el planeta púrpura , historias del chepe

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"E l P l a n e t a P ú r p u r a" las historias d e l "C h e p e" .

Autor: Carlos René Pérez Ulín


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"El Planeta Púrpu ra" Las historias del "Chepe".

“Jamás viajo sin mi diario, siempre debería llevarse algo estupendo para leer en el tren”

_Oscar Wilde_ Adormilado percibía repentinos sobresaltos, zumbidos poderosos percutieron del viejo motor de locomotora, en bramidos incontenibles unían a chirridos implacables, de las ruedas del ferrocarril CHIHUAHUAPACIFICO, angustiadas frenaban intentando detenerlo sobre desvencijados rieles metálicos, en segundos un (gran estruendo), incrementó en una lluvia proveniente de agudos sonidos, miles de silbatazos, saludaban ansiosos anunciando la llegada del “Chepe”. Inmediato deduje, arribamos a otra estación, había perdido la cuenta de las estaciones dejadas atrás, después de larga travesía, poco más de siete horas, (se volvieron una pesadilla interminable), sin conciliar el sueño en ningún momento, debido a los continuos y bruscos movimientos y a ruidos

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extraños de los vagones de carga, y de los coches de pasajeros, lo más espeluznante, fue a partir de la media noche, una silueta escarlata atravesaba los vagones, como si fuesen pinceladas de sombras, en rojos púrpuras fluorescentes, atisbando en la penumbra, y desaparecían los trazos en el compartimento de equipajes, dejando un grito desgarrador y después un largo y angustiante silencio, en un velo de tinieblas que duraba una hora, hasta la siguiente aparición; Apenas iniciaba el crudo invierno, congelando el cristal de las ventanillas, los pasillos y los asientos, como si se tratara de otro pasajero, (sentía el ambiente denso); En el exterior, el gemido del viento, acompaña de luces tenues, dispersas y solitarias, anunciaban el amanecer, antes, algunas chimeneas tímidas, desde las primeras horas de la madrugada, cálidas desvelaron a tiempo el trajín, –al cerrar los ojos distinguía… en la intemperie, el sereno nocturno y bajo las perlas oscuras de la niebla, una fogata y una dulce fragancia de maderas de encinos, asomaba en las candentes brasas crujientes, (chisporroteando libres y en éxtasis), abrazadas por el

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templado viento del bosque; A la lejanía, borrascosas colinas frías semipobladas de esbeltos pinos y rojos cipreses, reflejaban débiles copas, luego de fragorosas batallas nocturnas, libradas al amparo de los reflejos de luna llena, pálida, en sus últimos estertores, al acecho pequeñas comunidades de coyotes y tlacuaches, y otras de conejos y comadrejas continuaron alegres rondines antes de guarecer en sus madrigueras, en esa milésima fracción del cosmos, el ambiente, inundaba de arrullos frescos, las gotas diamantinas de agua helada, caían presurosas por las barrancas, compitiendo con las otoñales hojas amarillas y rojas, buscando el remanso de los arroyos, y el fluir de la corriente en las piedras de la quebrada, revelaba murmullos, ocultos entre el trino angelical de los pájaros, y el frágil crujir de las hojas secas que despiertan revoloteando al paso, confundían acompasados con los delicados aleteos, de luciérnagas desveladas y de coloridas mariposas, (inconscientes navegantes), envolvían en aromáticos perfumes, del oyamel y de frondosos robles, y de las orquídeas y los sándalos, incitando a una matinal caminata de frescos aromas

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vírgenes de bosques húmedos; La gélida microatmósfera calaba hondo, hasta los huesos; Aunado a esto no deja dormir, ese pensamiento, taladra profundo, saber sí podía hallarla, hacía cuatro años de haberse ido sin avisar, ni una carta, ningún mensaje, ni llamadas; Gracias a la fotografía publicada en internet, por un turista, en una de las redes sociales, sabía que podría estar en ese mágico lugar, de la Sierra Tarahumara; Al detenerse totalmente, el pesado tren, estiré las piernas y recliné el cuerpo sobre el mullido asiento destartalado, recubiertos de vinilo color rojo (desteñido), en imitación piel, los descansabrazos rotos, y los cojines del asiento eran atravesados por el borde puntiagudo de algunos resortes que en inoportunos momentos sobresalían insistentes, me levanté de mi lugar y dirigí al compartimento superior, para tomar mi equipaje; Al iluminarse de forma incompleta un sucio tablero con la indicación de “salida / exit”, las últimas letras lucían despintadas, fue aprovechado por unos pasajeros, sin gestos (de despedidas), esquivaron miradas y como autómatas bajaron rápidamente, a la extraña estación

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silenciosa y semidesierta del Km 622, y desaparecieron, otros sentados y pensativos, continuarían en la ruta esperando encontrar quizás (rumbos mejores); Cuando embarqué no éramos más de quince y todos (sin excepción) parecían buscar algo, con la vista perdida, la cara triste, larga y descompuesta, al menos -dije, (no soy el único), entre ellos, una mujer joven, viste abrigo abullonado, rojo con bolsas a los lados, tiene cabello pelirrojo liso y largo, ojos grandes y facciones finas, viaja con un niño rubio en brazos, parecía tener alrededor de seis meses, seguramente también buscan, a alguien, (en todo el trayecto nadie cruzó palabras). Un poco antes, y medio dormido por el ajetreo del viaje, vi acercar al boletero, casi encima de mi hombro, (un silbato balanceaba débilmente de la cadena que colgaba de su cuello), avisó insistente jalándome fuerte de la chamarra, inclinado repetía cada vez en un tono más elevado, que estaba próxima “la estación”, según el destino marcado en el boleto; Ese lugar es la “estación Divisadero” a una altitud de 2,400 msnm, donde el inmenso cañón de las

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barrancas del cobre se pierde majestuoso ante la belleza incomparable del paisaje natural; Siendo el último en salir, presto dirigí a la puerta, bajando presuroso e impaciente los escalones, (afortunadamente por fín dejaba atrás esa sensación extraña y misteriosa, que no me permitió concertar el sueño), con la mochila en la espalda, y un libro de Edgar Allan Poe, era la primer edición de “la mascara de la muerte roja”, en su interior iba inserta la foto, (únicos acompañantes), al descender por completo y tocar tierra, sentí fuertes ráfagas de aíre frío clavarse implacables, cual delgados cuchillos de fuego; Sin inmutarse la muda estación lucía como “bolsillo a media quincena”, (era como si hubiese realizado un extraño viaje al pasado), ahí nadie esperaba a nadie, alcancé a ver unos destellos de siluetas coloridas, corriendo con los pies desnudos, veloces desaparecieron como fantasmas; Enseguida, quise regresar de inmediato, (suponía un error), pero el tren había cerrado sus puertas intentando partir, volteé ávido la mirada hacia atrás, y en la distancia, el movimiento borroso de una gorra roja sobresalía de la ventana del maquinista,

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a lo alto, trazos ahogados y grises de (bocanadas de humo), izaban lentos recortando inconscientes, entre la niebla y los brumosos vestigios del cielo rojo púrpura, al compás, primero vomitó un explosivo rugido, (taladrando nuevamente los oídos), reiniciaban los ritmos acompasados del estrépito golpeteo metálico, el cansado motor de locomotora, intentaba ponerse en marcha, seguido avanzó semilento, aumentó de potencia y remontó (extenuado) la pendiente ascendente, que se perdía sobre la pronunciada curva inmediata, pareció deslizarse como una venenosa y brillante serpiente de coral, casi a punto de desaparecer, de mi vista, ¡al descubierto¡, dos luces traseras rojas, palpitaban intermitentes, disminuyendo gradual y al final, se convirtieron en una de mayor tamaño, guiñando como un cíclope ojo rojo, quedando únicamente y al abandono, el refulgente brillo plateado de las paralelas vías mortecinas, descansando ahogaban en los eternos durmientes (duros corazones) de maderas de robles rojos, iguales al filo simétrico de un par de espadas de acero templadas, y que entierran hasta la empuñadura de

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bruñido bronce en despreciados corazones piratas; Volví la mirada, alcanzando a escuchar, muy a lo lejos y como en despedida, los últimos bocinazos, (se hicieron fúnebres); en ese adiós –dije convencido, ésta no es la ansiada estación, aquí todo es rojo, de colores rubíes, el cielo rojo, las calles rojas, paredes de casas y techos rojos, ventanas y puertas íntegras en color rojo, los picaportes y las buhardillas rojas, los jardines, el suelo y el pasto rojos, y las gigantescas montañas de un rojo cobrizo, incluso hasta el largo tren (que acababa de partir), es color rojo; En los restos de la mañana lúgubre e inhóspita , que transcurrían despacio e irremediables, agonizando silenciosas entre partículas de polvos sangrientos, reanudé, incrementando el paso, buscando un lugar para hospedarme, observé hacia el fondo de una calle angosta y empinada, cercana a la avenida principal donde transitaba, un alto edificio sobresalía, parecido a un hostal, y una de sus fachadas emitía refulgentes brillos multicolores, esa hora ya tenía demasiada hambre y quería recostar y tomar un oloroso y rico café caliente, me dirigí hacia allá, al llegar a

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éste solo encontré partes de un edificio en ruinas y al frente en uno de sus gruesos muros derruidos, colgaba únicamente, un antiguo espejo gótico, tipo oval, pendía de un grueso clavo de hierro, oscilaba monótono enmarcado en un fino vitral, a base de hilos de oro unidos en una filigrana de piedras preciosas, de rubíes puros, rojo intenso, y esmeraldas, ópalos, perlas blancas y negras y zafiros, originando que a través de los reflejos de luz que recibían, el paño del espejo cambiaba repentinamente de colores, del azul oscuro y profundo, pasaba al púrpura, del púrpura al verde, del verde esmeralda al color naranja, del ópalo naranja al color blanco intempestivamente, y luego al color violeta y de éste al color negro, el cual cambiaba finalmente a un teñido de color rojo, creado mediante unos hilillos verticales que resbalaban lentamente sobre el negro cristal, escurriendo en forma de pigmentos de sangre humana, hasta quedar completamente cubierto de un rojo radiante, el (tic tac), de unas campanadas sombrías provenientes de un viejo reloj de ébano, emitieron un ruido fluido y sordo, apagado, como el de

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un corazón cansado, pendía de la torre más alta, adosada a la pared del campanario, parecían desplomarse del muro trasero, Retomando mi objetivo caminé bajo densas nubes de graznidos, aleteando ágiles, una parvada de cuervos rojos, intempestivos levantaron el vuelo confundiendo gráciles en el incandescente tornasol del firmamento, antes, desorbitantes ojos rojos de un enorme gato rojo oscuro, (parecían salir de sus órbitas) y alumbrando como tizones encendidos, no me apartaron en ningún momento la vista, enseguida levanté una enorme piedra bola, roja y transparente, al instante se deshizo, (igual a una masa gelatinosa y pegajosa de tinta roja), en ese acto, y de un solo brinco, desapareció entre estridentes maullidos; Asombrado miré las palmas de las manos, aún escurrían unas gotas de tinta (parecidas a coágulos de sangre), solo quería saber si estaba poniéndome rojo, un perro ladró bravío y se apartó del empedrado camino, de (abundante pelaje color rojo), y unos perritos “rojos” siguieron tras el, (en fila india), se ocultaron detrás de frondosos arbustos cubiertos de exuberantes y sutiles hojas rojas, al acercarme a ellas,

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emanaban delicadas fragancias, de aromas tiernos luciendo (llamativos tulipanes rojos pasión), y diminutas esferas cristalinas bañaban en rocíos, semejantes a codiciados brillantes rubíes translúcidos, en forma de lágrimas, jugaban graciosas al contacto, balanceando en los sedosos pétalos, resbalaban temblorosas y en júbilo, cariñosas unían sus cuerpos, y cuando incrementaban de tamaño, se precipitaban al vacío, como desesperados amantes suicidas en plenitud de la vida, y nuevas gotas acusando un nuevo comienzo, en altivos pendientes de cristales renacían. Los quemantes rayos desnudos del sol, apenas punzantes daban inicio a su ritual como una fiesta, al fondo la reverberancia enturbiaba ligeramente la vista, parecía que hubiese aterrizado en una estación desconocida del lejano Planeta Marte, en “el Chepe” convertido en una gigantesca nave Galáctica; Y al mirar al infinito horizonte, en la delgada línea roja de la vida, zumbidos zigzagueantes de diminutos puntos rojos llamaron poderosamente mi atención, eran millones de abejas rojas, cambiaron de dirección, al tiempo que

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agachaba frotando las manos sobre la cabeza (pasaron muy cerca de mi órbita), flotaban como una gigantesca masa de ola sangrienta, continuó su ruta y se perdió en la lejanía, y a la orilla de la vía, al descubierto millares ojos de hormigas rojas afanosas, y hambrientas llevaban sobre sus lomos, residuos de comida (del doble de su tamaño) hacia su nido, un cadáver de jugosa manzana roja desapareció en segundos, -apresuraron el ritmo de sus pisadas, cuando ligeras gotas de lluvia, mecidas por los apacibles susurros del viento, aparecieron dejando huellas en formas de manchas (pequeños círculos rojos), caían en el sendero, incrustando ahogaban sobre espesas capas de polvos finos, (espaciadas al principio), emitían un leve sonido apagado, desvelando al universo, levantaban al impacto, abundantes olores penetrantes de rica tierra roja mojada. Después de las briznas del rocío y de las débiles gotas de lluvia, dio paso a un pequeño aguacero, y el aguacero empezó a formar surcos en la superficie, y los surcos un riachuelo sobre el empedrado camino, a su paso horadaban ligeramente la tierra dejando al

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descubierto vestigios ancestros, en esa inmensa y fría soledad donde nadie escucha se formó un espacioso silencio cósmico, cuando sentí un leve roce, muy ligero sobre la espalda, parecido al toque de una mano frágil, delicada y suave, como una flor, pero puntiaguda y fría, al voltear intempestivo, para ver de que se trataba, agudice ampliamente la mirada, busqué en todo el entorno del sendero, no había absolutamente nadie, solo escuchaba como unos suspiros, del ruido del agua, al ir formando los surcos, y de éste apenas sobresalía un objeto dorado brillante, colocado en cuclillas para ver de que se trataba, y al intentar recogerlo, el corazón me dio un vuelco, parecía salir de su lugar, ¡era el anillo de compromiso¡, que le había entregado hacía más de cinco años, es una fina joya, una reliquia y formaba parte de ancestras generaciones de la familia, (por casi dos siglos), aún, tenía intactos sus doce brillantes dispuestos en forma de carátula de reloj alrededor del enorme corazón de rubí, rojo intenso, (alojado en el centro). Lo levante con nostalgia, y lo elevé hacia lo más alto, hacia el zenit del basto universo y el brillo se hizo más intenso,

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formando un rayo de luz, que se confundió al unir con el brillo de la última estrella que ocultaba del bosque, solo fue un segundo, y sin embargo, fue uno de esos segundos que abarcan miles de minutos, de horas y de días llenos de júbilo, y de historias al acordarme de ella. El agua de la lluvia continuaba, nunca paro su curso y sin dejar de llover en toda la zona, el arroyo incrementó de fuerza y de nivel, inmóvil sentía como el agua fría iba hacia arriba, cubriendo cada poro de mi cuerpo, humedeciendo las piernas, subía voraz sobre la piel, como un río sangriento, y el intenso olor a sangre fresca invadía el ambiente, entre la corriente del cauce del río y la cúspide de las olas, como si se llevaran una vida, pude ver como se deslizó pausada y en vaivenes la fotografía, quise ir tras ella, pero ya era solo una masa de papel roja que alejaba, cada vez, hasta perderse por completo de mi campo visual, el agua elevó aún más de nivel, sin parar, aprisionaba fuerte mi pecho, y luego mi cuello y casi a punto de ahogarme, quedó finalmente solo un remanso, un gran lago rojo, que empezó a descender, luego de un pavoroso

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estruendo de un rayo luminoso, como partiendo en dos a esa fracción de la tierra, por fín había dejado de llover. Después de recuperar de los suspiros, y escurrir las gotas rojas que caían del cabello, copiosamente sobre la sien, Tal vez esto es un sueño –dije, y para cerciorarme, restregaba los ojos y apretaba fuerte los cachetes, todas las cosas permanecieron igual, sin ningún cambio, y el mismo color, ¡al contrario¡ cada vez todo se ponía de un rojo más brillante, más vivo, más intenso, sin duda en las majestuosas barrancas, “iba a la realidad sin conocerla”, (al fin en este mundo rojo), decidido, primero aclaré la garganta, y en voz alta, -dije, (lo cual resonó contestando en un largo eco), es el destino y en este pueblo cobrizo, la debo encontrar. F i N

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