El Velorio de Nicanor Carlos B. Delfante
Si
quieres
ser
universal,
habla de tu propia aldea‌
El Velorio de Nicanor
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El Velorio de Nicanor
El “Velorio de Nicanor” es una novela corta que surge como resultado del relato de una comedia de humor
que
busca
representar
ciertos
sucesos
convencionales apoyados en las peculiaridades de algunos de los personajes que la componen, y permite al lector rescatar jocosamente ciertos recuerdos que comúnmente ocurren durante el acompañamiento de la ceremonia de inhumación de un amigo. Al describir el comportamiento del ser humano sobre el ángulo de lo ridículo, de lo estupefacto, de lo ingenuo,
la
aventura
permite
descubrir
los
procedimientos de cierto extracto de la sociedad, y demostrar lo que el hombre es en la realidad: una criatura producto de la propia naturaleza. El sarcasmo, la ironía, la mordacidad y el cinismo de los personajes, son fruto de ellos mismos, y producto de acciones de personas que podrían haber existido en cualquier lugar, o simplemente, significar la muestra de una fotografía del cotidiano.
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La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos.
Antonio Machado
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De repente escuché la campanilla del teléfono que comenzara a sonar de forma insidiosa como si estuviese emitiendo pitidos en espasmos intermitentes, y haciendo expeler las vibraciones irritantes de su sonaja por todo el ambiente; y como si fuese poco, realizándolo justamente en el momento más inoportuno; y el momento más inadecuado para cualquier mortal, es cuando el individuo se está bañando, o cuando éste se encuentra plácidamente sentado en el watercloset ojeando una revista vieja o leyendo el periódico del día anterior, pero en otros casos, sé que hay de aquellos que se divierten y pasan el mal momento mirando alguna revistita de mala fama, si es que me entienden. -No hay caso, –pensé, mientras el insistente ruido llegaba cada vez más nítido hasta mis orejas-, la ley de Murphy es infalible –discurrí entre dientes y refunfuñando las palabras con acritud, mientras de mala gana salía del baño y me dirigía a la sala arrastrando mis chancletas viejas sobre el linóleo. El Velorio de Nicanor
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-¡Hola! –pronuncié determinado, así que logré llegar hasta ese espasmódico y fastidioso aparato, y de un manotazo, arrancar el auricular y apoyármelo en la oreja. -¡Si, soy yo! –le respondí de forma prolija al que me interpelaba, mientras guardaba dentro de mí todo el rencor que sentía por causa de su inoportuna llamada. -¡Claro que estoy aquí! ¿No está escuchando mi vos? –pronuncié enfadado, cuando su estúpida pregunta me hizo recapacitar de rayano: ¿Cómo puede ser que exista alguien tan imbécil, de quererme preguntar si soy yo, el mismo que está hablando?, murmurándolo silenciosamente mientras iba razonando con irritación sobre sus palabras, y aun sin saber quién era mi interlocutor, ni lo que pretendía con el timbrazo que me daba. -¡Aja! ¡Claro que sé, quien es! –dije con firme avenencia, al concordar con énfasis en mi voz, que sabía bien sobre quién era que íbamos a conversar. Pero resulta que segundos después, al oír su conciso comunicado, sentí que una estampa de sorpresa se apoderó de mi rostro. Claro que justipreciando ese maquinal sentimiento que terminó por atizar mi debilidad sensorial, podría afirmar que la sorpresa no es más que El Velorio de Nicanor
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un breve estado emocional que surge como resultado de un evento inesperado, y que con certeza lo era en este caso. Pero por esos escasos segundos en yo no caía en sí de estupefacción por causa del contenido de las frases, ciertamente me despertó, si no fue una emoción de rencor, entiendo que por lo menos el suceso me dejó abrigar un sentimiento de exasperación, resentimiento, enojo, y una profunda tristeza. Prontamente sentí que las cejas se elevan a fin de convertirse en curvas y altas. Se me estiró la piel debajo de las cejas. Se abrieron desmesuradamente mis párpados, levantándose el superior y bajando el inferior, exponiendo la esclerótica sobre y debajo del iris. Luego percibí que se me cayó la mandíbula dejando a muestra labios y dientes, sin ninguna tensión en torno a la boca. Espontánea o involuntaria, la sorpresa es, con frecuencia, expresada por sólo una fracción de segundo, que puede ser seguida inmediatamente por la emoción del miedo o la alegría… En este caso, mi máscara fue de una inconmensurable desolación. -¡No…! No me diga –respondí consternado así que recompuse mi voz, mientras involuntariamente llevaba mi mano a la frente y, nerviosamente, me la El Velorio de Nicanor
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pasaba por la cabeza, como si ese gesto estólido fuese capaz de atajar la aflicción que me causaron aquellas palabras. -¡Disculpe! …Hable nomás –me apresé en excusarme-, yo sólo dije “no me diga”, por fuerza de expresión –terminé alegándole con mis pensamientos en pasmo. -¡Claro, que me sorprendió! Nunca me lo esperaba… Por lo menos, no ahora, tan repentinamente, claro, –comenté disculpándome, y con un precinto de voz que debe haber sonado como inconsolable, cuando el que me hablaba me participó de ese detalle tan apremiante. -¡Oh…! ¡Ajá…! ¡Si, si, correcto…! ¡Mmmm…! ¡Comprendo! –fui diciendo educadamente mientras escuchaba todos los pormenores, y expresándole lentamente un rosario de interjecciones y exclamaciones que denotaban todo mi desconcierto, a medida que el individuo me ponía al corriente de las particularidades del hecho. -¿Y cuando fue? –me pareció oportuno saber. -¿Así, tan de repente? –pretendí querer estar al tanto, ya sintiéndome abrumado por el contenido del anuncio que me acababan de efectuar. El Velorio de Nicanor
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-¿Cómo fue que ocurrió? –pronuncié en tono afligido, pero con una ansiosa curiosidad de querer entender un poco más el asunto en cuestión. -¡No me diga! Debe ser lo que todo viviente anhela para el fin de su vida, –le exclamé estupefacto, mudando la modulación de mi voz, de compungida para cínica, y al enterarme del dato que, mismo siendo sórdido, de inmediato, me pareció tragicómico. -¡Correcto! ¿Y cuándo va ser? -¿Ya? –pronuncié alarmado, al ser sorprendido con la rapidez del desenlace. -¡Claro, que voy! Dentro de un rato ya estaré por ahí, quédese tranquilo, –le afirmé resoluto, al querer confirmar mi presencia en el velatorio. -¿Ya participó a los demás? –le pregunté inquisitorio, cuando me di cuenta que el hombre ya se despedía de mi. -¡Entonces, yo también me quedo tranquilo! –le afirmé, al momento que supe de su toda su celeridad con el caso. -¡Si
hombre,
luego
estaré
ahí!
Quédese
tranquilo… ¿Cómo no voy a ir? –respondí con la voz alterada.
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-¡Está bien! –Corregí un poco menos turbado-. ¡Ah…! Y gracias por avisarme, –terminé por agradecerle cortésmente, sin saber si lo mencionaba maquinalmente o para retribuirle su gesto de gratitud, mientras ya me preparaba para colgar el auricular. -¡Hasta pronto, entonces! –dije finalmente, y sin que él lo notase, yo también esbozaba una sonrisa educada y nerviosa como corresponde en estos casos. En ese momento colgué el auricular y me quedé en suspenso parado junto a la mesita del teléfono, y sólo después de algunos segundos de meditación y reflexión sobre la conversación que acabara de mantener, logré ordenar mis pensamientos, ya que los mismos se encontraban bastante aturdidos por el sopetón la de noticia. Recuerdo que mi primera disposición, fue la de volver al cuarto de baño con el propósito de terminar de afeitarme. Al enjabonarme el rostro, con cierta extrañeza no pude dejar de observar reflejado en el espejo, unas facciones que demostraban una mezcla de emociones que se alineaban entre la congoja, y el alborozo. -¡No es para menos!-, pronuncié entre dientes y con el labio torcido, de manera que la brocha me enjabonase bien la mejilla derecha. El Velorio de Nicanor
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Los motivos que me llevaban a sentir tan extremadas emociones en un momento de conturbada aflicción, ciertamente obedecían a diferentes principios. La tristeza, indudablemente, hacía referencia a la pérdida de un gran amigo. Sin embargo, mismo que la futura privación de su amistad significase quebranto, la manera de cómo se había dado su partida, no dejaba de causarme risa. Entre tanto, no podía dejar de reconocer que, sucesos de tal magnitud, solamente están reservados para las personas que son predestinadas por el mismo Divino. Principalmente, si estas demuestran tener el mismo espíritu jovial que siempre demostró Nicanor, mismo, con sus agotadores setenta y siete años sobre la espalda. No obstante, aunque en ese momento me considerase un tanto perplejo con el asunto de su inesperada partida, soy obligado a mostrarme de acuerdo de que, su peripecia, no tenía nada de anormal e inaudito, ni era la primera vez que se tenía noticia de un hecho similar, ya que este tipo de cosas suelen suceder casi a diario con los vivientes desparramados por este mundo afuera. ¡Grande Nicanor! –manifesté sonriendo, así que la lámina de afeitar surcó mi mejilla de arriba abajo. El Velorio de Nicanor
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¡Eso sí…!, –pensé reflexivo-, pero no estoy al corriente de que ya hubiese ocurrido algo parecido por estos parajes, ya que por aquí, siempre se premió la discreción y la prudencia; principalmente, entre las mujeres. -¡Ay! –inmediatamente exclamé contrariado, cuando sin dar atención a lo estaba haciendo, descuidadamente deslicé la lámina afilada de mi perica por el gollete, y esta terminó por ocasionarme un diminuto tajo en la barbilla. -¡Bueno! Me tendré que pasar la piedra lumen, de lo contrario, me va a manchar el cuello de la camisa, – pensé díscolo y fastidiado por mi acto de impulsividad, y por la falta de cuidado con lo que estaba haciendo, en cuanto mecánicamente, iba raciocinando sobre la precaución que debía tomar para evitar ensuciarme la ropa. Meneé la cabeza mostrándome conturbado y en desacuerdo con mi distracción, y volví a concentrarme otra vez en los retoques finales de mi afeitada, intentando apartar los pensamientos que desviaban mi atención, posponiendo las cavilaciones para otra oportunidad. Al terminar la tarea, me salpiqué un poco de loción por las mejillas, y para mi contento, percibí que el corte había El Velorio de Nicanor
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sido minúsculo y ya no sangraba. –¡Óptimo! –concluí satisfecho. Volví al dormitorio, y parado frente a la puerta del ropero, aprecié que lo más sobrio para la ocasión, sería vestir el traje azul marino, mismo que al utilizarlo nuevamente en una circunstancia similar, eso daría que pensar, cuando algunos atrevidos de mis amigos opinarían que estaba usando un uniforme de sepulturero, pues este traje únicamente veía la luz del día, cuando yo me dirigía a esos tipo de solemnidades trágicas. -¡Me da igual! –determiné con arrogancia y encogiendo los hombros con fastidio. –Que piensen lo que quieran –decreté con ardor mientras lo iba retirando de la percha para cepillarlo. -¡Mofletudos! –expresé en voz alta y con ofuscación, dirigiendo el arrebato de mis palabras hacia los posibles desvergonzados que se reirían de mi elegancia. A seguir, escogí una camisa blanca, y aparté una corbata sobria que coincidiese de forma sencilla con todo el conjunto. Las medias y los zapatos negros entrarían como una amalgama de toda mi vestimenta. Minutos después, ya parado del lado de adentro de la puerta de casa, reflexioné si no sería oportuno El Velorio de Nicanor
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llevar el paraguas, pero, notando por la ventana que el cielo se mostraba bastante límpido y terso, lo mejor en el caso, era quedarme con las manos libres para cuando llegase el momento, poder asir mi mano en la aldaba del cajón sin tener que cargar nada en la otra. Finalmente, con disposición salí a la calle, y a paso firme, tomé en dirección al local del velatorio. Mirando el reloj, percibí que no me demorara más que una hora, desde el momento de la llamada, hasta mi salida. -¿Qué tal, como le va? –escuché que me saludó amablemente una pareja de vecinos que cruzaba por mí del otro lado de la calle, al mismo tiempo que yo les devolvía el saludo con un -¡buen día!-; mientras que un hombre que venía en sentido contrario por mi misma acera, me miró enfrascado y le tuve que dirigir un leve movimiento cortés con la cabeza, sin saber realmente quién miércoles era. Casi sin darme cuenta continué caminando absorto por la vereda, mientras dejaba que los recuerdos comenzasen a brotar susceptibles en mi cabeza y a rememorar otros tiempos, cuando la ciudad, aun no era ciudad, y en el pueblo, todos los habitantes se conocían, sino por el nombre, por lo menos de vista. El Velorio de Nicanor
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-¡Consecuencias de la prosperidad! –determiné mentalmente con laxitud, tras dejar escapar un suspiro de desazón, o de consuelo, no sabiendo determinar exactamente, cuál era el grado de sentimiento que me movía en ese instante. Cuando me preparaba para cruzar la vieja Plaza, sugestivamente, me pareció verla más vacía que de costumbre. ¿O era un mero presentimiento mío? Al pensar sobre el asunto, meneé la cabeza y seguí caminando
despreocupado,
dejando
escapar
un
perceptible subir y bajar de hombros, escondiendo en el movimiento toda mi indiferencia con lo que sucedía a mí alrededor. Y como dije, yo me encontraba caminando firme en ese trajín, hasta notar que bajo la suela de mis zapatos, una sombra se cruzara ligera por el piso. Intuitivamente y sorprendido, levanté la cabeza al cielo para descubrir el porqué, o quién sabe, deseando que fuese el alma de Nicanor que volaba para el Paraíso, mismo que, en su caso, en lugar de subir, a estas horas su alma ya debería estar descendiendo a los quintos de los infiernos, tal había sido la ambigüedad de sus días entre los mortales aquí en la tierra.
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En verdad, no sé señalarles exactamente por cual motivo lo hice, pero en ese instante, por las dudas, me persigné tres veces. Tal vez quisiese apartar algún gualicho maligno, pero en ese momento, comenzaron a remolinear en mi cabeza, recuerdos de antaño. Recuerdos de algunos pasajes inverosímiles en que se agrupaban todos los que habían hecho parte de muestro pasado en la próspera ciudad de Piedras Verdes.
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Para mejor situarlos en esta historia, les cuento que Piedras Verdes es una pacata ciudad interiorana que, provenientemente, acarrea ese nombre por causa de unos pequeños escarpados que, por aquí y allí, huérfanos e indiferentes, hasta donde se sabe, se encuentran diseminados alrededor de sus campos periféricos desde el tiempo de la creación del mundo, o del diluvio El Velorio de Nicanor
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universal, pues no sé mencionarles la fecha exacta cuando ocurrió. Tampoco sé decirles desde cuando, pero si sé que, por no haber encontrado otra forma mejor para denominar esos parajes tan yermos, y por la falta de algún otro accidente natural que caracterizase estas tierras; otrora, alguna persona tuvo la luminosidad intelectual de querer bautizarla así, por causa de esos montículos de aerolitos que poseen un tipo particular de liquen en su superficie que, con pancismo, infectan y cubren las vetas y los filones de esa mica amarillenta y brillante que corta los granitos como si fuesen pequeños y finos hilos de grasa bovina, pero que en realidad y a diferencia de la grasa, estos no sirven para nada. Antes de más nada, es bueno aclarar que, por tratarse de una región que carece de cualquier detalle espectacular en su geografía, y por nunca haber sufrido, o se vio afectada por terremotos, ciclones, tsunamis, inundaciones, vendavales, o cualquier otro tipo de inclemencias meteorológicas o eventos climáticos que pudiesen
despertar
la
atención
de
los
medios
periodísticos, pocos son los que saben dónde diablos queda ubicado este pueblo.
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Inclusive, por no haber nacido en estas tierras cualquier poeta, cantor, actor, cuentista, científico, político, prócer, héroe, o un tipo de figura de perfil prominente que viniese a hacer parte del jet set social, o forjase la diferencia por donde miércoles pasase; y de esa manera singular, él fuese capaz de atraer la curiosidad de las personas de la ciudad grande o del mundo para descubrir el origen de su destacada procedencia, y de esa forma este viviente viniese a ayudar para que su ciudad se hiciese notoria; Piedras Verdes debió resignarse a aparecer como un pequeño punto negro al igual que cagada de mosca, en los mapas cartográficos del país, y nada más. Ni siquiera nació aquí, un atleta capaz de hacer que su modalidad deportiva despertase el interés del más desavisado de los mortales; así como tampoco existió quién se atreviese a cantar o mencionar sus epopeyas patrióticas en cualquier prosa por más empobrecida que ésta fuese, porque ni eso existió en el pasado histórico de este pueblo; o tal vez, surgiese quien se atreviese a transcribir una mínima referencia sobre la modesta geodesia o topografía del contorno de sus campos. Simple y llanamente, Piedras Verdes fue, es y seguramente siempre será, una ciudad monótona como al El Velorio de Nicanor
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igual de otras millares de ciudades que pueden ser encontradas al ojear el mapamundi. Es capaz que un desavisado lector pueda pensar que estoy siendo un demagogo o poco halagador con mi ciudad, cuando les hago estas displicentes referencias sobre la clandestinidad de estos parajes, convirtiéndome, quizás, en un infamador y populachero; pero la verdad sea dicha, crecí y me crie en estos terruños, sin nunca haber escuchado mencionar su nombre en los periódicos, o de que algún desavisado locutor, fuese capaz
de
llenarse la boca al realizar cualquier mención sobre esta región. Claro está, que alguno de esos histriones del sentimiento ajeno, otrora ya se había encargado de crear alguna de esas historias pusilánimes y engreídas sobre uno y otro habitante de la comunidad, ciertamente con el intuito de crear una irrefutable notoriedad sobre algún caso no menos glorioso, y dejando en el aire el sentimiento de que, esta tierra, era hábil en engendrar la notoriedad exigida por sus habitantes. Pero nada había logrado despertar el interés de cualquier tipo de dramaturgo sobre este territorio estéril e infértil en pergeñas materialidades.
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Sin embargo, siempre pensé que si alguna autoridad cualquiera hubiese tenido dos dedos de frente, y tuviese contratado el alma poética de un versado especialista en ese asunto, este podría haber resaltado con alabanza algunos otros aspectos de la región, vanagloriando, quizás, el color verde de los pastos, el tono marrón de la tierra, la frondosidad de los árboles, la placidez de sus campos, la amistad de los habitantes, la fecundidad de su ganado, la concavidad del hilo de agua del arroyo que, a falta de otros dos dedos de frente de creatividad,
también
terminó
siendo
bautizado
homónimamente con el nombre del poblado que este baña tan lánguidamente. Discúlpeme. No es que yo quiera denegrir sus mandatos, pero los jerarcas y mandatario que por aquí pasaron, ni siquiera supieron pactar con cualquier mago, que mismo por ser mago, hubiese sido diestro en descubrir alguna desmayada estrella naciendo diferente por estos cielos, o quién sabe, utilizándose de su larga o corta varita nigromante, hiciese germinar alguna flor, fruto o arbusto inconmensurable que diese luego lo que hablar. Nadie logrará tirarme de la cabeza, pues para mí, fueron todos, una verdadera manga de incompetentes.
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No obstante, superando esa vieja manía que tengo de querer ver las cosas un poco obtusamente, y mismo que esta región no haya generado desde los tiempos remotos cualquier notoriedad que merezca ser nombrada; la vida fue progresando en estos recónditos andurriales, donde por algún motivo ignaro, logró algún día atraer a diferentes inversionistas, y llevados por ese empuje, el comercio se fue, de a poco, afincándose, primero, alrededor de la plaza, y después, desminándose que ni granos de varicela por las calles aledañas, lo que permitió ir asentando en la ciudad a toda clase de detallistas y oportunistas. A bien de la verdad, debo hacer mención que fuera del perímetro pueblero, en realidad la evolución y la prosperidad nunca dio su aire de gracia, algo que ha permitido por siglos que los exinanidos agricultores dedicasen su tiempo a la cría y engorde de sus chanchos, gallinas, vacas y mulas; que, sin tener más nada de interesante que hacer por causa de repetidas cosechas pobres, finalmente ellos se habían resignado a dejar sus animales flacos bosteando por los campos durante varias décadas, proporcionando así toneladas de tortas secas de excremento que, para lo único que sirvieron hasta el momento, fue para abonar de estiércol los campos, o para El Velorio de Nicanor
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encender fogatas en el verano, y de esa forma ahuyentar un poco unos mosquitos grandes que ni caballos que por aquí aparecen. Recuerdo que algunas veces nos causaba risa cuando, reunidos en el club para nuestras tertulias vespertinas, al soplar la sudestada, la brisa terminaba trayendo colada junto al polvo ese mefítico perfume de boñiga, y entonces ya no aguantando más, Nicanor expresaba ceñudo: -¡Tierra de mierda!-, dándole mucho más énfasis al adjetivo que al sustantivo, y con aquella pronunciación característica de quien aun no lograba dominar correctamente nuestra lengua. -¡Cuidado, Nicanor! Un día, el alcalde te va expulsar del pueblo, por causa de tu lengua ferina –le avisábamos entre risas, y ya sabiendo de su destemple. -¡Nunca! –Nos respondía amistoso- ¿Saben por qué? –preguntaba irónico-Porque en toda la redondez, no hay otro que le pueda preparar las pócimas para sus achaques. –pronunciando sus palabras con calma, mientras se abanicaba la nariz con la mano. En realidad, después de tantos años, yo nunca estuve seguro si su exclamación provenía de la voluntad de querer resaltar los verdaderos valores de nuestros campos, o era por causa de su impertinencia contra toda El Velorio de Nicanor
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la dilatación de nuestra cultura local y la falta de civilización existente en la comunidad de Piedras Verdes. No en tanto, hay que reconocer que, como en toda ciudad, también existe por aquí una jauría de gentes que dio todo de sí, para hacer que esta comunidad progresase y se explayase por los campos adyacentes. Principalmente, los comerciantes que, muchos ya estando en su segunda generación familiar, continuaban explorando las mismas actividades mercantiles de sus ancestrales, haciendo de sus emporios, el ganapán y el sustento de sus familias. Algunos pocos, como Nicanor, eran solteros empedernidos, otros tenían familia, y algunos otros, ya eran viudos o las mujeres se les habían mandado mudar hacía
mucho
tiempo.
Cuando
esto
ocurría,
los
lenguaraces decían que las damas se les habían volado del nido a fin de buscar horizontes más entretenidos, o por causa de la falta de amor en su casa. Pero esos comentarios, eran ventilados por pura cizaña o enemistad entre los clanes de esta pacata burguesía. Mientras caminaba, creo que me he entretenido rememorando las cosas de mi pueblo, pero cuando acabé de cruzar la Plaza, no pude dejar de echar una mirada El Velorio de Nicanor
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triste hacia la sede de nuestro club, local donde acostumbrábamos a explayar nuestras vocaciones líterosocio-deportivas. En ese momento tuve la certeza de que nuestras próximas reuniones ya no serian las mismas sin la presencia de Nicanor, y en este momento, no pude dejar de imaginármelo sentado alrededor de la mesa jugando “chinchón” o al “dominó”, en cuanto tomaba su tradicional tacita de té de boldo con una hojita de menta, o la infaltable copita de jerez. Para quien no conoce estos terruños, debo aclararles que el “Centro Social y Recreativo de Villa Piedras Verdes”, era un agradable círculo de convivencia que algunos amigos del pueblo habíamos creado con la grandilocuente finalidad de reunirnos para compartir peñas y tertulias durante los anémicos anocheceres, y allí entretenernos
con
juegos
de
baraja,
ajedrez,
competencias de ingenio, y algunos otros lúdicos recreos más, donde todos podían exponer sus trucos de tahúr taimado. A falta de un local propio, les cuento que la sede social estaba ubicada en uno de los salones del chabacano hotel de Apolinario que, en sus divagaciones de pedantería, otrora se le había ocurrido llamarlo de: “Gran Hotel Magestic de Piedras Verdes”, aunque este El Velorio de Nicanor
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no pasase de un alberge común y corriente, destinado a atender los incautos cajeros viajantes que pasaban por el pueblo y algún que otros vendedor o representante comercial que, para su mortificación, de repente se veían obligados a permanecer una noche en esta ciudad. Pues bien, acostumbrábamos a reunirnos en lo que nosotros llamábamos de “la sede del club”, como una forma de ir matando el tiempo y entreteniéndonos en charlas amenas mientras tomábamos té o alguna copita de jerez, y enredándonos en partidas desopilantes, al manosear los naipes españoles como si fuésemos diestros jugadores. No en tanto, algunos que ensayaban pertenecer a una alcurnia más alta, o creían ser más intelectuales que los demás, preferían jugar al ajedrez. De vez en cuando, en el salón se escuchaba retumbar la pregunta: -¿Qué tal, una partidita de ajedrez, Nicanor? –Era la voz de Edmundo que siempre insistía en preguntar a uno y a otro, refregándose las manos y vistiendo su invariable traje negro, no por causa de su falta de originalidad y elegancia, y si a raíz de su profesión, ya que este sujeto era el dueño de: “Pompas Luctuosas Piedras Verdes”; la única empresa funeraria que existía en la ciudad y adyacencias.
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-¡No!, al ajedrez, no –respondía Nicanor con entonación determinante- En ese juego, hay que pensar mucho, y la verdad sea dicha, yo prefiero gastar mi materia gris, pensado en otras cosas más oportunas, –le instaba Nicanor, sin aclararle con cual otra actividad prefería desopilar su mente. -¿No te das cuenta que ajedrez es un juego entretenido? Se le considera no sólo un juego, sino un arte, una ciencia y un deporte mental que ayuda a desenvolver las neuronas y mantiene activa la capacidad de memoria –exhortaba Edmundo, queriendo persuadirlo a que aprendiese a jugar. -Puede ser que a vos te guste, porque no haces nada durante todo el día, y te quedas esperando sentado hasta que te caiga del cielo algún difunto –respondía Nicanor refunfuñando, mientras con sordidez, les escondía
a
todos
sus
compadres,
su
completo
conocimiento sobre este juego. -¡Te equivocas!, –prontamente Edmundo le alegaba con presunción, como si estuviese atajándose de las provocaciones de su amigo- Lo único que yo hago, es terminar la tarea que vos no supiste desempeñar correctamente –le fundamentaba al final, con una cierta ironía en su pronunciación. El Velorio de Nicanor
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En verdad, creo que es necesario aclarar que Nicanor había sido un hombre que poseía un grado intelectual muy apurado, no sólo en la farmacología, y sí, en los más diversos asuntos, en donde podían incluirse hasta los filosóficos y los científicos. Desde siempre, supe que había sido un erudito en cualquiera de las materias que abordaba, un ilustrado sobre obras de arte, música, y pintura; argumentos que sabia utilizar muy bien en sus conquistas amorosas, y embaucando
con
laxismo
a
las
damas
menos
desavisadas.
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Nicayef Sergey Crochenko. ¡Sí!, ese era realmente su verdadero nombre. Y lo supe porque después de haber realizado mucha pesquisa, descubrí que ese era el verdadero nombre de cuna de Nicanor, y con prudencia, yo vengo El Velorio de Nicanor
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guardando ese secreto durante todos estos años, encerrándolo bajo siete llaves. No en tanto, yo sabía que él no sabía que yo sabía su nombre, pero nunca se lo dije. Respeté su disfraz durante toda su vida, hasta porqué, mi función, no era andar ventilando los misterios de cada habitante de Piedras Verdes; y sí, por una necesidad profesional y con el diestro uso que yo hacía de las artes del disimulo, la manipulación, la artimaña, y alguna que otra vez con mano firme y pesada, buscaba descubrir quienes eran, a donde iban y venían, o lo que miércoles hacían los que por aquí vivían… ¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos! No quiero que piensen que yo era un chismoso, o un correveidile lenguaraz que le gustaba ser un gacetilla lioso y que experimentaba inmiscuirse en los pormenores de todo el mundo; pero la verdad, es que durante el periodo de la Grande Guerra, yo recién había sido promovido a “Comandante en Jefe de la Guardia Civil de Piedras Verdes”, un cargo que hoy, después de la nueva Constitución votada por los Políticos, con el nuevo Estatuto de la Nación, el puesto pasó a ser denominado, simplemente de “Comisario”, lo que justificadamente me parece ser un nombre irrisorio para denominar toda la responsabilidad que exige ese cargo. El Velorio de Nicanor
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Volviendo a lo que interesa con respecto a Nicanor, recuerdo patentemente aquel día, cuando se bajó de aquel autobús destartalado que lo había traído de la capital, y lo percibí cargando en una mano un aporreado maletín de tela gastada que imitaba el cuero crudo de alguna alimaña. Pero lo que realmente más me llamó la atención, fue verlo vestido con un lustroso traje gris de franela, un sombrero de coco de igual color, y con la gabardina beige apoyada en el otro brazo; permaneciendo estático en el cordón de la calzada como si él fuese un semáforo de esquina, en cuanto intentaba ubicarse a donde miércoles había llegado. Aunque, pensándolo bien, creo que no fue exactamente esa apariencia extravagante lo que me despertó la curiosidad, y si, aquel bigotito finito sobre el labio superior imitando el viejo estilo de Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Domènech de los años 30, que no debemos confundir con el bigote con las puntas retorcidas que todos recordamos de Salvador Dalí en el fin de sus días. Más bien, les diría que, con el tiempo, descubrí que era una copia emblemática del bigote de un otro famoso pintor español del siglo XVII: Diego Velázquez. El Velorio de Nicanor
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Ese día, Nicanor se sorprendió cuando yo me aproximé a somorgujo hasta donde él estaba, e indudablemente, yo también me asombré, pues su acento dejaba claro que se trataba de un extranjero recién venido a tierras paganas. Pero curioso como conviene ser en estos casos, a boca jarro le pregunté queriendo saber cuál era su intención y lo que lo traía a Piedras Verdes. -Estoy a procura de la Botica –me afirmó categórico, mientras con la mano derecha se alisaba la solapa del saco como quien busca apartar cualquier resto de partículas insidiosas sobrantes del polvo del camino. -¿Por acaso, usted está enfermo? –curioseé inquiridoramente. -¡No, caballero! El boticario me espera para negocios –me respondió flemático, aun sin saber que por estos
pagos,
nosotros
solamente
llamamos
de
“caballero”, al individuo que monta a caballo. -¡Interesante!, –mencioné al fruncir mi entrecejo en señal de asombro, y dándole un tiempo a mi imaginación para poder absorber mejor su figura. -Venimos negociando por carta desde hace algún tiempo –Nicanor pronunció sereno y glacial, como si con su frase buscase aclarar mi confusión, y al ver toda la extrañeza dibujada en mi rostro. El Velorio de Nicanor
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-¿Por
acaso,
piensa
comprarle
el
establecimiento? –atiné a decirle. -¡Es verdad! –Asintió con un movimiento de cabeza- En eso andamos –dijo, aseverando las palabras que pronunciaba con aire de suficiencia, mientras con la cabeza, continuaba a realizar el mismo movimiento enciclopédico de afirmación. -¡Interesante!, –le volví a repetir a falta de otras palabras mas sugestivas- Ya era tiempo que este pueblo tuviese un droguero licenciado, como Dios manda – agregué con reciedumbre, y con el intuito de sonsacarle algo más. -¿Si es por eso?, –me afirmó- Le aseguro que mi diploma es de Europa; pero acabé de revalidarlo en este país –me dijo con regocijo, como si al poseer esas credenciales exóticas y cosmopolitas, estas le diesen el poder divino para despacharse con buen provecho en el expediente. -¡Que ingenuo!, -pensé en silencio mientras él miraba a un lado y otro de la calle, pero enseguida agregué: -Disculpe
que
mi
pregunta
le
parezca
inoportuna. Pero… ¿De qué país es usted? –indagué, zampándole la pregunta a quema ropa, ya que la El Velorio de Nicanor
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cachazudés de su postura me daba la impresión que el hombre, más bien, tenía sangre de horchata. -Nací en Ucrania, -me dijo-, pero por motivos obvios que me abstengo de comentar, mis padres peregrinaron por varios países, y un cierto día terminaron aportando
en
Andalucía
–me
confesó
con
voz
apesadumbrada, pero sin que se le quebrase su flema. Mientras me hablaba, me despertó interés ver aquellas facciones caucasianas que dejaban traslucir el porte y la gracia viril de un joven determinado, que sugerían firmeza, elasticidad, y control del sentido de la realidad. Sus movimientos eran precisos, su mirada intensa y, su orgullo, podría decir conmovedor. -Está del otro lado de la Plaza –indiqué presto, mientras le fui señalándole con el brazo extendido hacia donde tenía que dirigirse. -¿Quién? –dijo en un gesto de extrañeza, tal vez, porque estuviese pensando que yo le indicaba donde estaba alguna persona en particular. -¡Disculpe! Queda allí… Cerca de aquella esquina –corregí- La botica. En ese momento, recuerdo que me miró con perplejidad antes de volver el pescuezo para el lugar que yo le había indicado. El Velorio de Nicanor
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-¡Que tenga suerte! –le afirmé esperanzado en aquel momento, extendiéndole mi mano para sellar una posible amistad con el nuevo boticario del pueblo. Luego después, lo vi apartarse decidido, no sin antes, con su mano, haber dado un leve toque en el ala redonda de su sombrero exquisito, y concederme un leve asentimiento de cabeza, demostrando toda su gallardía y educación. Si mal no lo recuerdo, creo que un mes después Nicanor reabrió la botica ya totalmente reformada, y, para el asombro de los habitantes, pintándole de cal color amarillo la fachada del inmueble y colocándole un gran cartel sobre la ventana, donde podía verse sobre un fondo azul, una enorme cruz amarilla, y escrito con letras ciclópeas el pomposo nombre de: “Pharmacia Green Stone”, la nueva designación con la cual bautizaba su recién inaugurado establecimiento. Al principio, yo poco sabía de sus orígenes, salvo, la sospecha de que sus antepasados eran judíos, razón por la cual sus padres tuvieron que abandonar el país con su pequeño hijo en brazos, dejando tras de sí todo un pasado y una historia; pero de a poco, con el pasar de los años, Nicanor fue ventilándome algunos
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pormenores familiares que sirvieron para que me infúndanse respeto y consideración por su persona. Un día, estando yo en la farmacia, noté el pergamino que él tenía enmarcado en un cuadrito de vidrio con una moldura que se notaba de lejos, había sido trabajada por un buen artesano de otras tierras. Cuando Nicanor percibió que lo estaba leyendo, mientras se limpiaba las manos en el delantal, me dijo con acento soberbio: -Es de Cádiz, una provincia que queda en Andalucía. -¡Disculpe! Yo soy curioso por demás –alegué sin perturbarme por su frase. -No importa. Lo tengo ahí, para infundir confianza en los clientes un poco más reticentes, -me respondió como pretexto. -Entonces, quiere decir que usted estudio en España –expresé entre impresionado y sobresaltado, por descubrir que, ante mí, estaba una lumbrera, y no otro más de la misma espécimen de mis mediocres parroquianos. -Por supuesto… -dijo al hacer una pausa en su meditación-. Hice farmacología en la Universidad de aquella ciudad, y aprendí la ciencia para los mejores usos El Velorio de Nicanor
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de la farmacopea. ¿Sorprendido? –me preguntó al arrimarse a mi lado. -¡Para nada! Lo único que me llama la atención, es como fue usted vino a dar en el culo del mundo. -¡Ah! –exclamó con una sonrisa picante-. Esa es una historia muy larga, pero digamos, que fue para curar un mal de amores –me expresó con buen humor, dejándome ver una punta de regocijo en su rostro. -¿Un mal de amores, o de amores malos? – pronuncié socarrón. -¿Ya leyó alguna vez, alguna obra de Platón? – me respondió con otra pregunta, para esquivarse delicadamente de mi comentario malicioso. -¡Muy poco! –afirmé de forma tajante, y para no permitirle que descubriese que yo no sabía quién miércoles era ese escritor, porque para mí, el único platón que conocía hasta ese momento, era donde se servía la ensalada. -En una de sus obras famosas, -me comenzó a recitar-, hay un trecho muy interesante que se sucede durante un “syndeienon”, un tipo de banquete ateniense; y estando Sócrates entre los comensales, los presentes decidieron filosofar sobre el amor. En las idas y venidas de los discursos sobre otros dioses no menos importantes El Velorio de Nicanor
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de
aquella
cultura,
-continuó
apuntándome
profesoralmente-, cada uno fue dando su testimonio sobre lo que representaba el amor a través de su discurso, hasta llegado el momento en que el comediógrafo Aristófanes les llamó la atención para el conocimiento de la naturaleza humana y sus vicisitudes, exponiendo que en la primitiva naturaleza, existían tres géneros de humanos, y no dos. -¿Cómo que tres? –pregunté ingenuamente arqueando mis cejas y dejando salir las palabras desde el fondo de mi oscurantismo literario. -¡Sí! No solamente el masculino y el femenino, -me dijo con voz flemática-, sino que había un tercero que participaba de estos dos, y cuyo nombre perdura hasta nuestros días, aunque como género, él haya desaparecido. -¡Usted esta engañado! –Protesté- En la biblia, dicen bien claro que Dios creó al hombre, y de él, formó a la mujer… -¡Escúcheme! Yo estoy hablando de la obra de un filósofo griego que fue discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, y no de libros protocanónicos, ni de las Sagradas Escrituras, o de religión –profirió enervado. El Velorio de Nicanor
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-¡Está bien! ¿Entonces, cómo es el nombre de esa tercera especie? -¡Andrógino!, pero no es el caso –pronunció Nicanor con un ademán de ofuscamiento- A lo que yo hacía referencia, -añadió- es que si usted quiere saber algo sobre si los amores son malos o no, esta obra es muy interesante en ese aspecto… ¡Yo le recomiendo que la lea! -concluyó medio alterado, mientras a continuación me despachaba de su establecimiento, disculpándose que sólo
ahora
recordaba
que
necesitaba
preparar
urgentemente una pócima para un cliente. Ya que menciono esto, aun tengo gravado en la retina del tiempo, un episodio característico de su personalidad, y que se sucedió durante un día que, tomado por su ímpetu genial, él había ido a visitar a un cliente suyo y del cual era muy amigo, pero que en ese momento, se encontraba muy enfermo, para no decir desahuciado. Entonces, con aquella fisonomía imperturbable de siempre, de pie, parado al lado de la cama de su amigo, hombre de unas ojeras profundas y ya con aire cadavérico, finalmente Nicanor le expuso:
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-¡Mira! Yo vengo a verte, porque tu mujer pasó ayer por la botica, y me dijo que tú andabas un poco mal de salud… -¿Un poco mal? –al momento, ese tal amigo que estaba profundamente indispuesto, le expresó de forma ofuscada y ciertamente sorprendido por lo que le decía Nicanor. -Si lo que me acomete, fuera solamente un mal pasajero… ¡Pero, la verdad, es que me estoy muriendo! – añadió el hombre de forma entorpecida, mientras agrandaba los ojos para encarar a Nicanor, y acentuaba aun más su cara de moribundo. -¿Pero, cómo vas a decir una cosa así, hombre? -rezonga Nicanor con excitación, y enseguida, moviendo la cabeza como pretendiendo querer apartar la duda, le indica dogmático: -En la vida…, todo tiene solución… Decime… ¿Qué te dijo el médico? -Me dijo que me queda solamente una semana de vida… Figúrate, ¡tan poco tiempo! -comentó el enfermo con voz de resignación, y ya casi llegando a las lágrimas.
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Nicanor lo miró, pensó un poco para formar alguna respuesta alentadora, y enseguida le comunicó resoluto: -Bueno, no te preocupes, yo tengo la solución. -Te afirmo que, para lo mío, ya no hay más solución – murmuró el doliente. -En tu botica no hay remedios –le completó exasperado. -¡Quédate tranquilo! Te voy a mandar a mi suegra durante toda esa semana... –le afirmó Nicanor, categórico y sin pestañear. -¿A tu suegra? ¿Y para qué la quiero aquí? -le preguntó el hombre enfermo, dejando notar visiblemente en su rostro, aquella misma imagen de quien se sentía totalmente desorientado por la extraña promesa que le realizaban. Nicanor miró a su amigo, y con la mano abierta le da tres golpecitos cariñosos en el hombro del enfermo, y le pronuncia con voz vibrante: -¡Eso lo hago para que tú te des cuenta de que esa semana te va a parecer una eternidad! –Nicanor le apuntó de forma definitiva y fulminante, dejando al descubierto
toda
su
idiosincrasia
burlesca
frente
cualquiera de las situaciones que debía enfrentar. El Velorio de Nicanor
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Creo que durante el camino de mi casa hasta aquí, me entretuve en devaneos, pero cuando finalmente llegué al local del velatorio, luego percibí que una multitud ya se encontraba reunida para prestar sus últimos homenajes al occiso. Luego de entrar, bien en el medio del salón principal, acomodado entre decenas de ramos de flores y un montón no menos significante de coronas, estaba custodiado el cajón por no menos que una docena de enormes cirios de un color té con leche, todos con una llama chiquitita que temblaba al sabor de la corriente de aire, y actuando como si estas fuesen delgados soldaditos de plomo que se veían escoltando a un rey. Fue con esa imagen extravagante, que noté que se encontraba depositado el rutilante cajón de caoba donde se guardaba reservadamente los restos mortales de mi amigo Nicanor. La imagen me dio la impresión que, mismo siendo un lugar infausto, era de considerar que ese teatro
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armado más bien parecía esplendido y una verdadera obra de lujo, a la altura de la que merecía mi amigo. La escena dejaba claro que durante los años que aquí estuvo, el fallecido había granjeado la amistad y el respeto de todo el pueblo, y no era de extrañar que todos quisiesen estar allí para otorgarle la última despedida. Sin embargo, mientras estaba entretenido en esas consternadas cavilaciones, percibí que alguien me estaba tiraba de la manga del saco, y me decía al oído casi en un susurro: -¡Él, se fue! -¡Claro que se fue! Y es por eso que las personas están aquí, para su entierro –de dije al mascullar en voz baja y con la boca tuerta, direccionada de manera arqueada para quien hasta ese minuto me había hablado al oído y, con mi delicadeza en la manera de hablar disfrazada, él también pudiese escucharme; pero como hasta ese instante no había vuelto mi cabeza para mirarlo, no logré reconocer de quien era esa voz susurrada y entristecida. -¡No! El que se fue, es Samuel… Pero me dijo que ya viene, y para que tú lo esperes aquí –pronunció nuevamente en mi oreja, la persona que volvió a susurrarme afligida. El Velorio de Nicanor
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-Pedazo de un alcornoque –pensé en silencio, cuando descubrí que el dueño de aquella voz enigmática y de su estúpida sentencia, era nada menos que el gordo Omar, el propietario de la popular cafetería “La Esquina de Piedras Verdes”. -Va a llover –le respondí. -¿Por qué? El día esta soleado –comentó, mientras volvía rápidamente el rostro para mirar para la calle, como si quisiese confirmar allí su pronóstico o el mío. -¡No!, es porque hoy te sacaste la boina –declaré sereno, y tapándome inmediatamente la boca para esconder una risa de escarnio que se le antojaba querer escapar de entre mis dientes. Omar, para quien aun no lo conoce, debo decirles que es un tipo simpático como en realidad debe ser todo bolichero canchero que se prese, pero su cuerpo era desproporcionalmente gordo para su corta altura, y al pasarse el día entero detrás del mostrador, hacía que su ancha barriga lustrase la parte interna del mismo y éste le royese y gastase las camisas a la altura del ombligo, juntamente
con
la
bragueta
de
los
pantalones,
dejándoselos deshilachados y con aspecto de harapientos.
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Para completar su figura esdrújula, Omar usaba perennemente una boina que una vez ya había sido de color negro, y dos números menores que el diámetro de su cabeza. Sin embargo, él insistía en querer usarla siempre enterrada hasta la altura de las orejas, quien sabe buscando esconder totalmente aquel círculo desvalijado de pelos que tenía en la mollera. -¡Es francesa!..., -le respondía siempre a todo aquel que hiciese mención a su gorra-, me la compré en una liquidación, –enseguida agregaba, como queriendo dar más importancia a esa sucia indumentaria. -Pero, te queda chica –todos le retrucaban al escucharlo. -A mí me gusta usarla así, que es para que el sudor no me jorobe las vistas –expresaba Omar en tono de disculpa, y, como si fuese un tic, enseguida se la encajaba más hondo en el cráneo. Omar también tenía un problema en las rodillas que lo hacía caminar de forma enclenque, y cuando estaba mucho tiempo de pie, siempre hamacaba su corpazo redondo para adelante y para atrás como siempre lo hace el cura Trentino en nuestra parroquia cuando está rezando la homilía.
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Sin embargo, por causa del velorio, Omar ahora estaba usando un traje negro con listas blancas de esas que parecen dibujas con tiza, que más lo asemejaban a uno de esos gánsteres que aparecían de las pantallas de la televisión y correspondientes al seriado de “Los Intocables” de la época de la ley seca de Chicago… ¡Un verdadero payaso! –pensé para mi, y esbozando con la boca una leve mueca de comicidad. Enseguida, luego de terminar de balbucear silenciosamente algunas plegarias y encomiendas que realicé al Santísimo para que éste custodiase con miramiento el alma de mi amigo Nicanor, me persigné, y me aparté lo más que pude del féretro, sonándome la nariz por causa del olor picante que resultaba entre la mezcla del aroma de las flores frescas, la cera quemada por las velas, el sudor de las personas que estaban en la sala, y el humo de cigarros calcinados por algunos de los individuos presentes. No en tanto, al apartarme, no pude dejar de observar a un grupo de ancianas todas irremediablemente uniformizadas de negro, sentadas en una de las esquinas de la habitación que, rosario en mano que ni revólver de pistolero, mascullaban a través de sus encías vacías una retahíla encadenada de avemarías que, al terminarlos, El Velorio de Nicanor
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consentía a la más compungida que dirigía esa infausta orquesta de longevas, pronunciar un amén con un “n” repetido y arrastrado interminablemente, haciéndolo sonar más lánguido que esperanza de pobre. Prontamente noté que Omar aun estaba parado a mi lado, colado que ni garrapato al cuero de un perro flaco. -Vos, que siempre estás enterado de todo lo que ocurre en este pueblo, ¿sabes cómo fue que Nicanor murió? –pregunté con aquel cauteloso interés que yo tenía por descubrir un poco más de los pormenores de la expiración de mi amigo. -No sé mucho, pero cuentan que anoche le dio un patatús, cuando él estaba con una mujer en la cama – me lo contó en un tono tan sigiloso, como quien se confiesa en la iglesia y no quiere que nadie escuche sus pecados. -¿En su cama? –casi brame sin darme cuenta. Omar me miró con los ojos agrandados y la boca abierta, pero enseguida escuché su voz un poco trémula al inicio: -No sé decirte bien, si era en su cama, o en la trastienda. Pero que había una mujer, había –ya pronunciando
con
acento
remoquete
su
última
afirmación. El Velorio de Nicanor
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-La verdad, es somos todos unos mal pensados, -acoté-. Bien podría haber sido la mujer que le hacia la limpieza… -induje con cautela, después de haber pensado un poco más sobre el asunto que me habían confesado en el teléfono. -¿Y porqué, que Nicanor estaba desnudo cuando lo encontraron? –manifestó Omar con una punta de escarnio, mientras arqueaba una y otra vez esa enorme frente desnuda que le llegaba casi hasta la nuca. -¿No me digas? –exclamé boquiabierto. -No te lo digo… ¡Te lo pregunto! Porque eso es lo único que sé –me contestó intrigado y con los ojos cada vez más abiertos, los que ya se asemejaban a los de una lechuza parada en un poste. -¿Pero alguien debe saber, que fue lo que le ocurrió? –inquirí, cada vez más curioso, y seducido por querer estar al tanto de la trama completa. -Bueno, el que en realidad nos puede contar un poco más, es Edmundo que lo atavió para su viaje final, y el propio doctor Baldomero, que fue quien lo atendió primero. –contestó el gordo, poniendo cara de intriga. -Entonces, estamos jodidos –exclamé precavido. -¿No veo por qué? –insinuó él.
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-Es que, del doctor Baldomero, seguramente nosotros no vamos a sacar nada. Su boca parece un sarcófago. Bien sabes que él nunca cuenta nada de sus pacientes… Ese tipo es más resbaloso que teléfono de carnicero –le avisé determinante como si yo fuese un profesor de escuela. -Eso es verdad, pero aun nos queda Edmundo, que de alguna cosa, éste ya debe haberse enterado –me respondió Omar, con acento de deleite en sus palabras. Tras
escuchar
su
sentencia
ladina,
instintivamente, me puse a otear por sobre los hombros de las personas y mirando entre la multitud que se esparcía por los alrededores del ambiente, buscando ver si localizaba a algún otro de los integrantes del nuestro selecto club; pero en verdad, yo estaba en busca de Edmundo, o del doctor Baldomero, ansioso que me sentía por descubrir ese tipo de epifanía mortal que había sido practicada por Nicanor a su edad. Delicadamente, al pasear la mirada por todos los rincones del salón, tuve que ir realizando mil y una reverencia para poder saludar a todos los conocidos, en cuanto fui moviendo mi cabeza como si el delicado gesto universal de afirmación, sirviese para demostrar mis
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condolencias y mi gratitud, por estos pueblerinos encontrase aquí reunidos para despedirse de mi amigo. No obstante, también podía ver que, en los ojos de todos, faltaba ese tipo de mirada compungida por la aflicción, y si, se notaba claramente aquel atisbo sórdido de quien está enterado del chisme, pero no sabe si es verdad y, probablemente, buscaban en mis facciones la respuesta que confirmase la hablilla que, a esas horas, ya corría suelta por la boca de todo el pueblo. -¿Vistes, quien está allí atrás? –me dijo Omar en susurros, apartándome de vez de mi cavilación, y arrinconando esas camándulas que bailaban en mi cabeza. -Hay tantas personas, que no se bien a quien te referís -señalicé. -Lo digo por aquella mujer de vestido rojo, contestó empinando su mentón en dirección a la susodicha. -¡Sí! Esa es la mujer de Pedro Luis –pregunté a seguir-. ¿Pero ella no había ido a un congreso? – volviendo a preguntar como forma de llenar el tiempo. -¡Sí!, pero ya volvió hace un par de semanas – aseveró Omar- Y por lo que me dijeron, parece que ella fue una de las principales conferenciantes en una de esas El Velorio de Nicanor
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reuniones internacionales que son organizadas sólo para mujeres –agregó frunciendo el ceño y preparándose para me contar algún otro embuste sobre ese expediente. -¿Oradora de qué?, si esa mujer no sabe ni rezar un padrenuestro completo –comenté apático, pero dándole cuerda para tirarle de la lengua, y hablando como si no me interesase mucho esa cuestión. -Resulta que era un congreso de feministas, y según me lo contó su marido, en esa reunión, para hablar, primero le tocó el turno a una mujer inglesa, para que ella se subiese al tablado y les contase su historia de vida. -¡Tá! ¿Y de ahí? –investigué dando de hombros. -Bueno, es que en ese momento, la mujer empieza diciéndoles: -“Una vez, yo llegué a mi casa determinada, y le dije a mí esposo: Yo vengo muy agobiada de tanto trabajo, y a partir de hoy, no voy a cocinar más”... El primer día no vi nada, -dijo ella-, mientras Omar prosiguió contando: -El segundo día tampoco vi nada…, -afirmó ella-, pero al tercer día, cuando llegué en casa, ya lo vi cocinando; y, desde ese momento, es él quien se encarga de la comida… El Velorio de Nicanor
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-¿Y de ahí? – volví a expresar mientras cambiábamos una mirada perpleja. -Bueno, es que parece que todas las mujeres se entusiasmaron con aquel pronunciamiento espontáneo, y comenzaron a gritar: ¡Bravo!, ¡Hurra!, mientras silbaban y aplaudían como unas enajenadas –ilustró Omar con el rostro circunspecto. -No le veo nada de malo –expuse sensato y prudente, imaginando en donde estaría la jácara de la mujer. -Esperá, que aun no terminé de contarte, -me atajó Omar-, porque parece que después, le tocó el turno a una mujer canadiense que también tenía su propia historia para contarles, y al subirse a la tarima, la mujer les dice con voz sonora: -“Yo una vez llegué en mi casa muy cansada, y le dije a mí marido: ¡Mira! yo siempre vengo muy fastidiada del trabajo, y decidí que a partir de hoy, no voy a volver a lavar la ropa”... El primer día no vi nada…, en el segundo día, tampoco vi nada…, pero al tercer día, lo encontré en la lavadora, y desde ese día, es él quien se encarga de lavar su ropa y la mía… -De repente… –prosiguió Omar, cauteloso-, se escuchó otra vez los: ¡Bravo! ¡Hurra!, ¡Bien hecho!, que El Velorio de Nicanor
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comenzaron a gritar las enajenadas mujeres en la reunión, mientras aplaudían de pie como si fuesen unas desesperadas. -Sigo en la misma Omar, -avisé-, no le veo la vuelta en donde está el chisme –completé altanero. -Aun no terminé de contarte –expresó Omar, al encresparse cuando notó mi intranquilidad– Entonces, después de hablar unas dos o tres mujeres más -prosiguió narrándome con ojos de lince-, resulta que le tocó el turno a la mujer de Pedro Luis, que de forma determinada, se subió al estrado y les contó su historia con la voz un poco embargada, diciéndoles: -“Una vez cuando yo llegué a mi casa, le dije a Pedro Luis, mi marido: ¡Mira! Yo vengo muy cansada del trabajo, y resolví que a partir de hoy, no voy a cocinar más, ni voy a lavar la ropa. Así, que si no te gusta, ¡jodete!”... Bueno, al igual que ustedes, el primer día yo tampoco vi nada…, el segundo día, continúe sin ver nada… y recién después del tercer día, es que logré ver un poquito por el ojo izquierdo...
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5 Minutos después de nuestro sórdido coloquio, percibí la llegada de Mauricio, Agapito y Gervasio, y me sorprendí cuando los vi entrar a como si estos fuesen los verdaderos caballeros del Apocalipsis, tal era el frenesí de sus pasos y la determinación en querer acercarse al ataúd, mientras ese trío atrabiliario mostraban unos rostros entristecidos y alicaídos. Para quien aun no sabe, Mauricio, era el dueño de un establecimiento mixto de barraca-tienda que se llamaba “El Clavo de Oro – Ferretería de Piedras Verdes”, un negocio que otrora había pertenecido a su padre y, antes de éste, a su abuelo. Actualmente, a Mauricio, todos en el pueblo lo identificaban por el apellido de “gusano”, porque decían que ya se había comido media manzana. La causa de ese mote surgió porque, de a poco, él fue comprando las propiedades de los vecinos, y sus actuales dependencias ya se explayaban por más de media cuadra. Creo que él debería tener más o menos mi edad, y últimamente, poco aparecía en la ferretería; ahora eran sus hijos los responsables por dar continuidad a la El Velorio de Nicanor
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tradición de la familia. Resulta además, que Mauricio era un hombre flaco que ni un fideo “cabellos de ángel”, pues sufría de artropatía, una enfermedad crónica de las articulaciones, y por eso que prefería no trabajar y quedarse en casa o en el club, junto a sus amigos. El caso de Gervasio era bien diferente e inarmónico con su emprendimiento comercial; porque siendo el propietario de la tradicional “Repostería y Tahona Piedras Verdes”, todos han de imaginarse a un hombre robusto detrás de su perfil. No en tanto, este era un individuo de porte medio, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, pero su silueta se parecía más a un palo de escoba vieja que le habían colado una media cáscara de nuez en el medio, pues la barriga parecía un apéndice disonante y desproporcional que lo obligaba a pararse con las espaldas curvadas para atrás, para evitar que el peso de la barriga lo inclinase hacia la frente. Sus manos eran enormes, los dedos largos, y sus uñas, desproporcionales; probablemente era por causa de todos esos años que había pasados amasando harina y batiendo huevos para preparar las confituras y los panes. Algunos le decían “panza de agua”, otros, los más atrevidos, señalaban que su bandullo prominente, era por causa que vivía comiéndose la masa cruda del pan, El Velorio de Nicanor
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aunque confieso que no existan registros verdaderos sobre el asunto. En relación a Agapito, debo decir que era el cabeza de la famosa sastrería “Punto y Costura de Piedras Verdes”. Recuerdo que tiempos antes, llegó a tener como cuatro empleados en el negocio, pero últimamente, él trabajaba solo, porque después que Samuel, el propietario del “Emporio de Atavíos Piedras Verdes” comenzó a vender los ternos modelados compuestos de un saco y dos pantalones, la verdad es que su negocio comenzó a irse a pique de manera tan rápida, que a todos nos pareció que era el barco “Titanic”. Me recuerdo bien de una noche en que Samuel llegó al club, todo presumido, sonriente, diciendo que acabara de llegar a su tienda, una novedad sensacional y moderna. Era una tal de “ropa hecha” que consistía en unas prendas masculinas cortadas, cosidas y talladas enteramente por máquinas. -¿Y cómo se llama esa roña? –le preguntó Agapito, angustiado con la noticia que acababa de escuchar, y pronunciándolo como una forma de menospreciar la novedad que ciertamente afectaría su negocio. El Velorio de Nicanor
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-Le dicen: ternos modelados –expuso Samuel con entusiasmo-, porque el conjunto combina un saco y dos pantalones iguales, -afirmando su sentencia con la cabeza, mientras proseguía-. Ahora está en la moda, porque es un nuevo producto industrial que consiste en una manera práctica y moderna de vestir a millares y millares de hombres con más elegancia y agilidad. -¡Lo dudo! –gritó Agapito desde su silla, desafiando al arrogante de Samuel. -Te equivocas, le erraste el tiro -dijo el otroporque son fabricados de varios tamaños, y la cintura es exacta al cuerpo de quien lo viste, la largura ídem, y la manga del saco cae correctamente. -Entonces, deben ser que ni esas bolsas de arpillera, que sirven para todo –protestó Agapito enardecido, y rojo como un tomate. -¡Negativo! –retrucó enseguida-. Porque estos son fabricados en tamaños distintos que sirven para todos los hombres de Piedras Verdes, y te digo más, del mundo entero –Samuel le respondió acalorado-, y por increíble que pueda parecer, quien hace esas ropas, ni sabe quien ira usarlas, y el caimiento, es más perfecto que muchos de los trajes mal acabados que hacen algunos alfayates por ahí –terminó diciendo, mientras una mueca de El Velorio de Nicanor
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soberbia acompañaba su mirada hacia donde estaba su amigo el costurero, y se la clavaba en los ojos que ni puñal de maleante. Pálido y trémulo, en ese momento Agapito saltó de la silla pronto para agarrar a su contrincante del pescuezo, al igual como hacemos cuando queremos decapitar una gallina, pero todos corrimos para atajar su furia, y consolarlo. -¡Quieto Agapito...! ¡Quieto! ¡No pierdas la compostura! –todos gritamos al unísono mientras le sujetábamos los brazos para contener su furia. -¿De verdad, que es un saco y dos pantalones? – intervine y pregunté para Samuel, como si con la pregunta hecha a boca jarro, intentase una estratagema para calmar los ánimos enardecidos. -¡Sí! ¿Por qué mentir?
–me afirmó
él,
balanceando la cabeza mientras me miraba a los ojos para ver mi renuencia. -¿Dos
pantalones?,
–repetí
sospechoso-
¿Iguales? -Igualitos. Del mismo tejido y color… Todito igual –afirmó sonriente.
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-¿Y tienen algún elástico en la cintura?... Si no, ¿cómo se ajusta al talle del primero que entra a comprarlos? –me interesé en saber. -Por causa de los diferentes talles –explicó Samuel, flemático. -¿Y de que paño son hechos? ¿Casimir, tropical, lino, gabardina, alpaca algodón, estambre? ¿Y los colores?, –fui pronunciando con escepticismo, sin darme cuenta que mis preguntas estaban provocando una hecatombe emocional en Agapito que, manteniendo las manos apoyadas sobre ambos bordes de la mesa, de espalda ligeramente curvada hacia adelante, tenía la cabeza enterrada en el espacio vacío que había quedado entre sus dos brazos, y allí permanecía en silencio dejando correr un delgado hilo de baba blanca por la comisura de sus labios, mientras mantenía su mirada clavada en el suelo. -Hay de todo, pero por ahora, yo sólo tengo los talles de un modelo que fue confeccionado en casimir de lana. -¡Dios mío! Esto va a ser una desgracia, – vociferó el costurero. -Recuerdo que después que comenzaron a fabricar las camisas con cuello… -continuó diciendo con El Velorio de Nicanor
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la cabeza gacha-, …nunca más recibí encomiendas para confeccionarlas… Ahora va ser igual, o tal vez peor…, – ahora Agapito gritaba y gesticulaba con brazos y manos, al verse tomado por una emoción melodramática, al mismo momento que largaba una patada a la silla que estaba a su lado, para descargar en ella toda su rabia. A seguir, se mandó mudar. Todos permanecimos un tiempo en silencio viéndolo retirarse, mientras las mejillas de Samuel se ponían del mismo color de los ladrillos. Yo me sentí tomado por una impotencia desesperadora, y quise hacer alguna cosa para aliviar el dolor de Agapito, pero no se me ocurría absolutamente nada, no se me ocurría ninguna idea, ninguna palabra, ningún gesto que fuese capaz de serenar su sufrimiento. La verdad, es que a partir de aquel día, la novedad de Samuel marcó el rendibú en los negocios de Agapito. De ahí en adelante, fue un carrusel que comenzó a girar al contrario y cada vez más ligero, haciendo que la fuerza concéntrica fuese dilapidando la presencia de los clientes en su taller, originando una merma
considerable
en
los
pedidos
para
que
confeccionara ropas sobre medida.
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Fueron las repentinas palabras pronunciadas ahora por Mauricio, las que me apartaron de repente de los recuerdos y me devolvieron a la realidad del momento. -¿Es verdad?- fue la voz interrogante que, desde su boca, llegó hasta mis oídos mientras sus ojos curiosos paseaban deslumbrados entre el ataúd de Nicanor y nosotros, como queriendo certificarse de lo sucedido. -Nada es verdad, ni tampoco, todo es mentira – respondí de forma incoherente, esperando quizás que él me diese alguna nueva información. -¿Qué esperas con decirme eso? –me respondió. -Sólo sé que salió de este mundo igual como vivió, con dignidad –pronuncié compungido, al mismo tiempo que Gervasio y Agapito se unían a nuestra rueda. -Yo me refiero al rumor que corre a boca grande –enunció pragmático, mientras observaba la fisonomía compungida de los dos recién llegados. -A mi me contaron, que lo encontraron con una mujer en la cama –declaró Gervasio, como si sus palabras discurriesen sobre una verdad confirmada. -Por ahora, lo que andan diciendo es pura invención de quienes tenían envidia de su vida –afirmó
El Velorio de Nicanor
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Omar, buscando defender la integridad de quien acababa de entregar el alma a Dios o al Diablo. -Nadie discute su probidad, pero no deja de ser intrigante de que, a su edad, se haya perdido entre polleras –anunció Gervasio mientras buscaba quitarse un poco de la masa de harina que todavía tenía pegada bajo las uñas. -¡Entre polleras, no!, –protesté-. Al final de cuentas, lo encontraron desnudo –terminé por aclarar bajo la mirada de ocho ojos desquiciados. -¡Entonces, es verdad! –pronunció el trió recién llegado en una sola voz, como si ellos hubiesen ensayado la armonía de la expresión en el coro de la iglesia. -Yo se lo mismo que ustedes… Hay que esperar que llegue Edmundo para preguntarle –terminé por aclarar, quitando con mi afirmación un poco de la ansiedad de mis amigos. -Él tenía sus musas –murmuró uno. -Y también sus manías –cuchicheó otro, en cuanto los cinco nos mirábamos perturbados y sin saber que decir. -La verdad, que para su edad, Nicanor tenía un montón de ridiculeces y monomanías, porque algunas
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veces, él se salía con cada una, que te dejaba de boca abierta –comentó Agapito con una sonrisa irónica. -Yo sería capaz de decir que su temperamento alegre, era lo que le permitía ese tipo de originalidades a las que vos te referís –expresé sin cualquier tipo de reproche con la opinión de los demás. -¡Tenés razón! A veces, te salía con cada esnobismo que te dejaba pasmado, y muchas veces, para no perder el revolado en una determinada situación, emitía sus juicios o sus sentencias, que los propios clientes de la farmacia terminaban por hallar gracia con sus apreciaciones –cuchicheó Omar con acentuación de escarnio, al recordar los criterios presumidos que utilizaba el fallecido. -Yo me recuerdo que una vez, llegó a la farmacia una de esas lugareñas que vive en el campo, y cuando Nicanor la atendió, la mujer le dijo: -Por favor, quisiera comprar arsénico –comenzó a contar Gervasio. -¿Es para tratar algún caso de anemia o debilidad? –Nicanor le preguntó a la paisana antes de proporcionarle la sustancia, ya sabiendo de antemano que el arsénico es un producto muy toxico y letal, y antes que nada, buscando comprender cuál sería la finalidad de El Velorio de Nicanor
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su uso, para poderle preparar la dosis terapéutica correcta. Todos lo miramos con desconfianza, pero no nos atrevimos a mencionar alguna palabra, y aguardamos a que Gervasio continuase su relato. Él prosiguió hablando y agregó: -Lo necesito para otra finalidad –le respondió la mujer con indiferencia. -¿Y puedo saber para que querría la señora, comprar ese tal de arsénico? –volvió a preguntarle Nicanor en aquel momento, al notar el aire de despreocupación que tenía la cliente. -Para matar a mi marido –le afirmó la mujer, de lo más campante. -¡Shhh! Hablá un poco más bajo –le tuve que pedir a Gervasio, porque lo advertí envalentonado al contarnos la historia, y todos alrededor ya nos estaban mirando con una punta de curiosidad. -¡Esta bien! es que me acuerdo del enredo, y me rio solo. Pero en fin, cuando la mujer le habló, Nicanor puso cara de circunstancia, y le dice todo amable: -¡Ah, caramba! Para ese fin, lamentablemente no puedo vendérselo…
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-Entonces, la paisana abrió la cartera y sacó una fotografía de su marido que se encontraba en paños menores, o ya sin paño alguno, y haciendo el amor con la mujer de otro conocido de Nicanor. En ese ínterin, Gervasio hizo una pausa adrede en el relato, y los cuatro le preguntamos al unísono: -¿Y? ¿Qué pasó? -En ese momento, Nicanor miró la foto, arqueó las cejas en señal de asombro, y le dijo con voz firme: -¡Mil disculpas, señora! No sabía que usted traía la receta.
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Los cuatro energúmenos continuaban riéndose, y yo comencé a considerar que estábamos siendo irrespetuosos con la memoria de nuestro amigo, pues cada
uno
de
nosotros,
sabidamente,
tendríamos
innumerables anécdotas para contar, y no creía que ese El Velorio de Nicanor
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era el momento más oportuno para narrarlas, pero no tuve tiempo de solicitar prudencia y mantener el recato que la situación exigía, porque en ese minuto, fue Mauricio el que quiso saber si nosotros estábamos al tanto de un día en que Nicanor había ido al dentista. -No, para nada –respondió uno, ya fregándose las manos como si tuviese frio, pero para mí, era una señal clara de su contubernio con el narrador del caso. -Todos ustedes saben que, brioso y viril como él era, -empezó a decir Mauricio casi en un cuchicheo-, hombre sabio en el arte de corcovar entre sábanas y cobijas, muchas veces, Nicanor se entretenía un poco más allá en los surtidos repertorios de los juegos de la pasión que obraba con su pareja del momento… –nos fue relatando con su voz sigilosa. -…Pues resulta que una mañana, los dos estaban envueltos en esas mañas para aprovechar al máximo una reparadora sección de disfrute de sus sensualidades, cuando repentinamente, Nicanor recordó que dentro de un par de horas tenía horario marcado con su odontólogo. -¿Y ahora qué hago? –Nicanor pensó nervioso, llevándose inmediatamente la palma de la mano a la frente. El Velorio de Nicanor
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-¿Y si el dentista repara que estoy con aliento a vagina? -Entonces, perturbado e inquieto –acotó el narrador-, Nicanor va corriendo para el cuarto de baño y se cepilla frenéticamente los dientes 200 veces, y se pasa el hilo dental unas 100 veces más. -No satisfecho con el resultado, -prosiguió contándonos Mauricio-, él se enjuagó la boca con unos 15 litros de antiséptico bucal. -Antes de llegar al consultorio, durante el camino, se chupó unos 25 caramelos Halls, esos de rótulo negro, que son recontra fuertes, como si al comérselos, intentase esconder del sacamuelas cualquier posible vestigio de su acto. -¡Qué caradura! –murmuró Gervasio, haciendo una mueca de asco. -En ese momento Nicanor se consideraba tenso, nervioso, más que nada, preocupado en no tener que pasar un mal momento con el dentista. -¿Y el hombre lo atendió? -preguntó Omar con una punta de malevolencia en su pronunciación. -¡Ahí que está! Cuando finalmente el hombre lo atiende, lo hace pasar a su consultorio y lo manda sentarse en la silla. Ya posicionado y con la boca abierta,
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Nicanor se tranquiliza un poco y deja que el profesional comience a hacer su trabajo. -En el momento en que el sacamuelas aproxima su rostro a la altura de la boca de Nicanor, la retira de inmediato y exhibe un profundo gesto de consternación y desagrado. -¿Se dio cuenta? –exclama Agapito entre dientes, para no despertar extrañeza en el resto de los presentes al sepelio. -Él me contó que el hombre, ante su mirada turbada, le exclama fulminante: -¡¡¡Caramba Don Nicanor!!! ¿Cómo se le ocurre hacer esas cosas antes de venir al dentista? -Entonces Nicanor, sin saber dónde meter la cara de tanta vergüenza, se disculpa y pregunta: -¡Perdón doctor! ¿Todavía tengo aliento a vagina en mi boca? -¡No! ¡No! Don Nicanor… –le dijo el sacamuelas- en la boca, usted no tiene nada, pero en la frente… ¡Usted tiene un olor a culo insoportable! Cuando Mauricio terminó de narrarnos el incidente, yo no aguanté la risa y, tanto a mí como a mis amigos, se nos escapó la carcajada que, ante la mirada de confusión que todos nos dirigieron, el apremio me hizo El Velorio de Nicanor
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sonrojar por el bochorno que estábamos causando, principalmente, por ser nosotros unas personas adultas y de relativa notoriedad en la ciudad. Por suerte, enseguida distraje mi atención, porque en ese exacto momento estaba llegando Félix con su antipática mujer colgada del brazo. Él era uno más de nuestro grupo del club, y gran amigo de Nicanor desde de los lejanos tiempos en que el fallecido se había instalado en el pueblo. Félix era un tipo alto, de cabeza grande que, no sé porque, siempre me hacía pensar que tal vez, era para guardar dentro de ella toda su maña y sabiduría para arreglar cosas, ya que era un hombre de grandes habilidades manuales mismo antes de ser el dueño de la tienda “Electro-Reparos Piedras Verdes”, una casa especialista en composturas y arreglos de cuanta porquería existe: cocinas de kerosene, calentadores, heladeras, patines, bicicletas, máquinas de coser, cerraduras,
radios
a
válvula,
y
hasta
realizaba
instalaciones eléctricas y arreglaba motores de cualquier tipo. Sin embargo, su mujer era una insoportable de marca mayor, que vivía importunándole la vida con torpezas y fastidios. Sin decir nada, rogué para que se El Velorio de Nicanor
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mantuviesen apartados de nosotros sin necesidad de tener que soportar los arrobos de la esposa. ¡No es que Dios me oyó! La mujer se apartó, y se fue a reunir con otras comadres del pueblo, y Félix se enderezó para el lado que estaba nuestro grupo. -Cuando te vi, sin querer me puse a pensar en vos –le dije así que todos se saludaron, mientras el cabezón me miraba con extrañeza. -¿Se puede saber que pensabas? –contestó con entonación de duda. -De
aquel
día
que
Nicanor,
por
puro
exhibicionismo, te dijo que vos no sabias arreglar el radio que él tenía –señalé con normalidad al comunicarle mi cavilación. -¿De aquella vez en la Plaza? –quiso corroborar, mientras los otros tres, porque Agapito se había apartado y conversaba con otra persona, pusieron sus orejas de pie para enterarse del asunto. -¿Cuando fue que ocurrió? –procuró saber Gervasio que, como si fuese un tic nervioso, continuaba a sacarse una invisible masa seca de debajo de las uñas. Resulta que una vez, Nicanor se apareció con una radio nueva en la Plaza. –Comencé a narrar- Nadie en el pueblo, jamás había visto una cosa tan pequeña. No El Velorio de Nicanor
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era mayor que la mitad de un ladrillo y tan leve, que se podía cargar con apenas una de las manos. Y lo que más impresionaba a todos, que más allá del peso y del tamaño, la radio no necesitaba de enchufe. -¡Sí, es verdad! –pronunció Félix con una punta de asombro, y seguramente con nostalgia al recordarse del episodio. -¿Era una de esas radios de pila? –quiso echar de ver Omar. -¡Es verdad! Usaba pilas de linterna que permitían que la gente anduviese en la calle oyendo música –fui contando, mientras escarbaba los hechos en la memoria. -En aquella época, -agregué-, eso era un prodigio de la tecnología que inflaba de orgullo a Nicanor cuando, en los fines de tarde, se paseaba por la Plaza con la radio en el oído, llenado todo el ambiente con
sus
entrecortadas
melodías,
mientras
dejaba
boquiabiertas y llenas de envidia, a las personas que allí se encontraban. -¡Pero, yo no estaba en la Plaza! –interrumpió Félix haciendo una mueca de interrogación, cuando entrecerró los párpados y frunció su frente inmensa que se anteponía a aquel cráneo descomunal. El Velorio de Nicanor
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-No, -corregí yo-, fue cuando él estaba en uno de esos grupitos de curiosos que se formaban a su alrededor, que de pronto se le despertaron los bríos de querer aparecer frente a los demás. -¿Y qué hizo? –interrumpió Omar, ensanchando las vistas. -Delante de la inquietud general sobre el embaucador radio, Nicanor vio que en ese momento Félix pasaba de bicicleta, y lo llamó con su temporal autoridad. –continué contando con parsimonia. -Este, –pronuncié apoyando mi mano en el hombro de mi amigo-, frenó de repente su velocípedo, hizo una curva y paró junto al cordón... Entonces, Nicanor extendió la mano que sostenía la radio, y le lanzó un desafío: -¿A ver?, vos que sos metido a sabelotodo, explícale a esta caterva de incautos, como es que funciona este aparato aquí. -¿Y qué le respondiste? ¿Ya sabias como era? – volvió a interrumpir Omar, siempre apurado en querer descubrir las cosas. -Félix amagó hacer un gesto para agarrar la radio, -le respondí yo con cara circunspecta-, pero en ese
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momento, Nicanor recogió el brazo que sostenía la radio, y le dijo serio: -¡No necesitas agarrarlo! Si no sabes, decime. Nadie es obligado a saber todo. Solamente responde sí o no: ¿sabes como funciona? -¡Que tupe, tenía ese viejo! –exclamó Gervasio, que hasta ese momento escuchaba el relato en silencio mientras dale a escarbar las uñas. -En ese momento, -dije-, Félix le soltó una sonrisa amarilla, pues no sabía si el hombre le estaba hablándole en serio o no, mientras que todos los del grupo cacareaban para que Félix le dijese como, y con la respuesta, le bajase de una vez los humos al farmacéutico fanfarrón. -¡Me acuerdo! ¡Es verdad! –manifestó el cabezudo, al mismo tiempo que originaba una onda de viento cuando se puso a menear para adelante y para atrás su tremenda masa craneana, como necesitase confirmar sus palabras. -En ese momento, Nicanor le apuntó: ¿No sabes? No necesitás poner esa cara de que sabe, pero tiene dudas… ¡Nadie en Piedras Verdes sabe como esto funciona! Finalmente él proclamó con el brazo extendido para mostrar la radio. El Velorio de Nicanor
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-Yo bajé la cabeza…. En aquel momento me sentí humillado, mientras veía a Nicanor, mirando uno a uno en la rueda –prorrumpió Félix medio avergonzado. -En ese instante lo vi sacudiendo el brazo con la radio, -continuó narrando Félix-, y a continuación, Nicanor comenzó a vociferar para todos: -¡Miren bien! Cabe en mi mano, no tiene cable, ni enchufe. ¿Ustedes están viendo? Y habla y toca música… ¿Están oyendo? Que Dios me perdone, pero esto parece un milagro –él les dijo mirando al aparato, y continuó: -Aquí adentro, hay una pieza electrónica que va mudar el mundo… Ni vale la pena perder tiempo explicándoles a ustedes, manga de analfabetos de padre y madre, que no van a entenderlo nunca… Es una cosa tan avanzada, que hasta el diablo siente perplejidad –Nicanor continuaba a clamar ante la mirada de todos. -Este es el último invento de unos científicos de Norteamérica –carcajeó, mientras sostenía el aparato en la palma de su mano. -Es como el avión, -agregó con la voz a todo cuello, y siguió gritando: es como la bomba atómica, el cine, las películas…
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-Es verdad, es verdad –afirmé para corroborar el relato ruborizado de Félix- Me recuerdo que en ese momento, -comencé a relatarles-, Nicanor se dio vuelta para donde estaba Félix todavía montado en su bicicleta, y le dice desafiante: -Explícame como funciona esto. ¿Si conseguís explicarme?, te lo doy de regalo. ¡Dale!, si sabes, es tuyo, -insistió Nicanor. A seguir de ese entretanto, con la voz esponjosa y el rostro sonrojado, escuché que Félix le balbucea: No sé, no, Nicanor. -Cuando lo oyó decir que no sabía, Nicanor asumió aire de victorioso, suspiró hondo para llenar los pulmones, y mirando a los presentes, pronuncio en voz alta: -¿Escucharon? ¿Ustedes escucharon? Él dice que no sabe. Nuestro sabiondo, me perdonen ustedes, es un muchacho esforzado, y sé que no tiene culpa de no conocer. Pero la verdad, es que el hombre que lo arregla todo en la ciudad, no va saber arreglar mi radio, si un día presentar un defecto. Por suerte, esto nunca va a suceder. Porque por lo que me dijeron, yo me he de morir antes de que esta porquería aquí muestre algún defecto.
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7 Mientras nosotros nos entregamos a conversar distraídamente, advertí que más gente llegaba o partía del recinto. Unos con rostros compungidos, otros con ojos húmedos y enrojecidos por el llanto; no obstante, me daba la impresión que todos querían dar su último saludo a Nicanor, mismo que él ya no lograse verlos. No sé si lo hacían como un acto de caridad o compunción por un alma que partía, o para certificarse que realmente éste se había ido de esta tierra. Es probable que muchos concurriesen al velatorio por pura amistad, como era mi caso, pero muchos estaban allí por causa de la intrigante manera de cómo había sido encontrado su cuerpo, lo que no dejaba de ser notorio en este pueblo de mala muerte. No sé bien en lo que cada uno de nosotros estábamos pensando en ese momento, pero cuando miré la cara de Félix, lo noté sumamente compenetrado, como si su cuerpo hubiese sido abandonado allí para constar presencia, y su alma hubiese partido junto con su mente El Velorio de Nicanor
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para un otro lugar distante. Me sobresaltó ver toda su escisión. Me aproximé de él, y colocándole nuevamente mi mano en su hombro, le dije: -¿Qué le vamos hacer, Félix? La vida es dura y no dura. Viene a ser como una sucesión de agujeros. Sólo que el último, es con tapa, -filosofé a su oído, para ver si lo sacaba de su desvanecimiento. -¡Que nada! –me respondió-. Es que me hiciste recordar que por causa de aquel radio, yo logré dar un impulso en mi vida. Y todo se lo agradezco a Nicanor. Siempre se lo dije y se lo agradecí en vida. -¿Por qué me lo decís? –pregunté desazonado. -Es que aquella tarde, cuando no logré explicarle en la plaza, cómo mierda funcionaba aquella radio, ni como se arreglaba esa porquería, cuando llegué en casa, totalmente trastornado, sin darme cuenta tomé una decisión que acabaría siendo trascendental para mí. -¿Por rabia, o por deseo? –pregunté atencioso. -Al principio, fue por rabia nomás –me zampó seco que ni cáscara de naranja abrillantada. -La verdad, -agregó después de tragar saliva-, es que luego yo me anoté en un curso de radiotécnico por correspondencia. Inmediatamente después comencé a El Velorio de Nicanor
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recibir una montaña de catálogos, programas y apostillas al respecto, y de a poco, fui aprendiendo cómo funcionaban los transistores, esos pequeños bloques de materia semiconductora que cuentan con tres electrodos que sirven para rectificar y ampliar los impulsos eléctricos; muy diferente a las válvulas que existían en las radios de antes, porque en ellas, la conducción de la electricidad se debe al movimiento de los electrones, a través del vacío o de un medio gaseoso, dentro de un compartimiento
estanco...
–comenzó
a
explicar
eruditamente mientras hacía ademanes para acompañar sus palabras. Luego continuó: -Pero sin darme cuenta, al aprenderlo, di un salto para el futuro. ¿No te parece, que se lo debo a Nicanor? -En ese caso, tenés razón –pronuncié con avenencia- Pero no te olvides lo que él siempre nos decía: -El lugar más seguro para encontrar una mano que nos ayude, es en el extremo de uno de nuestros brazos. -¡Sí!, tenés razón, pero un tiempo después, mi mayor satisfacción fue poder arreglar aquella maldita radio –comentó con regocijo en los ojos. El Velorio de Nicanor
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-Nunca supe que se le había roto. -¡Ahí que está! Al estar realizando uno de sus paseos vespertinos por la Plaza, desprevenidamente, el aparato se le cayó de las manos, y fue suficiente para que su prodigio de la tecnología parase de funcionar. -¿Y qué hiciste? –intenté saber. -Yo me enteré que Nicanor andaba medio descorazonado, porque según él siempre lo afirmara, su radio sólo podría ser reparado en los Estados Unidos. Entonces, en un impulso de inmodestia, yo fui hasta la farmacia para verlo. Estaba entretenido con sus cocciones prodigiosas y preparos de polvos con yerbas secas y cortezas medicinales que él siempre realizaba con maestría para curar los males del cuerpo y las zozobras del alma, según lo afirmaba. En aquel momento, le dije que yo me animaba a restaurarle gratis su radio. -¿Y él que te dijo? –pregunté con ansiedad. -Me miró séptico, vaya a saber pensando en qué, y finalmente apuntó: -¿Estás seguro? Pero, ahora ya no vale más mi propuesta… ¡No te lo voy a regalar!
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-Comprendo. Aquello fue un acto de arrobo que él tuvo, para poder mostrase ante todos –añadí despreocupado, sin saber lo que decirle. -Medio cariacontecido, él me extendió el aparato y permitió que yo intentase arreglarlo, no sin antes señalarme: ¡Ve bien lo que vas hacer! -Una semana más tarde, cuando se lo entregué de vuelta funcionando que ni nuevo, él me pasó a llamar de doctor, ingeniero, mago, especialista y otros títulos más que, viniendo de quien venía, en esas galimatías mezcladas de jergas, acentos y epítetos que él hablaba cuando se ponía nervioso, en ese momento no supe evaluar si lo estaba haciendo por ironía o por gratitud. -En ese caso, yo creo que fue por pura gratitud – afirmé convicto, por ya conocer los sentimientos exvotos de Nicanor. -Hoy no me caben dudas a ese respecto, porque si te lo digo, no me vas a creer –confesó Félix con los ojos empapados por un acumulo de lágrimas contenidas. -¿Te pagó el arreglo? –quise saber indiscreto. -Mucho más que eso, -anunció Félix con alegría en la mirada-. Fue él, quien me prestó el dinero para poder abrir mi propia tienda. Puedo decirte que, a partir de ese día, nació nuestra sincera amistad. El Velorio de Nicanor
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Indudablemente, por algún motivo que escapa a mi ignorancia, no pude dejar de pensar que en un velorio, las personas consiguen expresar sus sentimientos de una manera inconsciente, unos recordando ciertos pasajes con alegría, en cuanto otros lo realizan con pesar y tormento, pues mientras Félix demostraba toda su gratitud con el fallecido, aquel grupo de ancianas que renovaba su conjunto a todo instante y rejuvenecía la misma letanía de plegarias y rezos para encomendar el alma de Nicanor, no paraba de mascullar enajenaciones en un rincón de la pieza. Enfrascado
en
esas
divagaciones
del
comportamiento humano, percibí que nuestro grupo se volvía a reunir del lado de afuera de la habitación, quizás, huyendo del pernicioso olor de flores frescas mezclado al sebo de las velas quemadas, que tan bien disimulaban la descomposición del interfecto. Me acerqué hasta ellos a tiempo de escuchar el relato de Samuel, el tendero. -Un cierto día necesité viajar con Nicanor para la capital. Sin embargo, en un primer momento, él no llegó a conjeturar profundamente sobre los posibles agobios que un desplazamiento de tren puede causar en un hombre sin mucha experiencia en ese tipo de El Velorio de Nicanor
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convoyes, ni en el tipo de espécimen que viaja en nuestros vagones. -Pero Nicanor tenía costumbre de viajar en tren. Ciertamente, ya habría andado en ellos en el país de donde venia –criticó Omar, pareciéndome que lo expresaba para querer desmerecer el relato de Samuel. -Hasta puede ser verdad. Pero, en nuestro país, ¡hasta ese momento, nunca! –retrucó el tendero, como para poner más prosopopeya en el contenido de su anécdota. -Está bien, contanos de una vez lo que ocurrió, intervino Mauricio. -Pues les digo que hoy vivimos en una época de nuevos idealismos llenos de energías compulsivas anónimas, con una efervescencia emoliente a martillar el monolitismo de los florecientes corifeos modernos, que si no nos damos cuenta, muchas veces, los tres minutos de gloria permanecen al acecho sólo aguardando por la incauta pureza de los deslumbrados que andan en busca de inútiles notoriedades. -¿Por qué motivos nos largas todas esas flores? –interrumpió Gervasio. -Es una introducción filosófica que le quise dar al asunto, -nos dijo. El Velorio de Nicanor
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-Eso es filosofía barata, que se produce después de tomar medio litro de vino… ¿Está en pedo Samuel? – preguntó el gordo Omar, mientras se rascaba la pelada. -Déjate de floreos y doctrinas metafísicas y anda directo al grano, carajo –retrucó Apolinario, que hacía poco volviera a integrarse junto a nosotros. -Pues les digo que ese día, nosotros íbamos en el tren y, sorprendentemente, Nicanor notó que en el banco a nuestra frente había una rubia estupenda, vestida con una minifalda muy corta. -¿Una mina? –preguntó Gervasio, agrandando los ojos. -Les juro que nosotros intentamos no fijarnos en sus preciosos muslos, pero resulta que el poder de atracción que uno siente ante aquella dadivosa visión, no te permite dominar el impulso de la mirada, y sentís que los ojos insisten en no querer apartarse de tan maravilloso paisaje, explicaba Samuel, relamiéndose los labios quizás por recordar la imagen. -¿Y la mujer no les dijo nada? –interrogó Omar con su permanente ansiedad desmesurada. -Después de haber estado bichado ese paisaje un buen rato, a cierta altura de los acontecimientos, Nicanor me da un codazo y me hace señas para que yo también El Velorio de Nicanor
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mirase, porque parece que él se dio cuenta que la chica iba sin su ropa interior. -¿No me digas? -Félix exclamó asombrado, mientras los otros le recriminaron furiosos: -¡Cállate, pelotudo, que nosotros queremos saber lo que pasó! -La rubia, que no tenía nada de boba, luego descubre que Nicanor le está mirando justo allí, pronunció Samuel con sorna, mientras sus ojos bajaban hacia las partes pudientes del que estaba de pie a su frente-, y con una cara de lo más deslavada, la mujer le dijo: -Vos me estás mirando la chichula… ¿Verdad? -¿Y que hizo el viejo? –preguntó Félix, casi babeándose. -Nicanor no tuvo como escaparse del embarazo, y se vio obligado a decirle: -¡Sí!, discúlpeme moza… –fue respondiéndole todo sonrojado tras apartar ligero la mirada, y al momento que yo disimulo que no es conmigo, y me pongo a mirar por la ventana del tren. -¿Y ella no le encajó un cachetazo? –comentó Apolinario todo sonriente.
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-¡Que nada! Ella ni se inmutó…, siguió mirándolo con cara desfachatada… -Entonces él tuvo suerte que ella no le dio una bofetada –rezongó Mauricio, comentando la situación por decir alguna cosa. -Que nada, no les digo que la mujer lo miró con escarnio y luego le pronunció toda cínica: -Está bien, no te preocupes abuelo…, ¿Sabes? Ella es muy hábil… la tengo bien adiestrada. -¿A quién? ¿A la chichula? –todos preguntamos. -En ese momento, -dijo Samuel- yo la quedé mirando sin decirle nada, pero Nicanor la interrogó medio abismado: -¡Ah, sí! ¿En qué cosas? –pronunció, haciéndole la pregunta con un tono de voz afable y una sonrisa, y con el mismo rostro de caradura que él ponía. -En ese momento la chica le dijo: –¡Mira esto!, yo voy a hacer que mi chichula te guiñe un ojo… ¿Te gusta? –apuntó la rubia. Y dicho y hecho, enseguida la vimos cómo hacia que su chichula nos echara un par de guiños. -¡Fantástico! ¡Fabuloso! ¡Qué lo parió! –nos pusimos a exclamar ante el relato que Samuel nos hacía.
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-¿Y a esas alturas, que hicieron ustedes? –quiso saber Apolinario, todo emocionado con la picante historia. -Nicanor, totalmente enajenado y admirado por los movimientos que la mujer realizaba tan diestramente, enseguida le preguntó qué otras cosas ella le había enseñado y que ocurrencias más sabía hacer su chichula. -También puedo hacer que te tire un beso – pronunció ella con pachorra, y en ese momento yo noto que la chica se sube un poco más la falda, como para que ambos pudiésemos tener una vista completa y despejada de todo el contexto. -Acto seguido, Nicanor y yo, vimos que la chichula, increíblemente, contrae sus labios y nos tira un beso con sonido incluido: ¡¡Muacc!! -¡No puede ser! ¡Me estas jodiendo! –reclamó Gervasio con el rostro fascinado. -Les juro que yo no pronuncié ni un pio, pero Nicanor sintió un escalofrío, y casi babeando, no podía creer que estaba delante de semejante expresión de raro talento.
Entonces,
advirtiendo
que
él
estaba
deslumbrado por sus artificios, ella le dijo:
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-Ven y siéntate a mi lado, abuelo… Sugiriendo con movimientos sensuales, que estaba visiblemente entrada en calor. -¡No te creo! ¡No te creo! –protestó Omar con ojos desquiciados. -Nicanor, ni corto ni perezoso frente a esa inusitada oportunidad, enseguida se sentó a su lado. Una vez ubicado, la rubia, entonando una voz melosa, le pregunta: -¿No quieres meter un par de dedos dentro? -Paralizado de asombro, Nicanor frunció sus cejas de espanto y le respondió: -¿No jodas? ¿No me digas ahora que ella también sabe silbar?
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-Al final de cuentas, ¿alguien descubrió como fue que se murió? –quiso saber Félix, volviendo otra vez al tema de la muerte en la cama. -Cuando vuelva a casa, voy hacer una pesquisa en la enciclopedia –anuncié con escarnio, al mismo tiempo que todos me miraron sorprendidos por mi sentencia. -¿Se puede saber para qué? Seguramente que allí, todavía no va constar nada –se apuró a explicar Mauricio. -Yo solamente quiero descubrir quién es la más chusma de todos, si el hombre o la mujer –le manifesté con sarcasmo y más serio que perro en bote, como si quisiese apartar el tema que, vuelta y otra, resurgía como fárrago en nuestra reunión. -No me vengas con moralidades y escrúpulos de tiquismiquis, porque quieran o no, no se puede negar que éste es un hecho intrigante –me retrucó con mala hierba. En ese momento, a alguien se le ocurrió preguntar si Nicanor tenía algún pariente, y si acaso ya habían avisado a algún deudo distante. Pero Omar se adelantó y pronunció con irrisión:
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-Te imaginas si alguien te llama por teléfono, y te dice: ¡Su pariente fulano de tal, acaba de morirse con el pito duro! ¿Qué haces en ese caso? -¿No me digas? ¿También tenía el pirulo de pie? –quiso saber Agapito, y poniendo ojos desorbitados al enterarse de la pillería de Omar. -¡Que lo parió! –exclamé sobresaltado, pero me pareció que fue algo medio subido de tono, porque de inmediato, todos se volvieron para mirarnos. -Ustedes son peor que la peor de las gentuzas. – continué diciendo en voz baja-Ahora van inventar que lo encontraron en un bacanal… Ustedes son bien capaces de decir que el hombre se murió en medio de una orgía descomunal. -Y anda a saber si no es verdad -advirtió Samuel- Él siempre andaba preparando esos menjunjes bravos que hacía con ramitas de esto, hojitas de aquello, destilando unos potingues especiales que daba miedo sólo de olerlos. -Él no era mucho de contar nada, pero una vez le ocurrió una cosa desastrosa, porque se tomó una de las porquerías que había preparado, y tuvo una reacción física similar a la peste, y se pasó más una semana debatiéndose entre cólicos espasmódicos y un dolor El Velorio de Nicanor
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intestinal que casi lo dio vuelta las tripas como a una media –expresó Félix de forma lacónica. -¿Y vos como te enteraste, si él no contó nada al respecto? -Porque justamente, esa semana yo había ido a preguntarle lo que él me recomendaba para tener un poco más de cuerda, y resulta que él no se animaba a prepararme nada, por causa de los efectos desastrosos de un licor que había inventado. -Mira como la gente descubre las cosas – anunció Gervasio riéndose. -No embromes, hombre. Ustedes bien saben que él tenía manía de andar arrastrándole el ala a cuanta mujer se le aproximase, y recuerden que siempre nos decía: -Quien desprecia un amor, no merece ser amado, por eso yo no desprecio ninguno. -No lo digo por él. Me refería a vos, que siempre te haces la mosca muerta. -¿No te parece que es un poco temprano para andar cargándome con esas cosas? ¿Será que ninguno de ustedes recurrió a las pócimas que él recetaba? -Yo me acuerdo que Nicanor me mandaba tomar una taza al día, -comenzó a deschabarse OmarEl Velorio de Nicanor
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…de un tónico energético preparado ya sea a través de decocción, polvo, tintura o extracto de la raíz de Ginseng hervida en un litro de agua. El me decía que los estudios desarrollados en Asia en el siglo X, mostraron que aumentaba la producción de miel entre las abejas y hasta potencia el desarrollo de esperma en los toros –señaló rascándose la pelada, tal vez, para precaviéndose de que alguno quisiese tomarle el pelo que le faltaba. -A mí me recomendaba el Yohimbé o corteza del Corynanthe Yohimbi, porque es uno de los remedios naturales más efectivos contra la disfunción eréctil, -fue la vez de Samuel- …ya que contiene sustancias que aumentan el flujo sanguíneo de la zona genital, lo cual ayuda a mejorar la fuerza y calidad de la erección y eyaculación. Sin embargo, me advertía que es importante observar que el consumo de Yohimbé a largo plazo, causa hipertensión, dolores de cabeza, ansiedad, sofocos y ataques cardíacos. Por ello, su consumo debe ser siempre controlado –exteriorizó conmovido, al dejarse llevar por los amigos y confesar su secreto de reciedumbre. -¡Nicanor era un maestro para esas cosas! – Advirtió
Agapito
con
semblante
satisfecho-
Probablemente mi caso fuese menos problemático, El Velorio de Nicanor
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porque a mí, me decía que debía comer Avena todos los días, ya que es un cereal fortificante, nutritivo y reconstituyente, y es rica en fibra y baja en grasa. Me contaba que cada 100 g, contienen 13 g de proteínas, 55 mg de calcio y 4.6 mg de hierro. Afirmaba que por su sencillez, la avena suele pasar inadvertida como un estimulante natural. Sin embargo, se trata de un potente alimento regenerador que ayuda, a mediano plazo, a los hombres con problemas de erección. -Si vamos a deschabarnos, -fue la vez de Mauricio hablar-, les cuento que me mandaba hervir 15 g de raíz de Zarzaparrilla en una taza de agua, durante 5 minutos. Después, filtrarla, endulzarla con miel y tomar enseguida dos veces al día. Nicanor contaba que la zarzaparrilla es una planta silvestre, pero son las raíces las que se utilizan con fines curativos, ya que poseen componentes similares a la base de la testosterona, deficitaria entre los hombres con dificultades de erección… Yo sólo la tomaba por precaución –se atajó a decir, antes que los otros se riesen de él. -Nicanor tendría que haber sido urólogo. ¡Las sabía todas! Siempre tenía una recomendación para dar, y en mi caso –apuntó Apolinario con empuje en la voz-, me mandaba añadir 30 g de semillas de Ginkgo Biloba El Velorio de Nicanor
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en agua fría y hervirlas a fuego lento durante 20 minutos. Después tenía que colarlas y beber una taza dos veces al día. Él afirmaba que las semillas de ginkgo, preparadas en infusión, extracto o en polvo, aumentan el riego sanguíneo en especial, en el área del cerebro como el periférico,
favoreciendo
incluso
el
área
genital
masculina. -A mi me parece que Nicanor tenía algo de mago, brujo o doctor, -aseveró Gervasio con la fisonomía circunspecta y la espalda arqueada para atrás-, porque él preparaba con maestría un monte de remedios caseros para los dolores de hígado, cólicos de vesícula producidos por cálculos o piedras; para calmar la acidez estomacal, nauseas y mareos; para bajar la presión arterial; para calmar los dolores provocados por el ácido úrico, o la gota; para el reuma y la artritis; para eliminar los gases, para los dolores menstruales, el bronquitis, asma o catarro, resfrío, gripe o fiebre, y cuanta cosa uno pudiese estar sintiendo… -Lo dirás por experiencia –intervino Félix sacándolo de ese recitado rosario de malestares y achaques. -¡Esta bien!, –me entremetí yo-. No creo que sea una buena hora, ni el mejor lugar para continuar El Velorio de Nicanor
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contando sandeces. Déjenlo para el club, cuando todos estemos metidos con las barajas, -les dije, mismo sabiendo que el tema nunca más vería la luz del sol. Después de mi intervención, entre nosotros se formó un silencio molesto, abrumador, tal vez porque cada uno estuviese enumerando reflexivamente los desagravios que eventualmente hubiesen tenido con el fallecido. Pero cada uno estaba taciturno, y dejaba percibir libremente sus rostros entristecidos y desolados, al sopesar las particularidades que otrora los había aproximado de Nicanor. -Y al final, ¿él tenía parientes, o no? –quiso saber Apolinario, el del hotel, sacando a todos de su modorra meditabunda. -No creo, o al menos nunca lo mencionó. Yo se que él nació en Rusia –insinuó Omar detrás de su voluminosa barriga. -Él no era ruso. Nació en Ucrania, más específicamente en Crimea. En un pueblo que queda entre los mares Negro y Azov, al sudoeste del país. No sé bien si era cerca del delta del Danubio, el río que sirve de frontera con Rumania –afirmé con convicción, ya que conocía un poco de su pasado.
El Velorio de Nicanor
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-A mi me contó que los antepasados de su familia, habían participado en las luchas de casi todas las guerras que hubieron en aquel país –pronunció Mauricio haciendo una mueca de indiferencia. -¿De cuáles? Porque no fueron pocas. Hace más de un milenio que esos locos viven en guerras –quiso saber Samuel, confirmando una verdad. -Una vez –me antepuse a narrar-, Nicanor me prestó un libro de historia que decía que durante los siglos X y XI, el territorio de Ucrania era el centro de un Estado poderoso y prestigioso en Europa, y que se había establecido con base a las identidades nacionales ucranianas y de las demás naciones eslavas orientales de los siglos subsecuentes. La capital del principado era Kiev, conquistada a los cazares por Askold e Dir por vuelta de 860; y la elite del principado era formada, de inicio, por varegues, un grupo de suecos provenientes de Escandinavia, que más tarde fueron asimilados a la populación local de modo a formar la dinastía Rurik. -Ciertamente, antes de esa fecha ya habrían existido
otras
guerras
–dijo
Gervasio,
queriendo
fortalecer mi narración con su comentario. -Es
probable
–comenté,
y
les
continué
describiendo: -Pero ese Principado era formado por El Velorio de Nicanor
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diversos dominios gobernados por príncipes ruríkidas emparentados. Kiev, el más influyente de todos los dominios, era codiciado por los diversos miembros de la dinastía, lo que llevaba a enfrentamientos frecuentemente sangrientos. La Era Dorada del principado coincide con los reinados de Vladimir, el Grande (980-1015), que aproximó su Estado del cristianismo bizantino, y el de su hijo Yaroslav, el Sabio (1019-1054), que vio el principado atingir el zenit cultural y militar. -El proceso de fragmentación que se siguió, fue interrumpido, en alguna medida, por los reinados de Vladimir Monomakh (1113-1125) y de su hijo Mstislav (1125-1132), pero el territorio terminó por desintegrarse en entidades separadas después de la muerte de aquel último príncipe. La invasión mongol del siglo XIII, conferiría al principado, el golpe de misericordia del cual nunca se recuperaría. -¿Interesante, no? La mayoría de los pueblos hace su historia en base a golpes y porrazos sobre los intereses de los demás –mencionó Félix, que generaba un soplo de aire en el ambiente, cada vez que meneaba la cabeza para afirmar sus pensamientos. -La historia de ese país es muy larga, pero abreviando, les puedo decir que a ese primer principado, El Velorio de Nicanor
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lo sucedieron los Principados de Halych y de Volodymyr-Volynskyi, posteriormente fundidos en el Estado de Halych-Volynia. Pero en mediados del siglo XIV, ese Estado fue conquistado por Casimiro IV de Polonia, en cuanto que el cerne del antiguo Principado de Kiev paso al controle del Gran-Ducado de Lituania por causa de un acochambrado casamiento entre soberanos de Lituania y Polonia… -Y después vinieron los rusos y los molieron a palos –interrumpió Omar. -Que nada -avisé-, antes que eso sucediese, ese pueblo tuvo un montón de problemas más –corregí categórico- Fíjense que en 1569, se creó la Comunidad Polaco-Lituana que pasó de una mano a otra el control de la elite rutena en un proceso de “Polonización” forzada. Después, en 1596, Segismundo III intentó crear una Iglesia Católica Griega, pero los plebeyos se sublevaron para el lado de los Cosacos, que eran ortodoxos, y en mediados del siglo XVII crearon el Estado Cosaco. Posteriormente, la gran rebelión cosaca de 1648 contra la Comunidad y el rey Juan II Casimiro, llevó a la partilla de Ucrania entre Polonia y Rusia después del tratado de Pereyaslav y de la guerra Ruso-Polonesa.
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-Con la partilla de Polonia en final del siglo XVIII entre Prusia, Austria y Rusia, el territorio correspondiente a la actual Ucrania fue dividido entre los Imperios Austríaco y Ruso. Más tarde los ucranianos tuvieron un papel importante en el seno del Imperio Ruso, participando de las guerras contra las monarquías europeas
orientales
y
el
Imperio
Otomano.
A
continuación, el régimen zarista pasó a ejecutar una dura política de "rusificación", prohibiendo el uso de la lengua ucraniana en las publicaciones y en público. -¿Y en qué guerra, los antepasados de Nicanor pelearon? –volvió a preguntar Mauricio, ahora un poco más interesado en mi narrativa. -Creo que fue contra el Imperio Otomano, porque después, con el colapso de los Imperios Ruso e Austríaco y más tarde con la Primera Guerra Mundial, bien como con la Revolución Rusa de 1917, vino el resurgimiento del movimiento nacional ucraniano en favor de la auto-determinación. -Fue entre 1917 y 1920 que diversos Estados ucranianos se declararon independientes, formando: la Rada Central, Hermanito, Directorio, la República Popular Ucraniana y la República Popular Ucraniana Occidental. Con todo, la derrota de aquella última en la El Velorio de Nicanor
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Guerra Polaco-Ucraniana y el fracaso polonés en la Ofensiva de Kiev (1920) cuando la Guerra PolacoSoviética, hicieron con que la Paz de Riga, celebrada entre la Polonia e os bolcheviques en marzo de 1921, volviesen a dividir a Ucrania; y la porción occidental fue incorporada a la nueva Segunda República Polonesa y la parte mayor, al centro y en el este, se transformó en la República Socialista Soviética Ucraniana en marzo de 1919, posteriormente unida a la Unión das Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuando esta fue creada en diciembre de 1922. -Más tarde, bajo el garrote de Stalin y para atender la necesidad de mayores suplementos de alimentos
y
para
financiar
la
industrialización,
establecieron un programa de colectivización de la agricultura por el cual el Estado combinaba las tierras y los rebaños de los campesinos en haciendas colectivas. -El proceso era garantido por la actuación de los militares y de la policía secreta. Los que se resistían, fueron presos y deportados. A seguir, el hambre se generalizó, y este processo histórico, conhecido como “Holodomor” o Genocídio Ucraniano, llevó a millones de personas a morirse de hambre.
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-Después, se les vino la Segunda Guerra
Mundial y ellos tuvieron que luchar contra los nazistas y los soviéticos –agregó Samuel con rostro severo. -Por lo que se –pronuncié con inquietud-, antes hubieron dos ondas de expurgos (1929-1934 y 19361938) que resultaron en la eliminación de cuatro-quintos de la elite cultural de Ucrania. Es en una de ellas, que los padres de Nicanor se mandaron mudar. -A mi me contó que salió muy chico de allá – anunció Félix- Dijo que primero huyeron para Moldavia, unos meses después a Bulgaria, y a continuación, parece que estuvieron unos años en Grecia, hasta que finalmente, volvieron a huir para España, que fue cuando llegaron al puerto de Cádiz, donde Nicanor creció y estudió. -Sera que Nicanor, no era descendiente directo de ese tal de “Vladimir - el Grande”. Yo lo digo por causa de su falo, ¿no? –Omar manifestó irónicamente haciendo alusión al mote del otrora rey ucraniano.
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Aun estábamos desentrañando la historia de Ucrania, cuando de pronto percibimos la llegada de David, el dueño del conceptuado taller mecánico “El Artífice de los Motores de Piedras Verdes”, que al verlo, Apolinario no pudo dejar de exteriorizar estoico y en el acento de quien le habla a un retardado: -El infeliz parece que está más desorientado que morcilla en ensalada de frutas. -¡Míralo! Está más firme que rulo de estatua – comentó alguno de nuestra rueda. -¡Pobre!, parece más desubicado que aceituna en pan dulce –expuso Omar, siguiéndole la corriente. David, de niño, había tenido una cierta enfermedad
desconocida,
y
los
médicos
habían
determinado que esa contrariedad, fue la que acabó por perjudicar el desarrollo físico, y desde muy chico, siempre había sido un sujeto muy bajito. Obviamente que de mayor, nunca le faltaron los comentarios venenosos que corrían en la boca de los aldeanos diciendo que, de tan petizo, le tenía que hacer ruedo a los calzoncillos. Otros un poco más hirientes, El Velorio de Nicanor
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comentaban riéndose a sus espaldas, apuntando que, de tan bajito que era, si se subía los calcetines, nadie le veía la cara. Claro que la cosa no era para tanto. Más bien, yo me animaría a decir que David era tan pequeño, que el pelo de la cabeza, siempre le olía a pata. En fin, nadie puede andar por ahí menospreciando los defectos físicos de los demás, sin mirarnos en el espejo; por eso, aparté de inmediato ese tipo de pensamientos ambiguos que su figura imponderable me proporcionaba. El hombrecito no era integrante de nuestro clan del club, pero después que murmuró algunas jaculatorias compungidas a los pies del cajón de Nicanor, Gervasio el panadero, le envió una señal con la cabeza que, mas allá de saludarlo, lo invitaba a acercarse a nuestra rueda. Al arrimarse, todos los saludamos sobriamente con un apretón de manos; algunos con una palmadita en la espalda; ciertos, con alguna frase conteniendo palabras entristecidas sobre la repentina partida de nuestro amigo en común. Pero para nuestra sorpresa, David pronunció sereno: -Si la tierra nos alberga de un modo tan ilusorio, estoy seguro que la tierra no es otra cosa que un albergue
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transitorio. Por ese motivo, no hay que tomar tan en serio la vida… ella no es permanente. Todos prontamente cruzamos nuestras miradas al sentirnos aturdidos por tan florido pensamiento positivista,
mismo
que
muchos
de
nosotros
no
comprendiesen patavinas de lo que significaba el aforismo que David había pronunciado. Para quebrar el hielo que nos separaba, Gervasio decidió preguntarle si este había tenido mucha intimidad con Nicanor, a lo que nos respondió: -Desde la época en que él había comprado aquel Chevrolet Impala, cola de pescado… -¿Se recuerdan? –preguntó David, lanzando las palabras al techo, para ver si todos lográbamos escucharlo desde el piso. -¿Cual? –le respondió preguntando Agapito, poniendo un timbre de asombro en sus ojos. -Aquel coche celeste que tenía un montón de linternas
traseras,
con
el
guardabarros
posterior
levantado, que se asemejaban a la cola de los pescados – expuso sabiondo, al tratar de un tema que era su predilección. -¡Claro! Fue el primer coche que él se compró – corroboró Samuel. El Velorio de Nicanor
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-Pues bien, todo inició en cierto día cuando él llegó de visita a mi taller, y cuando lo vi lleno de jovialidad, le pregunté: -¿Por qué tanta alegría, Nicanor? -Es que hoy tuve una experiencia religiosa increíble –me confesó con un sello de felicidad estampado en su semblante. -¿Pasaste por la iglesia? –indagué sin pretender darle mucha importancia al asunto, ya que estaba entretenido en mis cosas. -Cuando finalmente Nicanor se apoyó en el mostrador, me explicó socrático: -¡No! Es que pasé por la librería de Raúl, y encontré una calcomanía para el auto, que decía: “TOCA LA BOCINA SI AMAS A DIOS”. Dado que había tenido un día muy malo, decidí comprarla y pegarla en el parachoques del coche. -En ese momento, -continuó David-, yo dejé escapar una mueca disímil en mis labios, por no alcanzar a comprender el motivo de sentir tanta alegría por causa de una simple calcomanía. Pero no le dije nada. Entonces, valiéndose de mi silencio, él prosiguió cadenciosamente con su relato.
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-Al salir conduciendo por la avenida -me empezó a explicarme Nicanor-, luego llegué hasta el cruce con la carretera que, a esa hora, se notaba estar muy complicado y con muchos vehículos transitando de un lado a otro. La temperatura exterior era de unos 37 grados y ya era el horario de salida de las oficinas. Como vi que la luz del semáforo estaba roja, me quedé parado en la travesía, pensando en el Señor y en todas las cosas buenas que me había dado en la vida... -A esas alturas, -seguía narrando David, imperturbable-, yo paré lo que estaba haciendo y lo vi emitir un leve suspiro, para en seguida continuar a hablarme con parsimonia: -No me di cuenta –me dijo meneando la cabeza, de que la luz del señalero se había puesto en verde, pero en ese momento yo descubrí que muchas otras personas también aman al Señor, porque inmediatamente, ellos comenzaron a hacer sonar sus bocinas... ¡Fue un momento maravilloso! -Mientras Nicanor proseguía con su relato, avisó el pequeño-gran mecánico-, yo lo miré de forma irreflexiva mientas enarcaba mis cejas en una clara rúbrica de discordancia con la recitación que estaba
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escuchando.
Pero,
por
respeto,
continué
callado
escuchando su relato. -Entonces, sintiéndose más animado, me dijo: La persona que estaba detrás de mi auto era, sin duda, muy religiosa, ya que esta tocaba su bocina sin parar y me gritaba: -¡¡¡Dale… por el amor de Dios...!!!. Justamente, en ese momento, me pareció que, dirigidos por ese desconocido, todos comenzaron a hacer sonar sus bocinas –me expuso radiante de alegría. -Yo abrí aun más mis ojos de espanto, pero Nicanor continuó como si nada, y agregó: -¡Claro! Yo les sonreí y aproveché para saludarlos con la mano a través de la ventanilla abierta, porque me imaginaba estar totalmente emocionado. –En ese momento, Nicanor echó un suspiro desmayado, y continuó: Enseguida, vi que un otro muchacho me saludaba de una manera muy particular, levantando únicamente el dedo medio de la mano. Entonces, le tuve que preguntar a Benito, el nietito de mi empleada que, en ese momento, estaba junto conmigo en el coche, y averigüé que era lo qué quería decir ese tipo de saludo. -Les confieso que yo cerré mi boca, -nos dijo David con ojos agrandados-, porque a esas alturas, se me El Velorio de Nicanor
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había caído la quijada. Pero él ni se inmutó, y prosiguió contándome: -El botija me contestó que era “un saludo hawaiano” de buena suerte. Entonces yo saqué mi mano por la ventana y saludé a todos de la misma manera. Enseguida vi que el chico se doblaba de la risa. Yo supongo que era por la bella experiencia Religiosa que estaba viviendo –pronunció finalmente en medio a una mueca de sospecha. -Lo agarraron a trompadas, me imagino – comentó Mauricio con insipidez. -¡Que
nada!,
yo
continué
asombrado
escuchando su relato, no sabiendo que responder, pero Nicanor estaba con toda la cuerda, y prosiguió hablándome como si nada: -En ese momento –pronunció Nicanor radiante-, vi a dos hombres de un auto cercano, que se bajaron y comenzaron a caminar hacia mi coche; creo que para rezar conmigo o para preguntarme a qué templo voy, pero en ese momento, fue cuando noté que la luz estaba verde. Entonces, volví a saludar a todos mis hermanos y hermanas y atravesé el semáforo. Después de conseguir cruzar la carretera, reparé que el único auto que había podido pasar, era el mío, ya que la luz volvió a ponerse El Velorio de Nicanor
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en rojo. En ese instante me sentí triste de tener que dejarlos allí parados después de todo el amor que habíamos compartido. Por lo tanto, paré el coche, me bajé, y volví saludar a todos por última vez, utilizando el mismo saludo hawaiano que aprendí. Después, me fui rogando a Dios por el bienestar de todos esos buenos hombres y mujeres que conocí. -¿Vos me estas cachando? –advirtió Gervasio con malhumor. -Para nada. ¿Por qué? –se sorprendió David atrás de un bostezo. -Porque
Nicanor
siempre
hablaba
de
la
metempsicosis –expuso Samuel. -¿De la qué? –bramó Omar, rascándose la barriga y petrificado como si hubiese acabado de escuchar un insulto. -¡Pedazos de analfabestias! –Exclamé con acento de escarnio- No sé si ustedes son más analfabetos, o más bestias de lo que parecen. -No entendí lo que Samuel dijo… Ese metalenguaje que está usando me confunde, y esa palabra, para mí, es nueva. -Él estaba haciendo referencia a una doctrina de varias escuelas orientales, renovada por otras de El Velorio de Nicanor
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Occidente, según la cual las almas transmigran después de la muerte a otros cuerpos más o menos perfectos, conforme a los merecimientos alcanzados en la existencia anterior. -Si es por eso -interrumpió Gervasio-, el alma de Nicanor, ahora puede estar escondida en la barriga de Omar, o en la cabeza de Félix. No digo en el cuerpo de David, porque es muy chiquito y no cabe… ¡Fíjense! Todos ellos son más o menos perfectos –pronunció con sarcasmo al mismo tiempo que largaba una carcajada. -Vos sos más pesado que rosario fabricado con bochas, o igual de pesado que vaca en brazos –se quejó Omar. -Recuerden hablando
de
la
que
Nicanor
espiritualidad,
siempre y
estaba
seguidamente
mencionaba que en la India, se enseñan las “Cuatro Leyes de la Espiritualidad” –declamé altisonante para correr la cortina de ignorancia que obstruía los sesos de mis compañeros. -¡Es verdad!, –confirmó Samuel- La primera de las leyes dice: -“La persona que llega es la correcta”, es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, El Velorio de Nicanor
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están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación. -Por eso que nosotros estamos siempre juntos, así no vemos llegar a ninguno –afirmó Agapito, mismo que le pareciese que lo que decía, sonaba tan falso como billete de 7 pesos. Samuel lo miro de arriba abajo con desprecio e ignoró la acotación, enseguida largó: -La segunda ley señala: -“Lo que sucede, es la única cosa que podía haber sucedido”. –sintiéndose impulsado por la fe, Samuel
comenzó
a
disertar:
-Nada,
pero
nada,
absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: “Si hubiera hecho tal cosa…. hubiera sucedido tal otra…..”. No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo. -Yo creo que esto se aplica muy bien en el caso de Nicanor, porque obviamente, lo que le pasó, era lo El Velorio de Nicanor
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que justamente le podía pasar, al querer hacer sexo a su edad –comentó Apolinario, volviendo a revolver en el asunto. Samuel amenazó ponerse furibundo y advirtió que no iba contar más nada, pero Gervasio lo desafió a que continuara, sin darles pelota a los otros. Entonces Samuel se pasó la mano por el hombro del saco, como si quisiese plancharlo o apartar algunos granos de polvo, y con altivez nos dijo; -La tercera ley menciona: -“En cualquier momento que comience, es el momento correcto”. Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuando comenzará. -¿No eran cuatro? –quiso saber Omar, siempre impetuoso. -¡Sí! por eso la cuarta y última dice: -“Cuando algo termina, termina”. Simplemente, sí algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia. -Hace
sentido
–comentó
Mauricio-
tus
explicaciones son muy envolventes y lo suficiente circundantes para explicar todo ese asunto. El Velorio de Nicanor
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-¿Qué quieres que te diga? –Habló Félix con entonación monótona- A mí, me pareció más difícil que hacer gárgaras con talco. -Yo me quedé más perdido que gusano en manzana de plástico –anunció Omar frunciendo los labios como quien hace pucheros, mientras Samuel les balbuceaba una sarta de improperios.
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De tan entretenido que nos encontrábamos al distraernos entre una historia y otra, ni cuenta me di que las horas se nos pasaron volando. Entre un cigarrillo y otro, se me habían ido las ganas de comer, y como mis compañías eran agradables, preferí continuar a conversar y observar a las personas que entraban y salían del velorio. En un determinado momento, mientras pensaba en esas banalidades sugestivas, Agapito nos hace El Velorio de Nicanor
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discretas señas para que mirásemos a un individuo que casi nadie de la rueda lo conocía. -¿Saben quién es? –preguntó rimbombante. -No me es extraño. Me da la impresión que ya lo he visto por el pueblo –comenté circunspecto mientras especulaba con mis adentros, quien podría ser. -¿Ustedes no estaban juntos aquel día que Nicanor fue al estadio? –nos aclaró. -¿Qué estadio? ¿Qué día? ¿Cuándo fue? – fuimos preguntando intrigados con la interrogación que nos hacía. -El de aquí, de Piedras Verdes. -Ese no es un estadio, es un potrero –expuse exaltado- Seguramente que si te apoltronas en la grada cerca del tejido, podes ventear el olor a pasto y polvo. -No importa. Me refería a esa misma dehesa sin hierba. -Está bien, ¿qué pasó ese día?, –quiso saber Omar. -Este sujeto, que se llama Rigoberto, en aquel entonces jugaba de punta izquierda en el cuadro “Turbión de Piedras Verdes” –explicó Agapito con parsimonia.
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-Es verdad. Yo me acuerdo que los dirigentes del club le habían puesto ese nombre más modesto, porque pensaban que si le ponían Ciclón o Huracán, se verían obligados a contratar mejores jugadores, para convenir mejor con el nombre de la entidad, –agregué al recordarme de los pormenores del bautismo de esa agremiación deportiva. -¿Bueno, y que pasó con ese tal de Rigoberto? – inquirió Mauricio. -Ese día, yo había ido con Nicanor en la cancha, y estábamos tranquilamente acomodados para ver el partido. Fue sólo comenzar el juego, y Nicanor se puso las manos a los costados de la boca como si fuese una corneta, y comienza a gritar: -¡Oh, Rigoberto! ¡Oh, Rigoberto! -¿Nicanor lo conocía? –preguntó Omar, siempre apurado para querer saber el final de las historias. -Que se yo. Pienso que no. ¿Quieren saber lo que pasó, o no? –enseguida pronunció Agapito enfadado. -¡Ta! Dale nomás –convino Félix. -Allá por la cuarta o quinta vez que el tipo escuchó su nombre, -empezó a nos decir Agapito- el hombre paró las orejas y se puso a pensar intrigado: ¿Quién será ese hincha apasionado que sólo grita mi El Velorio de Nicanor
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nombre? Y otra vez el tipo vuelve a escucharse la voz de Nicanor desde las gradas, gritando: ¡Oh, Rigoberto! -De minuto en minuto, -fue diciéndonos- con el juego en plena tramitación, surgía rimbombante aquella misma voz a partir de la grada, vociferando a pulmón lleno: -¡Oh, Rigoberto! ¡Oh, Rigoberto! -Nicanor debería estar mamado de mucho jerez –expuso Gervasio, mientras haciendo gala su tic nervioso, se escarbaba debajo de las uña para sacar un poquito más de la masa de harina y huevos. Agapito hizo de cuenta que no lo escuchó y continuó narrándonos la epopeya: -Mismo cuando la pelota se encontraba lejos del sujeto, Nicanor insistía en gritarle a todo instante: -¡Oh, Rigoberto! ¡Oh, Rigoberto! -¿Y no le decía más nada? –insistió en saber Omar, pero alguno le pateó el tobillo para que se callara. Agapito
lo
miró
como
quien
sentía
inconmensurables ganas de mandarlo a la mierda, pero se contuvo y prosiguió imperturbable: -En las propias gradas, las personas comenzaron a darse vuelta para ver si descubrían quien era el obsesivo y exaltado hincha que gritaba a todo instante por el jugador. Hasta el mismo El Velorio de Nicanor
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Rigoberto, de vez en cuando se olvidada de la pelota, y paraba de jugar para ver si descubría el fanático que tanto exhortaba en llamarlo. -Como si fuese de la nada, surgía otra vez aquella voz irritante: -¡Oh, Rigoberto! –contó Agapito después de ordenar las ideas que se le escapaban con tantas interrupciones. -Cuando finalmente terminó el primer tiempo, Rigoberto no se aguantó y corrió hasta el alambrado. Y en definitiva, ya parado frente a la grada, miró para donde estaba sentado Nicanor, y le gritó: ¿Qué fue, che? Entonces, con toda displicencia, veo que Nicanor se levanta, y protesta: -¡Rigoberto! ¡Ve si intentas poner más atención al partido! -¿Y Rigoberto no lo puteó? –preguntó el insidioso Omar. -¡No sé! Yo me fui para casa… ¿Por qué no se lo preguntas vos? Aprovecha que el tipo está allí. Todos nos miramos medios capciosos, pero en ese momento surgió la voz de Samuel que nos dice con entonación satisfecha: El Velorio de Nicanor
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-Ya que estamos hablando de juegos, ¿qué tal si organizamos un campeonato de Dominó, y le ponemos el nombre de Nicanor como una manera de prestarle nuestro póstumo homenaje? –propuso Samuel todo exaltado. Todos volvimos a intercambiar miradas, sólo que de esta vez, ellas eran incontrovertibles. Parecería que la propuesta agradaba a todo el mundo y todos estaban dispuestos a participar, hasta David, que ya se había pegado a nuestro grupo que ni mosca encima de una torta de nata, y nos miraba de ojos abiertos que ni lechuza al medio día en el medio de la plaza. -¿A vos no te gustaría trabajar en el cine? Podrías trabajar de coadyuvante en la película de Blanca Nieves, o hacer el papel de Pulgarcito –Le preguntó Omar con mofa, cuando le dirigió la palabra al pequeño gran mecánico, ya que éste era menor que él. -Este es más seguidor que pedo en sobretodo – comentó Apolinario al mascullar su opinión en mi oído, como si fuese nada más que un reflejo condicionado. -Pero tendría que ser en todas las modalidades – induje no sé porqué, apoyando la idea de Samuel, y sin importunarme con el comentario ordinario realizado por Apolinario. El Velorio de Nicanor
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-¿Estás loco? Se haría larguísimo –exhortó el tendero, reclamando de mi idea. -Estoy seguro que a Nicanor le gustaría que fuese así –agregué, haciendo hincapié en mi propuesta y buscando aprobación en la mirada de los demás. -Por ejemplo, tal vez podríamos aceptar al máximo tres rodadas de pareja para cada modalidad – propuso
Agapito
encorvando
sus
hombros
para
acompañar el compás de sus ideas. -¿Cómo, que tres rodadas de parejas? No entendí
–pronunció
Mauricio,
como
si
estuviese
desubicado en la consonancia de la conversación. -Yo digo que si la gente se anota para participar en la modalidad del “Dominó Internacional”, como éste se juega de 2 ó 4 parejas, haciéndolo hasta que alguna de ellas consiga sumar los 200 puntos; a lo máximo, podríamos limitar a que se inscribiesen solamente 12 parejas –planteó Agapito. -¡Claro! Y si quieren jugar al “Dominó Latino”, que se hace con dos equipos de 2 jugadores cada uno, en ese también podrían anotarse 12 personas –ideó Gervasio, concibiéndose entusiasmado con el asunto. -Igual, porque si algunos prefieren jugar al “Dominó Marabino”, o al “Dominó Ponce”, que El Velorio de Nicanor
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generalmente se pueden jugar con dos equipos de 2 jugadores cada uno, aunque la duración de las partidas variaría conforme cada modalidad, habría un máximo permitido de inscritos. ¿Qué les parece? –acotó Félix, que me dejaba mareado cada vez que meneaba su cabezota. -Pero no se aplicaría al “Dominó Futbol” ó al “Cubano” o quizás al “Decimal”, que se pueden jugar individualmente. En todo caso, si aceptamos que se jueguen todas las modalidades, va faltar gente en el pueblo –anuncié comedido, porque de la manera que todos se envolvieron en la idea, me di cuenta que estábamos siendo irreales. Mientras
continuamos
perdidos
con
esas
divagaciones de querer organizar un certamen de aficionados al Dominó, noté que los ojos de Apolinario bailaban de alegría, probablemente, presumiendo que su hotel muy pronto estaría repleto de esos propensos participantes
y, su
caja registradora, ciertamente
acumularía mucho más que las parcas monedas que arrecadaba diariamente. En ese momento, escuchamos la voz de Agapito, que inconscientemente preguntó si Nicanor habría aprendido a jugar tan bien en donde había nacido. El Velorio de Nicanor
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-¿Pero no acabaste de escuchar que Nicanor salió
de
allá
en
pañales?,
–protestó
Gervasio-.
Despertarte, porque me parece que vos estás más perdido que marinero en Bolivia –le dijo sacudiendo su mano como si fuese un saludo, pero creo que lo hacía para que se le despegasen los pedazos de pan seco que tenia debajo de las uñas. -Tengo entendido, que él había aprendido a jugar en Cádiz, puesto que esa modalidad de juego es muy común en España –anuncié perentorio y preciso, porque una vez se lo había preguntado a Nicanor mientras tomábamos una copita de jerez. -Pero él sólo fue a Cádiz para estudiar. Me parece que vivía en una ciudad que se llamaba Sanlúcar de Barrameda –certificó Samuel. -¡Sí!, cuando digo Cádiz, me refiero a la provincia. Sanlúcar es un municipio –resalté sin más, y pensando que una vez allí, también fue el lugar en que le tomó el gusto al jerez. -Nicanor me dijo una vez, -empezó a comentar Samuel profesoralmente- que toda esa región fue muy vapuleada por diversos conquistadores. La cosa se inició con los fenicios que instruyeron la primera colonización de la región, después vinieron los tartesios procedentes El Velorio de Nicanor
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de África, los siguieron los romanos en la época del Imperio, hasta que alrededor del siglo IX, los invadieron los mudéjares. Como si fuese poco, después estuvieron las luchas de la reconquista cristiana con el rey Alfonso X. -Y te olvidaste de
Bonaparte
–intervine
socrático, para provocarlo. -Eso ya fue por mil ochocientos y pico; pero allí hay que incluir las Cortes de Cádiz que intentan crear un nuevo régimen que duró hasta la vuelta de Fernando VII. -Pobre Nicanor, se pasó toda la juventud escapando de las guerras –suspiró Omar con aire de resignación. -A quien le tocó vivir en Europa y Asia, sabe que siempre fue así desde que el mundo es mundo, y las tribus luchaban por dominarse uno a los otros –filosofó Samuel. -¡No me jodan! –Prorrumpió Agapito con menosprecio- Las únicas luchas en que Nicanor participó, fueron las que realizaba entre las sábanas. -Es probable que la constante inestabilidad política, fuese lo que lo movió para arrimarse a estos pagos –quiso testificar Gervasio, que me tenia nervioso, porque continuaba a escarbarse las uñas. El Velorio de Nicanor
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-Yo les puedo garantir, que lo que lo forjó a esconderse en estos andurriales, fueron las polleras ajenas –finalmente pronuncié en un bisbiseo, como si quisiese esconder una confidencia.
11
Al apreciar que me encontraba algo mareado, me aparté despacio del recinto para tomar un poco de aire menos mefítico. Calculé que debería ser la corrupción de la atmosfera, pues con tantas flores frescas, un aura viciada flotaba en el ambiente permitiendo que las fastidiosas moscas hostigasen a las personas. A todo eso, había que sumarle los inmensos velones que eternizaban a quemarse lánguidamente alrededor del féretro de Nicanor, en cuanto iban desparramado una luz que los romancistas llamarían de tenue, y que dejaba un resplandor corrompido de
El Velorio de Nicanor
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opacidad, sombra y destello conforme la llama los consumía o el viento las empujaba. Una vez afuera, parado en la puerta, vi al doctor Baldomero estacionar el coche. Me pregunté porque lo hacía, o sea, venir con él, ya que vivía a tan sólo tres cuadras de allí. Supuse que sería por pura pedantería. -¡Hola, doctor! –Le dije cuando se aproximó. -Quiero hablar con usted antes que vengan los otros –dije al mismo tiempo que miraba por sobre mis espaldas para ver si la caterva de mis amigos no estaban por allí. -¿Que
necesita?
–pronunció
secamente
arqueando solamente la ceja izquierda y torciendo la boca en una mueca de malhumor. -¿Yo? ¡Nada!, pero es sobre la muerte de mi amigo, y como usted sabe, él no tenía a nadie aquí en el pueblo. Por eso, quería que usted me dijese como fue que murió. Medio en sigilo, claro. -Yo no comento las particularidades de mis pacientes –el galeno murmuró entre dientes, tan seco que ni pasa de uva, al exacto momento que buscaba apartarme a un lado para que lo dejase pasar. -¡Me disculpe! –le zampé en la cara, haciendo valer mi porte físico y la capacidad de mis antiguas El Velorio de Nicanor
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facultades- Pero es que corre a voz suelta algunas infamias sobre la muerte de Nicanor, y creo que es oportuno que las conversemos entre nosotros y esclarezcamos los pormenores. ¿No le parece oportuno? -Pues bien, yo le vuelvo a reiterar que no es costumbre mía contar lo que sucede con mis pacientes, y menos de la forma que estos murieron… -me expresó enfadado, mientras iba poniéndose en puntas de pie para mirarme a los ojos. -Poco me importa lo que digan en este pueblo de comadres alcahuetas, donde una manga de chismosos difamadores no hacen más que fuelles con la vida de los demás, -agregó visiblemente picado. -No me venga con ñangas pichangas. No estamos hablando de vidas. Por si no lo sabe, quiero hablar de muerte, precisamente, la de mi amigo – retruqué alterado y con el ceño fruncido, para ver si lo intimidaba. -Ya le dije que no mencionaré nada, fuera de lo que ya hice constar en el certificado de defunción. -¿Y que consta? –quise saber más que ligero. -Que se murió.
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-¡Fantástico! ¿Pero, de qué? –indagué con arrebato, visto que el hombre se aferraba a un mutismo intrínseco que no hacia sentido para mí. -Del corazón –apuntó secamente- Y ahora, si usted no es tan impertinente, hágame el favor de cederme el paso –solicitó con acentuación severa y mortificada. Como yo no me moví, él cerró los puños y anunció con voz entonada: -No pretende que yo haga un escándalo, aquí… ¿No? Tiene razón Omar –pensé-. A este lo están matando, y no es capaz de abrir el pico. Se lleva el secreto a la tumba. -¡Imbécil! –balbucí entre dientes. No me queda otra alternativa que esperar por Edmundo, para que él me cuente algo –raciociné con irritación mientras pateaba unos diminutos pedruscos que estaban sueltos en la vereda que, despropositadamente, fueron a dar contra la lateral del coche del doctor Baldomero. -¡Que se joda! –volví a murmurar bajito, y para desahogar mi rabieta con ese acto accidental, y a seguir, di media vuelta para seguirle los pasos y entrar al velorio. El Velorio de Nicanor
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Permanecí de pie algunos instantes con la mirada barriendo el escenario, observando la consunción de algunos, la languidez de otros, la indiferencia de unos pocos, y los diversos grupitos que se fueron formando durante la realización de las exequias, donde era posible notar que los recién llegados, aun conservaban las fisonomías compungidas, mientras aquellos que se encontraban a más tiempo, ya dejaban lugar con los rostros menos severos y menos pesarosos. Algunos, hasta de vez en cuando, dejaban escapar risas incontenidas y carcajadas aparatosas. La misma camarilla de las ancianas rezadoras continuaba
mascullando
sus
sartas
de
plegarias,
arrinconadas cada vez más en una esquina de la pieza, manteniéndose ajenas a cualquiera de las otras manifestaciones que se diseminaban a su alrededor. Tenté imaginar qué tipo de constreñimiento las movía
para
antojárseles
mantener
ese
balbuceo
inquebrantable que las hacia hamacar sus cuerpos para frente y para atrás rítmicamente, como si estuviesen empujando sus palabras para más lejos. Sus lamentos me parecían ser más aburridos que tener que escuchar la trasmisión de un partido de ajedrez por la radio.
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¿Será que Dios las estará escuchando? ¿Estará el alma de Nicanor subiendo más ligero con todas esas plegarias? –cavilé con irrisión, mientras me deparé con Samuel conversando con el doctor Baldomero, también en una actitud intencionada de quien busca descubrir los pormenores de la muerte de mi amigo. -Ojalá que logre sonsacar algo –pensé, mientras buscaba juntarme al grupo de mis allegados. -Te vi hablando con el doctor, pero por tu cara, veo que no descubriste nada –comentó Omar con ponzoña, así que yo me arrimé. -¿Te juego lo que quieras, a que no sabes quién está allí? –respondí, al momento que fui moviendo mi mentón en dirección a la enigmática persona a la cual me refería. -¿Hombre, o mujer? –quiso averiguar cómo pista para mi cuestión. -Mujer –afirmé presto. -Hay muchas –él exteriorizó subiendo y bajando los hombros para quitarle importancia al asunto. -Como ésta, ¡ninguna! Pero, si no te interesa, no te digo quien es.
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-Sí, me interesa, pero si no me das ningún indicio o huella, ¿cómo voy a saber entre todo este gentío? -¿Ves allá, aquella dama de vestido azul turquesa? –indiqué nuevamente con un leve movimiento de mi mentón, acompañado de un sutil desvío de mis ojos. -Ahora sí…, ya la veo –expresó segundos después, al localizar la contrita doliente que, dos por tres, hacia ademán de querer secarse una diminuta lágrima utilizando un pañuelito blanco de puntilla. -Pero no sé quien es –añadió con un mohín en la mirada, que le dejaba los ojos más chiquitos que japonés con fiebre. -Los años pasan y pesan para todos –exterioricé filosóficamente- Pero si la miras bien, seguramente te vas a dar cuenta quien es. -No es de aquí, del pueblo, digo, sino, seguramente la reconocería. -¡Es si!, pero hace mucho que se marchó. -¿Estás seguro? No consigo identificar quien es –balbuceó con los parpados apretados, que ni nalga cuando está con diarrea.
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¿Hace mucho que se fue? –preguntó rascándose la pelada, para ver si desentrañaba sus fluctuaciones. -Luego después de aquel “affaire” que tuvo con Nicanor. -¿A cuál te referís? Porque éste tuvo tantos, que no conseguí guardar todos en mi cabeza. Tal vez Félix, con la marota que tiene, lo consiga. -¿No vas a decir ahora, que vos no te acordás quien era Juanita? -¿De quién están hablando? –interrumpió Gervasio al escuchar mis últimas palabras. -De aquella que está parada junto a aquel grupito. La que está de azul. ¿Es, o no es, la Juanita? -¡Phi!
¡Cómo
está
de
vieja!
–pronunció
sobresaltado al pasarla por el tamiz de su mirada. –Si no me decís que era ella, sobre seguro que no la conocería. -En aquella época, Juanita era apenas una criatura delgada y pequeña, con líneas muy delicadas y un rostro tierno como los que se encuentran en las pinturas del francés Renoir, o del alemán Rubens – comencé a narrar razonando sobre el tropiezo. -Tenía pechos empinados, cintura fina, y una gracia y gestos que le hacían destacar enormemente sus El Velorio de Nicanor
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atributos de belleza. Como ella estaba atravesando un periodo difícil en que comenzó a sentir la necesidad de apagar los incendios del cuerpo que causa el amor; recurrió a Nicanor, que le recomendaba unos tés verdes y otras infusiones milagrosas. Fue el primer paso para que entre ellos, comenzasen a derrumbarse de una vez las murallas de Jericó. -Entonces, ella era menor de edad –interrumpió Omar, siempre un paso delante de cualquier historia. -Ciertamente no, aunque en ese momento, ella era bien más joven que él. Por causa de su propia índole, creo que andaba acorralada con los problemas causados por un amor mal curado, o cosa así. Lo cierto es que lo que comenzó con algunos besitos escurridizos en el rostro, como si fuesen picotadas de paloma, los dos pronto
tastabillaron
ante
lo
inevitable,
y
luego
sobrevinieron los encuentros tiernos donde ambos alimentaron ardorosamente sus fantasías. -¡Que lo parió! Este Nicanor no era fácil – expresó Apolinario con ardor, que ya se había juntado a nosotros, y estaba atento a mi relato. -Sin lugar a dudas, podría decirse que él era un amante primoroso que cortejaba y conocía a las mujeres a fondo, y las amaba como ningún otro sabría hacerlo El Velorio de Nicanor
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mejor. –Continué recitando la historia de Juanita, mientras todos me escuchaban con ojos bobalicones. -Sé que él las ha tenido de todo pelaje en su vida, porque hubo desde las humildes, soberbias, vanidosas y estiradas, hasta las espléndidas, fogosas e intransigentes, -agregué socrático. -¿Y ésta, donde se encaja? –averiguó Omar con circunspección. -No lo sé. En ese caso, si quieres saciar tu curiosidad, habría que preguntarle a ella, o a él, pero como él ya se fue…, ¿No te animas a preguntárselo a ella? –enuncié con reticencia en mi voz. -Déjense de joder –protestó Apolinario con exaltación –Todavía no sé porque miércoles Nicanor, largó a una mujeraza como ella. -Parece que él tuvo miedo de llegar a morirse agotado por causa de los excesos de la joven, al verse obligado a tener que satisfacer la fogosidad de una mujer a través de un desmadre de formas no previstas por la naturaleza y la costumbre; inclusive, porque con los remedios que le había suministrado, -según me contó un día-, después de tres lecciones prácticas que él le había dado, ella lo había superado de lejos, en inventiva y perspicacia. El Velorio de Nicanor
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-¿Será que ella ya le dio la vuelta al velocímetro? –ahora, la sorna estaba palpable en el tono de las palabras de Omar. -Seguramente que a esta songa monga, hace tiempo que le tuvieron que reformar el motor, porque el cuenta-giros le debe haber funcionado como un molinete, rotando 360 grados sin parar. No obstante, por el estado en que se encuentra la carrocería, más parece un fierro viejo –añadió Félix con su elocuencia magnánima de hábil conocedor de chirimbolos, mientras corroboraba sus palabras con el asentimiento del pégalo-todo de David. -Aun no logro entender cómo fue que Nicanor, que conocía como ningún otro el poder que le proporcionaban las yerbas, y en tiempo supo preparar cuanto remedio pudo imaginar para remediar los intrincados mecanismos del organismo humano, o encontrar los medios para refrescar a los febriles y a los de temperamento fogoso, y hasta fue capaz de dar calor a los que padecían del frio anticipado de la muerte, o generarle jugos a los estériles y secar a aquellos que se sentían agotados por otros flujos… -comentó Agapito, con un rostro inexorable y afligido.
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-¿Cómo es que él no encontró el reconstituyente que necesitaba, y dejó que se le escapase una potranca como esa? –inquirió Agapito en tono melodramático. -Esa parte nunca me la detalló. Sin embargo, tal como me lo explicó muchas veces, la esencia de un buen farmacéutico consistía en la capacidad de compasión y el sentido de la ética, sin los cuales, -me afirmaba-, el arte de la sanación se degenera para un simple charlatanismo y desparpajo. -Por eso, a pesar de sus yerbas milagrosas que ingirió regularmente durante su vida entera para limpiar la
sangre
y
los
encantamientos
aplicados
para
rejuvenecer el miembro, debió aceptar con humildad que toda cuerda tiene su fin –terminé por recitarles con cordura e lucidez, las charlas que habíamos mantenido diversas veces, entre una y otra copita de jerez. -¿No será que fue ella, quien lo largó? –indujo Gervasio, que ya me tenia inquieto con su manía de hurgar debajo de sus uñas. -A pesar de la enorme diferencia de edad entre los dos, parece que habían dejado crecer una relación algo inusitada, donde ella pasó a admirar la pureza y los sentimientos de dedicación que Nicanor le otorgaba…
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-Y la plata que le sacaba –interrumpió Félix tras un mohín de mofa. Lo miré sin responder la obviedad que nos decía, y proseguí explicando mi punto de vista con la separación de los dos. -Tengo el sentimiento de que Nicanor se dio cuenta
del
camino
trastocado
que
seguía
su
relacionamiento, y prefirió apartarla de sí, mandándola salir del pueblo. -Disculpa que te interrumpa, pero ustedes no lo van a creer, –comentó Samuel con astucia-, pero a mí, él me llegó a contar una vez, que conocía y sabía practicar las doscientas y veintidós posturas del amor que había aprendido en un libro indostanés. -¿Y cómo son las otras doscientas y veintiuna? –exhortó Omar con ojos llorosos, tal vez por imaginar toda la fruición que había perdido en su vida.
12
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Mientras regocijábamos nuestros sentimientos recordando ciertos pasajes de nuestra convivencia con Nicanor, no pude dejar de notar que, ahora muerto, su rostro estampaba una placidez enternecedora. Parecía sonreír, de tan tranquilo. Las manos entrelazadas sobre el pecho hacían llegar a todos nosotros, esa extraña sensación de que aun estaba vivo, una vez que él siempre acostumbraba permanecer de esa forma, cuando se sentaba en la silla del club, en posición de escuchar. Esa sentimental distracción, me hizo recordar de Raúl, el que otrora, antes de fallecer, había sido un gran compañero de nuestro club, y quien fuera dueño de la librería “Factoría de Letras Piedras Verdes”. Me persigné en respeto a sus almas, no fuese que estas insistiesen en querer venir luego a buscarme. -¿Por qué estás tan taciturno? –me preguntó Samuel, al percibir que mi conciencia no se encontraba entre ellos. -Estaba rememorando a Raúl –pronuncié un poco enternecido- ¿Alguien de ustedes se recuerda de aquel episodio, cuando él dejó de ir al club? Todos fueron unánimes en confirmar que sí. Algunos con tristeza en las facciones. Otros, con ojos El Velorio de Nicanor
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bailando de exultación, en consecuencia de los hechos que terminaron por precipitar la segregación de un compañero de nuestras tertulias lítero-socio-deportivas, y las cuales realizábamos a menudo en la progresiva ciudad de Piedras Verdes. -¡Yo no! –pronunció David, que nunca había integrado nuestro convivio. Los ojos nuestros, por causa de su altura, bajaron al piso y lo inundaron con un dejo de frialdad y displicencia, como si todos nosotros quisiésemos guardar egoístamente nuestras aventuras. -¿Me
van
a
contar,
o
–suplicó
no?
melodramático. -Dale,
contárselo
vos
–ordenó
Omar,
hamacando su barriga, e indicándome para que le relatara a David, aquella vieja historia. -Aquella era la primera vez que Raúl no comparecía a una reunión del directorio –comencé a relatar, mientras buscaba la información en mi memoria. -Como los integrantes del directorio éramos apenas cinco -especifiqué-, la ausencia de Raúl, para nosotros, fue como un grito. -¿Estará enfermo? –nos preguntamos todos en aquel momento, extrañados por su desaparición. El Velorio de Nicanor
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-No está –en aquel momento la voz de Mauricio nos invadió con esa afirmación. –Me encontré con él, al anochecer, -nos apuntó, junto al edificio del Correos y Telégrafos. La verdad, a mí me pareció que alguna cosa triste tomaba cuenta del rostro de Raúl, pero con relación a su salud, les puedo garantir que estaba bien –nos afirmó. -¿Será que murió alguien de su familia? – preguntó Nicanor, turulato por la repentina falta de Raúl. -Ninguno –atestiguó Edmundo que, siendo dueño de la funeraria, al final de cuentas, sería el primero a saberlo. Enseguida, se justificó diciendo: ¿Será que alguien se puede morir escondido, en una ciudad de apenas tres mil y pocos gatos pingados? -¿No será que él se olvidó de la reunión? – preguntó Apolinario, visiblemente mosqueado con la falta. -De ninguna manera –nos afirmó Félix- Antes de venir, -alegó-, yo pasé por la casa de Raúl. Debería ser cosa de siete y poco de la noche, y tuve una conversación con él, en afinidad con unos asuntos nuestros, y en ese instante, él no me comentó nada al respecto de no venir hoy. El Velorio de Nicanor
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-Entonces, ¿Qué será que sucedió? –en aquel entonces comentó Nicanor, preocupado. -Eso, es lo que hay que descubrir –refrendó Edmundo, con una morisqueta de duda en su rostro. -¿Y si vamos a su casa? –propuso Agapito, como solución para desenmarañar la incógnita que nos contrariaba. -A seguir, la propuesta de Agapito fue colocada en discusión. Unos a favor, otros contras. Al final, podría ser un problema, en su casa, con la mujer. -Imagínense –dije- los amigos llegando de repente, y poniendo leña en la hoguera. -Al final de cuentas, todos sabían que la mujer de Raúl, no veía las reuniones que organizábamos en el club, con esa simpatía toda. –Agregué a mi pensamiento sobre aquel entonces. -Muchas veces, ella había sugerido a su marido, para que dejase de lado aquella conversación tola de asociación lítero-socio-deportiva en el “Centro Social y Recreativo de Villa Piedras Verdes”, y en definitivo, pasase a cuidar mejor de sus quehaceres. -¿Pero, qué le sucedió? ¿Por qué no fue? – insistió en preguntar David, el pequeño-gran mecánico.
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-Bien, -proseguí- sólo nos restaba esperar al día siguiente,
cuando
finalmente
Raúl,
ciertamente
justificaría el motivo de su ausencia. Al final de cuentas, fíjense si tendría cabimiento, esa era la primera en siete años de directorio. -Entonces, ¿quiere decir que él, no fue? – pronunció David, que nos pareció como si hablara desde las entrañas de la tierra, debido a su corta estatura. -Ahí que está. Hicimos la reunión sin su presencia, y como siempre, nada resolvimos, ya que la motivación principal de las reuniones, era unas partidas de dominó, o de barajas; algunas copitas de jerez, y la oportunidad de poder despejar la cabeza sin necesidad de tener a las esposas cerca. -No consigo entender –comentó el enigmático David moviendo la cabeza- ¿Descubrieron, o no, porque mierda no fue? –inquirió irritado por la duda. -Al día siguiente, mal clareó la mañana, Félix fue a la librería de Raúl, para saber lo que había ocurrido. -Al inicio, Raúl desconversó. Medio de mala gana, le dijo que no había ido, porque no se había sentido bien, pero que iría en la próxima. Félix percibió que su amigo escondía algún problema mayor. Entonces, tantea
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de aquí, escarba de allí, y Raúl acabó contándole el motivo. -¿Si no es molestia, ustedes me podrían decir cual fue, carajo? –expuso David irritado, loco para saber cómo terminaba la historia. -Vos sos más nervioso que pescado antes de Semana Santa –le respondió Omar. -Ya te vas a enterar… Te lo diremos antes que entierren a Nicanor –añadió irónico. Para calmar los ánimos, yo retomé mi relato. – No fui, e no iré nunca más -le dijo Raúl en aquel momento, anunciándolo en un tono medio exasperado-. Mientras aquel zafado de Nicanor haga parte del directorio, no cuenten más conmigo –le anunció, más seco que una pasa de uva de la navidad anterior. -Entonces, Félix se dio cuenta que sucediera alguna
cosa
más
grave,
porque
nada
es
más
desagradable, de que el estremecimiento de relaciones entre amigos –profesé canónico. –Éramos todos como hermanos –lamenté-, hacia tantos años que andábamos juntos, que no podíamos comprender cómo, de repente, sucedía una desavenida entre nosotros.
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-Pero, ¿por qué? –expresó en insistente de siempre. -Raúl le acabó confesando que hacía pocas semanas, le había pedido a Agapito para que le prestase un traje, porque necesitaba ir a la misa de séptimo día de su abuela. -Me dijo que en el momento de la Elevación, justo cuando se iba a hincar, Agapito le dijo a sus espaldas: -¿Te vas hincar con mi ropa nueva, y ni al menos vas a poner el pañuelo en las rodillas?, pronunciándolo con un tono de voz tan alto, que hasta el cura Trentino logró escucharlo enfrente al altar. -¡Que animal! –comentó David, riéndose. -¡Sí! Raúl estaba cubierto de razón. Porque más allá de haber sido indelicado, quedó grotesco el modo como, avergonzado, Raúl colocaba el pañuelo, mientras todos los que habían acudido a la misa lo miraban de reojo, sabiendo que la ropa que usaba, era prestada. -Aquello no era cosa que se hiciese a un amigo de toda la vida –le dijo finalmente Raúl a Félix, enfatizándole las palabras con acento hosco- Agapito no debería haber hecho eso conmigo –le completó contrariado. El Velorio de Nicanor
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-Lo peor, es que mañana tengo la misa de Ortuño, y no sé lo que hacer –remató Raúl a seguir, mostrándose bastante perturbado. -¿Por qué no vas con la ropa de Nicanor? Al final de cuentas, ustedes tienen el mismo talle -sugirió Félix, como forma de contornar el imprevisto. -No me animo a pedírsela –avisó. -Déjalo conmigo. Yo hablo con él, y también le comento a Agapito, la macana que se mandó el otro día. -¿Y Nicanor le prestó la ropa? –quiso saber David. -¡Sí!, y justamente en aquella oportunidad, más de la mitad de la ciudad compareció a la misa por el alma de Ortuño, el zaguero central del “Turbión de Piedras Verdes”, fallecido en un desastre de camión cuando ellos volvían de un partido en otra localidad. -Es verdad, me acuerdo del día que ocurrió esa calamidad, pero hasta ahora, aun no entendí porque motivo Raúl estaba tan cabrero con ustedes –expresó David con el entrecejo fruncido. -Resulta que ese día, en el banco de la iglesia, lado a lado, estaban sentados Raúl y Nicanor. Y es bueno que aclare a bien de la verdad, que la ropa que le había
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prestado Nicanor, le caía tan bien a Raúl, que parecía haber sido hecha sobre medida. -Me acuerdo como si fuese hoy –pronunció Samuel- Era un traje de alpaca, tirando al azul, impecablemente bien planchado, limpio de dar gusto, con los bajos doblados. Un lujo. Raúl parecía un galán de cine. -Es verdad. Todo iba bien… ¡hasta que llegó la hora de la Elevación! –enuncié con acento malicioso. -¿Que le pasó? –volvió a pronunciar David, interrogándonos como si su voz viniese desde las profundidades de la tierra. -Resulta que en el momento que iba apoyar las rodillas en el banco, Raúl se acordó de la vergüenza que había pasado en la misa de su abuela. Entonces, metió la mano en el bolsillo, sacó un lienzo limpito, lo desdobló con cuidado dándole una sacudidita casi elegante, y comenzó a extenderlo al pie del banco, educado como el diablo. -¿Para qué?, –exclamé yo, al recordarme del suceso. -En ese exacto momento, Nicanor le habló tan alto, que la voz atravesó la nave de la iglesia y llegó
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hasta los oídos del padre Trentino como si fuese un trueno rasgando el firmamento. -¡No, Raúl!, –le dijo Nicanor. -¡Con mi ropa, no necesitas utilizar pañuelo! ¡No te hagas problema! Podes hincarte directo, nomás.
13
Entretenido con nuestros recuerdos, finalmente distinguimos la llegada de Edmundo, que con rostro sobrio, entró en el recinto poniendo cara de abstemio. Atrás de él, venía uno de sus empleados, pronto para ejecutar las perentorias órdenes de su patrón. -¡Hasta que al fin apareció! Edmundo, es más escurridizo que chorizo en plato de loza –sentenció Omar así que lo vio. Alborotados que ni botijas que corren atrás de quien les trae golosinas para repartir, todos lo cercamos
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hundiéndolo de preguntas interpelantes: -¿Cómo ocurrió? ¿Es verdad? ¿Con quién estaba? ¿Qué le pasó? Cada uno por su lado buscaba descubrir la verdad, atolondrando al hombre con las cuestiones que podían disipar lo que había originado es deceso de Nicanor, poco importándose con las miradas severas de la pléyade de apesadumbrados parroquianos que a esa hora, ya aguardaban por el inicio del sepelio. -Me contaron que él se murió con una mujer en la cama –comentó Agapito con circunspección. -¿Es verdad? -A mí, me dijeron que lo encontraron con el pirulito en ristre –ilustró Omar, acompañando su locución con el dedo medio de la mano en posición tiesa. -Dicen que preparó un menjunje, y se le fue la mano –opinó Félix, que balanceaba la cabeza como si amenazase querer darle un topetazo. -Háganme un favor, ¡belinunes de mierda!, Edmundo balbuceó rabioso entre dientes, y para guardar la compostura. -Déjense de decir guarangadas. Ustedes son más porfiados que gallina con lombriz. ¿Quién inventó esas patrañas?
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-Es lo que todo mundo comenta. Cuando nos avisaron, nos dijeron que fue de esa forma –afirmé con la fisonomía encrespada. -¿No hablaron con Baldomero? ¿El nos le dijo nada? –preguntó esquivándose de darnos la ansiada respuesta. -Ese, es una momia paralítica –apuntó Omar, al hacer referencia al silencio sepulcral del facultativo. -Yo no les puedo agregar mucho a lo que él me dijo –avisó haciendo una careta de disconformidad. -¿Pero vos no fuiste a buscar su cuerpo? –quiso descubrir Gervasio para sonsacarle algo más del misterio. Edmundo miró con parsimonia para ambos lados, dejando que se creara un nimbostrato de incomprensión en nuestras cabezas. A seguir, carraspeó para dar más discreción a lo que iba informar, y mandó ver. -Cuando yo llegué, el estaba sobre la cama, totalmente desvestido y boca arriba. Sin embargo, murió al contrario. Con el rostro sobre la almohada. -¿Y la mujer? –inquirió Omar con introspección desmesurada. -Estaba allí, ayudando al doctor Baldomero. El Velorio de Nicanor
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-No. Quiero saber si fue ella quien lo llamó – protestó Mauricio, ansioso por arrancarle la verdad. -¡Claro! -¿Y
quién
es
ella?
–investigó
Agapito,
demostrando estar nervioso por la poca elocuencia de Edmundo. -La empleada que iba a su casa para hacerle la limpieza. -Entonces, quiere decir que Nicanor la contrató para que le hiciese el servicio completo –enunció Omar con un brillo diferente en su mirada. -Me da la sensación de que ustedes están queriendo barrer la escalera para arriba –declaró el sepulturero con ojos reducidos, en señal de duda. -Obvio, si fue ella quien llamó, es porque estaba allí –determiné con clareza de forma maquinal, al mismo tiempo que la incertidumbre invadía mi mente. -¿A qué hora ocurrió? –preguntó Samuel, que comenzaba a desentrañar mejor toda la cuestión que envolvía el asunto. -El doctor Baldomero cree que, por la temperatura y la rigidez del cadáver, fue entre las dieciocho y la vigésima hora. No tiene como precisar exactamente –esclareció. El Velorio de Nicanor
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-¿Y la empleada, que hacía en su casa? –volvió a preguntar el tendero. A esas alturas, yo ya me imaginaba que la mujer habría ido a prepararle la cena, y al entrar, se deparó con el triste escenario. No sería la primera vez que sucede cuando un octogenario vive sólo, como era el caso de Nicanor. Pero, ¿quien se
habría encargado de
desperdigar la invención? Mientras raciocinaba silencioso sobre esas conjeturas, escuché el relato de Edmundo diciendo: -La empleada se sorprendió al ver todas las luces apagadas, por lo tanto, nos hace suponer que la muerte debe haber ocurrido temprano, antes de que se hiciese necesario encender las lámparas. -¿Cómo fue que ella entró? –quiso saber Gervasio. -Como la puerta estaba cerrada, -comenzó a narrar el sepulturero-, en un primer momento, ella pensó que Nicanor no estaba. Igual golpeó y aguardo unos instantes. Como nadie le abría, volvió a su casa para recoger la llave reserva que ella tenía en su poder, y retornó como media hora después. Ella nos dijo que pensó en prepararle algún plato ligero y guardárselo en el
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horno para cuando él volviese; pero le llamó la atención que la radio del cuarto estuviese encendida. -¿Y porqué, que él estaba desnudo? ¿No es extraño? –indagó Omar, todavía no queriendo entender el dictamen de la fatalidad. -En un examen más detallado, se descubrió que las ropas estaban amontonadas sobre una silla, mientras que el calzoncillo y las medias, estaban dentro de una palangana con agua y jabón. Por conclusión, Nicanor debería de estar preparándose para bañarse en el momento que se sintió mal. -Es correcto –exterioricé con llaneza- Él se quitó
la
ropa,
la
enjabonó,
y
al
sentir
un
desvanecimiento, fue hasta su cama y cayó de frente para la almohada, sin dar tiempo a que se acostase, o a llamar a alguien que lo ayudase –concluí con razón. -¿Así de simples? –Preguntó Agapito con los labios fruncidos, en una mueca de desazón. -Para mí, la elucidación del caso parece ser más fácil que la tabla del uno –agregó con rencor. -¿Y ustedes que pretendían? ¿Una escena más escabrosa? –indagó Edmundo. -¡No! De ninguna manera, pero como nos contaron mil cosas al respecto, ahora me causa extrañeza El Velorio de Nicanor
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su desgracia. Principalmente, porque me esperaba un final más feliz para Nicanor –expresó compungidamente Félix, mientras nos miraba con cara de pena. -¿Cómo que, un final feliz? Morirse no es nada alegre –protestó Omar rascándose la cabeza. -Date cuenta. Si él se hubiese muerto de verdad, con una mujer en la cama, como decían, te garanto que su nombre iba convertirse en una leyenda aquí en el pueblo. ¿O ustedes no están de acuerdo con mi pensamiento? -Seguramente, él iba a pasar para la posteridad – concordé. -¿Entonces, significa que se murió al pedo, nomás? –pronunció Omar en voz alta, indignado con el desenlace tan singular. -De cualquier forma como haya sucedido, igual pienso que es trágico perderlo –sentenció Samuel con entonación grave. -Concuerdo contigo –refrendé con una punta de remordimiento, al final de cuentas, estábamos dejando que la sorna suplantase nuestros verdaderos sentimientos. Fue un eco de “es verdad” a sonar entre nuestro grupo partiendo de la boca de todos, que prontamente fue
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apagando las sonrisas y cualquier gesto de bellaquería que habíamos exteriorizado hasta ese momento. Parece mentira –pensé-, hace pocos minutos atrás, nos reíamos del la picardía y la vileza de Nicanor, al inventar morirse en los brazos de una dama; y ahora, nos sentimos desilusionados con la realidad. -¿Quien pagó
el entierro?
–escuché que
Mauricio preguntaba. -¿Y si hacemos una colecta entre todos los del club? –propuso de forma enfática Agapito, sin aguardar respuesta a la pregunta de Mauricio. -No se preocupen. Él siempre fue muy precavido con ese tipo de cosas –anunció Edmundo delicadamente- Hace años que ya habíamos tratado de esos pormenores –agregó discretamente. Ya que el mismo Nicanor había cuidado personalmente de la parte objetiva de su muerte, mientras los otros hablaban o preguntaban otros detalles de la última etapa de su vida, abstraídamente me quedé mirando a las personas que se aproximaban de forma apaciguada hasta el cajón que contenía sus restos, depositando en él una leve caricia, un ligero toque, y seguramente, una plegaria o la murmuración de un despido más o menos cariñoso. El Velorio de Nicanor
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Yo me acerqué como si hubiese sido atraído por un hierro magnético invisible. No dejó de impresionarme verlo ahora allí acostado, inerte, con una fisonomía pacificada, preparado con esmero para su sueño eterno, y dejando escapar una impalpable sonrisa desde sus labios morados. Enfrascado
en
esos
pensamientos
conmovedores, alcancé a ver al cura Trentino que, vestido de gala para este tipo de ocasiones, entraba de manos juntas para demostrar todo su acto de fe. De atrás, era seguido por su sacristán, que traía entre manos el fumigador de sahumerio. A seguir, vi al cura colocarse la estola de autoridad y separar el óleo santo para la bendición de un agnóstico, antes de dedicarle su latinajo en un ronroneo beatífico. -Ya está casi en la hora del réquiem final – comunicó Edmundo con voz sutil. -Ustedes organicen quien ira cargar con el ataúd –determinó sobriamente, mientras se alejaba para unirse al cura. -¡Me voy! Esa parte me deprime mucho – anuncié determinado, mientras me pasaba la mano por el
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rostro, como si quisiese con ese gesto, quitarme cualquier pesadumbre que hubiese pegada en él. -¿Estás loco? –reclamó Samuel. -¿No vas a asistir al entierro? –preguntó Omar. -¿Por
qué
no
nos
acompañas
hasta
el
cementerio? –expuso Agapito. -¿No te vas a despedir de él? –investigó Gervasio. A todas las preguntas que me hicieron, las fui respondiendo con el mismo moviendo de cabeza que expresa el gesto universal de negación. Después que todos habían acabado de reclamar sobre mi actitud, avisé con determinación: -Me quedo solamente hasta que el cura Trentino rece sus jaculatorias. -¿No nos vas a acompañar en el cortejo fúnebre? –volvió a preguntar Omar con impaciencia. -¡No! Prefiero guardar otras imágenes y otros recuerdos de Nicanor. Terminado el ritual póstumo de cajón abierto, mientras el sacristán encendía el protocolar fumigador de humo litúrgicamente perfumado, fui retrocediendo mis pasos hasta alcanzar la vereda y me dejé perder entre las sombras del fin de tarde que nos regalaban los plátanos El Velorio de Nicanor
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en la calzada, mientras fui mordisqueando pensamientos efímeros, y concluyendo que todo lo que un día comienza, mal o bien, siempre alcanza su fin.
BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: Delfante País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:
Carlos Guillermo Basáñez República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo
Nivel educacional:
Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, El Velorio de Nicanor
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Residencia:
Retórica Literaria:
Obras en Español:
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15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Página 153
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo - 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito - 2010 Misterios en Piedras Verdes 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Los Cuentos de Neiva, la Peluquera - 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe - 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan - 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Velorio de Nicanor
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El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata 2013 Carretas del Espectro - 2013
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