El Realismo: El Realismo fue un movimiento artístico y literario cuyo propósito fue la representación objetiva de la realidad basada en la observación de los aspectos cotidianos que brindaba la vida de la época.
El Realismo se caracterizó por su afán de veracidad, al retratar campesinos o trabajadores; su contemporaneidad, al sostener que el único tema válido para el artista era el mundo coetáneo; su compromiso social, al abordar temas que hasta entonces se habían ignorado, en estrecha conexión con la literatura y su variedad de temas: intimistas, familiares, reuniones al aire libre, paisajes rurales y urbanos.
Jean-François Millet Fue un pintor francés realista y nació en una familia campesina. Se destaca por sus escenas de granjeros campesinos, donde quiere expresar la inocencia del hombre campesino en contraposición a la degradación que acompaña al ciudadano inmerso en la sociedad industrial.
Algunas de sus obras mรกs destacadas: Las Espigadoras
El ร ngelus
Cazando pรกjaros de noche
Jean-Baptiste Camille Corot Nació en París, en una casa desde la que se tenía una perspectiva del palacio de las Tullerías, el Sena y El Louvre. De familia acaudalada, Corot recibió una educación burguesa y realizó sus estudios secundarios en la ciudad gótica y normanda de Ruan, entre 1807 y 1812, tales estudios le marcaron definitivamente. Allí vivía con un amigo llamado Sennegon, lector de JeanJacques Rousseau y próximo a las ideas ilustradas, de quien adquirió el gusto por la naturaleza. Continuó su formación en Poissy y al concluirla, manifestó su deseo de ser pintor, pero su padre se opuso a ello y lo empleó como aprendiz en el negocio familiar. Camille, sin embargo, dedicó casi toda su jornada laboral a dibujar, por lo que la familia terminó por aceptar su vocación y financió su formación artística.
Algunas de sus obras mรกs destacadas:
Lady In Blue
La Danza De Ninfas
Puente de Narni
Honoré Daumier Honoré Daumier nació en Marsella, Francia, el 26 de febrero de 1808 y murió en Valmondois el 10 de febrero de 1879. Fue un destacado caricaturista, pintor, ilustrador, grabador, dibujante y escultor francés. Su estilo se destacaba principalmente por el retrato de costumbres enmarcado en la crítica social, en que los rostros cargaban mucha expresividad. Entre sus pinturas más representativas se encuentran: El molinero, su hijo y el burro (1849), La lavandera (1863), Don Quijote y Sancho Panza (1868), Pintor delante de Notre Dame (1834), Los jugadores de Ajedrez (1863), El vagón de tercera clase (1864) y El enfermo imaginario (1879).
Gustave Courbet El máximo representante del Realismo francés. Nació en Ornans en 1819 y se trasladó a París a los veinte años de edad para estudiar derecho, pero sin embargo, se dedicó a pintar. En la capital francesa recibió su formación artística, trabajó en la Academia Suiza y copió obras del Museo del Louvre. En un primer momento, pinta el paisaje, especialmente los bosques de Fontainebleau y retratos, con algunos rasgos románticos. Desarrolló un estilo naturalista y representó escenas de la vida cotidiana, retratos, desnudos o paisajes. Courbet participó en la Revolución de 1848, aunque no intervino en los hechos sangrientos. A partir de 1849 se vuelve realista. Rechazará la idealización del arte y la belleza arquetípica, se niega a crear de un mundo ideal al margen de la vida y estará a favor de la representación directa del entorno, de la plasmación naturalista, antiacadémica y anticlásica.
Escoge sus temas de la realidad cotidiana, refleja el trabajo y al trabajador como nuevo héroe, la vida al aire libre, la ciudad con sus calles, cafés y bailes, la mujer y la muerte. Creía que el arte podría subsanar las contradicciones sociales. Su pintura suscitó enormes polémicas por la elección de temas vulgares.
Su técnica se caracteriza por una paleta limitada aunque vigorosa, sus composiciones son sencillas, utiliza gruesos trazos de pintura muy empastada que a menudo aplicaba con espátula, sobre todo en los paisajes y las marinas, y sus figuras poseen un modelado sólido y severo. Courbet fue nombrado por la revolucionaria Comuna de París en 1871 director de los museos de la ciudad. Sin embargo, tras la caída de la Comuna, es acusado falsamente de haber permitido el derribo de la columna triunfal de Napoleón ubicada en la Plaza Vendôme. Encarcelado y condenado a pagar la reparación, decidió exilarse a Suiza en 1873, donde continuará pintando hasta su muerte, el 31 de diciembre de 1877.
Principales obras de Courbet
El taller del pintor (1855) La obra es un manifiesto del Realismo. Representa su estudio de París dividiendo la escena en tres grupos. En el centro se sitúa él mismo, a la derecha, sus amigos, y a la izquierda, aquellos sus enemigos, las cosas que combatió y los pobres, los desposeídos y los perdedores. Al fondo, aparecen dos cuadros del propio Courbet que habían enfurecido a los críticos cuando se expusieron, La vuelta de la feria y Las bañistas. En el grupo de la izquierda figuran un chino, un judío, un veterano de la Revolución Francesa, un obrero y una irlandesa. La figura que aparece en primer término vestido de cazador es Napoleón III. En el centro, un caballete con un gran paisaje de su tierra natal. La mujer que está de pie junto a Courbet representa la Verdad desnuda que guía el pincel del artista, deseoso de pintar cuadros que reflejen fielmente la vida. Detrás del caballete, se aprecia la figura de un crucificado, que simboliza el arte académico, que tanto rechazó. En la derecha del cuadro, Courbet retrató a algunos de sus amigos, el coleccionista de arte Alfred Bruyas o el socialista utópico Pierre Joseph Proudhon. La figura central del grupo es el escritor Champfleury, fundador del realismo literario, y el hombre que lee sentado en la mesa de la derecha es el poeta Charles Baudelaire. El entierro del conde Ornans Es un cuadro de grandes dimensiones, considerado muy escandaloso por la crítica por representar un tema vulgar. El tema es un acontecimiento de carácter religioso, El entierro en Ornans. Ninguno de los asistentes reza o refleja su dolor, si no que nos encontramos unas expresiones frías y congeladas. Muy pocos prestan atención al ataúd, a la tumba o al cura que está oficiando el entierro. Incluso el grupo de curas presentes parecen que tienen sus pensamientos en otro lugar. Alude al papel de la Iglesia y refleja también las tensiones internas de esta sociedad. Lo que aglutina a estas personas es su pertenencia a un grupo social y no la devoción religiosa. La pintura nos muestra un acontecimiento social, carente de un sentido más profundo.
Buenos días señor Courbet o el encuentro (1854)
En el cuadro se ve a Bruyas y a su criado, que han salido al camino para recibir al pintor. Éste viste como un excursionista, empuña un grueso y alto bastón y en la espalda lleva su caja de pinturas. El escenario es totalmente natural y verosímil. La obra es una metáfora sobre el propio artista, como Courbet no era aceptado por la crítica ni por el público, no había encontrado su lugar, por lo que tiene que vagar. Al igual que Millet, Courbet pintó también escenas en las que aparece la mujer campesina, pero sobre todo cultivó el desnudo femenino con gran libertad. Las bañistas (1853) El cuadro despertó gran indignación. Representa a dos mujeres cerca de una charca. Una de ellas, la más opulenta, aparece casi completamente desnuda y vista de espaldas. La Siesta (1866) Es una obra tratada con gran naturalismo y llena de sensualidad. En ella Courbet se recrea por igual en los cuerpos que en los detalles secundarios. En la época fue vista como una alusión a lo pornográfico y a la homosexualidad.
'El origen del mundo' (1886)
Entra la luz azul del París de 1866 por la ventana de un estudio. Huele a tabaco de pipa, vino blanco y trementina. Sobre una sábana revuelta de
pereza y lujuria una modelo abre sus piernas. En el lienzo el artista Courbet moja el pincel y descubre el color rosa más turbador de la Historia del Arte. Una pincelada de rosa erotizante para mostrar un sexo que parece a punto de devorar al espectador. El hombre que pintó El origen del mundo, uno de los cuadros más audaces de la Historia, es el protagonista de la novela del escritor David Bosc (Carcasonne, 1973) La fuente clara (Demipage). Courbet sufre los días de su exilio en Suiza mientras deambula, divaga y agoniza en las páginas de este libro. Es un Courbet a punto de morir que intenta olvidar sus días en el París salvaje, sangriento y fabuloso de la Comuna. Y que expía culpas después de haber pagado con la cárcel y con una multa imposible su supuesta responsabilidad en la destrucción de la Columna Vendôme en los días de triunfo de la rebelión comunera. La Comuna es un sueño ya lejano que quedó desangrado en las últimas barricadas en Montmartre y en el Muro de los Federados del cementerio de Père-Lachaise aquellos días de mayo, en el tiempo de las cerezas. Bosc disecciona en una novela-biografía o biografía novelada a un Courbet prematuramente envejecido, silencioso, que recuerda sus cuadros y que camina hinchado por el vino. Morirá el último día de 1877 de cirrosis. Ya no es el artista que con cada obra intentaba dinamitar el romanticismo para que entrara el realismo voraz, fierísimo, lleno de mugre, fealdad y también de la rabiosa belleza de lo cotidiano. Un Courbet que apenas recuerda al que entró en el siglo XIX para ponerlo del revés y dejarlo limpio de neoclasicistas, románticos, simbolistas e historicistas. El artista que echa el telón de un mundo para que comience otro. Justo cuando está a punto de irrumpir el impresionismo y la fotografía ha liberado al artista de tener que copiar la realidad. Un hombre en la frontera, en la tierra de nadie, en el abismo.
La novela de Bosc sirve de excusa para volver a un cuadro que fascina y asquea a un artista inclasificable.
Courbet es siempre un dilema, un problema, un desafío, una incomodidad. No hay más que ver los rostros de los que hoy observan El origen del mundo en el Museo de Orsay. Habría que filmar la contemplación de ese vientre “hermoso como la carne de un Correggio”, según escribió Edmond de Goncourt. El famoso psicoanalista Jacques Lacan, que fue uno de los propietarios del lienzo, analizaba la reacción de sus amigos cuando les enseñaba el cuadro que guardaba oculto en su casa. Se sumergía así en los misterios del voyeur. Ese cuadro le servía como laboratorio analítico de la psique. Era el que mira al que mira. La novela de Bosc sirve de excusa para volver a un cuadro que fascina y asquea a un artista inclasificable. Hace un par de años la artista Deborah de Robertis realizó una performance en el mismo Museo de Orsay mostrando su sexo ante El origen del mundo como si estuviera ante un espejo. El escándalo existe como existía cuando se pintó el cuadro. No hay ojo de época, porque todas las épocas miran con sospecha el lienzo. La historia de esta obra es la crónica de un cuadro innombrable y clandestino. Se exhibe oculto en cámaras secretas y en gabinetes privados de coleccionistas erotómanos, viaja en maletas de doble fondo, queda escondido dentro de otro cuadro y sufre el robo y saqueo durante la Segunda Guerra Mundial. El crítico Thierry Savatier escribió hace unos años la biografía de este lienzo maldito en El origen del mundo. Historia de un cuadro de Gustave Courbet, y que en España publicó en 2009 Ediciones Trea. Allí aparece el Courbet bizarro, osado y extravagante que pinta un lienzo que pretende desbaratar la historia del desnudo. Y se plantea la primera pregunta: ¿quién es la modelo? Se pueden rastrear semejanzas en sus otras mujeres pintadas. ¿Será alguna de sus bañistas despreocupadas? ¿O quizás se esconde en el sueño viscoso y dulce de sus mujeres dormidas? ¿Tal vez en las que posan desnudas con loros o con perros? Más y más escándalo. Hay varias hipótesis. Podría ser Jeanne de Tourbey, la ex lavadora de botellas que llegó a gran dama, culta amante “de todo el mundo”, según las jugosas crónicas de los hermanos Goncourt, y que reunía en su famoso salón a lo mejor del París del Segundo Imperio. Sí, podría ser. O tal vez el paisaje vaginal pertenecía a Joanna Hifferman a la que Courbet pintó salvaje y desmelenada en Jo la irlandesa, aunque habría que recordar que era pelirroja, lo que descarta por lógica toda posibilidad. Y ahí están algunas de las modelos que posaron para él como Amaury Duval, Augustine Legaton o Henriette Bonnion. Sin descartar otra posibilidad del siglo de la fotografía, que Courbet tuviera inspiradoras instantáneas de desnudos que ilustraban discretísimos álbumes para consultar en la
soledad de los gabinetes. No hay más que revisar las tiradas eróticas estereoscópicas conservadas en la Biblioteca Nacional de París que realizó Auguste Belloc, uno de los precursores de este mercado clandestino y por cuyo negocio estuvo en la cárcel. Sí, todo es posible en ese mundo desenfrenado, sexual, clitórico y despreocupado del París de Napoleón III. Quizás lo mejor sea pensar que podría ser una especie de monumento a la mujer desconocida, aunque hay quien en los últimos años se ha empeñado en encontrar el rostro del sexo pintado por Courbet rastreando improbables lienzos en tiendas de anticuarios. Y si curioso es el misterio de la modelo, más aún lo es el viaje secreto del cuadro desde que lo adquiere el diplomático otomano Khalil Bey hasta que se cuelga en las paredes del Museo de Orsay en junio de 1995. Bey lo mantenía oculto tras una cortina verde en el cuarto de baño de su casa, en el número 24 del Bulevar de los Italianos, en el antiguo Hotel Brancas. Pero las deudas de juego obligaron al coleccionista a venderlo. A partir de ese momento se inicia la etapa más clandestina del lienzo clandestino de Courbet. Un secretismo a menudo adobado por grandes dosis de invención mezcladas con el inevitable moralismo que ha acompañado siempre a este cuadro.
Imaginamos el sexo abierto pintado por Courbet recorriendo las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial, oculto en museos secretos, depositado en bancos y temblando bajo los bombardeos. En 1889, según una pista de Edmond de Goncourt, aparece en la casa del anticuario, coleccionista de arte oriental y marchante La Narde. El cuadro ya está oculto dentro de otro cuadro de Courbet, un paisaje del castillo de Blonay que Courbet pinta durante su exilio en Suiza. Una obra bucólica sin más intención que ser un cuadro-escondite. En 1912 lo compra la galería Bernheim Jeune que lo vende al barón húngaro Ferenc Hatvany, coleccionista que lo esconde –su eterno destino- entre las cornucopias y los canapés exquisitos de su palacio típico del espíritu de la Mitteleuropa. Pero con la Segunda Guerra Mundialllega la leyenda. Cuenta Thierry Savatier en su ensayo que durante muchos años el mundo del arte creyó en la versión oficial de que la colección del barón había sido saqueada por los nazis y que el ejército rojo la recuperó para luego devolverla. Sin embargo, habría que introducir un matiz importante. El origenforma parte del botín de guerra de los rusos. Imaginamos el sexo abierto pintado por Courbet recorriendo las cicatrices de la tragedia europea, oculto en museos secretos, depositado en bancos,
temblando bajo los bombardeos. El origen del mundo a punto de desaparecer. La carne caliente y palpitante convertida en cenizas bajo el ruido de la guerra. Terminado el conflicto bélico, el barón Hatvany inicia la búsqueda de su cuadro. Pero ese lienzo debía de estar almacenado en el depósito de un gran museo ruso, era un secreto de Estado y Stalin seguía vivo. Una elipsis aliviará al lector: el barón consigue finalmente recuperarlo de las zarpas del oso soviético, aunque es un misterio cómo. Hay una hipótesis en la que El origen parece el argumento de una película de espías: pasó clandestinamente el telón de acero en el doble fondo de una maleta. Así al menos lo relataba la segunda esposa de Lacan, Sylvie Bataille. De todas formas lo importante es que el lienzo ya está otra vez en Francia. Lo compra el psicoanalista Jacques Lacan por sugerencia de su esposa en 1954. A la muerte de Lacan, éste lo donará al Estado y en el verano de 1995 el mundo queda asombrado –y en buena parte escandalizado porque así es el ojo de todas las épocas- cuando se muestra en la Sala Courbet del Museo de Orsay. L’innominato, el que nunca se nombra, está ahora a la vista de todos, junto a las mujeres dormidas, las marinas, las naturalezas muertas y los ciervos y corzos que agonizan en la nieve. Cuerpos y paisajes macerados por el tiempo, pudriéndose salvajes y bellísimos por un exceso de vida.
Édouard Manet y sus 12 obras más importantes Manet es una figura esencial para entender el cambio que experimentó la pintura a finales del siglo XX. Vamos a conocer mejor a este artista francés.
Édouard Manet fue un pintor francés que ejerció una gran influencia en los primeros artistas impresionistas, pese a no ser un exponente de dicho movimiento artístico en el sentido estricto de la palabra. A continuación, te contamos más sobre la vida y arte de Manet. Édouard Manet nació en París en 1832 en el seno de una familia acomodada. Sus primeros contactos con el arte se produjeron durante su etapa escolar, de la mano de su tío materno, quien le acompaño a sus a clases de dibujo al Museo del Louvre. Y Manet completó su formación viajando por diversos países de Europa, como España.
Por otro lado, mantuvo muy buenas relaciones con pintores impresionistas, entre ellos, Claude Monet o Camille Pissarro. Sin embargo, Édouard Manet se negó a identificar su trabajo con dicho movimiento. Él se limitaba a pintar su ciudad y la vida moderna, a representarlas sin ningún tipo de tapujos. A pesar de su talento y de abrir las puertas a la pintura moderna, Manet se mostraba inseguro respecto a su dirección artística y a las críticas. También es sabido su carácter rebelde y su búsqueda incansable de la fortuna. Finalmente, el pintor francés murió en 1883 como consecuencia de una enfermedad circulatoria crónica. «En una cara, busca la luz y la sombra natural, el resto llegará solo, y a menudo no será importante.” -Édouard Manet-
Las grandes obras de Édouard Manet 1. Música en las Tullerías
La National Gallery de Londres atesora este lienzo de Manet que para muchos es el primer cuadro impresionista, aunque él nunca quisiera adscribirse a ese movimiento. El caso es que esta tela de 1862 fue verdaderamente rompedora en su concepción, y fue toda una inspiración para artistas más jóvenes como Monet, Renoir o Pissarro.
2. Desayuno en la hierba
Este cuadro es la primera de las obras geniales de Édouard Manet. Un cuadro en el que vemos a un grupo de jóvenes almorzando en la naturaleza, pero con la peculiaridad de que ellos van vestidos, mientras que ellas estån desnudas. Algo escandaloso en el momento, pero que fue el particular homenaje del pintor a maestros del pasado como Tiziano.
3. Olympia
El Museo de Orsay conserva muchas de las obras de Manet, y entre ellas algunas de sus obras maestras, como Olympia, de 1863. Un cuadro para el que posó la esposa del fotógrafo Nadar, que se muestra como una prostituta de la época. Algo que causó mucha polémica en el momento, de hecho, el pintor tuvo problemas para exponerla.
4. El pífano
También este cuadro de 1866 fue polémico en su momento, por su peculiar modo de no definir la pintura, dejando partes que parecen sin acabar. No obstante, es otra de sus grandes creaciones, en la que además muestra sus grandes influencias de la pintura española, que tan bien conocía. Es como su particular homenaje a Velázquez.
5. El balcón
Igualmente, esta obra de Manet de 1868 es deudora del conocimiento que tenía de los pintores españoles, a los que había estudiado en profundidad con sus viajes al Museo del Prado. Pero en este caso su influencia es Francisco de Goya, ya que la escena de El balcón recuerda un cuadro muy similar del artista aragonés, titulado las Majas en un balcón.
6. El fusilamiento del emperador Maximiliano
De nuevo un cuadro que nos recuerda inmediatamente a una obra de Goya, Los fusilamientos del 3 de mayo. Pero Manet nos habla de la ejecución del emperador francés en México. Un cuadro que de alguna forma plasma los ideales republicanos del pintor y con el que criticaba la política imperialista de su país.
7. Retrato de Zola
Aquí tenemos un retrato que le hizo a su gran amigo y defensor, el escritor Emile Zola. El literato siempre le apoyó con sus artículos periodísticos o en los debates artísticos que se generaban. Por eso, Manet le regaló este cuadro, en el que por cierto, podemos ver una pequeña reproducción del cuadro de Olympia.
8. Claude Monet trabajando en su barca
Aunque ya hemos comentado que Manet nunca quiso ser considerado como un pintor impresionista, eso no significa que no mantuviera una buena relaciรณn con esos pintores. Y la muestra es esta tela en la que retrata a Monet mientras pintaba en su barca en la localidad de Argenteuil. Un lugar en el que se juntaban de vez en cuando ambos artistas para trabajar.
9. Dama del abanico
En este cuadro que hizo en el aĂąo 1872 la modelo es tambiĂŠn una pintora, la francesa Berthe Morisot, una de las artistas impresionistas que formaban el grupo y que, pese a ser mujer, ganĂł cierto reconocimiento. Es curioso que esa obra se pueda ve en el museo parisino de Orsay, donde cuelgan las principales obras de Morisot.
10. En la playa
Aquí vemos un cuadro de 1873 que, de alguna manera, está vinculado a la primera de sus obras maestras, Desayuno en la hierba. Se parece en la actitud de los personajes. De hecho, el hombre es el hermano de Manet, que también a parece en la otra tela. Pero aquí el artista ya tiene su estilo definido, ya no busca tanto el escándalo como recrearse en su arte en una escena familiar.
11. El bar del Folies Bergere
Esta tela de 1882 es una estupenda muestra del interés artístico que despertaban en Édouard Manet los cafés y cabarets del París de finales del siglo XIX. Pero él usaba esa temática para experimentar con nuevas técnicas pictóricas, y no para ensalzar a los personajes de la noche, a los que retrataba con crudeza. Un cuadro magnífico que posee el Courtauld Institute Galleries de Londres.
12. Amazona de frente
Acabamos con este cuadro del Museo Thyssen-Bornemisza, la única obra de Édouard Manet que hay en España. Se trata de un cuadro de 1882 en el que el pintor quiso representar el verano con la figura de esta muchacha, que al parecer es Henriette Chabot, hija de un librero de la rue de Moscou. De hecho, la obra formaba parte de un conjunto que nunca acabó y en el que quería personificar las cuatro estaciones con figuras de mujer. Estas son las doce obras maestras de Édouard Manet. Sin embargo, fue un pintor prolífico, por lo que hay muchas otras que merece la pena conocer y que se encuentran en los mejores museos de pintura del mundo.