Los Piratas del Lord Clive
Carlos B. Delfante
Los Piratas del Lord Clive
Pรกgina 1
El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro.
Martin Luther King
Los Piratas del Lord Clive
Página 2
Índice Preámbulo
5
Una Postura de Ubicuidad
7
El Chivo Expiatorio
26
La Procacidad del Almirantazgo
42
Los Intereses de la Guerra
64
De Ojo en la Cuenca del Plata
87
Una Sistemática Beligerancia
112
Tejiendo la Conspiración
125
La Maquinación Antecesora
142
Una Maniobra Filibustera
163
Las Circunstancias Preliminares
185
Una Partida con Rumbo Fijo
203
La Cansadora Travesía
222
Las Incertidumbres del Conde
245
Un Descanso Reparador
261
El Preludio de la Partida
280
Episodios Paralelos
299
La Última Etapa del Viaje
315
Un Inconveniente Imprevisto
328
El Desenlace Final
350
Epílogo
371
Referencias Bibliográficas
384
Biografía
391
Los Piratas del Lord Clive
Página 3
La probabilidad de hacer mal se encuentra cien veces al día; la de hacer bien una vez al año.
Viejo Refrán
Los Piratas del Lord Clive
Página 4
Preámbulo La novela “Los Piratas del Lord Clive” busca narrar una parte de los eventos acontecidos en la Cuenca del Plata durante aquel permanente estado de beligerancia que existía entre las coronas lusa e hispana para obtener en definitiva la posesión de la Colonia del Sacramento, así como los incidentes postreros que condujeron a la finalización de la Guerra de los Siete Años. Esta aventurera ficción se basa en hechos reales que ocurrieron en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando potencias como Gran Bretaña -aliada a Portugal-, entraron en confronto contra los intereses de la Corona Española, buscando alterar a su favor el comercio marítimo en las Indias y establecer a la fuerza su supremacía global. El presente relato procura describir una parte de las maquinaciones que se establecieron en las altas esferas gubernamentales de dichos países, donde queda expuesto el vértice extremo de las confabulaciones, alcanzando a exhibir diversas flaquezas humanas como la codicia, la ambición, el cinismo, el arrobo y el egoísmo de algunos ignominiosos personajes que en ese momento deberían
Los Piratas del Lord Clive
Página 5
celar por la ejecución de políticas administrativas sin la necesidad de la prodigalidad de los bienes de la corona. Bajo esa confluencia perfecta de eventos, se tejieron enredos, complots y gatuperios que sólo satisfacían las ansias y las pretensiones de los soberbios que gobernaban en aquella época. Lo que nos lleva a pensar, tal vez, que no sea nada distinto de lo que ocurre hoy. Hay también quienes al leer esta historia, interpreten y hasta lleguen a aceptar lo que se ha querido invocar. Pero lo que el escritor vio, analizó y finalmente escribió, es una verdad razonablemente condicionada, en ocasiones ni siquiera es una verdad absoluta sino una simple y llana conclusión, lograda a raíz de las observaciones y las comparaciones puntuales -muchas veces sesgadas- que podrían afectar al autor de una manera y al lector de otra y que en consecuencia podrían ser iguales, parecidas o totalmente diferentes según el punto de vista donde cada uno de ellos se coloque.
Los Piratas del Lord Clive
Página 6
Una Postura de Ubicuidad
En aquella mañana, los paralelepípedos de las calles se encontraban mojados por la de humedad a causa de la insistente neblina que venía envolviendo Londres desde hacía más de una semana. Aquel par de regios caballos que tiraban esforzadamente del carruaje, encontraban dificultad para que sus cascos se afirmasen con seguridad tras cada pisada que daban, mientras el conductor insistía en querer apurarlos haciendo chicotear el látigo en el aire. Dentro del coche, cómodamente sentado en el banco de terciopelo rojo, iba un rubicundo hombre preocupado con lo que debería contar dentro de muy pocos minutos. Finalmente el carruaje aparcó junto a la acera del número 10 de Downing Street, y el noble caballero descendió rápidamente. Desde 1732, aquella era la residencia oficial de todo primer ministro inglés. -¡Señor Duque! No es mi intención venir aquí a interrumpir sus ocupaciones, pero entiendo ser oportuno informarle con urgencia, de que debemos tomar una decisión antes que sea tarde demás -pronunció el ministro de guerra en medio a una acentuada reverencia que la hizo acompañar con acento cortés, al momento que buscaba Los Piratas del Lord Clive
Página 7
dirigir sus soflamas a Thomas Pelham-Holles, el primer ministro inglés y Duque de Newcastle. -Pues diga. ¿Qué lo trae por aquí a estas horas, señor Mariscal? -quiso saber el duque, mientras procedía a abrir con cuidado su diminuta cajita de rapé, y se preparaba para inhalarlo. -Las noticias que nos llegan de Menorca no son nada tranquilizadoras, señor duque -llegó a señalar el visitante mientras le extendía una carta a su superior. -¿Lo qué? -éste le respondió sobresaltado antes de leerla-. ¿Por casualidad, usted está queriendo decir que el octogenario y senil de Blakeney ha vuelto a insistir con sus quejas? -Más bien, en este caso, yo diría que al día de hoy, en aquella isla las papas están que arden, señor duque -buscó justificarse remilgadamente el mariscal mientras sostenía una vistosa carpeta de cuero trabajado en la mano. -¿Y por acaso, qué maldita importancia puede tener aquel pedazo de tierra para nuestro reino? -le contestó el duque de manera irritada. -Bueno, es que el almirante George Anson, junto con todo el almirantazgo que compone la junta de la Royal Navy, concordamos en que debemos actuar ya, aunque más no sea para salvar las apariencias.
Los Piratas del Lord Clive
Página 8
-¡No lo creo! -preconizó el duque-. ¿Por acaso tiene usted alguna sugerencia mejor, señor Ministro? No se olvide usted que las ambiciones inglesas exigen que nos apoderemos de territorios más lucrativos para S.M., y por lo tanto, soy de la opinión de que dispersar nuestras fuerzas para defender cualquier posesión inocua, no es algo muy aconsejable que digamos. ¿Aún no le ha quedado claro, mi estimado ministro? -Sí, comprendo su razonamiento, señor duque. Pero junto con el almirantazgo, pensamos que tal vez esta sería la hora cierta para enviarles una flotilla con algunos navíos, además de proveerlos con un cierto centenar de hombres que bien podríamos reforzarlos con las tropas que están a ver el mar en Gibraltar, y… -¡Por favor! Me acorte de los detalles insustanciales, señor ministro. ¿Qué es lo que me propone? -interrumpió Thomas Pelham-Holles arqueando las cejas y con cara de aborrecimiento. Hasta ese momento, el duque se mostraba intransigente, pero consideró oportuno comprender mejor la situación, dada la insistencia demostrada por los integrantes de su gabinete. -En verdad, milord, es qué en el almirantazgo, sin querer descuidar de manera alguna nuestra estrategia, se han convencido de que una acción es necesaria para quitarle el habla a las tribunas, y por tanto, creen que sería Los Piratas del Lord Clive
Página 9
oportuno que enviásemos a cualquier vicealmirante de pacotilla, poniéndolo como responsable del comando de dicha escuadra… -¡Mmm! Tengo mis restricciones, -murmuró el duque, llevando su mano al mentón, como si el gesto lo ayudara a pensar mejor-, pues pienso que ese plan que usted menciona, puede que atrase nuestros objetivos en Asia y en Canadá. -Si es por eso -justificó el ministro-, no hay motivo por qué preocuparse, señor. Pues si nos movemos tan sólo con algunos navíos, estaremos demostrando firmeza ante los franceses, además de callar la boca de todos esos antagónicos que inundan las Cámaras de los Comunes… -No me importa lo que ellos piensen, mi amigo. Nuestra estrategia es más importante de lo que ellos digan o piensen. Debemos defenderla como sea -expresó el duque con el ceño fruncido. -Claro, milord. Todos sabemos de antemano que esa posición en el Mediterráneo no tendrá significado alguno a largo plazo, pero en el momento parece ser importante y, como en todo juego de ajedrez, ahora necesitamos mover algunos peones -argumentó el ministro de guerra, al defender la postura ambigua del almirantazgo. -¡Qué sea! ¡Si esa es la justificativa, háganlo, pues! Pero no quiero que ellos elijan a uno cualquiera. Busquen Los Piratas del Lord Clive
Página 10
por alguien con suficiente cancha para comisionarle el empeño -ordenó el primer ministro, que meneaba la cabeza para recalcar su duda sin llegar a alzar la voz. Por lo menos, ponderó que con la elección de un buen nombre su gabinete demostraba una mejor importancia. -Es verdad, milord -asintió el mariscal-. Le doy la razón una vez más, pues por lo menos, con tal táctica, evitaremos de alguna forma que más tarde nos atropellen los acontecimientos. En todo caso, para lograr evaluar mejor lo que sucedía por aquel entonces, hay que hacer mención a lo que consta en los archivos históricos, ya que durante la guerra de Sucesión española en 1708, Inglaterra había buscado aprovecharse de la beligerancia establecida entre los dos países para capturar la isla Menorca, y en ella permaneció hasta el día en que Francia la invadió en 1756 llegando a expulsar de ella todas las posiciones británicas. Empero, igualmente es sabido que durante los preliminares años que precedieron dicha invasión gala a esta isla, la reacción de ellos no fue más que una posición de represalia por causa de los continuos ataques que la corona británica venía sufriendo por parte de corsarios franceses a los puertos sajones en las indias occidentales, ya que hasta ese momento el gobierno inglés se había dedicado tan sólo a capturar varios buques galos que Los Piratas del Lord Clive
Página 11
navegaban con destino a Quebec, llegando a encarcelar en Inglaterra a cerca de 2.500 súbditos del monarca franco Luis XV. Sin embargo, retrocediendo a los hechos iniciales que mencionan la discusión final que se estableció entre el duque Thomas Pelham-Holles y su ministro de guerra, todo había surgido cuando el departamento de marina inglés recibió la información a finales de 1755, donde se indicaba el inminente envío a Menorca de una flota gala de asalto proveniente de Toulon. Pero el gobierno no sólo miró el asunto con indiferencia y descaso, sino que incluso llegó a firmar varias solicitudes de permiso a los oficiales que estaban apostados en el fuerte de San Felipe (Menorca), para que estos se solazasen como quisiesen en Gibraltar. A todo esto, debe añadirse el hecho de que el gobernador de la isla y comandante de las tropas británicas en Menorca, el general William Blakeney, quien por entonces tenía 82 años, estaba postrado en cama. Con todo, bien vale mencionar que dicho general conservaba suficiente lucidez y preocupación por el futuro de aquel protectorado, como para haberle enviado varios informes al gobierno del duque de Newcastle, donde se quejaba reiteradamente de la precariedad de su guarnición, a la vez que trataba de convencer a su gabinete de que
Los Piratas del Lord Clive
Página 12
Menorca fuese tenida un poco más en cuenta ante una fortuita llegada de tropas enemigas. Estaba claro que en aquel momento las islas Baleares no contaban entre las prioridades imperiales inglesas ni las del duque, a pesar de que los ciudadanos y la Cámaras ya atropellaban al gobierno con protestas para que ellos reforzasen su única posición en el Mediterráneo. No en tanto, por esos tiempos, puede decirse que la mirada de los miembros del gabinete de Newcastle se dirigía más allá, hacia las indias occidentales y orientales, lugar en donde pensaban que les sería posible lograr compensar cualquier descalabro que ocurriese en el Mediterráneo, mediante el desbaratamiento y usurpación de casi todas las posesiones borbónicas en esos lejanos parajes. En todo caso, al mantener esa postura omnipresente, quedaba explícito que dentro de las cabezas de aquellos gobernantes, las aspiraciones inglesas de ubicuidad eran demasiado grandiosas para ser alcanzadas mediante recursos tan rácanos como los que designó el almirantazgo inglés para la empresa de Mahón, el puerto principal de Menorca. Y así resultó como consecuencia de aquella aligerada deliberación que fuera mantenida entre el almirantazgo y el ministro, que el 11 de marzo de 1756 el vicealmirante John Byng terminase por ser colocado al frente de una Los Piratas del Lord Clive
Página 13
escuadra de 10 navíos de línea y cuatro fragatas con rumbo a la isla balear, y a la cual debería unirse la fuerza que ya velaba en el Mediterráneo para la salvaguarda de la isla. En la ordenanza que fuera emitida por la Royal Navy, también constaba que el contra-almirante Temple West sería el 2º de Byng. Por ende, vale agregar que tanto aquel nombramiento como la organización de la expedición terminaron por ser realizados a marchas forzadas, y su dotación y pertrechos a regañadientes. De hecho, se tuvo que dejar en tierra a una buena parte de la marinería para hacer sitio a las tropas de desembarco. Y ello no era una consecuencia por causa de escasez de efectivos veleros, pues por entonces el almirantazgo mantenía hasta 27 navíos de línea en el canal de la Mancha y en la bahía de Vizcaya, así como otros tantos que estaban rondando por Inglaterra e Irlanda, amén de un otro sinfín de pequeños bajeles que estaban comisionados en las distintas ubicaciones portuarias británicas. O sea, todo indica que aquello se debía a la falta de voluntad y testarudez de aquel gabinete. Aunque por otro lado, esa gran acumulación de navíos en la franja de agua que separaba a ambas potencias, no era acaso una simple fruslería del almirantazgo, pues cabe indicar, en descargo de sus señorías, que por aquella época otros informes no menos fundamentados alcanzaban a Los Piratas del Lord Clive
Página 14
narrar como las proas de asalto francesas tenían intención de dirigirse a Gran Bretaña para someter de vez al reino anglicano. No obstante, prosiguiendo con los hechos de aquel momento, finalmente Byng partió del puerto de St. Helen el 6 de abril de 1756 empinando proa rumbo a Gibraltar, donde debería recoger a los oficiales de Blakeney que, como ya mencionamos, en ese momento estaban de permiso; así como también alzarse de allí con un regimiento de fusileros reales que serían puestos al mando del coronel Robert Bertie. Pero desde que se había dispuesto la realización del éxodo de aquella flota, había quedado palpable que las autoridades de la armada inglesa no se tomaron la expedición demasiado en serio, y el vicealmirante John Byng pasó a sentir en su propia carne un especial desasosiego ante la cantidad de inconvenientes que tuvo que soportar para surtir su escuadra. Aunque más tarde vería que esas zozobras no acabarían por ahí. Cuando el día 2 de mayo la flota arribó a la Roca, una otra posesión británica que había sido conquistada tras la guerra de Sucesión española, el vicealmirante se las vio y las deseó para que el gobernador de Gibraltar, el teniente general Fowke colaborase con la expedición, a pesar de
Los Piratas del Lord Clive
Página 15
que Byng portaba claras órdenes escritas del departamento de marina inglés. -Señor Fowke, me disculpe si lo ofendo, pero no me gustaría que usted llegue al punto de especular que mi requerimiento es simplemente una futilidad de mi parte alcanzó a objetar Byng casi a regañadientes durante la primera reunión que ambos mantuvieron en el fuerte, procurando argumentar educadamente frente a la negativa de aquel teniente general. -Usted sabe muy bien cuáles son las órdenes del almirantazgo que yo traigo conmigo -agregó con énfasis. -¿Qué saben ellos lo qué aquí ocurre, si se encuentran sentados cómodamente en sus gabinetes tomando el té? -le respondió el gobernador con otra pregunta retórica. -Eso no viene al caso, señor Fowke. Así como no cabe a nosotros la osadía de cuestionar lo que es mejor para Su Majestad, el Gobierno y sus súbditos -alegó el mediador jefe de la escuadra con acento diplomático. -Pues, al contrario de lo que ellos puedan pensar, milord, le diré que yo soy del grupo de los que especulan que tratar de repeler a los franceses en Menorca, no deja de ser un hecho muy azaroso para nosotros aquí -defendió Fowke de manera acalorada. -Disculpe que yo parezca ser insistente, pero confieso que no tengo muy claro el porqué de tan rubicundo Los Piratas del Lord Clive
Página 16
posicionamiento, -interpoló el vicealmirante sin cambiar el tono de su voz. -Entonces le diré que defender esta posición, no es más que una cuestión estratégica para nuestra armada, señor Byng, por tanto, considere que Gibraltar no puede permitirse el lujo de desprenderse de ninguno de los hombres que la defienden… Tarde o temprano también seremos atacados -deliberó con exaltación. No es del todo difícil comprender la tesis presentada por Fowke, porque en el fondo de sus palabras, la presunción del gobernador se debía al temor de un asalto repentino por parte de la escuadra francesa, o hasta de una posible acometida por tierra del lado español. -Concuerdo rotundamente con su perspicaz opinión, señor Fowke, -pronunció Byng diplomáticamente, una vez que raciocinó mejor sobre lo dicho-, de que esta Roca debe ser preservada a todo costo. Aunque si usted me permite -añadió mirándolo fijamente-, convengamos que no será por causa del equivalente a un batallón de infantería que yo solicito ahora, que su bastión resultaría en quedar peligrosamente debilitado ante cualquier futura contienda. Siendo así, antes de llevar el asunto a mayores, le recomiendo que piense en lo que dirá nuestro Ministro ante su empecinamiento fundamentado.
Los Piratas del Lord Clive
Página 17
-¡Gracias, señor Byng! Veo que usted entiende mi preocupación. Por lo tanto, quiero dejarle claro que de ninguna manera tengo la intención solapar su encomienda. Así que, ante tal impase, ésta deberá ser una cuestión que no solucionaré impulsivamente, pues entiendo que debo reflexionarla junto a mis comandados, ya que serán ellos quienes se las verán con el diablo si alguien nos ataca. -Pues bien, señor Fowke. Admito que su providencia es lo mejor que puede ocurrir aquí, del mismo modo que deseo que el consenso de todos venga en mi ayuda, terminó por decir el vicealmirante, escondiéndose detrás de una sonrisa de convencimiento. Al final de cuentas, con sutiles amenazas había logrado que el terco gobernador recapacitase en su favor. Así fue que, tras deliberar en un consejo junto con sus inmediatos, Fowke terminó por acceder a franquearle 240 soldados, que a bien de la verdad, eran muchos menos de los que esperaba Byng, y de la plantilla que había sido determinada por el departamento de marina. Pero mientras ellos se encontraban entretenidos en ese tire y afloje de argumentos en favor de sus desiguales puntos de vista, al día siguiente los alcanzó en la Roca la flotilla que estaba posicionada en el Mediterráneo al mando del capitán de navío Edgcumbe, la cual había sido desalojada recientemente de Menorca. Una vez a puerto, el Los Piratas del Lord Clive
Página 18
referido capitán intenta prevenir a Byng sobre cuál era el tamaño de la fuerza de la escuadra gala que éste tendría por delante si continuase con el plan del almirantazgo. Cabe enfatizar que a principios de aquella primavera, la fuerza naval inglesa en el Mediterráneo era de tan sólo 3 navíos de línea y algunas otras embarcaciones pequeñas al mando del ya mencionado capitán. Dicha flotilla era toda la defensa y protección con la que contaba la disputada isla y su aliquebrado gobernador Blakeney. -No se me achique, señor Edgcumbe -le respondió Byng dando de hombros y demostrando estar seguro de sí, después que aquel capitán concluyera el parte. -Usted verá por sí solo que ahora conseguimos juntar 15 unidades de guerra y otros bajeles más para lograr enfrentarlos de igual para igual -agregó, buscando elevar la moral del capitán. -Es que no quiero que, por ser portador de tan mal auspicio en un momento tan delicado, milord, usted piense que a mí me falta coraje -se disculpó Edgcumbe, con la fisonomía amedrentada-. De igual modo, tampoco quiero ser denigrado ante una corte marcial por ineficacia y duda, o por no conservar la línea de combate -añadió hinchando su pecho para demostrar su valor. -Hagamos lo siguiente, mi caro capitán -le manifestó el vicealmirante, como si con su actitud estuviese Los Piratas del Lord Clive
Página 19
negociando la situación-. Yo haré de cuenta que no escuché sus ocurrencias, y usted se encarga de preparar lo cuanto antes nuestra partida -acotó en tono conciliador, quizás pensando más en la necesidad de hombres y barcos que tenía, que en los motivos de la fuga. -Si me permite extenderme un poco más, señor Byng, querría agregar a mi reporte, que cuando su flota se hallaba el 18 de abril apenas doblando el cabo Finisterre en dirección a Gibraltar, -alcanzó a señalarle el lánguido capitán ya con el espíritu un poco más tranquilo-, los adormilados centinelas de la torre de vigilancia de Monte Toro consiguieron vislumbrar por el noreste a una nube de velas embolsadas que arrumbaban directamente hacia la bocana del puerto de Mahón.
Plano con la bocana del puerto de Mahón y el fuerte de San Felipe. Original de la época. Arxiu de la Autoritat Portuària de Balears. Los Piratas del Lord Clive
Página 20
-¿Quién sabe si para cuándo nosotros lleguemos a la isla, señor Edgcumbe, ellos ya se hayan retirado en busca de otros objetivos, o los localicemos cuando ellos estén distraídos y menos preparados? -llegó a responder Byng buscando amenizar la situación mientras dirigía sus pasos para observar el mar desde la ventana, y entregándose a razonar que aquella no sería una situación confortable, pero mismo así no se apocaría ante ella. Vale decir que aquel bosque de trapo enemigo que había sido informado por el expectante capitán Edgcumbe, lo formaban casi 200 barcos, entre los que se encontraban 12 navíos de línea y 4 fragatas que eran capitaneados por el almirante marqués de Galissonniere a bordo del insignia Foudroyant, y quienes habían partido de Toulon 10 días antes transportando 24 batallones de infantería al mando del mariscal Louis François Armand du Plessis, duque de Richelieu que viajaba en el citado navío, los cuales se adjudicaban el firme objetivo de desembarcar y desalojar a los ingleses de Menorca. De igual modo, cabe mencionar que antes de huir, los peores presagios profesados por el capitán Edgcumbe, que por entonces ya se había hecho eco de los rumores de la invasión y buscaba patrullar muy cerca de la costa con la fragata Chesterfield, se habían cumplido.
Los Piratas del Lord Clive
Página 21
-¿Usted vio lo que mis ojos distinguen, señor? -llegó a interpelar su contramaestre, sosteniendo el catalejo en la mano mientras dejaba la quijada caída. -¡Señor Scrope!... ¡Señor Scrope!... -gritó Edgcumbe como un alucinado así que vio la flota gala-. Profeso que ante tales circunstancias, es mejor que salvemos nuestra piel antes de que los galos nos desuellen vivos -alcanzó a gritarle de una manera perturbada a través del megáfono, cuando buscó dirigirse al el capitán Carr Scrope, de la Dolphin, que en aquel momento se encontraba bajo la protección de las baterías del muelle. -¡Concuerdo, mi capitán! ¿Pero para dónde debemos navegar? -indagó el atónito Carr. -Todavía no sé bien. Aun no lo pensé, capitán. Pero es mejor que levantemos anclas de inmediato y soltamos trapo en cuanto da y el viento ayuda. Así fue que, tras impartir sus últimas y confundidas órdenes, Edgcumbe dispuso que todos empinasen las proas de las naves rumbo sur, colocándose a la vanguardia con el resto de la escuadrilla de defensa siguiéndole de atrás. El aquel mismo instante, el perspicaz almirante Galissonniere, percibiendo cual era la maniobra que los ingleses buscaban realizar, ordenó que sus naves los persiguiesen sólo durante un rato, ya que su objetivo primordial era tomar la isla. Los Piratas del Lord Clive
Página 22
-¡Señor Capitán! Los galos ya no nos siguen, pero debo notificarle que el Phoenix tampoco cierra nuestra retaguarda -avisó el excitable segundo de Edgcumbe. -¿Para dónde fue? -murmuró el capitán alargando la vista por la popa-. ¿Lo han capturado? -insinuó largando la mirada en el mar vacío. -No, pienso que no. Creo que su última maniobra fue para enhilar el Phoenix rumbo a la costa. -¿Será? ¿Está seguro que no fue alcanzado por algún cañonazo? -insistió en preguntar el capitán. -No, señor -le respondió el oficial, aunque meneó la cabeza en ton de duda. -Entonces, juzgo que, probablemente, al presentir que se hallaba a tiro de cañón, el capitán Hervey haya buscado refugio seguro en Palma. -Ponderó Edgcumbe con una mueca de recelo. En verdad, así fue, pues después de una preocupante e infructuosa caza por parte de las naves galas, el Phoenix del capitán Augustus Hervey buscó resguardarse en el puerto de Palma, aunque allí tuvo que permanecer fondeado al quedar taponado por tres fragatas francesas; una embarazosa situación de la cual no se zafaría hasta la llegada de la flota de Byng. Empero, nada les ocurrió en las aguas de Palma, porque en verdad el marqués de Galissonniere había Los Piratas del Lord Clive
Página 23
decidido abandonarlos y reagrupar su fuerza, ya que la rada para desembarque en Mahón estaba tapizada de embarcaciones, así como de otros atascaderos que habían sido hundidos por los ingleses, cuando el grueso de la escuadra gala había logrado penetrar y sitiar dicho puerto. No en tanto, los ingentes efectivos militares que eran comandados por Richelieu, lograron desembarcar en las inmediaciones de aquel fondeadero sin encontrar casi ninguna oposición de tierra. A la sazón, ambos comandantes, optimistas por la poca y nada oposición encontrada hasta ese momento, comenzaron a desplegar los planes para asfixiar al octogenario general Blakeney que estaba atrincherado en San Felipe. En todo caso, ya anteviendo lo que los aguardaba frente a tamaño contingente galo, los soldados británicos de la fortaleza se habían tomado la molestia de inutilizar todas las vías de comunicación con el puerto de Mahón y, particularmente, con el castillo; por tanto, Richelieu tuvo que emplear algún tiempo en labores zapadoras y de ingeniería para allanar el camino a sus piezas de artillería que, finalmente, fueron clavadas a escasos 150 de las murallas del bastión. Asimismo, cabe destacar que la popularidad del rey inglés en aquella isla era bastante trivial y mediocre pues, Los Piratas del Lord Clive
Página 24
cuando las autoridades coloniales solicitaron voluntarios a la poblaciรณn civil para repeler a los franceses, tan sรณlo 250 menorquines se alistaron a las รณrdenes de Blakeney. Dicha ojeriza contra el monarca galo quedรณ patente cuando los subordinados del gobernador tuvieron que reclutar a la fuerza a 25 panaderos, para que estos aprovisionasen la tropa que ya estaba acantonada dentro del castillo de San Felipe.
Los Piratas del Lord Clive
Pรกgina 25
El Chivo Expiatorio
Una vez que fuera perdida la posesión de la isla, mientras tanto, ya habiendo partido el día 8 de mayo con dirección a las Baleares contando con viento desfavorable, la flota del vicealmirante Byng finalmente dio las caras en las inmediaciones de Menorca el día 18 al anochecer, cuando el Phoenix, que había quedado bloqueado en Palma, en definitiva pudo unirse a sus buques hermanos. Una vez allí, Byng descubrió sentirse satisfecho por contar con la mano de Dios ya que los franceses no se encontraban a la vista. Entonces se le ocurrió que lo mejor en aquel momento, era comisionar al capitán August John Hervey al mando del Phoenix, el Chesterfield y el Dolphin, para que éste inspeccionase la bocana del puerto de Mahón, a la vez que examinaba si existía alguna forma de comunicarse con el castillo de San Felipe, que por entonces era la única posición que había resistido al hostigamiento francés. El vicealmirante mandó izar señal para que el navío de dicho capitán se le acercase lo suficiente como para ellos poder parlamentar, y una vez cerca, le determinó casi exacerbado: Los Piratas del Lord Clive
Página 26
-Capitán Hervey, quiero que se aproxime lo máximo posible hasta la entrada del fondeadero. Una vez allí, descubra cual es la posición de defensa de los franceses. Eran órdenes que indicaban que el vicealmirante ya estaba proyectando en su mente la realización de una maniobra de ataque. -Quién sabe, milord, si me aprovecho de la oscuridad de la noche, y mando una chalupa a tierra para que explore más de cerca la situación -contestó Hervey, entusiasmado con la oportunidad que le concedían. -Juzgo que sería excelente, capitán. Pero vea bien, tenga cuidado. No quiero despertar al león antes de que estemos preparados -le aconsejó Byng, receloso. -Pero si usted realmente está convicto de que su ardid no será descubierto -enmendó-, entonces concuerdo con su táctica y el objetivo de la patrulla, pues más que nada, deseo informar al general Blakeney para que aguante firme la posición lo más que pueda, ya que la flota real está a puerto para apoyarlo. -Comprendido, señor -llegó a pronunciar de manera solemne el entusiasmado vasallo, quien en ese instante ya se disponía a repartir órdenes para su segundo. Sin embargo, justo cuando ambos barcos estuvieron separados por apenas algunas yardas, los navíos de Galissoniere comenzaron a doblar el extremo norte de la Los Piratas del Lord Clive
Página 27
rada y aparecieron en dirección al puerto de Mahón, con lo que Byng ordenó a los gritos para que el capitán olvidara las órdenes impartidas y volviesen todos a la avanzadilla. -¡Reculen!... ¡Reculen!... Olvídese de lo dicho, señor Hervey -le llegó a vociferar el comandante apoyado desde la balaustrada de su barco. -¡Vamos reagrupar! ¡Formen la línea!… ¡Mantengan la formación! -le gritaba por el megáfono mientras daba órdenes para sus oficiales levantar banderas de señal. En verdad, Byng buscó de inmediato congregar su escuadra preparándola para el factible ataque, y en eso se ocupó durante la madrugada y las primeras horas del día siguiente. Pero cuando fueron las 2 de la tarde, ordenó para que formaran la línea de batalla tomando la posición norte-noreste, lo que se consiguió a duras penas por causa de la falta de viento suficiente. Su determinación se fundamentó al observar con detenimiento y cuidado el movimiento que estaba realizando el enemigo, quien por entonces también avanzaba lentamente buscando cerrar su línea. -¡Señor, Byng! Ya están todos los navíos colocados en la alineación que se les ordenó -le avisó su segundo-. Pero si usted me permite un apéndices, opino que necesitamos considerar que aquellos barcos que se anejaron con el capitán Edgcumbe a nuestra expedición, no Los Piratas del Lord Clive
Página 28
cuentan con una marinería suficiente para realizar las labores y el zafarrancho de combate. -¡Gracias! Ya he pensado en ello, señor Pacheco -le contestó impertérrito a su capitán de navío-. ¿Por acaso tiene en mente alguna sugestión? -le indagó a seguir sin apartar el catalejo de sus ojos, entretenido que estaba en observar las maniobras del enemigo. -Quizás sí, si es que usted me permite la sugerencia, señor Byng -le aseveró Pacheco. -Ándele, hombre. Dígala sin más rodeos. -Pues creo que aún tenemos tiempo favorable para redistribuir las tripulaciones, de manera que cada uno tenga suficiente personal a bordo. -¡Mmm! Parece ser una estratagema arriesgada para ser ejecutada en este momento -le contestó Byng con una mueca de duda-. Pero por ventura, considero que lo podríamos intentar dé a una por vez. ¿Ya sabemos de cuántos hombres estamos hablando? -le preguntó, sin llegar a concordar en que fuese realizada la maniobra. -¡Sí! ¡Señor Byng! Cada uno de los capitanes ya sabe exactamente cuántos individuos pueden ceder. Acaban de izar banderas para anunciarlo -Entonces, muévase -ordenó convicto-. Envíe ya las señales para que se aproximen de a uno, señor Pacheco.
Los Piratas del Lord Clive
Página 29
Pero cuando se muevan, que no olviden que cada uno debe mantener la alineación que se determinó. Cuando el capitán Pacheco finalmente se apartó para distribuir las nuevas, pronto se le acercó el teniente Basset, que en ese momento tenía un aspecto de perplejidad cincelado en el rostro después de haber escuchado a su superior. Al colocarse a su lado, respetuosamente solicita permiso para formular un comentario a Byng, que en ese momento estaba oteando la formación de la flota. -Señor, le informo que faltan 2 horas para que se oculte el sol y se nos termine el tiempo -al no obtener respuesta, Basset hizo una pausa, y agregó-: -¿No cree usted, que una maniobra tan demorada pueda llegar a ser arriesgada, ya que hasta ahora se han movido sólo dos bajeles? -¡Calma! Ya lo harán, señor Basset. Pronto verá usted que en eso están… Aguardemos -propuso Byng con la intención de demostrar tranquilidad a sus oficiales. No en tanto, el comandante apenas si tuvo tiempo de ver como las dotaciones de las fragatas eran trasvasadas a los navíos con falta de personal, además de que, a última hora, se le dio por decretar por instinto, de que la Phoenix, que había sido declarada inútil para la acción, se preparase para ser utilizada como barco incendiario si llegado del caso. Los Piratas del Lord Clive
Página 30
Pero también el teniente Basset tenía razón, porque cuando la ampolleta llegó a marcar las 6 de la tarde, mientras ellos se demoraban ejecutando esas maniobras, el vicealmirante pudo percibir que la flota gala de 12 navíos y 5 fragatas comenzaba a orzar en línea paralela a la costa. Y aún no había pasado otra hora, cuando Galissonniere, que entonces mandaba el centro, dispuso que volaran la señal para que todos arrumbaran hacia el este a fin de ganar barlovento. Poco después, la línea francesa ya estaba posicionada a casi 10 kilómetros de la británica, que también había iniciado por su vez un movimiento similar, como para intentar frustrar la maniobra de su oponente. Y así, durante la penumbra del ocaso que se siguió, ambas flotas se obstinaron en ganar de alguna forma la ventaja de aquel viento perezoso e impedir el objetivo ajeno. -¿Que haremos durante la noche, señor Byng? -indagó el segundo comandante. -¡Hoy no habrá debate de estrategias! Que cada cual mueva el primer turno como buenamente entienda. Luego ya se darán órdenes por banderas y bocinazos. -Decretó el vicealmirante, que se apreciaba decepcionado al ver el movimiento de los galos. -No sé si este decreto sería lo más conveniente en este caso, pero admito lo que dice usted, señor, ya que como Los Piratas del Lord Clive
Página 31
todos sabemos, en el ranking de estas batallas no hay discusión previa de la táctica a adoptar, aunque eso no quiere decir no hayan órdenes. -¡No se preocupe! -le respondió Byng de manera contrariada-. Ya las habrá en su debido momento -agregó secamente. -Meta en su cabeza, mi amigo, que estamos en un juego cooperativo y, por tanto, siguen valiendo todas las normas habituales del código Velmad, incluido marcar a Consejo de Guerra a quién se salga de madre -finalizó Byng dando por encerrada la discusión. Lo que en realidad Byng buscaba, era que todos los capitanes de mantuvieran alertas y tomasen las decisiones pertinentes cuando los franceses atacasen. Y así ocurrió cuando la primera escaramuza tuvo lugar nada más al despuntar las luces del día 20, momento en que dos bajeles pequeños de refuerzo fueron enviados a Galissonniere por el oficial al mando de la ofensiva contra la isla, el mariscal Richelieu, los que luego resultaron sorprendidos por el navío inglés Defiance, que en ese momento estaba algo retrasado en la línea. -¡Allí!, capitán Joaquín. Mire que oportunidad de los dioses -le señala el teniente Bruce para quién entonces estaba al mando del Hms Defiance y Hms Intrepid.
Los Piratas del Lord Clive
Página 32
-¡Sí! Ya los veo… ¡Largad paño ya! -gritó Joaquín para los oficiales-. Preparen los cañones y miren directo a los aparejos y a los velámenes -ordenó desgañitándose. -¡Que inútiles! ¿Será que aquí nadie sabe apuntar derecho al mástil? -protestó al percibir la ineficacia de sus marinería cuando las balas cayeron en el agua. -Qué bien nos tuviera hecho, si durante el trayecto a la Roca hubiésemos practicado más zafarranchos -murmuró el el teniente Bruce, moviendo la cabeza. -¡Pronto! Uno ya lo tenemos -gritó el capitán Joaquín, con una sonrisa de escarnio, ya que después de realizar una corta carrera y largar unos cuantos cañonazos hacia la arboladura, uno de los bajeles fuera apresado, mientras que el otro lograba unirse a la escuadra francesa. Mismo con el pequeño éxito que había sido obtenido por el capitán Joaquín, el vicealmirante no estaba de buen humor. Ese día, el viento era un suave levante y ello había permitido que al despuntar la mañana las dos flotas se encontrasen en línea y con las proas empinadas al nortenoreste. No en tanto, Byng pudo notar con perplejidad que la retaguardia británica estaba un poco rezagada, así como que las naves galas tenía Mahón a babor, mientras que su escuadra estaba posicionada a estribor. Pero junto a ese dilema que le había generado algunos trazos de incertidumbre, Byng también había notado que Los Piratas del Lord Clive
Página 33
ambas líneas estaban lejos de ser paralelas, ya que las vanguardias se hallaban a tiro de cañón, mientras que entre las retaguardias había el triple de distancia. Sin perder tiempo, llamó al capitán Pacheco y le ordenó: -¡Vuele banderas en el palo mayor, y avise para que mantengan la línea cerrada! -pronunció con irritación. -¡Sí, señor! ¿Alguna orden más? -No, con eso basta por ahora, señor Pacheco. Pero luego que notemos que nuestra retaguardia consigue realizar la maniobra correctamente, intentaremos punzar y doblar la línea francesa. -El vicealmirante mostraba estar preocupado en que ellos no fuesen sorprendidos por los enemigos y, al estar alejados unos de otros, eso permitiese que le cortasen la línea de defensa mientras él tomaba la delantera del combate. -¡Excelente estratagema! Pues si nos salimos bien a tiempo, señor Byng, podemos llegar a cortar la formación enemiga en perpendicular -conjeturó el capitán, queriendo agradar a su jefe. -¡Maldito viento infructífero! -Protestó el contrariado vicealmirante sin llegar a responder el molesto comentario del capitán Pacheco, ya que el escaso soplo de aire seguramente les obstaculizaría la maniobra. Mismo después de dar inicio al amaño que fuera ordenado mediante señales en el palo mayor del Ramillies, Los Piratas del Lord Clive
Página 34
ardid que en su mente tenía por objeto pinchar y hacer doblar la línea francesa, el vicealmirante estaba tenso, tal vez por conocer el triste destino sufrido por su colega y paisano, el almirante Thomas Matthews (*) hacía más de una década. Por lo tanto, buscaba de alguna manera mantener la línea cerrada mientras aguardaba el momento de poder cortar la de su enemigo en perpendicular. Pero el movimiento no salió como él pretendía, y los primeros navíos ingleses fueron repelidos por el certero y demoledor fuego francés de los barcos de Galissonniere, quien muy pronto entorpeció el avance del Ramillies, y terminó por deshacer la línea y llegó a ofender la arboladura de algunos barcos ingleses. -¡Juro que yo no los moveré! -vociferó Byng ya fuera de sí al ver cómo le demolían algunos barcos de su flota-. Pero que luego ellos no me vengan llorando si los galos les rascan un poco la chapa de sus naves -palabras con las que demostraban todo su enfado, cuando vio que él mismo estaba posicionado en el centro, mientras su retaguardia se encontraba demasiado alejada de la vanguardia que ya empezaba a sufrir el impacto de los disparos enemigos. -¡Capitán! Haga volar otra vez la señal para que se comprima la línea al máximo -berreó Byng razonando mejor y saliendo de su enfado.
Los Piratas del Lord Clive
Página 35
El capitán Pacheco no perdió tiempo y mandó que izaran señal dirigida a todos los barcos de la división de retaguardia, para que estos se apretasen lo antes posible en la línea. Pero sabía que esa sería una maniobra que resultaría muy cansina de ejecutar por causa de aquella brisa leve. A su vez, la vanguardia francesa, que estaba al mando del contra almirante M. Glavendez cuya insignia volaba en el Redoutable y que ya había dado comienzo al estruendo bélico sobre los primeros de la línea británica, mantenía una formación prieta en línea, con una cadencia de fuego de 2 andanadas a cada 5 minutos. O sea, lograban ejecutar los disparos dentro de los padrones de aquella época. Como consecuencia, los tres primeros navíos ingleses fueron desarbolados de sus masteleros, mientras que el quinto (Captain) y el sexto (Intrepid), ambos de 64 cañones, quedaron sotaventados, sobre todo el primero, al final de su línea y con serios daños en la arboladura. Había sufrido la pérdida del mastelero de trinquete. Mientras tanto, el contraalmirante M. de la Clue, que dirigía la retaguardia francesa desde el Couronne y que ya se estaba quedándose sin objeto de fuego, ordenó entonces a sus navíos centrarse en la vanguardia enemiga, para lo cual las cureñas de las baterías se alzaron lo máximo posible, haciendo que la distancia con los matalotes Los Piratas del Lord Clive
Página 36
anteriores y posteriores se redujese casi hasta el contacto físico. La línea gala era ahora una compacta y casi recta muralla de buques en facha que soltaba hierro sin cesar. Al advertir el efecto demoledor que estaba logrando causar al enemigo, el navío Foudroyant de Galissonniere seguía enarbolando la bandera de apuntar al aparejo, mientras las fragatas se cercioraban de que la alineación francesa no dejase un solo resquicio entre buques, mediante la comunicación puntual y presta dirigida a los distintos capitanes de sus navíos. Entretanto, el contraalmirante Temple West, que se encontraba al mando de la vanguardia inglesa posado desde el 70 cañones Buckingham, advertía atónito como sus unidades ya se iban quedando metódicamente incapacitadas, ya que en su avance frontal apenas pudieron devolver algún cañonazo con las piezas del castillo de proa. Por lo tanto, la tradición francesa de disparar a la arboladura para reducir la movilidad enemiga les terminó por dar aquí pingües beneficios. En ese momento, la línea británica había quedado deshecha y hasta 5 navíos se apelotonaban en lo que había sido poco antes su vanguardia. Por entonces, la dotación del Ramillies buscaba de algún modo disparar desde muy lejos, pero lo realizaba con poca efectividad. Fue cuando Byng, posicionado en el Los Piratas del Lord Clive
Página 37
castillo, no tuvo más remedio que otear el horizonte y ver como los navíos franceses estaban casi inmóviles en el centro del mar, rodeados por su propia nebulosa de pólvora, pero que aun así se mostraban impolutos e intactos. De alguna manera, el vicealmirante intentó reordenar la alineación repetidas veces, pero, debido a que varios navíos de la vanguardia ya estaban desmantelados, dio el brazo a torcer en una melé por entender que la situación tenía pocos visos de mejorar. Eso lo llevó a ordenar la retirada de la acción para, en lo posible, buscar reparar los cuantiosos daños ocasionados en su flota y volver sobre la escuadra francesa con más garantías. En tanto todo ese desastre acontecía en el mar, desde el puerto, el duque de Richelieu se dedicaba a observar atento el desarrollo de la pugna, y llegó a encolerizarse cuando comprobó cómo, ante la retirada de los ingleses, el comandante Galissonniere no exterminaba o capturaba toda la flota británica, ya que éste contaba con una excelente oportunidad, pero distinguía que no hacía nada para hacer fructificar ese momento, ya que sus barcos se mantenían al abrigo de la costa. No obstante, sobre este mismo punto, posteriormente Galissonniere buscó cerciorar al propio Richelieu, que el verdadero objetivo de la confrontación era la recuperación Los Piratas del Lord Clive
Página 38
y aseguramiento de Menorca, mientras que la captura de algún navío enemigo no pasaba de ser algo subsidiario. Sin embargo, en ese entonces, al copilar los resultados del reto, hasta podría afirmarse que el combate podría ser calificado de indeciso, pues las bajas en ambos bandos fueron similares, aunque los galos no perdieron ningún oficial, mientras que los comandantes Andrews del Defiance y Noel del Princess Louisa perecieron bajo el fuego francés. Empero, se sabe que los buques ingleses llevaron la peor parte en la arboladura, mientras que en el bando galo desapareció únicamente un mastelerillo.
Ataque de los franceses al castillo de San Felipe.
En todo caso, cabe resaltar que lo más importante, y la finalidad por la cual Byng en un principio había sido enviado a aquellas aguas, -conservar la soberanía británica Los Piratas del Lord Clive
Página 39
en la isla- no se había logrado, ya que la flota francesa había quedado posicionada en las proximidades del castillo de San Felipe, y todo el contorno de la isla de Menorca estaba ahora en manos del almirante francés Galissonniere, mientras que aquella fortificación se encontraba acosada por las tropas de Richelieu. A partir de aquel momento, al vicealmirante Byng sólo le restó buscar reagrupar de alguna manera su maltrecha escuadra, entender cuáles eran los desperfectos de las naves y posteriormente reunir a los capitanes y oficiales para celebrar un Consejo de Guerra a bordo del Ramillies. Allí de decidiría lo que hacer. Durante la realización del mismo, todos los oficiales presentes coincidieron sobre un mismo punto: lo ineficaz que resultaría querer reanudar la acción teniendo en cuenta el estado en que se encontraba la flota; y al unísono confirmaron que lo mejor era poner de inmediato sus proas hacia Gibraltar. Así fue que, durante el trascurso de la travesía hacia la Roca, los operarios ingleses trataron de alguna manera restañar las heridas de los navíos y fragatas, las cuales afectaban principalmente a la sección superior de las arboladuras del Defiance, Phoenix, Princess Louisa, Trident, Intrepid y Dolphin.
Los Piratas del Lord Clive
Página 40
Cabe decir que a los dos primeros navíos hubo que reemplazarles los palos de trinquete al llegar a Gibraltar, mientras que el Intrepid y la Dolphin habían perdido toda la mantelería anterior, amén del bauprés y una buena proporción de jarcias y obenques. Finalmente, en nueva asamblea concluyeron que necesitarían de bastante tiempo para poner a los navíos en condiciones de retornar a Menorca, soñando inclusive con la llegada de refuerzos enviados desde Inglaterra.
Los Piratas del Lord Clive
Página 41
La Procacidad del Almirantazgo
Con la escuadra inglesa ya desalojada de las inmediaciones, la resistencia del castillo de San Felipe no fue más que una mera formalidad, y su capitulación, que no tardó en llegar, la terminó por firmar el propio gobernador Blakeney el 28 de junio contando con el consenso de casi todos los oficiales allí presentes, y tras la realización previa de un corto Consejo de Guerra que fue efectuado en la fortaleza. Sin embargo, a pesar de la derrota sufrida por su flota, la primera buena noticia que alcanzó a Byng en el trajinar de toda la desastrada campaña, le vino en forma de ascenso cuando él ya se encontraba de vuelta en Gibraltar. -¡Señor duque! Si me usted permite la interrupción… -pronunció el ministro de guerra con tono melifluo, ya que debería abordar un asunto un tanto quisquilloso. -En buena hora, hombre. Lo estaba aguardando. ¡Entre! -le ordenó el duque al verse sorprendido por la llegada del ministro. -¿Por acaso trae usted una solución para los puntos que discutimos ayer, señor ministro? -llegó a articular Pelham-Holles, quien desde hacía unos días se sentía Los Piratas del Lord Clive
Página 42
severamente disgustado por causa de los reveses en los cuales se había visto incluido, ya que estos estaban fundamentados en los errores y deslices que últimamente venían cometiendo los irreflexivos hombres de su gabinete y del almirantazgo. -Sí, señor. Creo que hemos encontrado un posible subterfugio con el que de algún modo podemos proteger el erario de S.M., y, por si mañana, como usted señala, surge un enjuiciamiento. -¿Y a qué resolución rimbombante consiguió llegar Anson y aquellos mentecatos del almirantazgo? -preguntó
el duque, anticipándose a cualquier sugerencia esdrújula. -Pues bien. Ellos afirman que tienen una salida legal, señor duque. Pero para que su justificación sea concisa, necesito tener su visto bueno. Digamos… -titubeó el ministro, observando la reacción del duque-, como para que logremos dar un poco más de empaque al expediente. -No sé. Primero habría que verlo, señor ministro ponderó Pelham-Holles encogiendo los hombros-. Tal vez mi aprobación, realmente dependa de que no quieran ellos colocarme a mí y a mi gobierno frente a una nueva arbitrariedad, pues todas esas nimiedades ya me están hartando más allá de los limites soportables -expresó el duque en tono de reprimenda, mientras abría los dorados
Los Piratas del Lord Clive
Página 43
botones inferiores de su casaquilla roja para acomodarse mejor en la silla. -Pues debo advertirlo, señor, que en primer lugar, el propio almirante Anson me ha certificado que no sólo puede, sino que usted debe confirmar la promoción del vicealmirante Byng, dándole la patente de almirante… -¿Por qué motivo? ¿Ya tenemos noticias de si él se lo ha merecido? -interrumpió el duque con voz de regaño. -Aun no, señor, pero necesitamos tener en cuenta que, al haber quedado bajo su comando una flota que excede lo que reza en el Código de la Royal Navy, parecería que no nos queda otra solución, milord. Lo que en verdad, hay que reconocer que nos cae de perilla -acrecentó el ministro con un leve sonriso mordaz. -Bueno, la ley ha sido creada para ser cumplida, y si es así como ellos mencionan, no tengo más remedio que concordar, pues no puedo oponerme a la letra de la ley -se justificó Pelham-Holles poniendo cara de pocos amigos. No en tanto, raciocinó que su ministro no estaría de visita sólo para comunicarle ese desliz. Entonces halló oportuno enfrentarlo para preguntarle: -¿Pero, qué más usted se trae entre manos, mi amigo? -agregó de inmediato-, ya que según me lo ha insinuado pocos segundos atrás, existen otras originalidades más en este asunto. ¿Correcto? Los Piratas del Lord Clive
Página 44
-Bien sabe usted, milord, que las noticias que nos han llegado recientemente de Gibraltar, mencionan a una gran flota francesa navegando por aquellas aguas. Un hecho que sin duda ha preocupado tardíamente al almirantazgo y a nosotros mismos. Por consiguiente, señor, vuelvo a reiterarle de cómo consideramos lo oportuno que sería reforzar nuestra posición en aquel lugar, enviando más ayuda al vicealmirante Byng. -¿De qué estamos hablando, señor ministro? O por acaso usted se olvida que no fue justamente eso, lo que ellos me afirmaron en un principio -manifestó Thomas Pelham-Holles, en quien, por causa de su cólera, unas gotitas de sudor ya comenzaban a perlarle la frente y corrían por las cienes saliendo debajo de su peluca. -En realidad, sí, milord. Pero debemos considerar que la situación mudó. Y por tal motivo, es que todos hallamos conveniente enviar refuerzos al mando del comodoro Thomas Broderick, quien, obviamente, igualmente sería el portador de las nuevas de la promoción para el almirante Byng. -Como sea -pronunció de forma agria como respuesta, y con un gesto brusco de mano-. Pero esos “todos” a los que usted se refiere, señor ministro, deben tener en cuenta que esa no es nuestra estrategia. Así que, hágame el favor
Los Piratas del Lord Clive
Página 45
de recordárselo al señor almirante Anson y toda su troupe de ineptos así como se lo estoy haciendo recordar a usted. -Concuerdo… Concuerdo, pero mi intención, milord, es que usted reconsidere qué, si por acaso la misión de Byng llega a malograr por algún motivo inconsecuente, seguramente los del Tory muy pronto querrán arrancarnos el hígado por la boca -preconizó el ministro, que buscaba con sus palabras recomendar la mejor salida para su partido. -Déjeme ver. ¿Por acaso, usted quiere hacerme creer con su mención, de que los franceses son capaces de lograr sorprendernos de pies descalzos? -llegó a articular Pelham-Holles abriendo sus ojos en demasía, como si sólo ahora estuviese sopesando lo que un mal resultado en el Mediterráneo podría ocasionar a su gobierno. -Me temo que sí, señor duque. -Pero si es verdad lo que los almirantes pronostican, ¿no será muy tarde nuestro lenitivo? -pronunció el duque, que, angustiado, se ponía de pie para dar por encerrada la reunión, ya que el apremio del asunto lo obligaría a tener que trazar nuevas argumentaciones y disculpas. -¿Qué garantías ellos me dan? -acrecentó, antes que su ministro articulase alguna respuesta. Una pregunta con la cual buscaba de alguna manera poder comprometer a
Los Piratas del Lord Clive
Página 46
todos ellos con los sucesos posteriores en aquellos territorios. -Si es por eso, garantías no hay; pero ellos me afirman que estarían prontos para zarpar en un par de días más, milord. Podemos llegar a tiempo -añadió el hombre. -¡Qué estupendo, señor ministro! -exclamó el duque de manera irada-. Noto que no quieren garantizar nada. Como siempre, ya están sacándole el culo a la jeringa… ¡Ya me las pagaran, ingratos! -soltó por último. -¿Cree usted, milord, que por acaso tenemos otra alternativa? -No, ya es tarde demás, mi amigo. Y si es así como ellos lo pronostican, no tengo más remedio que concordar con lo que ellos mismos avalan. Pero le ruego que no deje de avisar al señor Anson que, si algo sale mal, cabezas irán rodar. Frente a tal vaticinio, el 4 de junio, bastante tarde demás, el almirantazgo buscaba aplicar un bálsamo al calvario de Byng, al elevarlo al puesto de almirante de la Royal Navy, amén de enviarle refuerzos; quizás un acto que solamente había ocurrido cuando ya la conciencia del departamento de marina estaba carcomida por el remordimiento de haberlo enviado con una flota menor para realizar una misión de mucha enjundia.
Los Piratas del Lord Clive
Página 47
Estaba claro que, además de la tropelía de encargarle semejante comisión con una bufa escuadra, y de dotarlo con tropas ridículas, el ejecutivo británico se había percatado a tiempo que estaba incurriendo en una flagrante violación del Código Naval, ya que, aun siendo pocos bajeles, la formación que Byng dirigiría a Menorca –más de 15 unidades de guerra tras la incorporación de las pocas naves que eran comandadas por el capitán Edgcumbetenía obligatoriamente que ser comandada por un almirante, por lo que el almirantazgo se apresuró a promover a Byng, y de hacérselo saber durante la campaña, como una medida con la cual buscaba evitar de antemano, que tal negligencia a la hora de ordenar la expedición, pudiera ser utilizada más tarde como arma arrojadiza en un posible contencioso ulterior. Sin embargo, esas buenas noticias que tardíamente fueron enviadas para el nuevo almirante, no tardaron en avinagrarse, ya que éste se encontraba de vuelta en la Roca, psicológicamente abatido por los resultados de la batalla, preparando su informe final. Empero, todo el esmero reciente del gobierno terminó por agriarse muy pronto, cuando un sorprendente informe, que se atribuye al propio Galissonniere, llegó a las manos del almirantazgo en Londres, mucho antes de que el
Los Piratas del Lord Clive
Página 48
mismo Byng pudiese explicar para sus superiores por escrito, como en realidad los hechos habían ocurrido. Ese despacho galo supuso ser un nudo en la garganta del gabinete del duque de Newcastle, y terminó por provocar las iras del ministro de marina, quien fulminó a Byng ordenándole volver a Inglaterra de inmediato junto con West, y los reemplazó por el vicealmirante Edward Hawke y el contra-almirante Charles Saunders. En el referido informe que recibieron, se hacía constar que los ingleses apenas habían entrado en acción cuando se dieron cuenta de la superioridad francesa, a pesar de asignar 13 navíos de línea al enemigo y 12 a sí mismo; además, indicaba que una parte de la flota británica había permanecido pasiva para evitar el inminente castigo que los galos le aplicarían, y luego desapareció de la isla con sus efectivos muy desbaratados. Es decir, según ese informe, que el vicealmirante Byng se había esquivado de la batalla y no habría cumplido con su deber de marino. Cuando la opinión pública inglesa fue informada del ignominioso proceder de un almirante de la Royal Navy, un estrepitoso clamor de revancha comenzó a resonar a lo largo de ambas márgenes del Támesis. Y fue tanta la queja, que hasta los antepasados marinos de Byng, que curiosamente habían participado en la captura de Gibraltar, llegaron ha se agitar en sus tumbas. Por ende, Los Piratas del Lord Clive
Página 49
muy pronto su glorioso apellido cayó en desgracia, y la implacable maquinaria de disciplina naval se puso en movimiento. En un principio, el dedo inquisidor y denunciante de los almirantes, llegó a señalar como primer culpable al gobernador Fowke por éste no haber cedido efectivos suficientes a Byng, conforme se le había ordenado. Pero esa razón luego dejó de tener sentido, cuando el 25 de junio fue recibido en Londres el despacho oficial de la batalla que el mismo Byng había redactado a bordo del Ramillies un mes antes, estando todavía en la costa de Menorca. En verdad, fue el tenor de su contenido, lo que terminó de inflamar a los lores del almirantazgo. -¡Esto es un absurdo! -llegó a gritar el almirante Anson, mismo antes de terminar de leer la carta. -¿Cómo este mequetrefe se atreve a decir que fue culpa de ésta casa no haberlo dotado convenientemente? ¿De dónde saca que nosotros fuimos negligentes en la acción? ¿Quién se cree que es este bribón? -vociferaba el comandante de los lores del almirantazgo. -Soy de la opinión que hay que darle un escarmiento opinó lord Daniel Finch, buscando resguardarse. -¡No! Pienso que sería mejor si encontrásemos una manera posible de bajarle los humos de una forma más contundente, como para que su bellaquería quede expuesta Los Piratas del Lord Clive
Página 50
ante los ciudadanos, y por su vez apacigüe un poco esa vocinglería fanática por revancha -expuso Anson, que en ese momento buscaba defender a sí mismo y a sus superiores. -Dentro de lo que su señoría juzga y expone, creo que nosotros podríamos hacer publicar una nota explicando y argumentando en contra de cada punto que el almirante Byng colocó en su informe -sugirió uno de los presentes, con la cara roja de rabia. -¿Para qué? ¿Para perder tiempo con palabras que ciertamente crearán diatribas contra nosotros? -argumentó el almirante supremo, quien no pretendía justificar de manera alguna los motivos de la acción. -¿Y entonces, qué, señor? -inquirió el vicealmirante John Forbes, uno de los lores del almirantazgo, que hasta ese momento no lograba comprender claramente cuál era la artimaña que pretendía utilizar el comandante de la Royal Navy. -Conceptúo que lo mejor en este momento, es hacer publicar su propio informe. Pero antes, necesitamos quitar algunas partes incómodas que puedan ir en favor de Byng. -Arguyó el hombre con una sonrisa sardónica. Fue así que, tal vez con el objetivo de hurgar un poco más en la herida de la indignación pública, y por ventura con ello salvar la espalda y generar animadversión hacia el Los Piratas del Lord Clive
Página 51
desgraciado almirante, el departamento de marina decidió mandar editar el referido despacho, haciendo que se publicara en la London Gazzette. Documentación hace posible afirmar que en dicho periódico, se alcanzó a leer la confabulación que había sido orquestada contra el almirante Byng, mediante la presencia escrita de todos los pormenores que lo incriminaban, y donde alguien, con mano pesada, se había encargado de extraer todas aquellas líneas en donde el almirante aportaba la evidencia de su desventaja ante los franceses, nada más por causa de la inoperancia y negligencia del ejecutivo inglés. En el relato de los hechos que fueron mencionados en aquel periódico, Byng se quejaba de que cuando la escuadra inglesa llegó a Menorca, ya no había un solo punto en toda la isla para desembarcar las tropas, pues todos los parajes estratégicos estaban en manos francesas, y únicamente la Unión Jack ondeaba en los torreones del castillo de San Felipe, local donde se había enquistado toda la resistencia inglesa, y cuyos accesos estaban sitiados por la flota de Galissonniere; algo que hizo con que fuera impracticable entablar toda comunicación con él. También indicó que los galos, como consecuencia de su posición, disfrutaban de la posibilidad de evacuar a sus heridos a tierra y de reemplazarlos al momento, además de Los Piratas del Lord Clive
Página 52
estar en posesión del puerto de Mahón para poder reparar sus bajeles. No obstante, en el referido artículo periodístico del London Gazzette, alguien del almirantazgo se había encargado de omitir las resoluciones que fueron adoptadas en el Consejo de Guerra posterior al primer día de combate, donde, por unanimidad de todos los oficiales tanto navales como del ejército, se había concordado que, teniendo en cuenta el estado de la flota era imposible liberar Mahón y por tanto, sería más oportuno regresar a Gibraltar para, una vez reparados los navíos y evacuados los heridos, volver a Menorca con los refuerzos que ellos esperaban que les llegarían de Inglaterra, para sólo entonces volver a combatir la flota gala y recuperar la isla. La infame edición del informe de Byng publicado en la gaceta londinense, también ignoró el escepticismo y la negativa en querer colaborar, que fueron vertidos por el gobernador de Gibraltar cuando Byng le comunicó su misión al llegar allí desde Inglaterra con semejante flota, pues en la Roca ya se había filtrado inteligencia con respecto a la cuantía del contingente galo de desembarco y al estropicio que estos estaban haciendo en Menorca, sabiéndose que éstos, igualmente, muy pronto recibirían refuerzos desde Toulon.
Los Piratas del Lord Clive
Página 53
A la par del mismo informe, se buscó extraer el lamento del jefe de escuadra, donde apuntaba que el gobernador Fowke era de la opinión que, con la actual y blandengue presencia naval británica en el Mediterráneo, había que elegir entre defender Gibraltar o Menorca, ya que los franceses, tarde o temprano, de cualquier modo acabarían por tomar la isla, por lo que era preferible asegurar la Roca, razonando así su negativa a colaborar con la misión de Byng. Sabemos que la añagaza montada contra el almirante había sido urdida por el almirantazgo, y que contó con el apoyo de los más altos estamentos gubernamentales, como una forma de ellos lograr eludir las responsabilidades de sus testarudas decisiones; aunque vale resaltar que también existieron algunas otras voces discordantes que expresaron su reserva respecto a la objetividad en el tratamiento que en ese entonces le deparaban al almirante Byng, pues algunos entendían que con el linchamiento moral que le dirigían, el departamento de marina sólo pretendía encubrir de alguna forma el bulto del fiasco menorquín –del cual era el único responsable- y ofrecer así a la opinión publica una cabeza de turco. A la postre, cuando el asunto ya ardía en las calles londrinas, la fragata Antelope arribó trayendo a Byng para Inglaterra bajo el arresto decretado por el almirantazgo. Los Piratas del Lord Clive
Página 54
Con él viajaban los capitanes Gardiner y Everitt y los tenientes del Ramillies: Gough y Basset, quienes irían a actuar como testigos de cargo en el proceso contra su otrora jefe. A su llegada, Byng fue recluido en Greenwich desde el 19 de agosto hasta el 23 de septiembre, cuando entonces fue conducido al navío St. George, ancorado en el puerto de Portsmouth, lugar en donde se le juzgó en un raudo procedimiento. La sentencia que fuera dictada el 27 de enero de 1757 por un tribunal compuesto de 12 miembros, fue especialmente dura, tanto, que el vicealmirante John Forbes se negó a firmar la pena que llevaba aparejada. No en tanto, el almirante Byng terminó por ser declarado culpable en 4 cargos, a saber: a) ineficacia y duda al mantener la línea de combate y caer sobre el enemigo cuando éste se presentó en formación; b) no asistir con la suya a la división del contraalmirante West (vanguardia) cuando ésta estaba siendo batida por el enemigo y justificarlo en la ortodoxia de conservar el orden de batalla; c) acordar que el Ramillies (su buque) sostuviese el fuego aun estando el enemigo fuera de alcance, lo que no sólo supuso un despilfarro, sino que el Los Piratas del Lord Clive
Página 55
humo provocado le impidió ver la realidad del combate al frente; d) volver a Gibraltar en lugar de reparar los daños e intentar comunicarse con el castillo de San Felipe y haber hecho todo lo posible para su liberación. Al recibir tan injusta tacha condenatoria, el almirante casi desfalleció, pues según constaba en el artículo 12 del Código de Guerra británico, ante tales acusaciones, Byng tendría que ser ejecutado, pues tal precepto en la ley establecía que: “cualquier persona de la flota que por cobardía, negligencia o desinterés se retire de la acción, se mantenga al margen o no haga todo lo posible por capturar o destruir los barcos que su deber exija, o asistir a todos los navíos de su majestad o sus aliados, habiendo agraviado de esa forma y hallado culpable en una corte marcial, debe recibir la pena capital”. Por otro lado, el propio almirantazgo quedó satisfecho con la sentencia, si bien en aquel momento algunos de sus miembros intentaron paliar la pena de Byng solicitando al parlamento una dispensa del juramento secreto, ya que el mismo los obligaba a no desvelar los votos u opiniones de
Los Piratas del Lord Clive
Página 56
cada uno en estos casos, aduciendo que tenían algo crucial que decir con respecto al decreto mortal. Del mismo modo, un otro escrito pidiendo clemencia llegó al almirantazgo. Este, firmado por los miembros del tribunal que había juzgado al almirante, expresaba que ellos estaban destrozados por haber tenido que aplicar la pena de muerte en un oficial que, en realidad, únicamente había incurrido en un error de apreciación, y que en sus conciencias, la integridad y honorabilidad de Byng les empujaba a rogar benevolencia para el convicto. Esta misiva tenía por origen la resolución número 37 del fallo, la cual explicaba cómo, según los testimonios prestados en el juicio por el coronel Bertie, el teniente coronel Smith y el capitán Gardiner, todos ellos a bordo del Ramillies durante la acción, adujeron que Byng no llegó a adolecer en ningún momento de cobardía, confusión o hesitación, y hasta llegó a dispensar las órdenes con frialdad y precisión; por lo que el tribunal creía, en consecuencia, que el reo debía ser objeto de indulgencia. Empero a todo esto, Byng no tuvo más remedio que asistir pacíficamente a las sesiones del juicio sin perder la compostura en ningún momento. Una vez finalizado el juicio de Byng, el duque de Newcastle, que desde meses antes ya no estaba más
Los Piratas del Lord Clive
Página 57
ocupando sus antiguas funciones, se reunió con su antiguo ministro de guerra para intercambiar opiniones al respecto: -¡Imagino, mi caro amigo, que no querrá usted doblar la espalda ante esas rígidas voces que ahora se alzan en las tribunas! -le reprochó el duque de Newcastle con acento recio y mirada penetrante al ex ministro de guerra. Desde hacía un par de meses, el duque tenía miedo de que alguien le entablase un juicio. -¡De ninguna manera, milord! -increpó el hombre en un remilgo-. Quédese tranquilo, pues mismo teniendo que perder a alguien tan justo y valeroso, los que conducen ahora el almirantazgo quiere aprovechar todo esto como escarmiento futuro, ya que como usted bien lo sabe, la guerra pronto recrudecerá… -¡Óptimo! -le interrumpió Pelham-Holles, antes de colocar las manos en la espalda-. Mejor decir a nuestras conciencias que eso todo no fue nada más que un gajo de la guerra. ¿Cuántos otros valientes y hábiles guerreros ya hemos perdido en las contiendas? -Muchos, milord… Muchos. -Pues bien, mi amigo. Digamos que su caso es igual. Por eso le recuerdo en tiempo, que es mejor que ustedes mantengan como sea la postura, para que esos absolutistas del partido Tory no se salgan con la suya.
Los Piratas del Lord Clive
Página 58
-De ninguna manera, señor. Todos concordamos que hemos usado a Byng como si fuese un chivo expiatorio, además de una manera de precavernos y aliviar la mala conciencia de los que por ventura quieran denegrir la imagen de nuestro honorable duque de Newcastle. -¡Gracias! Estoy satisfecho, pues noto que, por lo menos, aun protegeremos y defenderemos juntos las apariencias. Bajo tales razonamientos mezquinos, los lores del almirantazgo llegaron a mostrarse inflexible ante todas las voces que imploraban laxitud en la aplicación de la ley. Igualmente, la cámara de los lores también desechó la solicitud de exención de aquellos miembros del tribunal que les aseguraban poder aportar datos vitales respecto a la sentencia. No obstante, cabe decir que a la corte de los lores les pareció que lo que en verdad impedía a los afligidos integrantes tribunos de dormir por la noche, nada más era la enorme carga de conciencia al suponerse ser los responsables de que se infligiera la pena máxima a un jefe de escuadra por primera y única vez en la historia de Gran Bretaña. Aquel 14 de marzo de 1757 en Portsmouth, amaneció con un cielo plomizo y bajo un vendaval de norte. Las movidas aguas del puerto ya estaban abarrotadas de Los Piratas del Lord Clive
Página 59
pequeñas embarcaciones desde las cuales los capitanes, así como la oficialidad de los distintos barcos allí varados, fueron obligados a presenciar el burdo espectáculo. Sin embargo, en la noche anterior, Byng apenas había podido pegar ojo y se desayunó con desgana. Del camarote del St. George, en el que había estado confinado durante todo el proceso, fue conducido el día 12 al que fuera una vez su navío, el Monarch, el cual se encontraba fondeado también en ese puerto meridional inglés. Fue en ese buque de 74 cañones, que Byng había hecho honor a su linaje marinero, y librado muchas batallas que dieron un mayor brillo al nombre de Inglaterra, y, ahora en él, sería donde hallaría su camino postrero. Antes de la ejecución, numerosos camaradas e incluso viejos amigos, intentaron, a pesar de lo que fuera ordenado por el almirantazgo, que se evitase el baldón de consumar la felonía en el castillo de proa. Pero sólo después de muchos ruegos y quejas, los oficiales del tribunal se mostraron indulgentes y el pelotón de fusilamiento se alineó en la toldilla. Allí estaban orondamente enfilados 9 marines, que se colocaron en filas de 3 unos detrás de otros, colocándose los tres primeros rodilla en tierra. Todos formaron con uniforme de gala. Los Piratas del Lord Clive
Página 60
The Execution of Admiral Byng, 14 March 1757. Autor desconocido. Pintura del National Maritime Museum, Lóndres.
Exactamente a las 11.59 de la mañana, dos guarda marinas del Monarch entraron en el camarote donde estaba Byng, y los tres salieron dos minutos después. El almirante en el medio, con su traje y condecoraciones expuestas en el pecho. Erguido y con los ojos fijos en el horizonte, Byng buscó recorrer los escasos 20 metros a lo largo de la batería con paso firme. A ambos lados, una fila de robustos y uniformados marines le presentó armas al que un día fuera su comandante. Por entonces Byng les devolvió en saludo con la cabeza haciendo valer la elegancia marinera. Una vez en la proa, el almirante se detuvo al lado de un cojín rodeado de serrín. Allí se arrodilló frente a las bocas de los
Los Piratas del Lord Clive
Página 61
9 fusiles, mientras aguardaba que le pusiesen una venda en los ojos. A las 12.15 fue acribillado por una descarga a bocajarro y se desplomó sobre la tablazón. Varios altos oficiales, entre ellos el nuevo mariscal del almirantazgo, Richard Grenville-Temple, Daniel Finch, quien pronto sería su sucesor, y el propio George Anson, no hicieron más que apartar la vista en el último momento, como si ello significase un claro síntoma de la compunción gubernamental. Años después, todos los herederos de los genes del malhadado almirante, buscaron conservar con mimo su cripta en la iglesia de Berfordshire (Inglaterra), en cuya lápida, con rabia, mandaron cincelar el siguiente sollozo: “A la perpetua desgracia de la justicia pública. Fue un mártir de la persecución política (…) cuando el valor y la lealtad no eran garantía suficiente para la vida y el honor de un oficial naval”. Cabe mencionar que durante el inicio de aquel fatídico año de 1757, para Inglaterra, la opinión pública generalizada, y no sólo en la isla, indicaba que aquella ejecución no había hecho otra cosa que señalar a un chivo expiatorio, para aliviar así la mala conciencia del gobierno del duque de Newcastle, quien no se había preocupado en Los Piratas del Lord Clive
Página 62
adoptar las medidas necesarias para mantener la soberanía de la isla de Menorca. Incluso, del otro lado del canal, llegaron indicios de que la pena capital infligida al almirante Byng había sido desmesurada e ilícita, y así lo llega a firmar Voltaire, en su novela Cándida, cuando busca afirmar de una manera socarrona: “en Inglaterra es de sabios matar a un almirante de vez en cuando para espolear a los otros”.
(*) Thomas Matthews fue expulsado de la marina después de ser incapaz de destruir a una inferior flota enemiga en la batalla de Toulon (1744) y por no haber combatido en línea.
Los Piratas del Lord Clive
Página 63
Los Intereses de la Guerra
Los acontecimientos de la historia nos muestra que Thomas Pelham-Holles, el 1º Duque de Newcastle, había logrado de alguna manera mantener su vida política de una forma sincrónica con el liderazgo que ejercía en el partido político “Whig”, fuerte y poderoso; una aglutinación que llegó a representar un segmento gubernativo que lograba mantener la potestad dominante que se extendió durante gran parte del siglo XVIII en Gran Bretaña. El término whig corresponde al antiguo nombre del Partido Liberal británico actual, y se considera que Shaftesbury fuera su fundador. Al principio de su carrera política, el duque llegó a dividir el poder con su hermano, Henry Pelham, quien también fue primer ministro de aquél país durante diez años. Ulteriormente a la muerte de éste, Thomas consiguió ser nombrado igualmente primer ministro de Gran Bretaña, realizando la gestión ministerial durante seis años (en dos períodos distintos). Mismo así, puede destacarse que en la administración de su gabinete, el duque nunca llegó a enfatizarse como un notable político, e, inadvertidamente, fue justamente esa Los Piratas del Lord Clive
Página 64
compostura esdrújula la que acaba por permitir que los acontecimientos lo atropellen y se vea obligado a colocar Gran Bretaña dentro de la Guerra de los Siete Años, algo que más tarde ocasionaría su renuncia un año antes de que se firmara la paz en 1763. Empero, su cabeza ya había rodado cuesta abajo por primera vez el día 16 de noviembre de 1756, tan sólo como resultado de los ingratos acontecimientos sucedidos en Menorca, y al que lo siguió en misma fecha el entonces Primer Lord del Almirantazgo, George Anson, cuando ambos hombres fueron tachados de imprudentes por el rey y la Cámara. De igual modo, al mencionar las figuras de los que hacían parte de aquel régimen, no podemos ocultar a otro coetáneo personaje que convivió con el duque en aquellos tiempos. Me refiero a William Pitt, el Viejo, 1º Conde de Chatham, quien se destacó como notable estadista y que llegó a ser el ministro de guerra durante la Guerra de los Siete Años, cuando definitivamente logró conducir su país a la victoria sobre Francia. Sobre él, puede decirse que había ingresado en la vida política en el año 1735, como siendo un miembro más de la Cámara de los Comunes. Pero pronto logró destacarse políticamente, al buscar defender fervorosamente la tesis en la que sostuvo que su país debería hacerse de un gran Los Piratas del Lord Clive
Página 65
imperio marítimo, y que las posesiones coloniales que ellos consiguiesen usurpar en un futuro serían más importantes para Inglaterra, de que las propias conquistas territoriales europeas por la que ellos hasta ese entonces luchaban, por considerar que las colonias llegarían a ser la base del sistema comercial británico ulterior. Teorías prácticas con la que al fin logró que se asentaran las bases del poderío británico de los siglos XVIII y XIX. Además, por causa de sus dotes de orador locuaz, Pitt alcanzó a destacarse en las tribunas y consiguió liderar en el parlamento, la corriente de aquellos intransigentes que se aclamaban “patriotas”, quienes por entonces buscaban levantarse en contra del pacifismo que era exteriorizado por el Primer Lord del Tesoro, Sir Robert Walpole, el 1º Conde de Orford, uno de los jefes del partido Whig que fuera nombrado para el cargo por el rey Jorge I en 1721. Coincidentemente o no, con sus vehementes ataques desde las tribunas terminó por contribuir para el derrumbe del ministerio de Walpole en 1742, y tal vez, hasta tenga influenciado con ello en la muerte del conde un mes después. Por lo demás, Pitt se opuso de una forma impetuosa contra la política practicada por el rey Jorge II. Pero ante los bravos ingenios del hombre, el soberano acabó por ser más sabio y terminó por apartarlo mediante nombramiento Los Piratas del Lord Clive
Página 66
para que éste se desempeñara en otros cargos ejecutivos de la administración real, en los cuales adquirió fama como hombre honesto. No en tanto, Pitt retornó otra vez a la vida política por causa de la presión que por entonces estaba siendo ejercida por la opinión pública luego a seguir de la ejecución del almirante Byng en marzo de 1757, un acto vil que acabaría por hacer con que autores como John Gay, Jonathan Swift, Alexander Pope, Henry Fielding, entre otras destacadas figuras literarias de aquel momento, atacasen el gobierno del entonces primer ministro William Cavendish por causa de las astrosas obras ante las primeras derrotas británicas ocurridas al inicio de la Guerra de los Siete Años contra Francia (entre ellas la propia pérdida de Menorca, y más recientemente la de Calcuta). Ya en los iniciales días del aquel verano de 1757, el mes de julio se mostraba caluroso, pero más ardiente y acalorada estaba el clima político durante aquellos días en Gran Bretaña. El 2 de julio, el entonces primer ministro William Cavendish, IV duque de Devonshire, terminaba por encerrar de manera claudicante su mandato de primer plenipotenciario a causa del insistente clamor de las calles, cuando acabó por perder el apoyo político en cuanto
Los Piratas del Lord Clive
Página 67
buscaba la aprobación de una moción de censura de la Cámara de los Comunes. Una añeja convención obligaba a que el rey Jorge II lo demitiese, y éste halló por bien sustituirlo oficialmente por el duque Thomas Pelham-Holles, mismo que el monarca aun discordase de su manera de administrar. Pero como estaba obligado por la tradición a elegir a la persona que obtuviese el apoyo mayoritario de la Cámara de los Comunes, así tendría que ser, pues el duque de Newcastle era el líder del partido con la mayoría de los escaños en esa cámara. Además, como estaban en épocas de una guerra continental, entendía que no había otro hombre mejor para conducir y gobernar. Por ende, Thomas aceptó la invitación del rey y buscó de inmediato fortalecer su gabinete reclutando figuras en las cuales podía confiar. -¡Bienvenido a esta humilde casa, mi honorable señor Pitt! -llegó a exclamarle Thomas Pelham-Holles, todo sonriente dentro de su nueva casaquilla gris piedra. -Pienso que lo habrá sorprendido el hecho de haberlo llamado tan prontamente a mi gabinete, pero pronto usted verá que tengo justificados motivos que me impulsaron a convocarlo -agregó luego después de estudiar la fisonomía de Pitt, que desde su llegada se mantenía frio como un tempano de hielo. Los Piratas del Lord Clive
Página 68
William Pitt también lo observaba atentamente. Notó que el duque, impecable, como siempre, se había puesto de pie ante su llegada. Vestía, su eterna casaquilla de un color gris plata con el cuello alto, mientras el cabello lo llevaba cuidadosamente empolvado. Empero, a Pitt le pareció que estaba más pálido que la última vez que lo viera, tal vez incluso más severo; y hasta llegó a pensar que esos pocos meses transcurridos desde su salida, hacían parecer más viejo al entonces enardecido duque. Tal vez fuese esa larga cabellera blanca que ahora le llegaba casi a media espalda. Quizás fuesen los remordimientos del pasado, llegó a especular el visitante antes de responder. -No voy a negarlo -le dijo Pitt, tapándose la boca para esconder un ligero carraspeo que realizó para aclarar la voz, mientras ponderaba receloso las palabras antes de su emitir su enunciado. -Pero antes de más nada, milord, quiero felicitarlo por volver a asumir sus funciones, ya que el petulante del duque de Devonshire ha caído en desgracia dentro de nuestro partido y con el propio rey. Aunque eso usted ya lo sabe de memoria. -Pues bien, señor Pitt, esas ya son aguas pasadas que el propio Támesis se encargará de llevar lejos -anunció el duque con voz firme-. No obstante, noto que usted ya está al corriente de las últimas de William Cavendish, y por Los Piratas del Lord Clive
Página 69
tanto tampoco creo necesario reiterarle que cabe al primer ministro nombrar a los miembros del Gabinete y a los otros plenipotenciarios del gobierno. -Concuerdo en género y número, mi amigo -admitió Pitt, especulando por lo que habría detrás de las palabras de Thomas-. Como también espero -agregó- que esta vez sepa usted reunir a las mejores mentes en su Gabinete, aunque esto parece ser una petulancia de mi parte, pues usted ya ha mandado llamar a lord George Anson para que retome nuevamente las riendas del almirantazgo. -Mi amigo, no ha pasado día en que no haya pensado lo mismo… -respondió el duque haciendo una pausa. -Es verdad, señor Pitt. ¿Quién mejor que él, para conducir a todos aquellos empelechados lores de la Royal Navy? ¿Por acaso tiene a sugerirme alguien mejor que él? -¡No, milord! -concordó Pitt-. Soy de la opinión de que no hay otro hombre que tenga la experiencia y las agallas suficientes para conducir nuestra política de ultra mar. Aunque creo necesario advertirle que usted necesitará mantenerlo siempre a rienda corta. -¡Indudablemente, mi amigo! No pretendo redactar mi epitafio antes de tiempo -concordó el duque asintiendo con la cabeza mientras se reía, y antes de pronunciar: -Por eso, si me permite, mi amigo, debo confesarle que esta grata misión se la estoy delegando a usted, ya que Los Piratas del Lord Clive
Página 70
tengo en mente nombrarlo como mi ministro de guerra. Aunque me temo que la tarea que ahora le encargo con placer le resultará bastante ingrata, pues ya estemos algo atrasados en esta conflagración mundial -afirmó con cierta pesadumbre en la voz. -Milord, sabe que soy un anglicano de fe, por tanto, me cabe preguntarle: ¿por acaso se refiere a un hombre que sirva a la voluntad de Dios y devuelva la paz a nuestra tierra? -¡Exactamente, mi amigo! ¿Por acaso, quién mejor que usted? -asintió el duque, que observaba las facciones de Pitt con sus ojos grises que ni cielo encapotado. -Si esa es su intención, señor duque, primero debo agradecerle por usted confiar en mis habilidades para desempeñarme en esa tan ingrata función -le respondió el conde levándose las manos a la espalda-. Segundo, quiero dejarle claro que, si en realidad asumo el puesto que me propone, necesitaré de su comprometimiento total para que no nos apartaremos tan siquiera una yarda de nuestro juicio sobre la política colonizadora que debemos usurpar de hoy en delante. -Pues, le confieso apoteótico, mi gran amigo, que por ya haber meditado mucho sobre ello, es que las justificadas motivaciones sobre los cuales le mencioné anteriormente, se deben exclusivamente a ello. Así que, Los Piratas del Lord Clive
Página 71
quiero dejarle claro que esa será mi nueva consigna durante esta administración, mi estimado Pitt. -Entonces puede usted contar conmigo, milord anunció el Conde de Chatham con una amplia sonrisa, ya que entendía que el cargo que pronto ocuparía le permitiría llevar a buen término sus ideas para ultra mar. Lo que aquí vale hacer constar, es que la Inglaterra de aquella época estaba intestinamente muy debilitada en su cuadro político, donde sulfuradas discrepancias entre los partidos Whig y Tory lograban tirar el foco de la guerra ante la cual el país se encontraba postrado. Empero, esa misma situación política se fortaleció en 1757, cuando el duque de Newcastle y William Pitt, en una combinación de experiencia y entusiasmo, deciden formar un ministerio gobernado por el primero. Una vez que toma el poder, Pitt comienza por aplicar con pericia la estrategia de enfrentar a Francia en sus colonias de ultra mar, lo que finalmente conduciría más tarde a la victoria británica sobre casi todos aquellos protectorados galos. De esa época data también el dominio británico sobre Canadá. Pero con la muerte del rey Jorge II en 1760, otra vez muda la situación de la política interna británica, ya que su sucesor, Jorge III, decidió reinar de forma personal, y Pitt, por discordar con su actitud, se siente obligado a dejar el Los Piratas del Lord Clive
Página 72
gobierno a fines de 1761, cuando entonces el rey y el Parlamento llegaron a despreciar su consejo de atacar de una vez a España. Posteriormente a su salida del ministerio, Pitt se encarga de alguna manera en como ocupar su tiempo político, cuando entonces resuelve entretenerse en tejer distintas confabulaciones durante el transcurso de la guerra. Pero cuando esta llega a su fin un año y poco después, pasó a criticar fuertemente el Tratado de Paris que fuera firmado en 1763, a pesar de éste garantir a Gran Bretaña la situación de potencia dominante conforme él lo soñara toda su vida. Creo que a partir de este punto no hay más lo qué mencionar, pues estoy seguro que nos hemos adelantando demás en el relato de los acontecimientos. Por lo tanto, al hacer una revisión general que posibilite comprender mejor los hechos sucedidos en lo que convino ser
señalado en la historia como la “Guerra de los Siete Años” o “Guerra Carlina”, puede decirse sobre esta que no fue más que una serie de conflictos bélicos internacionales desarrollados entre los años 1756 y 1763, para lograr establecer el control sobre Silesia, así como por el logro de la supremacía colonial británica en América del Norte e India. Sin lugar a dudas, igualmente puede afirmarse que esta conflagración no fue más una coreografía orquestada Los Piratas del Lord Clive
Página 73
y una semilla que fue plantada para germinar casi un siglo y medio después, no sin antes haber sido realizados otros ensayos similares que condujeron a las mismas potencias a desarrollar las Grandes Guerras del siglo XX. Por un lado, habían tomado parte Prusia, Hannover y Gran Bretaña junto a sus colonias americanas, los cuales, tiempo más tarde, contaron con su nuevo aliado, Portugal. Por la otra parte beligerante, estaban Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia, y España, -esta última a partir de la segunda mitad de 1761. No en tanto, cabe mencionar que durante el trascurso de todos esos enfrentamientos bélicos, llegó a producirse un cambio de coaliciones cuando surge la Guerra de Sucesión Austriaca, si bien que el conflicto de Silesia y la pugna franco-británica siguieron siendo las claves de toda la guerra. Pero los sucesos durante aquellos siete largos años no ocurrieron de manera tan simples como parece, ya que las frentes donde acontecían los conflictos eran dispersas y se luchaba por motivos disimiles, ya que cada país defendía sus políticas estratégicas en busca de sus propios objetivos en el escenario mundial. A la sazón, si dividimos el globo terráqueo, se verá por un lado tenemos lo que podría ser encasillado como “Frente Europeo”, ya que alentados por los éxitos Los Piratas del Lord Clive
Página 74
iniciales, los enemigos de Prusia lanzaron sus ejércitos para destruirla.
Todos los participantes en la Guerra de los Siete Años. Azul: Gran Bretaña, Prusia, Portugal y aliados. Verde: Francia, España, Austria, Rusia, Suecia y aliados.
Sin embargo, en este frente, el prusiano Federico logró demostrar su genio militar y alcanzó a superar la crítica situación con tres brillantes victorias. La primera en Rossbach el 5 de noviembre de 1757 sobre un poderoso ejército francés que avanzaba por el territorio sajón; la segunda fue frente a los austriacos en Leuthen (Silesia), el 5 de diciembre de ese mismo año; y la tercera al año siguiente, en 1758, en Zorndorf. Empero, a partir de ese año y hasta el fin de las hostilidades, Federico, que se vio atacado desde varios frentes, debió adoptar una táctica defensiva, que le resultó sumamente costosa y llena de peligros. De un lado, ocurrió que los rusos buscaron unir sus fuerzas con los austriacos, y ambos ejércitos derrotaron al Los Piratas del Lord Clive
Página 75
rey prusiano en Kunersdorf, cerca de Fráncfort del Óder el 12 de agosto de 1759. Puede decirse que Federico sufrió allí el más grave revés de su vida militar; aunque pese a ello los aliados tampoco supieron aprovechar el triunfo alcanzado, principalmente porque sus tropas estaban agotadas y carecían de una clara unidad de mando; y a su vez, como se demoraron en avanzar, ello resultó en un error que utilizó Federico de Prusia para rehacer sus fuerzas y obtener, al año siguiente, dos triunfos sobre los austriacos: Liegnitz (Silesia) y Torgau (Sajonia). Por esa época, desde 1759 la parte de Prusia Oriental se encontraba en poder de los rusos que habían tomado Berlín. Y por su vez, Gran Bretaña y Hanover logran vencer sorprendentemente a Francia.
Sitio de Kolberg, 1761
Los Piratas del Lord Clive
Página 76
Después de tan desgastante periodo conflictivo, dos años más tarde se produce la retirada de Rusia y Suecia de la guerra (1762), por causa de la muerte de la emperatriz de Rusia. Su sucesor, Pedro III, que en cierto sentido admiraba a Federico, termina por firmar un tratado de paz que también fuera apoyado por su sucesora, Catalina. Conjuntamente a esto, luego después se firmarían otros 3 tratados más: el “Tratado de San Petersburgo”, el “Tratado de París” y el “Tratado de Hubertusburg”. En otro lado del continente, una otra faz de dicha guerra se encontraba en el “Frente Indio”, ya que merced de la importancia que Gran Bretaña concedía al comercio indio, y en particular al bengalí, donde ya contaba con una importante presencia a través de la United Company, quería frenar de una vez por todas la expansión francesa en aquellos territorios hindúes. Por tal motivo, ellos pasaron a apoyar a los príncipes indos que vez por otra se rebelaban contra Francia. Fue durante el transcurso de esta guerra que los franceses tomaron Calcuta. Por su parte, Luis XV de Francia, quien era llamado de “El Bien-Amado”, deseaba una paz rápida con Gran Bretaña, por lo que prácticamente terminó por abandonar en tierras indas a Joseph François Dupleix, reclamando su presencia en Francia, y desertando así de la obra que fuera desarrollada por éste en la India. Pero “El Bien-Amado” Los Piratas del Lord Clive
Página 77
terminó por no alcanzar sus objetivos, ya que Gran Bretaña no perdió tiempo en precipitarse sobre las posesiones ultramarinas de Francia. Fue por entonces que el militar británico Robert Clive logró derrotar a Francia en numerosas batallas inscritas en el contexto de las denominadas guerras Carnáticas, nombre derivado del Estado de Karnataka, India, y que resultaron en una serie de conflictos militares realizados entre el Reino Unido, Francia y los marathas por el control de la línea costera entre Nellore y Tamil Nadu, en la costa oriental de India. En esa época, la región de Karnataka era una dependencia de Hyderabad en el Imperio mogol. Pero una vez terminada la misma, resultó que Gran Bretaña se hizo con el imperio hindú que fuera otrora iniciado por Francia. No en tanto, cabe recalcar que fuera William Pitt, el Viejo, quien particularmente se había encargado de elaborar la estrategia que permitiría conquistar y asegurar la hegemonía inglesa en el comercio mundial. Dentro de esa maniobra, por ejemplo, mismo no haciendo parte de dicha frente de guerra, Dakar, en África, también fue un blanco de las ambiciones inglesas, ya que muy pronto la convirtieron en un gran centro de provisión de esclavos y de caucho. Así pues, las acciones y victorias de los sajones sobrevenidas en aquellos paramos, llevaron los biógrafos a Los Piratas del Lord Clive
Página 78
considerar que las Guerras Carnáticas, fueron las determinantes que acabaron por establecer la supremacía británica en el subcontinente indio, una hegemonía que se mantendría por los siguientes doscientos años Pero al igual como fueran clasificadas las ocurrencias en Europa e India, no podemos desconsiderar que del otro lado del hemisferio se había establecido el beligerante “Frente Americano”, ya que en los territorios de América del norte, Francia se encontraba en retroceso tras haber cedido en 1748 el dominio de la fortaleza de Luisburgo, en la Isla de Cabo Bretón, a cambio de mantener Madrás. Pero en estos territorios la guerra ya había comenzado un par de años antes, en 1754.
Mapa de Luisburgo.
Puede afirmarse que la rivalidad colonial existente entre Francia y Gran Bretaña, se debía principalmente a la Los Piratas del Lord Clive
Página 79
intervención comercial y su pose por las zonas peleteras norteamericanas, donde se incluía la disputa por las tierras situadas al oeste de los montes Apalaches y los derechos de pesca en Terranova. En su estrategia, Francia pretendía frenar la expansión británica hacia el oeste, mediante la construcción de una cadena de fuertes que estarían situados entre sus territorios canadienses y Nueva Orleans. En realidad, durante los primeros años de dicha guerra, Francia había logrado acumular varias victorias; pero en 1757, al asumir William Pitt, este colocó al general británico James Wolfe al mando de las tropas en América. Como consecuencia de ello, en 1759 los sajones conquistaron Quebec y al año siguiente terminaría por capitular Montreal. Por esas fechas, las fuerzas británicas ya habían conquistado todo el Canadá francés. Con respecto a España, que también hacia parte de aquella misma frente, puede decirse que Gran Bretaña había aumentado contra ellos sus agravios de un modo considerable, donde se puede destacar el apresamiento arbitrario de buques españoles, su establecimiento en Honduras para la corta del palo campeche, además del aumento del contrabando, entre otros asuntos. El gobierno de España bajo la regencia de Carlos III, un rey perteneciente a la Casa de Bourbon que buscaba implantar transformaciones modernizadoras iguales a las Los Piratas del Lord Clive
Página 80
que ya estaban en curso en otras partes da Europa, como las sucedidas en Francia e Inglaterra, buscó mejorar el control administrativo y fiscal sobre las colonias españolas en América, de forma que estas pasasen a proporcionar mayores lucros a la metrópolis. Esperaba con ello crear condiciones para dinamizar la tan dependiente economía de su reino. Pese a que inicialmente el rey había demostrado que era partidario de mediar entre las potencias norteñas en el trascurso de esta guerra, no tuvo otra salida que procurar la realización de un acuerdo con Francia ante la necesidad de defenderse de la agresividad británica. Por tanto, el gobierno español dio inicio a conversaciones entre las dos potencias en pro de una alianza permanente que les garantizase la seguridad en sus territorios en América. Por entonces, España pensaba aplazar el endoso de su firma hasta el que se lograse alcanzar la paz continental; sin embargo, el ministro francés Choiseul supo maniobrar las negociaciones con gran habilidad hasta que conquistó el derecho de incluir las cláusulas que mencionaban responsabilidades mutuas ante una intervención bélica externa. Así pues, tras los acontecimientos ocurridos en Quebec y ante el hostigamiento que imponía Gran Bretaña al comercio y a la seguridad española en América, dos Los Piratas del Lord Clive
Página 81
terminaron siendo los factores que acabaron por empujar de vez a Madrid hacia la alianza con Versalles: la negativa británica en querer atender a ninguna de las reclamaciones planteadas por España, y por la ruptura definitiva del equilibrio en suelo americano que parecía avecinarse, si es que Francia salía completamente derrotada del conflicto. Fueron bajo estas premisas que terminó por firmarse el “Tercer Pacto de Familia” (1758–1761), muy distinto de los anteriores en sus objetivos más profundos, pero con un común denominador: “convertirse en una alianza frente a la poderosa Gran Bretaña”. Empero, acabó por ser esa misma firma la que arrastró a España a una guerra para la cual no estaba preparada y en la que, ya desde entrada, se unía al lado perdedor; o quizá, lo hizo al verse obligada por las circunstancias; pero esta participación casi al final de las hostilidades, no puede ser considerada más que como un craso y erróneo resbalón de los gobernantes hispanos y su rey. En su momento, el gabinete de guerra británico, que por esos tiempos era liderado por William Pitt, exigió tomar conocimiento anticipado de las cláusulas del Pacto, pero al no recibir satisfacción alguna sobre su pedido, mismo poco días después de su salida del ministerio de guerra, Gran Bretaña termina por declararle guerra a España el 4 de enero de 1762. Los Piratas del Lord Clive
Página 82
Sin mediar más tiempo, Francia y España buscaron acordar la realización de operaciones militares conjuntas, y fue así como en abril del mismo año el marqués de Soria termina por invadir el norte de Portugal (que mismo siendo gobernado por un bourbon, ya estaba aliado a Gran Bretaña) al frente de un ejército español de 45.000 hombres, el cual se encontraba reforzado por 12.000 soldados franceses. Por su parte, durante esos seis meses de impase, los británicos pasan a mirar y apuntar sus fuerzas hacia otro lado, y deciden iniciar sus operaciones bélicas contra las colonias españolas. Por consiguiente, el almirante George Pocock termina siendo despachado rumbo a La Habana, y con la fuerza de sus cañones vence la resistencia española en el castillo Del Morro, tomando finalmente la ciudad en septiembre de 1762, punto este que comentaremos más adelante. Pero dando secuencia a la estrategia de William Pitt, durante el mes de octubre otra flota británica ataca las Filipinas y logra apoderarse de Manila, que era defendida por el arzobispo Manuel Antonio Rojo del Río. Sin embargo, como también lo veremos a posterior, en el clamor de dicha refriega los británicos terminan por encontrar una dura resistencia y no pudieron conquistar el resto del archipiélago.
Los Piratas del Lord Clive
Página 83
De acuerdo a lo ya mencionamos anteriormente, el periodo de la Guerra de los Siete Años finaliza con la firma del Tratado de París el 10 de febrero de 1763, donde Francia perdió a favor de Inglaterra sus tierras en Canadá; la India, salvo Mahé, Yanaon, Pondicherry, Karikal; y el territorio al este del río Mississippi y al oeste de los Apalaches, retirándose también de la isla de Menorca. Por otro lado, España abandona el norte de Portugal, recibiendo devuelta parte de Florida y Luisiana; mientras que Francia, la gran perdedora, logró conservar algunas posesiones en la India, así como el derecho de navegación del río Mississippi y el de pesca sobre Terranova. Igualmente obtuvo el resto de Florida en Estados Unidos, y algunas islas menores como la de Gorée, San Pedro, Miquelón, Guadalupe y Martinica. Pero creo nuevamente que ya estamos avanzando demás y entrando en una otra historia que nos aleja del propósito inicial. Mientras tanto, por aquellos iniciales años de la década del 60, en Gran Bretaña las cosas no marchaban muy bien en lo tocante a la política interna, lo que terminaría por originar que el escocés Lord Mount Stuart, Tercer conde de Bute asumiese sus funciones como ministro de Estado y ejerciese el cargo de primer ministro de Gran Bretaña de 1762 a 1763, sustituyendo a Thomas Pelham-Holles. Los Piratas del Lord Clive
Página 84
El conde era un descendiente de la Casa de Estuardo, que llegó a miembro del Parlamento con 24 años. Por su vez, también era admirado por el príncipe Federico Luis de Hannover y la princesa de Gales, nada más por causa de la elegancia de sus maneras, lo que permitió que sentase plaza en la corte siendo tutor de los hijos del monarca. Pero con la ascensión de Jorge III como heredero de la corona, el conde logra adquirir gran predicamento entre ellos. Así fue que con el advenimiento de este príncipe en 1760, el 26 de mayo de 1762 el conde de Bute termina por ser designado primer ministro en sustitución del duque de Newcastle, cuando se declara jefe supremo del partido “Tory”, un segmento político fuertemente opositor al del poderoso e inquebrantable partido “Whig”, la agremiación política de Pitt y de Thomas Pelham-Holles. Pero los integrantes de la fracción política contraria, buscan de todas formas hacerle la vida imposible, a la vez que éste se hace odiar por la mayoría de la población por causa de sus medidas antipopulares. En todo caso, a su favor pesa que al término de la guerra que el Reino Unido desarrollaba después de muchos años con Francia, se concluyera en 1763 bajo su regencia con una paz que resultaba ser muy ventajosa para su país.
Los Piratas del Lord Clive
Página 85
No en tanto, por causa de los ataques incesantes de la oposición, principalmente por parte de Thomas PelhamHolles y William Pitt, el día 8 de abril de 1763 el conde de Bute decide abandonar bruscamente sus asuntos políticos, y se retira a sus tierras de Lutton (Berkshire), donde se consagra a la botánica, mientras es sustituido por George Grenville el 16 de abril de 1763. Y otra vez el todopoderoso partido Whig retomaba el poder. Cabe mencionar que en tal retiro, el conde llega a componer para la reina las Tables de botanique que contienen las familias de plantas de Gran Bretaña, obra destacable por el lujo de la edición, de la que sólo se hace una tirada de 12 ejemplares. A su muerte, gran parte de su legado científico pasa a la Biblioteca del rey, y su familia lo entierra en la isla de Bute, donde eran propietarios.
Los Piratas del Lord Clive
Página 86
De Ojo en la Cuenca del Plata El desempeño de los acontecimientos que serán mencionados a seguir, bien que podrían ser denominados de metódicas e invariables guerras luso-hispanas por el dominio de la Cuenca del Río de la Plata, porque en realidad, los primeros conflictos entre las coronas lusitanas y españolas en aquellos barbechos remotos surgieron cuando Portugal determina a finales de enero de 1680 la fundación de una colonia en esos parajes. Todo principió a partir del momento en el cual los portugueses, queriendo extender sus dominios hacia el sur del nuevo continente aprovechándose de la debilidad que los españoles tenían por esas bandas, fijan establecerse en la costa norte del Río de la Plata, fundando la localidad que pasan a llamar de Colonia del Sacramento, desde la cual ellos bien podrían de ex professo comercializar su contrabando, resultando el ayuntamiento de Buenos Aires el más perjudicado con dicha contravención; motivo que a su vez originó el comienzo de muchos años de luchas entre las dos naciones de la península ibérica por el dominio de esta cuenca. Aquella primera expedición estuvo al mando del maestre de campo D. Miguel Lobo, el gobernador de Río Los Piratas del Lord Clive
Página 87
de Janeiro desde 1678, y fuera compuesta por 400 soldados que fueron embarcados en dos navíos, dos bergantines y otros buques menores que zarparon de Río de Janeiro. Llevaban consigo 18 cañones, aperos de labranza y elementos de construcción. Pocos días después, el 20 de enero, ya habían ocupado sin miramientos la isla de San Gabriel. Ese mismo año, el gobernador de Buenos Aires, D. José de Garro, mandó a una zumaca, la San José, cruzar el río hasta la isla de San Gabriel para tomar contacto con los portugueses. A su regreso a Buenos Aires, los oficiales de la zumaca terminaron por informar al gobernador Garro, que los portugueses habían establecido un asentamiento. Como era de esperar, de inmediato, el gobernador de Buenos Aires le envía una carta a Miguel Lobo para que todos los lusos se retirasen de esos parajes, pues estaba claro que la fundación de la colonia era considerada ilegal por España. Ante la impetuosa negativa portuguesa, Garro busca movilizarse con las tropas disponibles y pide apoyo militar al virrey del Perú. Y así, después de varios meses de preparación, finalmente logra atacar la plaza el día 7 de agosto contando con 3.000 indios tapes y 400 soldados puestos al mando de D. Antonio de la Vera Mújica,
Los Piratas del Lord Clive
Página 88
huestes estas que eran procedentes de los parajes de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán. A su vez, un poco antes de su llegada, las tropas portuguesas de refuerzo habían naufragado a bordo de una zumaca y un lanchón a la entrada del Río de la Plata, por lo que las tropas de Miguel Lobo se encontraban solas. Al verlos desguarnecidos, el bravucón militar español intimó a que Lobo se rindiera para evitar una masacre, como en realidad así sucedió, pues en aquel asalto terminaron por perder la vida 150 portugueses y 300 atacantes, su gran mayoría compuesta de indios tapes. Ante las ardientes protestas de la corona portuguesa por lo que ellos consideraron haber sido una salvajería, el gobierno español trató de resolver la cuestión de la disputa de una forma diplomática. Y resultó que finalmente, cediendo a la reprensión y a las presunciones portuguesas, la corona española termina por desaprobar el proceder del gobernador Garro, y ordena que se devuelva la plaza, la artillería, las armas y los pertrechos, conforme fuera acordado en el “Tratado Provisional” del 7 de mayo de 1681. En verdad, dicho traspaso sólo se hizo efectivo el 12 de febrero del año siguiente por intermedio de Herrera y Sotomayor, el nuevo gobernador de Buenos Aires, al entonces gobernador de Río de Janeiro.
Los Piratas del Lord Clive
Página 89
No en tanto, al iniciarse en 1704 la guerra de Sucesión española, tal pugna territorial termina por generar un otro enfrentamiento bélico entre españoles y portugueses por la posesión de la Colonia. El entonces gobernador de Buenos Aires, D. Alonso Juan de Valdés e Inclán, decide emplazar allí a una tropa que había sido formada por 800 soldados, 600 milicianos y 300 indios, al mando de Baltasar García Ros; y el día 2 de octubre de 1704 les ordena para que crucen el Río de la Plata. Una vez allí arribados, estos deberían esperar a que se les uniesen otros 4.000 indios; lo que en realidad hace que el sitio ocurra definitivamente el 18 de octubre. Empero, algunos meses después, más exactamente el 5 de marzo de 1705, llega al estuario una nueva escuadra portuguesa compuesta de dos fragatas de 44 y 30 cañones cada, además de la fragata Estrella de 20 y el patache Santa Juana, de 8 cañones, con la misión de forzar el bloqueo y evacuar a los vecinos y las tropas. Les hace frente el capitán español de mar y guerra D. José de Ibarra y Lazcano con el navío de registro Nuestra Señora del Rosario, armado con 36 cañones, y el bajel Santa Teresa, alias Popa Verde, -un navío portugués que fuera apresado anteriormente- armado con 16 cañones y al mando del capitán D. Francisco Valero, además de un brulote.
Los Piratas del Lord Clive
Página 90
Ambas escuadras combatieron sañudamente durante más de cuatro horas a tiro de pistola, aunque Ibarra y Lazcano no pudo evitar que los portugueses entrasen en Colonia, ni que el buque Santa Teresa fuese tomado al abordaje. Igualmente fracasó más tarde un intento suyo de quemar las embarcaciones portuguesas utilizándose del brulote español. Pero cuando los portugueses finalmente se sintieron derrotados y con escasa munición, decidieron abandonar el lugar y embarcan a toda la guarnición, zarpando a toda vela el día 14 de marzo, cuando abandonan tras de sí los cañones y las armas con que guarnecían la plaza, las que quedaron para los españoles, quienes la ocuparon dos días después. Sin embargo, esta vez la solución por la vía pacífica demora algún tiempo, y se discute con la mediación de otras cortes europeas. En conclusión, por el tratado de Utrecht que fuera firmado en Holanda en 1713, la plaza es nuevamente restituida a los portugueses en 1716, cuando nombran como nuevo gobernador a D. Manuel Gómez Barboza, quien logra gobernar la Colonia sin injerencias y beligerancias hasta que es sustituido el 14 de marzo de 1722 por Antonio Pedro de Vasconcellos. No en tanto, en las esferas políticas peninsulares, la corte portuguesa creyó que la vida les sería más fácil en Los Piratas del Lord Clive
Página 91
esos parajes si contase entonces con la llegada de colonos para poblar la bahía de Montevideo. Por tanto, en una carta del rey João V enviada para el gobernador y capitán general de Río de Janeiro el 29 de junio de 1723, se le ordena despachar lo cuanto antes una expedición con la intención de poblar de una vez aquella estratégica bahía. Buscando atender la Real Orden, el 21 de noviembre del mismo año zarpa de Río de Janeiro una fuerza naval compuesta por la fragata de 44 cañones Nossa Senhora das Oliveiras, los navíos Chumbado y Sacopira al mando de Francisco Días, además de una zumaca al mando del capitán de navío Manuel Enriquez de Noronha. Por entonces llevaban embarcadas de 250 a 300 personas, de las cuales 150 eran soldados. Toda la expedición estaba al mando del maestre de campo don Manuel Freitas da Fonseca, expedición esta que sería apoyada en tierra por Vasconcellos, el gobernador de Colonia de Sacramento. Una vez que la flota arriba al Plata, los portugueses desembarcan y toman posesión de la bahía de Montevideo el 28 de noviembre, iniciando con ello la fortificación del lugar con el erguimiento de algunos ranchos, así como la instalación de una batería. De igual modo a lo que ya había ocurrido en 1680 con la Colonia de Sacramento, los lusitanos pretendían otra vez establecerse ilegalmente en la margen norte del río. Los Piratas del Lord Clive
Página 92
El entonces gobernador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio de Zabala, termina por ser notificado de la llegada de los portugueses el día 1º de diciembre, por intermedio del práctico del río, el capitán D. Pedro Gronardo. Esto lo incita a enviar de inmediato al capitán D. Alonso de la Vega con 150 dragones, para que de alguna manera hostigase a los nuevos invasores, mientras él mismo comenzaba a preparar una expedición por tierra y mar. Tirando provecho de la oportunidad, ya que se encontraban en aquella zona cuatro buques de registro, Mauricio de Zabala, con la concordancia de sus capitanes y oficiales, manda que los navíos sean aparejados con varios cañones y les aumentada la tripulación. Al inicio, las tropas españolas de Alonso de la Vega se dedicaron nada más que a hacer algunas incursiones y golpes de mano, lo que dejó a los hombres de Fonseca en delicada situación, la cual empeoró con la llegada el 20 de enero de más de 420 hombres al mando del mismo gobernador Zabala, cuando les insta a que se retirasen. Viendo que su situación se ponía cada vez más crítica, pues se encontraba sin alimentos y sin apoyos, Fonseca reembarcó sus tropas rumbo a Río de Janeiro el 22 de enero de 1724. Así es que, al verse beneficiado por las rudimentarias instalaciones que habían dejado los portugueses, Zabala Los Piratas del Lord Clive
Página 93
emprende de inmediato la construcción de una nueva fortificación, siendo por ello considerado el fundador de la ciudad de Montevideo, que entonces convino llamar de Real de San Felipe, en honor a su rey. A seguir, decretó el regreso a Buenos Aires a bordo de dos de los navíos, a las milicias que lo habían acompañado, y a algunos hombres de las tropas regulares, mientras suscitó instalar en la plaza una batería de cuatro cañones al este de la ensenada. Sin embargo, en la mañana del 24 de febrero se deja ver en el paisaje de la bahía la fragata portuguesa Santa Catharina, que venía armada con 32 cañones y con 130 soldados destinados a reforzar la colonia lusitánica de Montevideo, ya que al zarpar esta de Río de Janeiro, se desconocía que las fuerzas lusas ya se habían retirado. Alrededor de las nueve de la mañana, aquella fragata fondeó cerca de la batería española, desde la cual se le hizo señal para que se acercaran con un bote. Pero cuando el comandante de la fragata se percató que Montevideo estaba en manos españolas, largó velas y viró la proa para salir de la ensenada. No obstante, queriendo sacar mejor partido de la ocasión que se propiciaba, Zabala envía una chalupa para dar caza a la lancha enemiga, consiguiendo así capturar a cinco de los marineros. Dos días más tarde, después de que libertaran a los prisioneros, la fragata finalmente zarpó rumbo a Río de Janeiro sin lograr Los Piratas del Lord Clive
Página 94
cumplir su misión. Empero, durante ese mismo día también aparecieron tres velas portuguesas que venían de Colonia, las cuales se retiraron dos días después sin intentar realizar cualquier ataque.
Bahía de Montevideo después de su fundación
Así pues, Zabala retornó a Buenos Aires para cuidar de sus otros deberes el día 5 de abril, dejando como comandante encargado de la defensa de la plaza, al capitán D. Francisco Antonio de Lemos, junto con una guarnición de 110 soldados y mil indios armados. Ya del otro lado de la orilla, y apoyado por una ordenanza del rey de España desde hacía un año antes, el gobernador Zabala se encarga de promover la concesión de algunas franquicias y privilegios a todos aquellos que quisiesen atravesar el Río de la Plata para habitar de vez en el nuevo ayuntamiento Los Piratas del Lord Clive
Página 95
de Montevideo. En un primer instante lo hicieron tan sólo seis familias, mientras que la gran mayoría llegaría algún tiempo después (1726) proveniente de las islas Canarias, conforme determinación expresa de la Corona española. En ese mismo año de 1724, la Corte de Felipe V, advirtiendo la urgente necesidad que su reino tenía de poblar la costa oriental del Plata, termina por firmar un contrato con el comerciante D. Francisco de Alzaybar, para enviar por su intermedio a 25 familias gallegas y otras tantas provenientes de las islas canarias. Al año siguiente ya se encontraban listas unas veinte familias canarias, pero la salida se aplazó hasta 1726 y, por razones desconocidas, las familias gallegas terminarían siendo sustituidas de vez por otras tantas canarias. Finalmente, el 19 de noviembre de 1726, tras un ajetreado viaje que dura tres meses, llegan a Montevideo solamente dieciséis familias canarias que habían sido embarcadas en el navío de registro Nuestra Señora de la Encina, alias La Bretaña, el cual había zarpado del viejo continente el 21 de agosto al mando del capitán vizcaíno Bernardo Zamorategui. Cabe destacar que en este primer viaje no se enviaron tropas, siendo estas trasladadas en un segundo viaje preparado también por Alzaybar a bordo de un otro navío de su propiedad, el San Bruno. Tales huestes consistían en Los Piratas del Lord Clive
Página 96
siete oficiales, 25 dragones del Regimiento “Pavia” y unos 100 infantes de la guarnición de Cádiz. Llegaron a Montevideo el 9 de abril de 1729. Pero un poco antes de ellos, el 27 de marzo de ese año, también llega a Montevideo el navío de registro San Martín con otras treinta familias canarias más, que habían zarpado de Tenerife el 31 de enero. Una vez que España ya comenzaba a tomar las providencias necesarias para resguardar mejor sus territorios en la cuenca del Plata, podría afirmarse que por esas fechas la paz entre ambas coronas consiguió conceder algo de calmaría para esta conflictiva región. Sin embargo no ocurrió así, ya que finalmente todo se reanuda al declararse una nueva guerra entre España y Portugal (1735-1737). Mientras tanto, desde el momento que les fuera restituida a los portugueses en 1716, la Colonia del Sacramento había logrado prosperar bajo el mandato de su gobernador Vasconcellos, quien lentamente fue ampliando su radio de acción y sus zonas de cultivo y pastoreo, haciendo que estas se extendiesen hasta 120 kilómetros más allá de su baluarte. De igual modo, el comercio de cueros también aumentaba en iguales proporciones, y la aduana de Buenos Aires sufría económicamente con el
Los Piratas del Lord Clive
Página 97
contrabando. Por tanto, esas acciones consideradas impías, eran mucho más de lo que los españoles podían soportar. En aquel mientras tanto de una paz aparente, el gobernador portugués también había levantado dos bastiones de refugio, el de San Pedro de Alcántara y el de Santa Rita, que muy pronto serían puestos a prueba. Todo el conflicto se dio inicio cuando el nuevo gobernador y capitán general de Buenos Aires, D. Miguel de Salcedo y Sierraalta, que había sustituido a Zabala en 1734, recibe en marzo de aquel año órdenes desde Madrid para estrechar el radio de acción de la Colonia, dejándoles espacio para operar a tan solo un tiro de cañón, -algo así como unos dos kilómetros. Sin mediar tiempo, Sierraalta le hace saber de inmediato al gobernador lusitano, cuál era el tenor de las órdenes recibidas de España, pero Vasconcellos busca quitarle importancia al asunto e intenta ganar tiempo dando respuestas evasivas a Sierraalta. No en tanto, en febrero de 1735 ocurre un incidente diplomático en Madrid que pone todo a punto para que se desencadene una guerra abierta entre las dos naciones, hecho que sirve de pretexto para romper la tenue paz y recomenzar las hostilidades en América del Sur. Por consiguiente, al temer los portugueses de que les interceptaran la flota procedente de Brasil, estos solicitan Los Piratas del Lord Clive
Página 98
ayuda a Gran Bretaña, la que prontamente les envía una escuadra a Lisboa al mando de John Norris, flota ésta compuesta por treinta navíos y doce mil hombres. Por su vez, la corte española le concede patente de corso al conocido D. Francisco de Alzaybar, y éste termina por capturar algunos buques portugueses. Uno de ellos el 29 de julio de 1735 por intermedio del navío de registro armado con 36 cañones, el San Bruno, cuando aquel navío luso zarpaba de Colonia rumbo a Bahía; y la corbeta Nossa Senhora do Rosario e Animas el 15 de septiembre, cuando esta pretendía entrar en la Colonia, esta vez por intermedio del navío Nuestra Señora de la Encina, también armado con 36 cañones y al mando del propio Alzaybar, quien se dispone a llevar la corbeta apresada a Buenos Aires. Pero estas y otras capturas no bastaron para amedrentar a los portugueses. Una vez quebradas las endebles relaciones entre las Cortes de Madrid y Lisboa, Salcedo recibe una Real Orden datada el 18 de abril de 1735 en carta fechada en Aranjuez por D. José Patiño, para que el gobernador atacase la Colonia de Sacramento sin esperar por una declaración formal de guerra. Por supuesto, buscando cumplir con esmero la disposición, Sierraalta solicita el apoyo de los padres jesuitas, -quienes por entonces estaban enemistados con los portugueses-, para que le envíen con urgencia a Los Piratas del Lord Clive
Página 99
4.000 indios desde las misiones. Con ellos, y contando con otros 1.500 hombres provenientes de Buenos Aires, Corrientes y Montevideo, da inicio entonces al sitio de la plaza el 20 de octubre de 1735. Sin embargo, desde Madrid, ya le habían advertido a Salcedo de que, si él no contaba con los elementos suficientes para iniciar el ataque y sustentar las posiciones, entonces era mejor que esperase por la llegada de tropas que le enviarían desde Cádiz a bordo de dos fragatas. Pero siendo un hombre soberbio y orgulloso de sí, el gobernador no aguarda por la prometida ayuda, y da órdenes a sus oficiales para comenzar la marcha hacia la Colonia del Sacramento. Empero, antes de llegar a destino se entretiene demasiado en saquear caseríos y atacar puntos sin interés, lo que rinde un tiempo precioso para que Vascocellos preparare mejor la defensa de la plaza. No obstante, aunque un fuerte bloqueo fluvial era impuesto por la flotilla naval española, una embarcación al mando del capitán Guillermo Kelly logra zarpar de Colonia y alcanzar Río de Janeiro, donde da aviso a José da Silva Pais, gobernador interino de aquella ciudad. Totalmente afectado por el relato del capitán Kelly, Silva Pais comienza de inmediato a enganchar tropas y organiza una primera expedición, -de las muchas que se
Los Piratas del Lord Clive
Página 100
enviarían-, poniendo al mando de la misma al sargento mayor de la Armada Tomás Gómes da Silva. Una vez que las naves terminan de ser aprovisionadas, el 15 de diciembre zarpan de Río de Janeiro las seis primeras embarcaciones conteniendo tropas que llegan a Sacramento el 6 de enero, siendo su llegada muy festejada por la guarnición. Dicha expedición estuvo compuesta por la fragata de 50 cañones Nossa Senhora de Nazareth, al mando del capitán Francisco Santos y buque insignia; la fragata de 20 cañones Bom Jesús de Vilanova, al mando del capitán Dionisio Antonio; las galeras Santa Anna y São José, armadas con 6 cañones; el patache de 6 cañones Bom Jesús de Boucas. Habían embarcado en ellas a 20 oficiales, 250 soldados de infantería, 42 dragones de caballería, 35 artilleros, 86 reclutas y 25 indios, además de 370 marineros; y puede afirmarse que aunque estos refuerzos no alteraron el equilibrio de fuerzas, supuso ser un duro golpe para la moral de los españoles, mucho más aun cuando llegó una segunda expedición organizada por el virrey de Bahía André de Melo e Castro, conde das Galveias, el cual había zarpado de aquella ciudad el 31 de diciembre con doce navíos. Con él venían unos 200 soldados de infantería y 60 artilleros.
Los Piratas del Lord Clive
Página 101
Por esas fechas, la superioridad naval en la región era netamente portuguesa, por lo que los buques españoles prefirieron refugiarse en la ensenada de Barragán en enero de 1736, donde construyen tres baterías a su entrada, con las cuales lograron a posterior rechazar el ataque de las fuerzas de Gómes da Silva, quien pretendía quemar las naves españolas. A estas alturas, los sitiados consideraron que sería difícil que llegaran cualesquier naves españolas en su auxilio, y por tanto no quisieron enfrentarse con los portugueses en aquella ocasión. Pero no fue lo que le ocurrió al capitán de fragata D. Juan Antonio de la Colina, quien sin saber de nada, había zarpado de La Coruña el 21 de marzo de 1736 con correspondencia para el gobernador Salcedo; pero cuando éste llegó, su pequeña nave termina por ser tomada al abordaje y quemada por el alférez Juan Bautista Ferreira en los primeros días de agosto. Mientras les despachaba la segunda expedición, José da Silva Pais se encargó de organizar en Río de Janeiro otro reclutamiento. En el esfuerzo consigue reunir a 200 soldados de infantería, 50 artilleros y 150 reclutas. Por lo que, cargados con estas tropas además de las provisiones, desatracan de Río de Janeiro tres navíos y cuatro zumacas el 11 de marzo de 1736. Empero, una tempestad hace que la escuadra se separe, y que solo una de las naves llegue a Los Piratas del Lord Clive
Página 102
Colonia el 2 de mayo, cuando les da el aviso de la llegada de más refuerzos que venían con el resto de la flota. Por su vez, en esos entremedios, la corte portuguesa se entera de que estarían siendo organizados preparativos para un gran alistamiento español en Cádiz, donde varias fragatas de guerra serían enviadas con tropas destinadas a reforzar las fuerzas del gobernador Salcedo. Por tanto, ante tan alarmantes noticias, el rey Juan V ordena el apresto de varios buques de guerra con destino a la Colonia, los que serían puestos al mando del coronel de la Armada Real D. Luis de Abreu Prego, quien se embarcó a bordo del navío de 60 cañones Nossa Senhora da Vitória y zarpó de Lisboa el 25 de marzo de 1736 con otros dos buques de guerra: el navío Nossa Senhora da Conceição, de 60 cañones al mando del capitán Joao Pereira dos Santos; la fragata Nossa Senhora da Lampadoza, de 54 cañones al mando del capitán José de Vasconcellos Maltez; además de otros cinco buques menores, de guerra y mercantes. Cuando estos soltaron amarras, para no levantar sospechas entre los espías españoles, lo hicieron con el pretexto de acompañar a la flota mercante que iba con destino a Río de Janeiro, aunque en realidad, su verdadero objetivo era reforzar la presencia naval portuguesa en aguas del Río de la Plata. Así es que al llegar a la altura de Los Piratas del Lord Clive
Página 103
las islas Canarias, desde la escuadra de Abreu Prego se adelanta una de las embarcaciones mercantes para dar aviso en Río de Janeiro de la cercana llegada de dicha escuadra, llevando además órdenes del rey para que el gobierno de Río de Janeiro fuese asumido por Gomes Freire de Andrade, y determinando que el brigadier José da Silva Paes asumiese definitivamente el comando terrestre y naval en las futuras operaciones que serían realizadas contra los españoles en el Plata, prescribiéndole que antes debería armar nuevos buques para reforzar los que estaban a punto de llegar de Lisboa. Contando con todos estos importantes refuerzos, el rey lusitano pretendía no sólo levantar el sitio que había sido impuesto a la Colonia, sino más bien tomar también la plaza de Montevideo. Por tanto, el soberano pensó que para evitar cualquier suceso en contrario a lo que determinara, la escuadra debería ser incrementada con otras dos fragatas más, las cuales se hacen a la mar desde Lisboa el 21 de agosto de 1736. Una vez llegadas a Río de Janeiro, las naves de la expedición se unen a la escuadra de Abreu Prego, que ya contaba con más tropas y naves, pues fueron alistados el navío Nossa Senhora da Esperança, al mando de José Gonçalves Lage; el navío Nossa Senhora das Ondas, al mando de Antonio de Mello Callado; el bergantín Nossa Los Piratas del Lord Clive
Página 104
Senhora da Piedade; así como la galera Santana, una balandra y dos zumacas más. En ellos se embarcaron a cuatro compañías de infantería de la guarnición de Río de Janeiro, que se pusieron al mando del brigadier José da Silva Paes. Como los españoles ya preveían cual sería el tamaño de la tempestad beligerante que se avecinaba en el Río de la Plata, la Armada Real dispuso que se hicieran a la mar desde Cádiz, el 9 de mayo de 1736, las fragatas Hermiona y San Esteban, al mando de los comandantes capitanes de fragata D. Jorge Chavarría y D. José de Arratia, respectivamente, llevando a bordo a 200 dragones de caballería. Pero un mes después, del otro lado del atlántico, el 25 de junio zarpa finalmente de Río de Janeiro la expedición portuguesa con la capitana Nossa Senhora da Esperança, de 70 cañones, y la Nossa Senhora das Ondas, de 58 cañones, -ésta como nave almiranta-, y el resto de los buques de guerra y mercantes que iban cargados de provisiones, las cuales llegaron el 3 de julio a la isla de Santa Catarina. En aquel momento, las órdenes para Abreu Prego eran de aliviar el cerco de Sacramento, conquistar Montevideo, además de iniciar provocaciones desde el territorio de Río Grande de San Pedro contra las demás provincias españolas de aquella región oeste. Los Piratas del Lord Clive
Página 105
No en tanto, el 10 de agosto, cuando estaban a la altura de la isla de Santa Catarina, estos sufren una tempestad que dura tres días y hace dispersar la escuadra. Por su vez, el 18 de agosto el navío Conceição necesita enfrentarse en duro combate con dos fragatas españolas, lo que lleva a creer que se trataba de las fragatas Hermiona y San Esteban que venían de Cádiz. No obstante, dos días después, ésta última fragata hispana debe enfrentarse con otro navío portugués, y en la tarde del día 26 de agosto, ya frente a las costas de Maldonado, la misma fragata San Esteban captura uno de los buques portugueses que hacía parte del convoy, el cual iba en conserva del navío Lampadoza, y se inicia un combate durante siete u ocho horas, hasta que los vientos separan a las dos embarcaciones. Finalmente la escuadra portuguesa logra llegar ante Montevideo en la noche del 6 de septiembre, comenzando así el asedio a la plaza española, la que por entonces era defendida por el comandante Alonso de la Vega. Pero cuando Salcedo se entera de lo sucedido, determina que se envíen a los 200 dragones recién llegados al mando del teniente coronel D. Francisco Martínez Lobato. Sin embargo, al notar la llegada de los refuerzos, los lusos deciden abandonar la empresa de tomar Montevideo al asalto, dando inicio entonces a un bloqueo naval. Los Piratas del Lord Clive
Página 106
Mientras tanto, el día 21 de agosto de 1736 habían zarpado de Lisboa otros dos buques de guerra, el navío Nossa Senhora da Arrabida y otro, dando escolta a dos navíos de provisiones. A esas alturas, los portugueses ya contaban en la zona con diez buques de guerra, un poderío muy superior a las fuerzas españolas. Así pues, contando con esa preponderancia, el brigadier Silva Pais, con el navío Esperança y otros cuatro menores, resuelve atacar en la ensenada de Barragán a los buques españoles, -eran los dos navíos de registro de Alzaybar y las fragatas Hermiona y San Esteban-, que estaban bajo el mando del capitán Arratia, comandante de esta última. Sin embargo, vale destacar que desde el principio Abreu Prego era contrario a la realización del ataque, a pesar de la opinión antagónica del brigadier Silva Pais y del gobernador Vasconcellos, quienes deseaban acabar lo antes posible con la desprotegida escuadra española. Así es que el 17 de noviembre, la fuerza lusa se acerca a las fragatas españolas, pero como carecían de prácticos y corrían peligro de quedar varados, tal como fuera juzgado por Abreu Prego con antecedencia, no tienen más remedio que desistir de su empeño. Empero, al regresar al puerto de Colonia, el navío Esperança termina por encallar entre dicha plaza y la isla de San Gabriel a causa de un temporal. Para colmo de desgracias y por las noticias que Los Piratas del Lord Clive
Página 107
les llegaron desde Buenos Aires, se enteran de la próxima llegada de otras cuatro fragatas españolas. Puesto que por entonces ya comenzaban a escasear los alimentos en la plaza de Sacramento, el conjunto de los comandantes lusos deciden evacuar a los civiles y enviarlos a Río de Janeiro, de modo que en diciembre de 1736 se embarcaron 200 de ellos en el navío Conceição, otros 95 en el Vitória y 180 en el Lampadoza. Ya en los primeros meses del siguiente año, en marzo de 1737, llegan a la zona de operaciones otras seis embarcaciones españolas al mando del capitán de navío D. Nicolás Geraldino: las fragatas Galga y Paloma Indiana, el paquebote Rosario y otros tres buques que habían sido capturados durante la travesía. Al todo, transportaban embarcados a 225 hombres del Regimiento de Infantería “Cantabria” al mando del teniente coronel D. Domingo Santos de Uriarte, que luego se sumaron a las tropas sitiadoras; aunque ellos poco pudieron hacer para resolver los males causados por la precipitación de Salcedo. Anteriormente, ante el retraso del alistamiento de las naves, el 27 de agosto de 1736 había soltado amarras de El Ferrol, la fragata San Francisco Javier, que venía cargada de pólvora, armas y municiones al mando del capitán de fragata D. Francisco Lastarría. Por tanto, el capitán Geraldino termina siendo indicado para el mando de la Los Piratas del Lord Clive
Página 108
flotilla española, y aunque ya reforzada su escuadra, éste poco pudo hacer a causa de la falta de entendimiento con el caprichoso gobernador Salcedo, ya que el 29 de agosto de 1737 terminó por perder una de sus naves, el navío de registro Nuestra Señora de la Encina, que al mando de D. Agustín de Aldunsín terminó por encallar y se hundió en Punta Piedras (San Borondón). Pero del lado luso, las noticias de la salida de Cádiz de la escuadra de Geraldino y la falta de resultados por parte de la escuadra portuguesa, terminan por motivar a la Corona el envió de una otra escuadra que zarpa de Lisboa el 21 de agosto de 1736, la cual llega a Río de Janeiro el 30 de octubre. En esta ocasión, se trataba de cuatro buques más pequeños, propios para la navegación en aguas del Río de la Plata. Llevaban consigo nuevas huestes de soldados, que parten el 1º de diciembre y se incorporan a la escuadra de Abreu Prego el día 16. Así que, luego después, en una junta de guerra que es celebrada entre los comandantes lusos, Silva Pais insiste en atacar Montevideo, pero su propuesta es rechazada por los prudentes mandos de la Marina. Entonces deciden mantener el grueso de la escuadra varando frente a la plaza, y hacen zarpar de Colonia a los navíos Esperança y Lampadoza con varias unidades menores rumbo a Maldonado llevando consigo tropas al mando de Silva Los Piratas del Lord Clive
Página 109
Pais, dispuestas reforzar las operaciones en Río Grande de San Pedro, la provincia del sur de Brasil. Pero a primeros del mes de septiembre de 1737, también llega a Colonia el navío de 60 cañones Nossa Senhora da Boaviagem portando un correo con los cinco artículos del armisticio que había sido firmado en París el 16 de marzo de ese año. Conque, después de dos años de infructuoso sitio y un persistente bloqueo a la plaza de Colonia de Sacramento, terminan por cesar momentáneamente las hostilidades entre España y Portugal, una reconciliación que contaba con la intercesión de Francia, Gran Bretaña y Holanda.
Fragata española de 52 cañones. “Diccionario demostrativo con la configuración y anatomía de toda la arquitectura naval moderna”. Juan José Navarro, Marqués de la Victoria, 1719-1756. Museo Naval.
Los Piratas del Lord Clive
Página 110
Como corolario de esta primera mitad del siglo XVIII, resulta nada más que el fracaso obtenido por el inepto gobernador Salcedo, quien en efecto, poco después sería reemplazado por el nuevo gobernador de Buenos Aires, D. Domingo Ortiz de Rozas. Pero el antagonismo de las dos coronas que ya duraba varias décadas en esta región, no concluiría aquí, pues nuevos sucesos continuarían a ocurrir en los años que se avecinan, aunque ya con nuevos protagonistas y nuevas estratagemas.
Los Piratas del Lord Clive
Página 111
Una Sistemática Beligerancia
La conclusión de la Guerra de Sucesión española, alcanzada con el tratado de Utrecht, no había supuesto únicamente el desmembramiento de todo el patrimonio de la monarquía hispánica en Europa. Ahora Inglaterra, ya como Gran Bretaña, aparte de haber evitado que se creara una potencia hegemónica en el continente europeo con la combinación de las monarquías borbónicas de Francia y España, junto con las posesiones que la última tenía en el continente, había conseguido también algunas concesiones comerciales en el imperio español en América. Así, aparte de la posesión de Gibraltar y Menorca, territorios que fueron reclamados porfiadamente por España durante el siglo XVIII, Gran Bretaña también había obtenido el denominado “Asiento de negros”, o sea, la posibilidad de vender esclavos negros en la América hispana durante treinta años, y la concesión del “Navío de permiso”, con lo que se permitía el comercio directo de Gran Bretaña con la América española por el volumen de mercancías que pudiese transportar un barco de 500 toneladas de capacidad, rompiendo así el monopolio para el comercio con la América española, restringido con Los Piratas del Lord Clive
Página 112
anterioridad por la Corona a comerciantes provenientes de la España metropolitana. Ambos acuerdos comerciales quedaron sobre administración en manos de la Compañía de los Mares del Sur. Sin embargo, el comercio directo de Gran Bretaña con la América española sería a posterior una fuente constante de roces entre ambas monarquías. Además, aparte de ello, existían otros motivos de conflicto: problemas fronterizos en América del Norte entre Florida (española) y Georgia (británica); quejas españolas por el establecimiento ilegal de cortadores de palo de tinte en las costas de la península de Yucatán en la región que actualmente corresponde a Belice; una reclamación constante de retrocesión de derechos sobre Gibraltar y Menorca por parte de España; y el deseo británico de dominar los mares, algo difícil de conseguir ante la recuperación vital de la marina española y la rivalidad consiguiente entre Gran Bretaña y España, lo que ya había ocasionado previamente una corta guerra entre ambos países en 1719, en la que llegó a darse un fallido intento español de invadir Inglaterra. Empero, fue en el terreno comercial donde los roces produjeron el incesante crecimiento de la tensión entre las dos coronas. Por entonces, España mantenía el monopolio comercial con sus colonias en América, con la única
Los Piratas del Lord Clive
Página 113
salvedad de las concesiones efectuadas a Gran Bretaña, relativas al navío de permiso y el comercio de esclavos. Bajo las condiciones del Tratado de Sevilla en 1729, los británicos habían acordado no comerciar con las colonias de la América española aparte del navío de permiso, para lo cual acordaron permitir, a fin de verificar el cumplimiento de dicho tratado, que navíos españoles interceptaran a los navíos británicos en aguas españolas accediendo a la verificación de su carga, lo que se conoció como “Derecho de visita”. No obstante, por causa de las enormes dificultades de abastecimiento de los territorios de la América española, terminó siendo factible el surgimiento clandestino de un intenso comercio de contrabando por parte de los navíos holandeses y de los, fundamentalmente, británicos. Por tanto, ante tales hechos, la vigilancia naval española se incrementó, al mismo tiempo que se buscaba fortificar los puertos y se mejoraba el sistema de convoyes que servía de protección a las valiosas flotas que transportaban los tesoros que llegaban de América. De acuerdo con el “Derecho de visita”, los navíos españoles podrían interceptar cualquier barco británico y confiscar sus mercancías, ya que, a excepción del navío de permiso, todas las mercancías con destino a la América española eran, por definición, contrabando. De esta forma, Los Piratas del Lord Clive
Página 114
no sólo navíos reales, sino otros navíos españoles en manos privadas con concesión de la corona y conocidos como guardacostas, podían abordar los navíos británicos y confiscar sus mercancías. Con todo, las palabras oficiales del gobierno de Londres ante las figuras políticas de la corona española, contenía una barda retórica que mencionaba que, sobre ese tipo de actividades particulares y clandestinas, estas siempre serían calificadas de piratería por parte de ellos. En todo caso, aparte del contrabando, también seguía habiendo barcos británicos dedicados a la piratería, y buena parte del continuo hostigamiento de la Flota de Indias recaía sobre la tradicional acción de corsarios ingleses en el Mar Caribe, que se remontaba a los tiempos de Francis Drake. Y así es que, sobre este asunto, las cifras de barcos capturados por ambos bandos difieren enormemente y son por tanto muy difíciles de determinar, pero datos biográficos indican que hasta septiembre de 1741, los ingleses mencionan 231 buques españoles capturados frente a los 331 barcos británicos abordados por los españoles; aunque según éstos, las cifras respectivas serían de sólo 25 frente a 186. De cualquier modo, es de notar que para entonces los abordajes españoles considerados
Los Piratas del Lord Clive
Página 115
con éxito, continuaban siendo más frecuentes que los de los británicos. Por consiguiente, entre los años 1727 y 1732, transcurrió un periodo especialmente tenso en las relaciones bilaterales, al que siguió luego un periodo de distensión entre 1732 y 1737, gracias a los esfuerzos en tal sentido por parte del primer ministro británico del partido Whig, sir Robert Walpole y del Ministerio de Marina español, a lo que se acopló la colaboración entre ambos países en la Guerra de Sucesión de Polonia. No obstante, los problemas siguieron sin resolverse en carácter definitivo, con el consiguiente incremento de la irritación en la opinión pública británica que, en la primera mitad del siglo XVIII, ya empieza a consolidarse dentro del sistema parlamentario británico junto con la aparición de los primeros periódicos. La oposición a Walpole, que no era sólo por parte de los Tories, sino también como ya mencionamos, por un número significativo de los Whigs descontentos que aprovecharon este hecho para acosar a su primer ministro, quien era conocedor del equilibrio de fuerzas y, por lo tanto, contrario a la guerra con España, termina por dar comienzo entonces una fuerte campaña a favor de la guerra contra la corona española.
Los Piratas del Lord Clive
Página 116
Terminó por ser dentro de este contexto, que se produjo la comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes en 1738, un contrabandista británico cuyo barco, el Rebecca, había sido apresado en abril de 1731 por un guardacostas español, confiscándole su carga. Según el testimonio de Jenkins, el capitán español, Juan León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja al tiempo que le decía: -“Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Como en su comparecencia ante la cámara, Jenkins apoyó su testimonio mostrando la oreja amputada, la oposición parlamentaria, y posteriormente toda la opinión pública, terminó por sancionar el incidente como una ofensa al honor nacional y claro “casus belli”. Pero incapaz de lograr hacer frente a la presión general, Walpole termina por ceder, aprobando el envío de tropas a América y de una escuadra a Gibraltar al mando del almirante Haddock, lo que causó una reacción inmediata del lado español. Walpole trató entonces de llegar a un entendimiento con España en el último momento, algo que se consiguió momentáneamente con la firma del Convenio de El Pardo en 14 de enero de 1739, por el que ambas naciones se comprometían a evitar el proceso de la guerra, así como Los Piratas del Lord Clive
Página 117
pagarse compensaciones mutuas, además de acordar la elaboración de un nuevo tratado futuro que ayudase a resolver otras diferencias acerca de los límites territoriales en América y los derechos comerciales de ambos países. Sin embargo, como tal convenio fue rechazado poco después en el parlamento británico, contando también con la decidida oposición de la Compañía de los Mares del Sur, fue que el rey español Felipe V exigió el pago de las compensaciones acordadas por la parte británica antes de hacerlo España. En ambos países las posiciones se endurecieron, lo que llevó a incrementar los preparativos para la guerra. Finalmente, el ministro Walpole terminó por rendirse ante las contantes presiones parlamentarias y de la calle, viéndose obligado a regañadientes a aprobar el inicio de la guerra. Al mismo tiempo, el entonces embajador británico en España solicitó la anulación del “Derecho de visita”. Lejos de plegarse a la presión británica, Felipe V suprimió el “Derecho de asiento” y el “Navío de permiso”, y retuvo todos los barcos británicos que se encontraban en puertos españoles, tanto en la metrópoli como en las colonias americanas. Ante tales hechos, el gobierno británico retiró a su embajador de Madrid el 14 de agosto, y declaró formalmente la guerra a España el 19 de octubre de 1739. Los Piratas del Lord Clive
Página 118
Así comienza el periodo de la Guerra del Asiento, o la llamada “Guerra de la Oreja de Jenkins” por los ingleses, que fue un conflicto bélico que duró de 1739 a 1748, en el que se enfrentaron las flotas y tropas de los reinos de Gran Bretaña y de España, principalmente en el área del Caribe. Se acostumbra decir que por el volumen de los medios que fueron utilizados por ambas partes, y por el anchuroso escenario geográfico en el que se desarrolló, además de la magnitud de los planes estratégicos de España e Inglaterra, la Guerra del Asiento podría llegar a ser considerada como una verdadera guerra moderna. Pero a partir de 1742, esta contienda se transformó en un episodio de la Guerra de Sucesión Austriaca, cuyo resultado en el teatro americano finalizaría con la derrota inglesa y el retorno al statu quo previo a la guerra. La acción más significativa de dicha guerra fue el Sitio de Cartagena de Indias de 1741, en el que fue derrotada una flota británica de 186 naves y casi 27.000 hombres a manos de una guarnición española compuesta por unos 3.500 hombres y 6 navíos de línea. Durante la contienda, dada la enorme superioridad numérica y de medios que utilizó Inglaterra contra España, resultó decisiva la extraordinaria eficacia de los servicios de inteligencia españoles, quienes consiguieron infiltrar agentes espías en la Corte londinense y en el cuartel Los Piratas del Lord Clive
Página 119
general del Almirante Vernon. Por consiguiente, el plan general inglés así como el proyecto táctico de la toma de Cartagena de Indias, terminaron por ser conocidos de antemano por la Corte española y por los mandos virreinales con suficiente tiempo para reaccionar y adelantarse a los británicos. En el Caribe, dicho conflicto se conoció como Guerra de Italia. Este nombre se debe a que, para España, esta guerra se entroncó con la de la Sucesión Austríaca y fue en Italia donde se desarrollaron las principales acciones españolas. Antes de entrar en los acontecimientos finales de esta historia, y retrocediendo una década a lo ya mencionado sobre las ocurrencias sucedidas en territorio sajón y el resto del mundo a partir de 1756, es importante analizar el “Tratado de Madrid de 1750”. Con la subida al trono español del rey Fernando VI en 1746, comienza entonces a desarrollarse una política de neutralidad con las potencias europeas. En lo principal, con sus vecinos portugueses se inician los contactos entre los embajadores para solucionar definitivamente el viejo problema de los límites en sus posiciones en América. Por consiguiente, el 13 de enero de 1750 termina por firmarse en Madrid lo que dispuso llamarse de “Tratado de Permuta”, que acabó siendo rubricado entre el embajador Los Piratas del Lord Clive
Página 120
portugués Tomás da Silva Téllez y el ministro español José de Carvajal y Láncaster. Con el susodicho tratado, finalmente Fernando VI conseguía la gobernabilidad de la Colonia de Sacramento, pero a cambio de ello, España terminaría por ceder a los lusitanos las grandes extensiones de terreno donde por entonces se encontraban localizados los Siete Pueblos de las Misiones, que por aquella época eran regentadas por los jesuitas en el Paraguay. A fin de pudieran cumplirse las cláusulas del tratado de una manera ecuánime, ambas coronas decidieron enviar a comisionados de uno y otro con el objetivo de tratar de las demarcaciones que definirían las posiciones de cada país; siendo el marqués de Valdelirios por la parte española y el general Gómes Freire de Andrada por la lusitánica, los hombres encargados de hacer legitimar estas nuevas usurpaciones portuguesas que de ningún modo les correspondían. Pero como el territorio a ser demarcado era demasiado extenso, pactan el envió de varias comisiones conjuntas, las que se embarcan en Cádiz el 16 de noviembre de 1751 en el navío mercante Jasón. No obstante, al poco tiempo de ellas comenzar con sus trabajos en los referidos espacios indígenas, los comisionados se deparan con un
Los Piratas del Lord Clive
Página 121
problema capital: los indios se resistían al abandono de su territorio.
Mapa de la localización de las Misiones
Así fue que, los antiguos enemigos, ahora aliados, iniciaron en 1753 una larga lucha contra los indígenas de las misiones, reyerta ésta que costó grandes sumas de dinero a las dos naciones. Los Piratas del Lord Clive
Página 122
Por el lado español, la campaña contra los indios guaraníes fue iniciada por el gobernador de Buenos Aires D. José de Andonaegui, y apoyada por D. José Joaquín de Viana, gobernador de Montevideo, siendo los indios definitivamente vencidos en la batalla de Caybaté, el 10 de febrero de 1756. Pero como ya lo mencionamos, en 1761, al apreciarse estar ceñido en medio al clamor de una guerra que ya duraba cinco años entre las potencias europeas, el nuevo rey español Carlos III decide anular el Tratado de Madrid firmado en 1750, volviendo con ello a la situación anterior por medio de la firma de un nuevo ajuste que convino llamarse “Tratado de El Pardo”, que resultó ser un acuerdo diplomático firmado el 12 de febrero de 1761 por los gobiernos portugués y español, y por el cual se decidía la anulación de las cláusulas del anterior. Las causas que llevaron a la signatura de este nuevo tratado, fueron indudablemente las dificultades que ambas coronas tuvieron que enfrentar a lo largo de la década de 1750 para lograr llevar adelante la demarcación de sus posesiones sudamericanas en un área tan amplia, diferente e inhóspita; dificultades estas que quedaron denominadas con el título de “Guerra Guaranítica”, por consistir en la resistencia armada de los indígenas y jesuitas de los siete pueblos de las Misiones Orientales del Uruguay, los cuales Los Piratas del Lord Clive
Página 123
se negaban a salir de la región para que ésta pudiese ser entregue a Portugal; además de la muerte, producida dos años antes del rey español Fernando VI, lo que originó la subida al trono de Carlos III, el cual decidió hacer una revisión general de los acuerdos que en otra época habían sido establecidos con los portugueses. Dentro de las cláusulas del actual tratado, se pronosticaba la devolución de la Colonia del Sacramento a los españoles, o así lo creían los ibéricos y su rey. Pero resulta que durante aquellos años anteriores de campaña, los portugueses fueron construyendo de a poco diversos fuertes para protegerse, así como ya se habían establecido en varios puntos del territorio de las misiones. Fue entonces que D. Pedro de Cevallos, el nuevo gobernador de Buenos Aires, que había acudido a estas tierras para relevar las tropas españolas, hayo por bien intervenir personalmente pues pensaba que estaba en la hora de pedir explicaciones a los portugueses por su desleal conducta. No en tanto, sus respuestas evasivas darían pie en breve tiempo a nuevos de los viejos conflictos.
Los Piratas del Lord Clive
Página 124
Tejiendo la Conspiración
Conforme hemos mencionado anteriormente, fue en el año de 1756 que termina estallando la guerra generalizada que envuelve a las principales potencias europeas, aunque debemos recordar que España sólo se había incorporado oficialmente a ella a partir de agosto de 1761 cuando terminó por aliñarse con Francia, lo que resultaría en graves consecuencias para la Colonia del Sacramento, puesto que los portugueses ya habían pactado una alianza con Gran Bretaña. Por lo tanto, mientras el brioso gobernador Ceballos se preparaba para cruzar el Río de la Plata desde Buenos Aires, muy lejos de allí, en tierras inglesas, ya se estaba madurando desde finales de 1761 la participación sajona por aquellas latitudes, impulsados que estaban algunos hombres del gabinete bretón por intermedio del embajador portugués, cuando juntos comenzaron a argüir un plan para intervenir de vez en la cuenca del Plata apoyándose en la Colonia del Sacramento. Por tanto, este pasa a ser el neurálgico asunto de esta historia. En un principio, la conjura pasó a ser un propósito de intereses que involucraba a las principales cabezas del Los Piratas del Lord Clive
Página 125
gobierno portugués, a los hombres del gabinete inglés de Thomas Pelham-Holles, al ministro de guerra William Pitt, y a la Compañía Británica de las Indias Orientales (British East India Company), y organizado en un periodo de fuertes conflictos políticos entre los principales partidos británicos. -Entonces, señor embajador de Melo. ¿Cuál es esa propuesta que tanto nos puede agradar? -le preguntó Pitt, cómodamente sentado en su recibidor, mientras mantenía la mirada fija en el rostro de su interlocutor lusitano. Un hombre larguirucho, de tez más bien pálida, que tenía el cabello lacio que peinaba hacia atrás dejando la frente libre. Cuando lo había visto entrar, a Pitt le pareció que caminaba ligeramente inclinado hacia delante, como si quisiese echarse sobre el terreno. Llevaba una chaqueta marrón cerrada hasta el cuello y los ojos eran negros y brillantes, con un mentón huidizo equilibrado por una nariz fuerte y prominente -como yo- pensó Pitt. -Le revelo que traigo en mi maleta órdenes directas de nuestro primer ministro D. Sebastião de Carvalho Melo, señor Pitt, para que ambas naciones, aliadas que se hallan ante cualquier enemigo, solicitar todo vuestro apoyo en un asunto que ciertamente convendrá a ambas coronas. -Mientras no se trate de poner el destino de nuestro reino en peligro, señor de Melo e Castro -pronunció Pitt de Los Piratas del Lord Clive
Página 126
manera jactanciosa-, ni termine por echar más leña el a la hoguera de vanidades que existe en las graderías de nuestro Parlamento, soy todo oídos, mi amigo. -Ciertamente que no, señor Pitt. Estamos lejos de querer que eso suceda -afirmó el delgado hombre. -Pues bien, señor de Melo. Puede usted contarme el motivo de vuestra visita. -De hecho, temo mucho decirle que estamos reunidos aquí, señor ministro, no para discutir algunas situaciones sensibleras ni hablar de corazones compasivos. -A mí no me extrañaría nada lo que dentro de estas paredes lleguemos a compartir, señor embajador, pero cabe preguntarle si esas órdenes que usted porta, por acaso, ¿dicen respecto a algún lugar en especial de vuestras colonias? -inquirió el sagaz Pitt, sin dejar trasparecer su perspicacia, ya que imaginaba en parte lo que el ilustre visitante le propondría. -Nuestro Excelentísimo rey José I, junto con nuestro primer ministro, el señor Conde de Oeiras, acreditan que si ustedes están dispuestos a apoyarnos en el conflicto que mantenemos desde hace mucho con España en la cuenca del Plata, futuramente nuestra nación podrían hacer algunas concesiones muy valiosas para S.M británica. -Debo advertirle, que mismo que los motivos que usted ahora ventila, señor embajador de Melo e Castro, Los Piratas del Lord Clive
Página 127
sean tan “compensadores” como creo que así lo insinúan sus palabras, no veo por qué razón Gran Bretaña tendría que desviarse de sus objetivos principales en esta guerra. Manifestó el ministro de guerra inglés, buscando disimular de alguna manera la oportunidad que tenía de hacer valer su ambición en ultra mar. -Sus palabras suenan extrañas, señor Pitt -dijo el visitante-. En nuestra corte, nosotros entendemos que si unimos vuestras fuerzas a las nuestras, lograríamos acabar de vez con aquella disputa -reveló el embajador, con el rostro ambiguo. -¡Sí! Pero no pretendo aquí poner en tela de juicio, que vuestra disputa con los hispanos ya lleva largos ochenta años, y al final de cuentas, entiendo que todo ese infortunado esfuerzo ha dado en nada -concordó Pitt con una punta de sarcasmo. -Por eso mismo, señor ministro. Nuestro gobierno piensa que si actualmente nos unimos para hacer frente a esta histórica beligerancia, según nuestros propósitos, toda la Banda Oriental quedaría para los portugueses, la cual anexaríamos prontamente a Brasil, dejando así todas las tierras del otro lado de aquella banda para los británicos. -¡Mmmm! -murmuró Pitt, y enarcados los ojos al ser sorprendido por tan formidable propuesta. Ella encajaba como un guante en sus sueños de convertir a Gran Bretaña Los Piratas del Lord Clive
Página 128
en potencia colonizadora. Pero haciéndose el eludido, le preguntó: -Déjeme ver si comprendí bien vuestra proposición, señor embajador de Melo. ¿Ustedes insinúan que si Inglaterra los apoya en la contienda, la región oriental del río quedaría con ustedes, y toda la parte oeste, a partir de Buenos Aires, pertenecería a nuestra Corona? -Exactamente, señor Pitt. Esa es la oportunidad a la que me referí anteriormente -indujo el visitante mientras extendía su mano hacia delante, mostrando en ella las callosidades de las personas que han crecido sin recursos y se ven obligadas a trabajar desde temprano en la vida. -¡Gracias, señor de Melo e Castro! Califico vuestra propuesta como siendo algo sumamente interesante, señor embajador. No en tanto… -Pitt suspendió sus palabras con el propósito de crear algo de incertidumbre, pero segundos después agregó: -¡No sé! -exclamó- Pienso que eso nos llevaría a la necesidad de involucrar nuestra armada en una otra frente de lucha que por ahora no fue prevista y no estamos preparados a enfrentar -frase que exteriorizó mientras meneaba su cabeza para afirmar su fluctuación. -Bueno, advirtiendo no su renuencia y sí su vacilación al respecto de lo que les ofrecemos, juzgo que sus palabras no significan una negativa concluyente, señor Pitt. Por Los Piratas del Lord Clive
Página 129
tanto, le ruego que sea el portador de llevar nuestra propuesta oficial al señor duque de Newcastle, de manera que más adelante nosotros logremos reunirnos nuevamente y ahí sí, discutir otros pormenores. -Ciertamente que sí, señor embajador. No estoy en desacuerdo con el extraordinario ofrecimiento que nos envía su ministro, pero usted debe comprender que esto es algo que nosotros debemos evaluar con calma y discutirlo internamente, antes de querer ponerle tinta a un papel. -¡Elemental, mi amigo ministro! Es tan fundamental, que el señor Conde de Oeiras tenía certeza que les agradaría la idea de… -Me disculpe que obstaculice de manera tan brusca sus palabras, señor embajador -se excusó Pitt por haberlo interrumpido-. No pretendo cortar su raciocinio, y le asevero que he alcanzado a comprender muy bien su oferta, ya que de ninguna manera ella deja de ser convincente. Pero tampoco soy iluso como para negarme a comprender que eso también implicaría en otros esfuerzos humanos y financieros para lograr tomar los territorios del otro lado del estuario. -No alimentamos cualquier incertidumbre en cuanto a ello, señor Pitt, pero convengamos que nosotros también entendemos que vuestra Corona tiene los recursos para lograrlo. Los Piratas del Lord Clive
Página 130
-Está bien, mi amigo. Déjeme llevar vuestra propuesta a nuestro primer ministro, para que alcancemos a disecar un poco mejor la toda esta cuestión. Pero le sugiero que por ahora no abriguen muchas esperanzas. -Le propuso el ministro no queriendo demostrar impulsividad, así como no externarle los planos que estaban en curso y dirigidos a lugares más remotos, mismo que por dentro ya estuviese regocijándose de la oportunidad que tendían a su frente. -Todo a su debido tiempo, señor Pitt. Comprendo vuestra posición. Pero cuando ustedes examinen mejor el asunto, notarán de por qué nosotros cobijamos buenos augurios para esta gestión bilateral. -¡Veremos!... ¡Veremos! -le anunció el ministro sin querer dar el brazo a torcer. -Entonces, creo que es mejor que no le ocupe más su precioso tiempo, señor ministro. Ruego que me mande llamar así que ustedes estén prontos. -Pronunció el visitante, haciendo una reverencia y ya retirándose del salón, mientras Pitt permanecía pensativo. Antes de proseguir, y con el surgimiento de nuevos personajes en esta historia, es necesario aclara que existe una gran discrepancia entre la percepción popular de lo que significa la figura de Sebastião José de Carvalho e Melo, más conocido como Conde de Oeiras y Marqués de Pombal para los portugueses, quienes lo ven casi como un Los Piratas del Lord Clive
Página 131
héroe nacional, y la de los brasileños, que lo veían como un hombre tirano y opresor. Desde el punto de vista del gobierno portugués y su rey, la administración de la colonia de Brasil debía tener siempre como meta la generación de riquezas para la metrópoli. Ese mismo principio secular no se alteró bajo la administración del conde-marqués, sino más bien se intensificó. Puede decirse que el régimen de monopolio comercial, por ejemplo, no sólo se mantuvo, sino que se acentuó aún más para obtener y alcanzar una mayor eficacia en la administración colonial. En las tierras de la colonia brasileña, entre 1755 y 1759, se llegó a crear por su orden, respectivamente, la Companhia Geral de Comércio do Grão-Pará e Maranhão, y la Companhia Geral de Comércio de Pernambuco e Paraíba, empresas logreras y monopolistas que estaban destinadas a dinamizar las actividades económicas en el Norte y Nordeste de la principal colonia lusitana. Por esa misma época, Manoel Bernardo de Melo Castro, hijo del ya nombrado embajador Martinho de Melo había viajado para Brasil entre los años de 1754 y 1756 haciendo parte de la comitiva de Mendonça Furtado, que fuera enviado por el propio ministro Sebastião, para ser el virrey de Grão-Pará y Maranhão.
Los Piratas del Lord Clive
Página 132
Sin embargo, las mayores alteraciones comandadas por Sebastião José de Carvalho e Melo se produjeron en el terreno político-administrativo y en la educación. En 1759, por ejemplo, el régimen de capitanías hereditarias terminó siendo eliminado definitivamente, con su incorporación directa a los dominios de la Corona portuguesa. Por su vez, el conde-marqués era representante del despotismo ilustrado en Portugal en el siglo XVIII, y vivió en un período de la historia que fuera marcado por la Ilustración, cuando le cupo desempeñar con éxito un papel fundamental en el acercamiento de Portugal a la realidad económica y social de los países del Norte de Europa, que por entonces eran mucho más dinámicos que el suyo. Fue así que inició con esa idea varias reformas administrativas, económicas y sociales, tiempo en cual acabó con la práctica con los autos de fe en Portugal y con la discriminación de los cristianos nuevos, a pesar de que no terminó oficialmente con la Inquisición portuguesa, en vigor de jure hasta 1821. En 1738, Sebastião de Melo había sido nombrado por el rey para su primer cargo público, al asignarlo como embajador en Londres, pero en 1745 fue destinado a Viena, Austria. Empero, tras la muerte de su primera mujer, la entonces reina de Portugal, la arquiduquesa María Ana de Austria y amiga de Sebastião de Melo, Los Piratas del Lord Clive
Página 133
pactó el matrimonio de éste con la hija del mariscal austríaco Leopold Joseph Daun, la condesa María Leonor Ernestina Daun. El rey Juan V, mientras tanto, muy poco satisfecho con los servicios de Sebastião de Melo, le ordenó regresar a Portugal en 1749. Pero el rey murió al año siguiente, y siguiendo una recomendación de la reina madre María Ana de Austria, el nuevo rey José I termina nombrando a Sebastião ministro de Asuntos Exteriores. Al contrario de su padre, el rey José I, no muy interesado en los melindres les Estado, lo tuvo en gran aprecio y le fue confiando gradualmente el control total del estado. Así es que, un año antes de iniciarse la guerra continental, en 1755, Sebastião de Melo ya era el primer ministro del reino luso. Llegó a gobernar con mano de hierro, imponiendo la ley a todas las clases sociales, desde los
más
pobres
hasta
la
alta
nobleza.
Empero,
impresionado por la conquista económica de Inglaterra, apreciación que obtuvo cuando embajador en Londres, intentó con éxito implementar medidas que intervinieron del mismo modo en la economía portuguesa. Por ejemplo, la región demarcada para la producción del vino de Oporto, primera región que aseguró la calidad de sus vinos, data de su gobierno, constituyéndose un Los Piratas del Lord Clive
Página 134
antecedente de la actual denominación de origen para estos productos. En su aguda gestión, Sebastião de Melo puso en práctica un vasto programa de reformas, cuyo objetivo era racionalizar la administración sin debilitar el poder real. Para alcanzar dicha meta, el ministro incorporó parte de las nuevas ideas que eran divulgadas en Europa por la Ilustración, pero al mismo tiempo conservó aspectos del absolutismo y de la política mercantilista. Como consecuencia del terremoto ocurrido en Lisboa en 1755, el rey José I terminó por dar a su primer ministro mayores poderes, lo que acabó por convertir a Sebastião de Melo en una especie de dictador. No obstante, conforme se acrecentaba su poder, aumentaba también el número de sus enemigos, así como las querellas con la alta nobleza se hicieron más frecuentes. En el trascurso de 1758, el rey terminaría por ser herido en un atentado frustrado. La familia de Távora y el Duque de Aveiro estuvieron implicados en el atentado y fueron ejecutados tras un rápido juicio. Del mismo modo, Sebastião de Melo llegó a expulsar y confiscar los bienes de la Compañía de Jesús, porque entendía que su influencia en la sociedad portuguesa y sus vínculos internacionales,
eran
una
severa
traba
para
fortalecimiento del poder real. Los Piratas del Lord Clive
Página 135
el
Por esos tiempos, Sebastião de Melo no mostró ni una pizca de misericordia, y persiguió a todos y a cada uno de los implicados, incluyendo a sus mujeres e hijos. Con este golpe de gracia, el poder de la nobleza retrocedió de manera definitiva e irreversible, y este episodio representó una gran victoria sobre sus enemigos. Así pues, debido a ésta rápida acción, José I le otorga a su leal ministro el título de Conde de Oeiras en 1759. Ahora, en los postrimeros meses finales de 1761, el conde de Oeiras buscaba de algún modo convencer a los ingleses para actuar en conjunto ante el acuerdo firmado por los reyes borbones, y llevar adelante un plan que fuese capaz de terminar con una guerra que estaba absorbiendo enormes recursos de Portugal. -Excelentísima Majestad -pronunció el conde con voz solemne haciendo una reverencia formal ante su rey-. Le informo que me he tomado la libertad de orientar a nuestro embajador en Gran Bretaña, D. Martinho de Melo e Castro, para que establezca conversaciones oficiales junto al ministro Pitt. -Pienso que su loable iniciativa, mi estimado amigo, será en virtud de la ayuda que estos puedan darnos sobre los artículos 21 y 23, del tratado que incluye la entrega de la Colonia de Sacramento, las islas de San Gabriel, Martín García y Dos Hermanas, Río Grande de San Pedro y su Los Piratas del Lord Clive
Página 136
territorio, y todo lo demás de donde fuimos desplazados en la última guerra, ya que desquiciado ministro español nos ha restituido tan sólo la plaza de Sacramento, pero no los territorios mencionados -llegó a disertar el sereno rey observando sosegadamente los ojos de Sebastião, quizás buscando descubrir en ellos algún trazo de su elocuente convicción. -Bien sabe usted, Majestad, que la respuesta española a ésta pretensión fue más bien, en virtud del artículo 21, donde la devolución de los territorios debía producirse en conformidad con los tratados precedentes entre ambas coronas -alcanzó a explicarle el conde sin alterar su tono de voz. -¿Qué quieren ellos, ahora? -pronunció a seguir un exaltado rey-. ¿Qué les restituyamos el pueblo de Santa Rosa, situado en las misiones de Moxos, del cual, al costo de mucha sangre hemos logrado apoderarnos, al igual que buscan alzarse con los otros territorios en la banda oriental del río Guaporé? -Mil disculpas. No era pretensión de mi parte venir incomodarlo con todos estos pormenores, su Excelencia. Humildemente le pido que lo deje más una vez todo en mis manos, y verá usted cuan pronto nosotros estaremos dándole un escarmiento definitivo al rey Carlos y a toda aquella corte bobalicona. Los Piratas del Lord Clive
Página 137
-En hora buena que Dios me ha concedido la suerte de poder contar con un ministro con tan leales calificaciones, mi querido Sebastião. ¡Gracias, por tus prontitudes, mi caro amigo! -¡Muchas gracias, Excelencia! -agradeció el conde, no sin dejar mostrarse todo hinchado de orgullo. -¿Puedo saber cuáles son ahora tus ocurrencias junto al ministro Pitt? -le preguntó el rey, acomodándose mejor en el sillón que estaba dispuesto en el medio de la gran tienda que pasó a utilizar desde la época del terremoto. -Le confieso que mi aspiración ciertamente llegará a buen puerto, si en realidad la corona inglesa se decide a apoyarnos en la contienda que mantenemos en la región oriental del Río de la Plata. Y cuando vencedores, al fin logremos anexar todo aquel territorio a nuestra colonia de Brasil, mientras que toda la parte oeste del río, a partir de Buenos Aires, pertenecería a ellos. -Noto satisfecho que este es un plan muy astuto e ingenioso de su parte, mi querido ministro… ¿Pero será que los británicos lo aceptarán así nomás y sin hacer mediar otros requerimientos? -Es de suponer que sí, su Majestad, pero creo que por ahora es mejor que aguardemos por la respuesta confiando en Dios. -¿En qué fundamentas tales esperanzas, mi amigo? Los Piratas del Lord Clive
Página 138
-En el empecinado interés que los anglosajones tienen por conquistar territorios de ultra mar y alzarse como soberanos en el comercio continental, Majestad -explicó el primer ministro con una calma fehaciente. -Muy sabias palabras, mí estimado Sebastião. En todo caso… ¿Quién mejor que Él, sino para guiar a nuestro país por el camino de la victoria? Y como tú mismo lo dices, confiemos en Dios. -Es verdad, Excelencia. Pero puede que no sea el propio Santísimo quien nos guie, -llegó a mencionar el conde dando de hombros, porque en realidad no quería quebrantar la inmensa fe de su rey. -Pero aun así -continuó a señalar el conde-, agregaría que bien puede que Él nos inspire y nos aliente, no solo a nosotros, sino más bien a nuestros aliados. -Tus plegarias llegarán al cielo, mi preciado conde. Pero, ven, acerquémonos a la portilla de esta humilde tienda que me sirve de morada, y disfrutemos un poco juntos de la apacible brisa que nos conceden estas magníficas colinas. Desde la época del terremoto ocurrido en 1755, el rey José I había llegado a desarrollar un fuerte síndrome de claustrofobia, y ya no se sintió cómodo viviendo entre cuatro paredes, mismo siendo las de un castillo. Por tanto, había mandado trasladar la corte a un caro complejo de Los Piratas del Lord Clive
Página 139
tiendas que habían sido localizadas en las colinas de Ajuda. -¡Ay! -suspiró el rey cuando estaban fuera de aquella carpa-. Lo que más me disgusta de todo esto aquí, mi querido amigo, es la falta que siento de aquellas magníficas funciones de ópera… Bien sabes tú, Sebastião, lo cuan apasionado soy por ellas. -No deje que esas vicisitudes mundanas conquisten la aflicción de su noble corazón, su Excelencia. Le prometo que así que nos sea posible, mandaré construir el Palacio de Ajuda, para que usted, su excelentísima esposa Mariana Victoria y sus cuatro hijas María, vuelvan a disfrutar de exhibiciones de gala. Como resalvo, a pesar de la disconformidad que existía entre ambas coronas, debe ser recordado que la esposa, Mariana Victoria de Borbón Farnecio, fuera primeramente desposada a la edad de 4 años a Luis XV, por entonces con 11 años. Ulteriormente fuera reenviada a su padre en 1725, que tomó esto como un insulto puesto que servía para asegurar a Francia lo más deprisa posible una descendencia para el joven rey. Sin embargo, años después ella terminó casándose el 19 de enero de 1729 con José I de Portugal, lo que determinó que ambos reyes fuesen cuñados, pero no llegó a apaciguar las ambiciones políticas de ellos. Los Piratas del Lord Clive
Página 140
-No obstante, aquí puedo considerarme un rey feliz en todo este atribulado mundo que nos rodea al poder contar con el amor de mi querida esposa y mis bellas hijas… manifestó José I, con sus facciones en regocijo. -Aunque algunas cosas me produzcan desconsuelo agregó meditabundo después de una pausa. -Sería una insolencia de mi parte, su Majestad, querer preguntar el por qué. Aunque imagino lo que en verdad le quita el sueño. -Es verdad, Sebastião. Por eso debo pedirte disculpas en nombre de mi padre, por éste ciego monarca no haber sabido descubrir a tiempo tus cualidades… -El rey dio un suspiro para absorber el aire puro de la colina. -A veces pienso qué bien que hubiera gobernado él, si estuviese rodeado de gentes que ni tú, Sebastião -agregó con entonación melancólica. -Mucho me halagan sus palabras, su Majestad. Pero debo recordarle que estos momentos, aun debemos solucionar los problemas que insisten en querer nublar nuestro horizonte. -Confió en ti, mi estimado Sebastião, y elevaré mis plegarias al Santísimo, para que tu plan logre poner fin a esas seculares contiendas que mantenemos con los hispanos. -Amén, su Majestad. Los Piratas del Lord Clive
Página 141
La Maquinación Antecesora
Cuando surge o se menciona la palabra piratas, casi de inmediato nuestra mente nos conduce a recordar a todos aquellos hombres de aspecto mal encarado, insolente y con el semblante desagradable, y de rayano nos brotan luego las imágenes de individuos barbudos de sable en puño, sombrero de tres puntas o pañuelo en la cabeza, tapa ojo negro, botas de caño alto, pierna de palo y hasta con un alegre papagayo verde reposando en el hombro; aspectos que tan bien han sido descriptos en las películas del género o en imágenes gráficas. Pero en verdad, lo que puede definirse de ellos según la historia, es que en el siglo XVII, ser un pirata, era como ejercer una profesión de alto riesgo, ya que la punición para quién la practicase -si capturado- era brindarle una muerte sin piedad. Mismo así, varios centenares de hombres de diferentes talantes se sintieron atraídos de alguna manera por ese desafío y, aún más, por la emoción que les despertaba el hecho de obtener dinero fácil; de tal manera que ellos llegaron a infectar los mares del mundo durante los siglos XVII y comienzos del XVIII.
Los Piratas del Lord Clive
Página 142
Mismo que existiesen algunos de aspecto romántico, la propia Historia se encargó de mostrarnos que ellos actuaban como si por un momento se levantase la tapa de aquella delgada capa de civilización que existía en aquel tiempo, ofreciéndoles estos individuos la perspectiva de la horrorosa bestialidad del hombre latiendo bajo el frágil barniz. Algunos afirman que toda esa práctica fue introducida por intermedio de los traficantes fenicios, mercaderes que quedaron conocidos como el pueblo del mar. Los griegos pasaron a llamarlos, entre muchas formas, de phoinikes, que significaba rojo como la sangre, tal vez a causa de los tintes purpúreos que obtenían de las conchas, o quizás por el legendario pájaro de fuego o la palmera. Pero los hay quienes piensen que ellos surgieron en el mar Rojo. No en tanto, todas las tribus de navegadores que se formaron a parir de los fenicios, como los venecianos, llegaron a cultivar de alguna manera esa práctica en el mar. Posteriormente se fueron fundando lugares como Córcega, Cerdeña, Marsella, Venecia, Sicilia, puntos del mapamundi que la historia ha mostrado ser lugares donde la traición fue un medio de llegar a un fin, y donde el desquite significaba justicia. Sus descendientes, con el pasar del tiempo, y hasta porque aquella era la ruta comercial desde el oriente, Los Piratas del Lord Clive
Página 143
continuaron arrasando el Mediterráneo por siglos, y a seguir los piratas bereberes continuaron afincándose en las costas nortes de África hasta Túnez y Argel, donde pasaron por incontables años buscando esclavizar a millares de europeos para poder obtener rescate, que era un medio de obtener fortuna. En realidad, puede decirse que esos sí fueron los verdaderos descendientes de Fenicia. ¡Hombres que lograron gobernar los mares desde fortalezas isleñas, que adoraban al dios de los ladrones, y que pasaron a vivir de la traición y a morir por causa de vendetta! Pero si había riesgos en lo que hacían, también había compensaciones para esa cuatrera ocupación. Esa temida estirpe llegó a adoptar una tabla de indemnizaciones por accidentes de trabajo: un ojo valía 500 doblones de oro; dos ojos valían mil. Un dedo llegaba a valer 100 doblones, aunque si era con anillo valía más, claro. Como definición, la palabra original “pirata” viene del griego “peirates” que a su vez viene del verbo πειραω (peiraoo), que significa “esforzarse”, “tratar de”, “intentar la fortuna en las aventuras”. Esta definición es dada por organismos como la ONU o la Real Academia de la Lengua, aunque sin embargo varios autores expertos en piratería, como el alemán Wolfram ZuMondfeld, amplían la definición de piratería a aquellos ataques realizados Los Piratas del Lord Clive
Página 144
desde el mar contra buques y posiciones en tierra para robar o conquistar, pero sin hacerlo en nombre de ningún estado, por lo menos no oficialmente. Los términos como filibustero y bucanero, más específicamente, están relacionados con la piratería en el Mar Caribe. Siendo así, se utilizaban para clasificar a los sujetos tratantes, al ladrón que robaba en el mar, al bribón, al canalla, ya hasta para catalogar a un sujeto clandestino. Pero igualmente, en cualquiera de estas sugerencias, se dice que como la palabra llave de ellos era “pillar” por muy poco estos no fueron llamados de “pillatas”. Claro que esos otros términos tales como: bucaneros, corsarios, filibusteros, o contrabandistas, no tienen una importancia relevante sobre cuál de ellas valía más que la otra, ya que todos ellos se dedicaban a despojar los valores ajenos para obtener lucro para sí, sin preconcepto alguno. El local más infectado de esos profesionales de lo ajeno a partir del siglo XVI, pasó a ser el Golfo de México, las islas de San Salvador, Tortuga y Jamaica, donde por aquella época galeones españoles singlaban los mares llenos de oro y plata en sus bodegas. Igualmente, a partir del 1500s las antiguas rutas de oriente habían mudado. En todo caso, mismo que aquellos individuos que veremos de aquí en adelante se pareciesen mucho o poco con los antes descriptos, -con excepción del papagayo, Los Piratas del Lord Clive
Página 145
claro-, de cualquier manera harán valer aquel viejo dictado que dice: “Donde hay riqueza hay predadores”. Así que, al procurar dar el proseguimiento que requiere esta historia, retornamos para los momentos posteriores de aquella reunión que fue realizada entre el embajador Martinho de Melo e Castro, y el ministro de guerra británico, William Pitt. -Me he tomado la libertad de convocarlo, señor Pitt, porque la situación política está que arde en las tribunas le anunció el duque de Newcastle cuando ambos hombres se encontraban frente a frente. -¿Milord lo menciona por causa de las protestas que se han levantado en el Parlamento? -buscó adivinar el ministro sosteniendo una mirada indulgente-. No les haga caso, señor duque -insinuó a seguir, haciendo un ademán de mano para incentivar a su superior a que hiciese caso omiso de las reclamaciones en la Cámara de los Comunes. -¿Cuántas veces ya fuimos atacados y, aun así, logramos superar el mal momento? -añadió con confianza. -¡Ah! Quién diera que fuese tan sólo eso, mí estimado Pitt. Pero intuyo en medio de ese mar revuelto, que nuestro partido está comenzando a caer en desgracia, y algunas vicisitudes me hacen presentir que muy pronto seremos sustituidos por aquellos encumbrados del Tory.
Los Piratas del Lord Clive
Página 146
-¿No me diga qué el rey ya se pronunció? -articuló a preguntar Pitt, con la fisonomía contorcida tanto sea por el asombro como por la falta de espíritu del duque. -¡No! Aun no, mi amigo, pero me temo que no faltará mucho para que lo haga. -¿Por acaso usted piensa que nuestra Majestad ya ha hecho su elección, o que ya tiene a alguien en cuenta? Aunque bien sé que le dirijo tal pregunta cómo un descargo de conciencia, milord, pues presiento que de alguna manera el futuro encargo no demorará en caer en la falda de Lord Mount Stuart. -Por ahora no, pero temo decirle que sí, señor Pitt. Si sustituido fuer, será por él, pues el conde de Bute ya asumió sus funciones como ministro de Estado y, no dudo, debido a su proximidad con Su Majestad, que dentro de muy poco yo sea suplantado para que él ejerza el cargo de primer ministro de Gran Bretaña. -Si el rey así lo desea, así será, milord. No hay vuelta… Aunque en todo caso, cuando eso ocurra, si es que en verdad ocurre, a nosotros nos restará hacerle la vida imposible desde la tribuna. -Conozco sus presunciones y la profundidad de su pasión por las ideas que defiende para el futuro de nuestra nación, mi estimado Pitt. Por lo tanto, cuando el hecho en
Los Piratas del Lord Clive
Página 147
realidad ocurrir, mientras usted lo ataca en las tribunas del parlamento, yo buscaré auxiliarlo de algún modo. -¡Ah! Gracias por su oportuna enmienda. Pero si esa es su intención, señor duque, porqué deberíamos perder tiempo, si podemos comenzar desde ahora -gracejó el ministro de guerra-. No imagina usted la oportunidad que traigo entre manos. -Por la expresión de su rostro, soy capaz de afirmar que debe ser algo que asombrará a más de uno. ¿O, no? -Puede que sí, milord. Es que hace poco me reuní con el embajador de Portugal y, en nombre de su gobierno, nos ha exteriorizado una congruente propuesta para nuestros objetivos en las colonias. -¡Mmm! Parece ser que lo qué se trae entre manos es algo muy interesante, señor Pitt, pero me temo que ya no podremos hacer nada. -Podemos, sí, señor duque -exhortó su tenaz ministro de guerra-. Insisto en decirlo, porque ésta puede ser su última buena acción a favor de nuestro país. -¡Ops! Sabe que no las tengo todas conmigo, señor Pitt. Así pues, cualquier medida que tomemos ahora, pronto será derogada por quién dirija mi gabinete, ya que tanto el conde como su partido, están en contra todas estas arengas en que nos hemos metimos.
Los Piratas del Lord Clive
Página 148
-No en tanto, yo discrepo con usted, señor. Estoy más que seguro de que nuestro rey no le gustará para nada que defraudemos a nuestros aliados, milord. Pero, si esa es su posición final, y si el caso así lo exige, visto que no esto no se puede aplazar un minuto más, entonces le confieso que me veo obligado a golpear otras aldabas y para encontrar las alternativas que encubran nuestras acciones. Pero, eso sí, que le quede claro, mi amigo, que no me quedaré de brazos cruzados, mismo que dentro de poco yo no esté más en el ministerio -concluyó Pitt de manera arrebatada. -¿Puedo saber qué tipo de “acciones” son las que usted menciona con tanta exaltación, señor Pitt? -¡Sí! Obviamente que sí, señor duque. Al fin das cuentas, bien sabe que ambos somos del mismo partido y estamos en el mismo barco, aunque opino que este pleonasmo que acabo de mencionar no nos lleve a nada. -Admiro su jovialidad, mi amigo, pues mismo que se nos esté cayendo el techo, usted insiste en querer defender nuestros circunstanciales aliados. -Gracias, milord, pero delo por hecho que no lo haré por ellos. Respetaré el pacto, porque vislumbro en él una excelente oportunidad para afianzar nuestras posiciones comerciales en ultra mar.
Los Piratas del Lord Clive
Página 149
-Encuentro por bien no ser necesario excedernos en nuestros ímpetus, mi estimado ministro -le reprochó el duque, buscando suavizar los enaltecidos ánimos de Pitt. -Mismo así, insisto que me gustaría saber sobre lo qué trata la proposición lusa, señor Pitt -agregó, observando las carrancudas facciones de su ministro. -¡Disculpe, milord! Sabe que algunas veces me dejo llevar por el ánimo. -Se disculpó en un tono de voz remilgado-. En todo caso, le diré que, según las palabras del embajador luso, el conde de Oeiras ha solicitado nuestra ayuda para dar fin a los eternos conflictos en la cuenca del Plata… -¡Aja! -murmuró el duque, como si ya desconfiase anticipadamente de lo que se trataba-. ¿Tiene algo que ver con nuestro plan de La Habana y Manila? -halló por bien preguntar Thomas. -¡No, señor! Ese es otro asunto que, dicho sea de paso, corre como jabón en agua dulce. En todo caso, le diré que a ellos se les ha ocurrido proponer excelentes ventajas para nuestra corona una vez terminada aquella contienda, de manera que nuestra nación podría alzarse con un buen pedazo de América del Sur. -¡Interesante!... ¡Interesante! ¿Por casualidad eso dice respecto al virreinato de Perú? -pronunció el duque,
Los Piratas del Lord Clive
Página 150
buscando acomodarse mejor para escuchar el relato de su ministro. -En un principio, milord, ellos se quedarían con la toda la parte oeste del Rio de la Plata, dejándonos todo el lado occidental para nosotros. -Pues yo pienso que esa es una formalidad muy dificultosa de ser concretizada, ya que tendríamos que comenzar por atacar Buenos Aires, y nadie nos garante que un día logremos avanzar hasta la costa del Pacífico discordó el oyente al fruncir el ceño. -No lo dudo, milord, pero debe tener en cuenta que si ellos nos ayudan por el norte minando la resistencia de los hispanos criollos de aquellos territorios, -argumentó Pitt con locuacidad-, entonces tendremos buenas posibilidades de que, con el tiempo, disfrutemos del éxito. -Hasta puede que sí, como puede que no. Comprendo bien su estrategia, señor Pitt, pero como mencioné, mismo siendo una excelente oportunidad, yo no puedo firmar ningún decreto que autorice dicha acción. Sin necesidad, claro está, de mencionarle que es muy probable que ninguno de los dos estemos vivos o a puestos para “disfrutar” de su tan alardeado éxito final. -Vislumbro con claridad el sentido de sus palabras, milord, pero no vendría mal si usted pudiese hacer vista gruesa al tratase de una acción donde participen piratas…, Los Piratas del Lord Clive
Página 151
digamos, británicos, junto a las fuerzas lusas. ¿No es verdad? -¡Ah! Usted y sus ocurrencias, señor Pitt. -exclamó el duque, al ser sorprendido por la facundia argumentación de su subordinado-. Confieso que ellas me complacen y me alegran el día -llegó a expresar el duque, largando una carcajada. ¿Pero dígame, de dónde sacaría usted los recursos que una operación de esa envergadura requiere? -agregó antes que la sonrisa de Pitt desapareciese de su rostro. -Me tomo la libertad de entender que sus palabras abrazan y autorizan mi obra, señor. Pero, por ahora, mejor dejémoslo así, señor duque. Tómelo como si lo qué he dicho, fuese tan sólo un pensamiento en voz alta. Cuando yo tenga algo más concreto sobre el tema, se lo haré saber, mismo que ya no sea usted nuestro primer ministro, ni yo el ministro de guerra. Aunque no es el propósito presentar la historia de las antiguas relaciones comerciales existentes entre la Europa y la India Oriental, tampoco parece del todo inoportuno insinuar las principales variaciones que ha tenido aquel vasto comercio en las épocas anteriores a los primeros ensayos hechos por los ingleses para ponerlo en el auge que de ellos ha recibido. Durante la universal dominación del Imperio Romano y aún mucho después de que Los Piratas del Lord Clive
Página 152
ocurriese su destrucción en occidente, toda y cualquier comunicación se hacían con la India por el Nilo y el Mar Rojo. En efecto, el año 1591 había salido de Inglaterra para la India una expedición de tres embarcaciones, que fueron cada cual más desgraciadas en su travesía, presentando muy malos auspicios para ejercer otra nueva tentativa. Sin embargo, la magnánima reina Isabel I de Inglaterra se sintió excitada por los grandes provechos que los mercaderes extranjeros sacaban de aquel comercio, y se tomó a pecho el proporcionarlo directamente a sus súbditos. Fue así, que el 31 de diciembre del año 1600, ella le concede carta de compañía a George Clifford, 3º Conde de Cumberland y a otros 215 caballeros, regidores y mercaderes, nombrando a éste como el “Gobernador” y a sus socios, como dueños de la “Compañía de Mercaderes de Londres para el comercio de las Indias Orientales”. No en tanto, cabe esclarecer que Clifford llegó a ser un aventurero, navegador y corsario inglés, y uno de los cortesanos favoritos de la reina que sirvió en la Marina Real con navíos armados a sus expensas, y con navíos de la casa real durante la guerra naval contra las fuerzas de Felipe II de España. Incluso, llegó a liderar otras doce expediciones navales contra los intereses marítimos de España y Portugal -por entonces bajo dominio de la Los Piratas del Lord Clive
Página 153
corona española. E igualmente sobre él, se sabe que fue uno de los pares que juzgó y condenó a muerte a la reina María Stuart. Por tanto, todo indica que su espíritu de aventurero y corsario hizo cincelar de por vida ese tipo de bríos en los cimientos hasta incrustarse “ad infinitum” en las paredes de dicha compañía. Las primitivas acciones fiduciarias que llegaron a ser emitidas para invertir en aquella participación societaria, fueron solamente de 50 libras esterlinas cada una; y así se formó la Compañía inglesa de las Indias Orientales que, a pesar de muchas otras vicisitudes, aún estaba en pie el año 1708, en cuyo tiempo quedó incorporada a la Compañía Unida. Poco después de establecida la primera compañía, los ingleses se apoderaron de la Isla de Santa Elena, que estaba inhabitada; pero se dieron prisa a fortificarla y poner en ella suficiente población y pertrechos, para asegurar la gran ventaja que les resultaba de que hiciesen en ella escala a tomar aguada y provisiones todos los buques que navegaban de vuelta de la India. En el año de 1712, la corte prolongó hasta el 25 de marzo de 1736 el comercio exclusivo a favor de la Compañía, y seis años antes de resolverse de nuevo sobre la carta de su fundación, se hicieron esfuerzos de gran empeño para que la fecha quedase en abierto, o por lo Los Piratas del Lord Clive
Página 154
menos para que se le diese más extensión de la que ya tenía en el monopolio de la Compañía. Por tanto, en el mes de febrero de 1730 se presentó a la Cámara de los Comunes una petición con ese objeto, colocando en ella varias proposiciones y fundando las mismas por la mayor parte de las razones generales que se suelen alegar en semejantes casos. Los exponentes ofrecían adelantar la suma de 3.200.000 libras esterlinas, para redimir el fondo de la compañía, debiendo recibir sólo un 2 por 100 de esta cantidad después de realizado el último pago. En 1743, nuevamente la Compañía pidió una prórroga de catorce años para el comercio exclusivo y demás privilegios, proponiendo pagar por esta gracia un millón de libras esterlinas para el servicio público del año siguiente al 3 por 100 de interés, con lo cual se accedió por un acta del Parlamento. Cabe mencionar entonces, que a través de una serie de fases de expansión relacionadas casi siempre con el comercio, la colonización y la conquista, además de otros períodos de actividad diplomática, el imperio británico comprendió los dominios, colonias, protectorados y otros territorios que eran gobernados o administrados por el Reino Unido o por la Compañía Británica de las Indias Orientales, -la Honourable East India Company, o la East India Trading Company, y a veces British East India Los Piratas del Lord Clive
Página 155
Company- la cual fuera creada por una sociedad de inversores ingleses con la Carta real de manos de la reina, con la intención de garantizarle los privilegios del comercio en la India. Dicha carta real dio a la nueva compañía el monopolio artificial de todo el comercio en las Indias Orientales. Asi fue que, llegando a 1750, la Compañía Británica de las Indias Orientales ya controlaba el rentable comercio entre Gran Bretaña, la India y el Lejano Oriente. Sus funcionarios eran hábiles hombres de negocio que conocían perfectamente los asuntos indios, sobre todo gracias a los nativos que empleaban. Del mismo modo, buscaron ellos entablar amistad con muchos príncipes indios y hasta firmaron acuerdos tanto con los amigos como con los enemigos de los gobernantes mongoles. Muchos británicos se hicieron sumamente ricos trabajando para la Compañía de las Indias Orientales, llegando a vivír en la India como auténticos príncipes. Algunos de estos nababs, como eran llamados por entonces, construyeron hermosas casas en Calcuta y en otros lugares, las que fueron diseñadas por arquitectos británicos, llegando a ser acondicionadas con muebles de lujo procedentes de Inglaterra, India y las otras colonias de ultra mar.
Los Piratas del Lord Clive
Página 156
Con el pasar del tiempo, la Compañía participó también de otras exploraciones y se fue transformando de a poco, pasando de una simple unión comercial, hasta lograr convertirse en la empresa que gobernó de forma virtual la India hasta la disolución total de la compañía en 1858. Tenía su sede en Londres. En esa misma puerta fue a golpear un cierto día el ministro de guerra inglés William Pitt, cuando se le dio por querer ventilar con ellos las oportunidades que podrían ser obtenidas en los territorios de América del Sur. -Demás está decirle que su presencia en esta casa nos halaga, señor Pitt -llegó a pronunciar de manera pomposa el presidente del consejo de la Compañía, cuando lo recibió-. Me extraña verlo por aquí, pero a su vez imagino que su vista luego nos traerá buenos vientos. Luego después de realizadas las educadas zalamerías que siempre ocurren en situaciones similares, el primer ministro fue directo al punto de su cuestión, diciendo: -Mi estimado amigo, tengo entre manos un asunto que no podemos dejar escapar de modo alguno. Pero como usted bien sabe, seguramente existirán algunos escollos frente de este proyecto, pues actualmente en la Cámara de los Comunes están ocurriendo torbellinos de intereses políticos que me dejan de manos atadas.
Los Piratas del Lord Clive
Página 157
-Puede hablar sin rodeos, señor Pitt. Bien sabe que aquí, los intereses de nuestra sociedad no siempre van de encuentro de los de Su Majestad o la de algunos lores. Así que, si usted ha venido con alguna propuesta interesante, le doy mis garantías de que el secreto no escapará de este gabinete. Pitt entendía que no debería demostrar ambigüedad con lo debía exponer. Sin duda, aquel no era un encuentro político, pero en el momento aquella reunión le parecía que era como dar de cara con el mayordomo jefe de un baile de gala. -Por el momento, milord, -tanteó decirle-, verá que lo mío es sólo un ejercicio de pensamiento que pretendo compartirlo con ustedes. Pero si el caso puede llegar a generar beneficios compensatorios para la Compañía, lo que es sobre seguro que ocurrirá, entonces podremos atar nudos y despachar el paquete a buen destino -afirmó Pitt sin rodeos. -Me parece muy correcto de su parte que lo quiera colocar en esos términos, señor Pitt. No obstante, deba recordarle que, en principio, nosotros no disponemos de fuerzas expedicionarias que nos permitan aventurarnos en zonas más lejanas de donde ya operamos comercialmente. Esos son nuestros principios, mi amigo.
Los Piratas del Lord Clive
Página 158
El ministro dominó sus ansias y no se alteró con el contenido de la respuesta. Sabía muy bien que empresarios llenos de sí, como el que ahora tenía a su frente, no daban la menor importancia para principios. -¿Principios? -repitió Pitt-. Estamos hablando de un pragmatismo nada político. Y por lo que sé, el señor siempre fue y seguirá siendo un idealista, milord, si me permite el comentario. -Es que no quiero ser tildado de soñador, como si no tuviese censo práctico. Existe alguna diferencia entre lo que es práctico y lo que es teoría, señor ministro. -Por supuesto, señor gobernador. Yo no vendría nunca en busca de esta dirección, si el asunto de nuestra discusión fuese el de querer colocarlos en una camisa de once varas -le respondió buscando conquistar el interés de su interlocutor. -Aun continúo sin entender su visita, señor Pitt. Pero usted comprenderá que lo que más nos inquieta, es todo ese escenario beligerante alrededor del orbe, el cual nos enseña que no debemos comprometernos directamente en los intereses de cualquiera de esas potencias, por más propicia que sea la cuestión para nuestra Compañía, señor Pitt. -Comprendo claramente cuál es la vulnerabilidad de vuestra situación, milord, y la tengo en cuenta; pero Los Piratas del Lord Clive
Página 159
ciertamente, pronto notará que lo que traigo en mente, no involucraría a vuestra sociedad en cualquier conflicto. -Entonces, debo repetirle que no comprendo muy bien cual son sus insinuaciones. ¿Será que puede ser más directo, señor ministro? -La cuestión aquí, o en realidad, lo que produjo mi visita, es una interesante propuesta de parte de uno de nuestros aliados, quien nos ofrece la excelente posibilidad de posicionarnos en una región muy rica en oro y plata, así como en diferentes vituallas que son de grande demanda en el comercio. -¡Interesantísimo, señor Pitt! Ahora sí comprendo mejor sus rodeos y su sigilo. ¿Podría usted contármelo con más detalles? -Por supuesto. Desde un principio, esa es realmente mi intención, señor gobernador. -“Touché”, pensó Pitt, al sentir que había fisgado el codicioso interés del hombre. -Pues entonces, le prometo que seré todo oídos, señor ministro. Y le asevero que si el asunto que usted menciona tiene algo que ver con la exploración del comercio y otras riquezas, le aseguro que ciertamente usted está en la dirección correcta -alcanzó a mencionar el hombre con una sonrisa desdibujada. -Es verdad -respondió Pitt, inmutable ante tanto palabrerío. Los Piratas del Lord Clive
Página 160
-¿Entonces, cuál es esa interesante oportunidad a la que usted se refiere, mi amigo? -el hombre agregó de inmediato, quedando de alguna forma expuesta toda su ambición y la falta de principios. -Creo no haberlo mencionado, pero resulta que el primer ministro de la Corona portuguesa, nos ha venido a consultar sobre un contenido idealizado por su gobierno, en el cual se incluyen ciertos favores futuros para nuestro País. -Atando los cabos, mi amigo, puedo imaginar que si estamos hablando de riquezas minerales, usted se está refiriendo a África o Sudamérica. ¿Correcto, señor Pitt? -Su conjetura esta cierta, aunque sólo en parte, milord. Hablo más específicamente de la Cuenca del Plata y todo el territorio al oeste de dicho río. -¡Ops! ¡Magnífica idea! -exclamó el robusto hombre de rostro redondo de un color carmesí-. Si no me equivoco, eso debe incluir toda la región del virreinato de Perú. ¿Correcto? -Es verdad, mi amigo. La intención es que Portugal se afirme de una vez por todas en todo el lado oriental de la cuenca, y nos ayude por el norte a combatir las fuerzas hispanas, lo que aliviaría el esfuerzo que debemos realizar por nuestro lado.
Los Piratas del Lord Clive
Página 161
-¿Quién sabe, vamos a los detalles, señor Pitt? propuso el presidente de la Compañía, exhibiendo una sonrisa de avidez. Aquella reunión se extendió por un par de horas, y a su fin quedó acordado que sería responsabilidad de la Compañía organizar subrepticiamente la futura empresa, por lo que terminó estableciéndose el estatus ilegal de la excursión luso-británica, cuyo proyecto era más que discutible y la acercaba más bien a una operación filibustera. Ambas partes veían en ella tan sólo sus propios intereses y hacían valer arbitrarias ganancias.
Los Piratas del Lord Clive
Página 162
Una Maniobra Filibustera
Si por un lado Pitt había logrado atrapar el interés de la Compañía para que éstos les proveyese los fondos necesarios para financiar el proyecto contando con el aporte de juntas comerciales del imperio, por otro lado necesitaba crear toda la infraestructura necesaria para realizar la aventurera expedición al Río de la Plata, y para ello tenía en mente convocar al almirantazgo. Sin embargo, en los últimos meses su relacionamiento con el rey venía deteriorándose acentuadamente a cada día que pasaba desde que el monarca se negara a endosar su recomendación y decretar oficialmente la guerra a España. Mismo así, él continuó adelante con su plano sórdido y tejiendo con maestría las bases para el emprendimiento que se proponía, independiente de permanecer o no en el cargo de plenipotenciario. Por tanto, aquella tarde el testarudo sol parecía tímido y sin fuerzas para traspasar las cenicientas nubes que cubrían la ciudad de Londres. En consecuencia, el lord George Anson halló oportuno dispensar su carruaje resolviendo caminar un poco por la calle Whitehall y franquear sin contratiempos la escasa distancia que lo Los Piratas del Lord Clive
Página 163
separaba de su destino. Su espléndida chaqueta azul contrastaba con aquel escenario opacado. -¡Mi estimado almirante Anson! -exclamó Pitt al recibirlo-. Sepa disculparme por haberme tomado la libertad de solicitarle que viniera a mi gabinete en carácter reservado -le señaló el ministro con una amplia sonrisa que hacía resaltar aún más aquella nariz prominente en demasía. -Estoy tratando de no dar pasto a aquellas hienas del Tory, como de alguna manera pretendo driblar a toda costa las contrariedades con nuestra Majestad -agregó. -¡Oh! No se preocupe, situaciones así suelen ocurrir por estos tiempos, Señor Pitt… ¡Usted dirá! -Como sé que usted ya está por dentro de la propuesta lusitana para que de alguna manera nosotros nos incorporemos a sus fuerzas en su lucha contra los españoles en Sudamérica, entiendo que no será necesario que andemos con preámbulos ¿Correcto? -Es verdad, señor Ministro. Ya lo hemos conversado en otra oportunidad, e inclusive ajustamos en dejar el asunto en suspenso, ya que el duque de Newcastle no está en condiciones de barajar las cartas del mazo como lo desearíamos más de uno. -Exactamente, mí estimado Almirante. Sé que ambos hablamos la misma lengua; pero usted bien sabe que yo Los Piratas del Lord Clive
Página 164
también soy obstinado y persistente como ninguno, y cuando una cosa se me pone entre ojos, no tengo límites para encontrar una solución plausible… Ni Su Excelencia me contiene. -¡Sí, es verdad! -asintió Anson con una sonrisa delicada, y admirado por la obstinación del hombre-. Pero debo recordarle una vez más, que debido al desarrollo de otros acontecimientos en esta persistente guerra, aún no estamos prontos para abrir un nuevo frente de lucha. Creo que eso quedó claro anteriormente, cuando discutimos que, momentáneamente, nuestra armada no disponía de suficientes elementos físicos y humanos para enfrentar cualquier nueva disputa en aquellas aguas. -Quédese tranquilo. Lo tengo muy claro, George. Pero eso no significa que no existan otros tipos de soluciones, digamos…, un poco menos ortodoxas -pronunció el ministro después de una corta pausa, y achicando los ojos para esconder su cretinismo. -Algunos dogmas, señor Pitt, no los crean ni Dios ni el rey, sino los propios hombres en su afán de superar los obstáculos -expuso el almirante con una leve sonrisa. -Concuerdo textualmente, mi estimado almirante. Somos nosotros, los hombres de visión, los que finalmente hacemos valer nuestros puntos de vista para el bien de todos los súbditos de Su Majestad. Los Piratas del Lord Clive
Página 165
-Pues, mi amigo, le confieso que usted me ha dejado ansioso por enterarme de esas nuevas -acotó el almirante, lanzando hacia adelante el cuerpo, para aproximarse un poco más de su interlocutor. -¡Calma! Vamos con calma, George. -Argumentó el ministro al notar la inquietud del almirante-. Déjeme que le exponga con un poco más de detalles los subterfugios a los cuales tendremos que echar mano. George Anson, el 1º barón de Anson, ya conocía su oficio desde 1712, cuando había ingresado en la Royal Navy, donde fue ascendiendo rápidamente hasta alcanzar el principal puesto de almirantazgo en la Royal Navy; además, era un remilgado aristócrata británico que, en la actualidad, guiado otra vez al puesto máximo por la mano del duque Newcastle, se desempeñaba a contento en el papel de supervisión en la Royal Navy durante el curso de la Guerra de los Siete Años. En 1748 se había convertido en comandante, pero fuera con el rango de comodoro que había participado de la escuadra que por entonces había sido enviada para atacar las posesiones españolas en América del Sur en el marco de la Guerra del Asiento. Había participado en el Consejo del Almirantazgo en 1744, cuando después pasó a ocupar el puesto de Primer Lord del Almirantazgo de junio de 1751, cargo que, como Los Piratas del Lord Clive
Página 166
ya mencionamos, desempeñó hasta noviembre de 1756, volviendo a asumir la posición en junio 1757, obligación a la que se sojuzgó hasta su muerte. Recordemos que en 1756, el almirante había sido duramente criticado por no haber enviado suficientes barcos con el almirante George Byng para aliviar el sitio de Menorca, cuando alegó que por entonces quería proteger Gran Bretaña de una amenaza de invasión, a la vez que asumía una postura equidistante al ver que Byng no lograba salvar aquella posesión mientras la amenaza de invasión no se materializó. Fue tal incidente lo que lo llevó a abandonar brevemente el Almirantazgo, pero había regresado al puesto cuando fuera creado el “Second Newcastle Ministry”, y allí estaba hasta ese día. Además de dedicar su vida a garantizar la defensa de la patria, Anson ya había coordinado con Pitt una serie de otros ataques británicos direccionados hacia las colonias francesas por todo el mundo; y por considéralo un buen conocedor de la región sudamericana, Pitt ahora recurría en busca de su ayuda. -Quiero que usted me diga con sinceridad, señor Pitt, quién es que se hará cargo de esta filibustera operación pronunció el almirante mientras acomodaba mejor su peluca blanca en la cabeza, ya que desconfiaba que ese sería el inescrupuloso camino encontrado por el ministro. Los Piratas del Lord Clive
Página 167
-Para satisfacer su curiosidad, señor Almirante, le diré que finalmente la Compañía concordó en efectuar una suscripción de acciones hasta lograr reunir la suma de 100.000 libras esterlinas, dinero éste que será destinado a la adquisición de las naves, además de otros gastos. -¡Esplendido! -exclamó el hombre, puesto que ello le quitaba toda responsabilidad en el asunto. -Me alegro mucho que le guste la noticia, mi estimado almirante -alcanzó a expresar Pitt con una sonrisa suave-. Pues si logro atar todos los nudos necesarios a tiempo, y esta obra se materializa como calculo, pienso mandar muy pronto a nuestro rey a pelar papas o contar habas… Lo que a él le guste más, mi amigo -exteriorizó achicando los ojos y manteniendo aquella sonrisa astuta en los labios. -No deja de ser una alternativa interesante, señor Pitt. -¿Cuál? La de mandarlo plantar papas, o la alternativa que encontré junto a la Compañía. -No pretendo comentar sobre sus asuntos particulares, milord. Más bien, mi exclamación tiene que ver con la opción encontrada -indicó Anson con una fisonomía circunspecta, ya que trataba de esquivarse de los complós políticos del ministro. -Pues si esa es la solución que usted ha encontrado agregó prudente-, sólo me cabe preguntarle: ¿Con cuántas naves ellos participarán? Los Piratas del Lord Clive
Página 168
-Bueno, pienso que tal vez con dos, o tres. Todo dependerá de su valiosísima opinión, y de lo que usted pueda disponer en su auxilio. -¿Nosotros? Digo, ¿la Royal Navy? -llegó a exclamar el almirante, quien hasta ese entonces hallaba que su responsabilidad sería meramente la de un consejero consultante. -¿Y a quién más piensa usted que yo debo recurrir? respondió Pitt con voz exaltada. -Me disculpe, milord. Pero le confieso que me pegó desprevenido… ¿Por acaso, piensa usted que nuestra disponibilidad incluye naves y pertrechos? -Exactamente, señor Anson… ¡Exactamente! -recalcó Pitt, que lo miraba fijamente. -No sé qué decirle... No obstante, si usted me concede más algunos días, señor ministro, ciertamente podremos encontrar algo adecuado que venga de encuentro a vuestra idea… ¿De cuánto tiempo disponemos para que todo esté listo? -expuso el titubeante almirante. -Por ahora no lo sé. Pero juzgo que tal vez nos lleve de tres a seis meses para todo estar prontos. Eso es algo que necesito coordinarlo con el embajador luso. -Entre sus suposiciones iniciales, señor Pitt, entiendo que también ha de estar considerando como una de las responsabilidades del almirantazgo, no sólo la venta de las Los Piratas del Lord Clive
Página 169
naves, sino que también le indiquemos quién deberá comandar dicha expedición... no ortodoxa. ¿Correcto? afirmó Anson, litigando tomar para sí el compromiso de elegir una persona en quien pudiese confiar, ya que, conforme soplaba el viento del Támesis, Pitt no sería más en el ministerio y le tocaría a él aguantar la vela. -En verdad, mi estimado George, resalvo que todavía no me había preocupado con esa cuestión. Pero sí, sería oportuno que ustedes lo hiciesen -concordó el ministro, quitándose un peso de encima. -En todo caso, le ruego que me otorgue algunos días para que reúna la información que usted requiere, y luego nos sentamos nuevamente para discutir el plan. ¿Qué le parece, mi amigo? -Me parece óptimo. Pero no demore mucho, y así que avíseme cuando tenga todo preparado, señor Anson. Nos veremos en breve. Le garanto que estaré ministro hasta que nos encontremos -se despidió carcajeando. Posteriormente, y una vez que lord Anson se encontró reunido en el cuartel del almirantazgo junto con el comité que gobernaba la Royal Navy, terminó por reunir los datos que habían sido requeridos por Pitt, y procuró discutirlos exhaustivamente con sus pares. No quería incurrir en erros sobre las sinecuras que debería entregar posteriormente al ministro. Cuando acreditó que ya tenía suficientes datos y Los Piratas del Lord Clive
Página 170
fundamentos para recomendar, buscó contacto con el gabinete y partió al encuentro del plenipotenciario de la guerra. -Creo que hemos encontrado algunas alternativas para concluir, o mejor dicho, iniciar, todo el proceso, señor ministro -anunció Anson cuando ambos se encontraban solos en el gabinete del segundo. -¡Óptimo! En buena hora. No hay tiempo a perder. Veremos ya lo que ha conseguido, mi estimado Anson manifestó Pitt todo alegre. -Pues bien, primeramente, en lo que concierna e los navíos, hemos encontrado a dos que podrán ser vendidos de inmediato a la Compañía que, aunque son algo viejos, le aseguro que darán cuenta del recado fácilmente. -¿Viejos? ¿Cuáles son? -preguntó Pitt sin rodeos, pues eso podría poner en riego la operación. Si fuese sólo para integrar una flota aliada, no veía problema alguno. Pero sus alientos iban mucho más allá de lo que el almirante pudiese imaginar, y él no estaba dispuesto a que los barcos zozobrasen a medio camino. -Uno de ellos es el HMS Kingston, un navío de 1.068 toneladas que ha sido construido por Bassel en Hull en 1697. -Describió Anson consultando sus papeles-. El otro bien puede ser la fragata Ambuscade.
Los Piratas del Lord Clive
Página 171
Obviamente, aquella primera nave mencionada era una veterana guerrera de la Armada Inglesa con más de 60 años en sus cuadernas. Ya había tomado parte de la captura de Gibraltar en 1704, Vélez y Málaga en 1709 y Gaspe en 1711, todas posesiones españolas. Había sólo transcurrido en Portsmouth en 1740, participando en los combates de Tolón (1744), Menorca (1756) y en la toma de la Bahía de Quiberón en 1759. Toda su beligerante campaña la había realizado como HMS Kinsgton, -¿Y qué capacidad de fuego ellas presentan? -inquirió el ministro disimulando su preocupación. -El Kingston tiene 60 cañones, pero lo reforzaremos para dejarlo con impecables 64 piezas de bronce; mientras que la fragata Ambuscade está equipada con 40 cañones. Creemos que con ellos será suficiente. -Mi amigo, esa parte no me importa mucho, ya que ellos harán parte de un convoy luso -procuró disimular el ministro-. Pero aunque juzgue que es oportuno que se los arme mejor, en todo caso, todavía hay que ver al mando de quién estarán, y obviamente, de que ello no implique en futuras consecuencias para todos nosotros. ¿Concuerda conmigo, almirante? -Atinó a preguntar el ministro, que buscaba recalcar los cuidados necesarios para no dejar futuras secuelas asombrosas.
Los Piratas del Lord Clive
Página 172
-Si esa es su preocupación, señor Pitt, tengo aquí conmigo algunos nombres para sugerirle. Estas personas son de nuestra entera confianza, y sé que aceptarán el reto en silencio a cambio de una buena comisión de los caudales que normalmente se obtengan. -Eso es algo innegable, mi querido George, pues si le aseguramos a quien sea la entrega de un buen dote, creo que esa parte es muy fácil de solucionar, mi competente Anson. Pero dígame: ¿A quiénes ustedes indican? -Claro que, como usted mismo lo insinúa, esa no es una tarea difícil de consumar, pero tampoco es fácil, ya que los capitanes deberán operar clandestinamente sin contar con el apoyo de nuestro gobierno. -Comprendo cuál es su preocupación futura, George. También es la mía, y en enhorabuena por pensar así. Usted me ha salido mejor que el encargo -expresó Pitt, junto con una risada con la cual pretendía alagar a su amigo. -Considerando todos los pormenores de este delicado asunto, el almirantazgo piensa que el capitán irlandés John MacNamara podría formalmente ser un oficial de la Compañía a cargo del HMS Kingston, mientras que de igual forma, al capitán William Roberts se le adjudicaría el control de la fragata Ambuscade. -Si ustedes firman abajo con respecto a ellos, George, yo no tengo ningún inconveniente, ya que el almirantazgo Los Piratas del Lord Clive
Página 173
sabe de sus competencias mejor que yo. Pero necesito decirle que hay algo más que me incomoda en todo eso. -¿Puedo saber a qué se refiere, señor Pitt? -¡El nombre! Me desagrada, y mucho, que tengamos que utilizar el nombre de HMS Kingston, pues eso de alguna manera une a nuestra armada en una acción en la cual no podemos aparecer. Por lo menos no ahora y de manera oficial, mi estimado almirante -llegó a ponderar Pitt, buscando apagar cualquier vestigio que a futuro pudiese ser utilizado en su contra. -¡Oh! ¡Comprendo! -atinó a decir Anson con las cejas enarcadas-. Aunque si su fluctuación se debe a causa del nombre de este navío, yo lo veo muy fácil, milord. Le cambiamos el nombre, y pronto. -No niego que yo también pensé en ello, Anson. Pero entiendo que es mejor que tenga en cuenta su sugerencia pronunció el ministro con la mirada desubicada. -¿Por acaso también tienen una sugestión preparada sobre cómo llamarlo, mi preciado amigo? -agregó a seguir, observando cual sería el comportamiento del almirante. -No, obviamente que aún no, pero estoy seguro que pronto encontraremos alguno que sea suficiente sugestivo con el cual bautizarlo -se atajó Anson, a quien no le gustó mucho que lo agarran desprevenido.
Los Piratas del Lord Clive
Página 174
-Bueno, esa cuestión se la dejaré en sus manos, señor Almirante. Ahora, creo que lo que nos falta ver, es como lograremos formar la tripulación -anunció Pitt, quien se había dado cuenta de cómo el almirante se había sentido embarazado con su pregunta anterior. -Con relación a ello -comenzó a disculparse Anson-, creo que usted comprende muy bien que no tenemos como ceder marinería para formar sus dotaciones, pero opino que en este caso le podemos dar una mano a la Compañía, para que ellos mismos formen una buena nómina. -¿Ni oficiales de confianza? -En ese caso, sí. No muchos -se atajó el almirante meneando la cabeza-. Tal vez se consiga una media docena de experimentados hombres que cuenten con buen censo de comando. -Lo comprendo, George. Los buenos hombres de que disponen ya han de estar ocupados en aquellas otras hazañas más relevantes. Pero mismo así, creo oportuno preguntarle: ¿por acaso tiene alguna otra magnífica sugerencia a este respecto? Nada como usar camisas de mangas anchas para esconder bastantes barajas en ellas llegó a reírse el ministro al pronunciar su frase, y haciendo acotación al pedazo de brocado blanco de la camisa que sobresalía de la elegante casaca azul que el almirante vestía. Los Piratas del Lord Clive
Página 175
-Más bien, yo diría que los años de Lord me han dado algo más que experiencia, mi amigo -le respondió el hombre, queriendo acompañar la risa del ministro mientras observaba sobrecogido el pedazo de tejido que sus puños dejaban a vista. -¡Eso! ¡Eso! Pongámosle al navío el nombre de algún Lord de pacotilla -gritó Pitt aun sonriendo, creyendo haber encontrado una inspiración en el comentario de Anson. -¿Cómo? -inquirió George, que se asombró con el berrido del ministro. -Usted mismo lo ha dicho, mi amigo. A mí me parece que ese es un mote muy sugestivo con el qué bautizar el barco. Por tanto, busque en sus archivos por algún buen hombre que ya tenga gastado sus energías en alguna contienda, y que se haya destacado en las tribunas por su ímpetu conflictivo e impetuoso. -¿Le parece, milord? -Y si ha trabajado en la Compañía, mucho mejor enmendó Pitt, aprovechando para unir aún más el barco a sus nuevos dueños. -Entonces, si es para saltear de vez este punto, opino que llevaremos en cuenta su puntual sugestión, señor Pitt concordó el almirante, queriendo agradar al ministro y librarse de una discusión que le parecía insustancial.
Los Piratas del Lord Clive
Página 176
-Pero -enmendó a seguir-, volviendo al asunto que trata sobre como reclutar la tripulación, pienso que si se publica un bando en las calles de Londres, y hasta tal vez en algunos otros puertos cercanos solicitando tripulantes “aventureros”, juzgo que no faltará gente dispuesta a candidatearse, ya que de trotamundos nuestras calles están colmadas. -Un punto más para usted, George -pronunció Pitt, señalándolo con el dedo indicador en ristre-. Me parece muy oportuno y creo que así se hará, señor Anson. Les llevaré su insinuación a la Compañía. -Óptimo que concuerde, señor Pitt. Ahora lo que nos falta, es ver los demás suministros, armas, municiones y todo lo que tenga a ver con el sustentáculo de la operación. -No, no. Dejemos que lo cuide la Compañía -irrumpió el ministro-. Ellos también tienen mucha experiencia en ese asunto. Así que, ya que hemos avanzado bastante, lo dispensaré de esta enfadosa reunión para que tenga a bien ultimar todos los detalles que el caso requiere, y me deje esos barcos a punto de poder liar con los bártulos lo antes posible. El invierno londinense estaba en su ápice, Pitt había entregado su cargo debido a la intransigencia del rey, y ya hacía diez días que Gran Bretaña había declarado la guerra a España. Así que, el 14 de enero de 1762, finalmente la Los Piratas del Lord Clive
Página 177
Compañía adquiría de forma oficial el HMS Kingston junto con la fragata Ambuscade, aunque se hizo necesario de algunos meses más para que los mismos fueran reformados, aprovisionados y entregue a sus nuevos dueños. Uno de ellos ahora llevaba vistosamente escrito el nombre de “Lord Clive” en su cureña, en sustitución de su antiguo nombre: Kingston. Lo que hay que agregar sobre cómo se llegó a la elección del nombre del navío y de lo ya mencionado en otro capítulo, es que Robert Clive había sido un militar británico que, en los postrimeros años de la década de 50 del siglo XVIII, fuera considerado uno de los más relevantes hombres de estado de la política colonial británica en el subcontinente indio. Y pese a no ser un estratega de gran talento, ni un soldado particularmente experimentado, fue de igual modo considerado un general notable a causa de la importancia de sus victorias, mediante las que logró expulsar a las franceses de diversos territorios que ocupaban en zonas de interés inglés. Sin embargo, supo muy bien combinar sus dotes militares con un don innato para la administración y la política, instaurando con ellos los cimientos sobre los que reposaría la potente estructura económica en la que se basarían las relaciones entre Gran Bretaña y la India en los siguientes siglos. Los Piratas del Lord Clive
Página 178
Clive había nacido en Styche Hall, una pequeña población de Shorpshire que está ubicada cerca de Market Drayton, Inglaterra. Siendo el primogénito de una familia muy numerosa, por aquellos tiempos los Clive habían tenido cierta relevancia en la región y habían participado en la política del condado durante siglos; el padre de Robert, Richard Clive, un abogado de provincias, había sido un activo miembro del parlamento. Pese a su posición social, la situación económica de los Clive había decaído con el tiempo, y las dificultades que ocasionaba mantener a tantos hijos, obligó que Robert fuese enviado a Mánchester siendo aún muy pequeño, donde fue cuidado por unos parientes sin descendencia. Una vez allí, el temperamento del joven Clive se había vuelto indomable, y tanto sus progenitores como los maestros que se ocupaban de su formación, llegaron al ponto de desesperarse a causa de su fogosidad. Por tanto, fue pasando de una escuela a otra, sucesivamente, renegando de los libros y prefiriendo embarcarse en escandalosas y arriesgadas aventuras. Hasta se cuenta que una vez escaló la torre de un campanario, gritando e intentando asustar a la gente que pasaba, colgado peligrosamente de una de las gárgolas. Aunque quizás más llamativo, sería mencionar que fuera miembro, junto a otros jóvenes, de una pequeña banda de extorsionistas en Los Piratas del Lord Clive
Página 179
la que ofrecían protección a cambio de dinero a los mercaderes de Market Drayton. Pese a su marcada rebeldía juvenil y del desinterés que al parecer mostró por los estudios durante esos años de su vida, ya en edad adulta llegó a ser un hombre de gran cultura, aficionado a los clásicos, que escribía con gran elegancia, hábitos que llegó a cultivar con prolijidad y le posibilitaron estar altamente dotado para la elocuencia en sus discursos públicos. Cuando obtuvo la mayoría de edad, a los diecisiete o dieciocho años, fue enviado por su padre a Madrás, a trabajar como escribiente y contable en la Compañía Británica de las Indias Orientales. La llegada de Clive al subcontinente indio no resultó fácil; en aquellos años muchos británicos morían en la colonia a causa de las condiciones extremas que se vivían. La nostalgia por su hogar lo entristecía, y su relación con los otros jóvenes escribientes fue algo problemática desde el principio. El cúmulo de circunstancias extrañas y el clima al que obviamente no estaba acostumbrado, afectaron al joven Robert sobremanera, y a esa edad comenzó a mostrar el temperamento depresivo y marcadamente autodestructivo que al cabo de los años acabaría con su vida. Por esta época, Clive se vio envuelto en más de una ocasión en duelos a muerte con sus compañeros, e incluso Los Piratas del Lord Clive
Página 180
llegó a intentar suicidarse en dos ocasiones sin lograrlo, por el azaroso hecho de que la pistola falló en el momento del disparo. Por aquel entonces la vida parecía carecer de sentido para el joven Clive, cuando en 1746 la situación dio un brusco giro a causa de la toma de Madrás por parte de las tropas francesas dos años después del reinicio de las hostilidades entre Francia y Gran Bretaña. Clive y otros hombres pudieron escapar de la ciudad y refugiarse en un fuerte cercano en dirección al sur que aún permanecía en manos inglesas, el fuerte St. David. Fue en 1747, cuando voluntario en diversas campañas bélicas, Clive abandonó definitivamente su trabajo civil como escribiente para entrar a formar parte del ejército británico como alférez. Empero, un año después, en 1748 llegó al fuerte el comandante Lawrence, un militar veterano que tuvo una gran influencia sobre el irrequieto Clive, que haciéndose cargo de las tropas de St. David, consiguió la victoria contra los franceses que habían lanzado un ataque sin cuartel contra el fuerte. La firma del tratado de Aquisgrán en 1748 no impidió que la contienda prosiguiese. Por tanto, Clive comenzó a destacarse en otras diversas expediciones anti-francesas,
Los Piratas del Lord Clive
Página 181
llamando la atención por su valentía, rasgo que le salvó de una muerte segura en más de una ocasión. No obstante, entre 1751 y 1753, tuvieron lugar las Segundas Guerras Carnáticas, en las que Clive participó activamente en distintas expediciones que fueron llevadas a cabo contra las tropas francesas y contra sus aliados nativos. La más conocida de ellas, y la que le dio a Robert Clive una reputación de peso en su país y en Europa, fue la del asedio de Arcot. Así es que, en 1753 regresó a su patria tras diez largos años, convertido en un hombre adulto y en un héroe. Pero antes regresar a la India, contrajo matrimonio con la hermana de su buen amigo Nevil Maskelyne, la joven dama Margaret Maskelyne, con quien instaló un hogar cómodo en la ciudad de Londres. Sin embargo, su estancia en la capital británica duró apenas dos años, durante los cuales Robert Clive volvió a trabajar, esta vez desde la metrópoli, para la Compañía Británica de las Indias Orientales. Estaba impaciente por volver, y el anuncio de su regreso a la India no se hizo esperar, ya que los conflictos en el subcontinente estaban aún muy lejos de haber llegado a su fin. Esta vez fue enviado como teniente coronel y gobernador del fuerte de St. David.
Los Piratas del Lord Clive
Página 182
Llegó a la India en 1755 para colaborar con el almirante Watson en una acción que la flota del Reino Unido se disponía a efectuar contra el fuerte de Gheriah, refugio de un poderoso pirata maratha que era conocido como Angria. La negativa del fuerte a rendirse provocó un bombardeo bidireccional que acabó con la rendición de los piratas. No en tanto, como luego fue participando en otras expediciones como ésta, resulta que Clive termina por alcanzar la fama en todo el continente europeo. Por esa época Clive tomó Bombay, arrebató de Francia la ciudad de Chandernagore y contribuyó también con su actuación a liberar Calcuta, que había sido capturada por el nabab de Bengala, Siraj-Ud-Dawlah. Clive también reconquistó la ciudad y liberó a los pocos supervivientes que habían quedado entre los prisioneros británicos capturados, cautivos en la mazmorra que sería conocida como el “agujero negro” de Calcuta. Pero tras obtener beneficiosos acuerdos con el nuevo nabab, Mir- Jafant, Clive se enfrentó a las tropas de Sirajud-dawlah, logrando la victoria histórica de la batalla de Plassey, y la que dejaría a Gran Bretaña en una posición sumamente aventajada en el extenso territorio de las Indias Orientales, otorgándole el control sobre Bengala. Después de algún que otro enfrentamiento con los franceses en Madrás y la expulsión de los holandeses, en Los Piratas del Lord Clive
Página 183
1760, Robert Clive regresó a Inglaterra y, con parte de la fortuna lograda en la India, compró un asiento en el parlamento británico, con la intención de conseguir una buena posición en el panorama político de su país. De tal forma que termina por ser nombrado Barón de Clive de Plassey, en 1761. Durante un breve período, Clive también había ejercido el cargo de comandante en jefe de las tropas británicas y de gobernador general en Bengala. Pero a lo largo de toda su carrera, a causa de su manera de llevar a cabo las distintas negociaciones con el enemigo, de sus reformas en la configuración de la Compañía Británica de las Indias Orientales y, también debido a su paulatino y obvio enriquecimiento, Clive había llegado a convertirse en una figura muy criticada por sus iguales. Por tanto, una vez que se deparó con el contenido de tan proparoxítono currículo, el almirante George Anson encontró allí una manera singular de homenajearlo clandestinamente.
Los Piratas del Lord Clive
Página 184
Las Circunstancias Preliminares
Entre las marcadas diferencias sociales existentes en
aquella época, compuestas por una narcisista aristocracia, una oportunista burguesía que se aprovechaba del pujante comercio marítimo que estaba despuntando en aquellos tiempos, se encontraba una amplia clase baja compuesta por marineros, crápulas y excluidos que se hacinaban como pulgas en los barrios periféricos de una Londres donde las intrigas se daban cita tanto en clubes de elite como en los más bajos fondos. Por tanto, a principios del verano de 1762, por medio de un comunicado impreso que apareció circulando en las lóbregas calles de algunos barrios londinenses, emergió la solicitación para contratar tripulantes aventureros que estuviesen dispuestos a participar de una expedición que se realizaría al Río de la Plata, y donde se les aseguraba a estos la “libertad absoluta para el saqueo”; lo que sin duda, con poco esfuerzo terminó por atraer a todo tipo de oportunistas, ladrones, sicarios, bravucones y jactanciosos que muy pronto lograron completar la esdrújula nómina de piratas que harían parte de la dotación de ambas embarcaciones. Los Piratas del Lord Clive
Página 185
Generalmente, cuando en esos tiempos se realizaban llamamientos similares, se terminaba por reclutar vagos, borrachos, desempleados o desposeídos a quienes se les garantizaba el alojamiento, ropa, comida, una paga convencional y ciertos privilegios adicionales como la participación en el reparto de las llamadas “presas” capturadas, de cuya liquidación le correspondía a cualquier tripulante -de capitán a paje- una parte. En cuanto a la edad de los alistados, en aquella época no importaba mucho la que se pudiera tener. Desde los diez años en adelante se les solía reclutar empleando a los más jóvenes para desempeñarse como “pinches de cocina”, ayudantes de cámara (camareros), mensajeros de abordo, ordenanzas, camilleros, participantes en las bandas de música, cargadores-repartidores de agua y alimentadores de los caballos y otros animales que por acaso fueran embarcados. La edad promedio de la marinería común reclutada era normalmente de 25 años, siendo muy pocos los que llegaban a tener una edad superior a los 30 años. Pero si algún individuo demostraba una especial capacidad para aprender un oficio y manifestaba su deseo de seguir en la carrera naval, se le colocaba a las órdenes de algún oficial de mar para iniciarlo como aprendiz.
Los Piratas del Lord Clive
Página 186
Dentro de todo este contexto que fue explicado con bastante generalidad, finalmente todo quedó listo y el esbirro convoy zarpó de Londres en julio de 1762 rumbo a Lisboa cuando llevaba a 700 hombres de tropa y dotación de talantes y estilos desiguales. No en tanto, antes de dar seguimiento, cabe destacar que con el nombre de capitán de un navío, se denomina a la persona que está al frente, encabeza, dirige, gobierna o representa a un grupo, y por tanto, John MacNamara se sentía ampliamente satisfecho con el desafío que tendría por delante. Presunción esta que, mientras observaba las maniobras para la salida del puerto, ubicado en la toldilla, lo llevó a pensar cuan diferente sería su retorno, pues además de adiestrar y ejercitar a ese enorme raudal de insubordinados que llevaba por marineros, podría contar con los cuantiosos dividendos que seguramente le rendirían los tesoros apresados, los que sin duda le facilitarían una nueva guiñada en su vida. Por las leyes de aquella época, el capitán de un barco era el máximo responsable del navío, y no siendo parte integrante de una armada naval, era de igual modo el representante del armador ante terceros y ante la propia tripulación, y el representante legal del barco ante las autoridades e, incluso, en ciertas circunstancias, fedatario público. Y aparte de dirigir la navegación como náutico Los Piratas del Lord Clive
Página 187
que es, tenía la última responsabilidad sobre todo el barco, fuese cual fuese el departamento. Por tal motivo, existían ciertas decisiones que sólo él podía tomar. Esto le otorgaba, por otro lado, un estatus y unas prerrogativas importantes. Históricamente, la figura del capitán fue casi de omnipotencia; así, en la antigua Roma se le llamaba magister navis, los ingleses de master under god, los franceses de maître après Dieu du navire y en el libro del Consulat del Mar se le llama senyor de la nau. No en tanto, en muchas ocasiones el mismo capitán llegaba a ser el propietario o copropietario del barco. Lo que no ocurría con estos. Claro que hoy en día esto ha cambiado mucho. En primer lugar, el capitán es otro empleado más del armador y, en segundo lugar, mediante el surgimiento del correo electrónico y el fax y la computación, desde tierra se toman muchas decisiones que antes incumbían al capitán, especialmente en lo que a temas mercantiles se refiere. Náuticamente y en lo que concierne a la navegación, la seguridad y el mantenimiento del barco, el capitán aún sigue siendo el individuo que tiene la última palabra, aunque a veces puede verse coaccionado de diversas formas por un imprudente armador. Pero según las leyes del derecho, él es el máximo responsable del barco. Y si éste sale a la mar con alguna Los Piratas del Lord Clive
Página 188
deficiencia técnica que él conozca o deba conocer, y por desgracia ocurre un accidente, éste deberá dar cuenta posteriormente de su conducta, lo que podría ocasionar su inhabilitación e incluso, las consecuencias resultantes de una responsabilidad penal. Sin embargo, dejando un poco de lado este asunto, hay que destacar que mientras transcurría el mismo mes de enero de 1762, ya que estaban en guerra declarada con los lusos, los españoles no se quedaron de brazos cruzados, y su rey decide ordenar que se emitan las disposiciones que buscaban tomar definitivamente el control de toda la Gobernación del Río de la Plata. Todo principió en aquellas lejanas aguas al sur del Atlántico, a partir del día en que zarpó de Cádiz la fragata Victoria equipada con 26 cañones al mando del teniente de navío Carlos José de Sarriá, y cuando dicho rey envió con esta fragata una orden reservada al Gobernador y Capitán general de la provincia de Buenos Aires, D. Pedro de Ceballos, para que este se previniese ante futuras invasiones, y de que tomara la ofensiva desde el territorio a su mando; siendo esta misiva una excepción entre las autoridades de las regiones de Indias, ignorantes, como antes se ha indicado, de lo que iba a ocurrir. El gobernador Ceballos, hombre activo y militar celoso, no necesitó de un segundo aviso para disponerse a Los Piratas del Lord Clive
Página 189
colmar los deseos del Soberano; y desde el 27 de julio de 1762 dio inicio al alistamiento e instrucción de milicias, así como al acopio de municiones de boca y guerra. Una vez que instruyó su fuerza y todo estaba pronto, el 3 de septiembre se daba la vela en Buenos Aires la expedición allí reunida, sin que nadie conociera su destino. Sin embargo, el gobernador Cevallos, que también era conocedor con anticipación la firma del Tratado de El Pardo, pero no perdió tiempo en comunicar al gobernador portugués de la Colonia para que se evacuaran las tierras españolas que en las inmediaciones de la plaza ocupaban los portugueses, así como las islas Martín García y Dos Hermanas. A su vez, al propio coronel Osorio le pidió que le devolviera las poblaciones en el Río Pardo y Chuy. En otras palabras, Cevallos actuó como si fuera su mandato poner en vigencia el Tratado de Permuta, aunque sin intenciones de ceder las tierras que en contrapartida hubiera correspondido otorgarle a Portugal, pese a que el gobernador conocía el Tratado de El Pardo, que anulaba el de Permuta. Aparentemente, en aquel momento, Cevallos estaba convencido de que la ruptura con Portugal era un hecho inminente, y se preparó para la guerra. A partir de aquel momento, el gobernador envió espías a Colonia y comenzó a estrechar su bloqueo con la composición de 32 bajeles, incluyéndose a la fragata Los Piratas del Lord Clive
Página 190
Victoria, portadora de los despachos del rey; un buque corsario perteneciente a la Compañía Mendineata; tres avisos y 12 lanchas cañoneras, y demás transportes; en los iban 700 infantes y 200 dragones de tropa regular, 2.700 milicianos y un cuerpo de indios zapadores. Por tierra partía inclusive de Montevideo otro cuerpo con 1.200 indios de las misiones de PP. Jesuitas escoltando al convoy de artillería y municiones, llegando antes del primer grupo a vista de la Colonia del Sacramento, donde los portugueses se apercibieron derribando los arrabales y talando las huertas alrededor de la plaza. Cuando allí se encontraban las fuerzas españolas, una tartana procedente de Cádiz fondeó en el rio el 28 del mismo mes, conduciendo la declaración oficial de guerra, que había sido publicada en Madrid en 12 de junio contra S. M. Fidelísima y sus súbditos. Tres días después, el 1° de octubre, esta era leía a son de bando, ante la plaza, para un piquete de dragones, y consecutivamente acampaba el ejército a media legua de distancia. No se perdió tiempo. Abierta la trinchera, se instaló una batería a 500 metros para incendiar y distraer la ciudad, arrojándoles bala roja, mientras avanzaban las obras hasta el foso. Al llegar el día 6, los sitiadores enviaron una intimación, a la que el Gobernador portugués respondió manifestándose decidido a cumplir sus deberes. Los Piratas del Lord Clive
Página 191
Los días posteriores se siguieron en amagues, pero cuando llegó el día 11 comenzaron a batir en brecha dos baterías de cañones de a 24 y 18, mientras una tercera de morteros los bombardeaba. El día 20 ya estaba abierto el acceso por dos partes, y hubiera podido darse el asalto si el comandante Ceballos no lo repugnara, al preferir conceder a los sitiados una y otra prórroga antes que acudir al extremo de la acción. Finalmente se firmó la capitulación el día 30 y de la Colonia salió la guarnición con los honores de la guerra el 2 de noviembre, de modo que los españoles alcanzaron a celebrar el día del Rey con fiesta religiosa y militar dentro de la plaza conquistada. Mientras se entretenía en el sitio, el gobernador Cevallos mandó capturar los navíos que continuaban traficando ilegalmente, y solicitó a Madrid el envío de mil soldados con abundantes pertrechos y artillería suficiente para defenderse de un posible ataque anglo-portugués, ya que ambas naciones ahora eran aliadas. Por otro lado, también resultó inútil la protesta realizada por el conde de Bobadela, el entonces virrey de Brasil, que había sido por muchos años gobernador de la misma Colonia, cuando alegó que las tierras que ocupaban los portugueses eran propiedad de Portugal. Para dicho conde, estaba claro que desde su llegada al Río de la Plata Los Piratas del Lord Clive
Página 192
en 1757, la actitud de Cevallos fuera siempre claramente agresiva, ya que muy pronto comenzó con sus amenazas hacia los portugueses con anterioridad al inicio de la guerra de España contra Portugal, que se iniciara en enero de 1762. La relación de estos sucesos requiere una ampliación de su contexto, pues al romper con la neutralidad de Fernando VI, la política internacional de Carlos III tuvo que ser presidida por la necesidad de tener que cortar el paso al imperialismo británico en América. Esto significó la intervención, al lado de Francia, en la guerra de los Siete Años, además de buscar ayudar más tarde a los futuros Estados Unidos en su lucha por la independencia (1776-1783). Pero en lo que se refiere a sus posesiones americanas, una de las principales preocupaciones de Carlos III y sus ministros, fue asegurar el dominio español en el Río de la Plata, suprimir allí el doloroso comercio clandestino que arruinaba sus arcas, y por su vez lograr vigorizar política y económicamente la plaza de Buenos Aires. Carlos III, al ser informado por sus espías de los últimos tejes y manejes portugueses y del avance de estos en la frontera paraguaya, que fuera posibilitado por el Tratado de Permuta, decidió poner en práctica la política de Zenón de Somodevilla y Bengoechea, el marqués de la Los Piratas del Lord Clive
Página 193
Ensenada, quien fuera consejero de Estado durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y ahora de él propio, cuando se decide a impulsar el comercio con las colonias de América. Su objetivo era acabar con el monopolio de Indias, así como eliminar la corrupción del comercio colonial, incrementándose los ingresos y disminuyendo el fraude. Por tanto, consiguió la anulación del Tratado de Permuta por mutuo consentimiento (1761), y restableció la línea de Tordesillas como siendo el nuevo límite entre las posesiones españolas y portuguesas en el Nuevo Mundo. Simultáneamente, el 15 de agosto de 1761 el rey busca reforzar su alianza con Francia mediante la firma del Tercer Pacto de Familia. Con tal actitud, quedaba evidenciado que la convención secreta realizada con ese país ya preveía la guerra contra Gran Bretaña si es que ésta nación no se prestaba a la paz y a ofrecer a España condiciones más favorables. Concomitante a esto, el rey también anuló el Tratado de Madrid sobre los límites en Asia y América. En otras palabras, todas estas actitudes buscaban de alguna manera restituir al presente todos los términos existentes en los tratados anteriores a 1750. Como ya fue mencionado, la tensión entre Gran Bretaña y España creció, ya que ésta última halló por bien no comunicar el contenido del Pacto de Familia, como lo exigía el ministro británico William Pitt. Tal negativa Los Piratas del Lord Clive
Página 194
española, resultó como consecuencia, de que el 4 de enero de 1762 Gran Bretaña le declarase oficialmente la guerra a Carlos III, y de que el 18 de febrero de ese año el gobierno de Madrid terminara por firmar un convenio con Francia para estas naciones luchar conjuntamente. Según cuentan los historiadores, el propósito del gobierno de Madrid era crear en el Río de la Plata una situación de fuerza que “permitiera a su diplomacia salvar toda la Banda Oriental del Uruguay, sin sacrificar el vasto y magnífico territorio de Misiones que otrora había cedido por el tratado de 1750”. Por entonces, el gobierno de España consideraba que tenía derecho a las dos márgenes del Plata, sin necesidad de ofrecer a Portugal ninguna compensación por la posesión de la Colonia. Mientras las cortes gala e hispana se entretenían discutiendo la posición de neutralidad de Portugal, el marqués de Sarria tomó la iniciativa e invadió el territorio luso con un ejército de 45.000 soldados, el 30 de abril de 1762, al mismo tiempo que Francia le enviaba 12.000 hombres para reforzarlo. El plan español original era tomar Almeida y luego avanzar hacia el Alentejo y Lisboa, pero después de que el marqués de Sarria había sido nombrado comandante jefe, éste decidió comenzar un ataque en el norte, teniendo Oporto como su objetivo. Esto supondría ser un duro Los Piratas del Lord Clive
Página 195
golpe para los británicos, que tenían grandes intereses comerciales en dicha región, y también resultaría agradable a Isabel de Farnesio, que quería preservar la posición de su hija Mariana Victoria como reina consorte de Portugal. A principios de mayo, las tropas españolas de Galicia entraron en Portugal y fácilmente tomaron las ciudades indefensas de Chaves, Braganza y Miranda del Duero, que fue fortificada, pero capituló inmediatamente después de una explosión accidental que había abierto una brecha grande en las paredes. Luego invadieron la meseta Trásos-Montes hasta Torre de Moncorvo, que los españoles capturaron debido a la gran cantidad de armas y municiones a su disposición. El ataque a Oporto llegó a un punto muerto, porque los españoles no se dieron cuenta de las dificultades del país a ser atravesado y tuvieron que acampar. Otro retraso fue causado por el hecho de que el cuerpo principal de las tropas españolas en Zamora, destinado a Almeida, se llevaron a cabo por el inundado río Esla, afluente norte del río Duero, que no podían cruzar hasta llegar a un puente. Francia igualmente les envió unos 12.000 hombres, pero esta fuerza fue diezmada por la enfermedad y se vio incapacitada para la invasión. A la sazón, el marqués de
Los Piratas del Lord Clive
Página 196
Sarria terminó por ser sustituido por el conde de Aranda a mediados de agosto. Este retraso dio a los británicos la oportunidad de hacer llegar a tierras lusas más de cinco regimientos bajo el comando de John Campbell. Estos llegaron a Lisboa en la tercera semana de julio, y un par de días antes de que los navíos Lord Clive y Ambuscade arribasen a la capital portuguesa. Fue cuando se decidió que el Campbell sería el segundo al mando de aquella tropa, y que el alemán Wilhelm se haría cargo de aquellas que estaban bajo el mando del enfermo Tyrawley Baron. A mediados de agosto, el Conde de Aranda, terminó por cruzar el río Côa, y sitió y tomó la fortaleza fronteriza clave de Almeida el 25 de agosto. Por otro lado, Wilhelm había decidido que aliviaría la presión sobre Almeida y Oporto organizando un contraataque. John Burgoyne, que era apoyado por un cuerpo considerable de infantería portuguesa, cruzó finalmente el río Tajo y el 27 de agosto tomó por sorpresa la ciudad española de Valencia de Alcántara. Allí capturaron un significativo número de prisioneros españoles, incluyendo un general español. Esta victoria elevó la moral de los portugueses. Como a finales de julio la situación era compleja y arriesgada a orillas del Tejo, pues podrían llegar naves francesas para atacar el puerto, los navíos Lord Clive y el Los Piratas del Lord Clive
Página 197
Ambuscade, terminaron por picar velas y hacerse a la mar lo cuanto antes rumbo al Brasil. La beligerancia en tierras lusas prosiguieron y el alemán Wilhelm llegó a organizar una defensa a lo largo del río Zêzere, y pasó el resto del verano estudiando las posiciones españolas y pensando en las contramedidas que adoptaría, y dirigiendo a sus tropas en muchas marchas. Eso impidió a los españoles de cruzar el río Tajo en Vila Velha de Ródão, y el 7 de octubre, cuando finalmente los capitanes MacNamara y William Roberts ya se aproximaban de las costas de América, Wilhelm terminaba por derrotar a los españoles en la batalla de Vila Velha, poniendo fuera de combate a una batería de cañones que estaban a punto de ser desplazadas. A mediados de octubre las intensas lluvias otoñales ya habían inundado el río Zêzere, haciendo impracticable poder cruzarlo. En noviembre los españoles atacaron dos lugares pequeños, Marvão y Ouguela que se llevaron a cabo con éxito. Pero el 24 de noviembre el Conde de Aranda informó a Wilhelm que los preliminares de paz habían sido firmados, por lo que acordaron un armisticio abortando la invasión de Portugal. Los historiadores llegaron a registrar de forma sensiblera, que Sarria había entrado a Portugal con los fines más gloriosos y útiles a la corona y súbditos de Portugal, como el rey Carlos III siempre se había Los Piratas del Lord Clive
Página 198
declarado a su amigo y cuñado, el rey fidelísimo de Portugal. Sin embargo, con una proclama semejante, algunos años después el general Souza (portugués) invadiría la provincia Oriental del Uruguay. Por tanto, el descaro, el comportamiento y el cinismo de ambos hombres habrían quedado manifestados en las dos oportunidades. Ya del otro lado del océano, mientras la flota angloportuguesa estaba siendo preparada en el puerto de Río de Janeiro, y especialmente dentro de lo concerniente al Río de la Plata antes de los futuros hechos acontecer en aquellos parajes, el entonces gobernador de la Colonia del Sacramento, da Silva de Fonseca tenía órdenes expresas del conde Bobadela de no provocar ni iniciar acciones bélicas que pudieran dar motivo a una guerra, de manera que eso no fuese a colocar una futura negociación diplomática en condiciones desventajosas. No en tanto, cuando la noticia del estallido de las hostilidades entre Portugal y España llegó finalmente a Buenos Aires, fue que el gobernador Cevallos resolvió iniciar de inmediato el ataque contra los dominios portugueses en el estuario del Plata, y con gran sigilo logró reunir aquel poderoso ejército que ya señalamos, donde se incluían nativos de las misiones jesuíticas.
Los Piratas del Lord Clive
Página 199
Dibujo que representa la Colonia del Sacramento en sus primeros tiempos
No obstante, queda por mencionar que tras el desembarco de la fuerza española en la costa oriental, la escuadra que se encontraba al mando del teniente Sarriá, compuesta de la fragata Victoria, el navío de registro Santa Cruz, tres avisos, ocho lanchas y tres corsarios, se retiró de aquella playa sin órdenes de Cevallos, cuando el teniente mandó dirigir las proas para la Ensenada de Barragán, en la costa occidental del río, desembarcando allí la artillería del navío Santa Cruz y parte de la fragata, mientras buscó atrincherarse en tierra, hecho que posibilitó que el 14 de octubre, 4 bergantines portugueses lograsen evacuar de la plaza sitiada llevando consigo a numerosas familias y los caudales que los lusitanos poseían, y de que Los Piratas del Lord Clive
Página 200
3 de ellos regresaran posteriormente el 17 de octubre con víveres y materiales para la defensa. Mientras tanto, Sarriá, que aún se encontraba atrincherado en la Ensenada, al desobedecer las reiteradas órdenes que le enviaba el gobernador para regresar y combatir, adujo que no había venido de España para luchar contra el contrabando. No obstante a sus melifluos argumentos, y después de innumerables cartas donde se le pedía ocupara su puesto con la escuadra a su mando, finalmente accedió a zarpar el día 17, aunque no dejó aquel puerto hasta el 29, llegando a Colonia dos días después, tras la capitulación. En efecto, reiteramos que el 31 de octubre de 1762, da Silva Fonseca, gobernador de Colonia, terminó por capitular ante Cevallos y dos días después rindió la plaza incondicionalmente a los españoles cuando la ciudad fue ocupada. Lo que se vio hasta aquí, es que podían haber sido abreviados a la mitad los treinta días de trinchera abierta, si el jefe de las fuerzas navales, el teniente Sarriá, comandante de la fragata Victoria y de la escuadrilla de cañoneras agregadas, hubiera procedido con el celo que de él se esperaba, bloqueando el puerto y concurriendo a batir de flanco con su artillería. Pero nada de ello ocurrió, pues Sarriá se mantuvo lejos, evitando a toda costa un encuentro con los buques portugueses que, si inferiores en Los Piratas del Lord Clive
Página 201
fuerza, por lo menos eran superiores en ánimo, ya que durante todo el tiempo del sitio ellos entraron y salieron sin impedimento, proveyendo a la plaza, no sólo de manutención, sino de fajina y materiales, lo que produjo estremecimiento y unánime reprobación en el campo sitiador. Esta mala impresión atenuó un poco el triunfo conseguido por los españoles con la escasa pérdida de 12 muertos y 200 heridos, en cuanto se retiraron de la plaza 2.355 soldados portugueses, a la vez que se la entregaban con 87 cañones y una considerable provisión de municiones y pertrechos, a lo que se agregó la presa de 26 navíos ingleses estacionados en el puerto, con sus factorías y almacenes de géneros, que llegó a ser valuada en su totalidad, en cuatro millones de libras esterlinas, el equivalentes a 20 millones de pesos.
Los Piratas del Lord Clive
Página 202
Una Partida con Rumbo Fijo
Una cierta mañana después de haber partido de Londres, estando de pie en la cubierta de su nuevo barco, el capitán John MacNamara se entretenía mirando como el viejo bajel se iba abriendo camino sin dificultad por el mar picado, mismo que este dejase escapar algunos leves crujido desde su maderamen como si ellos fuesen suspiros. Se sentía feliz con la firmeza del armazón que gobernaba mientras echaba la cabeza hacia atrás para que el viento le diese en la cara. Podía oler sin dificultad aquel fuerte aroma salino que emanaba de la bruma que se desprendía de la recta estela que el barco producía a través del oleaje. Ella le llegaba pura en remolinos de brisa para a llenarle los pulmones y embriagándolo de entusiasmo. En aquel cálido mes de julio del verano de 1762, John surcaba tranquilamente por el noroeste del Atlántico rumbo a Lisboa rompiendo ola tras ola con la popa del Lord Clive, mientras era seguido de cerca por la fragata Ambuscade, que estaba al mando del capitán William Roberts. Sin embargo, sabía que no podía descuidarse. Toda atención era poca, al final de cuentas estaban en guerra, aunque su bandera indicaba ser un navío de línea. Los Piratas del Lord Clive
Página 203
Durante toda aquella etapa del viaje, que significaba un corto recorrido inicial hasta el destino final, el mar se venía mantenido relativamente calmo y con pocos vientos que permitían un olaje manejable. En el subconsciente maquinal de John eso significaba una buena premonición que le había dejado colmado de esperanzas su espíritu de trotamundos, y de cierta manera llevándolo por ensueños al punto de fantasear anticipadamente el éxito de su misión, mismo contando con aquella tripulación que requería inmediatas providencias. -Ya me encargaré de practiquen bastantes ejercicios de zafarrancho -llegó a meditar en silencio. Aun no se animaba a intercambiar opiniones con sus oficiales sobre ese punto. Los observaba a todos y tan solo corregía algunas instrucciones y supervisaba de cerca como sus marineros realizaban el manejo del velamen, los aparejos, las jarcias, palos, vergas, poleas y todo lo concerniente a la navegación y asengladura. Al inicio de la última semana de julio, ambos buques hicieron arriar sus velas cuando arribaron a Lisboa subiendo el río Tejo. Aquel puerto ya era un hormiguero de naves y gentes que dificultaba enormemente su estadía en aquellas aguas. No en tanto, una vez que pisaron tierra, ambos oficiales se dirigieron al edificio donde estaba
Los Piratas del Lord Clive
Página 204
localizada la autoridad militar que comandaba las operaciones de guerra para presentar sus credenciales. -¡Señores! -Pronunció D. Luís da Cunha Manuel, el habilidoso Ministro y Secretario de Estado de los Negocios Extranjeros y de Guerra portugués, que sin John saberlo, era fiel sumiso y hábil ejecutor de las voluntades de su poderoso jefe, Sebastião José de Carvalho e Melo, primero Conde de Oeiras. -Es muy peligroso que ustedes aguarden aquí en este puerto -anunció a seguir como si su visita significase un imán para futuros problemas-. Estamos bajo un eminente ataque español y francés. Eso pondría en riesgo su misión, así que daré órdenes expresas para que los avituallen de inmediato. -Pero la resolución que nos dieron en Londres, señor, indicaba lo contrario. Por eso nos dirigimos hacia este puerto -se justificó John, sorprendido con lo que estaba ocurriendo en Lisboa. -Correcto, señor MacNamara. En un principio fue así. Pero usted ha de comprender que hace unos pocos meses los sucesos se precipitaron de una manera que nos deja sobrecogidos. Además -buscó explicar el hombre de forma concisa-, es necesario que ustedes estén lo cuanto antes en Río de Janeiro. -Esa también era otra disposición, señor. Los Piratas del Lord Clive
Página 205
-Pues bien, saldrán de aquí con lo necesario, y una vez allá, nuestro virrey Gomes Freire de Andrade los recibirá con las instrucciones complementares -le determinó el ministro sin más rodeos. -Óptimo.., óptimo -asintió John complaciente ante la mirada grave del ministro-. Tengo aquí conmigo una lista de lo que será necesario. ¿A quién debo dirigirme? -Dispondré de inmediato a un oficial para que les resuelva lo que se requiera. Por favor, señores, quieran aguardar en la sala contigua mientras yo tomo las providencias -les solicitó el atareado ministro donándoles una sonrisa afable y señalando donde debían dirigirse.
La Lisboa del 1760
Durante aquella corta estadía en la capital lusa, el capitán MacNamara, por ser el más viejo de los dos y un Los Piratas del Lord Clive
Página 206
marino de mayor experiencia, terminó por ser nombrado jefe de aquella escuálida escuadra, lo que, dejando de lado los contratiempos que debió enfrentar, le concedió un nuevo augurio y le llenó de aliento para enfrentar lo que viniese de allí por delante. -¡Enhorabuena, mi capitán! -llegó a pronunciar alegre el capitán Roberts cuando se enteró del nombramiento. -¡Gracias! -le responde el irlandés, con una sonrisa estampada en el redondo rostro de piel curtida por los soles del mar-. En todo caso, juzgo que eso no muda nada, pues aún hay que ver las nuevas que nos aguardan cuando lleguemos a Brasil. -De la forma que sea, mi estimado John, y por ser verdad ululante, hasta que nosotros no alcancemos a cruzar el océano, usted tiene el comando de esta pequeña flota -elogió de manera agradable su gárrulo compañero de aventuras, agregando de inmediato una interrogación: -¿Puedo hacerle una pregunta? -¿Con respecto a qué? -Diría que, más específicamente, sobre cómo será el teatro de operaciones en el cual muy pronto deberemos actuar, mi amigo. -No sé mucho sobre él, mi amigo. Pero con respecto a todo lo que está ocurriendo, sólo puedo adelantarle que ambas coronas están especulando que nuestro ataque sea Los Piratas del Lord Clive
Página 207
casi simultáneo con los que las otras fuerzas inglesas realizarán en La Habana y en Manila; y si es que logramos llegar a tiempo, pienso que en su conjunto se alcanzaría la buena dicha. -¿Y esa esperanza se fundamentaría en qué, John? -Primeramente, porque dentro del panorama global le estaríamos ganando en diligencia a los españoles que, como usted ya sabe, han demostrado ser muy lentos en las operaciones de guerra en ultra mar -comenzó a disertar John afablemente-; y después, porque las fuerzas que existen en el paraje al cual nos dirigimos, deberán estar divididas entre las plazas de Maldonado, Buenos Aires y Montevideo, sin poder resistir en ninguno de aquellos puntos cuando llegue nuestra expedición, reforzada que estará con los elementos acuáticos que se nos sumarán en Brasil, además de los terrestres que por hoy están acantonados en la Colonia del Sacramento -le explicó el nuevo comandante sin demostrar recelo, y dando todo el crédito a lo que el ministro lusitano da Cunha Manuel le había relatado. -Parece ser un plano bastante coherente, John. Y mismo que nosotros no ostentemos una buena marinería en cubierta, ya anteveo que los resultados de nuestra operación serán exitosos -manifestó el capitán Roberts de
Los Piratas del Lord Clive
Página 208
forma simpática. La sinopsis de las noticias que le habían sido expuestas por John lo dejó más entusiasmado. Y así es que, una vez que le son suministradas a toda prisa nuevas provisiones, agua, algo más de municiones y bastante pólvora, tanto de la de grano fino como de grano blanco largo que John había encomendado previendo los intensivos entrenamientos de guerra, ambos capitanes terminan por levantar anclas de la capital portuguesa para echarse a mar el 3 de agosto con rumbo a Río de Janeiro. Le habían indicado que los aguardaban para los iniciales días de octubre. Tiempo más que suficiente para ellos cruzar el Atlántico -arguyó John. Empero, antes de darse a la vela, un atardecer pluvioso de aquel verano lisboeta encontró al capitán MacNamara en una inquieta conversación con su par, William Roberts, pues estaba bastante preocupado con el desequilibrio de conocimientos de toda la dotación a su cargo en lo tocante al preparo para las batallas. Llegó a manifestarle que por el momento eso no le quitaba el sueño, pues necesitaban terminar de abastecer los barcos lo cuanto antes, y entendía que ellos tendrían varias semanas por delante para preparar y adiestrar a la marinería, cuando entonces deberían comenzar a ejecutar las maniobras de zafarrancho a bordo. De alguna manera, consideraba que la ejecución de los ejercicios sería Los Piratas del Lord Clive
Página 209
propicia e cierta manera iría a acallar la moral de sus hombres, mientras fortalecía el escaso adiestramiento que habían alcanzado a darles durante el viaje desde Londres y en tierra, durante su estadía en Lisboa. -Es verdad, mi estimado capitán, usted mismo lo ha mencionado en otra oportunidad, y por eso me temo que nuestra aventura podrá llegar a ser un fracaso, si es que ambos no logramos influenciar esta turba de malandrines que llevamos a bordo -le confidenció el comandante mientras ambos saboreaban una buena dosis de grog. El origen del nombre “grog”, se debía al almirante inglés Edward Vernon, a quien sus subordinados apodaban Old Grog por causa de una capa impermeable que siempre vestía confeccionada con un material llamado “grogham”. En 1740, Vernon había emitido una orden por la cual el ron debía ser rebajado con agua bajo la vigilancia de un oficial, y los marineros gozarían de dos raciones al día. Esta bebida pasó a ser usada obligatoriamente por la marina británica como forma de reducir el consumo de ron puro por parte de los marineros, y para que aquellos soldados que tenían que entrar en batalla se mantuviesen lo suficientemente conscientes como para enfrentarse a los temibles combates en la mar; pasando a ser parte de la ración diaria hasta el 31 de julio de 1970.
Los Piratas del Lord Clive
Página 210
-Yo tengo en mi fragata a algunos tripulantes que son muy duchos en las labores marineras, además de expertos en viejas batallas, pero tengo que reconocer que ellos son indisciplinados como la madre -deliberó el capitán del Ambuscade con una punta de desprecio. -No se aflija, mi amigo. También lo he notado en mi navío -le expuso John meneando la cabeza en aprobación-. Pero si le sirve de consuelo, le diré que eso nos obliga, si es que en realidad queremos salvar el pellejo, a darles un duro entrenamiento durante el viaje. -Concuerdo con sus palabras, pues lo mismo he pensado yo, capitán John. Y mismo que ya me haya preparado para ello, creo que si actuamos juntos podemos elaborar un cronograma de adiestramiento intenso, para que los oficiales lo pongan en práctica durante la travesía. Supongo que ese será el momento en donde debemos sacar de ellos el máximo provecho. -Estoy muy de acuerdo con su propósito, y tengo junto conmigo algunos de los manuscritos que contienen las disposiciones da la Royal Navy para la realización de las maniobras de zafarrancho a bordo. ¿Quiere usted leerlas, mi amigo? -No, gracias, capitán John. -le agradeció el capitán del Ambuscade, quien se llevó el jarro de grog a la boca y vació de una vez su contenido.- Yo también tengo unos Los Piratas del Lord Clive
Página 211
legajos similares que siempre cargo conmigo. Pero en todo caso, juzgo que podemos combinar procedimiento de maniobras conjuntas y establecer las formalidades para actuar simultáneamente. -En eso también estoy de acuerdo, capitán William. Manos a la obra, pues… Si procedemos con cordura, seguramente llegaremos allá con nuestra dotación bien entintada -agregó luego después de apurar su último buche de grog. Desde luego, era comprensible que cualquier oficial de alto rango que tuviera la oportunidad de pasar de un barco a otro, y desde tiempos memorables así sucedía, que el capitán pudiese llevarse junto con él al contramaestre y a la tripulación de los botes, junto con algunos de sus seguidores más confiables. Pero en este caso, esa regla no pudo aplicarse, y una vez pasado el furor inicial, la cuestión pasó a atosigar la mente de ambos capitanes. Así que, una vez habiendo partido de Portugal después de los capitanes haber establecido los objetivos a realizar durante el viaje, un viento entablado del suroeste ya hinchaba las gavias en cuanto los viejos cascos de sus navíos cortaban que ni cuchillo las ondas en alta mar. -Me pregunto qué será lo que habrán tramando ahora esas dos bestias infames, -llegó a murmurar el oficial de turno en cierto momento, cuando se encontraba junto al Los Piratas del Lord Clive
Página 212
esforzado piloto que procuraba mantenerse fuertemente aferrado al timón para evitar que las fuertes olas se lo quitase de las manos. En ese momento, Lynch quería descubrir que habría sido lo que el comandante deliberara para ser realizado durante el viaje. Timothy Lynch era un hombre de pequeña estatura si comparado con sus pares, un cierto parecido que él intentaba acentuar encorvándose cada vez que trataba con violencia y crueldad a sus subordinados, aunque a veces también utilizaba modos conservadores. Tal vez sentía antipatía hacia el capitán MacNamara, porque éste era alto y él bajito, o porque sospechaba que tenía un lío no resuelto con su mujer. Daba lo mismo, la antipatía era mutua y había surgido luego que ambos embarcaron el Londres. -¿Hay algún señal de vida en el horizonte, señor Lynch? -le preguntó John cuando se aproximó a su lado. -No hemos visto nada, señor. No se han visto naves enemigas, si esa es su preocupación, señor MacNamara. -¡Mejor así! -concordó John con un asentimiento de cabeza-. Por lo menos veo que el viento se mantiene como deseo… -mencionó al seguir observando por enésima vez el cielo despejado, por donde se deslizaban unas extrañas nubes blancas. No hubo respuesta. Los Piratas del Lord Clive
Página 213
-Aunque debo confesar que con la temperatura en aumento, no me fio en nada… -agregó frunciendo el ceño justo cuando se le acercó el carpintero. -¡Señor! No logro encontrar cáncamos grandes por ninguna parte -le anunció éste sin remilgos. -Arrégleselas como pueda si es que usted aprecia en algo su vida -le retrucó John con voz recia-. Doble los pernos de que dispone; prepare la forja y forme anillas del tamaño que necesite. No tardará ni media hora si lo hace decretó marcialmente mientras encaraba la maquinal mirada del aturdido carpintero. -¡Qué diablos! Estos hombres no son nada del otro mundo -llegó a murmurar el capitán a regañadientes mientras veía como algunos marineros luchaban queriendo hacer subir las jarcias tirando del aparejo. Al mirarlos desde la distancia, percibió que tres o cuatro de ellos eran categóricamente unos lerdos, mientras otros dos tenían aquel aire indefinible de personas de algún talento, cuya agudeza los hace distinguirse de los demás, pero no tanto como ellos creen. Al alejar la vista un poco más, encontró dos otros que halló unos tontos, estaban asquerosos y aún no se habían cambiado su ropa barata por el traje rojo. Sin embargo, se alegró porque ambos hombres tenían las dos manos; y por tanto, bien podían atar un cabo y sería muy raro que el Los Piratas del Lord Clive
Página 214
contramaestre y sus ayudantes no se sirvieran de ellos cuando la cosa apretase. -¡Señor Robert Hugges! -gritó repentinamente John buscando llamar a su oficial de cubierta. -Sí, señor. Aquí estoy. Buen día. -Señor Hugges, puede que algunos de los hombres que tenemos a bordo no sean nada del otro mundo, pero en verdad, creo que deberíamos hacer que ellos se bañen de vez en cuando, si es que no queremos que todos tengan picazón en el barco. -Tomaré providencias, señor. -anunció prestamente el oficial mientras el capitán daba golpecitos nerviosos con sus dedos en el tirador de latón de la taquilla. Como ya lo había razonado antes, en ese momento, a John le pareció que las ocupaciones en cubierta no eran muy diferentes de las que ocurrían en una Cheaspside en obras, cuando el movimiento le recordaba a aquel fabuloso cruce de cinco calles al norte de Londres, y que tanto lo impresionaba cada vez que pasaba por allí. Casi enseguida notó que había dos cuadrillas trabajando bajo las órdenes del carpintero, las cuales en ese momento estaban ocupadas en querer encajar mejor los cañones de proa, mientras que una media docena de vagabundos observaban los trabajos con interés y hacían comentarios que, desde donde se encontraba, no alcanzaba Los Piratas del Lord Clive
Página 215
a escuchar claramente. Vio también que había algunos marineros con pinta de borrachines solazando las horas bostezando distraídamente mientras miraban al cielo como si nunca lo hubiesen visto antes. -¡Santo cielo! ¿Qué confusión errática es esta? -llegó a exclamar John en voz alta y sin dirigirse a oficial alguno en específico. -¡Eh! ¡Usted!, señor… -logró expresar dirigiéndose prontamente a un marinero que se había aproximado al sagrado alcázar. -¡Váyase a proa! -le ordenó exasperado-. El carpintero necesita de más brazos -dijo, mientras estiraba su brazo para indicar el lugar. Por unos instantes, antes de que el poco disimulado arranque de indignación hiciese transformar a aquellos patanes en gente activa, los oficiales observaron a John con desánimo, cuando él alcanzó a oír las lejanas palabras que el viento le acercaba: …toda esa gente imprestable... -Voy a mi camarote, pero para cuando yo regrese, ésta cubierta tiene que tener una apariencia muy distinta, señor Hugges. ¿Entendido? -le anunció con voz irritada para su oficial de cubierta. -¡Sí, señor! Providenciaré para que su dictamen se cumpla de inmediato -respondió el oficial enderezando el cuerpo y levantando el mentón. Los Piratas del Lord Clive
Página 216
John todavía tenía el rostro enrojecido cuando partió a sus aposentos, mientras un paje se dispuso a seguirlo casi que pisándole los talones. -¿Es qué se piensan que los voy a dejar llevar su antigua vidorria aquí, en mi barco? -comentó entre dientes. -¡Están todos muy equivocados! -agregó cuando ya estaba ultrapasando la puerta de su cabina. Tiempo después John retornó a cubierta luego de cavilar algunas medidas inmediatas que necesitaban ser puestas en práctica por sus oficiales. -Aunque a muchos no les guste, de aquí en adelante, señor, no habrá más tres guardias -determinó con voz firme a seguir, cuando dirigió sus palabras a su segundo. -Señor, disculpe, pero debo advertirle que el sistema de tres guardias resulta ser muy ventajoso, porque los hombres pueden dormir toda la noche -buscó justificarse el oficial-, mientras que el método de dos guardias apenas les permitirá dormir cuatro horas seguidas. -Poco me importa lo cuanto duerman. Aunque, por otra parte, -retrucó John con las venas del rostro tomadas de sangre a causa de su cólera contenida-, si realizaremos dos guardias, la mitad de los hombres dispondrá de todo el espacio para colgar sus coyes, en tanto que la otra mitad estará en cubierta…
Los Piratas del Lord Clive
Página 217
-En todo caso, le aviso que quiero que en mi barco se respeten las catorce pulgadas necesarias para cada coy, ordenó John sin dar tiempo a su oficial retrucar alguna cosa, pues sabía que aquel era el espacio estipulados según las reglas de la marina. -Quiero también que usted me calcule con cuántos hombres se hará la guardia, señor Hugges. -¿Desea algo más, señor? -indagó el oficial haciendo mención de retirarse, pues advirtió que de nada serviría querer echar cualquier párrafo con su superior. -Por ahora, no. Puede retirarse, señor Hugges. Yo también necesito regresar a mi cabina para ver cómo están marchando las cosas. La burocracia tampoco puede ser abandonada y ello requiere algún tiempo de todo capitán. Media hora más tarde, ya de vuelta en la cubierta, el capitán notó que uno de los cañones de babor, colgado con esmero por las gualderas dela cureña, por la boca y por una de las teleras, flotaba suavemente sobre la cubierta a pocos centímetros de su posición definitiva. Percibió que el carpintero y el oficial Lynch estaban agachados, como si ellos estuviesen jugando entretenidos con alguna diversión de niños, pero se mantenían atentos al sonido que harían los baos y las cuadernas cuando el cañón se soltara definitivamente de la grúa.
Los Piratas del Lord Clive
Página 218
-¡Con cuidado! -avisó el carpintero sin levantar la cabeza, mientras buscaba hacer perceptibles señales con una de las manos. -¡Ahora, con delicadeza! ¡Con delicadeza, hombres! enmendó Lynch, gritando para los que jalaban las cuerdas. El capitán MacNamara se había detenido a cierta distancia, poniéndose a observar de lejos las maniobras que estaban siendo realizadas por los hombres sin llegar a pronunciar palabra alguna. Notó que los tripulantes estaban atentos. Todos guardaban un silencio marcial como si aquello fuese un ocasional funeral; incluso la cuadrilla de aguadores estaba paralizada en cuanto mantenían los cubos suspendidos. De pronto el cañón llegó a su lugar de destino y se asentó de manera firme. Repentinamente ese escuchó un crujido profundo pero sin consecuencias. -¿Encajó, señor? -preguntó uno de los marineros que maniobraba la grúa. -¡Ya casi está! -le gritó el carpintero sudoroso y agobiado-. Yo mismo estoy trabajando en el empalme enmendó en el grito siguiente. -A fe mía, mirando desde aquí, me parece que queda un océano de espacio -alcanzó a comentar John sin que nadie lo escuchase, y achicando los ojos para afinar su mirada. Los Piratas del Lord Clive
Página 219
-¡Ahora!, señor Lynch, veamos el aparejo -enunció el carpintero-. Se necesita una vinatera de anilla rígida para esta polea... ¿Dónde está la maldita retranca? -preguntó preocupado. -Con que esas tenemos -murmuró el capitán corriendo hacia la toldilla cuando vio el cañón suspendido y preparado para atravesar el fondo de su navío si la gravedad conseguía arrastrarlo más fuertemente. -Creo que hacer un empalme no le costará mucho al carpintero de un buque de guerra. Por lo menos así lo imagino -supuso John mientras se resguardaba. -Señor Morris, -dijo a seguir después de mirar hacia el reloj, para el ayudante del segundo oficial-. Ponga a esos hombres a trabajar, que esto aquí no es el paraíso. Luego miró hacia arriba. Ahora ya no tenía más dudas sobre el cielo. Tenía un purísimo color azul de norte a sur, tan sólo con una ligera sombra al oeste. John se encaramó sobre al pasamanos de barlovento y subió un poco por los flechastes y se colgó de los obenques para divisar el vacío horizonte. No había naves ni amigas ni enemigas a vista. Poco más tarde en cubierta, John observó cómo los gavieros de proa habían colocado la bomba de tronco de olmo, que dejaba escapar su sonido jadeante. Con el agua que ellos bombeaban, los hombres del castillo de proa limpiaban con esmero el propio castillo, mientras los de la Los Piratas del Lord Clive
Página 220
cofa del mayor limpiaban el resto. Pulían todo con piedra arenisca hasta que el agua llegaba a tomar un aspecto lechoso por causa de la mezcla de diminutas astillas de madera, estopa y brea. Por otro lado, podía ver a los grumetes y los desocupados, hombres que apenas realizaban trabajos en todo el día, cómo ellos trabajaban la bomba de cangilones para eliminar el agua acumulada en las sentinas, mientras la brigada de artilleros mimaba los cañones con un paño en la mano. -Ahora está mejor -murmuró el curioso comandante-. Dentro de poco ya podremos iniciar con los ejercicios de zafarrancho hasta el hartazgo -pensó, manteniendo la mirada suspensa en aquel tropel que ahora trabajaba con afinco.
Los Piratas del Lord Clive
Página 221
La Cansadora Travesía
En la distante y plana línea del horizonte que extendía rezagada por detrás de la popa, el color rojizo de un sol escondido ya se encargaba de matizar las nubes distantes. De repente, Robert Hugges, el oficial de cubierta levantó la corredera, esperó a que la marca roja se desplazara hacia atrás y gritó: -¡Girar! Como si fuese un autómata, el oficial de derrota gritó: -¡Parar! -tan sólo treinta segundos más tarde, sin perder de vista la pequeña ampolleta. Entonces, Hugges realizó con presteza un nuevo nudo en el cordel, casi junto al cuarto nudo, y de una sacudida levantó el espiche y apuntó con tiza en la tablilla “cinco nudos”. Mientras lo hacía, el oficial de derrota corrió hacia el reloj grande de la guardia, le dio la vuelta y gritó con voz rotunda: -“Philips!, -y el centinela se adelantó alígero y tocó enérgicamente cinco campanadas. Un instante después se armó un tremendo desorden en el interior del navío, es decir, así le pareció que era al comandante John, que en ese momento se despertaba a causa de los gritos llegando a oír claramente los aullidos del contramaestre y sus ayudantes, que iban repitiendo una Los Piratas del Lord Clive
Página 222
y otra vez, en cortos intervalos, completamente arbitrarios: ¡Pegar los coyes! ¡Maldito sea, pegar los coyes, ya!... ¿Oyeron? ¡Pegar los coyes! En cuanto salía al pasillo, John logró escuchar ruido de pasos apresurados resonando sobre las tablas de la segunda cubierta mientras una voz enérgica y terrible iba repitiendo: -¡Todos arriba! ¡Todos arriba, todos arriba!.. ¡Fuera o abajo! ¡Fuera o abajo!... ¡Ahí voy yo con mi cuchillo afilado y mi conciencia tranquila! Justo cuando estaba alcanzando la cubierta superior, John alcanzó a escuchar el rápido sonido de tres golpes secos. Paró y aguzó el oído, pero luego concluyó que no tenía por qué preocuparse ya que el barullo le era característico, y probablemente a tres perezosos marineros que aun deberían estar durmiendo, les habrían cortado con una sola tajadura las cuerdas de sus coyes sin más ni menos. La idea pronto alcanzó a dibujarle una sonrisa en su rostro adormilado. Una vez arriba, en la cubierta llegaba a escuchar, como si viniese de lejos, aquella voz contundente y ronca que iba repitiendo: -¡Todos arriba, todos arriba!.. ¡Fuera o abajo! ¡A despertarse y lavarse! ¡Levantar y lavarse!... John buscó levantar los brazos para desperezarse y sacudir de vez la modorra, cuando de repente fue Los Piratas del Lord Clive
Página 223
sorprendido por juramentos, risas, y el impacto resultante de un chicote cuando un ayudante del contramaestre la emprendió con un tripulante adormecido. Sin embargo, concluyó que eso no era nada comparado con el estrépito aun mayor que realizaban setenta u ochenta hombres que salían como hormigas por las escotillas, todos con sus coyes enrollados bajo el brazo para estibarlos en la batayola. -¡Buenos días tenga usted, comandante! -John se sobresaltó al escuchar que alguien le hablaba a su espalda. Al volverse, vio que era el cocinero de la cámara de oficiales, a quién oía preguntarle-: -¿Qué le apetecerían para desayunar, señor capitán? -¡Ah! ¿Es usted? -exclamó John ya repuesto- Muy bien, por cierto, se lo agradezco -agregó. -A fe mía, -insistió el cocinero-, ¿quién sabe hoy le caen bien unos huevos con tocino, un buen filete, o quizás una chuleta, junto el desayuno? -Que sea -le respondió irreflexivo - Ya están llamando la tripulación para desayunar -indicó John sin darle importancia-. Dese prisa con el tocino y los huevos -le ordenó al cocinero. -¡Y con el café! -añadió cuando el hombre ya se retiraba-. Estoy muerto de hambre.
Los Piratas del Lord Clive
Página 224
Minutos después de alimentarse y beber su café, John se dirigió a la toldilla y, sin mediar palabras, le avisó al oficial de cubierta: -Vamos pasar revista a la tripulación, por favor, señor Hugges. -¡Señor Lynch! -Notificó Robert Hugges-. ¡Todos a pasar revista! Como suele ocurrir en toda cadena de comando, el hombre pasó la orden adelante y sus ayudantes bajaron corriendo mientras gritaban: -¡Todos a cubierta! ¡Todos a cubierta! Casi que inmediatamente, la cubierta del Lord Clive se llenó de gente y, cuando Timothy Lynch halló que estaban todos ocupando sus lugares, comunicó con voz firme y descubriéndose la cabeza: -Todos preparados para revista, señor. Cuando usted quiera. -Muy bien, señor Lynch -le respondió John-. Adelante -expresó a seguir, para que el oficial continuase con los procedimientos y cumpliese con los cánones que el caso exigía. Luego comenzó la citación de los nombres de cada tripulante, que eran leídos en voz alta por el primer oficial directamente de un rol que le había sido entregue por el contador y venido directamente de manos del escribiente. Los Piratas del Lord Clive
Página 225
A seguir, se dio inicio a la lectura de la Ordenanzas, mientras la muchedumbre permanecía con una expresión que parecía entre devota y reverente al escuchar un recitado que mencionaba: “…para el mejor gobierno de las fuerzas navales de Su Majestad, de las cuales, bajo la providencia divina, depende la salud, seguridad y fortaleza de su reino, habiendo sido promulgadas
las
ordenanzas
por
Su
Excelentísima Majestad el Rey Jorge II de Gran Bretaña y Hannover, por y con el consejo espiritual y temporal y el consentimiento de los lores y comunes reunidos, hoy, en este parlamento, y por la autoridad de los mismos, que en y a partir del veinticinco de diciembre de mil setecientos cuarenta y nueve, se cumplirán y ejecutaran los artículos y órdenes que aparecen a continuación, tanto en la paz como en la guerra en la forma que a continuación se describe…” Pero las fisonomías de la los tripulantes no llegó a cambiar cuando oyeron mencionar: “…todos los oficiales, y todos cuantos, estando o perteneciendo a las naves y navíos de guerra de Su Majestad, siendo culpables de blasfemias, Los Piratas del Lord Clive
Página 226
insultos, maledicencia, embriagues, falta de aseo u otras acciones vergonzosas, recibirán el castigo que el consejo de guerra considere adecuado imponerles…”. Durante la recitación, la palabra muerte llegaba a figurar claramente en todos los artículos que iban siendo mencionados, aunque la misma muerte se insinuase en un tono conminatorio y levítico. Pero la tripulación ya estaba acostumbrada con ella y hasta sentía un hondo placer y les reconfortaba el espíritu. Una vez finalizada la elocuente ceremonia sobre cubierta, se dio procedimiento al cambio de guardia. El capitán, que lo observaba todo en silencio, de repente dijo: -Muy Bien. ¡Ice ya la señal de ejercicio con cuatro cañonazos por sotavento, señor Hugges! Me indique así que tenga respuesta del capitán del Ambuscade. -¡Si, señor! -contestó el oficial. Pero antes que pudiese repasar la orden, fue advertido por la voz de MacNamara que completaba su orden anterior. -Así que tengamos su confirmación, quiero que icen la carbonera y la trinquetilla, y tan pronto como vea que los hombres lo hayan realizado, largue las sobrejuanetes, señor Hugges, y encárguese de que el velero y sus ayudantes se pongan de inmediato a trabajar en la vela
Los Piratas del Lord Clive
Página 227
cuadra mayor… ¡Todos a trabajar! No quiero ver a nadie holgazaneando -avisó con entonación enérgica. Cuando John concluyó que sus órdenes estaban siendo cumplidas, volvió a su cabina con el escribiente a su lado, y ante ellos, sobre la mesa estaban esparcidos, además del rol del “Lord Clive”, el libro de gastos generales, el de descripciones y distintas otras listas habituales. A seguir dio la vuelta a la mesa para ponerse a escribir y, al momento de sentarse, el barco dio un bandazo caprichoso por sotavento cuando había recibido de lleno el aumento de la brisa, lo que llevó al capitán a advertir: -Cuidado con ese frasco, señor Jeff. Será mejor que lo tape y sostenga la pluma en la mano. -¡Sí, señor! Estaré atento -le respondió el joven con el rostro avergonzado. Pensó que podía ser penalizado severamente, si su desliz llegaba a causar estragos sobre los documentos del comandante. Aun sentado frente a su mesa, a John le parecía que el grupo de marineros era un poco apático y algo indolente, si comparado con los otros que ya había gobernado antes; pero se sintió satisfecho, ya que algunos progresos eran visibles. Ahora todos iban vestidos con la misma ropa blanca y limpia, lo que les daba una apariencia bastante
Los Piratas del Lord Clive
Página 228
uniforme, todos tomaban baño y, por lo menos, la comida aún estaba siendo adecuada. No les faltaba nada. Pero mismo así, se sentía preocupado, pues en el rol constaba que cinco de sus marineros eran hombres que habían sido reclutados en los condados del interior de Inglaterra, y que fueron enviados para el alistamiento por los propios municipios. Igualmente, había otros ocho que eran indisciplinados achispados de largo tiempo, y que había terminado por ser detenidos en Liverpool por haber provocado trifulcas y riñas en tabernas y prostíbulos, a los que se les había dado a elegir entre las húmedas celdas de una cárcel, o embarcarse incontinenti en algún navío, por lo que eligieron esta última opción. También estaba registrado que había bastantes padres solteros que huían de la policía, y un otro tanto de muertos de hambre, además de un loco pacífico. -¡Excelente! -dijo el capitán al revisar el rol-. Ya les enseñaré a todos con cuanto paño se hace una camisa de once varas. Empero, a la hora marcada, John alcanzó a dar oídos al característico sonido del redoblar del tambor. Eso lo hizo alejarse del justiprecio que estaba descubriendo de su tripulación; y desde la posición que se encontraba, alcanzó a ver a los hombres subir corriendo de una manera atropellada, cuando el ruido estridente de sus pisadas Los Piratas del Lord Clive
Página 229
sobre los tablones de la cubierta le hizo parecer más apremiante el redoble del tambor. Era un nuevo llamado para ejercicios con cañón. Muchos de los tripulantes mantenían la expresión tranquila, puesto que ya era rutinario que aquella percusión significaba el rito de la llamada a ocupar sus puestos, e iban corriendo cada uno al cañón que se le había asignado de antemano, o hacia un grupo específico de cabos que ya conocían. Aunque ante tal proceder, a John le parecía que la actuación de la tripulación no era digna de elogio, pues más de una treintena de hombres aún tenían que ser empujados como borregos hacia donde debía ser su lugar. En aquel momento, el combés estaba tan abarrotado, tanto, que los marineros llegan a pisotearse y codearse unos a otros. Calculó que los preparativos se demoraron como diez minutos, y se entregó a mirar como la dotación hormigueaba por toda la cubierta superior y las cofas. John los observaba tranquilo junto al timonero, en cuanto escuchaba a Robert Hugges lanzar órdenes y resoluciones una
atrás
la
otra
mientras
los
oficiales
y
los
guardiamarinas se precipitaban a cumplirlas con energía, atentos a la mirada del capitán y conscientes de que su ansiedad no mejoraba en nada las cosas.
Los Piratas del Lord Clive
Página 230
John ya esperaba que hubiese un cierto desorden en lo oficiado, pero entendía que el mismo se reduciría en grado contrario de acuerdo con la repetición firme y constante de los ejercicios, cuando finalmente aquella máquina humana estaría totalmente bajo su control. -Creo que ya hemos logrado mejorar un poco el tiempo, señor capitán -manifestó el oficial de cubierta, anticipándose a un posible sermón. -Claro que sí, señor Hugges. Pero recuerde que el objetivo que debemos perseguir, es que cada hombre sepa exactamente para dónde debe dirigirse en caso de acción de guerra, o ante cualquier otra emergencia -respondió John sin apartar la vista del combés. -Por supuesto, señor. -concordó el oficial con el rostro sereno-. Sin embargo, juzgo que cada vez que realizamos el ejercicio de zafarrancho, los hombres van consiguiendo gravar mejor en sus mentes lo que se espera de ellos. -Concuerdo, señor Hugges, pues las cosas nunca saldrán bien en este navío, si es que ellos tienen que ponerse a pensar antes en lo que hacer después. -Le aseguro por la madre, mi capitán, que cuando hagamos la primera escala, todos estos hombres estarán más aceitados que bacalao en bandeja -estipuló Hugges con el cejo fruncido.
Los Piratas del Lord Clive
Página 231
John asintió con la cabeza sin llegar a emocionarse con la referencia. Sabía que aún faltaba bastante para que el pronóstico de su oficial se cumpliese. -En todo caso, las brigadas de artilleros ya están ocupando sus posiciones. ¿Las ve, capitán? Así como los infantes de marina al mando del sargento Rhode -agregó Hugges aprovechando el silencio de su superior. -Sí, es verdad. Por lo que puedo distinguir desde aquí, los marineros del castillo de proa ya ocupan sus lugares, así como imagino que también los del combés ya deban estar en sus puestos -le respondió John con acento satisfecho. -¿Quién ha dejado encargado de los cañones? -le interpeló a seguir. -Cómo puede corroborar, señor, ha sido colocado un adalid por cada cañón, y junto a él hay un artillero que se ocupará de limpiar y cebar el cañón. -¿Cómo ha formado a cada equipo? -sonsacó John, como si en realidad la preguntas que realizaba hiciesen parte del mismo ejercicio. -Puede notar por sí, señor, que hay un sirviente y otro con un cinturón y alfanje que pertenecen al destacamento de abordaje; como también un velero, que dejará el cañón si, por ejemplo, tenemos que cambiar las vergas durante una acción de guerra; además, hay de un bombero con el Los Piratas del Lord Clive
Página 232
cubo preparado por si es necesario apagar cualquier fuego que se produzca. -Correcto, señor Hugges. No podemos dejar nada a cuenta del azar -pronunció John, aprobando las medidas. Mientras iban repiqueteando los cañonazos de manera reiterada y constante, el alcázar se fue llenando de gente. Allí estaba el segundo oficial Lynch ocupándose del gobierno de la nave, el timonero aferrado firmemente con las dos manos al timón con tanta solidez, que los nudillos se le habían puesto blancos, pues cada vez que retumbaba un estampido, rebajaba la cabeza y la metía entre los hombros para achicar el susto; además, estaban el sargento de infantería con su grupo de armas ligeras; el señalero, parte de la guardia de popa, los astilleros, así como Morris, el ayudante del segundo oficial y otros, aparte de John, que se paseaba de un lado a otro de manera altiva, mientras sentía que en su nuca varios pares de ojos absortos le seguían sus pasos. Para cada cañón había sido dispuesta una brigada de cuatro hombres y un marinero o grumete, que era quien traía la pólvora de la santabárbara, además de todos aquellos sujetos que debían maniobrar y hacer fuerza con el instrumento. Cada grupo estaba a cargo de un guardiamarina o de un oficial que era el responsable por instruir a la brigada. Los Piratas del Lord Clive
Página 233
Los brigadistas que estaban localizados en la popa, muy cerca de donde se encontraba John, parecían estar con alguna deficiencia en sus labores, lo que llevó al inquieto capitán a mencionar de manera estridente: -¡Señor Rhode! ¡Dígame! ¿Dónde diablos está el cuerno de la pólvora de ese cañón? -No lo sé, señor -balbuceó el sargento de infantería, bastante sonrojado. -¿Cómo que no lo sabe? -Todo indica que se ha extraviado -agregó el oficial ya con el rostro del color de un tomate. -¡Sargento de artillería! Mande pedir otro urgente. -¡Sí, señor! Ordenaré que mi ayudante lo haga de inmediato -respondió el hombre. -No. Por ahora no, sargento -corrigió John, mirando a lo largo del combés-. Mejor que hagamos un descanso. Tengo la impresión de que los hombres están exhaustos. Ya hemos preparado y tirado diez veces. Desde luego, se habían pasado largas horas entrenado para preparar todos los pasos hasta el punto de hacer desembuchar las pieza artillera, además de haber disparado una decena de veces descargas completas y todos a la vez en seguidilla, y en muy pocas ocasiones habían disparado de forma aislada. Por tanto, John dedujo que era presumible que la tripulación estuviese cansada. Los Piratas del Lord Clive
Página 234
-Muy bien, señores -dijo a seguir en voz alta-. Descansar por una hora. Luego reiniciaremos. -¡Señor Hugges! Tenga la amabilidad de ir hasta la cabina y me llame al escribiente -anunció a seguir con voz mansa. -Quiero que él me traiga la lista con las anotaciones agregó ahora con énfasis. -¿Qué lista, señor? -llegó a indagar el oficial de cubierta, sorprendido con la mención del capitán. -La que le ordené a mi escribiente que realizase sentado junto al reloj de mesa, anotando el tiempo exacto que se pasó entre descarga y descarga de cada cañón. Pronto verá usted que, en poder de tales informaciones, seremos capaces de corregir a los grupos más lentos -le advirtió John sonriendo. -Sí, capitán -asintió Hugges sobrecogido, ya que no esperaba por la ingeniosidad de su superior. De cualquier manera, John tenía la ligera impresión que todos habían sido bastante lentos, aunque mantenía una expresión satisfecha pues entendía que toda la práctica, no obstante pareciese ser algo inútil y artificial, era lo que en realidad proporcionaría a la dotación de su barco un profundo conocimiento de la situación vital que representaban los cañones en el momento de la reyerta.
Los Piratas del Lord Clive
Página 235
-Deje que sus propios ojos determinen en dónde y en cuales brigadas será necesario que concentremos nuestros esfuerzos en un futuro, señor Hugges -manifestó John ya en poder del rol con la descripción de los tiempos de cada grupo. -Perfecto, señor capitán. Concuerdo que si en un principio pasamos a coordinar todos nuestros esfuerzos y sentido en el adiestramiento de las baterías más lentas, muy pronto tendremos una mejor eficiencia de todos los grupos -le respondió Hugges al concordar con la medida recomendada. Mismo estando al corriente que al actuar bajo las balas enemigas, cada hombre reaccionaría con diferente arrojo. -Ese será nuestro próximo objetivo, señor Hugges determinó John, a la vez que golpeaba con el dedo indicador sobre las hojas donde estaban escritas las informaciones que para él, parecían ser transcendentales para la sobrevivencia futura. -¡Óptimo! Providenciaré que a partir de ahora -se anticipó a decir el oficial-, sean utilizadas las mañanas para realizar un ejercicio general, y destinar las tardes para concentrarnos en aquellos más grupos más torpes… -Y algunas varias noches también -le corrigió John sin permitirle terminar la sentencia. -¿A la noche también, señor? Los Piratas del Lord Clive
Página 236
-Por supuesto, señor Hugges. Bien sabe usted que tanto el destino como el enemigo no escogen hora para atacar. -Es verdad, mi capitán. Esta pasará a ser nuestra rutina hasta que se indique lo contrario. -En todo caso, la mayoría de las veces iremos hasta el amago. O sea, que se llegue hasta el punto de disparar las descargas, dando énfasis principalmente en buscar colocar cuidadosamente los cañones en las puertas a un ritmo más alígero. -Entiendo su propósito, pero tenga en cuenta que aún tenemos un buen estoque de pólvora de grano fino, señor comunicó el oficial con el rostro ensombrecido. -Sí, pero esa es para el cebo, señor Hugges -corrigió John-. En todo caso, juzgo que no tenemos mucha de grano blanco largo. Así que tendremos que ser más comedido, pues esa pólvora recuperada que nos han dado, es de potencia dudosa, y al final de cuentas, considero que nadie ha de querer que haya accidentes con la tripulación determinó el capitán taxativamente. -Por supuesto, señor. Nadie quiere que nuestro barco salga dañado por algún impróvido acto, y mucho menos perder algún hombre -concordó el oficial balanceando la cabeza. Sabía de muchas historias ocurridas en barcos de guerra, donde esos descuidos habían sido terribles. Los Piratas del Lord Clive
Página 237
-Así y todo, con los cuidados necesarios, creo que podemos hacer dos descargas por turno -concluyó John. A partir de ese día, parecía que todos los sucesos a bordo comenzaron a encausarse de mejor manera, y John pasó a sentirse más presuntuoso con el adiestramiento de su gente. Toda la oficialidad ya había asimilado mejor su temperamento y su índole, y comprendían lo que en realidad él esperaba de cada uno de ellos sin necesidad de tener que repetírselo a todo instante. En una oportunidad, aprovechando la calidez que la noche ecuatorial les proporcionaba, y ya que el viento silbaba en la tensa jarcia y se mantenía a dos grados de través permitiendo suavizar sólo un poco la elevada humedad del ambiente, John se acomodó en la toldilla para asistir a un nuevo ejercicio nocturno. Hasta ese momento, el silencio en el “Lord Clive” era absoluto. Entre la penumbra de la noche percibió que la brigada del cuarto cañón estaba formada y los hombres se pasaban ligeramente la lengua por los labios mojándolos con nerviosismo. Dicho cañón aún se encontraba en la posición normal de reposo, fuertemente retenido en su puerta, y trincado como si estuviese encarcelado. -¡Destrincar el cañón! -oyó que alguien ordenaban. Los artilleros desataron apresuradamente las trincas que lo sujetaban contra el costado del navío y cortaron la Los Piratas del Lord Clive
Página 238
filástica atortorada que servía para aguantar la retranca para mantenerlo más firme. De pronto el suave chirrido del carro cortó el silencio de la noche, indicando que el cañón estaba suelto. Dos hombres se apresuraron en aguantar las trincas laterales para que la pieza de artillería no rodase hacia el interior del combés antes de que fuese dada la próxima orden. -¡Nivelar el cañón! -anunció con cierto estrepito la misma voz anterior. El sirviente empujó con fuerza el espeque bajo la gruesa retranca de éste y lo levantó rápidamente, mientras el condestable metía debajo la cuña de madera hasta la mitad de la base a fin de colocar el cilindro es posición horizontal. -¡Quitar el tapabocas! -vociferó el mismo hombre. Fue la vez de la brigada dejar correr el cañón con rapidez. La retranca detuvo su recorrido interior cuando la boca ya estaba a un pie de la puerta. Inmediatamente, el velero quitó el tapabocas. -¡Sacar la boca por el portal! -fue la siguiente orden que resonó en la noche calurosa. Los hombres buscaron levantar el cañón rápidamente sujetándolo por las trincas laterales, empujando el carro con fuerza hacia el costado y adujando los cabos con esmero a la vez que iban haciendo pequeños círculos. Los Piratas del Lord Clive
Página 239
-¡Cebar el cañón! -ordenó a quien le cabía comandar el adiestramiento. El capitán de brigada empuñó la aguja de cebar, la introdujo en el fogón y perforó el cartucho de franela que había dentro. Luego agarró el cuerno y vertió la pólvora de grano fino en el fogón y en la cazoleta, apretándola cuidadosamente con el mango. El sirviente puso la palma de la mano por encima de los diminutos granos de pólvora para impedir que se la llevara el viento, y el bombero se colgó el cuerno de pólvora a la espalda. -¡Apunten! -ordenó aquella misma voz de barítono afinado, añadiendo-: ¡En esa misma posición! Para John, esa última orden impartida significaba que no se había añadido la complicación de los hombres tener que elevar el cañón o cambiar la dirección en la que apuntaba la boca de fuego para variar su alcance. Dos miembros de la brigada sostuvieron las trincas laterales y el sirviente se arrodilló apartando la cabeza para soplar con suavidad la mecha retardada que ardía sin llama. Mientras tanto, el grumete servidor de pólvora se mantenía a estribor con el siguiente cartucho en la cartuchera justamente detrás del cañón. El capitán de brigada sostenía la aguja de cebar protegiendo el sebo y se inclinó sobre el cañón mirando fijamente por encima del cilindro. Los Piratas del Lord Clive
Página 240
-¡Fuego! -se oyó gritar con entusiasmo. Al oír la orden, el capitán de brigada recibió la mecha retardada y con ella rozó con firmeza el cebo. De repente hubo un silbido y un fogonazo que no llegaron a durar más que una milésima de segundo, y el cañón se disparó con una detonación fuerte resultante de una explosión de más de una libra de pólvora fuertemente atacada en un espacio reducido. Manteniendo los ojos entrecerrados, John alcanzó a imaginar la escena: una llamarada roja en medio del humo, fragmentos de tacos soltando por el aire, el retroceso del cañón bajo el cuerpo arqueado del capitán y los demás miembro de la brigada, que alcanzaría a desplazarse a una distancia de ocho pies tras disparase el vibrante sonido de la retranca al retener el retroceso; y todo eso ocurriendo casi al mismo tiempo. Pero antes que hubiera acabado de repasar mentalmente el simulado teatro de acción, escuchó la orden siguiente: -¡Taponar el fogón! John abrió los ojos a tiempo de observar la trayectoria de la bala, mientras la nube de humo blanco se desplazaba a sotavento. En ese momento pensó para sí: que aroma delicioso, y se quedó mirando un penacho de metralla a cuatrocientas yardas a barlovento, bien en medio de la trapisonda, y luego otro, y otro, en las últimas cincuenta Los Piratas del Lord Clive
Página 241
yardas antes de hundirse. Era como si hubiese estado jugando a cabrillas. Al unísono, el capitán de brigada había introducido la aguja de cebar en el fogón y la brigada buscó fijar la trinca trasera para sujetar el cañón firmemente y evitar que rodara. -¡Limpiar el cañón! -fue la siguiente orden que se impartió al equipo en adiestramiento. El sirviente metió rápidamente el escobillón en el cubo del bombero, pasó la cabeza por el angosto espacio que había entre la boca y el costado, sacó la manilla de la puerta e introdujo es escobillón en el cuerpo interno del cañón. Le dio varias vueltas y lo sacó todo obscurecido y con un pedazo quemado. -¡Cargar con el cartucho! -gritaron a seguir. El grumete servidor de pólvora ya tenía preparado el cartucho de tela, y su compañero lo colocó atascándolo con fuerza. Entonces, el capitán de brigada, introduciendo la aguja de cebar en el fogón para comprobar cuándo llegaba abajo, gritó: -¡Colocado! -¡Disparen! -vociferó secamente quien comandaba la instrucción. La bala estaba en la eslinga a punto de ser entregada, junto con el taco de su estopilla. La colocaron con el Los Piratas del Lord Clive
Página 242
cartucho, sobre el cual estaba atacado el taco, y todos oyeron una sucesión de órdenes con el mismo intervalo de antes: -¡Sacar la boca por la puerta!... ¡Cebar!... ¡Apunten!... ¡Fuego!... Mientras iban cumpliendo automáticamente cada una de las órdenes, los hombres también se escupían las manos para facilitar el manoseo de las herramientas, mientras algunos llegaron a atarse unos pañuelos en la cabeza para protegerse de los fogonazos y el ruido ensordecedor. -¡Silencio!... ¡Destrincar el cañón!... ¡Nivelar el cañón!... ¡Quitar el tapabocas!... ¡Sacar la boca por la puerta!... -fueron las órdenes que siguieron resonado en la noche del meridiano caluroso por donde navegaban. A medida que fueron disparando un tiro tras otro, fue disminuyendo la melancolía de John a punto de quedarse satisfecho con lo que veía. -Un poco más de dos minutos y medio entre un tiro y otro -calculó estoico. -En realidad, este grupo ha alcanzado un ritmo medio de disparo -se dijo para sí-. Ya es hora que me retire a dormir -murmuró sin que nadie lo escuchara. Durante el resto del viaje, John buscó mantener el ritmo de ensayos en una cadencia similar. Ejercicio para toda la tripulación durante las mañanas y en noches Los Piratas del Lord Clive
Página 243
alternadas, y de manera selectiva para todos aquellos grupos que no dominaban su trabajo, o que los vencían los tiempos y acababan por perjudicar a sus compañeros. A la mañana siguiente, por las coordenadas que estaban dibujadas en el mapa del contramaestre, podía percibir que muy pronto estarían aproximándose de las costas brasileñas y de su destino intermediario. No en tanto, comprendía que mismo sintiéndose feliz, nuevas preocupaciones reclamaban por su discernimiento.
Los Piratas del Lord Clive
Página 244
Las Incertidumbres del Conde
Hacía muy pocos años que a D. António Gomes Freire de Andrade le habían otorgado el honroso título de primer conde de Bobadela, un nombramiento que le fuera otorgado a través de una carta que el rey portugués le enviara a Brasil el día 20 de diciembre de 1758. Pero entendía que los sucesos que se avecinaban en el segundo semestre de 1762, era algo que lo tenía a mal traer. No obstante, pensaba que la principal causa de su fastidio tenía origen en el cansancio que los años le otorgan gratuitamente a todos los septuagenarios. Entonces meneó la cabeza y se entregó a meditar. Y así, mientras aguardaba por la llegada de nuevas noticias de su tierra madre, se puso a recordar que ya había sido un mozo hidalgo con ejercicio, y luego acrecentado a hidalgo escudero del Consejo del rey João V, y hasta del mismo rey José I de Portugal. Pero por entonces cavilaba que, salvo algún problema menor en todos esos años a servicio de la corona, se estaba desempeñando a contento como gobernador y capitán-general de Rio de Janeiro, cargo que ya ocupaba hacía casi treinta años a partir de 1733. Los Piratas del Lord Clive
Página 245
O por lo menos así lo entendía él, por causa del contenido de las correspondencias recibidas que le legaban en cada navío, y que le eran enviadas por las manos del primer ministro, Sebastião de Melo. De pronto su mente lo trasladó a su terruño, cuando aún en Portugal, de joven, había estudiado en el “Colegio das Artes” de la Universidad de Coímbra, período en el cual había decidido seguir los pasos de su padre y sentó plaza en el ejército, aprovechando la suerte que lo hizo progresar en la carrera militar durante la Guerra de Sucesión de España. Al fin de aquella época, ya contando con el comando superior al término de la campaña, posteriormente le habían concedido a su encargo otras importantes comisiones hasta que, en 1733 fuera finalmente nombrado Capitán-general de la Capitanía de Rio de Janeiro, tomando pose en el cargo en 26 de julio. Eso lo dejaba orgulloso, mientras presentía que más orgulloso aun debería estar su padre, don Bernardino, un militar valiente que había llegado a mestre-de-campo, pero que había muerto en 1716 cuando António tenía 30 años. No obstante, en momento posterior, Freire de Andrade había tenido la oportunidad de desempeñarse como Comisario y primer plenipotenciario de Portugal durante la realización de las conferencias realizadas sobre Los Piratas del Lord Clive
Página 246
los límites de la frontera de la parte meridional del Estado de Brasil con las colonias españolas de América del Sur, que por entonces alcanzaban desde Castilhos Grandes, al sur, hasta lo que se denominaba la desembocadura del río Jaurú, al noroeste, en la bacía del río Paraguay en el Estado de Mato Grosso. Fue bajo tal contexto que, lleno de orgullo y medallas, había llegado a ser el General de División del ejército portugués y después Comandante en Jefe de las tropas auxiliares de España y Portugal que se dirigieron a Rio Grande do Sul y al Uruguay, incluyendo Buenos Aires y Colonia del Sacramento, con la finalidad de subyugar a los indios rebeldes que estaban siendo instigados contra el dominio portugués y español, por parte de los jesuitas. Recordó que casi recién llegado a tierras extrañas y muy distintas a su país, en 1735 le habían concedido el encargo de administrar también las Minas Gerais, y en 1748,
al
haber
aumentado
considerablemente
las
poblaciones de Goiás, Cuiabá y Mato Grosso, lo habían incumbido de administrar las dos nuevas capitanías que se fundaron en Brasil; de tal modo que, habiendo sido enviado para ser gobernador de la Capitanía de Rio de Janeiro, ahora ya viejo terminaba por acumular bajo su comando los territorios de Minas Gerais, São Paulo, Mato
Los Piratas del Lord Clive
Página 247
Grosso, todo el sur de Brasil y la Cisplatina (donde hoy se localiza Uruguay). En todo caso, comprendió que la última década le había resultado ser bastante cansina, pues como resultado del Tratado de Madrid en 1750, y frente a los sucesos que ya hemos mencionado referentes a aquel periodo, es que António se había visto obligado a dislocarse para la región sur llevando junto a su sargento-mor José Fernandes Alpoim en 1752, para cumplir con empeño la orientación de la corona a fin de buscar delimitar de una vez por todas las fronteras con las colonias españolas. En esas idas y venidas del destino, al final terminaron por otorgarle el mando de todas las tropas luso-españolas, las que después de 3 años de combates consigue vencer a sus enemigo, los indios guaraníes que los padres jesuitas venían dirigiendo ocultamente durante la realización de la Guerra Guaranítica, y en la cual tuvo que luchar contra el famoso líder guaraní Sepé Tiaraju. Aquellas imágenes estaban claras en su retentiva, pues el grueso de la lucha se había desempeñado durante el mes de noviembre de 1754, cuando los indios guaraníes bajo el comando del cacique Nicolau Nhanguiru se habían apoderado en el Passo do Jacuí, de las canoas que pertenecían a los proveedores de mantenimientos de las tropas de Rio Grande de São Pedro. Las milicias de Los Piratas del Lord Clive
Página 248
Gomes Freire, comandadas por el Teniente Vasco Alpoim, al fin las recuperan, permitiendo que posteriormente, el 14 de noviembre, Gomes Freire firmase un acuerdo de tregua con los caciques de las Misiones de Uruguay, ganando un tiempo precioso para la acción que vendría después. Las tropas luso-españolas volvieron a atacar los indios guaraníes y, el 10 de febrero de 1756 termina por ocurrir la Batalla de Caaibaté, donde las fuerzas guaraníes son lideradas por el Cacique Nicolau Nhanguiru y por el aguerrido Sepé Tiaraju, en cuanto que las europeas eran dirigía Gomes Freire y el comandante español José de Antonaegui. En aquella batalla, Nhanguiru y cerca de 1.400 indios resultan muertos, siendo pocos los que habían sobrevivido. Empero, Gomes Freire ordenara que la tropa siguiese en frente, y el 10 de mayo los guaraníes acaban por ser expulsos del Arroio Chueibi. En todo caso, no podía negar su suerte, pues esos éxitos habían resultado en la posibilitad de distinguiese como un buen militar en dicha guerra y, gracias a sus servicios, el rey José I le había concedido en 1758 el título de Conde de Bobadela. Pero tal agasajo no le duró mucho tiempo ni tampoco le otorgó tranquilidad a su cansado espíritu, pues como ya alcanzamos a mencionar, después del Pacto de Familia, Los Piratas del Lord Clive
Página 249
cuando Portugal, que por entonces era neutral, termina por declarar guerra a España, y surge el hecho que acabaría por incitar al gobernador Pedro de Cevallos a tomarles la Colonia de Sacramento, la cual logró arrasar por nunca haber llegado socorros lusos desde Rio de Janeiro. Entregado a recordar esas viejas reminiscencias, y sin aun saber lo que ocurría en la cuenca del Plata, una voz que resonó en la habitación lo trajo de vuelta a la realidad. -¡Señor conde! Se avista en la entrada de la bahía a dos navíos ingleses -anunció su edecán al interrumpir educadamente las evocaciones de António. Sin duda, a él le gustaba que lo llamasen de conde. Era algo que a sus oídos sonaba mejor que su título de gobernador. Ya estaba finalizando la segunda semana de octubre, y la primavera en Rio de Janeiro se presentaba esplendida aunque algo calurosa durante el día. El sol salpicaba entre nubes claras las arenas doradas de las playas existentes alrededor de la bahía, y de cierta forma sus rayos fulguraban como espejo en las piedras de los morros que, como un cinturón, cercaban toda la ciudad. -¡Por favor! -solicitó el conde al advertir lo enunciado por su oficial-. Localice al teniente coronel Alpoin, e indíquele que necesito hablar con él de inmediato. -¡Ah! -pronunció a seguir-. Qué ya deje una escolta de sobre aviso, antes de venir. Los Piratas del Lord Clive
Página 250
-¡Sí, señor! Iré en su busca -respondió el edecán, mientras António se aproximaba a la ventana y oteaba curiosamente el horizonte. En su cabeza, que ya andaba llenas de recuerdos, le surgió aquella imagen de cuando había determinado la realización de las obras de la nueva “Casa dos Governadores” que había quedado pronta 1743, cuando se había inspirado en la apariencia del Paço da Ribeira, la residencia de los monarcas portugueses en Lisboa. La encontraba estupenda, pero en 1747 se le ocurrió mandar colocar un chafariz, el que fuera construido delante de la residencia definiendo el espacio como una plazoleta, teniendo al fondo el convento de los Carmelitas; a la izquierda, la Casa de los Gobernadores; y a la derecha, la Casa de los Teles. Un proyecto que había sido dispuesto por el ingeniero José Fernandes Pinto Alpoim, quien quiso aprovechar parte de las antiguas construcciones existentes en el sitio: los Almacenes Del Rey y la Casa de la Moneda, un conjunto de edificios que tenían fachadas homogéneas. -¿Solicitó mi presencia, señor? -pronunció el teniente haciendo sonar sus botas en un clásico saludo, y forjando a que el conde apartase su mirada del soleado estuario. -¡Sí, señor Alpoin! -confesó el gobernador con una ligera sonrisa-. Quiero que usted vaya personalmente a la Los Piratas del Lord Clive
Página 251
dársena para recibir a esos dos bajeles que vienen de Gran Bretaña. Si se aproxima hasta aquí, usted vera con sus propios ojos que ellos ya ponen proa hacia el ancladero -lo convidó el conde señalando la ventana. -Encantado poder de hacerlo, señor conde -le expresó Alpoin devolviéndole con las palabras una sonrisa poco expresiva, principalmente, porque sabía que dentro de las próximas semanas tendría un infatigable trabajo a cumplir. -Una vez que ellos pisen tierra, dele las bienvenidas en nombre de nuestro rey y del mío propio. Qué me disculpen por no poder ir en persona, pues gozo de un molesto ataque de reumatismo. Así que ruego que avise a su comandante que lo aguardo aquí mañana para un mitin, señor Alpoin -manifestó el conde abriendo de par en par los brazos, como si con su gesto quisiese abrazar de lejos a los recién llegados piratas ingleses. El conde António estaba alejado de la corte desde hacía muchos años, y las noticias que le llegaban desde el otro lado del Atlántico muchas veces no le permitían echar de ver las intrigas palacianas. En todo caso, a través de su experiencia, podía comprender perfectamente los motivos que llevaron a su país a ser aliado de los británicos, pero no alcanzaba a percibir por qué que estos habían mandado tan solo dos navíos para participar de una operación considerada de tamaña envergadura. Los Piratas del Lord Clive
Página 252
Menos aún, advertir porque hubo necesidad de contar con un montón de filibusteros y esconder la maniobra echando mano de los favores y dinero de la East India Company. En todo caso, mal sabía el conde que la estrategia que había sido montada por los gabinetes de guerra de ambas coronas, enfocaba hacia un teatro de guerra para otras zonas más ricas del continente. -¿Alguna orientación más, señor? -llegó a pronunciar el teniente apartando al gobernador de sus pensamientos adustos. -¡Oh! Sí… Sí -dijo éste al verse sorprendido. Se había olvidado por completo de él-. Quiero que después de recibirlos, -agregó de inmediato-, usted venga a tener una asamblea conmigo y algunos hombres que estarán a cargo de las preliminares, cuando entonces usted podrá donaros toda su apreciación sobre ellos -completó el conde echándole una guiñada cicatera. Luego que se quedó solo, el conde se entregó a meditar sobre quién debería ser el responsable de comandar y organizar toda aquella avanzada. ¿Su gente, o un extraño al cuál no conocía en lo más mínimo? -¿Qué otros hombres tendré? -pensó el gobernador, sabiendo que todos los prohombres más importantes con quien podía contar, ya se encontraban en aquella región.
Los Piratas del Lord Clive
Página 253
-¿Por dónde andará mi noble coronel Osorio? -se preguntó al recordar que tiempo antes había comisionado al coronel Tomás Luis Osorio para que defendiese los territorios del sur, y para que comenzase las obras de fortificación en varios parajes, en acorde con los planos que había idealizado el ingeniero Juan Gómez de Mello. -¿Será que Silva da Fonseca ha logrado reforzar las empalizadas para soportar cualquier intentona que se le ocurra realizar al excéntrico de Cevallos? -masticó entre dientes, ya que no había recibido informaciones desde hacía un par de meses. -¿Qué estarán haciendo ahora las fuerzas al mando del capitán Francisco Pinto Bandeira, que fueron asentadas en el Fuerte Jesús, María, de José de Río Pardo? ¿Qué será de todos ellos? -masticaba silenciosamente entre dientes-. Puede que el coronel Osorio no tenga necesitado echar manos de ellos para solucionar otros conflictos. Le avisé claramente que esa región es sumamente estratégica para nuestros intereses. -¿Y por dónde será que se encuentran todos aquellos aventureros paulistas que gobierna el recio capitán Miguel Pedroso Leites? -continuó a meditar haciendo un ligero balance de las fuerzas lusas que tenía en la región. -¡No faltaba más! -llegó a repudiar en voz alta-. Ahora ellos me mandan a estos bucaneros para que guarezcamos Los Piratas del Lord Clive
Página 254
aquel baluarte -alcanzó a pronunciar el conde en un siseo macilento, mientras cerraba los ojos. -Señor conde… ¿Lo interrumpo? -preguntó su edecán, pensando que el gobernador estuviese dormitando en su sillón. -No… Entre… ¡Por favor! -le respondió el cansado hombre ya pasándose las manos en el rostro para alejar el sueño. -¿Qué nuevas me trae? -agregó, buscando por alguna pista delatora en las facciones del hombre. -El teniente coronel Alpoin quiere verlo, señor. -¡Ah! Sí. Que entre… Que entre, así revisamos algunas pendencias -ordenó António con un ademán de mano. El conde se dirigió hacia la mesa y organizó algunos escritos y hojas de correspondencias leídas y por contestar. Cuando finalmente el oficial entró en la habitación, le indicó silenciosamente para que ocupara una silla que tenía a su frente. -¿Cómo está el capitán MacNamara? ¿Ha logrado hablar con él? -preguntó de inmediato mientras el oficial se sentaba. -Muy bien, señor. Tanto él, como el capitán William Roberts, -le respondió Alpoin exteriorizando una leve sonrisa-. Aunque en verdad, nosotros no hablamos por Los Piratas del Lord Clive
Página 255
mucho tiempo, ya que ellos se justificaron ante la necesidad de ultimar detalles pertinentes a su llegada a puerto. -Sí, sí. Comprendo. Pero me refería a la impresión que esos dos sajones causaron en usted, señor Alpoin. -En todo caso, le diré que como primera impresión, ha sido buena. Pero usted sabe muy bien, señor conde, que solo mediante un trato más social, familiar e íntimo que surge con el convivio, es que nosotros podremos descubrir lo que en verdad hay por detrás de sus máscaras. -Correctísimo, mi amigo… Correctísimo -asintió el conde mientras asimilaba la explicación de su oficial. -Pues bien, mañana sabremos otros detalles -comentó el conde, sin querer atenerse a más cuestiones sobre los visitantes-. Ahora quiero repasar junto con usted algunos asuntos que necesito finalizar antes de que nos reunamos con ellos -avisó de manera crítica mientras buscaba por un documento específico que se encontraba entre los papeles que tenía sobre la mesa. -Primero, necesito que usted averigüe hoy mismo, si la tripulación de la fragata Nossa Senhora da Gloria ya está embarcada o de sobre aviso, pues ellos deberán partir junto con estos bucaneros, así que le sean cargados en sus buques todos los suministros que necesitan.
Los Piratas del Lord Clive
Página 256
-Profeso que sí, señor. Por lo menos hace dos semanas que se ya encontraban a puestos y aguardando por su disposición -le respondió Alpoin, al momento que le extendía la mano para entregarle la correspondencia que había recibido de MacNamara. -Vienen de la corte -agregó conciso. -¡Gracias! Quizás estas misivas contengan nuevas orientaciones. Deme unos minutos para que las lea y me entere que es lo que ahora se les ocurre en Lisboa. Alpoin quiso aprovechar aquella pausa y dio algunos pasos para aproximarse de la ventana y observar la espléndida vista que tanto lo maravillaba. Prontamente lo sorprendió el bramido del conde: -¡Aja! ¡Que imaginativos que son por allá! Sólo me faltaba esto -protestó el conde bastante molesto-. Venga… Escuche lo qué que ellos nos recomiendan, señor Alpoin: “…para ser tenido entre los portugueses como de su propio Monarca [...] y también se le han dado las órdenes convenientes para que saque de Brasil las embarcaciones y tropas necesarias”. -¿Qué ocurre? ¿Qué será que nuestro ministro da Cunha Manuel está pensando? ¿Por acaso imagina que aquí es un maná de gentes y que poseemos una factoría de bateles? -refutó el gobernador con tono iracundo y con el rostro tomado por el bermellón de la ira. Los Piratas del Lord Clive
Página 257
-¿Malas noticias, señor? -Me temo que sean mucho más que malas, mi amigo. El gabinete del ministro ha tenido el tupé de orientarnos para que nosotros proporcionemos los medios y la gente para seguir adelante con esta la operación. -¿Eso dicen, señor? Entonces disculpe que le dé una opinión tan directa, pues creo que no hay nada preparado para reforzar nuestras fuerzas en la cuenca del Plata… Ni que forzásemos un reclutamiento. -Por supuesto que no, señor Alpoin, Pero bien sabe que tampoco podemos negarnos a cumplir las órdenes de Cunha Manuel, que las ha de recibir del primer ministro Melo, y que seguramente serán las mismas que las de nuestro rey. -¿Qué haremos, señor? -No sé. Necesito hablar con el capitán de puerto para ver cuantos otros navíos podemos concederles -expresó el conde casi a media voz, mientras buscaba concentrar su pensamiento-. Hasta puede que se encuentre en nuestras aguas algún navío de línea que pueda ser requisado. Además, tendremos que descubrir con que pertrechos y abastos los hemos de dotar a todos. -Alcanzo a comprenderlo, señor gobernador. Pero también se menciona que hay que dotarlos de tropas. Me califico a decirle que no tendremos tiempo de contratar, Los Piratas del Lord Clive
Página 258
habilitar y entrenar nuevas partidas -raciocinó el teniente con el rostro contraído en dudas. -Quizás sea necesario reiterarle que lo enviaré a usted mismo, señor Alpoin -concluyó el meditabundo António-. Ya ventilamos este asunto en otra oportunidad, y sabe que en estos momentos no disponemos de comandantes entrenados y al alcance de la mano. Hacerlos venir de otras plazas, demandaría mucho tiempo -se justificó aun pensativo. -¿Y en caso de ceder más algunos barcos, el comando de la flota, sobre quién recaerá? -investigó Alpoin, raciocinando sobre las dificultades futuras. -¿Ellos mismos no dicen que MacNamara es entre los portugueses como de su propio Monarca? Pues quien parió a Mateo, que lo embale -retrucó el conde de manera irada. -No creo que sea conveniente que juzgue tal parecer, señor, pero usted mismo acaba de mencionar que está dispuesto a enviarme en esa misión. Confieso que no esperaba ser designado en esa gestión -increpó el teniente, dudando si eso sería mejor o no para su carrera militar. -Como hombre de armas que es, señor Alpoin, deposito en usted toda mi confianza para que lidere a un grupo de soldados que, una vez desembarcados, deberán unirse a las fuerzas Silva da Fonseca, y posteriormente
Los Piratas del Lord Clive
Página 259
acoplarse a las del coronel Osorio -expuso el conde con voz pausada pero enérgica. -Sus palabras me halagan, señor. Buscaré estar a la altura de la confidencia que me otorga. -Sobre ello no tengo dudas, teniente, -asintió el conde con una mueca de agrado-, así que le aconsejo que reúna una tropa de 600 hombres, y los tenga preparados para la partida. -¡Sí, señor! ¿Algo más que requiera mi presencia? -Por ahora, no, mi amigo. Necesito enterarme primero de cuantos bajeles disponemos, antes de reunirnos mañana con los capitanes ingleses.
Los Piratas del Lord Clive
Página 260
Un Descanso Reparador
Durante la realización de las maniobras de tiro, el comandante del Lord Clive había ordenado que orzasen la nave siempre a la izquierda, cada vez que fuesen a disparar los cañones, pues con tal maniobra cuidaba de evitar el surgimiento de cualquier contingencia que los disparos pudiesen originar en la Ambuscade. Ahora ya se encontraban a muy pocos días de su llegada al destino inicial. Por tanto, John sentaba un espíritu más relajado, y en reiterados momentos se entretenía despreocupado con el cabecear tranquilo de su navío. Sin embargo, pronto sintió los efectos de la adrenalina tomar cuenta de sí. -¡Barco a la vista! -gritó el vigía del mástil. -¿Dónde? -inquirió John, buscando por su catalejo. -¡A estribor, señor! -le respondió el segundo oficial Timothy Lynch, mientras con el brazo extendido señalaba en dirección a la derecha, por encima del perfecto muro de coyes que estaban colocados en la batayola. -¡Ya lo veo! -gritó John siguiendo con la vista la dirección del dedo de Lynch. Por un instante se dedicó a observar incrédulo la embarcación que ahora aprecia Los Piratas del Lord Clive
Página 261
malamente dibujada en su catalejo. Tampoco pudo esconder aquella secreción húmeda que sus glándulas suprarrenales comenzaron a generar con el sobresalto. Esta ya había comenzado a ejercer una acción estimulante sobre su sistema nervioso al punto de haber originado un aumento en el ritmo y la fuerza del corazón. -¡Es una galera! Aunque no distingo su bandera notificó Hugges, el oficial de cubierta que ya se había aproximado a donde estaba el capitán John llevando su catalejo pegado al ojo derecho. -¡A las brazas! -el hombre gritó de rayano buscando con que la nave avanzase hacia delante- ¡Caña a babor!... ¡Acuartelar proa!... -se había puesto a ordenar de manera impulsiva antes que John mediase palabra. -¡Muévanse!... ¡Cargar la vela mayor! ¡Brigadas en posición a babor y estribor! ¡Infantería a proa y popa! salió gritando Lynch por el combés, cuando buscó agitar a la tripulación para que ocupase sus lugares y cumpliese con las disposiciones y se preparase para el topetazo. Al inicio, los movimientos fueron realizándose lentos, pero de pronto se convirtieron cada vez más alígeros y expeditivos, y al contar con el viento en las velas de proa agarrochadas, el Lord Clive cayó a sotavento. Unos momentos después tenía el viento de popa, y enseguida tomó el rumbo fijado. Los Piratas del Lord Clive
Página 262
Cuando John viro su rostro y miró por sobre el hombro, percibió que en la Ambuscade el capitán William Roberts imitaba sus movimientos. -¡Señor Hugges! Ice banderas para que la Ambuscade orce a barlovento y prepare zafarrancho para el encuentro. Hubo muchas carreras de un lado para el otro en las cubiertas de los dos navíos, y en el Lord Clive, Morris, Rhode y demás oficiales, hacían rugir sus gargantas a la vez que tocaban el silbato con furia para que la tripulación ocupase de una vez sus puestos. -¡Levanten las velas cuadras del mayor! ¡Alas al mastelero! ¡Preparen las cadenas y las defensas! -comenzó a ordenar John, aunque se dio cuenta que ya no tenía por qué decir lo que debería ser realizado al momento. Los ejercicios estaban dando resultado -pensó satisfecho. -¡Sí, sí, señor! -le respondió el contramaestre, que ya estaba subiendo a la arboladura acompañado de un ruido metálico, pues el hombre ya cargaba con las cadenas que evitarían que las vergas cayesen durante la acción. -Morris, suba al mástil con el catalejo y me diga lo que ve… ¡Señor Dilson!, muévase, no se olvide de mantener en raya a eses serviolas. Prometo que mañana lo cambiaré de puesto, si es que vive para contarlo -increpó John con otro oficial.
Los Piratas del Lord Clive
Página 263
-Señor carpintero, ¿ya tiene listos los tapabalazos? buscó indagar al observar que el hombre estaba parado. -¡Listos, sí, señor! -éste le respondió sonriendo, porque pensaba que lo suyo no era un gran problema. -¡Cubierta! -gritó Morris desde lo alto del tenso velamen-. ¡Cubierta! ¡Una galera holandesa! -¿Se ve algo más a barlovento? -le preguntó John. -Nada, señor. -Entonces baje, señor Morris -le ordenó el capitán, al advertir que se trataba de navíos aliados. -Se dirige hacia el norte… Aunque navega contra el viento, da para ver que va derecho hacia el norte. -Está bien, ya es suficiente. Puede bajar a cubierta decretó John, satisfecho porque todo no había pasado de un ejercicio más para la tripulación. Luego a seguir, John pasó a asentir con la cabeza mientras miraba de arriba abajo las baterías. Sus ojos azules como el mar, ahora tenían un brillo especial, y en su rostro sonrosado y animado resplandecía una sonrisa. -Qué bueno, señor -comentó Hugges-, tuvimos suerte, ¿no le parece? Antes de responder, John lo observó con curiosidad, y advirtió que aquella extraordinaria animación de su oficial, igualmente se había apoderado de toda la tripulación. En
Los Piratas del Lord Clive
Página 264
realidad, le pareció que todos ellos tenían una extraña exaltación. -Me hubiese gustado verlos en acción -confesó John. -Sí, señor -le dijo a seguir-. No podíamos haber tenido una suerte mejor. Ahora, por favor, de la orden para virar dos grados a babor y reducir trapo. Mande izar banderas para que la Ambuscade retome su posición. -Sí, señor… -murmuró el oficial de cubierta. -¡Ah! Ordene que hoy se sirva una dosis extra de grog para todos. Se lo han ganado -agregó con satisfacción luego a seguir. -Señor Pirson, ¿ha anotado usted la hora? Nunca se olvide de que me tiene que anotar la hora exacta en que ocurren todas las cosas -observó John, ahora dirigiéndose a su escribiente. -Sí, señor. Así lo he hecho. Ya hacía dos meses que habían partido de Portugal, y el tiempo se había presentado bastante cálido durante toda la travesía oceánica. Sin contar más que con algún chubasco que otro que los había sorprendido durante la realización de ejercicios, o en las madrugadas tranquilas. Empero, como ahora ya que estaban apuntando sus proas en dirección de la bahía de Guanabara, nombre que le habían dado los franceses en 1557 a aquella riada, a John
Los Piratas del Lord Clive
Página 265
le pareció que todo no era más que una señal de buen augurio para su encomienda. Le encantó ver que la primavera en Rio de Janeiro también se mostraba esplendida, no obstante el clima se presentase algo caluroso. Aquella mañana el sol se veía ofuscado por algunas nubes claras, pero eso no le impedía que sus rayos alcanzasen las arenas doradas de las playas a la vez que resplandecían en las piedras de los morros como si estos fueran un espejo mágico. Una vez que echaron ancla, el capitán ordenó que bajasen un bote, pero se dio cuenta que había más jaleo a bordo de que antes. Más de lo normal que la disciplina que había impuesto lo permitía; lo que de rayano lo llevó a pensar que, en su ausencia, muchos ya estarían pensando en emborracharse. -Voy a desembarcar, señor Hugges. Cuando regrese, quiero que toda la cubierta tenga una apariencia distinta anunció John, estableciendo ordenanzas para de alguna manera lograr mantener a toda la tripulación ocupada y sobre vigilancia. -Así lo haremos, señor -le respondió el oficial, quien supuso saber cuáles eran las desconfianzas de su superior. Todavía tenía el rostro sonrojado cuando comenzó a bajar hacia el bote detrás del guardiamarina. Pero antes que los remadores pusiesen rumbo hacia la orilla, les pidió Los Piratas del Lord Clive
Página 266
para realizar una vuelta alrededor de su navío. Quería, antes que nada, observarlo desde todos los ángulos. -¡Buen día, señores! -los saludó el garboso teniente coronel Alpoin cuando la comitiva puso pie en tierra-. Usted debe ser el capitán MacNamara -llegó a pronunciar equivocadamente al dirigir la pregunta para quien estaba a su frente. -No, señor. El comandante John MacNamara, es él. Yo soy William Roberts, el capitán del Ambuscade. A sus órdenes -lo corrigió, mientras indicaba con la mano la silueta flaca y alta de John. -Le pido mil disculpas por tan vergonzoso engaño, señor MacNamara…, señor Roberts -le respondió Alpoin quitándose el sombrero e inclinando ligeramente la cabeza mientras dirigía su mirada a uno y otro de manera compungida. -Bienvenidos al Brasil -agregó con vos cordial para salir de su embarazo-. Les deseo una óptima estadía en nuestra ciudad. Aprovechen cuanto puedan las bellezas que Rio de Janeiro les ofrece, así como tengo el placer de comunicarles que nuestro gobernador, el señor conde de Bobadela, además de enviarles su respetuoso saludo, los recibirá mañana en su despacho. -¿Cómo dijo usted que se llamaba, señor? -preguntó John al atropellado teniente. Los Piratas del Lord Clive
Página 267
-Otra vez me siento obligo a pedirle disculpas, señor comandante. Soy el teniente coronel Vasco Fernandes Pinto Alpoin, del ejercito de Dragones de Su Majestad, nuestro Excelentísimo Rey de Portugal, Carlos II. -Pues bien, señor Alpoin -gesticuló John con voz educada-. Encantado de conocerlo, y aprovecho la ocasión para entregarle la correspondencia que le envían al señor gobernador Gomes Freire desde Portugal. Y tenga la amabilidad de comunicarle que, de acuerdo con su deseo, mañana estaremos en el palacio para presentarle nuestras credenciales y ultimar los detalles de nuestro viaje. -¡Muy bien, señores! ¿Han realizado un buen viaje? especuló Alpoin con una sonrisa cordial. -Fue más tranquila que agua de pozo -le respondió Roberts retribuyéndole la sonrisa. -¡Óptimo, me alegra que así sea! Entonces, si ustedes no requieren nada más urgente de mí, mañana les enviaré un carruaje a las 9:00 horas, para que recoja a ambos capitanes aquí mismo -anunció el oficial antes de retirarse y hacer la reverencia a los visitantes. -No, creo que no hay nada que intime por su prestatario auxilio, señor. El día a bordo requiere tan sólo por lo pertinente -enmendó John, estirando el brazo para estrechar la mano de Alpion.
Los Piratas del Lord Clive
Página 268
Al día siguiente, los capitanes se habían presentado en la Casa de los Gobernadores conforme les fuera solicitado y, después de las zalameras palabras intercambiadas entre todos, John estaba mudo. En aquella habitación, junto a la inmensa mesa, la cual estaba rodeada de colosales estanterías que abrigaban diversas colecciones de libros, una predilección del conde, el comandante se había detenido a observarlos como el gato que observa al ratón. Desde su silla, el capitán Roberts buscaba espiar las aguas de la bahía a través de las anchas ventanas mientras un escuadrón de la guardia del conde desfilaba haciendo sonar sus botas por el jardín, en cuanto John MacNamara les relataba a los presentes los pormenores del viaje. En cierto momento se sintió atrapado por una sugerencia del conde, que decía: -…Ustedes tendrán que hacer una ligera parada en la isla de Santa Catarina, que está situada a medio camino entre Río de Janeiro y el Río de la Plata. Pero no deben preocuparse, pues tal lugar está poderosamente fortificado con los castillos de Santa Cruz de Anhatomirim, São José da Ponta Grossa, Santo Antônio de Ratones y Nossa Senhora da Conceição de Araçatuba. Nadie se atreverá a interceptarlos. -Le advierto que esa escala no estaba prevista, señor gobernador -fundamentó John, al verse sorprendido por la Los Piratas del Lord Clive
Página 269
mención del conde-. Opino que, además de improductiva, no sea necesaria, pues el viaje ha de ser corto y ya llevamos suficientes abastecimientos, lo que no hará más que retrasarnos. -En todo caso -comenzó a aclarar el conde, -no sería por causa de provisiones o abastos, mi comandante amigo -corrigió de inmediato Gomes Freire, que le observaba detenido sus gestos-. No es más para que ustedes puedan acopiar un poco más de hombres. -¿No estaba previsto reclutarlos aquí, señor conde? inquirió John con la mirada sobrecogida. Él no estaba preparado para esas nuevas contingencias. -En verdad, aquí solo podré concederles unos 600 soldados, los que se embarcarán al mando de nuestro teniente coronel Alpoin -le respondió en tono de esclarecimiento, mientras dirigía su expiatoria mirada hacia su silencioso oficial. -En todo caso, entiendo que tal cifra corresponda a una dotación bastante importante, señor gobernador. Falta ver cuantos navíos usted aportará a esta misión -ponderó John, que fue meneando levemente la cabeza como queriendo acentuar su discordancia. Hombres y barcos nunca están demás -añadió con una sonrisa cordial. -He de suministrarle 9 barcos -asintió el conde de manera segura-. Uno de ellos será la fragata Nossa Los Piratas del Lord Clive
Página 270
Senhora da Gloria, equipada con 38 cañones. El restante, serán ocho bergantines de transporte. Eso es todo lo que disponemos en el momento. -Pues si es así, señor conde, juzgo que la tropa que nos otorga ahora, ya es suficiente de momento. Empero, advierto que si agregamos más tripulación en la referida isla, mismo que sean hombres de infantería, estaremos navegando con sobre carga. Lo que no es aconsejable ponderó John, ante la mirada atenta de los demás hombres. -Está bien, opino que eso ya lo veremos más adelante, mi comandante -asintió el conde, queriendo evitar perder su raciocinio-. Pues antes de continuar discutiendo lo qué es mejor de momento, me gustaría concederle algunas ponderaciones sobre el lugar a donde usted se dirige, señor MacNamara -preconizó el gobernador, quien ya conocía al dedillo la región. -¿Ha estado usted alguna vez en la cuenca del Plata, señor MacNamara? -le preguntó a seguir. -En verdad, no, señor -explicó John alzando una ceja. -¡Óptimo! Pues entonces, creo que este resume que tengo entre manos le ira a caer de perilla, pues debe considerar que el Río de la Plata es un estuario creado por el Río Paraná y el Río Uruguay, que forman sobre la costa atlántica de América del Sur una “muesca” triangular de 290 km. de largo. Y como tal, la cuenca combinada del Los Piratas del Lord Clive
Página 271
Río de la Plata y sus afluentes, llega a tener una superficie de aproximadamente 3.200.000 de km². -Es más o menos lo que yo me imaginaba al ver las cartas marinas, señor conde -concordó John asintiendo con la cabeza. -Pues bien, -ajustó el conde con igual movimiento de cabeza-. El río corre de noroeste a sureste y mide 48 km de ancho en el punto que se toma como origen, y que es llamado de “Paralelo de Punta Gorda”. Pero de acuerdo con el estudio que hemos realizado, su límite exterior está determinado por la línea imaginaria de 219 km que une Punta del Este, en la Banda Oriental, con Punta Rasa del Cabo San Antonio, en Argentina. En todo caso, puede considerarse la línea Punta Piedras-Montevideo como el límite exterior real a partir del cual predominan las aguas oceánicas. Por otro lado, los principales puertos en el ubicado, son Buenos Aires, en el sudoeste, y Montevideo, en el noreste, aunque ambos presenten dificultades de maleabilidad, mi amigo. -Convengo con usted, señor -murmuró el comandante, que hasta entonces buscaba gravar todos aquellos datos en su mente. -En todo caso, -continuó el conde- le diré que físicamente el Río de la Plata se divide en tres zonas geográficas a seguir: Los Piratas del Lord Clive
Página 272
• Una zona interior, desde Punta Gorda hasta la línea Colonia-La Plata, la que se caracteriza por un sustrato de arena fina, limo y arcilla. • Una zona media, desde esa línea hasta otra, Montevideo-Punta Piedras, donde se evidencia la influencia marina por una mayor importancia de las mareas. • Una zona exterior, desde esa segunda línea hasta el límite exterior, donde las aguas ya son salobres y mantienen una salinidad variada. -Sin duda, es un excelente y oportuno análisis, señor conde. Ciertamente sus datos nos han de servir de mucho alcanzó a ponderar John, que se sentía atrapado por la minucia del relato. -¡Gracias! Pero aún hay algunas otras identificaciones en cuanto a lo que hace referencia a las costas del río, ya que éstas presentan características muy diversas. Como por ejemplo: la costa uruguaya pertenece a la formación geológica del Macizo de Brasil, con costas altas y playas de arena bordeadas de dunas separadas por cabos rocosos. No obstante, sabemos que la costa argentina corresponde a la cuenca sedimentaria de la Pampa, que es formada por mesetas de limo que se alternan con planicies barrosas y pantanosas -le explicó el gobernador deslizando el dedo por sobre un mapa. Los Piratas del Lord Clive
Página 273
-Muy interesante. Confieso que ya he visto lugares así, pero en costas oceánicas -comentó John sin apartar los ojos de la carta geográfica. -De todos modos, he de avisarle que aquí, a cada año, ganan el estuario unos 57 millones de metros cúbicos de légamo, que son desechos provenientes de las provincias del norte de Argentina, del sur de Brasil, y el oeste de Uruguay, Paraguay, así como del sudeste de Bolivia. Por causa de ello, el cauce del río está dominado por la presencia de extensos bancos de baja profundidad que dificultan enormemente la navegación con embarcaciones de calado, lo que obliga a sus capitanes a tener que hacerlo siguiendo diversos canales naturales y artificiales, muchos de los cuales, en especial la ruta que comunica Buenos Aires con el Océano Atlántico, son objeto de constante peligro debido a la acumulación de los sedimentos que obstaculizan de un cierto modo la navegación. Los principales bancos son Ortiz, Arquímedes, Inglés y Rouen… -Imagino lo cuan peligroso debe resultar para gente sin práctica -comentó el capitán Roberts, paseando la mirada entre los hombres allí reunidos y antes que el conde completase su frase. -Sin duda alguna -concordó el gobernador, que se sentía satisfecho de poder compartir los estudios de la Los Piratas del Lord Clive
Página 274
cuenca, y de que algunas maneras estas informaciones sirviesen para evitar poner a peligro la misión. -El primer europeo que se atrevió a navegar sus aguas -continuó a explicar el conde-, fue Juan Díaz de Solís, en 1516, mientras intentaba hallar un pasaje desde el Océano Atlántico al Pacífico. Pero desembarcó junto a un grupo de hombres en costas de lo que hoy es nuestra Colonia del Sacramento, y resultó que estos luego fueron atacados por los indígenas. Se dice que probablemente eran guaraníes, aunque por mucho tiempo se ha adjudicado el hecho a integrantes de la tribu de los charrúas. -¿Trágico, no? -llegó a murmurar John, interesadísimo en captar todos los detalles posibles. -Cuentan que sobrevivió uno sólo de ellos, llamado Francisco del Puerto, un grumete de 14 años de edad agregó el conde sin inmutarse, pues estaba acostumbrado a interrupciones-. Dicen que su supervivencia se debió en función de que la cultura de tales indígenas prohibía matar mujeres, niños y ancianos. En todo caso, existen otras versiones que señalan a Américo Vespucio como el descubridor de estas heredades. -Juzgo que eso no importa mucho, pues aunque uno de ellos era español y el otro italiano, cualquier uno de los dos se dedicó con gran afinco y maestría a la estrategia de
Los Piratas del Lord Clive
Página 275
las exploraciones castellanas, señor conde. Me corrija si estoy equivocado -propuso John haciendo una mueca. -Usted está correcto, comandante -le afirmó el conde moviendo la cabeza en afirmación-. En todo caso, este pequeño punto del mapamundi ha sido espectador de una constante disputa entre las coronas lusas y españolas durante casi un siglo, y aunque no se comprenda lo que le afirmo, los roces en la región del Plata no terminaron con el último tratado, porque en realidad éste no se cumplió en su último extremo, dado que la Colonia terminó por transformarse en un centro comercial, agrícola y ganadero de importancia, con más de 1.000 habitantes que no respetaron los límites convenidos. -Bueno… Sí… Creo que ustedes se encargaron de que así fuera -balbuceara John, con miedo de melindrear la susceptibilidad del gobernador. -No lo niego. Nos pertenece desde el principio -afirmó el conde mirándolo con ojos pequeños-. Y esto se debe a que los colonos portugueses bajo el gobierno de Antônio Pedro Vasconcellos lograron avanzar aún más y ocuparon la península y el cerro de Montevideo, que queda bastantes kilómetros al este de Colonia, por lo que el entonces gobernador de Buenos Aires Bruno Mauricio de Zavala, terminó por recibir órdenes de su corona para impedir un nuevo asentamiento nuestro en la región. Así que, al año Los Piratas del Lord Clive
Página 276
siguiente, el comandante de Dragones de Buenos Aires, Alonso de la Vega, terminó por sitiar el cerro montevideano y logró expulsar a nuestros colonos portugueses, decidiéndose entonces la fundación española de la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo. -Su aula de historia no deja de ser interesante, señor. Pero si no se ofende, creo oportuno preguntarle si es tan lucrativa esta región, así como lo dicen. -Las cifras hablaban por sí solas, señor MacNamara. Para su ilustración, en 1761, la flota portuguesa entró en Lisboa con más de cuatro millones de cruzados de plata procedentes de Colonia, y ha de saber que el contrabando de productos ingleses por la región se muestra muy activo. -No estaba al tanto de tan impresionantes valores mencionó el sorprendido capitán, que ya se regocijaba íntimamente con el tamaño del botín que podría estar esperándolos. -Por otra parte -añadió el conde, que se dio cuenta del brillo codicioso en los ojos de MacNamara y su compinche-, he de decirle que la plaza se halla más fortificada que nunca, ya que ha quedado robustecida según los planos de nuestro ingeniero Sá y Faría. -Pero las órdenes indican que debemos dirigirnos a otra parte, así que no tiene mucha relevancia si Colonia es o no un fuerte inexpugnable. Los Piratas del Lord Clive
Página 277
-Es verdad, señor MacNamara. Pero así que ustedes lleguen al estuario, le recomiendo que primero pasen en la Colonia, recojan allí un práctico del río, y posteriormente desembarquen del otro lado, en la Ensenada de Barragán, por causa de su calado, y porque además ese punto aún no está muy bien protegido -encomendó Gomes Freire, apoyando su dedo arrugado sobre un punto específico del mapa que quedad sobre el lado occidental del río. -En todo caso, debo advertirlo que tengo instrucciones para no demorarme mucho en este puerto, señor conde anunció John cuando entendió que las informaciones de Bobadela eran suficientes como para encerrar ese asunto. -Pero juzgo que aún está pendiente la definición de quien será el comandante general de la flota una vez que zarpemos -mencionó sin alterar su tono de voz, aunque le interesaba mucho saber sobre quién recaería la dirección de la avanzada. -Recelo que será usted mismo, señor MacNamara. Y no se sorprenda con mi determinación, pues no veo mejor adalid para guiar esta acción, que alguien que ya cuenta con suficiente experiencia en conflictos marítimos. Nuestros hombres son más duchos en tierra, ya que la gente de mar, o está embarcada navegando por otros mares, o sirviendo en Portugal -declaró el conde con voz sumisa y halagadora. Los Piratas del Lord Clive
Página 278
-¡Gracias, señor! Haré valer la pena la confianza en mí depositada -le expresó John al sentirse satisfecho por ser él y no un desconocido, quién debería tomar las decisiones más apremiantes. Esa honrosa disposición le simplificaba enormemente las cosas, pensó. -Cuanto al tiempo de demora en estas aguas, señor MacNamara -completó el gobernador, que había juntado las manos uniendo las puntas de los dedos como si estuviese rezando-, le prometo que será el mínimo posible, pues tengo entendido que nuestro ataque debe estar concatenado con otras acciones que serán dirigidas a albos distantes españoles y franceses. -Es verdad, señor conde. Tengo sido orientado para que nuestro ataque se realice antes de fin de año, pues será simultáneo con los que nuestras fuerzas realizarán en La Habana y también Manila. -¿Y serán cuándo? -intentó averiguar uno de los presentes en la reunión. -Fechas exactas no tengo -respondió John meneando la cabeza-. Pero intuyo que si ya no ocurrieron, deben ser por estas fechas. Aunque ustedes sabrán que la lucha en tierras lusas entre los soldados de nuestra alianza y las fuerzas franco-hispanas, ya duraba algunos meses cuando nosotros llegamos a Lisboa y no había miras de encerrarse tan temprano. Los Piratas del Lord Clive
Página 279
-Me acabo de enterar por la correspondencia que usted nos hizo llegar. Le agradezco por haberlo hecho, señor MacNamara. Mucha gentileza de su parte -agradeció el conde, quien agregó: -Ahora, sobre la aplicación de un ataque conjunto, supongo ser una excelente estrategia, mi comandante, pues si con ellos se alcanza la buena dicha, a nosotros en particular eso nos vendrá de perilla, primeramente, por ganar en diligencia a los españoles, que son tardos para las decisiones, y después, porque entiendo que las fuerzas de Cevallos deberán estar divididas entre varios fondeaderos, sin poder resistir en ninguno de los puntos que serán atacados por nuestra expedición, que, como ya le mencioné, será reforzada con los elementos terrestres y acuáticos que disponemos en la Colonia del Sacramento.
Los Piratas del Lord Clive
Página 280
El Preludio de la Partida
Cuando finalizó la reunión, había quedado concretado que sería bajo el comando de MacNamara, que las fuerzas conjuntas anglo-lusas deberían atacar primero la plaza de Buenos Aires, y luego a seguir Montevideo, cuando las tropas terrestres lusitanas, tanto de Colonia, como las que estaban apostadas en la región sureña de Brasil, se encargarían de dar seguimiento al plan. Pero la partida de la flota debió demorarse más allá de lo deseado, por diferentes porqués. Primeramente, se requería el abastecimiento de los barcos con agua, víveres y provisiones, no sólo a los navíos ingleses, sino también a la fragata “Nossa Senhora da Gloria” y todas las otras ocho embarcaciones menores que por esa fecha aún no se encontraban todas atracadas en el puerto, lo que terminó por ocasionar el aplazamiento en una par de semanas más. Durante el ínterin, también fueron realizados algunos pequeños reparos necesarios en las estructuras del Lord Clive y la Ambuscade luego de llegados del viaje, lo que produjo, ante la ociosidad momentánea, que John le diese una corta tregua de asueto a su cansada marinería, ya que ellos se habían entregado a tan exhaustivas maniobras Los Piratas del Lord Clive
Página 281
durante cuatro meses a bordo. También encontró propicio pagarles los sueldos a la tripulación para que estos se divirtiesen en tierra, ya fuese en los burdeles o tabernas que existían en la proximidad del puerto. No en tanto, él estaba resuelto a visitar otros lugares, a compartir veladas y saraos con el gobernador y, por qué no, hasta visitar otras casas públicas de fino trato. -Christum Dominum Nostrum, Kyrie eleison… -se puso a tararear John mientras se afeitaba con cuidado las puntas rojizas y doradas de su barba que le brotaban que ni juncos en su piel rosada. -Christe eleison. No te vayas Catalina, y si te vas poco a poco, que me has costao treinta reales, “Per Christum Dominum Nostrum” -canturrió luego a seguir con ritmo juguetón en un inocente desahogo que, si fue inspirado por la irreverencia, no llegó a plasmarla. -Y el demonio, como es tan travieso, con el rabo tieso, apagó un farol, y salieron los curas cantando: “Dominus vobiscum” y “Christe eleisón”... No se puede afirmar que John fuera un hombre muy piadoso que digamos, sino más bien, que sus cantos eran una fórmula que utilizaba confiando en que no se cortaría el rostro mientras se rasuraba, pues, así como muchos otros papistas de entonces, era más dado a la blasfemia entre lo sacro y lo profano. Los Piratas del Lord Clive
Página 282
Sin embargo, la dificultad de afeitarse la región debajo de la nariz y sobre el labio, hizo con que se quedase callado durante un par de minutos. Pero cuando su labio superior ya estuvo limpio, ya no pudo volver a tomar el hilo de la melodía, y coreó: -“Verbum caro factum est” para que todos os salvéis. Y la Virgen le decía: Hijo de la vida mía, hijo mío ¿qué os haría?, que no tengo en que os echéis. “Verbum caro factum est”… -logró entonar de alguna forma. De cualquier manera, a John no le importaba canturriar lo que fuese, pues tenía la mente muy ocupada como para buscar por un otro tema escurridizo, puesto que en realidad, él estaba a punto de salir para una recepción en la casa del gobernador, un hombre del cual dependía su tranquilidad futura y, sobre todo, su reputación, su carrera y sus perspectivas de enriquecer a corto plazo. Luego a seguir se echó agua sobre el rostro, se secó y acarició con la mano la barbilla lisa y brillante. Salió de la cámara de oficiales y con un grito seco convocó a un infante de marina para que lo auxiliara: -¡Por favor! -le dijo cuándo el muchacho se aproximó¿podría usted cepillar mi casaquilla, joven? -¡Oh! Sí, señor. Se la traigo en cinco minutos confirmó el infante cuando ya se retiraba con la ropa de John colgada en el brazo. Los Piratas del Lord Clive
Página 283
Una vez llegado a la casa del gobernador, todos ya estaban reunidos en la sala de música, una estancia que a él le pareció ser amplia y elegante, mismo que algunas altas columnas cortasen aquí y allí el anchuroso aposento. De repente sus oídos fueron inundados con el sonido del Concierto nº 5 en Mi bemol mayor, “La tempesta di mare”, alcanzando a recordar que era una de las partes del “Il cimento dell'armonia e dell'invenzione”, el conjunto armónico de doce conciertos que habían sido escritos por Antonio Vivaldi casi cuatro décadas antes. -¿Qué le parece “La Tormenta en el Mar”, señor capitán? -llegó a preguntarle educadamente una simpática damisela que se le acercó por la derecha, al hacer mención a la melodía que estaba siendo ejecutada por unos músicos italianos que se encontraban apretujados contra la pared por una cuantiosa cantidad de sillas doradas pequeñas y redondas. -Si se refiere a una parte de “La terrible experiencia de la armonía y la invención”, mi encantadora joven, le confieso que me gusta más el Concierto nº 6, “Il piacere” le contestó John con una leve reverencia. -Sin duda, esa también es una obra bellísima que ha sido señalada con una palabra muy suspicaz, mi estimado capitán -le sugirió la dama, acompañando las palabras con una galanteadora sonrisa. Los Piratas del Lord Clive
Página 284
A seguir, una serie de preguntas y respuestas de ambos se prolongaron interminables haciendo dilatar el tiempo de la velada. Demás está decir que esa noche, la encantadora dama terminó por atrapar el interés del John, quien durante toda la recepción se entretuvo conversando, bailando y aspirando aquella fresca fragancia que emanaba de una delicada piel casi blanca. Se sentía fascinado por aquel par de ojos color del mar, los cachos dorados de pelo encaracolado que le bajaban en catarata hasta media espalda y, principalmente, por su voz suave y armoniosa; inclusive aún más cuando la veía reír haciendo crecer aquellos labios carnudos y rojos como la sangre que ya le hervía en las venas. Llegado cierto momento de la función, los músicos ya tocaban sus instrumentos con apasionada convicción al ver que ya se aproximaban del último crescendo, cuando entonces vendría la gran pausa y el profundo y liberador acorde final del “Cuarteto en do mayor” de Locatelli. Los dos estaban sentados y, al igual que algunos otros asistentes, seguían con igual entusiasmo la culminación de la melodía. John era tan largo de piernas, que el espacio entre asiento y asiento le quedaba pequeño. Esa noche vestía su mejor uniforme: casaca azul con solapas blancas, chaleco blanco, calzones y medias de capitán de la Armada Real inglesa que ya no representaba. Pero como Los Piratas del Lord Clive
Página 285
esas eran las mejores ropas que poseía, decidió usarlas igual. De repente, sin querer, se puso a marcar el compás con la mano, agitando de un lado a otro el blanquísimo puño de su camisa con botones dorados, mientras sus luminosos ojos azules sobre un rostro que en otros tiempos había sido blanco y sonrosado pero que ahora se veía bronceado por la salinidad del mar, miraban fijamente el arco del primer violín. De pronto se escuchó el agudo, la pausa y el acorde final; y con el acorde final John golpeó con firmeza su rodilla con el puño, y se apoyó hacia atrás en su silla, ocupándola por completo. Cuando cayó en sí sobre lo que había hecho, volvió el rostro y miró a la dama que lo acompañaba, cuando soltó un suspiró complacido junto con una sonrisa. Sintió el impulso de disculparse y expresó: -Me pareció ser una magnífica interpretación musical, madeimoselle, -llegó a articular educadamente, cuando pasmo notó que ella le dirigía una mirada dura y casi glacial sin perder la sonrisa, al momento que alcanzó a oír que le decía en un susurro: -Si realmente usted quiere marcar el compás, señor capitán, entonces permítame que le enseñe a no hacerlo a destiempo. Los Piratas del Lord Clive
Página 286
De inmediato, la expresión de John cambió de manera rápida desde placentera, amigable y comunicativa, a una fisonomía frustrada y hostil. De ninguna manera podía negar que hubiera estado marcando el compás, pero pensaba que lo había realizado con total precisión, aunque comprendía que aquello era algo que no debería hacerse bajo ninguna circunstancia. Su rostro se puso rojo, la miró fijamente a los ojos por un instante, e intentó decirle: -Creo que… -pero las primeras notas del movimiento lento de una nueva música terminaron por cortarlo en seco. El violoncelo ejecutó lánguidamente dos frases solo, y luego empezó el dialogo con la viola. John sólo prestaba atención en parte, pues su mente seguía fija en la bella dama que tenía a su lado. Pensó que era difícil querer descifrar su edad, pues ella tenía ese tipo de expresión que no llega a delatar nada en especial, sino que llevaba peluca. Pero después de rebanarse los sesos durante algún tiempo demorándose en otras reflexiones, casi toda su atención pasó a concentrarse en la música. Reconoció el fragmento de la partitura y siguió la ondulante melodía y sus encantadores arabescos hasta su conclusión lógica y satisfactoria, a la vez que avergonzado evitó mirar hacia donde ella estaba.
Los Piratas del Lord Clive
Página 287
Empero durante el minué siguiente, John no paró de marcar el compás con la cabeza, aunque no era consciente de ello; así que, al darse cuenta de que estaba dándose palmadas en la pierna y que una de las manos hacía amago de alzarse en el aire, decidió colocarla precipitadamente bajo su rodilla. Estaban ejecutando un minué sencillo, gracioso y agradable, pero curiosamente iba seguido de un último movimiento difícil y un tanto estridente. Era un motivo que parecía tratar de algo importante. Entonces la música fue disminuyendo de volumen hasta que sólo se escuchaba la monotonía llorosa de un violín y el continuo murmullo de los cuchicheos al fondo de la sala, que no habían cesado y amenazaban ahogar los acordes del violín. En eso, notó que al teniente coronel Alpoin, por algún motivo desconocido, se le había escapado una carcajada que trató de acallar de inmediato cuando otros convidados le dirigieron sus miradas enfadadas. No en tanto, el desliz perdió interés cuando el resto del cuarteto de instrumentos se unió al violín y todos interpretaron la pieza hasta el punto fuerte donde el tema aparecía de nuevo. John recapacitó que era esencial que los músicos se incorporaran al curso de la melodía en el momento justo, así como lo deberían hacer los integrantes de una batería de cañones, más que nada y este caso, para que el del violoncelo entrara con su necesaria contribución del pom, Los Piratas del Lord Clive
Página 288
pom-pom-pom, pom… O del pum, pum, pum de los disparos según su parangón. No en tanto, distraídamente, perdido en medio a esas reflexiones, John fue dejando hundir su barbilla en el pecho, y se le escapó un sonoro pom, pom-pom-pom, pom. Al unísono, recibió un fuerte codazo en el brazo que vino acompañado de un ¡Shhh! junto al oído, y se dio cuenta que tenía la mano alzada en el aire como si estuviese marcando el compás. Con el rostro abochornado, inclinó su cuerpo hacia la bella dama y balbuceó: -Mil disculpas, madeimoselle. No fue intencional, créame. A partir de aquel momento de su comportamiento inadecuado, bajó la mano, apretó los labios y mantuvo la mirada baja hasta que acabó la música. Cuando oyó el noble y melódico final, tuvo que reconocer que era una conclusión mucho más elaborada de lo que él había previsto anteriormente, y presto se levantó de su silla. Durante los aplausos y el alboroto general de la gente que se encargó de duplicar su mismo gesto, notó que la joven lo observaba con una mirada desafiante como si estuviera cargada de desaprobación. -Sepa disculpar mi mala compostura, madeimoselle buscó justificarse de inmediato al donarle una mirada benevolente-. Le confieso que la música me conmueve y, Los Piratas del Lord Clive
Página 289
teniendo que pasar como paso, tan largos periodos en altamar, la verdad es que no tengo como disfrutar de ella más a menudo -agregó todo sonrojado. -Me he dado cuenta, señor. Pero no pretenda explicar con disculpas su comportamiento -le dijo ella en tono de amonestación. -No hago mención de decirlo para disculparme. Es que toda mi vida he estudiado ese peculiar poder que tiene la música sobre las personas -ponderó John con frenesí-. Ella posee una fuerza propia que nadie puede negar. -Es verdad -le confirmó la joven con aquella voz apacible que tanto atrapaba su entusiasmo. -Dicen que ella es capaz de apaciguar las fieras enmendó sin dar tiempo a que John le respondiese-. O de hacer que el más sosegado de los hombres se lance a la lid -agregó dando una piscada de ojos. -Pues he de decirle que, mediante diversas pruebas que he realizado a lo largo de mi vida, al fin he logrado desentrañar el secreto de su poder -le afirmó John, que se sentía atrapado por la mirada firme y fascinante de la joven. -¡Oh! ¡Qué magnífico! -le respondió ella, quien quedó aturdida por las revelaciones que John le manifestaba. No sabía si lo que le contaba era verdad, o tan sólo teorías de un hombre solitario en el mar. Los Piratas del Lord Clive
Página 290
- ¿Dónde ha aprendido todo esto, capitán? Por lo que sé, usted ha sido hombre de mar su vida toda -ella le preguntó a seguir. -Pues debo decirle, madeimoselle, que me inicié a mí mismo -respondió John seguro de sí y con profunda calma. -No en tanto, por la entonación y el contenido de lo que ha expresado, señor capitán, parece querer esconder un tipo de secreto oscuro y peligroso que sólo conocen los iniciados. -¡Bueno! -expresó John dando un suspiro profundo-. Sé que existen sociedades secretas cuyos miembros dedican la vida a desvelar los misterios del universo, pero yo no formo parte de ninguna… Busco la verdad a mi manera -comentó de manera entusiasta. -¡Qué fascinador! -exclamó ella. Pero se contuvo de decir algo más, porque John ya estaba diciendo: -Desde hace algún tiempo, llegué a la conclusión de que la música tiene su propia lógica. Pero aunque se parezca un poco a la lógica matemática, logré percibir a tiempo que presenta algunas diferencias elementales. -No lo comprendo bien, señor capitán -ella asintió intrigada por lo que oía, mientras lo miraba a los ojos. -Pero si es así como usted lo menciona, asimismo debe saber que la música no se limita a comunicarse con
Los Piratas del Lord Clive
Página 291
nuestras mentes sino que, de hecho, cambia nuestro pensamiento de manera imperceptible -disertó a seguir. Durante unos segundos, que para John le parecieron ser minutos interminables, ellos no se hablaron en el momento, aunque ambos estuvieron muy pendientes uno del otro cuando notaron de repente la aproximación del conde de Bobadela, que venía a su encuentro con una ancha sonrisa tomando su regordete rostro. -Espero que nuestra velada de hoy le esté siendo placentera y a la altura de lo que usted esperaba, señor MacNamara -pronunció éste con tono optimista, a la vez que buscó estrecharle la mano. -Inolvidable, señor conde. ¡Inolvidable! -le respondió John con entusiasmo-. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto con tan buena compañía -agregó feliz e inclinando la cabeza en agradecimiento. -Para ser sincero, mi estimado comandante son mis deseos de que esta noche, nuestra querida Lily le esté aportando las ceremonias que usted se merece… ¿Sabía usted, que ella es hija del coronel Osorio? -le comentó el gobernador con apacible voz, al notar como el color del rubor iba pintando la epidermis de John y de la joven. Pero al presentir la situación de embarazo que había ocasionado su llegada y aún más sus palabras, el conde pensó subrepticiamente: -me imagino cuál no será su Los Piratas del Lord Clive
Página 292
color, si los atrapo en otro tipo de juegos. Y se rio sin más de su pensamiento tolondro. -En realidad, me sorprende su revelación, señor conde -alcanzó a explicar John, recomponiendo el semblante-. Tengo la impresión de que la bella Lily me ha querido esconder tras su belleza su propio nombre y el de su progenitor -terminó por exponer con disimulo mientras la miraba de reojo. -¡Oh! ¡Mil perdones! Le ruego que acepte mis sinceras disculpas, señor MacNamara -llegó a murmurar ella bajando la vista al suelo, más ruborizada que antes. -En todo caso -anunció el conde buscando saltear el embarazo-, comprenderá que nuestra intención sólo fue querer proporcionarle una grata velada antes de su partida. Creo que me han informado que todo está pronto -agregó mudando las facciones dejando su rostro más serio. -En verdad, señor, ya estamos ultimando los detalles y en un par de días seguramente nos haremos a la mar. Mañana mismo pretendo realizar una verificación general para ver lo que aún falta. -¿Se encontrará usted con mi padre, señor capitán? llegó a preguntar Lily al interrumpir espontáneamente la conversación de los dos hombres y un tanto avergonzada por su conducta anterior.
Los Piratas del Lord Clive
Página 293
-No lo creo, mi estimada joven -le respondió John haciendo un movimiento de cabeza, a la vez que notaba que su respuesta despertaba desánimo en la mirada de la joven dama. -En todo caso, -corrigió-, si lo que diré a seguir es capaz de dejarla más confortada, señorita Lily, puede qué en un futuro próximo nos encontraremos en algún punto de aquél vasto territorio -le participó a seguir, como si pretendiese reparar de alguna manera el disgusto. Mismo teniendo certeza de que el “futuro” mencionado, sería algo expectante de ocurrir. -¡Oh! ¡Gracias, señor capitán! Muy gentil de su pate. Entonces, si lo llega a ver, dígale a mi padre que siento mucha falta de él. Mientras mantenía el diálogo en un nivel sociable con Lily, John percibió que el conde comenzaba a platicar con otro de sus convidados que estaban por cerca. Pero se sorprendió aún más cuando se dio cuenta que estuviera mirando la noche a través de los grandes ventanales. Saturno se veía colgado del cielo por el sudeste, y por tanto halló que era mejor retirarse debido a lo avanzado de la hora. Al final de cuentas, la velada era algo pasajero y dentro de muy poco tiempo él tendría que retomar la rutina y enfrentar su desafío. -Soy agua de otro pozo -pensó con desánimo. Los Piratas del Lord Clive
Página 294
-¿Ya se marcha, señor capitán? Aún es temprano indagó la joven cuando John buscó despedirse de ella anunciando su retirada. -Le pido que no me llame de capitán, por favor -le solicitó John dando un respigo-. Quizás sea mejor que hasta nuestro próximo reencuentro, usted me llame tan sólo de… Parsifal -expresó jocosamente. -¿Qué motivos tendría yo, para llamarlo así? -Es que en mi tierra, la historia del grial resume los mitos e imágenes de varias culturas diferentes, tanto sea la celta teutónica como la francesa medieval. -No alcanzo a comprenderlo, señor… Parsifal -sonrió ella censurando el nombre original de John. -Como le mencioné, todo ellos no es más que un relato de descubrimiento, pérdida, lucha, compasión y redención, mi estimada Lily… ¿Qué mejor silogismo para ilustrar nuestro encentro? -le preguntó después de una leve pausa. -Tal vez yo deba corregirle, señor capitán. Creo que nos corresponde tener en cuenta que el grial ha sido interpretado de muy diversas formas, desde una imagen pagana de fertilidad, hasta un símbolo cristiano de redención espiritual. Pero por supuesto, el cirial es un símbolo profundo de la vida -le retrucó ella, mientras se
Los Piratas del Lord Clive
Página 295
abanicaba delicadamente dejando aparecer aquel par de ojos encantadores. -No me entienda mal, señorita Lily… Por favor corrigió John-. Cuando mencione el mito del grial, me refería a un Parsifal como siendo un joven en busca de un significado, aunque la búsqueda sea inconsciente y el descubrimiento le salga desastroso… ¿Cree usted que hay mejor tilde para mí? -Entonces, déjeme ver si lo que pienso está correcto, señor John -expresó Lily pensativa-. Supongo que su insinuación dice respeto a la misión que lleva entre manos, y que carga a su espalda una responsabilidad en la que muchos de mi país y del suyo han depositados incontables esperanzas. -Ciertamente que sí, pues siempre existe la dificultad de encontrar algo cuando no sabemos en realidad lo que estamos buscando. -¿Y usted aun no lo sabe, capitán? -¿A qué se refiere? -Más bien, a lo que usted está buscando. -En parte, Lily, en parte -alcanzó a balbucear John algo sonrojado-. Creo haber descubierto que sí, pero aun debo saltear un obstáculo muy importante en mi vida. Pero si lo logro de forma exitosa, algo por lo cual no tengo incertidumbres, mi vida ha de mudar vertiginosamente, y Los Piratas del Lord Clive
Página 296
mudará mucho más si logro ser recompensado con su amistad. -¡Oh! Gracias -llegó a exclamar sonrojada al creer que interpretaba la profundidad del sentimiento de John. -Mi amistad ya la tiene, capitán -le respondió a seguir escondiendo su sofoco detrás del abanico. -Pues le confieso, mi linda Lily, que mis pretensiones van más lejos que una simple amistad. Anhelo a mi retorno triunfal, tener tiempo suficiente para conquistar su afecto y su cariño, lo que sin dudas será una empresa difícil de lograr. Mucho más difícil de la que debo enfrentara ahora en tierras extrañas para mí. -Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién es el nigromante capaz de antever el futuro? Yo no soy una pitonisa y ni usted un adivino, mi estimado John -Lily le respondió sonriente, queriendo esconder de alguna forma sus emociones. -Sé que debo partir dentro de poco, pero no sin antes sentirme arrepentido de no haber tenido en este puerto tiempo suficiente para compartirlo junto a usted, Lily… Hizo una breve pausa, y por no obtener respuesta, decidió agregar: -Por aquí saben esconder muy bien sus tesoros, pero me hubiese encantado poder recorrer juntos la ciudad y sus hermosos parques… -insinuó John, que había cogido la mano de la damisela para depositar en ella un beso. Los Piratas del Lord Clive
Página 297
Ella no hizo cualquier gesto para retirarla, ni se sorprendió cuando John inclinó la cabeza para depositar en el dorso de su mano aquel delicado beso -Ciertamente tendremos tiempo a su retorno, capitán John -se anticipó ella, cortando las palabras que él le mencionaba melancólicamente. Finalmente, el soleado día 21 de noviembre la escuadra partía de Río de Janeiro hacia el estuario del Río de la Plata para atacar Buenos Aires y Montevideo. El capitán John ocupaba ahora su lugar bajo la toldilla. Estaba de pie observando la larga hilera de barcos que los seguía mientras contornaba el monte llamado de Pan de Azúcar, cuyo nombre en realidad deriva de “Paunh-acuqua”, que significa “la alta colina” en la lengua Tupi-guaraní usada por los indígenas Tamoios. Le encantaba ver aquel monumento de piedra que estaba situado en la boca de la bahía de Guanabara sobre una península que sobresale en el océano Atlántico, el que una vez contornado permitía a los barcos entrar de vez en las alborotadas aguas del Atlántico. Tenía una sonrisa afable estampada en el rostro y llevaba la mano derecha colocada dentro de la casaquilla. Entre sus dedos podía sentir como le acometía el alma la tonificante alegría que el sedoso pañuelo de Lily le proporcionaba. Los Piratas del Lord Clive
Página 298
Episodios Paralelos
No obstante la partida de aquella flota desde Río de Janeiro que era gobernada por el comandante MacNamara se hubiera demorado más de lo deseado por los plenipotenciarios ingleses, no sucedió lo mismo cuanto al resto de la estrategia inicial que fuera establecida por William Pitt y Thomas Penhalm-Holes, al momento de ambos determinar en los iniciales día de noviembre de 1761, -o sea, antes de declararle la guerra a España en enero del año siguiente-, la realización de un gran ofensiva continental contra las posiciones españolas y francesas buscando retallar el pacto de familia realizado por esos países en agosto de 1761. Por ende, cuando llegó el día de Thomas Penhalm cantarle las cuarenta a los hispanos, Lord Anson ya había hecho poner en movimiento a toda la fuerza militar, determinando para la realización del plan la concentración de todos los recursos disponibles bajo sus órdenes. No en tanto, la oportunidad de atacar la cuenca del Plata, -como ya vimos- surgió luego después que la rueda ya hubiese sido puesta en marcha, por lo que supuso ser una ambición de los plenipotenciarios sajones que este Los Piratas del Lord Clive
Página 299
episodio ocurriese conjuntamente con los otros. Lo que visto como un solo conjunto, hacía la estrategia perfecta. Efectivamente, puede decirse que el día en que los capitanes John MacNamara y William Roberts salieron de Portugal conduciendo el Lord Clive y el Ambuscade respectivamente, por esa misma fecha la Royal Navy británica se presentaba con una fortísima flota de guerra ante las orillas de la capital cubana, bastión que sólo cayó en sus manos después que fueran realizados durísimos combates.
La flota británica entrando en La Habana
Aquí es importante destacar, que uno de los aspectos que más influyeron en la derrota española, fue sin duda la ineficacia del gobernador español de La Habana, el cual, en vez de enviar su flota para fuera de la bahía dando allí batalla al enemigo, optó en prender fuego a algunas de las Los Piratas del Lord Clive
Página 300
naves a la entrada del estuario, buscando con ello evitar el ingreso de los barcos ingleses. Su equívoco resultó en un desliz fatal, pues permitió que los ingleses entraran en aquella bahía sin encontrar ninguna oposición marítima, ya que la mayoría de los barcos españoles habían quedado inutilizados. No en tanto, puede que la ineptitud se debiese a que el contingente ingles estaba formado nada menos que con 12.000 soldados, 17.000 marineros, 23 barcos de línea, 11 fragatas, 4 sloops, 3 bombardas, 1 cúter, y 160 otros tipos de transporte menores. Ese inmenso conjunto de fuerzas estaban siendo comandadas por el conde de Albemarle, George Pocock, y George Eliott. Empero, contrario a lo que se indicó anteriormente, no les resultó tan fácil así poner pie en tierra, ya que las tropas británicas necesitaron sacrificar a un gran número de hombres y disponer de otros recursos para poder ocupar la plaza. Primeramente, tuvieron que establecer un sitio muy prolongado frente al castillo del Morro, desde el cual los españoles conseguían poner en jaque a los invasores, y solo después de haber ocupado la colina que existía a su frente -la Cabaña, en donde posteriormente sería edificada la fortaleza homónima-, es que lograron abrir fuego de artillería y crear una brecha en las paredes del castillo, lo que permitió que finalmente la fortaleza cayera. Los Piratas del Lord Clive
Página 301
De igual modo, otro contratiempo resultó por causa del empecinamiento de algunos caudillos locales. Fue durante la defensa de la fortaleza, que obtuvo destaque el jefe español Luis Vicente de Velasco, quien se empeñó en defender bravamente el castillo hasta morir, al contrario de la pertinacia de otros líderes españoles, quienes huyeron hacia Jesús del Monte y hacia otras zonas más alejadas del combate. Asimismo, las fuerzas británicas necesitaron sacrificar otro gran número de hombres y recursos para hacer frente a los graves problemas que surgían por el constante hostigamiento de las milicias que eran formadas por los criollos, al mando del alcalde de la villa de Guanabacoa, Pepe Antonio, que usando principalmente armas blancas, logró protagonizar la primera carga al machete que se conoce en la historia de las guerras. Pero estas victorias de los criollos terminaron por generar celos en el frustrado gobernador español, que mandó retirar al alcalde del combate, enviándolo preso a la villa Jesús del Monte, donde murió de un infarto. El balance final de la investida presentó por el lado anglosajón 2.764 bajas entre muertos, heridos, prisioneros y descensos por fiebre amarilla, además de 3 barcos de línea perdidos; mientras que por el lado español resultó en la muerte de 3.000 por combate o por fiebre, 2.000 heridos Los Piratas del Lord Clive
Página 302
y enfermos, y 5.000 prisioneros. En cuanto toda su flota fue capturada. Paralelamente a este apremio, mientras los británicos se preparaban para luchar encarnizadamente a fin de tomar posesión de La Habana, una otra fuerza naval inglesa tomaba la iniciativa en aguas del caribe. Todo el plan había comenzado a ser urdido cuando William Lyttelton, el gobernador británico y comandante jefe de Jamaica, había propuesto al ministerio de guerra inglés aprovechar la oportunidad y realizar una expedición naval a Nicaragua. El objetivo era navegar hasta el lago Nicaragua y luego capturar de la ciudad de Granada. El conflicto se inició en fines de junio de 1762, durante la administración del gobernador interino de Nicaragua Melchor Vidal de Lorca y Villena, quien se vio instigado por la fuerza expedicionaria británica que era complementada por un grupo de indios Miskito, que atacaron las plantaciones de cacao en el valle de Matina. Al mes siguiente, estas mismas fuerzas allanaron muchos asentamientos defendidos en Nicaragua, incluyéndose Jinotega, Acoyapa, Lovigüisca, San Pedro de Lóvago, y la misión de Apompuá cerca de Juigalpa. A su paso, los invasores se ocuparon de quemar y saquear aldeas, así como capturaron algunos prisioneros españoles. No en tanto, muchas de las personas capturadas fueron vendidas Los Piratas del Lord Clive
Página 303
posteriormente como simples esclavos a los comerciantes británicos y transportados a Jamaica. La fuerza combinada inglés-miskito que se había dirigido hacia la Fortaleza de la Inmaculada Concepción en el río San Juan en julio, estaba compuesta por 2.000 hombres y más de medio centenar de barcos, mientras que los soldados de la fortaleza eran tan sólo alrededor de un centenar. Para empeorar la situación de los locales, los invasores habían comenzaron a amenazar la región en un momento en que el comandante español de la fortaleza, don José de Herrera y Sotomayor, caía gravemente enfermo y moría en consecuencia. Pero mientras John buscaba distraerse a bordo del Lord Clive realizando ejercicios de zafarrancho de guerra con sus reclutas piratas durante la travesía entre Portugal y Brasil, muy lejos de allí, otra frente de lucha comenzaba a desarrollarse buscando ocupar Manila para atiborrar de vez los deseos de Pitt, que desde las tribunas se encargaba ahora de inflar los ánimos de la población. Así fue que el 24 de septiembre, una flota compuesta de ocho buques de la línea, tres fragatas, y cuatro buques, además de una fuerza de 6.839 regulares compuesta de marinos e infantes de marina, empezó a poner proa hacia la Bahía de Manila desde Madrás. La expedición estaba encabezada por el Brigadier General William Draper y el Los Piratas del Lord Clive
Página 304
Vice-Almirante Samuel Cornish, los que tenían el claro objetivo capturar Manila, considerada “la mayor fortaleza española en el Pacífico occidental”.
Podría decirse inicialmente que la derrota española no llegó a ser sorprendente, ya que el anterior Gobernador General de Filipinas, Pedro Manuel de Arandia, había muerto en 1759, y su reemplazante, el brigadier Francisco de la Torre, aún no había llegado. Sin embargo, pretendiendo de laguna forma cubrir la vacante, la corona española había nombrado al arzobispo de Manila, Manuel Rojo del Río y Vieyra, como el Los Piratas del Lord Clive
Página 305
temporal vicegobernador. Lo que nos permite especular que la derrota se debió a que la guarnición de defensa fuera ordenada por el inhábil arzobispo, en lugar de que esta fuese determinada por un experto militar, por lo que se originó el cometimiento de muchos errores estratégicos por parte de las fuerzas españolas. Todo sucedió justamente cuando el Lord Clive y el Ambuscade navegaban con todas las velas echadas al viento pretendiendo alcanzar de vez la costa de Rio de Janeiro, mientras que en el océano Índico, la flota sajona llegaba el día 28 de septiembre a la costa de Manila, y entraba en su bahía el día 4 de octubre ya pronta para el ataque. No en tanto, el día 5, más precisamente durante la noche anterior a la caída de Intramuros, se reunieron los militares españoles que estaban sitiados en Manila y logran convencer al provisorio gobernador-arzobispo Rojo para que éste convocase un consejo de guerra. Por varias veces durante esa noche, el arzobispo quiso rendirse, pero acabó siendo obstaculizado por los testarudos militares españoles. Durante el día 5, por el fuego de la batería muy pesado que había sido realizado durante la jornada, fue que los británicos habían logrado violar con éxito las paredes del baluarte de San Diego, en donde se secó la zanja, se desmontaron los cañones de ese bastión y los dos Los Piratas del Lord Clive
Página 306
baluartes contiguos, San Andes y San Eugenio, y se prendió fuego a parte de la ciudad mientras intentaban aniquilar las fuerzas españolas que estaban protegidas por esas paredes. Pero durante la madrugada del 6, las fuerzas británicas volvieron a atacar las fortificaciones, ahora ya con poca resistencia. Durante el asedio, los militares españoles acabaron por perder tres oficiales, dos sargentos, 50 soldados de la línea, y 30 civiles de la milicia, además de muchos resultar heridos. Entre las milicias nativas había 300 muertos y 400 heridos. No en tanto, las fuerzas sitiadoras perdieron cerca de 1.000 hombres, de los cuales 16 eran oficiales, y la flota llegó a disparar más de 5.000 bombas y más de 20.000 balas sobre la ciudad. Sin embargo, una vez que Manila terminó por caer en manos de las tropas británicas, las iglesias y las oficinas públicas fueron saqueadas, así como los objetos de valor fueron tomados y, documentos históricos, como los registros de los padres Agustinos entre otros documentos oficiales resultaron pillados. Consta que hasta las placas de cobre del gran mapa del siglo XVIII de Murillo Velarde, de Filipinas, terminaron por ser robados junto con los pertrechos navales que estaban guardados en el astillero naval de Cavite.
Los Piratas del Lord Clive
Página 307
Igualmente fueron desvalijadas las pinturas que había en el Palacio del Gobernador General, un gran contenido de las iglesias de Intramuros, y las posesiones de la mayoría de las casas que pertenecían a los habitantes más ricos de la ciudad. Puede decirse que por medio de la violación, el homicidio y el vandalismo con el cual se arrasó con la ciudad, tan infame comportamiento en la Historia quedó conocido como “la Violación de Manila”. Para colmo, la oficialidad que comandaba las tropas británicas, pasó a exigir un rescate de cuatro millones de dólares del gobierno español, como una donación para detener el saqueo que sus huestes realizaba en la ciudad, algo con lo que el arzobispo Rojo habría concordado a fin de evitar una mayor destrucción. Un mes después de la llegada de los sajones, el 2 de noviembre, Dawsonne Drake, de la “British East India Company”, terminó por asumir oficialmente el cargo de gobernador británico de Manila, y fue asistido por un consejo de cuatro que estuvo formado por John L. Smith, Russel Claud, Brooke Henry y Samuel Johnson. Empero, cansado de efectuar varios intentos para recibir el valor del rescate acordado, el gobernador Drake razonó que no estaban recibiendo tantos activos como se esperaba recoger, decidiendo entonces formar un Consejo Los Piratas del Lord Clive
Página 308
de Guerra, que llamó de “Chottry” -Tribunal de Justicia-, al que le otorgó el poder absoluto para encarcelar a cualquier persona que deseaba. Fue así que muchos españoles, mestizos, chinos e indios fueron llevados a las cárceles por delitos que, como lo denunció posteriormente el capitán Thomas Backhouse, nunca existieron. Mientras tanto, o casi en paralelo a los primeros días de la irrupción sajona, la Real Audiencia de Manila -el gobierno local que no se había rendido y actuaba análogo al británico en el restante de su territorio-, organizó un consejo de guerra, donde se determina enviar al oidor don Simón de Anda y Salazar a la ciudad de la provincia de Bulacan para organizar allí la resistencia. A su vez, la Audiencia Real también lo nombró Teniente Gobernador y Oidor General. Esa misma noche, de Anda tomó una parte sustancial de la tesorería y los registros oficiales con él, y salió de Fort Santiago a través del postigo de Nuestra Señora de la Soledad, hacia un barco que lo aguardaba en el río Pasig, y luego se dirigió a Bulacan. Para mejor gobernar, trasladó la sede de Bulacan a Bacolor, en la provincia de Pamplona, que la consideraba más segura ante un posible ataque de los británicos. Rápidamente obtuvo apoyo de gran alcance por parte de los Agustinos, ya que en 1728 de Anda fuera ordenado de primera tonsura vistiendo el Los Piratas del Lord Clive
Página 309
hábito de Santo Domingo, el cual había abandonado para ir a la Universidad de Alcalá. Una vez allí, Simón de Anda finalmente levanta un ejército que ascendía a más de 10.000 combatientes, la mayoría de ellos nativos voluntarios, y aunque no tenían suficientes armas modernas, tuvieron gran éxito ya que lograron mantener las fuerzas británicas confinadas dentro de Manila. El 8, Simón de Anda había decidido escribirle al arzobispo Rojo para informarle de que había asumido el cargo de Gobernador y Capitán General conforme determinaban los estatutos del Consejo de Indias, y con dicho cargo se le otorgaba la devolución de la autoridad del Gobernador a la Audiencia, la cual sería regente en casos de motín o la invasión de fuerzas extranjeras, como tal era el momento presente. Como de Anda era ahora el más alto miembro de la parte no cautiva por los británicos, al asumir todos los poderes, exigía que se le entregase el sello real. Pero el arzobispo Rojo se negó. Finalmente, el acuerdo de entrega del sello real fue realizado entre el arzobispo Rojo y el comandante del ejército británico; y en el pacto firmado por ambos, se garantizaba la religión católica y su gobierno episcopal, además de asegurar la propiedad privada, y de conceder a los ciudadanos de la antigua colonia española los derechos Los Piratas del Lord Clive
Página 310
a viajes pacíficos y de comercio como si estos fuesen súbditos británicos. Al actuar bajo el control británico, Filipinas seguiría rigiéndose por la Real Audiencia, y los gastos iban a ser costeados por España. Sin embargo, de Anda no reconoció ninguno de los acuerdos firmados por Rojo como válidos, alegando que el arzobispo había sido obligado a firmarlos por la fuerza, y por lo tanto, de acuerdo con los estatutos del Consejo de Indias, su contenido no era válido. De igual modo, también se negó a negociar con los invasores hasta que todo no fuera tratado en el marco jurídico junto al Gobernador General de Filipinas, y le devolvió a los británicos las cartas que no abordaban cláusulas en ese sentido. Vale agregar que todas estas iniciativas fueron aprobadas posteriormente por el rey de España, quien lo recompensó, así como a otros miembros de la Audiencia, como José Basco y Vargas, que habían luchado con hidalguía contra los invasores. Quedaba así probado que la fuerza británica que había llegado a Manila, resultó ser insuficiente para ganar algún control significativo fuera de la capital, y estos fueron derrotados en todos los intentos que forjaron para ocupar otras plazas situadas fuera de allí. Como consecuencia de su propia ineficiencia y de la arrogancia que los sajones Los Piratas del Lord Clive
Página 311
demostraban, comienzan a surgir graves desacuerdos entre Dawsonne Drake y los otros comandantes militares, los que finalmente acaban por sustituir a Draper y a Cornualles, impidiendo con su inepcia la realización de negociaciones fructíferas con de Anda, o hasta una acción militar más efectiva en el resto de los territorios. Por ese entonces, y devuelta a un nuevo teatro de guerra, John MacNamara se preparaba para partir con su flota rumbo a la cuenca del Plata, no sin antes agregar que otros hechos importantes estaban ocurriendo en la corte inglesa. El propio rey Jorge III, la corte, las cámaras, además de la opinión pública, se estaban encargando de cuestionar arduamente las acciones del nuevo primer ministro John Stuart, III conde de Bute, por causa de los excesivos gastos con la política de guerra continental implantada por el gabinete de su antecesor, además de los sobrios resultados obtenidos a cuenta de tantas vidas perdidas. No olvidemos que la década de 60 estuvo marcada por la inestabilidad burocrática en Gran Bretaña, lo que condujo a que los integrantes del partido Whigs a acusar a su rey Jorge III de ser un autócrata a la manera de Carlos I, mientras que el incompetente del ministro Lord Bute, representante oficial del partido Tory, perdía su tiempo intentando de alguna manera negociar la aprobación de Los Piratas del Lord Clive
Página 312
una Proclamación Real que colocaría un límite sobre la expansión al oeste de las colonias norteamericanas. El objetivo de Lord Bute era obligar a los colonos de aquel país a negociar con los indios norteamericanos la compra legal de la tierra y, por lo tanto, reducir la costosa guerra fronteriza que había surgido por conflictos de territorios. Sin embargo, la “Línea de Proclamación”, el nombre con que finalmente sería conocida esta ley en 1763 al ser aprobada, consiguió ser totalmente impopular entre los habitantes norteamericanos, y al final terminó por volverse un obstáculo en la relación entre los colonos y el gobierno británico, y lo que conduciría finalmente a la guerra por la independencia de los estadounidenses. Pero eso ya es otra historia. De cualquier modo, a partir de día 21 de noviembre, el “Lord Clive” y el restante de los navíos de aquella flota, ya velejaban tranquilamente rumbo al sur sin tener noticia alguna de los acontecimientos que se sucedían en la guerra que se desarrollaba en otras aguas. En todo caso, tampoco sabían lo que había ocurrido un mes antes en los territorios a los cuales MacNamara y su gente se dirigían; de tal modo que, por esas casualidades que el destino a veces tiene, no llegaron a cruzarse con las las embarcaciones que llevaban a los Los Piratas del Lord Clive
Página 313
prisioneros portugueses de la Colonia del Sacramento, y que navegaban a todo trapo en sentido contrario por el ancho
mar
que
ahora
ellos
también
surcaban,
desconociendo así la realidad que los aguardaba y la caída de aquella plaza.
Los Piratas del Lord Clive
Página 314
La Última Etapa del Viaje
Ya pasaban diez días desde que aquella esdrújula hilera de barcos había zarpado de Río de Janeiro, y hasta aquí el tiempo se había mantenido claro, firme, con bastante sol y algunas nubes cúmulos surgiendo por aquí y allí. Los marineros más experimentados sabían que ellas eran ese tipo de nubes hinchadas de base plana que normalmente cruzan el cielo de verano en esta parte del hemisferio sur. Y así el capitán lo había hecho mencionar en los registros que se iban anotando con una prolija letra redonda que, por lo demás, era como cualquier otro diario de navegación de la Royal Navy. No contenía prosa amena ni humana. Todo allí era anotado con un rigoroso tono formal e impersonal. Invariablemente, los días venían ocurriendo bajo la misma templanza, aunque cabe destacar que en los dos últimos ya se comenzaba a sentir un calor viscoso y adherente que causaba cierto fastidio a los tripulantes. Sin embargo, este último día el sol llegó a hundirse entre un grupo de nubes de tonalidades grises y violetas que se habían formado al este. Para todos los marineros, tal hecho significaba que la tranquilidad de su asengladura no Los Piratas del Lord Clive
Página 315
seguiría siendo la misma por mucho tiempo. Una gran cantidad de ellos pararon con sus tareas para observar es alejada mudanza. -¡Señor capitán! -interrumpió Robert Hugges, el oficial de cubierta, al entrar con paso acelerado en la cabina de John. El capitán levantó los ojos del diario de bordo que estaba revisando, buscando confirmar quién llamaba por él con tal estrépito, y al verlo señaló: -¡Adelante, señor Robert! ¿Qué ocurre? -interpeló levantando su cabeza para encarar a su segundo. -Juzgo que el tiempo está mudando de prisa, y pronto nos veremos obligados a enfrentar una tormenta -anunció, desviando la vista para fuera de la habitación, como si con su gesto quisiese indicar de qué lado vendría el temporal. -¿Qué tipo de nubes son? -quiso saber el capitán. -Las identifico como estratos. De aquellas que traen extensas capas nubosas, y además nimbos -le describió el oficial con voz alharaca. -Si son de ese tipo de nubes que menciona, no hay duda, señor Roberts, que nosotros debemos prepararnos para la llegada de precipitaciones que con frecuencia terminan por producir continuas e impiedosas lluvias asintió John meneando la cabeza, al demostrar que estaba desconforme con lo que les ocurriría dentro de poco. Los Piratas del Lord Clive
Página 316
-Pues pretendía avisarle sobre eso, señor, y saber cuál es su opinión al respecto -admitió el oficial mirando el rostro pensativo de su superior. -¡Por favor! -indicó John sin mediar tiempo-. Ice banderas para comunicar al resto de los capitanes que se preparen. Quiero que todos estén de sobre aviso -ordenó con voz determinada. -Sí, señor -le confirmó Roberts girando rápidamente sobre sus talones y sin más pantomima. Algunos de los marineros con experiencia de otros viajes, cuando entretenidos en sus labores, comenzaron a divertirse contando para los más novatos, de qué aquella marejada que venía del sureste, aliada al calor pegajoso que estaban sintiendo de manera extraña hacia un par de días, provenía tanto del cielo como de la cristalinas superficie del ondulante mar, y el hecho de que el sol apenas si asomara por entre aquellas nubes, indicaba que era la inminente disolución de todo y cualquier vínculo natural de la tierra. Y como ellos disponían de mucho tiempo para hacer bajar la moral de sus oyentes, les avisaban que sería un cambio apocalíptico, así como les esperaba una noche de perros. Algunos de aquellos parlanchines de malos presagios tenían una melena tan larga que les llegaba a la cintura. Pero por causa del calor sofocante, los que se habían Los Piratas del Lord Clive
Página 317
soltado las coletas que servían para sujetarlos, dejaban a muestra un pelo lacio, mientras que otros lo tenían encrespado. Eso los dejaba con una apariencia extraña, horrible, algo que permitía que sus palabras sonasen como una profecía, o un oráculo, aumentando con ello la desazón de los inexpertos. Pero a pesar de los esfuerzos que estos realizaban para cargar las tintas, apenas pudieron exagerar lo que en realidad iría a ocurrirles, ya que la tempestad que comparecía del sureste no dejó de aumentar desde las primeras ráfagas. En poco tiempo, ya al final de la segunda guardia de cuartillo, las rugientes corrientes de viento que llegaban hasta el final de la guardia de media, venían cargadas al inicio de una cálida lluvia, hasta que ésta aumentó de intensidad y se convirtió en una caída torrencial de agua en remolino que obligaba a todos los hombres que se encontraban alrededor del timón, a tener que hundir la cabeza entre los hombros y a torcer la boca para hacia un lado a fin de poder respirar sin tragar agua. -¡Quitar los mastelerillos!... ¡Rápido!... ¡Rápido! gritaban los contramaestres haciendo sonar el silbato de forma estridente entre orden y orden. -¡Colocarlos sobre cubierta! -dictaminaron a seguir. -¡Suban ya con las cadenas! -se oyó gritar y gesticular al pie del mastelero mayor. Los Piratas del Lord Clive
Página 318
-¿Los cañones están asegurados con doble retranca, señor Lynch? -indagó Hugges sin tan siquiera dirigir la mirada al segundo oficial. Pero no dio tiempo a que éste le respondiese, pues a seguir prolongó su interrogatorio con una sarta de preguntas más, que el propio rugido de la tormenta se encargaba de ahogar. -Las escotillas también han sido tapadas y ha quedado un pequeño espacio resguardado para poder acceder a la escala de popa, señor -vociferó Morris, confirmando que se habían tomado las providencias para evitar de alguna manera que el enrevesado mar se colase por las aberturas. El “Lord Clive” y demás barcos de la flota tenían en ese momento cientos de millas de un inmenso mar castigándolos a sotavento, pero mismo con dificultad, ellos mantenían de alguna manera el rumbo. Las olas comenzaron a alcanzar una altura cada vez más impresionante y aterradora; y podía verse como ellas lanzaban sus crestas hacia delante como si trataran de pasar entre las cofas de los barcos. Mismo siendo un navío relativamente viejo, el “Lord Clive” subía sucesivamente con aplomo por la pendiente de las estrepitosas olas, pasaba por su cresta apoyándose tan solo en su popa, y de golpe bajaba su proa hasta la oquedad que formaba el oleaje, hasta volver a reiniciar otro emprendimiento similar una vez más. Los Piratas del Lord Clive
Página 319
John estaba atento a lo que sucedía, asido a una gradilla con su brazo derecho, y se había colocado una chaqueta de lona alquitranada especial para resguardarse en estas ocasiones. Tenía el pelo suelto, y como lo llevaba largo, este se le retiraba hacia atrás al alcanzar cada cresta de ola, volviendo a caerle sobre sus hombros a cada declive hacia el vacío que el barco realizaba entre quejidos de madera. El movimiento realizado por sus cabellos funcionaba como si fuera un anemómetro natural que le era indiferente, mientras se dedicaba a observar con mil ojos la secesión regular de las olas. -Tenía un resalvo de que no fuese así, pero felizmente puedo percibir que es notablemente fuerte -pronunció satisfecho al constatar las animosas cualidades de su barco, dirigiendo sus palabras para Hugges, que se había amarrado a un puntal detrás de él. -¿Cómo dice, señor? -indagó el oficial. -Que este barco, a pesar de ser viejo es notable profirió John sin más rodeos. El oficial de cubierta se impacientó con tales palabras, y lo miró ceñudo al pensar que ese no era el momento para atenerse a frivolidades. Llegó a murmurar alguna cosa como respuesta, pero el rugido de una nueva ola se llevó sus palabras junto con la marejada.
Los Piratas del Lord Clive
Página 320
En realidad, fue una madrugada cansina y agotadora para toda la tripulación, pero cuando el sol al fin despuntó en la aurora de la mañana siguiente, todo lo que quedaba de la tempestad era un oleaje fuerte y una hilera de nubes bajas sobre el lejano noroeste; además de un revoltijo de cajas, cuerdas, maderas, toneles y otros pertrechos que las olas se habían encargado de desparramar por la cubierta. El cielo estaba otra vez claro, y la atmosfera se había purificado tras el paso del viento y la lluvia, apreciando que esos dos sustantivos se habían llevado con ellos aquella perniciosa humedad de los últimos días. -Señor Hugges -le ordenó John, ya con la energía renovada-. Quiero que dentro de una hora me haga llegar el relato completo de la situación de la flota. Incluso la del nuestro carpintero -agregó por las dudas, no fuese que algún madero viejo quisiese aprontarles alguna sorpresa. -Hablaré con los oficiales, señor. Pero juzgo que a estas horas ya estará casi completo -reveló Hugges con un asentimiento de cabeza. En esos momentos, John dirigió la mirada para los otros barcos que subían y bajaban con el fuerte oleaje. Y de repente tomó el catalejo para encuadrar su mirada en uno de los faluchos que se les había unido en el último puerto. Vio que éste mantenía el rumbo aunque los girones
Los Piratas del Lord Clive
Página 321
de sus velas permanecían obstinadas en ondear debido a las ráfagas irregulares de un viento mortecino. -Hágales señal con banderas - estableció John para Timothy Lynch-. Quiero saber que problemas tienen. -Daremos una bordada a estribor, señor Morris -dijo a seguir, buscando aproximación mismo antes de que los del barco lograsen responder al llamado de sus banderas. Pretendía abordarlos y extender ayuda para efectuar los reparos necesarios. -Pienso que será difícil bajar un bote al agua en estas condiciones. ¿Usted qué opina, señor Hugges? -manifestó John, al consultar a su oficial. -Creo que igual lo podemos abordar con seguridad, si es que preparamos algunos hombres para que lo sujeten… -este comenzó a enjuiciar, cuando John lo interrumpió de repente apartando el catalejo del rostro. -No será necesario. Ellos ya izaron banderas… Está todo bien, salvo un hombre que fue arrastrado por una ola y algunas velas en jirones -expuso calmamente. Un silencio profundo se sintió después de las palabras del comandante, lo que facilitó escuchar el viento pasar rugiendo entre los obenques de barlovento. Algunas horas después, los barcos de aquella flota que había terminado por alejarse a causa de la tormenta, ya estaban más próximos uno de otro. Los Piratas del Lord Clive
Página 322
-Bueno -pronunció John, con un tono apático-, será mejor que recuperemos el rumbo, señor Hugges. No se olvide que aun aguardo el reporte en mi cabina. Voy por mi desayuno -concluyó antes de girar sobre los talones repentinamente. Luego enseguida alcanzó a escuchar que el “Lord Clive” pasaba a cobrar vida por causa de las llamadas del contramaestre y demás oficiales, y ya se oían las carreras de los tripulantes hacia sus puestos, lo que hacía establecer un alboroto general en el navío. Cuando John les había dicho “preparase”, significaba que debían desplegar todas las velas que llevaban, incluso las rastreras, las alas de las juanetes y las gavias, las sobrejuanetes y las bonetas; naturalmente, además de las velas cuadras en el palo mayor, las del palo trinquete y el palo de mesana. La pronta ejecución de esas tareas era lo que en realidad estaba ocasionando toda esa batahola a bordo. Por lo demás, los días siguientes permanecieron calmos y amenos, sin aquella cargante humedad, además de que los vientos a favor les permitían llevar todas las velas desplegadas, y eso significaba navegar al doble de la velocidad. En cierto momento, John se encontraba de pie junto al guardabauprés de estribor, feliz de poder notar la presteza Los Piratas del Lord Clive
Página 323
y agilidad con que todos navegaban. Miró hacia atrás para ver lo hinchadas que estaban las velas y luego fijó la mirada en las olas de proa, que subían y después se deslizaban suavemente por el costado de su barco. Llegó a imaginar que la extremada presión de las velas de proa, al estar orientadas de aquella forma, terminaba por provocar que el pie de la roda bajara demasiado; como también le parecía que aquella presión dificultaba un poco el avanzo de su navío, y por eso ordenó que cargaran la sobrejuanete del mayor. -¿Le parece, señor? -le respondió Robert Hugges, sorprendido por la orientación recibida. -Pronto verá que sí -afirmó John secamente. Pocas veces había dado una orden que hubiera sido obedecida con más desgana, pero la corredera que alcanzó el Lord Clive terminó por demostrar a los oficiales que él tenía razón. Con el impulso del viento en la parte delantera, el barco se tornó más ágil y un poco más rápido. A seguir, el sol de aquel día ya comenzaba a caer por la amura de estribor, y el viento comenzó a rolar al norte con fuertes ráfagas, mientras al este se podía ver como la oscuridad comenzaba a cubrir el firmamento. Cuando el viento comenzó a llegarles de través, prontamente los oficiales hicieron sonar sus estridentes silbatos, los que se
Los Piratas del Lord Clive
Página 324
les escuchó resonar en el silencio del atardecer. Una sarta de órdenes comenzaron a ser disparadas con gritos: -¡Izar las trinquetillas!... ¡Elevar la vela de cuchillo del palo mayor!... Por unos instantes John se quedó sobrecogido al percibir que sólo un milagro había permitido que ahora llevase a bordo tantísimos tripulantes adiestrados. Pero no fue capaz de contener su momentánea estupefacción, y levantó la vista hacia la sobrejuanete de proa y de inmediato dio orden de orientarla con mayor precisión. Pudo ver toda la maniobra claramente, pero al bajar la vista y mirar nuevamente la cubierta, ésta ya se encontraba envuelta en la penumbra. Desde su puesto en el alcázar, se puso a observar la noche con el catalejo extendido a través de la oscuridad, cada vez más profunda, mientras daba de vez en cuando una orden con modulación baja. La noche se fue haciendo cada vez más profunda, y en el cuadrante del horizonte ahora sólo veía el mar agitado y desierto, con el viento dándole en el rostro. Estaba con la bitácora en la mano gozando de ninguna interrupción de cualquier tripulante u oficial. Luego pensó que esto último sólo era posible alcanzar gracias a las convenciones y la disciplina de la Marina, ya que al estar disfrutando de la inviolabilidad propia de un capitán, tan absurda a veces, y tan tentadora como para caer en la ridícula pompa, lo llevó Los Piratas del Lord Clive
Página 325
a razonar que esa misma respetuosidad era sin duda lo que le permitía pensar libremente. Algo más tarde, John enmendó sus pasos hacia el interior del barco y entró en la cabina de Timothy Lynch, siendo necesario en ese instante entrecerrar sus ojos deslumbrados. Luego le solicitó que quería comprobar la posición, no sólo la de su barco, como la de toda la flota que lo acompañaba. -Gracias, señor Lynch -expresó luego de comprobar los números, y sin mediar palabra se retiró. Volvió a dirigirse a cubierta y comparó los datos con los de Robert Hugges, a la vez que dejaba escapar una sonrisa entre sus labios. -¡Excelente! -pronunció en un tono tan alto, que todos los que se encontraban en las cercanías del timonero, se sorprendieron con su voz. -¡Todos a virar! -ordenó de forma perentoria. -¡Muy bien! Ahora pongan timón a sotavento, señor Hugges. Envíen señal para todos los capitanes. Esta noche no quiero sobresaltos, ni gritos en nuestros barcos. Que toda operación necesaria se haga en el más absoluto silencio -dijo bajando la voz al entonación de casi un susurro. Las órdenes y la forma en que habían sido dadas tuvieron una mezcla y un efecto curiosamente poderoso Los Piratas del Lord Clive
Página 326
entre los que allí se encontraban. Fueron dichas con tanta certeza como si se tratara de una expresa revelación: estaban llegando a la entrada de la cuenca del Plata. -¡Timón a sotavento! -repitió el contramaestre. Pero ahora, aquella orden que fuera expresada en un susurro, contrarrestaba de vez con lo que generalmente era dicho en un grito que se hacía oír hasta en los confines del horizonte. -Por la pauta de sus disposiciones, señor capitán, yo calculo que estamos nos aproximando al estuario -llegó a comentar Robert Hugges aproximándose al máximo a John, quien lo miró de reojo y asintió con la cabeza. -¿Supongo que usted querrá adoptar alguna medida de precaución especial, señor? -llegó a ilustrar Hugges apenas moviendo loa labios. -¡No! No creo que sea necesario hacerlo esta noche. Pero juzgo que es mejor que mantengamos silencio hasta clarear el día -presumió John en voz baja. -No estamos al tanto con lo qué, o con quién, nos podemos cruzar en estas aguas durante la noche -supuso John buscando extender la mirada más allá de la oscuridad… Era un breo.
Los Piratas del Lord Clive
Página 327
Un Inconveniente Imprevisto
A la mañana siguiente, como el mar estaba en calma, algunos de los marineros habían estado sumergiéndose para quitar del casco las algas que comenzaban por querer reducir la velocidad del Lord Clive. Se les podía ver a través del agua, aunque esta no fuese muy clara; se deslizaban por cuerdas que tenían en los extremos balas de cañón envueltas en una red, y aguantaban la respiración dos minutos seguidos; a veces se sumergían hasta debajo de la quilla y salían incluso por el otro lado del barco cuando ya su corazón latía débilmente. Los ojos expertos del contramaestre ya habían logrado detectar días atrás a un astuto enemigo escondido bajo el tablón de aparadura. Las rémoras eran tantas, que habían alcanzado a desprender una de las placas, llegó a explicarle al capitán. Pero luego lo tranquilizó, pues los hombres ya las habían removido y le garantía que ahora el navío se movería tan rápido como un ánade. John, puesto que nunca se había tomado las cosas con demasiada filosofía, tampoco se sintió molesto cuando una fuerte brisa que alcanzaba a rizar el mar le llegó por babor poco después, y su barco, ahora ya liberado de todas Los Piratas del Lord Clive
Página 328
aquellas malditas rémoras, escoró de repente, pero se mantuvo navegando a siete nudos hacia el lado del poniente. Súbitamente, escucho que el avizor gritaba: -¡Tierra a la vista! ¡Tierra por la amura de estribor! Inmediatamente todos se alegraron, y John fue luego a consultar las cartas para descubrir que se trataba del Cabo del Este, el cual ya podía distinguir a la derecha en el horizonte, aunque notase que su contorno apareciera un poco desdibujado en el catalejo. -¡Qué gran agudeza, señor! -Expresó Morris bajando de la cofa, donde había estado escrutando el lejano cabo con su catalejo. -El astrónomo real no lo hubiera hecho mejor -agregó Robert Hugges todo sonriente. -Gracias, señor. -Agradeció el contramaestre que, en efecto, había tomado cuidadosamente los numerosos datos sobre la luna, además de anotar los de rutina, para calcular la posición del barco. -Sí, creo que éste es un evento que deja todos muy contentos -agregó John con un movimiento de cabeza y frotándose las manos nerviosamente, mientras muchos tripulantes intercambiaban miradas de complicidad con algunos de sus compañeros. El color del agua había cambiado casi de repente, y ahora tenía un tono pardo cobrizo y poco transparente. Los Piratas del Lord Clive
Página 329
Pero la mente del capitán estaba muy ocupada para tenerlo en cuenta, ya que en ese momento cargaba con la idea de probar los cañones una vez más. Empero, estaba en duda, pues mismo no encontrándose cerca de la costa, era posible que, llevado por el viento, el sonido del disparo se escuchase en tierra; pero su ferviente deseo se apoyaba en el hecho de que no obstante la artillería del Lord Clive hubiese mejorado bastante, él no podía estar tranquilo si no intentaba una vez más alcanzar la perfección. -Señor Hugges -dijo al fin-, quiero que la guardia de estribor y la de babor se preparen para nuevo ejercicio con los cañones. -Me temo que si lo hacemos… -comenzó a balbucear el oficial frunciendo el ceño. -¡Sí! Lo sé -le cortó John al observar cierto reparo en la expresión adusta del primer oficial-. Pero la práctica se hará sin contar con la potencia del fuego, de modo que será mejor que preparemos el ejercicio lo cuanto antes determinó de forma enfática. -Tengo algo más a decirle, señor Hugges -exclamó John cuando el oficial se retiraba para repasar la orden. -Mande virar dos grados a babor y mantenga la flota lo más alejada posible de aquellas costas -expresó a seguir señalando el lado con su brazo derecho extendido.
Los Piratas del Lord Clive
Página 330
Por entonces ya mediaba la tercera semana del mes de diciembre y la flota de naves proseguían surcando por el río sin alterar el rumbo que determinaba su comandante, ya que ellos siquiera tenía conocimiento de la reciente caída de la Colonia de Sacramento, lo que hacía que se dirigiesen hacia allí antes de tomar Buenos Aires, por el simple motivo, conforme proyectado, de necesitar recoger a un práctico con experiencia que los haría desembarcar en la ensenada de Barragán. Sin embargo, todo se precipitó cuando al llegar más o menos a la altura de las coordenadas marítimas cercanas a Montevideo, la escuadra persiguió y apresó a una pequeña embarcación española, la que alcanzó a informarle sobre la rendición de la Colonia a inicio de noviembre. -¡Señor! Se avista una chalupa con dirección suroeste -anunció Hugges cuando entró que ni viento en la cabina de John, que se encontraba leyendo. -¿Viaja sobre qué bandera? -le preguntó al momento que se ponía en pie y buscaba atropelladamente ganar la puerta de su cabina. -Es española, o por lo menos así lo indican los colores rojo y amarillo que ondean en el mástil -afirmó el oficial cuando ya subían por la escala. -¡Atención! ¡A las brazas! -gritó John una vez que se encontró en la cubierta. Los Piratas del Lord Clive
Página 331
-¡Acuartelar la proa! ¡Cargar vela mayor! -prosiguió vociferando mientras los estridentes silbatos de los oficiales buscaban organizar las carreras de los tripulantes que se dirigían a sus lugares. -Señor Lynch, quiero que alguno de los serviolas suba a la cofa con el catalejo y nos diga lo que ve -pronunció decidido. -¡Cubierta! ¡Chalupa española al suroeste! -confirmó el observador minutos después. -Ice banderas de alerta a la flota, señor Hugges y que preparen nuestro cañón de proa para que podamos efectuar un disparo de advertencia -determinó con prontitud. -Haga señales al convoy de que vire dos grados a estribor y que reduzcan trapo -dijo a seguir. -¿Quién guiará el encontronazo? -indagó Hugges, aunque imaginaba que el propio comandante tendría en mente hacerlo él. -Los abordaremos nosotros, señor. ¡Que prepararen ganchos y garfios! -determinó a seguir a su oficial. Mientras John iba pronunciando las ordenanzas y salvaguardas haciéndolas salir de su boca con una rapidez impresionantes, las mismas disposiciones eran repasadas a gritos y contaban con la ayuda de los estridentes silbatos que los oficiales se ocupaban de hacer sonar por toda la
Los Piratas del Lord Clive
Página 332
cubierta a fin de que la tripulación se encargara de realizar las tareas ordenadas y en forma habilidosa. -Parando o no, los vamos a abordar como sea. Somos más que ellos -pronunció John mirando a su oficial de cubierta-. Creo que usted debe ocuparse de que todas las pistolas y alfanjes ya hayan sido distribuidos a los hombres de infantería… ¡Ande! No se quede ahí parado mirándome, hombre. ¡Vaya! -Ahora, bien -comentó con Timothy Lynch, ya que el segundo oficial estaba a puesto de combate junto al timón y ahora era el responsable del gobierno de la nave. -Quiero que nos sitúe abordados con ese maldito moro o hispano. Así que, puede largar ya velas rastreras, si es que el barco aguanta. Nada de todo eso fue necesario, pues luego de ser efectuado el primer disparo de alerta, la chalupa bajó velas y aguardo por lo peor. La distancia ya era de no más dos millas, y el suave y constante movimiento de las olas perdió todo sentido cuando ellos oyeron el zumbido de una bala que pasó por encima de la proa, a la altura de las crucetas del mastelero, y casi instantáneamente el fuerte estampido del cañón que la había disparado. Ahora la razón de la palidez en los rostros españoles se debía a otros motivos, pues cuando estos percibieron con los ojos fuera de las orbitas que el navío enemigo no Los Piratas del Lord Clive
Página 333
paraba, y calculando que si seguía ese curso y ese ritmo, este ciertamente los partiría al medio. -Ahora colóquelos bajo custodia del Ambuscade, y que el capitán William Roberts los lleve de remolque si cree conveniente -determinó John luego después de interrogar al capitán de la chalupa española. Sin embargo, John mantenía el semblante contorcido y el rostro enrojecido por la ira. La información que fuera arrancada sin mucha fuerza del capitán de aquella barcaza, decía respecto a la queda del baluarte portugués en esas aguas, a lo que agregó que el gobernador Cevallos, quien aún permanecía en la Colonia pese a estar pasando por un fuerte ataque de paludismo, se mantenía al frente de la defensa. Pero como él desconocía el punto de desembarco de una posible escuadra lusa, había ordenado que enviasen una parte de sus tropas a reforzar y defender las plazas de Maldonado y Montevideo, dejando en la Colonia una fuerza de 500 hombres además de otros 100 en la isla San Gabriel. Por otro lado, mencionó que el Fuerte de Santa Bárbara se hallaba artillado con siete piezas y guarnecido por un efectivo de quinientos correntinos y muchos indígenas que estaban al mando del teniente coronel Antonio Catani. -¿Qué haremos ahora, señor capitán? -inquirió el teniente coronel Alpoin que, sin perder tiempo mientras Los Piratas del Lord Clive
Página 334
cuestionaban a los capturados españoles, se había pasado hacia el Lord Clive. Al tomar conocimiento de tan aciaga noticia, buscaba por la opinión de John. Obviamente que el oficial portugués, al igual que John, no querían que la tripulación y sus soldados se desmotivasen y bajasen la guardia, justo cuando estaban tan cerca de alcanzar el objetivo. -Cuando nos alcance el Ambuscade, me reuniré con el capitán Roberts para evaluar la situación y determinar el mejor camino a seguir, señor Alpoin -finalizó John, ya casi convencido lo que en realidad deberían realizar a continuación. -¿Está convocando un consejo de guerra, señor? -No, no. Quiero tan sólo intercambiar algunas ideas. -¿Puedo estar presente, señor? Pues mismo que mi responsabilidad se atenga a la fuerza de infantería, juzgo importante que… -fue ponderando el hombre hasta que John lo interrumpió. -¡Oh! ¡Por supuesto, señor Alpoin! -se adelantó a decir John-. Cuando me referí solamente a él, era porque usted ya estaba aquí. Le ruego que me disculpe, pues estos inconvenientes no hacen más que anublar mi raciocinio y mi manera de expresarme. -No tiene por qué pedirme disculpas, señor capitán. Es elemental que la situación actual nos obligará a mudar los Los Piratas del Lord Clive
Página 335
planos que combinamos con el señor conde. Yo sólo quiero ayudar con conjeturas que nada tengan a ver con los asuntos que envuelven la marinería, pues ese no es bien mi ambiente. -Su opinión siempre será bienvenida, señor teniente. No importa que usted no conozca a fondo los contextos de un navío, pues considero que una persona ajena, siempre puede contribuir con ponderaciones que a veces se les escapa al más mentado de los hombres. Mientras los dos hombres se entretenían en un intercambio de amabilidades, Timothy Lynch solicitó permiso para interrumpir la reunión, avisando que el Ambuscade los estaba abordando por estribor. -Óptimo -manifestó John, sintiéndose satisfecho por beneficiarse con la oportunidad de poder encerrar una conversación inconsecuente con Alpion. -Dígale al capitán Roberts que venga hasta mi cabina. Algunos minutos después, dicho capitán ya estaba bajando por la escalerilla y dirigiéndose con parsimonia a la cabina de John. -Haga con que eses sabandijas que acabamos de capturar naveguen a su frente, capitán Roberts, y ponga a uno de sus oficiales a bordo para que coordine nuestras órdenes. Pero si usted nota que ellos hacen cuerpo mole, suélteles una soga y átelos detrás de su barco -llegó a Los Piratas del Lord Clive
Página 336
determinar John después de narrarle con todo lujo de detalles las malas nuevas. -Así lo haremos, capitán MacNamara -asintió Roberts, que buscó llamarlo por el apellido, pues mismo que tuviese libertad para tutearlo, no quería exteriorizar un comportamiento que demostrase falta de respeto frente al teniente Alpoin. -Mucho me temo, mis amigos -llegó a exteriorizar John a seguir, mientras caminaba de un lado a otro de la estancia con las manos tomadas a su espalda-, que nosotros necesitamos seguir adelante con nuestro plan inicial, pero ahora sin poder contar con cualquier ayuda que nos pueda llegar desde tierra. -Juzgo que eso sería una temeridad, capitán. Nosotros no conocemos estas aguas. Necesitamos de un práctico con experiencia para que nos guíe -discordó Roberts, que mantenía el rostro crispado. -En todo caso, yo opino lo contrario, ya que no tenemos como dar marcha atrás -discrepó Alpoin, que ponderaba la necesidad de hacer puerto de cualquier manera, pues los víveres pronto les serían escasos. -¡Señores! Sé que ambos están en lo cierto, pero… John paró su frase creando un suspenso interminable-. Si arriesgamos seguir enfrente, -dijo a seguir mirando por la escotilla-, seguramente que al llegar hemos de encontrar Los Piratas del Lord Clive
Página 337
una ciudad desguarnecida y sin fortificación ni tropa que la defienda por encontrase estos con su gobernador. Pero pienso que una vez que logremos tomar pose de ese baluarte, respondiendo de alguna manera la preocupación del señor Alpoin, -dijo mientras lo miraba-, tendremos víveres suficientes para todos nuestros hombres. Mientras tanto, juzgo que debemos aguardar allí hasta recibir refuerzos desde Rio de Janeiro, que ciertamente el conde nos mandará una vez ellos reciban los barcos con aquellos que lograron huir de la Colonia. -Pienso que su idea no deja de ser una excelente estrategia, señor -se anticipó a comentar Alpoin, quien pensó que si los ojos de Roberts fuesen lanzas, estas lo habrían atravesado. -Esta no es una estrategia, señor Alpoin. ¿No le han enseñado en la academia cual es la diferencia entre táctica y estrategia? -le reprendió John, mirándolo fijamente. -Sí, señor. Puede que haya confundido los términos… ¡Disculpe! -Pues le recordaré que la táctica, señor Alpoin, corresponde a movimientos a corto plazo que permitan tomar una posición. Pero la estrategia, como usted se refirió, es la forma en cómo se gana el juego -le explicó John de forma profesoral, a un hombre que se sentía abochornado. Los Piratas del Lord Clive
Página 338
No hubo respuesta ni nuevo pedido de excusas. -¿Quién sabe, -continuó diciendo John-, debido a las circunstancias actuales, antes de proseguir no sería mejor que realicemos un consejo de guerra? -propuso como forma de mediar la situación. -No es necesario, señor. No perdamos tiempo. Usted es nuestro comandante. Yo apoyo su decisión y me responsabilizo por mis oficiales -pronunció Roberts con voz determinada. Al fin de cuentas, seguramente sería voto vencido, pensó en silencio. -Entonces, señores, creo que no hay tiempo a perder. Organicemos el convoy y larguemos vela hacia Buenos Aires lo cuanto antes. No vaya a ser que los barcos hispanos que están en la Colonia, se nos vengan encima. Todas las consideraciones expuestas por John fueron fundamentales para convencer al dubitativo capitán Roberts y demás oficiales que en ese momento se encontraban en su cabina, por lo que sin mediar más palabras decidieron en conjunto dirigirse directamente hacia la costa opuesta. Sin embargo, una vez que allí arribaron dos días después, por carecer de prácticos del puerto que los guiaran con seguridad por el canal de entrada que les llevaría por el río hasta la ciudad, ya que los prácticos del río de nacionalidad portuguesa habían sido apresados por Los Piratas del Lord Clive
Página 339
Cevallos y enviados prisioneros a Río, la flota se limitó a merodear la costa sin éxito durante algunos días. No en tanto, a pesar de todo afán y empeño colocado en la obra, ellos no lograron ubicar el canal de acceso a la ciudad que, como era rodeada de peligrosos bancos de arena, en una oportunidad permitió que ellos sintiesen que el casco del Lord Clive llegaba a rozar fuertemente uno de ellos, hecho que los perturbó y asustó enormemente. -Señor, es una temeridad continuar a insistir un tanteo a ciegas -propuso Timothy Lynch después del sacudón. John no respondió, pero después de pasear la mirada y notar como una centena de ojos lo escrutaban, rompió el silencio y se dirigió al oficial Hugges diciendo: -Llame a todos los capitanes. Quiero realizar un consejo de guerra dentro de una hora. -¡Señores! -articuló John aclarando un poco la voz-. Este maldito río está muy bajo. Corremos el riego de varar en algún banco de arena y echar a perder toda la misión. Quiero escuchar sus opiniones - llegó a finalizar mirando las fisonomías adustas de los oficiales. -¿Quién sabe, entre los rehenes no hay alguno que sepa orientarnos? -preguntó Alpoin con una mueca. -Ya he recurrido a ellos, señores. Me han advertido que sólo tienen experiencia con bajeles de poco calado.
Los Piratas del Lord Clive
Página 340
-O tal vez no quieren colaborar… ¿No será oportuno que los pasemos por un buen chicote? Ha veces algunas caricias son capaces de hacer hablar a un mudo -propuso Lynch golpeando con el puño derecho la palma izquierda de su mano. -Nada de violencia desnecesaria. Ellos son prisioneros de guerra, y pronto -determinó John al instante. -La única alternativa, es volver -planteó Alpoin bajo severas miradas. -Quizás si retornamos y nos dirigimos a Montevideo llegó proponer Roberts-, podemos tomar aquella plaza y abastecernos. -¿Y por qué no, Colonia? -indagó el capitán de uno de los bajeles. -Parece que el lugar lo tienen muy bien resguardado. De momento no parecer ser esta la mejor solución esclareció John con el rostro apesadumbrado. El mitin duró más de una hora sin que se llegase a conclusión alguna, hecho que llevó al comandante a proseguir un poco más con las tentativas de encontrar el canal de entrada. En verdad, como ya mencionado antes, las tropas portuguesas habían abandonado la plaza con todos los honores, cuando finalmente el empecinado Cevallos entró en la ciudad con gran solemnidad. Sin embargo, tras la Los Piratas del Lord Clive
Página 341
conquista de la Colonia se produjo otro hecho interesante que demuestra lo que comentamos más arriba sobre los prácticos del río. Esos sujetos no eran considerados personas de interés para el gobernador, que ya tenía sus propios profesionales, pero no sucedió igual con los ingenieros franceses al servicio del rey de Portugal, debido a las carencias de estos profesionales que ambas coronas tenían en América. Es el caso de Jean Barthelemi Havelle, o Juan Bartolomé Howell, que cambió de nombre según le convino, quien era ingeniero francés al servicio del rey portugués desde 1750 habiendo trabajado en la comisión de límites y, sobre todo, en la fortificación de Río de Janeiro durante nueve años. Luego fue destinado a Colonia de Sacramento para reforzar las fortificaciones. Pero cuando Cevallos tomó la plaza, encontró allí a Havelle al mando de las obras, y le ofreció para que se pasase al servicio del rey español dado que apenas había ingenieros destinados en Buenos Aires y su región. Havelle aceptó su propuesta y fue encargado allí mismo por Cevallos de reparar los daños resultantes de su ataque a Colonia, siendo posteriormente destinado trabajar en Buenos Aires, Maldonado y Montevideo, e incorporado definitivamente al Real Cuerpo de Ingenieros Militares de España. Los Piratas del Lord Clive
Página 342
-Si me permite, señor comandante -pronunció Alpoin cuando vio que los días se escurrían que ni agua y sin que ellos lograsen resultado alguno-, juzgo que no debemos perder más tiempo en esta orilla, pues a cada día que pasa, corremos un serio riesgo de que lleguen fuerzas navales de España. -En verdad, le confieso que no tengo discrepancia alguna con su opinión, señor Alpoin -llegó a afirmar John que, desde un primer momento, se había sentido molesto con aquellas condiciones que de cierta forma varaban su objetivo. -Su dictamen es correcto, a lo que sólo agregaría nuestra escasez de suministros y agua. De nada sirve pasarnos aquí semanas navegando de este a oeste y viceversa, hasta que de repente surja un navío al que podamos utilizar como salvoconducto. -¿Entonces, qué? -indagó Alpoin, quien observaba atentamente las facciones preocupadas del comandante. -¡Qué de hoy no pasa! -le respondió John taxativo. -¿Alguna idea en mente que usted quiera exponer, señor? -preguntó el teniente, anteviendo cual sería la disposición del comandante. -¡No! ¡Ninguna! -John le afirmó de forma concreta-. Estoy determinada a partir de inmediato si no encontramos el maldito canal. Por tanto, mañana largaremos vela para Los Piratas del Lord Clive
Página 343
el otro lado -concluyó John mirando fijamente a su interlocutor. -¿A Colonia? -interpretó el teniente Alpoin con ojos desmesurados, pues ese tipo de raciocinio indicaba un enfrentamiento eminente que bien podría dejarlos sin suministros. John lo miró sin responder. -¿Ir directo a la boca del lobo? -exclamó Alpoin de forma irada-. Pienso que sería un tremendo riesgo si nos toca establecer un sitio. No tendremos como abastecernos. -¡Calma, mi preciado amigo! -pronunció John al percibir que la excitación tomaba cuenta del oficial. -Más bien, estoy pensando en que debemos dirigirnos primero hacia Montevideo, como lo sugirió el capitán Roberts. Seguramente allí no nos esperan, y no resultará difícil alzarnos con suministros antes de atacar la Colonia. -Entonces, si esa es la alternativa, pienso que debo concordar que su determinación está correcta, señor MacNamara. Y aunque eso signifique tener que enfrentar escaramuzas en aquella plaza, mientras combatimos, sería posible utilizar los barcos menores para acopiar en los alrededores todo lo que necesitemos. -No conozco aquel asiento, pero no creo que tengan fortificaciones capaces de resistir a nuestro fuego. Quizás
Los Piratas del Lord Clive
Página 344
sea conveniente reunirnos nuevamente para analizar las tácticas que usaremos al llegar. Así fue que, dos días más tarde decidieron retornar a Montevideo por hallarla menos protegida que Colonia, y MacNamara junto con su flota de gitanos piratas errabundos regresaría a aquella zona del río. Pero antes de llegar, un buque portugués los intercepta a medio camino trayendo noticias de Brasil y la orden de regresar. -¡De ninguna manera! -bramó John, golpeando con el puño cerrado sobre la mesa, parado con los brazos en jarro ante el capitán del bajel que los había interrumpido en medio del río. -Estamos aquí para cumplir nuestra misión. No será un fruslero gobernador ni estos insurgentes indios, los que dictarán los cánones en estas aguas, -añadió a seguir con el rostro sonrojado de ira. -Usted debe tener en cuenta que el señor conde de Bobadela no tendrá como enviarles nuevos recursos para defender una pugna que se prevé prolongada, señor MacNamara. Él está siente de que es conveniente dar curso a los acontecimientos por tierra utilizando la infantería, y aguardar por el desenlace. Una vez que obtengamos éxito, entonces sí, podemos retomar el plan inicial -expuso con calma el capitán.
Los Piratas del Lord Clive
Página 345
-Esos enfrentamientos terrestres de que usted habla, señor, han de ocurrir no sé cuándo, y a muchas millas de aquí -contestó John, como si sus argumentos buscasen hacer recapacitar a su esforzado interlocutor. -Es verdad, señor comandante. En todo caso, ellos han de ocurrir en los próximos días y, quizás, en un par de meses logremos que todas nuestras fuerzas se concentren en este territorio. -Nuestro interés mayor -preconizó John fuera de las casillas-, es tomar el lado occidental de este río, mientras que ustedes visan alzarse con el pedazo oriental. Y por lo que entreveo, parece que ya está ocurriendo. Así que, yo me recuso terminantemente a cumplir esa orden. -Somos aliados -retrucó el visitante. -¡Aliados, sí, pero subordinados, no! -le respondió John no queriendo dar el brazo a torcer. -Pues hasta aquí voy, ya que he cumplido con mi obligación, señor MacNamara. Regresaré a Rio de Janeiro e informaré al señor conde que usted se ha negado a obedecer sus órdenes. -¡En buena hora, señor capitán! Que tenga un buen viaje -llegó a exclamar John-. Márchese con sus quejas a donde quiera, pues usted está atrasando por demás nuestro cometido.
Los Piratas del Lord Clive
Página 346
Salteado dicho inconveniente con el capitán visitante, y antes que aquella comitiva se retirase del Lord Clive” se presenta ante John un práctico que iba a bordo del navío que los interceptara. Tenía la intención de concederle una información vital para el cometido de la flota. -Señor comandante -anunció Hugges, así que supo de lo qué se trataba-. Hay un individuo que tiene una información que dice ser trascendental para nosotros, pero se niega a contarlo… Quiere hablar con usted. -¿Otro impertinente más? -reclamó John, que aún no había logrado contener su ira-. ¿Qué quiere ese petimetre? -Pienso que no perdemos nada en escucharlo, señor. Dice que es algo a ver con la hondura de nuestros barcos alegó el oficial con entonación apaciguadora. -Está bien, que venga -ordenó el comandante. -¿Cuál es el puesto que usted ocupa en ese navío de malagüero? -le preguntó John con irritación descontrolada, luego así que el hombre fue colocado frente a él. -Yo soy práctico del navío de la Real Armada portuguesa, señor. -Pues me han dicho que usted tiene una información importante. ¿Puede explicármela sin necesidad de más rodeos? -¡Sí!, señor capitán. En principio, el problema de ustedes es que yo noto que dos de sus barcos tienen mucha Los Piratas del Lord Clive
Página 347
profundidad para entrar así nomás en Montevideo. Ese inconveniente le otorga un peligro difícil de saltear. No es adecuado arriesgarse -opinó el hombre con certidumbre en la voz. -¿Y usted cómo lo sabe? -indagó John, que de alguna manera había conseguido dominar un poco su furia. -Ya estuve aquí años atrás, señor. Eso me facilitó la oportunidad de conocer bien esos canales de acceso. -Entonces, si los conoce tan bien como lo afirma, ¿cuál es su recomendación? -En mi opinión, el mejor consejo sería que ustedes pasasen directo a Colonia. No entren en estas aguas. -Bueno, le doy las gracias por su exhortación. Le prometo que la tendremos en cuenta, señor. Pero no bien el barco amigo se alejó del punto de encuentro en medio del río, John dio la orden para que la flota largase velas rumbo norte-nordeste y alcanzase de vez Montevideo. Ya era finales de diciembre. Simultáneamente, cabe aquí agregar que el capitán del barco interceptor no estaba equivocado con relación al despliegue de fuerzas que sería practicado en el sur de Brasil, pues el Fuerte de Santa Bárbara terminó por ser asaltado y conquistado el día 1º de enero de 1763 por las tropas portuguesas que estaban al mando del capitán
Los Piratas del Lord Clive
Página 348
Francisco Pinto Bandeira, y que se encontraban asentadas en el Fuerte Jesús, María, de José de Río Pardo. Dichas fuerzas estaban conformadas por 230 dragones riograndenses y un sinnúmero de aventureros paulistas, éstos al mando del capitán Miguel Pedroso Leites. Así pues, la artillería de aquel fuerte terminó por ser apresada, junto con 9.000 cabezas de ganado y 5.000 caballos que fueron arreados de las estancias de la zona, y posteriormente trasladados al fuerte de Río Pardo.
Los Piratas del Lord Clive
Página 349
El Desenlace Final
Cuando la expedición que el comandante MacNamara presidía llegó finalmente a vistas de la bahía de Montevideo, ya eran el atardecer del último día del mes de diciembre. Más precisamente, era la fecha en que desde el mar ellos alcanzaban a escuchar las descargas que se realizaban en aquella plaza para festejar el cambio de bandera y su dominio. Los capitanes se desconcertaron, pues por lo pronto no sabían qué partido adoptar. -¡Malitos sean! -llegó a exclamar el teniente Alpoin, denigrando el momento. -¡Es de contarlo y no creerlo! -prorrumpió John, que estaba de pie junto al timonero, mientras observaba con el catalejo los sucesos que ocurrían en aquel asentamiento. -Parece asechanza del diablo -agregó Robert Hugges moviendo la cabeza de un lado al otro. -¿Qué ocurre? -llegó a preguntar inadvertido uno de los contramaestres, colocando la mano sobre los ojos para apurar mejor la vista. Venía de la cubierta inferior y la secuencia de estampidos lo había sobresaltado. -Seguramente que toda esa algazara no es por nuestra causa. Probablemente, el revoloteo de los cañones tiene a Los Piratas del Lord Clive
Página 350
ver con los festejos católicos, pero creo que más bien se debe a la victoria reciente de ellos en la Colonia -dedujo John con el mentón casi apoyado en el pecho. -¡Que infierno! No podemos arriesgarnos a entrar bajo esas condiciones, señor comandante -llegó a razonar Alpoin, quien en ese momento suponía que las fuerzas de tierra estarían preparadas para rechazar su desembarque. Al quedar inmovilizadas a un par de millas de la entrada del estuario, las naves se movían al compás de las olas como si estuviesen danzando un vals acompasado y opuesto a lo que sus marineros esperaban. Algunos de ellos demostraban fisonomías de desesperanza, y hasta desconfiaban de las virtudes de los capitanes. -Es verdad, señor teniente -concordó John mientras observaba atentamente lo que ocurría en el cerro y la punta opuesta de la entrada de aquella bahía-. Nosotros hemos perdido el factor sorpresa y, por tanto, mismo que sigamos enfrente y los derrotemos, juzgo que sufriríamos enormes bajas que seguramente nos harán falta más tarde -llegó a preconizar de manera conclusiva. -Su apreciación hace sentido, señor, -asintió Alpoin con una mueca-, pero si me permite mi evaluación, opino que si nos quedamos aquí parados, también corremos el riesgo de que ellos nos ataquen o que quedemos atrapados entre dos fuegos si viene la flota hispana desde Colonia. Los Piratas del Lord Clive
Página 351
Igualmente, no tenemos motivo alguno para realizar un sitio, principalmente cuando ya comienza a faltar víveres y agua en los barcos menores. -Está bien, señor Alpoin. Pero noto que sus palabras contienen muchas ponderaciones, y no aportan ninguna opinión concreta. ¿Qué aconseja que debamos hacer? -Creo que ahora debíamos tener en cuenta el pedido del conde, y retirarnos, señor. -¡No!, de ninguna manera -vociferó John como respuesta. Sin mediar más palabras aprovechó el momento para comunicar una orden inmediata a su segundo. -¡Largar velas! ¡Vamos a retirarnos hacia el suroeste de inmediato! Cuando los barcos recularon a una distancia que el catalejo apenas los mostraba como un punto en medio del río, John, que se mantenía silencioso, levantó la voz de repente para Hugges, decretando: -¡Izar banderas! Quiero que mande señal para formar Consejo de guerra en una hora. Todos los capitanes de mar e infantería concurrieron apresados a la llamada. Sus rostros denunciaban que no comprendían muy claramente lo que había motivado la llamada después de retirarse a todo trapo de su objetivo. Pero cavilaron que importantes motivos habrían surgido.
Los Piratas del Lord Clive
Página 352
Estuvieron meditando y discutiendo otra vez la situación en la asamblea que fue realizada en el “Lord Clive”, la cual contó con la audiencia y los informes que cada jefe de ambas naciones habían presenciado durante la jornada de los españoles en tierra. Como si fuera un corolario para todos los sucesos que habían ocurrido durante las últimas semanas, determinaron al cabo de algunas horas de discusión acalorada, que ellos debían empezar su campaña buscando la expugnación de la Colonia antes de que allí pudieran los españoles reparar los desperfectos de las fortificaciones, teniendo en cuenta que, flacas como eran las defensas por la parte de la ribera, estas fácilmente sucumbirían a la descarga de fuego pesado de los navíos, si estos lograsen estar situados a muy corta distancia. Igualmente, concluyeron que prácticos no les faltaría para que los condujeran hasta fondear poniéndose a tiro de fusil de la playa, cuando formarían una primera línea los dos navíos ingleses con el portugués, y una segunda con el resto de bajeles de menos porte. -Demás está decirle, señores, que deberemos navegar con total sigilo. Es de vuestra responsabilidad estar atentos a que se mantenga un silencio absoluto de proa a popa. Principalmente durante la noche de nuestra llagada, pues estaremos expuestos a sus desbastadores disparos. Los Piratas del Lord Clive
Página 353
-Pero si lanzamos las anclas muy cerca, corremos el riesgo de que nos vean -acotó el teniente Alpoin, sin comprender la estratagema. -¡Señores! Primero fondearemos aquí -dijo John, apuntando con su dedo el mapa que tenía extendido sobre la mesa. Pero luego del amanecer del 6, partiremos. Necesitamos sorprenderlos colocando a los tres buques mayores posicionados por la banda de estribor frente a las fortalezas. El Lord Clive se posicionará frente a Santa Rita, el Ambuscade deberá quedar frente a la de San Pedro Alcántara, así como y el Gloria frente al de San Miguel. ¿Comprendido, señores? Todos asintieron con la cabeza.
Mapa del Río de la Plata
Los Piratas del Lord Clive
Página 354
-Esa mañana los atacaremos sin piedad, mis amigos, ya que como ustedes saben, es día de Reyes, y presumo que estos come santos, así como lo vimos el otro día en Montevideo, deben estar entregues de rodillas juntas a la liturgia que se celebraba en esa festividad católica -decretó MacNamara colocando énfasis en sus palabras, ya que preveía que el comportamiento de aquella población sería similar a lo presenciado días antes en la otra parte de la costa de la Banda Oriental. -Otra cosa, señores -anunció John haciendo resonar su voz en una sala que ya era tomada por un bisbiseo general. -Quiero que todas las brigadas de artillería se mantengan en alerta máximo, preparados para zafarrancho de combate, pues no se sabe lo que nos espera a cualquier momento. Finalizado el consejo de guerra que fuera realizado el día 4 de enero, quedó acordado que partirían al amanecer siguiente dispuestos a atacar la Colonia. Una vez que allí llegaron, todos los barcos soltaron ancla y fondearon en el Riachuelo, cerca de Colonia, buscando esconderse entre la neblina nocturna. Era el anochecer del día cinco. El día siguiente fue una de esas alboradas de azul lavanda en las que llega a temblar la expectación del verano. El propio cielo parecía canturrear mientras las aves describían círculos a través de la delgada bruma Los Piratas del Lord Clive
Página 355
mañanera que se elevaba desde la costa. Pero cuando el sol disipó la niebla, John ordenó que fuera ensayado un golpe de mano con la realización de varios ataques menores para tantear cuan apertrechadas estaban las defensas, pero en todos ellos fueron rechazados. Al mediodía, los 11 barcos ingleses y portugueses atacaron conjuntamente la ciudad. Los tres buques mayores cañonearon las principales posiciones fortificadas de la plaza: el Lord Clive frente al baluarte de Santa Rita, el Ambuscade frente al de San Pedro Alcántara y la Gloria frente al baluarte de San Miguel. El fuerte bombardeo de la plaza fue iniciado al mediodía y desde una distancia de unos 400 metros, haciendo que el intercambio de fuego se mantuviese por cuatro horas. -¡Destrincar los cañones! -gritó John, dando inicio a la ofensiva, cuando el olor de las mechas retardadas ya se hacía sentir en toda la cubierta. Cuando los artilleros del Lord Clive dispararon la primera descarga, John notó levantarse una encrespada polvareda y una nube blanca se elevó al cielo cuando la bala dio de lleno en un terraplén de defensa. -¡Nivelar los cañones! -orientó John, al ver que el disparo había caído lejos de su objetivo. Bastó este primer disparo para que a partir de ahí se siguiera un atronador cañoneo, y en el barco sólo se Los Piratas del Lord Clive
Página 356
escucharon las voces de comando machaconas y sucesivas que recorrían toda la cubierta: -¡Sacar la boca por la porta!... ¡Cebar cañón!... ¡Apunten!... ¡Fuego!..., y todo recomenzaba con: ¡Taponar el fogón!... ¡Limpiar el cañón!... ¡Cargar con el cartucho!... ¡Apunten!... ¡Fuego!... Todos los barcos comenzaros a disparar a la vez y con un vigor al parecer irresistible. Cada batería de cañón disparaba en secuencia sucesiva luego después de haberlo hecho el grupo que estaba a su lado, que era para no desestabilizar el equilibrio del barco. Empero, todos ellos apuntaban para barrer literalmente la orilla, destruyendo los parapetos, desmontando aquellas baterías que con precipitación habían formado los españoles; apagando sucesivamente a los cañones enemigos. Por causa de calor, los artilleros del Lord Clive estaban desnudos hasta la cintura y llevaban un pañuelo de seda negra atado en la cabeza. Parecían muy preparados y atentos. Viéndolos con aquella facha, se diría que estaban en su elemento. John había ofrecido un premio para las brigadas de aquellos cañones que alcanzaran el objetivo, pero el mejor premio sería para la guardia que disparara más rápido, pero con el cuidado de no disparar al azar ni errar tiros.
Los Piratas del Lord Clive
Página 357
John, por encima de la barandilla del pequeño balcón, observaba a través del catalejo el muelle, la entrada del puerto y el comportamiento de las demás embarcaciones. De vez en cuando soltaba un: ¡Hurra!, que era rápidamente coreado por la mayoría de los componentes de la brigada del cañón que había alcanzado su objetivo. Pero también habían una cantidad de ¡maldito sea!..., ¡oh, Dios!... ¡por Dios, que inútiles!, y otras expresiones similares cuando los disparos no lograban el éxito pretendido. Empero, pese a lo intenso del fuego, donde más de 3.000 disparos de bala rasa y metralla fueron disparadas, las tropas del gobernador Pedro de Cevallos, parapetadas que se encontraban en un terreno bajo, no llegaron a sufrir mayores bajas, pues los tiros de sus enemigos resultaban ser muy elevados. -¡Que error he cometido! -murmuró John casi en entre dientes-. Anclamos tan cerca de la costa, que el porte y la altura de este maldito barco, hace imposible poder bajar más la mira de nuestros cañones. -¡Señor! ¡Necesitamos retroceder! -vociferó Robert Hugges buscando hacerse oír por encima del ensordecedor barullo de la artillería. -¡Ni loco! -repudió John, haciendo oídos sordos al reclamo de su oficial de cubierta… Denles bala, nomás ordenó ofuscado. Los Piratas del Lord Clive
Página 358
-Juzgo que tenemos que apartarnos un poco de la costa, señor. Nuestras balas se pierden por encima de la ciudadela -alegó el oficial de manera perentoria. -No hay tiempo a perder -justificó John-. Hay que continuar disparando. En algún momento se les ha de acabar la pólvora a estos malditos… ¡Continuemos! -le ordenó eufórico. -Disculpe que continúe a insistir con este asunto, señor comandante, pero juzgo que si a ellos se les ocurre venir con los cañones a la playa, es posible que nos disparen a la línea de agua. Sin lugar a dudas, el lugar más vulnerable de nuestros barcos. -Dudo que ellos se arriesguen, señor Hugges. Los aniquilaremos así que asomen la nariz, si es que nuestros artilleros logran mejorar un poco la puntería. -Mejor sería -enmendó con el rostro colorado-, que usted busque para que todos se mantengan a puestos, y que los capitanes de los cañones sean más celosos con sus hombres, así como el teniente Alpoin debe hacer con que sus soldados apunten y tiren con carabina o pistola sobre cualquier cosa que se mueva en esa maldita playa -declaró John, que no apartaba su mirada de la costa, salvo para echar un ligero vistazo por la cubierta y los otros navíos. Las horas de aquella tarde fueron desfilando en un periquete, no sin antes los caudillos de las fuerzas sitiadas Los Piratas del Lord Clive
Página 359
buscasen por alternativas victoriosas ante tan intenso y atronador bombardeo que realizaba aquel imponente barco que estaba a escasos 350 metros de la costa. Sin embargo, en un relámpago de imaginación, algunos vigías españoles fueron enviados a la playa para observar más de cerca la situación, hasta que uno de los que fueron allí apostados, volvió de la costa con un mensaje para el capitán Cevallos, informándole de su avistaje y agregando que “esos buques están buenos para la bala roja”. Al gobernador, tal idea le pareció muy oportuna, pero sería necesario aproximar una batería corta de cañones hasta la costa. -Señor gobernador, quizás es mejor aguardar por el apoyo de nuestros navíos -comentó uno de los oficiales. -¿De quién usted me habla? ¿De nuestro asustadizo marinero? -indagó Cevallos espumando por la boca. -¡Maldito seas, Sarriá! ¡Ojalá quemes en el infierno!despotricó el gobernador echando humos. -Cuando más necesitamos del apoyo de nuestra escuadra, este maldito cabrón y cobarde decide esconderse -alcanzó a comentar Cevallos juntos a sus incansables oficiales de infantería, que hacían todo lo posible para mantener la fortificación.
Los Piratas del Lord Clive
Página 360
Así que, después de realizar de un corto intercambio de pareceres junto a sus oficiales, quedó dispuesto que se enviaría una fuerza suficiente como para aplicar la táctica en la playa. Cabe agregar que la escuadra española, que estaba al mando del teniente de navío Sarriá, hasta la víspera había permanecido fondeada frente a la costa de Colonia. Estaba compuesta de la fragata Victoria, el buque Santa Cruz del capitán Urcullu, y el aviso San Zenón. Pero al enterarse de la llegada de la escuadra de MacNamara, Sarriá, por su propia cuenta, había determinado que dejaran aquella plaza a su propia suerte y, al igual que lo había hecho en octubre, se retiró a la cercana isla de San Gabriel, donde abandonó la fragata desembarcando con sus oficiales, cuando dejó una tripulación de 180 hombres a bordo al mando del contramaestre. De tal modo la hostilidad se iba desempeñando aquella tarde, que cuando efectivamente la campana del Lord Clive alcanzó a tañer cuatro veces permitiendo que de alguna manera no fuese afectado su sonido por causa de las detonaciones mientras el ágil grumete daba vuelta el reloj, se anunciaba que eran las 16:00 horas. Pero John no estaba preocupado con su proclama, pues acababa de ver surgir una nube de humo detrás de un arbusto en la orilla, y en el zumbido de una bala le hizo dar un respingo que Los Piratas del Lord Clive
Página 361
llegó a sorprenderlo al venir acompañado del fuerte estampido del cañón que les había disparado. -¡Atención! ¡Fusileros! ¡Tiren al centro! Miren a los que se esconden detrás de aquellos arbustos de la orilla gritó John colocando la mano en concha al lado de su boca para que su voz fuese más lejos. -¿Señor Rhode, dónde diablos está metido el teniente Alpoin? ¡Por mil diablos! ¿Por qué no consigue orientar correctamente a sus soldados? -vociferaba con el rostro enrojecido mientras se apoyaba en la barandilla y hacía correr su vista de proa a popa. Sin embargo, una bala roja, o sea, una bala de hierro que había sido calentada al rojo vivo, casi enseguida los alcanzó de pleno y en su embestida terminó por originar un fuerte incendio en la cubierta del Lord Clive, que hasta ese momento había sufrido 40 bajas. -¡Señor Hugges! ¡Señor Lynch! ¡Señor Morris! -John comenzó a gritar eufórico mirando espavorido a uno y otro oficial. -¿Es que no ven? ¡Ayuden a los oficiales y a los bomberos! ¡Apaguen ya ese fuego, idiotas! -se desgañitaba mirando a todos y a nadie en especial. Más de la mitad de la dotación acudió para ayudar para combatirlo, y los esfuerzos realizados para apagar el fuego fueron sobrehumanos; pero después de tantas horas Los Piratas del Lord Clive
Página 362
de presentar batalla, la cubierta del navío se encontraba repleta de trastos que de alguna manera estaban permitiendo alimentar a las voraces llamas. Además, la vieja madera del Lord Clive servía y ayudaba a fomentar el incendio y nutrían de alguna manera la quema de la estructura. Hacía más de dos horas que la tripulación se había unido para luchar con denuedo para intentar controlar la situación, pero las llamas continuaron hasta envolver el barco por todos los lados, y de repente se lo vio saltar al aire, tan luego como alcanzó el incendio al depósito de la pólvora.
El estallido de la santabárbara al anochecer, hizo con que murieran al momento 272 de los tripulantes, en cuanto Los Piratas del Lord Clive
Página 363
un otro centenar se arrojó por la borda como pudo. Unos, empujados por la inmensa onda de viento proporcionada por el estallido. Otros de ellos hasta consiguieron salvarse en un pequeño bote, los menos. Pero la gran mayoría nadó hacia la orilla bajo un intenso fuego de metralla buscando salvar la piel, mismo corriendo el riesgo de ser capturados por los españoles. El comandante John MacNamara, mismo queriendo permanecer a bordo para cumplir hasta el final la misión honrosa de todo capitán, ahora se encontraba entre la turba de los marineros que se habían arroyado por la borda. El dislocamiento de aire había sido tal con la explosión, que su invisible mano terminó por empujarlo de vez por la amura haciendo precipitar su cuerpo al vacío. Mientras John veía con tristeza como su nave comenzaba a hundirse de lado, uno de los marineros se aproximó para ayudarlo a que se mantuviese a flote. En ese momento, las aguas del río escondían las gruesa lágrimas que John ya no hacía cuestión de esconder. -Permítame que lo ayude, capitán. -logró anunciar el marinero cuando, jadeante y exhausto, llegó chapoteando hasta colocarse a su lado. -¡Lárgueme, hombre! ¡Déjeme morir con mi barco! le gritó John dando manotazos al agua.
Los Piratas del Lord Clive
Página 364
-Échese de espaldas, señor, que yo lo llevo… El barco ya no existe -le gritó el hombre. -No puede… ¿No ve que se lo tragarán las olas? alcanzó a protestar John, que se sentía sin ánimo para nada. -De ninguna manera, señor -volvió a insistir el marino que, de un manotón, logró aferrar los dedos de su mano en la parte trasera del cuello de la camisa del comandante y comenzaba a nadar con un brazo solo hacia la orilla. -¡No sea porfiado, hombre!... ¡Lárgueme, que yo sé nadar! -le gritó John en protesto después de escupir un chijete de agua dulce y mugrienta que una ola más grande le había hecho engullir. Una vez entregados a las olas, aquellos dos hombres que ahora luchaban por motivos diferentes, obraron con afinco hasta el punto que la fuerza de la corriente y el cansancio de tantas horas de combate fuesen minando de a poco su pujanza. No obstante, cuando John se dio cuenta que el incognito marino comenzaba a mostrar señales de desfallecer, decidió mudar de táctica. -¡Descansemos un poco! -ordenó-. Cambiemos de posiciones, o déjeme, que yo nado solo. -¿Se anima, señor? Las olas están fuertes -le preguntó el exhausto marinero. Los Piratas del Lord Clive
Página 365
-No se preocupe. Lo que a mí me estorba es esta espada… ¿Podría usted llevarla por mí? -respondió John pataleando el agua con las pocas fuerzas que le restaban. -Por supuesto, señor -respondió el hombre, mientras chapuceaba para mantenerse a flote. -Óptimo -pronunció finalmente John, que a seguir le extendió la espada por encima de las olas. Pero mientras el marinero miraba como aquella arma relucía misteriosamente entre sus manos, John se dejó hundir entre las olas y halló allí su muerte. De todos los sobrevivientes que habían logrado de alguna forma abandonar el barco a nado, y de los otros que se encontraban en un pequeño bote, solamente 62 de ellos fueron capturados por las fuerzas de españolas. Casi 400 hombres habían perdido la vida Por su vez, los otros dos navíos de línea que formaban la flota de combatientes aliados, y las fragatas Ambuscade y Gloria, maltrechas y en rápida fuga, se alejaron de la línea de fuego con el sabor amargo de la derrota, ya que por entonces estaban muy mal paradas tras cuatro horas de duelo de artillería. Cuando ellos percibieron la explosión del Lord Clive, picaron los cables y se pusieron a la vela, marchando de inmediato a Río Janeiro seguidos de una parte de la escuadrilla. La Ambuscade y la Gloria habían quedado Los Piratas del Lord Clive
Página 366
seriamente averiados, y contaban con numerosas bajas entre sus tripulaciones. Sólo en la fragata británica había 105 muertos y 40 heridos graves. Era más de la mitad de su tripulación original. Finalmente, de aquellas dos naves que habían partido seis meses antes de Londres, la fragata Ambuscade, casi deshecha, acabó siendo abandonada en Rio de Janeiro, mientras que el Lord Clive, consumido por el fuego y la explosión de la santabárbara, terminó desapareciendo bajo las aguas del Río de la Plata. No en tanto, una vez finalizada la contienda, las pérdidas humanas españolas fueron de tan sólo de cuatro muertos en el fuerte. Con todo, tras un arrobo de intrepidez, parte de la tropa de Cevallos se aproximó con lanchas, cerca ya de las 20 horas, hasta donde se hundía el Lord Clive, y consiguieron recuperar parte de la artillería luego después de que estallara. Un otro acto de las enajenaciones no contenidas por los victoriosos, surgió luego del naufragio, cuando un grupo de iracundos soldados españoles se dedicó a arrojar pesadas piedras sobre el quemado combés la nave, como una medida paliativa que buscaba evitar que los ingleses eventualmente la reflotaran. En cuanto a los náufragos del Lord Clive que habían sido rescatados, se sabe que estos fueron intensamente Los Piratas del Lord Clive
Página 367
interrogados y, luego de realizado un sumarísimo juicio, se decretó que todos los oficiales deberían ser ahorcados de inmediato sin miramientos en la plaza del fuerte, ya que por su condición de corsarios dedicados al pillaje, no eran vistos como prisioneros de guerra, sino como vulgares piratas. Resulta que el dudoso status legal de la expedición, que fuera confirmado por la consideración en Londres tras la derrota, cuando entonces les proporcionó la condición de corsarios a los integrantes de la incursión, permitió que los españoles no los considerasen como a simples prisioneros de guerra, sino más bien como asimilables piratas que eran. Por su parte, también quedó registrado que la mayoría de los otros prisioneros, tripulantes sin rango, fueron posteriormente trasladados a Buenos Aires e encarcelados en el interior del país muy lejos de la capital. Algunos de esos prisioneros que fueron confinados en aquel territorio, se afincaron en definitivo en lo que sería la futura República Argentina. Por su parte, el ex gobernador de Buenos Aires y primer Virrey del Río de la Plata, Pedro de Cevallos, persuadido de que éste no sería el último intento de ataque inglés y portugués a la Colonia y a Buenos Aires, dispuso
Los Piratas del Lord Clive
Página 368
una férrea custodia de los súbditos ingleses y portugueses afincados en la ciudad. Posteriormente al combate, el enérgico general Cevallos, que tenía como cometido invadir todas las posiciones portuguesas, luego se dirigió a la frontera del este, donde tomaría las fortalezas de Santa Teresa y San Miguel. Cabe agregar que años después, tras la independencia de Argentina, algunos de los descendientes de aquellos marineros de la fracasada flota, se encontraban entre los firmantes de una presentación efectuada en 1817 ante el general José de San Martín, quien organizaba en la provincia de Mendoza el Ejército de los Andes con el que libertaría Chile y Perú. En dicha petición, John Heffernan, W. Manahan, Timothy Lynch, John Brown, John Young, Thomas Hughes, William Carr, Daniel MacGeoghegan, todos descendientes de los prisioneros de la expedición de 1763, decían que: “…agradecidos por la gran hospitalidad y llenos de entusiasmo por los derechos de los hombres, no podían ver con indiferencia los riesgos que amenazaban el país y estaban dispuestos a tomar las armas y dar su última gota de sangre, si fuera necesario, en su defensa”. Los Piratas del Lord Clive
Página 369
Por su parte, el capitán William Roberts, responsable por la Ambuscade, tras su huida, permaneció en Río de Janeiro al servicio de la marina portuguesa, llegando a participar más tarde del escuadrón portugués al mando del británico Robert McDouall durante la guerra por la reconquista de Colonia de 1775-1777, donde elaboró un plan para atacar Buenos Aires, y el que llegó a compartir con el entonces capitán Arthur Phillip, el último defensor de Colonia. Ese plan fue puesto en práctica por Phillip con el conocimiento del gobierno británico y adoptado por Thomas Townshend, 1° Vizconde Sydney, y secretario de Estado del gabinete de William Petty Landsdowne. La flota al mando del comodoro Robert Kingsmill partió el 16 de enero de 1783, pero el fin de aquella nueva guerra hizo detener su ejecución. Comitentemente, falta añadir que quedó registrado que una vez que el capitulante gobernador de la Colonia, Da Silva Fonseca, tuvo llegado a Río de Janeiro portando la mala noticia de la pérdida de aquel bastión para los españoles, el conde de Bobadela decreta que se le envíe preso a Portugal, donde por orden directa del marqués de Pombal termina siendo condenado por traición y encerrado en un castillo, donde murió.
Los Piratas del Lord Clive
Página 370
De igual modo, se dice que el hecho de Fonseca haber perdido la Colonias de Sacramento justamente cuando una flota aliada iba a camino para tomar todo el resto del territorio español, fue lo que terminó por causar tan poderosa impresión en el conde, que éste recibió la mala noticia en diciembre de 1762 y cayó enfermo gravemente, muriendo el 1º de enero siguiente. Fue sepultado en la capilla del convento de Santa Teresa, en Rio de Janeiro, dejando en testamento un valiosísimo legado en favor de su hermano, José Antonio Freire de Andrade, pues no se había casado ni tuviera hijos legítimos o no. Así fue que, al final de esta historia, los filibusteros atacantes, o acabaron muertos de una manera trágica, o terminaron por sentirse desmoralizados, retirándose con la cola entre las patas sin lograr tomar la ciudad. En ese momento, España y sus súbditos habían triunfado una vez más sobre sus enemigos.
Los Piratas del Lord Clive
Página 371
Epílogo
Notoriamente que la toma de la Colonia y el rechazo a la escuadra enemiga, terminó por ser una de las mayores victorias que para España se habían dado hasta entonces en aquella parte de América. Pero falta agregar que ella terminó por ser empañada por la actitud indecorosa y cobarde de un oficial ya mencionado, el teniente de navío Sarriá. Recapitulemos que dicho oficial se encontraban en Colonia al mando de la fragata Victoria, del navío Santa Cruz, y del aviso o paquebote San Zenón. Pero al aparecer la escuadra de MacNamara, el teniente ordenara retirarse con la fragata Victoria lejos del fuego británico y portugués, quedando como única preocupación de la flota enemiga los cañones de la plaza. Pero aunque el acto de abandonar el combate pudiera no ser tachado de cobardía ante la presencia de fuerzas superiores, en realidad sí lo fueron los hechos que el oficial -al igual que meses antes- protagonizó nuevamente. Consta que Sarriá, junto con el resto de sus oficiales, abandonó la fragata en un bote dirigiéndose a poner pie en tierra en la cercana isla de San Gabriel. A las ocho de Los Piratas del Lord Clive
Página 372
aquella tarde-noche, cuando toda la tripulación estaba preparándose para abandonar el barco, escuchan el estallido del navío británico, y al no haber ya peligro, los marineros deciden quedarse todos a bordo. A las once de la noche, el contramaestre envía un bote a la isla con la intención de recoger al comandante y los demás oficiales que lo acompañaban. No en tanto, cuando estos retornaban, al acercarse a la fragata oyen que se disparan tres cañonazos por causa de una falsa alarma y Sarriá ordena que lo lleven nuevamente a tierra firme. Con todo, al amanecer del día 7 el teniente regresa a la fragata, de la cual salió después en bote rumbo a la segura isla San Gabriel, quedando el resto de oficiales para recoger su equipaje. Empero, esa misma tarde regresa de nuevo a la fragata, donde encabezó una junta de guerra, decidiendo abandonar la nave y dirigirse a la isla, sin informar a Cevallos de sus decisiones.
En consecuencia, varada como estaba la nave en la arena, ordena que la hundan sin preocuparse en salvar la artillería, pólvora, municiones y demás pertrechos que allí había. Claro está que la fragata no sufría daño alguno y, aunque estaba varada, hubiera salido sin dificultad poco después con la subida de la marea. Por tanto, sus órdenes, para que no quedara duda, fueron las siguientes:
Los Piratas del Lord Clive
Página 373
“…luego que salga de su bordo la lancha, empiece Ud., sin pérdida de tiempo, a echar la artillería al agua, y tenerle abierto buenos rombos a la fragata para que se vaya a pique, antes que logren los enemigos hacer alguna intentona, o con esa artillería batir a esta isla, de lo que se nos haría grave cargo, y de este sentir son todos los oficiales y yo, y así sin interpretación póngalo Ud. luego por obra. De Ud. Sarriá.” Cabe recordar que los enemigos, ya derrotados, habían huido la tarde anterior. Pero si por cualquier motivo estos hubieran regresado e intentaran de alguna manera tomar la fragata con botes, era elemental de que serían suficientes los 180 hombres de aquella tripulación para rechazarlos. Empero, el contramaestre, tal vez tomado por el pesar que significa para un marino perder su nave, terminó por desobedecer las órdenes dadas por Sarriá, y sólo abrió unos barrenos, por lo que la entrada de agua fue más lenta. Al enterarse Cevallos de lo que estaba ocurriendo, mandó que se dirigieran hacia la fragata el piloto Manuel Joaquín de Zapiola, un práctico y varios marineros, con la intención de salvarla, pero estando ya a la vela en el puerto, sobrevino la tormenta del 8, que terminó por Los Piratas del Lord Clive
Página 374
lanzarla contra las rocas, donde se perdió por no poder echar un ancla, ya que todas habían sido desechadas al agua por órdenes de Sarriá.
Localización de la isla de San Gabriel
Frente a tales hechos, el teniente Sarriá y los oficiales terminaron por ser arrestados por el gobernador Cevallos. Su encarcelamiento duró hasta la celebración de un consejo de guerra en 1766, donde, inexplicablemente, el teniente quedó absuelto de todos los cargos que se le imputaban. Por tanto, muchos y poderosos contactos debía tener el teniente de navío D. Carlos José de Sarriá. Finalmente, por las cláusulas que constaban en el tratado de París firmado el 10 de febrero de 1763, la Colonia de Sacramento y las demás posesiones que habían
Los Piratas del Lord Clive
Página 375
sido ocupadas por Cevallos deberían ser restituidas a los portugueses. En dicho acuerdo, Portugal terminaría por obtener con la diplomacia lo que España debía conseguir con el esfuerzo y el derramamiento de sangre de su gente. Dando continuidad a los hechos que ya narramos, queda por decir que el aguerrido gobernador Cevallos prosiguió después su campaña beligerante hacia el este, apoderándose el 19 de abril de 1763 de la Fortaleza de Santa Teresa y, días más tarde de las de Santa Tecla y San Miguel, llegando el día 24 de abril hasta Río Grande de San Pedro, donde debió detenerse al tomar conocimiento de la noticia del Tratado de París que ya había sido firmado el 10 de febrero de aquel mismo año, y con el cual se ponía fin a la “Guerra de los siete años”. Sin embargo, después de firmado el Tratado de París, en Inglaterra, el rey Jorge III trató de atribuirse el mérito de las victorias obtenidas durante todos aquellos años de una guerra continental, pero no consiguió el favor de la opinión pública. Por su parte, William Pitt se encargó de denunciar el tratado de París tratándolo como una traición, pues argüía que, si el primer ministro Bute no hubiera tenido tanta prisa por firmar la paz, los beneficios habrían sido aún mayores para Gran Bretaña. Los Piratas del Lord Clive
Página 376
Pero la intransigencia de Pitt hizo con que la mayoría del partido whig le diera la espalda, aunque aun así, logró que el rey se viera obligado a cesar a Bute en abril de aquel año, quien fue sucedido por George Grenville, y apoyado por la facción whig hostil a Pitt. No obstante en sus ataques William Pitt se había abstenido de atacar directamente al monarca, no sucedió lo mismo con el parlamentario John Wilkes, que el año anterior había fundado una publicación llamada North Briton, desde la que lanzaba ataques mordaces contra el gobierno. Ese año llegó a publicar un artículo en el que censuraba al propio rey Jorge III, a raíz de lo cual fue detenido junto con otras personas, en un proceso de dudosa legalidad, por lo que todos fueron puestos en libertad al poco tiempo. Antes de finalizar esta historia, lo que aún resta por agregar, es aquello que afectara a las fuerzas navales españolas y al proceder de su jefe el teniente de navío D. Carlos José de Sarriá, objeto de graves censuras y de acusaciones que se tendrían por calumniosas a no estar acompañadas de las órdenes del Gobernador Capitán General, y de las respuestas con que el jefe de la marina eludía sobre cual eran el cumplimiento de los más rudimentarios deberes militares.
Los Piratas del Lord Clive
Página 377
Cuesta mucho trabajo persuadirse de que un oficial de corta graduación, que debiera encontrarse de alguna manera halagado por poder comandar una fragata de 26 cañones de a 12, y una escuadrilla de cuatro buques más, sutilmente y sin más se dejara dominar por el pavor al punto de huir de su propia sombra sin ponerse nunca a tiro del enemigo, además de mandar arrojar al agua la artillería, abandonar su bajel y mandar afondarlo por empleados subalternos, que no llegaron a ejecutarlo, pero que no pudieron impedir tampoco que se perdiera por el abandono. Pero los documentos de prueba son de una evidencia aterradora, sobre todo, si se advierte que sólo el vencedor de la Colonia, sólo el general Ceballos pudo suministrarlos al acusador en su correspondencia. “No puedo ponderar a usted cuanto me ha sorprendido la noticia que casualmente he sabido de haber resuelto usted ayer retirarse con toda la escuadra la punta de Lara, que es la entrada de la ensenada do Barragán, sin haberle
debido
siquiera
la
atención
de
avisármelo, en lo que me confirma la de usted que recibí esta noche, en respuesta de la mía de hoy, pues me dice en ella haber estado desde el amanecer a pique, y que sólo esperaba un poco Los Piratas del Lord Clive
Página 378
de viento favorable para que todos le siguiesen, usando de la reserva de no expresar el paraje adonde tiene determinado irse, sin duda por conocer que yo no puedo menos de protestarle, como lo hago, las malas consecuencias que se puedan seguir al servicio del Rey, de una resolución tan intempestiva y tan poco decorosa a las armas de S. M., como la de dejarnos enteramente cortada la comunicación con Buenos Aires, de donde nos han de venir los víveres y todos los auxilios necesarios, sin más motivo que el haberse visto en Montevideo nueve embarcaciones, que, según todas las señas, son portuguesas, de las cuales sólo una era de tres palos, y las demás pequeñas de dos, y aun no sabemos estén armadas, antes se discurre ser de comercio; pero cuando no lo fueren, hasta ahora no se ha roto la guerra con los portugueses, ni veo que aun cuando la hubiera, sean fuerzas competentes para hacer frente a las que usted tiene a sus órdenes; fuera de que antes de huir del peligro la razón dicta que se vea si lo hay o no, y aunque se hayan conformado con usted los capitanes del navío Santa Cruz y de los tres avisos, siendo esto tan Los Piratas del Lord Clive
Página 379
conforme a su comodidad, no se podría dudar que lo seguirían. En vista de esto, aunque hasta ahora, porque se hiciese sin tropiezos el servicio del Rey, he disimulado algunas cosas en que usted ha mostrado su independencia, al presente no puedo menos de preguntarle, como lo hago, si tiene o no orden del Rey para estar a las mías, repitiéndole en consecuencia de las que se me han comunicado, de la de S. M., que situándose como lo tengo intimado, con la izquierda a la isla de Hornos, y la derecha a la del Farallón, suspenda su retirada hasta que con la vuelta de la lancha que ha salido a reconocer las embarcaciones que han puesto a usted en tanto cuidado, hayamos adquirido noticias sobre qué fundar la resolución que más convenga al servicio de S. M.”. Sarria se retiró, no obstante, informado de que las velas vistas eran muy superiores a las suyas, y una vez declarada la guerra, no hubo aguijón que le hiciera salir del refugio que fortificó con baterías en tierra. Ejemplo: “Cuando yo esperaba que usted viniese con toda la escuadra, como expresamente se lo he prevenido en las cartas del 1, 5 y 9 del corriente, veo que ha tomado la determinación Los Piratas del Lord Clive
Página 380
de entrarse con toda ella en la ensenada de Barragán, y de echar en tierra parte de la artillería y la del navío Santa Cruz con el pretexto de defender el puerto. Este cuidado no es de usted, sino mío, y por lo mismo no le puede servir de excusa para dejar de venir a servir al Rey, como debía en esta ocasión, y mucho menos cuando la citada determinación que ha tomado deja
certificados a
los
portugueses de que no tienen que temer oposición alguna por el río. Tampoco puede dejar a usted cubierto de una acción tan indecorosa a las armas del Rey el parecer de los que me dice ha convocado a este fin, pues no faltará modo de poner en claro la verdad, siendo constante que, habiendo venido usted a mis órdenes, debiera haber obedecido las que aun después de las representaciones le he dado repetidas veces, de venir a las cercanías de la Colonia”. No hay para qué prolongar la sensible relación existente entre estos dos hombres; así que, después de la entrada en la Colonia y refriega con los ingleses, Sarriá fue arrestado por orden del general Ceballos, y volvió a
Los Piratas del Lord Clive
Página 381
Europa en calidad de preso para ser juzgado en Consejo de guerra. Tampoco pueden alegarse motivos que hagan dudar de la justificación de los que entendieron en el proceso; pero así como en el de conquista de La Habana, con la dilación de los autos ocurrieron circunstancias favorables a la benignidad natural en los jueces eventuales, y contrarias a la doctrina de ser necesaria para el vigor de los cuerpos militares, que al igual que ocurre con la salud del cuerpo humano, la extirpación de los miembros dañados, por doloroso que sea, el corte es necesario que ocurra. En todo caso, en la sentencia contra Sarriá aprobada por S. M. en Aranjuez el 5 de Junio de 1766, se declaraba “no resultar probado cargo alguno” de los nueve propuestos, y se le debía absolver de todos ellos, declarando haber procedido en toda la expedición y combate como buen vasallo y oficial de honor. En consecuencia, debía manifestársele la complacencia de S. M. e indemnizarle, no sólo respecto a la bizarría y valor que acreditó en el combate, sino también con respecto a la prisión de más de tres años que había sufrido. De igual modo, del fracaso ocurrido a la escuadra anglo-portuguesa en el intento no sólo de recobrar la Colonia del Sacramento, tratan concisamente los autores británicos sujetos a la debilidad tan común en los de todas Los Piratas del Lord Clive
Página 382
las naciones y todos los tiempos, la de rebajar importancia a lo que mortifica. Allí se limitaron a consignar: “que era la de Buenos Aires empresa de aventureros ganosos de botín, dirigida por el capitán Macnamara, oficial que se había distinguido en servicio trabajando para la Compañía de las Indias” Así es que, lo que se percibe en conclusión, es que todos aquellos individuaos que de alguna manera comprometieron sus palabras al dictaminar sobre una empresa mixta en aquella frustrada jornada, no suenan muy diferentes a las del Dictamen del Supremo Consejo de guerra español sobre el proceso obrado al teniente de navío don Carlos Joseph de Sarriá.
Los Piratas del Lord Clive
Página 383
Referencias Bibliográficas Oscar C. Albino, Cevallos, la Colonia del Sacramento y la Primera Invasión Inglesa al Río de la Plata, Boletín del Centro Naval N° 810, 2005 Enrique M. Barba, La Primera Invasión Inglesa, Revista Todo es Historia, 1970. John D. Granger, The Royal Navy in the River Plate 1806-1807, Scolar Press for the Navy Records Society; 1996. Horacio Rodríguez, Pablo Arguindeguy, Los Bloqueos Navales en el Río de la Plata, Instituto Browniano, 1991. Hialmar Edmundo Gammalson, El Virrey Cevallos, Plus Ultra, 1976, Buenos Aires. Roberts, Carlos, Las invasiones inglesas del Río de la Plata, Emecé Editores, 2000. Adolfo Kunsch Oelkers, Incendio y Naufragio del Lord Clive, en Naufragios en Colonia: Patrimonio Histórico, Torre del Vigía Ediciones, Montevideo, 2003. Andrew Graham-Yooll, Imperial skirmishes: war and gunboat diplomacy in Latin America, Volumen 2, Hidden History Series, Signal Books, 2002 Carlos Calvo, Colección completa de tratados, París, 1862, Tomo VI Isaac Schomberg, Naval Chronolgy, Tomo I, Londres, 1802 David Marley, Wars of the Americas: a chronology of armed conflict in the New World, 1492 to the present, ABC-CLIO, 1998 Miguel Ángel Cárcano, La política internacional en la historia argentina, Eudeba, 1972 Andrés López Reilly, Galeones, Naufragios y Tesoros, Ediciones de la Plaza, 2001 Página web Reconquista y Defensa, de la Fundación Argentina del Mañana Cesáreo Fernández Duro, “Armada española”, Tomo V, Alejandro Magariños Cervantes, “Estudios históricos, políticos y sociales sobre el río de la plata”, París, 1854. Centenario. Reg. “Dragones Libertadores” C. Mec. Nº 9, página 20. Diario de D. Bruno Mauricio de Zabala. Luis Enrique Arazola Gil, “Los orígenes de Montevideo 16071749”, 1976. Arturo Scarone, “Efemérides uruguayas”, Instituto Histórico y Geográfico de Uruguay, 1956. Los Piratas del Lord Clive
Página 384
Paulo César Possamai, “O reclutamento militar na América portuguesa: o esforço conjunto para a defesa da Colônia do Sacramento (1735-1737)”. Revista de Historia, 2º semestre 2004. Carlos Correa Luna, “Campaña del Brasil, antecedentes coloniales”, Tomo III. Gregorio Funes, “Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán”, Tomo II, Buenos Aires, 1816. Revista General de Marina, abril 1941, artículo de Luis Montojo, “Santiago Agustín de Zuloaga”. Balthazar da Silva Lisboa, “Annaes do Rio de Janeiro”, Tomo III, Rio de Janeiro 1835. Carmen Martínez Martín, “El Tratado de Madrid (1750): aportaciones documentales sobre el Río de la Plata”. Revista Complutense de Historia de América, nº 27, año 2002. Carlos Calvo, “Colección completa de tratados”, París, 1862, Tomo VI. Isaac Schomberg, “Naval Chronolgy”, Tomo I, Londres, 1802. Oscar C. Albino, “Ceballos, la Colonia de Sacramento y la primera invasión inglesa al Río de la Plata”. Artículo www.centronaval.org.ar. Andrew Graham-Yooll, “Imperial Skirmishes”, 2002. La Guerra de los Siete Años - La guía de Historia http://www.laguia2000.com/europa/. Páginas web Wikipedia Instituto de Historia y Cultura Naval de España Andrés López Reilly, "Galeones, Naufragios y Tesoros".
Los Piratas del Lord Clive
Página 385
Iconográficas de la Época Thomas Penhalm-Holes, Duque de Newcastle (“whig”)
Lord Asnton, Almirante de la Royal Navy
William Pitt - Ministro de Guerra
Los Piratas del Lord Clive
Página 386
Sebastião José de Carvalho e Melo, Marqués de Pombal
Martinho de Mello e Castro - Embajador
John Stuart, Conde de Bute (“tory”) Los Piratas del Lord Clive
Página 387
Gomes Freire de Andrade, Conde de Bobadela
Pedro Antonio de Cevallos Cortés Calderón
Fragata Ambuscade
Los Piratas del Lord Clive
Página 388
En 1799 muchos de estos sitios, ahora ocupados por grandes edificios gubernamentales, estaban ocupados por casas adosadas en hilera. Los Piratas del Lord Clive
Pรกgina 389
Mapa resumen de Whitehall mostrando los principales edificios gubernamentales del Reino Unido
Los Piratas del Lord Clive
Pรกgina 390
BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:
Carlos Guillermo Basáñez Delfante República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo
Nivel educacional:
Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Los Piratas del Lord Clive
Página 391
Obras en Español:
Los Piratas del Lord Clive
Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito 2010 Misterios en Piedras Verdes - 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Los Cuentos de Neiva, la Peluquera 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe 2012 Página 392
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013 Carretas del Espectro - 2013 Los Piratas del Lord Clive - 2013
Representación en la red:
Blogs:
AR http://blogs.clarin.com/taexplicado-/ UY http://blogs.montevideo.com.uy/taexplicado UY http://participacion.elpais.com.uy/taexplicado/ CH http://taexplicado.bligoo.com/ ES http://lacomunidad.elpais.com/gibasanez LA http://www.laopinionlatina.com
TERRA http://taexplicado.terra.com/ Wordpress http://carlosdelfante.wordpress.com/ Revista Protexto http://remisson.com.br/
Los Piratas del Lord Clive
Página 393