Ayahuasca entre dos mundos Carlos Suárez Álvarez
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Ayahuasca entre dos mundos Carlos Suรกrez ร lvarez
Filosofía El momento en que Jiro, paciente japonés, coge el vaso que le tiende Suipino, maestro shipibo, ante la atenta mirada de Andrés, ayahuasquero chileno y socio del chamán, el mundo estalla en este libro. Que esta medicina haya alcanzado fama planetaria; que los curanderos, antaño brujos/estafadores, sean hoy venerados chamanes, exitosos hombres de negocios con agenda internacional; que el químico y el antropólogo, el abogado y el psiquiatra, desentrañen las propiedades de la ayahuasca y la sociedad a la que pertenece. Fascinación. Porque nos libra de las cadenas del consciente, derriba el muro de la palabra y descubre lo inefable. Navegar, volar, fluir, flotar. Una realidad superior o una fantasía. Un sueño o una pesadilla. Porque es medicina. Porque la Amazonia no es una región remota y te interesa saber cómo Monstruo Voraz se presenta allí con estrategias brutales y seductoras para destruir lo que no destruye y cambiar lo que debería permanecer. Porque un mundo se extiende y otro remite. Pero el momento en que Jiro recibe de Suipino el amargo brebaje ante la atenta mirada de Andrés, un conocimiento médico de la Amazonia se asienta con pleno derecho en la economía global y, al adaptarse, sobrevive.
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Del bosque
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La venganza de la Madremonte La Madremonte, el Dueño de los Animales, la Sachamama… Cada cultura ha representado de manera diferente a este poderoso espíritu que personifica el bosque, pero todas las historias coinciden: aquellos humanos que cacen o recolecten sin pedir permiso, en exceso o en lugares restringidos, se arriesgan a recibir castigo en forma de terrible enfermedad. En tal caso el sabedor-curandero entra en acción: accede al mundo de los espíritus y trata de ajustar las cuentas. Una vez le expliqué esto a un guardia de tráfico de Brighton, al sur de Inglaterra, y balbució no sé qué de superstición, con desdén. Visiblemente airado, argumenté que gracias a esas “supersticiones”, durante milenios la gente del Amazonas había vivido en la abundancia material sin romper el equilibrio con las demás especies. “¿De qué ha servido tanta Ilustración y tanto código de tráfico sino para arrasar con la vida en el planeta Tierra?”, espeté. Me puso una multa.
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Selva violada por idealistas Lejos de ser virgen, la selva amazónica ha sido violada de norte a sur, por arriba y por abajo. Al criminal le llamo Monstruo Voraz, en sorna, aunque sea trágico. Los europeos llegaron en el siglo XVI a la Amazonia con la misión de alimentar a su insatisfecho Señor: maderas finas, especias olorosas, plumas coloridas, grasa de manatí, pescado salado, pieles de caimán, caucho, quina… Y esclavos, por supuesto. ¡Qué carajo la Conquista! El Expolio, digo yo, y el Genocidio. Tras cinco siglos de barbarie, la selva es un organismo disminuido y disminuyente, pese a las más o menos tímidas políticas de protección. He escuchado con frecuencia a los gringos que toman o que, convertidos en chamanes, dan de tomar, que la experiencia con ayahuasca aboca a una conciencia ecológica, de conexión con la naturaleza y de respeto a la Madre Tierra, que si se generalizara su consumo la humanidad podría superar la crisis medioambiental en que está sumida. Sin embargo, la consecuencia inmediata de este auge del consumo de ayahuasca en el mundo ha sido la erradicación de la planta en extensas áreas de la selva amazónica, especialmente alrededor de los grandes centros ayahuasqueros como Iquitos, en Perú, y Rio Branco, en Brasil. Como cada vez es más difícil encontrarla en su hábitat natural, están apareciendo plantaciones más o menos grandes, en manos de empresarios más o menos ambiciosos. ¿Qué pasará el día en que todo el Planeta tome? Pobre selva arrasada, ricas multinacionales del trance etno-eco.
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En la casa
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Triste Yavarí Cuentan los viejos que cuando Kanavoa, el creador, se hartó de vivir en el aire, escupió para formar el mundo. Al día siguiente se sacó una serpiente de la manga, la hincó en tierra y creció la primera planta de ayahuasca. Sembrando los ojos del murciélago brotó el tabaco. Al igual que cualquier artista bohemio que se precie, Kanavoa se ponía hasta arriba de ayahuasca y tabaco cada vez que se entregaba a la creación. Le salió un mundo fenomenalógico, con cantidad de plantas y animales. A los marubos, sus hijos terrenales, les enseñó a consumir la infusión y el rapé para resolver problemas y curar enfermedades. Luego llegó el puto blanco que todo lo jode importando sofisticadas formas del mal. En la cuenca del río Yavarí, el territorio de los marubos, campean la hepatitis y la malaria. La sabiduría de los ancestros ya no sirve; los blancos, que trajeron la endemia, dejaron sus hospitales en las ciudades.
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La ambigüedad de Juan Curico –¿Qué pasa cuando el brujo va contra tus hijos? –Eso es pelea. Ahí estás obligado a ocupar la maldad. –¿Alguna vez uno de tus hijos se ha enfermado por daño? –No. Eso es lo que yo primero defiendo. No descuido. –¿Cómo lo defiende? –Siempre por las tardes fumo mi cigarro, icaro y pongo mis arcanos en la casa para que no entre ningún mal. –¿Quiénes son tus arcanos? –Yo pido al Divino Creador que nos proteja y nos guíe. –Pero existe la idea de que ustedes hacen cosas diabólicas. –Hay personas que han aprendido eso. En el mundo del curanderismo hay dos cosas, el bien y el mal. Pero anteriormente no había nadie que pusiera esa obligación de que todos debían ser curanderos. La parte de la brujería la aprendían todos porque con eso se defendían, ¿no? Y para que puedas contrarrestar al mal del brujo había que aprender más la brujería para poder matarle al otro.
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El descubrimiento de la brujería Los turistas raramente se enteran porque defraudaría una de sus principales aspiraciones: el amor universal y esas cosas de Cristo. “Ustedes siempre con lo del amor y la paz”, recriminaba a un amigo estadounidense, dueño de un albergue, su socio shipibo. “Eso son pendejadas. La ayahuasca es una guerra espiritual. Hay muchos demonios, muchos brujos. Esto es para machos”. Sin embargo, para aquellos que dejan de ser turistas y se adentran en el mundo del curanderismo los peligros se desvelan y materializan. Después de preguntarme tímidamente si creía en la brujería (no dije ni sí ni no, pero le animé con un gesto cómplice), otro gringo dueño de otro albergue (son muchos) me contó que en Iquitos hay “tremenda guerra espiritual”, y con un gesto de dolor o miedo en el rostro, confesó: “A mí me clavaron tres virotes en la espalda. No me pude mover durante un mes, hasta que me recomendaron a un maestro muy poderoso que al fin me los quitó. Fue muy doloroso, como si me estuvieran sacando tres clavos oxidados”.
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Por la noche
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Witchbook La mayoría de las enfermedades graves que trata un curandero son producidas por las malas artes de un brujo, bien pagado por algún vecino afrentado o envidioso. Para sanar la enfermedad, el curandero debe devolver el mal a los agresores. Cuando lo hace, estos se proclaman víctimas inocentes y no tienen más remedio que defenderse, atacando. Ya se ha liado. A veces los dardos vuelan en la dirección equivocada e implican a terceros que nada tenían que ver con el asunto (hasta ese momento). Hay personas vanidosas o susceptibles, que ven los dardos pasar, se sienten apuntadas y dan rienda suelta a su naturaleza belicosa. Y bueno, imagínate, al final todos contra todos. Esto me ha dado una idea genial: un videojuego que simule guerras espirituales y prepare a las nuevas generaciones para el curanderismo; también se podría crear una red social paralela con virotes, arañas y mapachos en vez de emoticones y megustas.
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Feliz desengaño amoroso Son dos amigos preocupados por su salud espiritual. A los ojos de todos profesionales bien situados, con linda casa, pareja estable y agitada vida social. Ellos saben que es pura fachada (todos lo sabemos). En su búsqueda dan con la molécula del espíritu, la DMT. Se enteran de que en Iquitos pueden experimentar con ella y reservan un retreat de una semana. Les reciben con espesas infusiones de asqueroso sabor, que les producen arcadas. Las primeras tomas de ayahuasca son pavorosas: querían ver serpientes de colores y se hunden en un universo oscuro y nauseabundo. Vomitan y cagan hasta la extenuación. Tras la tercera noche, uno de ellos reporta haber expulsado un objeto duro, del tamaño de una pelota de ping pong. Se purgan, sí, pero no hay respuestas, no hay visiones. Se declaran DECEPCIONADOS. En la quinta y última sesión uno de ellos, tras tomar dos veces, accede a los dominios de la Madre Ayahuasca. “Bienvenido”, le dice, “quédate conmigo”. Siente el corazón lleno de calidez y le inunda un profundo sentimiento de gratitud y conexión con sus seres queridos. “La respuesta fue que el amor lo sana todo”, concluye el último día. Ambos están entusiasmados. “Lo hemos entendido”, cabecean. Regresan al albergue en los meses siguientes, sin tonterías preconcebidas. Confiesan, ahora sí, que estaban al borde del alcoholismo, que su matrimonio se quebraba, y dicen lo que tantas veces he escuchado decir en estos últimos años: que la ayahuasca les ha cambiado la vida.
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