ESCUELA NACIONAL DE ARTES PLÁSTICAS
“Francisco Zurbarán” IKI ALVARADO LUNA
Inicios de Zurbarán Nace el 7 de noviembre de 1598 en Fuente de Cantos ( Badajoz). Sus padres fueron Luis de Zurbarán, comerciante acomodado, e Isabel Márquez, quienes se habían casado en la localidad vecina de Monasterio el 10 de enero de 1588. Otros dos importantes pintores del Siglo de Oro nacerían poco después: Velázquez (1599-1660) y Alonso Cano. Probablemente se iniciara en el arte pictórico en la escuela de Juan de Roelas, en su ciudad natal, antes de ingresar, en 1619, en el taller del pintor Pedro Díaz de Villanueva, en Sevilla, donde Alonso Cano lo conoció en 1616. Probablemente también trabó relación con Francisco Pacheco y sus alumnos, a más de tener cierto influjo procedente de Sánchez Cotán tal cual puede observarse en la Naturaleza muerta que pintó Zurbarán hacia 1638. Su aprendizaje se terminó en 1617, año en el que Zurbarán se casó con María Páez. El único cuadro que hoy se conoce y que corresponde a los comienzos de su carrera es el de una Inmaculada de 1616.
El maestro sevillano Considerado un pintor de imaginería (artista especializado en imágenes y estatuas) Zurbarán firmó un nuevo contrato en 1618 con el convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada, y se instaló, con su familia y los miembros de su taller, en Sevilla. Pintó entonces el cuadro de San Serapio, uno de los mártires de la Orden de la Merced. Los religiosos mercedarios (pertenecientes a la Orden de la Merced), además de los votos tradicionales de castidad, pobreza y obediencia, pronunciaban un voto de «redención o de sangre» por el que se comprometían a entregar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe. Zurbarán quiso representar el horror sin que en la composición apareciera ni una gota de sangre. Aquí no se intuye el ensueño divino que precede a la Resurrección. La boca entreabierta no deja escapar ni un grito de dolor, demuestra el abatimiento paroxístico; dice en un soplo, simple y terriblemente, que ya es demasiado para seguir viviendo.
La gran capa blanca, casi un trampatojo, ocupa la mayor parte del cuadro. Si se hace abstracción del rostro, la relación entre la superficie total y la de este vasto espacio blanco es, exactamente, el numero aureo. Nominándose a sí mismo como «maestro pintor de la ciudad de Sevilla», Zurbarán despertó los celos de algunos pintores como Alonso Cano, a quien Zurbarán desdeñó. Se negó a pasar los exámenes que le darían derecho a utilizar este título, pues consideraba que su obra y el reconocimiento de los grandes tenían más valor que el de algunos miembros, más o menos amargados, de la corporación de los pintores. Le llovían los encargos de las familias nobles y para los grandes conventos que los mecenas andaluces protegían, como los de los jesuitas.
Sus encargos Los encargos que tenía Zurbarán eran muchos, y de ellos da cuenta un contrato encontrado según el cual Zurbarán vendió a Buenos Aires quince vírgenes mártires, quince reyes y hombres célebres, veinticuatro santos y patriarcas (todos ellos a tamaño natural) y también nueve paisajes holandeses. Zurbarán podía permitirse el mantener un taller importante con aprendices y asistentes. A principios de los años 1650 Zurbarán viajó de nuevo a Madrid. Pintó, entonces, en esfumado, el admirable rostro de la Virgen en la Anunciación (1638) que se encuentra en el Muse de Grenoble, y Cristo llevando la cruz de 1653(catedral de Orleans). En 1658 los cuatro grandes pintores —Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y Murillo— se encontraban en Madrid. Zurbarán testificó durante la investigación llevada a cabo sobre Velázquez, lo que le permitió ingresar en la Orden de Santiago como él deseaba. De esa época datan El lienzo de la Verónica , El reposo durante la huida a Egipto (Museo de Budapest), San Francisco arrodillado con una calavera y La Virgen con el Niño y san Juanito, su última obra fechada El 27 de Agosto de 1665 Francisco de Zurbarán murió en Madrid.[3]