FOBIA ENTRE DELIRIOS Carlos B. Delfante
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La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sĂ que nos los roba muchas veces y definitivamente.
François Mauriac
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Fobia Entre Delirios Fobia Entre Delirios es una novela de ficción que sobreviene como un producto de las alucinaciones del protagonista que, bajo los efectos aletargados originarios y derivados de la morfina que le es suministrada durante la etapa posoperatoria consiguiente a una intervención quirúrgica de emergencia, sin querer, su inconsciente lo transporta al repaso y el recuerdo de la primera tercera parte de su vida, época donde a su juventud aventurera, sin percibirlo, va fraguando inúmeras aversiones, turbaciones, manías y resentimientos. Esa formación intrigante e inquieta del protagonista que durante largo tiempo lo mantuvo alejado de los conflictos existenciales de la mayoría de la población, es la que finalmente lo hace deslizar como activo colaborador en parte de las conflagraciones sociales que marcaron una reciente época en la sociedad uruguaya.
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Sin embargo, sin necesidad de hacer cualquier tipo de apología a las contiendas que se sucedieron, o forjar alguna crítica a las tendencias políticas del momento, el ficticio personaje se ve arrastrado por el irreflexivo e rápido torbellino de los acontecimientos, sintiendo en su propia carne el escarmiento de su arrebato. La síntesis de la novela se apoya en hechos verídicos que ocurrieron entre los años 50 y 70 del siglo XX en el Uruguay, donde los nombres de los personajes son mera invención del autor.
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Faltaban pocos minutos para que los relojes marcasen la media noche de un ventoso y nublado día jueves, cuando Roberto, obedeciendo una orden dada por el camillero, se encontró caminando a pasos lánguidos por un largo corredor pobremente bañado por una luz tenue, celeste, más bien penumbrosa. Era una luminiscencia que le pareció ser sutilmente vaporosa y etérea que, de forma inconsciente, creaba un contexto que lo condujo de inmediato a meditar de forma efímera si ese pasillo, no sería algo similar al que tienen que recorrer los espectros de los mortales, en el instante en que sus almas se encaminan para las puertas del Paraíso. -¡Siga enfrente!..., y entre a la derecha al final del corredor, -le había dictaminado el enfermero, rompiéndole su encanto en el exacto momento en que ambos alcanzaron el inicio del pasillo. La orden había sido entonada con una voz susceptible, indiferente. Una frase que había sido Fobia Entre Delirios
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formulada en una modulación, que Roberto juzgó asemejarse a un simple susurro y no a una disposición, cuando ésta fue declamada casi que mecánicamente, en el momento que el hombre detuvo la silla de ruedas que lo trasportaba. Irreflexivamente,
Roberto
se
quedó
mirándolo
distraído, mientras buscaba por las palabras correctas con las cuales expresarle su sorpresa, postrado estoico ante esa inesperada detención en medio del camino; pero, sin darse cuenta, dejó translucir en el rostro una fisonomía de espanto, porque el camillero luego agregó en tono neutral: Ande tranquilo, hombre, ¡allá lo están esperando…! ¡No se preocupe, que todo va a salir bien! En ese momento, Roberto, sobresaltado, se percató que su cuerpo estaba totalmente desnudo. Sólo vestía, a modo de bata al contrario, una túnica simple de un color pajizo claro que le cubría el torso desde el pescuezo hasta el muslo de sus piernas, mientras que, al darse cuenta que puesta de esa manera, le dejaba las espaldas totalmente desguarnecidas y exhibidas al natural. -No deja de ser una indumentaria graciosa para ser vestida en un cuerpo que está ahogado de incertidumbres –
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pensó sereno, mientras con ojos inquisidores, echaba un vistazo a su triste figura. De rayano, maquinalmente Roberto evaluó la prenda con la cual lo habían acicalado, notándola impecablemente limpia y planchada, mientras apreciaba en su rápida análisis, que el tejido ya se encontraba algo gasto; un hecho que lo llevó a urdir en una fugaz recapacitación, si eso, -vaya a uno saber-, pensó, si no por causa de las tantas veces que la misma habría servido para arropar otros pacientes en similar transe. Mismo así, sabiendo que sus partes íntimas se encontraban al descubierto, alcanzó a vislumbrar que, debido a la coyuntura del momento, su ánimo carecía de una total falta de pudor. No porque él careciese de un paralelismo moral para entender la escena que representaba su semi-nudez, y sí, porque la trascendencia de su voluntad, lo apartaba de una capacitación capaz de alcanzar la correcta comprensión de cualquier otro hecho que no estuviese directamente ligado a las consecuencias futuras que lo envolvía; y porque además, su razonamiento se mezclaba frenéticamente con todos los acontecimientos sucedidos en las últimas doce horas de su vida.
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Luego de haber escuchado aquella dictatorial sentencia
del
enfermero,
involuntariamente,
Roberto
comenzó a desplazarse, a caminar lentamente, pie tras pie, descalzo; iba desplegando sus movimientos en un procedimiento similar al de alguien que no pretende llegar nunca a un lugar cualquier; iba dirigiéndose hacia una umbrosa puerta lateral que lo aguardaba al fin del largo corredor, obrando, como si al conducirse de esa forma, lograse postergar al máximo un ignoto encuentro con su destino. No sería aleatorio llegar a afirmar que, su actitud, no era la de una persona que demuestra abatimiento o postración, o quizás, con cierto sentido, manifestar que era una postura de posible desaliento. ¡No!, nada de eso hacia parte ahora de sus sentimientos. Lo que él profesaba en el corredor, puede ser descrito como una reductible falta de animosidad, o de una casi total indiferencia con todo lo que rodeaba su pasado y escondía de su futuro. Lo que le importaba, en realidad, era el momento actual; y ese momento actual, nuevamente, era de un total escepticismo en su vida. En medio del camino, Roberto alcanzó a recapacitar sobre la sospecha de que el sucinto pasillo que estaba Fobia Entre Delirios
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trasponiendo, mucho más que encontrarse tan desnudo cuanto él, guardaba mucha similitud en estilo y sentimiento, con un otro corredor ya transitado en su juventud. Notó que aquí, el igual que en aquel, tampoco habían cuadros, afiches, carteles… ¡Nada! Sencillamente, nada. Únicamente paredes altas, largas, blancas, desiertas. Era un lugar totalmente desprovisto de cualquier amistad, simpatía o afecto para quien se viese obligado a recorrerlo con el recelo que le demandasen. Mirándolas un poco mejor, se dio cuenta que eran solamente muros francos erguidos fríamente sobre un piso de linóleum verde otoñal que, al recorrerlo silenciosamente, no pudo dejar de insinuar en ese momento de perplejidad, la ocurrencia de querer compararlo con el mismo tono de verde que queda suspenso entre la vitalidad del color de los pastos en la primavera, y el matiz ocre que surgen en ellos antes de perder la viveza, cuando han quebrantado su vigor, y ya se aproximan al declinar de su ciclo de existencia. Sin percibir su modo instintivo de raciocinar, una leve sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, cuando pensó para sí: -¡Vaya comparación a ser conjeturada en un momento como estos…! Pero éste proscenio, se asemeja
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mucho a un amanecer invernal en un campo cubierto por un denso vaho. A bien de la verdad, a una persona en condiciones anímicas normales, le sería factible atravesar esos cerca de treinta metros de corredor, en apenas 20 segundos, o tal vez menos, conforme fuese la urgencia que las circunstancias le exigiesen; pero para Roberto, el hecho de lograr llegar hasta ese punto físico intermediario en el que ahora se encontraba, permaneciendo estacionado con su mente tergiversando entre un pasado conocido, y el final del pasillo donde lo aguardaba un futuro fortuito, nebuloso, incógnito, eso le sugería que el tiempo que estaba consumiendo en atravesarlo, era el empleo de una eternidad de minutos infinitos. Se detuvo de pronto en medio de esa cavilación, cuando un leve chirrido difuso había quebrado toda la afonía existente a sus espaldas; y entonces, frívolamente y prevenido, fue doblando lentamente el pescuezo por sobre el hombro izquierdo, para ver si alguien más lo acompañaba. Algo lo había despertado alarmado de ese estado de divagación ilusoria en que estaba sumergido. Sus ojos fueron capaces de divisar únicamente la figura del enfermero que lo había transportado por los Fobia Entre Delirios
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incalculables laberintos del hospital. Lo visualizó apoyado con sus codos en la camilla y en el mismo lugar donde antes, éste le había ordenado tan perentoriamente que desplegase ese destierro transitorio en el que ahora se encontraba contra su voluntad. Sin que éste emitiese un único sonido o una mera palabra, el hombre reparó en su vacilación y, prontamente, le envió una señal con su mano izquierda, renovándole con ese gesto recio, la orden para que Roberto agilizase su entrada en la sala de operaciones. No en tanto, Roberto consiguió advertir que, con la otra mano, ese efímero personaje que estaba parado al fondo del corredor, se entretenía con el teclado de su teléfono celular, al mismo tiempo que movía sincrónicamente su vista, haciéndola pasear entre la luminosidad de la tela del aparato y él, como si estuviese titubeando entre lo que era más importante en el momento: leer el mensaje recibido en su receptor, o la urgencia en atender las exigencias de un paciente que debía conducir. Displicente frente las contraseñas realizadas por el enfermero, Roberto retomó nuevamente sus pasos, para de inmediato, evaluar, tras un leve escalofrío, que la temperatura del ambiente del corredor era bastante fresca. Fobia Entre Delirios
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Relativamente fría para quien está sin ropas, -pensó-, o extremamente álgida para quien, la incertidumbre, ya ha tomado cuenta de su espíritu... –agregó en su devaneo. Mismo así, mantuvo el paso de su marcha, porque en esos instantes, su mente se encontraba vacía, despoblada de pensamientos, reminiscencias, nostalgias, recuerdos, planes, o con cualquier cosa en que ocuparla, tanto sea para el bien o para el mal. En verdad, para él, lo único que hacia sentido, era la situación en que se encontraba. Todo su entorno actual pertenecía un escenario totalmente nuevo, anónimo, desconocido y desprovisto de parámetros dentro de su memoria. No había nada que se le ocurriese pensar en ese momento; salvo, y a desgano, tener que verse en la obligación de cumplir pasivamente con la orden que le había sido dada. Sin embrago, después de haber realizado esa breve interrupción, no pudo dejar de rechazar la triste imagen que le brotó del subconsciente; aquella misma que evocan sórdidamente los condenados a la muerte; la misma de aquellos que deben dirigirse, en silencio, para postrarse estáticos frente al muro de ejecución; o a los que, al igual que él, se sienten obligados a caminar taciturnos por el Fobia Entre Delirios
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corredor que los conduce al patíbulo, al cadalso; o de los que sienten como si el estricto silencio de su caminata, fuese connivente con el martirio y el suplicio que los condenados profesan al sentirse como que afectados por el efecto de un soporífero, y los aparta de cualquier sensación de dolor corporal. –¿Será que fui condenado sin culpa…? –Especuló¿Será que esto es un nuevo film en tecnicolor, o en tercera dimensión; o es la realidad de mi vida…? ¿Donde será que vi esta misma imagen antes, este escenario, estos colores, esta situación…? Esas eran las efímeras y temporales preguntas que, sin una coherente y conexa respuesta, comenzaron a surgir convulsivamente en la mente de Roberto, como si ellas fuesen el torrente de un río revuelto, afondando su arrobamiento cuanto más cerca se aproximaba de su destino final. Ellas le bullían en una trastocada mezcla de imágenes vagas,
incoloras,
deslucidas.
Eran
iconografías
que
representaban personas sin rostro, sin una fisonomía delineada, de individuos desteñidos, que le surgían empañados por la vaguedad de una miscelánea de recuerdos sin nexo alguno. Fobia Entre Delirios
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No obstante, un poco antes que Roberto lograse alcanzar la puerta del quirófano, un leve escalofriar le recorrió sorpresivamente su cuerpo de arriba abajo, haciéndole temblar la espalda que ni hoja presa al árbol en día de temporal. Era como si esa sensación involuntaria quisiese representar una premonición, o un presentimiento de algo que, en ese momento, descubría ser indescifrable, enigmático. Le pareció que ese suceso, fue el responsable por generarle esa excitación extraña que lo hizo apartar bruscamente de ese enajenamiento de imágenes vagas que le ocupaban la mente antes de haber traspuesto la puerta.
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A las 10 de la mañana de ese invernal día jueves, irrumpiendo entre las ráfagas de un injerido viento gélido que bajaba de la cordillera y la opacidad de un insípido sol queriendo atravesar las borrosas nubes grises que cubrían el Fobia Entre Delirios
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cielo, Roberto se había topado con su amigo Ernesto. Sin embargo, aunque el hecho así lo sugiriese, éste no había sido un encuentro casual. Previamente, ellos habían combinado de encontrase en la misma cafetería de costumbre; un lugar donde siempre lograban exteriorizar sus ansiedades al otorgarse ese beneficio que una charla tranquila siempre aporta al hablar sobre las ambigüedades de la vida, e incluso, la de los otros también. Como ya era habitual entre los dos, desde algún tiempo que venían reuniéndose allí una vez por semana, para saborear un ameno “café au lait” acompañado de unas deliciosas
magdalenas
que
servían
en
ese
Bistró
consuetudinario de su preferencia, y mientras iban ingiriéndolas placenteramente, al paso, ponían al día sus inquietudes y dejaban correr a sueltas la ventilación de sus sueños y utopías. Era como si ese descanso amigable les sirviese para renovar no solamente la vieja amistad que existía entre los dos, sino, que significaba la búsqueda delirante de un apoyo anímico que cada uno tanto necesitaba para poder enfrentar una nueva semana en sus vidas. Y así, dejándose impregnar por la jovialidad de su amistad, entre frases y proposiciones,
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se confesaban dudas, y revisaban los acontecimientos más recientes de cada uno. A cierta altura de la reunión, inadvertidamente, Roberto dejó escapar un quejido casi inaudible; pero esa mueca de malestar, luego traspuso el aspecto desinhibido de sus facciones, matizándola con un severo mohín que demostraba el fastidio que sentía en ese momento, el cual indicaba que, el dolor concebido, era bien mayor que el gemido que había dejado evadir desde sus labios. -¿Qué te pasa?- le preguntó Ernesto enseguida, al percibir la gesticulación de molestia externada por Roberto. -¿Te sentís bien?- añadió de inmediato, cuando observó el señal de desdeño realizado por su amigo, al querer ensayar un ademán que indicaba que lo que él sentía, era solamente una molestia pasajera y sin mayor importancia. -No te preocupes, no es nada…, hace tiempo que algo me anda incomodando en el estómago… Creo, que debe ser una hernia que tengo en el ombligo, -se justificó Roberto de manera pausada, mientras que, al mismo tiempo, se frotaba la mano derecha haciéndose círculos a la altura del abdomen, masajeándoselo suavemente por sobre la blusa de lana, en busca de reprimir su malestar.
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-¡Loco!, -alertó Ernesto-, nosotros ya no estamos en la edad de querer dejar pasar por alto los dolores, inadvertidamente, sin que le demos la debida importancia… ¡Vos necesitas ir al médico! -Exclamó inexorable, al utilizar sus palabras para advertirle de que, el envejecimiento del cuerpo, muchas veces en capaz de esconder enfermedades imperceptibles. -¿Vos te acordás de Pepe?... –volvió a comentar Ernesto, sin dar tiempo a que su amigo le glosase sus ponderaciones- ¡Bueno!, el pobre hizo como vos, no le dio pelota a los dolores que lo mortificaban, y cuando quiso acordar, ¡Zaz…!, tenía un tremendo carcinoma en los intestinos que, en 6 meses… ¡Pobre loco! –Pronunció compasivo mientras se persignaba- ¡A ese, Dios se lo llevó ligerito! -terminó por puntualizarle con ojos jacobinos. -¡Pará! ¡Pará!... Al final de cuentas, lo mío no es para tanto…, -retrucó Roberto desazonado, y mientras exhibía toda su agitación en el rostro, con el dedo cordial de la mano derecha, le fue describiendo un gesto obsceno de pertinaz desaprobación para con el tipo de recuerdo que Ernesto
le
había
tirado
sobre
la
mesa,
cuando
inadvertidamente, éste le puso el dedo en la llaga con su cuento de malagüero. Fobia Entre Delirios
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-¡Vos sabrás lo que haces!, pero con esas cosas… ¡yo aprendí que no se juega!- Advirtió nuevamente Ernesto, enfatizando las palabras en un tono de voz que demostraba la relativa preocupación que éste sentía por la salud de su amigo. -¡Ya te dije, que no es nada que merezca importancia! –Buscó esclarecer Roberto como si demandase por una forma de tranquilizarlo; y como si con esa justificativa dudosa, pretendiese disipar cualquier posible remordimiento de su conciencia. -Hace tiempo que esto me molesta un poco… pero ya me acostumbré, y dependiendo de cómo me apretujo el lugar, parece que por adentro, palpita, que pulsa, y en algunas veces, me genera una sensación de molestia, de falta de aire… ¡Nada más! No es nada del otro mundo. -¡Mira, flaco! Yo no soy un neurótico, pero soy de los que piensa que, con ese tipo de cosas, uno nunca debe jugar… Creo que cuanto antes se descubra el origen de un malestar, menos serán los remedios para tratarse, que uno tendrá que tomar en el futuro… ¿No te parece? –Enunció Ernesto, mientras movía la cabeza de izquierda a derecha y viceversa, como si esa señal de desaprobación, fuese un eficaz lenitivo para sus sentimientos. Fobia Entre Delirios
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Roberto lo miró fijamente y, asentando un semblante risueño en el rostro, pronunció mordaz: -¡Lo que pasa, es que vos sos un hipocondriaco! ¡Por eso…! -¡Ah! ¡Ah!, no me hagas reír… -apuntó Ernesto, cortándole ligeramente la sentencia - ¡Lo que yo busco, es ser precavido, eso sí! -¡Eso no es precaución! –Pronunció entre risas- ¡Para mí!, es una muestra bien clara de que con los años, vos te has puesto un viejo neurótico, un maricón de mierda… ¡o lo que valga! –agregó con sarcasmo. -Vos califícalo como se te ocurra, pero yo te afirmo, que soy de los que espera lograr vivir hasta el día en que Dios me llame… ¡Que no te quepan dudas! -¡Mirá vos!; entonces pensás justamente igual que yo. -¡Ahaa! ¡No me hagas reír, hermano…!, que con ese tipo de actitud que tu manifiestas, parece que tu ida al cielo ira a ser de taxi, o en un avión a jato; mientras que yo, sinceramente, espero hacerlo despacito, a pie mismo… casi que arrastrándome, o al galope de un gusarapo, je, je, je. – Carcajeó al terminar su frase, y a seguir, abrió una larga sonrisa mientras se rascaba nerviosamente el mentón, como si con ese rictus, intentase disimular su fastidio con el asunto. Fobia Entre Delirios
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-¿Y quien te dijo que yo voy a ir al cielo?, ¡pedazo de un nabo! –Despotricó Roberto, ofendido- ¿De dónde sacas tantas majaderías, pedazo de un… un…, que se yo? – expresó a continuación, sintiéndose visiblemente a contra gusto con la situación, y exteriorizando una fisonomía de frente fruncida y un rostro amilanado, como si le molestase el hecho de tener que continuar a darle letra a ese tipo de conversación, y aun, viéndose obligado a tocar en un tema que, evidentemente, lo fastidiaba. -Yo creo que la acritud de tus palabras y la acidez de tus pensamientos, es lo que termina generando ese dolor que vos sentís… Yo pienso, sobre seguro, que eso es por causa del remordimiento de todas las cagadas que te mandaste en tu vida… -¡No, por favor, Ernesto! ¡No me digas eso! -se precipitó a reclamar, con una voz que denotaba mucho más que consternación. -Vos bien sabes, -continuó alegando-, que yo siempre actué en lo que actué, por causa de un ideal, por la exploración de un sueño, de un lugar más… más equitativo, más incorruptible para todos nosotros; donde las injusticias de unos pocos, no redundasen en la miseria de muchos;
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mismo que en ese entonces, yo viese las cosas un poco diferente de cómo las veo hoy. -¡No! No me refería a eso, principalmente, porque esa época que tu aludís, para nosotros, quedó lejos… bien lejos. ¿No te parece? -¡Sí!, es por eso, que yo te digo que sería bueno, que no revolvieses más en las cloacas existenciales de nuestra juventud… Esa época ya quedó lejos… ¡bien lejos! – Expresó
abstraído,
mientras
fue
concatenando
su
pensamiento con un ademán de cabeza. -Reconozco que la cuenta que me pasaron, fue cara, pero, de todo eso, solamente restaron profundos recuerdos, serias consecuencias, y las experiencias que a muchos jóvenes les gustaría sentir; tal vez, por imaginarse que así, por ese camino, pueden llegar a ser más hombres que los otros a su alrededor, –avisó Roberto, como si buscase desechar a un lado, un silogismo que el polvo del olvido ya había cubierto hacía muchos años. -¡Flaco! Yo no quiero revolver nada –convino Ernesto-. Vos bien sabes que ese, es un tema que está bien adormecido dentro de mí, pertenece a una época que, a mucho costo, he traspuesto sin aflicciones y sin ninguna
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pesadumbre en el alma… ¡Lo que pasó, paso, y pronto! ¿No estás de acuerdo? -¡Sí!, seguramente que nadie nos quitará lo bailado; y yo no te estaría mintiendo, si te aseguro que, después de la experiencia, no me han quedado desasosiegos de aquella época. Viví lo que me propuse vivir, y pronto, a otra cosa... Eso fue lo que me dije cuando transpuse los portones de la penitenciaria. -¿Y no será, que lo que sentís ahora, es alguna derivación de los padecimientos de aquella época? – preguntó Ernesto, intentando criar una verosímil conexión entre el malestar actual y alguna posible secuela de aquellos años duros. -No lo creo, porque lo único que siento, ¡y no es siempre! –Enfatizó-, es un escozor en las piernas; mejor dicho, es como si mil hormigas estuviesen caminando dentro de mis músculos, de las venas, de los tendones… Es esa sensación extraña que yo siento, y nada más. -¡Mira, Roberto!, yo te aprecio mucho, pero vos seguís siendo el mismo testarudo de siempre… ¿Por qué no vas al doctor, y te sacas las dudas de encima? ¿Qué te puede hacer, el tipo? ¡Claro!, a no ser que la vejez ya te haya dejado timorato… Fobia Entre Delirios
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-¡Está bien!, no me jodas más… ¡te prometo que un día iré! –buscó expresar Roberto, al largar las palabras como quien larga una tabla al mar, pretendiendo con su alegato, empujar la decisión para más adelante. Algunos segundos después de permanecer mirándolo fijamente, pero externando una mirada que mantenía las pupilas perdidas más allá en la distancia, y dejaba en duda si su pensamiento estaba rumiando la disculpa que había sido dada por Roberto, o estaba concentrado en alguna otra cavilación; Ernesto lo encaró de vez, y le preguntó sorpresivamente. -¡Decime una cosa!, ¿que tenés que hacer ahora? -Para decirte la verdad, a mí me queda alguna que otra vueltita para dar, y nada más... Nada que sea importante, o que lo tenga que hacer ya. ¿Por qué? -¡Óptimo!, entonces, te venís conmigo -dictaminó con determinación-, que yo tengo un médico conocido en el hospital de Clínicas… Yo le pido que te revise, y así, nos sacamos las dudas de una vez… ¿No te parece que es mejor? -¡No, Ñato! ¡No voy ni en pedo!, -bramó Roberto, sobresaltándose, como si tras las palabras de su amigo, él hubiese sido tocado por algún resorte misterioso. Fobia Entre Delirios
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-¡Pero dejáte de joder, maricón de mierda…! –Chilló en tono ofensivo- El médico no te va hacer nada. Lo que yo quiero, es que te él vea y emita su parecer… -manifestó Ernesto de forma arbitraria- Probablemente, él ira a pedirte para que después, te hagas algunos otros estudios más específicos; pero por ahora, yo sólo quiero que nos saque de la duda… ¡Movéte! ¡Dale! ¡Vamos de una vez! –volvió a ordenar de forma autoritaria. -Otro día vamos, flaco. Te agradezco tu preocupación, pero hoy no. -¿Vos querés que yo te lleve a las piñas? –amenazó Ernesto, ya a ojos vistas furibundo, en el mismo instante en que se ponía de pie y colocaba las manos en jarro, mientras le exhibía el seño fruncido. -Yo no sé quien es peor, ¿si vos, o mi mujer? –retrucó Roberto, ya sin demostrar voluntad para continuar la discusión. Es probable que esa apatía que demostraba Roberto, se debiese a la percepción final, de que carecía de otros argumentos convincentes que le permitiesen hacer derogar esa actitud resuelta de su compañero.
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Minutos después, el coche de Ernesto ya se encontraba rodando por las calles barullentas de la ciudad, mientras apuntaba en dirección cierta hacia el nosocomio. Durante el trayecto, Roberto se dejó hundir en un silencio ensimismado y no llegó a expresar una única palabra. Entretanto, se mantuvo en una circunspección prudente, como si con esa actitud cogitabunda, pretendiese encerrar dentro de sí, algunos temores inverosímiles, llegando a concebir el recelo justificable de que fuese descubierta alguna enfermedad más grave de lo que él se imaginaba. Sin embargo, analizando su actitud, debemos recordar que es posible afirmar que, la gran mayoría de las personas, entiende que el principal temor sentido por los enfermos en su ante visión de alguna enfermedad o achaque, casi siempre se centra en abrigar en su pensamiento, las actuaciones terapéuticas que irán generar, u ocasionaran, un daño físico capaz de causarle dolor, mientras que los aspectos no relacionados con la profesión que ejercen los médicos, estos siempre les generan menos miedo. No en tanto, vale recordar en tiempo que, ya en sus primeros desarrollos sobre el estudio de los males causados por la angustia en el ser humano, Sigmund Freud comienza Fobia Entre Delirios
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señalando la particularidad de este tipo de estado afectivo penoso del individuo, que es el afecto penoso por excelencia, y diferente de todos los otros estados aflictivos, convirtiéndolo en una característica que lo hace tan particular, y que lo hace digno de tener que realizar una investigación más profunda de las causas. Y esa angustia y temor que Roberto sentía dentro del coche, provenía de un estado afectivo de carácter penoso que siempre se caracteriza por aparecer como una reacción humana ante un peligro desconocido, o con la impresión de que así fuese; y que normalmente, suele estar acompañado por un intenso malestar psicológico y por pequeñas alteraciones en el organismo, tales como: elevación del ritmo cardíaco, temblores, sudoración excesiva, sensación de opresión en el pecho, o de falta de aire, ya que de hecho, “angustia” se refiere a “angostamiento”. En el sentido, o empleo vulgar de la palabra, lo que Roberto percibía en su silencio, lo hace equivalente a la ansiedad extrema o un sentimiento de miedo frente a lo desconocido; que no en tanto, por ser un estado afectivo de índole tan particular, éste siempre ha sido un buen tema de estudio de una disciplina científica: la Psicología, y especialmente, del Psicoanálisis, pautas que han realizado Fobia Entre Delirios
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los principales aportes para el conocimiento complejo de la materia, y lo ha erigido como uno de sus conceptos fundamentales. Como en todos los análisis de los conceptos freudianos, el de “Angustia”, este también pudo ser construido por Freud, poco a poco, al ir articulándolos a la vez, con los demás que integraban su teoría psicoanalítica ya en pleno desarrollo. Para Freud la conceptualización de las fobias, así como la de la angustia, siempre constituyó un problema, y su consideración sobre el asunto, fue creciendo mientras fue realizando sus prácticas clínicas, y a la luz de los nuevos descubrimientos, fue donde consideró entonces las fobias, como siendo manifestaciones de desórdenes mentales, sin constituir una entidad diagnóstica. (...) el problema de la angustia es un punto nodal en el que confluyen las cuestiones más importantes y diversas; se trata, en verdad, de un enigma cuya solución arrojaría mucha luz sobre el conjunto de nuestra
vida
anímica.
(Sigmund
Freud:
en
Conferencias de introducción al Psicoanálisis, Conferencia 25).
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Al llegar al umbral de la puerta, la primera imagen que las retinas de Roberto pudieron captar dentro de lo que parecía ser un inmenso hemiciclo, fue la de un ambiente más gélido que el pasillo que había acabado de recorre. Claro, que esta apreciación podría ser totalmente verdadera, si una persona fuese capaz de certificar una sensación que, al ser captada con una simple mirada, fuere esta lo suficiente para absorber la percepción intuitiva que ella tiene premonitoriamente, mismo que sus sentidos aún no hayan sido capaces de expresarse y recapacitar, sobre la emoción del instante que captó. Pero, sin lugar a dudas, puede afirmarse que para él, la figuración que invadió de lleno sus ojos, provenía de una imagen en perspectiva que se asemejaba mucho más a lo que, en ese momento, Roberto creyó ser, la entrada principal del Paraíso; porque toda esa ilusión, emanaba de Fobia Entre Delirios
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una vaga aurea atmosférica que se situaba entre una tonalidad celeste y una opacidad grisácea. No en tanto, esos colores nada más eran, que una gradación de coloración imprecisa inundando el ambiente, y proveniente de una enorme lámpara circular que estaba emplazada en el techo y al centro del aposento. Una mirada más aguzada, estaría capacitada a permitir notar que, esa ambigua lámpara, tenía un único fanal circular encendido a su alrededor, y era él quien emitía esa leve luz cósmica que iluminaba el ambiente con vaguedad. Subyugado por el transitorio espejismo que lo envolvía, Roberto luego imaginó la lámpara, como siendo un sol disímil y, a los seres que se encontraban dispersos en la habitación, como si estos fuesen los astros que integraban un firmamento quimérico y delirante. Como
mencionamos
anteriormente,
al
llegar,
permaneció parado en el umbral de la sala, estático tal cual la estatua de un David en la plaza; vacilante e impresionado con esas sutiles imágenes que le llegaban hasta su mente a través de sus retinas; y allí se mantuvo estacionario a la espera de que alguna voz estableciese lo que debería hacer. Mientras tanto, notó que un pequeño grupo de individuos estaba reunido en lo que identificó, como siendo Fobia Entre Delirios
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reducidas ruedas de tres o cuatro personas. Vio algunos de ellos conversando casi en susurros, ya otros, estaban manipulando sigilosamente algunos objetos inidentificables para él. Pero invariablemente, notó que todos ellos vestían ropas celestes, o lo más cerca posible de un color que reflejaba la luz central del aposento. Sin embargo, hasta ese momento, nadie lo miró. Esa parálisis momentánea, con seguridad, se prolongó por escasas décimas de segundo, pero esa interminable espera se extendió hasta que él alcanzó a percibir una mano que le insinuaba, con su gesto, que avanzase hacia donde esa persona se encontraba. Ella estaba emplazada bien al centro de la sala, y debajo de aquella enorme lámpara apagada. Al ver desde lejos la composición abstracta que le proporcionaba esa imagen central, luego imaginó estar distinguiendo a un extravagante sitial perteneciente a alguna desconocida majestad Azteca, encontrándose posicionado exactamente abajo de un seráfico sol, a la espera de la consumación de un ritual místico a ser ofrecido para alguna divinidad indeterminada. Pasado el sopor inicial, al identificar la advertencia realizada por la mujer, Roberto retomó sus pasos Fobia Entre Delirios
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silenciosos, irresolutos, apocados; y mientras caminaba, iba mirando vagamente a su derecha e izquierda apenas con el rabo de sus ojos, buscando reconocer quienes serían los integrantes de esos misteriosos cenáculos, que parecían estar orar reservados por el salón. A su paso, alguno que otro de los presentes le defirió apenas un leve asentimiento de cabeza, significando con ese fútil movimiento, un respetuoso saludo, o tal vez, algo que de rayano le pareció asemejarse a una amable, pero flemática bienvenida a un lugar santo, a un territorio divino, sacrosanto, en donde todos ellos eran los que representaban a los bienaventurados guardianes del pináculo, mientras que él, abnegado y resignado,
personificaba únicamente el
elemento del sacrificio a ser ofrecido para alguno de esos dioses desconocidos del universo. En medio a esa vaga percepción sobre las cosas reales que lo rodeaban, e influenciado por el devaneo de sus pensamientos sobrenaturales, Roberto terminó por acercarse a la mujer que lo había llamado, y de inmediato, percibió tratarse de una enfermera en carne y hueso. Fue solamente entonces que él cayó en la real. Allí no había ángeles, querubines, o cualquier espíritu celestial… Estaba parado junto a la mesa de operaciones de un quirófano. Fobia Entre Delirios
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¡Buenas noches! –Dijo la mujer, con una voz insensible que lo sacó repentinamente de su devaneo¡Retire su prenda!, –le ordenó drástica- Estamos atrasados, agregó inexorable. -¡Pero no tengo nada por debajo…, estoy despojado de cualquier ropa!, -intentó murmurar Roberto entre dientes, mientras sentía que sus cachetes comenzaban a hervir en reacción al rubor bochornoso que lo dominó. -¡No se preocupe!, luego usted estará totalmente desnudo por fuera y por dentro, -sonrió ella, sin demostrar en las palabras de su frase, la contención de cualquier gesto de recato o sarcasmo. –Ahora, acuéstese aquí…, haga el favor, ¡sí! –terminó por indicarle con la cabeza, al señalarle el local de la aciaga cama-mesa a su frente, mientras observó cauteloso que ella tenía las manos ocupadas con una jeringa y un minúsculo frasco de una solución que él, no alcanzó a identificarle el contenido. Enseguida, Roberto, obedeciendo remiso al edicto, dio más dos pasos y se acercó al borde de lo que parecía ser, una cama fija de un acero reluciente como un espejo, y que estaba totalmente recubierta con un tejido simple, blanco, prolijamente extendido sobre la misma, pero que a su vez, Fobia Entre Delirios
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carecía de cualquier tipo de apoyo para la cabeza de quien allí se tumbase. Asustado por la incertidumbre que la ocasión le deparaba, obedientemente se sentó al borde de la cama, y de espaldas para la mujer, con movimientos titubeantes, se quitó la bata. -Acuéstese con la cabeza para aquí… -le volvió a hablar la que a él, le parecía ser una enfermera-, …¡Póngala bien aquí donde estoy yo! –agregó la mujer, sin al menos retirar los ojos de lo que estaba haciendo. Ya desnudo y aún de espaldas, Roberto preguntó trémulo: -¿Y donde pongo esto?- Enunciando las palabras con melindre, mientras le mostraba el amasijo hecho con la túnica que se había quitado. -En el piso, nomás. Lárguelo allí, que después se recoge, –murmuró ella. Así que se acostó, al estar totalmente desnudo, miró con extrañeza para su propio cuerpo totalmente rasurado. Lo habían rapado desde el pescuezo hasta las pantorrillas, y luego, lo habían pintado de un color encarnado, por causa del líquido antiséptico que habían utilizado cuando lo afeitaron.
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La imagen de su propio cuerpo depilado y sombreado de un color carmesí, le provocó un leve espasmo de risa. De colindante, el hecho le incitó un estado de estupefacción que lo hizo recordar con nostalgia por su época de niñez cuando, junto con su hermana Sissi, jugaban de médicos y pacientes. Mientras estaba acostado a la espera de los acontecimientos, no pudo dejar que le invadiesen esos recuerdos, cuando en aquella época, muchas de las veces, tanto él como las muñecas de su hermana, habían terminado adquiriendo ese color encarnado en el cuerpo, al matizarse con la tintura de benjuí, el iodo, el agua oxigenada, o lo que ellos encontrasen en el botiquín del baño. Sin embargo, no pudo dejar de reconocer que lo que ahora estaba viendo en su cuerpo, era producto de una lapidación real. Mientras se dejaba deleitar con sus recuerdos, movió la cabeza de un lado a otro, buscando dirigir su mirada para los grupos de extraños que continuaban absortos en sus propias tareas; reparándolos a todos ellos de espalda hacia él, y ubicados alrededor de unas mesas y unos pedestales que tenían una especie de monitores de televisión. Cuando la mujer le tomó la mano izquierda, inmediatamente, Roberto fue sacado de su desvarío y volvió Fobia Entre Delirios
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el rostro en su dirección, mirando irresoluto lo que ella estaba intentando hacer con ese gesto, y nuevamente, escuchó su voz explicando: -Este pinchazo, le va doler un poco. ¡No se preocupe! Es normal, porque estaré picando directamente en la arteria de su brazo. Mientras le hablaba pausadamente, ella le estaba pasando un algodón embebido en lo que le pareció ser algún tipo de destilación esterilizadora. –Debe ser un tipo de gel antiséptico…; ya que es lo usual en estos casos- pensó Roberto silenciosamente, casi al mismo instante en que un dolor sumamente agudo, partió desde su pulso causándole un leve espasmo y la inmediata contracción de su miembro. En ese momento, parecía que le habían perforado la vena con una aguja sin punta, mocha, despuntada; tal fue la virulenta sensación de dolor que sintió en ese instante. -¡Ya está! Sé que es un dolor un poco ingrato, pero es necesario para colocarle el catéter para el monitoreo posterior… ¡Pronto!, -agregó tácitamente-, …apóyela junto a su cuerpo y no la mueva, porque le he colocado una cánula… ¿Ok? –preguntó severa, para certificarse de que él tuviese comprendido la orden. Sin percibirlo, de una forma reservada y sin hacer cualquier alarde de sus movimientos, otras personas, Fobia Entre Delirios
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hombres y mujeres vistiendo sus mamelucos celestes, se habían aproximado en ese momento a su derecha, con lo que le pareció, desde la incómoda posición en que se encontraba, que ellos habían arrimado sigilosamente las diversas mesas y pedestales que prontamente estaban acomodando prolijamente cerca de sus pies y de su cabeza, dejando totalmente libre y desocupada, toda el área central que circundaba su figura. El cuerpo de Roberto ya estaba totalmente desnudo, acostado indefenso sobre la mesa sin hacer gala de cualquier decoro, o lo que luego pensó ser, una indecente escena de inmoralidad a desarrollarse frente a todas esas mujeres extrañas. Quiso creer que a diferencia de otras oportunidades en que se vio en semejante situación, esa condición peculiar actual, por ser tan redundada en el trabajo diario que ellas desempeñaban, ya no les causaba cualquier tipo de afectación o vergüenza, y por eso, no les importaba tener que otearlo en ese estado que para él, parecía ser deplorable. No consiguió dar seguimiento a su cavilación, porque en ese exacto momento, otras dos mujeres ya estaban enrollando sus piernas con un vendaje de algodón, que
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rápidamente y con agilidad, comenzaban a cubrirlas con una venda de gasa rosada. La misma mujer que antes había perforado la arteria de su pulso, ahora estaba posicionada sobre su lado derecho, manoseándole con la yema de los dedos, la parte del pecho a la altura de su primera costilla; pero no alcanzó a ver lo que era que ella estaba haciendo, porque nada más hizo sentido entre lo que él veía, y las palabras que ellos decían… Una sensación de somnolencia se estaba apoderando de sus emociones. Notó que alguien se aproximó y comenzó a darle una nueva pincelada en su cuerpo, utilizándose de un algodón humedecido con un frio líquido aséptico, mientras descubrió que al mismo tiempo, por otro lado, una mano forastera le tocaba la nariz sin que Roberto alcanzase a identificar a quien pertenecía. Las imágenes de sus percepciones comenzaron a presentarse como si estuviesen entrecortadas, difusas, vagas. Ya no escuchaba con nitidez el murmurio que todas esas personas generaban a su alrededor; las veía como si cuchicheasen secretos en voz baja, o haciéndolo a modo de que él, no lograse oírles los lóbregos secretos que ellos se susurraban entre sí. Fobia Entre Delirios
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Mientras se encontraba perdido en esa divagación de sensaciones difusas, un dolor agudo provino de su nariz, y al intentar abrir los ojos para ver el porqué, Roberto sintió que alguna cosa áspera estaba rasgando su garganta… Dolor… sensación de vómito… una arcada de nausea… No logró identificar si eran alucinaciones, o impresiones. Ya no sabía explicar el qué… A partir de ese instante, no alcanzó a percatarse o comprender más nada de lo que sucedía a su alrededor. En ese momento, pasó a ser exclusivamente un cuerpo inerte tendido sobre una mesa de operaciones de un hospital, rodeado por un equipo de quince personas que él nunca había visto, ni tenía la mínima noción de quienes eran o lo que hacían en sus vidas y, principalmente, con su vida. Sin darse cuenta, su mente retrocedió en el tiempo, y se retrajo seis décadas para resucitar los recuerdos que constituían su pasado.
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Invierno, última semana de agosto del año de 1950 en la ciudad de Salto. Una pachorrienta urbe de un territorio esencialmente agrícola, que se ubica al noroeste de la República Oriental del Uruguay, y dispuesta en calles simétricamente perfiladas en la espalda oriental del rio de nombre homónimo. Un lugar que marca su horario de forma similar a toda la franja del planeta que abarca el mismo fuso horario de menos tres horas al oeste del meridiano de Greenwich. (GMT -03:00). En esa tarde fría y lluviosa de un invierno reacio, nacía Roberto; y su llegada a éste mundo, muy pronto sirvió para marcar una trascendental discusión entre sus padres. Principalmente, porque, queriendo aprovechar el eufórico momento, y de esa forma dejar marcado para siempre el recuerdo en su familia al homenajear una reciente hazaña futbolística mundial, su padre quería bautizarlo con el nombre de Alberto, para con su pleitesía, reverenciar a Alberto Schiaffino, el flamante bicampeón mundial con la escuadra Celeste en Rio de Janeiro, marcando su verdadero halago por el deportista que había sido uno de los principales artífices de aquel glorioso Maracanazo.
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Sin embargo, en la contienda familiar que se desplegó entre sus progenitores, terminó prevaleciendo la firme y testaruda determinación de Raquel, la madre del niño, que insistió, a toda costa, para que su hijo llevase el mismo nombre de su abuelo materno; hombre que por aquel tiempo, ya era una persona que padecía de una enfermedad que iba en vías de muy pronto terminar por arrebatarle la vida. Finalmente, de tanto Raquel andar a vueltas en querer halagar a su padre antes de su expiración prematura, finalmente, a contra gusto, su marido José cedió en su pretensión, y así terminó por imponerse la férrea voluntad de la esposa. Días más tarde, el niño acabó siendo registrado como su madre quería: Roberto. Un varón de tres quilos y medio, 51 centímetros de largo, y salteño de nacimiento. De ese hecho, él no tenía presente los detalles, y mismo que su nacimiento hubiese ocurrido a tiempo de vivirlos, y no, casi cuarenta días después de acaecida la segunda gesta futbolística del país, posteriormente, durante su infantilidad y de tanto habérselo refrendado, su padre había logrado que él cargara con los hechos como si los tuviese vivido personalmente; y con el pasar de los años, se
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halló capacitado de repetir latosamente los datos que había guardado en su mente. De ese acontecimiento, sin entender claramente los porqués, llegó a ser capaz mencionar al dedillo que dentro del recuerdo de esa epopeya mundialista, Juan Alberto Schaffino había sido uno de los bastiones del conjunto celeste. Lo mencionaba como siendo un gran volante ofensivo que manejaba la faceta creativa del equipo, pero sin dejar de lado el temido temperamento charrúa. Afirmaba que el hombre tenía un juego exquisito, veloz, hábil, una zurda letal que recurría a la habilidad, o al pase preciso, cuando la necesidad así lo requería; que era un jugador que vivía adelantado a lo que ocurría en el partido, agregándole dinamismo a su juego estilista, gastando el balón con su maña y pericia; narrando todas esas argumentaciones, mismo sin comprender patavinas de lo que repetía como si fuese un loro. Roberto también estaba al tanto de que, “el Pepe”, el cariñoso seudónimo que era empleado por el pueblo para identificar a su ídolo, tenía casi en el mismo estilo de juego magistral que su “primo” de la otra orilla, el fabuloso jugador argentino Alfredo Di Stéfano, como muchos críticos especializados hacían cuestión de afirmar en aquella Fobia Entre Delirios
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época. Por todo eso, él también sabía de memoria que “el Pepe”, había sido, entre otras hazañas, el autor del primer gol uruguayo en esa histórica final del 16 de julio. Años más tarde, para el delirio o la perturbación de sus propios compañeros de escuela, Roberto podía repetir como si fuese el avemaría, todos los datos que su padre le había suministrado, llegando a porfiarles inclusive, que en el país, Schiaffino había sido una gran figura del equipo de Peñarol desde 1943 hasta 1954, habiendo ganando los campeonatos del 1949, 1951, 1953 y 1954. Pero la cosa no terminaba por ahí, porque habiéndose convertido en un fanático hincha del equipo, le gustaba vivir repitiendo que el “Pepe”, tenía cuerda para rato, y como el Uruguay le quedara chico, a partir de 1954, el hombre se había marchado a jugar a las canchas itálicas, para luego brillar en un otro cuadrito llamado: Milán. Desde su corta edad, ya le gustaba obstinarse con todos, afirmándoles que, como “el Pepe” era un jugadorazo, grande entre los grandes de verdad, no era para menos que se destacase nuevamente cuando volvió a tener otra notable actuación en el campeonato mundial disputado en Suiza en 1954. –Merecían haber ganado otra vez- repetía porfiado.
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En aquella época, la selección de Uruguay se ubicó en cuarto lugar, y “el Pepe” volvía a ser una de las figuras destacadas del conjunto charrúa en la derrota por 4 a 2 frente al seleccionado de Hungría; encuentro que la prensa de entonces se encargó de calificar como “el partido del siglo”. Pero teniendo ya cuatro años, esa informaciones las había descubierto solo, porque mismo sin saber leer, su padre le repasaba con avidez los reportajes que aparecían en la radio, o en los periódicos de aquella época. Es necesario que retrocedamos un poco, porque dejándome envolver por el furor que el propio tema futbolístico a veces nos impone, me he adelantado en la mención de los acontecimientos de la vida de Roberto, salteándome otros sucesos no menos importantes; y a decir verdad, los únicos recuerdos semivivos que éste conservaba del periodo anterior a sus primeros tres años de vida, eran algunas imágenes conseguidas a través de unas fotos amarillentas de sus tíos y abuelos, cuando estos habían realizado alguna visita a la ciudad; o eran apoyados en los insistentes relatos futboleros que tan anhelantemente le fueron narrados por su padre; o algunas veces, originados en las recitaciones que circunscribían determinados cuentos mencionados por su madre, al relatarle los viajes que ellos Fobia Entre Delirios
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hacían de paquebote hasta el otro lado de la orilla del rio Uruguay, a la ciudad argentina de Concordia, local donde concurrían
frecuentemente
para
poder
comprar
las
mercaderías que escaseaban en la ciudad, o para adquirir vestimentas que siempre estaban con precios más atractivos que los cobrados en las tiendas de su ciudad. De esos viajes, -y según se lo había afirmado su madre-, recordaba que por causa del estricto control aduanero ejercido por orden del gobierno porteño del General Juan Domingo Perón, las compras realizadas en la otra orilla, tenían que ser traídas a escondidas entre sus pañales, o mezclada junto a las otras ropas que ella llevaba en una bolsa de mano. Desde muy pequeño siempre le había encantado escuchar atentamente la parte en que su madre le decía que, en determinados momentos, para zafarse de la escrupulosa vigilancia de los hombres de la Marina Argentina, ella tenía que aplicarle soberbios pellizcones en su tierno trasero, a fin de arrancarle esos providenciales ataques de llanto a lágrima partida, que siempre terminaban despertando en los inspectores aduaneros, esas irreductibles miradas de conmiseración, que le permitía poder transitar por el local, sin la necesidad de tener que ser revistada. Fobia Entre Delirios
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-¡Vos no te acordás, porque eras muy chiquito!, - ella le había revelado algunas veces-, pero yo te llevaba para Concordia, siempre vestido con tus ropitas más viejas y apretadas, y después, te traía de vuelta poniéndote las nuevas que te compraba, mientras que aquellas que tu habías llevado, era necesario que se las regalase a los pobres, o entonces, tirarlas en la basura... –terminaba por contarle Raquel con su voz maternal. No en tanto, también tenía claro que su madre nunca había sido capaz de expresarle su pedido disculpas por los pueriles e innecesarios pellizcones que ella le daba. No había la menor duda, que durante su niñez, a Roberto le gustaba que su madre le repitiese una y otra vez esas mismas historias. Con el tiempo, llegó a descubrir que al escucharla narrárselas, las fantasías que eran nutridas por esos relatos, le cabrioleaban entusiastas dentro su cabecita de niño, haciéndolo imaginar mil peripecias enloquecedoras y otras tantas odiseas apocalípticas. -¿Y cuando te compré los primeros zapatitos? –A veces comentaba su madre en algún otro momento- ¡No podes recordarlo, porque recién habías empezado a caminar! Pero le tuve que mandar raspar la suela en el cordón de la vereda, para que pareciesen un poco más Fobia Entre Delirios
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deslucidos, y de esa forma, los guardias no me los decomisasen en la aduana, -ella le repetía sin cesar, cuando se veía obligada a responder a las inquietas preguntas que su hijo le hacía de vez en cuando. Más tarde, aun durante la época de su niñez, Roberto hacía memoria que él siempre se queda mirándola silencioso, intrigado y abstraído, estacionado en medio a todos esos sazonados relatos llenos de un cierto perfil truhanescos tan hábilmente realizados por su madre. Mientras
la
escuchaba,
recordaba
que
permanecía
reservado, pensando quizás, cómo hubiese sido divertido poder volver a vivir esas mismas incidencias y episodios, en otros tiempos, cuando él ya tuviese mayor edad. Seguramente que si en ese entonces, Roberto hubiese sido un chico un poco más adulto, al vivir esas aventuras conspiradoras que lo envolvieron en tan precoz edad, posiblemente su subconsciente le hubiese permitido tener la oportunidad de que esos mismos acaecimientos lograsen ser gravados directamente en su memoria, como para que estos le dejasen algunas huellas más profundas y claras, de una pícara y osada existencia de bucanero, de rufián; lo que a posterior, le generaría algunos relatos más acentuados que,
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sobre seguro, le hacían creer que se transformaría en un nuevo héroe juvenil ante sus amigos. Fue a partir de la edad de tres años, que recién comienzan a surgir en su mente algunas imágenes vagas de otras tantas ocurrencias sucedidas en ese periodo de su niñez. Eran reminiscencias de cuando ellos aún vivían en la vieja casa de la esquina de Juan Carlos Gómez y Varela, a sólo dos cuadras de la Plaza de los Treinta y Tres, donde esos retratos más nítidos, le llegaron idénticos por diversas veces
a
la
memoria,
por
estar
inconscientemente
correlacionados con otros hechos posteriores de su vida. En primero lugar, estaba la plaza, que en su lejana memoria, y entremezclada en medio de esos cortos flashes de esparcidas imágenes, la recordaba netamente como siendo el paseo obligatorio que ellos realizaban por las tardes junto con los familiares que los venían a visitar, y el local donde él, junto a su hermana Elizabeth, -Sissi-, nombre de bautismo que, según su padre, le había determinado en homenaje a la incomprendida princesaemperatriz de Austria-Hungría; podían corretear entre los jardines o divertirse en las hamacas, los subibaja, sin miedo a que el vigilante de la plaza los reprendiese.
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No en tanto, y para el desespero de Raquel, ellos frecuentemente
volvían
para
casa,
todos
sucios
y
embarrados, con alguna rodilla arañada, con alguno de los dedos de los pies sangrando por causa del tropiezo involuntario dado en alguna piedra; o con parte de la ropa desgajada, arrancada, como consecuencia de sus travesuras infantiles. Años después, y lo largo de una parte de su vida, muchas veces Roberto había podido revalidar fácilmente muchos de esos recuerdos, visualizándolos a través de las fotografías ambarinas y deslucidas, que habían sido heredadas de mano en mano viniendo de quienes habían hecho parte de su historia familiar; los cuales, y por razones de la propia supervivencia humana, hoy ya se encontraban en el otro mundo. Es probable, que muchos de esos recuerdos se constituyesen solamente de relatos de historias que fueron reforzados por las imágenes que veía reproducidas en las láminas; pero no tenía certeza si eso era verdad. Aun así, del mismo modo estaban latentes como si hiciesen parte de una avalancha de recuerdos, aquellos incontables atracones que ellos se mandaban con las mandarinas y las tanjarinas que, casi orgiásticamente, Fobia Entre Delirios
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realizaba junto con Sissi, cuando ambos se avanzaban como si fuesen unos famélicos desesperados, subiéndose por sobre las gigantescas bolsas de arpillera que su padre siempre traía llenas de esas deliciosas y jugosas frutas cítricas de la región. No en tanto, en el mismo instante que resucitaba esos hechos, no podía dejar de evocar aquellas terribles disenterías que les provocaba esa tamaña desmesura, donde inclusive,
algunas
veces,
continuaban
a
comérselas
ávidamente, mientras ambos hermanos aun se encontraban sentados en sus pequeñas escupideras, y haciendo caso omiso a los rezongos fundados de Raquel, por motivo de una vez más, haber desobedecido su orientación de dar un tiempo a esa fruta. Un otro momento que había quedado como si hubiese sido cincelado a fuego en su subconsciente, fue, –al menos para Roberto-, el asombroso episodio acaecido en aquel verano en que fueron a bañarse en la pileta de las Termas del Arapey, que en aquel entonces, no era nada más que una simple piscina, inmensa, y toda cercada por un tejido de alambre que permitía a los veraneantes mantenerse alejados de los ñandúes; agiles bípedes que, en bandos, siempre
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andaban merodeando por las praderas de los campos que existían alrededor de la pileta. No en tanto, tampoco le brotaba en la memoria algún otro recuerdo con el que pudiese evocar sus idas a las, entonces,
poco
famosas
termas.
¡Había
sólo
ese!
Principalmente, porque en esa tarde soleada, un incidente que le había parecido asustador, ocurrió mientras su madre estaba recostada tomando sol, toda untada con un menjunje líquido que era preparado con aceite de coco y iodo, y que ella, providencialmente, siempre mandaba buscar en la farmacia, para después, pasárselo por el cuerpo a fin de evitar las quemaduras provocadas los rayos del sol, y para que los mismos no les dignificasen la blanquecina piel. Entonces, -bien lo recordaba- fue en ese exacto momento que, inesperadamente, todo aconteció. En su corta edad, le pareció ver a una gigantesca bestia alada de plumas grises aproximándose despacito hasta el borde del tejido, en cuanto él jugueteaba en la orilla de la pileta, súbitamente, advirtió que el animal alargaba el pescuezo y extendía la cabeza por arriba del alambrado, logrando con su gesto rápido, picotear el frasco del protector solar casero que estaba depositado dentro de un gorro de paja que estaba situado muy cerca del alambrado. Fobia Entre Delirios
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De pronto, ya con los ojos desorbitados al ver el tamaño despropósito del animal, mostrándose desesperado, Roberto empezó a gritar: -¡Mamá! ¡Mirá, mamá…, el bicho se comió el frasco, y ahora se le quedó atravesado en el pescuezo! Sin lugar a dudas, esa imagen nítida y pintoresca que recordaba, fue la que posteriormente serviría para reavivar siempre en su mente ese inusitado trance, cada vez que alguien hacía mención a este tipo de animal, o hablaba de las termas, haciéndole resurgir la estampa del frasco de loción bronceadora, atragantado horizontalmente en el pescuezo de la sabandija. Así mismo, y aun reviviendo parte de aquella época, todavía por la notoriedad del caso y por la propia comicidad que se generó en aquel momento, fueron incontables las veces que, por motivos enigmáticos o por lo ridículo de la propia historia, le llegaba a la memoria los recuerdos de aquel día del desastrado intento que realizaron sus padres, cuando pretendieron carnear un chancho, en medio del patio que existía en el fondo de aquella casa donde vivían. Ese día otoñal, después que sus padres y algunos vecinos ya habían dispuesto en el galpón todos los chirimbolos que serían necesarios para llevar adelante la tal Fobia Entre Delirios
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intentona, y mientras se discutía entre los presentes a la faena, cuál sería la mejor estrategia a utilizar para carnear el pobre animal que, maniatado, ya gritaba como un condenado que era, y como si ya estuviese percibiendo el triste final que le aguardaba; sorpresivamente, el barullento bicho se soltó y, para espanto de todos, en loca carrera, rompiendo el frágil portón que daba a la calle, salió puerta afuera chillando como un desesperado, mientras todos, muñidos con armas constituidas de escobas, palos, cuerdas y cualquier otra cosa que sirviese para atajar al exasperado animal, salieron atrás de él, hasta lograr alcanzarlo dentro del edificio donde quedaba ubicada la usina generadora de energía de UTE, distante a unas dos cuadras de la casa, y ya casi en las orillas del arroyo Ceibal. ¿Cómo alguien puede llegar a olvidarse alguna vez, una escena donde participaron más de una docena de personas que, presentando armas ante un ficticio General de batalla,
corrían
iracundos
blandiendo
sus
toscos
instrumentos de lucha, mientras vociferaban órdenes, escarnios e improperios contra un desesperado animal que corría afligido para salvar su piel…? ¡Imposible! Sin dudas, para Roberto, ésta jácara había sido una escena hilarante que ávidamente había gravado con Fobia Entre Delirios
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inconsciente espontaneidad, vigorizando con ella una parte de los primeros recuerdos de su niñez en la ciudad salteña. Después, con el pasar de loa años vendrían otros, pero él ya no estaría más viviendo en su ciudad natal.
5
Octubre, y para aprovechar el beneficio que les ofrecía el clima ameno de un primaveral mes de 1954, los padres de Roberto, sacándole partido a la oportunidad, providenciaron para que fuese realizada la mudanza de residencia de la familia, hacia otro longincuo paraje del país. Es por esos rumbos que ahora podemos advertir a Roberto, viéndolo maravillado y con la memoria entre suspensa y desconcertada, paseándola por todas aquellas reproducciones de vida que desfilaban ante sí; viéndolas
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diferentes, nuevas, discordantes con el ambiente al que se había acostumbrado a vivir. Cuando al fin se mudaron, la nueva casa a la que fueron a vivir, estaba emplazada en plena ciudad de Pando, una cosmopolita urbe del departamento de Canelones, que, a pesar de la escasa distancia geofísica que tiene con la capital del país, ella se sitúa geográficamente dentro del Área Metropolitana de Montevideo. En aquella época, esta ciudad ya comenzaba a demostrar un leve aire de querer convertirse una metrópolis más moderna. A decir verdad, y trazando un ligero paralelo de semejanza con la ciudad de Salto, mancomunidad que a su vez era la capital del Departamento homónimo; por aquellos años, ésta nueva ciudad, a diferencia de la anterior, hervía de oportunidades de prosperidad, ya que principiaba en sus alrededores, el desarrollo de un importante centro comercial e industrial, razón por la que estaba atrayendo velozmente a nuevas familias de inversionistas con recursos suficientes para estimular no solamente el progreso agropecuario por todos sus aledaños. Junto a estos, la onda expansionista también terminó atrayendo a personas quienes pudiesen prestarles sus servicios, y por eso, entre esa nueva afluencia de moradores, Fobia Entre Delirios
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se incluían sus padres; y ahora, ya era posible ver a toda su familia cómodamente alojada en la nueva vivienda para la cual se habían mudado. Naturalmente, que más tarde, pasado ya el estupor inicial del viaje, otros nuevos descubrimientos vendrían a ser los responsables por puntear y rubricar la llegada de Roberto a ese lugar, y de alguna manera, ir apaciguando un poco de esa ardiente y normal expectativa que se ejercitaron durante los acontecimientos de aquella mudanza; una vez que había sido ésta, la responsable por despertar en él, el mismo comportamiento de inquietud estándar que siempre existe en el desarrollo de cualquier niñez normal. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar los recuerdos que él tenia sobre las razones de la mudanza, ya que entendía que se debieron al cumplimento de las exigencias laborales de José, su padre, que en aquel tiempo era considerado un eximio vendedor de equipos agrícolas de la empresa Horacio Torrendell, que en ese momento, ya era una trascendente organización comercial responsable por importar y representar oficialmente diversas marcas y modelos de maquinarias para los trabajos agrarios. Pero no sería correcto querer atropellar nuevamente la historia de su vida, pasando por alto la verdadera cronología Fobia Entre Delirios
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de los acontecimientos, porque en la ante visión del repaso de su historia, sin darse cuenta de la profundidad del transe en que se encontraba sumergido ahora, el Roberto hombre de hoy, estaba viviendo otra vez más, paso a paso, cada día de su existencia. Volviendo entonces a la nueva casa para donde se mudaron, la que quedaba ubicada en la calle Solís, cerquita de la esquina de la avenida General Artigas, la principal arteria vial que corta la ciudad, y situada a unas poquitas cuadras de la Plaza de nombre análogo al de la avenida, se hace necesario mencionar correctamente los hechos a partir de la llegada. Esta era una morada grande, con un oportuno garaje situado al lado izquierdo de la misma, y utilizado para que su padre pudiese guardar holgadamente el Land Rover verde que dirigía; también había un patio al fondo donde, más tarde, sería el refugio seguro para la nueva mascota; un perro enorme y negro, de raza indefinida, pero que había sido inmensamente cariñoso con ellos, principalmente con su hermana Sissi. No en tanto, entre los primeros pinzamientos de recuerdos, el que más le impactó cuando llegó a ese nuevo hogar, fue haber escuchado a su madre anunciándole Fobia Entre Delirios
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cariñosamente: -¡Mira Robertito!, éste, -señalándole con la mano extendida- a partir de ahora, será tu nuevo dormitorio… ¡Fíjate, ahora vas a tener un dormitorio sólo para vos!, ¿no te gusta? –le había expresado ella, al sujetarle la mano mientras recorrían los diversos recintos de la vivienda. Claro, que le agradó poder tener un aposento exclusivo, solo para él. Eso lo hizo sentirse más adulto, independiente, un sujeto totalmente liberal, y que a partir de ese momento, sería capaz de guardar sus propios juguetes en su propio cuarto… -¡Nunca me lo imaginé! -Pensó para sí en ese instante, tal había sido la sonrisa de felicidad que luego se le dibujó en el rostro, y dejando que le surgiese una avalancha de ideas que luego pasaron a revolotear en su cabeza. En su retentiva, recordaba que sus juguetes no pasaban más allá de una pelota grande de goma, roja; una docena de cochecitos y camioncitos de latón algo abollados; un batallón de soldaditos de chumbo todos despintados por el uso y los golpes que recibían; un trompo de madera que no sabía usar; el revólver del Llanero Solitario que podía ser cargado con fulminantes; un antifaz negro; un tambor, y
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algunos otros chirimbolos más que muy prontamente habían caído en el olvido. Pero además, habían otras cosas que aun se mantenían enigmáticas para él, en aquellos primeros tiempos en la nueva casa; como, por ejemplo, alcanzar a comprender el verdadero motivo que había ocasionado la mudanza para esa extraña ciudad, o inclusive, asimilar la disimulada explicación que le comenzaron a proveer, y relativas sobre de los días que su padre y su madre permanecían lejos de la casa, virtualmente, siendo obligados a delegar los cuidados de sus hijos, para una desconocida niñera. Y así fue que, súbitamente, para marcar en su mente la primera consternación de que se recuerde, un día, extrañando la repentina aparición de su padre a media mañana, Roberto lo vio llegar con una fisonomía taciturna, doliente, de ojos húmedos y rojos, que le dio un mudo y ligero beso en la frente, mientras él lo veía desaparecer sin pronunciar palabra, encaminándose hacia el fondo de la casa, para instantes más tarde, reaparecer conduciendo a su madre de la mano, y ambos dirigiéndose cabizbajos, para su dormitorio. Luego enseguida, escuchó el llanto desconsolado de su madre atravesando las paredes; un balbuceo sinfín de Fobia Entre Delirios
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palabras incomprensibles, un cuchicheo de vocablos misteriosos hicieron eco en el ambiente, mientras el quebranto del sollozo de Raquel iba inundando de a poco cada rincón de la casa, dejándolo a él, en la realización de un gimoteo armónico con las circunstancias del momento, y sin saber la razón del porqué, de la existencia de tanta tristeza entre los mayores. A secas alcanzó a comprender el tamaño de la angustia que Raquel sentía en la ocasión, cuando más tarde, su padre, al salir der cuarto, lo tomó afablemente por el brazo, lo llevó para la sala, y ya sentados en el sofá, lo apoyó en su regazo y le explicó con una voz circunspecta: ¡Roberto!, tu abuelo ha muerto… Tu madre llora porque su padre acaba de fallecer. Vos tenés que ser fuerte y no llorar, porque ahora, él se fue al cielo… ¡Dios lo llamó! -¿Y yo puedo ir con él? –fue su respuesta inocente, y dicha con aquella misma ingenuidad infantil que tienen todos los niños a esa edad. -¡No!, -le respondió José, mientras le acariciaba la cabeza y el niño sentía gozosamente, como aquella mano enorme iba refregándole el pelo en círculos- ¡A esos lugares no se puede ir, y cuando no hay más remedio que ir, la gente que va, ya no vuelve más…, se queda viviendo en una Fobia Entre Delirios
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estrella para siempre! –terminó por declararle su padre, para que su hijo lograse comprender la partida de su abuelo. Luego surgieron algunas otras preguntas y respuestas espontáneas, incautas, que se desenvolvieron en una plática angelical entre padre e hijo, pero esas, Roberto no alcanzó a guardarlas en su memoria. La mención de la muerte de su abuelo y su ida para una estrella, ya había acaparado todos los espacios de su entelequia, permitiéndole gravar solamente, lo que fue para él, la primera aflicción y congoja de cual hubiese tenido conocimiento hasta esa fecha. Recordaba que a continuación de ese circunspecto diálogo, sus padres estuvieron ausentes de la casa durante los dos días siguientes. Se habían marchado solos –para lo que más tarde supo ser- asistieren al entierro del occiso de su abuelo en algún cementerio de la capital. Durante las semanas subsiguientes a la muerte del enfermo anciano, el silencio de la casa también fue mortífero, fulminante; ya no se escuchaban más las novelas en la radio, y hasta el pasadiscos fue silenciado durante un largo tiempo. La casa permanecía en penumbras la mayor parte del día, y su madre, principalmente su madre, ahora vivía cubierta con unas ropas negras, envuelta en un mutismo
doloroso,
Fobia Entre Delirios
exteriorizando
una
fisonomía Página 60
empalidecida, demacrada, mientras iba pronunciando las órdenes o las respuestas, de una manera lacia, marchita, sin ánimo. Para él, esos habían sido meses de mucha tristeza e inacción en su nueva casa. Mismo sin alcanzar a comprender el tamaño o la profundidad de la consternación que había representado la muerte de su abuelo, y hasta porque Roberto, según se recordaba, únicamente lo había visto un par de veces, y de esos momentos no hacía memoria lo más mínimamente; sus hábitos continuaron a ser los mismos, y estos se referían a jugar a la pelota en el fondo de su casa; a confeccionar carreteras artificiosas en la tierra para que sus autitos rodasen en imaginativos viajes; o de revólver metido en la canana, correr montado sobre el palo de la escoba como quien imita un iluso caballo, mientras perseguía los idealizados indios de sus juegos. ¡Nada había mudado para él! No en tanto, para comprender un poco mejor el posterior estado de espíritu del niño, ya que muchas cosas estaban sucediéndose muy repentinamente en la corta vida de Roberto, y para deducir más fácilmente el estado psíquico que en ese momento demostraba, recurrimos a lo que Sigmund Freud denomina como los Actos Fallidos del Fobia Entre Delirios
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ser humano, donde el catedrático nos asevera en sus diversos estudios, que: “Dentro de la naturaleza humana se halla el acto
que
nos
inclinamos
a
considerar
equivocado, y lo que nos causaría displacer aceptar como cierto”. Es por eso que, en su escrito “Psicopatología de la vida cotidiana”, Freud analiza con su rigor característico, los llamados actos fallidos; fundamentalmente, dando énfasis a las equivocaciones orales y los olvidos momentáneos de las personas; como las actitudes que Roberto pasó a representar a partir de ese momento. Y es del estudio de los actos fallidos, que se concluye que estos no son simples casualidades, sino, actos psíquicos que tienen un sentido, y deben su génesis a la oposición de dos intenciones diferentes. En suma, el acto fallido representa el conflicto entre dos tendencias incompatibles. Por ese motivo, a los psicólogos les gusta afirmar que, el olvido, y por tanto, la no ejecución de un propósito, es testimonia de una resolución contraria y opuesta al mismo. Como por ejemplo, cuando alguien se olvida de acudir a una cita a la que prometió ir. Entonces, el fundamento de tal olvido puede buscarse en la reacción contraria como: Fobia Entre Delirios
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La escasa simpatía hacia la persona de la cita o algún sentimiento encontrado hacia ella… El recuerdo penoso vinculado al lugar de la cita… El recuerdo desagradable vinculado a algún otro factor que está relacionado con la cita, como podría ser el momento del día, el día, o mismo, un factor climático. Otra lógica de la psicología, también toma por base los actos en los cuales Freud veía, y le permite afirmar que, la causa de los trastornos de la mente, no se hallan en una mera alteración de la anatomía del sistema nervioso, ni en la fisicoquímica que mediatiza la comunicación entre millones de neuronas en la corteza cerebral. No obstante, parece que Roberto también vio algo que hasta allí los demás no habían percibido: el histerismo no finge. Más aún, parecería que el síntoma es capaz de expresar la alteración resultante del choque entre la fantasía y su represión. En verdad, en su estado doliente, en su síntoma, Roberto nos está remitiendo a una otra verdad, a otra lógica:
Fobia Entre Delirios
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la lógica del inconsciente. Y es en ella que Freud describe entonces los puntos de fijación, la represión, el retorno de lo reprimido, el síntoma como presagio; no obstante, mismo enterándonos de algunos juicios sobre el asunto, aún es prematuro lograr comprender algún indicio de de existencia de un trastorno comportamental del chico.
6
Retomando
los
pasos
que
dejamos
perdidos
anteriormente en la casa de Pando, la memoria de Roberto lo llevó a recordar los escasos dos años que vivió en aquella vivienda que, en su niñez, le parecía ser de un tamaño imponente;
con
aquel
enorme
ventanal
que
daba
directamente a la calle; con aquel portón inmenso que proporcionaba el acceso directo al corredor lateral de la residencia, y por su vez, servía de entrada al garaje. Era una casa que tenía las ventanas de los dormitorios volcados hacia ese mismo corredor, permitiendo que recibiesen de lleno el sol de cada mañana; y aun, un patio al fondo, que era mitad de pasto, mitad de tierra. Fobia Entre Delirios
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Al evocar esas imágenes, parecería que, fustigado por algún motivo excepcional, él no había logrado asignarse ningún otro escueto recuerdo sobre los tipos de muebles y antiguallas que existía dentro de aquella; ni tampoco, de la disposición interna y la distribución de los ambientes que la casa tenía. La reproducción de las ilustraciones que intentó varias veces realizar, siempre le habían sido muy vagas al respecto. Para él, toda esa parte representaba un hueco sutil y vacio en sus recuerdos; y tal vez, influenciado por su corta edad, lo único que le había quedado grabado, era la comparación de tamaños entre esa casa, y la anterior donde había nacido. En su retentiva, muy singularmente figuraban párvulas imágenes de lo que constaba dentro de aquella residencia, y en ellas, había escaso lugar para el recuerdo de algunos de sus juguetes; o del pasadiscos cuadrado que estaba colocado encima de una mesita de caoba; de los pesados discos negros que, apócrifos, siempre le pareció que, entre sus rayas, escondían una infinidad de músicas fantásticas; del gran sofá de cuero negro que ocupaba casi media sala; del portentoso Land Rover verde utilizado por su padre; y más imprecisamente, aun le queda algo de la Fobia Entre Delirios
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fisonomía de aquel perro negro del cual ya no recordaba el nombre. Nada más. Mismo así, carente de otros recuerdos más específicos sobre la corta parte de su vida pasada en esa vivienda, aun persistía y figuraba límpida en su mente, la perfecta imagen del aquel gigantesco ombú que había en el terreno de la esquina de su casa, aquel que, en sus aventuras e inquietudes juveniles, luego sería convertido por él, en el local predilecto para ensanchar sus juegos. Había sido ese, el local escogido de preferencia, para pasar el tiempo junto con su primer amigo, un chico que vivía a una casa de por medio a la suya. De éste, el tiempo ya se había encargado de hacer borrar su nombre de la mente, y sólo lo recordaba por su apodo: Pepito. Al rememorar su primer compañero de juegos, recordó con placer, como siempre le había seducido la atención ese nombre extraño; especialmente, porque su amigo era hijo de padres galaicos; y que al escucharlos hablar, siempre lo llevaba a juzgar, que estos, al pronunciar las palabras, lo estaban haciendo con los dientes apretados, transformando su diálogo en un acto que le era casi imposible comprender claramente lo que conversaban; y
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hallando que lo obraban adrede, para que a él, le causase risa escucharlos. Fue junto con Pepito, que en tal ocasión, comenzó a explorar aventuradamente aquel terreno de esquina que abrigaba ese árbol impresionante, todo cubierto de un ramaje tupido, que forzosamente, la frondosidad de éstas, filtraban los rayos del sol por entre sus cepas, dejando aparecer solamente algunas pequeñas manchas de luz en el suelo, como si ellas fuesen pequeñas aureolas doradas perdidas en el medio de la tierra oscura. Esa figura impresionante, correspondía a un árbol usufructuario
de
un
tronco
inmenso,
exorbitante,
desproporcional, para poder ser comprendido con sus cortísimos conocimientos de fitología; y el cual, debido a la monstruosidad del diámetro del tronco, ellos dos juntos no lograban abrasar todo su eje con sus dos brazos extendidos. Tal vez, ese fue el motivo por el cual, ellos lo convirtieron en el lugar predilecto donde, casi a diario, explayaban sus travesuras infantiles. En esos juegos que realizaban alrededor de aquel ombú, algunas veces se imaginaban siendo el propio Tarzán de la Selva, al querer imitar las historias del hombre mono que sacaban de las revistas que ojeaban. Otras veces, se Fobia Entre Delirios
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arriesgaban impertérritos, colgándose de unas cuerdas improvisadas, cual lianas de la jungla. Cuando no, idealizaban el personaje de algún simulado e intrépido vaquero de las historias del far-west americano; o hasta los engañosos y sanguinarios indios, que ellos, tenazmente, perseguían por entre los yuyos, mientras vociferaban a grito pelado los tradicionales aullidos, para poder acompañar los fantasiosos y disfrazados ataques de sus héroes de cara pálida. Algunas otras veces, se sentían como si fuesen el propio e imaginario Roy Roger; en otras tantas, imitaban al Llanero Solitario, siempre acompañado con su fiel amigo, el indio Tonto. En otras, simulaban actuar como Cisco Kid, El Zorro, y cuantos otros personajes-héroes se les apareciesen dibujados en las publicaciones de aquella época. Invariablemente, siempre vestían sus cinturones de cowboy, sus cartucheras con el revólver cargado de fulminantes, el pañuelo atado al pescuezo, el sombrero de paja. Todos ataviados, partían altaneros montados en unos circunspectos corceles hechos con el palo de alguna escoba vieja. Demás está querer describir, el estado lamentable en que invariablemente se encontraban sus brazos y sus Fobia Entre Delirios
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piernas, ya que estos, vivían con permanentes arañones, cortes, machucaduras, moretones, uñas reventadas y cuanta lastimadura pueda uno imaginarse. Su deplorable figura, era la que, por la noche, originaba repetidamente el mismo comentario sardónico de su padre, al preguntarle con el semblante bañado por un aire que se escondía entre el espanto y la sorpresa: ¿En cuál guerra estuviste hoy? No en tanto, ningún dolor que fuese originado por esas inconsecuentes heridas, o por las penitencias determinadas por su madre, por él haber vuelto de sus juegos en tan calamitoso y desdeñable estado físico; eran capaces de hacerle sosegar la ferreña voluntad que tenía de esparcirse atolondradamente en sus presumidos juegos. Para Roberto, todas esas disposiciones y desenlaces, le eran siempre indiferentes. Sin lugar a dudas, los juegos generados en el terreno de la esquina, eran para él, travesuras sanas y desopilantes, practicadas casi a diario si el tiempo se lo permitía; caso contrario, fastidiado, se veía obligado a permanecer dentro de casa ojeando revistas, dibujando, recortando figuras, idealizando batallas con sus soldaditos de chumbo, o envuelto en cualquier actividad que lo resguardase del frio intenso del invierno, o de las tormentas de viento y lluvia. Fobia Entre Delirios
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Pero, en lo recóndito de sus sentimientos, sentía que todas estas actividades, eran pasatiempos sin ningún ingenio y sabor aventurero. Fuera de esos episodios de algarabías y aventuras que ocuparon su niñez en la casa de Pando, hay un otro que también le quedó grabado a fuego en la memoria. Por esa época, existió un hecho de por sí, inusitado, y el cual, cuando Roberto lo desentierra de su mente, le brota nítidamente aquella imagen risueña del rostro de su hermana, cuando ésta, ajena a lo que sucedía a su alrededor, se asomó con la fisonomía somnolienta por la puerta de la casilla del perro. No en tanto, es necesario aclarar, como si la cuestión ya no fuese cómica por sí, que el problema del inaudito asunto, radicaba en la historia sucedida cuando Sissi había sido dada como desaparecida durante una tarde entera. Unas vagas imágenes le permiten reconstituir el hecho que, en su retentiva, tuvo inicio ante el desespero y el llanto persistente y desconsolado de su madre y de la niñera, y del cual, no puede olvidar que, al oírlos, siendo estos tan desgarradores y desesperantes como suelen ser los de cualquier madre en casos así, muy pronto acudieron a su casa, varios vecinos, y hasta la propia policía. Fobia Entre Delirios
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En los escollos de su mente, Roberto se puso a recordar que había sido un pandemonio de gentes a buscarla casa por casa, en el terreno de la esquina, dentro de las dependencias de la barraca de venta de leña que había casi enfrente a su casa, por las calles adyacentes y demás locales posibles e imposibles; y a todo eso, se le sumaban las indagaciones que ambicionaba hacer un guardiacivil uniformado, intentando descubrir si algún elemento extraño al vecindario, había sido visto merodeando por la zona. Pero el tiempo pasaba apresuradamente, y nada de la niña dar sus caras. Finalmente, y esta parte de la ilustración ya haciendo parte de la imagen más nítida que aún perduraba en su memoria, recuerda el momento cuando su padre llegó en casa ya estando avanzada la tarde de aquel terrible día, y nuevamente, tras la conmoción que generó el momento, otra vez sus padres decidieron reanudar las búsquedas. Cuando el
desespero
de todos
ya anunciaba
premoniciones más graves, por una de esas providencias casuales, José, su padre, al realizar una nueva búsqueda por el fondo, percibió que el perro no quería entrar dentro de la cucha y, por más que lo azuzase, el mismo se mantenía
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acostado a lo largo de la entrada de la misma, gimoteando un ladrido mustio, melancólico, desalentado. Al acercarse hasta donde se encontraba acostado el desconsolado animal, al acuclillarse, y mientras el mismo iba sintiendo como José le pasaba suavemente la mano por sobre la cabeza, como si intentase aquietarlo y halagarlo; el enorme perro negro se puso a contemplarlo exasperado, a la misma vez que miraba de soslayo hacía su casilla, dejando para quien quisiese verlo, una clara expresión de mortificación en su mirada. En ese mismo minuto, el hombre le dirigió algunas palabras que, en lugar de una voz de mando, más parecían ser de reconforto; y fue allí que, ante la insistente aflicción que demostraba el pobre bicho, José se aproximó aun más de la casilla y se agachó para ver si descubría cual era el motivo que le originaba tanto fastidio. ¡Pasmen! En la tenue oscuridad interior de la casilla, a José le pareció ver un bulto acurrucado y en estado inerte, agazapado bien al fondo de la misma; y la sorpresa de lo que divisaba, raudamente originó un grito estridente que partió despavorido desde su garganta… -¡Sissi!-, gritó José, de forma desesperada y ya pensando en lo peor de los casos.
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En ese momento, todos los que estaban en las dependencias de la casa, o aun permanecían solícitos, o chusmas, en la puerta de la calle, tras escuchar el grito de desaliento que el hombre había dado, acudieron al unísono para saber el porqué. Quien estaba allí, o alcanzó a llegar entre los primeros al lugar, consiguió ver la carita de sueño que se asomaba por la puerta de la casilla… ¡Era Sissi!, que en su inconsciente inocencia, había estado durmiendo una soberbia siesta en el interior de la casilla del perro, mientras éste, del lado de afuera, hacia pucheros y gimoteaba porque se habían apropiado de su lugar. Con todo, otros hechos también se sucedieron en aquel entonces, que en inmensurables otras veces, le surgían en nítidas
representaciones pictóricas. En ellos
se
encontraban las idas con su madre y su hermana hasta la Plaza Artigas; el lugar donde estaba emplazada la famosa heladería de la ciudad, y en la que tantos y tan deliciosos sorbetes habían consumido, haciendo que su paladar se adormeciese de placer al paladearlos. Demás está querer describir que, al saborearlos, Roberto también embadurnaba sus manos, su rostro, su camisa y el resto de sus vestimentas; mismo que su madre, Fobia Entre Delirios
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abismada, intentase cual babero, atarle un pañuelo al cuello con la clara intención de atajar un poco la mugre generada por la desastrada intentona del niño. Sin embargo, algo que él no podía aminorar en la memoria, era que por detrás de esos dulces recuerdos que mantenía encerrados como en un estuche, siempre estaba la voz
de
Raquel,
para
decirle
incansablemente
a
regañadientes con aquella expresión siempre dulce y cariñosa: -¡Robertito! Tené un poco de modos… Cómelo ligero que se te derrite… ¡Si seguís ensuciándote así, no te traigo más! Esas pequeñas epifanías, eran las que Roberto mantenía vivas en sus recuerdos, mismo que muchas de ellas hayan sido, posteriormente, enriquecidas por relatos colaterales sobre el asunto, a manera de poder llenar con ellos las pequeñas lagunas del olvido que, con el pasar del tiempo, se fueron apoderando de su mente.
7 Fobia Entre Delirios
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A fin de conseguir comprender un poco más a fondo el comportamiento ambiguo que Roberto demostraba en su corta edad, y antes de que se registren los hechos subsecuentes de su estada en aquella ciudad, se hace necesario advertir lo que los estudiosos de la psicología definen como: Agorafobias. Durante los años 1894-95, fue el periodo en que Freud se interesó en querer diferenciar las neurosis de defensa (entre ellas: histeria, neurosis obsesiva y algunas formas de paranoia), de las neurosis actuales (neurastenia y neurosis de angustia). Para el catedrático, el contenido de las neurosis de defensa tenía que ver con ideas inaceptables a la conciencia, y que por lo tanto, eran reprimidas, o efectuaba una “transposición de afectos”. No en tanto, consideraba que en las neurosis actuales, la característica más importante era la angustia. En su estudio, el problema se presentaba con las fobias, ya que estas ocurrían en ambos tipos de neurosis y en todos los subgrupos. Fue entonces cuando Freud describió cuatro tipos de fobias:
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a) Fobias típicas o primarias, que las consideraba como miedos heredados de la humanidad en general y no constituían necesariamente una perturbación. b) Fobias histéricas, que constituían miedos de estímulo relacionados con recuerdos de situaciones traumáticas reprimidas. c) Fobias obsesivas, que eran miedos que se basaban en el mecanismo de la “transposición de afectos” de la neurosis obsesiva. d) Agorafobia y otras fobias contingentes, que surgían
de
las
crisis
de
angustia,
sin
mecanismo psicológico definido, crisis que a su vez eran elaboradas psíquicamente de manera secundaria. Además, el catedrático decía que en las agorafobias, habría una regresión a etapas anteriores, pero en ese tema, el científico nunca aclaró acerca de cuáles eran las etapas anteriores a las que se refería. Creo que es procedente e interesante realizar éste paréntesis de preámbulo, porque en el año de 1955, fue justamente la época en que Roberto dio inicio a su
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escolarización, y un comportamiento bastante extraño, luego marcó su primer año de escuela. De ese procedimiento, y del que muchos luego podrán afirmar que fue un tanto extravagante, anormal e inconcebible
de
ser
realizado
por
cualquier
chico
convencional; inconscientemente, sólo le había quedado grabada su disconformidad con la situación a que fue conducido, y que había sido originada por un motivo que él nunca más logró comprender la verdadera razón del porqué. Todo principió al pretender que fuese cumplida la intención de sus padres, ya que por lo menos, en aquel entonces, siempre fue aspirar a proporcionar a sus hijos la mejor enseñanza posible; mismo que, algunas de las veces, ese deseo significase tener que cortar algunos gastos superfluos en el presupuesto doméstico; una función que era muy bien desempeñada por la ferreña mano de Raquel. En la ciudad de Pando, volcado de frente para la Plaza Artigas, como queriendo convertirse en un cartón postal de esa urbe, estaba emplazado el vistoso edificio del Colegio San Luis, tan inflexiblemente administrado por los hermanos Maristas. No obstante, del lado izquierdo de la iglesia de la Inmaculada Concepción, también quedaba la
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construcción donde se alojaba el colegio de Nuestra Señora del Huerto. Para una mejor comprensión sobre lo que allí ocurrió, y no como una justificativa de comportamiento de alguna de las partes circunscritas en el asunto; en tiempo, destacamos que ambas comunidades eclesiásticas en cuestión, formaban parte de la única institución de enseñanza católica que existía en la ciudad, siendo estas fundadas había pocos años, en marzo de 1941, por la misma congregación que gobernaba la capilla principal. Como en aquella época, ésta institución era un convento de buen renombre, y que acicalaba una considerada calidad de enseñanza, si se quiere comparar con la que era fornecida por la escuela laica; y como esta institución estaba situada a escasas cuadras de donde la vivía familia, y un sinfín de otras alegaciones tan hábilmente utilizadas en su base de argumentación por Raquel, la madre de los niños; José terminó por hacer eco a la insistencia de su esposa, para que Sissi comenzase luego con su alfabetización en esa escuela. En su retentiva, Roberto ya no recordaba cuando, ni en qué exacto momento, su hermana fue acogida en esa escuela; pero lo cierto es que, en el año de 1955, sus padres Fobia Entre Delirios
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determinaron que él también comenzase a concurrirlo, dando inicio a su formación instructiva, en lo que en aquel entonces, llamaban de: jardín de infantes. La reminiscencia de aquella que podríamos intitular de: frustrada tentativa docente de preparar al muchacho para el futuro; se resumió para él, entre algunas imágenes claras que le perduraban en la memoria, a la existencia de un enorme patio en el interior del recinto escolar. Aquel era un sitio amplio para donde todas las salas de aula, obsecuentes, le volcaban sus puertas y ventanas. Era un lugar cercado por paredes y aberturas totalmente pintadas de un parcial arcoíris que, vaya a saber por qué razón, este color había sido construido de una exclusiva gama de grises diferentes; y en donde, por aquí y allí del perímetro del patio, podían ser encontrados desparramados, algunos bancos de madera; lo que mantenía toda la decoración del conjunto, dentro de una sobriedad de por sí, franciscana. Allí, en ese espacio que significaba el punto donde tenían lugar obligatorio los periodos de recreo, que recordemos, era la única imagen representativa de ese entonces, que Roberto puede recordar de su primer periodo escolar; que el imprevisto de su peripecia llegó a término. Fobia Entre Delirios
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Todo
sucedió
en
una
de
esas
tardes
de
comportamiento endemoniado del niño, cuando ocurrió el primero y único hecho que terminó por mancillar para siempre el inicio de la intentona de querer catequizarlo en las letras. Ya no existían registros a los cuales, más tarde, Roberto pudiese recurrir para alcanzar a elucidar más claramente el quid de su trastocada actitud, pero lo cierto es que en determinado momento, una monja, por causa de algún motivo ignaro, mientras todos los niños se encontraban reunidos en el patio de recreo, lo mantuvo abrazado contra sí y con la cabeza recostada sobre la falda…, y fue, estando en esa fastidiosa posición, que todo aconteció en un de repente. Como es de suponer, comprendiendo el estado emotivo del chico, y hallándose él en esa situación tan desmerecedora y sintiéndose preso contra su voluntad; nos deja parecer que algún impulso fútil lo llevó a querer mordiscar desmesuradamente la pierna de la religiosa. Pues bien, al lograr aplicarle una austera mordida en la pantorrilla de esta sierva de Dios, más allá del grito que ella transmitió, también le despertó de inmediato la ira y la rabia por el acto
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pecaminoso e irrespetuoso perpetrado por ese inquieto pupilo. La práctica de ese tipo de mala acción por parte de un niño, que en la visión de las preladas, era la de un alma poseída del demonio, originó y requirió la inmediata presencia de Raquel ante la madre superiora de la institución, momento/acto en donde le fue minuciosamente explicada
la
trastornada
conducta
de
su
hijo,
y
acompañándolo de un severo sermón, que se lo pasaron junto con otras peroratas más. Las
consecuencias
posteriores
de
ese
fortuito
episodio, que terminó por germinar que ni semilla en primavera luego del perentorio regaño que llevaron sus padres, y de la penitencia que más tarde le infringieron en su casa por causa de los malos modales que empleaba, terminó por el ocasionar el apartamiento repentino de la escuela y la defección de los estudios primarios de Roberto, dejando en la oscuridad de su memoria, la explicación de si tal determinación, se debió por una exigencia de la dirección de la escuela, por parte de sus maestros, o tal vez, por la conclusión particular a la que llegaron sus propios padres.
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Lo cierto es señalar aquí, dentro de un pequeño paréntesis, que la primera aventura estudiantil del chico, comenzó luego después de éste haber cumplido los cinco años de edad, y muy pronto, ésta se destacaría de las subsecuentes afectaciones, mucho más por lo inusitado de su actitud, ya que ella se diferenció de aquellas otras que, con el pasar de los años, fueron las que marcaron su autodeterminación en querer demostrar audacia y resolución contra la buena conducta, y que a la vez, contrariaban ambiguamente con las buenas notas que recibiría por sus trabajos escolares. Para marcar su ventura, ese fue el último año en que Roberto viviría en la ciudad de Pando, y por lo tanto, el ineludible abandono del año escolar, poco le importó, o escasas consecuencias resultaron del mismo en su formación posterior, pues con la mudanza para la capital, luego vendrían otros colegios, otros amigos, otros aires amenos y diferentes para respirar… y otras peripecias ambiguas. Aquí se hace necesario destacar que, antes que fuese consumada la mudanza, Roberto tuvo la grata oportunidad de poder realizar su primer viaje de tren. Fue durante un día
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de semana que, junto con sus padres, abordó el ferrocarril en la estación de la ciudad, con destino a Montevideo. Para él, esa aventura que iría ser cumplida durante el transcurso de un corto viaje repleto de expectativas y curiosidades nuevas, surgieron luego de ser informado al respecto; y fue ese edicto, el que muy pronto le despertó sensaciones de curiosidad y ansiedad, a
prolongarse
irresolutas hasta el momento de realizarlo. Recordó con gracia que en aquel entonces, llegado el día del expectante viaje, el obsoleto convoy que tomaron procedía de la ciudad de Minas, estando compuesto por un mixto de vagones de carga y de pasajeros. No en tanto, para él, el viaje aun era una novelería llena de sueños alimentados con aquellas historias de bandidos, pistoleros, indios y sheriffs sacados de las revistas que ojeaba. En realidad, el hecho no dejó de causarle un poco de desconcierto, pues los someros kilómetros que lo separaban de la Estación Central, punto final del viaje; fue realizado a través de innúmeras comunidades pueblerinas, en donde pudo percatarse desconsolado que, a lo largo del recorrido, ya no quedaba casi nada de aquellos campos yermos y lugares áridos o deshabitados, en los cuales sus sueños pudiesen correr sueltos e imaginativos. Fobia Entre Delirios
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Claro está, que esa desilusión que sintió, debe haberle quedado estampada en su rostro, o escondida por detrás de alguna mueca mustia, pues cuando todos se bajaron del tren, su padre luego le preguntó, si las expectativas que éste tenía del viaje, eran muy diferentes de la realidad que había acabado de vivir. Fueron palabras cordiales que, al pronunciarlas, buscaban consolar una aflicción consternada por un disgusto ocasionado por las circunstancias que contrariaron la realidad frente a un sueño quimérico. Sería pura ficción querer describir aquí el diálogo que padre
e
hijo
mantuvieron
en
aquel
momento,
principalmente, porque ningún argumento que el hombre fue capaz de utilizar, consiguió apagar la frustración y la contrariedad de su hijo. Nada de lo que fue dicho en aquel instante, quedó grabado en la retentiva de Roberto; salvo, las imágenes de grandiosidad que mostraba la estación de trenes que muy pronto se descortinaron ante sus ojos, haciéndolo permanecer por un largo rato, atraído por las imponentes bóvedas que cubría los hangares, y que a su vez, resguardaban todo un conjunto arquitectónico majestuoso, detrás de esa opaca semioscuridad que protegía el recinto. Así mismo, tampoco pudo dejar de memorizar todo aquel
escuadrón
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de
palomas
que
habitaba Página 84
despreocupadamente entre los domos y los arcos de la construcción, llamándole la atención, cuando las vio entretenerse, lanzando sus vuelos erráticos entre el gentío que se desplazaba incesante entre un carril y otro de las vías, y todo lo que se sucedió ante sus ojos, le pareció ser una ópera bufa que permanecía encerrada en el incesante bullicio normal de personas ajenas que se trasladaba de un lugar a otro. En vedad, esas fueron las impactantes imágenes que Roberto logró conservar luego de descender del vagón después de su decepcionante viaje. Sin embargo, como la mente de un niño no logra retener por mucho tiempo las representaciones pictóricas de lo que sucede entre la ilusión y la decepción, luego algunas otras alegorías también lo sorprendieron durante el viaje de vuelta. En el trayecto de ida hacia Montevideo, Roberto había ocupado un confortable asiento de cuero, sentado en la posición que le permitía mantener la vista dirigida hacia adelante, o sea, en el mismo sentido en que el tren se dislocaba; no obstante, al realizar el viaje de vuelta, su mirada quedó en confrontación con la anterior, a manera de poder visualizar el paisaje en el sentido opuesto al recorrido realizado por el ferrocarril. Fobia Entre Delirios
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Al tener la oportunidad de vivir esa perspectiva diferente, sentándose al contrario del sentido en que se disloca el medio que nos transporta, y en el cual se conciben las imágenes de manera muy diferentes entre sí; esto se explica por el acto comparativo de: primero, porque al estar sentados en la posición correcta hacia adelante, estamos a observar las imágenes creciendo mientras estas se aproximan rápidamente de nuestros ojos, y luego, desaparecen para siempre de la vista, para enseguida ser sustituidas
por
otras
nuevas
se
que
aproximan
vertiginosamente ante nosotros. No en tanto, en segundo término, al estar sentados en la posición contraria al sentido en que nos dislocamos, eventualmente, tenemos la oportunidad de ver todas las imágenes brotaren sorpresivas y enormes ante nuestra mirada, para enseguida, ir viéndolas desaparecer lentamente en el horizonte, hasta que las mismas se perdiesen de vista en la pequeñez que les proporciona la distancia. La posibilidad de apreciar ese tipo de perspectiva, ciertamente, fue un delirio de sensaciones que se caló muy profundamente en la mente de éste chicuelo, porque es sabido que este espécimen de accidente, no deja de ser un tipo de circunstancia capaz de causar perplejidad hasta en Fobia Entre Delirios
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un adulto, cuando la inspiración le va brotando repentina, al quedarse mirando entre los accidentes naturales de la geografía y las costumbres excepcionales que engendra el espíritu humano. El suceso de ese arquetipo de circunstancias, hace fácil comprender que, al depararnos con lo bello de la inmensidad, de la extensión,
de lo
vago, de lo
incomprensible, nos permita raciocinar que al acabarse lo que sería palpable y vulgar, se dé lugar a las invenciones de la imaginación para, mentalmente, crearnos un mundo ideal en nuestros sueños. También, es fácil suponer lo cuanto esa percepción debe haber impactado, a su corta edad, en la pequeña cabeza de Roberto, al pretender clavar la mirada en un horizonte incierto, hundiendo los ojos en la lejanía indefinida, vaporosa, que se alejaba, y cuanto más se alejaba, más lo fascinaba y lo confundía, dejándose absorber cada vez más entre la contemplación y la duda, y preguntándose en sigilo: -¿Dónde terminará el mundo? ¿Qué habrá más allá de lo que no veo? ¿La soledad, el peligro, lo salvaje, la muerte? ¿Qué mundo será ese, que hay en lo más allá de lo que veo? Claro está, que su improvisada imaginación y la experiencia en sí, fue suficiente para que, por semanas al Fobia Entre Delirios
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hilo, las comentase una y otra vez con su madre, y ciertas veces con su padre, o hasta las ilustrase con creativa imaginación para su hermana Sissi, dibujándoselas en un cuaderno. Meses después, toda la familia partió en definitivo de la cuidad, y nuevas expectativas y experimentaciones irían sustituir su última aventura, y su reciente viaje de tren.
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La mente de Roberto aun continuaba a deambular metódicamente por los años de su pasado, llevándolo a recordar pasajes cada vez más manifiestos de su vida. Fragmentos que, cada vez más, poseían recuerdos que se erigían más nítidos, más sustanciales, en su memoria. Una vez que salieron de su morada de Pando, toda la familia llegó a Montevideo. Por eso, su mente se encontraba ahora en el barrio del Paso Molino, calle Camino Castro, que en contraposición a lo que le pareció que ese nombre indicaba en aquel momento, ésta ya era una moderna vía
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pavimentada que ladeaba todo el lado oeste del bucólico pulmón botánico de ese suburbio capitalino. Allí quedaba emplazado el edificio “El Prado”; la única construcción de tres pisos que existía en toda una manzana que quedaba cerca de la intercepción de esta arteria vial, con el Camino Raffo. Y para quebrar la invariabilidad del vergel que existía enfrente al edificio, al otro lado de la calle, se ubicaba el viejo inmueble que abrigaba el Liceo Militar, teniendo a su lado, el no menos viejo Museo del Prado. Fue para ese imponente inmueble que se había transferido la familia Roberto. La mudanza se había realizado en plena época del carnaval del año de 1956. Por una casualidad, sucediéndose en el mismo año en que se inauguraba oficialmente los desfiles de “Llamadas” en la capital montevideana; una oportunidad en donde les fue dado a las antiguas comparsas de negros, un recorrido que se destinaba a conservar para las futuras generaciones, la esencia ancestral de esta fiesta, ya que el mismo salía de un punto y volvía a él, luego de recorrer las calles de los barrios Sur y Palermo. Y ya que hablamos de carnaval, podemos agregar que también, fue el año en que gana mucho más auge la Fobia Entre Delirios
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utilización del bombo, el platillo y el redoblante como instrumentos de sonido en el conjunto de las comparsas murgueras. Esa era la coronación de una obra innovadora realizada por José “Pepino” Ministeri, el magistral regente de la murga “Los Patos Caberos”, autor que, de igual forma, impuso la osada vestimenta del director de la comparsa, al incorporar como indumentaria casi obligatoria, el uso de atuendos como: frac, levita y zapatillas… sin olvidarnos de su pequeño bastón. Pero aun no era el momento en que, el bullicio y la algarabía del carnaval capitalino, se convirtiese en una peripecia habilidosa capaz de atrapar las atenciones de Roberto. Primero, ante sus ojos, él tendría la necesidad de descontextualizar un mundo totalmente nuevo, y que lo aguardaba indómito, para ser descubierto, para ser explorado, para que se entrometiese y lo reconociese palmo a palmo; como para que una otra circunstancia, o otra nimiedad cualquiera del cotidiano de la vida, le despertase la atención en un primer momento. El campestre barrio donde estaba emplazado el apartamento en el cual la familia pasó a residir, era un inmenso jardín de paseos verdes, compuesto de varias hectáreas destinadas a la conservación cuidadosa de las más Fobia Entre Delirios
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variadas especies vegetales; lo que hacían de él, un oasis cetrino y glauco, y preparado para alegrar el alma de quien lo quisiese contemplar, llegando al punto de extenuarlo con melancolía cuando el visitante se acercase junto al estanque. Sin lugar a dudas, era un local, que otrora, había sido palco de inmemoriales historias de la ciudad. Más allá de la frente del edificio; al otro lado de la calle, a Roberto le era posible ver desplomarse ese enorme parque repleto de frondosos árboles, en su gran mayoría abietáceos; un lugar totalmente tomando por caminos que parecen ser agradables y errantes; donde, sin más guía que la imaginación del paseante, y sin contar con otro consejero que los propios ojos, es posible verlo todo almohadillado por un césped verde esplendoroso, que permite dejarse atrapar por la belleza de un pequeño lago o de innúmeros otros perímetros que convidaban al descanso de los caminantes, de las parejas de enamorados, de los estudiantes en sus rabonas colegiales, o del andarín del momento. No en tanto, mismo que este extenso prado, cubierto de una gramilla suave y fina como un tapiz, fuese cortado en toda su extensión por las muchas veces maloliente arroyo Miguelete, de todas formas, ese oasis capitalino, desde el
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primer momento, pasó a representar una visión pastoril y agreste en la retentiva de Roberto. Obviamente que se hace necesario resaltar, que mucho antes que Roberto fuese capaz de explorarlo con aquel par de ojos inquisidores, aun existían muchas otras cosas nuevas para llamarle la atención. En principio, el inquieto niño luego percibió que la mayoría de las calles eran surcadas por unos barullentos tranvías –una novedad para él-, y estos necesitaban circular sobre unos rieles incrustados en el medio de las calles. Sin embargo, esa originalidad, muy pronto, para su sorpresa, fueron sustituidos por los impagables trolebuses; un vehículo eléctrico que circulaba sin la necesidad de utilizar esos carriles embutidos en los adoquines, o en el hormigón, y que ahora tomaban la corriente que les hacia funcionar el motor, desde un cable aéreo, por medio de un trole doble. Juntamente en aquellos tiempos iniciales, también le despertó la atención ver circular por las calles capitalinas, aquellos viejos ómnibus de Cutcsa con su plataforma posterior, que en los horarios de mayor movimiento, siempre se les veía llevar a los pasajeros colgados afuera de la grada, pareciéndole que, a esos audaces mortales, no le
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importunaba la incomodidad de tener que viajar tan arriesgadamente. Igualmente, pronto pasó a estimularle la atención, la existencia de esos nuevos micros de Amdet que, perentoriamente, sustituyeron algunas de las líneas de tranvías. Eran unos pequeños escarabajos redondos y cenicientos, con capacidad para una veintena de personas, y donde el propio conductor, a diferencia de los otros colectivos, era él quien recibía el importe del boleto… El pasaje sólo costaba una monedita de plata de veinte centavos. Para quien había venido recientemente del interior del país, ese asunto de trasporte de masas, no podía dejar de ser toda una novelería, ya que, donde Roberto había vivido, nunca había disfrutado su vista con nada semejante, ni en tanta cantidad. Sin lugar a dudas, el tránsito de las calles montevideanas era radicalmente mucho más intenso y peligroso que aquel que Roberto se había acostumbrado a observar en la ciudad de Pando; y mismo que el tráfico fuese una cuestión que todavía no hacía parte de su perspectiva, y mientras tanto, el asunto no le despertase cuidados, el hecho de prestar atención al movimiento de las Fobia Entre Delirios
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calles, no dejaba de ser un vislumbre formidable, que le causaba enorme asombro y estupefacción. No en tanto, para sus padres, esa oportunidad de poder volver a morar otra vez en la capital, significaba la ventaja de una aproximación de convivencia con los demás familiares; pero, para el muchacho, la llegada pasó a personificarse en las visitas más a menudo a la casa de sus abuelas, a la de sus tíos; y claro está, representaba una concordia oportuna con su único primo, Henrique; un niño dos años mayor que él, y con el cual, poco o ningún contacto anterior, había permitido la aproximación fraternal entre ambos. Ese sentimiento de profunda amistad que brotó entre ambos, surgió casi que espontáneamente; principalmente, porque ante los ojos fascinados de Roberto, pudo constatar que su primo, a pesar de su corta edad, ya era todo un experto en el muy poco conocido juego de futbol de botones; y con el cual, para divertirse a contento, lo hacía con una colección infinita de corchetes de nácar, hueso, madera; todos del mayor tamaño posible, y recolectados entre aquel tipo de abotonaduras que comúnmente eran utilizados para abrochar las gabardinas, los sobretodos y gabanes. Fobia Entre Delirios
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El tiempo forjó que Roberto pasase a admirar el intelecto de su primo, que siendo un muchacho sumamente detallista y organizado, por su prolijidad, invariablemente, tenía los botones guardados en unas cajitas de cartón, siempre clasificados por la agremiación que representaban, o la selección de algún país. Recordaba con alegría, el nivel de detalles que su primo había inventado, ya que, si el color que los botones en su poder, no coincidía con los colores de la camiseta oficial de los cuadros o agremiaciones… ¡necesariamente, eso no significaba un problema! Su primo se las ingeniaba, y se encargaba de pintarlos con tempera, dibujándole algunos frisos o franjas para que estos se aproximasen un poco más de la verdad. Inclusive, todos ellos tenían un papelito prolijamente pegado, donde constaba el nombre del jugador y el número correspondiente a la camiseta que vestía ese mismo jugador, cuando era titular en el cuadro que él jugaba en la vida real. ¿Cómo olvidarse de los interminables campeonatos que jugaban sobre la mesa de la cocina, o en el piso de madera del dormitorio, donde juntos, hacían deslizar con maestría todos aquellos botones coloridos que representaban los jugadores, empujándolos por sobre una cancha que Fobia Entre Delirios
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dibujaban a tiza? ¡Imposible!, ya que a cada jugada realizada, era indefectible ver a la pelota y los botones, resbalarse por el terreno cuando éstos eran impulsados con el cabo de un cepillo de dientes viejo. Sobre el mismo tema, también hubo algo más que le quedó cincelado en la memoria, y que fue esculpido en su cerebro, como si hiciese parte de un otro agente de reconocimiento de la capacidad ingeniosa que tenía su primo. Siempre le había gustado recordar con satisfacción, que mientras estaban entretenidos jugando algún idílico partido, Henrique insistía en vocear las jugadas imitando nítidamente la voz del popular Carlos Solé, el célebre locutor de la radio Sarandí, utilizando hábilmente sus cuerdas vocales, para remedar al locutor en las jugadas que ambos realizaban. Entonaba mañosamente los pases magistrales,
los
dribles
imaginarias,
las
cobranzas
simulados, de
las
córneres,
gambetas los
goles
impecables… ¡Difícil de ser olvidado! Por aquel tiempo, se había tornado común para ellos, que una vez por semana, se encontrasen para jugar, siempre por la tarde, después que su primo volvía de la escuela. Algunas veces lo hacían en la casa de Roberto; otras, la gran Fobia Entre Delirios
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mayoría de ellas, en la de su primo, que no resultaba ser muy lejos de la suya, ya que éste vivía bastante cerca, pues residía en Millán y Clemenseau, a dos cuadras del propio arroyo Miguelete. No en tanto, tenía patente que para ir hasta aquella casa, su madre era obligada a tomar el ómnibus 181 de Cutcsa, y después, bajarse en la esquina de Pena y Millán, para luego subir dos cuadras a pie por la misma avenida Millán. Como la casa de Henrique era una construcción amplia, de dos pavimentos; para jugar tranquilos, ellos se encerraban en el dormitorio de su primo y allí, entre otros momentos de un apasionado divertimiento, organizaban los famosos campeonatos de botones. Durante algunas otras veces, si la tarde estaba cálida, ellos la aprovechaban para pelotear un rato en el fondo de la casa, no sin dejar que Roberto agregase a sus piernas, algún nuevo moretón, o se pelase alguna de las rodillas contra el pedregullo del piso, tal era el frenesí al que se entregaba en el juego. Otro punto latente en su retentiva, era que, en su casa, por algún motivo que en aquel entonces había escapado a su conocimiento, ya no había más una niñera o empleada domestica para cuidarlos. Sin embargo, sobre este mismo asunto, existía una otra reminiscencia de aquella época, que Fobia Entre Delirios
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le gustaba revivir con satisfacción. Ella hacía referencia a una otra mucama. Fue en esa época, que en la casa de su primo existió una doméstica de origen extranjera, de otra raza, de otra lengua, de otra religión. Una mujer grandota de cuerpo, morocha de tez y paraguaya de nacimiento, que sin llegar a recordar el nombre que tenía, había perpetuado de ella, aquella voz fuerte, autoritaria, imperiosa y dueña de un acento muy original, donde casi siempre llegaba a pronunciar sus palabras como si estuviese cantando una guaraña. Con todo, pese a las características disímiles de la mujer, ésta había sido una persona que tuvo para con los dos muchachos, un corazón tan dulce como la almíbar. Algunas veces, estando Roberto en la casa de su primo, por la noche, era esa misma mujer que, después de cenar, los llevaba de la mano caminando por la vereda de la avenida, avanzando hasta la cercana esquina de la avenida de las Instrucciones, para que allí, ambos pudiesen entretenerse viendo una nueva maravilla ante sus ojos. Era en esa esquina que funcionaba la embotelladora de Pepsi Cola, y a través de los enormes ventanales de la fábrica que se volcaban desnudos hacia la calle, los dos se quedaban durante largo tiempo mirando ese enardecido Fobia Entre Delirios
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desfile de botellas de refresco; y alguna de las veces, entusiasmados y delirantes, se deleitaban dando gritos de alegría al escuchar el sonoro estallido que producían las botellas defectuosas, cuando estas eran envasadas. Por ese entonces, pasó a ser muy común encontrarlos en las primeras horas de la noche, parados en aquella vereda, fijando sus ojos asustados frente al ventanal, como si esta fuese la mirada de un búho sorprendido en pleno día, y entre ellos, haciéndose apuestas para ver cuales o cuantas botellas reventaban en añicos, mientras las mismas producían aquel canoro bombazo y una lluvia de líquido. No obstante, en contra partida a sus idas a la casa de sus tíos, las visitas que su primo realizaba al apartamento donde vivía Roberto, eran mucho menos frecuentes, principalmente en los días fríos, porque el espacio de la vivienda era bastante limitado dentro de la misma, y a ellos no les era permitido bajar solos al jardín que envolvía la frente interna de los tres predios del conjunto de apartamentos; por ese motivo, tenían que resignarse a jugar dentro de casa. A decir verdad, el patio del edificio era un espacio que quedaba un poco exiguo para los modales que ambos hacían alarde en aquel entonces; un lugar en donde se sentían Fobia Entre Delirios
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obligados a tener que jugar a la pelota más moderadamente que lo habitual, necesitando observar constantemente para no pisar en los canteros de flores que rodeaba la edificación, ya que la misma, era una área que siempre permanecía celosamente a buen recaudo por parte del jardinero del edificio. Cuadrada y simétricamente dispuesta en medio a ese patio, también estaba la fuente de agua; una pileta amplia, aparatosa, gris, media desproporcional con relación a su entorno; que poseía un chorro de agua que saltaba desde su centro; y que al estar encendida, podía verse un fino manantial en efusión ir subiendo al aire mientras quedaba suspendido algunos centímetros por arriba del adorno central, para luego enseguida, observarlo ir cayendo lánguido dentro de la lámina de agua que cubría el limo del fondo de la misma. Esa fuente de cemento quedaba emplazada bien en el centro del jardín, y estaba rodeada por efímeros canteros rectangulares de un césped finísimo como los cabellos de un ángel, y su entorpecida localización, les permitía sospechar que ésta había sido colocada deliberadamente en ese lugar, para obstaculizar el espacio donde los niños podrían retozar a voluntad. Fobia Entre Delirios
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Pero en fin, si no les era posible poder atravesar la calle para ir a zanganear en los pastos del parque, ese único lugar, igual servía a sus necesidades; porque si allí no les daba para jugar a la pelota como pretendían, entonces, ellos se entretenían con la payana, o jugando a las escondidas, saltando a la cuerda, o con cualquier otra actividad que les permitiese quemar un poco de sus inagotables energías.
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No tengo la pretensión de que la actual narración se asemeje a un compendio de psicología, pero antes de proseguir, instituyo que se hace necesario volver a citar algunos estudios sobre lo que es capaz de afectar los modales y la conducta, a fin de que sea posible discernir algunas de las extrañas actitudes que en aquel entonces existían en el comportamiento de Roberto.
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En general, la mayoría de los psicoanalistas concuerdan en que las fobias de la primera infancia y de la adolescencia, no dan lugar a evoluciones patológicas. Ellos garantizan que las fobias participarían de un movimiento fundamental de estructuración progresiva del paciente, cuando el funcionamiento psíquico arcaico es requerido para una buena evolución; aunque los resultados favorables no son una total garantía de futuro. Ya en la literatura psicoanalítica actual, se puede distinguir las: fobias del desorden fóbico, que nada más es, que una nosología diagnóstica. No en tanto, ese desorden fóbico, o neurosis fóbica, implicaría en: 1) fobia o fobias que constituyen la manifestación más prominente de dicho desorden;
2)
no
forman
parte
de
una
condición
psicopatológica más envolvente (esquizofrenia, trastorno bipolar, organización fronteriza); y 3) produce algún tipo de incapacidad funcional. Los estudiosos del asunto afirman que: “en se cumpliendo estos requisitos, se puede describir las fobias infantiles y el síndrome agorafóbico”. No en tanto, volviendo a los desórdenes fóbicos, las fobias infantiles son un trastorno de la niñez que aparece frecuentemente, tanto en varones como en niñas; así como, Fobia Entre Delirios
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el síndrome agorafóbico, también aparece en adolescentes o en jóvenes adultos, especialmente en las mujeres. Las fobias infantiles suelen surgir entre los 18 y los 24 meses de edad; y también afloran muy a menudo los síntomas de angustia difusa, anteriores a la fobia propiamente dicha. A medida que el desarrollo continúa, estas fobias pueden o no desaparecer en el comportamiento de la persona. Pues bien, acrecentados algunos juicios sobre la conducta
humana
ante
algunas
circunstancias,
y
prosiguiendo con las evocaciones que merodeaban en la cabeza de Roberto; conforme lo indicamos antes, la plaza interna del edificio en donde se hallaba la dicha fuente, también era el local ideal para las madres y las nodrizas llevar a los niños a jugar, tomar sol, corretear entretenidos en mil cosas, mientras ellas se ocupaban en charlar un sinfín de asuntos domésticos y femeninos, buscando mantenerse siempre alertas en el cuidado de no despegar el ojo de sus pimpollos. Resulta que en una de esas tantas tardes soleadas y agradables, como siempre lo hacía desde que estaban viviendo allí; Raquel bajó al patio con sus hijos a fin de que estos aprovechasen el buen momento, y sentada en uno de Fobia Entre Delirios
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los bancos, pasó a entretener su tiempo conversando con una vecina, mientras Roberto y Sissi correteaban algún juego de apuesta y competición junto con los otros niños del edificio. Pero a cierta altura de los acontecimientos, las circunstancias dejaron al manifiesto que, dentro del grupo juguetón, algún tipo de desavenencia pueril sin motivos aparentes, estaba siendo engendrada, creándose entre ellos un antagonismo fácilmente de pronosticar, al tener en cuenta la suma de los fenómenos que siempre se sitúan al margen de la conciencia. -Cosa de niños, nomás-, pensó la celosa madre, mientras los observaba aprensiva. Sin embargo, mientras pensaba de forma suspicaz, Raquel no alcanzó a desconfiar que la porfía luego acabaría en algo peor, ya que todos los niños se hallaban sentados en el muro de la fuentecita, gesticulando, hablando en voz alta, y acalorándose en lo que ella entendió ser, un desentendimiento sobre alguna de las reglas del juego que los niños estaban desempeñando. Mientras esa inocente desunión de los niños estaba siendo lentamente propagada, y fermentando la pugna en un caldo de discordia, alguna que otra madre emitía un leve chistido de atención hacia el grupo de bulliciosos, y otras Fobia Entre Delirios
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veces, se contentaban con exclamar alguna orden, exigiéndoles buena compostura; pero ninguna, inclusive Raquel, desconfió que la situación podría llegar a mayores consecuencias. Segundos después, varios de los niños se apartaron del grupo, dejando aislados momentáneamente, a Sissi y Roberto, haciendo posible verlos dándose de manotadas y empujones, mientras que ambos elevaban la voz al mismo tiempo, para imponer sus expresiones de una forma firme y perentoria, pasando a acusarse mutuamente de alguna culpa inadmisible. Esa actitud beligerante obligó a que su madre se levantase rápidamente de donde se encontraba, y a pasos ligeros, se dirigiese para apartar la discusión de sus hijos… Pero lamentablemente su reacción fue tardía. En un santiamén, cuando ella avistó lo sucedido, Sissi ya se encontraba dentro de la fuente, de pie, toda mojada, chorreando agua de su linda solera estampada con florcitas rococó; mientras que Roberto, permanecía iracundo del lado de afuera de la pileta, de pies separados, con las manos en jarro apoyadas sobre su cintura, de rostro fruncido, y con la mirada en una expresión luminosa si no fuera por la inalterable insensatez esculpida en sus ojos.
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Enseguida, todas las mujeres corrieron hacia la fuente, pero estas no lo hicieron para prestar el necesario auxilio a la niña, y sí, cada una por su lado, para tomar de la mano a sus hijos y retirarse rápidamente del local, dejando que Raquel se entendiese sola con sus diablillos. -¿Vistes lo que hiciste? –Gruño inmoderadamente la madre-
¿No
tenés
modales?
–agregó
intempestiva,
fastidiada y enojada, por causa de la actitud trastornada de su hijo. Sin aguardar por la respuesta que le sería dada, rápidamente intentó consolar los llantos exasperantes de su hija, que entre balbuceos y sollozos, iba vomitando ultrajes, acusando a su hermano de ser un energúmeno, perverso, bestia y otros adjetivos más. Anteviendo el rezongo que se le venía encima, Roberto corrió hacia la puerta del edificio y zanjó las escaleras subiendo los escalones de dos en dos. Al llegar al último peldaño, se sentó en él, temblando una mezcla de rabia y miedo mientras iba desnudando un profundo desprecio por lo que había sucedido. -¡Andá…, y acostarte ya en tu cama, que cuando llegue tu padre, vas a ver lo que te va a pasar! –acusó obsesionada Raquel, imprimiendo un fuerte acento en su Fobia Entre Delirios
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voz, y con palabras que encerraban un severo tono de aborrecimiento; que fueron pronunciadas enérgicamente, así que lo vio sentado cuando ellas despuntaron en el codo de descanso de la escalera y antes de subir los últimos escalones que le quedaban. En ese momento, Raquel tenía el rostro ruborizado, y estampado con aquel gesto de repudio infalible que tienen todas las madres cuando descubren que sus hijos cometieron alguna fechoría, y ellas no saben discernir en esos casos, si la actitud correcta debe ser una severa amonestación, o una buena paliza. Al escucharla autoritaria, Roberto se quedó con la cabeza gacha mirándose la punta de las sandalias, en una postura dócil, pero ignorando el aspecto del ultimátum y el modo rudo de la amenaza, disimulando su aprensión con la intimidación. Él no alcanzó a percibir la triste figura que exteriorizaba su hermana al aflorar en la curva de la escalera, toda mojada, como si simulase estar representando un típico espantapájaros después de la lluvia, con los cabellos pegados en el rostro, la ropa empapada y el largo saquito de lana de su madre por sobre los hombros. Apenas ladeó la cabeza para mirarlas, se levantó, limpió a Fobia Entre Delirios
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manotazos su short sucio de barro seco, dio una patada contra la pared y al terminar de dar la media vuelta, se marchó hacia la puerta del apartamento haciendo pucheros sin lagrimear. Ya acostado en su cama, Roberto calculó que lo mejor, era dormirse antes de que su padre llegase. Estimaba que de esa forma, por lo menos, esa noche, evitaría la ira y el regaño de José, y así, lograría postergar la reprensión y un castigo que ciertamente iría recibir, para la mañana del día siguiente, cuando calculaba que la disposición de su padre ya estaría más calma, y todos en casa, menos furiosos. Pasado los años, ya no recordaba exactamente cuál había sido la pena que sus padres le impusieron en consecuencia de haber empujado a su hermana en la fuente, pero tenía certeza que el castigo, mismo siendo merecido, ahora le parecía que no habría ido mucho más allá de alguna penitencia transitoria o de algún tipo de escarmiento de poca consecuencia, porque mismo que tuviese sido riguroso y severo, esa postura de sus padres no coadunaría con sus otras travesuras del pasado, ni tampoco con las que realizó posterior. Al revolver en los hechos de su pasado, y entreteniendo su memoria con el recuerdo del primer año Fobia Entre Delirios
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pasado junto a su primo y la epopeya de la fuente, Roberto se dio cuenta que había dejado pasar por alto la época de su reinicio escolar. Lo trascendente de ese propósito, ocurrió el día en que se sintió muy sorprendido con la noticia de que ya lo habían inscrito en una escuela del Estado que quedaba cercana a su casa, sustituyendo el perentorio deseo que tenían sus padres, de mandarlo para algún colegio de curas. El asombro sucedió cuando su madre le había respondido con vos exacerbada y censuradora: -¡Sí! ¡Por ahora vos vas a ir a esa escuela, porque no estoy dispuesta a que me hagas pasar papelones otra vez! Recapituló en su memoria que, a dos cuadras y media de su casa, sobre la misma calle donde vivían y casi enfrente con la esquina de la calle Santa Lucia, quedaba la Escuela Pública número 79. Le llegaba la imagen de un edificio de construcción antigua, de paredes altísimas; que en la entrada, después de subir por una corta escalinata de mármol, tenía cuatro enormes columnas externas que siempre le pareció haber sido colocadas en ese local, mucho más para adornar la arquitectura frontal de la escuela, que para soportar el techumbre del pórtico.
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En la mente, Roberto conservaba la nítida impresión de que la edificación estaba melancólicamente aislada en el medio del prado; como si a ella le gustase permanecer sitiada entre aquel imperturbable verde-sosiego de los pastizales, situándose valiente entre las hierbas delgadas, altas, petulantes, y trasmitiéndole una figuración que siempre lo urdía a querer asociarla directamente con el encumbrado inicio del poema de Elías Regules, que tan elocuentemente apunta: “Entre los pastos tirada/ como una prenda perdida/ y en el silencio escondida/ como caricia robada…” Al mismo tiempo, él se la imaginaba como si la escuela, hierática, se sintiese protegida y segura, porque en su entorno, tal como si fuesen bizarros gladiadores, la escudaban varias decenas de árboles ingentes que, en los días más calurosos y soleados, la favorecían al proyectarle una estoica sombra sobre las paredes. Sin embargo, el único de ellos que aún permanece bien vivo en la memoria, era el monumental “Agathis Robusta”; un ejemplar cuyos brotes eran proveniente de Oceanía, y que comúnmente, por aquí era llamado de: “Árbol de Cristal”.
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En aquel entonces, ese magnífico ejemplar que otrora habían plantado frente a la escalinata de entrada, ya necesitaba de unos tres pares de brazos para abrazarlo, y cuando Roberto lo golpeaba con los nudillos de sus dedos, le encantaba poder escuchar el sonido que fraguaba del mismo, porque le parecía ser idéntico al que escuchaba en su casa, cuando insistía en golpear los vidrios de la ventana. Los años pasados en ese colegio fueron de un comportamiento estudiantil bastante iterativo e invariable a la vez; posiblemente, en consecuencia de Roberto ya haber asimilado el escarmiento de aquella primera experiencia desventurada en la ciudad de Pando; o tal vez, por el férreo acompañamiento que Raquel mantuvo sobre su hijo, no perdiéndole pisada; pero, la verdad sea dicha, eso no significó que, fortuitamente, él no viniese a cometer alguna picardía o mala acción, donde no dejaron de faltar algunas riñas en los recreos, o esporádicos altercados con otros colegas de escuela, y hasta ocurrencias más osadas, como la zancadilla practicada contra una muchacha de la sexta serie, cuando al pasar frente a él, disimuladamente, le había colocado el pie por delante haciéndola tastabillar y caer ante la mirada y las risas de todos.
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Roberto escarba en la memoria, y comienza a recordar un poco más claramente el patético suceso. Eso fue por el año 1959, cuando él ya estaba en 4º año. Luego le surge la imagen nítida de esa joven, que era una chica muy linda y por la cual, todos los muchachos se bababan al verla pasar, fascinados que se sentían por los aires de belleza que ella disfrutaba. Por ese motivo, entre los varones se habían originado dos grupos de seguidores, los que la cortejaban en un silencio incondicional e intentaban captar su amistad, y los que la desdeñaban por causa de su talante, por despertar en ellos ese tipo de magnetismo que la asemejaba a un ser arrogante, orgulloso, y pedante. Claro, en ese último grupo, se incluía él. Siempre que Roberto razonaba sobre ese infortunio, no lograba discernir si la repentina e importuna actitud expresada en aquel momento, se sucedió porque se sentía atraído por algún tipo de alucinación, originada por un estilo de amor platónico, o por causa de alguna pasión sórdida hacia la joven; o todo había ocurrido, porque ésta le desdeñaba su amistad por algún motivo más comprensible, como por ejemplo, su corta edad, su comportamiento conspirador, su proceder inquieto, etc., etc., etc.… No en tanto, lo único cierto que recordaba, era que esa Fobia Entre Delirios
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extemporánea gestión, le había proporcionado un castigo mayor. Lo único que le había quedado claro, fue que por causa de su conducta inadecuada, mismo después de haber hecho público su pedido disculpas a la chica, la maestra le había quitado la oportunidad de ser el abanderado de la escuela en la fiesta de ese final de año.
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Enterados de esas nuevas peculiaridades de conducta que Roberto comenzó a insinuar en su periodo escolar, se hace necesario comprender un poco mejor, una nueva terminología muy en boga, y utilizada para describir esos actos de violencia física o psicológica intencionales y repetitivas, que son practicadas por un individuo o un grupo de ellos, con el claro objetivo de intimidar o agredir otro individuo, o grupo de individuos, que se muestran incapaces de defenderse. “Bullying”, es un término coloquial frecuentemente utilizado en la lengua inglesa, y es empleado para describir Fobia Entre Delirios
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una forma de asedio interpretado por alguien que está, de alguna forma, en condiciones de ejercer su poder superior, sobre alguien, o sobre un grupo de personas más frágiles que él. “Bully”, significa “bravucón”, “pendenciero”, y por lo tanto, es un desvío de conducta fácil de diagnosticar, como lo apunta el versado investigador sueco Dan Olweus, cuando describe que esa variante de costumbres, presenta las siguientes características: “El comportamiento pasa a ser agresivo y negativo; cuando es ejecutado repetidamente; y cuando ocurre en un relacionamiento donde hay un desequilibrio de poder entre las partes involucradas”. Éste especialista, apunta que los agresores (bullies), ejercen sus acciones a través del uso de variadas técnicas, que van desde: esparcir comentarios; recusa en socializarse con la víctima; intimidar a otras personas que desean sociabilizarse con la víctima; y criticar el modo de vestirse, u otros aspectos socialmente significativos, incluyendo en ellos,
etnia,
religión,
incapacidad
física,
u
otras
peculiaridades por el estilo.
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Cualquiera que sea la situación en que ocurra, la estructura de poder es típicamente evidente entre el agresor y la víctima, y parece que el poder del agresor depende solamente de la percepción de la víctima, que parece estar más intimidada para ofrecer alguna resistencia. Pesquisas más recientes, indican que adolecentes agresores, tienen personalidades autoritarias, combinadas con una fuerte necesidad de controlar o dominar. De la misma manera, ha sido sugerido que un deficiente en habilidades sociales, o con un punto de vista preconceptuoso sobre sus subordinados, puede indicar que estos, son factores de risco en particular. Estudios adicionales, igualmente han mostrado que respectivamente la envidia y el resentimiento, pueden ser indicativos claros para la práctica de bullying, y al contrario de lo que comúnmente se cree, existen pocas evidencias de que los bullers sufran cualquier déficit de autoestima. Otros versados en el asunto, de igual forma identificaron que la rapidez demostrada por un individuo en encolerizarse
y
utilizar
la
fuerza,
sumado
a
sus
comportamientos agresivos, como siendo un acto de encarar las acciones de otros individuos, identificándolas como
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hostiles, y a la preocupación con su autoimagen o el empeño personal en practicar acciones obsesivas o rígidas. Frecuentemente,
nos
es
sugerido
que
los
comportamientos agresivos, tienen origen en la infancia, y Dan Olweus nos dice: “Si
el
comportamiento
agresivo
no
es
desafiado en la infancia, existe el riesgo de que él se convierta en una práctica habitual... Realmente, hay evidencias documentales que indican que la práctica de “bullying” durante la infancia, pone al menor, en riesgo de comportamiento
criminoso
y
violencia
domestica en la edad adulta”. No
obstante,
el
“bullying”
no
envuelve
necesariamente criminalidad o violencia, y comúnmente, es practicado a través del abuso psicológico o verbal sobre las víctimas, como por ejemplo: el insulto a la victima; ataques físicos repetidos sea contra el cuerpo o la propiedad; interferir con la propiedad personal de una persona, damnificándola; desparramar rumores negativos sobre la victima; colocar la víctima en situación problemática; hacer cometarios
despreciativos;
el
uso
de
expresiones
amenazadoras; etc., etc., etc.… Fobia Entre Delirios
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Enterados un poco sobre este tema tan delicado, es posible
que
ahora
existan
algunas
condiciones
de
comprender un poco mejor las peculiaridades de conducta que Roberto demostraba en la escuela. Y a todo lo dicho anteriormente, debemos agregar que, a medida que el tiempo fue pasando, él fue conquistando algunas amistades de idénticas habilidades, que en pocas palabras, podría ser traducido como aquellas uniones que son destinadas a consumar picardías; las de ese tipo que comúnmente acostumbran a realizar los niños con conducta hiperactiva, y fue esa alianza, la que generó cierta disposición en un grupo de
alumnos
para
practicarlas
frecuentemente;
no
necesariamente, siendo liderados por Roberto. En este caso, fue donde se agruparon, por algún tipo de
catarsis
excepcional,
los
que
por
lo
general
exteriorizaban esa misma actividad motora excesiva, orientada para prevalecerse de los más débiles, de los más incautos; y que sin necesidad de practicar maldad, o causar dolor físico en sus semejantes, les permitía estar siempre en evidencia. Y así, con ese tipo inconfundible de disposiciones de espíritu, se fue formando un grupo de amigos que no perdía la oportunidad, para el desespero de las maestras, en querer Fobia Entre Delirios
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tirar
un
efervescente
principalmente,
de
provecho
aquellas
que
de más
sus
acciones;
conciben
la
acentuación de las relaciones entre las personas, haciendo con que estas se sientan más amigas, o más enemigas, o que llegan a denotar el grado de amistad o vinculación entre ellos, según se trate. Por causa de esa necesidad aparente que todo niño tiene de querer experimentar el cambio del uso normal del lenguaje, y siendo la escuela el inmejorable ambiente donde normalmente fecundan esos tipos de manías entre las chiquilinada, pronto se les dio por querer inventar apodos para todo el mundo, principalmente, cuando los motes escogidos se apoyaban de acuerdo con las circunstancias sobresalientes en los defectos físicos o personales que los otros estudiantes desgraciadamente tenían. Siendo así, para ellos, estaba el “Chueco Martínez”, apodo que identificaba a un pobre botija que tenía las piernas arqueadas, patituertas, curvadas como si a este, desde muy chico, lo hubiesen sentado encima de barriles de aceituna. Pero dentro de su maldad, al apodo categorizado, le agregaban el apellido de la familia a manera diferenciarlo de los demás; porque como ellos mismos
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siempre decían: -Chuecos, por aquí hay muchos, pero éste aquí, es el rey de todos. A un otro compañero lo empezaron a llamar de “El Tuerto”, porque el pobre chico, en su anomalía, tenía una mirada tergiversada, lo que obraba para que no se identificase muy bien con cuál de los dos ojos era que los miraba, de tan confundidos que los tenía. ¿Cómo podría olvidarse del infortunado colega, que ellos llamaban de “Batallón”? En este caso, el apellido de familia de éste chico pecoso, escuálido, de pelo lacio, era Milombres, y para ellos, el apodo se encajaba a las mil maravillas, porque: ¡Quien tenía mil hombres, formaba un batallón! A la par de todos, estaba “El Boniato”. ¡Ah!, el boniato –recordó-, era un infortunado muchacho de tez morena y pelo duro como la paja, que tenía una nariz del tamaño de una batata; de aquellas tan desproporcionales, que más se asemejaba a un tubérculo que al apéndice normal de un rostro humano; y a ellos les llamaba mucho la atención, porque en los días de invierno, al muchacho, se le ponía la nariz toda colorada. Igualmente estaba “La Flaca Rovira”. Esa era una chica muy rubia, -rememoró con regocijo-, muy alta para su Fobia Entre Delirios
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edad, donde la propia delgadez se encargaba de proveerles una grotesca impresión de que ella, tenía el cuerpo largo demás y fino tipo lluvia, que lo dejaba escuálido y escurrido como el aguacero de un día de tormenta. Del mismo modo existía “Cuatrochi”, o “Cuatro Ojos”. Este era un muchacho de piel blanca como la nieve, sin color, salvo en los cachetes, que se le ponían rosados tirando al color del sol en el atardecer; pero que debido a su deficiencia visual, necesitaba usar unos lentes grandes, de vidrios gruesos, porque de lo contrario, él no sería capaz de ver mucho más allá de su propia nariz. También existía la “Pelo con Tuco”, o la “Zanahoria”, apodo que utilizaban para referirse a una niña de hermosos cabellos ensortijados que, dependiendo de la incidencia de los rayos solares, a veces, estos se asemejaban al color anaranjado de la hortaliza, o al tuco que sus madres preparaban los domingos, para acompañar la pasta. De igual forma se encontraba “Geniol”, otro chico con cara rara, que era dueño de una fisonomía extravagante, paradójica, y que al mirarlo, su imagen los hacía recordar a aquella cara que aparecía impresa en los carteles del famoso reclame de un medicamento para calmar los dolores. -Para ser más parecido, a éste, habría que cortarle el pelo y Fobia Entre Delirios
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meterle unos clavos en la cabeza- señalaba siempre su amigo Tito. A otra compañera, ellos la llamaban de “India Charrúa”, no necesariamente porque su apariencia la asemejase con una nativa, y sí, porque utilizando la sustitución de las letras de su apellido de su padre, que se llamaba Elindio, ellos la cachaban con ese seudónimo. Y había muchos otros apodos más, hasta por decenas, como algunos que llegaban a pronunciar pensamientos trascendentales, y varios que hasta tenían un nombre propio para revelar la identidad, como: el enano, el tano, la gorda, la peluda, el tapita López, el cabezón, la chancha Gutiérrez… ¡Ah! ¿Cómo olvidarse del “cara-cagada”? ¡Sí!, porque a este le habían puesto ese apodo, a causa de que el muchacho tenía todo el rostro bañado en pecas, dejando la impresión de que, alguna vez, una mesnada de moscas había hecho las necesidades en su rostro. Era toda una pléyade de nombres insultantes que a ellos les gustaba dirigir a los infortunados estudiantes que, sabiéndolo o no, gustándoles o no, se veían obligados a recibir esos apodos maliciosos, lisonjeros, traicioneros, peyorativos, con que eran invariablemente bautizados por parte de Roberto y su grupo de amigos más allegados. Fobia Entre Delirios
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Muchas veces, esos seudónimos desdeñosos que ellos utilizaban para endilgar a sus colegas, terminaban por originar duras
peleas
durante los
recreos, o más
comúnmente, realizadas a la salida de la escuela, como una forma que ambos lados encontraban para zanjar las desavenencias, y evitar las penitencias que las maestras les aplicaban como correctivo, mismo a sabiendas, que por más que ellas se esforzasen en aplicarlos, no alcanzarían los método disciplinares tan afanosamente pretendidos. Ese espíritu de Roberto, que parecía ser ingobernable, díscolo, que se le había ido arraigando en su interior desde la temprana edad, y que se acentuaba a cada día más durante el periodo escolar, era el responsable por causarle esa sensación sugestiva que tanto lo satisfacía, que lo entusiasmaba, que lo hacía importarse poco y nada con las consecuencias posteriores; pero en realidad, ese tipo de conducta demostrada, no le inhibía las ganas de estudiar, de preparar sus tareas, de anhelar por buenas notas en sus lecciones, de externar otras manifestaciones de carácter más civilizadas y afectivas, cuando él se encontraba solo, o aislado de su grupo de amigos. Por eso, me parece ser tiempo de resaltar, que en sus estudios, Birraux nos dice con respecto de la fobia escolar, Fobia Entre Delirios
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que no se ha encontrado un claro espacio de definición, pues si somos capaces de otorgarle a las fobias de objeto identificable, la significación de alguna cosa en común, al menos mínimamente, vemos que la escuela elude esa exigencia… ¿Será? Esta misma letrada, afirma que la escuela, aunque ella sea considerada un espacio abierto, nos avisa que no podemos olvidarnos que también están inserida en ella, los docentes, los alumnos, los objetos inanimados y muy especialmente, por ser un lugar en donde se impone la obligación de tener que pensar, sea por el uso de la memoria, o por el razonamiento. Por lo tanto, la fobia llamada “escolar” puede ser una agorafobia, o un miedo a la mudanza, al mensaje que allí es otorgado, al cuerpo desnudo al ser exhibido durante la educación física, a algunos objetos inocentes, o aun más allá, al propio miedo a pensar.
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Creo que antes de proseguir relatando algún otro reverso de la vida de Roberto, es preponderante hacer una consideración sobre el carácter vehemente que el muchacho llegó a exteriorizar algunas veces en su juventud; pues, por más que éste se manifestase cada vez más soez con el pasar de los días, y nos dejase la impresión de que él estaba convirtiéndose en un ser marginal, en un desajustado de la sociedad; es necesario volver a destacar que no había maldad ni perversión en sus actos. Estos no eran episodios constituidos de pura depravación, satanismo, inmoralidad o perversidad, o sea cual fuere el sustantivo que se le quiera adjudicar a su temperamento de picardía. Probablemente, su defecto y su mal, era dejarse llevar inconscientemente de la nariz, por las circunstancias de los incidentes que le tocaba enfrentar; o por el brío de una extraña voluntad oculta en su interior; o quién sabe, hasta de una necesidad voluble que él tenía, de querer llamar la atención sobre los demás; o de no saber medir las consecuencias posteriores; y de querer desafiar a quien lo rodeaba, mientras practicaba algunos de esos eventos que eran capaces de quebrar los paradigmas de la sociedad de
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aquel entonces. Pero, por lo que Roberto ha rememorado hasta el momento, es difícil determinarlo con exactitud. Les afirmo que no he realizado estudios universitarios en Psicología, ni tampoco me he detenido demasiado tiempo en el Psicoanálisis, pero dado que fue justamente el mismo Freud quien nos enseñó siempre a encontrar, o por lo menos a buscar por las razones que comandan nuestros comportamientos, debo antes que nada reconocer que me inspira un gran afecto la Psicología en general y especialmente, la gran obra realizada por ese psicólogo, considerado por muchos al querer hablar sobre este tema, como un maestro con todas las letras. También es útil precisar que del mismo modo que no se necesita ser un físico para admirar a Albert Einstein ni un artista para disfrutar la obra de Miguel Ángel o Chagall; tampoco es necesario ser filósofo para admirar a Martin Buber, como tampoco hay que ser escritor para disfrutar a Franz Kafka y Schólem Aleijem; o tal vez no se requiere ser un poeta para poder admirar a Francisco García Lorca, o Jáim Nájman Biálik o Pablo Neruda; como de la misma forma, tampoco, creo yo, es necesario ser un psicólogo, psiquiatra o psicoanalista para admirar el genio de Freud y
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sus elucidaciones sobre el comportamiento de la mente humana. Está claro que, en todos estos casos que mencioné, nos hallamos frente a arquetipos que sirven de ejemplo al entendimiento y la voluntad de los seres humanos; y quien se constituye en un arquetipo, nos permite afirmar que éste es un individuo que intenta trazar un nuevo camino, y ese suceso lo convierte a él en un precursor, y así lo concibe, a pesar de la férrea resistencia que pueda existir en su época; aunque no creo que este sea el caso especifico de Roberto. Igualmente, es necesario reconocer que toda época tiene sus propios valores ya consagrados, y el hecho de querer “ir contra la corriente” establecida, suele ser una ciclópea tarea. Cosa esta última, que en el caso de Freud y por tratarse de una materia tan íntima, podría decirse que fue una ocupación doble o triplemente titánica. Sin embargo, alrededor de dos siglos antes de haber surgido Sigmund Freud, hubo alguien que se sintió sumamente compenetrado con la abstracción matemática, con las ecuaciones que constituyen el fundamento de los problemas de la física; alguien que supo manejar el cálculo de las probabilidades y que era también un filósofo; alguien que fue sumamente racionalista como lo logró ser en su Fobia Entre Delirios
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debido momento Blaise Pascal, que en la coyuntura de su época, se atrevió a decir: “El corazón tiene razones que la razón no toma en cuenta”. Analizar fríamente esta mención, probablemente es algo riesgoso por así decir. Es como si alguien nos dijera: “Un texto fuera de su contexto, no deja de ser un pretexto”. Pero si consideramos la frase de Pascal como textual, eso implicaría que Freud tenía miedo a la muerte, como en todo caso no lo tuvo Sócrates cuando bebió el cáliz de cicuta, o posiblemente, la habría tenido Jesús, denotando miedo cuando interpretamos lo que dicen sus últimas palabras, al expresar magnánimamente: “¡Dios mío, por qué me has abandonado…!”. No obstante, al querer ser un poco más preciso sobre el asunto, el gran filósofo judío-holandés Baruj Spinoza, aseveró en un determinado momento de su vida que: “Nadie es tan opaco, que no pueda ser atravesado en algún grado por la luz”. Entonces, del mismo modo, podríamos señalar que nadie es capaz de ser tan transparente que no oculte algo, que no nos sea dado ver. Y transparentar esa opacidad, parecería que, sin darse cuenta, fue la inquietud permanente de Roberto por aquellos tiempos de su juventud. Fobia Entre Delirios
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A pesar de atrevernos a querer interpretar sin éxito el diagnóstico anímico de Roberto, se hace necesario volver a concentrarnos en el repaso de aquella intemperada época que él evocaba en su inconsciente, ya que ahora le advenían bucólicos recuerdos del club Stockolmo, un ateneo deportivo que pertenecía a una entidad atlética que competía en la primera plana del basquetbol nacional, y al cual, semanalmente, tenía que concurrir para efectuar sus aulas de educación física y los ejercicios de gimnasia que hacían parte del currículo escolar. La sede del club estaba a tan sólo dos cuadras de su casa, bien al lado del Liceo Militar; y se había convertido rápidamente en un local que, desde que se había mudado para ese barrio, le despertó la atención por el tipo de construcción singular del cascarón de su cuadra deportiva, ya que la misma se asemejaba a una falsa bóveda incrustada directamente en el terreno. Fue inclusive en ese mismo local, que germinaron sus primeras amistades del barrio. Eran compañeros de la misma escuela y que vivían por las inmediaciones; un acontecimiento que les permitía por las tardes, encontrarse a menudo para jugar al basquetbol en la cuadra del Stockolmo, si esta no estaba ocupada por consecuencia de Fobia Entre Delirios
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algún evento; o entonces, ir a jugar al futbol en los campos del prado, allí atrás del Museo, o cerca de la avenida María Vaz Ferreira, que era un lugar un poco más horizontal y nivelado, y les posibilitaba marcar una cancha de proporciones mayores; mismo que, muchas veces, al dar una patada desentonada o con más fuerza, eso originase un contratiempo y, por contingencia, acabase con la pelota dentro de las mugrientas aguas del Miguelete. Al recordar por esos momentos de algarabía futbolera, Roberto no pudo dejar pasar por alto uno en especial, y que hace referencia a la tarde en que al intentar agarrar la pelota, terminó por caerse dentro de las pestilentes aguas del arroyo. Un rápido cálculo mental, enseguida le permitió determinar que, por esa época, él debería estar con alrededor de ocho o nueve años, y fue en un domingo o un feriado cualquiera, día que en su casa se conmemoraba alguna fiesta, o un tipo de reunión familiar. Debido a la concurrencia de tantas personas en el apartamento, finalmente les dieron premiso para que él y su primo fuesen a jugar a la pelota en el parque, no sin antes tener que escuchar un extenso rosario de recomendaciones sobre el comportamiento que debía manifestar. Fobia Entre Delirios
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Pero, como jugar, no era un término lingüístico de fácil percepción por parte de Roberto, ese entretenerse y juguetear, luego se convirtió en travesear y correr por los campos en las más diversas direcciones, hasta que llegado un cierto momento, se les antojó ir a curiosear en la pequeña islita del arroyo, que quedaba a escasos 200 metros de la avenida Agraciada. La pasarela que une la margen izquierda del arroyo con ese resumido islote, era construida en forma de arco, hecho de hormigón, y con una protección de hierro como pasamano, a fin de que la misma proporcionase más seguridad
para
los
transeúntes
más
temerosos
en
atravesarlo. De esa peripecia, resulta que, en una de esas idas y venidas por el puente, la pelota se escapó del brazo que la sujetaba y terminó por caerse en el agua oscura y fétida del arroyuelo. El irrelevante flujo de agua que corría en el lecho pedregoso, terminó por arrastrar la pelota lentamente por el cauce, mientras era observada por la mirada vigilante, pasmada y boquiabierta de los muchachos; y muy pronto, terminó por ser empujada algunos metros más adelante,
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hasta que fue dejada junto a una barrera existente para nivelar el cauce de ese hediondo vertedero a cielo abierto. Como ese parapeto era una delgada trinchera en forma de muralla, que se extendía de una margen a otra, ésta permitía que las personas habilidosas, equilibrando sus pasos con cuidado, la pudiesen atravesar sin mayores contratiempos. Intempestivamente, Roberto percibió que existía la oportunidad de rescatar su
pelota,
y quien sabe,
imaginándose ser un héroe, o algún semidiós que ansía por salvar a un ahogado de entre las aguas turbulentas de un caudaloso rio, actuando más rápido de lo que se demora en pensar, se precipitó por la margen del arroyo, bajó hasta el parapeto de la barrera de cemento, y subiéndose al escalón, comenzó a caminar en dirección a donde se encontraba la pelota. Lo que no calculó muy bien, fue que el muro se hallaba cubierto por una fina camada de un resbaladizo sedimento de lama y fango negruzco y pegajoso, que muy rápidamente lo hizo perder el equilibrio y luego, proyectar su cuerpo para el lado del arroyo que tenía mayor profundidad.
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Enseguida, su primo Henrique lo vio emerger de la pestilente agua, como si de allí saliese un fantasma, exteriorizando un tipo de careta que demostraba una fisonomía ridícula al verse sorprendido ante un milagro. A la misma vez, Roberto se sentía desolado, como si se creyera ser el culpable de haber cometido alguna acción criminal, y dejando trasparecer estar con tantas ganas de llorar como de reír, creyendo que semejante aventura era lo mismo, tan cómica como deplorable, mientas se calificaba ser un infeliz hasta la demencia. Seguramente, otros chicos hubiesen tenido algún otro tipo de actitud, o demostrado una otra reacción anímica frente a ese tipo de infortunio. Pero en el caso de él, las cosas no suceden en ese ritmo. Y así, mojado, pestilente y trastornado con el acontecimiento, hizo de cuenta que nada había sucedido, continuando a corretear por los pastos hasta que se le secara la ropa y pudiese volver a su casa.
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Es factible, preguntarnos por el tipo de actitud que asumían sus padres, ante la conducta desequilibrada de su hijo, pero debemos destacar que el padre de Roberto, era de aquel tipo de hombre que defendía los conceptos de educación apoyados en un estilo más liberal y altruista; un hombre de aquellos que insistía en no querer aplicar ningún espécimen de castigo corporal en su hijo, mismo que este, muchas veces lo hiciere por merecer; porque este padre, tenía la firme convicción de que, al aplicar cualquier tipo de correctivo físico, mismo que fuese lo más apropiado en algunos casos; en lugar de obtener la obediencia y el respeto, entendía que con esa actitud, sólo lograría fecundar el miedo, el pavor y la desconfianza de su hijo. Era defensor del concepto de que un niño necesitaba que le corrigiesen la compostura con base en el dialogo, el entendimiento y la comprensión de lo que estaba mal hecho, y no porque al infligirle una paliza, el chico se sintiese intimidado y medroso por la nueva golpiza que recibiría después de realizar algún nuevo desliz. Por lo tanto, al realizar alguna fechoría o picardía más osada como las que él estaba rememorando; Roberto sólo Fobia Entre Delirios
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recibía algún que otro coscorrón, un severo sermón sobre los buenos modales que debía mantener, y alguna que otra punición que lo mantenía perentoriamente en un purgatorio temporario, sin derecho a postres, golosinas, paseos, salidas, la interrupción de las visitas de su primo, y cosas por el estilo. Claro está, que el método utilizado por José y Raquel, nos deja la sensación de que el mismo no alcanzó su objetivo con éxito, teniendo en vista las recaídas de comportamiento de su hijo, ya que la mala conducta, era una cosa frecuente y reiterada, mismo que esta no siguiese siempre un mismo padrón típico de fechoría o de maldad. No obstante, también debemos resaltar, que tampoco sus
padres
buscaron
alguna
vez,
algún
tipo
de
acompañamiento médico, o recibieron consejos facultativos para utilizar alguna otra terapia instructiva que los ayudase a corregir los desvíos de conducta de su hijo. En aquella época, tomando el asunto como un tabú, no era común que alguien visitase, o se tratase clínicamente con un siquiatra o un sicólogo. -Eso es para los locos, y Roberto no es loco… A lo máximo, un atolondrado-. Decían sus padres cuando alguien se los insinuaba.
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No en tanto, es provechoso acrecentar que los más renombrados maestros de la psicología, afirman que el síndrome agorafóbico, se caracteriza por la angustia referida a una cantidad de miedos consientes y medidas preventivas. Que puede comenzar gradualmente o con una crisis de angustia, y estas crisis pueden seguir produciéndose o no, a lo largo de la enfermedad. Ellos aseveran que aparece junto a estados depresivos y el miedo a perder el control, de alguna forma. Y en general, surge cuando la persona, debido a las presiones sociales, se siente obligada a tomar decisiones con respecto a su vida adulta, como por ejemplo: entrar a facultad, casarse, tener un hijo, etc., etc. Ellos afirman que el fracaso de estos proyectos, es capaz de llevar al paciente a regresar a temores o estados mentales anteriores, en los que se reactivan determinadas situaciones
traumáticas
de
la
niñez,
y
que
son
automáticamente experimentadas, como peligros reales ante él. También certifican que la mayoría de las veces, se observan tendencias masoquistas y un severo superyó en el paciente. Además, la escuela kleiniana de psicoanálisis, plantea en este síndrome, así como en fobias muy limitantes, como el miedo al envenenamiento o a las muchedumbres, y en Fobia Entre Delirios
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ella se reactivarían angustias paranoides tempranas y mecanismos de defensa primitivos, como la disociación, la negación y la identificación proyectiva masiva. Varios autores de este tipo de estudios realizados en diversos pacientes con este síndrome, mencionan la necesidad, en algunos enfermos, de necesitar apoyarse en algún tipo de medidas protectoras como: bastones, libros, carritos, animales domésticos o el uso de anteojos oscuros; como una manera de hacerles más soportable salir a la calle y que, de acuerdo con estos autores, constituirían un referente yoico. Tampoco podemos olvidarnos que, por aquellos tiempos, el tema de la psiquiatría, por estos lados del hemisferio, todavía era considerado todo un tabú y, muchos de sus conceptos, recién estaban siendo debatidos en el viejo mundo. Por ejemplo, Mallet, recién en el año de 1961, plantea la hipótesis de que el punto cero de la fobia, era originada en el terror nocturno y en la pesadilla. Mallet lo describe como: “Un estado de desamparo somato-psíquico inconmensurable, una falla de la capacidad representativa, una función de la fobia que participaría en lo que el sujeto puede hacer Fobia Entre Delirios
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con su existencia cuando las referencias interno/externas desaparecen”. De esta manera, se puede deducir que la fobia surgiría cuando, de repente aparece, o se está, frente a un sentimiento de fragilización de la existencia, sea de una manera crítica, o por causa de acontecimientos que muestran al sujeto toda su precariedad y labilidad frente a la vida. Por lo que hasta aquí nos fue manifestado, y siendo legos en el asunto de elucidar correctamente el proceder de la mente humana; se nos hace difícil lograr una temprana conclusión sobre los motivos que originaban esos desvíos de conducta de Roberto, porque ciertamente, cualquier que fuere
nuestro
dictamen
concluyente
al
presente,
infaliblemente, éste sería errático. Entre tanto, sin atenernos más a esas divagaciones de la psiquis, el recuerdo que Roberto tenía del periodo en que residió en el apartamento del Prado, era bastante fértil en evocaciones de sus andanzas por el barrio, principalmente, con referencia a las correrías realizadas el parque, lugar al que le dedicó la mayor parte de su tiempo ocioso, principalmente en el verano de 1960.
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Quien ya recorrió ese lugar, sabe que el mismo ofrece de un modo perceptible, entre sus senderos, excelentes oportunidades para ensanchar el divertimiento de los mortales, y eso no era menos en él; con la salvaguarda de ser necesario aclarar que el vaho resinoso expelido por ese ampuloso bosque y que, sin darnos cuenta, nos va penetrando hasta lo hondo de los pulmones, nos deja el sentimiento de que a él también le despertaba una pasión impetuosa, una fogosidad y una excitación desmedida en sus actuaciones; tales eran el tamaño de las felonías que cometía. No en tanto, ¿quién de buena gana ya no intentó treparse en las columnas del alumbrado público?; esos rocambolescos postes de hierro fundido con su farolito blanco en la extremidad superior que prueban imitar la mustia antorcha de una llama, y que tan fácilmente podían ser encontrados por doquier en todas las campestres calles que circundaban el perímetro… Claro, que un niño bien comportado nunca estaría dispuesto a demostrar ese pésimo hábito de querer quebrarlas con su honda, como era el caso de Roberto y sus amigos, que en los atardeceres, para desahogar parte de sus energías malignas, acostumbraban a realizar el tiro al blanco con esos cristales. Fobia Entre Delirios
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Algunas veces, Roberto llegaba a experimentar ese raro impulso destructor, irrespetuoso, medio salvaje, que si posible fuese, le hubiera gustado salir a la calle con un revólver en cada mano a romper de vez todos los faroles. A de agregarse, inclusive, que otros niños también audaces y temerarios, del mismo modo como lo hacían ellos, ya intentaron muchas veces subirse en “La Diligencia”; esa magnífica maqueta al natural que existe casi al costado del puente de la avenida Agraciada con Lucas Obes; mismo que el pequeño espejo de agua que la circunda, muchas veces les apagase esos briosos ímpetus. Pero querer hacer de ella su diversión predilecta, como lo hacían estos, era una cosa que exasperaba tremendamente al guardián del parque; pues no faltó le oportunidad en que los cogió de manos llenas cuando estos endiablados chiquillos se hallaban trepados sobre los caballos de metal, tal cual unos
iracundos
caballeros
del
apocalipsis,
mientras
espoliaban los corceles con sus talones y dejaban escapar de sus gargantas, roncos aullidos de un ¡Arre! ¡Arre! Otro monolito que parecería querer magnetizar sus intenciones bandoleras, era el de “Los Charrúas”… ¡Pobres indígenas! Si estos supiesen, o por lo menos desconfiasen lo que esta troupe de malvados acostumbraba perpetrar con Fobia Entre Delirios
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ellos, es factible que sus espíritus fueren capaces de querer revivir, de lanza en manos, todas aquellas epopeyas descritas por Rodó en su libro “Tabaré”, cuando esa raza de aborígenes demostró toda su fiereza ante el advenimiento de los extraños invasores de esta tierra. Al llegar a este punto, me atrevería a pensar que, el subconsciente de la mente de Roberto, en el exacto momento que estaba recordando estas peripecias, debería encontrarse bañado en éxtasis, en un regocijo enajenado que le permitía reír por dentro; si es que esta, es una condición de júbilo posible de profesar y realizar cuando se está en estado
letárgico,
inconsciente;
pues
al
recorrer
el
pensamiento entre las travesuras que más acostumbraban efectuar con los integrantes del mausoleo de los aborígenes, recordaba que estaba la confección de ropas con hojas de papel de diario; pintarles franjas en el rostro como si fuesen pieles rojas, utilizando barro, tiza, carbón o lo que tuviesen a mano; pasarle lápiz labial en los labios de la india; ponerles sombreros de Napoleón en la cabeza, y cuanta otras picardía más se les ocurriese. No en tanto, las diabluras y barrabasadas cometidas por Roberto, Hugo, Tito y Cacho, no siempre contaban con el apoyo incondicional de Frederico; o Fredy, como ellos Fobia Entre Delirios
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comúnmente lo llamaban, de forma de abreviarle su nombre teutón. Pero sin embargo, recibían el soporte absoluto, cuando a ellos se juntaba su primo Henrique, y todos juntos, partían para realizar mucho más que aquellos desopilantes partidos de futbol a la orilla del arroyo. Este sexteto del terror, -apodo que muy pronto les fue asignado por la madre de Tito-, acostumbraba a deambular por la extensión de todo el parque, tanto fuese para tirar piedras al arroyo pretendiendo ver quien lograba formar el mejor sapito, y quedarse como hipnotizados mientras veían las piedras dar pequeños saltitos en el agua; o atravesar por el puente Buschental, equilibrándose solamente con los pies por sobre el muro del parapeto, o sentarse sobre las estatuas aladas que adornaban esos mismos parapetos, para entonces allí, galopar imaginariamente al igual que los hacían los bárbaros jinetes del Cáucaso. Este puente, que tan celosamente había sido construido por la “Societé des Ponts et Travux de Fer de París”, era un camino obligatorio a recorrer, cuando ellos se dirigían a la cancha de Wanders a fin de asistir alguna práctica de futbol, o bichar algún partido, cuando entonces, se colaban que ni ratas por el tejido que protegía el lado del fondo del perímetro. Fobia Entre Delirios
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Del mismo modo, Roberto no podía dejar pasar por alto en sus recuerdos, aquellas excursiones que realizaban a media tarde por entre los senderos de la Rosaleda; ese verdadero Jardín del Edén tan caprichosamente cuidado por las manos habilidosas de los jardineros de la municipalidad, y que atraía de forma permanente y excitada, a un enjambre de parejas de enamorados; que mucho más que estar interesados en visitarlo para admirar las rosas y aspirar la fragancia de su perfume, lo hacían para intercambiar unos disimulados besuqueos, solapadas caricias, mimos corteses, y viviendo esos momentos idílicos, realizar allí sus no siempre sinceras promesas de un amor eterno. Pero ese no era el caso de estos muchachos, pues, lo que ellos pretendían en sus furtivas visitas, era esconderse entre las matas y arbustos del vergel y desde allí, ponerse a espiar maliciosamente esos movimientos bobalicones que eran tan mañosamente realizados por las parejas más entusiasmadas; para después, ya lejos de allí, ponerse a reír a carcajada limpia comentando lo que habían descubierto. Se sobrentiende, y no creo que sea necesario aclarar, que Roberto escondía premeditadamente de sus padres, el tamaño de las hazañas con las que distraía el tiempo con sus amigos, y tampoco debemos imaginarnos que estas, se Fobia Entre Delirios
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perpetuaban el tiempo todo; pero es válido reconocer que sus padres tenían el presentimiento de que las sergas de su hijo, escondían acciones o insolencias bastante más desmesuradas de las que él les contaba; y por eso, todos los domingos lo llevaban con ellos a la iglesia, quien sabe, para intentar aproximarlo por los caminos santos, y buscando en la casa de Dios, la iluminación de esa alma descarriada.
13
En el año de 1849, la empedrada calle de la Iglesia ya corría en un trazado paralelo sobre la margen izquierda del arroyo Miguelete; y en un punto próximo a las vías del tren, el entonces Presidente de la República, General Manuel Oribe, procedió con la inauguración de la entonces Capilla de La Inmaculada Concepción. Sin embargo, ya pasados más de cien años de ese estreno, mucha cosa había mudado desde aquel día festivo en el barrio del Paso Molino; principalmente, el nombre de Fobia Entre Delirios
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esa calle, que ahora convenían llamar de Zufriategui, en distinguido homenaje a un heroico defensor de la patria. No en tanto, las grandes casonas que habían sido construido de un lado y otro de la calle, se habían vuelto un poco más viejas, y la otrora capilla, ya se había convertido en la principal Parroquia de la zona; que a pesar de ser monumental en su tamaño, sus cimientos continuaba diuturnamente a ser sacudidos, cada vez con mayor intensidad, por las vibraciones que desprendían los ferrocarriles al aplastar en los rieles paralelos de la línea férrea, cuando por allí se deslizaban los convoyes en su enloquecido vaivén. La estación Yatay siempre estuvo emplazada a escasos cincuenta metros de los muros de ese tabernáculo de nuestro Creador, y no faltó oportunidad en que los fervientes practicantes del culto, muchas veces se vieran envueltos por los chorros de un vapor negro que el viento del suroeste trasladaba desprendido y remolón desde esas furiosas máquinas de hierro; o sentirse ensordecidos por los potentes
silbatos
que,
burlescos,
parecería
que
ambicionaban sofocar las plegarias de los comulgantes. Pues fue allí, en esta parroquia de paredes externas ya oscurecidas por haber absorbido varias décadas del hollín de Fobia Entre Delirios
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las locomotoras y la falta de una nueva pintura, que José y Raquel fueron poco a poco introduciendo a su hijo en la catequización cristiana, siempre apoyados por el ánimo incansable del cura Perdomo, un clérigo que parecía tener en la cabeza, una aureola de plata, tal era el color de los cabellos que circundaban su pelada. Al principio, ellos lo llevaban para asistir la misa dominical, mismo sin que Roberto alcanzase a comprender los rituales canónicos que se realizaban delante del facistol, y que la impaciencia le hiciese remolerse en los asientos de madera, cuando se ponía a mirar indiscreto a esa aglomeración de vecinos ataviados en trajes de día de fiesta; algunos de boina, otros de sombrero de fieltro, pero la gran mayoría, con las cabezas engominadas y los sacos y pantalones lustrosos por el uso. Entre la observación incrédula dirigida a unos y otros, también miraba embaucado a las mujeres que, caprichosas, intentaban esconder el rostro haciéndolo desaparecer bajo unas nubes de tules coloridos que se colocaban en la cabeza, como si quisiesen esconder detrás de ellos sus fisonomías cariacontecidas, en cuanto, entre dientes, murmuraban con voz suave sus densas plegarias.
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¡Sí! Su memoria estaba nítida, su percepción ahora era clara, ya que comenzaba a recordar que, ubicando entre sus padres, de ojos amilanados mientras todos rezaban sus jaculatorias, él permanecía intrigado observando las imágenes sacras de los augustos predestinados que alguien había asentado en esos altos pedestales; las casullas impecablemente planchadas que usaban los sacerdotes; las albas tocas almidonadas que las monjas aplicaban sobre sus cabezas; la reverberación del órgano sobresaliéndose nítido por encima del tono litúrgico que era empleado por todas aquellas voces canoras del coro de niños; y algunas veces, también se sorprendía estar a olfatear el olor empalagoso y sobón del incienso que lentamente le iba penetrando por sus narinas. ¿Cómo podría ser capaz de olvidarse de las voces de todos esos desconocidos que insistían en pronunciar palabras y frases incomprensibles en latín? ¿Cómo olvidar aquel coro de feligreses que, a todo instante, cantando a voz plena, le respondían al cura expresando esos “Amén” pronunciados con unas a y unos enes interminables y sonoros? Y en medio a ese mismísimo procedimiento rutinero e invariable, Roberto había estado distrayéndose por las Fobia Entre Delirios
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mañanas de domingo, al ir absorbiendo esas imágenes enredadas que descubría equidistante a la liturgia de la misa, sin lograr comprender el rito y el significado que ocasionaba en las almas de los penitentes; hasta que finalmente, con el pasar de los años, estuvo apto para aceptar su aproximación con ese Dios que todos adoraban y glorificaban. A seguir, le surgieron recordativos las reproducciones de los detalles de sus ojos sorprendidos de alegría, cuando estos se le habían abierto resplandecientes en el momento que su madre le dijo un día: ¡Robertito! Tu padre y yo, hablamos con el Reverendo Perdomo, y dentro de unas semanas, vas a comenzar a ir a las clases de catecismo… ¡A fin de año, vas a hacer la Primera Comunión! A continuación, recapituló que se habían seguido unas tardes protocolares y rutinarias en el salón parroquial, donde alguien les enseñaba a esa nueva legión de imberbes serafines del Señor, los rituales de la doctrina cristiana, y los rudimentos que exigía la iglesia, para que sus almas finalmente estuviesen preparadas para recibir el Santo Sacramento. Llegado el ominoso día, más le había parecido que su casa se encontraba en una actividad de colmena, tal era el Fobia Entre Delirios
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movimiento de entrada y salida de parientes y vecinas que allí se aglomeraban para verlo partir todo petimetre para la iglesia. Lo habían bañado, peinado, y vestido con un reluciente trajecito azul marino de pantalón corto; le pusieron una corbata blanca sobre una camisa igualmente alba; le descocieron y le cocieron un botón de la chaqueta para ajustársela mejor al cuerpo; le pusieron una enorme moña de satén blanco en el brazo izquierdo; le colocaron varias docenas de estampitas en el bolsillo interno del traje, y sobre las medias blancas que le llegaban hasta la rodilla, le calzaron unos zapatos de charol negro. Toda la indumentaria se la había comprado en la tienda Introzzi, y era un regalo de su abuela-, le habían dicho el día que fueron a esa tradicional tienda para probárselo. Cuando ya estuvo vestido y pronto, rememoró que su madre le introdujo en sus manos un par de guantes de un inmaculado algodón, le entregó el pequeño misal forrado de nácar blanco y un pequeño rosario de igual refinamiento; y cuando todo estuvo terminado, ella lo hizo sentar paciente en una silla, rogándole encarecidamente que no se moviera de allí por nada de este mundo, ni se fuese a ensuciar con nada… -¡Pareces un angelito!- le había dicho finalmente,
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antes de retirarse con el otro grupo de gentes, para ellos también se engalanasen para la fiesta divina. Llegaron a la iglesia de taxi, y en el trayecto, él pudo ver a los otros comulgantes que de igual forma, salían de sus casas para dirigirse al baptisterio como si estuviesen atendiendo al llamado diáfano de las campanas, que insistían en replicar su convencido sonido en el firmamento, dejando parsimoniosas que el fragor de su martilleo, se perdiese en la inmensidad azul de la mañana. Le había parecido que la muchedumbre venía desde lejos para acompañar a los niños, y una vez en la puerta, se oprimían, se empujaban, estiraban sus pescuezos para verlas mejor. Las niñas con sus vestidos de pliegues hechos de tul blanco; los niños de trajecito azul marino con la moñita blanca colgada en el brazo izquierdo. Con el pecho que casi le saltaba por los botones de la camisa impecable, de tan ensanchado de regocijo que se encontraba, Roberto atendió a una orden de comando, y luego ocupó su lugar en la fila de los varones. De un lado se perfilaban las nenas con sus arreglos áureos y relumbrantes, del otro, los niños iban prolongando la doble fila de la columna desde la sacristía hasta la puerta.
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Los familiares y los parroquianos fueron ocupando los bancos de madera desde la tercera fila hacia atrás, y cuando comenzó la procesión, su entrada en la nave pareció que había enloquecido a los concurrentes, y estos, estupefactos por el espectáculo omnipotente, enseguida los recibieron bajo un coro inacabable de ¡Oh! y ¡Ah! prolongados e inextinguibles, que maleducadamente, fueron pronunciados en voz alta. Sentados en las tres primeras hileras de asientos, las nenas a la derecha, los varones a la izquierda del altar; con las almas congeladas por causa del rendibú y por el asombro de la ceremonia y la representación, escucharon las notas del órgano irrumpiendo canoras en la casa de Dios, seguidas de las voces armónicas del coro queriendo iniciar el rito y quebrando la fascinación de la multitud, llamándolos para el estreno del culto. Acudiendo al llamado, enseguida todos se pusieron de rodillas frente al altar mientras las cinco voces del coro, cadenciosas y suaves con voz a pulmón lleno, comenzaron un cántico que fue sostenido por el monótono sonido del armonio. A veces, una voz aguda daba la réplica y, de cuando en cuando, sentado en un sillón de terciopelo rojo ubicado al lado del atrio, un cura, con el bonete puesto, se Fobia Entre Delirios
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ponía de pie, rezaba alguna cosa entre dientes en un murmullo enigmático y ambiguo, y volvía a sentarse en su trono, mientras las voces recomenzaban su cántico manteniendo los ojos pegados en un gran libro abierto ante ellos. Después, invadió un momento de silencio, y el cura que iba oficiar la misa, se levantó y se dirigió a pasos tardos hacia el tabernáculo, siendo seguido de cerca por una docena de monaguillos; todos uniformemente vestidos de blanco y negro, pomposos, con fisonomías solemnes mientras entonaban unas oraciones preparatorias, y se iban alineando uno a uno a cada lado del atrio mayor. Roberto estaba expectante, pero algo distraído en las evoluciones rimbombantes de los monagos ayudantes, y por eso, no escuchó el sonido estridente de la campanilla que ecuo en medio del gran silencio, convocando a los presentes para el inicio del oficio divino. Todos se arrodillaron mientras él permaneció de pie, estático, despreocupado, entretenido y encantado con la evolución coreográfica que se realizaba en el altar. En ese momento, alguien le tironeó del pantalón y lo sacó de la babia, restituyéndolo rápidamente a la realidad.
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El cura, con sus cabellos de plata, comenzó la realización del oficio yendo de una parte a otra del tabernáculo haciendo algunas genuflexiones, mientras iba entonando unas invocaciones en latín con su voz rajada, envejecida, temblorosa por la senectud que le había tomado el cuerpo. Humildemente, como debe ser todo ungido eclesiástico, continuó lánguidamente a evocar las preces formales que hacían parte de la ceremonia inicial; y al acabar, con las manos extendidas hacia el vigilante auditorio, pronunció el Orate Frates, y todos comenzaron a rezar el “Orad, hermanos míos”. Apenas hubo silencio, el coro y el órgano, avizores, lanzaron a un mismo tiempo sus voces armoniosas llenas de alabanzas, mientras algunas de las personas que asistían al culto, también comenzaron a cantar afinadamente a media voz. Y así, la ceremonia, comandada por el anciano clérigo continuó desarrollándose conforme el ritual sagrado establece, hasta llegar el momento del kirieleisón, que subió al reino celestial lanzado por todas aquellas gargantas y corazones en una expresión de exclamaciones jubilosas, despertando en los nuevos comulgantes, una inmensa exaltación y una curiosidad ansiosa por ver aproximarse el inefable misterio. Fobia Entre Delirios
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Nuevamente, el sacerdote se arrimó al altar ya conjeturando en silencio como estaría el corazón oprimido de los niños y de sus madres, cuando más él se aproximaba del acto sobrenatural; y ante la compasión general, exhortó por la reza unida y en voz alta del Padrenuestro. A seguir, comenzó la invocación del “Cordero de Dios” para quitar los pecados de los devotos, y se escuchó un campanilleo refrendado mientras entre sus dedos, el cura presentaba el Cuerpo del Señor elevando sus brazos a lo alto, mientras todos los comulgantes, arrodillados y ungidos, hundían sus rostros entre las manos en cuanto consagraban el cuerpo de Cristo. En ese momento, Roberto salió de su devaneo cuando una monja hizo sonar un chasquido seco con las palmas de la mano, dando la señal para que niños de un lado, niñas del otro, se aproximasen de la santa mesa. Enseguida se oyó un arrastrar de pies, y temblando como si estuviesen siendo presas de una fiebre divina, de cabeza gacha y el alma expandida, parecería que todos los niños ya sentían el soplo de un ser invisible y todopoderoso se aproximando de ellos. El sacerdote se aproximó sujetando un magnífico cáliz dorado en la mano, y la primera fila luego se arrodilló. Cuando pasaba entre ellos, notó que estos abrían la boca Fobia Entre Delirios
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desmesuradamente con gestos nerviosos, manteniendo los ojos cerrados y el semblante pálido al les ser ofrecida la hostia sagrada que les daría la redención. Repentinamente la iglesia se llenó de un bisbiseo de muchedumbre entusiasmada, como si estas hubiesen sido poseídas de una especie de enajenación que provocó una tempestad de sollozos, de gritos ahogados y parpados humedecidos por la emoción y la congoja, y alguna que otra, se sintió sacudida por hipos y temblores, en cuanto casi todos tenían los corazones palpitantes. Y así, terminado el suministro de la sagrada comunión con tamaña conmoción de fe y, mientras Dios penetraba lentamente por primera vez en el cuerpo de esos chicos a través del Espíritu Santo, ellos luego comenzaron a sentir unas enormes ganas de irse, cansados que estaban de tan larga tensión espiritual, del ayuno obligatorio, y excitados que se sentían por la propia gracia ferviente que acababan de recibir. Envueltos en esos pensamientos vagos, pronto notaron al sacerdote beberse hasta la última gota de la sangre del Cristo que quedaba en el cáliz dorado. Poco
después
Roberto
escuchó
aquella
voz
resquebrajada que anunciaba con solemnidad: “Ite, missa Fobia Entre Delirios
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est”. El sacerdote acababa de informarles que había terminado el oficio, y pronto la salida fue una batahola sola. Muy pronto, una algarabía de voces, expresiones de regocijo, bramidos histéricos, establecieron un alboroto de personas que se parapetaron a un lado y otro de la puerta esperando que apareciesen los niños, ya fuesen hijos, sobrinos, nietos, hermanos de los allí atrincherados. Cuando estos surgieron risueños y animados, cada familia quiso agarrar el suyo al mismo tiempo, para llenarlos muy pronto de besuqueos, abrazos y apretones. Ya de camino para casa, Roberto se profesaba un ser radiante, satisfecho, campante al sentirse invadido por la divinidad del Ser Supremo que ahora llevaba con él. Caminaba de pecho estufado, se juzgaba eufórico y dichoso cuando por la calle, al verlo trajeado con su fantasía eucarística; algunos, mucho más allá de desprenderle una afable sonrisa, lo señalaba y cuchicheaba algún comentario lisonjero; y así se apreció durante varias semanas.
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En general, los psicoanalistas concuerdan en que, las fobias de la primera infancia y de la adolescencia, no dan lugar a que surjan evoluciones patológicas. Indican que las fobias participarían de un movimiento fundamental de estructuración
progresiva,
despertada
cuando
el
funcionamiento psíquico arcaico es requerido para una buena evolución, aunque los resultados favorables no son una total garantía de futuro. Ellos consideran que en los adolescentes, en la mayoría de los casos, las fobias son transitorias, aunque presentadas bajo coyunturas excepcionales, son capaces de desencadenar una evolución posterior severa. La fobia en la adolescencia podría verse como un paradigma de cualquier negociación narcisista-libidinal, ilustrando los efectos de la oscilación de los investimentos del yo en el objeto, por intermedio de la calidad y naturaleza del objeto perseguidor. Sin embargo, las fobias en los adultos, -según denuncian ellos-, están todas parcialmente vinculadas con la amenaza de la integridad narcisista del paciente; por ejemplo, después de sufrir una enfermedad, de tener que soportar una pérdida, de una separación; surgiendo ese Fobia Entre Delirios
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estado disímil de comportamiento cuando aún no han sido metabolizadas estas situaciones traumáticas por la mente del paciente. En todo caso, la gran mayoría de los estudiosos del asunto, son unánimes en afirmar que la fobia surge en todos los momentos críticos de la existencia humana, y en particular, cuando la amenaza que se cierne sobre el ser humano, vuelve a actualizar el riesgo de angustias primitivas y de abandono, es decir, cuando los cimientos narcisistas se ponen en juego. En 1964, F. Perrier expresa categórico que: “El fóbico no tiene lugar en la constelación edípica… Se manifiesta en la neurosis infantil cuando la triangulación y las amenazas de inexistencia se reactivan. De esta manera la angustia en la fobia expresa un peligro que el yo siente”. Entonces: ¿De dónde proviene la angustia, si no es de esta experiencia de omnipotencia absoluta que se encuentra en el origen del sujeto psíquico? ¿Qué hacer con ella? ¿Convertirla en temor? ¿Tratarla como una amenaza externa? ¿Vincularla con una representación que racionaliza
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su aparición? En verdad, yo no sabría decirles cual son las respuestas correctas en esos casos. No en tanto, para este autor francés, la fobia, es la expresión del deseo del sujeto de querer encontrar representaciones para su vida pulsional peligrosa y amenazante, y que sin ellas, posiblemente se expresaría en actos agresivos y en destructividad. Existe, sin duda, un gradiente de manifestaciones fóbicas que depende de la relación existente entre los referentes del yo y los de los objetos significativos; pero, de acuerdo con los estudiosos del asunto, la explicación sería: “El hecho fóbico, es siempre una tentativa de elaboración de un conflicto interno, la función fóbica como estructura da prueba de un deseo del sujeto por mantener un sentimiento de continuidad y existencia que se le escapa, buscando el recurso de imágenes de objetos que le permiten pensar sobre sí mismo”. Registradas estas consideraciones, es necesario que se agreguen algunas otras reminiscencias que Roberto trajo a luz en su desvarío inconsciente. Ellas dicen al respecto del periodo en que realizó su catequización; y de algunas de las
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aventuras en que se metió durante las tardes que concurría a la parroquia… ¡No todas, claro! Cuando le llegaron esas evocaciones, recordó que junto con él, también comparecía a las cátedras su inseparable amigo Cacho; un chico de un espíritu comportamental que el mismo Roberto lo describía como mitad gaucho, mitad pueblero debido a su origen interiorana, sazonado con un poco de la mezcolanza aldeana que había adquirido desde que se había mudado para la capital hacía unos pocos años. El chico era cautivante por su osadía, y poseedor de un ánimo que lo tornaba indócil, obstinado, montaraz por así decirlo, y con un espíritu nato de líder demostrado en las ideas que engendraba e inculcaba en la cabeza de quien lo acompañaba en esos instantes. Pues bien, resulta que una cierta tarde, cuando se dirigían para el templo, este había deliberado sobre la posibilidad de que juntos realizasen alguna maniobra que fuese capaz de originar el descarrilamiento de algunos de los convoyes de los ferrocarriles de AFE. Para tanto, según sus conjeturas, les bastaba con que colocasen algunas piedras sobre los rieles, y pronto… -Era sólo esperar por el
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resultado-, le había dicho ese día con astucia y determinación. Sin hacerse de rogado, mismo sin saber lo que movía su ánimo para acatar la idea, Roberto encontró eco en ese desfachatado concepto, y en eso se entretuvieron varias tardes, colocando, primero una, luego dos, más tarde, cinco pequeños cascotes de piedras que existían a los millares cubriendo el lecho de la vía. Para convertir en realidad la obsesión por la catástrofe, invariablemente, ellos caminaban socarrones y fingidos junto a de los rieles en dirección a las barreras de la calle Pena, buscando por un punto escondido existente después de una leve curva que se formaba en el sendero, y aprovechando ese reviro, para evitar la posible visión de los guardabarreras y como era de esperar, las consecuentes reprensiones
que
les
ministrarían
caso
estos
los
descubriesen. Colocaban escrupulosamente las piedras sobre los rieles, y luego, salían disimulados caminando por la calle India Muerta. Resurgían por Agraciada, y luego doblaban en la calle Zufriategui, hasta llegar en la iglesia. Al terminar las aulas, poco importándose con los rezos y las enseñanzas carismáticas que recibían en ese encuentro, en lugar de Fobia Entre Delirios
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dirigirse a sus casas, caminaban en dirección a la estación Yatay, y seguían andando al lado de la vía hasta llegar a la calle Pena, en una expectativa ansiosa por descubrir la novedad que tanto aspiraban. Desconcertados y confusos al descubrir que no habían obtenido el resultado esperado, a la sazón, se ponían a deliberar sobre la falta de éxito en su hazaña, analizando concienzudamente sus planes, y recapacitando si no era necesario acrecentar algunas otras piedras; si no sería conveniente
colocarlas
en ambos
rieles;
si
debían
espaciarlas más; si juntarlas más y más, y otras cosas por el estilo, como adicionar algunas ramas de árbol o pedazos de tablas que existían tirados en el cauce del camino. Días después, un poco antes de comparecer a la clase siguiente, volvían al lugar para colocar nuevas piedras conforme lo que habían recapacitado la vez anterior, y satisfechos, ambos se encaminaban subrepticios y santos para la parroquia. No es pertinente agregar que los resultados de sus atentados siempre fueron infructíferos, y los tan ansiados descarrilamientos, nunca se sucedieron; generando un desconsuelo que forjó a que abandonasen pronto esa chapucera concepción. Sin embargo, eso no significó que Fobia Entre Delirios
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ese tipo de traspié les aminorase la voluntad de realizar otras fechorías por el estilo, mismo que el catequizador de la parroquia, insistiese en querer despertar en sus almas, el espíritu de la buena voluntad y amor al prójimo. Quizás, por detrás de esos actos de agresividad de Roberto, hubiese un poco de la desazón que le había producido aquel primer viaje en ferrocarril; o la desmedida atracción que le despertaba ver pasar el veloz motocar; esa flemática composición de dos vagones, pintada mitad azul, mitad crema, que rasgaba vertiginosamente el paisaje y originaba esa onda de viento parecida con la de los vendavales que encorvan los árboles; o tal vez, fuese el trepidar insidioso del suelo bajo sus pies mientras escuchaba el repetido ¡caclaq! ¡caclaq! del matraquear producido por las ruedas de hierro de los vagones al pasar por las uniones desparejas de los rieles. ¡Pero esas son puras conjeturas y algo imposible de descifrarlo! También por esa época, existió una ruptura en los encuentros rutinarios que tenía con su primo Henrique; no por causa de alguna desavenencia o pugna entre los dos, y si, más bien, por causa de los estudios de su primo, ya que este hacia poco que había ingresado en el liceo, y esa nueva
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originalidad de estudio, le exigían mayor dedicación y menos ajetreo. Además, hay que añadir que al adquirir un poco más de madurez y conquistar nuevas amistades, la nueva compostura de Henrique le había robado bastante de la espontaneidad que tenía en las aventuras que perpetuaban junto con Roberto. Y por eso, sus encuentros pasaron a ser más esporádicos y sosegados; y poco a poco, estos fueron siendo destronados por los que pasó a realizar a diario con Cacho, Hugo y Tito, sus inseparables camaradas del barrio. Fue a partir de ese entonces, que se produjeron más asiduamente los encuentros que estos realizaban en el club Stockolmo para jugar, entre otras cosas, al futbolín; máquina en la cual, de a poco, se fue convirtiendo en un sagaz jugador, principalmente cuando lo hacía en pareja; aunque no se salía nada mal haciéndolo individualmente en un juego de mano a mano. Al principio, inducido por sus amigos, había experimentado ese tipo de juego por puro divertimiento; pero luego descubrió la divertida necesidad que le acusaba poder sentir la pelotita rebotar arisca entre los jugadores de madera, y la obligación de tener que dominarla desde lejos, usando solamente sus manos firmemente asidas a las barras Fobia Entre Delirios
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de acero que sujetaban los fulleros, exigiéndole una verdadera perspicacia y agilidad; a eso, también había que sumarle el imprescindible requisito de tener que colocarla en el gol contrario con la mayor clarividencia posible; y todo ese movimiento, era algo que le atrapaba los sentidos y lo embaucaba. Sin embargo, para lograr satisfacer su nuevo pasatiempo, Roberto pronto recordó que no fueron pocas las veces que, sutilmente, se había quedado con las monedas del cambio, cuando su madre lo mandaba buscar el pan o alguna otra cosa al almacén; evidente que no era un valor del otro mundo, pero el exiguo dinero que sobraba en esos vueltos, se hacía imprescindible para que comprase las fichas en la cantina del club y así, poder jugar al futbolín con sus amigos. -¡El que pierde, paga la ficha! –habían establecido entre ellos como la principal regla de juego, y como una manera de valorar la victoria de la dupla vencedora. Por lo tanto, pasar algunas horas en ese entretenimiento, significaba la necesidad de poseer, como mínimo, uno o dos pesos en el bolsillo. Otras de las tantas tretas a las que algunas veces recurría para conseguir el dinero, era venderle al Fobia Entre Delirios
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almacenero, los diarios viejos que se juntaban en su casa; o vender las botellas vacías que conseguían arrecadar por el barrio, cuando salían, cándidamente, a pedírselas a los vecinos inventando algún tipo de fruslería para la escuela. No en tanto, no fueron pocas las veces que, en lugar de tomarse el ómnibus, hacía el recorrido a pie para poder quedarse con el valor del boleto. Todo ardid y estratagema a la que se obligaba a recurrir en aquel tiempo, eran considerados válidos cuando se trataba de juntar las monedas necesarias para gastarlas en esa máquina que remedaba tan bien, un partido de fútbol. Recordaba con placer, que estos sucesos, entre todos los otros que a menudo inventaban, eran los que en verdad, le producía felicidad, y que lo dejaba acucioso por la complacencia de poder sentir esa sensación sugestiva que tanto lo satisfacía y alegraba.
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Sábado por la tarde. En la calle, un viento falto de energía, apenas acariciaba las hojas de los árboles, obrando tan suavemente como quien besa el rostro de una niña. No en tanto, la coloración de un día sin sol y sin sombras, dejaba la nítida impresión de que centenas de nubes plúmbeas se habían unido confabuladas para no dejar que los rayos del sol llegasen diáfanos a la tierra. Sin embargo, allí dentro da aquella sala, el ambiente era caluroso y el silencio ilimitado, casi religioso, que lo envolvía todo con ese tipo de mudez tranquila que, casi sin darnos cuenta, nos deja la sensación de que el sigilo intenta llegar imperturbable hasta los astros. De cualquier forma, allí tampoco había ventanas que posibilitase a las personas apreciar cual era el paisaje exterior. Antes de que lograse abrir los párpados, a Roberto le pareció estar escuchando un sonido extraño, un rumor entrecortado, un chasquido. -¡No! ¡No! Es un pitido… ¡Tampoco! Se asemeja más a una música… como si fuese un gorgoteo… –pensó con preocupación, mientras se encontraba sumergido en la divagación subconsciente en que se hallaba. Sin lograr recuperar toda su noción, enseguida volvió a perder la conciencia sin alcanzar a descubrir el origen de Fobia Entre Delirios
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ese sonsonete encadenado de resonancia que juzgó haber percibido en su entorno. Algún tiempo después, tal vez apenas algunos minutos que bien podrían haber significado horas, Roberto volvió en sí y nuevamente recobró la conciencia. Quiso abrir los ojos, y las membranas que los cubrían le negaron la acción. Tuvo la sensación que estas pesaban toneladas. Tampoco tenía institución de que estaba totalmente despierto, porque muy pronto se percató que no conseguía concatenar sus pensamientos, sus sensaciones. Era un ir y venir de elementos e interrogantes confusos que gobernaban en su cabeza sin que él lograse hilvanarlos, o al menos, darles una secuencia lógica de pensamiento, un mínimo de nexo coherente… -¡Estoy grogui! ¿Qué fue lo que bebí? –se preguntó atolondrado, después de realizar una pausa mental, al distinguir que no lograba discurrir sus ideas. -¡No, no, no! No bebí nada… ¡Estoy preso! ¡Si, es eso! Sólo puede ser eso… ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Otra vez? ¿Por qué, Dios mío? -comenzó a debatirse torpemente, mientras la adrenalina le hacía aumentar el ritmo cardíaco al pensar en la probabilidad de que le tuviesen dado algún alucinógeno, alguna droga capaz de provocarle algún tipo Fobia Entre Delirios
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de disturbio mental, y que esta le incitase ese tipo de reacciones extrañas directamente en el sistema nervioso. Para él, en ese momento, no cabía lugar para otro tipo de conjeturas. Un pasado lo amilanaba con desesperación. De pronto, sintió que la piel se le estremeció. No alcanzó a darse cuenta del verdadero porqué, pero ciertamente, no fue de frio, sino que eran temblores de soledad,
de
desatino,
de
desesperación.
Se
sentía
angustiado. Nuevamente, sin alcanzar a dilucidar sus propias preguntas, las incógnitas que lo sofocaban, volvió a perder el conocimiento cayendo enseguida en un estupor confuso, promiscuo, inextricable, que le apagó de la mente cualquier imaginación sobre el momento en que se encontraba. En ese instante, alguien entró casi que sigilosamente en el cuarto, y se detuvo junto a la cama. La persona observó las imágenes que monitoreaban el estado del paciente, tomó nota de algunos datos que le parecieron pertinentes, reguló algún que otro dispositivo que había sobre la cabecera del enfermo, le ministró una dosis de algún tipo de barbitúrico, y se retiró sin que Roberto supiese de su presencia.
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Sería aleatorio para él, querer descifrar a quien pertenecía ese ser subrepticio, enigmático, casi disimulado que se había aproximado discretamente a su lado, pues en esos momentos su mente ya estaba lejos, bien lejos de allí. El sopor del sueño le hizo resurgir nuevos momentos de su pasado. …Noche del 19 de setiembre de 1961, día en que se jugaba la final de la Copa Intercontinental de Clubes. Últimos minutos angustiantes de un partido de fútbol que realizaba Peñarol con el Benfica de Portugal, en el Estadio Centenario. Roberto estaba aflictivo sentado junto con Cacho y Hugo, todos de de oído colado al receptor Admiral desde donde se desprendía la voz entusiasmada de Carlos Solé. Caso se confirmase el resultado, Peñarol se consagraría como el equipo de fútbol Campeón del Mundo; máximo galardón después de haber ganado la copa Libertadores de América por la segunda vez consecutiva ese mismo año. No dio otra, el partido terminó luego después con la victoria del equipo carbonero por 2 a 1, con goles de Sasias en el primer tiempo de juego; y un ensordecedor barullo tomó cuenta de la casa, de la calle, del barrio, de toda la ciudad, y hasta del país todo por así decir. Fobia Entre Delirios
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Era
todo
tipo
de
gentes
gritando,
llorando,
abrazándose, saltando; corriendo a la calle para ver los automóviles con sus bocinas estridentes rasgar el silencio nocturno. Era una infinidad de individuos grandes y chicos agitando las banderas y las camisetas de los manyas, el club de su pasión. Todos estaban contagiados por una alegría nunca vista para él, para su generación, ya que algo similar, solamente había sucedido algunas pocas veces en el país, y eso había sido antes de su nacimiento. -¡La fiesta es en 18…!, –escuchó repentinamente de la boca de un extraño que pasó gritando- ¡La fiesta es en 18! ¡Vamos! ¡Vamos!, -convidaron algunos otros desconocidos cuando pasaron corriendo por el medio de la calle, e incitando a quien quisiese oírlos, para que todos compareciesen a la principal arteria céntrica de la ciudad, que a esas alturas, ya estaría tomada de otros tantos centenares de fanáticos como ellos. Alucinados por la alegría de la conmemoración, sin perder tiempo y sin lograr razonar correctamente lo que era más conveniente en ese caso, los tres corrieron hasta un camión que vieron estacionar en la esquina, y se treparon en la carrocería para juntarse a una muchedumbre de otros tantos seducidos hinchas aurinegros que, eufóricos y Fobia Entre Delirios
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desgañitados, agitaban banderas y pronunciaban gritos de ¡Campeón! ¡Campeón! ¡Es campeóooon! ¡Los peña, que no ni no! Por doquier que pasaban en el trayecto, Roberto veía sorprendido desde el camión, que la multitud estaba eufórica, radiante, entusiasmada y feliz por la victoria. Era una algarabía contaminante, efusiva, delirante, que se desprendía desde el fondo del alma de las personas que deambulaban por las calles; que se colgaban en los balcones de los edificios; que saltaban arrebatadas frente a las puertas de sus casas, o que corrían de un lado a otro de la calle abrazadas de las banderas aurinegras, como si ellos fuesen unos intrépidos toreros queriendo doblegar a esa manada taurina que ahora invadía las avenidas con aquel balido estridente de cornetas, bocinas, gritos y lágrimas de júbilo. Al llegar a la altura de Agraciada y Paysandú, el tránsito ya estaba parado, era casi imposible que el vehículo se desplazase algunos metros más; y sin titubear, al igual que lo hicieron los otros, ellos también saltaron de la carrocería y se dejaron llevar por el empuje de esa multitud que ansiaba por llegar lo más rápido posible a 18 de Julio, subiendo a pie el repecho final de la avenida Agraciada.
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En la avenida principal, para su asombro, no eran cientos
como
se
lo
imaginaba;
eran
millares
de
enloquecidos seguidores que cantaban loas enardecidas para ensalzar la victoria del club de sus amores. Algunos se abrazaban, se besaban, lloraban, saltaban, cantaban, gritaban, bramaban canciones sin nexo para dar rienda suelta a sus animosidades, a sus inclinaciones, a su pasión futbolera, a sus tristezas contenidas, dejando extravasar todas las angustias implícitas y sus ahogos personales. Maravillado por la fiesta que se descortinaba ante sus ojos, Roberto se unió a ese coro de desconocidos y acompañó con ánimo desmedido esa algarabía que había tomado cuenta de la ciudad. En ese momento, Cacho le dijo que las cámaras del canal 4, estaban filmando la fiesta desde las ventanas de la emisora… -¡Vamos a tomar un ómnibus para ver! –determinó su amigo, agarrándolo por el brazo. -¡Yo no tengo un vintén! –avisó Roberto, preocupado con la idea. -¡No te calientes, que si el guarda se nos viene encima, nosotros nos bajamos! En medio al bochinche de la avenida, como queriendo esquivarse de los coches que desfilaban embanderados y decorados con todo lo que habían encontrado a mano, Fobia Entre Delirios
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apareció uno de los últimos colectivos que todavía circulaban por la arteria, totalmente abarrotado de pasajeros. Cuando el ómnibus de Cutcsa paró en el semáforo de 18 y Rio Negro, con intrepidez y firmeza, los tres amigos se subieron al pescante, colgándose que ni monos de los pasamanos externos. Como ellos, también había otra docena de felices extraños con las mismas intenciones. Poco después se bajaron frente a la Universidad de la República. Allí, el gentío no era menos impresionante que el que existía a lo largo de toda la avenida. Eran hombres, mujeres, niños, familias enteras que caminaban, saltaban, se abrazaban y cantaban, algunos ya roncos de tanto gritar himnos fervorosos, entusiásticos, desafiadores. Pasado un tiempo, nuevamente se dejaron llevar por el bochinche, entrelazándose en medio de esa masa humana de delirantes, dejándose contagiar cada vez más por la alegría de sus cantos y sus gritos ensordecedores. De ese modo fueron corriendo de una acera a la otra, hasta que a una cierta hora, Hugo dijo sin petulancia: -¡Che! Estoy con hambre… no comí nada antes de venir. ¿Y ustedes? Ellos se miraron entre si y enseguida se dieron cuenta de que el hambre y la sed que dominaba a los tres, había
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quedado obstaculizada, aplazada por la euforia y por la animación del momento. -¿Y con qué vamos a comer, si no tenemos un peso? – pronunció Roberto, mientras alineó una cara de total falta de presencia de ánimo. -¡Vení, vamos! –apuntó Cacho, indicando con su mano para uno de los bares de la avenida que estaba atiborrado de gentes en las mesas y en el mostrador. Ingresaron en el primero que vieron, y a mucho costo, se fueron aproximando hasta el mármol blanco del mostrador, colándose mañosos por entre las personas que intentaban hacer lo mismo; y una vez allí, Cacho esperó por la llegada del empleado y le ordenó enfático que les sirviesen 6 porciones de pizza y tres botellas de Limól. -¿Tenés plata? –preguntó Hugo. -¡Comé, y no te preocupes! –desdeñó Cacho. En medio a la desfachatez reinante, Roberto vio que Cacho se apoderó de una caneca de cerveza que pertenecía a otro de los alborotados comensales que allí se aglomeraban, y en tres largos sorbos, se la vació sin pestañar. Detrás, dejó escapar un eructo que sonó como un trueno. Al servirse el último pedazo de pizza, Cacho aproximó la boca toda sucia de salsa, hasta cerca de sus Fobia Entre Delirios
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oídos, y les apuntó en voz baja: -Ustedes váyanse al baño, y después, salgan directo para la calle… -al decirlo, a Roberto le pareció que con la cerveza que se había tomado, le iba subiendo el ánimo desde el fondo del alma, suministrándole un sentido de superioridad sobre ellos dos. Mientras le expresaba la resolución, Cacho volvió la cabeza en dirección a la puerta, y les cuchicheó nuevamente: -¡Me esperen allí!, señalando con el mentón para el lado de la derecha de la entrada. Pasados como diez minutos a continuación de aquella sórdida salida por la puerta lateral, Hugo y Roberto estaban preocupados por la demora de Cacho, hasta que este se les aproximó por detrás, y los asustó con un grito en sus oídos: ¡Alto, ahí! -¡Nos tenías agonizados, pelotudo!, –dijo Hugo de forma expectante- ¿Donde fue que te metiste? -Yo también necesitaba ir al baño… -les respondió de forma displicente. -¿Y cómo pagaste? –preguntó Roberto, mostrándose interesado en saber cómo el otro había hecho para quitar la cuenta. -¡Yo no pagué nada! –les dijo sereno- Cuando ustedes se fueron al baño, otros tipos se aproximaron al mostrador y Fobia Entre Delirios
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ocuparon el lugar de ustedes. Entonces yo esperé un poquito más, y en seguida también me fui al baño… por eso, me pareció mejor salir por la otra puerta… -¿Y la cuenta? –volvió a insistir Roberto. -¡Que se yo! ¿A vos te parece que, con todo ese bochinche de gente, ellos saben quién pagó o no? –anunció campante con una sonrisa febril en los labios, para indicar de inmediato: -¡Vamos a salir de aquí, de una vez! –y arremetió intrépidamente su cuerpo contra el borbotón de personas que se desplazaba alegre por la avenida. Así continuaron satisfechos y animados dando rienda suelta a toda su algarabía hasta llegar a la altura de la Plaza Cagancha, y una vez allí, al percibir que el movimiento de personas ya estaba disminuyendo, uno de ellos preguntó: ¿Alguien tiene plata para el ómnibus? -¡Vamos a pie! –impuso Cacho directo, autoritario, sabiendo que esa era la única alternativa que les quedaba. Bajaron por Paraguay cantando y silbando, abrazados de una bandera aurinegra que habían encontrado algunas calles atrás, hasta que al llegar al cruce con Agraciada, Hugo propuso que, lo mejor en ese caso, era tentar hacer dedito para alguno que pasase de coche, y que al verlos
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haciendo autostop, se compadeciese de ellos y los arrimase un poco más cerca de sus casas. -¡Buena idea! ¡Buena idea! –prorrumpió Cacho, y se lanzó a la calle para interceptar alguno de los escasos vehículos que a esa hora circulaban por la avenida. Unas pocas cuadras más adelante, una camioneta pick up paró y preguntó para donde iban. Al final, el hombre los arrimó hasta el Palacio Legislativo. A
partir
de
ese
punto,
intentaron
conseguir
nuevamente una otra arrimada, y de nuevo, cuando iban por Agraciada a la altura del Palacio de la Luz, otro coche que tenía por destino el barrio Belvedere, los terminó llevando hasta el Paso Molino. Cuando finalmente Roberto llegó a su casa, Sissi estaba recostada en el sofá de la sala, y al sentir su llegada, ella le preguntó con vos temblorosa y autoritaria: ¿Dónde estabas? -¿Que te importa? –respondió Roberto secamente, ignorándola y dando de hombros para dirigirse directamente a su cuarto. Mientras se acostó, pensó que sus padres ya estarían durmiendo. ¡Grande engaño!
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Por la mañana, cuando Roberto se despertó, halló extraño que su madre aun no lo hubiese venido a llamar como lo hacía desde siempre, incitándolo con aquella voz grave, para que él se levantase y estudiase un poco, o quizás, intentase preparar alguna de las materias que estuviesen pendientes en sus estudios. -¡Mejor para mí! –pensó ambiguamente al externar toda la indiferencia que demostraba para lo que hubiese ocurrido; y de esa forma, sin más demora, se dio media vuelta en la cama y buscó una nueva posición que le permitiese dormir un poco más. Minutos después, indeciso como un perro que remolinea obstinadamente para encontrar un lugar donde echarse a dormir, permaneció dándose mil vueltas en la cama sin alcanzar a conciliar nuevamente el sueño. Sumergido en ese veladuerme, le pareció escuchar el cuchicheo de la voz de su abuela, que comparecía Fobia Entre Delirios
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acompañada de un lloro sentimental y sofocado proveniente desde la cocina, juzgó escucharla como si fuese una cuchilla afilada que venía cortando las ondas del aire. Intrigado, aguardó unos minutos más con los sentidos atentos, mientras intentaba poner en claro los motivos de esos gemidos jadeantes; y sin lograr descifrar el enigma, percibiéndose estar curioso con la situación, optó por levantarse. Al llegar a la cocina, lo primero que sus ojos aun soñolientos descubrieron, fue a su abuela envolviendo el cuerpo de su hermana en un abrazo que, con la cabeza escondida entre los brazos que mantenía apoyados sobre la mesa,
en
medio
de
leves
convulsiones,
sollozaba
conmovida, mientras la anciana, con la palma de su mano de piel ajada, le acariciaba dócilmente la nuca, y con la voz entrecortada, le pronunciaba unas frases de efecto para intentar dirimirle la tristeza. De inmediato caviló que si su hermana no había ido a estudiar y su abuela estaba en casa…, -¡algo pasó!murmuró entre dientes antes de preguntar bruscamente: ¿Dónde está mamá? Las dos mujeres lo miraron sorprendidas, tanto por depararse con esa llegada de sopetón, como por la propia Fobia Entre Delirios
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pregunta que él les hacía. Entonces, un grito hondo y desconsolado partió de la garganta de Sissi que, después de mirarlo con ojos desorbitados, volvió a esconder el rostro entre sus brazos, mientras que la abuela, con gruesas lágrimas en las mejillas, le llegó a balbucear alguna cosa que le sonó como: -¡Tu madre está muy grave…! ¡Está internada en el hospital! Esa actitud acongojada de su hermana, y esa proposición pesarosa de su abuela, lo despertaron de vez haciéndole estremecer el cuerpo de la cabeza a los pies, mientras en el ínterin se le formaban unas manchas pálidas en la comisura de la boca. Después de meditar larga y cautelosamente sobre lo que pareció haber escuchado, expresó enfadado: -¿Cómo que internada? ¿El bebé ya nació? –lo preguntó en un mascullo, al percibirse medio entontecido por la escena que tenía ante sí. -Es probable que no haya bebé… como también es probable que tu madre no se salve –anunció la abuela al aproximarse a él, y tomándolo delicadamente por el brazo le dio un beso en el cachete, sin importarle que las lágrimas que le brotaban, humedeciesen el cuello de la camisa del muchacho. Fobia Entre Delirios
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A seguir, se produjo un breve silencio nervioso, inquieto, excitable, que Roberto lo quebró lleno de una especie de falso coraje y desafío. -¿Cuándo fue? ¿Qué sucedió? ¿Por qué no me dijeron nada? –palabras que hicieron parte del torrente de preguntas que ahora le salían atolondradamente desde su boca. -Anoche, tu padre te anduvo buscando, y no te encontró… –comenzó a explicar su abuela mientras se secaba las lágrimas con un pañuelito. -¡Pero cuando llegué, nadie me dijo nada! –retrucó de mal genio, retrocediendo con rapidez hacia un rincón de la habitación, como manera de atajarse de algún regaño. -¡Bueno!, es mejor que mantengamos la calma y recemos por lo mejor… ¡Ahora no es momento para estar haciendo
reproches!
–Pronunció
la
anciana
deliberadamente, entonando una voz plácida, recogida, embargada, mientras buscó tomarlo nuevamente del brazo y, ejerciendo un movimiento para conducirlo otra vez hasta la mesa, le indicaba un banco de madera para que se sentase. -¡Ahora, es mejor que tú tomes la leche! Después ya veremos lo que se ha de hacer –exteriorizó la mujer, como
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si su mente ya estuviese pasando por las últimas etapas de la babel que se avecinaba. Para Roberto, las palabras que habían sido expresadas, y las que se dijeron posteriormente, comenzaron a zumbarle acerbas en su cabeza, dejándolo hundido durante algunos instantes en esa profunda melancolía e indiferencia que invade, al menos transitoriamente, aun a los más valientes y endurecidos, cuando, sin remedio, la razón se quiebra y el alma parece que se despedaza, frustrando de una sola vez los tradicionales valores de valentía, vivacidad, excitación y afirmación individual que una persona pueda tener, y que de repente, resultan brutalmente quebrados por la agudeza irónica de la realidad de la vida. Con todo, mientras él se encontraba postrado ante la aflicción lacónica irrumpida después de la sentencia que acababa de oír; mal sabían todos ellos que, en cuanto debatían mustiamente una situación extraordinaria alrededor de una mesa; en la enfermería donde había sido internada, Raquel acababa de fallecer al exhalar su último suspiro como consecuencia de la repentina irrupción de una aguda crisis de presión arterial que se le había desarrollado con el embarazo a tardía edad, y la que finalmente culminó por arrebatarle su vida, y la del bebé que llevaba en su vientre. Fobia Entre Delirios
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Nadie en la familia estaba preparado para tamaña tragedia, mucho menos Roberto, que mientras revivía nuevamente esos momentos de congoja, no pudo dejar de recordar
cómo,
emocionalmente,
había
sentido
ingentemente el impacto de esa desventura, recibiéndola como quien recibe un puñetazo de derecha directamente en el mentón, y que durante mucho tiempo, lo mantuvo en una abrumadora composición de emociones compuestas de una trascendental amalgama de tristeza, lástima, indiferencia y amargura con todo lo que lo rodeaba. Sin lugar a dudas, ese había sido un sibilino periodo en el que pasó a sentirse confuso con la presunción de su camino, mientras saltaba los días buscando afanosamente conseguir descifrar la diferencia existente entre la razón y el sentimiento que un ser lleva en el alma, y que lo mantuvo aturdido durante largo tiempo. Fue un periodo en que buscó sustituir de alguna otra forma, un cariño maternal que solamente alcanzó a valorar con plenitud, después de la pérdida de su madre. La evocación de esos instantes, siempre habían sido difíciles para él. Le costaba enormemente asimilar el impacto, la pérdida, la privación, y el desajuste en la vida de todos los componentes de su familia; y en esta ocasión no Fobia Entre Delirios
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fue para menos, porque mientras una vez más, divagaba inconscientemente por ese dolorido pasaje de su vida, un sonido estridente de alerta, un chirrido electrónico latente, entrecortado, insistente, avizor de algún peligro eminente, comenzó a tintinear en la habitación. Prontamente, una enfermera se aproximó a la cabecera
del
lecho
del
paciente,
e
interrumpió
inmediatamente ese mare mágnum de silbidos insistentes que partían del monitor. Enseguida, observó con fisonomía preocupada los datos que aparecían en las pantallas coloridas de los ordenadores, e instantemente, respondiendo de forma maquinal a la competente preparación técnica que poseía, verificó rápidamente los sensores y las conexiones que acompañaban la aeración pulmonar, la oxigenación sanguínea, los batimientos cardíacos, la presión arterial del enfermo… Sobrecogida por el enrevesado cuadro que presentaba el aquejado que permanecía desfallecido en su lecho, ella no vaciló un segundo en apretar ágilmente el botón de una campanilla silenciosa, buscando por un veloz auxilio sobresaliente. Segundos después apareció una otra asistente con ojos de cisne moribundo y, luego a seguir, cerrando por detrás de Fobia Entre Delirios
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sí con un único empujón, el paño blanco de la cortina que permitía un mejor ascetismo del local, surgió un joven médico que ya entraba ajustándose el estetoscopio en sus oídos. -¿Qué sucedió? –preguntó impertérrito, mirando a ambas mujeres en busca de una explicación. -¡Los señales vitales están alterados! –respondió la primera de las auxiliares, externando una fisonomía grave, mientras se limitó a encogerse de hombros. -¿Qué dosificación le están aplicando? ¿Dónde están anotadas las últimas dosis que le suministraron? –inquirió el clínico de guardia arqueando las cejas, mientras ojeaba rápidamente la planilla con los datos del monitoreo del enfermo. -Hace dos horas que le ministré dos miligramos de morfina…, dentro de una hora habría que darle otra dosis, y los otros medicamentos también – pronunció la enfermera de manera lacónica, después de echar un rápido vistazo en su reloj de pulso. -¡Ah, sí!, ya vi cual son… ¡Está bien! ¡Vamos suministrarle diez miligramos del dilatador bronquial diluido en soro y…!
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-¡Doctor! ¡Parece que el paciente está con enorme dificultad de respirar! ¡Fíjese como cayó la oxigenación! – alertó la enfermera que tenía los ojos de palmípeda agonizante. –¡Ohh! ¡Ya percibí…! También está aumentando rápidamente la presión arterial… Eso es peligroso – concluyó el médico en un estado de profundo asombro. -¡Rápido! –Expresó sugestionado con la situaciónDesátele los pulsos y los pies, y vamos colocarlo de lado… ¡Rápido! ¡Rápido! –ordenó categórico, mientras tomaba con una de las manos el tubo plástico de succión, preparándose para introducírselo en la garganta del enfermo. -¡A ver! Sujétele la máscara del vaporizador mientras yo le golpeo un poco en la espalda… Debe estar presentando un cuadro de obstrucción pulmonar. Es probable que tenga un coágulo de secreción nasal en los pulmones. -Pero, –dijo turbada la enfermera- ya tiene un conducto de succión puesto en la boca, y las narinas están obstruidas por las sondas… ¡De ésta forma, el bronquio dilatador no le va hacer casi ningún efecto! –avisó la muchacha con serenidad.
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-¡Concuerdo! ¡Entonces no se la coloque! Primero vamos a tener que succionarle el coágulo…. ¡A ver… ayúdeme aquí! –indicó nuevamente el médico, mientras le señalaba con un movimiento adusto de cabeza, hacia el local donde se encontraba un pequeño sifón con el anestésico. -¡Borrajéele un poco de lidocaína en la garganta! – ordenó con voz firme, así que la enfermera se aproximó con el pequeño cilindro en sus manos. Cuando toda la meticulosa y delicada operación finalizó, surtiendo el efecto que ellos presumían, y la respiración del aquejado enfermo logró normalizar su ritmo, permitiendo que los batimientos cardíacos bajasen a un nivel condescendiente; el médico dictaminó que dejasen al enfermo acostado de lado, durante una hora más, y después, lo colocasen nuevamente boca arriba; agregando que no era necesario que volviesen a atarle los pulsos y los tobillos. -¡Es mejor dejarlo desatado, por las dudas que llegue a tener otra crisis, y vuelva a ser necesario tener que realizar otra vez el mismo procedimiento! –concluyó, como si se sintiese satisfecho con los resultados alcanzados en la emergencia.
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-Después que usted le administre la vaporización… ¡Por favor!, aplíquele otra dosis de morfina… ¿Se la dan intravenosa? –preguntó, volviendo la mirada sin más, hacia el rostros de la enfermera. -¡No, doctor!, siempre se lo administro directamente en la cánula que le pusieron del lado derecho del pecho… ¡Allí debajo de esa gasa! –indicó la enfermera. -¡Me parece óptimo! ¡Está bien! Cualquier cosa irregular que perciba, ¡por favor, me avise! –pronunció conciso antes de retirarse del cuarto.
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Roberto no se había percatado del movimiento de personas en su redor, y de la emergencia que había sido ocasionada por su desequilibrio respiratorio, y permaneció, una vez más como corolario de la medicación que le fue aplicada, encerrado en un desvanecimiento narcotizado, en Fobia Entre Delirios
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una somnolencia alucinada que lo apartaba aun más de la realidad, haciendo que su mente se alejase enigmáticamente del momento, y lo transportase desatinadamente a un tiempo pasado; quizás, más precisamente en una situación como la que hace posible que un hombre, en esas condiciones, impresionado por la apatía del universo donde se encuentra, vea las innumerables faltas de la vida, las repase desdichado, las saboree con amargura en su pensamiento,
y entonces, desee cosechar
una otra
oportunidad de vivir. No obstante, para comprender un poco más esas divagaciones mentales en las que Roberto se encontraba macerando últimamente, debemos considerar que, en la psiquiatría, la investigación de los sueños toma impulso a partir del análisis de los sueños infantiles; que a diferencia de lo que ocurre en los sueños de los adultos, los sueños infantiles son breves, claros, coherentes y fácilmente inteligibles. Tienen un sentido inequívoco. En ellos coincide el contenido manifiesto con el latente, o sea, no hay deformación en la fantasía de sucesos mientras se duerme. Comúnmente, los estudiosos de esta materia suelen afirmar que, el sueño infantil nada más es, que una reacción a un suceso del día anterior, que deja tras de sí un deseo Fobia Entre Delirios
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insatisfecho. En todo caso, Freud lo dogmatiza diciendo: “El sueño trae consigo la realización directa y no velada de dicho deseo”. Por lo tanto, los estudiosos del asunto concluyen que el estímulo del sueño, va a ser siempre un deseo. O visto de otra manera, el sentido del sueño es la realización de un deseo. Ahondándonos un poco más en el asunto, podría decirse que, así como en los actos fallidos se ve una transacción entre dos tendencias psíquicas; también algo similar ocurriría en los sueños. Principalmente, porque las dos tendencias que se chocan en el sueño, son, el deseo insatisfecho y el deseo de dormir. El sueño sería el resultado de una transacción en la que, sin dejar de dormir, satisfacemos un deseo. Al satisfacerlo, podemos seguir durmiendo. En los niños la cosa es cristalina. En los adultos, por su parte, los deseos que motivan el sueño suelen ser deseos no aceptables para la conciencia. En este último caso, y nuevamente recurriendo a Freud, éste encuentra que esos deseos, son generalmente deseos de tipo sexual; y esos deseos “incómodos” para la
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conciencia, terminarían siendo reprimidos. No totalmente eliminados sino, desterrados a lo inconsciente. Como sumario del caso, muchos especialistas afirman que en el sueño, interviene una instancia de censura que elimina esos: ciertos elementos molestos, que luego pasan a ser intitulados de: “lagunas del sueño”; y la mente terminaría sustituyendo algunos de los ciertos elementos que ocurrirían en ese periodo, por otros que ellos denominan de: “simbolismo del sueño”. Entonces, tenemos que, en la formación de los síntomas, el sueño es, a la sazón, el resultado de una elaboración psíquica, una formación de compromiso entre lo reprimido que existe en la mente del ser humanos, que intenta emerger, y la censura que se lo impide. Los analistas nos aseveran que el sujeto que es investigado, generalmente refiere, en primera instancia, no saber nada acerca del sentido de su sueño. Pero Freud sospecha que el durmiente sabe, a pesar de todo, lo que significa su sueño, pero no sabiendo que lo sabe, cree ignorarlo. Al observar las hipótesis freudianas sobre los sueños, encontramos que: “El sueño es un fenómeno psíquico que tiene un sentido”... “Se realizan en nosotros, hechos Fobia Entre Delirios
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psíquicos
que
conocemos
sin
saberlo”,
(hipótesis
comprobada en el estudio de la hipnosis)… “El sujeto del sueño, posee un conocimiento del mismo, pero un conocimiento que le es, por el momento, inaccesible”. Verificadas las hipótesis científicas que existen sobre el asunto, es probable que, en el caso de Roberto, cuando una persona se encuentra sumergida ante el paradigma de una nueva ignorancia, tal cual se está postrado al borde de la tumba, esa persona logre alcanzar a distinguir entre lo bueno y lo malo, y considera que todo se le hace absolutamente más claro, ensayando vislumbrar que si se le proporciona otra ocasión, él sería capaz de reformar su conducta y sus palabras, y a la sazón, sería un individuo mejor y más perspicaz frente a las nuevas ocurrencias. Pero todo eso no es más que un pensamiento pusilánime de mi parte, y una reflexión temeraria de ser afirmada. …Envuelto en aquel vahído, la mente lo arrastró a través del tiempo, hasta la primavera de 1966. Y en tal ocasión,
a
Roberto
le
resonó,
agobiado
por
los
acontecimientos, estar finiquitando silenciosamente en su cerebro, que en definitiva, un hombre sin sueños ni luchas, es como un cuerpo sin alma.
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Y allí, sentado observando la vida desde su ventana, mientras en los árboles de las calles reverberaban temblorosas las nuevas hojas que daban inicio a un otro ciclo de la naturaleza, se dejó estar, viendo como el cielo iba perdiendo lentamente aquel matiz anaranjado del atardecer, y la ciudad, ahora con tantas lucecitas encendidas, más le parecía asemejarse a un inmenso cielo estrellado. Tuvo la impresión sugestiva de que, las más lejanas, retemblaban y tiritaban lentamente como lo hacían desde siempre las estrellas en el firmamento. Delante de aquella inmensidad, la noche fundiendo el cielo y la ciudad en un único mundo que le parecía cada vez más secreto, misterioso, hermético, concibió más aun, la perturbación que dominaba su espíritu. Envuelto
en
ese
inexpugnable
desasosiego,
repentinamente retrocedió hasta su cama, y allí mismo, abrió las páginas de los clasificados del periódico. Estaba decidido a conseguir un empleo el aquel mismo momento, si eso le fuese posible, y pasó a leer con avidez cada anuncio, como quien allí decide la vida. No en tanto, con el pasar del tiempo, se le hizo cada vez más difícil ignorar aquel ronquido de hambre que surgía feroz en su barriga. Sin tener con que poder satisfacerla, Fobia Entre Delirios
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insistió en querer abstraer aquel terco protesto estomacal, concentrándose aun más en la lectura del anuncio siguiente; pretendiendo con esa actitud, quien sabe, lograr ignorar la intransigente reivindicación de su estómago. A sentir en su cuerpo el roce del primer escalofrío, advirtió directamente en la piel, que la noche enfriara. Se levantó a cerrar la ventana, y volvió para acostarse nuevamente de bruces, ahora cubriéndose con una colcha. Volvió a concentrase en la lectura del periódico que permanecía abierto sobre la almohada, hasta dejarse vencer por el cansancio. Un tiempo después, el sueño lo venció, y esa noche, literalmente, durmió con la cabeza llena de pequeños anuncios de empleo. -¡Quien tiene el liceo completo, levante la mano! – dictaminó de repente un hombre de corbata que parecía estar con la cara escondida detrás de unos desmesurados lentes de aumento, así que éste acabó de ingresar en una sala donde treinta candidatos, inclusive Roberto, esperaban, acuciosos, sentados en los largos bancos que habían colocados rentes a las paredes del recinto. Todos, resueltamente, volvieron el rostro para ese individuo de aspecto extraño que había acabado de llegar.
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La mitad, inclusive Roberto, levantó la mano en una contorsión de confirmación. –Los otros están dispensados- avisó con voz firme, ese mismo hombre de aspecto ceñudo, después de soltar una furtiva mirada en los candidatos. Mucho más que desolados, unos quince luego dejaron expeditamente la sala, mostrándose estar sensiblemente humillados con la situación. Al pasar por donde estaba sentado Roberto, éste percibió que el sonriso cerúleo y bilioso que se dibujaba en la fisonomía de algunos de los más viejos, era una forma que estos encontraban para poder esconder detrás del mohín, toda la vergüenza que sentían en ese instante. Esa circunstancia lo hizo cogitar mentalmente, cómo es humillante tener que salir a buscar empleo; y el hecho de disputar un cargo con otras personas necesitadas en situación similar a la de él, lo hizo considerar que es algo así como sentirse empujado para la frente de un espejo, un lugar donde se torna visible a ojos vista, todo lo que se quiere esconder de uno mismo. No obstante, de una forma egoísta, no pudo dejar de sentir una punta de orgullo por ya tener el liceo completo, mismo a priori, de ser el más joven de los que allí se Fobia Entre Delirios
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encontraban reunidos. Enseguida, vio crecer en su pecho la vana esperanza de que, finalmente, lograría conquistar una de las vacantes; una expectación que se apoyaba en el hecho de no haber sido dispensado ya en la primera oportunidad, como le sucediera en otras tentativas anteriores. Otra vez más, como siempre ocurría, notó que a los fatigados por las exigencias referentes con la apariencia personal, ofrecían, a la salida, un melancólico desfile de chaquetas, sacos, camperas, sin la respectiva corbata, y no pudo dejar de llamarle la atención ver los atuendos casi todos desgastados, envejecidos, de paños ya barnizados por el uso. Unos eran tan justos que mal permitían al usante mover los brazos, otros, eran tan grandes, que una vez que se bajaban los brazos, las manos parecían ser tragadas por el paño de las mangas. –Por suerte, el traje de mi primo, está impecable- pensó, mientras observaba con incredulidad, las malgastadas ropas que algunos vestían. Un objeto que le despertó la atención, fue notar que, como si éste fuese un adorno imprescindible a todo desempleado, casi todos conducían un diario enrolladlo en la mano, llevándolo a inducir maliciosamente, que ese elemento les sería duplamente útil, tanto para saber de un posible empleo, o para leer y releer durante las Fobia Entre Delirios
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interminables horas de espera a que se debían someter antes de las entrevistas. Ya reducidos a la mitad, todos los que sobraron, aguardaron ansiosos por la próxima etapa de la selección. Mientras tanto, Roberto dirigió la mirada para el hombre que tenía aquella corbata decorada con florcitas rococó, y el vidrio de sus gafas, gruesos como el fondo de una botella. Casi sin querer, se puso a pensar que, mismo que nunca lo hubiese visto en la vida, y probablemente, nunca más topase con él nuevamente; ese sujeto disciplinado, altanero y miope que tenía frente a sí, sería capaz de decidir su destino, ya que dependiendo de lo que éste dijese, él estaría empleado, o no. -¿Quién sabe dactilografía? ¡Levanten la mano! – retumbó nuevamente la voz estridente del hombre. Al escucharlo, apenas tres levantaron la mano. Roberto no estaba entre ellos. Había llegado una vez más, la hora extrema de retirarse de la sala. Estaba sudando, no de calor, y sí por causa de una vergüenza implícita, que hace que el que busca empleo, le sea siempre recordado que no tiene derecho a ningún tipo de orgullo.
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Luego ganó la calle, y salió caminando con las manos en los bolsillos, mientras circulaba contrariado en medio de personas desconocidas; y siguió sus pasos sin una dirección especifica, esbozando en la fisonomía, una sonrisa donde se dibujaba ambiguamente el cinismo de los que intentan esconder el fracaso…
18
Es importante registrar, y sin llegar a profundizarme mucho en la antropología social, política y cultural de éste país, que es necesario hacer una recensión sobre la crisis que desencadenó esa sucesión de conflictos que se generaron entre la sociedad y los poderes que gobernaban en ese entonces, fruto de las agitaciones de las condiciones internas y externas que envolvían a toda América latina; y que en definitiva, sería lo que marcó la década de los sesenta con intensas luchas por abrir brechas entre las diferentes facciones, que entrambos, buscaban definir cuál
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de los sectores políticos sería el más apto para comandar los habitantes de esta nación. El Uruguay, que siempre fue un país esencialmente agrícola y ganadero, con su auge de ingresos y ganancias durante la primera mitad del siglo XX, se vio sustentado por el comercio exterior, que si bien había visto menguar un poco esos ingresos durante el inicio de la década del treinta, luego obtuvo un nuevo impulso durante la Segunda guerra Mundial
al
reducir
drásticamente
los
gastos
con
importaciones, y acentuar al máximo la venta de carne, lana y cueros para los países integrantes del llamado Bloco Aliado, cuando las principales potencias envueltas en ese conflicto, pasaron a concentrar todos sus esfuerzos productivos en torno de la sustentación de la grande guerra. Pero, el fin de la Guerra del Pacífico, también se puso fin al ingreso de divisas fuertes para los cofres de la nación. Otro de los puntos que colaboraron para incentivar la revolución social en esta década, se apoyaba en la propia idiosincrasia de los ciudadanos uruguayos. Diferente a lo que había ocurrido con el resto de los países del continente centro y sudamericano, donde su colonización se había apoyado en la sociedades indígenas que habitaban en los territorios, mezclada al gran contingente de brazos esclavos Fobia Entre Delirios
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afros que importaron para fundamentar la explotación de las riquezas de los nuevos territorios, aquí se había exterminado la población aborigen, y no había más riqueza a ser explorada, que las que proporcionaba el propio campo. Por otro lado, aprovechándose de los conflictos originados por las invasiones inglesas al Rio de la Plata, y las luchas fratricidas pos independencia, practicadas entre la sociedad Argentina durante la mitad del siglo XIX, el Uruguay aprovechó para desenvolver una población urbana, integrada en su gran mayoría, por una concentración de comerciantes monopolistas europeos inmigrantes de alto grado cultural, que por diversos motivos, asentaron sus bases en la capital, dejando el campo, en manos de grandes latitudinarios, principalmente al norte del territorio, y pequeños y medios hacendados al sur del Rio Negro. Las consecuencias del
repentino
estancamiento
mercantil de pos guerra, redujo la redistribución de los ingresos ganaderos que habían hecho posible la sustentación de la actividad económica del país hasta ese momento, y que a su vez, había facultado el desarrollo de una frugal industria responsable por sustituir las importaciones, y suplido una demanda que se sintió dinamizada por la generación de muchos puestos de trabajo. Fobia Entre Delirios
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Una sociedad que se había desarrollado en base a fuertes elementos politizados y culturales europeizantes, con una de las mejores políticas de amparo a los derechos del trabajador impuesto por Batlle en las primeras décadas del siglo XIX, categorizado por una de las mejores propuestas pedagógicas del continente; muy de pronto vio mermar todos sus efectos benéficos, y le atascamiento hizo sumergir al país en un alto espiral inflacionario que empezó a afectar seriamente el poder de compra de los salarios. Roberto fue un subproducto de esa época, de un período donde la clase obrera, fortalecida por un desarrollo industrial realizado durante más de tres décadas, terminó por lanzarse furiosa contra las medidas restrictivas que se hacían contra los salarios, defendiendo, por momentos encarnizadamente, el poder adquisitivo de los sueldos y los derechos conquistados durante años de lucha. Durante varios años, las clases dirigentes junto a las manufactureras, pasaron a acusar a los sindicatos y a los trabajadores conjuntamente organizados, por ser ellos los responsables directos de la inflación, y por los aumentos que reclamaban para sus sueldos. No faltó mucho para que, la escalada de reyertas para obtener la dirección de las organizaciones de los trabajadores, y los actos represivos Fobia Entre Delirios
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que el gobierno comenzó a dirigir hacia los iracundos manifestantes, terminase en violencia. En ese recuadro de efervescencia social que se agudizó en comienzos de la década de sesenta, se organizaron disímiles grupos de militantes de diversas facciones políticas. Los patronos, se agruparon en su casi totalidad, junto a los partidos de derecha, y los trabajadores y sus sindicatos, en los partidos con tendencia izquierdista. Y un otro, organizado por los trabajadores rurales del norte del país, que comenzó a reclamar reciamente por tierras para trabajar, y el cumplimiento de las leyes laborales que los latifundistas y terratenientes incumplían. El primer grupo nombrado, se alternaba perentorio en el gobierno desde hacía cien años. Los otros, de a poco se solidarizaron entre sí, y ganaron apoyo de los partidos de izquierda, de militares y políticos disidentes y radicales, de los sindicatos y de todo aquel que reivindicaba un lugar para trabajar. En ese clima caótico, las huelgas y los paros que pasaron a afectar directamente la producción y los servicios, comenzó a ser contestado con una dura represión por parte de la policía, permitiendo que el propio gobierno violase
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una legalidad que debía ser respetada por todos, inclusive él. No faltó mucho para que surgiesen bandas fascistas que pasaron a realizar atentados a bomba contra las sedes de los partidos políticos izquierdistas, a practicar violaciones y ataques contra personas influyentes, y obrar asaltos a la Universidad, contando con el apoyo implícito de la propia Policía. Ante el posible surgimiento de un golpe en la democracia, el ambiente político quiso manejar la eventualidad de apoyar un golpe militar, mientras que la CNT, Central Nacional de Trabajadores, incitaba a la población para mostrar resistencia ante esa contingencia, incluyendo la posibilidad de no respetar las leyes vigentes y el uso de procedimientos violentos, si fuese necesario; al punto que en una de esas marchas reivindicatorias, hubo violentos incidentes, del cual una persona resultó muerta, pretendiéndose inculpar a los trabajadores activistas por el episodio. Fue así, que los organizadores de esa facción, inflamados por los recientes sucesos de la Revolución Argelina que había culminado con su independencia, de la Revolución Cubana con idénticos resultados, y de otras Fobia Entre Delirios
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ocurrencias y procesos de lucha armada en diversos países de Latinoamérica, comenzaron a estructurar un planteo uniforme para lograr la derrocada del sistema oligárquico existente, y optaron por actuar de un modo diferente, creando una organización político-militar para llevarla adelante. Al principio, ese grupo inflamado dejó afuera a la izquierda uruguaya y los partidos socialistas, por juzgar que estos, mismo habiendo hecho aportes significantes a las luchas sociales, se habían adaptado al sistema reinante en el país, de modo que ya no generaban simpatía en las diferentes capas de la población, y no aceptaban las ideas de un cambio profundo en todos los sectores de la sociedad; posiblemente, por estar supeditado a la geopolítica rusa y a las necesidades políticas del enfrentamiento Este-Oeste que se desarrolló en la década de posguerra. Tampoco incluyeron a las figuras políticas de la actualidad, por entender que estos ya habían llegado a asumir posturas demagógicas en apoyo a la misma plebe de siempre. Como iba a ser una organización clandestina, cuya primera tarea era construir las bases materiales para este tipo de empleita, y su correlación de fuerzas era muy desfavorable para obtener el movimiento popular inmediato, Fobia Entre Delirios
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sus objetivos pasaron a ser de una paciente acumulación de fuerzas para, posteriormente, hacer frente a la clase adinerada que, desde siempre, habían tenido el poder real y el control del Estado con todos sus aparatos coercitivos, y hábilmente utilizados siempre que ellos se habían visto enfrentados en sus privilegios e intereses. En su estatuto de creación, el Artículo 1º de la organización, expresa textualmente: “La Organización aspira a ser la vanguardia organizada de las clases explotadas en su lucha contra el régimen: es la unión voluntaria y combativa de quienes son consientes de su destino histórico. Por lo tanto, la Organización trata de guiar al pueblo uruguayo por el verdadero camino de su liberación, junto a la de todo el continente americano”. Surgida a partir de entonces la articulación socialista MLN, Movimiento de Liberación Nacional, y cuya actividad tenía por fin principal el progreso del individuo y no la ganancia, esta pasó a requerir por finanzas para sustentar su ambicioso proceso de lucha; y en el andar de la mitad de la década, los integrantes organizaron varios operativos específicos para los arrecadar, practicando Fobia Entre Delirios
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comandos contra bancos, financieras y entes que le proporcionasen los fondos necesarios. La lista de actividades inicuas fue extensa por esos primeros años de la década del sesenta, como el robo de armas del Club de Tiro Suizo, de la Receptoría de Aduanas de Bella Unión, de la Armería Ribel SA., y la sustracción de material para confeccionar explosivos, retirados de Cerro Blanco y de la Fábrica de Cemento Pan de Azúcar. Asimismo, hubieron varios asaltos a bancos, siendo en de Cobranzas, el más sonante de todos, porque en él, cayeron presos tres importantes integrantes de la facción. En ese periodo, más allá de las operaciones de pertrechamiento y divulgación de propaganda armada, de procedimientos de copamiento en empresas para hablar con los trabajadores y hacer planteos políticos, pasaron a realizarse innúmeros atentados a bomba contra diversas empresas norteamericanas, entre ellas: Coca Cola, General Electric, Colgate Palmolive, Harvester, Pan American, All American Cables, Westerns Telegraph; así como: contra la Embajada de Brasil y su Centro de Propaganda, y a la empresa alemana Bayer. También se consumaron variados atentados con cocteles Molotov contra varios domicilios de jerarcas del gobierno. Fobia Entre Delirios
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De esos desafíos, en fines del año 1966, hubo uno que, tras el enfrentamiento con la policía, resultó en la muerte de un integrante de la facción, y de ahí surgió la detención de amigos de este, entre los cuales, algunos de los integrantes del MLN-T. Posteriormente se allanaron más locales y otro compañero falleció en un encuentro con las fuerzas de la ley. Esa secuencia de acontecimientos fatales, fue un duro revés que generó el desmantelamiento temporario de la infraestructura, y el gravamen de tener que pasar a muchos de sus integrantes, a actuar en la clandestinidad. El año siguiente, para el grupo, fue un periodo de reducida actuación en lo tocante a trabajos de confrontación directa, dándose prioridad para la construcción de escondites que les proveyesen la cobertura apropiada que tanto necesitaba el comando clandestino, y el necesario crecimiento de seguidores, infraestructura y armamento. Sin embargo, mucha cosa mudó a partir de ese año, principalmente, la fructífera infiltración que realizaron en el seno estudiantil y la conquista del apoyo de estos en las rebeliones que muy rápido se generaron con mucha más intensidad y violencia.
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A partir de ese año, los golpes se fueron volviendo más osados e insolentes, lo que permitió a la organización, ganar inúmeros candidatos para engrosar sus fileras, sin que se intimidasen con una represión que se hacía cada vez más brutal e implacable; y que esta, fuese capaz de evitar la muerte de tres estudiantes y el crecimiento acelerado de la organización clandestina.
19 Madrugada de domingo. La intrascendente llovizna que porfiaba en caer como una brizna, iba proyectando un vaho difuso sobre la ciudad que, al más lirondo de los mortales, le dejaba la impresión de asemejarla a un verdadero paisaje londinense en tierras tropicales. En la cama, Roberto se encontraba inmovilizado y resignado dentro de un limbo de sensaciones difusas, vagas, imprecisas, que lo dominaba por entero. Y por más que se esforzase, no alcanzaba a descubrir el motivo ni el lugar donde se encontraba. El juego de sus ojos, por fin abiertos, recorría un corto horizonte. Fobia Entre Delirios
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Eso significaba que el dificultoso recorrido, no iba más allá de una monótona mirada hacia un techo que le pareció tan blanco como las estepas caucásicas en pleno invierno, de unas desvestidas paredes laterales que las notaba bañadas de la misma pátina incolora que poseía el albo techo… Y nada más. Con todo, esa carencia total de referencias en su entorno, era lo que le dificultaba enormemente lograr identificar en qué lugar encontraba, lo que hacía allí, llevándolo a interpelarse pertinazmente, que era lo que le ocurría. -¿Cómo vine a parar aquí? ¿Qué lugar es éste? ¿Por qué no consigo mover mis brazos…? Permaneció en un embotamiento mental durante algunos minutos… ¡no!, tal vez fuesen sólo unos segundos que más le parecieron eternos, infinitos; donde intentó percatar el más leve ruido dentro de ese silencio que lo oprimía. -¿Qué es, lo que hay atrás de mi? –pensó sugestionado, al descubrir la existencia de un tenue zumbido detrás de su cabeza. Ejerció un poco de presión en su cuello, hacia atrás, contra la nuca, de manera que éste se le hundiese un poco más en la almohada; y con gran esfuerzo, intentó ver por encima de su entrecejo. Fobia Entre Delirios
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-¡No consigo! –refunfuñó- ¿Por qué esta almohada no cede? –se cuestionó indignado, al ver que ese inútil ejercicio no le proporcionaba el resultados esperado. Esos continuos e inútiles movimientos que realizaba, lo fueron cansando, extenuando, adormeciéndolo sin mayor esfuerzo. Primero fue un abandono de movilidad, después un leve parpadeo, como si la piel que cubría sus ojos fuese hecha de cartón, o, -de un material rígido…, pesado…caviló somnoliento. Y derrotado por el esfuerzo, terminó dándose por vencido, cerrando los ojos establemente. Cuando consideró que alguna cosa extraña hurgaba en su cuerpo, abrió repentinamente los parpados para depararse con la presencia sospechosa de una mujer… -¡Sí! Es una mujer… -especuló, al ver un poco más nítidamente el rostro agradable que lo encaraba. Quiso preguntarle alguna cosa, pero en el empeño que realizó, sólo mereció que le saliese un gruñido inaudible del fondo la garganta, un barullo que más se asemejaba al rebuzno de un burro. De cualquier manera, su murmuración sirvió para que la mujer se diese cuenta que Roberto estada despierto. Delicadamente, la enfermera aproximó su dedo indicador a los labios del enfermo, y realizando una leve Fobia Entre Delirios
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presión sobre los mismos, parecía querer indicarle que permaneciese en silencio, en cuanto con las cejas arqueadas y los ojos desorbitados, le trasmitía un cierto aire de admiración por notar su oportuna recuperación. Instantes después, ella le dijo grácilmente: -¡Muy buenos días!–, y a la zaga de una sonrisa confortante, agregó: -No intente hablar… Tiene un tubo de succión colocado en su boca, y no se lo puede quitar. Roberto la miró con unos ojos de espanto que alcanzaron a trasmitir toda la duda de su sobresalto, pero no obtuvo de ella nada más que una expresión de melancolía apática.
Sin
embargo,
entretenido en
observar los
movimientos sincronizados de la mujer, fue dejándose vencer por un sueño pesaroso, lánguido, que lo apartó una vez más de la realidad. Su mente volvió a caer en el limbo de los justos. …Tomó un ómnibus y se fue al centro de la ciudad para hacer la única cosa que, ha meses, hacia regularmente: test y entrevistas de empleo. Venía de la casa de su primo, y la noticia que él le había dado, lo dejó trastornado, confundido. Ahora era su primo, el que se iba del país. -Podes quedarte con el traje, yo no lo voy a necesitar más. Semana próxima me voy para Canadá. –le había dicho Fobia Entre Delirios
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imperturbable, y con una sonrisa que denotaba un poco de encogimiento; tal vez, por pensar que su acto era una cobardía y le daba vergüenza tener asumirlo de esa manera. Ya en la calle, el semblante demacrado y los pasos monótonos de Roberto dejaban trasparecer que, toda aquella sucesión de fracasos y decepciones, le abalara aun más la poca autoconfianza que poseía. Reconoció a contra gusto, que de nada le habían servido las oraciones y promesas que había realizado; si bien que, rezar, confesaba que ese hábito cristiano ya lo había abandonado ha mucho tiempo atrás. A esas alturas, Roberto ya había reducido bastante sus ambiciones que, en verdad, nunca habían sido muy altas que se diga, y ya aceptaba de buen agrado cualquiera de los empleos a los que se había presentado anteriormente, y los que siempre perdiera para algún protegido, o para otro sujeto que conocía mejor el oficio, o que estaba más bien vestido y con mejor apariencia que él. -¡Bueno!, mejor que unos cuantos se vayan de una vez, así, hay más posibilidades de empleo para los que se quedan. –Pensó egoístamente al recordar las palabras de Henrique, y su cobarde determinación. En ese momento, tenía la cara marcada por la ambigüedad. Fobia Entre Delirios
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Fue justamente en aquella mañana tan confusa en su autodeterminación, que surgió otra entrevista de empleo que lo marcó. Era una tienda de ropas femeninas, que vendía a crédito y necesitaba de un cobrador. La sala del gerente, que quedaba al fondo de la tienda, tenía una de las paredes de vidrio a través del cual el hombre
controlaba
las
empleadas,
los
clientes,
el
movimiento, y todo lo que ocurriese en interior del establecimiento. Y era para allá que el hombre miraba, en cuanto le formulaba las preguntas pertinentes. Era un individuo gordo, de apariencia jafética, con una piel sudorosa y peluda, toda cubierta por unos vellos finos y anaranjados, y con una cara adornada por largos bigotes desparramados sobre una boca diminuta. Las gotas de sudor se le acumulaban como si fuesen granos de arena sobre la piel rosada de las entradas, que de tan amplias, le llegaban casi hasta el medio del cráneo, obligándolo a secárselas también cuando, de tiempo en tiempo, sin mucho resultado, se pasaba una pequeña toalla por el rostro, el pescuezo, los brazos peludos. Con el calor que hacía en aquella mañana, agravada por el sofoco y acaloramiento del fondo de la inmensa tienda sin ventanas, poco valía el movimiento desmayado Fobia Entre Delirios
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del ventilador, que volteado para donde se sentaba el hombre, desalentado, zumbaba como enloquecido en el piso, reposado al lado de la escribanía. A Roberto le llamaba la atención ver a toda aquella masa peluda y jadeante, que se manifestaba en una voz autoritaria, pero no muy aguda, y que, cuando hablaba, todo perdía peso y serenidad, ganando tonos alegóricos de una ópera bufa, convirtiéndola en una anécdota teatral, o en un singular número de circo. Después del hombre hacerle unas tres o cuatro preguntas, cuyas respuestas mal oyó por estar atento a lo que ocurría del otro lado del vidrio, en la tienda; la puerta se entreabrió sin previos golpes o anuncios, y apareció una señora empingorotada, de lentes, formal y seca como los que, siendo subalternos serviles, saben ostentar, delante de los débiles, las migajas de autoridad que les caen del altar de los poderosos. Sin saludarlo, la mujer se dirigió directo al gerente, con una sonrisa de escarnio dibujada en los labios pintados de un rojo sangre. –¡Abel! El señor Moisés, llegó –dijo ella como quien expresa una andanada- Y quiere hablar con usted… ¡Ahora!
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Al escucharla, el gerente se transfiguró, y toda aquella soberbia que poseía, se desmoronó instantáneamente. El hombre empalideció y tartamudeó, y aquella voz aguda pasó a ser asustada y sumisa. -¿Él quiere hablar conmigo? ¿Sobre qué? –indagó nerviosamente como quien pide socorro. Sin embargo, ella se mantuvo impasible. -¡Él le dirá! Mandó que usted subiese inmediatamente –terminó diciendo en cuanto daba de hombros. Dio dos pasos hacia atrás y cerró la puerta desapareciendo. El hombre se rascó la cabeza y miró para un lado y otro de su escribanía como si buscase allí algún objeto misterioso. Se puso de pie, revolvió en los papeles, y parecía tan atolondrado, que no sabía lo que hacer. Vagó por la pequeña sala pasándose la toalla por el pescuezo, el rostro, los brazos y en la cabeza, manteniéndose enteramente ajeno a la presencia de Roberto. En ese momento, sus manos tremían. Vistió el saco sobre la camisa sin corbata y salió de la sala sin decir una única palabra y sin siquiera mirar para el muchacho que permanecía sentado, impávido, en su silla. Al no tener lo que hacer en el momento, a no ser esperar con paciencia por la vuelta del gerente, Roberto se Fobia Entre Delirios
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percató que afuera no habían las habituales filas de candidatos a la espera, y una punta de esperanza comenzó a crecer dentro de él. Sin nada para hacer, pasó a acompañar el movimiento de la tienda a través del vidrio de la pared. Por la actitud solícita de las vendedoras y el aire de satisfacción que había en el rostro de las compradoras, intuyó que aquel sería un óptimo lugar para trabajar. Se sentía animado, feliz con la oportunidad que se descortinaba ante sí. El tiempo fue pasando, y nada del gerente aparecer. Ya cansado de mirar por el vidrio, decidió tomar algunos de los muestrarios de tejidos que había sobre la mesa, demorándose en mirar los colores, las tesituras de los paños, conjeturando sobre la oportunidad que se le presentaba. Momentos después, el teléfono sonó. El sonido porfiado
del
aparato
negro
y
barullento,
lo
dejó
abochornado, y en cuanto campanilleaba insolente sobre la mesa, él, afligido y de pie, no sabía qué hacer: ¿atender o no atender? Esa duda ya lo estaba consumiendo. Si no lo atendía, el gerente podría pensar que él no tenía iniciativa… Si lo atendía, el hombre podría pensar que era un entrometido, un
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abusado… -¿Y si atiendo y no sé lo que responder? –pensó escéptico e irresoluto. La campanilla del aparato estridulaba en espasmos dentro de los oídos de Roberto, exigiéndole una decisión que él no conseguía tomar… ¿atender o no atender? Finalmente,
descubriéndose
estar
inseguro
y
amedrentado, finalmente levantó el auricular del gancho, y se lo llevó tembloroso al oído. -¡Hola! –pronuncio titubeante. -¡Abel! –Dijo una impaciente voz masculina desde el otro lado del receptor- ¿Es Abel…? Aquí es Martínez el que habla, Abel… -¡No! Aquí no es Abel, el que habla, no… -explicó Roberto, con voz inestable. -¡Hola! ¿No es Abel el que habla? -¡Mire!, creo que el señor Abel salió –manifestó casi en un susurro. -¿Lo qué? ¿Qué fue lo que usted dijo? –le preguntó intrigado el tipo que llamaba. -Dije que el señor Abel, salió. Él fue llamado por… -¿Abel no está? –volvió a insistir el interlocutor del otro lado del aparato.
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-¡No! Él fue llamado por alguien, y fue para algún lugar allá encima. -¡Hola! ¿Cómo dijo? ¿Fue llamado a donde? -Para allá arriba… -respondió Roberto. -¡Hola! ¿Quién es que está hablando? ¡Hola! -Soy yo… -le confesó resuelto, como si quien lo escuchaba, supiese de quien era esa voz misteriosa y confusa que le hablaba. Claro, la respuesta debe haber dejado a ese tal de Martínez, bastante furioso, porque de repente, el hombre se puso a vociferar irascible desde el otro lado del aparato. -¿Quién? ¡Oh, mi Dios querido! ¡Quiero hablar con Abel! ¿Con Abel, entendió? -Ya le dije a usted, que el señor Abel, no está. -¿No está…? ¡Ah, sí! ¡Eso ya lo entendí! ¿Pero quiero saber quién es la momia que está hablando ahora? -la irritación del sujeto era evidente, pues ya gritaba más de lo que hablaba. -¿Quién habla? –Indagó molesto otra vez más, mientras Roberto permanecía silencioso sin saber lo que responder. -¡Hola! ¿Usted no trabaja ahí?
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-No, señor. Yo vine aquí para una entrevista de empleo… -¿No trabaja ahí? ¿No es empleado de la tienda? ¿Entonces porque atendió… pedazo de un animal? -Para conseguir el empleo… -explicó con entonación determinada. -Entonces, hágame un favor, ¡sí!, desliga de una vez esa porquería, ¡Burro metido a bestia! –vociferó Martínez, antes de colgar de vez el auricular en un exceso de rabia.
20 A pesar del tiempo ya transcurrido, en la memoria de Roberto aun se arremolinaban las palabras y la violenta reacción anímica del señor Martínez como si están fuesen una tolvanera, y que en aquel momento, lo había dejado bastante abochornado, preocupado, inseguro de sí mismo. Así que colgó el teléfono, irresoluto, se puso a pensar en el asunto. Estaba seguro de que acababa de realizar una tremenda burrada. Fobia Entre Delirios
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-¿Quién será ese tal de Martínez? –Comenzó a cuestionarse- A ciencia cierta, debe ser una persona muy importante… ¿Un cliente? ¿Un vendedor? –cavilaba preocupado,
refregándose
las
manos
nerviosamente,
mientras la frente se le perlaba de minúsculas gotas de sudor. -¡De tan nervioso, el tipo ni me dejó tiempo para que le preguntase lo que quería! ¿Me llamó de qué? ¡Ah, sí! Me llamó de animal, de burro, de bestia cuadrada… ¡Bah! de momia, también… Seguramente que ahora, este imbécil no va a permitir que me contraten… ¡Estoy frito! Roberto no se dio cuenta que tenía el cuello de la camisa y la frente, totalmente empapado de ese tipo de sudor nervioso, que emergía a los borbotones por los poros de su cuerpo después de la desastrada actitud. Por el reloj que había en la pared, observó que encontraba en la sala hacía más de una hora, y el gerente nada de reaparecer. Sin embargo, a pesar de la catastrófica llamada, en su íntimo, se sentía alimentado por la renacida esperanza de ser contratado, de modo que ni pasó por su cabeza arredrar el pie de allí, aunque la espera lo impacientase y lo angustiase. Para pasar el rato, comenzó a entretener la mirada en la desorganización que había en la estantería, donde unos Fobia Entre Delirios
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gruesos libros de contabilidad, algunos otros de derecho comercial, se mezclaban junto con catálogos, muestrarios con fotografías de ropas, y otra serie de manuales y compendios técnicos. Intempestivamente, tomó uno de ellos y pasó a hojearlo al acaso. En medio a esa lectura interesante, habíase pasado como media hora entretenido con la averiguación clandestina, hasta que, repentinamente, la puerta se abrió y el gerente entró como un huracán en la sala. -¿Perdió alguna cosa? –indagó el hombre, al ver al muchacho junto al estante. -¡No, señor! Disculpe mi intromisión. –le respondió Roberto, mientras recolocaba en el anaquel, el catálogo que tenía entre manos. Enseguida se volvió para sentarse, sintiendo en la nuca los ojos fríos y la mirada despreciativa que el hombre le dirigía. El gerente se quitó el saco, dejando ver el estado deplorable en que se encontraba su camisa ensopada de sudor. Estaba más pálido y más trémulo que cuando había salido. -Y más agresivo- pensó Roberto. Cuando lo vio sentado, el gerente sacudió la mano en dirección a Roberto, como quien hace señal para que este se retirase del lugar. Fobia Entre Delirios
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-¡Salga de ahí! Puede irse –anunció lacónico junto con el ademán. Aquella señal de desprecio, agitó de inmediato la sangre del muchacho. El rostro se le enrojeció, y comenzó a considerar como el calor de la inquina comenzaba a desparramarse por sus mejillas. -¡Pero…! ¿Y el cargo de cobrador? –le preguntó con ojos desquiciados y la voz angustiada. -¿Qué cargo? Aquí no hay ningún empleo para usted. -El señor ni escuchó mis respuestas. Yo… -¡Ni quiero oírlas! –bramó- ¡Salga ya de aquí! -Yo sé hacer cobranzas… Le juro que sé. Estoy acostumbrado…
-empezó
a
justificarse
suplicante,
intentando despertar compasión con sus jaculatorias. El hombre lo quedó mirando, dejando trasparecer una punta duda en su fisonomía, sin poder afirmarse que era por la excitación de las justificativas, o por la desfachatez del muchacho. Entonces, frunció el entrecejo, carraspeó y apuntó en voz alta: -¿Ya no te mandé desaparecer de mi frente? -Necesito del empleo… y usted tampoco tiene otros candidatos. No vi a nadie cuando entré. -Hay muchos. ¡Usted no los vio, porque llegó tarde! Fobia Entre Delirios
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-Haga una prueba… haga una experiencia conmigo – rogó-. Deme algunas deudas antiguas para que le pueda probar como se hacer el trabajo – suplicó Roberto de manos juntas, ya con ganas hasta de hincarse en el suelo, para ver si lo convencía. -Ya te dije que ese empleo no es para vos, –fue diciendo con acento enérgico mientras se levantaba y se aproximaba a la puerta. La abrió, y sujetándola con una de las manos, ordenó de un grito: -¡Desaparece de aquí! -¡Por favor! Yo estoy necesitando conseguir un empleo. ¡Contráteme! Pronto verá que yo soy capaz de cobrar todas las cuentas que le deben. -Jovenzuelo, -le dijo con cara severa- Las cosas no funcionan así. Usted nunca trabajó, no tiene un ex patrón que le pueda dar una referencia, no tiene quien le dé una carta de fianza para garantirme el dinero que usted va a recibir… ¿Cómo pretende querer ser un cobrador? -¡Pero…! -¡Qué pero, ni pero! –vociferó el hombre- Usted no puede ser nada. ¡Desaparece ya de aquí, y no me fastidies más! Ya perdí mucho tiempo contigo.
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Mal Roberto salió de la sala, el gerente cerró la puerta con violencia, y se quedó observando al muchacho a través del vidrio. Él caminaba mirando para el suelo, sintiéndose un gusano, un parásito; con la certeza de que todas aquellas vendedoras y clientas que lo veían pasar por la tienda, estaban pensando que él era un incompetente, un estropajo, un ser despreciable e incapaz de conseguir trabajo; en fin, un grande fracaso… -¿Dónde estoy? –Roberto reiteró nuevamente para sí, apenas despertó a media mañana de domingo. Sentía la garganta seca. Una sed colosal le dejaba el sentimiento de que su boca estaba ajada, reseca. –¿Será que en el desierto es igual? ¡Me parezco un náufrago a la deriva! –caviló, mientras intentaba pasarse la lengua por el paladar para chasquear esa sequedad que lo agobiaba. -¡Huy! Me quitaron los dientes… ¿Cuando fue que me saqué la dentadura? ¿Y porquería es ésta que tengo metida en la boca…? ¿Qué es? –fueron las primeras interrogantes que le brotaron de rayano mientras exploraba su paladar con la lengua. Otros pequeños epifenómenos comenzaron a surgir en consecuencia de los tanteos que realizaba, porque cuando Fobia Entre Delirios
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alcanzó a llevarse la mano a la nariz, palpó tres delgados caños plásticos que salían de dentro de sus narinas y se extendían a ambos lados del rostro, y los mantenían colados con esparadrapo. -¡No toque en ellos! ¡Son sondas! –dijo una voz femenina autoritaria que apareció sorpresivamente a los pies de la cama. La onda sonora que invadió el cuarto, lo asustó. Quiso disculparse, pero no alcanzó a eslabonar las palabras; más bien, no lograba producir la entonación, era sólo un murmullo disonante de ruidos pronunciados con esfuerzo. Intentó comunicarse con los ojos. Parpadeo de forma intermitente… ¡Nada! La enfermera estaba atareada en otros menesteres de su función. Entonces, haciendo un esfuerzo que le pareció ser descomunal, levantó lentamente el antebrazo y sacudió la mano para llamar la atención. Intentaba decirle por señales, que tenia sed, mucha sed; quería que le diesen un poco de agua. La mujer lo miró con aire de fastidio, y preguntó: ¿Qué pasó? Roberto continuó a mirarla con una expresión apabullada dibujada en sus ojos. No lograba comunicarse. Fobia Entre Delirios
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Una onda de desespero comenzó a tomar cuenta de él, haciendo que la adrenalina aumentase el ritmo y la fuerza de su
corazón,
elevando
la
presión
arterial,
y
consecuentemente, los monitores disparasen su chirrido intermitente. La enfermera meneó la cabeza en carácter de reproche y dibujó una mueca agria en sus labios. Reguló los aparatos y a seguir, le dijo con afeamiento: -¡Quédese quieto! Usted no puede agitarse… ¿Qué quiere? Al fin logró balbucear algo parecido con el sonido de la palabra agua, acompañado de una señal con el dedo dirigido hacia su boca. -¡Ah! ¿Quiere tomar agua? –ella preguntó arqueando las cejas. Él sacudió la cabeza en representación de su aprobación a la pregunta, y abrió los ojos descomunalmente para manifestarle toda su alegría. -No puede tomar agua… ningún líquido. ¡No está prescrito! –expresó la enfermera con una voz de lástima; y acariciándole el brazo, agregó con un tenue sonriso: Después, le voy a preguntar al médico si lo autoriza a que usted pueda tomar algo. Más tarde le digo.
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Otra vez las dudas comenzaron a remolinear en su cabeza sin lograr concluirlas. Un mareo impertinente, acompañado de un dolor de cabeza lo fue aturdiendo mientras la mujer continuaba a colocar varias dosis medicamentosas en algún lugar del pecho, que él no alcanzaba a descubrir donde era… Pronto cayó en un sueño profundo. …1967. Era una casa vetusta, y mismo que la construcción fuese de una arquitectura impresionante, daba para calcular que ya tendría unos cien años de existencia. Una edificación de dos pavimentos, situada en una calle plana y arborizada, con pequeña inclinación hacia el lado de la rambla costanera. Quedaba en la mano derecha de la calle Rio Branco, entre Maldonado y Durazno, un punto noble en plena barriada Sur. En el piso de arriba, tres cuartos, donde de a dos en cada dormitorio, Roberto y otros cinco muchachos vivían. En el de abajo, una sala, apenas amueblada con dos viejos y estropeados sofás de cuero marrón; un comedor grande con una mesa recostada en una de las paredes, lo que daba una sensación de vacío; la cocina amplia, con la misma sensación desértica, y el dormitorio de doña Matilde, la
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propietaria de la pensión, y que estaba siempre con la puerta cerrada. Aunque el piso estuviese siempre limpio y reluciente, las paredes del dormitorio eran desnudas y no había cortinas, tampoco era necesario, porque allí no existían ventanas donde colgarlas. De cualquier manera, todo daba la impresión de que no había contraste entre la edificación y la pobreza de los muebles. Habiendo quedado viuda y sin hijos, doña Matilde, o Tilde, como todos la llamaban cariñosamente en la pensión, mismo siendo una mujer relativamente joven, de unos cincuenta años, nadie sabía a lo cierto cual el motivo del porqué no se había casado nuevamente. Era una mujer media baja de estatura, con brazos y piernas cortas y pechos grandes, lo que la semejaba a una gallina clueca; tenía una piel muy blanca y el rostro redondo; no llegaba a ser muy gorda, pero daba para notar que la cintura, hacía mucho tiempo que había perdido su línea de definición. El marido le había dejado la casa, pero no una asignación o jubilación, motivo por el cual, para tener alguna renta para sustentarse, alquilaba los dormitorios superiores para jóvenes estudiantes que venían del interior, o que trabajaban como empleados en los alrededores. Fobia Entre Delirios
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Más viejo que Roberto, Francisco, su compañero de cuarto, era de una familia de estancieros de los alrededores de Tacuarembó, y hacía como dos años que estaba en Montevideo, estudiando en la Facultad de Veterinaria. Estudiaba de diez a doce horas por día. No tenía otra preocupación, porque su familia le garantía el sustento. No en tanto, Roberto recién comenzaba a estudiar en el Preparatorio Nocturno que quedaba en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, en la calle Eduardo Acevedo; y durante el día, a falta de un trabajo mejor, vendía baratijas en la feria para poder mantenerse.
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Sumergido en su letargo inconsciente, aun así le llegaban claras las imágenes de la separación de su padre. Primero había sido Sissi la que se había ido a vivir con la abuela Blanca, que residía en el barrio Maroñas, al otro el Fobia Entre Delirios
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lado de la ciudad, un año después de la muerte de su madre. Ahora era su padre el que también se marchaba, porque había sido transferido para Asunción, para dirigir el equipo de vendedores de una filial del laboratorio en que trabajaba últimamente. Roberto prefirió irse a vivir solo, y antes de marcharse, José le había conseguido un lugar en la pensión de doña Tilde. Como él nunca había vivido en un mismo cuarto con un desconocido, de inicio, estuvo un poco inseguro, pero a medida que los días fueron pasando, esa sensación timorata fue cediendo hasta surgir una conciliación normal. Ambos conocían historias parecidas, con personajes semejantes, que compartían con deleite rindiéndole largas conferencias, a veces, madrugada adentro. Flaco y alto, Francisco parecía más viejo de lo que realmente era. Tenía los cabellos negros retintos y muy lisos, que, naturalmente, insistían en caérseles para la frente, y por su causa, lo acostumbraron a desenvolver un gesto que se tornó característico en él, justamente, el de querer devolverlos a todo momento para la cabeza. No obstante, lo que más marcaba su expresión, era un par de ojos negros, pequeños, redondos y vivos, que le concedían aquella Fobia Entre Delirios
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mirada penetrante y poderosa como las que tienen las personas obstinadas. Tenía esa guisa mansa de hablar, característica de los que se creen que ellos, y quien los escucha, tienen todo el tiempo del mundo a su disposición; la voz era afable y abrillantada, lo que le permitía cantar excelentemente bien mientras se bañaba. Pero, era un obcecado por la limpieza, del cuarto, de la ropa, de las manos, del cuerpo; y en mantener las cosas en orden, en el cuarto, con los libros, y meticuloso con los papeles que colocaba encima de la mesa. Su camisa siempre estaba perfectamente planchada y colocada dentro de los pantalones, cuyo plisado era perfecto, así como perfecto era el alineamiento del dobladillo sobre los zapatos, que la verdad sea dicha, los mantenía siempre impecablemente bien lustrados. Francisco era un muchacho de buen corazón y generoso con todos. Casi siempre le prestaba dinero a uno y otro huésped en dificultad temporaria; prestaba ropas para una que otra fiesta, y principalmente, sabia oír los dramas y las aventuras de los otros pensionistas, inclusive los de doña Tilde, que lo consideraba como un amigo, lo que era facilitado por el hecho de ser el único que no trabajaba, estando la mayoría del tiempo en la pensión. Fobia Entre Delirios
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En las horas vagas, todos ellos acostumbraban a reunirse en la sala, y allí se entretenían leyendo, conversando, jugando a las cartas, debatiendo ideas, puntos de vista, preocupaciones; lo que les permitía esconder un poco de la nostalgia que sentían por sus familias, y de los amigos que habían dejada para atrás. Entre ellos, estaba uno que lo llamaban “el Ruso”, que de acuerdo con la opinión de los compañeros más viejos, lo distinguían así, porque entre otras de las muchas particularidades que él tenía, era la de ser un completo irreligioso de la cabeza a los pies; mismo a sabiendas de que, algunas veces, un pagano puede ser tan honrado como cualquier buen cristiano; o un ser tan venal, como cualquier otra alma librepensadora; asimismo, lo que no era su caso, también sabían que había malhechores de sobra para repartir entre todas las religiones. Pero éste tenía esa edad en la que uno se mete a opinar abiertamente de las cosas, como si las probara para ver cómo le sientan, y las defiende ciegamente haciendo uso de su verborragia; y era eso que lo hacía parecer un ser superior sobre sus compañeros, porque gracias a esa bendita ignorancia que nace de la inexperiencia, que sin saber de nada, es la que da aquel aire que parece ya conocerlo todo. Fobia Entre Delirios
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Cierta vez, allí reunidos, el Ruso dijo que todo el mundo sabía que los sacerdotes apestaban por no bañarse a menudo, y que para no tener que hacerlo, se escondían atrás de un dictamen de la Roma antigua, época en que realizarlo, fue considerado como un sacrilegio consumado, porque los Papas decían que los baños públicos, eran un centro de vicios sexuales y de intrigas políticas. Otro de los compañeros comentó su discordancia con el asunto, y comenzó a evocar algunos pasajes de la biblia que mencionaban esos rituales antiguos, y llegó hasta la época de la Galilea de Jesús Cristo, y luego lo acusó de ser un idólatra. El resto, inclusive Roberto, se mantuvieron ajenos a la discusión. En ese momento, el rostro del Ruso se ruborizó, y comenzó a vociferar que Cristo no habría sido más que un esclavo de Dios; un sujeto débil que predicaba la paz y que fue ejecutado por ello, y que los cristianos eran todos unos tiranos, y que fueron ellos mismos los que habían puesto fin a la libertad religiosa. Cuando la cosa ya parecía que iba a encaminarse para una solución a puñetazos, Francisco los mando callar, y les dijo con vos firme: -Las opiniones religiosas siempre acarrean problemas, y en cuanto a la verdad del asunto, les Fobia Entre Delirios
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afirmo que todavía no he visto a ningún dios intervenir para dar su opinión concreta sobre el asunto. El Ruso le replicó diciendo: -Una de las razones por la que los cristianos generan tanta antipatía, es porque ellos se toman totalmente en serio su propia verdad, y son incapaces de reírse de sí mismos. Piden a gritos la burla, porque son un bando de fanáticos intolerantes que se convierten a esa religión como un recurso útil para medrar. -Entonces respóndeme… -apuntó uno de los otros¿De qué sirve una señal, si diez creyentes la interpretan de diez maneras diferentes? Un gordito que trabajaba en la Corte Electoral, con aire de presumido, los interpeló diciendo: -El propio Cicerón, incrédulo, llegó a preguntarse si todos los que habían muerto en la batalla que Aníbal realizó en Cannas, por acaso tenían el mismo signo del zodiaco… ¿Alguien sabe responderme si es verdad? Repentinamente, Roberto recordó que un otro domingo por la noche, allí reunidos, como quien intenta ensayar las fuerzas de una inteligencia juvenil llena de actividad, esa vez la conversación derivó para el lado de la política, discutiéndose acaloradamente los estudios del movimiento social e intelectual de la América latina, de Fobia Entre Delirios
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otras partes del mundo, del romanticismo, del eclecticismo, del socialismo, y de todos aquellos diversos sistemas que por aquel entonces tenían acalorados adeptos. Esa vez, se fueron ensanchando cada vez más apasionadamente en el examen de las teorías sociales, o sobre la presión sistemática que se ejercía en algunos pueblos, bajo la sombra de un despotismo que era hostil a cualquier
desenvolvimiento
de
ideas,
y
sobre
las
proposiciones de algunos doctrinarios y teorizantes del pasado. Muy pronto todos estaban discursando sobre los ensayos del suizo Jean Charles Sismondi y su liberalismo económico; lo perteneciente al francés Léon Jouhaux sobre lo que él recapacitaba de los sindicatos de trabajadores; sobre la democracia en América según el punto de vista de Alexis de Tocqueville; sobre la oposición que hizo François Guizot a todas las exigencia de realizar una reforma social en el reinado de Luis Felipe I; después incursionaron por las obras del alemán Dietrich Bonhoeffer y su oposición abierta a Hitler; del piamontés Camilo Benso; hasta llegar a Víctor Cousin y su conciliación con el sistema que llamó eclecticismo.
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En cierto momento, Francisco levanto la presunción de que no se puede enjuiciar perentoriamente a las víctimas de las acciones, ni hacer apología de la violencia, ni discutir si existen situaciones en las cuales ella es justa ni injusta, pues se puede incursionar en el terreno de lo metafísico o de los juicios éticos. El gordito de la Corte Electoral, aprovechando la deja, o para insinuar un punto de vista diferente, sacó a luz un hecho que había ocurrido en Montevideo en 1945, luego después de los festejos de la derrota nazi en plena avenida 18 de Julio, cuando bandas organizadas se dedicaron a apedrear faroles, romper cristales de comercios, destrozar butacas de los cines, amontonar bancos de plazas como verdaderas trincheras, hacer disparos, y terminar por matar a puñaladas a un caballo de la Guardia Metropolitana, y todo, por causa de que alguien no había querido izar la bandera de la Unión Soviética junto con la de los países vencedores. Esa vez, la discusión terminó madrugada adentro, cuando el Ruso les dijo que tenía algo guardado, para nunca más olvidarse. Entonces, abrió la billetera y les mostró un recorte arrugado y manoseado del diario El Debate, que anunciaba:
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“Aviones
bombarderos
B-26,
de
origen
norteamericana, atacaron Cuba en la mañana de ayer. Fueron atingidos el aeropuerto de Santiago de Cuba, las bases aéreas de Ciudad Libertad y de Santo Antonio de los Baños. Aeronaves fueron destruidas. El presidente cubano Fidel Castro denunció varias muertes de civiles, y responsabilizó el gobierno americano (…) Hay rumores de que hubo tentativa de desembarque de tropas (…) José Miro Cardona, ex mandatario de Fidel Castro, que pidió asilo político en los Estados Unidos donde fundó
el
Cubano,
confirma
no
operación
(…)
Consejo ni
Revolucionario desmiente
Observadores
la
extranjeros
constataron el dislocamiento de barcos en las proximidades de la playa de Girón, sobre discreta protección de la escuadra naval norteamericana (…) El presidente John F. Kennedy garantizó que haría todo lo posible para
impedir
la
participación
de
norteamericanos, en cualquier acción contra Cuba (…) En una reciente nota oficial, Fobia Entre Delirios
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reiteraba su decisión inquebrantable de defender en este continente y en el mundo, los principios
de
autodeterminación
de
los
pueblos, y del absoluto respeto a la soberanía de las naciones, y manifiesta aprehensión por los acontecimientos que se desarrollaron… -¿Decime si ese tipo no es un crápula, y con letras mayúsculas? –expresó airado, cuando todos terminaron de leer el recorte del diario. -¡Era! ¡Era! –lo corrigió Roberto. -¿Era el que? –preguntó el Ruso con los ojos saltados y enrojecidos por la rabia, mientras se mordía el labio inferior, como queriendo contener su rencor. -Lo que él quiere decir, es que ese, ya era… Kennedy… ¡Se finí! ¡Consummatum est! Ese esta muerto y bien merecido… -remendó uno de los otros muchachos pronunciando su sentencia con escarnio en la voz- ¡Lo que pasa, Ruso, es que vos erraste el tiempo del verbo! Roberto siempre se sentía zonzo y confuso con toda esa discusión que establecían sobre religiosidad, misticismo y política, pero a su vez, quedaba boquiabierto al escuchar a alguno que otro más inflamado, cuando éste lograba recitar páginas o parágrafos enteros de algún filósofo o sofista, y se Fobia Entre Delirios
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esmeraba en escucharlos atentamente cuando ellos defendía con vehemencia sus ideas, ya que él, poco podía aportar de nuevo en esos asuntos. Algunas de las cosas que Roberto pasó a dar oídos en esos debates indeliberados que se organizaban al acaso, ya comenzaban a cosquillearle en el espíritu, como si quisiesen despertarle aquel viejo ímpetu aventurero de siempre, y que últimamente mantenía adormecido…
22 Roberto titiló intermitentemente sus parpados para despejar el amodorramiento. Volvía a despertarse un poco después del mediodía de ese mismo domingo lluvioso. Lo había excitado un malestar generalizado, una sensación de pesadez de cabeza y un sopor en sus piernas, y aquella sed desmesurada que sentía. Juró para sí, que si le diesen agua, era capaz de tomarse un bidón entero, tal era la sensación desagradable de desecación interior.
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Sintiéndose un poco más lúcido, mismo sin lograr recapacitar cuantas veces ya había vuelto en si desde que estaba en ese lugar que no lograba identificar con claridad, percibió que las manos obedecían mejor a los comandos nerviosos emitidos por su cerebro, y lentamente, llevó una de ellas hasta su rostro. Tanteó tenuemente los finos caños plásticos que salían desde su nariz, y se dio cuenta que ya no tenía aquel otro más grueso que le habían introducido en la boca. -¡Grandes avanzos!- pensó maquinalmente, mientras se rascaba sutilmente una barba de varios días. -¿Cuántos días hace que estoy aquí? ¿Qué día es hoy? Por el espesor de mi barba, debe ser una semana… ¿Será que ya hace una semana? -indagó instintivamente, sin encontrar las respuestas que la conciencia le exigía. Sin lograr calcular cual había sido exactamente el tiempo que había transcurrido entre su despertar, y la llegada de la enfermera; él la vio aproximarse zorramente por el lado derecho de su cama, trayendo entre manos una bandeja con varios complementos y frascos que él ya imaginaba para lo que servirían. -¡Ahí viene otra sección de suplicio!- especuló irónico en su silencio, mientras la miraba con cierta simpatía; tal Fobia Entre Delirios
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vez, imaginándose que ella le traería aquel líquido divino que le calmaría la sed desquiciadora que lo resecaba por dentro. -¡Buenas tardes! ¿Cómo se siente? –preguntó ella, en una tentativa de crear un clima más ameno con el paciente. Roberto levantó la mano derecha y realizó con ella un leve movimiento de abanico, indicando algo que podría ser interpretado como: ¡más o menos! -¿Está sintiendo algún dolor? Él movió perceptiblemente la cabeza para un lado y otro, indicando una negación a la pregunta formulada. -¿No puede, o no quiere hablar? Ahora ya no tiene aquella sonda incómoda metida en la boca… -le dijo ella, estimulándolo para que se expresase con palabras y no por señales. -¡e… engo… engo se…! –fueron los primeros sonidos que la mujer escuchó, después de darse cuenta del visible esfuerzo que había sido realizado por el enfermo para comunicarle alguna inquietud. -¡No comprendí lo que me dijo! Es normal que le cueste… -¡Sedddd! –gruño Roberto en una nueva tentativa.
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-¡Ah!- ella expresó con una risita excitada, al percibir lo que le decían. –No puede tomar ni comer nada, hasta que su médico lo indique…, -dijo austera, y la pausa que realizó después de lo informado, indicaba que la enfermera dudaba en agregar alguna otro esclarecimiento, pero luego añadió: En su ficha clínica, constan claramente esas prescripciones, pero la enfermera del turno anterior ya registró su pedido… sólo puedo aliviarlo, pasándole una gasa humedecida en los labios y en la lengua… ¡Esta bien! Roberto esbozó una mueca de impotencia, pero pensó más condescendiente: -Ya es un avanzo y tanto. Después de realizado el húmedo subterfugio, la enfermera observó atentamente el gotear de una solución transparente que bajaba por un conducto translucido, y reguló la cantidad de salida de esa mezcla incolora. A seguir, comenzó a seleccionar el coctel de medicamentos que le iría suministrar. Ni bien los primeros corpúsculos de algo que para él aun era irreconocible, habían acabado de ingresar en su organismo, la sensación de pesadumbre y somnolencia se fue apoderando de cuerpo, y su mente se apartó por completo de los movimientos armonizados y rutineros que
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realizaba la enfermera. Segundos después, ya estaba sumergido nuevamente en un sueño profundo y reparador. …Terminadas de salvar las últimas materias: inglés, francés, filosofía y literatura, que le habían quedado pendientes de examen en el último año liceal; bajo el inclemente sol del caluroso verano de 1967, Roberto corrió para anotarse en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, ambicionando asistir allí el curso preparatorio de Derecho en el turno de la noche. Lo que le pareció ser el imponente edificio de dos pavimentos, ocupaba una manzana entera, y al llegar próximo, lo vio cercado de altas y sucias paredes grises; de fachada maltratada y casi toda embadurnada con unas enormes letras que habían sido pintadas groseramente con tintas oscuras, ni siempre sobre un fondo blanco; con papeles pegados por doquier; con afiches de eslóganes iracundos; con sus enormes ventanales protegidos por tejidos de alambre que intentaban contener, quien sabe, las irascibles reacciones internas y externas de los que allí concurrían para estudiar. Por dentro, el aspecto no era muy diferente, aunque un poco más circunspecto; pero así que él transpuso el umbral, notó que existían dos ciclópeos patios con un fuerte eje de Fobia Entre Delirios
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simetría para donde se volcaban todas las puertas y ventanas de las salas de aula y destinado, entre otras cosas, para las personas aglomerarse durante los periodos de cinco minutos de descanso entre una disciplina y otra. Luego que comenzó a concurrir a las clases, descubrió algunas otras características peculiares del lugar. Por ejemplo, en la vereda de enfrente, había una media docena de bares y cafés, que eran el verdadero punto de encuentro de los estudiantes más holgazanes, o sea, aquellos que les gustaba quedarse conversando, en lugar de estar en las salas de estudios. Como el Instituto también quedaba a una cuadra de la avenida 18 de Julio, era fácil encontrar a muchos de estos educandos, combinados por la avenida, con los otros alumnos de la Facultad de Derecho, o del Colegio Francés, que también estaban emplazados en las inmediaciones. A todo eso, debía agregarse la existencia de toda una variedad de tiendas comerciales, cines, teatros, restaurantes, de la sede del canal de televisión Montecarlo, del Ministerio de Salud, de la Caja de Jubilaciones y otros locales públicos más; que licenciaba un ambiente propicio para conceptuar esa región, como un óptimo asentamiento para periodistas, compositores, intelectuales, artistas, bohemios, catedráticos, Fobia Entre Delirios
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maestros y toda clase de componentes del folklore mundano; haciendo que cada uno concurriese por el perímetro, portando los más variados fines. Pronto Roberto percibió que en su curso, había unos cuarenta y cinco alumnos, a los que, después de algunos meses de aula y de convivencia diaria, los conocía suficientemente para clasificarlos en tres grupos. Uno, de unas quince personas, quedó conocido como: “la turba de los pencos”, formada por ese tipo de pobres que calzaban zapatos Incalcuer y andaban medio mal vestidos, que vivían lejos, salían temprano de casa, trabajaban como unos condenados el día entero, llegaban cansados al Instituto, asistían las clases entre bostezos y sueño, casi siempre con el estómago roncando de hambre, aprendían poco, y acabada la última cátedra, tenían que salir corriendo para no perder el ultimo ómnibus. Y como si fuese poco, necesitaban estudiar los fines de semana para recuperar el tiempo perdido durante las cabezadas dadas en clase. Otro de esos grupos era conocido como: “la caterva de los profesionales”, que no eran más que unos tres o cuatro, tal vez cinco elementos, distinguidos con ese nombre, porque pertenecían a los cuadros del UJP, y concurrían a las clases para participar e incitar a los otros en Fobia Entre Delirios
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las agitaciones estudiantiles; a generar movimientos de huelga; a incentivar a los demás con dogmas marxistas, leninistas, y cuantos otros credos y afirmaciones políticas se les ocurriese. Los más veteranos, decían que algunos de los integrantes del grupo, ya hacía más de cuatro años que estaban cursando el mismo grado, sin importarse en salvar los exámenes de fin de año. El tercero de los grupos, fue apellidado de “la pandilla de los hijos de papá”, y tenía casi veinte miembros. Todos saludables, bien nacidos, que llegaban al Instituto de baño tomado, vistiendo sus ropas limpias e impecables, bien planchaditas, y se sentaban en los últimos bancos para conversar, manteniéndose ajenos a lo que decían los profesores mientras ellos comentaban ostensivamente los programas de la noche anterior, o se programaban para los que realizarían esa noche, todo bajo un clima de escarnio, obscenidad y provocativo desplante; una actitud bien peculiar de las personas que se saben, o se creen estar por encima de las exigencias de disciplina, de orden, de educación y de las obligaciones escolares. Si algún compañero, casi siempre uno de los “pencos”, o hasta algún profesor, eventualmente reclamase del escándalo y de la dispersión que originaban, algunas Fobia Entre Delirios
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veces afrontaban o desdeñaban del reclamante; en otras, fingían una cínica obediencia y bajaban el tono de voz mientras hacían ácidos comentarios irónicos; en otros momentos, arrancaban un par de hojas de sus cuadernos y a guisa
de
estar
escribiendo,
preparaban
dibujos
pornográficos envolviendo el profesor o al compañero, y los hacían circular de mano en mano por todos los alumnos, o los hacían cruzar la sala en sinuosos vuelos de avioncitos de papel. Los integrantes de esa pandilla ya nacían con la vida asegurada, o mejor dicho, heredada, y los estudios o el conocimiento, que no fuese específico sobre los intereses financieros de la familia, para ellos no tenía ningún valor. Todos habían iniciado la vida estudiantil en los mejores colegios de la ciudad, y muchos, ya llegaban al Instituto, siendo amigos desde esas otras escuelas. Altaneros y orgullosos, se pasaban la mayoría del tiempo transgrediendo cualquier norma de disciplina, mientras dejaban la sensación que se complacían en desobedecer y afrontar a sus instructores, o se negaban a respetarlos. Gozadores y juerguistas, estos chusmas tripudiaban la credulidad de los “pencos”; unos infortunados que se Fobia Entre Delirios
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agarraban con uñas y dientes a los estudios, o al conocimiento, como quien se agarra de una tabla de salvación, para ver si lograban escaparse de los sótanos de la pobreza. Por su propio perfil, Roberto entendía se encajaba en el grupo de “los pencos”, y a bien de la verdad, lo era. Pero él se consideraba un “penco” diferente, pues con las ropas alineadas y algún dinero en el bolsillo, se permitía alejarse un poco de ese foso común en donde sobrevivían, mal vestidos y maltratados, los esforzados “pencos”. Esa división de grupos tan nítida y determinada, con sus fronteras y prohibiciones tan tácitas, sin visos y sin contradicciones, para Roberto no significó un entrabe que le impidiese establecer amistades con los integrantes de cualquier grupo. Sin embargo, el tiempo le había dejado claro en su mente, que siendo por causa de la amistad que alcanzó a desarrollar entre ambos grupos, es que se sucedieron algunos de los episodios excepcionales que comenzaron a mudar su vida.
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Obedeciendo a la correcta armonía en que los hechos se sucedieron en esa época, una determinada noche, Roberto dio de cara con “Pinocho” en el patio del Instituto. Se sorprendió al ver a su antiguo conocido de los días idos en el club Stockolmo, cuando ellos lo habían pasado a llamar así, por causa de su nariz de largor desproporcional. Ahora se lo encontraba estudiando allí, en la misma institución que él. -¡Flaco! ¡Qué alegría me da, encontrarte aquí! – exclamó su amigo con sonoridad al toparse con Roberto, y abriendo los brazos para ceñirlo en un caluroso abrazo cuando se arrimó para saludarlo. -¡Pero, mirá! ¿Qué haces por aquí? –le profirió sorprendido cuando estrecharon sus brazos, y en voz baja, socarronamente, le dijo junto al oído: -¿Te puedo llamar de “Pinocho”?
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-¡No seas malo, flaco! –el otro protestó resentidoSabés que mi nombre es Julio Cesar, y ese apelativo de antes, ahora no me cae bien. -Tenés razón, esas gansadas ya no nos caen bien… aunque los motes nos persigan por toda la vida –comentó circunspecto- ¡Qué suerte encontrarte aquí! ¡Vení! ¿Tenés tiempo? Vamos tomar algo, -propuso con una alegría contenida- Mientras tanto, nos ponernos al día con los chismes del barrio –Roberto le fue pronunciando las palabras con regocijo en cuanto lo tomaba por el brazo y empezaba a empujarlo para la calle. Durante el tiempo en que estuvieron acomodados alrededor de la mesa de uno de los boliches de la calle de enfrente, ambos fueron exteriorizando las confidencias de los últimos años, y relatándose algunos de los pormenores de sus congojas más recientes. Entre ellas, Roberto, apenado y con la fisonomía sombría, volvió a tocar el tema de la pérdida de su madre, le relató la ida de su padre para el Paraguay, la dificultad para conseguir un empleo estable, la vida que llevaba ahora en la pensión, la reciente partida de su primo Henrique para Canadá, y otros detalles menos significantes que hacían parte de su vida actual.
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-El que hace poco se fue para Australia, fue Fredy con su familia. ¿Te acordás de él? Parece que les dan dinero para que se instalen en no sé donde –apunto Julio Cesar, dando de hombros al demostrar poca importancia con el comentario. Roberto lo miró como quien está en busca de alguna esperanza con su mirada, y a seguir comentó: -Odio a los de su clase. Odio sus pretensiones, los privilegios que no se han ganado, su ignorancia con la realidad, su vida regalada... -¿Por qué? –indagó su amigo, mirándolo con gravedad. -¡Escúchame! –Gruño, haciendo un movimiento ligero con el cuerpo, para poder acercarse un poco más al rostro de su amigo- Ese tipo de gente, -acentuó con vehemencia- está acostumbrada a vivir a nuestras costas. Hombres como nosotros, les preocupamos tan poco como un perro callejero. Julio Cesar meneó la cabeza en desacuerdo, pero educadamente, se contuvo de responderle porque le parecía que Roberto, estaba ebrio de resentimiento. A seguir, la conversación tomó otro curso y ellos empezaron a hablar de los estudios, de la dificultad de dar Fobia Entre Delirios
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secuencia a los cursos por causa de las huelgas, de cómo había sido dificultoso terminar el liceo por ese mismo problema,
de
Matilde
y
Emilia,
dos
muchachas
enamoradoras del barrio, de la dificultad que existía al presente para afrontar compromisos con noviazgo firme, del aprieto sicológico que encuentran los que buscan empleo y no tienen recomendaciones o experiencia anterior. De repente, y tal vez conmovido por el acopio de problemas que su amigo soportaba sobre los hombros, Julio Cesar le dijo que su padre estaba necesitando un vendedor para cubrir un territorio que había quedado vacante, y que si Roberto estaba interesado, él estaba dispuesto a conversar con su padre… -¿Quién te dice, esta no sea una buena oportunidad para vos? –manifestó Julio Cesar, demostrando satisfacción en poder ayudar a su antiguo amigo. -¿Será? –deliberó Roberto con una mueca cautelosa en el rostro. –¿Qué es, lo que tu padre hace? –terminó preguntándole ansioso. -No es algo muy excepcional que digamos, pero mi viejo tiene la representación comercial de los productos chacinados del Frigonal, para toda la capital. -¿De qué? Fobia Entre Delirios
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-Del Frigorífico Nacional. -¡Sí! yo sé lo que significa el nombre, ¿pero ese frigorífico, no vende únicamente carne vacuna para las carnicerías y para exportación…? Cuando no están de huelga, claro –agregó irónico, y manifestándose confuso. -¡No, no! ¡Te hablo de la parte de los productos porcinos…! Él, es el que coordina un grupo de prevendedores que visitan los comercios, y levantan los pedidos que serán entregues posteriormente… ¡Claro!, el cargo no es nada del otro mundo, pero yo te aseguro, que si te esmeras, podes sacar unos buenos pesos al final del mes… ¿Estás dispuesto? Días después, Roberto, demostrando entusiasmo con el nuevo empleo, comenzó a gastar la suela de los zapatos y bastante saliva, al recorrer algunas de las calles de la ciudad. Le habían asignado una extensa zona de ventas, que se explayaba por la avenida Larrañaga, desde General Flores, hasta Millán, y dentro de todo ese perímetro, hasta los límites de la ciudad en dirección al norte. Pronto imaginó que una suerte así, significaba lo mismo que haber ganado el primer premio de la lotería, mismo que para eso, tuviese que caminar durante diez horas por día.
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Por consiguiente, mismo que ya estuviese haciendo bastantes adelantos en la conquista de clientes, algún tiempo después, comenzaron a sobrevenir algunos problemas laborales en el frigorífico, y la producción, pasó a no respetar una secuencia normal de faenas, lo que originaba el consecuente atraso, o la suspensión en los pedidos que Roberto conseguía realizar; pero mismo así, y un poco en contramarcha a lo que él se había imaginado en un principio, sus rendimientos comisionados ya le posibilitaban llevar una vida un poco más holgada… Imprevistamente, su mente inconsciente se estacionó involuntariamente en otro pasaje de su época de estudio en el Instituto. Posiblemente, el salto evocativo se dio, porque comenzó a rememorar uno de los barrios pobres que hacia parte de su zona de trabajo, y su sentimiento pasó a jugar en ese sentido. Lo cierto, es que Roberto, ahora, estaba reviviendo el ameno momento de una aproximación más venidera con el grupo de los “pencos”. Este hacía relación con un evento que le sucedió el día que había ido a estudiar matemáticas en la casa de Rosendo; un muchacho que debería tener unos veinte años, que siempre se abrochaba la camisa hasta el último botón, hablaba poco y de forma apocada, pero Fobia Entre Delirios
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recordaba que era muy gentil y sumamente humilde, en todos los sentidos. Tenía a la vista con simpatía, que su compañero estaba siempre con una sonrisa en los labios, pero si se le observaba más morosamente, se notaba que ésta era una sonrisa triste; de una tristeza que no nacía en sus facciones, y sí, de aquella que más parece querer emanar del fondo del alma de las personas. La misma sonrisa que exponen los inconsolables, para esconder su falta de entusiasmado. Cuando interpelado, Rosendo raramente miraba en los ojos de su interlocutor. Mantenía la mirada esquinada hacia el suelo; posicionándose con la cabeza levemente torcida, en una actitud que, combinada con timidez y humildad, le proporcionaba un aire de calma y resignación con todo lo que lo rodeaba. Estudioso e inteligente, parecería demostrar que no le gustaba exhibir todos sus predicados; por el contrario, los minimizaba y hasta los escondía, como quien siente vergüenza de lo que lo hace distinguir de los demás. Roberto tenía la impresión de que, con esa actitud, parecía que su compañero estaba siempre pidiendo disculpas para quien le habían permitido residir entre los vivos.
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Rosendo trabajaba en una fábrica de tejidos que tenía el mismo nombre de su barrio, y que a la vez, quedaba cerca de su casa. Vivía en los aledaños de la ciudad, varias cuadras después de la parada final del ómnibus, en un barrio de calles totalmente heridas por una secuencia interminable de hoyos y agujeros; siendo lambidas, de ambos lados, por zanjas negras y pestilentes. La casa se escondía detrás de una cerca viva que había sido erigida por un tupido trasparente de hojas verdes; con un pequeño jardín donde algún morador cultivaba con esmero, hortalizas y flores; a continuación del vergel, existía un alpendre lleno de latas viejas que tenían dentro un sinfín de lucidas plantas ornamentales; y al lado de la puerta, alguien había colgado, sobre la pared, un cuadrito blanco donde se leía una frase pintada en letras rojas: “Sea bienvenido, pero antes de entrar, límpiese los pies”. Ese domingo en que Roberto había ido a estudiar, los padres de Rosendo no estaban, pero al llegar, él le presentó a su hermana Catalina; unos dos años más joven que su hermano. Ella, sonriente, hablante y desembarazada, le apretó luego la mano y, mirándolo directamente a los ojos, comenzó a mofarse por el empeño de ellos demostraban en pretender estudiar un día domingo, en cuanto que ella, que Fobia Entre Delirios
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recién acababa de levantarse, les exponía irónicamente, que dedicaría el día para atender las demandas de pereza y dejadez de su cuerpo. En seguida, les relató con buen humor, sobre la comida, la bebida, la música y la danza de la fiesta ha la cual había ido la noche anterior; mismo, a pesar de haber contrariando la voluntad de sus padres. Así que golpearon en la puerta de calle, ella desapareció rápidamente por el fondo de la sala. Era Fernando, otro de los “pencos” que venía a prepararse junto con ellos para el examen. Más viejo que ellos, Fernando era medio regordete, de habla mansa y pausada, aunque con un poco más de perspicacia, cualquier uno podía notar que era tan elocuente, alegre y dicharachero como todo malandrín. El muchacho trabajaba en una casa de venta de repuestos de automóviles allá por la calle Paysandú; pero, sin embargo, padecía de una endémica falta de dinero. Con entrañable jocosidad, vivía comentando a sus compañeros que, las prostitutas de Boulevard, hacían buen uso del metálico que él les entregaba agradecidamente todas las semanas. Pronto se zambulleron de cabeza en uno de los capítulos que sería materia del examen, y es bueno aclarar, que cuando se dice: zambulleron, debe deducirse que era Fobia Entre Delirios
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solamente Roberto y Rosendo, porque Fernando se pasó el día entero preparando unas largas tiritas de papel, que las llenaba escrupulosamente con unas letras microscópicas, y a continuación, las enrollaba meticulosamente, para poder utilizarlas mejor en la hora de la prueba. Mientras realizaba la terea, vez que otra, erguía la cabeza, apartaba los ojos de su trabajo santurrón y, con una mueca de insensatez, despotricaba contra el profesor diciendo: -¡Éste catedrático, seguramente no me aprecia! Tener que pasarse un domingo haciendo trabajo intelectual, ya es demás… Este tipo, quiere ver mi esqueleto… ¡Eso sí! Estoy segurísimo. –Otras veces, prorrumpía iracundo, recitando en voz baja otros diferentes improperios menos afables contra el profesor y su castigo. Como alrededor de las tres de la tarde, decidieron suspender los estudios estaban realizando, por sugestión del propio Fernando, y cuando los tres estaban desperezándose para desentumecer los músculos, Catalina reapareció de pronto con su alegría generosa, trayendo entre manos una bandeja con café, leche, refresco, torta y bizcochos caseros, convidándolos para que realizasen un tentempié frugal. En medio a una conversación que se desarrollaba sobre banalidades, ella convidó a Roberto para ir juntos Fobia Entre Delirios
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hasta el alpendre, así le mostraba –le dijo-, una muda de unas flores muy delicadas que ella cultivaba con esmero. Cuando estaban a solas, él más adelante, Catalina detrás de él, posados bajo unas lánguidas ramas de samambaias, Roberto sintió el calor de la muchacha directamente en su nuca. Una sensación de desconsuelo tomó cuenta de Roberto. Pensó en apartarse, pero el parapeto a su frente lo impedía de dar algún paso más. Catalina continuó hablándole, mientras su voz fue tomando cada vez más, una entonación susurrada, y ahora, para peor, sentía que el hálito caliente de su respiración, intentaba penetrar en su oído. -¿Será que ella sabe lo que está haciendo? –se preguntó aturdido. Concluyó que sí, que ella lo sabía, y que lo estaba haciendo de forma intencional. A pesar de todo, Roberto no lograba concebir que algo así, le estuviese sucediendo. Para empeorar la situación y aumentar aún más su espanto, notó que algo blando comenzaba a presionarle la espalda. Al imaginarse que serían sus senos, caviló azorado: -¿Cómo tiene coraje de hacer eso? ¡Esta mujer, es loca! – pensó con consternación, y sin saber lo qué hacer para zafarse de la realidad. Fobia Entre Delirios
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Enseguida, comenzó a hurgar desesperadamente en su cerebro por algún amaño que le permitiese salir de la situación apremiante en que se encontraba, sin la necesidad de que, con su actitud, tener que disgustarla o afrontarla. Pretendía que fuese algo a ser realizado de una manera discreta, como para que ella no percibiese nada. Sin embargo, los segundos estaban costando a pasar, y él se encontraba encorralado entre la dura madera de la balaustrada y el dócil cuerpo de Catalina. El calor de la sangre en ebullición, ya iba subiendo por sus venas y una tonalidad escarlata empezó a pintarrajearle las mejillas.
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Roberto giró rápidamente el cuerpo, y con su recio movimiento, quedó cara a cara con Catalina, exprimido entre el cuerpo ardoroso de la muchacha y el parapeto. Ella, no solamente no reculó un milímetro de su posición, como Fobia Entre Delirios
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lo miró, altiva, directamente dentro de los ojos, y se dio cuenta que él la miraba hostigado y sonriente, con ese tipo de risa nerviosa con la que cualquier individuo intenta disimular el constreñimiento del momento. Los cachetes ya exhibían todo el color de su pundonor. Cariacontecido, Roberto sentía que el corazón le latía desmesuradamente por causa del temor de que Rosendo o Fernando apareciesen de repente en el alpendre, o quién sabe, los padres de Catalina surgiesen en el portón de la calle. Mientras tanto, en la cabeza, comenzaban a pulularle preguntas que no alcanzaba a responder. -¡Parece mentira! ¿Cómo es que, habiendo sido tan gentil y tan simpática, ella se haya vuelto tan atrevida? ¿Será que se quiere imponer ante mí, de esa manera? ¿Qué será lo que ella quiere conmigo? Será que ella piensa… ¡Oh, mi Dios! Yo estaba quieto en mi lugar; vine aquí, sólo para estudiar, y ahora, me aparece esta… esta… ¡Yo ni sabía que Rosendo tenía una hermana! ¿Cómo hago para salir de esta emboscada? Las interrogaciones retumbaban dentro de su cabeza, y ya sonaban como si éstas fuesen truenos en día de tormenta de verano… –¿Será que ella quiere iniciar un
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amorío? ¡Esa idea es un absurdo! ¡No estoy preparado! ¡No, no! –se negaba vehemente en aceptar las circunstancias. Roberto siempre supo que el noviazgo era la plasmación más antigua que existía en el universo, y la invención más pura del alma humana, y fue por eso que, consternado, se puso a pensar lo que sería que le podría ocurrir más adelante, cuando tuviese que conjugar la improvisación, la familiaridad, o tener que adquirir la suficiente inspiración que, fatalmente, se haría necesaria para afrontar los deberes que el noviazgo exige de cualquier uno. -¡Confieso que tengo pudores de pensar en eso! –le dijo finalmente casi que balbuceando. –Si ella insiste –pensó reservadamente para sí- le diré que no es repulsa ni aversión; simplemente, le diré que es un sentimiento profundo que existe dentro de mí, que me hace rechazar cualquier imagen que pueda existir, besándola, tocándola, yendo para la cama con ella… No en tanto, el hálito caliente que ella exhalaba, al entrarle por la nariz, comenzó a nausearlo, a asquearlo; y como no lograba escaparse de la trampa que ella le tendía, necesariamente, se vio obligado a sostener la respiración hasta casi sofocarse. Fobia Entre Delirios
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No era preconcepto, ni orgullo lo que sentía en esos instantes, y mismo que aquel busto rígido que lo rozaba, que se clavaba duro en su pecho como si fuesen dos espinas, entendía que la provocación no lo excitaba; entonces, armándose de coraje, la empujó un poco hacia atrás, y le expresó determinado: -¿Vamos volver? Gracias por la clase de botánica que me has proporcionado, pero ahora, debes comprender que necesito estudiar matemáticas… Creo que tu hermano y Fernando, me están llamando. Mientras
ella
le
demostraba
toda
su
altivez
inquebrantable, permaneció parada en silencio a su frente, y cuando Roberto tuvo concluido su proposición, sus palabras, en lugar de acobardarla, terminaron por encender toda su ira. Catalina lo miró directamente a los ojos, sonrió como si estuviese sintiéndose superior y desafiadora, dio de hombros con un gesto de arrebato, giró el cuerpo sobre sus talones y salió abriendo camino sin darse vuelta, yendo directo para la puerta. -Me he escapado por los pelos de un desastre –se dijo cuando la siguió de atrás, viéndose invadido por el remordimiento de no ser una persona mejor de lo que era.
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Al sentarse nuevamente al redor de la mesa, no logró volver a concentrarse en los estudios, y su fisonomía no ocultaba su inconformidad con lo que le había sucedido. Entendía que siempre se había sentido fuerte entre los hombres, y entre mujeres, tímido. Ellas siempre le habían parecido criaturas misteriosa, frívolas e impredecibles. A cierta altura, alejado ya del estudio, se cuestionó raciocinando con desdén: -Al final de cuentas, lo que uno pueda ganar con su compañía, lo termina perdiendo en libertad. ¿En qué medida nosotros somos capaces de controlar los acontecimientos, y en qué medida ellos nos controlan a nosotros?... Un desmesurado dolor de cabeza lo despertó. Más le pareció que, dentro de su testa, pasaba un desfile de comparsas desfilando en conjunto, y todo el mundo estaba allí, queriendo tocar el bombo al mismo tiempo. Permaneció quieto, con los ojos cerrados, acobardado por ese dolor agudo que lo molestaba, hasta que tiempo después escuchó un movimiento al lado de su cama. Cuando abrió los ojos de repente, la enfermera ya estaba junto a su lado, preparando otra dosis de medicación. -¡Buenas noches!, ¿cómo se siente? –preguntó ella con un mohín jovial. Fobia Entre Delirios
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-¿Ya es de noche? –Roberto sonsacó sorprendido, sin tener la mínima noción del tiempo. -¿De qué día? –agregó. -De domingo… -¿Y hace mucho que estoy aquí… así? -Desde el viernes a la tarde. -¡Mmmm! –murmuró Roberto frunciendo los labios. -¿Por qué? ¿Por acaso, eso es una queja, o una consternación? Su expresión, me da la percepción de que se asemeja más a una sorpresa… ¿No? -¡Da lo mismo! Me duele mucho la cabeza –expresó con fastidio. -Es por causa de la morfina. ¿No siente ningún otro dolor? –inquirió la enfermera mientras levantaba la sábana para observar el estado de los curativos. -¿Morfina? ¡Que no me vaya a pasar lo mismo que a Ernest! –comentó de forma indiferente y perplejo por el tipo de medicación que estaba recibiendo. -¿Ernesto? ¿Quién es? ¿Algún amigo de usted? -Yo dije, Ernest. Y él, no es mi amigo… -respondió certero- Su nombre correcto, es Ernest von FleischlMarxow, y era un médico austriaco que terminaron por amputaron los dedos de la mano, porque se le habían infectado al realizar una autopsia. Fobia Entre Delirios
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-¡Ah, sí! ¿Y fue por eso, que el hombre se volvió dependiente? -Dicen que sus dolores se volvieron crónicos y, por muchos años, tuvo que trabajar bajo un sufrimiento personal intenso; debido a eso, terminó por hacerse adicto de la morfina y la heroína, que es un derivado sintético de la morfina, pero mucho más fuerte... ¿Qué tal? ¿Por qué no me da un poco heroína? -No lo conozco –respondió la enfermera, sonriente, pero sin apartar su mirada de dentro de la sábana que cubría al enfermo. Cuando Roberto percibió que la enfermera le estaba mirando desfachatadamente su desnudez, estuvo a punto de decirle: “Doña, la curiosidad, mata”, pero luego se dio cuenta que ella comenzaba a esterilizarle la región abdominal, retirándole los curativos de la cicatriz. El dolor de cabeza continuaba a comprimirle las sienes, y a la sazón, prefirió volver a cerrar los ojos, apartando la mente del posible suplicio o dolor, que el manoseo de la sutura le pudiese causar. -¡Entonces, es esa droga lo que me hace dormir! pensó avasallado, mientras la palabra “morfina” le revoloteaba suelta dentro de su cabeza. Minutos después, la Fobia Entre Delirios
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insensibilidad lo fue hundiendo cada vez más en un letargo total, y pronto se vio vencido por un sueño profundo. …1968, esa noche Roberto llegó a clase atrasado por causa de una huelga de ómnibus. Al llegar a la puerta de Instituto, un grupo de manifestantes le cerró el paso, y luego se adelantó Nicolás, uno de los integrantes del grupo de “los profesionales” que había en su sala de aulas, y coaccionándolo, le dijo enfático que no entrase, porque ellos no querían carneros en el estabelecimiento. -¡No hay problema! Pueden contar conmigo –les respondió asintiendo a la proposición con cauteloso orgullo, dando de hombros mientras suspiraba teatralmente, y después de mostrarles una sonrisa amarilla, cruzó la calle para dirigirse a uno de los bares donde se reunía la mayoría de los estudiantes. Así que localizó a un grupo de colegas ubicado en un rincón del bar, se aproximó para integrarse a la conversación, y de forma cordial, expresó: -¿Qué tal, gente? ¡Salud para todos! ¿Qué cuentan? Un coro de voces lo saludó jovialmente en medio de la algarabía que retumbaba en el ambiente y de la Cumbia que se desprendía de la máquina pasadiscos. En eso, Oscar tomó la iniciativa de responderle: -¡Hola, flaco! Llegaste Fobia Entre Delirios
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justo a tiempo. ¡Estamos divididos en dos bandos! Unos se van al cine; otros van a jugar futbolín al Subte. ¿Nos acompañas? -¡Estoy con los que van al Subte! ¿Quién son? -¡Óptimo! –exclamó Héctor- Con él, tenemos cinco parejas. Da para organizar un campeonato… ¿Qué tal? Poco después, arrancaron todos a pie para el lado del centro. Iban caminando por 18 de Julio conversando en un bullicio contagioso, alegre, festivo, manteniéndose ajenos al movimiento circunspecto de los otros paseantes de la noche. El tiempo de esa vigilia terminó extendiéndose en divertidas partidas que duraron hasta pasada la medianoche, y para festejar las contiendas, y la victoria final de Roberto y Augusto, campeones de la noche, cruzaron hasta el Palacio de la Papa Frita para dividir tres platos de unas enormes milanesas que servían acompañadas con esa crocante y deliciosa escolta. Con deleite, recordó que ese momento, fue el responsable por marcar el inicio de otras trasnochadas similares, donde algunos de los compañeros de Roberto, cuando no había huelga, sacrificaban con agrado su presencia a las clases de filosofía, italiano y otras materias en que los profesores le parecían ser aburridos, pelmas y Fobia Entre Delirios
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sobones, y se enterraban en el subsuelo del Subte, para interminables juegos de futbolín, como si elles fuesen unos petimetres cualquiera. Sin embargo, unas de esas tantas noches de las que Roberto acudía al Subte y acostumbraba a entretenerse con ese juego, sorpresivamente, vio aparecer a Cacho, su antiguo amigo de juventud. -¿Qué haces? ¿Estás perdido? –expresó Roberto desde atrás de una esplendida sonrisa que, más que mostrar sus dientes, dejaba trasparecer toda la alegría por el reencuentro. -¡Te vine a ver! Me dijeron que andabas siempre por aquí –contestó Cacho con las manos metidas en los bolsillos de la campera, y erguiendo las cejas para demostrar un poco de indiferencia con lo que expresaba. Se abrazaron para saludarse y Roberto, sin dar crédito al comentario, le apunta sardónico: -Si me haces cosquillas, capaz que me lo creo… ¿Te lo pregunté en serio? ¿Qué te trae por aquí? -¡Nada! hace días que paso por aquí para ver si te encontraba. -¿Y quién te dijo que me encontrarías aquí?
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-Unos conocidos… de allá del Instituto. Pero probablemente, vos ni los conozcas. -Yo no soy tan popular así, como para que alguien que no conozca, te hable de mí… ¿Qué pasó? ¿Querés hablar conmigo? ¿Estás con problemas? –inquirió Roberto, desconfiando de que la conversación de Cacho asumía un aire de cómo quien anda por las ramas. -¡Terminá la mano! Así, después nos vamos a tomar una cerveza tranquilos –decretó el visitante, anunciando que aguardaría a que su amigo acabase el partido, para después continuar con su charla en un local más reservado. Otra vez más, las particularidades del temperamento de Roberto quedaron evidentes y luego, él se quedó ensimismado con las afirmaciones realizadas por su amigo, dejándole un sentimiento de desconfianza por cuál sería el verdadero significado de las mismas; y eso le tiró la concentración que necesitaba para ejecutar las jugadas con éxito. Tenía la fisonomía contenida y las mandíbulas apretadas, gotas de sudor germinaron en su frente, y los tendones de sus manos se crisparon; su aspecto demostraba toda la tensión y el nerviosismo del momento. Cuando finalmente se reunieron, Cacho le sugirió que caminasen un poco por la calle Ejido hacia el norte, y un par Fobia Entre Delirios
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de cuadras después, entraron en un bar de aspecto umbrío, donde sólo unos pocos frecuentadores noctívagos, apoyados en la barra, a esas horas tomaban sus últimos aperitivos. Buscaron una mesa apartada, y se sentaron para conversar. -¡Contame un poco de la barra del club! –Solicitó Roberto- ¿Has visto al Tito, y a los otros? ¿Sabes que Pinocho también estudia de noche? Mientras su amigo fue enumerando algunas minucias más actuales sobre los antiguos compañeros, Roberto desvió su mirada para observar a un gato gordo y peludo que salió de atrás del mostrador, y que al caminar sobre el aserrín que había desparramado sobre el piso para sorber la humedad otoñal, ajeno a lo que ocurría en el local, el felino caminaba sacudiendo sus patas para despegarse los minúsculos residuos de madera que se pegaban en sus patas. -¡Parece que está bailando! –comentó distraído sin escuchar las palabras de su amigo, mientras el animal, diestro y dinámico, saltaba ágilmente sobre una silla para acomodar allí toda su modorra. -¡Yo no vine aquí, para hablar de gatos! –reclamó Cacho fastidiado.
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-¡No! Pero es que este animal me hizo reír, porque cuando sacudía las patas, parecía que recién tuviese acabado de orinar… ¡Viste cuando a uno…! -¡Déjate de joder, flaco! Hablo en serio. -¡Esta bien, perdóname! ¡Dale, contame de una vez! ¿Qué andas haciendo? -Nada de importante –respondió- Ando en la vuelta, haciendo algunas diligencias para unos amigos de La Teja. Gente que estudiaba conmigo en el Bauzá –confesó en voz baja, mientras entre hiato y hiato, paseaba la mirada entre la puerta del bar, y los clientes del mostrador, como manteniéndose alerta y agazapado ante el surgimiento de algún movimiento inesperado. Siguieron hablando en rodeos, donde recordaron algunos pasajes de su pubertad, de los bailes de quince realizados en la casa de alguna compañera de liceo; pero como Cacho no hablaba mucho, Roberto se fue por las ramas contándole de su trabajo, de su vida en la pensión, de algunas experiencias con conquistas amorosas pasajeras; hasta que finalmente, llegó el momento en que abordó los estudios en el Instituto, los compañeros, las constantes interrupciones de las aulas por causa de los paros y las
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huelgas, y su consecuente desvió con un grupo de colegas para divertirse en el Subte. -¡Tené cuidado! –expuso Cacho con inflexión grave. -¿Por qué me lo decís? Sabes que yo no hago parte de ninguna tendencia o agremiación… ¡Soy amigo de todos! No me envuelvo en esas cosas. -¡No es por eso que te lo digo! Es porque hay muchos milicos de Investigaciones que andan infiltrados como si fuesen estudiantes… allá en el Instituto. Dicen por ahí, que algunos de ellos, se hacen pasar por novios de las chicas que estudian allí, y se filtran en sus grupos de amigos… -¿Quién te contó? –preguntó sorprendido. -¡Eso no importa! Pero creé en todo lo que yo te diga, porque estoy por dentro de todo lo que está ocurriendo. Roberto sopesó aquellas palabras acusadoras y, mentalmente, recorrió las fisonomías de los novios o dragones de sus compañeras, de los que se reunían con ellos por la noche en los boliches de enfrente del Instituto. Una nube de dudas pobló sus pensamientos mientras recordaba todas aquellas caras marotas. Impertérrito, Cacho lo miró a los ojos y le apuntó: -Y haceme un favor…, no seas ingenuo. Te lo aviso como
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amigo… ¡Cuídate!, que la cosa se está poniendo cada vez más difícil.
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Las semanas siguientes de aquel encuentro con Cacho en el bar, se sucedieron de una forma acostumbrada en su trabajo, pero durante esos días, continuaban a machacarle dentro de la cabeza, las acerbas palabras de aquella exhortación que su amigo le había expuesto de una forma tan
rotunda.
Su
instinto
lo
llevaba
fundar
cierta
desconfianza sobre cuáles serían esas sigilosas diligencias en las que él andaba metido, pero no le dio mayor importancia, aunque en las calles, la agitación social y estudiantil ya era una escena habitual en las principales avenidas de la ciudad. Para Roberto, era un acontecimiento común, ver las marchas de trabajadores militarizados y de los estudiantes de secundario, presentar sus protestos enfrente a las Fobia Entre Delirios
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fábricas, a los liceos, y a donde más se les antojase; como una
forma
que
estos
utilizaban
para
rechazar
vehementemente una inflación que ya bordeaba los 15% mensuales, por el intempestivo aumento del valor del boleto en los ómnibus, por el aumento desmedido de la electricidad, por la escases de alimentos, y por todo lo demás que se les antojase protestar. Esas marchas, hacía tiempo que ya no eran más pacíficas, y en ellas, eran normales los enfrentamientos con la policía; y para contestar las provocaciones y la represión realizada por el gobierno, los manifestantes se utilizaban de diversos procedimientos, que iban desde las roturas de las vidrieras, el pintarrajear con brea las paredes, los apedreamientos, los tiros, los cocteles Molotov, la incitación a paros y huelgas, etc., etc., etc.… No obstante, una cierta tarde en la que todavía no había oscurecido, Roberto llegó a la pensión; y al entrar, notó a doña Matilde sentada en la poltrona que había en el rincón de la sala donde los pensionistas acostumbraban reunirse para conversar. Estaba cabizbaja, con la frente apoyada en las manos. Cuando escuchó sus pasos, ella levantó enseguida los ojos para mirarlo. De inmediato, Roberto se dio cuenta que Fobia Entre Delirios
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estaba triste, despeinada y con los cabellos desarreglados, con la ropa en desalineo y, con seguridad, podía afirmar que había estado llorando. Sin decirle una sola palabra, poniendo a la vista una mueca de tristeza en aquel rostro contorcido por alguna congoja, ella golpeó con la palma de la mano en el lugar vacío que había a su lado en el sofá, sugiriéndole con su gesto, para que Roberto fuese a sentarse allí con ella. En medio a ese silencio con aire de siniestralidad que pairaba en el ambiente, Roberto se fue aproximando, arrastrando los pies como si quisiese ganar tiempo antes de conjeturar algún pensamiento sobre lo ocurrido. Dejó el libro que tenía en la mano sobre la mesa, y se sentó a su lado. Yuxtapuesta, ella reposó su rostro sobre el hombro de su huésped, y con los ojos bajados al piso, comenzó a balbucear casi entre sollozos. -¡Sucedió una cosa terrible…! -¿Qué fue? –preguntó Roberto, ya casi convencido de que alguna cosa terrible hubiese sobrevenido a la pobre mujer. -¡Yo nunca había visto una cosa igual…! –Gimoteó espantada- Nunca ocurrió una cosa así en mi casa… en la pensión... con mis queridos… Fobia Entre Delirios
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-¡Está bien! pero cálmese un poco. Así, en ese estado, yo no logro comprender lo que usted me quiere decir. ¿Qué ocurrió,
doña
Tilde?
–Roberto
fue
pronunciando
calmamente las palabras, mientras le tomaba cariñosamente la mano- ¿Quiere que le traiga un vasito con agua y azúcar? –agregó delicadamente. -¡No, no! ¿Tú conoces a Pascual? -¿Pascual…? -¡Sí! Aquel huésped rubio, de pelo lacio, medio gordito, de ojos claros… Que se pasaba horas leyendo el diario, sentado en aquel sofá cerca de la ventana –expresó llorisqueando mientras apuntaba con la mano el local- Ya estaba con nosotros hacia unos cuatro años. -¡Ah! ¿El Ruso…? –preguntó Roberto, al asociar el nombre con el apodo de la persona, y con la fisonomía descripta por doña Tilde. -¡Sí! ese mismo. -¿Qué le pasó? ¿Qué ocurrió con él? -Hoy por la mañana…, unos hombres entraron aquí, gritando que eran de la Policía. Invadieron el cuarto donde él estaba durmiendo, revolvieron el ropero, los cajones, le tiraron toda la ropa al piso, cortaron todo el colchón, la almohada… -una gruesa lágrima rodó por el cachete Fobia Entre Delirios
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redondo de la mujer, y cayó pesada sobre la falda de su vestido. Roberto, con la boca abierta, no alcanzaba a dar crédito a las palabras que escuchaba de la desconsolada mujer que, entre agudos sollozos, iba narrándole los acontecimientos que tanto la habían consternado. -Destrozaron todos sus papeles, –continuó narrando la mujer- Retiraron todos aquellos recortes de diario que él juntaba, le tiraron los libros puerta afuera, lo sacaron por el corredor todavía vestido con el pijama, le empezaron a dar trompadas en la cara y puntapiés en las piernas, en los brazos, en la cabeza… -¡Oh, Dios! Pero, ¿por qué motivo? ¿No dijeron lo que había hecho? -Yo les dije que era la dueña de la pensión, les rogué que no hiciesen eso con el inocente muchacho; que él era una persona fina y educada… Tú no quieras suponer lo que me dijeron esos truculentos… a los gritos. -¡No! Pero, me lo imagino. -¿Este canalla es fino y educado? –me gritó groseramente en la cara, uno de los tipos- ¡Pues, quede sabiendo que éste hipócrita, es un comunista! ¡Un rojo
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desgraciado! ¡Un traidor de la patria! ¡Un traicionero, un vendido de mierda! -¡Mentira! –yo le contesté furibunda, y quise explicarles que Pascual no podía ser uno de esos comunistas rabiosos, como ellos lo afirmaban; que él nunca me había hecho nada, que nunca había practicado ninguna maldad conmigo, que yo no tengo marido ni familia, y que él, nunca había intentado hacerme nada de malo... -¡Sí!, la entiendo, doña Tilde, pero respire hondo para ver si se repone un poco. -¡Estoy bien, no te preocupes, querido! Lo que me apena, es que Pascua siempre fue tan atencioso y complaciente conmigo. Yo juraba que no era comunista, y que estos animales, eran unos cobardes que se quisieron aprovechar del momento, para pegarle a un indefenso muchacho… ¡Qué horror! ¡Dios mío, qué horror! –sollozó desconsolada después de dar un profundo suspiro. -¿Y se lo llevaron? -¡Sí!, pero primero, ellos me dieron un empujón. Fue con tanta violencia, que me golpeé la espalda contra la pared… Me fui resbalando hasta caer encorvada en el piso, y por eso, me tuve que quedar mirando como lo arrastraban y le continuaban pegando al pobre Pascual. Victoria, la Fobia Entre Delirios
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vecina de aquí al lado, vio cuando lo metieron en la valija de un coche oscuro… ¿No es horrible? ¡Estoy chocada! Al escuchar el relato, Roberto intentó consolar a doña Tilde como pudo, ambicionando reanimarla y haciéndose solidario con la situación, mientras trató de demostrar toda su ignorancia en las cuestiones políticas del momento. Meneando la cabeza en señal de reprobación, le dijo con voz plasmada: -En verdad, yo casi no lo conocía, hablaba muy poco con él. Eventualmente, lo veía leyendo el diario allí en el sofá, pero nunca conversé mucho con él. No sé, si era comunista o no, pero me imagino que para ser preso de esa manera tan brutal como usted me dice, es porque debería ser, nomás; y el Ruso, si en verdad lo era, ya sabría de antemano los riesgos que eso significa hoy en día. ¿No le parece? -No sé, y no me importa si él era comunista o no. Como tú dijiste, ese era un problema de él. Quien escoge ser comunista, hoy por hoy, sabe que hay un precio alto a ser pago. Pero, lo que sí me importa, es que él es un ser humano, y nadie, mucho menos un muchacho educado y atencioso como él, puede ser tratado con toda aquella violencia e intimidación… ¡Cobardes, eso sí…! ¡Son unos cobardes! Fobia Entre Delirios
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-Ahora, mi opinión, creo que lo mejor que hay que hacer, doña Tilde, es olvidarse un poco de todo eso que pasó aquí. -¡Oh, mi Dios! ¿Qué vamos hacer ahora? Justo en ese ínterin llegó uno de los otros inquilinos, y curioso por la escena que veía, les preguntó lo que había sucedido. Después que doña Tilde le relató los hechos con menos detalles, el recién llegado, con cara impasible, expresó: -¡Ah, sí! de seguro que si él era un comunista, ahora va tener que comer el pan que el diablo amasó – expresando su pensamiento sin dirigirse a nadie en particular. Nadie le respondió nada, ni Roberto ni doña Tilde. Entonces se formó un silencio preocupante que envolvió a los presentes en sus conjeturas particulares, y al notar que su frase no había logrado efecto, el recién llegado volvió a comentar con sarcasmo: -¡Ahora, yo quiero ver quién es el qué! ¿Quién es el valiente que va a frenar a los milicos; quien es medroso y va querer esconderse; quien es cobarde y va callarse la boca; quien es traidor y va querer mudarse de lado? -Pues, ¿yo quiero ver quien es nazista y va aplaudir a los gorilas? –retrucó Roberto, con el ánimo medio alterado. Fobia Entre Delirios
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Doña Tilde dejó desprender un suspiro hondo, y enseguida se cubrió la cara con las manos para esconder un llanto dolorido. -Yo no aplaudo gorilas ni soy nazista, pero aplaudo la prisión de los comunistas e izquierdistas, y cincho para ver a toda esa manga de marxistas, metidos atrás de las rejas de una vez por todas –vociferó el recién llegado, haciendo que sus palabras encendiesen la ira de Roberto y socavase aun más el llanto de la mujer. -¡Vos me vas a ver atrás de las rejas, si! -gritó Roberto- Pero no porque sea comunista, izquierdista, o simpatizante de cualquier otra mierda de esas. Pero, ¿sabes por qué?
¡Va ser, porque te voy a quebrar la cara a
trompadas! -¡Ah, sí! ¿Me vas a quebrar la cara? ¡Entonces, vení, hijo de puta! ¡Vení a quebrármela, que yo te mato! –bramó el otro, encolerizado. Cuando comenzó a avanzar en dirección a Roberto, doña Tilda se atracó con el otro inquilino, y llorando como una desesperada, comenzó a gritar a los alaridos: -¡Paren! ¡Paren! ¿Ustedes están locos? ¡Yo no admito una cosa así, dentro mi casa! Acaben ya con esa discusión, o los pongo a los dos en la calle. Fobia Entre Delirios
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Roberto buscó obedecer el dictamen y, a contra gusto, sosegó sus bríos. Con el entrecejo fruncido por causa de la furia que sentía dentro de sí y el calor del frenesí estampado en las mejillas, le dijo que se iba a la cocina para tomarse un vaso de agua. Todavía pálido y trémulo, mordiéndose los labios de rabia, atravesó la sala con aire de derrotado, y subió para su cuarto…
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En el hospital, un amargor agrio en la boca lo trajo nuevamente a la realidad. En ese momento, sentía un profundo deseo de beber agua; añoraba por sentir las preciosas gotas de ese líquido transparente refrescándole la garganta, para que éstas le retirasen ese sabor acerbo que lo oprimía. Tentó chasquear la lengua contra su paladar, para producir un poco de saliva para que al menos le aminorase esa sensación desagradable que sentía. No en tanto, se Fobia Entre Delirios
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entretuvo algún tiempo en ese ejercicio infructífero de atenuar la sed, hasta percibir la entrada de la enfermera en su cuarto. Luego le hizo señas y le pidió agua. -Sólo le puedo humedecer la garganta con una gasa… Hasta que no llegue el médico que lo operó, no puede tomar nada. -¿Y cuando viene? -¡Hoy! Después de que lo bañen –expresó con cierta jovialidad en su fisonomía, como si ese incidente la divirtiese. -¿A qué hora? ¿Bañarme? –balbuceó trastornado. -No se asuste, será una media suela. No va necesitar salir de allí. Mientras Roberto la miraba confundido, la enfermera humedeció con un poco de suero, un achaparrado de paños que realizó eficientemente con unas cuantas gasas, y delicadamente, se lo comenzó a pasar por el interior de la boca. Luego lo sustituyó por otro que fue empapado en algún líquido inodoro y medio salobre, y realizó el mismo procedimiento. A seguir, se retiró sin decir más nada. Minutos más tarde, ingresaron dos mujeres morenas de mediana edad, regordetas, todas puntualmente vestidas
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de blanco, y empujando un carrito que contenía algunas vasijas y palanganas en la parte superior. Él notó que ellas se calzaron unos guantes de látex, y mientras la que le pareció ser la más vieja comenzaba a preparar los instrumentos que iría utilizar, la otra cerró la cortina que separaba su cubículo, dio dos pasos hasta su cama, y ante la sorpresa de Roberto, lo destapó totalmente, quitándole la única sabana que lo cubría. Mostrándose indiferentes ante ese cuerpo desnudo que tenían frente sí, las dos mujeres se pusieron a conversar sobre asuntos relativos a horarios de su trabajo y, sobre algo que a Roberto, le pareció ser unas nuevas disposiciones o reglamentaciones que ellas tendrían que pasar a cumplir a partir de algún día reciente. Él se sentía chocado, atónito, abochornado, al ver como dos mujeres maduras que, inevitablemente a su edad, ya tendrían marido, hijos, y se veían obligadas a tratar el cuerpo de un hombre extraño, totalmente desnudo; y lo que era aun peor, lo tenían que manosear, que tocar, que lavar. Roberto no era, así, tan púdico al extremo, pero no tenía conciencia de haber visto alguna vez una situación similar. Lo que le llamaba la atención, era que estas dos auxiliares hacían su trabajo como si frente a ellas, estuviese Fobia Entre Delirios
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un
ser
inanimado,
alguien
sin
sentimientos,
sin
sensibilidades; actuaban autómatas, sin importarles que el paciente asistiese a la función, como si este fuera un mero espectador sentado en la primera fila del teatro. -¡Sí! este es el verdadero teatro de la vida –pensó Roberto ambiguamente, mientras se entregaba de cuerpo y alma a asistir la función. Ellas le retiraron las ataduras, y la herida quedó expuesta. Cuando le levantaron un poco la espalda, Roberto pudo percibir su cuerpo por completo. Tenía un tajo todo zurcido, que iba desde la punta inferior del esternón, llegando más o menos en línea recta, hasta el final del pubis, casi al inicio del saco escrotal. -¡Mi Dios! Un poquito más, y estos carniceros casi me castran –recapacitó enigmáticamente, al cerrar los ojos por un instante. Los volvió abrir repentinamente. En ese momento, como quién agarra ratón muerto por la cola, una de ellas tomó la punta de su pene con dos dedos, y fuera del asombro que la escena le causó, él pudo observar una fina y trasparente cánula plástica que salía del mismo, y se perdía a los pies de la cama.
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Tiempo después, demostrando agilidad y preparo en el desempeño de tan humillante tarea, y no sin antes haberlo manoseado y refregado a contento, las mujeres terminaron su trabajo, cambiaron las sábanas, arreglaron un poco la sala, y sin darse la molestia de dirigirle la palabra, se marcharon triunfantes, dejándolo desnudo sobre una cama aciaga. Atrás de ellas, apareció un hombre de lentes redondos de aro de metal y aire de intelectual, y expresó de forma flemática: -¡Buenas días! Yo soy el doctor Paulo, fui unos de los integrantes del equipo médico que lo operó. ¿Cómo se siente? -¡Como la mona! – respondió Roberto, sin saber que otra cosa responder. -¿Por qué? –dijo el doctor, en el exacto momento en que apoyó el estetoscopio helado sobre el pecho depilado del paciente. -Me tienen muerto de sed –reclamó. -Eso ya va pasar, luego voy a prescribir que le den un poco de agua. ¿Le duele alguna parte? –dijo el hombre, mientras aproximaba un poco su rostro en la herida que permanecía al descubierto.
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-Un poco la parte del estómago… Pero nada del otro mundo, es como si fuera un malestar –comentó Roberto, mientras dibujaba una mueca de fastidio con sus labios. -La cicatrización está óptima. ¡El susto ya pasó!; ahora hay que tener paciencia, y pronto podrá irse para un otro cuarto más cómodo, hasta que le den de alta. -Entonces era eso –caviló ensimismado- Estoy en el centro de tratamiento intensivo –pensó circunspectamenteEs por eso, que me tienen con todos estos armatostes alrededor mío, con todos estos caños enchufados dentro de mi... Su pensamiento fue interrumpido, porque enseguida vio ingresar a una enfermera que él no conocía, y prontamente el médico le murmuró algunas orientaciones con relación a la limpieza de las suturas, y alguna otra cosa que no alcanzó a percibir. Luego, éste lo saludó cortésmente, y se marchó de la misma manera indiferente con la que había llegado. Roberto se quedó mirando con el rabillo del ojo, como la enfermera hacia pacienzudamente su trabajo, y una vez que ella le cubrió la cicatriz con nuevas ataduras, no sin antes pasarle un tipo de ungüento cremoso y amarillento, esta lo tapó nuevamente con la sabana limpia, y expresó con Fobia Entre Delirios
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una sonrisa que a él más le pareció ser de sarcasmo: ¡Ahora, vamos a los medicamentos! -¿Y el agua, enfermera? ¡Tengo sed! -¡Ahora, no! Cuando vuelva a despertarse. Roberto se dio cuenta, que hacía varios días que no comía nada, pero hasta ese momento, esa cuestión no lo importunaba. Lo que él tenía, era sed. Sus ojos parpadearon una y otra vez, y el letargo comenzó a tomar cuenta de sí. Segundos después, ya dormía profundamente. …El otoño de 1968 estaba en pleno auge y el frio inclemente ya daba señal de que el invierno próximo caería inflexible sobre la ciudad. Sin embargo, esas nubes oscuras que se avizoraban en el horizonte, eran el prenuncio del esperpento de una tempestad diferente. Ráfagas entusiastas de millares de partidarios exaltados, comenzaban a desbordarse por las calles, queriendo levantar la voz contra la insensatez. Esa mañana, Roberto estaba sentado al lado de la ventanilla del ómnibus cuando este ya se aproximaba del Palacio Legislativo. Para su sorpresa, el colectivo fue detenido en una calle secundaria, porque los alrededores del Parlamento estaba totalmente tomado por una multitud de Fobia Entre Delirios
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exaltados. Eran los tales comicios que en la noche anterior le tenían anunciado en el Instituto. Recordó que la noche anterior, la clase de filosofía había sido interrumpida por un grupo de estudiantes del Directorio Académico. El bando había entrado a la sala, y uno de ellos, le pidió permiso al profesor para hacer una declaración que ellos consideraban importante, y para el desconcierto de Roberto, el profesor asintiera cómodamente si pestañar. Mientras otros tres integrantes del grupo fueron distribuyendo la hoja de un manifiesto impreso, unas banderolas y un pasquín de letras rojas, el líder, que dijo llamarse Carlos, comenzó a hablarles en un tono grave y exaltado, alguna cosa que sonó como: “Ustedes ya deben haber examinado los pancartas y los carteles que hay expuestos en el Instituto, avisando para que todos concurran mañana al Palacio para asistir el cónclave que nuestros líderes organizaron como forma de presionar el Congreso a votar las reformas de base. Existe una previsión de que vayan doscientas mil personas al acto; y nosotros, los estudiantes, también estaremos allá para marcar nuestra posición a favor de las reformas. Mañana, el pueblo uruguayo en pie, dará una demostración de unidad y Fobia Entre Delirios
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patriotismo en la defensa de las soluciones populares y nacionalistas para los problemas que existen en nuestro país. Será una declaración de conciencia social y fuerza política, convencidos que estamos, de que compete a todos los ciudadanos trazar los destinos del Uruguay…” ¡Todos juntos por las reformas de base! –gritó finalmente, mientras erguía el puño cerrado hacia el cielo. Hubo muchos aplausos así que Carlos terminó su discurso, y de inmediato, una muchacha de pantalones vaqueros y con la cara llena de barritos purulentos, se adelantó y tomó la palabra para decirles: Nosotros de la UNE (unión nacional de estudiantes), también queremos registrar nuestro protesto, y denunciar aquí, más uno de los crímenes perpetrados por esos lacayos de los Yankees. El Presidente Pacheco Areco y los provocadores de extrema derecha, quieren amedrentar a la clase trabajadora y amordazar la conciencia nacional. Quieren silenciar a los estudiantes con golpes de bastón y sablazos, o arrojándoles bombas de gas lacrimógeno; pero no lo conseguirán. La última madrugada, ellos intentaron incendiar el palenque armado para la asamblea… ¡Fracasaron! –expresó iracundaTrabajadores que estaban acampados en las cercanías, pusieron a esos criminosos para correr. El palenque ya fue Fobia Entre Delirios
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reparado. Nada ira detener el avanzo de las fuerzas progresistas… ¡Todos juntos por las reformas de base! – vociferó la muchacha, imitando a su líder y levantando también el brazo con el puño cerrado. Nuevamente, aplausos inflamados se desparramaron en la clase mientras el grupo dejaba la sala. El profesor, que hasta ese momento había asistido al discurso en silencio y apoyado junto al pizarrón, dio por encerrada la clase porque no había más tiempo para nada. Roberto meneó la cabeza en desaprobación. Se sentía perjudicado. Cuando dio por si, notó un griterío de aflicción dentro del ómnibus. Soldados de la Guardia Metropolitana estaban mandando a todos los que iban a bajarse en las cercanías, que descendiesen ya del colectivo porque que todo el tránsito estaba interrumpido en las inmediaciones del Palacio Legislativo, y que un fuerte enfrentamiento se llevaba a cabo en esos momentos enfrente a la Facultad de Medicina, entre los manifestantes revoltosos y las fuerzas de seguridad. Determinante, como es la voz de todos los que ostentan el poder que les proporciona el atuendo militar, avisó que el ómnibus sería desviado por otras calles, y que retomaría General Flores, sólo a la altura de Garibaldi. Fobia Entre Delirios
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Otra vez más, Roberto se sintió perjudicado por la actitud de los otros, pero al observar por la ventanilla, notó que a lo lejos regurgitaba un hormiguero de gente desde todas las esquinas, algunos portando pancartas que habían sido escritos velozmente con tintas rojas y negras, donde se leían frases como: “Reforma agraria, ya”, “Yankees, go home”, “Abajo los gorilas”, “Legalidad para el Partido Comunista”, “Solidaridad con los empleados de El Sol y Época”,
“El
FIdeL
está
con
los
trabajadores”,
sosteniéndolos firmes contra el viento encajonado de la avenida Agraciada, mientras eran apoyados por un vocerío que cantaba eslóganes inflamados contra el Presidente, los Ministros y los Parlamentares.
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En ese momento, Roberto estaba sólo en su dormitorio, porque apenas tres días después que la policía se había llevado al Ruso de la pensión; su compañero de Fobia Entre Delirios
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cuarto, Francisco, había hecho apresuradamente sus valijas, y se mandó mudar sin dar explicaciones de lo que fundamentaba esa actitud precipitada. Para él, no era muy difícil imaginarse los motivos de tan sorprendente decisión, pero como por esa época, nadie contaba nada a nadie sobre las actividades extracurriculares en las que se entretenían, era factible imaginarse cuáles eran los miedos y las turbaciones que ocurrían en las mentes de los estudiantes y los jóvenes de la ciudad. Aun recostado sobre la cama, con pereza de levantarse, tuvo que concordar con lo que le había dicho su amigo Cacho a poco tiempo atrás. La cosa se ataba poniendo fiera. Hacía pocos días que el Presidente Pacheco Areco había decretado las medidas permanentes de Pronta de Seguridad, y como si fuese poco tener que vivir en ese Estado de Sitio, para demostrar su fuerza, el MLN había hecho volar por los aires la planta emisora de la Radio Ariel, mientras que la Policía de Montevideo y Canelones, apoyadas por el Ejército y la Fuerza Aérea, comenzaba a revistar minuciosamente las zonas suburbanas de la capital, una gran parte de los balnearios costeros de los departamentos de Canelones, Maldonado y San José, y comenzaban a practicar intensos allanamientos en busca de Fobia Entre Delirios
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elementos subversivos, armas, y explosivos pertenecientes a la organización clandestina. No tuvo más remedio que reconocer que la indignación estudiantil había llegado a su ápice, haciendo estallar
enfrentamientos
diarios
en
casi
todas
las
dependencias de las Facultades y de los Liceos Públicos de la capital, y se organizaban movilizaciones de forma inorgánica por diversos lugares de la ciudad, lo que provocaba un verdadero estrés en la fuerza policial. Finalmente tomó coraje y salió de debajo de las cobijas, dejando en la cama una montaña de incertidumbres. Cuando finalmente llegó a la avenida, se sorprendió con la cantidad de gente que había en las paradas de ómnibus aguardando por conducción. Entre tanto, jeeps del Ejército circulaban remolones por entre el tráfico, mientras sus ocupantes,
con
desesperadamente
rostros a
sus
compungidos, carabinas,
aferrados
encaraban
los
transeúntes buscando descubrir entre estos, por algún señal que delatase su emoción. Inesperadamente, mientras decidía para que dirección encaminar sus pasos, Roberto casi se tropezó con Silvia, una de las antiguas muchachas que había estudiado junto con él en el liceo. En ese momento, no le despertó la Fobia Entre Delirios
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atención el gran bolso marrón que ella llevaba sobre la espalda. Se saludaron animosamente y pasaron a intercambiar palabras entretenidas sobre las últimas novedades de los dos, allí en medio al movimiento de centenares de personas. En ese momento, un ómnibus abarrotado, con un contingente de almas vivas colgadas en las puertas, pasó en alta velocidad ignorando a los que le hacían señal para que parase. Algunas personas llegaron a bajarse del cordón de la vereda y pasaron a hacer gesticulaciones en el medio de la calle; otras, súper indignadas, pasaron a despotricar contra la madre del chofer, contra el gobierno, contra los sediciosos, contra los estudiantes, y contra todo aquel que se le antojase, como si eso fuese una válvula de escape para sus frustraciones mañaneras. -¿Para dónde vas? –preguntó animado, al ver que ella no tenia libros en las manos. -Tengo una reunión en el CPC. -¡CPC! ¿Lo que es, CPC? –quiso saber, imaginando que era algún centro de ayuda para estudiantes pobres, o cosa por el estilo. Ella sonrió superior delante de la ignorancia de Roberto, y le respondió iluminada: -¡Me causas gracia! Fobia Entre Delirios
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Pareces que recién viniste de Marte… ¿No sabes lo que es el CPC de la UNE? -No sé mucho sobre esas cosas –confesó apocado. -CPC, es el Centro Popular de Cultura. Ellos promueven shows de música, piezas de teatro, pasan películas, distribuyen libros de poesía y realizan debates sobre el arte en general. Estoy interesada en el área de música –apuntó con toda su jovialidad. El reaccionó con indiferencia ante el arrebato de animación que ella demostraba. No era para menos, al final de cuentas, él no entendía nada sobre ese tema; un asunto que era reservado para las personas inteligentes, sensibles, cultas, y él, estaba seguro que no se encontraba entre ellas. En ese momento escuchó detrás de él, que un hombre de traje y corbata, le decía a una señora que llevaba un chiquillo de la mano: “Hay paro parcial, porque están incendiando los ómnibus”. -¡Psss! ¿Me escuchaste? –pronunció la muchacha. -¡Perdona! Estaba distraído… ¿Qué me dijiste? -Si vas a clase hoy, porque te veo con los cuadernos en la mano –dijo espantada. -¡No, no! Pero de cualquier manera, me tengo que ir. ¡Chau! Fue un placer haberte encontrado –pronunció Fobia Entre Delirios
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Roberto, visiblemente desquiciado, al final de cuentas, no podía trabajar porque no entregaban la mercadería que vendía, y no podía estudiar porque estaban de paro, no había ómnibus… –¡no hay un carajo!- protestó malhumorado. -Aparécete algún día por el CPC –convidó la muchacha antes de retirarse. -Está bien, cualquier día de estos, me doy una vuelta por allá. ¡Chau! –alcanzó a gritarle desde donde se encontraba. Roberto quería aprovechar esa mañana para ir a la Biblioteca Nacional y sacar algunos apuntes. El ómnibus donde finalmente se hallaba, circulaba indolente por 18 de Julio; pero en el caderón interior de su entelequia, ya se estaba aderezando a fuego lento, un caldo de vicisitudes que, sin desconfiar, luego despertarían en su quintaesencia, aquel espíritu aventurero de su mocedad. A la altura de la calle Minas, el tránsito ya estaba totalmente parado. Los vehículos estaban siendo desviados para otras calles; y al espiar por la ventana del colectivo, notó que algo fuera de lo común estaba sucediendo unas pocas cuadras más adelante. Sin lugar a dudas, estimó que era otra manifestación de protesta que se realizaba en frente a la Facultad de Derecho. Fobia Entre Delirios
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-¿Será que logro llegar hasta la Biblioteca? – calculó con desánimo, y una vez más se dijo para sí: -Otra vez, tengo la sensación que estoy siendo perjudicado… No titubeó frente a la decisión a tomar, pues a esa altura de los acontecimientos, cualquier uno ya puede imaginarse el desbarajuste de pensamientos, sensaciones y sentimientos disímiles que se enmarañaban dentro de la cabeza de Roberto. Se bajó del ómnibus y comenzó a caminar en dirección de los acontecimientos, al final de cuentas, la Biblioteca quedaba a un par de cuadras de allí. A medida que se aproximaba de la esquina de Gaboto, percibió que los empleados de las tiendas bajaban las cortinas apresuradamente; y de los edificios, veía vomitar de sus entrañas, más y más personas hacia el calor de la calle, dificultando a cada paso, y cada vez más, el transitar sosegado por la avenida. Pronto
percibió
que
había
un
desmedido
amontonamiento de transeúntes y de policiales armados. A lo lejos, el gas lacrimógeno, probablemente de las bombas que habían sido detonadas durante la mañana entera, impregnaba el aire, llevando a las personas a llorar sin la necesidad de tener un motivo aparente. Fobia Entre Delirios
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El tráfico de la avenida había sido cortado alrededor de un amplio perímetro del centro de los hechos, y en las esquinas, camionetas de la policía anti motín y carros de combate, estaban a puestos para entrar en acción así que alguien se los ordenase. La sensación que tuvo, era de que, a cualquier momento, estallaría una guerra; y todo iba a sucederse bien enfrente a sus ojos húmedos, por causa del efecto del gas irritante. Al aproximarse un poco más de la esquina de Dieciocho y Gaboto, el escenario que se descortinaba a su frente, era aterrador. En el interior de un espacio que había sido aislado por un cordón hipotético, casi hombro a hombro, se perfilaban centenares de policías armados hasta los dientes, y unos tres carros blindados anti motín y dos furgones con torres lanza agua, circulaban frenéticamente para un lado y otro del perímetro. Frente al edificio de la Facultad y del Liceo Francés, dos ómnibus se incendiaban, desprendiendo de sus meollos, unas densas nubes negras de humo. Por las calzadas, centenares de soldados a caballo, sables en mano, protegían a sus colegas de un posible ataque sorpresa. Amparados por los carros de combate, y con los propios escudos que utilizaban, los soldados de la Fobia Entre Delirios
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Guardia Republicana y Metropolitana, hacían uso de sus lanzas granadas, apuntándolas contra los manifestantes atrincherados en la azotea de la facultad, y a la vez, intentaban esquivarse de una lluvia de piedras, cascotes y botellas de cocteles Molotov que los manifestantes les arrojaban. Militares a pie y Policías Civiles, algunos de ellos vestidos a paisana, bajo gritos de advertencia y empujones, convidaban obligatoriamente a los intrépidos pasantes, para afatarse lo más deprisa de allí. El cielo tenía una coloración umbrosa, y en el aire pairaba una densa nube de tonalidad semifusa, proveniente de la mezcolanza dispuesta por la humareda de dos ómnibus que se calcinaban, y del gas lacrimógeno que era lanzado por la policía. El barullo ensordecedor de las sirenas de las ambulancias y de los patrulleros, fragmentaba el sonido de los gritos y los insultos que provenían de los altoparlantes de los revoltosos.
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-¡Están saliendo! –alguien gritó emocionado desde algún lugar de la hilada de curiosos que, a esas alturas, se aglomeraban imprudentes en todas las esquinas. En ese momento, policías y militares se desplazaron para varios lados intentando ocupar sus puestos, he ir al encuentro de las resoluciones que eran gritadas a todo instante por sus superiores. Los caballos también se encresparon nerviosos, sus poderosos músculos se contraían haciendo que los montadores, para dominarlos, uniesen firmemente sus cuerpos a la silla cuando estos comenzaron a mover sus imponentes traseros para todo lado, mientras sus cascos pisoteaban, excitados, por sobre las baldosas de las veredas y en el asfalto de la calle. Lagos de un acre orín equino y montañas de bosta, hedían por doquier. Cuando una onda de mirones imprudentes comenzó a empujar hacia adelante, quien sabe, intentando poder asistir mejor al entrevero y driblar la prohibición de los uniformados; Roberto dejó de lado la razón, y sin darse cuenta del riesgo que corría, impulsado por la emoción y el Fobia Entre Delirios
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entusiasmo que hervía dentro de su pecho, rompió la línea del perímetro y avanzó, justo cuando la policía empezaba a golpear a la multitud de observadores, a bastonazos y cachiporrazos. En la parte central, se había posicionado la tropa a caballo, y los jinetes, impertinentes y de sable en mano, se preparaban, exaltados, para ejecutar el ataque. En los bordes de las aglomeraciones, varios policías
comenzaron,
irascibles, a arremeter y hostigar contra los transeúntes más inflamados, mientras que los otros guardias atropellaban a los demás, intentando dispersarlos, creando con su frenesí, varias aéreas de correrías de entremetidos despavoridos. De pronto, al avanzar disimuladamente por la vereda, Roberto escuchó el galopar enloquecido de un caballo atrás de si, montado por un guarda que, con el sable empuñado, se le venía encima con intención de degüello. Se agachó, y la hoja afilada del acero reluciente silbó sobre su cabeza. Impulsivamente, todavía caído, tomó una piedra en cada manó y las arrojó, sin éxito, en dirección al policía. En ese instante, la confusión por los alrededores ya era enorme. El humo impedía la visión, las explosiones de las granadas de gas y las alarmas de las sirenas, se juntaban al griterío de las personas que corrían desesperadas de un Fobia Entre Delirios
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lado al otro de las veredas en busca de resguardo. En ese momento, los policías y los soldados, ya podían contarse a los millares. Atrás de los árboles, y agazapados a la zaga de los carros
blindados,
centenas
de
fotógrafos
apretaban
frenéticamente los obturadores de sus máquinas, para registrar los rostros de los coreógrafos de esa ópera caricaturesca que se desenrollaba ante ellos. Sin embargo, estos no eran profesionales trabajando incansablemente para alguna empresa periodística, y si, policiales a paisana, preocupados en captar solamente las fisonomías de los intrusos. Roberto no lo sabía. Recuperado del susto, él percibió, que más adelante, en medio a la batahola, un grupo de personas, buscando protección, forzaba la puerta de hierro de un edificio, que alguien, por detrás, intentaba afanosamente cerrarla. Se juntó a ellos, y mal entró, jadeante y lagrimeando, la puerta se cerró pesadamente a sus espaldas. Sin saber qué hacer, también subió corriendo las escaleras junto con un grupo de mujeres y hombres, que al alcanzar el segundo piso, entraron en un salón donde fueron bien recibido por los presentes.
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Una vez allí, asustado, anduvo junto a los otros hasta llegar a las proximidades del ventanal. Todos lagrimeaban por el efecto del gas que se colaba por las junturas de los marcos, y mismo así, se codeaban y empujaban para poder mirar lo que sucedía en la calle. Roberto se fue aproximado cautelosamente por detrás de los últimos, donde logró escuchar algunas mujeres que murmuraban oraciones y suplicas, y a otros, que decían que sólo aguardaban el final de los eventos, para poder marcharse a sus casas. Apretado entre ellos, observaba atento la correría brindada por los soldados, por los caballos, y los carros de combate, donde, de vez en cuando, reparaba que arrastraban a algún que otro infeliz, y lo colocaban a bastonazos dentro de las camionetas. Tenía miedo de ser expulso de allí, o de ser identificado como uno de los revoltosos; y con un ojo en la ventana y el otro vigilando la puerta de entrada, se mantenía alerta a la posible incursión de los truculentos policiales. Una de las mujeres de más edad que estaba a su frente, murmuraba algunas preces entre dientes, y de pronto elevó su voz amedrentada, exhortando: -¡Recen, gente!, recen para que no nos ocurra nada… ¡Podrían ser nuestros hijos, lo que están allí! Fobia Entre Delirios
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Enseguida, ella comenzó a rezar un avemaría en voz alta y los demás respondieron en coro, y al instante comenzaron a persignarse como quien prepara su alma para el momento final. El tiempo fue pasando, y mismo que el resquicio del gas irritante aun perjudicase sus ojos, Roberto todavía podía ver con nitidez el área sobre el cerco policial. De pronto, bien abajo del ventanal, se realizó un parlamento entre un capitán de la fuerza de choque y algunos oficiales, y a seguir, los jinetes en sus monturas y con los sables desenvainados, tentaron contener sus caballos agitados que querían salirse de la ordenación. Después, estos comenzaron a organizar un corredor de protección sobre la acera, y por altavoces, pasaron a informar a las personas para que evacuasen los edificios. Entre los pares que finalmente intentaban ganar la zona libre, Roberto dejó el salón sin saber a qué empresa o entidad pertenecía, o quienes eran esas personas que lo habían protegido de lo peor. Bajó la escalera a los saltos mientras franqueaba los escalones de dos en dos, y cuando alcanzó el hall de entrada, se juntó a los otros individuos que aguardaban el mejor momento para salir.
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Una vez en la calle, sintiéndose protegido por los cuerpos de las personas que se desplazaban hacia la esquina, intentó escabullirse de la mirada sagaz de los policiales que los vigilaban. Cuando la dobló, empezó a correr desesperadamente sin ninguna dirección. Quiso apartarse del lugar lo más rápido posible, y unas veinte cuadras adelante, ya jadeante y si aliento, se sentó al borde de la vereda, y con el rostro escondido entre las manos, empezó a llorar. Todavía tenía la respiración agitada, no del esfuerzo, sino de la emoción, y su pecho subía y bajaba rítmicamente… Cuando se despertó, la enfermera estaba otra vez a su lado tomándole la fiebre, y notó que lo observaba con una fisonomía preocupada. -¿Qué sucedió? –Preguntó solícita- Usted estaba agitado y gimoteando… ¿Estaba teniendo alguna pesadilla? -¡Hola! ¡Mmmm…! ¡No se!, pero le puedo asegurar, que tengo una sed horrible –Roberto le respondió apático, sin saber lo que había ocurrido. -¡Está con suerte, el médico lo liberó para que tomara un poco! Sus ojos se pasmaron, cuando la enfermera le extendió un vasito plástico descartable, de esos que Fobia Entre Delirios
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comúnmente se utilizan para servir café. Dentro, lleno hasta la mitad, estaba el precioso líquido. -¿Sólo esto? –preguntó, después de volcárselo sobre su boca y sorberlo en un santiamén. -¡Sí! Pero no se alegre mucho, porque por ahora, serán solamente 50 ml por día. Si no se presentan contratiempos, la cantidad podrá ser aumentada… de a poquito. –le apuntó con una perturbadora expresión de franqueza. -¡Gracias por avisarme! Capaz que me ahogo con tanta cantidad… -Esa no es la cuestión –intervino expresando azoradaEs que su organismo, todavía no está preparado para procesar cualquier sustancia, ya sea líquida o solida. Roberto no respondió. Se quedó sobrecogido, meditando sin comprender, sobre la sentencia que acabara de oír, y permaneció con los ojos dirigidos hacia las jeringas que la enfermera preparaba con la medicación. Una fue inyectada dentro del frasco de suero que la enfermera acabara de cambiar, y las otras dos, las enclavó de a una, en el catéter que él tenía en el pecho. Minutos después sintió nuevamente la pesadez de los parpados, y un desvanecimiento que lo fue paralizando de a poco, hasta que al fin, se durmió profundamente. Fobia Entre Delirios
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…-Una muchacha vino a verte –le dijo doña Tilde, cuando Roberto llegó esa noche a la pensión. -¿A verme? ¿A mí? ¿Quién era? –interrogó asustado, mientras intentaba desenterrar en su mente, quien podría ser esa enigmática mujer. -¡No se! Pero me pareció simpática y atractiva – comentó la dueña de la pensión. -¿Qué quería? ¿Cómo se llamaba? ¿Dejó alguna cosa para mí? –continuó preguntando, sin imaginarse quien sería esa subrepticia persona. -Dejar, no dejó nada, pero me pidió que te avisase que tu amigo Cacho, te espera mañana en el bar del gato… A la misma hora que la otra vez. -¡Cacho! ¿El bar del gato? ¿Está segura que ese es el nombre del lugar? –inquirió preocupado, sin lograr identificar el lugar de la cita. Fobia Entre Delirios
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-A mí también me extrañó el nombre, pero ella dijo que tú sabrías identificar a donde es. Después, se fue como llegó. -¿Qué extraño? –Comentó Roberto, y se encogió de hombros- Igual, gracias, doña Tilde, por el aviso. Ya veré quien es –comentó afablemente, antes de dirigirse a su dormitorio. -¿En qué andas metido, muchacho? –murmuró la mujer, pero él no alcanzó a escucharla. Mientras subía las escaleras, escudriñó la mente en busca de la conclusión del enigma. No había caso, no podía dar con la solución. Lo ensimismaba el motivo que había llevado a Cacho, a buscarlo en la pensión. Estaba seguro que esa no era la forma que él tenía de proceder, salvo, si fuese por algún motivo primordial y apremiante. -¿Qué sitio será ese, que él escogió…? Sólo puede ser un local sencillo -pensó resoluto, al final de cuentas, los dos, nunca habían sido dados a ese tipo de encuentros clandestinos. -Parece mentira, lo conozco hace una ponchada de años, y ahora percibo que no sé casi nada de él… -caviló enigmático- Bueno, perdimos un poco el contacto desde que yo fui me fui a estudiar al liceo Miranda y él lo hizo en el Fobia Entre Delirios
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Bauzá –reconoció con pesar- ¿Será que los estudiantes de allá eran más alborotadores que los que compartieron las salas de aula conmigo? No, sin lugar a dudas, en los dos estaban la flor y nata de los pendencieros. Dudo que haya habido algún otro liceo con más izquierdistas que aquellos dos… -determinó efímeramente con convicción. -¡Ya sé! –pronunció finalmente en voz alta, mientras se daba un golpe en la frente con la palma de la mano abierta, como si con ese gesto lograra despertar toda su incredulidad. -¡Sólo puede ser allí! –terminó de afirmar cuando entró en su dormitorio. Recostado sobre la cama, con las manos cruzadas atrás de la cabeza, se puso a recordar con una punta de nostalgia, la época en que un grupo de estudiantes fanáticos había ido hablar con el director del liceo, para comunicarle que ellos iban a ocupar la institución. En aquel momento, lo había sorprendido la actitud corajosa del
administrador,
cuando este se negó a cederles las llaves; sin embargo, más se había sorprendido, cuando al día siguiente, alguno de los integrantes de la turba de revoltosos, puso fuego en el laboratorio. Nadie consiguió descubrir quién era el que había organizado el atentado. Esa situación le había dejado Fobia Entre Delirios
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la impresión de que, a partir de ese día, el director nunca más se había negado a obedecerlos. Enseguida, cerró los ojos y se durmió. A la duodécima hora del día siguiente, cuando el cielo ya había perdido casi todo su tinte rojizo en la línea del oeste, y el viento soplaba gélido desde el sur; la penumbra en la calle Ejido se hacía cada vez más intensa, a medida que Roberto dejaba para atrás la luminosidad proporcionada por las vitrinas iluminadas, y el neón de los carteles que resplandecían en las marquesinas de los comercios de la avenida 18 de Julio. Ya rondaba la calle en dirección al bar donde lo habían citado. En el local, esa noche había un poco más de gente que la vez anterior, pero mismo así, encontró vacía la misma mesa que ellos habían ocupado la otra vez. Se sentó, y pronto ordenó que le sirviesen un café cortado, y una medialuna rellena. Decidió que si era para hacer antesala, prefería esperarlo de barriga llena. El tiempo fue pasando, y el tránsito fue perdiendo un poco de su vigor de fin de tarde, dejando lugar al paso de algún que otro vehículo. Al estar con la vista perdida por detrás del ventanal, en cierto momento le despertó curiosidad ver, por la Fobia Entre Delirios
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segunda vez, a un coche que circulaba con demasiada pasividad; sólo que de esta vez, identificó a Cacho como siendo el abstruso acompañante de quien lo manejaba. -Este Juan pelotas, piensa que no lo vi… ¿Será que era para encontrarnos aquí? –caviló con una punta de preocupación. Al cabo de más algunos minutos, finalmente lo vio entrar, y se dio cuenta que había una otra persona con él. Era un tipo un poco mayor que Cacho, de cabellos castaños encrespados que le caían casi sobre los hombros, y le salían por debajo de una boina que tenia incrustada hasta los ojos. –¡Éste, parece unos de los locos del Millán! –reconoció, haciendo alusión al hospital de dementes que queda en esa avenida. Lo miró con una sonrisa que se le fue apagando lentamente al notar la cara de preocupación de su amigo, y por fin, más reacio, dijo al levantarse para saludarlos: -¿No encontraban el lugar? -El lugar, yo ya sabía cuál era… -pronunció Cacho en voz baja mientras una mirada avizora recorría todo el salón. -Lo que quería, era cerciorarme de que no te habían seguido a vos –terminó por apuntar al momento que acomodaba la silla para sentarse. Fobia Entre Delirios
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-¿Y quién me iba a seguir? -Los mismos que te fotografiaron en la avenida. -¡A mí! ¿Estás mamado? ¿Quién? ¿Cuándo? – interpeló supremamente. -¡Shhh! Habla bajo –dijo el otro acompañante, mientras se llevaba el dedo indicador a los labios, señalizando silencio. -¿Quién sacó fotos de mí? –volvió a preguntar impaciente. -¡Los milicos! –apuntó Cacho en un balbuceo. -¡Imposible! –Gesticuló en desaprobación- Yo no me metí en ningún lio –terminó por confesar absorto. -¿Por una de esas casualidades, vos no estuviste metido en la confusión de la Universidad? -¿Estás loco? Si están de paro… -¡No! Me refiero a cuando hubo aquella revuelta con los milicos, para desalojar a los compañeros en el mes de julio. -¡Ah, sí! –asintió Roberto, y a seguir, terminó por relatarle los pormenores de aquella confusa situación cuando había querido ir hasta la Biblioteca. -Bueno, para que sepas, los milicos acostumbran sacar fotos de todos los que hacen parte de las manifestaciones… Fobia Entre Delirios
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-¿Y para qué? -No lo hacen para coleccionar, pedazo de un nabo. Esa es una manera que los de Investigaciones utilizan, para identificar a los cabecillas, a los que ellos llaman de reaccionarios, a los que más tarde van a vigilar para descubrir que posible participación pueden tener en la organización. -Pero, por tirar dos o tres piedras locas, no me pueden culpar de nada. -¡Nadie te está culpando! –corrigió el de la boina metida hasta los ojos, con una mirada penetrante. -¿Vos estas a la par de lo que ha pasado en las últimas semanas? –preguntó Cacho, aproximando la cabeza al centro de la mesa y pronunciando las palabras como si fuese un susurro. -Más o menos, sabes que la censura no permite que se den muchas de las noticias de lo que está ocurriendo – resaltó Roberto, en un tono de sigilo similar al que estaba usando su amigo. -No sé si te enteraste que Aréchaga, el Ministro del Interior, hace varios días ordenó el allanamiento de la Universidad y otros locales de enseñanza, y que los milicos sustrajeron
de
Fobia Entre Delirios
ellos
algo
de
material
docente, Página 315
documentación varia y todos los ficheros con los datos personales de los estudiantes… -No lo sabía, pero me imagino que ahora estarán comparando las fotos que tienen, con las que existen en las fichas de los estudiantes. -¡Sí!, es algo así –concordó el de boina, que dijo llamarse Germán. -¿Y te parece que ellos me van a querer cagar por eso? –inquirió Roberto con sarcasmo. -Los tipos no son bobos. Ellos comienza a juntar algunas puntas sueltas que tienen por ahí; analizan con quien vivís, donde estudias, quienes son tus parientes, tus amigos, en que ocupas el tiempo, tu trabajo, tus compañeros; cosas por el estilo. ¿Me comprendes? -¿Y quiénes son los que están detrás del secuestro del presidente de UTE…? ¿Cómo mierda es que se llama…? Reverbel, ¿No es ese? -¡Shhh! Aprende de una vez por todas, que nunca se debe preguntar nada, a nadie. Nunca comentes cualquier asunto con nadie. Ni con hermanos, primos, sobrinos… Pariente ninguno. Mucho menos con extraños –expresó furibundo, pero con voz baja, el tal de Germán. -Si queres hablar de algo, es mejor que hables de futbol, de mujeres; Fobia Entre Delirios
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pero nunca cuentes lo que haces, ni preguntes lo que los otros hacen. Esa indiscreción te puede costar la vida, flaco. Chacho meneo la cabeza en señal de duda, y miró con excitación directamente a los ojos de Roberto. Al final, le dijo con determinación: -¡Esto no es un juego! ¿No te distes cuenta todavía? -¡Yo no estoy jugando a nada! –Expresó sobresaltadoLo único que sé, es que ya estoy cansado de sentirme perjudicado por todo lo que ocurre a mi alrededor. -¿Entonces querrás una entrada para el baile? – preguntó Cacho, mientras Germán lo miraba taciturno. -¿Cómo voy a querer ir al baile, si no se bailar? – respondió usando el mismo sentido enigmático de la pregunta. -A bailar, se aprende. Basta querer y tener disposición, que siempre habrá quien te enseñe. Pero no te olvides, que este baile, solo tiene una puerta de entrada, y una vez adentro… tenés que bailar si o si. ¿Comprendes, lo que te quiero decir, no? –señaló Germán con el rostro circunspecto, y la entonación recia, manteniendo en voz baja la conversación.
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-Mejor nos vamos –pronunció enseguida, al percibir por la ventana, a un patrullero que bajaba despacito por la calle Ejido. -¿Y, qué hago? –manifestó Roberto cuando los otros se levantaron de la mesa. -Ahora paga la cuenta, que dentro de algunos días, alguien entrará en contacto contigo… por ahora, aguántate en el molde, y mantente alejado de cualquier cosa que suceda. A estas alturas, es fácil imaginarse que el caldo de sus sentimientos ya comenzaba a hervir en fuego lento, y la animosidad y los últimos contratiempos, no lo dejó percibir que cuando se lida con actividades secretas o clandestinas, una sensibilidad más aguda puede estimular engañosamente la fantasía de la persona.
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Roberto se despertó con un dolor punzante en el vientre. La puntada en el lado izquierdo que le retorcía las entrañas, lo devolvió a la penumbra del cuarto. Decidió mantener los ojos cerrados, mientras sus labios apretados y el rostro fruncido, dejaban escapar el tamaño del malestar. Sentía unas ganas locas de fregarse el abdomen, de apretar con la punta de los dedos la parte de los intestinos que más le dolía, pero las propias suturas de la operación dolían más que el interior de su cuerpo. Exhaló un leve bufido de mortificación y abandonó la intención de apretarse el lugar. Se concentró en otros pensamientos llegando a creer que, posiblemente, el dolor indicaba que quería evacuar… -¿Y cómo hago, si tengo ganas? –meditó absorto, al depararse con un episodio tan vulgar y corriente. Cuando llegó la enfermera, lo primero que le contó, fue sobre ese dolor impiedoso que sentía en la región izquierda del estómago, y presumiendo que factiblemente se debía a que necesitaba mover el vientre. -¡Imposible! Sus intestinos están vacios –sumarió determinada- Usted no tiene nada en los intestinos desde que lo operaron. No ha comido nada desde entonces. El dolor tiene por origen en la secreción gástrica, e indican que Fobia Entre Delirios
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recién ahora están comenzando a entrar en funcionamiento normal. -¿Y qué tiene que ver mis intestinos, con la operación? -¿No lo sabe? ¿El doctor no le contó cómo es que se realiza ese tipo de intervención? -Para nada. A mí me operaron de urgencia –indicó Roberto, como si su ignorancia le sirviese de disculpa. -Está bien; cuando venga el médico, ya le contará como se la hicieron. Pero si está reclamando, es un signo de que está mejorando. ¿O me equivoco? -Depende de lo que a usted le parezca, ese sentido de estar mejor. Yo me siento como el… ¡está bien! olvídese, lo que importa es que todavía respiro. Ella aventó una corta risita burlona y se concentró en la preparación de los medicamentos que necesitaba suministrar al paciente. -¿Me va a dar morfina otra vez? –Roberto preguntó con impaciencia -Me parece que hoy, usted se despertó de mal humor. -No, pero esa cosa que me dan, me hace dormir como un angelito.
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-Es para eso mismo. Cuanto más tiempo duerme, mas rápido se recupera. -¿Cómo, así? –dijo Roberto, arqueando las cejas para demostrar su inopia. -¿Usted nunca vio a los perros cuando están enfermos? Ellos ni se mueven, se quedan echados por días, hasta que se recuperan. Pero la morfina, es para que no sienta dolores… -¡Entonces, deme más! -¡Mi Dios! Como usted refunfuña. Hoy le ha dado para regañar por todo, hombre. -La enfermera tiene razón, fui muy grosero con ella – reflexionó Roberto silenciosamente, al ver el mohín de fastidio en las facciones de la mujer. -¡Me disculpe! –balbuceó, dejando escapar una sonrisa tenue desde la comisura de los labios. -No se preocupe -ella se justificó - Comprendo que todo esto lo molesta, pero todo lo que hacemos, es por su bien. Mismo que no le guste mucho y lo tengamos un poco harto con los incómodos que le ocasionamos. Con todo, si sigue en ese tren de recuperación, en un par de días lo mandan para un cuarto del hospital. ¿Qué tal la idea?
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Roberto no respondió, porque fue cayendo en un sopor suave, que mismo de ojos abiertos, el embotamiento que lo dominaba le suspendía el razonamiento y le quitabas las ganas de hablar. La enfermera se retiró del cuarto, con la certeza de sus últimas palabras habían caído en el vacío. …-¿Si estás a fin, necesito que me hagas unas gauchadas? Manifestó Cacho, mientras los dos juntos, pedaleaban un botecito en el lago del Parque Rodó. -¿Cómo anda tu trabajo? –preguntó, sin que le diera tiempo a responder la pregunta anterior. -Está volviendo a repuntar… Después que largaron el Frigonal, pasamos a vender los productos de unas chancherías que no tienen mucho renombre, pero como los precios son buenos, en mi zona, eso me proporciona una buena diferencia contra las marcas tradicionales. -Declaró mientras subía y bajaba los hombros en un movimiento de desgano. -¿Y te sobra tiempo? -Las tardes enteras, ya que los estudios están suspensos por causa de toda esa anarquía que vos ya sabes. -¿Qué queres? Yo te avisé que el camino que emprendimos, no tiene vuelta.
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-Lo que me apena, son esas tres muertes desnecesarias –declaró Roberto con un poco de amargura en la voz. -Ahora, Liber, Hugo y Susana, son nuestros más jóvenes mártires del movimiento. Y necesitas comprender, que a veces, algunas muertes se justifican y son necesarias, cuando el objetivo es lograr la victoria final. Tenemos que estar preparados para aceptarlas, como inclusive, estar dispuestos a todo, hasta las despiadadas torturas que se practican con los compañeros presos y que, seguramente, las harán en nosotros si nos encarcelan. Desde hacía tiempo que los sentimientos de Roberto estaban confusos. Había toda aquella atmosfera de heroicidad, de una manifiesta acción exaltada burbujeando en su alrededor. Y mismo sin poseer aquel ardor que mueve la pasión de las personas, o de tener algo del fanatismo con el cual un individuo defiende con entusiasmo una causa, él sentía voluntad de participar más activamente. De a poco, mientras pedaleaba frenéticamente, como si en cada movimiento de su pierna descargase con ella su ira, las palabras efusivas de Cacho lo fueron envolviendo, y sin darse cuenta, le fueron despertando de vez aquel carácter indócil de antaño, aquella voluntad inquebrantable de querer
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realizar proezas y hazañas que desafiaban a quien se interponía delante de sí. -¡Puedo ayudar! -exclamó azorado- No sé muy bien lo que puedo hacer, pero si me lo decís, podes contar conmigo. -Por ahora, serás un “silvestre” –determinó su amigo, mientras le extendía su mano para estrechar con ella una alianza definitiva. -¿Qué
es
un
“silvestre”?
–preguntó
Roberto
desorientado. -Son los individuos que dan apoyo de pertrechamiento y actividades colaterales de sustentación a los CATs. Pero sus acciones, son fundamentales para concluir con éxito las estrategias de la organización. -¿Más específicamente, lo qué? -Ejecutan las tareas de correo, de contactos, sirven de custodios para vigilar a los que se les requisita su coche, compras de sustentos y otras cosas por el estilo. ¿Por qué? -¿Y esos tal de CAT, que significan? ¿Comandos especiales de ataque? ¿Son los que asaltan y arremeten…? preguntó sugestionado. -No me hagas reír –pronunció Cacho, suspendiendo los delirios de su amigo. –Esto no es como lo hacíamos antiguamente. Son, lo que nosotros llamamos de “Comités Fobia Entre Delirios
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de Apoyo a los Tupamaros”, que nada más es, que una periferia de apoyo dirigida para auxiliar a las columnas centrales o a la columna ejecutiva, y que actúan intuitiva y autónomamente en los lineamientos estratégicos del MLNT. -¿Y donde se reúnen, o se juntan para deliberar? -Son pocos los que te conocerán, y muy pocos a los que vos iras a conocer. No te preocupes con nada de esas cosas. Cuanto menos sepas, será mejor para vos. El adiestramiento te será dado de a poco, después que paces por algunas etapas previas y ejecutes algunos trabajos que te solicitemos –apuntó enigmático, mientras direccionaba el bote para la rada del embarcadero. Sacó una hoja del bolsillo de su gabán, y se la extendió a Roberto diciendo: -Necesitamos que vigiles los pasos de esta persona. Allí tenés los datos; pero lo importante, es que anotes toda su rutina durante las próximas semanas –las palabras le salían autómatas de la boca, en cuanto sus ojos realizaban una rápida barredura en el contorno del lago. -¡Queda en mi zona! –dijo Roberto con admiración al dar una mirada en el papel.
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-¡Guarda eso de una vez! –Cacho gesticuló indignado, y avivaba su mirada para todos lados, y como si su cabeza acompañase el movimiento desquiciado de un ventilador. -Nunca leas nada cuando te lo den. Solamente escucha con atención, y después, cuando estés solo, lo miras con calma. Hay que tener mucha cautela –recriminó excitado al percibir la ingenuidad de su amigo. Cuando llegaron al muelle, él saltó primero del bote y le dijo que el próximo encuentro, sería dentro de quince días en el Planetario. –Estaré allá en la función de las cinco. ¿Ok? Chau, cuídate. Roberto se quedó mirándolo apartarse. Cacho caminaba con pasos decididos y seguros, -como los de aquellos que tienen determinación de espíritu– pensó acallado al observar el modo de andar de su amigo. Aprovechando la calidez de la tarde, estableció que era oportuno ponerse a caminar un poco por el parque para meditar sobre las instrucciones, las advertencias y el ordenamiento sugerido por Cacho; al final de cuentas, su determinación implicaba en un nuevo comportamiento, significaba dejar de ser un mero asistente que observaba con ojo crítico desde una platea imaginaria, y pasaba a ser un protagonista de los acontecimientos. Fobia Entre Delirios
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Sin percibirlo, los pasos lo fueron llevando hasta las cercanías de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Sin embargo, le llamó la atención que todo estuviese tan quieto en rededores del edificio. Un silencio inescrutable indicaba que el local estaba vacío. Continuó andando con pasos perezosos en dirección a Boulevard Artigas para tomar allí, un ómnibus que lo llevase en dirección al centro de la ciudad. A lo lejos, escuchó que un ruido de sirenas comenzaba a fragmentar la tranquila discreción del parque. El rumor inicial, luego aumentó para una estridencia mayor, y cuanto más Roberto apresaba sus pasos en dirección a la avenida, más intensa era la estridencia grave de las alarmas. Al aproximarse cada vez más, su ansiedad iba provocando un estremecimiento interno que lo alborozaba. El eco traído por el viento provenía claro desde la Facultad de Arquitectura.
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Desde la esquina de 21 de Septiembre, alcanzó a notar el cruzamiento de los dos Bulevares tomado por una muchedumbre de estudiantes y asambleístas que, de brazo dado, habían organizado un extenso cordón humano para aclamar en un sólo grito y a una única voz, eslóganes belicosos de protesto y de desagravio contra la tiranía del gobierno; o solidarizando todo su apoyo a favor de las agremiaciones y los sindicatos que venían recibiendo el peso directo de la truculencia policial. Algunos de los provocadores lemas cantados, hacían una apología directa a la censura y exigían la sublevación del pueblo contra la actuación de los Ministros: Antonio Francese de Defensa Nacional, y César Charlone de Hacienda. Otras expresiones virulentas, reivindicaban la participación más activa de los habitantes a fin de que demandasen la retirada inmediata de las medidas prontas de seguridad establecidas por el Presidente para reprimir las agitaciones y violar los derechos de los ciudadanos. El tumulto corría dentro de una normalidad aparente, donde se podía oír el abucheo y los gritos de los manifestantes reunidos en un grupo conciso que blandía las pancartas entusiastamente. No en tanto, carros de combate, Fobia Entre Delirios
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y soldados de la Guardia Metropolitana y Republicana, iban reforzando cada vez más su contingente policial, que ya se perfilaba con la intensión clara de emparedar a los sublevados, y someterlos a golpes, si fuese necesario. No demoró mucho para que la provocación suscitase el enfrentamiento de las dos fuerzas, haciendo que ambas avanzasen en dos bloques dispuestos para la refriega. En ese entretanto, varios vehículos de las fuerzas del orden llegaron por 21 de Septiembre para reforzar su presencia; y a unos cincuenta metros de distancia donde se encontraba Roberto, la tropa armada desembarcó. En ese momento, alguno de los curiosos que estaba parado cerca de él, empezó a gritar con las manos colocadas a cada lado de la boca como si quisiese hacer de ella una corneta, vociferando: -Los milicos quieren impedir nuestra manifestación. Si somos pocos, no vamos ni conseguir salir de aquí. Si somos muchos, ellos no nos tirarán de aquí. Vamos unirnos para salvar a los estudiantes. Vamos unirnos para mostrarles nuestra fuerza. Todo mundo de brazo dado… ¡Vamos! ¡Vamos! La hoja de papel que Roberto llevaba doblada en el bolsillo de la camisa, comenzó a pesarle toneladas de circunspección. –¿Qué hago?- se preguntó, buscando Fobia Entre Delirios
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prudencia en su decisión. -¿Y si voy al encuentro de los soldadescos para no ser confundido con los revoltosos? – pensó atarantado. -¡Son tiros! ¡Son tiros! –alguien gritó en ese momento, cuando repercutieron en la atmósfera unos sucesivos estampidos que se sobresalían al bochinche de la avenida. -¡Tírense al piso! ¡Tírense al piso, ya! –gritaron otros, blandiendo sus brazos como quien intenta dirigir una orquesta. Roberto se derribó precipitadamente en el suelo al igual que una bolsa de papas que la tiran de un camión. Quedó agazapado en su terror al escuchar los sonidos de las nuevas detonaciones retumbando en los oídos, y el barullo inflexible de las botas de la tropa taconeando el cemento para ahogar los gritos encolerizados de los contestadores. Sintió que lo atropellaban, que le pisoteaban las piernas, los brazos, la espalda, y sin querer, otro impotente al igual que él, le reventaba un dedo y una uña de un pisotón. Entre tanto, a su rededor fue una desbandada de gentes, y en un meridiano de luz que se formó a su frente, percibió la caterva de policiales que, de armas en puño, Fobia Entre Delirios
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formaba un paredón compacto asumiendo una postura que demostraba estar dispuestos a disparar. -¡Paren, personal! ¡Paren! ¡No huyan, cobardes! – alguien gritó escondido de atrás de un árbol. Fue el tenor de esas palabras que apartaron Roberto de su torpeza ante el caos que se avecinaba, y sin vacilar, se puso de pie y emprendió carrera como un desesperado, dirigiéndose en dirección opuesta a la manifestación. Avanzó algunos metros desorientado, y luego tropezó con un latón de basura lleno de restos de comida de un restaurante de las adyacencias, cayendo con los brazos dentro del mismo. Las migajas y los desperdicios respingaron sobre el rostro, el pelo, y le ensució la camisa. Se levantó y empezó a sacudirse los brazos para librarse de los residuos que aun estaban pegados en el cuerpo y en la ropa. Quiso avanzar nuevamente, y patinó en el suelo seboso y sucio, trastabillándose y hundiéndose nuevamente entre las cascaras de fruta y restos de comida cocida que había desparramado en la vereda. Un hombre se aproximó para ayudarlo a levantarse, y él le preguntó cuántos eran los que habían caído. -Uno sólo… ¡usted! -¡No!, en el tiroteo –se corrigió. Fobia Entre Delirios
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-¡Ah! yo alcancé a ver como a tres o cuatro. -¿Muertos? –pronuncio Roberto admirado, mientras se recostaba contra una pared e probaba sacarse un poco más de la mugre que tenía en la ropa. -No sé decirle. Los estaban metiendo dentro de las camionetas para llevárselos. -¡Milicos asesinos! ¡Raza despreciable! –pronunció entre dientes, mientras sus manos, en el intento de limpiarse una vez más la camisa, tocaron descuidadamente en la hoja que llevaba en el bolsillo. El color del miedo pintó en su rostro tomándolo de una palidez insólita. Lo mejor, –raciocinó- es que encuentre ya, una manera de alejarme de aquí –determinó lacónico, girando la cabeza en varias las direcciones, evaluando cual de todas significaría la salida segura. Entonces, caminó con pasos firmes primero, y cuando estimó estar lo suficiente lejos, comenzó a correr alucinadamente mientras sentía el corazón batir acelerado. Cuando creyó estar lo suficiente lejos y necesitando recuperar la respiración y calmar la fatiga, se sentó en una plazoleta y se puso a pensar en los últimos sucesos. -Con la policía tirando para matar, sólo un loco para querer enfrentarlos –suspiró turbado- Lo peor, es que Fobia Entre Delirios
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mismo los que como yo, no los querían enfrentar, o no sabían nada de aquel protesto, o no querían meterse en el conflicto, podían llevar un balazo en el pecho y morir sin saber por qué; o hasta podían ser presos sobre cualquier pretexto. Respiró hondo para hurgar por un poco más de aire, y tras otro exhalo profundo, llegó a la convicción de que: Justamente hoy, ser preso en un tumulto como aquel, era la peor cosa que me podía suceder. -¡Gracias a Dios que escapé! –dijo finalmente conformado, mientras sus ojos recorrían el estado lastimero de su ropa, y el olor agrio le penetraba en las narinas provocándole una arcada. -El que me vea así, seguramente va pensar que soy como letra de tango, que de un drama, terminé en tragedia – rió con una risotada profunda, en cuanto las lágrimas le rodaban calientes por las mejillas… Pequeños corpúsculos de sudor cubrían la frente de Roberto como si fuesen abalorios de perlas o diminutos diamantes engarzados en una joya preciosa, y una tos seca convulsionaba su cuerpo encima de la cama, causándole un dolor agudo en el vientre de modo tal al de un cuerpo que se parte en dos. Fobia Entre Delirios
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La enfermera entró en el cuarto atraída por el sonido de la expectoración, y apoyó su mano sobre la frente para medirle la temperatura corporal del paciente. Todo estaba normal, inclusive, las percusiones precordiales del corazón. -¡Mmmm! Tengo sed –murmuró Roberto al abrir los ojos- y al toser, me duele toda la herida –agregó afligido. -¿Ya no le dieron antes? –preguntó una enfermera de pelo oxigenado, que lo llevaba preso en una cola de caballo. -¿Cambiaron el plantel? –curioseó, al percibir que era la primera vez que la veía. -¡No! Estoy haciendo solamente una sustitución –se disculpó la enfermera, retirándose de la sala. -¡Ahhh! ¿Y mi agua? Ella no le respondió, y al volver segundos después, le entregó una almohada indicándole: -Colóquesela sobre el estomago, y apriete contra si con las dos manos cada vez que quiera toser o estornudar. ¡Así, ve! –le mostró, ubicándola sobre la barriga y apoyando las dos manos de Roberto sobre ella. –Eso ayudará a ser más soportable el dolor – agregó. -¡Gracias! Pero no me trajo el agua –reclamó. -Ahora, no. Después que venga el doctor a examinarlo. Primero va tener que higienizarse –dictaminó la Fobia Entre Delirios
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enfermera, justo en el momento que las dos auxiliares entraban con sus enseres y con la misma impasividad de siempre. Roberto cerró los ojos para ahuyentarse de la escena y evitar tener que mirar aquellas dos fisonomías estoicas que, de guantes en mano, vapulearían su cuerpo como quien trata el esqueleto de un muerto antes de colocarlo en el ataúd. Escuchó que alguna de ellas comenzó a dar secuencia a una charla que ambas habían dejado en suspenso, y establecía comentarios en código para referirse a la supuesta intención de algún empleado del hospital, que le habría llevado la carga, invitándola para salir. La compañera, conservando la misma inflexión de voz que se utiliza en un confesionario, aprovechó para ensalzar la circunstancia de su compañera y tejer su comentario cifrado sobre lo que ella misma haría en situación similar. Al terminar de repetir rutinariamente la tarea, las auxiliares volvieron a dejarlo desnudo sobre la cama y se retiraron sin más ni menos, permitiendo que a su salida, entrase un hombre que, al mirarlo, Roberto tuvo ganas de largar una carcajada.
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El individuo llevaba un bigote al estilo Clark Gable debajo de su nariz, y el pelo, debido a la falta del mismo sobre la cabeza, se lo peinaba desde la lateral izquierda por encima de la pelada, y lo llevaba colado al cráneo, como si se lo hubiese lamido una vaca. -¡Buen día! –le dijo con voz de trueno- ¿Cómo se siente? -Bien, pero me duele mucho cuando toso –explicó Roberto exhibiendo una careta de sufrimiento. -Es normal –comentó el hombre-, sé que no es confortable, pero de a poco, a medida que cicatrice, el dolor ira disminuyendo. ¿Le enseñaron a sujetarse la barriga con una almohada? –preguntó, mientras apalpaba la región a los lados de la cirugía y el toque le producía nuevos dolores agudos en el paciente. Roberto asintió positivamente con un movimiento de cabeza, y el médico volvió la cabeza para hablar dirigiéndose a la enfermera: -Mañana ira comenzar con la fisioterapia, y levántele un poco la cabecera de la cama… unos treinta centímetros, a lo máximo. El restante de las prescripciones, se las dejaré anotadas en el prontuario – avisó flemático.
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-¡Buena recuperación! –dijo para el paciente, dándole dos golpecitos cordiales en la pierna, y se retiró. Solamente después que el médico se fue, la enfermera le dio un pequeño vasito con agua y le suministró los medicamentos. No más de diez minutos después, Roberto dormía profundamente.
32 …Media hora antes de lo combinado, Roberto estaba sentado confortablemente en una de las mesas del bar “Chivito de Oro” en pleno Dieciocho. Era el caer de una tarde cálida que la muchedumbre aprovechaba para caminar por la principal avenida. Ordenó al mozo que le sirviera un Martini Roso acompañado con la tradicional picada, y se dedicó a continuar leyendo: “Los Sufrimientos del Joven Werther”, una obra prima de Goethe. Cuando sospechó que una sombra se le había arrimado por la espalda, dio vuelta el rostro y se deparó con un joven bien vestido, de traje, pelo corto, barba rasurada, Fobia Entre Delirios
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con un portafolio en la mano que le daba un aire de ejecutivo de alguna gran empresa. -¡Hola! ¿Hace tiempo que llegaste? –le preguntó el extraño. -¡Perdóname!, pero no te conozco… -comenzó a disculparse Roberto, desconfiando quien era su interlocutor. -¡Soy Germán! –le dijo el recién llegado, mientras arrastraba una silla para sentarse frente al atónito comensal. -¿Germán? –balbuceó Roberto frunciendo los labios, escamado. -¡Sí! No te asustes, con mi nuevo visual, nadie más me reconoce. -¡Ahh! Tenés razón, estas muy diferente de la última vez que te vi… ¿Y Cacho? –preguntó curioso. -Está muy ocupado en unos trabajos… -dijo meticuloso, en cuanto paseaba la mirada por el restante de las mesas del bar, y apaciguaba su desconfianza. -¿Trajiste lo que te pidieron? –agregó reservado. -El que me llamó por teléfono, dijo que era para estar aquí a esta hora, y colgó. Yo pensé que era Cacho el que me había citado –respondió con recelo.
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-Fui yo, el que llamó. A partir de ahora trataras conmigo directamente –afirmó indiferente- ¿Trajiste? – interpeló mirándolo a los ojos. -Está en el libro –señaló Roberto indicándolo con la mirada. Germán tomó el libro como quien lo ojeaba disimuladamente, y retiró las hojas dobladas que había en la contra capa, colocándoselas con sordina en el bolsillo interior del saco. Depositó nuevamente el libro sobre la mesa y agarró un puñado de maníes salados del platillo, metiéndoselos de una sola vez en la boca. -¿Para que pierdes tiempo leyendo eso? Tenés cosas mejores para entretenerte. -¿Cómo qué? –preguntó Roberto arqueando las sobrecejas. -Como Dostoievski, Marx, Rousseau, Sartre, para comenzar. Son mucho más interesantes que esa… -Esta, es una novela sorprendente, porque trata de un amor mal resuelto, que de drama, se convirtió en tragedia – se adelantó a manifestarle Roberto. -Pero no te ayuda con otros conocimientos sobre nuestro asunto –ponderó el otro.
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Roberto no le respondió. Se limitó a menear la cabeza con un gesto pensativo. -Tenés que elegir un nombre –prorrumpió Germán sacándolo de su abstracción. -¿Para qué? -Lo pasaremos a usar como mote en el grupo. El mío, no es Germán, y tu amigo es conocido como Vladimir – preponderó- No lo llames más de Cacho – decretó con la firmeza de quien está acostumbrado a mandar sin pedir explicación. -¿Humberto está bien? –indicó Roberto sobriamente. -Si te parece bien, no hay problema… Bueno, sí, uno más. Tendrás que mudarte de pensión. -Pero, ¿para qué?, si allá donde estoy, nadie me conoce. -Para tu seguridad, y la nuestra. Yo te voy a dejar una dirección y el nombre de una persona, para que la vayas a ver. Es una pensión más disimulada, que queda enfrente al Hospital Pereira Roussell. -¿Allí,
disimulado?
–objetó
Roberto
con
introspección. -¡Sí! porque hay muchas familias con niños que vienen del interior, y están solamente de pasaje mientras los Fobia Entre Delirios
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médicos atienden a sus hijos… Claro, es un poco más barullenta que la tuya, pero mucho más segura. Roberto tuvo que concordar con la determinación, mismo contrariado por tener que abandonar la pensión de doña Tilde, pero concluyó que Germán tenía razón en lo que le proponía. -Regístrate con el nombre que elegiste, y no te hagas problema que nadie te va a pedir documentos. Esa, es gente amiga. El muchacho volvió a tomar el libro entre sus manos, y sigilosamente introdujo una hoja doblada en la contratapa del mismo. Roberto disimuló la mirada, direccionando sus ojos más allá del ventanal de la calle Paraguay. -Es necesario que comiences a vigilar este local y me descubras algunos datos que para nosotros son muy relevantes. Tenés toda la información que se requiere, detallada ahí en el papel. Así que tengas las descripciones, me avisas. -¿Dónde? -preguntó sucinto. -Todas las mañanas paso a las diez frente al Teatro Ateneo, sino, siempre a la tarde a esta misma hora, paso por aquí –acordó- Eso sí, dame siempre diez minutos de tolerancia, por cualquier cosa. Fobia Entre Delirios
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-Si no te encuentro en un determinado día, vuelvo al siguiente… ¿es eso? -¡Sí! Pero, es posible que sea otra persona la que mantenga contacto. Siempre tenés que estar preparado para esa virtual contingencia. -¿Cómo? -Por las dudas, tenés que estar siempre con un libro en la mano. Escoge uno que te agrade, ¿dale? -¿Puede ser El Quijote, de Cervantes, o el Martin Fierro, de José Hernández, o si te gusta más, El Mío Cid, escrito por un fulano cualquiera? ¿Cuál te parece mejor? -¿Por qué no, Crimen y Castigo, de Dostoievski? -Porque lo hayo medio pelma. -¡Está bien! El Cid Campeador, sirve. Es una buena epopeya histórica que narra las luchas para reconquistar un territorio usurpado durante más de ochocientos años. Al cabo de unos pocos minutos Germán se fue, y Roberto se sintió tentado a revisar las hojas, pero desistió de cometer la indiscreción en medio de tanta gente, atinando ser más prudente pagar su ticket y dejarle una propina para el mozo directamente en la mesa. Cuando volvió a la pensión, subió directo para su dormitorio y, aprovechando que su compañero de cuarto no Fobia Entre Delirios
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estaba, se recostó en su cama y abrió la hoja que había recibido. Se sorprendió al ver escrito en el título: “Financiera Monty”. Entendió que la tarea que le habían designado, significaba una tentativa audaz de pertrechar… Al despertar nuevamente, un leve espasmo le sacudió el cuerpo. La destemplanza del aire acondicionado del hospital dejaba su sala más fría de lo que estaba acostumbrado, y cubierto solamente con la sábana, tuvo la sensación que una frialdad excesiva dominaba el ambiente. Estiró el brazo y apretó el interruptor de la campanilla silenciosa para llamar a la enfermera. -¡Estoy con frio! –le dijo cuando ella llegó. -Extraño, pues la temperatura es la misma –apuntó la mujer mirando hacia el boquete donde se encontraba la salida del aire acondicionado. Enseguida se retiró sin decir nada. Al volver, traía una manta leve de algodón, que se la colocó cubriéndole desde los pies hasta la altura del pecho. –No se preocupe- dijo a seguir-, enseguida va entrar en calor cuando haga los ejercicios. Roberto quedó cavilando sobre la sentencia que acabara de escuchar. -¿Cómo, ejercicios? Si mal puedo moverme… ¿Qué piensan hacerme? Fobia Entre Delirios
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Algún tiempo después que él no supo precisar con exactitud por causa de su veladuerme, entró una joven muy simpática, cabellos presos en una cola de caballo, ojos redondos y negros como la noche, labios carnosos y delicados que le sobresaltaban de un rostro cubierto por una piel sedosa y tostada, se paró a su lado y con voz delicada anunció: -¡Hola! Soy su fisioterapeuta. Durante unos días voy a tener que mortificarlo un poco. Pero es por su propio bien. ¿Y entonces, que me dice? -Yo no digo nada. Ni sé como ustedes piensan que yo voy a poder realizar ejercicios en estas condiciones – reclamó sobre protesto. -Va ser de a poquito; dos veces por día. Y ni tiene que salir de la cama, porque los ejercicios son para expandir la capacidad de sus pulmones. Hace muchos días que está acostado y sin movilidad. Necesita hacer algunas prácticas para no acumular líquido en los pulmones y evitar una perineumonía –fue anunciando en una entonación pausada y acompañada de una sonrisa casi angelical que de rayano, le removió toda la incertidumbre que Roberto tenía hasta el momento. A seguir, retiró de su bolsa una botella plástica que tenía agua hasta la mitad, y con un tubito introducido en una Fobia Entre Delirios
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lateral del recipiente. –Sople diez veces y descanse- ordenó enfática al aproximarle la cánula a la boca –Vamos repetir el ejercicio cinco veces… ¿Está pronto? Comience – dictaminó, mirándolo con ojos embaucadores capaces de sortear toda inquina.
33 Un mes después del encuentro en el “Chivito de Oro”, Roberto se mudó; no en tanto, no había sido para la pensión que le había determinado Germán, y si, para un apartamento situado en la avenida Centenario, cerquita de la avenida Italia. De la misma manera, tampoco habían permanecido limpios los lugares que habían sido programados para sus contactos. Todo había sido mudado de repente. Los intensos allanamientos que eran practicados a diario por la Policía en toda la ciudad, habían llegado hasta la puerta de aquella dirección de Boulevard Artigas, momento en el cual, fueron sorprendidos y encarcelados dos simpatizantes del movimiento; y el aplazamiento titubeante de su partida repentina de la pensión de doña Tilde, -me Fobia Entre Delirios
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salvó la vida- alcanzó a pensar cuando se enteró de los hechos. El aguantadero en el que pasó a residir, era dividido con otras cinco personas, entre los cuales, había una muchacha –Emilia- que vivía maritalmente con quien se hacía llamar por Raúl. Ambos eran clandestinos y se limitaban a dar entrenamiento para las acciones belicosas que irían ser practicadas por su grupo. Allí se debatían exhaustivamente las tácticas efectivas de copamiento, captura, secuestro, decomiso, reclusión, escondite, y cualquier otro procedimiento que permitiesen llevar a efecto con éxito la acción directa del grupo, o de los diversos grupos que formaban las diferentes columnas del movimiento
subversivo;
incluyéndose
también,
el
adiestramiento para el uso de armas y explosivos.. Los que estaban “limpios”, podían salir diariamente a la calle para elaborar sus tareas habituales y proveer el sustento de los que debían permanecer encubiertos. También, eran los encargados de realizar los levantamientos de albos, el correo y enlace entre las esferas de coordinación; el cumplimiento de algunos atentados de bajo perfil o discretos, pero que eran considerados como muy
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importantes para el desenvolvimiento de los reclutas inexpertos. No en tanto, el tiempo libre que les quedaba, era disipado en entretenimientos que permitiesen mantener unidos a los moradores del escondrijo. Lo común, era el juego de cartas, y entre ellos, lo tradicional, era “el truco”; juego de naipes donde la mayor parte del éxito, consiste en engañar a los contrarios haciéndoles creer que se tiene tal o cual juego, y los que juegan, se ven obligados a hacer prodigios de astucia y disimulación para conseguir los 30 puntos que garantizan el triunfo. Roberto, o Humberto, nombre con el cual era conocido en el apartamento, pronto se sintió atraído por ese juego de sentimiento y virtudes personales, mismo que en esa época le faltase la picardía de la esencia del juego que únicamente se adquiere con el pasar de los años. Siempre que posible, lo practicaba en el “mano a mano” con algún compañero, o formando equipos de 3 personas, donde el juego es llamado de “punta y hacha”, o si no, organizaban el “truco gallo” que consistía en partidas de dos contra uno. Roberto se consideró fascinado por un tipo de juego que requiere de los participantes tener algo de coraje y guapeza, ya que en los peores momentos del partido el Fobia Entre Delirios
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jugador tiene que agrandarse y alardear algo que no tiene, en este caso, buenas cartas. Raúl fue su instructor principal, y las palabras iniciales que él había pronunciado en un primer momento, le quedaron grabadas en su subconsciente. –Por último, y una de las cualidades más importantes –le dijo con morigeración-, y las que hacen la esencia de este juego, es la mentira, ya que el partido se basa en el dialogo y el engaño, donde hay que hacer creer al rival una fortaleza en el juego que nos tocó en suerte, y que en realidad no existe. Por eso, que este juego es ideal para mentirosos, y si vos no lo sos, tenés que aprender a serlo de una vez. Pasaron
el
verano
68-69
envueltos
en
esas
entremedias y festejando el victorioso éxito del día 28 de noviembre, cuando una de las columnas de la organización había desempeñado con superación el asalto perpetrado contra el Hotel Casino Carrasco, acto en el que se apropiaron de varios millones de pesos, valor indispensable para construir nuevas bases y sustentación de las existentes. Es probable que ese episodio fuese el responsable por generar un cierto aire triunfalista en todos los círculos de la organización, pero en verdad, luego en febrero se sucedieron otros no menos exitosos, donde la participación Fobia Entre Delirios
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de Roberto contribuyó en buen grado para reforzar los cofres del movimiento. Finamente había llegado el día de su bautismo de fuego. Un fuego que tenía dos sentidos: el intenso calor reinante en ese día 16 de febrero, y el que le proporcionaba la emoción y el ímpetu de participar del grupo que asaltó la Financiera Monty, de donde lograron se alzaron con una importante cantidad de títulos, valores y dinero que existían en los cofres de la empresa. No bien su grupo había acabado de festejar la victoria de su propósito, un otro comando del movimiento llevó a cabo otro que fue considerado más atrevido y arriesgado. Fue el día 18, cuando inesperadamente estos copan el Casino San Rafael en plena temporada veraniega en el balneario de Punta del Este, y de allí se roban un botín de 70 millones de pesos. Concentrando sus recuerdos en ese dinámico verano, Roberto no pudo dejar de recordar la intrepidez de sus actos, cuando coordinadamente, casi dos meses después, el día 11 de abril, participó en uno de los tres asaltos que fueron dirigidos a tres distintas agencias bancarias en la capital, y que habían dejado a las fuerzas del orden hincadas
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en un completo estrés psicológico en cuanto que ellos lograban un gran éxito político-militar. Sin embargo, ese día, un desperfecto momentáneo en el vehículo que los conducía al local que tenían como albo, casi pone por tierra su plan. Nerviosos y agitados como es concebible sentirse en una situación de fuerte desorden emocional e intensa ansiedad, se dieron cuenta que habían pinchado uno de los neumáticos de la camioneta secuestrada, y al tener que bajarse para efectuar la sustitución de la rueda, corrían el riesgo de despertar la atención de alguna patrulla policial. -¡Deja conmigo! -dictaminó Roberto- ¡Uno de ustedes, que se encargue de cambiar el neumático! estableció decidido, y tomado por el arrojo, salió puerta afuera y se dispuso a darles cobertura desde el otro lado de la calle, y de revolver en puño, cubierto por su chaqueta, se postró bajo la sombra de un nudoso plátano con los ojos avizores tal cual un águila perspicaz que, con sus garras afiladas, observa de lejos a su posible presa. Manteniendo el ritmo de la actividad, al mes siguiente, más precisamente el día 15 de mayo, una data que correspondía a la fecha en la cual el CE del MLN-T ya
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planeara formular un comunicado radial a la población, él también se sintió emocionalmente compelido a participar. –En ese, yo voy –opinó Roberto- Será como un homenaje a mi primo – añadió, mientras sus comparsas lo miraban atónitos sin saber qué tipo de razón adicional movía el ánimo de su compañero; tampoco se animaron a preguntar. A la noche, el grupo entró distendidamente en los estudios de CX 8, Radio Sarandí, e interrumpió la transmisión que el proverbial Carlos Solé estaba realizando, cortándole el relato del partido que estaba siendo jugado entre Nacional y Estudiantes de la Plata, y la columna expone en las ondas radiales, el comunicado que quería formular la organización. Otro mes se pasa, y sintiéndose llegar casi a la cumbre de su ímpetu, el 20 de junio el grupo efectúa un trascendental atentado contra las oficinas de la General Motors, y como consecuencia, provocan un gran incendio en sus dependencias. Mismo viviendo en un periodo de tan intensas emociones, Roberto sentía que le faltaba algo más, que carecía de una excitación más inflamada, le faltaba poder escuchar el eco de la detonación de su arma, de poder hacer Fobia Entre Delirios
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preponderar su valentía más allá de la alza de mira de su revólver. Le faltaba el color de sangre teñir sus ímpetus. Sin embargo, nada fue planeado en ese sentido. Todo ocurrió inesperadamente el día 8 de julio, cuando se vieron tentados a ejercer una acción que sus propios compañeros nunca habían ejecutado, si bien que, esta ya era una práctica usual obrada por los integrantes de los otros comandos paralelos. Ese día, el agente Garay Lamas de 51 años, padre de 5 hijos, siendo un completo desconocido para ellos, la fatalidad quiso interponerlo frente el entusiasmo y la pasión de estos jóvenes que, al querer robarle su arma reglamentaria y cumpliendo con su deber patriótico haciendo valer la instrucción recibida, se resistió al intento. Lamentablemente, los fogonazos de las armas encañonadas contra su cuerpo, le robaron la vida, mientras reparaba junto a sus últimos estremecimientos, a un par de muchachos intrépidos que se echaba a correr con su arma. No obstante, mientras Roberto y su grupo se entretenían en practicar tan desdeñables e insustanciales actos, otros organizaban jornadas con episodios más desafiantes, como los que ocurrieron una semana después, el día 16 de julio. Fobia Entre Delirios
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-¿Será que lo hicieron para festejar el Maracanazo? – comentó Roberto cuando se enteró que el comando OPR33 había entrado en el Museo de Lavalleja, y después de haber reducido a la guardia, de allí se alzó con el Pabellón de los Treinta y Tres Orientales. Su comentario hacía alusión a la fecha que coincidía con aquella lejana hazaña futbolera. -¡No! Después que el huevo está de pie, todo mundo sabe cómo hacer las cosas –respondió Raúl, con una sonrisa marota en sus labios. Al recordar la efeméride, tuvo ganas de contarle el origen de su nombre. Sin embargo, se contuvo cuando supo que también, ese mismo día, otro de los comandos más osados, había irrumpido en las instalaciones del Banco Comercial, y allí hizo volar por los aires el sistema IBM 7360 que el banco poseía. A fines de ese mismo mes, se vieron obligados a abandonar rápidamente el apartamento. Pancho había acabado de ser preso en uno de sus encuentros cuando establecía contacto con otro grupo de la organización, y era de suponer que, bajo un intenso interrogatorio y no menos fuertes secciones de tortura, el compañero terminaría por delatarlos.
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Ante la ingenua pregunta de uno de los nuevos reclutas, ya que en ese momento vivían ocho bajo el mismo techo, codiciando sonsacar si Pancho no había recibido instrucción para soportar la tortura, para no confesar o delatar sus actividades, le llegaron lejanas las palabras que una noche había escuchado de Francisco, su compañero de cuarto en la pensión de doña Tilde, cuando en medio de la discusión acalorada que mantenía con el Ruso, éste le dijo a voz llena: -¡Cuidado! La imprudencia y la traición, es algo que parece girar alrededor del alma de los impíos. Una puntada de añoranza le invadió repentinamente el alma al recordar fugazmente un periodo de pocos años atrás, y que le pereció haberse sucedido hacia décadas.
34
Las pálpebras le ardían, dejándole la sensación de que minúsculos granos de arena estaban por abajo de la piel, rozándose contra el globo ocular. Roberto ya estaba despierto, pero sin embargo, esa humedad que bañaba la
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región de los pómulos del rostro, y la parte inferior de sus ojos, significaba que había estado llorando. -¿Está con algún dolor? –preguntó la enfermera al aproximarse a su cama. Roberto abrió súbitamente los ojos para mirarla con un dejo de asombro, meneando levemente la cabeza para ambos lados al indicarle que no era nada. -¡Mmmm! –murmuró la mujer mientras bajaba su mirada, y revolvía en la bandeja de acero inoxidable que había depositado a los pies de la cama. -¡No sé! – farfulló él- Me arde un poco la vista – agregó en un balbuceo lánguido. -¡A ver! –dijo ella, acercándose para observar más de cerca- No me parece que sea una infección o inflamación. Pero, por las dudas, le voy a pasar una gaza con suero para limpiarlos –pronunció comedida. -Si la molestia continuar, será necesario colocarle algún colirio –agregó, mientras ejecutaba la limpieza externa de los ojos de Roberto. Cuando la enfermera se retiró, él permaneció por un largo periodo con los ojos entrecerrados, meditando sobre los cada vez más cortos periodos de sueño, no logrando distinguir si eso se debía a desazones que atormentaban su Fobia Entre Delirios
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espíritu mientras dormía, o al bajo efecto de la medicación que le estaban suministrando. Momentos
después,
vio
ingresar
a
quien
él
consideraba como la angelical inhospitalaria y pedernal sin alma, que lo obligaría a soplar incansablemente por el tubito plástico para hacer burbujear el agua, con el propósito de ejercitar
su
capacidad
pulmonar,
infringiéndole
la
extenuación y la fatiga. -“Como miras a lo lejos a través de la tiniebla, te equivocas en lo que te imaginas. Ya veras, cuando hayas llegado allí, cuanto engaña a la vista la distancia.” –recitó burlescamente Roberto, en lugar de responderle el saludo. -¡No comprendí! –se justificó la muchacha, haciendo una morisqueta. -¡Ah! ¿Usted llegó? No me había dado cuenta –dijo él, en tono de disculpa. -¿Me preguntó algo? Volvió a inquirir la joven mientras escudriñaba en su bolsa. -No, para nada… Yo sólo estaba recitando una parte del canto trigésimo primero de la Divina Comedia, de Dante –argumentó como justificativa, en cuanto una mueca sórdida cubría su rostro. No se animó a recitarle el pasaje que hace mención a los aullidos del cerebro en el tercer Fobia Entre Delirios
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círculo del Infierno, que insidiosamente indica: “Tiene los ojos rojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que se clava en los espíritus” –recordó en silencio, pensando que ese agravio sería considerado bastante más ofensivo. -Lo
leí
hace
mucho
tiempo
–contradijo
la
fisioterapeuta- No me gustó mucho, pero dejemos esas cosas de lado y comencemos de una vez con los ejercicios – dictaminó al colocar la botella frente a los ojos de Roberto. Extenuado después de cuarenta minutos de gimnasia respiratoria, no necesitó del auxilio del soporífero que le ministraba la enfermera. Cayó dormido en un coma profundo, que condujo su siesta a un aturdimiento total. …El reloj marcaba 12:55 horas del día 8 de octubre de 1969. El cortejo fúnebre salió de la carretera, y ya se desplazaba lento por la avenida, mientras la gente, en las calzadas, se persignaba en respeto al fallecido
y
pronunciaba un contenido: “Que en paz descanse”, sin desconfiar que, el horario para ese tipo de comitiva, era inusual para un entierro. De repente, el séquito de seis limusinas negras, grandes y relucientes, paró casi en la esquina de la Plaza Artigas. Al todo, entre los que venían a pie, y en otros Fobia Entre Delirios
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vehículos, completaban un grupo de cincuenta sediciosos que, actuando coordenadamente, se desplegaron por las céntricas calles de la ciudad de Pando, copando al unísono la Jefatura de Policía, el Cuartel de Bomberos, la central telefónica de UTE donde cortaron la comunicación de la ciudad con el resto del país, y tres agencias bancarias de donde se expropiaría todo el dinero que había en sus cajas fuertes. Las diferentes columnas que integraban el copamiento de los objetivos, comenzó a realizar el operativo cronométricamente de acuerdo con lo planeado, pero, algunos imprevistos y atrasos no presumidos, hizo desencadenar algunos incidentes que resultaron funestos para culminar con éxito la intentona. Roberto no tuvo suficiente tiempo para lanzarle una distraída mirada hacia su primera escuela o hacia la heladería que concurría con su madre. El nerviosismo de la acción y una violenta balacera originada entre un policial que logró escapar del aislamiento que los facciosos habían impuesto a sus colegas, y los sorprendidos conspiradores que salían del Banco La Caja Obrera de Pando, sumado a otros contratiempos que avinieron en los distintos puntos de la algarada, terminó por generar errores en el repliegue de Fobia Entre Delirios
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las fuerzas sediciosas, y en un punto y otro del plan de escape, se vieron atrapados en fuego cruzado. Seguramente, en ese momento crucial en que se la estaba jugando, Roberto sólo tenía ojos para tentar salvar su vida. Sin lugar a dudas, el duro golpe dejó un saldo sangriento, donde perdieron la vida: un policial de nombre Díaz; Carlos Burgueño, un civil, que su única culpa fue haberse quedado tomando unas copas en un bar, en lugar de haber ido a anotar a su hijo recién nacido en el Registro Civil; y en la fuga, tres de los militantes de la organización. Al todo, los heridos se sumaron por docena entre las calles de la ciudad, y en las barreras que prontamente fueron organizadas por los agentes del orden, en las carreteras aledañas por donde, parte de las columnas, ya habiendo perdido la unidad compartimentada de los grupos, el peligro los hace mezclar entre si y se escapan a los trancos, amontonados en los pocos vehículos que les sobraron. La respuesta había sido dada por la prontitud del personal del Escuadrón de Seguridad de la Policía, de la Guardia Metropolitana, de la Guardia Republicana, Patrulleros, Policía Caminera, y hombres del Grupo de Choque Motorizado del Ejército, y un helicóptero de la Fobia Entre Delirios
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Fuerza Aérea. Las fuerzas del orden lograron tender rápidamente un cerco con cerca de 400 hombres fuertemente armados. Todo el operativo que había sido minuciosamente planeado durante dos
semanas
y contado
con la
colaboración de los diversos Círculos de la organización; de un momento a otro, resultó en un desastre, deviniendo de él, mucho más un fracaso militar, que en alcanzado en el ámbito político de la estructura. La fatalidad y el infortunio de la acción, además de los muertos y los heridos, resultó en una treintena de participantes capturados -15 durante la fuga, 1 en el Banco República, 12 al día siguiente- conjuntamente con la pérdida de casi toda la parte del botín de más de 50 millones de pesos, y casi todo el armamento que el grupo había utilizado. Entre los capturados, se encontraba uno de los principales compañeros que formaba parte del círculo de dirección del MLN-T, y el propio Roberto. Antes de entregarse, él y una parte de sus compañeros, habían corrido desesperadamente por entre las plantaciones y los yuyos, donde fue descargando el revólver una y otra vez contra sus perseguidores, hasta que definitivamente, ya sin munición, se dejó caer arrodillado en medio de los Fobia Entre Delirios
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terrones de tierra labrada, y con las manos en alto, gritó: ¡Me rindo! ¡No tiren! A seguir, debajo de una abundante retahíla de improperios, Roberto, ya sobre la mira de las armas de fuego, fue prontamente aprisionado, inmovilizado, y esposado; y antes de ser colocado en un vehículo policial, fue encapuzado y, después de recibir una violenta trompada en el estómago, fue empujado para dentro del mismo con un puntapié en los fundillos. En un primer momento, lo invadió una sensación de rabia, luego después, esta se transformó en un miedo abstracto, en un malestar que le dio un frio en la barriga al cavilar sobre lo que lo aguardaba donde quiera que fuese conducido. Tiempo después, el coche se detuvo en lo que le pareció ser un grande patio, porque se escuchaba claramente el movimiento de otros carricoches, llegando, saliendo, maniobrando bajo un intenso ruido de frenadas y arrancadas, suscitándole aun más la tensión emocional en que se encontraba. Lo que no consiguió ver cuando lo retiraron del vehículo, fue a los cuatro prisioneros, tres hombres y una mujer que, encapuzados y esposados, estaban siendo Fobia Entre Delirios
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entregues por un “equipo de búsqueda”, nombre en la jerga, que era dado a los policiales a paisana responsables por la captura de los insurrectos. Sin embargo, alcanzó a escuchar nítidamente las palabras de un truculento individuo que él creyó ser, las del responsable por la recepción de los detenidos, que al responder a la pregunta de un desorientado y despavorido recién llegado que trataba dramáticamente de situarse, éste, con voz amenazadora, les gritó: -¡Ustedes no están llegando al Ejército, ni a la Aeronáutica, ni a la Marina, ni en la Jefatura de Investigaciones, ni en la puta que los parió…! ¡Ustedes acaban de llegar al Infierno! –berreó colérico. No cabían dudas de que, el siniestro sádico, con seguridad, sabía lo que les decía, porque después que ellos atravesaron el portón que los conducía a la Sala de Operaciones, por detrás de una relativa quietud exterior, allí adentro
existía
un
descomunal
desplazamiento
y
convulsión. A los gritos con unos y secreteando con otros, a las carcajadas con algunos y vociferando con otros, alguien con patente superior comandaba la agitación y las correrías de policiales y civiles, de prisioneros y carceleros.
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Ese mismo dirigente de las “Calderas de Pedro Botero” de donde brotaba el fuego eterno, era el que escuchaba atentamente del equipo encargado de los interrogatorios, los nombres recién arrancados de los prisioneros; el que despachaba los equipos de búsqueda para realizar nuevas capturas, y elogiaba con vehemencia los a los que llegaban con nuevos prisioneros, mientras exigía más energía a los que volvían de manos vacías trayéndole solamente disculpas. Alto, de pechos largos, brazos peludos y bíceps saltados, su tronco casi se engarzaba en el tejido de la camiseta; sudado y despeinado, el hombre que parecía recién salido de un ringue de box, encaró un subalterno y con rabia, comenzó a vociferar: -¡Carajo! ¡Usted fue con mucha sed al pote! Métase una cosa en la cabeza: ¡Es para arrancarles las informaciones! –acentuó con arrebato. -¡Si, señor! -¿Y ahora? ¿No sabe que fue un trabajo de perro para conseguir prender a este tipo? ¡Y usted me quema enseguida la ficha! ¡Mierda! Tiene que tener cabeza fría, sino, no da… -pronunciaba iracundo y con los ojos enrojecidos de ira.
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-¡Vaya, vaya, vaya! –dijo a seguir exasperado, mientras hacía ademán con la mano para que el sayón se retirase del lugar. Acto continuo, el gigante comenzó a aproximarse en dirección del grupo donde estaba Roberto, cuando el tipo que los había recibido en el portón, se cuadró ceremonioso a su frente, para presentarle los nuevos prisioneros recién llegados. -Acabaron de llegar, jefe –pronunció con soberbia en la voz. El corpulento hombre comenzó a retirar la capucha a uno por uno, en una actitud que, hasta donde se sabía, desafiaba las normas de seguridad, pero que tenía algo de provocación y afirmación en su audacia. Sonreía, victorioso, frente a cada rostro que se revelaba, y con voz llena de soberbia les dijo: -¡A cada chancho, siempre le llega su San Martín!
–asintiendo
su
frase
con
un
concordativo
movimiento de cabeza. En ese momento, con un nuevo meneo de cabeza, llamó al individuo que había acabado de llevar la reprimenda, y expresándose en un tono de voz más ameno y sin importarle que los presos lo escuchasen, le expuso: -No sabemos nada de esta manga de desgraciados que acaban de Fobia Entre Delirios
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traer. Pegue primero a la jovencita… ¡Pero, vea bien lo que hace! El subalterno tomo el brazo de la muchacha y lo direccionó para donde estaba una de las puerta por la que debería retirarse. Ya estando a unos cuatro o cinco pasos de distancia, el jefe lo vuelve a llamar, y le apunta con voz a todo cuello: -¡Va con calma! Mantenga la cabeza fría. Si le suceder alguna cosa… ¡Usted está fuera! ¿Me entendió? ¡Vaya, carajo!, llévesela de una vez, y cuidado para no dejar marcas. El hombre desapareció rápidamente por una puerta lateral llevándose a la prisionera, mientras que el “jefe”, miró fijamente a los cuatro restantes y los saludó sonriente: -Tránsfugas ¡Sean bienvenidos a nuestro Infierno! Vamos entrando –pronunció determinado, indicando a otro subalterno que los condujese para su averno.
35 Fobia Entre Delirios
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Roberto cruzó, con profundo desaliento, por aquella puerta que lo separaba de lo que sus custodios tanto llamaban de “abismo tártaro”, y caminó por un largo corredor del piso inferior, con puertas cerradas a un lado y otro del mismo. Avanzaba entre personas esposadas y a vio algunas que otras, estar encapuchadas, recostadas en la pared; de pie, acostadas en el piso; desnudas, semidesnudas y vestidas; algunas gimiendo de dolor, otras tremiendo de miedo. Justo en el momento que pasaba por una de las últimas puertas del corredor, esta se abrió bruscamente, descubriendo allí dentro a un hombre totalmente desnudo, estatura media, cuerpo flaco, pelos rubios, sangrando por todo el cuerpo, que entre traspiés y a tontas, gritaba a los llantos: -¡Ya les dije todo! ¡No aguanto más! ¡Por el amor de la Virgen Santísima! ¡No sé de más nada! En un descuido de sus carceleros, el recluso se había precipitado por el corredor, avanzando tambaleante en su dirección. Al llegar más cerca, lo reconoció como siendo uno de sus antiguos colegas del liceo. La falta de sus lentes gruesos y los efectos de su miopía, explicaba su desesperada fuga a ciegas. Fobia Entre Delirios
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El “jefe” le dio una trompada violenta en el estómago y el hombre, tras un clamor seco, cayó arrodillado hecho un nudo. Tres hombres surgieron de la sala a las corridas, y comenzaron a aplicarle una andanada de puñetazos y puntapiés por todo el cuerpo. Cuando el superior vituperaba por la falta de seguridad de sus comandados, uno de los broncos intentaba explicar: -¡Él no ve nada, es casi ciego! -Me da igual. ¡Póngale el capuz! ¡Carajo! –ordenó iracundo. Los tipos lo arrastraron de vuelta para la sala. Llevaba el pescuezo sujetado por uno de los hombres, mientras tenía el brazo torcido y hacia lo alto de la espalda por un otro, llevado de esa manera, los pies iban arrastrándose desfallecidos por el piso. La puerta se cerró de un golpazo... Sintiendo las manos trémulas, el corazón palpitante y una sensación de opresión y angustia, demostraba que Roberto acababa de despertar de una nueva pesadilla. Jadeante, se quedó dormitando entre pensamientos, buscando descubrir su desazón. -¿Hoy no me van a lavar? –le preguntó a la enfermera, así que la vio entrar- Estoy todo sudado –expresó
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sobresaltado, moviendo la nariz como si la fetidez de su cuerpo lo asquease. -¡No! Pero si mañana se encuentra bien, y dispuesto, podrá hacerlo sólo en la ducha del baño… Sin embargo, le tengo otra sorpresa. -¡Ha sí! Fantástico…, sólo que las sorpresas de ustedes, últimamente no me gustan mucho –comentó indiferente. -¿No me diga? ¡Cómo le gusta reclamar…! – replicó ella- Bueno, pero se la digo igual ¡Hoy comienza a comer!, y así que mueva el intestino, ya podrá irse para un cuarto privativo –anunció con jactancia. -¡Así está mejor! -¡Vio! ¡Vio! Ni sabe lo que es, y ya se ataja todo… -Yo pensaba que usted me venía con alguna otra novedad sobre los ejercicios. -No sea haragán. Esos ejercicios, son necesarios para evitar neumonías. ¿Sabía? -Sí, ya lo sabía. Ahora explíqueme otra cosa. -¿Qué le sucede? -Es que antes, al principio, yo dormía el día y la noche entera, y ahora, los periodos de siesta son más cortos. -¿Cómo así, más cortos? Fobia Entre Delirios
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-Bueno, es que me dan el remedio y, antes que terminen de aplicármelo, ya entro en somnolencia, pero antes, yo me despertaba justo cuando me tocaba otra dosis de medicación –explicó con una mueca de incertidumbre en el rostro. -¿Y ahora? ¿No duerme más? -Duermo, si, pero menos horas, a lo máximo, son unas dos horas seguidas y ya me despierto. -Eso, es porque le han ido disminuyendo al máximo la morfina. Si no, usted se nos va a corromper, y va salir terminar saliendo del hospital, convertido en un dependiente de la droga -afirmó la enfermera con una grácil sonrisa –Le están dando un analgésico mucho más leve. Es solamente por precaución –terminó por informar, cuando lo vio con cara circunspecta. Roberto dio por encerrada la conversación, y se puso a meditar sobre los efectos que le podría causar la droga. ¿Qué lástima? –concluyó- Seguramente, la voy a extrañar – pronuncio en un murmurio quejumbroso. -¿A quién es, que va extrañar? –preguntó ella, mientras terminaba de revisarle los curativos. -A nadie. Fue sólo una fuerza de expresión determinó haciendo un aspaviento. Fobia Entre Delirios
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-No se duerma, que ya viene la comida –agregó la enfermera cuando esta ya se retiraba de la sala. Cerró los ojos para deliberar sobre la comida, el baño, su salida para un otro cuarto, y mientras el tiempo transcurría, Roberto no se hizo mucha ilusión sobre el tipo de alimentación que le sería servida, concibiendo que, en su situación, la porción, seguramente, debiera ser el mismo tipo de puré insulso que sirven en todos los hospitales. El sueño lo venció, y volvió a dormirse profundamente. …El carcelero abrió la puerta y dejo entrar a dos hombres a paisana. La celda era minúscula y sin ventana. Roberto, de capuz, estaba sentado junto a una de las paredes, con las piernas abiertas y estiradas para adelante. Al fondo, otro, sin la capucha, estaba con la cabeza junto al hoyo de la letrina que había al ras del suelo, y el cuerpo estirado a lo largo en el medio de un charco de sangre, con la cara volteada para la otra pared. El recluso debería tener unos veinticinco años; era flaco, de pelo negro y largo, barba cerrada, y estaba extremamente pálido. La puerta se cerró de golpe, y uno de los que había entrado, se aproximó del cuerpo que permanecía quieto. La sangre le corría de su brazo izquierdo y se dispersaba espesa por el suelo de la celda. Fobia Entre Delirios
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Uno de ellos colocó una maleta de emergencias junto a la puerta, mientras el otro se aproximó para intentar estancar el corte. Constató que la herida era profunda y la arteria se rasgara. De súbito, el cuerpo del encarcelado estremeció, los ojos reviraron, y la cabeza retesó. El hombre comprobó que acabara de morir. -Creo que está muerto –dijo Roberto con la voz ronca y frágil- hace tiempo que no gime más. Hasta paré de gritar para el centinela. El que estaba examinando el occiso realizó un gesto que Roberto no alcanzó a ver, y murmuró para su compañero: -¡Descansó! El otro individuo retrocedió dos pasos y, junto a la puerta, llamó al carcelero. Cuando este le repitió el mismo gesto realizado por su compañero, el centinela exclamó: -¡Que mierda! –y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Al salir, volvió a cerrar la puerta. El que se quedó en la celda, permanecía agachado junto al muerto, de brazos apoyados en las rodillas, mirando, impotente, para aquel cuerpo inerte que no soportara más, ni un minuto de dolor. -Ya no estaba aguantando más el sufrimiento – murmuró Roberto- Se quejaba que la cabeza le dolía mucho, Fobia Entre Delirios
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que le parecía estar creciendo, hinchando, que la tenía mayor que el cuerpo… No conseguía más dormir – prosiguió diciendo- Dormitaba solamente un minuto, y luego se despertaba a los gritos, pidiendo que parasen de pegarle. Era como si estuviese en un interrogatorio. El hombre no dijo nada y aparto los cabellos del cadáver para examinarle la cabeza. Tenía cortes e inflamaciones. Parecían golpes de cachiporra. Sus ropas estaban coladas al cuerpo. Sin baño y sin curativos, la sangre de antiguas heridas se le había pegado a la tela de la ropa. -No
conseguía
permanecer
en
pie.
Se
caía
enseguida… Parecía que no tenia más fuerzas –volvió a mencionar Roberto- Cuando comía alguna cosa, vomitaba todo enseguida… Y si él iba al retrete, sólo defecaba sangre. A través de las paredes, gritos desgarradores, algunos de mujer, otros de hombre, se colaban ahogados a través de las paredes. El hombre permanecía callado revisando aquí y allí los despojos del cadáver, hasta que de pronto, notó un pedazo de plástico ensangrentado, que estaba dentro de la mano del fallecido. -Debería ser un tipo importante, porque ellos querían que hiciese un comunicado o un pronunciamiento, diciendo Fobia Entre Delirios
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que apoyaba el gobierno, y renegando sus concepciones continuó contando Roberto- Si él aceptase, le prometieron dejarlo salir del país… Pero, él no aceptó. Lo castigaron brutalmente… La última vez que se lo llevaron, lo trajeron arrastrado de los pelos. El hombre no daba oídos a la retahíla pronunciada por Roberto, y al retirar de la mano del muerto una lámina de plástico sucia de sangre, preguntó: -¿Se suicidó? -¡Pobre! Quedó completamente trastornado… No sé cómo, pero un día consiguió una tapa de jabonera, y comenzó a afilarla en el suelo para que le quedase como si fuese un cuchillo. Roberto llevó su dedo indicador a la altura de la oreja y lo apoyó sobre la capucha. –Hay una sala de interrogatorios aquí cerca… de aquí la gente escucha los gritos… ¿Los oye? Los gritos de mujer, dilacerantes e insoportables, ahora llagaban un poco más nítidos a la celda. -¿Está escuchando? –señaló Roberto- El no lo soportaba… Se ponía el pedazo de plástico afilado en la vena del pescuezo, queriendo clavárselo… Yo le gritaba para que parase de una vez con eso… En un momento, llegué a pensar en denunciar que él tenía una lámina, pero después, pensé que hay que Fobia Entre Delirios
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saber respetar los límites de cada uno… ¡Pobre infeliz! Seguramente, ya habría llegado a su límite. -¿Y cómo fue que se mató? – indagó el hombre. -Yo me dormí… y cuando me desperté, empecé a gritar como loco, pero el carcelero demoró en venir… y cuando llegó, dijo que no podía llevarlo… que era el médico, el que tenía que venir aquí… -confesó Roberto, mientras las lágrimas corrían gruesas por su mejilla, pegándoseles al paño del capuz. En ese momento la puerta se abrió, y el mismo hombre que había salido, volvía con una maca de lona para llevarse al occiso. Roberto permaneció el tiempo entero quieto y no saliera de su posición inicial; pero al percibir que los hombres se estaban retirando, preguntó en un tono de súplica sincera: -¿Usted me puede decir en qué lugar estamos? ¡Por favor! –imploró- Nadie me dice donde estoy… No sé ni cuánto tiempo llevo aquí. ¿En qué año estamos? ¿No me lo va a decir? ¡Por lo menos, en que mes estamos…! –insinuó en un grito ahogado- ¡Por el amor a Jesucristo! Me diga si allá afuera es de día o de noche… ¡Por Dios!
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Inmutables, como si en la celda no hubiese nadie, los hombres se retiraron, y lo único que escuchó, fue el portazo dado al cerraren la puerta, y el ruido del trinquete de la cerradura siendo llaveada… Roberto
abrió
los
ojos
desmesuradamente
al
despertarse en un sobresalto. El ruido provocado por la caída de una bandeja de metal en la sala al lado de donde él estaba, lo devolvió a la realidad.
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Casi enseguida, vio entrar en los aposento a una auxiliar trayendo una bandeja en la mano. Cuando se la colocó frente a sí, lo miró con una fisonomía que denotaba culpa por la estridencia provocada por su descuido. Él no dijo nada, pero al observar lo que le traían, dejó escapar una mueca de inconformidad. Era una sopa chirle, que al probarla en la primera cucharada, descubrió ser de papa, y sin una pizca de sal o condimento para que le diese gusto. -Y me dijeron que hoy iba comer –razonó con una punta de mortificación. Fobia Entre Delirios
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-¿Comió todo? –preguntó la enfermera al ingresar en su cuarto un tiempo después. -¡Sí! –afirmó a desgano- Ya he comido cosas peores… -pronunció, acompañando las palabras con un movimiento de mano que simulaba un desprecio. -Que ingrato –sonrió la enfermera con una inflexión de mofa. -¡Yo, no! –se esquivó Roberto- Ustedes me dijeron que iba a comer, y lo único que me sirven, es un plato preparado con el agua de lavar las papas, calentada. -A medida que pasen los días, si su organismo lo acepta, la comida irá ganando más consistencia… Es probable que cuando le den el alta, usted ya esté probando algún churrasquito de entraña. -¿Y mi dentadura? –preguntó ansioso, al recordar que sus encías estaban tan desnudas cuanto él. -Se las voy a traer –afirmó la mujer- Ahora ya no corre peligro, y creo que no va necesitar que le coloquen tubos en la boca. Cuando ella volvió, otras dosis de barbitúricos le fueron ministrados, y tiempo después, los mismos efectos soporíferos lo fueron empujando hacia una siesta placentera que lo apartaba nuevamente de la realidad. Fobia Entre Delirios
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…Cuando lo vino a buscar, un hombre alto, mismo que estuviese vestido a paisana, no lograba esconder su entrenamiento militar. Al mirarlo, dio para percibir que poseía brazos fuertes y manos enormes capaces de estrujar la cascara de un coco con un simple apretón. –Póngase el capuz –le gritó arrebatado. Poco después, ese mismo individuo conducía a Roberto por el largo corredor del primer piso del edificio, que casualmente, ese día se encontraba más silencioso que de costumbre. Al llegar cerca de las últimas puertas, paró repentinamente frente a una de ellas y ordenó seco: -¡Entre! Hoy tiene una entrevista con Satanás –agregó sarcástico. La puerta se parecía con la de un cofre de banco. Era confeccionada de un acero como de diez centímetros de espesor que, una vez abierta, separaba una otra puerta de madera compacta y gruesa. Una vez adentro, se ingresaba en una antesala sin ventanas. El hombre le arrancó el capuz de un manotazo, y realizó un movimiento desdeñoso con la cabeza indicándole el lugar que debía permanecer; a seguir, se retiró más mudo que callado. De espaldas para él, en una pared desnuda, notó que había otra puerta que tenía un rectángulo de vidrio Fobia Entre Delirios
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a la altura del rostro. Era una especie de escotilla, por la cual se podía observar la sala contigua. Allí dentro, en un estado deplorable, descubrió estirado en el suelo, desnudo, a un otro compinche todo lastimado, exhibiendo sus equimosis, edemas, chichones, y sangre por todo el cuerpo; no en tanto, a pesar de la rápida mirada que Roberto le dirigió, dio para notar que estaba desacordado. También notó que, dentro de esa sala, había otros tres hombres; uno de ellos, acomodado plácidamente sobre una especie de tablado de madera, permanecía sentado impasible frente a una mesa, haciendo algunas anotaciones en un cuaderno. De repente, la puerta se abrió sorpresivamente, y los otros dos tipos trajeron de arrastro aquel cuerpo desfallecido, y sin más ni menos, lo largaron en un rincón. Roberto sintió un leve tremor correrle por el cuerpo, la garganta se le secó inmediatamente, y la sangre se le congeló. -Entre de una vez –pronunció uno de ellos, empujándolo por la espalda.
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-Hablá de una vez… será mejor que nos cuentes algo –articuló con voz gutural, el que estaba sentado impasible en la penumbra. -No sé de nada –masculló Roberto impertérrito y altanero. No hubieron más preguntas, y debajo de la luz intensa del reflector que le habían colocado directamente en la cara, un tipo narigudo, peludo y corpulento como si fuese un orangután, giraba continuamente a su alrededor. Sudado y tinto de excitación, sin más ni menos, comenzó a darle incansablemente trompadas, golpes y puntapiés. Cuando Roberto se dobló para delante después de haber recibido un fuerte trompazo en el estómago, inmediatamente llevó una enérgica patada en los glúteos, que lo hizo erguir algunos centímetros del piso. A seguir, recibió un cachetazo tan potente, que la cabeza le rodó de un lado al otro, para enseguida tomar un puñetazo en el hígado y un directo en los riñones. Fatigado por la profusión de golpes que recibía, Roberto
tambaleaba,
se
contorcía
sobre
sí
mismo
manteniendo los ojos hinchados y las pálpebras cerradas. Un hilo de sangre le bajaba de la nariz y entraba en su boca,
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haciendo que una baba carmesí le corriese por el pescuezo y se desparramase por el pecho desnudo. Él giraba para un lado y otro a cada envite recibido, curvaba y erguía su cuerpo al sabor de los impactos, como si fuese un agitado contorsionista frente a la platea del circo. Las manos corrían aflictivas después de cada golpe recibido, incapaces de anticiparse a cada nuevo porrazo, e impotentes para protegerlo de estos. Trastornados y sudados, de pechos jadeantes, los dos hombres gritaban alaridos haciendo saltar sus venas del pescuezo: -¡Hijo de puta! ¿Vas hablar, o no? El que parecía un orangután, de ojos ingentes, mantenía una expresión de furia descontrolada y hacia alarde de una asustadora agresividad, que sin dar tregua, permitía que su violencia se prolongase por tiempo interminable, revesándose continuamente entre patadas, trompadas,
bofetadas,
cachetazos,
pescueceadas
y
rodillazos, con una secuencia enfurecida y desordenada. Mientras tanto, el hombre que debería realizar las anotaciones, permanecía ocioso en su silla, inalterado, pacífico, de brazos cruzados sobre el pecho, mientras esperaba holgazán por una información que no venia.
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Roberto les devolvía la mirada con un sentimiento de desprecio; como si fuese una burla dirigida hacia los interrogadores, que no tenían la misma grandeza humana de quien apaña como un miserable, pero, ante el sufrimiento que le es infringido, no habla, no se rinde ni se curva ante el poder brutal del adversario. -Parece que le está gustando –enunció el hombre que estaba sentado, en cuanto levantaba los brazos para desperezarse y bostezaba lánguidamente- Aplíquenle el Tormentorum –dijo a seguir, enfático. Después de aplicarle un último puntapié por detrás, dejando a Roberto tirado de cuatro en el piso; el narigudo retrocedió un par de pasos hasta la mesa, y agarró un cilindro metálico que tenía un mango de goma. El otro hombre que hasta ese momento se había mantenido apartado, se aproximó hasta el rehén, le calzó el pescuezo entre sus piernas, y le sin perder tiempo, le defirió un violento puñetazo en la espalda. A seguir, su otro compañero, el orangután narigudo, apoyó sus botas sobre cada tobillo de Roberto a manera de sujetarle los pies, y a continuación,
dobló
la
espalda
agachándose
para
introducirle el tubo en el ano.
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-¡Ahhggg! -Un grito desgarrador se desprendió de la garganta del muchacho, cuando el animal-criatura, comenzó a golpear una y otra vez la otra extremidad del cilindro, como si fuese un martillo batiendo en un clavo. -¿No te gusta? –vociferó el tipo mostrando los dientes. -¡Entonces habla, infeliz de mierda! ¡La puta madre que te pario! –le dijo ampuloso, quien le estaba sujetando el pescuezo. En ese momento, el hombre de la mesa, teniendo delante de si una escena capaz de revolver el estómago de cualquier ser humano, lanzó un otro bostezo desfallecido, y permaneció inconmovible en su silla como si él fuese un ecuánime escriturario de cualquier repartición pública, que está delante de algún interlocutor que le fue a pedir informaciones. El hombre-orangután arrancó de dentro de Roberto, dando un ligero tirón, el carrete todo ensangrentado, en cuanto su comparsa, al mismo tiempo, abría sus piernas soltándole el pescuezo. La cabeza del muchacho se chocó en el piso de cemento soltando un ruido seco, mientras el resto del cuerpo se tumbaba de lado, permaneciendo inmóvil.
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-¿Vas hablar, o no? ¡Hijo de mil putas! –gritó el hombre, y le largó una fuerte patada en las costillas. El orangután se aproximó nuevamente, llevando en las manos dos cables que salían de un aparato que había sobre la mesa. La punta de un cable, la sujetó en la oreja de Roberto que permanecía acostado en posición fetal. La otra punta, se la asió al pene. En la mesa, el hombre-escriturario, comenzó a girar la manivela como si estuviese tratándose de un teléfono de campaña. El cuerpo de Roberto se sacudió de la cabeza a los pies como si tuviese llevado un choque, al mismo tiempo que el otro individuo le gritaba en el oído: -¿Te gusta? ¿Queres más? ¡Habla, hijo de puta! -Este mierda no abre la boca –dijo para sí mismo -¡Trancó la boca, es duro como piedra! –enunció arrebatado, al mirar al que estaba sentado frente al aparato. La manivela comenzó a girar frenéticamente, y cuanto más rápido giraba, más se ampliaban los estremecimientos de Roberto, haciendo que su cuerpo se extendiese y se encogiese bruscamente. Algunas veces, daba enviones que lo hacían levantar del piso en un salto. -¡Paren! ¡Paren! ¡Llega, por Dios! –pronunció gimiendo- ¡Cuento todo… cuento lo que ustedes quieran! Fobia Entre Delirios
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El orangután narigudo levantó la mano espalmada pidiendo que se suspendiese la acción del dispositivo, retiró el cable que estaba preso a la oreja, y sacudió el cuerpo de Roberto que se sacudió, pero no reaccionó. Se escuchó un rápido farfullar de papeles siendo acomodados sobre la mesa. Era el impávido hombre que se preparaba para tomar nota de lo que dijese el prisionero. De repente, el otro hombre se aproximó, erguió el brazo de Roberto y lo soltó. El brazo cayó pesadamente en el suelo con un ruido sordo de madera seca. –Desmayó – manifestó sacudiendo la cabeza de un lado al otro. El orangután desconectó la máquina, retiró el otro cable que estaba sujeto al pene de Roberto, recogió las dos puntas y enrolló los dos cables, depositándolos junto a la máquina. -¡Échele un balde de agua! –indicó el de la mesa…
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Roberto volvió a despertarse agitado, moviéndose en la cama en leves estertores, como si estuviese recibiendo descargas eléctricas. –Está en la hora de parar de beber – murmuró irónico- Debe haber sido otra pesadilla –caviló incrédulo, mientras recobraba la respiración. Intentó en vano recordar algún pasaje de su alucinación, y cuál era la verdadera cognición de su inquietud, pero no logró razonar sobre los motivos que lo llevaban seguidamente al desvarío. -¿Ya se despertó? –Preguntó la enfermera- ¿Se anima a
levantarse
para
tomar
una
ducha?
–pronunció
animosamente, probando para ver si sus palabras trasmitían coraje al enfermo. -¿Ahora? -¡Claro, así cuando venga el doctor, usted está más decente! ¿Se anima a ir sólo hasta el baño? Roberto dio de hombros para demostrar que no se oponía a la invitación, y tentó poner los pies para fuera de la cama. -¡Calma! ¡Calma! –anunció la enfermera. –Primero, le voy a retirar la sonda de la vejiga, y destapar la cicatriz. Yo
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le aviso cuando esté pronto –agregó con un meneo de cabeza. -Está bien, pensé que fuese ahora. Cuando la enfermera volvió, venia con ella otra auxiliar y el carrito que utilizaban para la higienización de los pacientes. -Yo pensé que había dicho que era para bañarme… ¿me van a lavar aquí? –investigó enigmático. -¡Calma, hombre! ya le dije que tenga un poco de sosiego, primero hay que prepararlo –refunfuño frunciendo el entrecejo. -¡Ni que fuese a casarme! –comentó irónico. -¿Quiere andar por ahí, con la sonda colgando? – preguntó la mujer, media enfadada. –Se la voy a quitar – avisó impertérrita. Cuando le iban a retirar el conducto, Roberto cerró fuertemente los ojos para prepararse emocionalmente para un dolor que le parecía que sería insoportable. Sin embargo, sólo sintió un leve ardor que se prolongo durante la retirada de la varilla de la sonda. La auxiliar, al ver la teatralización del gesto premeditado
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del
enfermo,
comentó
irónica:
-¡Estos
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hombres…! ¿Qué harían ellos, si les hubiese tocado nacer mujer? -¿Por qué? investigó la enfermera que estaba concentrada en su tarea y se había perdido el gesto ridículo de Roberto. -¿No le vio la cara que puso? -Si ustedes no fuesen mujeres, seguramente yo les respondería de otra manera –anunció él, escondiendo su vergüenza al ver a las dos mujeres manoseando su órgano genital como si fuese un caramelo viejo. -¡Bueno! Aquí ya está listo, ahora falta retirar las ataduras, y pronto –avisó la enfermera, mientras le entregaba el tubo fino con la bolsa de orín para la auxiliar. Mientras realizaba el procedimiento, ella le fue diciendo pausadamente: -Primero, usted se va a levantar bien despacito, saca los pies para afuera de la cama, espera algunos segundos, y al bajarse, permanece de pie recostado sobre la cama… si tiene tonturas, me avise. -¿Puedo mover el vientre? –Roberto preguntó con apocamiento. -¡Claro! Pero no haga fuerza. Solamente defeque si tiene ganas… ¿Me escuchó? No se olvide, que por dentro,
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la herida aun permanece abierta. Es muy peligroso y se le pueden abrir los puntos. -Está bien, sargento… ¿O ya es capitán? -¡Bueno! De pie… despacito –ordenó con energía si inmutarse con la apología que Roberto acababa de mencionar. -Quédese ahí de pie, hasta que yo vuelva. ¿Me oyó? – le dijo ella, después que Roberto había apoyado cautelosamente los pies sobre un paño que habían colocado en el piso para servir de tapete. Minutos después, le preguntó cómo se sentía, y si ya se animaba a caminar solo hasta el baño. Ante la señal positiva de Roberto, ella le indicó cual era la puerta. -Vaya despacio. No tranque la puerta con llave. Tome baño sentado en el banquito. El jabón está en la pileta. No refriegue mucho la cicatriz. Séquese con esta misma bata que tiene sobre los hombros. Ya le alcanzo un delantal limpio. –Le fue anunciando casuísticamente en un repertorio de recomendaciones que provocó la sonrisa de Roberto. -¿De qué se ríe? -Esto parece un cuartel, y usted, el capitán –comentó insolente. Fobia Entre Delirios
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-Bueno, está bien, ahora comience a andar despacito – volvió a ordenar la mujer, tomándolo por un brazo. -¿Pero no voy a ir solo? -¿Se anima? ¿Puede hacerlo? ¡Por Dios! No se me vaya a caer –pronunció temerosa al verlo tastabillar en los primeros pasos que Roberto daba. -Soy más duro de lo que usted piensa –él comentó, mientras en su rostro, se dibujaba una mueca de miedo. La mujer se quedó mirándolo, acompañando de lejos la marcha lenta del paciente y siguiéndolo a una distancia segura. Cuando él cerró la puerta, ella le repitió: -No la cierre con llave, si se marea, nos llame. El baño fue reparador y se prolongó interminable mientras, sentado en el taburete, sentía el agua templada correr descuidada por sus espaldas. Una sensación de alegría incontenida inundaba su espíritu en aquel momento. Salió de allí repleto de dicha, caminando seguro y firme, aunque a pasos lentos. Antes de entrar en su receptáculo-dormitorio, corrió la mirada por el salón observando que un incontable número de otros cubículosdormitorios igual que el suyo, se extendían por tres lados del inmenso recinto, todos ellos volcados para una sala central de vidrio donde, que ni en un enjambre de abejas, Fobia Entre Delirios
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estaban las enfermeras, los médicos, los medicamentos y otras vituallas necesarias para el cuidado de los enfermos. En la curiosidad de su contemplación, vio cuartos con las cortinas cerradas, mientras otros, dejaban ver a los infortunados aquejados igual que él, permanecer acostados en sus lechos a la espera del juicio Supremo. El silencio reinaba en un ambiente claro y con severo olor a desinfectante y algún otro tipo de purificador que permitiese esconde los malos olores y matase los gérmenes de la putrefacción de algunos de los infectados. -¿O será que a esos, los tienen metidos en otro lugar? –caviló sorprendido. Poco a poco logró retornar a su cuarto, y al llegar, al correr la cortina, se deparó con un sofá colocado al lado de la cama. Esta, también estaba recientemente hecha. Le habían cambiado el colchón y las sábanas. Todos los monitores estaban apagados. Nuevas dudas comenzaron a azorar su mente y, ante no saber lo qué hacer, decidió permanecer parado junto a los pies de la cama, aguardando por la llegada de alguna enfermera que le indicase si debía acostarse o sentarse en el sillón.
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-¿Se anima a sentarse? –le dijo una asistente bajita, que se aproximó hasta él. -¿Por qué no? Ya estuve sentado mientras me bañe – contestó satisfecho y seguro de sus movimientos. -¡Óptimo! A ver, deme la mano que lo ayudo. -Quédese aquí tranquilo, que el doctor viene dentro de poco para verlo –anunció, mientras le colocaba una sabana para cubrirle las piernas desnudas. Roberto no pudo dejar de reflexionar, que los cuidados que él recibía ahora, en nada se comparaban con los que le habían proporcionado en otra oportunidad, cuando en circunstancias mucho más penosas, alguien había cuidado de sus malestares. Sin embargo, no quiso aguzar el pensamiento, sacando a flote momentos tristes de su pasado. Prefirió dejar que sus ojos y su mente, se inmiscuyesen por los cubículos que rodeaban el ambiente, sopesando en su reflexión, las dificultades que rodeaban esos moradores momentáneos que allí se encontraban taciturnos y moribundos, y apartados de sus vidas tan subrepticiamente como había sucedido con él pocos días atrás. Como quien hace un acto de conciencia o una constricción ferviente, rememoró su mujer, sus hijos, Fobia Entre Delirios
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dejando aflorar la añoranza que sentía por ellos, y sintiéndose seguro, que mismo sin verlo, seguramente, ellos estarían acompañando los boletines médicos sobre la evolución de su estado. Se resignó, al tener cognición de que, por lo visto, ya faltaba poco para poder reencontrarlos. La llegada del médico lo apartó repentinamente de sus reflexiones confusas y entremezcladas de escepticismo y melancolía, devolviéndolo a la realidad del momento en que se encontraba. -¿Cómo se siente? –dijo el hombre con la cabeza lamida por una vaca ilusoria, mientras le tomaba el pulso para medir los batimientos. -Bastante bien, salvo si hago movimientos bruscos, o repentinos; pero anímicamente, me siento bien –respondió dando de hombros, como queriendo afirmar su convicción. -Todo indica que sí, creo que después de hoy, lo veré en otros aposentos -indico el hombre, mientras auscultaba la espalda de Roberto con su estetoscopio helado. -¿Y cuando salgo de aquí? –pregunto incrédulo con la noticia. -¡Ya! –respondió sucinto, mientras llamaba a una de las enfermeras. Fobia Entre Delirios
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-No necesita volver a la cama. Mejor, que aguarde aquí hasta que se consiga una cama en alguno de los cuartos –anunció con entonación sobria, mientras firmaba alguna cosa en una plancheta que la enfermera le alcanzó. Roberto permaneció por horas sentado en el sofá, aguardando que le ordenasen su traslado a otra dependencia del nosocomio. Mientras tanto, y a diferencia de otras veces, poco después cerro sus pálpebras y durmió una siesta tranquila y si pesadillas.
38
La mañana del segundo sábado que Roberto pasaba en el hospital, se había iniciado despejada y con un sol que amenazaba querer reinar rutilante en un cielo celeste, aunque este se encontrase en el solsticio invernal en ese lado del hemisferio. Mismo que la cama no estuviese colocada al lado de la ventana, desde su lecho, él podía observar el viento Fobia Entre Delirios
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sacudir impiedoso las ramas de los árboles. Imaginó que fuera
de
esas
paredes
reburujadas,
la
temperatura
continuaría impertérritamente álgida. En la cama que había a su lado, un quejoso enfermo parecía alicaído en su malestar, e indiferente a la presencia de su nuevo compañero de cuarto, aparentaba dormir el sueño de los justos. No en tanto, Roberto se sentía feliz, satisfecho por haber salido finalmente del CTI, y por estar alejado de toda aquella parafernalia de cables, monitores, sondas y cuanta cosa podía imaginarse. En esa mañana, lo único que le afectaba el humor, era ese dolor agudo que sentía en el vientre cada vez que ejecutaba un movimiento más rudo, o cuando tosía o estornudaba. Recordó que el acto de defecar y tomar baño, no lo habían perturbado en lo más mínimo, pero el movimiento realizado al subir y bajar de la cama, o al ser trasportado en la camilla cuando la trajeron al dormitorio, le generaron un padecimiento y un tormento solamente comparable con los que había sufrido muchos años atrás. -¿Está cómodo, o quiere que le levante un poco el cabecero de la cama? –preguntó una enfermera recién llegada acabando de ingresar al dormitorio, no en tanto, él desconocía la mujer. Fobia Entre Delirios
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-Así, está bien –murmuró displicente- ¡Gracias! ¿A qué hora son las visitas? –indagó más comedido. -Falta bastante. Son a la tarde, ¿Por qué? -Es que quiero estar despierto para cuando venga a verme mi familia –indicó con palabras que denotaban la ansiedad y la inquietud por el estado de su sazón en el momento del evento. -Lo comprendo, pero no se haga problema que, para ese momento, usted ya estará despabilado –aseveró con la convicción que tienen los que están acostumbrados a lidiar con los enfermos. La mujer luego se retiró, y Roberto se quedó taciturno, con la mirada limita a la árida pared que había enfrente a su cama. De repente, el crucifijo de madera estilizado que colgaba carente sobre la superficie desnuda, le incitó el deseo de emitir alguna plegaria. Intentó recordar las palabras correctas que hacían parte del avemaría o el padrenuestro, y sustituyendo algunas de los vocablos, se creyó pronto para intentar. Cerró sus ojos, y de labios juntos, comenzó a rezar su súplica en un silencio retraído y tácito, agradeciendo a ese enigmático ser que estaba clavado en esa cruz de madera,
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por él poder estar en ese cuarto, y en vías de restablecerse físicamente. Sin embargo, esa sensación de desahogo y beatitud que manifestaba, lo fue arrastrando en un sopor insensible que terminó por adormecerlo más una vez. …En el centro de la sala, había una silla de madera que hacia recordar a la de un dentista o la de un peluquero, pero con unas correas de cuero para sujetar quien allí se sentase. Los apoyabrazos estaban cubiertos por una rústica chapa metálica de zinc que escondían cables eléctricos que se unían a una caja que quedaba atrás del respaldo de la silla. En la jerga, era llamada de: “Silla de Satán”. Sobre la mesa, a un lado, había una palmatoria de goma áspera con un cabo de madera en la extremidad. Más al centro de la mesa, estaba colocada una caja de donde salían dos cables. Dentro de ese receptáculo, existía un imán permanente en cuyo campo magnético, una manija hacia girar un rotor. Las dos escobas de salida, estaban conectadas a los dos cables. Ellos llamaban al artefacto, de: “Leviatán”. La sala era mal alumbrada, casi una penumbra, no obstante, en una silla colocada en el lado opuesto de la mesa, Roberto estaba atado a esta, desnudo, con el capuz
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sobre la cabeza y la luz directa de una lámpara iluminaba todo su cuerpo. Escuchó pasos arrastrados y voces susurradas esparciéndose de repente en el ambiente. Poco después se creó un silencio profundo, y una voz que pronunciaba mal la lengua española, comenzó hablando para la platea que se había formado en la sala. -En Europa, desde siempre, los torturadores han utilizado equipos y métodos como la rueda, el fuego, el hierro en brasa, el agua tanto sea para su ingestión intensa como para la sofocación, los trituradores de órganos, la polé o roldana, que era utilizada para sustentar el cuerpo por medio de cuerdas que eran atadas a los brazos; nombro esos, sólo para enumerar algunos de entre los muchos otros hábitos y procedimientos utilizados a lo largo del tiempo. El que hablaba, carraspeó para limpiar la garganta, y prosiguió: -Eran métodos apoyados, sobre todo, en la obtención de dolor por la distención de los músculos, por el dislocamiento de las articulaciones, por la acción simultánea y articulada, sobre las estructuras óseas y musculares, por la presión sobre los tejidos híperenervados, por la extirpación de aéreas de las terminaciones nerviosas, por la sofocación
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y distención de los órganos por el agua. La mayoría de esos métodos que mencioné, están ultrapasados. El hombre hizo una pausa, tal vez, esperando que alguien le preguntase algo, y ante el silencio, retomó su charla. -Como la mayor parte de las pesquisas son destinadas a disminuir el dolor, ellas no nos son muy útiles. No en tanto, recientemente, algunos gobiernos han venido colaborando con investimentos y recursos humanos, para el desenvolvimiento de pesquisas destinadas a la inflexión científica del dolor. Con esos nuevos conocimientos y la modernización de los procedimientos, la tortura, hoy en día, exige técnicas especializadas, médicos, psicólogos y una tecnología sofisticada, que sea capaz de producir dolor con eficiencia, sin dejar vestigios y sin riesgo de vida. El individuo realizó una indicación con su mano, y una imagen fue proyectada sobre la pared. Era el dibujo de un cuerpo humano resaltando el aspecto fisiológico y la concentración nerviosa de algunas partes. -Es necesario que ustedes comprendan cómo funciona el mecanismo de percepción del dolor en el cuerpo humano. Infligir dolor en alguien, significa una estimulación de su sistema sensorial, que es extremamente articulado. Ese Fobia Entre Delirios
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estimulo acciona una compleja red de receptores, acelera el flujo sanguíneo, activa las glándulas sudoríparas y aumenta la cantidad de sudor producido, criando las condiciones para disipar el proceso de síntesis de los componentes fundamentales para el dolor, que son: la histamina y la serotonina. Se aproximó del dibujo y retomó la charla diciendo: Es bueno recordar que la histamina es la más poderosa substancia causadora del dolor. La histamina y la serotonina accionan los impulsos nerviosos, que funcionan de modo parecido con un impulso eléctrico, que trasmite el mensaje del dolor. Este impulso se disloca por un sistema de fibras nerviosas, pasa por la medula y sube, a través de la columna vertebral… –hizo un movimiento con la mano, y señalo sobre la figura-, …hasta llegar al cerebro. Allí, el tálamo, reconoce el impulso como siendo de tipo sensible, y lo deja pasar hasta el córtex, o capa externa. Es el córtex quien decodifica el impulso, localizando el punto de dolor y su intensidad. Se apartó del dibujo, y fue aproximándose lentamente hasta la silla donde se encontraba Roberto. Cuando llegó, encendió un cigarrillo.
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Dio unas bocanadas y aproximó el cigarrillo hasta el brazo de Roberto, y mirando al auditorio, les dijo: -Cuando yo arrimo la brasa en el brazo de un sujeto, inmediatamente, su flujo sanguíneo aumenta y se acelera, y él comienza a sudar. De repente, el hombre apoyó la punta encendida en el brazo de Roberto, y este dio un tranco dejando escapar un gemido agudo por debajo del capuz. El individuo prosiguió, indiferente, a las reacciones del muchacho: -¿Lo que sucede ahora? –preguntó despreciativo, cuando apoyó otra vez más la punta del cigarrillo en una otra parte del brazo del rehén. Sin aguardar por la respuesta, el hombre continuó estoico con su pronunciamiento: -El calentamiento de los tejidos epidérmicos, instantáneamente, comienza a producir histamina y serotonina. De ellas surge el impulso nervioso que lleva el mensaje hasta la medula, recorre la columna vertebral… -a cada parte que iba citando, apuntaba para un punto fijo o realizaba un recorrido por algunas partes del cuerpo del encapuzado- …y llega al cerebro, donde o tálamo identifica que es un impulso de dolor, y le da pasaje hasta el córtex. Por lo tanto, es el córtex, aquí en el cerebro… -y apretó la punta del cigarrillo prolongadamente Fobia Entre Delirios
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en la pierna de Roberto que, automáticamente, se contorció de dolor y gritó desesperado, mientras el hombre continuó, indiferente: -…que se percibe si el dolor es más o menos intenso y que localiza aquí, y no allí, el punto donde duele. El individuo levantó la cabeza con arrogancia, recorrió la sala con la mirada, y pronunció con altanería: Dense cuenta y observen, señores, que el cigarrillo que utilicé como demostración, presentó dos características particulares: dejó marcas de quemadura, lo que no es bueno; pero no amenazó la vida, lo que es bueno… La tos seca repicando como un perro que ladra con rencor, fue enérgicamente expectorada por su compañero de cuarto. El ruido fastidioso hizo que Roberto despertara desconcertado de su alucinación, generándole un sobresalto extraño al mismo tiempo que no lograba descubrir que era lo que le sucedía en ese instante, y que le generaba esas reacciones inesperadas cada vez que se despertaba.
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Sábado por la tarde; en la calle y al oeste, el sol se entretenía jugando al esconde-esconde entre unas nubes que parecían de ceniza, y desdeñosas, indicaban con su aparición, pronto llegaría el final de un majestuoso día de invierno. Dentro del hospital, la esposa de Roberto lo miraba con una mezcla de cariño, comprensión y desatino; mientras que, posicionada de pie al lado de la cama, sosteniéndole la mano, él le iba relatando en espasmódicas menciones, los advenimientos de toda esa semana y de los cuales, sólo recordaba con una percepción de vaguedad. En ese entretanto, sus hijos, un poco más apartados de su lecho, ahora conversaban amablemente con algunos de los visitantes del gemebundo compañero de habitación, que también habían concurrido para el horario de visita a los enfermos; manteniéndose de esa manera, ajenos a la conversación de sus padres. -Es difícil poder discurrirlos en un único conjunto de hechos –expuso Roberto con una fisonomía confusa, desorientada y ofuscada por algo que no llegaba a comprender simultáneamente al querer esforzarse en unir esos recuerdos, que siendo tan recientes, mismo así le parecían tan distantes. Fobia Entre Delirios
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La esposa, después de pasados los momentos iniciales de estupefacción al reencontrar su marido, permanecía callada, circunspecta y feliz, y mantenía su mirada atenta, conteniendo las palabras para dar lugar a que Roberto lograse recordar los sucesos. La narración de los hechos fue avanzando a las zancadas, y en cierto momento, ésta derivó para algunas reflexiones más intrínsecas y sentimentales, donde la recapacitación sobre emociones filosóficas, tomó de vez el lugar de los recuerdos. -Te diría que la tenue frontera que existe entre el bien y el mal… –comenzó a disertar en cierto momento al pronunciar las palabras con una punta de desazón, mientras apretaba tiernamente la mano de la esposa-, …es comparable a un día de tinieblas, donde paradojalmente, al hacerse necesario a un individuo, recorrer un camino entorpecido por la niebla y la oscuridad, él sólo alcanza a distinguir una impalpable línea dibujada en el suelo… Y esa línea casi imperceptible, es la que divide, a un lado y otro, las reglas que son estipuladas por la sociedad para el comportamiento de la plebe dentro de los límites denominados morales; y la cerrazón, nada más es, que el desconocimiento que el individuo tiene de las normas. Fobia Entre Delirios
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-Pero, el bien y el mal, no dejan de ser sentimientos que sólo dependen de cada uno, del núcleo social al que pertenecemos, del nivel intelectual de la persona y sus congéneres. Lo que el bien es para algunos, difiere de lo que es para otros –razonó ella, queriendo hacerle ver que, las reglas y las leyes, dependen del grado de desenvolvimiento de cada país, comunidad o grupo social en que está incluida la persona. -No te digo que no, pero, sin embargo, ese deseo de querer quebrar los parámetros comportamentales que nos han sido impuestos, surge como consecuencia de los propios arbitrios que tienen las personas, que nada más son, que un producto que se generó a imagen y semejanza del medio ambiente en donde éste individuo se crió. -¿Por qué me decís todo eso? –indagó la mujer, frunciendo el ceño y apretando los parpados en un gesto semejante al que realiza una persona más vieja, cuando intenta hilvanar el hilo en una agauja de coser. -Ya te he contado toda mi vida –pronunció Roberto con aire de congoja-, no en tanto, me parece que alguna cosa ha quedado en el fondo del tintero. -¿Cómo qué, por ejemplo?
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-No sé decirte que es... Vos dirás que yo estoy loco, pero de repente, me entraron unas ganas locas de volver al Uruguay. -No importa lo que yo piense. Sin embargo, no intuyo cuál es tu desazón, y no logro comprender el motivo de tu repentino tormento. -Es difícil de poder explicarte lo que se pasa dentro de mi cabeza, pero puede ser que allí descubra lo que me sucede. -¿Estás queriendo huir, de qué? -Todo lo contrario. No es huir, es ir en busca de lo que quedó –pronunció arcano, sosteniendo su mirada vacía en los ojos de su esposa, pero con la mente y sus pensamientos lejos del lugar. -¿Y qué es lo que quedó allá? ¿Si lo único que trajiste contigo, fue tristeza y dolor? -¡Sí! en eso, tenés razón, no en tanto, yo no me refiero a lo que traje, y si, a lo que quedó abierto en el tiempo. -Está bien, querido. Pero creo que no es buena hora para pienses en esas proposiciones. Por lo que dijo el médico, tendrás para unos cuantos meses de reposo, hasta
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que te restablezcas de vez… Después, Dios dispondrá – enunció con un suspiro resignado. -¡Es verdad! Es el hombre el que dispone, mientras Dios predispone.
BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: Delfante País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:
Carlos Guillermo Basáñez República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo
Nivel educacional:
Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las Fobia Entre Delirios
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Retórica Literaria:
Obras en Español:
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ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009
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Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo - 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito - 2010 Misterios en Piedras Verdes 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Los Cuentos de Neiva, la Peluquera - 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe - 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan - 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 Fobia Entre Delirios
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El Maldito Tesoro de la Fragata 2013 Carretas del Espectro - 2013
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