Los rebeldes de la villa de San Miguel

Page 1


La idea de organizar un grupo conspirativo revoluciona­ rio en San Miguel era antigua; dos de sus más entusiastas partidarios y auspiciadores fueron siempre don José de la Paz Villafranca y Dionisio de Herrera; mas nunca había cuajado, quedando sólo en una anhelo juvenil de rebeldía. Hasta después de los sucesos de enero del año doce, el entusiasmo fue cobrando visos de realidad, al formarse un núcleo con los elementos más decididos de los barrios. Eran pocos. Al comienzo se reunían en la casa de Justo Centeno, después pasaron al estanco de tabaco. A las reuniones les daban el nombre de Tertulia, porque más que todo eso eran por su carácter. Allí se discutía sobre la independencia, y sus posibles vías de realización; leían libros prohibidos; la Constitución de los Estados Unidos de América; algún periódico que había pasado por mil manos, procedente del Sur o de Europa y, sobre todo, hacían planes para el futuro de Centro América independiente y soberana. Eran planes muy hermosos, fruto de los anhelos de una juventud cuyas aspiraciones de progreso y cultura encon­ traban un caldo propicio en las ideas de la Revolución Francesa que eran prohibidas y condenadas como herejías en todo el Reino. También se apoyaban en ideas, un tanto vagas, de la masonería, y si este grupo no se consideraba Logia era porque ninguno de ellos tenía las orientacio­nes para organizarla. Los francmasones, eran también consi­ derados subversivos por los colonialistas. La Tertulia era un foco de rebeldía juvenil donde cam­ peaban la justa línea revolucionaria, el radicalismo y la uto­ pía. Estas reuniones secretas tenían una atracción román­ tica que respondía a una situación real de inconformidad social, de repudio al status colonialista, de insurgencia re­ volucionaria. Los conspiradores fueron saliendo con sigilo del estanco de tabaco, alejándose del callejón del Duende, tomando diferentes direcciones para no encontrarse con las rondas de alguaciles; pero, aunque se desplaza­ban con cautela, por donde pasaban iba levantánsode un concierto de ladridos, pues en Comayagüela abundaban los perros. 112


Francisco, no pudo dormir en toda la noche. Su espíritu se encontraba agitado por las noticias. Ahora veía que algunos de sus amigos, entre ellos Justo Herrera y los artesanos, anduvieron acertados al negarle confianza a la Constitución de las Cortes; a la que él, por influencias, del escribano Vásquez, de su tío José María, del presbítero Márquez y de otros patriotas moderados, había concedido un valor excesivo como factor acuciante de la independen­ cia. Se consideraba culpable de haber creído en demasía en que por ese camino de lentas medidas reformistas se llegaría al objetivo anhelado. Afortunadamente para su conciencia, tenía a su favor el hecho de que aun siendo para muchos un constituciona­ lista, había aceptado trabajar de manera conspirativa con los hombres más decididos de la villa con miras a llevar la lucha de los pueblos a la indepen­dencia completa. No sabía si atribuir este hecho a su mayor grado de discerni­ miento o a su fogosidad juvenil, a sus energías ociosas, o a su deseo real de enfrentar los peligros. Estas reflexiones le aconsejaron ser más analítico, más comprensivo y, sobre todo, más político. Al día siguiente, con el alba casi, los españoles pusieron en movimiento a la población. El alcalde Mayor, presbítero José Francisco Márquez, había recibido a las tres de la ma­ ñana las notas de Comayagua traídas personalmente por don Antonio Tranquilino de la Rosa con las Reales Cédulas y Decretos del Rey restaurando la Monarquía absoluta. Don Antonio sentía rencor y malquerencia para los criollos de Tegucigalpa y no quiso dejar a otro la satisfacción de ser el portador de noticias que causarían en la villa el efecto de un cataclismo. En esta oportunidad le tocó a Francisco conocer el ca­ rácter dual de muchas personas, entre ellas, de aquellos funcionarios de Justicia, como don Coronado Blanco, que acogieron la Constitución con beneplácito y estruendosos aplausos en la Notaría de don León y en plena calle. Esos mismos estaban de nuevo junto a los aristócratas celebran­ 113


do las medidas retrógradas del Rey, bebíendo en honor de la restauración del garrote vil, demostrando una vez más su servilismo, su falta de dignidad, su acomodamiento para ir sobre el vaivén de las olas sin hundirse ni mojar sus hábitos. En la Notaría, don León Vásquez, acalorado defensor de la Constitución, se sentía desconcertado ante la actitud del Rey Fernando. No vaciló en comunicarle a Francisco su enorme deseperan­za. —Quizá — expresó con desaliento — mis creencias han sido erradas y deba aceptar que la independencia es el único camino para resolver nuestros problemas. No te niego que, hasta hoy, yo he considerado que la Monarquía constitucional era lo más propio para nosotros; pero, por lo visto, el Rey no sabe comprender a sus súbditos ni de la Península ni, mucho menos de sus posesiones. A Francisco le conmovía ver a su maestro tan abatido con la quiebra de sus esperanzas, pero le alegraba la posi­ bilidad de que este buen hombre se uniera definitivamente a la causa de la independencia total. Todas las iglesias repicaban a gloria.

114


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.