CUENTOS DEL COTIDIANO Carlos B. Delfante Cuentos del Cotidiano
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Un tonto en una posición elevada es como un hombre encima de una montaña… Al segundo de estar allí, todo le parece que es pequeño; y él, le parece pequeño a todo el mundo. Máxima de Match
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INDICE Mutis Elipsis
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Delectación
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La Soledad
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Fiesta en la Campaña
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Angustia Dilacerante
48
Febril Poquedad
58
Vivacidad Profana
67
Entristecido Legado
80
El Primer Amor
90
Competitiva jornada
98
Aventura Juvenil
105
Biografía
120
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El lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea. José Martí
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NOTA DEL AUTOR Los cuentos aquí relatados tuvieron origen en lo excepcional de la vida, y fueron interpretados por la ficción del autor, quien buscó narrar los instantes frugales que suelen ocurrir en el cotidiano de cualquier ser humano, llegando al punto de fantasear los personajes y las historias que se desenvolvieron en las fábulas del libro. Igualmente, no puede pretenderse que sea responsabilidad del mismo, que algunas de las semejanzas encontradas entre los parágrafos por el lector, lo identifiquen a éste con determinados hechos narrados en el transcurso de las leyendas. Entretanto, debe tenerse en cuenta que frecuentemente es posible que algunas personas tengan vivenciado acontecimientos similares, o posean una relativa analogía en la delineación física con el individuo de la ficción, una vez que el propio lector es parte integrante de una sociedad, y está sometido a ocultas comparaciones.
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MUTIS ELIPSIS
Cuando reparé, el individuo ya venía descendiendo por la ladera del polvoriento camino envuelto en un trajinar apesadumbrado. Para mí, verlo así era como notarlo a un igual entre aquellos tantos que traen colgada en la espalda los escarmientos de un consternado pasado. No en tanto, notaba que venía lentamente empujando su sufrible andar manteniendo la contemplación hundida en la distancia, como si mirase a la nada, como si estuviese negándose a querer distinguir la vida que de manera mansa se le iba escurriendo entre las venas. Cuando di por mí, noté que el hombre bajaba por la ladera de la carretera dando unos pasos estremecidos pero constantes, a modo demostrar estar sin un cierto apuro, como si ambicionase de esa manera que tal vez pudiese evitar que lo abrazara un futuro incierto del cual, sin lugar a dudas, ya sabría de antemano que éste igualmente lo tocaría, puesto que lo había alcanzado el ayer, como le llegó el día hoy y, sin cualquier mudanza seguramente le legaría un inevitable mañana. Su imagen distante no alcanzó a llamarme la atención, pero tenía una larga melena que estaba mancillada de un lustroso pelambre deslucido y opaco, el qué, por su vez, en un estilo inconciente, adornaba una cabeza que quedaba como que enclavada en un rechoncho pescuezo. De la misma manera, así como la cabeza destemplaba de su estirado y demacrado cuerpo, el propio pelo le ondeaba suelto al viento e iba saturándose de pura polvareda y transpiración. Cuentos del Cotidiano
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En ese momento vestía un harapiento pantalón de fieltro de un color negruzco rojizo, qué de tan mugriento, el mismo parecía estar salpicado de inconmensurables manchas de incertidumbres sombrías. Cubría su torso con una casaca de verde cetrino ya turbia por el propio polvo del camino y de la vida, mientras traía la propia existencia remolcada dentro de un par de botines de un gastado cuero hosco, tal vez tan huraño como su propio discernimiento. Pude observar que tenía la tez oscura, quizás un resultado proveniente de los muchos soles que durante horas sin interrupción se le habían ido arrojando inclementes hacia el cuerpo. Una realidad qué con el pasar del tiempo le había dejado impregnada una tonalidad cobriza en el rostro y en aquel par de nudosas manos de hierro, manos éstas que seguramente también se le fueron torneando bajo los propios golpes de un hacha templada con la que en el día a día se ganaba el sustento. Tenía la típica figura de quien demostraba haber sido desde lejanas épocas de su existencia un peón zafrero, en la cual, manteniendo la espalda doblada se veía obligado al arduo compromiso de escarbar la tierra para recoger las cosechas, y donde había aprendido de forma callada a interpretar el rudo oficio de batallar para descubrir el sostén, siendo forzoso tener que esconder los propios pensamientos ahogándolos entre las muchas horas de sudor y trabajo. Posiblemente, fueron tiempos en los cuales al tener que considerar las circunstancias apremiantes de su nacimiento, se tuvo que contentar con negarse el estudio en cambio de los pocos ingresos que acogería por una faena tiranizada. No porque el motivo fuese ese tipo de cuestión de que no le gustasen las letras, y sí porque se vio obligado a hacerlo frente a la necesidad de defenderse de la vida y salir tras el encuentro del parco alimento que por lo menos le mantuviese la vida en pie. Cuentos del Cotidiano
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Ahora, y como había sido desde antes, sólo sabía garabatear trémulamente su nombre. Por veces, hasta le echaba un vistazo a las grafías, pero era como quien mira un borroneo y manchas, esas de las que nunca consiguió una buena comprensión porque lo poco aprendido se le fue haciendo polvo a través de los años, mientras cruzaba por el atajo al que tuvo que recurrir luego de partir de aquellas tierras distantes. Lugar desde donde alzó el temprano vuelo amontonado en la bolea de un vetusto vagón de cargas de un somnoliento tren de destino aleatorio. Tenía la boca repleta de robustos caninos pardos que quedaban ocultos por detrás de unos carnudos bordes de piel que se exprimían apretados en exceso atrás de un contorno de gruesos labios escarlata. Una boca que se encontraba como entallada en medio de la delgadez de sus facciones. Era la misma boca que durante horas parecía estar herméticamente sellada, pues parecía que se le había quedado acalambrada de tanto acostumbrarse al prolongado mutismo que se asignaba, porque tampoco se permitía tan siquiera la más simple declaración de lamentación o descontento, de la misma manera que no se consentía emitir palabra alguna para llenar frases que ya nadie le escucharía, contentándose con dejar transcurrir lentamente las solitarias jornadas que se dispensaba. Del hecho de tener que pensar, de tener que entregar su mente a cavilar, creo que ya ni pensaba más desde hacía un cuantioso tiempo atrás. Él ya se había olvidado de la última vez que permitió distraer la mente con algunos relámpagos de recuerdos, aunque éstos más no fuesen para evocar al menos en la memoria de aquella que había sido su mujer. Resoluto, se había proscrito hasta el pensamiento de la que tan sumisamente había compartido honrosamente la misma miseria de su humilde morada, de la que, enajenada, amanecía todos los días en la misma tarea de administrar indigencia y desdichas, las que invariablemente le quedaban Cuentos del Cotidiano
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siempre hamacadas en sueños aún por completar. Había sido con ella que antiguamente se entretuvo en ocupar las largas horas del día y el tiempo sobrante, y haciéndolo entre resumidos discursos de pocos vocablos. En su debido momento, ellos habían vivido rodeados de infinitos miramientos que se diluían lánguidos entre las penumbras del candil de óleo y sebo, el que de una manera insistente permanecía siempre humeando fétidamente la habitación para, en consecuencia, rellenarla nada más que de opacidades e incertidumbres. Todo entre ellos había transcurrido en un compás de poco a poco, sin desproporciones ni abundancia de nada, hasta que un cierto día el avaro destino quiso empapar el cuerpo a su hembra con infinitos espasmos secos, los cuales paulatinamente, en el recorrer de siguientes días, le fueron consumiendo los ímpetus y la voluntad, hasta que por fin, en un determinado santiamén le tupió de vez los morochos ojos y ella perdió la batalla por la vida. Por tanto, ahora, en el cotidiano de la vida, se contentaba de manera involuntaria en economizar hasta las memorias, porque no consentía que nada nuevo le alterase la inmutable existencia. Estaba satisfecho tan solamente en concederse a vivir el tiempo justo que trascurría entre dos noches, preocupándose durante el día en poder agobiar el cuerpo metiéndole en ese ínterin todas las fuerzas de su organismo para repetir de manera inexorable, redundadas y fatigantes faenas; y en la noche, regresar nuevamente a encharcar las madrugadas durmiendo un sofocado descanso en el solitario alberge. Para decir verdad, él tenía por compañía un viejo zaino redomón y un lacrimoso perro lanudo, los que desde hacía algún un tiempo incierto lo acompañaban. Tenía por consigna de que con ellos no se necesitaba de palabreado, pues le bastaba una mueca o un ahorrativo grito y estos se doblegaban de inmediato. Pronto, ya está, -pensaba-. Con Cuentos del Cotidiano
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esos dos le alcanzaba y sobraba para dividir el sitio y distraer las horas entre silenciosos afectos y mudas contemplaciones, sin la necesidad de tener que compartir la cama o tener que fraccionar la fraguada cacerola. En su desmejorado cobijo disfrutaba de la frugal compañía de un pequeño radio de pilas con el cual, en el ocaso del día o por las noches, se agraciaba con el conforto de poder escuchar las noticias que acontecían en la ciudad grande, aquel ayuntamiento de gentes que aún anhelaba conocer en alguna pretérita data. En realidad, la sintonía del aparato la realizaba con un imperioso comedimiento económico, a manera de poder preservar las limitadas energías de las baterías, posibilitando con su discreción de que éstas le durasen hasta la programada salida al pueblo, local donde necesariamente iba para aprovisionar su alacena y poder comprar una nueva carga de noticias para su precioso artefacto. Peón de muchas tareas, desde temprano del día ocupaba el sol en destajar montes y pelear la vida sin otros entretenimientos que el de poder compartir su soledad con el alarido desesperado de los pájaros, los que parecían gritar su canto en un sólo clamor, mientras estos advertían inconsolables cuan fieramente bajo el golpe seco del hacha él les arrasaba sus moradas, e iba apilando a los pies grandes y desparejos montículos de leños, maderos, astillas y ramas. Indiferente y desafecto con su alrededor, se permitía que se le desbandase la existencia en medio de tanto trabajar y el poco pernoctar, entre el impío talar de los bosques y el sudar hasta los huesos, entre el mutilar de los montes y de las horas del día, entre los golpazos de hacha y los sordos bramidos del eco que se expandía en el afónico silencio de la campiña, entre el pacato barullo del cascotear de su alazán y los ladridos agudos de su faldero. Cuentos del Cotidiano
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Siempre insensible al entorno próximo y enajenado de la realidad, se dejaba llevar por la monotonía repetida de un taciturno vivir, metido dentro de una abundante mudez de pensamientos y resonancias, como quien ambiciona querer castigarse por los desconsuelos del pasados, o por apreciar penas sentidas y no compartidas, a manera de codiciar un escarmiento silencioso y una condena para su entristecida alma. El tiempo vivido le había enseñado a no improvisar maneras ni esfuerzos. Todo para él se había transformado en una metódica y regular repetición, como la misma acción repetida al dejar caer del filo del hachón sobre el madero verde, como el repetitivo movimiento de masticar el sustento, como el monótono trasponer de un pie tras otro para atravesar la caminada, como el reiterado pestañear realizado monótonamente para poder aclarar la mirada. Todo era sincronizadamente igual en la reproducción de su vida modal. Tenía nombre desde cuándo nació, pero ya nadie se lo mencionaba y es probable que del mismo modo él también o tuviese olvidado; pero eso poco le importaba. Su antagónico subsistir había ido apagando todos los vestigios de su existencia hasta conseguir borrar las antiguas esperanzas de su impía infancia, desvalijándole las ilusiones y haciéndolo penetrar en medio de los brazales esfuerzos de adulto cuando aún estos estaban incrustados en un cuerpo de niño, de las violadas perspectivas para poder ahorcar su persistente hambre, del tener que puntear siempre la existencia bajo un sol diferente de aquel que lo iluminaba. De igual forma, los años con los que empujaba sus fuerzas no eran muchos, pero tampoco se recordaba de cuántos eran ni del día que los cumplía y ni mismo del día en que nació. Es posible que ese fuese un olvido que se permitía como que queriendo disipar una atribulada razón y de esa manera poder estacionar el tiempo en algún momento Cuentos del Cotidiano
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ya vegetado en su pasado, con un antagonismo que le nublaba la contemplación que otrora deliraba, de una necesidad por olvidar sentimientos surgidos desde los carbonizados espejismos de antaño. Todo ya se le había quedado hecho en pura ceniza dentro del corazón. Todo estaba por debajo de un continuo aguardo de delirantes esperanzas desde esa lejana época. Eran expectaciones marchitas y resecas como su piel tostada, no del sol, más de las perspectivas en las cuales sólo residía la débil voluntad de esperar que lo alcanzara una nueva fecha en el almanaque de su vida. En el atardecer, ya en su rancho y quebrado de quebrantos redoblados en su energía, dejaba arrastrar el tiempo empujando los momentos entre unos soberbios sorbos de aguardiente bruta que le quemaban internamente las entrañas, como lo habían quemado los hechos del pasado. Aquellos sorbos de alcohol iban poco a poco calcinándole los sentidos y calentándole las venas, empapándole la sedienta garganta que había sido resecada por el borroso sudor de su trabajo, entregándose en una mansedumbre de carácter y en un arranque de falta de voluntad que lo terminaría postrando en su catre hasta las primeras exhalaciones de la alborada. Volviendo precisamente al momento en que me lo encontré por aquel camino, y aunque aún yo no lo supiera, era indudable que su caminar lo llevaba una vez más al retirado poblado en su habitual visita al boliche para conseguir reponer los alimentos de su ahorrativo sustento, donde posiblemente lograría despabilar una vez más un par de ojos que nada comprenderían, donde con cierta voluntad conseguiría aguzar los oídos para escuchar voces que igualmente no las oiría, dejándose rodear por la falta de carácter en querer al menos pronunciar algunas elocuciones rellenas de indistintas palabras huecas. Cuentos del Cotidiano
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Cuando lo vi, en el atisbo de su propia apariencia se vislumbraba un hombre de lóbrego perfil de deshumana existencia, acorralado que estaba dentro de un vacío de presencia que imperceptiblemente irrumpió en mí en una sufrible conmoción de tristeza, para que de inmediato me robase el espíritu en una severa melancolía que me aturdió la reflexión, la cual me despojó de todo sentimiento que fuese capaz de producir alguna sensación dolorosa dentro de mí, pues notaba en aquel estirado cuerpo la integral carencia de la gracia y la decencia, envuelto que estaba en una completa falta de ánimo que se le amortajaba de la cabeza a los pies, corría hacía mí trasmitiéndome la imagen del espectro mortal andante. No me fue difícil apreciar que estaba sombrío dentro de unas pasadas reiteradamente pausadas y bordadas de un sentencioso y mesurado desigualar que continuaba a trajinar su camino en un súbito desvanecimiento y apesadumbrado desplante. Sin embargo, mientras lo miraba con vacilación, concomitantemente el acaso quiso combinar su mirada con la mía en una singular coincidencia, colocándonos frente a un antagónico asombro para los dos. Frente a tal accidental circunstancia, yo no tuve en ese momento la segura convicción de que él tuviese percibido anticipadamente mi imprevisto encuentro; en cuanto que a mí, se me había quedado largamente estampado en mi semblante una cándida caricatura que reflejaba todo mi embobamiento ante tal triste figura. Fue de pronto en ese instante, que él hombre detuvo sus morosos pasos investigándome a la distancia por escasos milésimos de segundos que más me parecieron ser largos minutos, totalmente ceñido dentro de una frígida mirada, y luego a seguir retomó nuevamente su común andar para atravesar el sendero que nos aun nos separaba físicamente. Al distinguir que se dirigía de manera espontánea a impedir mi camino, más una vez su actitud logró causar en Cuentos del Cotidiano
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mi mente una alucinación de alocadas deliberaciones sobre los motivos que originaron su tan repentino cambio. Fue ahí que acudieron a mis pensamientos en una perturbada disparada, mil tendencias que inquirían por la tal mudanza de su actitud, y entre el pánico y la extrañeza de su soturno comportamiento, me invadió el asombro y la inquietud por querer identificar de inmediato cual sería mi claudicante resistencia en el momento que tuviésemos que encontrarnos entre semblante y anverso. Una inquietud que me obligó a indagar de manera rápida mis sentimientos, buscando en ellos una posible reacción humana ante ésta inusitada conmoción. Un escenario que me obligó necesariamente a premeditar de inmediato una firmeza en mí comportamiento, haciéndome poner en vanguardia frente a una improbable pero tal vez posible intransigencia. En ese instante, en un acto inconciente endurecí mis músculos y mis sentidos con el único fin de ponerme en condiciones de poder defenderme de una plausible provocación y no impracticable atraco. En el momento que interceptó mi pasaje, de súbito una entristecida ilustración se descubrió ante mis ojos. Bajo un glacial semblante de inconsolable destejo, pude observar colindante que el hombre dejaba al descubierto la inmensa carencia de sociabilidad que lo abrazaba. Su figura me demolió de un soplo la privación total de aquél enmarañado de sentimientos turbios que ya asolaban y estropeaban mis pensamientos, los que imperceptiblemente hacia tan sólo algunos instantes habían asaltado mi mente en múltiplas y afligidas inclinaciones. Con gran desconcierto pude presenciar que su imagen poseía un descomunal despojo de malas intenciones, la que venía acompañada de un vacío de ánimo que emanaba densamente desde el espectro de ése haraposo perfil. Cuentos del Cotidiano
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Y si bien que éste individuo se revelaba empapado por fuera de una miserable vestidura, me demostraba que por dentro, desde su alma, tenía la mayor escasez de júbilo posible. Daba para notar una total carencia de alegría y que tal vez la misma había sido sofocada por causa de algunos afligidos pesares del pasado. Cuando paró estático ante mí, le percibí abrir una boca resequida, para desde allí reconocer el sonido de una voz agrietada que se desprendía desde la garganta, denotando una mezcla de resonancias indefinidas entre graves y agudas que invadieron raudamente mi privacidad con una simple frase de ruego: -¿Compañero, me empresta un cigarro hasta que mejore de vida?
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DELECTACIÓN
Ahogado dentro de una profunda nostalgia que me envolvía el aliento, decidí regresar una vez más para visitar la vieja casa de mis antepasados con la simple finalidad de proveerme de un nuevo descanso. Y todo, porque la finca parecía que se hallaba incrustada desde siempre en un altiplano de vastas praderas bordadas de prolongados pastizales de un teñido verdor. Todo a su alrededor era rodeado de un profundo matiz de efusivos tonos vivos que paulatinamente iban engendrando en mi entelequia un placentero deleite desde cualquier ángulo de contemplación que a ellos les dirigiese. Era un casarón vetusto que había sido erigido en piedra y barro de siglos ya andados, formado por una construcción que otrora había reinado esplendorosa por las imponentes tierras que se extendían mucho mas allá de lo que podría abarcar el horizonte de una admiración. Un paraje por el cual se escondían fecundadas leyendas de beligerantes acontecimientos emanados desde la inevitable defensa ante los ataques de salteadores, o del forzoso resguardo ante malhechores agresores y de las posibles embestidas de pérfidos caudillos de aquel entonces, mientras se veía sola, abandonada y solitaria a toda suerte o fatalidad del destino que pudiese existir en aquella abastada región. Aquello que fuera mansión otrora, era una edificación simple y cuadrada, hecha de una sola planta, con infantas aberturas para el exterior que tenían la única finalidad de poder proporcionar y facilitar una segura defensa frente a cualquier acción agresiva desde el exterior. Cuentos del Cotidiano
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Al aproximarse, y al observarla en un primer atisbo, se vislumbraba una majestuosa entrada empotrada e inmensa arriba de altos peldaños que hacían que ella se encumbrara altanera sobre sus vastos dominios, y los que por su vez permiten poder transponer por ellos hacía el interior de la vivienda. Una vez allí, prontamente a uno lo abraza un vasto jardín de apagados adoquines, y para donde convergen mil ventanas y puertas de enclaustrados cuartos y salones, los que desde aquel lejano entonces ya albergaron de las más innumeras ilusiones y sueños de los que allí habitaron. Ese esplendoroso oasis del edén que se extiende al traspasar el portal, está rodeado por altas paredes bañadas de cal de un cobrizo color, y humedecidas con una mezcla de antaño, lluvia y polvo en donde sosegadamente se abrigan descomunales flamboyán, matizados laureles, multicolores rosales, efusivas begonias, perfumados jazmineros, vivases santa ritas, fragantes madreselvas, blanquecinas camelias, teñidas petunias, pintados claveles. Todo a su vez, produciendo y exhalando una efusiva exuberancia de fragancias y sombreando una diversidad de tonos coloridos que embaucaban los sentidos de quien por allí peregrina. En esa nirvana del jardín se evaporan entremezclados efluvios aromáticos que al unísono van inundando las confinadas piezas de la estancia, concibiéndoles borrar los olores del vaho de infiltración y la humedad de sus impresionantes paredes internas, las que obedeciendo necesariamente las horas del día y el lado del soplo del viento, les permite recibir un regado de sol o de lluvia, haciendo con que éstas actúen como quien quiere robar el delirio de tan regio vergel. Los impresionantes aposentos que fueron erigidos de manera de poder resguardar entre sus paredes a todas las personalidades de su posada, habían sido construidos altos, agudos, amplios como la propia anchura de los mismos Cuentos del Cotidiano
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campos que rodean la vivienda. Todos ellos rebosados de adobe y cal, coloreados de un añil celestial como el firmamento, en un tempero de frescura y encanto que los evidenciaba junto al esplendor del jardín al que todos balconeaban. Son alcobas que en su momento escondieron miles de amores y desdichas, innumerables risas y llantos, dedicadas pasiones y ternuras de tantas madres e hijos o de amantes y amados que por allí pasaron. A la derecha de quien entra por aquel aparatoso zaguán, encontrase el descomunal paraninfo de acogimientos y bailoteos en el cual se agasajaban benéficos encuentros de la humanidad de tiempos lejanos, donde se realizaban los acontecimientos sociales y homenajeados eventos. Un plácido local para melodiosas tertulias de invernales épocas, configurando un espacioso perímetro para acondicionar oportunamente una impresionante pianola o la fugaz orquesta que conducía los sonoros momentos. Decorando el salón, estaban numerosas butacas de un recubrimiento aterciopelado, rayado entre colores rojo y dorado, todas como que queriendo donar su presencia ante los amplios sillones disponibles para las acaudaladas figuras que allí concurrían. En local opuesto al alegre salón y situado a la izquierda del pórtico, estaba otra excesiva habitación que en su más glamoroso período se destinaba a fastuosos banquetes y opulentos agasajos, donde reinaba pródigamente una descomunal mesa de puro carvallo rojizo, que para preservar su esplendoroso lucimiento, se encontraba gobernada por una centena de asientos que la rodeaban en forma de séquito. Iluminaba el espacio, un impresionante candelabro de mil velas y relumbres, apoyado con la luminiscencia de más de media docena de extensos ventanales que estaban volcados hacia el empedrado huerto de tan amistosos arbustos y flores. Dentro de esas paredes pendían colosales Cuentos del Cotidiano
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cuadros de pesadas molduras doradas que tenían estampadas las pinturas de los rostros de mis antepasados familiares, los mismos que habían sido los primeramente reyes de tan vasto imperio terrenal. También había por la casa muchos de otros ambientes menores. Eran los aposentos de lectura, recintos de costura, sala de encuentros y admisiones privativas. Estaba además aquel paraninfo de tentempiés diarios en el cual en una religiosidad cotidiana, tropezaba el encuentro los habituales habitantes en sus turnos de usuales refecciones. Todas las salas estaban amuebladas con pesados espectros y exuberantes utensilios de una época más que centenaria, de manera que éstos proporcionasen conforto a quien los utilizaba. Todas las piezas de la residencia estaban unidas por un extenso callejón externo que se colgaba sobre el orondo jardín, y acoplados por secuenciales puertas internas que eran utilizadas para huir de frió invernal que sabía asolar crudo después del tropical otoño de aquellos parajes. Pero lo más apasionante de ese lugar, es su cocina, un aparatoso sitio ungido de holgados fogones perpetuamente cebados a leño y astillas, capaces de poder hornear deliciosos manjares y sustentos de los más diversos grosores, siempre prontos para calentar o tostar caprichosos y aderezados alimentos a cualquier hora del día. Además, están las múltiples y espaciosas alacenas mostrando tupidas vasijas de condimentos, repletas hasta la boca de azafrán, vainilla, clavo, laurel, pimientas, canela, orégano, tomillo, albahaca, romero, salvia, jengibre, sal, nuez moscada y muchos aderezos más. Todo eso junto emana un enmarañado de odres tufos de aromas que embaucan el denuedo de quien por allí merodea. Allí encontrase inclusive las barricas de arroz, las de harinas de trigo y maíz, la de azúcar o de granos de café, otras de yerbas y yuyos y también los infaltables barriles de Cuentos del Cotidiano
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vino y aguardiente y las botellitas de licorosos tónicos digestivos. Colgados a la derecha pueden ser percibidos los numerosos ganchos de chacinería invariablemente repletos de salame, longaniza, embutidos de carnes sazonadas, salchichón, tripa salada, tocino, acompañados en sus alrededores por las diversas tinas de grasa y sebo, como si todo estuviese siempre pronto para saciar la avidez del menos despabilado. Ese derramamiento de hedores mezclados y promiscuos entre si, estoy seguro que siempre que uno los aspire le despertará incólumes deseos de apetencia y glotonería y le despabilará el ansia por saborearlos de a uno o en su conjunto, como una manera de poder concebirte una parte de ese universo de placenteros sancochos. Al fondo, por detrás de la finca, queda emplazada el área destinada a la servidumbre, consentida de taciturnos espacios de mediocres camastros para atender las necesidades de los serviciales más inmediatos a los quehaceres diarios de la higiene y la comida de la vivienda principal, relegando el resto de los sumisos empleados, a vivir en las moradas más retiradas del casco de la hacienda. Las laterales del casarón aún permanecen cercadas por pequeños boscajes formados con la mezcla de densos álamos, lánguidos cipreses y frondosos robles, todos allí emplazados a su manera para poder protegerla del feroz viento que la azota en las borrascas invernales al pie de la cuchilla donde se irguiera la propiedad. En el anverso, a muy corta distancia de la finca, le corta la frente un pequeño arroyuelo que con su desfallecido ribete de agua parece enquistado en una honda cuneta, aprovechándose la hondonada para seccionar el paso de quien llega al paraje, tropezando ineludible tener que atravesarlo por medio de una pasarela confeccionada de rústicos maderos de un firme algarrobo. Cuentos del Cotidiano
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Dispersas por el pastaje y a lo largo de la casi infinita contemplación que se extiende mansa hasta el horizonte, nótase que sobrevienen esparcidos matorrales de agrestes malezas que se eternizan como empotradas en la vasta pradera de suculentos pastos, que desde innúmeros años atrás aun sirven de resguardo para las tropillas de reses y borregos, que se revelan sosegadamente acompañados de algunos menguados grupos de vivíparos y de diversos especimenes de agrestes animales que se alojan por la comarca. Dando espalda a la construcción, se manifiestan a simple vista los espaciosos galpones para la peonada y los cobertizos para las faenas ensayadas en toda estancia, donde se esconden las cocheras, el almacenaje, las factorías, el semillero, los potreros y el depósito de arreos y atuendos para las diversas lidias y tareas de labrantío. Pero lo que más me impacta el aliento y me regala el miramiento, es distinguir dependiendo de la hora del día, las heterogéneas tonalidades de la estepa fusionadas que se advierten desde la combinación del rosado del amanecer, pasando por el dorado del mediodía, llegándose hasta el ocre del ensombrecer de la tarde, e inclusive, cuando se advierten las esparcidas nubes en un difuso tamiz, constantemente ambicionando esclavizar los rayos del sol entre sus nimbos y como queriendo robar de él toda la luminosidad, para regalarte de inmediato con sus sombras, las que ligeramente se explayan apesadumbrando con su oscuridad los verdosos herbajes. Cuando ahí concurría y me entregaba ante la tremenda desolación que mansamente me iba empapando la voluntad y calando hondo en el sentimiento, daba oídos a un dilatado e infinito silencio, mientras que el mismo era apenas segado esporádicamente por desparramados mugidos u ocasional canturreo de pájaros que revoloteaban satisfechos en feliz jolgorio o por estos salir aleteando espavoridos en busca del Cuentos del Cotidiano
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sustento, lo que generaba una fortuita amputación de la melancolía del desamparado cuadro. Mejores estaban los intervalos de mis descansos en que me solventaba cabalgar hacia el excelso estanque de aguas plateadas que parecía permanecer encadenado al suelo, retenido por los varios riachuelos que a él se llegaban desde los más disgregados cantos de la estancia. Marginado casi toda la rivera del marjal, se encontraban eriales de sauces llorones y delgadas palmeras, entrecortados por retorcidas coronillas y fortuitos arrayanes, enclavados entre vetustos arces y majestuosos ceibos. En ese olimpo se desprendía la mezcla de un perfume adulterado con olores de pasto seco, hojas muertas, agua densa, légamo de las sedimentaciones empujadas por las idas lluvias del ayer, y que en su perenne proceso de degradación, iba generando infinito alimento para los sábalos, bagres o tilapia que rebosaban en el estanque, los que calmamente cumplían con los designios de la naturaleza multiplicándose en centenas, haciendo así concebir en el local una efímera delicia para cualquier adorador de las pescarías de fin de semana. Durante las solariegas tardes de mi placentero descanso, acostumbraba a escapar de las acaloradas horas refugiándome en ese paraíso de los deleites, para refrescarme física y espiritualmente en las admirables aguas de variantes tonos que alternadamente se presentaban simulando un arco iris entre el marrón terroso y el transparente incoloro dependiendo de la parte del local que se le topara. En determinados momentos detenía allí mi espectro hasta la afluencia del ocaso, entreteniéndome entre bañados remojos y un dormitar profundo bajo las sombras de los ceibos florecidos, que los intercalaba con silenciosos divertimentos en la pueril tentativa de sorprender algún incauto pez y el escuchar atento de las sinfónicas melodías Cuentos del Cotidiano
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emanadas por jilgueros, benteveos, calandrias, palomas, cardenales, o hasta de las fastidiosas cotorras. Era un sin número de especímenes que fragmentaban el territorio bajo un cielo paradisíaco, anidándose parsimoniosas entre los ramajes y las copas de las arboledas. Con todo ese perezoso trajinar me acostumbré a ir llenando mis días de pausas con tan ameno descanso, dejando destilar en el olvido las vicisitudes que me aguardaban al retornar a la capital, y permitiéndome que después de mi partida pudiese fecundar anónimamente una afanosa esperanza, la de poder retornar reiteradamente a este lugar e insolentar mis horas en una nueva interrupción, regalada de tanta paz, armonía y conformidad.
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LA SOLEDAD
Son pocas las oportunidades en que nos deparamos con una mujer fascinante, y ella, si bien no puedo llegar a afirmar claramente que fuese encantadoramente bella o dotada una hermosura singular, mismo así sería capaz de arriesgarme a catalogarla como un personaje agudamente ¡interesante! para sus más de 35 años. Pero en realidad, estos años habían sido para ella ciclos atiborrados de una vida acongojada por la constante lucha para lograr acentuarse como un ser independiente o exonerado de la sumisa dependencia frente a cualquier persona. En sus cerca de 1,75 metros de altura, una prominencia relativamente alta para una dama, estaba alojado un cuerpo gallardo y adecuadamente ceñido, con piernas contorneadas y largas que la hacían parecer más elevada de lo que en realidad lo era. Tenía los brazos y las manos bien definidas y poseía un busto relativamente acentuado para su altura. Sin embargo, al mismo tiempo era carente de una cintura con curvatura determinada. Algo que característicamente proviene de un cierto abandono frente a las dietas alimentares y como consecuencia del desistir a intentar contener el ánimo de ingerir los excesos de calorías derivadas de la afable repostería de dulces, cremas y chocolates, los que por su vez eran su verdadera exaltación. Pero no era nada que ese leve desalineo corporal le concibiese una inquietud en demasía. Disfrutaba de un lindo par de ojos cobrizos y serenos que iluminaban la mirada como si estuviesen engarzados entre farolas que se desprendían de un rostro de piel aceitunada. Era una epidermis con una mezcla de tonalidad Cuentos del Cotidiano
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muy particular que fuera siendo matizada a lo largo de varias generaciones y de una exhaustiva mixtura de razas que delicadamente especificaban su descendencia. Esa condición particular le concebía a sus ojos la particularidad de no demandarle excesivos cuidados para tentar resaltarlos o acentuarlos. Su cabello, que actualmente era prolongado y denso, lo ostentaba lúcidamente ceñido en la nuca, exhibiendo en él una tonalidad castaño claro que cuando estaba suelto, le caía femeninamente escarmenado sobre el par de hombros angulosos de la amplia espalda. Con el pasar de los años, el cuidado del mismo ya requería relativos artificios y asiduos refrescamientos de tinte; un subterfugio utilizado para apagar los vestigios de la edad que en el momento insistía en comenzar a rayarlos de blanco. La boca delicada era dispuesta por dos suaves líneas que quedaban finamente demarcadas por unos apetitosos labios encarnados, destacándose sensuales en su fisonomía y en su conjunto, que por su vez despuntaban tiernos desde un semblante atiborrado de candidez y graciosidad que le enfatizaban inocentemente la condición de mujer seductora. Su porte y su silueta era capaz de despertar una inmediata y sexual apetencia entre los integrantes del género opuesto, pero del mismo modo, ella reconocía tener su propio atractivo y estaba al tanto de los celos que sus análogas sentían por la atrayente postura con que desfilaba. No opinaba que fuese por la hermosura propiamente dicha, puesto que no se imaginaba con tantas cualidades así, mas queriendo creer que lo era por algo que emanaba de su situación liberal de mujer emancipada y sin la necesidad de tener que mantener los necesarios lazos que en su adentrada edad la obligasen a vincularse a una responsabilidad formal con alguien en particular. Su origen no había sido humilde en termos de disponibilidad afectiva o económica, pero en la niñez había Cuentos del Cotidiano
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tenido que enfrentarse al sometimiento de las dificultades que sus progenitores afrontaron en aquellos idos tiempos de conflictos de empleo y convulsiones políticas, épocas que siempre terminan afligiendo de un grado u otro a los menos preparados para resistirlos. Había vivido una situación que sin lugar a dudas le había despabilado los deseos de fructificar en sus estudios para posteriormente poder solventarse dignamente con una profesión intelectual y como una manera de que ésta le posibilitase holgar sin dificultad o apremios la futura mediana edad. No pretendía repetir con incertidumbre los mismos caminos que sus padres habían escogido. Ella era de la época en que su madre trabajaba como maestra de escuela rural, una mujer sumisa y obediente no solamente a su marido, más también a las tendencias sociales que reinaban bajo el rigor de uniforme, y que desde siempre la habían forzado a sentirse obligada a ser fiel a todo tipo de subordinaciones para preservar un escuálido salario, teniendo que optar en aquel momento por dejar que se le escapara la vida entre improperios, marido, hijos y las eternas dificultades, para que le fuese posible sustentar el hogar. Su padre desde siempre había sido un abnegado empleado de un pequeño taller mecánico del pueblo, recibiendo invariablemente un desmejorado salario a cada mes y poseedor de un delgado raciocinio que poco pudo aportar para la formación intelectual de sus hijos, salvo aquella de conseguir proporcionarles con irrefutable tenacidad, las condiciones para solventar los estudios. En aquel momento ella franqueó una niñez sin exigir demandas particulares, y estando a su debido tiempo rodeada permanentemente por pueriles compañeras de igual talante y condición, residiendo junto a dos hermanos menores y con los cuales entretenía las horas de diversión Cuentos del Cotidiano
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entre el constante acontecimiento de juegos inocentes que inconcientemente le fueron moldando el carácter y la voluntad hasta la llegada de su pubertad. Siempre mantuvo viva en su reminiscencia de como habían sido difíciles aquellos años para las personas que tenían que sobrellevar la vida engarzados en una categoría social que recrudecía la condición de consumo conforme el apetito de los que regenteaban el país en esos momentos; adonde los planos y sueños de cada familia se extendían hasta donde les alcanzaba el salario, obligándolos a expatriar las ansias pendientes para los días mejores de un futuro cada vez más esotérico. Por aquellos tiempos aún no había disfrutado la condición de poder establecer grandes intimidades de mujer junto a su madre por intermedio de una relación más profunda y perspicaz. Sus experiencias hasta entonces no pasaban de tenues enamoramientos juveniles con ligeros intercambios de amistosos besos o de algunas movidas tertulias bailables con compañeros de estudio. Podía acrecerse algunas veladas de cine y la participación en festejos regionales con amigas de infancia. Esas eran en aquel momento de su vida las únicas confidentes a quien podía recorrer para cuchichiar sobre los candentes descubrimientos dentro de un cuerpo de adolescente. Fue con el pasar del tiempo y talvez en forma de carácter inconsciente, que ella alcanzó a comprender visiblemente que la alteración acontecida en aquella rutina automática dentro de la que vivía hasta ese período, fue la que marcó el inicio de su formación trascendental como mujer y como personaje protagonista. Lentamente fue obligada a considerarse necesitada de compartir experiencias en un mundo adulto y extraño, sin tener como lograr complacerse y en quien o con quién poder desahogarlas. Un requisito indispensable que a Cuentos del Cotidiano
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posterior le fue moldeando el intelecto y la conducta en una cualidad muy particular. Al completar la enseñanza secundaria en su ciudad natal, le fue imperioso tener que partir para la ciudad grande con el único propósito de continuar sus estudios de especialización, siendo ineludible en aquel momento tener que buscar alberge en un techo extraño, lo que fortuitamente fue solucionado cuando consiguieron acomodarla provisoriamente en la casa de una lejana tía solterona por parte de madre. Con esa carencia de discernimientos y costumbres, se mudó para la capital para dar inicio a los estudios en la facultad. Ella anhelaba llegar a recibirse como profesora en ciencias, un nivel inconmensurablemente mayor de lo que tenía logrado su madre, más del mismo modo, reconocía que esa aspiración aun demoraría en concretizarse algunos años más. En razón de la efervescencia de los sentimientos contenidos bajo la ignorancia impúber que abrazaba hasta ese entonces, decidió que había llegado el momento de abandonar su inopia y de dar un fin a la rigorosa abstinencia de amor a la cual se había sometido, motivándose por la búsqueda del subterfugio que fuese capaz de apagar el ímpetu que se encendía dentro de su ser y la impulsaba a codiciar tornarse mujer, advertida que se encontraba por la acelerada demanda de satisfacciones provenientes desde un tierno cuerpo en despertar y por la solitaria compañía de sus impresiones, que a su vez le estimulaban delirios y le excitaban su existencia. Ya instalada en su nuevo hogar, no demoró mucho para que pudiese distinguir la poca o casi ninguna afinidad que conseguía disfrutar junto a esa tía y de las resumidas y exiguas experiencias de mujer sensual que lograba obtener junto a la misma, a la que por su vez la catalogaba por su propia condición de solterona, como siendo una inepta Cuentos del Cotidiano
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debido a la minúscula experiencia que ésta poseía en el tema del amor. Su principal preocupación por esos tiempos, era por lo menos intentar conseguir intercambiar algunas palabras e ideas sobre los efusivos y sensibles pensamientos que le florecían en la mente como un jazminero en flor, y resintiéndose profundamente por la carencia total de amigas más íntimas con las que pudiese confidenciar sus inquietudes y sus impaciencias. Con el pasar de los días, le crecía mentalmente un ansia desmedida por poder tropezar ante cualquier persona, pretendiendo que por lo menos ésta fuese alguien con quien lograse establecer un simple diálogo y que a su vez, la orientase sobre los diferentes estilos mundanos descubiertos en la metrópoli. Ambicionaba encontrar alguien con quien pudiese comentar las anónimas impresiones percibidas en ese nuevo universo que se le descortinaba a su frente. Para ella, todo allí era forastero y diferente, una infinidad de momentos repletos de emociones nuevas sin poder compartirlas, y principalmente sin saber utilizarlas. Luego después de comenzar el curso en la universidad, no le fue muy dificultoso iniciar y establecer esas nuevas amistades por las que tanto ambicionaba. Fue así como percibió que muchas de sus colegas de estudios poseían afanes semejantes y empeños similares al suyo, así como de la misma manera pudo notar que había un infinito batallón de muchachos ansiosos por hacer prevalecer el instinto de enamoradores y cortesanos. En resumido tiempo y tirando usufructo de sus atractivos femeninos, se encontró rodeada por la compañía de un sin fin de conquistadores prontos a iniciarla en lo que ella hallaba inconcientemente, ser la solución de sus sentimientos. Triste fue su engaño y más triste le fue la realidad, al percibir en el decorrer del poco tiempo transcurrido, que después de una vez entregada al gozo de nuevas aventuras, Cuentos del Cotidiano
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muy vertiginosamente se había convertido en un simple y lascivo instrumento de obsesiones varoniles, todos prontos a usurparle el cuerpo por algunos instantes fugases y vacíos de un amor por el que tanto suspiraba y requería desde su llegada a la ciudad. Bajo una plétora de desengaños y decepciones obtenidas gratuitamente con el resultado de su inexperto comportamiento, muy pronto se le fue endureciendo el alma y el meneo, haciéndole que el despeche le moldease la voluntad de otrora. No obstante, el resentimiento le trastornó el pensamiento y fue ahí que divisó que del mismo modo no hallaba insubstanciales todas esas circunstanciales experiencias y de a poco, fue conjeturando un plano y la manera de que éste le posibilitase poder tirar provecho de la situación. Cuando comprobó que para llevar adelante su pretensión le serían sumamente escasos los recursos para poder sustentar confortablemente su permanencia en la ciudad, vislumbró que podía beneficiarse bajo el nuevo escenario que ahora se le presentaba, percibiendo que con una determinada mudanza de actitud, era capaz de obtener una placentera estadía, rodeada de confortables vestimentas y de un habitar agradable, disfrutando de sugestivos paseos y quien sabe, hasta poder obtener un atractivo automóvil. En ese instante el rencor que se le despertó dentro de si había logrado hacerla sustituir las desilusiones del amor por otras ilusiones menos afectivas. Luego comenzó a establecer las prioridades requeridas para poder cumplir con los planos proyectados para una nueva vida sin que este motivo fuese capaz de permitirle descuidar los estudios y echar por tierra el sueño inicial. Al sondear establecerse solitaria en una nueva morada, intentó demandar por una selección criteriosa del lugar a escoger como una manera de que al concretizarlo, pudiese disminuir la añoranza por su lejana tierra natal. Cuentos del Cotidiano
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Le fueron suficientes algunos meses para lograr arrendar un agradable apartamento frente al parque principal de la ciudad, situado en uno de las regiones más nobles de este ayuntamiento. Pensó que en la ocasión le cabría mejor una casa espaciosa que contase con un frondoso jardín en su interior como era su ideal, no obstante, calculó que eso no le sería tan factible conquistarlo de inmediato en virtud del alto expendio a realizar, postergando así la decisión por algunos años más hasta poder alcanzar esa fantasía. Estaba decidida, entendía que partiendo desde allí, bastábale para completar los pasos restantes que irían a culminar con sus tan determinados objetivos. Juzgaba en su recóndito, el hallarse definitivamente decidida a no apartarse un milímetro siquiera de su bizarra confabulación y que por intermedio del mismo le sería bien factible florecer el ecuánime modo de vivir que ambicionaba y a partir de entonces iría a concentrar todos los esfuerzos posibles para forjarlo una realidad. Demás esta decir que el parque frente a su nueva morada era magnánimo, estando entrecortado por diversas travesías que dirigían al más desavisado paseante hacia ambos puntos cardinales del mismo. En las márgenes asentaba boscosos árboles de tupida ramaje que se elevaban enroscadas entre si, con un follaje como queriendo reñir hacia las alturas en busca del cielo azul. Era amplio, bien conservado y principalmente seguro para recorrerlo. Desde que tomó la decisión de mudarse para ese barrio comenzó a especular que en él podría dedicar algunas de sus horas de pasatiempo a realizar ejercicios físicos sin la necesidad de ahuyentarse de su morada. Entretanto, con el pasar de los meses, mientras continuaba con en el trajinar por los estudios, prontamente alcanzó a conquistar una vacante para trabajar como asistente en el laboratorio de la universidad. Cuentos del Cotidiano
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Ella atribuía que ésa aptitud le permitiría reforzar su codiciado proyecto y por su vez, percibir una remuneración más para mejorar el sustento y los expendios de su nueva vida, permitiéndose de esa manera, tener una coartada más sustantiva para mancillar su verdadera intención. Encerrada en un círculo obstinado de manera de conseguir cumplir con sus expectaciones, fue lentamente abandonando y perdiendo el contacto con su familia hasta el punto de no mantener correspondencia ni recibir cualquier comunicación de estos. Una actitud que parecía como una forma de querer desenroscarse de sus orígenes infortunadas e insubstanciales; buscando ocultar cualquier cosa que pudiese eclipsar una comprobada presunción de quien había surgido de un lugar tan paupérrimo. Su egocentrismo la bloqueó completamente de su pasado y le resignó atañerse únicamente a un nuevo ambiente formado por colegas de estudios, compañeras del laboratorio y algunos amigos más pudientes que ella ya se había granjeado en la ciudad. Era una hirviente actividad en la que había volcado su vida, que ésta le dilapidaba entre quince y dieciocho horas al día, dejándole libre sólo los finales de semana, pero éstos los consagraba a largos paseos y a la convivencia social con sus amistades íntimas. No es necesario decir que los años fueron andando y junto a ellos del mismo modo, se fueron desfalcando lentamente los peldaños de los sueños e ilusiones pretendidas, hasta el punto de comenzar a mirar con buenos ojos el tipo de trabajo que ejercía. Ésta situación la intimó a cambiarse del curso en desarrollo, optando por el de perita experta en el ramo farmacéutico, una manera de poder contar con la práctica laboral que ejercía y alcanzar a maximizar la teoría que el nuevo curso le suministraría. Siendo firme de carácter, ególatra, individualista, y de un perfil totalmente materialista, al bordear los 28 años ya disfrutaba de un flamante título universitario y ya había Cuentos del Cotidiano
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despojado un cargo de jefe en el laboratorio central de la facultad. A todo eso, podía sumarse el hecho de que aun guardaba para ser meditado, el acumulo de algunas propuestas de trabajo interesantes y provenientes desde el mercado industrial. Si optase por aceptar alguna de ellas, juzgaba que tal hecho podría empujarla definitivamente a solidificar lo que aún le molestaba en su irrealidad. Entre tanto, ella presentía que íntimamente su mente le exhortaba por volver urgentemente a reconsiderar aquello que otrora había quedado postergado en su reciente pasado. Presagiaba que sus afables atributos físicos luego podrían rarear en su bien proporcionado cuerpo y ahora le era menester reconsiderar su plano inicial. Entendía y comprendía que en el momento actual su idiosincrasia le proporcionaba disfrutar de algunas buenas relaciones masculinas, contactos personales que los había sembrados desde temprano tiempo. Eran hombres bien relacionados, libres o no, pues poco le importaba la condición de éstos desde que los mismos sólo interesasen completamente a sus objetivos. Eran hombres a los cuales no les dilataba su alma ni sus emociones, tampoco les concedía su esencia. Simplemente los usaba y los descartaba. En ese aprovechador afán, ella sencillamente se asentía a explotarlos totalmente a su antojo y voluntad, ya fuese para saciar el apetito de su sexualidad o para apuntalar las pretensiones de consumar las anheladas ambiciones, pues ninguno había sido lo suficientemente capaz de haber conseguido forjarla a remover sus sueños y ambiciones en cambio de conseguir despertarle un sincero y ferviente amor. En los cortos momentos de soledad que disfrutaba la materialista postura con que había revestido su ser, prontamente la empujó a cuestionarse secretamente sobre cuál o cuales, habrían sido los efectivos motivos que la Cuentos del Cotidiano
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impedían de descubrir sus sentimientos ante quien mereciese el desabrochar de su corazón, o quien consecuentemente fuese capaz de cautivarla o de despertase ternura y afición. Durante todo el periodo en que se accedió a franquear esos pertinentes lapsos de conquistas materiales, de solidificación de poses, de afianzamiento de personalidad, nunca nadie tuvo la capacidad de hacerle trastabillar su alma y su sentimiento. Cuanto más transcurrían sus jornadas y mas avanzaba su edad, más ésta ofuscación iba sustituyendo la requerida concentración necesaria para saciar las pretensiones. Ahora con el pasar de mas algunos años ya eran otros los deseos, otras las ambiciones, y estaba bajo sospecha que la rodeaban algunas ilusiones diferentes, pues tarde divisaba que el bienestar y el vivir confortable conquistado bajo un codicioso soborno, no alcanzaba a sustituir la constante esperanza de ser madre algún día. Bajo ese monótono trajinar que había impuesto a su existencia año tras año haciendo que éstos fuesen sucediéndose iguales y añadidos como si fuesen una caudalosa catarata de un río inagotable, la habían dejando cruelmente atiborrada de una contrariada melancolía hasta llegar a su edad actual, sin la condición de obtener la oportunidad de construir una familia junto al hombre que fuese capaz de usurparle el corazón. Entre esas circunstancias de evocaciones, los días iban transcurriéndose indiferentes sin permitirle que percibiese cualquier señal de poder merecer, o por lo menos entrever, una mísera apreciación que colmase su dicha, que fuese capaz de despojarle una sonrisa espontánea proveniente de su contenta emoción. Sentía que todo era una completa sucesión de fastidiosos quehaceres rutineros que silenciosamente le impregnaban de desgana hasta los encuentros de placer que programaba. Cuentos del Cotidiano
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Siendo así, puedo afirmar que hoy es posible percibirla parada estática y postrada frente al reflejo de su imagen en el espejo, haciendo que se entregue a recapitular sobre la vida que escogió llevar y las ambiciosas conquistas materiales que alcanzó, y quedando atrapada ante sentimientos vacíos y con el alma completamente desnuda, descarnada, con el corazón ahuecado y interrumpida delante de un espíritu desabrigado, descubriéndose ser tan sólo un espectro de dolorida infelicidad rodeado de lujo y placer, en un descomunal estado adusto y asediada de prosaicas sustancias que son incapaces de por si, de poder entregarle calor a su voluntad. La premeditada represalia engendrada en su juventud y su desmedida codicia, le habían borrado de la mente toda capacidad de originar una graciosa ternura, de sentir la más mísera y gratuita afección, imposibilitándola de saber comprender que solamente somos capaces de cosechar, aquello que sensiblemente sembramos.
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FIESTA EN LA CAMPAÑA
Un cierto día, como que previamente establecido en el destino de cada uno, ellos aparecieron cada cual por su lado viniendo desde ciudades diferentes y desde un otro país cercano. Sin embargo, a cada uno de ellos le acaecían diferentes motivos o ambiciones para concretizar el hecho, las que una vez despiertas los había impulsado a abandonar sus orígenes e intentar mejor perspectiva de futuro en tierras lejanas. Después del instante de la llegada, cada uno en su particular contenido, contaron con el debido esmero que le cabía para poder reintegrarse nuevamente en las actividades y prestezas en las que estaban imbuidos anteriormente y así pasar a ejercerlas en potestades aisladas. Poco tiempo después ya habían logrado criar un adecuado núcleo de convivencia alcanzando a desenvolver sus propios contactos, y consiguiendo con ellos establecer sus desafíos particulares, así como la proeza de poder hacer mensurables las ambiciones que cada uno proyectaba. Cada uno comprendía claramente que a partir del momento que emprendieron la migración y fijaron residencia en un local totalmente extraño, tendrían toda una nueva vida saturada de múltiples desafíos por delante, en una aptitud similar a la que ocurre con tantos millares de habitantes todos los días y a cada nuevo despertar en todas las ciudades del mundo. Entre ellos no había existido un premeditado conocimiento de sus conciencias y de sus sentimientos, ni en su precedente país, ni en ésta desafiante ciudad que los acogía provocadora ante los sueños de independencia que Cuentos del Cotidiano
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imaginaban. Solamente por el mas puro acaso y la interferencia de la naturaleza divina, quiso el destino que ocurriese el predestinado suceso de entrelazarles el futuro en una cordial amistad. Casi al unísono, en un incierto momento de sus nuevas labores se conocieron en incomparables acontecimientos desasociados entre sí, y de pronto la propia nostalgia se encargó de que se volvieran tres intrínsecos amigos, logrando alcanzar a compartir las horas alegres de una inmoderada juventud, a conllevar frecuentes instantes de parranda, a regocijar el alma en espontáneo alborozo y con desmedido júbilo, en donde ahogaban su melancolía y se reabastecían de la esperanzas que los motivaba a cada jornada. Entre festejos y holgorios iban matando el ocio y hamacando sus pasatiempos, atentos en no descuidar los quehaceres individuales con los cuales ellos ocupaban profesionalmente el tiempo, hasta que en determinado momento de su algarabiado trajinar, concluyeron que sería una excelente parranda el hecho de poder participar de una conmemoración para la que habían sido invitados por un conocido en común, el que por su vez, se realizaría prontamente en una localidad apartada situada en un desconocido pueblo de interior de esa región. Sin lugar a duda era un convite inusitado que los empujaría emocionalmente a participar de una alegre función en una minúscula aldea que también había sido poblada a muchas décadas pasadas por una colonia de gente de idéntico talante que ellos tres. Al final concluyeron que en el caso de participar, todos serían “Gringos” por igual en medio de otro montón de gringos. Este mote correspondía al término cariñosamente lisonjero del que se utilizaban los nativos de ese alegre país para llamar a todos los extranjeros que allí emigraban, Cuentos del Cotidiano
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clasificándolos con ese apodo por la locución desigual y por los hábitos diferentes que los extranjeros presentaban. Inmediatamente se cuestionaron por no haber un significativo porqué que fuese capaz de les terciar la voluntad de participar de tan agradable evento, presintiendo ser ésa una oportunidad en la que sospechaban poder entrelazar nuevas amistades e incomparables conocimientos que obviamente, entendían que sólo serviría para poder ennoblecer sus expectativas, sus intuiciones, sus perspicacias, y principalmente, poder dar rienda suelta a sus espíritus aventureros y más que habidos por bohemios instantes. En posesión de un descomunal talante, partieron el día marcado junto a quien los invitó, instalados un poco apretujados dentro de un vetusto automóvil y prontos a conquistar esos agrestes territorios indomables. Juzgaban jocosamente entre ellos que la motivación de la invitación se debía a que los trasladaban para querer exponerlos como siendo portadores de una figura extraña, como concibiéndolos aborígenes que fueron conquistados indomablemente al acaso en una distante localidad. Se sentían como si fuesen un trofeo peculiar que iba a ser exhibido por quien del mismo modo que ellos, habían partido antiguamente en busca de un horizonte mayor. Pero poco les importaba el fallo anticipado de sus juzgamientos, pues a decir verdad, se sentían extremamente felices dentro de su lozana juventud y orgullosos de tener la oportunidad de cultivar alguna nueva amistad en tierras distantes, y más aún, por permitir que pudieran unirse a una especie familiar dispar erigida por costumbres diferenciadas de las suyas e inclusive ya readaptadas a lo propio del lugar donde ahora vivían. De ese modo partieron saboreando anticipadamente las más de mil incógnitas que se les presentarían en el final del traslado. Debatían bajo un bullicioso parlatorio sin fin como Cuentos del Cotidiano
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sería el paraje, las personas, los hábitos, la propia ocasión festiva que encontrarían. Todo fue interpretando y disecando entre palabras y pensamientos, y lo comentaron y lo continuaron a desenrollar durante las más de siete horas de duración del viaje. Lo hicieron regándolo permanentemente bajo el signo de la alegría, del optimismo y de la expectación, la que ya era parte del característico estado de ánimo y que indiscutiblemente, siempre transbordaba y contagiaba a quien se les acercase. Las horas transcurrieron de manera apresada y al atardecer del día llegaron a una pequeña villa que quedaba incrustada solitaria e inhóspita entre verdeantes montañas como si estuviese colgada ornando un ostentoso aderezo. Fue un fatigoso traslado tanto para los alegres viajeros como para el sufrido coche, donde habían consumido la mayor parte de la marcha, interceptando infinitas curvas y acentuadas pendientes de un pedregoso camino, todo adobado entre sorprendentes e inesperados paisajes que les iba entonteciendo las miradas, matizándolas entre un arco iris de refulgentes colores. En el arribo, y luego de zanjear el arroyo que perezosamente cortaba la entrada del pueblo, estaba emplazada a la derecha del camino la casa en que se hospedarían. Al unánime y encima de una sin igual sorpresa, intercambiaron las miradas bajo una interrogante ojeada al percibir que ésta era una arquitectura enorme, tosca, cuadrada, hecha de tabla bruta y sin pintura, que más parecía estar postrada sobre una escabrosa pendiente con vista para un valle magnánimo al pie de los cerros que parecía que lo quería ceñir como un talabarte. Mayor fue la sorpresa cuando al decender del coche percataron en una rápida ojeada a los múltiples integrantes de la familia del muchacho que los invitaba, todos prontos a concederles las debidas honras a tan ilustres visitantes. Cuentos del Cotidiano
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Estaban compuestos de todas las circunstancias de la estirpe, pues allí constaban sus padres, los abuelos maternos, sus muchos hermanos, algunos cuñados, cuantiosos sobrinos, ciertas tías ancianas. Todos estaban reunidos en una sala grande de la casa, que por su vez era decorada con una magna simplicidad pero con un extraordinario calor humano. Todos aguardando de un modo vertiginosos para saciar las ansias de poder descubrir anticipadamente los garbosos agasajados que hasta allí concurrían. La residencia era una casa inmensa, toda construida de madera por dentro y por fuera, hecha de una tabla bruta sin pintura sobre las mismas pero que mostraban ser de un color gris envejecido por la humedad y el relente. En su interior tenía muebles estrictos y desnudos y ventanales adornados con cortinajes de un mero tejido raso con algunos tapetes de rafia para encubrir la superficie del suelo que, de igual forma, había sido confeccionado de tablones. Había también una cocina despóticamente grande y colosal, a manera de poder desparramar su arnés sobre los cuartos que quedaban extendidos por su alrededor, rociándolos con el calor proveniente del fogón de leña y de los propios bálsamos de sus cocidos. Ya acomodadas las maletas en el aposento que les fue destinado, al bajar la noche se vieron prontamente reunidos alrededor de un gran fogón humeante, donde se degustaba de mano en mano en alegre rueda, un brebaje de mate caliente que se constituía del preparo de una infusión de yerbas autóctonas, mientras que iban en alegre coloquio resaltando las presentaciones individuales y absorbiendo el conocimiento de tan ensamblada familia. Entre tanto parlamento se les fue lapidando las horas mientras corría la rueda del mate e iban pellizcando un ligero aperitivo de exquisiteces constituidas de queso colonial, salchichones de cerdo, panecillos caseros, Cuentos del Cotidiano
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mantecados de harina de maíz, y una exuberancia de otras pitanzas domésticas que regalaban los ojos y el fastidio de los comensales. Allí, en esa reunión informal, quedaron establecidos los compromisos programados para el final de semana. Esa misma noche tendrían que comparecer a un bailoteo en el club social de la ciudad y para el domingo al medio día habría una oración en la iglesia y posteriormente un almuerzo en el salón parroquial, siendo que por la tarde improvisarían una visita al balneario del arroyo para refrescar el cuerpo y chapotear en las aguas cristalinas del riachuelo. Un imaginado y perfecto programa de eventos organizado a manera de atemperarles el espíritu y alborozar la estadía. Más tarde, con la noche ya entrada, se dirigieron al local donde se realizaría el baile y, para sorpresa, revelaron ante sus ojos un descomunal galpón construido de la misma manera que la residencia, edificado con maderas de tablón y palo crudo que se veía desnudo por fuera por la falta exclusiva de cualquier pintura y color. Notaron que éste manifestaba en su interior un ambiente circular que estaba rodeado de muchas mesas y sillas, ocupadas en su mayoría por la gente habitual de la localidad. Sitiado solitario al fondo del tinglado constaba un mísero conjunto musical pronto para emperifollar la fiesta, y la derecha de éste habían ubicado una apretujada cantina dispuesta de manera que pudiese abastecer de bebidas y comidas a los frecuentadores de la tertulia. Muy pronto y bajo un pasmado deslumbramiento, notaron que los anfitriones les destinaron asientos en la mesa central del salón, aquella que normalmente es destinada a autoridades y selectos convidados. Como que poseídos de un mismo conjunto de pensamientos, anónimamente les volvió una inclinación que les asaltó la cavilación haciéndolos pensar que estaban siendo expuestos Cuentos del Cotidiano
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como unos excéntricos objetos extravagantes, y que los organizadores del evento buscaban enaltecer a los contribuyentes del local, haciéndoles creer que aquella comunidad conseguía atraer habitantes de otro planeta. Franqueado el risible momento del impacto inicial, luego de instruirse la juerga y bajo el estridente sonido de la orquesta, se abatió sobre ellos los más innumeres convites para participar del bailado. Las interioranas feligresas se pugnaban el derecho por compartirlos, queriendo dar una ojeada más de cerca y intentar manosearlos y estrujarlos entre los compases de la música. Éstas se sentían intrépidas por querer auscultar sus voces al escucharlos hablar después de frugales preguntas y de aspirar a examinarlos mas atentamente bajo la disculpa de una danza, pensando quien sabe en esa ocasión, si de algún modo no estaría allí la oportunidad de alguno de ellos se decidiese por desposarlas. Creo que hasta especulaban quien sabe si esa no sería la oportunidad de que el menos avisado pudiese aislarlas de la encrucijada monótona en que se hallaban sus vidas en aquel pedacito de mundo olvidado por la naturaleza. Es necesario destacar que en tan lacónico salón gobernaba la mayor simplicidad que se extendía desde el mero estilo de vestir de los presentes, pasando por las abreviadas condiciones de los modos de hablar y en el típico contexto del comportamiento de gente de interior, en un cuadro donde además debe ser resaltada la existencia de aquellos pocos individuos que siempre andan necesitados de despuntar sus egocentrismos, vistiéndolo de ropaje más formal o más idílico frente al agreste o rustico de toda la mayoría de la comunidad. En esa exacerbación de alegría traspusieron la madrugada sin descanso, sintiéndose felices por el conmovedor acogimiento y por concebirse que estuvieran siendo disputados bajo pretextos inventados y de un modo Cuentos del Cotidiano
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inverosímil imaginarse galanes pugnados por un séquito de fogosas admiradoras. Se percataban estar presionados sobre pretextos dispares en una constante averiguación rodeada de incesantes disculpas imaginadas, y se vieron obligados a retribuir las atenciones para no agraviar con denegaciones las insistentes invitaciones extendidas hasta llegada la aurora. El frenesí de la jornada les había apagado la extenuación del difuso viaje y de las vastas horas despabiladas entre risas y cantos, entregándose afanosamente a participar de las danzas y pantomimas y ocupándose entre beber y engullir mil ofrecimientos. Pero como todo encanto tiene su desenlace, una vez llegado el final de tan alegre encuentro social, fueron obligados a retornar al provisorio hogar que los aguardaba. El clarear del nuevo día los halló reunidos nuevamente alrededor del gran fogón, bebiendo un suculento café fuerte acompañado de leche cruda y unos platos rebosantes de huevo frito, carne asada, salame y hasta queso fresco, acompañado aún por todos aquellos dulces, jaleas y amenos deleites de la culinaria local, concibiéndose en la necesidad de dar proseguimiento a mucha prosa y risotadas para ir repasando jocosamente las experiencias de cada uno en el atiborrado bullicio de la noche anterior. Coincidieron pactar en dormitar unas suficientes horas a tiempo de recuperarse físicamente para el distinto encuentro que los aguardaba al sonar el mediodía. Y concebido el periodo de descanso, el sol los abrazó ya alto e irradiando su fuerza por entre pastizales y peñascos. Ahora más reanimados, saltaron como expelidos de la cama para participar irreflexivos del rezo en la iglesia y de la posterior manducatoria a la que los habían convidado. Exiguas calles aun los aislaba del destino determinado. Lo bastante para ellos poder apreciar en el inviolado entorno bañado por los enérgicos rayos solares, que todo el Cuentos del Cotidiano
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caserío del paraje era un duplicado reproducido en exactitud de la misma vivienda adonde se hospedaban. El poblado era cortado por un único y zigzagueado sendero de tierra y pedruscos que permanecía ataviado a sus lados por casas desparramadas en agradables huertos, hechas siempre de turbias maderas azotadas por la lluvia y el polvo y resguardadas por árboles bajos y robustos de un animoso verde oscuro por estos estar atiborrados de unas hojas largas y gruesas, diferentes de las que conocían en sus pasadas andanzas. Algunos jardines exponían entremezcladas entre si algunos almácigos de hortalizas, follajes, legumbres y arboledas frutales, lo cual era cultivado parsimoniosamente para generar el sustento de sus inquilinos y por su vez, se veían sargenteados por inquietas gallinas y patos que deambulaban entre esos viveros. Otras tenían vacas, becerros, cabritos, ovejas, caballos o asnos, animales indisolubles aparcados en la gramilla o descansando a la sombra de los macizos. Después de alborozárseles la vista con el encantador paisaje que se desabrochaba entre el pastoril caserío y las bucólicas montañas que todo lo entornaba regocijado en la verdeante pradera que se divisaba en la planicie al pie de los cerros, llegaron hasta un apartado del sendero. Era como un enorme rectángulo cubierto de tierra hosca y de pasto seco que hacia por veces de plaza, campo de fútbol, palco de desfiles, o en este exacto momento, un conveniente estacionamiento de tractores, camionetas, autos, cabriolas, carrozas y todo tipo de vehículo que permitiese la locomoción entre el paraje. Al fondo de la plaza reinaba oronda la única construcción de material que hasta el momento habían divisado. Una iglesia rebozada por un matiz rojizo anaranjado procedente de la mezcla de una vieja pintura, el polvo del camino, la propia lluvia y el viento. Cuentos del Cotidiano
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La obra del templo era de una simplicidad como todo lo que estaba construido en su contorno. Tenía paredes rectas, imparciales, altas, desnudas de cualquier rebusque arquitectónico, con una considerable puerta de madera y una enaltecida torre que abrigaba el campanario. La coloración de las paredes externas estaba moteada de un reflejo de tonalidad degradé que bajaba desde la cumbre de la torrecilla, entremezclando las gamas de ocre, el amarillo, el anaranjado y el rojizo cuanto más la pintura se acercaba al suelo. Una tonalidad que se había formado con el indisoluble condicionamiento de la inclemencia del tiempo. El interior era sobrio y austero, con una casi completa carencia de ornamentos o grandes estampas, como siendo un consideración preconizada para utilizar la nave de la iglesia solamente para reunir los feligreses que llegaban hasta aquel lugar. Cuando finalizó el culto, los parroquianos y convidados se trasladaron a un anexo del templo donde se hallaba un salón adyacente y local en el cuál sería servida la tragantona. El interior del mismo estaba colmado de mesas rústicas a su ancho y a su largo y los participantes fueron ubicándose con el cuidado de dejar libre una mesa mayor que había sido reservada al sacerdote y sus convidados, que por señal, comprendía la familia hospitalera y los engalanados anfitriones de esa linaje. La comilona consistía de suculentas gallinas que fueron doradas en las brasas, acompañada de ensalada de papas cocidas y huevo duro y acompañado por unos crocantes trozos de polenta frita. Un fastuoso vino casero regaba desmedidamente el suculento banquete. El almuerzo había sido tenazmente preparado por un viejo morador de la región en homenaje al día de la Santísima Virgen patrona de la capilla. Cuentos del Cotidiano
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Los tres amigos fueron dispuestos de manera de poder quedar sentados frente al clérigo, y por su vez, éste resultó rodeado por el individuo anfitrión que hospedaban los visitantes y su esposa. Después de hechas las presentaciones formales y en medio al paciente masticar de deliciosas porciones, tuvo inicio una abundancia de preguntas destinadas a esclarecer las incertidumbres y la curiosidad del afable canónigo, que por señal, manifestaba ser un hombre joven, efusivo, gentil y gracioso para con su comunidad y en especial con los convidados que lo rodeaban. Éste simpático hombre demostrando una inmensa curiosidad por querer estar al tanto las orígenes de los presentes, ambicionaba saber alguna noticia del país de los convidados, de la importancia de la religión en ese reino distante y sobre los motivos que los había impulsado a abandonar su tierra y un sin número de frugalidades más. En ese interminable cuestionamiento se les fue llenando el tiempo entre un ameno dialogar hasta que los alcanzó el momento de los previsibles discursos de la fiesta. Siendo el párroco la única autoridad responsable para guiar las alocuciones, al tener inicio la misma, ésta se asemejaba a un sermón sin ton de regaño, pero pujante, extenuado, pausado, comedido y repleto de agradecimientos a los que en tal ocasión habían concurrido, hasta que en determinado momento se permitió unas mensajes de recomendación para enaltecer los forasteros de otras tierras que tan honorablemente habían acudido al festín. Cuando éstos fueron aclamados de inmediato bajo un sonoro aplauso y por las ovaciones de los presentes, los mismos se percibieron estar ante el ineludible compromiso de preparar una espontánea peroración, que innegablemente absortos, comprendían que la misma les saldría formada entre una miscelánea de palabras de su lenguaje de origen y Cuentos del Cotidiano
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entrecortadas con algunas penosas pronunciaciones del idioma local. Fue en ese instante que agradecieron efusivamente los cuantiosos salamanqués a ellos dispensados, reconociendo que se sentían rebosantes de satisfacción y encanto ante tantos semejantes agasajos y homenajes para quienes simplemente habían concurrido a una seductora oportunidad de poder comprender y echar a ver algo más del país que los albergaba. Del mismo modo, tenían conciencia de que su comportamiento estaba siendo a la altura de las expectativas criadas con su presencia, y expresaron que se sentían enajenados por las últimas horas de sus vidas frente al inesperado encanto que despertó su visita. Debido a la demorada postergación del almuerzo entre discursos y peroraciones, la última etapa del programado momento debió ser suspensa por lo avanzado de la tarde y la imperiosa necesidad de pronto tener que emprender el retorno. Por causa de ese motivo, quedó combinado que desde ya se establecía el futuro compromiso de un pronto regreso para poder repetir similar alboroto y realizar la postergada visita al local del placentero lugar de encuentros de los jóvenes del lugar. Entre efusivas despedidas y muchas recomendaciones y abrazos, les resultó el convencimiento de que en este agreste lugar habían granjeado el cariño y la amistad de todos los habitantes, formado por personas anónimas que normalmente pasaban sus vidas en el ostracismo y en el confinamiento que les imponía la ofuscación del lugar, pero que en ningún momento había conseguido disminuirles la capacidad de agradar a su prójimo regalándoles gratuitamente su júbilo y su regodeo.
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ANGUSTIA DILACERANTE
Venía aplazando la sentencia desde hacia un tiempo relativamente considerable. Los motivos que le ocasionaban tener que deponer el regreso a sus adolescentes comienzos le fueron desiguales en cada ocasión. Primero había sido por causa del apretujado recurso económico que restringían esas inclinaciones rememorativas y a continuación, porque fueron surgiendo los compromisos apropiados a su propio quehacer, y más tarde, por causa de los lazos afectivos que extendió através del tiempo y con los que logró ir tejiendo una nueva malla que consiguió arraigarlo con diversas estratagemas a un anónimo horizonte. A medida que transcurrían los años, la melancolía se le iba ascendiendo desvanecida en el interior del espíritu como si estuviese siendo realimentada por el propio inhalar. Ese continuo pensamiento se le manifestaba explayándose desmesuradamente a partir sus entrañas desde mucho tiempo atrás y se le fue amplificando de tal forma, que recientemente ya le andaba subyugando el pecho dificultándole la respiración y quitándole la concentración. Todas las inclinaciones de sus reflexiones evocaban la triste nostalgia por volver a recorrer los espacios del pasado juvenil. Sentía la inconmensurable falta de rever viejos parientes, de encontrarse con los antiguos amigos y compañeros de la niñez, por volver a visitar la primera escuela, la plaza del suburbio. Añoraba por todos aquellos lugares en donde los primeros años de imberbe proceder le fueron gravando recuerdos de júbilo y contentamiento. Nada ahora le distraía Cuentos del Cotidiano
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tanto el tino como la infortunada desdicha de no haber logrado volver a visitar su vieja barriada. Por su manera de proceder, se le hacía dificultoso conseguir exponerlo claramente a sus hijos en una alocución axiomática. Ellos no llegaban a decir claramente las circunstancias de sus anhelos sin igual, porque nunca les había acontecido tener que separarse en demasía del entorno de su morada, no les había sucedido tener que sufrir el alejamiento de sus raíces, no tenían la suficiente cordura para comprender el angustiante dolor que causa la añoranza. Los comprendía por advertir que eran hijos de aquel lugar y que no habían tenido que someterse a los obstáculos sufridos por los esforzados emigrantes de antaño. A su vez, ellos no lo vislumbraban como uno más de aquellos tantos individuos desafortunados que el destino les concedió la oportunidad de poder encontrar un sol menos plañidero que aquel que bañaba mancilladamente los rancios espacios de aquella lejana tierra natal. Las décadas vividas bajo el esfuerzo de un arduo trabajo ya incitaban querer arquearle la espalda y despacito, una vasta cabellera se le había ido coloreando con un tinte gris satinado y los pasos del hombre ya no disfrutaban de la firmeza de otrora. No obstante, mismo que su esqueleto estuviese enquistado en más de medio siglo de vida, su cuerpo aún demostraba firmeza y solidez. Era un individuo alto y de una delgadez descarnada, que tenía la piel blancuzca como la de aquel que pasa la mayoría de las horas al resguardo, y en los brazos se destacaban unos músculos nudosos y que le despuntaban los tendones por entre la piel como si fuesen serpentinas coladas por el sudor. Él había nacido siendo el propio retoño de la posguerra. Sus padres lo concibieron a su momento bajo el signo de la decepción que fue causado por la miseria y el infortunio que se generó en aquel dolorido periodo de su terruño. Había Cuentos del Cotidiano
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sido el fruto de una esperanza inventada en la expectación por afianzar un futuro más austero para sus propios progenitores y sus hermanos. Esas habían sido épocas de una indigente escasez de alimentos coronada por la insuficiencia de vestimentas dignas y del escaso dinero para poder permutar los sueños, pero de una extraordinaria confianza de un futuro mejor. Entregado a los recuerdos, retrocedió hasta el momento que se aleccionó aprendiendo en una escuela local de su pueblo y ocupó parte de sus horas holgazanas auxiliando a su padre en el arduo trabajo de una pequeña carpintería que estaba instalada en el mezclado recinto de morada y taller y donde la familia se apretujaba en un promiscuo convivir. Teniendo que vivir en esas circunstancias, la oportunidad le inculcó la disciplina en la misma profesión que su antecesor a manera de ir sugestionándole el instinto para ahondarse aun más en el diestro uso de las herramientas exigidas para la función. Con una juventud vivida de manera apresurada entre un continuado vegetar por entremedio de infortunios y tribulaciones, fue entretenido sus días transportando inquietas aspiraciones por querer merecerse un futuro más satisfactorio, no le importaba adonde éste se desarrollase, pues entendía que en cualquier lugar conseguiría ser algo mejor que llevando aquella vida pacata que se vislumbraba desde su portal. Sus deseos eran basados en una aspiración fecundada en sueños acaecidos bajo la óptica y las observaciones de la época y como un producto de la púber edad en que todo joven piensa que todo se puede y se alcanza sin la menor dificultad. Esa índole lo empujaba determinado a creer que podía vencer confiando solamente en su labor, no importándole tener que suspender o posponer la seguridad actual para sumergirse en el desconocido futuro ulterior. Ostentaba la Cuentos del Cotidiano
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firme convicción de que en relativo periodo de tiempo, volvería a reaparecer convertido en un vencedor. En aquel momento no estaba sólo en la arrebatada tarea de querer descubrir el afortunado horizonte que lo aguardaba. Otros individuos de igual talante fraccionaban una semejante voluntad, y en ese trajinar, todos juntos ocuparon las horas en atiborrar la ambición y el sueño de poder convertirlo en realidad. De acuerdo con sus pretensiones, en corto espacio de tiempo se hallaban instigando, preguntando, exhortando, averiguando, hasta que consiguieron descubrir que un lejano país impulsaba la migración incentivando quien allá quisiese instalarse. En aquel momento el carácter aventurero que los investía les permitía juzgar practicable en demasía cualquier asonada con que se deparasen, principalmente cuando pensamos con el corazón y ahogamos la razón pues las promesas establecidas les sofocaban el discernimiento y ocultaban las presunciones. La oferta toleraba que al arribo de los emigrantes aventureros que allá se asentasen, se les donase un lote de tierra y una razonable paga en forma de capital iniciante, siendo ésta todavía más gratificante para los que disfrutaban de una familia ya constituida, lo que no era aplicable en su caso. Determinado que se encontraba en el capricho de intentar forjar su posterior vida de manera independiente, expuso a sus padres la intrepidez de sus inclinaciones, exteriorizándoles que sólo necesitaba reclutar el valor del pasaje y providenciar la documentación exigida para poder levantar velas hacía su emancipación. Con el fin de ganar la confianza de ellos, les informó que concebía la idea de realizar el viaje muy prontamente y contando con la compañía de otros dos amigotes del poblado. Pocos meses le bastaron para alcanzar su primer desafió y allende se marcharon repletos de un descomunal Cuentos del Cotidiano
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entusiasmo, cargados de miles de ideas y un excesivo arrebato de enorme frenesí. Para concretar el viaje se embarcaron en un descomunal buque de mediocre apariencia, donde necesitaron dividir un reducido espacio para el descanso y un aun más comprimido sustento hasta poder acercarse a su ilusorio destino. De igual modo, para ellos no fueron suficientes los aprietos del traslado para que estos lograsen descollar un sentimiento de padecimiento ante las dificultades encontradas, pues entendían que el nirvana estaría a su espera y pronosticaban sus pesadillas entre el ímpetu y la voluntad de descubrir un mundo forastero. Una vez que descubrieron el nuevo paraíso, al arribar les informaron que el destino final les indicaba trasladarse a despobladas regiones distantes al cual los sentenciaban. El paraje correspondía a una solitaria jurisdicción infecunda formada por una extensa área de tierra árida, desértica y agreste, desprovista del mínimo confort e infraestructura, y que aun guardaba en sus entrañas por concebir y engendrar riquezas a ser exploradas con la llegada de ávidos inmigrantes para que al despedazarla y fertilizarla, hiciesen allí una nueva sociedad. El estipendio recibido consintió la posibilidad de que pudiese realizar una construcción simple de alberge y galpón, para que de esa manera lograse dar inicio al trabajo de carpintería, a lo que también luego le agregó la adquisición de herramientas suficientes y específicas a la faena. Esos instantes lo hicieron disfrutar con el corazón ensanchado de delirio y entelequia al percatarse que su espejismo estaba volviéndose una realidad. Ya profetizaba anticipadamente que éste era apenas el comienzo de una nueva vida, y que de igual modo no estaría sólo frente a sus utopías, lo acompañarían sus visionarias fantasías, su imaginativo porvenir, la contingente posibilidad de tornarse un acaudalado emprendedor en el decorrer de los años. Cuentos del Cotidiano
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Incontables fueron los planes que idealizó, y mucho más incalculables fueron los sueños en el decorrer de cada día, hasta que la soledad le fue doblando el espíritu y sus bríos dieron muestra de clamar por compañía. Fue en ese relámpago de aislamiento que descubrió la necesidad de encontrar el alma gemela que fuese capaz de apuntalarle las energías y solventar un hogar. La búsqueda no fue infructífera visto que un idéntico escenario de carencia afectiva se vislumbraba en casi toda la comunidad de extraños habitantes, donde a cada día se descubría estar repleta de nuevos individuos coterráneos que se allegaban a este grupo de desplazados. No era difícil notar que todos estaban escasos de cariño y afición para poder apagar las memorias y las melancolías de un reciente pasado. Contando con mucha suerte y poco esfuerzo, en efímero espacio de tiempo desposó una linda joven que era hija de compatriotas de una región que no era muy distante de su antiguo lar, y los que a su semejanza, del mismo modo se habían establecido como campesinos en las cercanías del poblado y por veces ocasionales comparecían allí para poder ofrecer y comercializar sus productos en la feria de la aldea. Para los padres de la muchacha, perder la hija en un matrimonio significaba una mayor economía para los aldeanos recursos que disponían y una boca menos para tener que sustentar, aunque en su íntimo al conceder la unión, consideraban ser de mejor utilidad que en lugar de perderla, hubiesen preferido conquistar un nuevo par de brazos fuertes para que los auxiliase en las rutinas de la alquería. Una vez consumado el casamiento, pasaron a vivir juntos en la precaria vivienda que él poseía, y luego los dos se vertieron en esfuerzo y sudor para saciar la aspiración por progresar y prosperar, lidiando de sol a sol por un único Cuentos del Cotidiano
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ideal. Era una época en que les era menester reformar el hogar, estructurar la vivienda para la llegada de futuros herederos y la apremiante necesidad de aumentar el obraje y poder atender una futura demanda. Pronto percibieron que requerían incrementar las herramientas y el espacio y que si anhelaban riqueza, debían prepararse para una prosperidad que seguramente con el tiempo llegaría hasta esos cerriles parajes. Obviamente que en medio de sus intrínsecos pensamientos se mostraban conformes pese a los aprietos que disfrutaban, entendiendo que de cualquier manera allí se descubrían mejor acomodados frente a lo que tuvieron en sus antiguas ciudades. Reconocían que aun siendo jóvenes, ya eran dueños de una porción de terreno, de una remediada residencia y de un seguro trabajo. Sus visiones no tenían fin, pues imaginaban que muy pronto existiría una excesiva demanda por sus habilidades, ya que en ese perdido espacio del mundo aún constaba todo por prosperar. De igual modo, reflexionaban que el ahogo, el sacrificio, la abnegación por la que tuvieron que padecer para iniciar su sueño estaba valiendo la pena. En pocos años se les vino el primer hijo. Fue varón, y el hombre rápidamente aligero la ilusión al pensar que con el correr del tiempo podría contar con un nuevo par de brazos para apoyarlo en las faenas al igual que él lo había hecho con su padre en su debido tiempo. A ella se le entristeció la mirada, pretendía que fuese mujer para poder compartir los quehaceres del hogar y para dividir el tiempo y no sentirse sola. Proyectaba tener a quien poder inculcar en las labores femeninas en medio de lo inhóspito del lugar. Pese al inicial desengaño igual amaba inmensamente al niño, pero talvez esa decepción tenga sido el motivo que la forjó a que en corto periodo de tiempo, volviese a procrear y concebir un nuevo ser. Ella codiciaba su tan anhelada Cuentos del Cotidiano
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niña, la realización de un sueño egoísta, la obtención de su postergado delirio, la propia similitud de su ser. Esta inverosímil aptitud luego se tornó una rutina y en cinco años ya eran cuatro hijos con los que dividían el mismo espacio. Un hecho que urgió por demandar los recursos existentes y les comprometió los futuros. Nuevamente necesitaron ampliar la casa y adecuarla a los infantes descendientes, exigiéndoles hacer frente a la demanda por el sustento y los estudios y a toda la solicitud de gastos que se originan para sustentar seis bocas y tener que dividir los desparpajos de un único trabajo. Como la bienaventuranza no es imperecedera, luego se les avecinaron épocas de un encogimiento de demanda que originó la merma por sus servicios. La situación mudó y ya no fue más como en el próspero inicio, ahora habían menos solicitudes de trabajo y los gastos eran superiores, apenas sobrando lo suficiente para la alimentación y el sustento sin permitir mayores excedentes para destinarlos a un resguardo del patrimonio y hasta quien sabe, poder realizar progresos en el taller, iniciar otro negocio o expandir el actual y echar las bases para que sus hijos tuviesen su propio sostén. De todas maneras, pese a que el tiempo continuaba transcurriendo entre dificultades, estaban convencidos que seguía valiendo la pena el esfuerzo demandado en casi dos décadas de arduo ajetreo. Tal vez en sus originarios umbrales poco hubiese mudado de aquel escuálido vivir. Por las cartas recibidas, sabían que por allá casi nada había cambiado desde antaño y hasta el sacrificio continuaba siendo el mismo y los recursos menores. Nada era nuevo, todo se mantenía igual como si estuviese estacionado en el viejo pasado, esperando quien sabe por la llegada de un milagro divino que pudiese sacudir la semidormida modorra de aquella región. Percibía la diferencia al comparar su tierra natal con su forastero país, donde todo era diferente y las calles ya Cuentos del Cotidiano
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estaban casi todas calzadas y regiamente arboladas, con los edificios flamantes erguidos entre escuelas modernas y una ciudad que crecía proyectada. Un lugar donde las primitivas casas de los emigrantes ya poseían un fino acabamiento, y aunque con altibajos, la vida allí era punzante, mística, alborozada, bulliciosa y la mayoría de los automóviles eran nuevos, y casi todo el mundo lo ostentaba. Toda la región prosperaba en una mezcla de industria y agricultura y el gobierno daba continuidad para incentivar el desarrollo. Y aunque tal vez no lo hiciese con el mismo ímpetu de lo hizo al inicio, igual continuaba concentrando esfuerzos para generar trabajo a los residentes del lugar. Para ellos los años continuaron a sucederse en una constante derivación de requerimientos que variaban entre tener que sustentar los estudios de varios hijos y la continua reforma de la vivienda, agregándose la necesidad de adquirir modernos utensilios de todo agradable hogar y la demanda por poseer las flamantes invenciones de un mundo en ebullición. Junto a estas insistencias familiares, el hombre vio principiar en su mente la añoranza de la época de niñez, a sentir la opresión por el deseo de revivir el pasado, de pretender mostrar a sus hijos la cuna de su estirpe, el anhelo de resucitar su paupérrima infancia y alcanzar a medir su propia superación. En ese ínterin, todo su cuerpo se le fue impregnando en una creciente angustia al notar que sus descendientes no se interesaban por aquel lejano y distante pasado. Ninguno de sus hijos se había embebido en la historia por querer descubrir los lazos que los unían con aquella digna familia, y por la completa falta de interés en querer desvendar la alcurnia de un linaje que en otrora había sido parte de la nobleza y el desenvolvimiento de la cuna del universo. Sus hijos se negaban a comprender que él había nacido en una tierra donde también emergieron nobles valientes Cuentos del Cotidiano
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que germinaron por generaciones desde la época de los bizarros conquistadores, y que mas tarde, ellos mismos habían engendrado a los bravos imperialistas de entonces, los que se franquearon la vida entre contiendas y reyertas y entre incertidumbres y pesares, para con brío y ardor solventar la libertad de los pueblos. Él concebía que la agonía de tal desplante fuera como una lanceta clavada en su pecho, la que amargamente le dilaceraba los sentimientos, le disipaba silenciosamente el aliento, y fue en ese creciente dolor y angustia que se le fueron rebasando las jornadas y extinguiéndose las fuerzas, hasta que se le fueron sucumbiendo las ansias y el encanto de vivir. Tarde se dio cuenta que su familia hacía parte de un contesto mundano diferente y no alternaban con el vínculo de sangre de sus antepasados. Ahora su propio entorno era su mundo y estos podían considerarse felices pues no habían tenido la necesidad de conocer la miseria y el hambre que genera la desgracia de una guerra. Infortunadamente, el padre presentía que ellos no lo comprendían, y frente a tanta procacidad, un determinado día juzgó que de pronto había perdido la fe. Fue cuando se le disiparon las fuerzas, balanceó su fibra, arqueó las piernas y se dejo morir, sólo, lejos de la tierra que lo advirtió nacer y no lo había conocido triunfar.
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FEBRIL POQUEDAD
Poseía un temperamento taciturno, silencioso, retraído, totalmente compenetrado en el mediocre trabajo de escriturario que realizaba y por el cual no se le conseguía reflejar la exactitud de su personalidad. Quien lo veía ensimismado en la apretujada sala de su encargo, no alcanzaba a distinguir lo recóndito de su alma, y solamente se percataba que consumía silenciosamente sus horas en hilvanar las innumeras cuentas impresas en montículos de papeles. Había elegido esa labor porque desde joven le gustaban los números irreflexivos, los cálculos sistematizados, la automática rutina documental, y al preferir ese puesto conseguía realizar una tarea que se repetía análoga e incesable a cada día pero que no era capaz de presentar sorpresas ni desconciertos. Para él, toda jornada era meticulosamente semejante sin que sintiese necesidad de innovar, de improvisar, de ser capaz de distraerle la compenetración requerida. Era poseedor de una estructura corporal muy particular, con una desbordada barriga que ya intentaba pender como un absceso desde un cuerpo estrecho, escurrido, sin que el mismo alcanzase a presentar un contorno definido, forjando que el abdomen en protuberancia le fuese proveniente de las largas horas sin acción física y del desolado abandono que se infringía en el cómodo asiento por detrás del escuálido despacho. La flaccidez se le notaba incrustada en un par de brazos cortos que estaban rematados por unas manos minúsculas Cuentos del Cotidiano
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que le finalizaban en largos dedos. Estos mismos dedos que siempre se notaban ávidos por sujetar el lápiz y tantear las teclas de la calculadora. Un lamido cabello ennegrecido exhortaba en querer ataviar su cabeza como si fuese una engomada manta de color tiznado, así como quien deposita una carpetita bordada encima de un tocador. Su rostro despuntaba de la rechoncha fisonomía rosácea que envolvía su semblante, desde donde resaltaban despabilados un par de ojos esféricos de una clara tonalidad de marrón terroso que intentaban proyectarse desde un perfil perspicaz, y siempre ávido por interpretar las rutinarias tareas de una manera concienzuda. Cultivaba un bigote menudo y entronizado poco más o menos que anémicamente sobre una pequeña boca de unos labios rollizos y obesos, los que eran recortados milimétricamente al mejor estilo de los galanes de románticas películas del cine mudo de antaño. Era extremado en el vestir aunque no ataviaba encarecidas indumentarias. Lo hacía con gran prolijidad y esmero, manteniendo siempre frisado el ya lustroso pantalón de gabardina gris con el que invariablemente combinaba alternadamente con una camisa blanca o la de color azul paraíso, luciendo unos calzados de un negro brillante en los que alcanzaba a espejar su mirada. Invierno o verano, utilizaba siempre una levita de franela azul marino, que del mismo modo que sus pantalones, se presentaba brillante y refulgente por el continuo uso diario que le dispensaba. Adornaba el pecho con una corbata purpúrea de pequeñas pintitas negras que hacía juego con un pañuelo de idéntico esbozo y que de una manera casi locuazmente intentaba asomarse del bolsillo superior de su chaqueta. Quien lo veía venir, notaba que en una mano traía sujetada una pequeña maleta de un sintético cuero negro ya Cuentos del Cotidiano
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gastado por el tiempo, en la que cargaba invariablemente su refección, y colgado sobre el otro brazo, el sempiterno paraguas de cabo de madera barnizada que utilizaba para intentar precaverse de los imprevisibles aguaceros de la ciudad. Su timidez era brutal, inhumana, y con la característica particular de que ésta lo hacía ruborizar ante cualquier tropiezo frugal de miramientos con alguna desprevenida dama. No era el caso de que ésta se interesase por su despliegue, pues quien no lo conocía, lo observaba por el mero hecho de haber sido despertado por una enigmática curiosidad; y del mismo modo, quien ya estaba al tanto de su figura, muchas veces provocaba su contemplación sólo para notarlo encender su rostro en un enrojecimiento abochornado. Pero nada de eso le disminuía la voluntad y la energía. Su entusiasmo mismo era para con sus tareas, con las cuentas interminables, con los infinitos números que se repetían incansablemente en un perdurable enmarañado de cuentas y cifras que solamente él sabía sobrellevar. Nada ni nadie en la empresa le atiborraba la aplicación en sus tareas, pues ninguno era capaz de desviarle la concentración y disminuirle el carácter con que sobrellevaba su trabajo. El liviano almuerzo lo realizaba allí mismo en su resumido habitáculo, pues no experimentaba darse el lujo de atrasar sus quehaceres, concluyendo que sólo podría apartarse de la empresa al finalizar la jornada y sin dejar alguna tarea por terminar. Esa era su consigna y su encargo y buscaba aprovechar al máximo las horas sin dejarse distraer la atención con banalidades pueriles que lo tirasen de su regularidad. Pero a decir verdad, el esmero tenía de ante mano un planeado motivo para obligarlo a encerrar sus compromisos en un exacto momento todos los días de la semana. Le era Cuentos del Cotidiano
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indispensable estar exactamente a las diecinueve horas en punto en la parada del ómnibus para poder despojar el mismo autobús de siempre que reiteradamente lo trasladaba hasta su modesta morada. Sabía que estando en él, de la misma manera estaría otro alguien que anteriormente le había robado el razonamiento, su juicio y la cavilación. La obstinación llegaba al punto de quebrarle la prudencia. Luego después del mediodía y a continuación de su refección sutil, ya no lograba más desprender su mirada de arriba del reloj, y arrojado sobre las cuentas iba calculando en su silencio interior el tiempo que aún lo distanciaba de la partida, conjeturando calladamente el esfuerzo necesario que aun debería imprimir para encerrar la labor a tiempo de alzar el vuelo. Ya hacían algunos meses que se entregaba delirante a intentar forjar tal procedimiento en una manera de poder cumplir con su íntimo compromiso, esmerándose al máximo para poder alcanzar en tiempo hábil el dichoso vehículo de transporte, y allí parapetado entre una multitud de pasajeros, permitirse inundar las emociones contenidas y renovar su frenesí varonil. Esa era la manera que él había encontrado para consentirse el hecho de ensanchar avaramente sus ermitaños sueños y así alucinarse por captar al menos una huidiza mirada, y hasta quien sabe, de poder apreciar sórdidamente una escurridiza sonrisa o auscultar una milagrosa palabra de quien hacía algún tiempo le había despertado la exaltación. Presagiaba que su corazón ahora disfrutaba del haber comenzado a palpitar alocadamente por otro ser. Profesaba que habían quedado para atrás los turbulentos tiempos en que fragmentaba sus desconsuelos en la oscuridad de su cuarto, en que disimulaba las penas del alma entre dígitos y cifras. Soñaba en que las aflicciones y las congojas de su espectro, en un determinado momento ya conseguirían hacer parte de su pasado. Cuentos del Cotidiano
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Conjeturaba sigilosamente en su mente, que sólo necesitaba de la debida oportunidad y en ese instante, estar acompañado del respectivo coraje necesario para establecer una exitosa aproximación, pero de igual modo no tenía prisa, pues se vaticinaba que el momento correcto debería acontecer en su determinado momento. Ni antes ni después. Salvo aquellos lapsos en que se dedicaba con afinco a su fastidiosa labor, el resto del tiempo lo ocupaba en conjeturar suposiciones y planos, elaborando posibles respuestas con las que debería responder educadamente cuando fuese interpelado, y en estructurar determinadas frases galantes que fuesen lo sabiamente capaces de poder aprisionar el espíritu de su amada. Presumía anticipadamente como ocurriría la centella de su primer encuentro, de todo lo que entre ellos tendrían para relatarse, descubrirse, admirarse. Suponía por la culminación del intrépido instante de un sutil beso, de una delicada caricia, de un cortés mimo y así poder externar sus propios sentimientos. De esta manera se le iban escapando los días, repitiéndolos en una aquiescencia de hechos frecuentes sin que al menos hubiese ganado una avara mirada o de arrancar la expresión una mísera palabra. Algo con lo que tal vez pudiese acaecer sus noctámbulas noches de desvarío o de descubrir que existía una sospecha de idéntica retribución a su delirio y hasta de poder hallar un suficiente motivo que lo lanzase de manera segura a practicar un intrépido acto de declaración de sus expectativas. En sus ocultos planos calculaba que sería mejor abordarla antes de que ella subiese al vehículo de trasporte, y para que ello ocurriese, sería necesario que él descendiese del ómnibus anticipadamente, hallando que le bastarían algunos pocos cuarterones antes del local adonde ella ascendía. Después, debería ir caminando hasta el lugar Cuentos del Cotidiano
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específico y una vez allí, en un sorprendente asecho, juntar el coraje para establecer el codiciado coloquio. La ejecución criteriosa del propósito demandaría la necesidad de tener que predecir la salida de la empresa encerrando la jornada con una cierta anterioridad para poder recorrer con la debida calma la distancia que lo separaba, y así poderse anticipar la venida de ella a ese local con tiempo hábil para intrépidamente poder sorprenderla y quien sabe, hasta instaurar allí un intercambio de palabras que lo iniciasen en sus delirantes pretensiones. Para alcanzar el propósito delineado, se decretó que la elaboración de la acción sería realizada en la semana entrante, pretendiendo definitivamente poder dar un final feliz a sus devaneos. Llegado el determinado día y cumpliendo con su puntilloso planeamiento, decidió concurrir ataviado con su mejor estampa y con tiempo suficiente para poder entregarse a aguardar frenético por el pertinente instante. Una vez allí, desde lejos vislumbró la llegada, notando ser esta una moza de circunscrito perfil, exhibiendo un cabello difuso que lo mantenía preso en un lazo. Una criteriosa análisis permitió observarle un cutis bronceado y con un rostro redondo donde se le destacaban un par de ojos almendrados y que disfrutaba entallada en él, una boca tierna que insinuaba un gesto de difusa expresión en ton de leve sonrisa, poseyendo un cuerpo entallado en un donairoso y regordete perfil, arropado en un bien trajeado vestido de algodón floreado que bamboleaba apuestamente en su desenvuelto caminar. Sus pensamientos lo delataron al esculcar la aproximación de esa garbosa imagen. De pronto sintió el ruborizar de sus pómulos y el calor de la timidez se le estampó en el rostro chamuscándole las facciones. Apreció que de pronto le invadía un febril estado soporífero que le Cuentos del Cotidiano
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dominaba los movimientos y que le entumecía los sentidos inmovilizándole el pensamiento. De inmediato tentó evaluar de manera precipitada que habiendo llegado tan cerca, muy de pronto se le desmoronaban sus entelequias, lo que valoró requerir en su mente que apresuradamente necesitaba infundirse de una actitud de menor retraimiento y renuncia, exhortándose a si mismo por iniciar en la brevedad que la situación requería, por lo menos una tenue plática a manera de poder dar estreno al inicio de un relacionarse más intuitivo y afectivo. Los segundos que lo separaron desde el primer atisbo hasta el momento de ella alcanzar el determinado local, más le parecieron ser un interminable y eterno lapso de tiempo en que todo se le iba ocurriendo dentro de sus pensamientos en una aturdida carrera. De cualquier manera, especuló intrínsecamente por el hecho de haber logrado llegar tan lejos, siendo que ahora sólo necesitaba de una ineludible determinación varonil para alzarse victorioso con la conquista. Valoró por la resolución de por lo menos ofrendarle una afable reverencia de bienvenida y regalarle un ligero sonriso, moldeado entre corteses palabras emitidas por su aguda voz. Hallaba que si de lindante a su iniciativa fuese agraciado con la retribución de una accesible respuesta, prontamente le apuntaría su nombre y la descripción de la profesión que ejercía, como buscando así instruirle en una disertación de los íntegros motivos que lo empujaban. Una estupefacta sorpresa lo acometió al observar que de inmediato a su saludo una dulce voz le retribuyó amablemente el cumplimiento, sintiéndose de pronto estar bañado por la mirada de unos ojos hechiceros que le aprisionaron la voz en la garganta y le arrestaron el hálito, sintiendo que de rayano le robaban el aire de su alrededor en un trance impensado que le originó el desvalijo acelerado de todas las palabras ya previamente imaginadas. Cuentos del Cotidiano
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Ella, de igual forma, también se sentía agradada y urdida por esa singular figura que se encontraba inmovilizada a su frente, algo que le permitía observar atentamente el personaje que desde hacia tiempo la observaba tan flemáticamente en el interior del autobús. Siempre lo acechó sin distinguirlo que estuviese capacitado para sustentar su encaramiento o de responder a sus gestos, y avizoraba que fuese incapaz de esbozar una simple sonrisa que pudiese insinuar sus pretensiones. Nada descubría en él que sugiriese algún ademán de sentimiento capaz de disipar el humo de la hoguera que se le había desatado en el corazón. Y ahí, parados frente a frente permanecieron algunos segundos como dos siluetas hurañas incrustadas en el trastocado tránsito de un fin de tarde laboral. Se los notaba silenciosas y revolcadas dentro de sus subjetivos pensamientos, incapaces de poder transgredir las emociones o de insinuarse en un intercambio de palabras que externasen las inquietudes que escondían. Pasado el espasmo inicial, solidariamente ella distinguió que un descomunal apocamiento tomaba cuenta de él y se determinó que le sería necesaria su resuelta intromisión para despojar el silencio que los circundaba, interrogándolo intempestivamente sobre el motivo que lo habría transportado hasta ese lugar, enunciándole a continuación su nombre, y dándole la deja para que él exteriorizase sus vicisitudes. Ambos ahora se deleitaban con el gratificante placer resultante de percibir que ese no había sido un encuentro tan sorpresivo, y a continuación de los educados cumplimientos intercambiados inicialmente, dieron por iniciado el momento con el cual irían estampar el nuevo alimento que reabastecería sus alucinaciones. Así, de esta manera, tuvo por inicio un posterior alud de tiernas declaraciones, dando rienda suelta a la enunciación Cuentos del Cotidiano
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de las imaginaciones reprimidas, de la exposici贸n de declaraciones de fantasiosas ilusiones cohibidas, de la afirmaci贸n de sentimientos de amor comedidos, que con el pasar de algunos pocos meses, culmin贸 con el feliz enlace de tan susceptibles efigies.
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VIVACIDAD PROFANA
El muchacho esbozaba una gallardía disímil entre sus pares. Era verboso, simpático, educado, correcto con quien lo interpelaba, y vivía anticipándose para con sus superiores en la enunciación de comentarios sobre las irregularidades que percibía en su labor. Conseguía pronosticar con claridad su parecer mismo antes de ser consultado sobre cualquier tema. Durante el horario de trabajo se mantenía con una postura en alerta constante para ejecutar los controles necesarios en la administración de los recursos financieros de la empresa. Sin lugar a dudas, la alta gerencia pronosticaba que el reclutamiento del individuo en cuestión sobrevenía de una excelente negociación para la compañía, cuando había logrado finalizar de manera efectiva la contratación del mismo para ejercer la correcta práctica de los criterios y las formas administrativas pertinentes a la sociedad. Al fin y al cabo, controlar la movilización correcta de toda la entrada y salida de los dispendios y mantener en día sus registros, era una tarea hercúlea para quien no conocía aún todas las normas y procedimientos establecidos. Creían tener ante sus ojos un fuerte candidato a encumbrar en corto tiempo, una mejor posición dentro de la organización. Éste, por su vez, era poseedor de una buena preparación profesional y con un curso de graduación ya concluido que hacía poco tiempo atrás había conquistado con esfuerzo en un renombrado instituto técnico de la ciudad. Mientras tanto, el destino le había permitido desplegar conjuntamente con los estudios, un trabajo más generalizado en el área Cuentos del Cotidiano
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administrativa de la pequeña empresa de sus padres, donde alcanzó a unir la hipótesis teórica con la experiencia práctica del tema. La inquietud por querer progresar dentro de un espacio profesional que tanto lo atraía, lo había motivado para intentar ofrecerse para la ejecución de un cargo similar en alguna grande empresa de la región, mismo que ésta actitud fuese capaz de ocasionar un severo disgusto en sus padres. Su argumentación ante ellos se apoyaba en el hecho de que al concretizar positivamente su expectación, sería un camino válido para progresar y afirmarse profesionalmente en los complejos conocimientos administrativos dentro de una gran corporación empresarial, y en donde tendría la oportunidad de testear sus ideas y sus conceptos junto a los ya utilizados por esa organización, y quien sabe más tarde, poder asentarlos en la práctica dentro de su propia empresa el día que su padre faltase o cupiese a él la dirección de los negocios. Intentó arduamente hacerlos comprender amparándose en el razonamiento de que si lograse su objetivo, sería para poder perpetuar en el tiempo el altruista esfuerzo que ellos habrían dispendido para educarlo y prepararlo. Ponderaba que igual estando rendido frente a un posible fracaso, él volvería junto a ellos para ayudarlos con su propio negocio. En ese ambiente de cambio de resoluciones, incidía a su favor la opinión de su madre, la que veía con buenos ojos la inquietud de querer prosperar y solidificarse en técnicas menos rudimentales que el negocio de familia podría proporcionarle, mismo entendiendo que la partida del muchacho, acarrease una sobrecarga de tareas para ellos. Ya su padre pensaba que con esa porfiada terquedad, sólo conquistaría una enorme pérdida de tiempo y lo único que lograría a su fin, sería apartarlo del diario convivir de un negocio que necesitaba de sus percepciones y para el cual ellos arduamente se sacrificaron para que estudiase. Cuentos del Cotidiano
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Después de mucha insistencia y satisfecho por haber logrado convencerlos bajo el reflejo de su punto de vista, partió vibrante a conquistar su espacio. Participó de algunas entrevistas directas junto a algunos contactos que poseía. Fue inclusive a varias empresas especializadas en reclutamiento de profesionales, y ya avistando con un poco de descrédito la imposibilidad de poder cumplir satisfactoriamente con su cometido, se sorprendió que en un determinado momento se le presentara ésta codiciada oportunidad. Luego de ser contratado comenzó sus funciones en la empresa ejecutando tareas de analista de los movimientos de las cuentas a recibir, para en un corto espacio de tiempo, asumir distintas responsabilidades relativas a otra parte del sector administrativo. Casi nada en la función que estaba era nuevo para él, ya que su experiencia en la empresa de su padre lo obligaba a abarcar casi todos los sectores burocráticos, si bien que en una dimensión bien menor. La principal diferencia consistía en adecuarse a las normas y los procedimientos establecidos, algo que en poco tiempo lo fue asimilando detalladamente. Inteligente y preparado, era de fácil dialogar e impactaba positivamente con sus opiniones por ya asentar una visión amplia del punto de vista teórico y un vasto conocimiento básico sobre el tema, una posición que les otorga a los conocedores de su labor, el poder imprescindible de expresarse con extensa persuasión. En exiguo periodo de tiempo, se granjeó la cordialidad y el apoyo de su jefe de sección, el que sin cesar intentaba recomendarlo para adjudicarle mayores desafíos, por notar en él un empleado laborioso, interesado y principalmente, que inspiraba confianza y seguridad ante tan delicada función. Cuentos del Cotidiano
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En una evaluación criteriosa del cuadro de empleados, la dirección general luego definió que este funcionario debería ser preparado para que a futuro estuviese en condiciones de ejercer responsabilidades mayores, no exclusivamente en la matriz de la empresa como en alguna de las sucursales. Pronto le fueron adjudicando a él, la ejecución de diferentes rutinas en los más variados sectores, intimándolo a participar de reuniones periódicas de trabajo o inscribiéndolo en cursos específicos que fuesen capaces de moldear su perfil profesional. Al deambular por diversas áreas, tuvo la oportunidad de ser extensamente consultado para expresar su parecer sobre las eventuales dudas que surgían en el día a día de la organización. Obviamente que su disposición para el trabajo aumentaba gradualmente a medida que conseguía despertar el interés entre sus superiores, buscando continuamente dar su colaboración y sus conocimientos, demostrando siempre afianzado por la constante búsqueda de alternativa para simplificar las metódicas rutinas o en las recomendaciones sugeridas para intensificar los controles y en el sondeo por la constante reducción de tiempo en la realización de algunas tareas, o hasta en el establecimiento de nuevas metodologías. Ocupaba integralmente su tiempo en pensar soluciones para un todo de la estructura de la empresa. Buscaba notar la pintura completa del cuadro, pero no obstante, carecía del poder de comprender las políticas que originaban ciertos dispendios. Aún le escaseaba el maduro equilibrio que el tiempo y la mezcla de aciertos y errores otorga a los especialistas que se convierten en dirigentes de una parte o de un indiviso del negocio. Impregnado por su dedicación, ya no pensaba más en la empresa de la familia por comprender que esa etapa tendría que ser postergada para dar tiempo al tiempo. Entendía que Cuentos del Cotidiano
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su trabajo actual era gratificante, pero principalmente, compensador en desafíos y en dinero, pues en poco tiempo ya había escalado algunos escalafones a más, lo que significaba mejor sueldo y algunos beneficios paralelos para él y para su familia, haciendo que la ilusión futura quedase en un prorrogado limbo de expectación. Al conquistar tránsito libre para poder comprender mejor la amplia configuración de los diversos sectores, el hecho le consintió un discernimiento superior de la estructura administrativa hasta ese momento utilizada, provocándole un dejo de sensatez y audacia para recomendar la implantación de mudanzas radicales en la organización actual. Afanosamente se auto convidó para preparar un paquete de medidas alternativas que fuesen capaces de originar un cambio en la metodología utilizada hasta ese momento, buscando apoyarse en el reciente programa de incentivo criado por la compañía, el cual premiaba con una interesante remuneración al que aportara significativas ideas que redundasen en mayor rentabilidad para la operación. Esbozó meticulosamente la idea y la presentó en una reunión rutinaria de trabajo para que ésta fuese apreciada por el comité responsable por llevar adelante el programa. Poco tiempo después fue ampliamente interpelado por sus pensamientos y teorías, y para su admiración, gran parte de la recomendación fue aprobada, estableciéndose de inmediato un grupo de acción para llevarla adelante. Como para llevarla a cabo sería necesaria la combinación unísona de diversos departamentos de la empresa, principalmente el área de expedición y el sector de ventas, se requería que se estipulase un exacto cronograma de implementación y la necesidad de explayar el oportuno conocimiento que las mudanzas originarían en las rutinas de trabajo, a manera de que las alteraciones impuestas no impactasen negativamente en el andamiento normal de las Cuentos del Cotidiano
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jornadas, debiendo inclusive, tener que formalizar el entrenamiento requerido para todos los empleados involucrados. Al encontrarse siendo él uno de los líderes del proyecto, fue menester franquearle el conocimiento de los meandros internos de uno de los departamentos más neurálgicos de la empresa, la puerta principal por donde entraba la recaudación, y en donde casi secretamente, se aplicaban las normas y los conceptos de comercialización y sus políticas de precios, plazos, descuentos y promociones. Finalizar la tarea demandaría como mínimo unos seis meses de estresantes reuniones. Exigiría la participación en prolongados debates de puntos de vista opuestos, de hacer frente a enfrentamientos de antagonismos diferentes para una misma finalidad, de la necesidad de explicar profundamente perspectivas y comprender significados, de detallar los cuellos estrechos del negocio y buscarles alternativas adaptadas para poder obtener la meta estipulada. Como ya lo explicamos antes, fue obvio que su elocuencia, su perspicacia y su talante, le fue de gran valía para atribuir su pretensión, no sin antes tener que comprender al detalle como operaba cada departamento en separado y en el conjunto de la organización, permitiéndose poder conocer a cada integrante en cada una de las funciones y debiendo avaliar criteriosamente el nivel de autoridad y responsabilidad de cada uno. A partir de ese momento él ya estaba al tanto de quien era el responsable por cada fracción de un negocio que movía altas sumas de recaudación, y en que nivel y hasta que valores, se permitían los dispendios para sustentar la ejecución de las tareas. Demás esta decir que los integrantes de la junta responsable por autorizar las mudanzas recomendadas, era formado en su totalidad, por toda la dirección de la Cuentos del Cotidiano
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organización y la alta gerencia departamental de la corporación, a los que semanalmente se les informaba de los avances y de las deliberaciones tomadas para cada etapa del plano, incumbiendo ser necesario convencer a éstos sobre las decisiones logradas, y conseguir la debida aprobación antes de continuar avanzando para la etapa siguiente. La elaboración de las nuevas metodologías ratificadas y el establecimiento de sus sistemáticas, posibilitó a sí mismo, obtener el completo conocimiento de los caminos que cada documento debería recorrer dentro del nuevo régimen, hasta este ser correctamente contabilizado y registrado en los libros de la organización. Era sin lugar a dudas para él, un progreso impresionante que le permitiría no únicamente la amplia visión de un todo, como ostentaría el conocimiento detallado del tipo de control que sería imputado a cada dispendio en cada sector. No quería engañarse, pero hallaba que salvo sus superiores, serían muy pocos dentro de la estructura los que exhibirían tal amplitud de conocimientos, tanto en lo concerniente a la documentación en sí, como el intrincado camino que a ésta le correspondería recorrer, sumados a eso, conocía ahora del mismo modo, quienes eran los responsables por cada renglón de la extensa lista de gastos autorizados. En pocos meses de apurada actividad, el establecimiento del nuevo régimen se llevó a término sin mayores inconvenientes, salvo por la exigencia de algunas pequeñas adaptaciones para simplificar la burocracia exigida en la implementación de determinados requisitos pretendidos, labor que emplazó algunos meses más para conseguir los perfectos ajustes y la utilización conjunta por todos los sectores de la organización. El éxito demostrado en esta labor y en el nuevo concepto desenvuelto e implantado le fecundó a título de premiación, una remuneración extra correspondiente a cinco Cuentos del Cotidiano
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sueldos mensuales. Un premio perfecto por el mérito y el reconocimiento de su esfuerzo y dedicación para con la compañía. Para quien había ingresado a la estructura hacía apenas un poco más de dos años, sin lugar a dudas que un hecho de tal magnitud era un excelente incentivo para continuar en el oficio, y ya lo apuntaba como un futuro merecedor de puestos jerárquicos que requiriesen mayores desafíos. Al inicio del proyecto y por un relativo periodo de tiempo, la función desempeñada exigió de él un permanente contacto con los más diversos empleados de otros departamentos. Eran aquellos que le solicitaban informaciones adicionales para subsanar dudas surgidas, para requerir un auxilio en la correcta aplicación de las normas que él apuntaló en la instauración, lo que indudablemente, rápidamente le forjo algunas nuevas amistades y contactos dentro de la empresa. Determinados meses después de recibir el estímulo monetario al que hizo justicia por merecer, adquirió un automóvil nuevo, mediano en su porte, pero flamante y resplandeciente. Era de un color rojo metálico, con ruedas deportivas y llantas cromadas, el tapizado interior era todo blanco, con un volante de competición forrado en cuero crudo. Un verdadero chiche para los sensibles de espíritu, lo que fue despertando de rayano la codicia entre sus pares. A todos les decía que la compra del vehículo había sido el cumplimiento de un deseo antiguo y que ahora lo forjaba como resultado de la aplicación del valor percibido con la gratificación por su idea, y que la diferencia del valor total pago, le fuera financiado por la automotora. No obstante, creyendo haber sido verídica la enunciación, de inicio todos se lo creyeron y pasaron a felicitarlo por tal providencia y decisión. Junto a este hecho y a la par de lo dispuesto, comenzó a mudar su perfil y pasó a vestirse con indumentarias mas Cuentos del Cotidiano
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elegantes, ataviándose con ropas de marcas distinguidas y a impactar agradablemente con su silueta, acarreando así una vida mas holgada que la que disfrutaba hasta algún tiempo atrás. Estaba siempre pronto a responder a quien lo escuchase, que todo era producto de su beneficio y que utilizaba para tal fin una parte del premio recibido, sin percibir que indirectamente del mismo modo, despertaba de soslayo la curiosidad de determinadas personas de la organización. Estos elementos, a las hurtadillas y bajo el sigilo que determinadas acciones requieren, dieron iniciación a una auditoria en todos los procedimientos de pagos y recibimientos de expendios, estableciendo comparativos estadísticos con base en las informaciones contables, de antes y después de las mudanzas implantadas, con el fin de poder detectar posibles incoherencias o deslices que causasen despilfarro de recaudos. Realizarla fue una ardua tarea que les requirió intenso análisis y extenuadas comparaciones, hasta llegar a identificar que algunos renglones presentaban un incremento de gastos superior a los que históricamente la empresa realizaba, pero no lograron identificar el origen de los expendios. Todo estaba correctamente documentado y asentado, lo único que se detectaba era una cifra global de egresos mayor por unidad vendida que aquella que se realizaba anteriormente. Ante la dirección de la compañía no cabían más dudas, la información recopilada demostraba claramente que algo no estaba funcionando correctamente y existía alguna brecha en algún determinado punto del sistema. Era necesario identificar adonde y quien era el responsable o los responsables por el desliz, intimando por apartarlos incontinenti de la organización, y rehacer los controles y los procedimientos para subsanar de raíz el problema. Cuentos del Cotidiano
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Al no ser posible detectar el origen o el esquema montado para desvirtuar los valores, ni desde donde se originaba el fraude, determinaron que todo documento destinado a efectuar pagos era obligado a asentar triple firma de autorización final antes de ser efectuada su liquidación. Esto se tomaba como una disposición paliativa para encontrar adonde estaba siendo realizada la falsificación. Mismo así, el dolo continuó desarrollándose impíamente y aún por un determinado tiempo nada fue descubierto. Como la suerte y la desventura son contingentes perecederos en la vida de todo ser humano, estos siempre acontecen en periodos que se rebasan y se demuestran alternadamente entre si, mismo que puedan venir a ocurrir dentro de una mayor o menor dimensión delante de cualquier individuo en el trascurso de su vida. Sabemos del mismo modo, que estas fatalidades o casualidades, se exponen intercaladamente por determinados lapsos de tiempo transitorio, así como la cesación del periodo de duración, tampoco avisa anticipadamente su fin. Acontece y pronto, todo muda en la vida del individuo. Luego, en esas casualidades del destino que asintió con su liberalidad que la descubierta de la estafa se diera por motivos simples y favoreciendo por la conjugación de hechos que precipitaron la identificación del culpable, la suerte cambió de lado y todo se desmoronó rápidamente ante los pies de este abnegado e perspicaz empleado. El esquema montado era simple y de bajos valores individuales en cada acontecimiento, pues el desfalco era efectuado sobre los importes de fletes a ser pagados a terceros. Valores que eran liquidados para individuos que realizaban entre cuatro y seis viajes diarios de transporte cada uno, y dentro del universo de una veintena de personas en su totalidad. Cuentos del Cotidiano
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El escamoteo consistía en la duplicación de la orden de pago de un determinado viaje de cualquier uno de los trasportadores, o hasta en la emisión calcada de la orden de viaje, que como ya detallamos, era realizada en montos mínimos si se analizan individualmente viaje por viaje. Los reembolsos eran efectuados en pagamento directo y en efectivo en la caja general de la empresa y solamente para el propietario del camión, o por su anticipada connivencia, este podría ser efectuado a su chofer o a una tercera persona que el autorizase. El formulario contable, este sí, necesariamente tenía que ser firmado por el transportista, que anticipadamente comparecía directamente junto a nuestro locuaz protagonista, para de él recibirlos y firmar la documentación necesaria para la transacción asentable. En determinados casos y refugiándose bajo la inventada disculpa de atraso en la emisión de los documentos de pago, al transportista solamente le era permitido revisar las cantidades de viajes realizados y confirmar el valor que iría a recibir, dejando con el funcionario administrativo la autorización firmada para que pudiesen ser retirados los valores a posterior. Más tarde, en su próximo retorno a la empresa, comparecía ante el mismo, para entonces poder retirar el valor correspondiente a sus fletes. Pronto, ahí estaba la jugada. En posesión del cupón ya firmado por el transportista, a posterior él lo completaba con un valor irreal falsificado y a continuación lo descontaba junto al cajero pagador, entregándole posteriormente al transportista, la suma real de los haberes de su flete, permaneciendo en su bolsillo la diferencia recibida. Era como podríamos decir, un jugador polivalente, pues este armaba la jugada, daba el pase y corría prontamente para el área adversaria para cabecear la pelota y anotar el gol, no en tanto, todavía hacia sonar el silbato para validar Cuentos del Cotidiano
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el tanto. Él había conseguido en su obtuso entender montar un esquema redondo para provecho propio. Pero como ya lo dijimos, la suerte siempre desaparece sin se anunciar, y un determinado día, al caer enfermo el innoble individuo, fue necesariamente sustituido por otro funcionario que al desarrollar la labor, prontamente notó las diferencias reales lanzadas contablemente con las que el transportista debía recibir. Éste de inmediato buscó comunicar el hecho a sus superiores. El forzoso retiro por causa de la enfermedad accedió a la empresa la oportunidad inmediata de realización de un escrutinio total de los documentos, dando tiempo a la elaboración del confronto entre mercaderías transportadas, viajes realizados, valores pagos, y quien había sido la persona que formalizó la retirada de los importes pagos. De una manera u otra, el esquema montado incluía a todos los fleteros, con valores mayores o menores envueltos en el fraude y dependiendo del grado de intimidad que el funcionario tenía con estos, pero indirectamente no los incriminaba a todos claramente. La capacidad de su inteligencia le había posibilitado pensar grande en su determinado momento y terminó haciéndolo minúsculo en su final. Cuando interpelado sobre el desvío de valores, confesó que el despiste le consintió comprar el coche y los accesorios con los que lo proveyó, incluyéndose parte del gasto con las ropas que ahora usaba y disfrutado de expendios superfluos en festejos innecesarios. Su codicia lo había deslumbrado, y la avidez lo alucinó, otorgándose el equívoco de pensar como si fuese su propia empresa en la que tal vez le fuese posible autodeterminar las normas y los criterios con los que regiría sus actos. Pero la avaricia le borró de la memoria la ética, el comportamiento moral, la integridad de su conducta, la decencia de sus actos y la traición sobre la confianza conquistada. Cuentos del Cotidiano
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No sabemos exactamente que argumentos les ofreció a sus padres al volver junto a ellos para retomar sus funciones, pero lo cierto es que al regresar lo hizo anímicamente cabizbajo, con la energía apesadumbrada y desalentado de espíritu. Ahora ya era demasiado tarde para los arrepentimientos, pero de igual modo, percibía que había tenido la gran oportunidad de ser un profesional destacado en la carrera escogida y ahora vislumbraba que terminaría su carrera siendo un empecinado empresario que ciertamente iría necesitar de mantener a diario su lucha por sustentar el negocio.
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ENTRISTECIDO LEGADO
Era un pueblito pequeño, equivalente a uno de esos millares que existen desparramados en el olvido por este inmenso continente. Una localidad de aquellas que eternizaron su presencia prolongándose idénticamente inadvertida por el transcurso del tiempo, y en ellas, sus habitantes se obligan a pasar vegetando la existencia a través de las diferentes épocas, siempre soñando que es posible que mañana les dedique un futuro mejor. Éste caserío había brotado macilentamente sólo hace un poco más de quince décadas atrás como cumplimiento de una resolución administrativa generada desde un gobierno oligárquico, haciéndolo empotrar impávido en el mapa y al costado de la vía del tren. La determinación vino como buscando asentar en esos parajes los hambrientos descalificados de aquella época, la mano de obra ignorante que sobraba en los despoblados campos de los totalitarios. Lo hicieron con la única finalidad de evitar el éxodo de esos incultos hacia la capital. Al inicio, el repartimiento de las tierras de ese pueblucho se destinaba a poder inculcar otras labores en una peonada que era oriunda exclusivamente de las lides camperas. Teóricamente no estaba mal, pero buscaban catequizarlos en el cultivo de granos como una manera de que las cosechas concebidas pudiesen sustentar los habitantes de otras crecidas localidades. En el rejunte inicial de individuos, se pobló este tipo de lugarejos con indios, negros, mulatos, caboclos, mamelucos, sambos y toda clasificación de subrazas que la época Cuentos del Cotidiano
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producía, y que, por su cualidad de inferiores, eran de oscuras letras y desmerecidamente relegados a la pobreza y la exploración de los déspotas. El inicio de este villorrio fue allá por la mitad del siglo diecinueve, y había sido fundado por más de dos docenas de un caserío miserable, siendo constituido de ranchos de tierra bruta y paja amasada, que estaban cubiertos solamente por sarmientos de pastizales secos y cobijados de la mayor indigencia de infraestructura general. La alambrada de los campos, la carencia de reyertas militares, el apaciguamiento de escandalosos ideales, fue permitiendo en poco tiempo que aumentase el desempleo en la campaña y por su vez, le hiciese duplicar el etéreo conjunto de habitantes de alguno de estos poblados, consiguiendo así que estos atrajesen de inmediato a secuaces comerciantes con el único fin de absorberles y comercializarles las riquezas obtenidas de la tierra, explorando a los incautos cicateros del lugar en beneficio propio. Con el pasar de los años, el porvenir de ésta región prontamente se hizo sentir y permitió establecer en la aldea, una obligatoria parada del tren para que se proveyese el despojo de los granos, del ganado, y otros productos de la tierra. Igualmente éste, en sus continuos viajes les suministraba alimentos, vestimentas, máquinas y todo lo necesario para mantener la pujanza de los abnegados granjeros y hacendados de los alrededores. Los mismos individuos que se aprovechaban habidamente de la abundancia de mano de obra barata para engordar sus cofres. La villa, en un par de décadas pronto se trasformó en pueblo y pasó a contar con algunas casas mas confortables para abrigar esos nuevos ricos y al rápido emplazamiento de agencias, despachos y representaciones del gobierno central, como una medida que permitiese darles el debido soporte Cuentos del Cotidiano
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burocrático a los pobladores del lugar. Esta disposición luego atrajo más desconocidos negociantes ávidos por implantar representaciones comerciales que antes dependían solamente de demoradas transacciones. Un nuevo y gran crecimiento de habitantes se dio luego a continuación de la disposición de establecer un campamento del ejército. Era un regimiento de campaña que se asentaba estratégicamente en un local desguarnecido y deshabitado, más que creían ser vital para anteponerse a la defensa de cualquier posible e imaginario ataque. Otra vez más una determinación política originó para el pueblo la migración de una abundancia de muchedumbre de esqueléticos recursos y demacrada sabiduría, atrayendo un gentío de layas inferiores en la condición humana, que les fue llenando los alrededores de la villa con unas desarrapadas edificaciones y mezclándole la índole del lugar. Las viejas pulperías que en su inicio se caracterizaban por la amalgama de un comercio generalizado, combinando promiscuamente con el surtimiento de todo tipo de variedad de mercaderías y armonizándose con la venta en el local, de comidas, bebidas y celebraciones, rápidamente se fue fragmentando en negocios homogéneos para cada amenidad, dando las condiciones para que proliferasen las pequeñas tabernas, cantinas y fondas, separándose de las tiendas especializadas por categoría de artículos y atractivos. Los negocios de ropas, las boticas, los bazares, los escritorios de representación y todo comercio especializado, así como las buenas fondas, las mejores cantinas, el club social y comercial, se establecieron agrupados en el centro de un pujante barrio central en los aledaños de la estación. Este sector arrebujaba placido la morada de los más adinerados y a los propios comerciantes acaudalados, haciendo que se desparramarse por las otras calles Cuentos del Cotidiano
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polvorientas de los alrededores las lúgubres tabernas, las sucias cantinas y los pequeños almacenes que vendían resumidos géneros alimenticios y tantos otros establecimientos de sombrías dependencias, en los que malandrines y truhanes distraían las jornadas . La gobernación local y los enriquecidos apoderados que todo hacían para imponer sus voluntades, con el pasar de las décadas fueron intentando ordenar el misceláneo crecimiento del pueblo. Lo hicieron apoyándose en decretos y reglamentos como intentando cercar sus dominios de una posible avalancha del ignorante pueblerino, o hasta para evitar contaminarse con esa inopia pobreza. Bajo la desnudez de sentimientos de escrupulosidad criaron las leyes que delegó al suburbio del otro lado de la corredera del tren, la franja de la indecencia donde sería permitida la instalación de recintos destinados al divertimiento, en donde podría ser comprada bebida, sexo, juegos de azar y otros pasatiempos sin que les afectase la vista, la moral, la respetabilidad y las buenas costumbres. Quedaba así sacramentada la simbolización del perímetro urbano de la desvergüenza que se extendía geográficamente desde las barrancas del río al norte y la senda del tren al sur, con el destacamento del fortín al oeste, siendo solamente posible crecer ordenadamente para el lado de la región alagadiza que se localizaba en la parte este del pueblo. Un lugar formado por tierras bajas que soportaban anémicamente las inclemencias invernales que azotaban la zona, acumulando en el lecho de la zona una abundancia de agua y lodo. Podía observarse que por los alrededores de la plaza central se desparramaban ahora las tres únicas arboladas y deleitables veredas que estaban calzadas con adoquines irregulares de piedras grises que intentaban señalizar orondamente el área de mando de los señoríos y sus amparados y protegidos. Cuentos del Cotidiano
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Todo el resto de poblado era cortado por un sin fin de calles peladas, hechas de ruda tosca de tono pardo y de un lodoso barro puro, donde se le iban recostando a los lados, interminables viviendas ordinarias y groseras en las que se acomodaban los antiguos y los propios ignorados habitantes del momento, haciéndolos amoldar en las penurias de su vivir. Esas residencias eran casi en su totalidad formada por una infinidad de inocentes casas simples o ranchos broncos, todos cobijos tristes que habían sido emplazados en terrenos yermos. Casi todo era hecho de desnudas moradas para albergar a los analfabetos, a los desclasificados, los mismos incivilizados de siempre, los inútiles útiles que actuaban siempre indivisos para servir a los bizarros oligárquicos. Residía allí toda una muchedumbre de aquellas personas que se remedaban en el intento de generar una vertiginosa creación de sucesores de penurias que se centuplica en la miseria hasta los días de hoy, por los aledaños de cualquier ciudad. Entre ese caldo de rústicas culturas, la ordenación urbana que terminó por relegar al borde del pueblo la instalación del llamado cinturón del libertinaje, éste se había formado al inicio, con un aglomerado de no más que una docena de hospedajes que se extendían como desmayadas a lo largo de un sosegado camino que quedaba escondido entre espesas arboledas como pretendiendo ocultar allí la miseria y la escasez de la razón de sus ocupantes. Fue sin duda alguna, un lugar que muy pronto de volvió para algunos desfachatados de conciencia, un floreciente negocio que prosperaba alimentado por una histórica necesidad de esconder la cognición de la humanidad en la incesante búsqueda del soslayo divertimiento y por la pretensión de otros de querer enriquecerse con el juego fácil o hasta por el reemplazo de la insuficiencia del placer que algunos individuos sentían. Cuentos del Cotidiano
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Se había formado allí la propicia guarida de los que exploraban el oficio apoyado en la adversidad y la indigencia de las mujeres que habían nacido clasificadas como carentes de la suerte y privadas de sapiencia. Las que habían sido desheredadas y despojadas de otros afables oficios, debiendo florecer como crías de una infructuosa herencia oriunda de la gran mezcolanza de estirpes y las castas ignorantes del ayer. En este barrio resguardado bajo el indigno coexistir, despacito se le fueron aglomerando en los alrededores del arrabal, los infaltables ventajistas, los hábiles tahúres, algunos diestros tramposos, los mañosos bribones, ciertos rufianes sagaces e indudables avispados estafadores y toda clase de raleas que se aglutinan al submundo como cautivados que se sentían para poder hacer parte de la división del botín que alcanzaban a hurtar de los incautos que hasta ahí comparecían a diario. Era un gentío de calañas ávido por entretejer promesas de amores ficticios, seducir bonachones de espíritu, o embriagar los sueños de los ingenuos y desvalijarlos de algunos parcos caudales que los incautos poseían. Una región en que las mañanas de aquellas calles, se repetían continuadamente semejantes en una mansedumbre de afonía, con una mudez de ruidos y de gente, como desafinando bufonas el febril dinamismo que rodeaba al resto del pueblo. Calles que así permanecían durante el decorrer del día, escondidas bajo un manto de estéril actividad, del cual iban despertando perezosamente en el atardecer, para alzarse bulliciosas, agitadas, refulgentes y estridentemente sonoras hasta la llegada del alborecer. El dinamismo noctámbulo emanaba inundado por el efusivo movimiento de personas sedientas por saciar introvertidos instintos, pero se hacía mucho más enérgico durante los fines de semana, adonde comparecían toda Cuentos del Cotidiano
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aquella abundancia de los desprovistos de ciertos criterios y que habitaban por los aledaños de la región. Allí se allegaban los que buscaban ahogar las inclinaciones, los que escudriñaban por los rápidos instantes que fuesen capaces de asfixiar los deseos contenidos, y los otros, los que ágilmente se amalgamaban junto a los inquietos moradores del vecindario, formando un bando de divertidos súbditos del placer. Mucho más agitadas eran las noches del día del pago de salarios en el cuartel. Parecía que unánime todo el pelotón se transfería unido para irrumpir en la cenicienta callejuela del encanto, intentando en la ocasión carbonizar sus salarios y sus tentaciones. En esas madrugadas iban instaurando reyertas y trifulcas en defensa de dudosos honores y decoros fortuitos y ahogando la sed con ginebra, aguardiente y vino. Desfilaban impasibles para poder embriagar la mente, el cuerpo, la virtud, los brios y adonde se pugnaban entre si, disputando espacio para participar de juegos de carteado, que tan sagazmente eran organizados por los malandrines de plantón, que aguardaban como atentos centinelas, merodeando el desvalijamiento de los desdichados. Las laboriosas agentes del regocijo, era un contingente constituido por algunas solicitas matronas y de promiscuas hembras, formado por avispadas mujeres de escaso carácter que zarandeaban sus mofletudas entelequias, impulsadas a ganarse el sustento cimbrando el esqueleto y agitando los pensamientos entre tantos ocasionales y extraños patrones. Vendían el cuerpo, su carne y hasta su alma, para conquistar una parte del trofeo en disputa. Entre el zumbido del vocerío, se insinuaban, se indicaban y se entregaban, como una mercadería que aplacaba los sentimientos de los visitantes del lugar. Esa miscelánea de castas que aparecía en aquel lugar hacía que entre ellos se disputasen arduamente esas febriles Cuentos del Cotidiano
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hacendosas del amor; cabiendo a los más pudientes, poder lidiarse por la conquista de las más guapas y bellas, o de las más dotadas y expertas en el ducho discernimiento del éxtasis sexual, siempre de acuerdo con el grado de pretensión que estos tuviesen y de la hondura de sus bolsillos. Ese mismo bando de prostitutas se iba alternando rotativamente, y en cuanto unas partían, otras se iniciaban y algunas retornaban al lugar. Unas pocas menos, se alzaban al vuelo y desaparecían para un destino de futuro incierto. Otras más venturosas conquistaban de manera definitiva su sustento, aprisionando cándidos corazones solitarios prometiéndoles en juramento una continuada fidelidad y la eterna confianza. Era un bucólico tropel de hembras que se variaba entre la ignorancia y la penuria, habiendo desde las frescas lozanas, hasta las experimentadas matronas de delantera edad, pero invariablemente todas, eran oriundas de las tinieblas de una analfabeta creación. Las había para saciar los más diferentes sueños y gustos. Muchas eran de tez parda, casi plomiza y terrosa, pero casi todas eran mulatas mestizas de piel aceitunada, de cabellos negros lustrosos y rígidos, de bocas contornadas por gruesos y carnosos labios y de una alma sombría. Había también las que tenían cuerpos delgados en la madurez de la juventud y las gordinflonas por causa de la edad, pero la mayoría tenían encías desnudas, despojadas de dentadura. Otras ostentaban pechos macizos, densos, ardientes, llamativos y provocadores, pero sin lugar a dudas, todas estaban bañadas en baratos perfumes de tufos dispares y engalanaban el cuerpo con pocos ajuares ambicionando buscar el despertar de miramientos y estimular la apetencia de los presentes. Cada una exponía vehementemente sus mejores atributos y disimulaba sórdidamente sus defectos, en una Cuentos del Cotidiano
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constante lucha por sacudir la pretensión de los parroquianos. Se ofertaban prometiendo airosamente ardorosas caricias, apasionados halagos, ardientes besuqueos, impetuosos y arrebatados trances, e iban proponiendo libidinosos y carnales actos. Clamaban vociferando por quien fuese competente en apagarles un ardor reprimido, en sofocar el coraje cohibido y voceando improperios, desafiaban por cualquiera que fuese diestro en esclavizar la intrepidez que conservaban, a cambio de unos pocos pesos. Adobando en ese cocido de timoratos hechos, hervía una agitada maraña de fantasmagóricas esfinges y de promesas violadas, colmada de ofertas incumplidas y de transgresiones a la honra y a la ley. Allí no había pudor ni vergüenza. Todo podía suceder por debajo de la oscura sombra de las madrugadas, donde muchos lo hacían con el intuito de conquistar el pan del siguiente día y con la intención de abreviar el hambre sentida. Otros recurrían a tal ocasión para esconder la falta de voluntad en buscárselas para vivir honestamente. Todo ese tugurio se sustentaba apoyado en sórdidos códigos y ordenanzas que eran desde siempre establecidas por aquellos que en su acordado momento, con el uso de su fuerza y arrebujados en su influencia, se usurparon con el derecho de dominar a los desamparados de cultura y a los huérfanos dentro de su ignorancia, que a esa labor apelaban. Fueron los que de a poco engendraron la procreación de una elite disímil en un mundo paralelo. Estos caciques de las tinieblas, patrones de la exploración de los desventurados, amos del libertinaje y la deshonestidad, burladores de las leyes y déspotas de los incautos, los que enriquecidos por su alucinada avaricia, fueron con el tiempo dividiendo sus poses con los iracundos de las alcurnias de blanca raza. En medio a una sordidez explotadora con el pasar de las décadas, fueron mezclando Cuentos del Cotidiano
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estirpes, reproduciendo alianzas y dictando proclamas de oscuros acuerdos, para salvaguardar por el transcurrir de los años, los prietos intereses que codiciaban y apalancar sabidamente sus umbrosos dominios. Poco de este tan doliente cuadro ha mudado hasta el presente con el pasar de los tiempos, pues aún es posible advertirse en la efigie de los pueblos del interior los cinturones de indigencia y penuria que permiten fomentar el caldo donde se cuecen las ambiciones de los desamparados. Es posible que igualmente los notemos desparramados en los alrededores de las grandes metrópolis, como una perpetuación del analfabetismo, la limitación de la educación, la urgente necesidad de conquistar el mínimo sustento, la voluntad humana de usurpar sueños utópicos, la ambición ciega cargada de inopia. Oscuros lugares donde las únicas leyes que cuentan, son las de los caudillos del pedazo. Es posible que la persistencia de los que gobiernan con la voluntad de elevar la cognición de los pueblos, nos permita vislumbrar en el futuro la mengua gradual de tan inhábil vivir, pero ciertamente continuaremos a observar y convivir con la carencia de carácter que hace parte de la razón y el juicio de algunos habitantes de este mundo.
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EL PRIMER AMOR
Tenía algo más de dieciséis años, la edad justa del bucólico despertar idílico en la mente de un joven estudiante circunstancial, que cursaba su último año del curso secundario en una congregación mixta de su barrio. De complexión alta y con el organismo casi descarnado por una hereditaria debilidad que se le demostraba arrebujaba en un cuerpo escuálido, abrigaba un cabello encaracolado de un color moreno cobrizo refulgente, que en cortos cachos, pendían de su cabeza como imitando un ángel melancólico, semejante a uno de aquellos tantos que adornan los innumeres altares en penumbrosas iglesias. Ojos perspicaces se destacaban luego por debajo de una corta frente asemejándose a un par de almendras ensartadas en un rostro de perfil lánguido, en una condición de destacarse sutiles y astutos, facilitándole un donaire de apacible mirar sereno. El cutis de su dermis era de un nacarado rosado, salpicado por una inacabable fermentación de pequeñas pústulas que se le desparramaban por el perímetro de su semblante, despuntando la mayoría a modo de ser unos pincelados puntos escarlatas y ambarinos. Delgados vellos ya despuntaban escuálidos arriba del labio superior de su boca y en el mentón, asemejándose a una pelusilla rala que le sombreaba la barbilla con un matiz intelecto. Al ribete de su boca estaban asentados un par de frágiles labios de un sonrosado bermellón escarlata, que parecían deleznables y efímeros para su pubertad. Una nariz aguileña se pronunciaba en destaque entre huesudos pómulos, dividiendo estéticamente su facciones Cuentos del Cotidiano
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en dos hemisferios opuestos e idénticos entre si, decorados con dos pequeñas orejas que se exhortaban insistentemente en disimularse detrás de los cachos de su pelo. Su carácter se escondía avergonzadamente por debajo del manto de una opresora timidez que le asfixiaba la expresión, y el timbre de su voz era distinguido por una onda címbrica y aguda, que le acentuaba un poco más el apocamiento adolescente que poseía. A su edad, vestía la típica moda imberbe de su momento, haciéndolo con holgadas camisetas estampadas donde se apreciaban frases disímiles y sugestivas, todas de vivarachas tonalidades que se realzaban sobre unos pantalones de jeans de un azulado descolorido y ya gastado por su uso y su propósito. Eventualmente se ponía unos calzones de media pierna al estilo surfista, pero siempre calzando unas anchas zapatillas de suela gruesa, de ese tipo común que imita a los ejecutantes de algún deporte. Completaba su atuendo una zurrada y anchurosa campera fabricada en un algodón bruto de color caqui, bien al estilo soldadesco, la que le caía desplomadamente desde los huesudos hombros hasta la pantorrilla, que cuando necesario, la ceñía a su estrecha cintura con una faja del mismo paño y una hebilla de grueso metal dorado. Quien observaba su andar, veía en él más un típico integrante de esa muchedumbre de bulliciosos estudiantes que transitan retozones por las calles de cualquier ciudad, mientras van desparramando la alegría y la inquietud entre las múltiples turbaciones de los adultos. Hacía todo lo posible por disimular tenazmente la fragilidad y el enflaquecimiento de su cuerpo, algo que arrastraba desde el arduo sufrimiento motivado a partir de su temprana dolencia, contraída ya en los prematuros años de vida. De eso él poco se recordaba, pero a diario, la inestabilidad de su salud se lo hacia recordar en el organismo y le restringía los movimientos. Cuentos del Cotidiano
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Sus padres habían alcanzado a sospechar en aquel exasperado momento, que las secuelas de la enfermedad serían capaces de postrarlo definitivamente en un lecho, tornándolo un ser vegetativo e inválido, incapaz de desarrollarse normalmente como cualquier chiquillo corriente. Semejante había sido el juzgamiento que le vaticinaron los médicos que lo asistieron al inicio de sus padecimientos. Nadie conseguía certificar en aquel instante, que el tratamiento suministrado le sería eficaz y reavivante. De cualquier manera, ya todo era parte de un dificultoso pasado, el mismo que lo había inhabilitado para realizar extensivos esparcimientos y lo dejó desprovisto de la práctica de ejercicios durante toda su vida. Una enfermedad que lo había enclaustrado frente a las más simples diversiones y lo distrajo entre pasatiempos ascetas. Su dolorosa desgana le disfrazaba una evidente calidad de erudición proveniente del despertar de un precoz hábito por la lectura, haciéndole soportar un padecimiento corporal que le disimulaba visiblemente una elevada inteligencia para su temprana edad y que era proveniente de la usanza y el aprovechamiento intelectual que tenía secuestrado desde los libros. Amistoso y efusivo con sus camaradas de estudios, éstos sabedores de la omnisciencia que él demostraba, lo habían elegido para hacer parte del desarrollo del periódico estudiantil que era preparado por la agremiación de alumnos del instituto. Allí se estampaban publicaciones con los resultados de diversas competiciones deportivas internas, los temas relevantes a pesquisas de opinión en relación directa a los discípulos del colegio, un calendario de actividades intelectuales a ser desarrolladas por ellos y que iba variando desde el sondeo científico, hasta los de entretenimiento y espectáculo para todo nivel de alumnos. Del mismo modo por esos tiempos, en su juvenil edad ya se le despertaba internamente la recóndita conmoción de Cuentos del Cotidiano
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los apasionados al sentir el sentimiento disimulado de un palpitar. Estaba comenzando a percibir los efectos del secreto afecto íntimo que avistaba por una linda damisela que cursaba estudios junto a él. Sus pensamientos le embarullaban la memoria liándole la concentración y le despojaban del necesitado descanso haciéndole mezclar la retentiva y embobando los movimientos. En esa edad estaba despuntando dentro de él, el típico sentimiento lozano de un corazón exaltado por una abrumadora pasión contenida, disimulada, encubierta, recluida dentro de una aureola de avasalladora timidez y de un apocamiento libertino y fecundo. Un sentimiento característico de quien despierta inaccesiblemente para la pubertad. Ante estos estremecimiento, le bloqueaba llanamente el pensamiento la imagen seductora de aquella bella joven de largos cabellos de miel, dotada de una hermosura impar y de una melodiosa voz, que insistía en querer resonar en su conciencia como el eco de de la montaña que insiste en reproducirse suplicante en nuestros oídos. La chiquilla disfrutaba su semejante edad y de igual forma, era similar en la altura, con un rostro ovalar ataviado con un par de ojos verdes trasparentes como el agua del mar, que de manera indisoluble se manifestaban afectivos en la candidez de su miramiento. Tenía el cutis recubierto por una delicada piel de blanquecino tono y salpicada por un sinnúmero de pintas de castaño claro que se exhortaban un poco más concentradas en los pómulos rosados de sus facciones. Significaba para él una semidiosa en sus pensamientos, una diva en sus reflexiones, presintiendo ser la única que estaba capacitada a quitarle la auténtica quietud del espíritu y le hacía traicionar los bríos. Su mente se encorvaba ante el perenne deseo de conquistar un simple beso, de despojarle una delicada caricia, de la pretensión de poder sujetar Cuentos del Cotidiano
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tiernamente su mano. Vivía entre las quimeras de poder entregarse a caminar placidamente por el jardín de un parque, de compartir los minutos de su día dividiendo ilusiones y congojas. Vegetaba en la ilusión de aprisionar el derecho de ser el dueño de su suspirar. Últimamente él se hallaba flotando en el típico sentimiento de la primera pasión de cualquier adolescente. Un efecto que ofusca el enfoque ante la pulsación de lúdicas emociones, el mismo que nos origina el despertar agreste entre las inquietudes eróticas al descubrirse hombre; el que alimenta miles de sueños escondidos, el que fomenta alucinadas fantasías apasionadas en medio de sus inclinaciones. De un agraciado vestir, ella ataviaba su cuerpo con holgadas y efusivas indumentarias que despertaban el anhelo y el suspirar de los impúberes camaradas del colegio. Estaba siempre amoldando su elegancia en atrayentes y exuberantes vestidos, o en simples blusas, camisetas o jubones coloridos, casi siempre descoladas sobre pantalones justos que resaltaban su elegante estampa y su impresionable caminar. Su galante figura atraía mil miramientos y el infinito suspirar de todo aquella muchachada que compartía sus jornadas. Todos se descubrían querer ser los fuertes sustitutos para robar sus ensueños, y todos a su vez para él, eran afanosos concurrentes con mejores perspectivas de ensalzarse triunfantes en despareja contienda. Entre estos habían los efusivos, los amistosos, los expansivos, otros eran comunicativos, robustos y hercúleos, con musculosos cuerpos torneados en la acción de los deportes; pero pocos se presentaban con adicta inteligencia y vastos conocimientos intelectuales capases de impresionar a cualquier persona por su entendimiento y por el desarrollo del raciocinio y la palabra. Cuentos del Cotidiano
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Él vislumbraba que su apocamiento y pusilanimidad, fundamentaban una barrera anímica dificultosa de traspasar, y que sus limitaciones físicas lo excluían rotundamente de una posible conquista de sus deseos. Concebía estar carente de los considerados atributos que le permitiesen cautivar el tan ambicionado fisgoneo de esta agraciada dama. Todos estos estremecimientos los guardaba absorto en lo más recóndito de su mente, compartiendo avaramente sus vibraciones en las más silenciosas actitudes, empapando su dictamen con atormentadas meditaciones mientras escudriñaba alternativas que le condescendiese provocar un reciproco interés por su propio talante, mientras intentaba disimular las privaciones físicas y corpóreas, para que las mismas no despertasen admiración tan sólo por su quebrantada silueta. En ese idéntico pasar de los días juzgaba que se le aventaban las esperanzas porque nada acontecía que le insinuase un permisible acercamiento hasta la hipnotizadora reina de su suspirar. No conseguía descubrir algún suceso que permitiese confesarle sus entusiasmados deseos y continuaba a fomentar sus introvertidos sentimientos forjándolos por intermedio de simples reverencias de cumplimiento o por las sucintas aproximaciones provocadas por los cordiales tratamientos originados de sus lecciones o estudios. Ella, del mismo modo, nada apuntaba que exteriorizase una esperanza para que él proveyese asiento a sus ardorosos pensamientos, no ofrecía ninguna actitud para que él pudiese ganar la asaz confianza que venciese su abundante timidez, y tampoco brindaba sospechas que posibilitase exponer efusivamente sus enamoradas pretensiones. Pacientemente por impreciso período, él supo sostener la presunción y aguardar por el correcto momento que se desfilase ante su semblante, la codiciada oportunidad de poder declararle sus pretensiones, absorbiendo tristemente Cuentos del Cotidiano
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la relegación de su afición y observando de soslayo los progresos que obtenían sus antagonistas, dejándose llevar de un modo taciturno el desplazamiento de su devoción. Un determinado día todo cambió frente a la oportuna ocurrencia que se le presentó, donde él prontamente intuyó que se le abría un hueco de perspectiva en el corazón. Fue cuando ella distinguidamente le solicitó asistencia para intentar comprender los determinados ejercicios en comprometida materia de sus estudios, los que ciertamente demandarían por largos periodos de investigación y disertación para avanzar en la comprensión de la tarea. Sin lugar a dudas era un tema en el cual él desplegaba un anchuroso dominio de juicio, ocasionándose de esta manera un sublime momento en que constaría con la posibilidad de manifestar sus conocimientos y su sabiduría, y así permitirse impactar absortadamente sus sentimientos al descubrir a tan ilustrado intelectual. Inmediatamente propuso concederle tres tardes a cada semana para interiorizarla sobre la cuestión demandada y de esa manera poder introducirla en el conocimiento requerido y asistirla para esclarecerle las dudas y vacilaciones sobre el tema. Sin lugar a dudas, sabía que de esta manera disfrutaría de excelente circunstancia ante sí para establecer por determinado periodo un animoso convivió y quien sabe, ya dando rienda suelta a su ilusión de imaginarse que al establecer una aproximación en carácter profesoral, de a poco ir fascinándola y a continuidad poder desposeer su corazón. Si su perfil poco favorecía para despertar el ardor; su gnosis y su inteligencia eran poderosas armas a su favor para estimular el interés y el aturdimiento ante cualquier interlocutor, pero de igual modo, él estaba conciente de los limitados instrumentos que disponía para tan desafiante Cuentos del Cotidiano
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reivindicación y no estaba dispuesto a que se le escurriera esta magnifica oportunidad. Por fin vislumbraba la posible consumación de sus impetuosos delirios, acicalados en quimeras utopías de un amor adolescente y del propio apasionamiento mancillado en su sosegado vivir, oriundos de la construcción de alucinaciones de la primera pasión de muchachón imberbe. En un corto espacio de tiempo, su comportamiento y su imagen asumieron un contorno impresionante. Buscó esmerarse en su vestir, demandó un aliño mas aplomado para su figura y una pulcritud más engalanada en su aspecto, como intentando completar su armonía y dilatar el desencanto que pudiese producir su frágil apariencia. Fermentaba en su cabeza más de mil ideas que le facilitasen concluir positivamente su planeado proyecto. Siendo como siempre afectuoso y efusivo, poco a poco fue estableciendo con ella una amistad graciosa y cordial que fue derribando las murallas de conflictos sentimentales y erigiendo un castillo de ilusiones en el espíritu de la exaltada dueña de sus emociones, hasta que al fin, en un radiante día primaveral, subyugando de vez su vergüenza y la impresionante timidez que lo abrazaba, fue capaz de declararle su ardoroso amor y retener de su cortejada la reciproca recompensa. Sin lugar a dudas una hazaña que le permitió alzarse victorioso con tan estupendo trofeo.
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COMPETITIVA JORNADA
El día había principiado con una temperatura fría y envuelto en un tiempo nublado, amenazador, ceniciento como el de cualquier borroso fin de semana existente en el enclaustro de un tempestuoso periodo otoñal que ya insiste en querer anunciar ansiosamente su fin, y que se advierte estar enrejado ante un iniciante e inclemente invierno que se le aproxima. Siendo un día de domingo, algunos inseparables amigos de desvergonzada edad, habían decidido esparcir la holgazanería que los rodeaba dislocándose hasta la cancha de futbol de su populoso barrio, donde esa misma tarde medirían las fuerzas el cuadrito de la zona contra un contrincante rival de otro suburbio aledaño. El inicio de la tarde estaba frío, inmutable, bañado por un manso viento que insistía en soplar su hálito acentuando de manera inclemente la propia frescura del clima, y exigiendo de los animosos callejeros la necesidad de arroparse a fin de resguardarse de su obstinado exhalar. En determinados momentos surgía una leve llovizna porfiada que envolvía el aire con una tenue y húmeda brizna, para luego a seguir, despuntar un vergonzoso sol entre nubarrones de un plúmbeo colorido de deslucidos matices. A continuación de una corta discusión con la finalidad de poder aliñar las voluntades desiguales, los alegres compañeros acordaron que las circunstancias requerían por un anticipado encuentro en el bodegón de la esquina con el seguro propósito de enardecer el carácter de cada uno con Cuentos del Cotidiano
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algún alcohólico menjunje, para a posterior ya fortalecidos los brios, comparecer todos al unísono para asistir el determinado evento. De acuerdo a las pretensiones reivindicadas por cada uno, en el bar se sirvieron de una jarra de un desfallecido vino, un vaso de caña pura, y otros aperitivos alcohólicos en igual cantidad, para entre trago y trago ir previamente calentando el cuerpo y la garganta, mientras en cuanto soltaban la carcajada y libraban la algarabía, e iban contagiando sus ánimos y el de los parroquianos que igualmente estaban en aquel lugar. Un par de horas más tarde, ya delirantes por el efecto de las bebidas ingeridas entre reforzados sorbos y bajo una graciosa canturía y las bromistas risotadas que se les transbordaba en una abundante gritaría, enfilaron altaneros su salida del recinto para completar el programa estipulado. Su marcha formaba una jocosa cuadrilla que desfilaba por las calles desparramando satisfacción y regocijo, hasta que los mismos consiguieron exhibirse en la puerta del local de la trifulca deportiva. Al ingresar al campo de juego, luego notaron que los antagonistas del encuentro ya se encontraban aliñados para el inicio de la contienda, y donde cada integrante de su respectivo equipo ostentaba el uniforme de su glorioso conjunto. Estos se exhibían vestidos con unas malgastadas camisetas con el digno escudo de la institución estampado en el pecho. Las de los jugadores de la barriada eran todas de azul topacio y completaban sus vestimentas con flojos calzones blancos y largas medias negras. Las del equipo visitante eran anaranjadas con calzones de un rojo púrpura y medias blancas hasta las rodillas. Ambos clubes hacían parte del campeonato de futbol amador de la ciudad. Una competición en donde los diversos barrios se las ideaban para hacerse representar con sus tropas de aguerridos deportistas, y era normal que en los Cuentos del Cotidiano
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encuentros se regimentase una muchedumbre de hinchas para que compareciesen a los juegos con el fin de distraerse en las disímiles horas de solazarse. A estos encuentros concurrían hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos, viejos, familias completas de bizarras figuras, todos ávidos por propagar sus alegrías y sus tormentos y ansiosos por irradiar sus agrados antes y durante la partida, expresando sus satisfacciones o los reclamos en medio de miles de terminologías profanas, todos aglomerados en rededor del guarecido cuadrilátero. Del mismo modo, comparecía al terreno un escuadrón de esforzados negociantes, todos afanosos por comercializar sus productos y sus provechos. Allí estaba el vendedor de maníes con su humeante carrito negro imitando la locomotora del tren y que prometía llenar los cucuruchos de papel por un sólo peso. Ubicaba a su lado estaba el carrito del abastecedor de pochoclos, que los ofertaba calientes, dulces o salados, y las había con queso o con miel, conforme fuese el gusto del comprador. Igualmente se encontraba la vieja matrona de voz hueca ofertando sus deliciosas empanadas de carne y huevo o de tomate y cebolla, y las otras igualmente suculentas de dulce de membrillo y queso. Estaba también el vendedor del colorido algodón azucarado que los exponía en ramos de colores blancos, amarillos, celestes o rosas y todos atravesados de a uno en un palo largo, como quien expone un tornasolado ramo de flores gigantes. No podían faltar además, los ambulantes que vociferaban sus chocolatines, pastillas, golosinas, caramelos, bombones y otras singulares exquisiteces para ahuyentar la friolera. Había el vendedor de los inflados balones de multicolores matices que los prometía a un bajo costo, para que estos emperifollasen las manos de los intranquilos chiquillos. Los gritos que se destacaban entre la Cuentos del Cotidiano
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multitud pertenecían al hombre que voceaba rítmicamente ofreciendo el vasito de cafecito caliente por medio peso. Alrededor del cuadrilátero se había formado una folklórica algarabía de gritos, canciones, ofrecimientos, promesas y mucha agitación que muy tempranamente invadió el clima fresco y relegó la destemplanza del tiempo dándose las condiciones de que los presentes pudiesen olvidar sus quimeras. Ardiendo en brasas junto a la entrada del recinto, no podía faltar el típico parrillero, donde se desplegaban simétricos sobre un enrejado horizontal, las docenas de chorizos, morcillas, riñones y algún otro deleite del asador; que exhortaban en desparramar al viento un revoltijo de humo y apetitoso olor de grasa quemada, notándose alrededor de una balaustrada, agolparse un grupo de famélicos prontos para disputar los pedazos, entre trozos de pan fresco y herbáceos mostos. De la misma manera junto a aquel lugar, quedaba la tosca cantina que invitaba a los presentes a degustar refrigerios, cervezas y vino, no faltando el aguardiente y la ginebra para los más friolentos y borrachos del evento. Esa abundancia de un gentío desemejante engalanaba el fugaz momento y la existencia del suburbio, desparramando voces en el aire y sembrando nuevas y viejas amistades en la superficie, donde se iban encontrando aprecios y simpatías, haciendo confrontar voluntades y ensayando ímpetus, cada cual en su íntimo y hinchando por el triunfo de sus deportivos actores. Fue en ese ensalzado aderezo de público que nuestros amigos encontraron cada uno por sí sus propios amigos, los que luego formaron una tupida multitud de simpáticos torcedores que pasaron a entonar un cántico frenético para enaltecer cada uno su propio equipo, afinando versículos con las engrandecidas y gloriosas victorias del pasado. Cuentos del Cotidiano
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Iniciada la contienda futbolística bajo la batuta de un regordete enjuiciador de la confederación, éste hacía sonar estridentemente su silbato ante las faltas arremetidas de ambos lados del campo, viendo pacientemente a los contrincantes desparramarse en el enjabonado barro en el intento de encumbrarse con el tanto del triunfo. Verlos era como asistir a un baile de acrobáticos y abruptos danzarines que corrían trastocadamente atrás del baloncesto para, luego después de usurparlo, advertirlos desperdiciar de inmediato el intento en medio a una ciénaga de lodo y fango, lo que engendraban de rayano miles de risas y aleluyas por parte de los pueblerinos. Encerrado el primer periodo del juego sin que alguno de los equipos abriese el marcador, la multitud pronto se dislocó por los alrededores del recinto en busca de saciar las ansias contenidas, viendo que algunos buscaban remojar sus secas gargantas y otros inquirían obtener alimentos para saciar su despertada hambre. Algunas multitudinarias familias distribuían tentempié para sus incansables y traviesos retoños, y los vendedores al unísono renovaron su gritería de ofertas en busca de acaparar la curiosidad de los presentes y lograr vender las mercancías. Cuando el árbitro convocó los jugadores para el inicio del segundo acto, una legión de adictos hinchas, inmediatamente buscó su acomodación para continuar a proferir inflamados alardes, escudriñando cada uno poder trasmitir arrojo, voluntad y energía en los embarrados deportistas. Entre las faltas cometidas e indeseables sumergidas en los charcos del campo, acompañado de algunas zambullidas en el barro por parte de algunos desequilibrados chambones, fue perdurando el partido, mientras arrancaba constantes carcajadas y los típicos improperios dirigidos animosamente por veces al juez, y en otras para los veteranos desatinados de cada lado del campo. Cuentos del Cotidiano
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En un determinado santiamén surgió lo impensado y los integrantes del club visitante se enaltecían con el primer tanto conquistado bajo una fulminante maniobra por la derecha, que resultó en un pase que culminó con una certera cabezada dirigida al ángulo superior de la valla de los locatarios, enardeciendo así la valentía y los ánimos de la parrandera hinchada, que por aclamación buscó en una única voz, entonar una nueva gritaría. Los esforzados atletas locales inmediatamente respondieron al gol adversario, con una total intrepidez y con un derramamiento de confianza y esmero en sus capacidades, alcanzando a empatar el juego con un cañonazo del zurdo puntero, que desde el primer momento del juego, ambicionaba inconciente formalizar con éxito su demoledora patada. Por demás esta decir la impresionante y ensordecedora berrearía que se desató en el recinto durante largos minutos, oyéndose proclamas, ovaciones y glorificaciones para los tan anegados deportistas, que pese al reinante frescor de la tarde, todo lo hacían por sudar la camiseta y evitar una eminente derrota, y pretendiendo quien sabe ya, ambicionar alzarse con la anhelada victoria. En ese misceláneo ajetreo de pelotazos, encontrones y embadurnadas patinadas, ambos lados continuaron buscando voluntariosamente la gloria y la notoriedad de la entidad de su barrio, desdeñando cada uno el fracaso y codiciando impetuosos por el triunfo final. Bajo un nuevo nublo de rocío, dio inició otra vez más la anónima llovizna que holgazanamente perduró hasta llegado el momento final de la contienda deportiva, y el árbitro dio por encerrada la partida sin encontrar vencedores o fracasados en la reyerta. Despacito, la gran afluencia de público emprendió su bucólica retirada. Unos salían alegres, contentos, satisfechos con el resultado de la trifulca, no en tanto, otros marchaban Cuentos del Cotidiano
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escandalosos, chillones, alborotados por haber dejado escapar una posible victoria; pero de cualquier modo, todos se retiraban sabedores de haber participado de un expectante espectáculo. También los había de aquellos que sin prisa, estiran por un periodo más su despedida para poder entregarse animosamente a la discusión de las jugadas y altaneramente, van mojando la garganta con algún templado trago o masticando sin presteza algún disfrazado bocado. En ese grupo de demorados bochincheros individuos se escondían nuestros inseparables compañeros y sus respectivos amigos. Estos ya hacían parte de un círculo de más de una decena de alborotados adictos que, todos hermanados por la misma circunstancia, expresaban su ánimo con una bizarra jactancia, hablando, riendo, cantando y coreando vivas a los esmerados atletas y a la imparcialidad, como queriendo con ello hacer prolongar la conmemoración hasta el próximo encuentro del próximo domingo. Al igual que ellos, el grupo de altaneros y abnegados vendedores, luego fueron juntando sus cacharros para esperar pacientes por una nueva jornada y quien sabe, si el tiempo los ayudaba, poder soñar con gordos provechos en una nueva ocasión.
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AVENTURA JUVENIL
Indudablemente que él tenía un sueño que le merodeaba la imaginación desde hacia algún tiempo. Era una de aquellas fantasías juveniles llenas de ficción y de una colosal ansiedad por aventura, que de manera intrínseca se unía a un interés desmedido por obtener una realización personal. Conjeturaba que la misma sería una obra prima que pretendía conquistarla aun en sus años adolescentes. Todo había comenzado después del fallecimiento de su abuelo, sucedido apenas seis meses antes y en corolario a una enfermedad que lo tuvo postrado en su lecho durante casi un año. Durante ese período, el veterano ancestral se había permitido mantener una proximidad muy emotiva con el único nieto varón de la familia, y de a poco fue poniendo en la mente del muchacho las ilusiones de su propia ambición frustrada. Últimamente, el tiempo lo iba consumido bajo un único deseo, y eso él lo venía cavilando silenciosamente en sus pensamientos a manera de poder encontrar la solución para ejecutar la antigua idea que el viejo patriarca le había despertado en la imaginación durantes aquellas amenas tertulias. Venía madurando la disposición de poder elaborar el proyecto en los mínimos detalles, y presentía que así que estuviese capacitado, iría tornarlo realidad. En el momento, y debido a su juventud, no le sería posible ejecutar la acción final del plan en un plazo inmediato, porque antes de hacerlo precisaría adquirir la mayoría de edad, la que le permitiría obtener la licencia de Cuentos del Cotidiano
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conducir. De cualquier manera, eso no significaba que su imaginación debiese aguardar todo ese periodo de tiempo. Todavía le faltaban dos largos años para alcanzar ese instante; mientras tanto, y ahora ya decidido a ejecutar la aventura, pretendía instaurar los primeros pasos de su propósito. El mismo consistía y demandaba por el desmonte total y la criteriosa revisión de cada una de las piezas del que sería el medio de transporte con el cual lograría cumplir afanosamente la misión. Luego vendrían otras etapa, y en ellas debía programar el itinerario a recorrer, las localidades por donde iría pasar, la preparación de la documentación necesaria, la evaluación del inevitable tipo de indumentaria exigida para el viaje, el ineludible análisis del tipo de alimentos requeridos y donde efectuar las etapas de descanso, así como el calculo de los gastos destinados a las reparaciones mecánicas que obligatoriamente surgirían, y de las tantas otras cosas que exigirían una exacta planificación y una meticulosa organización de cada paso a ser dado. Por ultimo, necesitaría valorar los costos totales que demandaría la ejecución el plan en cuestión y en donde buscaría esos recursos monetarios. Todo había comenzado con el legado recibido. Era una antigua motocicleta Harley Davidson, de 1.200 cilindradas, con un motor V. Twins de 74 pulgadas cúbicas que había sido fabricada en el año 1947; una verdadera reliquia. Pertenecía al modelo Knucklehead especial, que era equipado con sidecar y preparado exclusivamente para la policía de patrulla de carreteras; moto ésta que su abuelo alcanzó a subastar muchos tiempo atrás, en una venta de desechos militares realizada por el gobierno local. Junto a la herencia, había venido también la forzada demanda del cumplimiento de un deseo irrealizado, y que lo intimaba a ejecutarlo aun en su juventud. La verdad sea Cuentos del Cotidiano
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dicha, es que más que una exhortación, era el ansia de poder ver germinada la semilla de aventura y pretensión que ya le habían plantado dentro de su mente. Como en la imaginación juvenil todos los sueños son accesibles y la utopía muchas veces nos ciega la visión, la cabeza de un adolescente siempre piensa que todo se puede y no existen barreras infranqueables que sean capaces de derogar una fantasía. Por esos motivos, sus pensamientos se concentraron únicamente en ésta contingencia, y a partir de ahí se tomó el tiempo necesario para que fermentase la definida decisión de llevar adelante el desafío, y así poder glorificarse con los galardones de la conquista. Su amado abuelo le había confesado a su debido momento, que quien lograse llevar tan garboso vehículo hasta la sede del fabricante de la motocicleta, que estaba situada en la ciudad de Milwaukee, en los Estados Unidos de América, y siempre y cuando la misma estuviese en buen estado de uso y presentación, recibiría en canje de ésta, una moto de última generación, pues el modelo antiguo permutado sería destinado para exhibición en el museo interno del fabricante. No era poco el premio a ser conquistado en la práctica de tal hazaña, pues una Harley Davidson nueva, cero kilómetro en las manos de un joven, de por sí ya es una codiciosa invitación a la pérdida inmediata del juicio de cualquier persona, cuanto más, en la cabeza de un imberbe muchachuelo de escasos dieciséis años. Él calculaba que si alcanzaba el objetivo, tendría la posibilidad de disfrutar de esa maravillosa máquina por un buen periodo de tiempo, ya que en sus quimeras suposiciones, cuando la poseyese, calculaba que entonces estaría rondando por alrededor de los veinte años. Presumiendo que luego después del divertimiento inicial con la misma, todavía le quedaba la opción de venderla por un considerable valor. De todos modos, eso no era necesario Cuentos del Cotidiano
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definirlo ahora. En ese momento solo anhelaba dar inicio a su aventura. Actualmente, en su actividad normal, trabajaba junto a sus padres en el negocio de almacén de la familia. Un rentable comercio que ellos poseían desde hacía mucho tiempo, y que desde antiguamente fuera el mismo establecimiento que había pertenecido a su abuelo. Era el local adonde él, desde niño, se había acostumbrado a retozar por sus estanterías y sus anaqueles, y en el que ahora pasaba las horas del día entre diversos ajetreos y quehaceres, con el propósito de auxiliar sus padres en las tareas más diversas. No en tanto, cursaba sus estudios secundarios en un instituto de enseñanza nocturna, de manera que pudiese tener el día libre para preparar sus tareas y poder ayudar sus progenitores, con el servicio requerido en el almacén. Vivían en una construcción de dos plantas, que era una composición mixta de local de comercio y vivienda, y en los fondos del terreno, existía un galpón destinado a depósito y almacenamiento de mercaderías, envases de bebidas, garaje y la tenencia de algunos objetos en desuso. En ese tinglado de viejos trastos se encontraba almacenada la preciosa reliquia casi desmantelada y en un estado de abandono total. Quien la observaba en ese trance, viéndola escondida entre una infinidad de espesas telarañas y por debajo de un denso polvo ceniciento, no imaginaba ser posible juntar sus partes para después malgastar el tiempo ocioso en dirigirla. No le quedaban dudas que sería una ardua tarea a realizar, así como sencillamente entendía que disfrutaba de dos largos años por delante para poder prepararla, y que de inicio, necesitaba desmontarla por completo y dar estreno a una parsimoniosa remodelación, parte por parte, hasta dejarla en condiciones de utilizarla conforme lo requería el proyecto. Cuentos del Cotidiano
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Un determinado día, al verse muñido de un altivo coraje, le comunicó a sus padres la determinación, advirtiéndoles la disposición asumida y su plan, narrándoles sin muchos pormenores lo pretendido y el tiempo que le destinaría a sus estudios, a su trabajo y a su ardua labor para llevarlo adelante. Enseguida ellos intentaron hacerlo deponer de su alocada idea y de hacerlo razonar lo cuanto le sería preciso para la implementación de la misma. Después de numerosas e intensas porfías y altercados polémicos, terminaron por concordar que el tiempo les daría la razón a ellos, y él terminaría por asentar el juicio y deponer los bríos que ahora lo dominaban. Y así autorizaron para que él ocupase parte de su tiempo en montar aquel vejestorio. En pocos días culminó con la limpieza del espacio necesario para la tarea, y amontonó las herramientas que requería para dar inicio a su desafío. Comenzó por separar las partes de la moto y clasificarlas detalladamente por partes, identificando rodados, suspensión, motor, sidecar, y todo lo restante. Su determinación permitió que en un mes, en ese lugar sólo existiesen estantes con un sinnúmero de recipientes repletos con tornillos, tuercas, arandelas, remaches, partes del freno, faroles, coronas, anillos, carburador, y demás despojos del esqueleto en sí. Todo había sido clasificado, numerado, marcado y archivado. Su idea era que al terminar la reparación, la pudiese pintar toda de un color amarillo fuerte oscuro, con los dos guardabarros y el tanque de combustible en un tono blanco hielo, aplicando una franja de ese mismo color, atravesando horizontalmente el sidecar. Acreditaba que esa había sido la pintura original de fábrica, y pretendía respetarla. Pero ahora vendría la parte menos compleja. Necesitaba lijar la estructura metálica del chasis para posteriormente pintarla e iniciar el remonte total de la carcasa. Por los cálculos realizados, entendía que no le serían necesarios Cuentos del Cotidiano
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muchos recursos para ejecutar esta primera acción, pero tal vez, cuando iniciase el montaje y fuese ineludible tener que cambiar algunas piezas desgastadas, esta etapa le sería más costosa, pero nada que le imposibilitase ejecutar la labor. Dispuso que el servicio de pintura se lo realizara una tercera persona, un profesional más entendido en el tema, cabiéndole a él solamente el preparo de la base de la estructura. En cuanto finalizaba esa labor, se dedicó con ahínco, primero a lavar pieza por pieza con solvente químico, y después, lijándolas, puliéndolas, lubrificándolas o engrasándolas, conforme lo que cada una de ellas requiriese. Mientras ejecutaba el manoseo de cada pieza, le iba dedicando con meticuloso cuidado una esmerada y prolija revisión individual a los componentes, buscando identificar posibles desgastes que le exigiesen su reemplazo. En verdad, se le fueron varios meses en ejecutar la ardua faena, robándole a veces horas por demás a sus antiguos esparcimientos y llegando por momentos a despertar en sus progenitores una cierta inquietud por su anhelante dedicación. Del mismo modo, ellos notaron una relativa mejora en los resultados colegiales y un incremento en la realización de los quehaceres del negocio. Sin lugar a dudas, lo notaban sumamente estimulado y muy motivado con la preparación de su aventurero proyecto. Pero cuando inició la etapa de remontar la motocicleta, le fue necesario buscar en algunos talleres especializados, ciertos manuales originales, de forma que los pudiese utilizar como guía práctico, y le aclarasen las informaciones requirentes para concluir determinados detalles del montaje. La completa ensambladura del vehículo ahora le demandaba la necesidad de mandar realizar el cromado de las ruedas, el manubrio, los protectores de piernas, las rejillas y distintas partes menores, como el propio farol y las Cuentos del Cotidiano
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linternas, las manijas de seguridad, los porta espejos, para poder mantener de esa forma la originalidad requerida. Buscaba la información donde le fuese posible, por veces indagando mecánicos expertos, inquiriendo a sus compañeros de estudio, adquiriendo revistas sobre el tema, visitando locales de venta de accesorio para motos, siempre intentando poder empaparse en el tema de manera cabal y completa. Con meticulosa escrupulosidad, tuvo que separar algunas partes que exigían su sustitución, como los amortiguadores, las cubiertas y cámaras de aire, los mangos de goma del manubrio, los cables del acelerador y del embriague, las lonas de freno, los espejos, el carburador, y muchos tornillos, tuercas y arandelas defectuosas. Sin lugar a dudas, todo lo necesario iba a representar un gasto superior a lo inconscientemente imaginado al inicio, considerando que aún le faltaban los gastos referentes al ajuste del motor, los tapizados y algún detalle más. El hecho de realizarlo criteriosamente iría demandar por la absorción total de sus economías. Así llegó a la conclusión que igual avanzaría en la ensambladura de la estructura hasta donde le alcanzase el dinero, y a continuación, estacionaría el proyecto para proseguir con la terminación en la medida que le fuesen entrando recursos a cada mes. Mientras tanto, ocuparía el tiempo en planear meticulosamente todo lo concerniente al viaje. Para iniciarse en la tarea, comenzó por buscar en mapas geográficos la posibilidad de identificar la topografía del terreno y las rutas principales de los países de las tres Américas, observando las carreteras que los cortaban en sentido de sur a norte. Investigó por intermedio de ellos, la posibilidad de escoger la mejor alternativa, que si no significaba ser la mas corta, sería la que le permitiría realizar un viaje menos arriesgado desde el punto de vista Cuentos del Cotidiano
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de seguridad e de la infraestructura de los pueblos que atravesaría. Tomó la decisión que el viaje sería realizado por la costa del pacifico, desde Santiago de Chile rumbo a la ciudad de Milwaukee, que está situada en la costa oeste del lago Michigan, y muy cerca de la ciudad de Chicago, al norte de los Estados Unidos, debiendo pasar por Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, un pedacito de Honduras, El Salvador, Guatemala, México y por fin, para poder alcanzar el destino final, atravesar los estados de Nuevo México, parte de Texas, Oklahoma, Kansas, Missouri y finalmente llegar al estado de Illinois. En un cálculo aproximado, llegó hasta la cercana cifra de más de 15.000 kilómetros a recorrer, considerando que tendría que salir desde su ciudad y atravesar parte del territorio Argentino para alcanzar la ruta escogida. Calculó que podría cortar camino si cruzase por Paraguay y Bolivia, pero desistió del intento al descubrir que las carreteras por muchos de esos parajes eran la más pura y simple ficción de los cartógrafos. Concienzudamente, elaboró un cartapacio para cada país, colocando en cada uno una lista con el nombre de las ciudades localizadas a lo largo del camino, y dejando una columna del formulario para ser completada, en donde colocaría a posterior la cantidad de habitantes de cada una, agregándole más algunas informaciones que necesitaba, como la existencias y localización de camping, albergues, talleres mecánicos especializados, estaciones de servicio, y otras algunas particularidades especificas de la región. Analizó en sus cómputos, que desplegando una velocidad media de 50 kilómetros por hora, donde le incluía el tiempo requerido para el descanso y realizar las refecciones, en cada día del viaje lograría recorrer entre 500 y 600 kilómetros de distancia. Cuentos del Cotidiano
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Consideró incluso que debería realizar algunas paradas involuntarias que le tomarían un par de días, principalmente al atravesar cada frontera, o debido al surgimiento de alguna indeseada inclemencia meteorológica. Por sus conjeturas, todo su recorrido sería cubierto en algo más de un mes y medio de viaje. Una vez concluida esa etapa, ahora necesitaba visitar la embajada o el consulado de cada país, y allí solicitar las informaciones que demandaba la pesquisa realizada, agregándole otras encuestas, como el tipo de documentación demandada, el tipo de moneda y las exigencias legales para el cambio de cheques viajeros y la mejor temporada con relación al clima a enfrentar en esos parajes. De pose de la investigación pretendida, y ya habiéndola analizado en sus detalles, creía que posteriormente le convendría regresar a evaluarla junto a algún comedido empleado de esas cancillerías, para con ello agregarle algún dato complementar sobre las ciudades escogidas para pernoctar a cada noche de su viaje, y algún otro pormenor que se le escapara. Hasta ese referido momento, la intimada demanda de recursos para poder completar su plan aún no le habían aminorado el ansia, y así dedicaba sus horas libres a pesquisar, consultar y anotar todos los datos relativos a cada país, consiguiendo procesar una completa información para cada uno de ellos, en donde se encontraban archivados pedazos de mapas, diversos recortes, algunos folletos, y diversas listas de informaciones, o cualquier dato que fuese relevante al territorio que recorrería. Era con esa concienzuda organización, la manera que él había encontrado de conservar clasificadas y disponibles correctamente todas las reseñas que mencionaban su importante investigación, y de esa manera poder ser ágilmente recuperadas en sus futuras consultas. Cuentos del Cotidiano
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En el total, ya había consumido más de diecisiete meses y todos los ahorros que disponía, agregándole de manera integral el sueldo que recibía, siendo que aún le faltaba juntar el dinero correspondiente para la reforma del motor, a la compra de los neumáticos y la adquisición de las piezas de repuesto que debería llevar. Por encima de todo eso, aun debería reunir el capital necesario para sustentar la marcha. Ya sospechaba en su análisis, que el costo total del viaje demandaría la suma de cinco mil dólares americanos, considerando que una parte se la gastaría en la subsistencia personal y el hospedaje, estimando que la otra mitad sería destinada para adquirir carburantes e demás imprevistos extras, algo como un gasto total de U$ 50,00 para cada día del recorrido. A eso debía sumarle unos cuatro mil dólares más, para la compra de los repuestos extras y la reforma del motor, y agregarle a ese valor los gastos correspondientes a su retorno, lo que acarrearía un monto de algo como tres a cuatro mil dólares más. El cómputo total de los gastos ascendía a doce mil dólares. Un valor altamente considerable que si no le apagaba de vez el ímpetu, como mínimo, demostraba ser una cifra asustadora, llevándolo a reflexionar que esa demanda de dinero significaría como mínimo, tener que aguardar por otros veinte meses más de sacrificio y trabajo arduo. Febrilmente, escudriñaba su mente para descubrir otra alternativa más viable. Necesitaba encontrar otra opción para reducir los costos. Pero su esencia no le permitía que desistiese en medio del camino y mucho menos, cuando ya estaba tan cerca de consumar la mayor epopeya de su vida y el viejo sueño de su abuelo. Frente a la imposibilidad de encontrar una alternativa viable, presentía que los días se le iban escurriendo como agua entre los dedos, y quien lo conocía, notaba que él tenía Cuentos del Cotidiano
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la voluntad doblada, la energía disminuida, el pensamiento encarcelado en un silencio descomunal, como si estuviese queriendo exteriorizar una tristeza contenida que le apocaba los movimientos y se le esculpía apenadamente en el semblante. Su padre pronto sospechó del problema que lo acongojaba. Temía, como siempre lo sospechó, que todo tenía origen en los altos gastos que exigía el proyecto y de la imposibilidad de concluirlo dentro del plazo establecido. Por tanto, buscó el acercamiento abriéndole el dialogo para discutir las emergencias del muchacho. Tomó la iniciativa de sugerir algunas ideas y de revisar costos, interpelándole los planos y posibilitando el modo de que, al externar la congoja, su hijo se depusiese de la amargura que lo apremiaba. A veces el intercambio de pensamientos lo hacían en momentos de desconcentración; en otras ocasiones, lo hablaban en el medio de los quehaceres cuando mermaba el movimiento del negocio, pero siempre examinando las varias alternativas posibles y los consejos factibles que se apoyaban en la insubstancial experiencia de un padre adulto. Obviamente que el padre no quería que su hijo cargase nostálgicamente por la vida, la aflicción de un sueño inconcluso, mismo vislumbrando en su entelequia que la ocurrencia de ese hecho es un ato normal en la existencia de todo ser humano. Sin embargo, entre todos los pareceres que fueron aventados, tomó fuerza la posibilidad de encontrar un posible compinche para dividir la aventura y fraccionar los gastos, teniéndose en cuenta que uno de los amigos del muchacho, desde el inicio, se había sentido sumamente interesado por el bizarro lance. En lo recóndito de la mente, el padre comprendía que la ejecución del viaje le atañería mejor ser realizada antes de Cuentos del Cotidiano
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dar inicio al curso universitario, caso contrario, cuando su hijo estuviera próximo de los veinte años, los nuevos desafíos se interpolarían ante su actual deseo. Así mismo, entendía que el madurar de los sentidos haría que el muchacho mermase el coraje para enfrentar ciertos peligros al transitar por algunos intrépidos parajes que pretendía recorrer. No quedaba lugar a dudas que al tener que internarse en determinadas regiones, encontraría luchas y rivalidades políticas en el norte de Perú, en el inhóspito Ecuador, en los convulsivos valles de Colombia, cuando debería atravesar por territorios que eran controlados por combatientes guerrilleros en parte de este país y en Nicaragua, Guatemala y el sur de México. Además, le preocupaba que al iniciar el viaje a veces su hijo tuviera que estar transitando aislado por locales despoblados o de mísera estructura, de los que poco se conocía y nunca aparecen visiblemente en los detallados mapas territoriales y existía poca o ninguna comunicación con el exterior. No obstante, rápidamente nuestro intrépido soñador expuso su planteamiento a su igual imaginativo y fantasioso amigo, llegando a pormenorizándole sus ideas y sus cálculos, e intimándolo a dividir los gastos del viaje y obligándolo a que asumiese la integralidad de los valores en lo concerniente a la alimentación del mismo, agregándole un plus de tres mil dólares referentes a los gastos del propio vehículo y otros pormenores durante el viaje. En el caso de ser positiva la participación de su amigo, el muchacho presintió ya estar de pose de casi la mitad del montante del dinero necesario, y computando que aún tendría un año para dar inicio al viaje. Entendió que ahora sólo le faltaba conseguir la diferencia del valor total para poder consumarlo. Cuentos del Cotidiano
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No era el caso de que necesitase de una respuesta inmediata por parte del amigo, pero sus cálculos exigían que el desplazamiento tuviese inicio en la primavera, para evitar los altos calores del trópico y los nevados inviernos del norte de Estados Unidos, por lo cual había concluido que, no pudiendo iniciarlo en esta estación, se verían obligados a saltar el año en curso y prepararse definitivamente para la próxima época. No hubo dudas en que rápidamente su amigo concordó en participar del desafío, pero el principal impedimento consistía en obtener el valor exigido, aunque todavía le faltasen quince meses para integrarlo por completo. Siendo así, quedó establecido entre ellos, que en un plazo máximo de treinta días sería tomada una categórica decisión al respecto. En un cansado esperar se fue un mes y luego otro, para comprobar que su amigo no lograría participar del evento, pues le faltaban los recursos exigidos y carecía de una opción segura de conseguirlos en tan exiguo periodo de tiempo. Luego, y en consecuencia inmediata a la destronada alternativa, el muchacho se lanzó prontamente a examinar algún otro posible pretendiente para ocupar el cargo que acababa de vagar. Entre otras opciones, averiguó de un posible financiamiento a ser honrado posteriormente con la venta rezagada de la nueva moto, o por alguna otra iniciativa viable que le mantuviese viva la voluntad de continuar con su intención. Hasta el momento actual ya habían transcurrido tres prolongados y fatigosos años desde que había dado inicio a su propósito, y como sabemos que el tiempo cuando corre es proporcionalmente benévolo para hacer disipar una ilusión, cada vez él más percibía que se le escapaba el ímpetu inicial de su razonamiento, dejándole huellas en la Cuentos del Cotidiano
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conciencia que fueron de a poco apagándole el coraje y el ímpetu inicial. En ese entretanto, la madurez del pensamiento le fue creciendo en el subconsciente bajo el reflejo de un intenso y constante repaso de los pasos a ser dados, y en la invariable confrontación de los hechos que iban entre el debatirse sobre facultarse en otras hazañas en busca de una gran aventura, o en la necesidad de prepararse para iniciar la universidad. Pensaba entretanto en las mil cosas que había dejado de lado con el único objetivo de prolongar su adolescente desvarío. No obstante, como en un relámpago de lucidez, decidió de pronto escribir para el famoso fabricante de las motocicletas, indagando sobre el respaldo a la oferta que otrora le fuera realizada a su abuelo, la que radicaba en sustituir gratuitamente el anticuado modelo por uno diferente y de última concepción. En anexo a su correspondencia, decidió colocar algunas fotografías y las copias de los certificados de origen de su moto, para demostrar una base fidedigna a la propuesta. Empero, la definitiva destitución de su voluntad llegó un par de meses más tarde, cuando recibió un distinguido mensaje por parte de la Harley-Davidson Motor Company, donde a través de una elegante correspondencia le reconocían su interesada tentativa de colaboración con el deseo de incrementar el museo de la empresa, en donde ya se exponían gallardos, algunos de los centenares de modelos producidos por ellos desde 1903. Con selecta y cordial explicación, le desplegaron varios motivos que los removían de aquella antigua propuesta. El primero, hacia referencia al motivo de poseer en exposición un modelo idéntico, aunque proveniente de otro país; el segundo, narraba que en las últimas dos décadas, los resultados financieros alcanzados habían originado el corte total del referido programa de canje; y por último, Cuentos del Cotidiano
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informaban que a partir de 1983, la empresa había pasado a apoyar la instalación de un club de aficionados por Harley Davidson denominado H. O. G., donde le describían que el Harley Owners Grup ya poseía más de un millón de socios por el mundo afuera; y afablemente lo invitaban a participar del mismo. En verdad, el impacto de la contestación obtenida no llegó a causarle en su carácter el profundo daño esperado, como el que le hubiese generado al haberla recibido algún tiempo antes, cuando su espíritu hervía de sueños. En realidad, sus pensamientos ya se habían diluido en la madurez del discernimiento que el pasar de los años le concedió, y de pronto abandonó la intrépida y aventurera idea y decidió continuar tan solamente con la recuperación de su esplendida máquina. De cualquier manera, entendió que luego la necesitaría para trasladarse hasta la facultad, en donde decididamente cursaría estudios para formarse como ingeniero mecánico o proyectista.
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BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:
Carlos Guillermo Basáñez Delfante República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo
Nivel educacional:
Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año Cuentos del Cotidiano
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Obras en Español:
Cuentos del Cotidiano
1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito 2010 Misterios en Piedras Verdes - 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 Página 121
¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Los Cuentos de Neiva, la Peluquera 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013 Carretas del Espectro - 2013 Los Piratas del Lord Clive - 2013 Representación en la red:
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Cuentos del Cotidiano
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