminutas y tan frágiles podían otorgar tanta alegría. —¿Son míos? —¿Me veo como un hombre gato? —Pura afrenta masculina, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Voy a conseguir un perro, un perro muy grande. Con dientes afilados. Riéndose, le lanzó un beso, sintiéndose más joven de lo que se había sentido en siglos. —Gracias. Su ceño se desvaneció. —Incluso el señor Parlanchín esbozó una sonrisa cuando uno de ellos trató de clavar una garra en su zapato.
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—Oh, no lo hicieron. —Christian era tan vano sobre sus botas relucientes—. Terribles criaturas. —Le golpearon la barbilla con ganas de jugar—. Será bueno tener mascotas de nuevo —dijo, pensando en Mimosa cuando había sido joven, en Queen. Los recuerdos eran agridulces, pero eran preciosos. Noel se acercó, extendiendo la mano para frotar el lomo del gatito con una oreja blanca y otra negra. El otro, como había visto, tenía las dos blancas con toques de negro. —Me temo que hay una condición vinculada a este regalo. Al escuchar la nota sombría en su voz, puso a los gatitos en el suelo, sabiendo que no se alejarían demasiado de la caja de cartón en la que evidentemente habían estado durmiendo la siesta. —Dime —susurró, mirando a ese duro rostro masculino. —Me temo —dijo, abriendo el puño para mostrar un anillo de oro dorado con un corazón de color ámbar—, que la parte humana arcaica de mí requiere este vínculo después de todo. El ámbar era usado a menudo por los mortales y vampiros que se involucraban en una relación. Nimra nunca había usado el ámbar de ningún hombre. Pero ahora, levantó la mano y le dejó deslizar el anillo en su dedo. Era ligero y lo era todo. —Espero que hayas comprado una pareja —murmuró ella, porque le parecía que ella tampoco estaba demasiado civilizada para no requerir vínculos. No cuando se trataba de Noel. Su sonrisa fue un poco torcida cuando metió la mano en el bolsillo para sacar un anillo masculino más grueso con un trozo de ámbar en bruto donde el suyo era una delicada filigrana con una piedra pulida. —Perfecto. —No vamos a ser capaces de tener hijos. —Pronunció las palabras solemnes mientras ella deslizaba el anillo en su dedo con una felicidad que le llegaba hasta lo profundo del alma—. Lo siento. Una emoción conmovedora tocó los sentidos de Nimra, pero no hubo dolor. No con una eternidad de un salvaje color azul translúcido. —Siempre habrá aquellos como Violet que necesitan un hogar —dijo, frotando el dedo pulgar sobre el anillo de Noel—. Sangre de mi sangre no podrán ser, pero serán corazón de mi corazón. Eliminando la pequeña distancia entre sus cuerpos, Noel bajó los dedos por su ala izquierda, una lenta caricia que susurraba posesión. Como los brazos que ella deslizó por su pecho hasta curvarlos sobre sus hombros. No hubo palabras, pero no era
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necesario, el metal de su anillo era caliente contra su mejilla cuando ĂŠl le acunĂł la cara. Su lobo. Su Noel.
Fin
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Escena borrada de Judd
El salón de la señorita de Leozandra
Este texto fue escrito originalmente como una continuación de la escena que termina en la página de Caricias de hielo, cuando Brenna dice a Vaugh, en el salón de la señorita Leozandra. ¿Por qué no la metí en el libro? En primer lugar, hubo un pequeño problema de tiempo que significaba que no todos los que estaban en la escena podían estar allí, así que tenlo en cuenta al leer esto. La línea de tiempo no se fusiona a la perfección con el libro, en su lugar, te aconsejo que leas esto como un escenario totalmente distinto. Otra de las razones por las que esta escena no terminara en el libro es que no sentí que le fuera a dar al lector información nueva, pero fue tan malditamente divertido escribirla que no pude detenerme. ¡Espero que disfruten!
La sonrisa se convirtió en un ceño sombrío. —¿Qué pasa con ese lugar? Ella no entendía su comentario, hasta que entró en el salón de belleza. Tamsyn, Sascha y Faith estaban sentadas en fila haciéndose la pedicura. Vaughn había optado por esperar fuera. —Hola, no esperaba veros por aquí. —Simplemente había querido sentirse normal, pero Sascha podría querer continuar con la discusión que habían tenido esa mañana. Faith fue la primera en hablar. —Hola, Brenna. —Una suave sonrisa que contrastaba con la tensión en sus ojos. —Hola. —Brenna quería preguntar que andaba mal pero luego vio a Sascha colocar una mano sobre la de la otra mujer y algo hizo clic en su mente—. Debe ser extraño para ti estar aquí, en medio de tanta gente. —No lo sabía todo, pero el rumor era que Faith había crecido muy aislada. La psi-c respiró hondo.
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—Sí, pero estoy decidida a no ser una reclusa. Así que, ¿has venido a unirte a nosotras en este ritual de unión de mujeres? Yo era escéptica al principio, pero creo que me gusta el color “Coral Crush” en mis uñas de los pies. —Meneó un pie. Sascha se echó a reír. —Lo siguiente es llevarla a la tienda de lencería. —Sus ojos le dijeron a Brenna que no se preocupara. —Mala, mala. —Brenna sonrió, contenta de los dones empáticos de Sascha en este momento—. Torturar a tu pareja de esa manera. La sonrisa de Faith se ensanchó. —Oh, creo que un poco de tortura es buena para mi gatito. La puerta se abrió un centímetro. —Lo he oído. —Un bajo gruñido masculino. —Deja de espiar —ordenó Tamsyn—. Queremos hablar de cosas de chicas. Prometemos gritar si te necesitamos. El comentario de Tamsyn fue seguido por una negociación donde Vaughn finalmente accedió a esperar al otro lado de la calle, donde todavía podía ver, pero no oír su conversación. —¿Me pregunto quién más hay ahí fuera siguiéndonos? —murmuró Sascha. —Oh, veamos —Tamsyn se recostó en su sillón—, dos de nosotras estamos emparejadas con centinelas y luego estás tú y Lucas. ¿Quieres jugar a “¿quién es más protector?”? —Gano yo. —Brenna levantó la mano—. Dos hermanos, un alfa, los gatos y mi propio hombre. Las otras tres la miraron, luego asintieron en unanimidad. —Tú ganas. La señorita Leozandra salió pavoneándose de la habitación trasera en ese instante, una visión con un caftán púrpura con dibujos de hojas de oro brillante. —¡Brenna, querida! —Le besó en al aire ambas mejillas, sus modales tan extravagantes como su cabello, de una rosa profundo con mechones cortos de punta y las puntas de un helado azul zafiro—. ¿Quién te ha cortado el pelo, querida? —Una mirada de desaprobación—. Es… —Movió las manos consternada. Brenna atrapó las miradas preocupadas de las otras, pero no necesitaban preocuparse. La señorita Leozandra la estaba tratando exactamente como ella quería ser tratada. —¿No es horrible? —Sonrió—. ¿Puede arreglarlo?
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La mujer mayor le dio golpecitos en la mejilla con una uña salpicada de oro. —Bien, supongo que un corte más agradable. —No. —Brenna había tomado la decisión ayer—. Extensiones. De gama alta. —Se lo podía permitir y el cabello era una cosa que podía arreglar. —Oooh. —La señorita Leozandra aplaudió—. Vamos. Así fue que la propia señorita Leozandra se puso a trabajar con Brenna en lugar de una de sus ayudantes, acompañada de las opiniones de Tamsyn y las palabras en voz baja de Sascha. —Estoy usando mechones de gel sintéticos. —La peluquera colocó varios mechones en la palma de Brenna mientras esta se sentaba en la silla de peinar. —Son blancos... no, transparentes. —Apenas podía verlos y su vista era muy aguda. —Pero en el instante que se unan a tu pelo, empezarán a tomar tu color y textura. Inteligente. Brenna estaba impresionado. —¿Se unen con cola? La señorita Leozandra bufó. —Hace décadas. Nosotros utilizamos un adhesivo láser que, literalmente, cose las moléculas de los mechones. Cuando haya terminado, nadie, ni siquiera tú, será capaz de decir dónde termina tu cabello y empiezan las extensiones. —¿Cuánto tiempo duran? —Hasta que las cortes. —La señorita Leozandra comenzó a alisar el cabello de Brenna con una especie de gel—. Ayuda a la unión. Voy a ponértelas hasta la altura del hombro. Las fibras de gel sintético son ligeras pero no tiene sentido sobrecargarlas. Siempre podemos añadir más luego si lo deseas. Brenna estaba sonriendo con tanta fuerza que su cara le dolía. —Vamos a hacerlo. El proceso fue lento. Muy lento. Las mujeres DarkRiver se marcharon a la mitad para hacer sus compras pero aparecieron una hora más tarde para ver cómo estaba y comer el almuerzo proporcionado por el chef personal de la señorita Leozandra, y luego regresaron de nuevo justo cuando la señorita Leozandra quitó la capa de estilismo y hacía girar la silla para que se mirara en el espejo. ¡Ta-chán! Brenna abrió los ojos de par en par.
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—¡Tengo flequillo! —Encantada, se pasó los dedos por la longitud de su pelo. Suave, perfecto, la señorita Leozandra no había exagerado. Brenna no podía sentir nada que podría haber indicado una unión—. ¡Esto es increíble! —Y es a cargo de la casa. —La estilista le apretó los hombros. Brenna sintió que su alegría se desinflaba, ¿sabía algo la otra mujer? —Eso no es… La señorita Leozandra agitó una mano, las uñas parpadearon. —La señorita Leozandra nunca olvida un favor. Ese ordenador que arreglaste la última vez funciona tan bien que no vamos a necesitar reemplazarlo durante años. Y las mejoras realizadas en el servicio de contestador automático me están ganando cumplidos desde el otro lado de la ciudad. Todo lo cual vale la pena mucho más que lo que hice hoy por ti. Así que tómalo y no te quejes. Brenna sonrió, la alegría volvía. —En ese caso, acepto. —Bueno. Porque tengo la sensación de que voy a necesitar ese cerebro inteligente tuyo muy pronto, estamos pensando en instalar un robot de seguridad después de cerrar. — Sonrió a Sascha—. Tu gente es buena para mantenernos a salvo, pero me gusta cuidar de mi propia parcela. La robótica no era el campo de Brenna, pero podía hacer el mantenimiento básico, y si era necesario, pondría en contacto a la estilista con un amigo de la universidad que era un genio en ese área. Mirándose en el espejo, se encontró con los ojos de las otras tres mujeres. —¿Y? —Preciosa. —Tamsyn sonrió—. No es justo. —Me alegro de que mi trabajo sea apreciado. —Una radiante señorita Leozandra le dio al cabello una mirada final, luego fue a supervisar a una de sus ayudantes. Brenna estaba a punto de responder cuando algo le mordió el tobillo. Aullando, levantó las piernas. Dos pequeños cachorros de leopardo se escabulleron debajo de ella y corrieron a esconderse detrás de Tamsyn. —¿Cómo…? Riendo tan fuerte que no podía hablar, Tamsyn se agachó y levantó a sus gemelos. —Lo s-s-siento. —Hizo señas a Sascha. La psi sonrió.
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—Clay estaba vigilándolos mientras hacíamos las compras. Han pasado todo el día con centinelas y soldados. Me temo que has sido el blanco de una de sus cacerías. En realidad creo que acaban de comerte. Brenna se echó a reír, su ritmo cardíaco más lento. Estaba acostumbrada a que los lobeznos probaran sus habilidades acechando a adultos desprevenidos. —Son muy buenos. —La adorable pareja la miraba desde los brazos de su madre, sus ojos de un hermoso verde dorado que no se encontraba en lobos. Sascha tomó uno de los cachorros cuando se movió y saltó hacia ella. —Julian cree que te ves guapa, aunque seas una loba. Tu cabello no es tan oscuro como su pelaje, pero de todos modos le gusta. —Gracias, Julian —dijo con solemnidad. —Y creo que también te sientes hermosa —la sonrisa de Sascha era amable. Faith había permanecido en silencio hasta ese momento, vigilante. —Ahora ves a la mujer que siempre has sido. —Sólo necesitaba la validación física, ¿lo sabes? —Lo sé. —Los ojos estrellados de Faith brillaron en negro un segundo—. Tal vez es hora de que vuelvas. Todas deberíamos volver. Cuando una clarividente hablaba en ese tono misterioso, todos escuchaban.
Fin
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