Anécdotas de la Vida
Anécdotas de la Vida
Página 1
Carlos B. Delfante
… Mi recelo, para después de muerto, es el remordimiento de no haber vivido plenamente feliz.
Omar Khaiame
Anécdotas de la Vida
Página 2
ÍNDICE La Mala Suerte
6
Vidas Dilapidadas
17
El Fruto del Desencanto
34
Vacaciones
46
Advertida Incertidumbre
57
Insólito Homicidio
72
Ingratitud
85
Vital Resignación
99
Los Nuevos Amigos
110
Abnegación
127
El Dicharachero
138
Error de Interpretación
150
Anécdotas de la Vida
Página 3
Biografía
163
La gente, en general, soporta mucho mejor que se hablen de sus vicios y crímenes, que de sus fracasos y debilidades. Conde de Chesterfield
Anécdotas de la Vida
Página 4
Nota del Autor Las fábulas aquí relatadas tienen origen en la ficción del autor de la obra, quien buscó por intermedio de ellas narrar los instantes frugales de lo frecuente de la vida popular, inventando los personajes y las historias que envolvieron las alegorías del libro. No debe ser considerado como responsabilidad del mismo, que algunas semejanzas, sean estas en parte o en un todo, al ser encontradas por el lector, éste se identifique de alguna manera con los hechos narrados en el andar de los cuentos. Entre tanto, es posible que frecuentemente algunas personas tengan vivenciado acontecimientos similares, o posean una relativa analogía con la descripción física de algún individuo de algunas de las ficciones. Sin embargo, el lector debe considerar que, al ser parte integrante de una Anécdotas de la Vida
Página 5
sociedad diversificada, también está sometido a su oculta comparación con los hechos de la vida.
La Mala Suerte
-¡No lo pudo creer! -gritó de repente entre el entusiasmo y la sorpresa. Miguel se quedó pasmado con lo que acabara de escuchar, y apresurado intentó corroborar la relación de números que había oído mencionar en el noticiero. Bajo el asombro inicial, se puso a cambiar el dial del aparato saltando la frecuencia de una a otra emisora en una búsqueda afanosa por sintonizar a tiempo algún otro informativo, mientras aguardaba con el corazón en la boca a que un otro locutor pronunciase nuevamente la lista correspondiente al sorteo de la Lotería Nacional de aquél día. Sintió que la adrenalina había tomado cuenta de su cuerpo, cuando la ansiedad por querer certificarse de que había alcanzado a escuchar correctamente los guarismos anunciados, le estaba ocasionado una angustia desmedida Anécdotas de la Vida
Página 6
que ya comenzaba a provocarle un sudor frío en los temporales. De igual modo, percibió que las manos se le habían puesto húmedas; la boca, reseca, revelaba un gusto a hiel; los batimientos cardíacos comenzaron a golpearle pecho como si fuesen realizados por un martillo siniestro; las piernas le tiritaban de tal modo que hacían que sus rodillas se cacheteasen entre sí. Era todo temblor que lo inundaba de arriba abajo y le ofuscaba la capacidad de raciocinar derecho El pedazo de papel que sujetaba entre sus dedos, se movía en un trémulo subibaja pareciendo ser un abanico de cartón pronto a refrescar el ambiente con la brisa captada por los rápidos movimientos a que lo sometían. Se dio cuenta que tenía la camisa alrededor de las axilas, totalmente mojada por la transpiración que ya le emanaba por los poros en un torrente de secreción salada y acuosa, la que era producida por su hemostático sentimiento
con
mezcla
de
pánico
y
felicidad
desenfrenada. Se negaba a aceptar que sus oídos lo hubiesen vendido. Estaba cierto de haber escuchado claramente los cinco dígitos que componían la cifra correspondiente al primer premio de la lotería. Siendo así, no había lugar
Anécdotas de la Vida
Página 7
a dudas que él era el ganador del sorteo; el único bienaventurado que se iría alzar con la millonada toda. -¡Mi Dios…! Es un milagro que eso me ocurra ahora, -expresó en un silencioso pensamiento. Mientras tanto, el locutor de la radio sintonizada continuaba narrando un rosario de informaciones que a él le parecían inexpresivas, ya que le llegaban en una perorata hueca por causa del anhelo que lo invadía… Y nada del hombre anunciar los números que indicarían cual era el número ganador de aquél día. La espera ya le parecía interminable e infinita. -¡Cállense un poco!, –llegó a gritar intempestivo, en una tentativa de pedir silencio a los de casa para que no le pasase inadvertida la voz del locutor; aunque de tan próximo que se encontraba del aparato, tenía su oreja derecha casi adentro del receptor. De pronto, más de mil ideas comenzaron a invadir su mente en virtud de la posibilidad de ser realmente el individuo afortunado que iría ser premiado por la gracia Divina. Pero no quería precipitar los acontecimientos, llegando a especular que no debía contar nada a nadie hasta que no confirmarse la noticia. -¡Vaya a saber si no fue un engaño! -caviló consigo mismo, mientras abanaba la cabeza de un lado a otro negándose a admitir la superchería. Anécdotas de la Vida
Página 8
Pocos instantes después, la sorprendida esposa acudió a la habitación con pasos apresurados. De alguna manera estaba sugestionada por los bramidos del absorto marido. Al entrar, lo encontró casi adherido al receptor en una simbiosis hombre-máquina que la asombró. Notó que Miguel tenía un aire entremezclado de júbilo y aprensión en su rostro, con las facciones contraídas, y una leve sonrisa estampada en su mirada. No en tanto, percibió que inmensas gotas de sudor corrían por las sienes de su enajenado marido. -¿Qué te pasó Miguel?... ¿Qué gritería es esa? ¿Por qué tanto desazón?... ¿Qué fue lo que ocurrió?... Habla de una vez, ¡hombre! –le fue diciendo agitada y en un recitado fusionado que iba enmendando pregunta con pregunta, sin dar tiempo a que el marido se pronunciase. -¡Nada Teresita!... Es que no consigo escuchar las noticias. Parece que van anunciar algo importante y quiero saber… ¡Nada más! -¿Y para qué nos mandaste callar? -le preguntó. -Lo que pasa, es que ustedes hablan que ni cotorras y no consigo… -el respondió Miguel contrariado, en un timbre de voz encima de lo normal. -¿Y por eso estás con esa cara de difunto alegre? -inquirió ella sin dejar que él terminase la alegación. Anécdotas de la Vida
Página 9
-¿Qué ha sucedido?... ¿Te sentís bien? -le preguntó acongojada por verlo en ese estado de espíritu medio sobresaltado y aturdido. -¡Bueno!... Mejor qué me dejes tranquilo. Más tarde te cuento… ¡Ahora lárgate de aquí!, que después te explico que pasó, –llegó a expresar Miguel con una voz hosca y severa, al buscar esconder tras la dicción, cuál era el verdadero sentimiento que lo degradaba. A decir verdad, doña Teresita dio de hombros y se retiró de la habitación más ensimismada que cuando había entrado en el recinto. Pero aquél tratamiento la dejó más preocupada que antes, por haber visto a su marido con esa apariencia disímil, llegando a especular que bajo aquel semblante alterado de su esposo estaría ocurriendo algún hecho más agobiante capaz de causar esa intranquilidad y esa loca neurosis por querer oír las noticias. –¿Vaya uno a saber? Cada día que pasa, éste hombre me deja más desatinada, -Teresita salió diciendo corredor afuera refunfuñando en su psiquis. En ese entretanto, el hombre continuaba recluido a las palabras del locutor del momento, nada más por demorar en informar el resultado del sorteo. –¡Dale, desgraciado! No me mates de agonía… ¿Por qué no cantas de una vez esos números? -se puso a Anécdotas de la Vida
Página 10
despotricar Miguel hablando solo, demostrando una ansiedad sin parangón que iba creciendo que ni un torbellino que se le antojó cruzar por entero dentro de su ser, mientras se expresaba en una voz de susurro casi afónico, como pretendiendo no dejar escapar la sorpresa antes de corroborarla. -¿Qué me importa a mí, lo que le paso a fulano o a mengano?... ¡Canta! ¡Dale pirulo! ¡Canta!, -proseguía blasfemando en un cuchicheo secreto, envuelto de una verbosidad de irritación por la demora. Y así prosiguió durante algunos minutos más, hasta que llegó al punto que no aguantó más esa congoja que lo consumía por dentro, que le ahogaba el pecho e iba robándole el aire de su alrededor. Pero como tenía de boca seca, halló mejor ir a tomar agua. No en tanto, atolondradamente se levantó y corrió hacia la puerta y se precipitó a la calle. -Me voy al kiosco para ver si ya tienen el resultado. No puede ser que demoren así, -se dijo para sí, en el mismo instante en que había saltado de la silla y se largaba en loca carrera por el corredor de su casa. Una vez en la calle, primero comenzó a andar a pasos largos. La ansiedad hizo que pronto se convirtieran en una carrera. Pero al correr escasos treinta o cuarenta metros, ya sentía que le dolían las piernas. Advirtió que Anécdotas de la Vida
Página 11
estaba como acalambrado, que los músculos de la pantorrilla se le habían endurecido como garrote. No conseguía casi correr, pues su cuerpo todo estaba inundado por la adrenalina segregada desde la masa medular suprarrenal. Empero, mientras intentaba perpetuar de alguna manera su carrera, discernía que la sangre le hervía en las venas, que se le dilataban los bronquios, que el corazón quería escapársele por la boca. Sin embargo, un estridente bocinazo lo sorprendió cuando cruzaba la calle. -¡Que mierda…! –alcanzó a gritar para él mismo. -¡Era sólo lo que me faltaba! -continuó pensando mientras de reojo veía pasar a quien le había bocinado. -¡Maldito desgraciado! -despotricó entre dientes-. Si no lo esquivo, -pensó-, este animal era capaz de matarme, y lo peor, es que dejaría a esta bruja con una montaña de plata mientras yo me pudro dentro de un cajón, -llegó a cavilar en su esquizofrenia alborozada. Sin embargo, minutos antes, doña Teresita se asustó al notar la sombra de su marido lanzándose a la carrear hacia la calle. Y tras oír el golpazo de la puerta, salió al zaguán para ver lo que había sucedido.
Anécdotas de la Vida
Página 12
-¿Será que declararon alguna guerra? ¿Será que derrocaron el gobierno? A lo mejor se murió don Antonio, ¡pobrecito!, -suspiró ella. -Estaba tan débil últimamente, que bien capaz que su corazón no aguantó más… ¡Que Dios lo guarde!, -finalizó ella persignándose tres veces, en cuanto iba articulando las palabras en un acento de perplejidad y asombro, y hablando para sí misma mientras marchaba anhelante hacia la puerta de calle, creyendo encontrar allí el dictamen de tanta enajenación. Miguel ya no aguantaba más correr, y de pronto paró bajo la sombra de un plátano, intentando allí recobrar el aliento que le faltaba, y ansiando aún más recuperar las fuerzas de sus piernas. -¡No corrí ni dos cuadras, y ya estoy muerto de cansancio! -llegó a cuestionarse apoyado al tronco del viejo árbol, totalmente delirante en la turbación de sus pensamientos, mientras jadeante en una respiración entrecortada, hurgaba por aspirar el aire de su contorno, que de alguna manera sentía que le mortificaba al penetrar en sus pulmones. -¡Me falta sólo una cuadra!... ¡Un cachito nomás! -protestó-. Necesito recomponerme, no sea que todavía me dé un infarto aquí mismo, -deliberaba con su
Anécdotas de la Vida
Página 13
conciencia, como justificando la necesidad de dominar su ansiedad y su desespero. -Juro que si saqué la grande, soy capaz de darle un beso en la boca a este calentón del Tano, -alcanzó a murmurar, pensando dentro de la propia embriaguez de optimismo que lo envolvía, sobre el dueño del kiosco donde él siempre compraba los billetes de lotería. -No… ¡Mejor ni digo nada! -recapacitó-. Agarro a la vieja y me las tomo de aquí… Es bien probable que aparezcan estos hipócritas del barrio, sólo para pedirme favores y plata prestada. -¡Lo único que me faltaba! Sobre seguro que cuando sepan que gané, se vendrán como abejas a la miel. -¡Uf!... -suspiró de inmediato-. Ni que hablar de la familia, que cuando nosotros estábamos en la mismísima “eme”, nadie apareció para preguntarnos nada. -No, ¡al diablo con todos! -determinó airado-. Ya sean amigos, vecinos o parientes, hoy mismo de noche nos vamos los dos y chau, si te he visto no me acuerdo, – estableció silencioso, mientras cambiaba el pie con el cual estaba apoyando el peso del cuerpo. -¡Bien que la flaca se lo merece! -recapacitó, dejando que una sonrisa oportuna se dibujase en sus labios al pensar en su mujer.
Anécdotas de la Vida
Página 14
Sumergido en ese albedrío de pensamientos, Miguel pronto se encontró deliberando sobre el tipo de contratiempos que se avecinaban por tan solo haber ganado la lotería, y sin querer, fue recapacitando sobre cuál sería la mejor actitud que debería asumir, en cuanto indagaba por alternativas que no llegasen a despertar sospecha inmediata de su expedita fortuna; o quizás, que le permitiese escapar de los embrollones que ensayarían dar un mejor fin a su premio con la misma rapidez de un rayo. -Bueno, ¡ya estoy mejor! Mejor sigo –reconsideró segundos después. -Quizás me doy una corridita leve, paso disimulado por la frente y observo de soslayo en la pizarra cual es el número ganador, no sea que el loco del Tano se dé cuenta que fui yo el que ganó, y el muy chismoso termine por contarle a todo el mundo, antes de que yo pueda tomar una aptitud, –continuó pensando para sí antes de animarse a dar los primeros pasos. Y así fue que nuevamente Miguel se largó a correr por la vereda en dirección al local de su objetivo, cuando sorprendentemente un dolor agudo le paralizo las piernas, y de pronto cayó estático al suelo sintiendo los músculos de las pantorrillas agarrotados mientras el
Anécdotas de la Vida
Página 15
dolor lo dilaceraba por dentro. Entretanto, el pavor se le dibujó patentemente en el rostro. En ese momento Miguel pensó en lo peor, pero el dolor le ahogaba la voz y le obstaculizaba emitir un grito de socorro, apenas quedándole fuerzas para, sentado en la vereda, apretarse fuertemente los músculos con sus manos y dejar que las abundantes lágrimas le corriesen sueltas por las mejillas, acompañadas de un lloriqueo infantil y de desahogo. -¡Me muero! -gritó. En ese momento creyó escuchar la voz de su mujer, Teresita, que le golpeaba el hombro y preguntaba en una exclamación de desconcierto al sentirse preocupada por el motivo de su gimoteo, notando que su marido estaba empapado de un sudor frío, sentado en medio de la cama y con las manos sujetándose las pantorrillas: -¿Pero qué te pasa hombre?... ¿Te sentís mal? Estás agitado y llorando –le preguntó ella mientras buscaba encender la lamparita de cabecera. -¡Nada, mujer!... No pasa nada –Miguel le respondió melancólico, y cerrando los ojos por causa de aquel relámpago de la luz repentina en su cara. -¿Pero si te estás agarrando las piernas y estás sudando que ni un condenado?... ¿Te duele algo? – interpeló la esposa con cara de asustada.
Anécdotas de la Vida
Página 16
-No sé. Debe haber sido un calambre –le explicó el marido, acompañando las palabras con una mueca. -¿Estás seguro, Miguel? -insistió ella, que no se había quedado conforme con la disculpa. -Sí. Quédate tranquila, mujer. Apaga la luz y dormí, que lo mío no es nada -Miguel dijo con desgana. -¿Estás seguro? -insistió ella-. No me cuesta nada traerte una píldora -sugirió a seguir, volviendo a cerrar los ojos para no despabilarse. -Es que si yo te cuento lo que estaba soñando… -agregó Miguel luego después que Teresita había apagado la luz. No hubo respuesta y un resoplido se alcanzó a escuchar en el silencio del cuarto. -No me lo vas a creer… ¡Y lo peor!... ¡Es que no se si gane o no! -discursó Miguel en lo oscuro. Pero doña Teresita ya había cerrado los ojos para intentar conciliar el sueño, sin llegar a escuchar lo que le decía su marido. No en tanto, Miguel, en lugar de entregarse a su descanso, continuó acostado y a llorar en silencio, pero no de dolor... Ahora era de rabia.
Anécdotas de la Vida
Página 17
Vidas Dilapidadas
Ese día se despertó temprano, como en realidad era de costumbre, y notó que aún faltaban algunos minutos para las 6:15 am. No necesitaba del despertador, pero así mismo, aunque supiese de antemano, una automatización inconsciente hacía que siempre pusiese la alarma para que la campanilla del reloj disparase en ese horario. Ya estaba acostumbrada desde muchos años atrás a esa misma rutina de igual originalidad. Lo venía haciendo repetitivamente desde la ocasión en que se determinó en la vida a realizar siempre los ejercicios físicos antes de desayunar.
Anécdotas de la Vida
Página 18
Desechó con ágil movimiento el leve camisón de tejido floreado que utilizaba para dormir, colocándolo maquinalmente sobre el respaldar de una silla. Al mismo tiempo, instintivamente pasó los brazos por dentro de su camiseta blanca de algodón, cubrió sus piernas con el pantalón de nylon azul para gimnasia y vistió la chaqueta del mismo conjunto deportivo. A seguir, buscó calzar las grises y desgastadas zapatillas de atletismo, se ajustó sobre la cabeza un gorro de paño rojo que simulaba un plagio de los que utilizan los jugadores de béisbol americano, y se lo compuso dejando salir por el ojal trasero del sombrero un largo mechón de cabellos color de miel. El sol, en la lejanía, inauguraba el día mostrando apenas su fase de media forma, comenzando a esparcir sobre la línea del horizonte una volátil coloración dorada, difundiendo una calidez temprana que templaba la brisa del amanecer. Sin lugar a dudas, la alborada indicaba que ese sería más uno de esos bonitos días calurosos. Mismo así, ella pensó como le resultaba placentero ejercitarse a través de una larga caminata por alrededor de la laguna, permitiéndose apreciar los difusos colores del crepúsculo matutino. Empero, antes de salir para dar inicio a su marcha, extendió una bucólica mirada de contemplación sobre Anécdotas de la Vida
Página 19
aquel soñador panorama, mientras saboreaba el instante de suerte que la predestinación le había proporcionado cuando surgiera la sorprendente oportunidad de adquirir aquel departamento. Esto no ocurrió solamente porque él era
suficientemente
confortable
para
sus
célibes
necesidades, sino más bien por la entrecortada vista del paisaje que se distinguía por las ventanas, y por la favorable ubicación del barrio donde éste se situaba. Reconocía que su edificio no era una construcción nueva, pero sin lugar a dudas sabía que en la ocasión de la compra la suerte le había concedido una excelente oportunidad de negociación. De igual forma, cuando lo fue a ver, el diseño de los espacios la atrapó, pues le permitiría obtener aposentos espaciosos, ventilados y claros por la luminosidad que recibían. El casco de la estructura mostraba una edificación de cuatro pisos, en el que se acomodaban cuatro residencias por cada suelo; sin ascensores y con una larga y ancha escalera de granito monolítico localizada en el centro de cada pavimento. Las cocheras de aparcamiento quedaban al fondo del terreno y en la parte frontal del inmueble. También, había un gracioso jardín cubierto por una delgada hierba de un verde perenne, que a su vez acogía discretamente unos hermosos canteros de
Anécdotas de la Vida
Página 20
tornasolados pensamientos y refulgentes rosales de las más dulzonas fragancias. El predio estaba situado en una calmosa calle paralela de la misma avenida que marginaba el estuario, y como el apartamento de ella quedaba ubicado a los fondos del tercer piso, eso le permitía apreciar sólo una vista parcial de la laguna. En todo caso, le era suficiente aunque fuese una panorámica restringida entre las otras edificaciones similares y las frondosas arboledas de cinamomos que se izaban en la arteria principal, sombreando las veredas que le entrecortaban la visión del estuario. Cuanto a su entrenamiento, ella tenía suficiente intuición para comprender que el ejercicio matinal le proporcionaba la debida acción de movimientos que se contraponían frente a la pasividad ejercida durante el resto de la jornada. Desde mucho tiempo atrás había adquirido el discernimiento de que la práctica de algún deporte le suministraba las energías suficientes para compensarle las largas horas consumidas en la quietud muscular que la envolvía. Ya había intentado practicar natación, gimnasia aeróbica, y un sinnúmero de otros deportes, todos practicados en recintos cerrados, algo que la obligaban a tener que suspender constantemente sus tareas y transferir la concentración. Anécdotas de la Vida
Página 21
Pero al mudarse para su nueva vivienda, había descubierto la experiencia diaria de las caminadas, las que le permitían como coadyuvante al ejercicio, poder entregarse deslumbrada a apreciar le hermosa vista que la rodeaba, y extasiando su mirada por el ensanchado estuario. Asimismo, había aprendido a calcular el tiempo que le dedicaba al deporte por intermedio de algunas contingencias que iban ocurriendo metódicamente a cada mañana, yendo desde el flemático despegue del sol en el horizonte, o por el total de los pasos del recorrido de ida y vuelta que realizaba. Todo lo calculaba por intermedio del lento aumento del movimiento de personas por las calles, o el hecho de notar el espeso tránsito que se enfatizaba con el transcurso de los iniciales minutos de la mañana. Ya no hallaba necesario consultar el cronometro que llevaba en su pulso, para deducir el tiempo dedicado a su ejercicio. Los únicos días en que se permitía suspender su rutina mañanera, eran aquellos en que la lluvia insistía en precipitarse diligente, terminando por encharcar los paseos e embarrando las veredas; pero probablemente su decisión se apoyaba en el motivo de no encontrar en su camino el trinar insistente de los zorzales, el revoloteo despreocupado y holgazán de las palomas, el remolón Anécdotas de la Vida
Página 22
agitar de los gorriones, todos precipitados en conquistar su primer alimento del día; o por no poder apreciar la propia luminosidad anaranjada de un sol en su despertar. Invariable, terminada la caminata, al regresar al departamento se duchaba lentamente, demorándose más de lo normal para lograr así reanimar su cuerpo bajo la aspersión de una llovizna refrescante, mientras se frotaba la piel con un aromático jabón hidratante. Concluida la higiene, envuelta en su holgada bata de seda carmesí, preparaba un desayuno nutriente, que invariablemente consistía en una dosis de yogurt descremado, al que le agregaba algunas porciones de fruta fragmentada, una taza de té con leche, tres tostadas de pan integral revestidas con queso ricota, y untadas con una leve camada de mermelada o jalea light que iba variando de sabor conforme su apetencia del momento. Su departamento tenía dos dormitorios y una sala espaciosa, que a su vez estaba dividida por un biombo de cáñamo de delicadas iconografías florales pintadas a mano, permitiendo que éste formase dos estructuras ambientales independientes entre sí, separándolas del área correspondiente a la cocina. En la entrada de ella había instalado un balcón con una tapa de mármol negro sobrepuesto, que la dejaba desplegada y abierta hacia el salón, dándole un aspecto de mayor espacio a la pieza. Anécdotas de la Vida
Página 23
La vivienda se completaba con una pequeña área de servicio y el cuarto de baño. Estos dos ambientes menores estaban orientados hacia una columna de ventilación, pareciendo un hueco ciego en la estructura interna de la edificación. Luego después de haber adquirido el inmueble, ella había mandado realizar una amplia reforma para poder dejarlo con el aspecto actual. En ese entonces, dispuso que pintasen las paredes de coloraciones pasteles de tonos claros, y a los pisos de la sala y los dormitorios, que eran de parqué, los había hecho pulir y revestir con un barniz trasparente y brillante. Del mismo modo, había ordenado derribar la mitad de la pared de la cocina que daba hacia el salón, cuando entonces mandó colocar la piedra oscura imitando un mostrador, el que resaltaba por ser más oscuro, contrastando con el color durazno que decoraba los muros del recinto mayor. Las ventanas estaban recubiertas desde el techo al suelo, con unas delicadas cortinas de satén de un color un poco más fuerte que el tono de la pintura que revestían las paredes. En las mismas, había colgado algunos cuadros de un atractivo un poco excéntrico, pero que ella había adquirido con cierta vacilación en la propia feria de artesanos de la ciudad. En realidad, toda la decoración era un poco sobria y monocromática, pareciendo un lugar Anécdotas de la Vida
Página 24
sin espíritu y desguarnecido de colores que hicieran de alguna forma destacar el contexto sencillo del local. Dentro de ese estilo circunspecto y moderado, lo único que resaltaba eran las alfombras de estambre teñido que tenía esparcidas por las habitaciones, casi de un idéntico matiz que hacía juego con los muebles que la decoraban. Por lo demás, en el dormitorio para huéspedes había ordenado colocar un gran armario de cedro, donde había acondicionado una biblioteca con su extensa colección de libros, además de contener algunos viejos manuscritos de la época de estudiante. Frecuentemente, al terminar su desayuno, mientras ella aireaba sus cabellos con el secador, prestaba cuidado a las noticias en el primer resumen informativo de la televisión, dando oídos a una reproducción de hechos idénticos al de todos los días, donde desfilaban reseñas de robos, asaltos, desfalcos, accidentes, reproches políticos, fracasados atentados de grupos sediciosos, las condiciones matutinas del tránsito, además del presagio climático. No en tanto, lo hacía en una aptitud que parecía prestarle más atención a las crónicas que despertaban algún interés que valiese la pena seguirla, dándole sólo a éstas la debida consideración. De cualquier manera, enterarse de las noticias era un hábito que realizaba para distraerse y llenar los Anécdotas de la Vida
Página 25
espacios silenciosos del ambiente con algún sonido, mientras ella se entretenía en las mecánicas rutinas de cada mañana. Una vez que finalizaba el trato mañoso en sus cabellos, separaba meticulosamente sobre la cama la ropa que pretendía vestir ese día. Vale decir que su cuerpo era delgado, mientras se apoyaba en un par de piernas largas que poseían escasa carnosidad alrededor de sus alargados huesos, lo que hacía resaltar una musculatura firme en las pantorrillas y en los muslos, asemejándola a una esbelta garza zancuda. El cuidado con su nutrición y el constante entrenamiento físico, le permitían mantener un alineamiento corpóreo armonioso dentro de su desvaída figura, dejando aparecer una atractiva belleza dentro de los límites existentes entre lo sutil y lo grácil de la hermosura. Sus cabellos lacios y dorados combinaban en color juntamente a un par de ojos redondeados que se ubicaban entre unos párpados elípticos, pero que mostraban una mirada circunspecta y penetrante, retirando de su lánguido rostro una beldad suficiente y garbosa. La tez, que una vez había sido clara en demasía, ahora exhibía una tonalidad que variaba entre rojiza y cetrina por causa de la penetración de los rayos ultravioletas, aunque ella demostraba claramente la plena salud que se desprendía de su cuerpo. Anécdotas de la Vida
Página 26
Daba preferencia a vestirse con indumentarias en de tonos oscuros que variaban entre el rojo, el azul o el verde, y solamente se permitía alternar entonaciones y la propia característica de los tejidos. Sus ropajes invariablemente consistían en trajecitos o combinaciones de blazer que armonizaban con polleras o pantalones más bien holgados, y blusas de la misma tonalidad en progresión de color. Eventualmente, hacía armonizar sus trajecitos con alguna camisa blanca de popelín o de seda, pero eternamente utilizaba zapatos cerrados con tacos de mediana altura, buscando no desentonar demasiadamente con su alto cuerpo. Cada mañana, dando continuidad al preparo de su embelesamiento, se empolvaba levemente el rostro, delineaba las cejas con un lápiz color marrón oscuro, y humedecía cuidadosamente con un lápiz labial de color púrpura, un par de labios pre delineados y delicados. Normalmente, en el lóbulo de sus orejas pendían unos pequeños aros de oro, pero para el día, pretendía hacerlos combinar con una delicada gargantilla, de la cual colgaba una diminuta piedra esmeralda que, cuando se la colocó, se destacaba a media altura del pecho, entre el cuello y la comisura de sus senos. Para combinar, se puso un fino y delicado brazalete de oro en la muñeca derecha, y en el opuesto ajustó un diminuto reloj pulsera Anécdotas de la Vida
Página 27
de cuero blanco que armonizaba con la propia esfera del mismo. No llevaba anillos ni sortijas en sus largos dedos. Nunca se permitía extravagancias fuera de un estilo discreto y del propio comportamiento comedidamente monocromático de todas sus actitudes, porque hallaba que no necesitaba de algún determinado tipo de reafirmación, por considerarse una mujer que sabía lo que hacía en cada momento del día. Ése día había decidido que iría vestida con un conjunto de lino de un acentuado verde limón sobre una blusa con coloración análoga que era de un tono de musgo que combinaba con el reflejo de la gema de su pendiente. Una vez que finalizó la tarea cadenciosa de arreglarse y vestirse, antes de partir, fue hasta la cocina para repasar la previa lista mental de las necesidades de alimentos e insumos que debería sustituir en su alacena. Para rectificar sus pensamientos, se entregó a revisar meticulosamente armarios, frasqueras y el refrigerador, confeccionando una lista con los artículos requeridos para más algunos días de sustento, que los iba anotando apresurada en una diminuta libreta que siempre destinaba para apuntar todo lo sugerido. Planeaba para el final de su expediente, pasar por el mercado central y realizar allí las compras necesarias antes de regresar a su hogar. Imperceptiblemente, en el Anécdotas de la Vida
Página 28
mismo instante que idealizó dicho deseo, un tenue escalofrío corrió por su espina dorsal, como si fuese un presagio de mal augurio que en el momento no le dio la debida importancia, pensando que el leve temblor percibido tal vez fuese alguna corriente de aire que la había sorprendido desprevenida. Volvió a la sala y fue en busca de su espacioso bolso de cuero castaño fusco. Introdujo en él la libreta de anotaciones, revisó el porta documentos, su monedero y los valores que conservaba en su interior, calculando mentalmente si estos mismos fondos serían suficientes para los gastos pretendidos. Repasó visualmente si estaba en poder de su estuche de maquillaje y los otros pormenores que normalmente abundan en la cartera de una mujer. Al constatar que todo estaba en orden, cerró la boca de su bolso y lo pendió elegantemente sobre su hombro izquierdo. Antes de partir, reparó visualmente el interior del departamento para certificarse que todo conservaba la deseada simetría de disposición. Enseguida, abrió la puerta externa de su residencia, salió al corredor y posteriormente la cerró suavemente. Después de bajar el tramo de escaleras, se dirigió al coche aparcado en el trasfondo del edificio. Era un sedán blanco de cuatro
Anécdotas de la Vida
Página 29
puertas, a medio uso, pero en un estado impecable de conservación. Dio partida al coche y, a continuación, se introdujo con cuidado en el enmarañado tránsito que a la 8.30 de una mañana que ya anunciaba un expectante bullicio de seres semejantes que de igual forma se dislocaban para sus múltiples quehaceres diarios, cada uno sobrellevando en sus conciencias la incertidumbre de los días actuales. Contenciosa y atenta, dirigió por las avenidas de la ciudad, regulando la velocidad del vehículo para evitar los congestionamientos desordenados que la obligasen a detenerse inesperadamente en algún paraje o local vulnerable de esa enloquecida urbe. Al llegar al edificio de la organización que trabajaba, estacionó el automóvil en el subsuelo y se encaminó hacia los elevadores de acero que la transportarían hasta el quinto piso del Banco Nacional. Sin lugar a dudas, un local seguro donde pasaba inadvertidamente largas horas del día. Trabajaba en una pequeña antecámara protegida por transparentes vidrios que le proporcionaban un relativo amparo del resto del salón, por donde se extendían lustrosos escritorios e infinidad de monitores de ordenadores ligados conjuntamente al cerebro central del banco. Ella era la responsable analítica de los procesos de trasferencia de fondos interbancarios. Un Anécdotas de la Vida
Página 30
procedimiento que la obligaba a mantener una ordenada meticulosidad de observación en unos interminables sumarios de cuentas, códigos y valores de extensas cifras. La extenuante tarea se prolongaba diariamente hasta las dieciocho horas; pero a veces, su labor era entrecortada por intranquilas reuniones de trabajo y lacónicas determinaciones que la obligaban a emitir nuevos y sucintos análisis antes de finalizar la labor del día. Minutos más, minutos menos, siempre alrededor del mismo horario, ella partía para realizar sus compras previamente programadas, o para el cumplimiento de los compromisos anteriormente organizados. En este día, por una ironía del destino, una última obligación retrasó su partida durante un poco más de treinta minutos, motivo que le fastidió el humor y le arrebató la concentración, pues le importunaba tener que realizar las compras con el mercado abarrotado de gentes que, en ese horario, ya estarían deambulando por los apretados negocios del local. Al partir, dirigió el coche con la debida cautela de siempre, pero al llegar cerca del recinto del mercado, se vio obligada a estacionar un poco apartada del lugar donde siempre lo hacía. Algo mortificada, recorrió la distancia que la separaba, con el pensamiento absorto en Anécdotas de la Vida
Página 31
la lista de compras que iría a realizar, y llegó a quedar estupefacta por el gentío que en ese momento se concentraba en tareas idénticas, lo que la hizo reprocharse silenciosamente por el atraso acontecido. Todo ese movimiento de pedestres obligaba a la multitud a circular entre un constante empujarse de gente contra gente, de los que iban y venían, de tener que cruzar por entre filas de espera, entre sonidos de voces estridentes de algunas que ofrecían entre medio de las que compraban, por entremedio de personas cargando paquetes, de individuos con bolsas o envoltorios colgados sobre las espaldas, por una mezcla de olores dulces, rancios, ahumados, condimentados; todo al mismo tiempo aconteciendo bajo un atento observar de la guardia nacional que buscaba dar una cierta seguridad al perímetro. Ella ya había conseguido adquirir un par de artículos que constaban en su lista, y ahora se encontraba en otra tienda, luego atrás de una joven que ya estaba siendo atendida. Cuando la muchacha se retiró, no percibió una bolsa de mimbre que estaba depositada junto a sus pies; la cual permanecía allí como olvidada inadvertidamente por algún apresurado comprador. Al notarla, rápidamente, como si tuviese aguzado su instinto de preservación, avisó acuciosamente al dependiente que Anécdotas de la Vida
Página 32
la atendía, en una tentativa de descubrir el dueño del objeto olvidado. En ese mismo instante, ella no alcanzó a percatar la mueca de espanto estampada en el rostro del muchacho, porque en ese intervalo, primero surgió una enorme y descomunal claridad que se propagó espontáneamente, la cual se vio acompañada de una violenta onda de un poderosísimo ventarrón infernal que arrasó todo lo que existía en el entorno del mercado. En décimas fracciones de segundos, de lejos se llegó a escuchar resonar un ensordecedor estruendo que había dejado a su paso una desolada penumbra, tras la cual se escondían promontorios de hierros retorcidos, montes de escombros apilados de los más diversos materiales, una pesada nube de polvo blanquecino, y espantosos gritos de horror y dolor seguidos de llantos y gemidos, de cuerpos despedazados, y el inmenso pavor generado por un cobarde atentado que tan radicalmente terminó por arrebatarle la vida sin que ella se percatase.
Anécdotas de la Vida
Página 33
El Fruto del Desencanto
Era una niña de un primoroso perfil acomodado cándidamente dentro de sus escasos dos años de edad; la cual, con sus cortitas piernas temblorosas, al caminar, buscaba mantenerse erecta balanceando su quebrantable cuerpito como queriendo encontrar un cierto equilibrio, intentando quizás hallarlo al buscar cachear el aire de su entorno, realizando un meneo descompasado y graciosos con sus dos bracitos. Una sedosa piel blanquecina le rodeaba toda su forma dándole un aire de cierta gracia y fragilidad, en donde se destacaba una cabecita redonda, contornada en el cráneo por un ensortijado y rizado cabello formado por finísimos hilos del más puro oro. Sus cachetes redondos Anécdotas de la Vida
Página 34
y regordetes parecían pintados de un acentuado color rosáceo que escondían la sutil naricita de cereza, la cual se asemejaba a una apetitosa fruta incrustada en una deliciosa magdalena. Sus ojos más bien parecían dos pequeñas bolitas hechas de almíbar de miel, por su coloración y por la dulzura que de ellos emanaba, y estaban contorneados por largas pestañas de tonalidad semitransparente. Su semblante, desde un par de labios tersos, dejaba escapar por la boca risueña una fina vocecita que le salía hilvanada en un cántico de melodiosas arpas. Ése día ella estaba vestida con una engalanada jardinera de terciopelo de un suave color amarillo patito, sobrepuesta a una camiseta de diminutas mangas cortas que le dejaban expuestos los rollitos de carne de sus extremidades, que por su vez, le destacaban aún más el suave color de la epidermis. En el frente de la parte superior del pantaloncito estaba bordada la diminuta figura de un alegre payasito de variados matices. La parte inferior del mismo, le ceñía los pañales en un abultado paquete que le dejaba las nalgas ensanchadas. Calzaba unas sandalias de lona que combinaban con la misma tonalidad de su ropita; pues si éstas eran amarillas, las diminutas medias que vestía combinaban
Anécdotas de la Vida
Página 35
en color, contrastando en cierta forma con el límpido blanco de su camisetita. Sus tiernos bracitos pendían flojos desde un cuerpito de contextura fuerte, los que terminaban en unas manitos rollizas de cortitos dedos que, mismo siendo gorditos, carecían de resistencia y estabilidad para practicar graciosamente sus juegos. Quién observase ésta frágil y graciosa criatura, sólo podía imaginar que tan delicado ángel era el más puro fruto de una idílica pasión surgida entre dos seres que se habían consumido en los efusivos ardores del amor. No en tanto, su historia, y la de sus padres, nos remite a un contexto de circunstancias inextricables, más bien por causa del comportamiento etéreo que ambos progenitores disfrutaban. Sobre el muchacho, padre biológico de la niña, podía detallarse que pertenecía a una paupérrima familia de ocho hermanos de muy pocos recursos; crecidos todos entre la promiscuidad de dos aposentos que habían sido levantados de tabla y zinc de un destartalado cuchitril construido como guarida, y localizado en la periferia de la ciudad. Una edificación semejante a esa enormidad de viviendas que nos habituamos a observar solamente con la frialdad inconmovible de nuestros sentimientos.
Anécdotas de la Vida
Página 36
En esa soledad de desparpajos, él fuera criado entre la constante falta de alimentos y atavíos, y creciendo como un paria que no tuvo oportunidad de conocer las facilidades de la vida moderna; dividiendo tan sólo indigencia e ignorancias en un lugar donde prevalecía la valentía y la fuerza bruta para permitir que predominase la subsistencia y desechar así el infortunio. Poseedor de cortos estudios, apenas cosechados en la miserable escuela del arrabal, había logrado aprender solamente las letras y los números en suficiente asimilación, sin llegar a una instrucción completa para evitar una casi total ignorancia. De igual modo, tuvo que acostumbrarse a dormitar, desde niño, dividiendo el lecho juntamente a otros dos cuerpos y abrigarse tan sólo con el propio calor de sus complexiones. Pero al adentrarse en la adolescencia, todos los hermanos se sintieron obligados a pelear de alguna manera por su propia existencia, buscando con los puños la manera de evitar los desengaños y aminorar los sueños. A partir de ese momento, él aprendió más en la escuela de la calle, que de todo lo que había conseguido aprender en el pobre colegio primario que frecuentó, tal vez porque le sobraba voluntad y cobijaba ilusiones. El temperamento antagonista de su mocedad, que era el más puro resultado de la convivencia entre Anécdotas de la Vida
Página 37
ignorantes, con el tiempo fue quedando adormilado en su entelequia, haciendo surgir en su interior una esencia más apacible, aunque todavía tosca, como resultado de la responsabilidad de dividir las horas entre individuos de mejores poses y superior conciencia, de los que pudo absorber nuevos conocimientos y domar la índole discrepante que poseía. Ahora esbozaba un cuerpo delgado y una altura un poco por debajo de la media para su edad, todo en consecuencia de su raquítico pasado. No obstante, por entre el descarnado cuerpo ahora le saltaban músculos resistentes y firmes en corolario de las acostumbradas tareas del día a día. De ojos vivarachos y mirada suave, desprendida de un semblante barbilampiño, mantenía un astuto atisbo en todo lo que lo rodeaba, como queriendo cautivar todo su entorno con su presencia escuálida. Por otro lado, la muchacha, que era la madre de la adorable niñita, también había sido un ser semejante a ese impresionante batallón de desnutridos que anidan en las barriadas humildes de los alrededores de cualquier ciudad. Pero de mejor suerte que él, tuvo la oportunidad de gozar de una estrella superior durante su niñez, una vez que la familia a la cual pertenecía no era tan numerosa, y las cualidades de la vivienda no eran tan exiguas; pero de la misma forma, disfrutó la posibilidad Anécdotas de la Vida
Página 38
de repartir los descarnados recursos que su familia obtenía para subsistir. Asimismo, en el seno de esa familia no llegó a existir tan profunda ignorancia y penuria, así como tampoco la promiscuidad, que es un procedimiento algo común entre los que les desborda el analfabetismo y les falta la mínima instrucción. En todo caso, el entorno del lugar no contribuía en lo más mínimo para que aflorase en ella un comportamiento más sustancial y verosímil, como el que habitualmente se vislumbra entre los pertenecientes a las castas más pudientes; pues del mismo modo, aunque no lo conociese en su casa, a diario le penetraba por los ojos y oídos llegando a inundarle la visión, historias de un proceder menos púdico y recatado, como aquellas que abarrotaban los alrededores de su residencia. El tiempo fue pasando, y ella fue creciendo en ese ambiente heterogéneo, donde de algún modo se permitió progresar clandestinamente entre el emanar de actitudes promiscuas, y acostumbrándose desde muy jovencita a enamoriscarse a las escondidas, cuando aún su pubertad era apenas un tenue esbozo que se dibujaba en un organismo en ebullición, para muy pronto convertirse en una integrante adicional al ya vasto escuadrón de adolescentes de fáciles entretenimientos. Anécdotas de la Vida
Página 39
Podría ser apuntado que el comportamiento de ella no era más que una actitud de reemplazo a la vagancia, a modo de poder ocupar el tiempo con irresponsabilidades, y cosechando aventuras inmaduras; aquellas que por lo general constan dentro de la falta de educación en la oquedad del contexto de los arrabales. Y así fue sustituyendo de a poco la ociosidad de las horas, por otras recreaciones menos dignas de una jovenzuela; que a su vez carecía de alguna provechosa distracción y de una tutela más firme por parte de sus progenitores. Sin mucho estudio y menos recursos, al igual que muchas otras chiquilinas de igual talante, la pubertad le llegó de vez encontrándola en una ocupación de servicios domésticos para familias más pudientes; un hecho positivo que posibilitó un socorro a los ingresos de la casa, y le inculcó un cambio en su anterior conducta, haciéndola asumir una postura de cordura y ponderación, al abandonar de vez los antiguos desatinos. Esa mudanza de aplomo pronto la convirtió en una lozana moza de largos cabellos trigueños ligeramente ensortijados, y con un par de ojos relucientes que brillaban por detrás de un miramiento gracioso y alegre; los que por su vez, estaban encarcelados en un rostro oval. Tenía el cuerpo totalmente recubierto con una tez pálida y suavemente aceitunada. Pero aquella mudanza Anécdotas de la Vida
Página 40
de ambiente y de ocupaciones, contribuyeron de alguna manera para ejercer una mutación de comportamiento, sin robarle la antigua oficiosidad de enamoradiza. No obstante, en un determinado momento de sus vidas, el destino quiso que se cruzaran esas dos almas voluntariosas, sentenciándolas a formar una pareja de disímil apariencia. Se conocieron por casualidad, sin interferencias ajenas, probablemente como conclusión de una eventualidad predispuesta; pues al instante que se miraron por la primera vez, germinó entre ellos una pasión intensa, la que luego los condujo sin titubeos a buscar apaciguar la fogosidad sentida por intermedio de un amor impetuoso y frenético. A partir de ese momento, ellos se amaron y sedujeron intensamente, mientras acordados amoldaban el sueño de construir un hogar inmarcesible, diferente al que los había cobijado en sus pasados. Sin embargo, escondieron el uno del otro los episodios más hoscos y adustos de su inicial juventud, como si con ello pretendieran apagar un pasado en desacuerdo con sus actuales espejismos. De igual modo, los dineros de sus labores eran mínimos para saciar los deseos y sueños en un corto plazo, sobrándoles apenas la ilusión y faltándoles la condición esencial para cumplir con las pretensiones. Anécdotas de la Vida
Página 41
Empero, durante algún tiempo continuaron a entregarse arrebatadamente a fruiciones, de manera que sus actos pudiesen apaciguar de alguna manera su idilio, y postergando el cumplimiento de sus esperanzas para, quien sabe, encontrar la manera de solucionarlas a su determinado momento. Sin embargo, los escasos instantes de descanso que disfrutaban, eran muy prontamente disipados con el entretenimiento de complacencias y placeres, los que eran realizados frenéticamente a través de un intenso regodeo con el que buscaba apaciguar el ardor que llevaban en sus entrañas. Todo fue así, hasta que un determinado día, aquellos intensos recreos de un amor que tanto los complacía, imprevistamente les concedió el germen de la vida, haciendo fructificar en ella un embarazo inesperado. Nada que resultase en un hecho inusual entre los que se entregan al placer del cuerpo, pero ciertamente lo es para todos aquellos que creen estar inmunes a las consecuencias más infaustas que pueden surgir de las aventuras practicadas. Tal vez, aquello ocurrió en consecuencia de la falta de visión futura, de la ineptitud imberbe
de
sus
mentes,
de
la
incapacidad
de
planificación de sus pretéritas vidas, de la falta de
Anécdotas de la Vida
Página 42
clarividencia para proteger la existencia posterior del ser en gestación… Pero ocurrió. Puede que para los que así proceden, sea una punición y un escarmiento divino a ser sobrellevado por el resto de sus días; el que tarde o temprano terminará por abrazarles los sentimientos haciéndolos sentirse culpados por los actos torpes que fueron obrados en un determinado momento de su existencia. Se dice que la vida es la escuela del dolor, y que en ella se tiene que pagar el precio de la sorpresa y el desencanto; y cuando un hecho así sucede, muchas veces nos hace nacer sentimientos inocuos o conmociones intrínsecas que pueden ir desde un pleno estado de regocijo, hasta la propia etapa de sentir un pavor descontrolado. Por tanto, muy pronto la aprehensión tomó cuenta de sus semblantes ante tan inesperada noticia, pues estaban al tanto que sería imposible asumir una obligación tan responsable, no por la incapacidad del intelecto de ellos, sino por carecer de contexto y recursos económicos como para querer adjudicarse tan profunda contrariedad para el resto de sus existencias. No obstante, los meses fueron transcurriendo, mientras el génesis de una nueva criatura se iba desarrollando dentro de aquel cuerpo semidelgado y esbelto de otrora, Anécdotas de la Vida
Página 43
despojándole las delicadas curvas que exteriorizaba, y que poco a poco le fue ensanchando las formas de su complexión física. Del mismo modo, tampoco durante esos meses encontraron alguna alternativa viable para solucionar el profundo enigma que se le avecinaba, y prontamente comenzaron a florecer entre ellos las discusiones, las controversias, las intimidaciones y hasta las propias amenazas; como si el fruto en gestación fuese un inconveniente imposible de transponer, y obrase como el único causante de todos los desencantos y contrariedades por las cuales atravesaban. De repente, todo se precipitó en un torrente de antagonismos, derrumbando de vez los sueños pueriles de un momento al otro. La situación obligó a que la muchacha cesase su trabajo hasta después que tuviese el alumbramiento, lo que la despojó de inmediato de los recursos tan necesarios para el sustento y los gastos adicionales que ya se aproximaban, mientras pasó a reivindicar a su futuro compañero la obligación de procurar los estipendios que demandaba la cuestión. Pero en un abrir y cerrar de ojos, actuando bajo el impacto psicológico y sobre el efecto de la presión ejercida por la mujer, el muchacho sintió su mente invadida por una inconcebible onda de pánico, y de Anécdotas de la Vida
Página 44
pronto la cobardía hizo que casi al instante se escabullera bajo las brumas de su universo, desapareciendo como por encanto de la fase de la tierra, y abandonase a cualquier fatalidad la futura suerte de la muchacha e del hijo que estaba por nacer. Indudablemente, esa actitud imprudente colocó de pronto al descubierto el perfil egoísta, insensato, mezquino, sórdido e irresponsable de su carácter, y el que tan deshonestamente había escondido en él hasta ese momento. Frente a tamaña adversidad, la cualidad del muchacho despertó en ella una condición similar a la de él, cuando avivó en su íntimo una silueta insensata, vil, innoble y cicatera, revelando un pensamiento de inmadurez que le incitó la osadía de abandonar a su hija en el mismo instante en que ésta naciese. Su deliberación fue la condición que se impuso mentalmente, para lograr librarse de inmediato del pesado fardo que debería cargar por el resto de sus días. Ya transcurrieron dos años de la realización de aquel acto rastrero que la madre de la niña soezmente le proporcionó, y así conocí hoy a ese benjamín, retozando alegremente entre otras muchas criaturas similares que, en un determinado momento de sus infantas vidas, fueron abandonadas en el orfanato de la ciudad, y las que Anécdotas de la Vida
Página 45
todavía aguardan optimistas por un nuevo hogar que les brinde el cariño y el amor que se merecen.
Vacaciones
Esta era una de las formalidades que realizábamos frecuentemente al dilatar nuestras frecuentes caminatas por donde quiera que nos hallásemos. Un hecho que ambos nos acostumbramos a concebirlo casi a cotidiano, y que lo efectuábamos gratamente de manos dadas, conversando, acompañando nuestras ilusiones e utopías, debatiendo incertidumbres, proyectando nuestras vidas, intercambiando sentimientos mientas disfrutábamos en medio de determinados paisajes bucólicos. Por así decir, ella y yo llevábamos la vida cultivando lo que cada lugar nos ofrecía, cuando nos entregándonos por momentos a mojar nuestros pies en la orla del mar, mientras otras veces nos encontrábamos Anécdotas de la Vida
Página 46
deambulando por parques esplendorosos. Por tanto, muchas de las veces lo hacíamos transitando por calles viejas y extrañas, mientras nos agraciábamos la contemplación al observar vistas deslumbrantes, o hasta contemplando aquellos distritos más desventurados; pero siempre llenando nuestros ojos con la simplicidad de la vida en cuanto atiborrábamos el corazón con el reemplazo de las horas vividas entre la insensatez mundana,
y
aguardando
expectantes
por
nuevos
momentos de exaltación. Ciertas veces llegábamos a contener nuestros cuerpos y nuestra imaginación por largos periodos de tiempo, para estimular los sentidos con los alrededores de un local placentero, y poder gravar en nuestra mente, como si ella fuese una máquina fotográfica especial, una determinada visión agradable, y hasta buscando apreciar mejor las coloquiales costumbres, y de esa manera lograr empaparnos con los hábitos de personas de simple vivir. Bien podía mencionar que a menudo teníamos la mala costumbre de ponernos a escudriñar por lugares con aglomeración de personas placenteramente sentadas, próximo a alguna mesa de bar, o reclinados sobre los duros bancos de cualquier plaza, y hasta por qué no, en los hangares de alguna estación de tren, o mismo sentados sobre el banco de algún jardín; entregados tan Anécdotas de la Vida
Página 47
sólo a abandonar el tiempo, para que éste se escapara lentamente por entre las inmovilizadas miradas que adjudicábamos, y en los comentarios insubstanciales que expresábamos. Como por ejemplo: -¡Mira! ¡Mira! Aprecia como ese sujeto que viene por allá, tiene cara de extravagante. Parece que el tipo disfruta de un espíritu alegre. Hasta yo diría que suplica -llegaba a comentarle a mi esposa mientras me reía por determinados momento, siempre intentando llamarle la atención sobre alguna cosa de aspecto extraño que se aproximaba. -Julio, vos siempre igual… Para ti, o son todos extremadamente alegres, o demasiado tristes ¡Sos un criticón! –ella me contrariaba como si con su expresión quisiese discordar de mi comentario banal. -Pero Carla, ¡fíjate!… -insistía-. El tipo se hamaca para caminar… ¡Mira como revolea las caderas! ¿No me digas que no es un suplicante? -le exhortaba aseverando mi identificación clandestina sobre cualquier sujeto que se acercaba por alguno de los lados, mientras buscaba demostrarle los movimientos con un ademán de mano. -Julio, ¡no insistas…! Ese pobre hombre debe tener pie plano. ¡No es un maricón! -protestaba ella para contrariarme-. Además, para ser un afeminado, como vos insinúas, tendría que vestirse con otro tipo de ropa, Anécdotas de la Vida
Página 48
imagino –me retrucaba, como si ella fuese una gran conocedora de los hábitos profanos, a la vez que fruncía el rostro en una mueca de media sonrisa. Y así, divagando entre esa pauta de comentarios frívolos, ciertas veces dejábamos pasar frente a nosotros algunos de esos individuos con fisonomías enervadas, fragorosas, cansadas, de rostros agitados, con semblantes taciturnos. Nada más, eran que personas de expresiones y gesticulaciones aburridas, alegres, estremecidas. En realidad, todo resultaba ser en un verdadero desfile de prototipos humanos con perfiles que estaban envueltos en un inmutable carnaval de coloraciones y sentimientos sin fin. Donde estuviésemos, era posible encontrar, además de la gente, la misma miscelánea de colores, de sabores, de prácticas y costumbres que se encontraban de alguna manera enraizados entre los más variados aromas y matices del lugar, y que desfilaban en esa circulación de ida o vuelta que era producía con el intenso y bullicioso trajinar de las personas a nuestro alrededor. De repente, ciertas veces yo escuchaba que Carla me decía: -¿Vistes como en la moda actual? Ahora se combinan los colores más contrastantes… Bien que podíamos comprar algo así… o quizás como aquello allá, -que además de comentarlo, me lo señalaba apuntando Anécdotas de la Vida
Página 49
hacia al frente con la punta de su pera, mientras movía intencionalmente la cabeza para agrandar el meneo. Con la mano no, porque según ella, era cosa de maleducados. -¿Llegaste a reparar en el tipo de mocasines que te dije? -me preguntaba en otra ocasión, haciendo valer su condición femenina. -No. Para nada. Hasta porque en verdad, ni lo recordaba -le respondía sin mirarle el rostro, no fuese que ella notase mi hipocresía. -¡Ah, Julio! -protestaba con voz melosa, hasta que segundos después se exaltaba al decirme-: ¿Te fijaste? La señora que pasó recién delante nuestro, tenía unos casi iguales… ¿No la vistes? -insistía cuando el asunto le interesaba. Yo, obvio, no decía nada. En ese tipo de asuntos, la experiencia ya me había mostrado que lo mejor era quedarse callado. -¡Julio! Aquí en la vidriera hay unos lindísimos… ¡Míralos! ¡Están chiquérrimos!... Elegantísimos… ¿No son un amor? -se le antojaba insistir poco después, como si estuviese intentando atraparme en el asunto. Por casualidad, al ponerme a escribir este relato, el momento pertenece a un atardecer normal de un día cualquiera de este caluroso verano, y sé que en la calle, al igual que horas antes, los prójimos deben continuar a Anécdotas de la Vida
Página 50
entremezclarse y a dislocarse llevando en su interior los misterios de su vida, sus intranquilidades, sus angustias, sus logros, su prosperidad o sus tristezas, como suele ocurrir en cualquier metrópoli. Empero, lo que pretendo resaltar, es que mientras caminábamos más temprano, yo había notado que algunas personas les encantaba hablar en voz baja mientras otros menos educados adoraban hablar gritando, lo que contrastaban con un sin número que andaban silenciosos y de cabeza baja. Aunque otra de las particularidades que me había sorprendido, fue observar que algunos cargaban en sus brazos volúmenes de mayor o menor tamaño, mientras otros, de manos libres llevan sus bultos escondidos en sus conciencias. Yo comento esto, para retomar de alguna manera el tema que surgió más temprano en nuestro paseo, cuando a Carla se le ocurrió decirme de repente: -¿Te distes cuenta, Julio, que ni todos se fueron a la playa en este verano? -Puede ser porque sus responsabilidades no se lo permitieron… O tal vez por falta de plata -le respondí inconsciente, sin llegar a percibir lo que vendría después. -¡Sós un infame, Julio! Si vos no hubieses insistido tanto en cambiar de coche, bien que nosotros podríamos haber ido de vacaciones a la playa –me dijo lanzándome Anécdotas de la Vida
Página 51
una mirada regada por un rencor desagradable, y con una voz encolerizada que se depositó sobre mi sombra de manera impertinente. Al momento decidí no responderle nada, mientras observa a los individuos que partían o regresaban de sus responsabilidades y obligaciones, reparando que unos caminaban, otros corrían, mientras muchos simplemente impelían sus cuerpos hacia delante entre la agitada muchedumbre, como que renunciando a querer ser llevados por el tiempo o eludiendo los reveses que abultan sus tormentos. -¿Cuántos de éstos tipos tendrán el mismo dilema que yo? –me entregué a pensar sórdidamente sin perder de vista los pasos de Carla, y sin dejarla que percibiera mis reflexiones, que de cierta forma estaban estampadas en mi semblante. En ese entretanto, vi un carnaval de folklóricas vestimentas que se destacaba en algarabía de gamas y colores, donde se contrarrestaba el mocerío que usaba holgadas ropas, de los adultos con su circunspecto vestir. Otros tantos vestían los atuendos posibles, mientras ellos iban caminando subordinados a sus propios encargos e insuficiencias, inventando introspecciones multicolores en sus estampas.
Anécdotas de la Vida
Página 52
Ya con las neuronas en funcionamiento, me decidí por hablarle y le manifesté: -Pero cuando tú vas a la casa de tu madre, bien que te gusta mostrárselo a tu cuñado… Siempre vi el brillo de tus ojos cuando insistís en preguntarle: ¿Ya vistes el coche que nos compramos? – pero tomé el cuidado de pronunciar las palabras en un tono jocoso, de manera que con esa entonación se le aplacase un poco la ira. -Julio, vos bien sabes que yo se lo digo, porque él siempre anda exhibiéndose con sus majaderías, y haciendo algún alarde para refregarnos en la cara las estupideces que hace… Y por qué igualmente es un presumido, –Carla me contestó agriamente. -Además, nosotros no vamos a la playa, por tu culpa y tu egoísmo… Sólo porque el año pasado te pedí para ir por dos o tres semanas para Aruba o Cancún… ¡Pero no!, a vos se te antojó cambiar el coche y pronto… aquí estamos, caminando que ni bobos entre este gentío -me fue diciendo sin ton ni son, mientras continuaba la discusión sobre sus reflexiones, y culpándome por causa de mi egolatría. -Pero querida, -atiné a decirle con voz remilgada-, sabes que fue un negocio de oportunidad… y hasta vos misma concordaste en que era el momento justo de hacerlo… ¿O me lo vas a negar ahora? –le respondí Anécdotas de la Vida
Página 53
buscando hacerla razonar de alguna manera sobre un tema que ya era axiomático para los dos. -En aquel momento… -comenzó a decirme con cara avinagrada, pero paró de sopetón-, …tú me afirmaste que las vacaciones estaban garantidas, -dijo a seguir, expresando la última frase con una voz un tanto más cordial. Eso me hizo pensar que ella no quería pelear. -Garantidas están, Carla, pero todo será a su debido momento… –le respondí de inmediato, intentado que ella volviese a reflexionar sobre lo que ya habíamos discutido antes, -Será después del verano –asentí al final. -¡Aja! ¿Entonces para qué vamos a ir?... ¿Para ti poder pescar?... Imagino que será por ese motivo que tú estás pensando ir, pues bien sabes que el sol no será el mismo en esa época del año, –argumentó Carla, utilizando para responderme la magistral lógica que ella siempre esgrime para deliberar exclusivamente sobre los asuntos de su interés. En todo caso, el cielo ya empezaba a tornasolar los matices enrojecidos del atardecer, haciendo que las sombras de los edificios se fuesen proyectando más oblicuamente sobre el asfalto, forjándome a percibir el simulacro de mi silueta y la de ella, estiradas lánguidas por la vereda mientras acompañaban simultáneamente Anécdotas de la Vida
Página 54
nuestros pasos y se enredaban con los movimientos de otros transeúntes. -Estuve
dando
una
pesquisada
-alcancé
a
comentarle aleatoriamente-. Encontré unos hoteles lindos en el litoral, y los precios para la semana de turismo están óptimos… Hasta podemos ir en coche y aprovechar la estadía para recorrer otros locales… ¿Qué te parece la idea? –le expresé con una amabilidad, como para poder demostrarle que continuaba preocupándome del tema. -¡Estás loco, Julio! -Carla me respondió en un bramido intempestivo-. ¿No estarás pensando que yo voy aceptar ir allí en fines de abril? ¿O será que vos queres que yo termine por enfermarme del reuma? ¿Vos estás chiflado? ¡Imaginen! Vos tenés cada idea desequilibrada, Julio –me expuso en un estrépito de voz acústico que llegó de lleno hasta mis oídos, sobreponiéndose al intenso barullo de la calle. Como ya estábamos atravesando la plaza, para aplacar mi ánimo me distraje observando quienes estaban deglutiendo unos suculentos tentempiés en un carrito, y charlaban mientras degustaban diferenciados bocadillos moviendo indelicadamente sus mandíbulas, para luego a seguir sorber gélidos refrescos. Eso me dio la impresión de que todos estaban ejecutando determinadas actitudes
Anécdotas de la Vida
Página 55
como si fomentando las ansias, o buscasen apagar algún vestigio para burlar su prisa. -Ahora, -me interrumpió Carla-, si vos me dijeses que en marzo nos alquilamos una casita en Punta…, todavía soy capaz de pensarlo, pero…, -otra vez estaba ella intentando usar su buena lógica como si ella fuese una anestesia para su preocupación, -Allí también podemos ir con el coche… -agregó mientras yo mantenía la mirada en la gente al rededor del carrito de comidas-, sabes que allí hay lugares divinos para visitar… y ni hace falta que hable de los locales de pesca que vas a encontrar… -continuaba discurriendo metódicamente entre pausa y pausa. -Y mientras vos pescas…, yo puedo ir al casino… ¿O quien sabe, alcanzamos a encontrarnos con…? Cuando ella tocó ese punto, ya estábamos en la puerta de nuestro edificio, y entonces decidí entregarme al abandono de cualquier respuesta. Lo que en realidad quería, era poder recordar sin prisa mi exuberante caminada, cuando regalé mi visión en un confortable observar de desemejantes hábitos y costumbres por alrededor, cuando pude percatar una miscelánea de razas y culturas, y encontrar en ellos la inevitable mezcolanza del que tiene poses y el que poco
Anécdotas de la Vida
Página 56
disfruta, todo fermentado en el mismo calderón de emociones de esta vida terrenal… ¡Sublime!
Advertida Incertidumbre
Al observarlo detenidamente, pude notar que bajo una clara señal de incertidumbre y aprehensión que aquel notable hombre que tenía por delante, estaba buscando afanosamente en sus pensamientos la manera de poder dar con una refutación correcta con la que fuese posible responder a mi bizarra interrogación. Percibía que no encontraba las palabras de una manera tácita o hipotética que le facilitase lograr explicar notoriamente la supuesta cuestión. Yo bien sabía, o pensaba intuir, que si ella me fuese promulgada en otros tiempos, la contestación le habría salido prontamente desde su boca en un estilo claro y locuaz. Es posible que en ese instante, de una manera inadvertida y oculta, yo haya descubierto la expiración de la distante agilidad retórica que otrora poseía, pues Anécdotas de la Vida
Página 57
con su comportamiento actual, sólo me demostraba estar fecundando el inicio de un lento proceso de deterioro cerebral. La verdad, es que esa situación posteriormente se confirmó, cuando a partir de la cual nos pasó a dejar a todos en la familia lo suficientemente estupefactos con algunos de los actos y los episodios en cuales pasó a envolverse inadvertidamente. Pero eso ocurrió después. En aquel momento, calculé que él debería tener alrededor de sesenta y nueve años, que los llevaba dentro de un cuerpo que insistía en exhibirse a cada día más flácido y pellejudo, y en el cual ahora se desparramaban rugosidades por una epidermis que anteriormente había estado estirada encima de una superficie corpulenta. El estado anímico actual, conforme su relato y respetando su propia opinión, decía ser la consecuencia de la insuficiencia coronaria que le había robado la destreza de antes, lo que fue amplificando su aflicción por la inoportuna influencia de los medicamentos que consumía para controlar los batimientos cardiacos. Por entonces ostentaba un cráneo totalmente calvo, que mantenía una estrecha aureola de cabello albino emergiendo lúgubremente sobre la piel de los laterales de la cabeza y en la parte posterior de la misma, dejándole totalmente desprotegida una mollera cubierta con una Anécdotas de la Vida
Página 58
dermis de coloración rojiza brillante; como si ésta hubiese sido protegida con algún aceitoso lubricante capilar especial. Su rostro, de una similitud aovada, tenía unas bastas cejas espesas y peludas que se juntaban en el entrecejo, permitiendo esconder por detrás de ellas unos ojos deslucidos y semicerrados, dejando disimular unos parpados que parecían estar hechos en dobladillos de piel rugosa. La frente mostraba unos largos surcos horizontales extendiéndose rectos desde un lado al otro de los huesos temporales, los que parecían haber sido tallados de manera profunda sobre las facciones, tal era el volumen de piel rolliza acumulada entre los bordes de las ranuras. El aspecto de los maxilares eran como dos eminencias angulosas sobrepuestas en las laterales de una nariz aguileña y fina, que por su vez le bajaba delicadamente hacia los labios descarnados que tenían un color más rosado que el propio tono del rosado de su epidermis. Por debajo de esa piel transparente y sedosa del rostro, se advertían innumerables y finísimos ríos de color azulado por donde era posible notar que le fluía lentamente la sangre. Al estar cómodamente sentado en un voluminoso almohadón que le habían colocado sobre el asiento de Anécdotas de la Vida
Página 59
una poltrona de apoyos altos, descansaba a gusto sus brazos sobre estos, dejando extendidas hacia mi frente unas manos rugosas y desvigorizadas, con dedos largos y crispados por la consecuencia de la artrosis deformante que lo incomodaba. Según él, al notar que se los observaba, me comentó que en los días de frío o humedad elevada, bien le parecía que alguien se los torcía, forjando para que se le anudasen las juntas, lo que de por sí le causaba una molestia dolorosa y punzante que le impacientaba el humor y le robaba la voluntad. En mi atisbo, percibí una mirada triste en aquel semblante senil, pero durante su relato, me afirmó que todo era resultante de la debilidad que poseía su organismo y el propio efecto de la dosificación de los remedios que lo obligaban a tomar. De cualquier modo, él insistía en confirmar que se mantenía lúcido y la voz permanecía firme, metálica y sonora como en el pasado, y así mismo, pese a su edad, aún no era necesario que utilizara cualquier tipo de anteojos, vanagloriándose de no requerir ni de aquellos que se estilan usar comúnmente para la lectura, pues todavía identificaba la nitidez de las imágenes por más pequeñas que éstas fuesen.
Anécdotas de la Vida
Página 60
Sobre los hábitos de lectura, una rutina que tanto practicaba en tiempos pasados, me explicó que ya no lo hacía con mucha regularidad, pues el cansancio lo vencía y terminaba dormitando, no más allá de media docena de páginas leídas. No obstante, en la actualidad, -insistía en apuntarme-, sólo se dedicaba a apreciar buenas obras literarias, mismo que fuesen romances o novelas, porque había abandonado la vieja costumbre de concentrarse tan solamente en la lectura técnica o científica, pues ésta no le era más necesaria para su día a día. En su consciente relato, continuó a manifestar toda la contrariedad que lo afligía, por causa de la escasez de visitas que ahora recibía de aquellos que antes tanto lo habían ensalzado. Expresaba palabras de sentimiento que, evidentemente, me permitían considerar que las personas tal vez no las realizasen, evitando tener que perturbarle el sosiego con algunas inquisiciones sobre los irrefutables conocimientos que él poseía; pero de igual modo, consideraba que tampoco esas mismas personas las consumaban, aunque más fuese para entretenerse ensanchando las horas entre descansados palabreados. Mientras escuchaba atentamente su relato, que más se parecía a un monólogo que a un diálogo entre dos humanos, pude apreciar en el aposento un halo medio decadente, no en el sentido de empobrecimiento del Anécdotas de la Vida
Página 61
contexto, o de estar deteriorado por la mala conservación o falta de aseo; más bien, lo notaba como que estuviese eclipsado y marchito por la falta de evolución del tiempo dentro de la casa. Asimismo, advertía como si evidentemente él se permitiese una carencia de ilusión, o hasta de una privación de voluntad para renovar dentro de la prosperidad y del progreso que la vida actual proporciona a los individuos. En cuanto todas estas cavilaciones iban sucediendo en mi subconsciente, creí entender que el vivo retrato que emanaba de esos ambientes, más se asemejaba al de un espejo que insistía en reflejar la propia imagen de los habitantes de la residencia, exteriorizando por intermedio del reflejo, un claro perfil de los avanzados años de éstos y de la propia decrepitud de los mismos. Por otro lado, aquellos aposentos no asentaban una uniformidad de estilos entre los diversos mobiliarios y utensilios que estaban esparcidos por los recintos, salas y alcobas de la residencia. Se apreciaba una relativa promiscuidad de formas y géneros contrastando entre modelos Luis XV, Imperial y Moderno, sin alcanzar a mantener una armonía en todo el conjunto de la vivienda. Al observarlos inadvertidamente, no se lograba distinguir la predilección de sus dueños, y no se percibía Anécdotas de la Vida
Página 62
claramente la enunciación o una tendencia de gusto definido, o una cierta complacencia por algún género predominante de decoración. Extendiendo mi perspicacia analítica, evalúe que la construcción de la vivienda en sí, no era vetusta ni mal conservada, pero tampoco exhibía una línea de estilo específico que la destacase dentro de las demás construcciones que se extendían por el resto de aquella calle; así como del mismo modo no presentaba una coloración determinada en la textura de sus paredes y aberturas; pero de igual forma, no podía negar que era una residencia vistosa y alegre, edificada en medio de un jardín bien conservado, en donde se lucían alborozados macizos de nardos, clavelinas, rosales y petunias. Entre tanto, la conversación entre nosotros se iba desarrollando de manera placida con los ocasionales comentarios de las amenidades de la vida, y entrecortada por opiniones de sucesos acaecidos recientemente en nuestras familias, o por algunos de los ocurridos por el resto de la humanidad, como una manera de poder entretener confortablemente la irregularidad de nuestro encuentro y saltear las horas. Pero de pronto su voz me embistió grave y envuelta en un razonamiento sin nexo, no existiendo en sus palabras enunciadas ninguna conexión con los temas en alocución. Anécdotas de la Vida
Página 63
Fue en ese instante, que escuché aquella voz inquebrantable, ronca, inalterada, que me preguntaba sorpresivamente: -¡Me gustaría que tú interpretases el siguiente enigma!,
-cuando pasó sin más
a recitarme
a
continuación la siguiente narrativa: -Cierto día, un hombre, al salir de su casa por la mañana y atravesar la vereda del jardín, se encontró con un enorme caracol que estaba atravesando lentamente la misma. De pronto, desprevenidamente, éste se agachó, lo tomó entre sus dedos y lo arrojó violentamente hacia atrás y por arriba del techo de su casa, haciendo que el pobre animal se despeñase en el patio del trasfondo de la residencia… -hizo una breve pausa para tomar aliento, y continuó-: El asustado caracol, después del evidente desplome y afectado por el fuerte impacto que recibió, permaneció durante algún tiempo desvanecido y sin sentidos por entre los yuyos del huerto. Cuando por fin despertó de su desmayo, notó que tenía fragmentada una parte del caparazón, motivo que lo imposibilitaba de poder retomar de inmediato sus movimientos normales… -realizó una nueva pausa para recuperar el aliento, y prosiguió diciendo-: En razón de los hematomas recibidos, el desdichado caracol desdió primeramente recuperarse de las heridas y aguardar en reposo hasta Anécdotas de la Vida
Página 64
recobrar el estado normal de su cuerpo, escogiendo para ello ocultarse entre las rizomas de algunas plantas que se encontraban cerca de allí… -entonces efectuó otra corta pausa, y agregó-: Transcurrieron meses y meses para poder sanar medianamente sus contusiones; y cuando un cierto día, percibió que ya se encontraba en condiciones de poder aventurarse a salir al exterior y retomar sus andanzas; salió de su escondrijo para enfrentar otra vez la vida. -¡Bueno!, -me indicó con un ademán de brazos como buscando abreviar la historia, o tomar un nuevo aliento, y prosiguió con la narración:- El lento animal, flanqueado por su parsimonioso arrastrarse, demoró más algunos meses para poder llegar nuevamente al frente de la casa y poder atravesar de manera anónima la vereda del jardín. De cualquier modo, -me garantizó mirándome fijo a los ojos, -no podemos olvidar que ya se había pasado casi un año desde aquel trágico incidente que casi lo destruyó definitivamente, y como en una exacta repetición del destino, esa cierta mañana, el hombre volvió a salir de su casa y advirtió al indiferente caracol languidecido en el medio de la calzada… Absorto por encontrarlo allí, éste lo miró fijamente y le preguntó: ¿Hay algún problema entre tú y yo?, pues si no lo hay… ¿por qué motivo tú insistes en perseguirme? Anécdotas de la Vida
Página 65
A bien de la verdad, yo aún estaba concentrado y anhelante por pretender enterarme del final de su relato, cuando él me sorprendió desconcertado, intimándome casi provocadoramente con una nueva pregunta: -¿Entendiste el misterio de la narración?... Si la alcanzas a vislumbrar, entonces tú debes responderme la interpretación que le das al escondido enigma de este hecho -puntualizó con mirada avizora. En verdad, yo me quedé estupefacto por la incoherencia de la narración y por la propia paráfrasis que debería darle a la misma, pues lo cierto, es que yo notaba que no existía un vínculo o motivo coligado al hecho, a no ser por la propia comicidad del cuento, y por notar que esa utopía tampoco poseía una metáfora explícita en todo su contexto. La perplejidad que me causó el motivo de intentar descubrir el impulso que lo había llevado a contarme la historia, y la de ambicionar interpelarme para buscar en ella algún misterioso enigma, pronto me despertó en la conciencia una leve desconfianza de su senectud desvariada, induciéndome a pensar de que tal vez ya comenzase a fallarle la coordinación de las ideas y la correcta ordenación del razonamiento. En pocos instantes percibí que yo estaba intentando analizar los motivos, concluyendo que sería posible que Anécdotas de la Vida
Página 66
esa actitud fuese un posible reflejo involuntario que tenía origen en la propia dosificación de los compuestos medicinales que le eran suministrados, y de que éstos probablemente fuesen los responsables directos por los determinados actos indescifrables que él me expresaba. No sé, es probable que en mi cavilación sólo hubiesen transcurrido algunos escasos segundos, pero de pronto percibí estampado en su rostro, que lo había invadido una exagerada perplejidad por yo estar manifestando una demora en la respuesta, y exponiendo una preocupación innecesaria e inverosímil para quien hasta ese entonces, pensaba que había mantenido un correcto comportamiento. La actitud por él asumida, significaba que yo había sido el responsable por exteriorizar una probable ignorancia frente a un delicado misterio que tan necesariamente aguardaba por un categórico e despectivo juzgamiento de algún erudito. No en tanto, cuando le expuse con toda franqueza que no encontraba un sentido explícito o un conexo coherente en la charada por él descripta, presentí la dureza repentina de su voz, con la que exhibió una reciedumbre encolerizada y agria hacia mi actitud, como si estuviese acusándome de que me faltase la convenida probidad y la honestidad, para qué, por lo menos, yo Anécdotas de la Vida
Página 67
intentara mantener un diálogo en un nivel intelectual para su merecida altura. Sentí que prontamente lo había invadido una desmedida acrimonia ahora cincelada en las facciones, y con una dureza inexplicable que venía acompañada de frases críticas e insolentes para con mi compostura, donde enarboló un sinfín de improperios sueltos entre palabras amargas y desconectas, como las que se pueden percibir en todas aquellas personas que aguardan con determinada certitud, por la rectificación de una respuesta de acuerdo con sus ordenados pensamientos. Repentinamente, como si nada hubiese ocurrido entre él y yo, mudó la lucidez del semblante en una rapidez espasmódica, retornando a exhibir la misma imagen aplacible y abatida con que me recibió al inicio de mi visita, cuando retomó nuevamente la conversación coloquial desde una frase lejana, en donde fue rememorando algunos hechos del pasado, y en muchos de los cuales ya ni me acordaba que estos tuviesen ocurrido. Esas idas y venidas de genio y pensamiento que exteriorizaba su temperamento, me despertó una tácita incertidumbre sobre su verdadero estado de espíritu y la correcta conexión intelectual de los hechos acaecidos, donde demostraba, o tal vez yo percibía, que existía un Anécdotas de la Vida
Página 68
ligero deterioro o disminución sutil de la capacidad de funcionamiento de su cerebro. Es probable que en ese momento, mi perspicacia careciese de la experiencia de poder comprender claramente si sus actos eran meros achaques de petulancia,
o
una
demencia
que
principiaba
a
desarrollarse, permitiendo embotar mi análisis en una única y simple reflexión, describiéndolo mentalmente como tratándose de un viejo arrogante y engreído, donde la intelectualidad de otrora no le consentía sosiego de ánimo. Absorto en mi indagación mental, casi no percibí que nuevamente estaba expresando un balbuceo de frases duras y acerbas, en las cuales me incriminaba por estar incluido entre el rol de los familiares que proyectaban eliminarlo, para luego después de su muerte, poder dividir su patrimonio, acusándome de que mi visita sólo servía como un motivo de investigación de las actividades que él ejecutaba en sus solitarias jornadas. Luego de inmediato presentí una mirada frívola que partía desde la indiferencia de sus ojos, haciendo que ésta penetrase punzantemente por mi corteza, y con la cual me trasmitía con su contemplación una sensación de sentimiento de odio reprimido que me causó un profundo malestar. Anécdotas de la Vida
Página 69
Comencé a sentirme incómodo frente a estas actitudes y por el propio tratamiento que él me destinaba, siendo embarazoso para mí el hecho de tener que continuar impávido a contener mis palabras y demostrar una total insensibilidad ante tan gratuitos agravios. Sin más ni menos, rápidamente inventé una disculpa educada para expresarle la apresurada necesidad que requería para dar por terminada mi visita, pues ideé que había recordado que debería apresurarme para concurrir a una improvisada cita con una muchacha que había conocido recientemente, la cual me estimulaba muchísimo interés, tanto por la belleza como por la intelectualidad que ésta poseía. Al terminar mi fantasiosa narrativa, descubrí que desde sus ojos se desprendía una pequeña lágrima que lentamente iba rodando por sus arrugadas mejillas; y desde su boca emitió un tenue sollozo envuelto en una voz de susurro, en la que distinguí que él lamentaba sinceramente mi repentina decisión de abandonar su compañía, como si presagiase que mi decisión era una disculpa establecida para alejarme de la reunión. Sin lugar a dudas, ese escenario me causó un profundo sentimiento de culpabilidad, al que puedo afirmar con relativa seguridad, que de una manera precipitada, éste se delineó muy explícitamente en mi Anécdotas de la Vida
Página 70
semblante, causándome una aprehensión perturbable desde el punto de vista emocional. De cualquier modo, tuve las suficientes fuerzas para mantener mi sentencia de retirarme del local, sin necesidad de continuar a escuchar las perturbaciones de su espíritu. Después de la despedida, partí empeñado bajo la promesa de repetir mis visitas más asiduamente, y con el firme compromiso de poder debatir conjuntamente algunos temas concernientes y vinculados a la lectura de sus libros, como si estuviese asumiendo una deuda moral para reparar el daño que le causé con mi repentina y menoscabada partida. En todo caso, continúe mi caminata con la incertidumbre interior que éste longevo hombre había causado en mí.
Anécdotas de la Vida
Página 71
Insólito Homicidio
Al abrir la puerta de la vivienda, sin duda que el primer estremecimiento que irrumpía en la mirada de cualquier persona, era la imagen de aquel cuerpo recostado en el sofá, con la cabeza inerte pendiéndole hacia el costado derecho, como queriendo interpretar el icono de un individuo de entrada edad entregado placenteramente a un despreocupado descanso de una mañana cualquiera de su vejez. A decir verdad, el cuadro allí desdibujado no era justamente aquello que se percibía en la primera contemplación, pues aquella armonización caracterizada pertenecía meramente a un organismo inerte, a una esfinge ya sin vida, exánime totalmente de movimientos. Virtualmente, todo allí hacía parte de un impotente diagrama que se desenvolvía frente a la inicial fetidez que emanaba por el ambiente putrefacto, proveniente del propio proceso de descomposición del cadáver.
Anécdotas de la Vida
Página 72
Pero antes de poder emitir un fallo preliminar solamente con base en las informaciones de esa primera reflexión,
me
resultaba
menester
descubrir
la
clarificación del episodio ocurrido, revisando todo lo contiguo al contexto de aquella morada, llevando en cuenta que el local del crimen se trataba de una casa demasiado común, que estaba situada en una calle polvorienta, sin una clara dilucidación de lo que era la propia calle o la misma vereda que limitaba las viviendas simples que componían toda la barriada de aquella zona. En aquél distrito estaba situada una comunidad compuesta de gente humilde, con habitaciones hechas de a pedazos, uno de cada vez; en los que se notaba que cada uno de ellos se habían ido construyendo de acuerdo con las disponibilidades económicas que ésos habitantes disfrutaban en los diversos momentos de sus vidas. Construcciones que sin duda eran levantadas con una precariedad de elementos y materiales, y los que primeramente deberían caber en cuantificación de valores dentro del bolsillo, para después ir repitiendo idéntica operación para cada determinado instante en que ocurrían las diversas etapas de la edificación. Para ser sincero, bastaba una mera mirada, para notar que por allí no existían lujos o extravagancias, ni por afuera ni por adentro de esos hogares, visto que estos Anécdotas de la Vida
Página 73
nativos se concentraban en poseer lo mínimo necesario para una amoldada subsistencia, y conformándose en disfrutar la vida con los propios recursos con que alcanzaban a complacerse. En una rápida ojeada por los alrededores, se notaba que los que poseían algún bien de determinado valor implícito; el mismo se resumía a un vetusto automóvil con el esqueleto externo transformado en chatarra, y totalmente carcomido por el herrumbre, y sumándose a esto, se notaban los claros señales de deterioro interno de los mismos. En verdad, muchos de esos carromatos estaban con los motores desarmados y con llantas sin surcos; los cuales, en la mayoría de los casos, permanecían estacionados a la intemperie, como pretendiendo querer ostentar el baluarte de propiedad de esa familia que, posiblemente en sus mentes, sirviese para reflejar un cierto mayorazgo ante sus vecinos. La vivienda en que nos encontrábamos, era hecha de ladrillos simples, donde cada pieza estaba encadenada por unos enmarañados de elementos de adobe dispares entre sí, donde algunos presentaban un tono rojizo tan anticuado, que desentonaba en color y tamaño cuando estaban contrapuestos frente a otros de más reciente fabricación. Algunas de las ventanas habían sido fabricadas con madera, en cuanto otras habían sido Anécdotas de la Vida
Página 74
confeccionadas con hierro y chapas de metal ondulado. Algo muy similar a lo que era posible notar en las propias ventanas y puertas de la casa de los aledaños. La propiedad en cuestión estaba cercada por una pocas líneas de alambrado en condiciones bastante deteriorada, y que parecían estar allí por el simple hecho de intentar delimitar territorialmente el contorno rectangular de tierra que pertenecía al anciano. Era un terreno donde en alguna época, alguien había comenzado el asentamiento de la vivienda. No había plantas ni flores desparramadas por los diversos espacios vacíos de la finca, como del mismo modo, tampoco existían árboles o matorrales que protegiesen el perímetro. Tampoco se divisaba por los alrededores del local, la existencia de cualquier animal doméstico como gato, perro o ave que sirviese de compañía para el victimado. Ni mismo existían las simples gallinas, que normalmente deambulan siseando por esos espacios libres, hasta que un determinado día, por la gracia de Dios, consiguen alcanzar peso suficiente y entonces, posteriormente mueren súbitamente dentro de una cacerola. Internamente, aquella casa mantenía la misma precariedad de todo el contexto del vecindario; poseyendo paredes desnudas y sin revoque de argamasa, con techos sin recubrir con cielorraso, y los que admitían Anécdotas de la Vida
Página 75
mansamente poder observar en la penumbra del ambiente, los pequeños puntos de luminosidad que se colaban por los diminutos orificios de las chapas de zinc del techado. Las puertas que separaban las habitaciones parecería que, desde mucho tiempo atrás, habían sido sustituidas por pesadas cortinas de cáñamo, y el piso del pavimento había sido construido con una miscelánea de embaldosados desiguales y desparejos. El dormitorio de la casa era bastante escaso de muebles en su interior. Resumiendo, había un camastro tradicional cubierto por un amasijo de sábanas y frazadas que permitía notar que estas hacían mucho tiempo que no eran oreadas y ordenadas. Había también un ropero de madera medio destartalado, donde las puertas del mismo no cabían dentro de los espacios del armazón, lo que permitía que las mismas insistiesen en pender cerradas a medias. De igual forma, en el mismo recinto existía una pequeña mesita de cabecera que ostentaba, irónica, una vela a medio usar que reposaba en pie sobre un plato de arcilla colmado de cerillas de cigarrillos ya consumidos, como queriendo de esa manera adornar unas fotografías viejas y amarillentas que parecían estar olvidadas por detrás de ella desde vaya a saber cuánto tiempo atrás. En una de las desnudas paredes del dormitorio estaba colgado únicamente un solitario cuadro con la Anécdotas de la Vida
Página 76
imagen del Sagrado Corazón de Jesús, donde se reparaba que el vidrio que lo cubría estaba quebrado y astillado en una de sus puntas, pero nada que denotase ser algún hecho reciente. Por otro lado, las vestimentas que la víctima tenía aparentemente para uso cotidiano, estaban depositadas sobre el respaldo de una silla de madera que estaba ubicada al lado derecho de la cama. En otro ambiente de aquella casa, el espacio que fuera reservado a la cocina, la apariencia allí dejaba percibir que no era muy diferente a la de las otras habitaciones, ya que en el local había una heladera maltrecha donde, con un poco de imaginación, se podía conjeturar que en algún momento el caparazón del mismo había estado pintado con una tonalidad celeste. Sobre un mostrador construido de material tosco, se notaban desparramados algunos utensilios que se encontraban descansando dentro de una pileta rebosada de platos, cubiertos y ollas, y aguardaban pacientemente que en algún determinado día o semana, les efectuasen su higienización. Había también una cocinilla de dos hornallas con un diminuto horno; la que me imagino serviría para la preparación de los alimentos. Completaba el reducido espacio una destartalada alacena que estaba repleta de Anécdotas de la Vida
Página 77
diversos trastos viejos, donde un escuadrón de avispadas cucarachas deambulaba pacíficamente por entre los restos y la mugre del local. La sala, donde aún se preservaba el cuerpo inerte y sin vida, tenía unos escasos muebles estropeados por el tiempo, lo que hacía difícil que en todo el conjunto se pudiese combinar una determinada igualdad, pues se constituían de un vetusto bargueño de madera oscura, una mesa redonda construida en madera de pino bruto, a la que acompañaba un juego de cuatro sillas simples con asiento de paja. Completaba el ambiente un sofá de dos asientos, donde yacía el fallecido en su descanso eterno, que por su vez, se hallaba recostado sobre unas almohadillas que parecían ya haber sido forradas de un tipo de tejido sintético deslucido y viejo. Sobre una de las esquinas de la sala había una pequeña mesita con un televisor tan antiguo como su dueño. En las paredes estaban colgadas, a la derecha, una cartulina descolorida con la imagen de un equipo de futbol que había sido campeón nacional en 1957; y por sobre el sofá, había un cuadro en donde, a través de la humedad y con algo de imaginación, era posible percibir que aparecía una imagen nebulosa de una playa imposible de poder identificar su localización.
Anécdotas de la Vida
Página 78
Analizando toda la perspectiva que rodeaba el local del asesinato, desde ya podíamos eliminar un claro motivo externo que pudiese incitar nuestra mente a pensar en tratarse de una víctima que fuera empujada a ese trance por alguna motivación de carácter económico por parte del homicida, pues conforme daba para constatar, en la vivienda no existían posesiones, bienes o valores que pudiesen provocar en cualquier sujeto una determinada codicia, tal era la precariedad del inmueble y de los propios aposentos. Descartada esa posibilidad, me detuve a observar atentamente la posición del hombre y las características de la herida que lo había ultimado. Entonces pude percatarme de que un delgado filete de sangre había corrido débilmente desde su oído derecho, dejándole un fino hilo de un reseco carmesí, que se había quedado marchito entre los pelos de una barba blanquecina. Los ojos estaban con los parpados cerrados como en posición de dormitar. El fallecido permanecía con la boca entreabierta en una actitud a partir de la cual se esbozaba una casi imperceptible mueca de padecimiento. El cadáver del anciano mantenía las manos con los dos puños crispados, contraídos de manera cómo quien se prepara para una lucha a trompadas, significando que era posible que hubiese intentado algún acto de defensa Anécdotas de la Vida
Página 79
frente al malhechor que lo atacó. Pero tampoco se notaba por allí alguna señal de forcejeo o altercado que expusiese alrededor, un explícito cuadro de reyerta. A simple vista, se interpretaba, tomando como base la colocación adoptada por el cuerpo, que el hombre se ubicó directamente en el sillón por sus propias fuerzas, tal vez haciéndolo solamente algunos instantes después de una supuesta agresión y un poco antes de fallecer. Era una condición que permitía dilucidar que, si hubo un acto de violencia, evidentemente éste no se habría practicado en esa posición. Una revista más minuciosa del cuerpo hacía posible eliminar la identificación inicial de algún señal de magulladura o contusión que proyectara desde su orificio un mínimo caudal de sangre que indicase el local de la herida; pues en el caso de que ésta hubiese sido practicada por alguna arma de fuego, cuchillo o cualquier otro objeto contundente, expeditamente se observaría un vestigio, y pudiese existir una abertura por donde hubiese escurrido el líquido rojo de la vida. Pero lo que me había llegado a intrigar, era la mancha cardenal que le subía propagándose desde el pecho hacia el cuello y una parte de la carótida izquierda, que le dejaba bajo una piel arrugada un tono violáceo
Anécdotas de la Vida
Página 80
oscuro mucho más intenso que el color desvaído y cadavérico de todo su cuerpo. Tampoco se notaban indicaciones de qué alguna soga, alambre, cable u objeto similar hubiese sido utilizado para inmovilizarlo, pues al operar de ésta manera, invariablemente, esa estratagema tendría dejado determinadas marcas perceptibles a simple vista. Del mismo modo, no había ninguna demostración, fuera de la suciedad de las mismas, de que las ropas que vestían la víctima estuviesen ajadas o rasgadas, lo que dejaba claro poder evaluar que no hubo, o no existió, forcejeo o combate entre los contrincantes. Como el cuerpo inerte estaba totalmente vestido y en sus pies llevaba unos calzados simples y bastante deteriorados, alcancé a conjeturar en el momento, que el crimen, era bien probable que se hubiese practicado durante el transcurso del día; pues sería obvio deducir, que si el hombre tuviese sido sorprendido en la madrugada, sus vestimentas serían bien diferentes a las que llevaba en el momento de su muerte. Fuera del desorden normal que existía en los escasos objetos internos de la vivienda, podía percibirse claramente la falta de una limpieza y esmero más obstinado por parte del habitante del local; pero todo allí guardaba un aparente orden simétrico, sin notarse Anécdotas de la Vida
Página 81
papeles desparramados aleatoriamente por el suelo o cajones dados vuelta en señal de una búsqueda apresurada; así como tampoco habían muebles, objetos o elementos en desaliño que pudiese despertar la inmediata atención de quien los observase. Aparentemente todo estaba en su lugar. De la misma manera, en la parte externa de la casa, no había asomo que despertase repentinamente la atención. No había huellas estampadas en los pastizales, o en el propio camino de tierra; de igual forma, no encontré señales de ventanas abiertas de manera forzada, o con signos de que la abertura de las mismas hubiese sido realizada con el uso de violencia, como tampoco lo había en la puerta de entrada. Los vecinos lindantes más cercanos al domicilio, tenían las edificaciones a escasos metros del local, pero parecerían estar ensimismados en un silencio dentro de sus pensamientos aletargados, pues ninguno de ellos demostraba que en algún momento hubiesen notado algo insólito; ni cualquier movimiento de personas extrañas o mismo conocidas. De la misma manera, al ser interrogados, éstos expusieron no tener el conocimiento, o mismo haber escuchado cualquier barullo diferente a los que usualmente eran percibidos en los alrededores, y algunos Anécdotas de la Vida
Página 82
agregaron
alguna
que
otra
indicación,
sobre
el
antigregario comportamiento del fallecido. Esto también era algo que me dejaba intrigado y perplejo, pues debido al tipo de precariedad de los materiales con los que estaban construidas las moradas, era de suponer que cualquier ruido extraño que ocurriese, necesariamente éste debería escurrirse rápidamente por los poros de esas precarias paredes y llegar claramente hasta los oídos de los vecinos. De tal modo, poco a poco fui descartando las opciones axiomáticas e incontrovertibles del caso, y era innegable que estábamos posicionados frente a un misterio que demandaría mucha sagacidad y perspicacia para lograr llegar a su elucidación. Un hecho que indudablemente requeriría una minuciosa investigación y un posterior y atento análisis de todos los aspectos que lo circundaban. Sin lugar a dudas se trataba de un asunto que pronto envolvería a una buena parte de todo el equipo de especialistas que se verían involucrados en la clarificación de esta trama, especialmente intentando descubrir aquellos imperceptibles detalles que escapaban de la simple observación inicial. Ciertamente que, en virtud de lo corroborado, sería necesario aguardar por los levantamientos técnicos y las pericias a realizar, juntándolas con las informaciones que Anécdotas de la Vida
Página 83
estaban siendo realizadas en el perímetro, así como también era imperioso esperar por el resultado de los análisis provenientes de la disección del cadáver, y de la interpretación que el médico legista daría cuando finalizase la autopsia, para sólo entonces poder dar seguimiento a la investigación. De cualquier manera, el hecho en sí, no dejaba de ser un claro desafío profesional para mi corta carrera de investigador, aunque obviamente, por la dificultad que presentaba la circunstancia de no poder encontrar fácilmente la motivación y el responsable, o responsables por el asesinato, estaba convicto que haría del mismo un caso más, y que dentro de muy poco tiempo este se sumaría a los otros tantos que dormitaban en los polvorientos anaqueles de la comisaría en la que yo trabajaba. Infaliblemente, con el pasar de los meses, la referida carpeta de este proceso tendría la ingrata oportunidad de tener que competir con los demás casos insolubles, donde pasarían a disputar entre sí la acumulación del polvo y la humedad entre los estantes de la misma.
Anécdotas de la Vida
Página 84
Ingratitud
El boliche continuaba a estar localizado en la misma esquina del barrio desde muchas décadas atrás; probablemente desde que se había fundado aquella barriada; aunque, elemental, que su presente dueño no fuese el precursor de ese preciso negocio. Quién actualmente se encargaba de explorarlo comercialmente, era el gallego Manuel, que desde hacía casi cuatro décadas había comprado el establecimiento a los antiguos propietarios, justo en el momento en que, inquebrantable, había determinado que estaba en la hora de trabajar para otros, pasando de ahí en adelante a administrar su propias dependencias. Aunque con su determinación, estaba dando proseguimiento a la ejecución del mismo tipo de labores que aprendió a desempeñar desde que había emigrado un día de su madre patria. El local, en realidad servía de reunión casi diaria y asidua de los mismos individuos que residían por las calles aledañas. Los había de todas las cualidades y conductas, pero la mayoría acostumbraba reunirse allí para matar el ocio que les sobraba en sus vidas, cuando Anécdotas de la Vida
Página 85
pasaban a entretenerse por horas alrededor de mesas abarrotas de similares gentes que competían entre ellas al recrearse en el juego de carteado, que podía ser el chinchón o el truco, o jugando al dominó. Más alejado y en un rincón del salón, también había una mesa grande de paño verde donde se jugaba al billar; un otro de los espacios que reunía un sinfín de holgazanes aficionados. Prácticamente, todos los clientes acudían al bar en el periodo vespertino, cuando la mayoría retornaba de sus labores y, por algún motivo intrínseco, huían hasta allí para ensanchar las horas sobrantes, dilapidando el tiempo entre diversas recreaciones y aperitivos, y hasta ocasionalmente degustando algunas fruslerías. Mientras tanto, una vez allí, iban contándose historias, inventando cuentos, relatando memorias, conversando de amenidades o enarbolando comentarios deportivos o políticos, conforme fuese el tema principal del momento. Varias veces allí se organizaban tremendas comilonas entre los propios integrantes más allegados a la barra de amigos. Entretanto, don Manuel, recubierto con su capa de santa paciencia de monje franciscano, estoico y ganancioso, se encargaba de servirles vueltas y más vueltas de vino, grapa, caña, vermut, y hasta whisky para los más pudientes. Y con el mismo etilo cordial, servía Anécdotas de la Vida
Página 86
cervezas para los más jóvenes, o refrescos para los más precavidos, o enfermizos; y a todos los despachaba con algunos potecitos de maní, o sirviéndoles sándwiches de mortadela, medialunas de jamón, empanadas de carne picada, y otras amenidades que ayudaban a matar el hambre y engordar su caja. Vale decir que el ambiente del local era de amistad, camaradería y compañerismo entre todos los que allí acudían, pues algunos de los mismos hasta eran consanguíneos entre sí, o allegados en afinidad por causa del destino que un día los había unido en un parentesco familiar como consecuencia de los cruzamientos entre esas castas que se desparramaban dentro de la misma jurisdicción de aquella barriada. Muchos de sus antiguos clientes ya habían partido por causas de sus propias demandas; o se habían muerto de viejos, o terminaron por cambiar de parajes por diversas razones; por tanto, muy pocas veces aparecía en el lugar algún individuo extraño o desconocido de todos, o mismo, alguien que no hiciera parte de esa comunidad. Los que allí concurrían, eran siempre las mismas caras, que tenían las mismas razones, los mismísimos motivos que los hacían reunir al borde del mostrador para contar sus odiseas, sus desesperanzas, sus afanes, sus propias peloteras. Anécdotas de la Vida
Página 87
Algunos de éstos prosaicos clientes se apoyaban en el borde del largo mostrador como si fuesen “caballo de policía”, dejando que el peso del cuerpo descansase sobre una pierna, mientras que la otra permanecía flexionada y recogida. Pero la verdadera historia nada tiene a ver con el bolichero, ni con el propio negocio en sí, porque la razón de la misma se atiene a un caso específico sobre uno de los antiguos clientes del bar, quien, inusitadamente, le había tocado vivir una contingencia insólita después de tantos años de existencia parrandera. En el bar todos lo llamaban de Seca, porque su nombre era José Carlos y, como José Carlos es muy largo para pronunciar, se lo habían reducido a ese apodo de cuatro letras con que él siempre respondía. En todo caso, era un ser humano alborotador, divertido, jaranero, humorista y hasta bonachón por así decir, dentro de sus cuarenta y algunos años. En verdad, Seca parecía más avejentado de lo que era, por causa de su prominente barriga, su cabeza casi calva, y su ropa medio desprolija. Lo cierto, es que un buen día, o mejor noche, por causa que el encuentro se dio en el luzco fusco del ocaso, cuando Seca se encontraba cómodamente recostado en la barra del mostrador paladeando su primer vasito de caña Anécdotas de la Vida
Página 88
con vermut, reunido con toda su pandilla de compadres del albedrío, de pronto vio pasar por la acera del frente del bar, la figura de un viejo conocido de parrandas. Inmediatamente, como tocado por un resorte invisible, corrió hasta la puerta y gritó: -¡Neneeé! ¿Qué haces por estos pagos… Andás perdido? El hombre, sorprendido al oír el grito y su apellido, pronto paró su parsimoniosa caminata y volvió la cabeza para identificar quién lo llamara. Turulato, encontró figura de su antiguo camarada de francachelas de juventud, parado estático como estatua de general en plaza pública, bajo la luz opaca de la puerta del boliche, y con los brazos alzados al cielo en señal de súplica. Tenía una sonrisa que se mostraba de oreja a oreja, en un rostro redondo como pelota de futbol. El individuo volvió sobre sus mismos pasos y fue al encuentro de éste, que, con una fisonomía medio conturbada, lo escuchó decir: -¿Cómo andas, Poliomielitis?... ¡Cuánto tiempo, no!, -le dijo Seca, porque en realidad, el apodo de él en la época de juventud, era ese mismo. A los amigos se les había ocurrido llamarlo así por causa de que, cuando enamoraba, le gustaba atacar a las más jovencitas.
Anécdotas de la Vida
Página 89
Al momento, Seca lo observó reparando en su viejo amigo, una juventud que se desprendía dentro de un cuerpo atlético. Notó que no tenía casi barriga, el pelo oscuro y ondulado todavía estaba todo sobre la cabeza. El hombre era altivo y bien trajeado, de camisa celeste a listitas blancas y una corbata roja como la sangre, sin ninguna arruga en el rostro, liso, liso. Los dos tenían la misma edad, aunque sin embargo, el otro parecía que había sido beneficiado por la mano de Dios para poder conservar todavía aquella frescura de mocedad en su estampa. Al encontrarse, ambos se abrazaron envolviendo los cuerpos con sus brazos y dándose efusivos golpecitos de mano en las espaldas. Al inicio, los dos se quedaron mirándose por escasos segundos y riendo, hasta que Seca resuelve romper el silencio y le dice: -¡Qué haces máaacho!... ¿Cuánto tiempo sin verte?, debe hacer como… -Veinte años… O algunos pocos más tal vez, -le respondió Diego, que era el nombre verdadero de Nené. -¡Sí, por abajo!..., deben ser unos veintitrés ya… -asintió Seca confirmando en tono afirmativo. -Ya ni me acuerdo más de la última vez que nos vimos… ¿Creo que fue en el baile del Cheche?, después
Anécdotas de la Vida
Página 90
de aquella batahola que se armó… -expuso Diego con una sonrisa sarcástica. -En realidad, vos no te podes acordarte de lo que ocurrió aquella noche… Estabas más borracho que tonel de vino, y vivías abrazado de aquellas pituquitas de mala muerte –le retrucó Seca con la misma sonrisa de su amigo. -Exactamente, ¡fue ahí! -le confirmó el Diego con su pinta de muchachón joven. -En todo caso, vos eras terrible con las nenas… Un flor de sinvergüenza, eso sí… ¡Hee!, todos te envidábamos porque tu desfachatez era insuperable. No se te escapaba nada que pesase arriba de cuarenta kilos y caminase… -continuó ratificando Seca, sacando del baúl de la memoria recuerdos del pasado. -¡No digas eso, José Carlos! Fue una otra época… –apuntó Diego, expresándose con una voz modesta y una sonrisa medio forzada. -Pero… contame loco… ¿Qué haces aquí por mi barrio?... Veníii, tomate un trago con mis amigos y así charlamos un poco más. -insistió Seca. -En verdad, yo iba para tu casa… –Diego le respondió de sopetón, mientras acompañaba sus palabras con una mirada mansa y especulativa.
Anécdotas de la Vida
Página 91
Para abreviar la historia, allá se fueron charlando los dos a la casa del otro y, al llegar, entró Seca por el corredor de los apartamentos donde vivía, arrastrando su viejo amigo por el brazo, mientras desde la puerta le gritaba a su mujer: -¡Viejaaa…! ¡Mirá con quien me encontré en la esquina!, ni lo vas a creer –vociferaba con una exagerada alegría estampada en su rostro. Al llegar a la sala, Maruja, que era la esposa de Seca, no lo reconoció. En verdad, nunca lo había visto en la vida. Por tanto, era imposible que lo conociera. -Pero es Nené, vieja… ¿No te acordas que yo siempre hablaba de él?… ¿Qué siempre lo nombraba cuando te contaba las farras de soltero? Sin que Maruja alcanzase a decir un ay, Seca se volvió para su amigo, y lo fusiló con una pregunta: -¿Vos te acordas de aquella vez que estábamos en un casamiento, mamados hasta la médula y rodeados de…, ni me acuerdo de qué muchachas, y vos le hiciste la zancadilla al mozo, y el tipo se desparramó con la bandeja de masitas y sándwiches arriba de aquellas viejas coquetonas…? -a Seca las palabras no le salían clara, pues las pronunciaba en medio carcajadas que hacían parecer aquel rostro redondo y blanco como si fuera una luna llena. Anécdotas de la Vida
Página 92
Antes que Diego pudiese defenderse del dislocado e inoportuno comentario, el diálogo fue cortado por una delicada voz femenina: -¿Pero, quién es Nené? –preguntó Maruja, un poco absorta por la visita que el marido le traía a su casa. -¿Poliomielitis? ¿Quién más? En ese instante, Seca se desparramó riendo en el sofá, y soltando otra vez una sonora carcajada, después que había llamado a su amigo por el apodo de juventud notando la expresión de síncope que se había estampado de rayano en el rostro. -Pero vos tampoco eras sopa, mi amigo. No te perdías ninguna jarana… –halló oportuno retrucar Diego, al intentar apagar la imagen destorcida que la palabra pronunciada podría generar en la mente de la jovial mujer, esposa de Seca. -¡Veníii!... Sentáte conmigo aquí en el sillón y vamos recordar un poco los viejos tiempos, –insistió el anfitrión, emanando felicidad por los poros. -No… Es que no sé… Mejor… -inició a responder Diego tartamudeando sin saber qué hacer. La mujer, que se sentía medio dislocada en medio de aquella repentina reunión, buscó con palabras corteses emitir alguna disculpa que le permitiese escaparse hasta la cocina para preparar la cena, pues tenía la intención de Anécdotas de la Vida
Página 93
finalizar los arreglos para recibir y agasajar a su hija y el novio, que los vendría a visitar. -¡Viejaaa…! Traéte dos vasos con hielo para que me pueda tomar un aperitivo con Nené, -Seca le pidió a la esposa, aprovechando su ida para la cocina. Al quedarse solos en la sala, Seca retoma otra vez la conversación y le comenta al amigo: -Fijáte que justo hoy, viene la Chola… ¡Cholita, mi hija…! ¿Te acordas? Ella nos trae al novio para que lo conozcamos… Parece hasta mentira que soy casi suegro. Apresuradamente, sin permitir que Diego esbozase algún comentario, vuelve a interpelarlo diciendo: -¿Vos te acordás de la nena, no?, ¡Cristinita!, a quien cariñosamente llamamos de Chola, pero creció, ella ya anda por los veintidós años… El tiempo se pasa volando, amigo. -¡Sí, la conozco! –Diego le respondió seco, taxativo, exponiendo una entonación reservada y con una mirada fija en los ojos del amigo. Pero después del corto silencio que se interpuso ante las miradas absortas de los dos, Seca meneó la cabeza y haya por bien preguntarle: -¿Qué era lo que vos venias a hacer aquí en casa? -¿Yo? -responde Diego, sorprendido. -Sí, vos… ¿No dijiste que venías para mi casa? Anécdotas de la Vida
Página 94
-A decir verdad, José Carlos… Venía a hablar contigo… -¿Algún motivo importante? -indagó Seca en voz baja, ensimismado por el encuentro y la visita. -¡Yo soy el novio de Cristina! -le expuso Diego de manera firme y contundente. Un gran mutismo tomó cuenta del lugar, justo en el momento en que Maruja llegaba con los vasos en una bandejita, y al verlos así, pregunta: -¡Eééé!, que silencio, que caras… ¿Ya se acabaron las reminiscencias?, -les pregunto incrédula, mirando aquellas fisonomías taciturnas, consternadas, tétricas, hurañas… Mudas. Los tres continuaron algunos segundos sin decir palabra, en una extensión de tiempo que más parecía ser horas, cuando entonces Diego resuelve quebrar la monotonía diciendo: -Bueno… ¿Qué te parece? ¿En qué estás pensando, Seca? -Para decirte la verdad… No sé si te rompo la cara a trompadas, o te doy un tiro y… –alcanzó a gritar el padre de la nena… Su querida Cholita, ya con veintidós años recién cumplidos. -¿Por qué? Tanto te impresionó mi actitud y la de… -pero Diego no alcanzó a terminar su frase. Anécdotas de la Vida
Página 95
-¡Qué cosa…! ¿Qué les paso a ustedes dos? Apenas salgo por algunos minutos, y ustedes ya están en posición de beligerancia, -los interpeló Maruja, la mujer. -¡Nada…! Lo nuestro es pelea antigua… No te metas, -le responde el marido. -¡No, yo sé que no lo es! -retrucó ella-. ¿Pasan veinte años sin verse, y cuando se encuentran quieren agarrarse a trompadas? Aprovechen, hombres, tómense un aperitivo, recuperen historias perdidas, al fin de cuentas… -buscó decirles como intentado apaciguar la situación. En ese momento, Seca mantenía la mirada perdida, la cual divagaba entre el taje azul marino y la corbata roja que Diego exhibía en su gallarda estampa, y los colores de la acuarela del cuadro que estaba colgado por detrás de su amigo. Sólo para quebrar el silencio sepulcral que había en la sala, a la mujer se le da por comentar: -Nuestra hija nos dijo que hoy viene a visitarnos su novio… Fíjese esa juventud de hoy… Sólo nos cuenta las cosas cuando ya son un hecho… ¡Bueno!, otras ni eso hacen… Hago votos para que salga casamiento. Cuando la mujer terminó de pronunciar la última palabra, en ese instante Seca salta desde su lugar confortable y le grita con una voz aguda: Anécdotas de la Vida
Página 96
-¡No, no viene, nooo! -¿Pero, cómo sabes?... ¿Llamó por teléfono?... ¿Por qué no dijiste? –alcanzó a preguntar absorta doña Maruja, envuelta en palabras de consternación. -¿Cómo era que decíamos cuando salíamos de noche por ahí? ¡Familias, tranquen a sus hijas que soltaron los…! –llegó a pronunciar Seca un poco reminiscente, sin responder a su esposa. -No… ¡No digas eso! Ella es una chica maravillosa y yo estoy locamente enamorado de ella, –le confiesa Diego. -Haceme el favor, pará de una vez con esa conversación canallesca… No me vengas con esa de mujer asombrosa, ni con pasión de vejez… Asumí tu idiosincrasia de hijo de p….. Y Maruja, allí parada en medio de la sala, absorta en ese diálogo de palabras duras, y sin conseguir entender nada de lo que pasaba. -¡Yo no tengo la culpa! –intentó disculparse Diego, añadiendo: –de que hoy, vos estés del otro lado… ¡La vida es así! -¡Salí de mi casa! Andate de aquí antes que te de una patada en donde tu vieja te metía el termómetro…, y por encima, termine reventándote a trompadas… Me das asco con esa pinta de…. –comenzó a insultarlo Seca. Anécdotas de la Vida
Página 97
En eso, la mujer tomó rápidamente a Diego por el brazo y lo acompañó hasta la puerta, donándole media docena de palabras amables para intentar justificar el genio rancio de su marido. Cuando Maruja volvió a la sala, escuchó la expresión del marido preguntando: -¿Por qué yo no tengo un traje azul como el de él?, -y lo vio dejarse caer pesadamente en el sillón, con la mirada perdida en la acuarela colgada de la pared. Él, que en su juventud había sido el “Rey de la Cumbia”, que hoy era el campeón de truco en pareja, que ahora se sentía inmensamente más viejo que su inolvidable amigo Nené, estaba en ese momento, con la mirada muerta y el corazón apagado, como quien proyecta una señal de quien ya se entregó al destino.
Vital Resignación Anécdotas de la Vida
Página 98
En el silencio de la pieza, recostado en el espacioso sillón de la habitación, se había entregado a consagrar el instante actual tratando de meditar profundamente sobre los futuros pasos de su vida, sin llegar a percatarse que la música de su tocadiscos ya había cesado de emitir los armoniosos compases que cadenciosamente se diluían en la circunspección del momento. Sin embargo, el motivo del letargo requería que su mente se concentrase en la intención de poder arrancar de inmediato una trascendental resolución con la cual podría escoger correctamente su posterior y problemático camino. Por tanto, tenía la presunción de poder decidir su enigmático destino, y así encontrar el sosiego para su atribulado espíritu. Efectivamente, estaba determinado a que aquellos momentos de soledad le sirviesen para especular por alternativas que lo transportasen a satisfacer esas aspiraciones. Por lapsos continuos de tiempo, con el mentón reposado sobre su mano y el brazo apoyado en la protección lateral del cómodo sillón, dejaba vagar su vista por la opacidad de la habitación, por momentos deteniéndola frente al ventanal o sobre la estantería desbordada de variados libros y textos de estudio, sin
Anécdotas de la Vida
Página 99
conseguir alcanzar a tropezar en la respuesta que al menos lo redimiese de estar ante tan profundo transe. Dentro de ese contexto, como la tarde ya iba dejando pasar las horas para encontrarse de vez con el anochecer, el sol había renunciado a querer penetrar por la diáfana abertura de la ventana, permitiendo que los rayos moribundos del día se fugasen de la forzosa existencia. De cualquier modo, él no lo divisaba, como no tampoco lograba descubrir el más elemental alivio para la tremenda desconsolación que lo ahuyentaba de una vida palpitante. Inmerso en esa profunda modorra, de pronto, en un aburrido arrebato de movimientos de su entumecido estado, fue inclinando el cuerpo para intentar suplantar en el gramófono aquel disco ya concluido, pasando a escudriñar entre otras obras similares, por una nueva melodía que hiciese con que el sonido de la composición sustituyese el momento que insistía en continuar a columpiarlo entre el letargo y la desdicha. Una vez que encontró el ritmo que lo complacía, dio inicio a la reproducción sonora de tales modulaciones allí gravadas, para luego a continuación retroceder hasta el diván que lo acogía, y enfáticamente retomar al confortable descanso corporal y cerebral que lo mantendría alejado de la realidad del instante. Anécdotas de la Vida
Página 100
Pero antes de retornar nuevamente a su confortable asiento, halló por bien detener rápidamente sus movimientos y, en cortas pasadas, dirigirse a la mesa donde tenía depositada la botella de whisky a medio beber, junto a una caja de sus cigarrillos ya casi consumida. Esa visión lo llevó a deliberar por algunos segundos con su inconsciente, discurriendo sobre esa imprecisa voluntad que lo invadía; hasta que abandonó la interrogante y resolvió servirse otra vez de una holgada dosis de aquella gratificante bebida que tenía a su frente. Terminadas las tareas que lo habían proscripto de su entorpecimiento anímico, retomó su vivificante lugar en el sillón y, entre la humareda de un nuevo cigarrillo, comenzaron a colársele distintas ideas trastocadas a sus pensamientos marchitos, dejando que la resolución se le evaporase entre los velos de una niebla cenicienta proveniente del tabaco calcinado que no hacía más que aumentar la nebulosa transparencia de la habitación, en la que ya se percibe la oscuridad por causa de un sol casi ido y moribundo. Entregado a esos persistentes cuestionamientos de su entelequia, remojados ahora por los alcohólicos sorbos, y enardecidos por la aspiración de la sublimación del tabaco quemado, se entregó a pensar en los momentos de su pasado, llegando a rememorar con Anécdotas de la Vida
Página 101
angustia las nostalgias sublimes de antaño, sin conseguir obtener la debida concentración que sus vacilaciones en el momento requerían. Su semblante taciturno ya dejaba florecer una insipiente barba cetrina que trataba de despuntar en su rostro, y agregándole un aspecto de mayor melancolía a su fisonomía, a la que se sumaban las ensombrecidas ojeras oscuras bajo un par de ojos trigueños y un cabello castaño todo desgreñado que insistía tenazmente en desparramarse sobre su frente. El pantalón arrugado y la camisa ajada y desabotonada, dejaban trasparentar las disímiles horas que la vida lo postrara en ese estado de completo desfallecimiento de in voluntades, haciéndolo alejarse de una realidad que fue absorbiéndole de a poco el arrojo y la energía, de manera de asemejarlo ahora a un pobre hombre sin carácter. En su cabeza comenzaba a pulsar un agudo dolor de palpitantes ráfagas de fastidio, provenientes de la desproporción entre las cantidades de dosis ingeridas y los muchos cigarrillos fumados, yuxtapuestos a la completa falta de alimento en su estómago, y aumentado por la respiración de un hediondo ambiente. Lo que, todo sumado, le provocaba el sufrimiento de neuralgias
Anécdotas de la Vida
Página 102
dilacerantes, no logrando de manera alguna remover el actual estado de zozobra anímica que lo dominaba. Con las piernas entumecidas, estiradas sobre una silla, no hacía más que amplificar la esfinge de la desolación y del desamparo, permitiendo que su alma implorase desesperadamente por llegar a una solución urgente para el apabullante enigma que lo estaba torturando internamente; el que hasta ese preciso momento le había embalsamado hasta la última convulsión de brío. Intentó que su percepción fluyese ávidamente para encontrar la resolución final, la cual se encontraba latente entre la decisión de apelar a un subterfugio inmediato teniendo que asumir a través de él un evasivo comportamiento para encarar un huidizo escape a la realidad de los hechos, o resolverse a enfrentar una verdad que, sabidamente a posterior, le causaría un irreparable
sufrimiento
colindante
con
el
mismo
momento en que emitiera su fallo. Pero cuanto más examinaba y razonaba sobre su decisión, mayor era el malestar físico que le perforaba la lucidez en continuas fisgadas que le iban taladrando los sentidos, y lo conducían a una desesperada apatía para postergar nuevamente el procedimiento a escoger, llegando a cuestionarse si no sería mejor relegar la Anécdotas de la Vida
Página 103
decisión para un futuro cercano, donde claramente entendía, le llegaría con igual denuedo y dejadez de espíritu. Repensando el último pensamiento, supo que no podía huir de escoger el decreto final, pues ello sería la postergación de sus sufrimientos psíquicos. Alcanzó a deducir que seguramente su moral sería capaz de detener un impúdico estado de coraje que le destrozaría los sentidos si escogiese la disposición errada. Sabía también que necesitaba ser ya; y ahora tenía que definir el camino y enfrentar la realidad, lo que seguramente le causaría más dolor, el dolor sentimental, el dolor espiritual, diferente del que le estaba destrozando su cuerpo en ese instante. Pero la duda lo desconsolaba, lo despedazaba anímicamente, concibiendo que si optaba por reconocer el lado de la verdad, que sería el que menos violentaría su moral, el que mantendría su integridad intacta, el que iba de encuentro a toda su educación de comportamiento ético; era por su vez el que le quitaría la libertad, el que lo engrillaría a un monótono convivir, que lo saturaría de hastío, y el qué, según su observación, seguramente lo conduciría al sometimiento de un estado apático por el resto de sus días.
Anécdotas de la Vida
Página 104
Por otro lado, si no era capaz de reconocer la situación y la encaraba con una postura negativa, las consecuencias posiblemente serían diferentes, y eso le permitiría gozar del albedrío de sus jornadas, de mantener una independencia total sin sumisión y sometimiento, la que lo apartaría de esas monótonas rutinas de sabor a nada; pero sería ciertamente la que le recargaría la conciencia con un peso nefasto que difícilmente se extinguiría de su cognición por el resto de su vida. Notó en medio a ese trance, que la habitación estaba oscura como lo estaban sus sentimientos, y que más un soplo de la vida se le había ido, que otra noche había llegado a alcanzarlo sin que todavía pudiese encontrase la decisión correcta. En ese momento decretó de inmediato la necesidad de encender la veladora para concederse un hilo de penumbra, como si ésta fuese una manera de poder iluminar su dictamen. Estableció que era necesario volver a colocar una nueva música que lo equilibrase en el dilema, o que por lo menos lo resguardase de su conflicto interno, permitiendo que el nuevo embalo le concediese más una prorrogación de pensamientos. Al deambular su mirada por el aposento, descubrió su antídoto reposando sobre la mesa, y el que lo empuja Anécdotas de la Vida
Página 105
inconsciente a volver a derramar una nueva holgada porción en su vaso, en una clara pretensión de querer ahogar allí su falta de desembarazo y disposición. Al dejarse estar nuevamente en la poltrona, muñido de esos subterfugios medicamentosos para el alivio de conciencia, se abrasó de su penúltimo cigarrillo, para deparar que todo el drama le denotaba la urgente necesidad de llegar a la conclusión de un resultado, principalmente, porque ya no le quedaba ni bebida ni cigarrillos con los que podría entretenerse. Su cuerpo ya le duele por entero, no hay partes incólumes o saludables, es un dolor uniforme en sus músculos, tendones y discernimiento. La prolongada postura en la inercia lo había dejado en completa extenuación, su flojedad está impregnada análogamente en su organismo, siente que le empiezan a faltar las fuerzas para racionar correctamente, que se le confunde la ética con la razón y la moral entre sí, buscando incorporar motivos o justificaciones para ese montón de pensamientos enmarañados que lo circundaba. Trastornado, comienza a recapitular que ya se le fueron tres noches desde que recibió la impactante noticia. Percibe que ha perdido un fin de semana entero recostado en el sofá, todavía arropado con su misma vestimenta de trabajo, sin una pizca de ánimo para Anécdotas de la Vida
Página 106
asearse, o simplemente alimentarse con algo más consistente que le repusiese las energías consumidas. Se da cuenta que está recubierto con un húmedo y pegajoso sudor que le recubre el cuerpo, en una mixta secreción de humedad, transpiración, miedo, ansia, y desasosiego. Indeliberadamente, él se levanta de su estado letárgico y pronuncia para sí con una voz casi inaudible y consternada que venía acompañada de lágrimas en sus mejillas, que la sentencia ya ha sido extirpada de su conciencia, que la realidad lo obligará a ceder y claudicar de su egoísta comportamiento, en detrimento a tener que dividir su futuro con una congoja que seguramente le asfixiaría el corazón. Percibe que ahora qué se encuentra decidido, se le hace necesario comunicarlo de inmediato. Finalmente, su exilio de pensamientos había terminado. De golpe, descubre por de pronto que hay nuevos cuestionamientos para hacer frente a las contingencias que en ese exacto momento le urgen providenciar. Se
le
hace
menester
intentar
ordenar
los
pensamientos en torbellino, decretar las prioridades de sus acciones. Se le acelera el corazón y siente la adrenalina inundar su sien y su ímpetu. Presiente que está iniciando
Anécdotas de la Vida
Página 107
en él un nuevo aliento renovado después de tan largo periodo de desvalijamiento de impulsos. Busca reordenar las ideas y determina que todo lo hará en su programado momento. Ya que primeramente preparará una comida rápida, se afeitará y tomará un largo baño, buscará vestirse con ropas adecuadas al momento y partirá directo a comunicar personalmente su dictamen final. Nada de llamadas telefónicas, eso también le había quedado explícito en su mente en virtud de la apreciación que el fallo requería. De pronto se sirve de la última porción de whisky, enciende el último cigarrillo medio rugoso que le quedaba, ya incluyendo en la memoria la necesidad de reponerlos en cuanto salga de allí para anunciar solemnemente que finalmente la decisión fuera tomada, de manera que con ella pudiese asumir las consecuencias sin imposición de reglas o exigencias adheridas a su dictamen, y que pronto, con el apremio que demandan esos casos, pasaría a coordinar los requerimientos que sabidamente vendrían en un torrente de pretensiones y obligaciones. Al fin comprendiera que a partir de ese instante, su existencia lo condicionaría a reciclar su inmaduro comportamiento, claudicando de desvanecimientos de su Anécdotas de la Vida
Página 108
aventurera conducta. Pues en verdad, ser padre por primera vez, es un hecho extraordinario en la vida de todo hombre, mismo que ello signifique asumir un casamiento para el cual muchos hombres no estĂĄn emocionalmente preparados.
AnĂŠcdotas de la Vida
PĂĄgina 109
Los Nuevos Amigos
De repente tuvo que entrar al bar porque estaba apremiado, y sin más, se dirigió instintivamente hacia el cuartito del fondo dando pasos apresurados. Andaba con las piernas apretadas, por causa de la inconveniente necesidad de soltar la vejiga; una molestia que últimamente lo venía atosigando en los momentos más apremiantes. El médico ya lo había prevenido de la apoplejía de incontinencia proveniente de su prostatitis, enfermedad que normalmente acomete a los hombres de su edad. Pero al pasar alígero por entre las mesas del local a la vez que buscaba esquivarse de posibles empellones o atropellos por parte de las personas que por allí estaban, le pareció llegar a escuchar que alguien de lejos había pronunciado su nombre; pero la necesidad apremiante del momento no le permitió prestarle la debida atención. -Será que escuché decir ¡Barbijo! –llegó a indagarse mentalmente, mientras se entregaba feliz a vaciar las ansias malamente contenidas. -Sea quien sea, cuando salga, es posible que aún esté en el salón… -continuó recapacitando-. ¡Ya veré Anécdotas de la Vida
Página 110
quien es! -concluyó, cuando sus dedos de la mano derecha ya tiraban de la falleba para cerrar de vez la bragueta. Algunos minutos más tarde, al salir del baño, se paró en la puerta y buscó extender la mirada a lo largo del recinto, que era un ambiente mixto de rosticería, pizzería y bar. Quiso así explorar con una rápida ojeada por una indeterminada fisonomía que le fuese conocida, y aspirando encontrarla entre los rostros de la multitud que allí se encontraba. El establecimiento, a esa hora estaba colmado de clientes, todos reunidos en alegres grupos, riendo y conversando sentados alrededor de mesas que estaban servidas con bebidas y menudencias. En algunas de ellas se apreciaban personas que estaba alimentándose con algún tentempié diferente. El sonido del ambiente era de una resonancia acústica que entremezclaba las voces de los individuos, sus risas y algarabías, mientras que por unos altoparlantes emanaban los chirridos electrónicos de guitarra y batería del U2, con la clara intención de que la voz de Bono se sobrepusiese de alguna manera a ese bochinche infernal. -¡Que gentío, mi Dios...! –pensó para sí, en una interjección de crítica dirigida sobre el ambiente y los parroquianos que divisaba. Anécdotas de la Vida
Página 111
Entretanto, en ese instante alcanza a vislumbrar un brazo extendido hacia el cielo meneándose en un movimiento de abanico, y el que se hallaba situado en medio a un grupo de jóvenes. Notó que la voz que acompañaba el brazo, sobresalía entre el alboroto del recinto, diciéndole: -¡Eh, Barbijo!... ¡Aquí!... ¡Vení! –atestiguando que quien le gritaban, lo estaba convidando para arrimarse hasta el lugar. Fue cuando apuró mejor su mirada y distinguió a su amigo sentado plácidamente alrededor de una de las mesas que se encontraban sobre la derecha de la puerta de entrada al bar. Al percibir que era necesario pasar cerca del lugar antes de retirarse, decidió llegar hasta él para saludarlo. -¡Hola, Menéndez! ¿Cómo te va? –le dijo cuándo se aproximó, palabras que acompañó con una leve sonrisa que le quedó estampada en un rostro medio constreñido por la situación con que se deparó. El hombre debería tener más de sesenta y cinco años, y él nunca se había enterado que su amigo fuese una persona de andar participando de ambientes como esos. Ni antes, ni después de su viudez -concluyó. Pero ahora lo veía allí, rodeado de muchachas y jóvenes, que bien podría afirmarse que eran sus nietos; Anécdotas de la Vida
Página 112
mientras que en una alegría arrebatada, sostenía un vaso de whisky en una mano, y se levantaba para estrecharle la otra, en cuanto buscaba con los ojos un espacio libre para que Barbijo se sentase junto a él. Ya de pie, oculto detrás de una amplia risa, el amigo lo cumplimenta con la mano libre, mientras con la otra distiende una amplia señal en semicírculo, y le dice: -¡Te presento a mis amigos...! –en cuanto bajaba la cabeza y miraba la chica que estaba sentada a su lado, observándola con una cara de fascinación, al escuchar las palabras que ella había acabado de pronunciar. -¡Sentate a mi lado, Barbijo! -lo intimó, empujando una silla para que el recién llegado se ubicase, al mismo tiempo que lo tomaba del brazo y lo empujaba para que se acomodase. -¡Para! Te presento… ¡Ésta es la barra! –le explica en cuanto señala al círculo de compañeros de mesa. En todo caso, Barbijo, impresionado con lo que veía, decide preguntarle: -¿Algunos de los que están acá es… mmm... tu hijo,
ooo...
tal
vez
tu
nieto?
–expresando
entrecortadamente sus palabras y con una locución de delicada suspicacia, como buscando ser gentil con las frases que expresaba. Ya que a ojos vistos, allí nadie era su pariente. Anécdotas de la Vida
Página 113
-¡No!, no lo creas, son únicamente mis amigos…, Y aunque tú no lo puedas entender, te diré que ninguno de ellos es de mi familia… ¡Ésta es mi barra!... Ahora – afirmó subrayando la última palabra, y demostrando una inmensa alegría desdibuja en el rostro que, por su vez, Barbijo no supo definir si era por causa de la bebida ingerida, o por el verdadero gozo de encontrarse entre los mismos. Fue entonces que Menéndez le acerca la boca hasta su oído y le dice casi susurrando: -¡Bueno!, yo la llamo de… “Mi barra sonora”, claro… –como si lo que su amigo acabase de decir significase un secreto muy particular que necesitaba ser esclarecido anticipadamente. -¿Barra sonora? –le preguntó Barbijo a su amigo, no comprendiendo derecho lo que el otro quería decir con eso. -Es que yo la llamo así, porque todas las semanas nos encontramos aquí en el bar para charlar y oír música, –Menéndez le explicó todo satisfecho. -Cómo es qué…. –comenzó a preguntarle el incrédulo Barbijo, cuando sorpresivamente el otro lo interrumpe con un sonoro “Shhh”, por causa de la joven que estaba sentada a su lado, y que había comenzado a hablar. Anécdotas de la Vida
Página 114
En esos momentos, ya resonaba en el ambiente la voz de Robert Plant sobresaliendo entre los acordes estrepitosos de Led Zeppelin que estaban entonando “Good Time, Bad Time”, en cuanto la jovenzuela pronunciaba un dictado medio ecléctico, diciendo: -¡Hoy estoy hecha una “niais”...! -¿Me entendiste? –preguntó abriendo y cerrando ligeramente los parpados, como quién busca despabilarse. -¿No es sensacional? –le comentó Menéndez a su amigo, exhibiendo un semblante embobado. -¡Esto es un mundo maravilloso, Barbijo! Te digo… ¡Maravilloso misssmo! -prosiguió diciendo. -Bien, para decir…. –inicia a comentar Barbijo, pero Menéndez lo detiene apoyando precipitadamente la mano sobre el brazo de él. -¿Tu ya notaste que los más jóvenes no hablan de enfermedades?... Es una conversación sana… Un coloquio sin presión arterial… Una charla sin existencia de tumores, sin problemas de circulación, sin quejas de artrosis… Nada de carcomas o inflamaciones que los preocupen… diabetes, osteoporosis… -le iba recitando enardecido, mientras que su mano realizaba gestos por el aire acompañada con onomatopeyas de dolores ficticios. -En parte es… -intenta decirle Barbijo.
Anécdotas de la Vida
Página 115
Pero justo en ese momento aparece el mozo y deposita algunos platos repletos de milanesas cortadas, chorizos trozados y papas fritas humeantes, delante de cada uno de los presentes en la reunión. No en tanto, sentado en la punta de la mesa, se encontraba uno que tenía el pelo entretejido a la moda afro-reggae, simulando pertenecer a la secta Rastafari, y al entender de Barbijo, tenía una apariencia que lo asemejaba a Bob Marley. -¡Mira…! ¡Mira! –Menéndez comenzó a señalarle maravillado, para que observase al muchacho que insistía en colocar furiosamente mostaza y pimienta, sobre los platos recién servidos. -¿Decime la verdad?, ¿hace cuánto tiempo que tú no ves una cosa así?... ¡Fíjate como los más jóvenes comen picantes!... Y donde las cosas tienen condimentos, ellos todavía le agregan más, –le decía Menéndez que estaba como hechizado con lo que estaba viendo. No en tanto, Barbijo pensó que al observarlos, su amigo se encontrase subyugado por los modales demostrados por sus jóvenes amigos. -Sí, pero no… -balbuceo nuevamente Barbijo, que continuaba sin poder concluir sus frases. -¡Comer con condimentos es maravilloso! ¡Sal es la libertad!... Poder agregarle sabor a las comidas es Anécdotas de la Vida
Página 116
como savia en la vida de un ser humano… Un individuo solamente puede considerarse libertado de cualquier yugo, a partir del día que puede comer en cantidad, sin remordimientos… sin restricciones… sin recelos – insistía Menéndez al intentar explicarle su vana filosofía de vida. Para acentuar más el momento, ahora por los potentes altoparlantes se escuchaba la voz del gritón de Mick Jagger cantando “Miss you”, que con sus chillidos ambicionaba mezclarse entre la confusión de los sonidos que se desparramaban por el salón, ahora hamacados al ritmo de los Rolling Stones. De pronto el eufórico Menéndez vuelve el rostro hacia la muchacha que estaba a su lado y le pregunta en tono de intriga: -¿Lo qué fue que tú dijiste, muñeca? -Yo dije… Olvídate lo que dije… ¡El que no escuchó, bailó…! ¿Me comprendes...? Que es igual que te dijera: ¡El que va a Melilla, pierde su silla! –ella le respondió expresándose en una fraseología metafórica llena de resentimiento. -¡Fíjate Barbijo!, Con qué profundidad los jóvenes de hoy se expresan… ¿Escuchaste lo que ella habló?... ¿Notaste que ellos no necesitan de rodeos para externar sus sentimientos? –Buscando explicarle a su amigo como Anécdotas de la Vida
Página 117
si en verdad lo que acabara de oír fuese de una exclamación grandilocuente. -Pero Menéndez, ella sólo… -intentó murmurar de nuevo Barbijo. -¿Tu no comprendiste? Pues estos muchachos de hoy, cuando hablan, van directo al asunto… No son iguales
a
nosotros,
que
siempre
nos
quedamos
deambulando entre charlatanerías alrededor de asuntos irracionales o de temas superficiales… Que perdemos el tiempo y andamos llenando de vocablos la grandeza del mundo o la simplicidad de la vida… Que hablamos de la devaluación de la moneda, del valor de las acciones en la bolsa, de las tasas de interés… No, mi amigo, ellos no pierden tiempo en eso, bastan pocas palabras para que lo digan todo –empezó a discurrir Menéndez acompañado de un acento axiomático. En eso estaban cuando de nuevo se aproxima el mozo hasta ellos, para preguntarles si deseaban algo más; a lo que Menéndez ordena otro whisky para él y una dosis de igual brebaje para su amigo. -¡No! Para mí, solamente un agua mineral… con gas… por favor, y si es posible con un cubito de hielo y una rodajita de limón, solamente, -lo corrige Barbijo, envuelto en una voz irrefutable.
Anécdotas de la Vida
Página 118
Los ecos de música que emanaban de los altavoces se desparramaban en ondas sobre el ambiente, intentando entremezclar la voz de Rod Stewart entonando “If a had you”, en medio del murmurio rimbombante del local. -¡Pero, tomate algo caliente, hombre! –le recrimina su Menéndez. -La verdad, es que me gustaría, pero no puedo… le responde Barbijo, mientras con la mano se comprime el lado derecho de su estómago. Al notarle el gesto, el otro se inclina hasta su oído y le comenta en ton de cuchicheo secreto: -¿Ya te fijaste que los jóvenes no se palpan?... Que ellos no andan todo el tiempo como nosotros, que siempre nos estamos tocando por todas partes… que el pecho, que la cabeza, que las piernas, que el hígado… o por cualquier otro motivo… como si quisiésemos estar seguros de que no nos robaron un pedazo… Para decir la verdad, Barbijo… ellos sí sé tocan. Pero la diferencia está, que cuando se tocan... lo hacen entre ellos… unos a los otros, ¡eso sí! -¡Qué gloria, Dios mío! ¡Qué gloria! –continuó a decirle con una sonrisa contagiosa y un semblante sugestionado por lo que lo rodeaba. Barbijo ya no aguantaba más todo aquello. Ahora estaban escuchando “Walk this way”, en la onda de Anécdotas de la Vida
Página 119
Steven Tyler gritando por encima de las estridentes guitarras y la batería de los Aerosmith. Sentía toda la resonancia del ambiente batiendo dentro de su cabeza, como si fuese un tambor de percusión. Entonces, en ese instante se levantó de su lugar como si hubiese sido catapultado inesperadamente, y apoyando una mano sobre el hombro de Menéndez le dice: -¡Mira!, yo no sé cómo tu puedes aguantar ésta… Pero no logró finalizar, pues su amigo lo interrumpe y en medio de una sonrisa le pregunta: -¿Ahora, escuchaste lo que ella dijo? ¿Escuchaste, Barbijo? –al referirse sobre el nuevo comentario de la muchacha; una joven esbelta y pálida, con un par de ojos negros llenos de luz ardiente y lánguida en su interior. -No, no conseguí oír con todo este barullo de locos, en todo caso, yo… -pero otra vez fue interrumpido para tener que escuchar lo que Menéndez le decía: -¡Bobeo…! ¡El lobo comió...! -le gritó Menéndez, eufórico-. ¿No es magistral?... Ella es un poema, mi amigo… Esa simplicidad, esa animosidad alegórica de las palabras… ¡Ella es mi musa inspiradora! –terminó por afirmar categórico y feliz. -¡Entendí! -contestó Barbijo-. ¿Pero tú no podés estar hablando en serio...? Me imagino que no es Anécdotas de la Vida
Página 120
prudente que tú te expreses de esa manera, a no ser que no estés en tus cabales –le recriminó Barbijo en tono de reprensión, por causa de todo ese extraño cuadro que figuraba frente a sí, y por ver a su amigo en esa situación absurda. -¿Por qué...? ¿Vos tenés algún problema con mi barra? –le respondió Menéndez con una mirada represora y enigmática. -Problema mismos, yo no tengo ninguno -expuso Barbijo-. Y te digo más… hasta que ellos son unos tipos espontáneos… un grupo alegre… campechanos. Tal vez esa sea la palabra exacta para definirlos. Pero para mí, el problema mismo reside en ti –termina por decirle en tono de amonestación por causa de la actitud que demostraba su amigo. -¡Claro! -alegó el otro-, vos estarás pensando que sería mejor que yo estuviese metido con gente de mi edad… ¿No es eso? –le responde al reprobar las palabras del otro. Pero lo miró unos segundos en silencio, y le zampó en la cara: -¿Sabes por qué? ¿Querés que te lo diga?... Me canse… Sí, me cansé… Abandoné el otro grupo… aquella barra de fantasmagóricos… de gente sin espíritu, de… -le salió recitando en un rosario de adjetivos in
Anécdotas de la Vida
Página 121
calificados con los que pasó a definir aquellos que antes eran parte de un grupo unísono de viejos amigos. Pero estaba eufórico y no se calló. Así que continuó a explicarle su filosofía: -¡Aquella era la barra del ayer...! Te diría más, la llamaría: “la barra luctuosa”, a manera de registrar mi sentimiento, y hacerle un homenaje al comportamiento que asumimos al reunirnos. -¡No alcanzo a comprenderte, Menéndez! –le responde Barbijo, que estaba incrédulo frente a las palabras de su amigo. -Al escucharte hablar así, no alcanzo a entender tu explicación. Te acostumbraste a poner las cosas de una manera peculiar… como si tu cabeza ahora funcionase retroactivamente, –disertó Barbijo, quien intentaba de alguna manera comprender aquel que otrora había sido un intelectual dentro del grupo… un letrado en la elucidación del convivir humano. -A decir verdad, -corrigió Menéndez-, yo la pasé a denominar así, porque últimamente nos acostumbramos a tropezarnos en los velorios… Pasamos un cierto tiempo sin encontrarnos, y cuando lo hacemos… Allí estamos los que restaron, -le explicó taxativo. -No sé. Continúo sin comprenderte Menéndez, – aseveró el otro. Anécdotas de la Vida
Página 122
-¡Ahí es que reside toda la cuestión, mi amigo!… Porque si consideras bien lo que te expliqué, veras que en suma, nosotros sólo nos reunimos en momentos fúnebres. –intentó definir analíticamente su pensamiento. Para Barbijo, aquella situación toda ya era suficiente, y por encima tenía que escuchar a Eric Clapton cantar “Tears In Haeven”, queriendo hacer resonar la guitarra en medio del vocerío y las efusivas celebraciones desparramadas alrededor de las mesas. -No voy a discutir contigo sobre ese asunto, al final de cuentas, ese es el fin esperado para nuestras vidas… No es justo que tú digas… -pero de repente, Barbijo busco silenciar sus palabras, porque en realidad se dio cuenta que le faltaban argumentos convincentes. -¡Piensa, Barbijo! ¡Piensa!... Cuando nos reunimos, es solamente en aquellas veces que nos encontramos en la fila para dar los pésames a la viuda… y luego a seguir, ¿qué hacemos?... sólo hablamos de cosas banales… de enfermedad…
de
sufrimientos…
-fue
ponderando
nuevamente Menéndez con un lacónico enunciado de protesto. -Y bueno, que le vamos hacer, ¡es la vida…! intento justificarse Barbijo bajando los ojos. -Sí, justamente eso… ¡Es la vida!, ¿qué le vamos hacer?... Esas son frases muy usadas por los que vamos Anécdotas de la Vida
Página 123
permaneciendo en la barra… O si no, expresamos compungidos: ¡Otro más que se va! –disertaba Menéndez en tono iracundo y gesticulando vehementemente, como queriendo apartar de si todo pensamiento tétrico. -Bueno Menéndez, el que se va soy yo, al final sólo estaba pasando por aquí… ¡Hasta la próxima! –intentó despedirse, extendiendo amablemente su mano hacia el amigo. -Te equivocaste, porque siempre nos despedimos diciendo: “Otro de nosotros que se fue”… o… ¡Hasta el próximo encuentro triste...!, -buscó corregirlo su amigo, haciendo aspaviento sobre la manera que habitualmente se despedían en el cementerio. Pero finalmente se despiden con unos leves golpecitos en las espaldas y, al salir a la calle, Barbijo se marchó pensativo y ensimismado en los argumentos de su amigo, mientras meditaba sobre las manifestaciones que acababa de oír. Adentro del bar se habían quedado todos los otros que ahora, entre el bullicio del ambiente, escuchaban a Brian Johnson y los escandalosos AC/DC, entonando “High Voltage”, dejándose estar entre el humo de los cigarrillos y conversaciones insubstanciales. En todo caso, no pasó mucho tiempo para que ellos volviesen a encontrarse nuevamente. Fue en un velorio, Anécdotas de la Vida
Página 124
donde todos los que llegaban se iban juntando en un rinconcito para colocar las noticias en día. -¡Otro que se fue…! -¡Es verdad!, también el pobre… -Pero él no se cuidaba… -expresó uno de ellos. -Dicen que tenía diabetes, pobre… -afirmó otro. -Él siempre abusó del azúcar y los dulces… Con lo que le gustaban… Pero siempre tenía que estar controlándose, prohibiéndose de casi todo… Por un lado hasta mejor que se haya muerto… Porque para vivir de esa manera, mejor no vivir… -terminó diciendo Barbijo, con voz embargada y cabizbajo por la emoción. -¡Bobeo…! ¡El lobo comió! –expresó consternado Menéndez, como si se sintiese descorazonado por la partida de otro de sus viejos amigos. -No se puede hacer nada contra eso, ¡Es la vida…! -alguien respondió. Luego después de finalizada la ceremonia de entierro, la barra toda estaba perfilada en una única fila, para dar los pésames a la familia del fallecido, mostrando rostros absortos, reflexivos, tristes, ensimismados en sus propios pensamientos. Cuando llegó la vez de Menéndez, se aproxima del amigo y tomándolo por el brazo le dice casi en un susurro:
Anécdotas de la Vida
Página 125
-¿Es o no es una barra luctuosa?... ¡Entendiste por qué te lo dije el otro día! Ya en la puerta del cementerio, Barbijo, medio tristón, se le aproxima y le pregunta: -¿A dónde vas ahora? -Después de esto…, Mejor me voy a buscar a los de mi barra sonora… ¿Por qué? –le responde taxativo. -¡Espera que vamos juntos! –Barbijo le reveló lacónico.
Abnegación Anécdotas de la Vida
Página 126
Su padre era un renombrado médico cirujano que poseía una dilatada experiencia en la profesión, por medio de la cual ostentaba un reconocido enjuiciamiento por los magnánimos servicios prestados en la comunidad donde residía; pero qué, en su forma de comprender, lo llevaba a razonar que disfrutaba de un temperamento pusilánime en los actos que practicaba. Principalmente en su hogar. Desde muy niño, este hijo se había acostumbrado con el meticuloso comportamiento demostrado por su padre. El hombre era inexorable en sus palabras, exacto en sus veredictos, concienzudo con sus juzgamientos, tanto para con el chico, como para con la joven madre, su esposa. Las largas horas que dispensaba a sus tareas profesionales le despojaba íntegramente la posibilidad de participar de agradables momentos de un convivir familiar junto a ellos. Igualmente, desde su impúber época, el muchacho sentía que desde los primeros tiempos de escuela, los años se fueron sucediendo equivalentes entre sí en una vertiginosa carrera, cuando precozmente adivinara que le escaseaba el envolvimiento del padre en sus desafíos, en sus estudios, en la intervención de éste en los juegos y
Anécdotas de la Vida
Página 127
recreos de su infancia. Pasó el tiempo entero careciendo del obsequio espontáneo de un cariño verdadero. Recordaba que hasta en los extensos periodos vacacionales, estos eran despojados de la presencia y entretenimiento junto al padre. Llegó al punto de discernir que por aquellos tiempos de su vida, sólo alcanzaba a obtener la dulce compañía de su madre, que dedicada, fragmentaba junto a él su insuperable y taciturna soledad. Sin embargo, aún estaba claro ante sus ojos la inmensa casa en que habitaron, así como el vasto jardín que la rodeaba, con sus islotes de densas arboledas. Algunas veces se entregaba a evocar aquellos efusivos momentos donde en un inquieto retozar, revolcaba sus misteriosas ilusiones entre el verdeante césped que cubría el vergel, dando rienda suelta a sus delirios de espadachín misterioso, de interpretar algún bandolero inclemente, o superhéroe de incomprensibles figuras, siempre alimentando sus espejismos pueriles entre los misántropos juegos a los que se entregaba inconsciente para cauterizar su desolado tiempo. Inadvertidamente, en ese yermo vivir pese a las circunstancias vividas, el niño fue desenvolviendo un temperamento recluido y ceñudo, que se acentuó mucho
Anécdotas de la Vida
Página 128
más profuso desde el día que su madre partió a raíz de una muerte sorpresiva. A continuación de ese trance, y encerrado en ese estado solitario y entristecido que lo envolvía, notó aún más el impenetrable abismo que lo separaba de su padre, reparando estar desguarnecido de cualquier calor o retribución de cariño para sí, hasta alcanzar a imputarle pecaminosamente a éste, el motivo que ocasionó la intempestiva defunción de su madre. Enquistado frente al triste evento ocurrido en su puericia edad, sus días pasaron a ser faltos de entusiasmo, hoscos de afecto, esquivos de ternura o carentes de exaltación. Con el correr del tempo fue vislumbrando que su organismo estaba íntegramente desguarnecido, totalmente recoleto, misógino del poco amor y afición que antes le dedicaban. A partir de ese instante, pasó a entrever en el subconsciente, enclavado en una actitud ascética, que nunca más poder contar con instantes de delicadas caricias, con tiernos besos, con las amenas palabras solidarias y comprensivas que antes le embrujaban los sentimientos ante cualquier relámpago de exacerbación. Prontamente asimiló que dentro de una soledad casi desértica a que había sido relegado, sus días futuros serían privados del mínimo interés de cualquier extraño, Anécdotas de la Vida
Página 129
de cualquier cándido enunciado de vocablos hacia él, de un vacío frente a las inquietas enunciaciones de sus preguntas, o hasta alguien que se dispusiese a escuchar el recitado de sus sueños juveniles. Sospechaba que a su corta edad estaba destinado a ser participante de un abandono de afectos, a una dejadez de devoción, a cualquier beneplácito enunciado de piedad, decretada por la apostasía de afecto que le ofrendaba su padre. Por causa de la propia postura de aislamiento y cordialidad que demostraba, no demoró mucho tiempo para que le fuese impuesta total reclusión física en un colegio de pupilaje, el que era destinado a encarcelar hijos de abastados; adonde le fue prometido que la privación afectiva que sobrellevaba ahora, prontamente le sería compensada con la simpática amistad que alcanzaría a desenvolver junto a sus iguales de perfil y carácter. Sería una institución donde podría compartir aficiones y aprecios entre sus pares, y un lugar en el que iría a conquistar apoyo decoroso e intelectual para moldear eficientemente su apariencia. Al ser obligado a ese impuesto aislamiento, donde tuvo que concurrir desprovisto de cualquier intimidad familiar, fue obligado a atravesar su juventud rodeándose de un alegre consorcio de inquietas amistades que a su semejanza, compartían íntegramente la desdicha de la Anécdotas de la Vida
Página 130
circunspección de sus años, permitiéndole en parte fugarse de la adversidad que se le había impuesto por orden del destino. Mientras entregaba su púber tiempo a convertirlo en juegos vigilados, prometió a sí mismo, de no reflejar su temperamento en el espectro de su padre. De ninguna manera se permitiría repetir a su semejanza, ni la sabiduría ni el comportamiento de él. Fue por esos años que pasó a buscar moldar su índole, bajo la promesa de asumir una postura de naturaleza extrovertida, locuaz, interactiva; mientras se concedía regalarse con la constante meditación del punzante dolor que inconscientemente su padre le había infringido, como buscando la manera de recordar inquebrantablemente sus dictámenes y sus pretensiones, sin abdicar de su promesa tan vehementemente dictaminada. Fue obstinado en el preciso cumplimiento de su propósito, con una conducta insaciable durante el desarrollar de su proyecto; y a medida que el tiempo le fue floreciendo en el cuerpo, más se encaminaba para conquistar el asombro y el respecto de sus análogos en el forzado cautiverio, llegando a liderarlos en las acciones para inventar nuevas agitaciones, en el ejercitar de diferentes deportes, y hasta como embajador de la Anécdotas de la Vida
Página 131
defensa de sus pares ante casuales amonestamientos. Se estaba tornando un paladín de los acongojados por el desamor. Mientras tanto, su actitud en los estudios desentonaba de su jovial conducta, por causa de los reparos que recibía en las materias que cursaba. Las mismas
eran
de
una
insuficiencia
escuálida
en
cualificación, solamente esforzándose para alcanzar la puntuación mínima requerida para no ser amonestado ni reprendido. Se había ensimismado en cumplir el estricto reglamento del pupilaje en lo concerniente a las tareas básicas que debía estudiar, evitando ser regañado por infringir las normas que lo catalogasen como rebelde o agitador. Volcaba sus bríos en la práctica de los deportes. Los
ejercía
hasta
la
extenuación,
participando
activamente en la alineación de los equipos, en la organización de efusivos torneos internos, en la obtención estricta de los controles de la puntuación, en los festejos de las conquistas propias y de sus compañeros. No obstante, comprendía que para poder disfrutar intensamente de ésta algarabía, le era menester no descuidar sus rutinarias tareas y de los aborrecidos estudios, y no estaba dispuesto a concederles la
Anécdotas de la Vida
Página 132
oportunidad de que lo castigasen por sus testarudos afanes. Se había vuelto un perfecto apóstol de su cognición, y sus actos pasaron a ser previamente planeados y consientes bajo un carácter entusiasta y alborotador, con el que se permitía disfrutar del gran respecto de sus compañeros, y a su vez, despertaba la incertidumbre de sus educadores. Por consecuencia, comprendía que con esa conducta que asumía, por lo menos alcanzaba a lacerar sutilmente la moral a su padre. Pasados los años, llegando al ciclo final de su cohibida y enclaustrada juventud, le fue menester prepararse para la continuidad de sus estudios superiores. Entendía que primero necesitaba seleccionar sus enardecidos pensamientos y ambiciones para alcanzar los objetivos, pues estaba claro que no quería repetir para con sus descendientes lo que había sido su propio pasado. Aun así, codiciaba ilustrarse en alguna profesión que le proporcionase confort y seguridad. Juzgaba que debería incurrir en alguna determinada carrera que le consumiese sus anhelos y le proporcionase satisfacción, y que de alguna forma, apoyado en esos conocimientos, posteriormente lo proyectase en sus epopeyas, y lo
Anécdotas de la Vida
Página 133
volviese un hombre envidiado y codiciado en sus propios quehaceres. Luego después de su salida de la institución educativa en la que había sido internado, se negó a compartir la morada junto a su padre, decidiéndose por abandonar cualquier contacto afectivo con el mismo. Bajo esa condición, se ubicó provisoriamente en un remediado apartamento, subsidiando los gastos con los recursos provenientes del legado materno, hasta quien sabe, -pensaba-, poder alcanzar el momento adecuado de poder sustentar sus próximos pasos. Por esos tiempos, su silueta lo había convertido en un joven apuesto, y su perfil ahora se asemejaba al de su madre. De cabello claro y tez pálida, con un par de ojos que lograban iluminar bajo el encanto de una fugaz mirada, con un cuerpo delgado y de una musculatura bien trabajada en los ejercicios que había realizado en su pasado. Ahora ya vestía su figura de una manera más elegante y aristocrática. Portador de una voz serena y pausada, pero firme y absoluta, formada desde los tiempos de un anárquico comportamiento
que
le
permitía
expresarse
con
convicción y seguridad, careciendo de cualquier tono de arrogancia o jactancia ente terceros; iba transmitiendo a sus inadvertidos interlocutores, la perspectiva de estar Anécdotas de la Vida
Página 134
postrados frente de un auténtico adalid de sus gobernados oyentes. Está por demás exponer que la mayoría de las veces, nos predisponemos a establecer determinados horizontes para nuestras aflicciones o ambiciones, pero en muchas de esas veces, el mismo destino nos adjudica gratuitamente comprobadas sorpresas que los derrocan, y que los hace cimbrar o prorrogar, como es el caso de lo que a nuestro intérprete le sucedió. Fue en una determinada noche, cuando el mismo volvía negligentemente a su apartamento, que sucedió el hecho inesperado. Un bando de mal encarados bandoleros, estando allí al pasar, o tal vez asechando maliciosos por su llegada, esperaban valerosos entre el silencioso anonimato de la noche y apoyados por la sorpresa de la oscuridad de las sombras, para de esa manera, interceptarle el paso y llevar a cabo sus ladinos instintos. En la acometida de los malhechores, y bajo el impacto de la sorpresa del momento, sin poder esbozar una mísera reacción, fue rendido precipitadamente y vilmente
vapuleado,
groseramente
zarandeado,
y
soezmente acuchillado, para tan solamente posibilitar que le robasen algunos pocas pertenencias que llevaba junto a sí, sin permitir que por lo menos pudiese contar Anécdotas de la Vida
Página 135
con el aporte de un único testigo que pudiese rápidamente conceder su auxilio. Después de practicado el atraco, los bellacos salteadores partieron presurosos del lugar, dejándolo tendido en la implícita negrura de su sangre y entre la opacidad de las tinieblas, consintiendo que soezmente fuese lentamente dejando la vida y las fuerzas; no logrando pedir auxilio por socorro, y por la requerida ayuda que su estado demandaba tan urgentemente. Ya debilitado e inconsciente, fue rescatado un par de horas después por un atolondrado transeúnte, que al notarlo tendido sobre la calzada, primeramente interpretó como si fuese el cuerpo de algún ebrio en su delirante embriaguez, y sólo posteriormente comprendió que se trataba de un maltrecho individuo que habría sufrido un sorpresivo accidente. Dentro de la premura que su estado físico requería por mayúsculos cuidados clínicos, le fue providenciado el apremiante transporte hasta un hospital cercano del lugar, donde suministraron su entrada en un estado inconsciente y severamente lastimado, sin cualquier tipo de documentación que lo habilitase para ser previamente identificado. Providenciadas las primeras averiguaciones para constatar las lesiones sufridas por el indigente cuerpo allí Anécdotas de la Vida
Página 136
extendido, los abnegados enfermeros notaron ser de extrema necesidad que se le sometiese a una intervención quirúrgica que al menos le posibilitase reparar los órganos heridos y le suturasen las magulladuras recibidas. Al ingresar en la sala de operaciones de emergencia, el médico cirujano jefe, que en esos momentos era el responsable por los servicios de la guardia, al llegar a la sala de procedimientos quirúrgicos, se deparó atónito y estupefacto ante la constatación de su hijo extendido desfalleciente en la camilla de la sala de operaciones, se apresuró en luchar por querer recobrar la vida de su amado hijo, que ya se iba escurriendo entre sus manos.
El Dicharachero Anécdotas de la Vida
Página 137
Desde lejos, el sonido de su voz se ensanchaba en una duplicación de ecos, y alcanzaba a propagarse de forma melódica por entre las calles del barrio. Era una voz desvigorizada por el peso de los años, pero que a su vez sonaba igualmente grave y armoniosa al escaparse de su pecho, consiguiendo llegar de manera clara a los tímpanos de los moradores, llevándoles a estos los dulces sonidos con los que ofrecía las delicias de la estación. -¡Barríiita, palíiito, vasíiiito, bombón helado…! ¡Heeeelederóooo! -se le oía vociferar alegremente en medio del bucólico paisaje de los calurosos días veraniegos. Era la época más calurosa del año, y el hombre marchaba a enfrentar su trabajo alrededor de la media mañana, cuando estacionaba su carri-bicicleta en frente al colegio, cerca de la plaza mayor, aguardando allí por la salida de los alegres estudiantes a que acudiesen en busca de refrescar sus gargantas, y endulzarse con los sabrosos helados que les vendía. En el espacio de tiempo libre de los mediodías, estacionaba en el jardín de la plaza, y bajo la sombra de un frondoso tilo, comenzaba su invariable cantilena, intentando atraer con su estribillo a los incautos Anécdotas de la Vida
Página 138
transeúntes, cuando intentaba despertarles determinada apetencia para saciar la sed del momento. Al llegar la media tarde, cuando por allí mermaba el movimiento de personas, de pronto prorrumpía con su engalanado armatoste y salía pedaleando por las calles desiertas y somnolientas por causa del jadeante sol en su cenit. La chiquilinada, dentro de sus casas, escuchaba desde lejos el estrépito de su voz mencionando aquellas ofertas preladas de módicos precios que él aclamaba con su boca marchita y labios arrugados por la vejez, dándoles tiempo suficiente a que, con sus letanías, ellos convenciesen sus madres a comprarles algunos álgidos refrescos. -¡Barríiita, palíiito, vasíiiito, bombón helado…! ¡Heeeeladeróooo! -repetía incansable por dos o tres veces, de cuadra en cuadra, mientras iba pedaleando lentamente su velocípedo aparato. Solamente interrumpía las exclamaciones para atender solícito a su variada clientela, ya que de alguna manera podía sofocar las quimeras infantiles de aquellos que habían prometido un buen comportamiento al horario de la siesta, en cambio de un refrescante helado con determinado sabor. Infaliblemente, sobre su delgado cuerpo vestía una casaquilla de tergal celeste y una bermuda azul marino, Anécdotas de la Vida
Página 139
acompañado de unas zapatillas de tejido blanco y suela engomada, llevando en su cabeza un gorrito de paja. Con esa indumentaria se permitía soportar el calor veraniego y abrasador durante sus repetitivas jornadas, dejando a muestra unos miembros finos y descarnados, pero que eran vigorosos de músculos y tendones que se encontraban escondidos por debajo de una piel curtida y arrugada. Axiomáticamente, repetía idéntico trajinar de lunes a sábados, cuando recorría exactamente las mismas calles y los mismos lugares en una reproducción de hechos similares para atender cordialmente a los mismos sueños y deseos de los consumidores, todos los días. Pero si el domingo prometía ser lindo, allá estaba él, en el parque de la cuidad, gritando aquel eterno llamado característico para despertar apetencias. Lo que más llamaba la curiosidad, era el tipo de vehículo que utilizaba para realizar el trabajo. Una mezcla de bicicleta, a la que le habían acoplado un carrito lateral de una sola rueda, que más se asemejaba a un sidecar; sólo que éste estaba construido con un chasis de hierro y un piso revestido con una plancha de madera, donde él apoyaba el cajoncito para conservar enfriados los helados.
Anécdotas de la Vida
Página 140
Sobre las laterales de la caja le subían cuatro astas de fierro, y arriba de ellas, se apoyaba un toldito de lona colorida, de la cual colgaban unos pequeños cascabeles que se balanceaban con la suave brisa al rodar el vehículo, haciendo desprender un delicado tintineo, que más parecía el sonido canoro de varias docenas de diminutos grillos. El individuo, normalmente permanecía de pie junto a su incomparable artilugio, que lo llevaba todo pintado de una tonalidad amarillo oro, que hacía resaltar aún más el colorido de la lona listeada de azul y blanco. Pero cuando circulaba por las calles, atendía a los clientes sentado desde su cómodo asiento, el cual lo había revestido con una almohada acolchonada. Rodeado de una cierta dosis de intriga producida por la mezcolanza de curiosidad y fascinación en mi entelequia, cierto día me hallé detenido a observar el comportamiento afable de tan noble figura, cuando, ante la estricta necesidad de saciarla, tomé por resolución abordarlo para interpelarlo sobre los beneficios que obtenía al utilizarse su vehículo, que desde mi óptica, me parecía que su uso le infundía un excesivo esfuerzo a su delgado cuerpo. -¡Lo hice yo!, -me respondió secamente, poco acostumbrado a ese tipo de sorpresiva indagación, y Anécdotas de la Vida
Página 141
entonando una voz grave pero cordial donde se apreciaba lo campechano de su espíritu. -Junté unos pedazos de mi vieja bicicleta y armé el carrito uniéndole unos tramos de caños -prosiguió, intentando demostrar con el amague de sus manos la parte que había dispuesto. -Entiendo… –le respondí-. ¿Pero debe haber copiado la idea de algún manual, o un diestro maestro en esa profesión se lo debe haber dibujado?, -le afirmé con una nueva indagación. -¡No, mi amigo!, yo fui ideando mentalmente toda la estructura, de manera que pudiese utilizarlo el año entero, -me aseveró-. Pero no se crea que fue fácil, lo pensé durante mucho tiempo, y mucho tiempo más me llevó concluirlo. Al sentirme entusiasmado por su beneplácito relato, me vi estimulado a comprarme un vasito de helado de frutilla, que mientras lo degustaba, podía extender nuestro coloquio, teniendo en vista que mi curiosidad se había potencializando bajo la resonancia de su declaración. -¡Sí!, comprendo… –le respondí-. ¿Pero helados no se venden tanto así, en épocas menos cálidas? -continué disertando, como pretendiendo buscar esclarecer el
Anécdotas de la Vida
Página 142
motivo que lo llevaba a tener que utilizar semejante aparato el resto del tiempo. El hombre tuvo que suspender transitoriamente su respuesta, en virtud de ser demandado para complacer a dos muchachitas que se encontraban indecisas en la resolución de comprar determinado sabor, y frente al tipo de igualdad de productos similares. -¡Yo no vendo únicamente helados!, mi amigo. Cuando termina el verano, me las rebusco con la venta de otras cosas, –me respondió de sopetón, luego de atender a las simpáticas nenas. –Le cambio la caja térmica, y coloco otros dos tipos que inventé, -me dijo, explayándose como quien quiere demostrar su habilidad de técnico erudito en la creación de inventivas hazañas, que las acompañaba de ademanes que simulaban querer demostrar el entresijo. -¡Ah!, claro… ¿Imagino que deben ser mercaderías más de acuerdo con la temporada? -intenté confirmar su verborragia y dándole cuerda para explorar su interés por continuar avanzando sobre la declaración que me había expuesto. -Yo me jubilé hace muchos años… Trabajé como ferroviario durante un incontable tiempo, pero la renta es así de chiquitita… ¡No da para nada! –intentó ilustrarme
Anécdotas de la Vida
Página 143
con los dedos mustios casi apretados, simbolizando la niñería del valor que recibía por jubilación. –Pero esto que hago ahora, -agregó con una sonrisa-, me permite reforzar el valor de mi rédito, aunque me queden pocas fuerzas para andar caminando el tiempo entero, -continuó a explicar, señalando con sus manos el estado físico que poseía. A simple vista, era obvio notar que la delgadez y los años vividos ya no le posibilitaban desempeñar actividades o fatigosos ejercicios por largos periodos de tiempo; si bien que, su apariencia no demostraba representar a una persona de aspecto delicado o enfermizo. Todo por lo contrario, dentro de aquel cuerpo pequeño se advertía la robustez de su morfología. -Y si usted no vende helados… ¿Para qué utiliza la bicicleta? –le pregunté para traerlo a la realidad, evitando que se explayase en querer disertar sobre otros temas de su vida. -¡Es a eso que vamos, mi amigo! -me manifestó formalmente-. Como le decía, mi experiencia con herramientas me permitió crear mis instrumentos de trabajo…, evitando la necesidad de tener que cargar peso o forcejear involuntariamente. -Así que me vi obligado a rebuscarme en otros quehaceres, intenté fisgonear haciendo este tipo de Anécdotas de la Vida
Página 144
asunto… -comentó, haciendo una pausa para ver si se acercaba algún comprador-, que no es más que vender algunos chirimbolos para saciar las ansias de los más jovencitos, que son los más fáciles de convencer y siempre tienen algunas monedas en sus bolsillos, –me explicó con su irrebatible filosofía de gran conocedor de las ambiciones mundanas. -Claro, en eso yo le reconozco su habilidad… ¿Pero aún no descubrí las otras mercaderías que vende… ni como utiliza esto aquí?, -intenté corroborar con sus sicología comercial, y a su vez insistiendo para que su pronta respuesta acabase de vez con mi creciente intriga. -¡Bueno! A eso iba yo, don, -dijo cortando por lo llano, y prosiguió: -Es que cuando termina la temporada, le quito la caja, y en el invierno le coloco una máquina de calentar maníes, y paso a ocupar mi punto en los mismos locales y atendiendo los mismos clientes del verano… Pero vendiéndoles otras cosas. -¡Ah! -exclamé-. Indiscutiblemente, es una óptima idea -fui obligado a responderle por causa de la sagacidad demostrada. -Y en lugar de estar empujando nada y cargando nada… ando en mi bici y salgo por ahí ofreciéndolos:
Anécdotas de la Vida
Página 145
-“Maníiii,
maníiiii,
calentito
el
maníiiiii…
Manicerooooo”… Y no me va a negar usted que es un producto que en el frío sale bien… ¿No le parece don?, -me interpeló como queriendo afirmar su sagacidad. -A decir verdad… ¡Debe ser, si! -asentí satisfecho-, pero yo no entiendo mucho de ese tema, y mi curiosidad era adivinar la utilidad que usted le daba a este perspicaz artefacto que construyó, -señalándole con mis manos su ingenio. -¡Mire don…! Es mejor que vender helado. Es un producto que permite ganar más del doble…, pero con el clima frío las personas salen menos a la calle, y al final término ganado casi igual… Eso, si no me tocan varios días con lluvia, que ahí sí que no se vende casi nada, – continuó disertando con gran erudición sobre el tema de vender y la reflexión que utilizaba para evaluar su análisis. Lo que a mí más me admiraba, era aquella voz canónica y la modulación con que acentuaba ciertas palabras que, sin lugar a dudas, era su mayor característica
para
despertar
la
atención
de
los
transeúntes. -¡Lo comprendo…! -dije al confirmar su dictamen, como para vanagloriarle su astucia mientras proseguí dándole charla para matar mi ociosidad, Anécdotas de la Vida
Página 146
-Pero periodos de calor, calor, y de frío, frío… son apenas unos seis a siete meses en el año… El resto del tiempo, ¿usted descansa? –insistí ventilando otra análisis. -¡Que va! Pobre no puede descansar, no puede darse esos lujos… Cuando mucho, paro unas dos semanitas, nada más… pero salteadas; y sólo descanso en los días que estoy enfermo. Otra vez fuimos interrumpidos con la llegada de nuevos compradores, que esta vez se demoraron más que lo normal por causa de la indecisión que tenían sobre la compra que querían efectuar, instaurando un rosario de preguntas que el simpático viejito parsimoniosamente se las respondió. -¡Me muero y le juro que todavía no vi todo! – comentó luego después de la partida de los inoportunos, cuando continuó a partir de punto anterior: -En esos meses, yo pongo otro tipo de caja menor y salgo a ofrecer barquillos, -haciéndome un gesto con sus dedos marchitos en forma de dibujar con su ademán en el aire, el tipo de mercadería que vendía. -¿Esos de mazapán…? -pregunté-. Que son hechos de forma convexa, medios dulces… ¿No es eso?, -mencioné intentando confirmar lo que yo había comprendido con sus palabras y su demostración figurada. Anécdotas de la Vida
Página 147
-¡Más o menos así…! Porque es una hoja delgada de pasta que no lleva levadura, y que pueden tener la forma de canutos, o plana… O, como usted mismo dice, convexos… Pero hay que venderlos calentitos, para que mantengan el sabor y estén crocantes… -que mientras me explicaba, continuaba haciendo mímicas con sus manos en una tentativa de demostrarme las formas de los barquillos. Yo fui obligado a interrumpirle la explicación, pues en ese instante me vinieron a la memoria los viejos tiempos de colegial y de los sabrosos barquillos que degustaba en aquella época. -¿Pero de ésos ya no se ven más?.. ¿O será que aún son vendidos por ahí?, -le indiqué con mi expresión envuelta en una nueva curiosidad. -¡Se venden sí! Y se venden muy bien, hasta mejor que los maníes. El único problema es que ocupan mucho espacio y hay que saber mantenerlos en la temperatura ideal. Al final de cuentas, fue por eso que inventé mi carrito con sus cacharpas todas. -¡Ni me haga recordar! Me da agua a la boca sólo de pensar. –alcancé a expresar con unas tremendas ganas por degustarlos nuevamente. -Si usted quiere, don… Vengase por aquí dentro de un par de meses que ya será época de empezar a Anécdotas de la Vida
Página 148
venderlos, y le digo más… Los míos son deliciosos, -como queriendo aguzar mis sentimientos nostálgicos y provocándome la voluntad, en una demostración de calidad de todo vendedor experto. -Ni le confirmo, ni le niego la invitación, pero si ando en la vuelta, le doy por seguro que aquí estaré, –me apuré a confirmarle. Ya
saciada
mi
curiosidad
y
por
encima
sintiéndome melancólico con mis pensamientos, le estreché mi mano en despedida, apresurándome a continuar con mi trabajo. Entonces me despedí de él y le agradecí por sus doctos conocimientos. -Vuelva siempre… –me dijo-. Yo, a ésta hora estoy siempre por aquí –me respondió en medio de una sonrisa amistosa y cordial. No bien me había alejado algunos pasos aun repasando mentalmente nuestra entrevista, Me quedé sorprendido cuando siento que me gritan: -¡Hey don…! “Barquiiillos calientes téeeengo, ¡BARQUILLERÓOO!”
Anécdotas de la Vida
Página 149
Error de Interpretación
Era unos de los mejores hospitales de la ciudad para el tratamiento de enfermedades cardíacas. El más conceptuado y el mejor equipado en infraestructura y en profesionales para atender ese tipo de molestias Alfredo no se merecía menos que eso, y cuando sufrió la crisis, lo habían trasladado para allí. Bueno, no había sido de inmediato, pues la ambulancia que lo recogió, primero lo trasladó a otro nosocomio, para después, en virtud de su estado crítico, doña Estela gestionar la remoción para éste local. Ahora, ya hacía dos días que estaba internado en la sala de tratamiento intensivo, incomunicado, dopado bajo efecto de fuertes drogas, lleno de tubos y aparatos ligados a su cuerpo, en un estado semiinconsciente que lo mantenía dormido todo el tiempo. La esposa, doña Estela, permanecía fiel en la sala de espera del sanatorio, con el rostro dolido, atónita por las circunstancias, y recibiendo a los allegados y los familiares que recurrían a prestarle el debido homenaje a su esposo. Dentro de su estado de tristeza incontenida, aún no comprendía el motivo exacto del porqué su Anécdotas de la Vida
Página 150
querido Alfredo había sufrido tan repentino malestar que casi lo victimó. En verdad, él nunca había presentado síntomas de cualquier molestia que fuese, aunque ella reconocía que llevaba una vida parcialmente sedentaria para su edad, sin practicar ejercicios físicos de manera periódica. El hombre tenía treinta y cuatro años, de complexión fuerte, robusto, sin llegar a ser obeso, de buen porte estructural; tenía una nutrición sana, equilibrada, regular en los horarios; nada que influenciase en el desenvolvimiento de perturbaciones; y de joven, que ella recordase, nada más que paperas y alguna otra enfermedad sin mayor significando, o que fuese capaz de dejar secuelas para un futuro. Tampoco tomaba algún tipo de medicamento o complemento vitamínico. Ese era el relato que, al principio, la esposa fue obligada a mencionarle al médico responsable del equipo que lo atendía, cuando el mismo la había interpelado: -Necesito que me informe los hábitos y costumbres del paciente. Es muy importante para el diagnóstico y el tratamiento que tendremos que darle posteriormente. -¡Es muy extraño! –Le respondió el doctor-. ¿Por acaso él tenía algún desasosiego que lo mortificase? –el médico volvió a inquirir un poco irresoluto.
Anécdotas de la Vida
Página 151
-¡Nada doctor! Alfredo siempre fue una persona pacífica, de bien con la vida, hombre del hogar, dedicado a la familia… ¿No sé si usted me comprende? –le respondió la mujer, ansiosa por la situación. -¡Bueno, ahora no se preocupe, señora! Con los estudios que le haremos, pronto sabremos los motivos, y si habrá secuelas en un futuro. ¡Quédese tranquila que yo la mantendré informada! Por ahora su cuadro está evolucionando bien… Tal vez… en uno o dos días ya lo mandaremos para la sala común -expresó el médico intentando darle ánimo y valor. En realidad, lo único que ella sabía al respecto, era que su marido había tenido un desmayo repentino cuando estaba en el supermercado. Por otro lado, Alfredo era un conceptuado ingeniero proyectista que trabajaba para una importante empresa de construcciones. Un profesional dedicado a su labor, muy bien relacionado en su círculo de actividad, manteniendo una vida reglada, un esposo ejemplar, un excelente padre de familia, un hombre consagrado sobre todos los aspectos. Tampoco tenía apremios financieros, disgustos que le causasen depresiones, rivalidades profesionales, o cualquier tipo de porfía que fuese capaz de originarle algún tipo de angustias. Anécdotas de la Vida
Página 152
Nada había en su comportamiento o en su modo de vivir, que lo incitase a provocar un malestar repentino. –¿O será que él me escondía alguna preocupación? –llegó a cuestionarse doña Estela, bastante desconsolada. La sala de espera del hospital ya se asemejaba a un templo parroquial donde los domingos se ven desfilar fieles en procesión continua, tal era la cantidad de parientes, amigos personales, compañeros, colegas o colaboradores directos del enfermo. Todos habían sido sorprendidos por las circunstancias, y querían prestar sus homenajes a la familia. -¿Pero, cómo fue? –la mayoría preguntaba atónita. -¡No sabemos nada! Fue de repente. -ella les respondía a todos de manera cordial dentro de su preocupación. -Si necesita algo, ya sabe que es sólo pedirlo… -decían todos al ofertar puntualmente sus favores y demostrando estar condolidos con el caso. Los más atrevidos pretendían investigar un poco más profundamente la cuestión, y opinando sobre el tema como si fuesen eruditos en el asunto. -¡Él comía mucha cosa grasienta! –mencionaban. -¡Debería tener un problema que lo atosigaba!... -¡Creo que algo había salido mal en un proyecto!... –los presentes comentaban en una interminable retahíla Anécdotas de la Vida
Página 153
de importunidades similares. Parecería que todos tenían una opinión propia formada al respecto del drama que Alfredo estaba viviendo. Algunos se preocupaban por los hijos y por ella, y hasta con la situación futura de la familia, como si estuviesen previendo anticipadamente el fallecimiento de Alfredo, o la postración definitiva del hombre. Otros eran un poco más equilibrados y solícitos con la mujer. -¿Cómo vas hacer con los nenes? ¿Con la escuela? ¿Con la alimentación de los chicos?... ¿Por qué no vas a descansar un poco? ¡Alguien tiene que velar por el futuro! –le recitaban insoportables cosas por el estilo, pero que demostraban un poco de afectuosidad y comprensión por aquel trance que había acometido repentinamente a la familia. -¡Dios proveerá! ¡Todo saldrá bien! ¡Muchas gracias por venir a verlo! ¡Soy joven, puedo soportarlo! ¡No se preocupen! -Eran las respuestas que demostraban la fe y la fortaleza interna que Estela poseía. Una muralla anímica construida para poder enfrentar el infortunio que le había ocurrido tan sorpresivamente. Mientras tanto, con el pasar de las horas y el efecto directo de la medicación suministrada permitió que Alfredo fuese superando aquel cuadro agudo de mal estar, y paulatinamente se fue superando hasta alcanzar Anécdotas de la Vida
Página 154
el momento de que fue posible transferirlo para otra sala del hospital. Nuevamente, esa circunstancia permitió que la misma peregrinación de familiares y allegados originase un sequito de visitantes en las horas en que eran permitidas las visitas en el nosocomio. Ahora querían verlo, tocarlo. Querían ver el milagro divino de cerca. Y otra vez los visitantes repetían las mismas preguntas e indagaciones, las mismas inquietudes e idénticos comentarios, pero ahora, realizados frente a lecho del pobre hombre que aún continuaba sobre fuertes efectos de calmantes y unido a equipos electrónicos que median su ritmo cardiaco, el nivel de oxigenación, y cosas por el estilo. Aquel bullicioso escenario llegó al punto de exigir la restricción de las visitas a un pequeño número de personas, principalmente, para que Alfredo no necesitase conversar con todos los que allí acudían, y escuchar las indagaciones y sugerencias a su alrededor. Los médicos aún estaban preocupados, pues su presión arterial aumentaba considerablemente, mismo estando sobre los efectos directos de las drogas suministradas. No obstante, los mismos médicos percibieron que ese mismo cuadro no se enfatizaba solamente en los momentos de visita. Era algo que se repetía en Anécdotas de la Vida
Página 155
determinados períodos del día, principalmente cuando el paciente ya no estaba bajo el intenso efecto de la medicación, cuando entonces conseguía reflexionar en su interior, y esto le ocasionaba su descompensación. Él no se animaba a contar la verdad. Sentía un pavor profundo sólo en recordar la escena del momento, de acordarse de los rostros de las personas observándolo a su alrededor a continuación del desmayo, del murmullo de la gente con fisonomías abismadas, la expresión de la propia
señora
causadora
del
incidente,
de
su
irresponsable actitud, de su cualidad profana, y de un sin fin de otros acontecimientos que envolvían el asunto. No sabía cómo encarar la realidad y contarle todo a su esposa, a sus propios hijos que, de una manera indirecta, estaban relacionados al caso. No alcanzaba a comprender como había sido tan relapso sobre el asunto, y de cómo había sido capaz de reaccionar tan intempestivamente frente a una pregunta tan obvia. Y esa meditación lo fastidiaba constantemente y le impedía su restablecimiento. -¡Como fui bajo! ¿Por qué tuve esa reacción tan insolente? ¿Cómo voy a encarar a las personas ahora? ¿Qué les dirán a sus hijos en la escuela cuando sepan la verdad? –Alfredo continuaba a pensar en su silencio
Anécdotas de la Vida
Página 156
meditabundo sin alcanzar una solución, o encontrar la fuerza suficiente para encarar la realidad. Le dolía ver las facciones de su esposa, allí, permanentemente velando por su recuperación, teniendo que admitir su mirada de compasión y amor para con él, sin que llegase a sospechar su villanía, su bajeza, la bellaquería de sus actos. En realidad, todo el contexto presente y futuro, lo atormentaba profundamente. Pero la salida de pronto apareció frente a él como si fuese un envío divino, como si fuese una providencia celestial. En un determinado momento, apareció junto a su lecho un hombre intitulándose sacerdote de una congregación cristiana, dispuesto a tomar su confesión y proporcionarle el sacramento de la eucaristía, no solamente a él, sino también a su familia, si así se lo solicitasen. No siendo un católico practicante, estaba dispuesto a dispensar los servicios ofrecidos, hasta que de pronto se le iluminó la conciencia y pensó estar frente a la única posibilidad de revelar su acto vil y ordinario. -¡Padre! –Le dijo determinado-. Quiero confesar mis pecados… Pero primero necesito relatarle un hecho grave -expresándose con una voz consternada y sufrida.
Anécdotas de la Vida
Página 157
-¡Hijo mío!... ¡Yo seré el portador de tu arrepentimiento frente al Señor! Puedes abrir tu corazón, que yo sabré comprenderte y… -pero fue interrumpido abruptamente por el enfermo. -Usted no comprendió Padre… Yo sólo le cuento todo, si usted es capaz de interceder junto a mi esposa y a mis hijos, relatándoles a ellos mi pecado, pues lo que pretendo ahora es obtener el perdón de ellos primero, para después buscar el perdón de Dios. –le solicitó con los ojos húmedos por unas lágrimas que no llegan a escaparse de las orbitas. -¡Dime hijo mío! Abre tu alma que yo seré capaz de comprender… Por qué no existe pecado en el mundo para que nuestro Señor no lo perdone… Y por comprender tu congoja, sabré interceder frente a tu familia para que ellos igual sepan perdonarte. Al escuchar las suaves palabras del sacerdote, a Alfredo le parecía que una grande parte del peso que le oprimía el pecho se había evaporado, lo que le posibilitó reunir la confianza suficiente para relatar su congoja. -¡Padre! Siempre he sido fiel a mi esposa… Nunca la engañé… No he tenido un desliz para con ella o nuestro matrimonio… -fue diciendo mientras el clérigo escuchaba atentamente el inicio del relato, enunciando
Anécdotas de la Vida
Página 158
por veces un balbuceo en busca de incentivar al hombre a continuar su confesión. -Pero en verdad… Existió una única vez en que fui capaz de cometer una traición a nuestros votos… Y esa única vez… Es la causante de todos mis males… -ahora las lágrimas surcaban sus mejillas y el pensamiento le embargaba la voz. -Hoy pago por mi pecado y por mi indiscreción… y los castigo a ellos por mi infamia… Pero quiero que usted se los explique… De manera que ellos lo sepan comprender… y entiendan mi arrepentimiento –le continuó hablando entrecortadamente entre un gimoteo y otro para conseguir expresarse entre sollozos. -¡Tienes que tener Fe! Nada es tan grave que no merezca el perdón de los humanos, –el sacerdote lo reconfortaba y lo inspiraba, para que Alfredo encontrase las fuerzas para desahogar su desdicha. -Usted no es capaz de imaginarse aquellos ojos congelados… Mirándome… Fijos en mi… Aquel rostro de espanto a continuación de mi pregunta… El color rojo profundo que tomó cuenta de sus mejillas al escuchar mi relato… ¡Qué horror Padre! ¡Oh, qué horror! –continuó a relatarle entre lloriqueos sofocados. -¿A quién tú te refieres, hijo mío? –le preguntó ansioso el santo hombre. Anécdotas de la Vida
Página 159
-Todo sucedió hace apenas algunos días atrás, no sé bien cuando… Por qué no sé cuántos días hace que estoy acá… –dijo, poniendo en duda el momento exacto de su infortunio. -Es que yo había ido al supermercado, necesitaba buscar algunas cosas antes de retornar a mi hogar -comenzó a relatar Alfredo-. De pronto, cuando estaba estacionando mi coche, noté a una mujer rubia que desde lejos me saluda efusivamente… Sin dar mucha razón al asunto, pensé que ella debía estar engañada y terminé de aparcar el vehículo normalmente… Pero una vez que estaba dentro de la tienda, nuevamente noté a la mujer joven, rubia, exuberante, escultural por así decir… Ella estaba en la fila de la carnicería, llena de gente alrededor del mostrador, y es cuando advertí que ella continuaba a saludarme con una sonrisa estampada en su rostro angelical… ¡Oh!... Disculpe mi comparación Padre. – pronunció Alfredo al notar su imprudencia al hablar. Prosiguiendo su relato con la voz embargada le dice: -Pensé más una vez que ella debía estar confundida, y proseguí con mi caminata por entre las góndolas, hasta que nuevamente ella me miró y me saludó con su brazo en alto. -Yo pensé que estaba engañado, pero… Para cerciorarme, primero eché un vistazo hacia todos los Anécdotas de la Vida
Página 160
lados, hasta que me convencí de que el saludo se dirigía realmente a mi persona… Entonces, acometido por mi instinto de curiosidad… Decidí acercarme hasta ella para saciar mi curiosidad. -Padre… Cuando llegué a la fila donde se encontraba la bella muchacha, muy suavemente la interpelé preguntando: -Disculpe… ¿Será que nosotros ya nos conocemos? -Ella me respondió con una sonrisa encantadora y aquella mirada hipnotizadora, diciendo: -Puede… O tal vez yo esté equivocada y no sea usted la persona que yo pienso que sea. -Intentando ser cortés, le expongo que si ella es capaz de relatarme su recelo, sería bien probable que los dos pudiésemos elucidar de vez la duda que ella tenía. -Tengo la impresión que usted es el padre de uno de mis niños –ella me respondió sin hesitación. -¡Padre! En ese momento me quede boquiabierto… Mi memoria comenzó a trabajar apresuradamente… Intenté recordar de algún momento de mi pasado en que tuviese cometido un acto fallido… En acordarme de detalles de la única vez que fui infiel a mí esposa… y todo mientras ella continuaba a observarme con aquellos ojos atrayentes.
Anécdotas de la Vida
Página 161
-Fue justo en ese momento que no me contuve, y extrañado por la circunstancia le dije: -¡Oh!... ¿No me diga que usted es aquella stripper desnuda que apareció en la fiesta de soltero de mi amigo, y que yo al final terminé por culearla encima de la mesa de billar en medio de toda aquella tremenda orgía, todos estúpidamente borrachos, mientras una de sus amigas me flagelaba
por
detrás
golpeándome
las
nalgas
y
arrancándome los pelos del... -Bueno… ¡No es exactamente eso! -ella me respondió visiblemente avergonzada por mis palabras y por la repugnancia que ellas contenían, mientras que su mirada cayó de mi rostro al suelo y prosiguió: -Cuando yo le dije que usted podría ser el padre de uno de mis niños… le quise decir… ¡Que yo soy la maestra de su hijo!
Anécdotas de la Vida
Página 162
BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:
Carlos Guillermo Basáñez Delfante República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo
Nivel educacional:
Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en Anécdotas de la Vida
Página 163
Obras en Español:
Anécdotas de la Vida
2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito 2010 Misterios en Piedras Verdes - 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011
Página 164
Los Cuentos de Neiva, la Peluquera 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013 Carretas del Espectro - 2013 Los Piratas del Lord Clive - 2013 Representación en la red:
Blogs:
AR http://blogs.clarin.com/taexplicado-/ UY http://blogs.montevideo.com.uy/taexplicado UY http://participacion.elpais.com.uy/taexplicado/ CH http://taexplicado.bligoo.com/ ES http://lacomunidad.elpais.com/gibasanez LA http://www.laopinionlatina.com
TERRA http://taexplicado.terra.com/ Wordpress http://carlosdelfante.wordpress.com/ Revista Protexto http://remisson.com.br/
Anécdotas de la Vida
Página 165