J U A N L. O R T I Z
EL AGUA Y LA NOCHE
Editorial Biblioteca Libera los Libros
1970 by Editorial Biblioteca Departamento de Publicaciones de la Biblioteca Popular C. C. Vigil Alem 3078, Rosario, RepĂşblica Argentina
Indice
INTRODUCCION............................................................................................................................................................ 4
El agua y la noche ............................................................................................................................................. 10
INTRODUCCION En su ensayo "Tienen razón los literatos" Cesare Pavese dice: "Todo auténtico escritor es espléndidamente monótono en cuanto en sus páginas rige un molde al que acude, una ley formal de fantasía que transforma el más diverso material en figuras y situaciones que son casi siempre las mismas". Si esta afirmación es verdadera, como realmente lo creemos, Juan L. Ortiz es, sin dudas, un auténtico escritor. Su tarea consistió siempre en transformar el diverso material a su alcance, vasto y renovado, en figuras y situaciones que son casi siempre las mismas, dando pruebas de una espléndida monotonía. Demostró además que desde el principio, desde su ya lejano libro "El agua y la noche", (1933) le fue dado un tono que derramó sobre una materia que también le era propia; vale decir que todo el caudal de su obra constituye una suma de astillas arrancadas de un mismo tronco y testimonian un inevitable destino de poeta. Quizás no encontremos otro caso semejante en toda la literatura argentina. Más de cincuenta años de trabajo para construir pacientemente un orden homogéneo y real, viviente y articulado; un mundo complejo, tejido con la precaria circunstancia de todos los días, con la alta vibración de la historia, con la angustia secreta de la pobreza y el desamparo, y la repetida plenitud de la gracia. Presiento que una obra de esta dimensión sólo se puede realizar con una entrega sin reservas y confiada, persistiendo heroicamente en el registro cotidiano de estados e iluminaciones, descensos y buceos, titubeos y certezas, pero con la humildad de una hierba que florece para cumplir sus ciclos y no por el orgullo de la flor. Considero que esta básica actitud de Ortiz hacia la poesía —no pedirle nada, darle todo—, le hizo alcanzar la sabiduría que su obra trasluce, la modestia que preside su vida retirada. Estas, tal vez, hayan sido las leyes generales que instauraron su libertad, las que lo volcaron hacia el auscultamiento de su corazón y le ayudaron a descubrir el ritmo del mundo, conocimientos esenciales para elaborar un universo poético como el suyo. En su provincia natal, sin moverse casi de ella, sin deambular por ciudades fabulosas, ni países extraños, volcado pacientemente sobre si mismo, reconoció como aliados naturales el trabajo diario, el tiempo disponible y vacío y una equilibrada combinación de lucidez y abandono, para aferrar todos los hilos y reunir todas las voces. Pudo entonces salir al mundo, guarnecido por su tierra y su paisaje, sostenido por una participación de ojos abiertos, con la piedad encendida de los que realmente viven la esperanza. Por supuesto que una elección inicial semejante debía condicionar toda su existencia. Nada de lo expresado en los poemas podía ser ajeno a la experiencia cotidiana del poeta. Nada de lo experimentado con la palabra podía distanciarse de su existencia. Vida y poesía debían entonces ser construidas juntas, apoyándose una en la otra, alimentándose una de la otra, constituyendo ambas los polos de una dialéctica que se repetiría para siempre. Qué extraño es este ejemplo en toda la literatura argentina. Qué difícil resulta en ella deducir una vida a través de una obra. Tal vez por esta causa, la obra de Ortiz se nos
aparezca tan absolutamente original y solitaria. No creemos que tenga antecedentes reconocibles en nuestra literatura, ni que entronque en ninguna de las líneas de nuestra tradición poética. Tampoco sabemos qué sucederá cuando realmente esta obra vasta e inagotable empiece a nutrir las corrientes actuales de la poesía del país. Pues su sola presencia funda una tradición, ineludible en adelante, ya que la sustancia es el país y su desdicha, el hombre argentino que, encarnado en el poeta, recorre libremente los territorios del sueño y la alegría, sin alardes ni gestos abruptos, porque la poesía "no busca nunca, no, ella... espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano, en el centro mismo de la noche..." Nos llama sin embargo la atención que una obra de esta magnitud haya sido construida en el silencio aislado de una ciudad de provincia, en tácito enfren-tamiento con toda la cultura oficial, a la que Ortiz sabiamente ignoró, y a la que expresamente negó en su poesía. ¿Habrá que evitar sistemáticamente los vínculos con una cultura falseada, aunque difundida, para salvar la pureza e integridad de una obra literaria en nuestro país? Creo que la escasa vigencia de un pasado con momentos brillantes y la desorientación actual aconsejan esta vía. En este sentido, el camino de Ortiz, nos parece ejemplar. Se recogió para aclarar los propios mitos y los de su región, escuchó las lamentaciones, perdidas casi, de las antiguas culturas indígenas exterminadas, observó desde su casa, abierta siempre, la maravilla del río y la piel del cielo, vacío o atravesado por pájaros silvestres, o herido por las quejas de tantos, que también nos lastiman Dulce es estar tendido fundido en el espíritu del cielo a través de la ventana abierta sobre los soplos oscuros... ........................................ ¿Pero has olvidado, alma, has olvidado? .......................................... ¿En qué urnas etéreas, alma, olvidaste tu tiempo y tu piedad? La vida quiere unirse, alma, de nuevo, por encima de los suplicios... En esta búsqueda de la armonía y la unidad lleva Ortiz empeñada toda su vida, y casi todos sus poemas son un diálogo entre voces que se responden e interrogan sin término, intentando siempre levantar todos los velos, y aprehender en su desnudez primera la
vibración de cada cosa y su misterio —El viento es un alma, hijo, desesperada... —Desesperada, de qué? —Desesperada de... aire sin fin... y de... —¿De qué más? —De fuga... Sorprende que en un país tan desvalido de grandes poetas su obra haya permanecido casi ignorada por antólogos y "entendidos" y marginada del cauce prestigioso de la "alta cultura". Debemos sin embargo agregar, para ser justos, parafraseando la expresión de Valery sobre Mallarmé, que "en cada ciudad del país un joven secreto está dispuesto a hacerse despedazar por sus versos y por él mismo". Pero ¿qué sucede entre nosotros para que las obras más intensas y verdaderas tengan que vivir solitarias y silenciadas y sus autores apoyarse sólo en la propia fe esencial, en la heroicidad de una existencia que desdeña el olvido y que se ve obligada a crear a pesar del aislamiento y la orfandad? Algo debe andar muy mal para que la obra de escritores como Macedonio Fernández y Juan L. Ortiz, no sean utilizadas, sino tardíamente y con desgano, por el caudal vivo de la cultura argentina. Grave debe ser nuestra enfermedad para que una desidia culpable nos lleve a empobrecernos con estas omisiones y a mutilarnos con estas negligencias. Lo notable es que, a pesar de esta situación, la obra no haya sido afectada. ¿Debemos atribuir esta victoria a las virtudes de la poesía, a sus interminables beneficios? Atrincherado en su fortaleza provinciana Ortiz no fue alterado por este olvido. Comulgó con las obras de la mejor literatura. Li Tai Po y Proust, Cummings y Maeterlinck, Rilke y Pasternak, Keats y Shelley, le ofrecieron su fraternidad iluminada, el arco visionario que lo sostuvo sin desgaste, permitiéndole crear y crecer, construir sin mella la alta catedral de su poesía. Su aislamiento entonces se transformó en impulso y renunció a todo lo que no fuera el humilde y paciente trabajo con las palabras y la música, que lo unieron, al amparo del silencio, con las hojas, las hierbas y el río, que siempre fluye espejando los cambios del tiempo. La mínima huella campesina y el ancho viento del mundo fueron sus piedras. La memoria, incitada por los sentidos, fue desplegándole, ante su vigilia, desde "La dicha dorada de los espinillos" hasta la danza de las colinas, niñas atravesadas por todas las ráfagas, campo agreste, lugar de todas las batallas. La alternada ¿o tal vez simultánea? aparición en el diálogo de afirmaciones y preguntas, de confianza última e impaciencia presente, revela una existencia __y una poesía— serena y crispada, desvelada pero fervorosa. Y a vosotros, atardeceres de octubre, tan sensibles,
"suite" silenciosa de qué extraños espíritus? cuyo más mínimo movimiento me penetraba todo, perdón! os he sido casi indiferente. También para Ortiz, como para Ungaretti, el suplicio comienza cuando no se encuentra en armonía.. En esta búsqueda su poesía se fue ampliando, hasta abarcar un ámbito cada vez mayor. Se hizo circular y envolvente para que en ella se unieran los contrarios y él pudiese compartir las virtudes de la totalidad. En los primeros libros sus poemas constituían un hilo de flauta, tenue y ondulante, una línea que huía, inaprensible, recorriendo la hondonada del pueblo y la desolación del alma alterada y vacilante ante el espectro de la muerte Ráfaga del vacío que hace temblar como húmedos cirios a las plantas con luna y vuelve los caminos arroyos helados hacia la nada. Ráfaga del vacío, del abismo. Visos, todo, visos sobre la gran sombra! pero en los últimos ya no es la flauta, sino toda una orquesta, tejiendo y destejiendo, hilando siempre con música y silencio, atenta sólo a las señales sutiles del poeta, que organiza una sabia polifonía, con todas las voces del universo. De allí la extensión de los últimos poemas y su creciente complejidad. Un movimiento cada vez más amplio necesitó para registrar tantos matices de la memoria, tantas reclamaciones de lo viviente. Tenemos la impresión de hallarnos ante una red de palabras, delicada y precisa, aunque aérea, semejante a esas inmensas construcciones que las arañas pacientemente entrelazan, pero destinadas esta vez a registrar la música del mundo y el lastimado grito del hombre. Estas sucesivas ampliaciones le exigieron también a Ortiz una modificación en su trabajo. Le obligaron a escribir poemas cada vez más extensos y complejos, vecinos a la narración, aunque distantes de toda narrativa más o menos convencional. Nos parece que en poemas como "Las colinas", "Del otro lado", o "El Gualeguay" despliega en coincidencia con Pavese, la idea de que narrar es como nadar o bailar, es como realizar un movimiento en un líquido homogéneo y maleable, danza inacabable que origina figuras e imágenes sobre
el espesor precario del tiempo. La materia en donde Ortiz imprime sus gestos es el lenguaje, el campo donde desliza su palabra, la memoria. La estructura de sus poemas nace de un silencio anterior a la palabra, crece apoyada sobre él y su desarrollo origina lo que en definitiva será su forma. Cada verso es un avance hacia lo desconocido y en esta marcha surgen palabras y recuerdos, situaciones e ideas imprevisibles en el comienzo. Quiero decir que es nadando en el líquido maleable e indefinido del lenguaje donde Ortiz descubre la modalidad de sus estructuras poéticas. En aquel silencio anterior tienen su origen y luego, cuando las palabras ya son el poema, éste nos vuelve a alojar en el silencio, en el encantamiento que sólo la poesía es capaz de engendrar. No es por consiguiente la extensión de los textos, ni la disposición de éstos en la página, ni la referencia a sucesos objetivos lo que puede diferenciar el verso de la prosa, sino más bien la actitud del escritor frente al lenguaje, el sentido profundo de su utilización. O bien la palabra constituye una llave para entrar al reino de la libertad o es el testimonio de un vasallaje a las cosas, a su peso sordo, consistiendo en defintiva en una reiteración de lo obvio. Ortiz, con su obra, nos demuestra que sólo libera el tratamiento poético de la palabra; lo demás sigue siendo esclavitud. Se coloca así, sin proponérselo, a la vanguardia de una literatura que afanosamente busca ampliar los límites del verso, derribando todas las fronteras, y haciendo que el lenguaje sea únicamente materia para la poesía. Si nada puede quedar fuera del poema, ¿se justifica acaso otro uso del lenguaje que no sea el poético? Para Ortiz la palabra poética es creación. No existe para él discurso lineal, precipitación ansiosa sobre el filo del tiempo, sino desplazamiento sutil y múltiple, captación simultánea del espacio-tiempo, vigencia permanente de todas las áreas de los sentidos, ejercicio reiterado de aquellas correspondencias que tempranamente descubrió Baudelaire. Quizá por ello puedan confluir en los poemas de Ortiz lo puramente lírico y la entonación épica, alternándose y hasta enriqueciéndose en este movimiento de tensiones y distensiones que sigue los ocultos pliegues del alma y el ritmo de la esperanza. El equilibrio en fin, lo establece Ortiz —como sucede en la música actual— mediante una variación de la intensidad tímbrica en una pura relación de sonidos, y una compleja vinculación de sentidos. Sus palabras ascienden y descienden, giran y se queman alcanzadas siempre por los ardores de un viento total. Por eso la reiteración temática no constituye nunca repetición sino más bien cumplimiento de una "ley formal de fantasía" que preside toda la obra de Ortiz. Su insistencia demuestra un intento siempre renovado por aferrar imágenes que lo llaman y que le obligan a repetir incansablemente su gesto para derrotar la inevitable desesperanza, el áspero sabor de la ceniza. Sin embargo, aunque el poeta se vea obligado a concentrar su esfuerzo en el lenguaje, sabe que éste traiciona siempre y que inevitablemente malversa la oscura materia viviente. Más aún Ortiz sospecha de los idiomas occidentales, tan rígidos y lineales, creados "como para dar órdenes", dice. Para él sólo el ideograma chino, tan próximo a la música, constituye un instrumento apto para captar los estados variables, indefinidos, contradictorios, imprecisos del sentimiento poético. Imposibilitado de usarlo Ortiz se esmeró por restarle gravedad a su lengua, por aliviarla de todo peso. Para ello eliminó las estridencias, apagó los sonidos metálicos, multiplicó las terminaciones femeninas, disminuyendo la distancia
entre los tonos, aproximándose al murmullo, tal como lo querían sus viejos maestros, los simbolistas belgas. Sin embargo todo este empeño formal no constituye un mero ejercicio técnico, un alarde, más o menos equidistante del peligro, sino un riesgo absoluto de índole moral. Porque es precisamente aquí donde el poeta revela su verdadero compromiso. De esta incierta elección depende todo. Más aún cuando se sostiene, como lo hace Ortiz, que el fin del poeta no consiste en envolverse en la seda de la poesía como en un capullo. En realidad toda la obra de Ortiz nos convoca fervorosamente al ejercicio de una contemplación activa para instaurar en el mundo el reino de la poesía y la soberanía del amor. No olvidéis que la poesía si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, cruzada, o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin y tendida, humildemente, para el invento del amor. Hugo Gola
El agua y la noche 1924-1932
MIRADO ANOCHECER
Tras de la lejanía de las quintas ya obscuras el sol es ahora sólo un recuerdo rosado.
Dos vacas melancólicas parece que viniesen del ocaso con toda su morosa nostalgia.
Y por oriente otras, blancas, con recentales, en la luz ideal que casi las azula.
Balidos. Las chicharras cantan. — Aunque tú eres, me hubiera yo quedado un rato más aquí.
(1924)
¡QUE BIEN ESTOY AQUI...! ¡Qué bien estoy aquí, a lo largo tendido del "perezoso", al lado de tu sueño: tu blancura, otro quieto resplandor bajo la luna!
Las estrellas están dulcemente solemnes en un encantamiento de ojos lentos, y el cielo dice un gris apenas azulado.
La noche murmura como una arboleda invisible. Música de grillos, sutilmente agria, tan numerosa que es urdimbre tenue.
Un pájaro canta: ¡oh, agua del escondido río que gorgotea en la noche, soledad cristalina corrida de frescores!
¡Cómo estará el río! Sombra obscura de sauces sobre el agua argentada, quieta como otro cielo engastado y más íntimo, un rumor que es apenas en follajes azules, y el canto del cachilo que al paisaje confía un delgado secreto de brisa y de agua insomnes.
DOMINGO
El sol y el viento, solos, sobre el pueblo. Alegría de cal, de callejones últimos entre un pudor de ramas, por donde mis paseados, lentos días salían a suaves campos. Vecino era del agua y de la luz.
Campanas. Oh, la infancia que era como estas hojas, gracia viva del aire y los reflejos bajo la penetrante, mansa mirada de la tarde.
¡OH,
VIVIR AQUI!
¡ Oh. vivir aquí, en esta casita, tan a orilla del agua, entre esos sauces como colgaduras fantásticas y esos ceibos enormes todos rojos de flores!
Una penumbra verde la funde en la arboleda. Así fuera una vida dulcemente perdida en tanta gracia de agua, de árbol, flor y pájaro, de modo que ya nunca tuviese voz humana y se expresase ella por sólo melodías íntimas de corrientes, de follajes, de aromas, de color, de gorjeos transparentes y libres...
SEÑOR ... He sido, tal vez, una rama de árbol, una sombra de pájaro, el reflejo de un río... Señor, esta mañana tengo los párpados frescos como hojas, las pupilas tan limpias como de agua, un cristal en la voz como de pájaro, la piel toda mojada de rocío, y en las venas, en vez de sangre, una dulce corriente vegetal.
Señor, esta mañana tengo los párpados iguales que hojas nuevas, y temblorosa de oros, abierta y pura como el cielo el alma.
¡QUE BIEN EXTRAÑO EL OTOÑO!... ¡Qué bien extraño el otoño!
Una tristeza que es como un suspiro de nostalgia infinita. Una absorta congoja de recuerdos sin nombre. Una desolación flotante.
¡Qué bien extraño el otoño!
Vaga el alma perdida en su melancolía como en el sueño íntimo y lejano de una melodía que llora.
¡Qué bien extraño el Otoño!
IBA LA FELICIDAD Iba la felicidad en cuatro remos volando en el cielo del río hacia el fondo de la tarde.
La felicidad buscaba el secreto de la tarde, y no podía encontrarlo, pues su misterio huía cada vez más, de tan diáfano.
. . .Y no podía encontrarlo. Pero cantó, y el sensible cristal íntimo se hirió: el canto había encontrado el secreto de la tarde.
A cuatro remos venía la felicidad aleteando desde el fondo de la tarde.
Un largo rosa espectral era el cielo del río. La felicidad venía de doble sombra callada.
Un hastío de agua-fuerte era el paisaje del río.
Pero arriba se abrían guiños de innumerable dulzura.
ENTRE RIOS Es tan clara tu luz como una inocencia toda temblorosa y azul. Tu cielo está limpio de humo de chimeneas curvado en una alta paz de agua suspensa. Y tus ciudades blancas, modestas, casi tímidas, ríen su aseo rutilante entre las arboledas. No hay en tu tierra gracias sorprendentes de líneas. —apenas si una suave melodía de curvas— pero tiene ella un encanto de mujer, de sencilla, de agreste belleza, vestida de un silencio verde y feliz de campo, toda húmeda de una alegría de arroyos, con una cabellera densa de árboles libres.
OTOÑO, ESPLENDOR GRAVE... Entraste en este día de verano con tu oro casi fúnebre infinito y frágil, que por el campo tiembla como apagándose, con tus sombras pálidas y transparentes que agita un hondo viento pesado de recuerdos, queriendo ahogar el día con un rumor obscuro de crecida.
SIESTA Tendido a la sombra de un árbol, yo soy un niño dormido en medio del campo. La tierra parece que tiene suavidad de falda. El cielo puro de agua da con su vaga corriente unas espumas de nubes y sobre el cielo, el follaje un traslúcido bordado hace y deshace, indeciso, reduciendo el lujo etéreo a un temblor de monedas que me enriquecen la sombra. El viento entra en el sueño como una música que trae el anhelo del campo, ya extático o vagabundo, soñando con sus secretos, o tendido al horizonte. El viento dice el ensueño de esta paz verde y fluida bajo su respiración. Tendido a la sombra de un árbol, yo soy un niño dormido en medio del campo.
PESADA LUZ Mi hijo se duerme aquí, a mi lado, sobre el pasto. Y entró en el sueño entre un lujo agreste de juguetes: la danza de los reflejos encendiendo y apagando un temblor de pececillos en el agua azul del cielo de donde surte un ruido fino y roto de alegría destrozada no sé dónde. . . quizá en su misma pureza. Entró en el sueño mi hijo entre una magia de flores que los suspiros de los ángeles hacen temblar y llevan de un lado a otro como en un deshojamiento de la gran rosa del día dormida sobre los campos. . . Entró en el sueño mi hijo jugando con unos frescos animalillos que le buscaban las manecitas, y unos dedos vagos que le acariciaban la cara con una suavidad tanta que parecían morirse al tocarle las mejillas: Entró en el sueño mi hijo mirando el denso follaje, oyendo cantar los pájaros, rodeado de mariposas, acariciado por los tallos altos y sutiles, con una brisa ya medio dormida sobre los párpados.
DIA GRIS
¿Qué nos pregunta el vago horizonte que se viene a nuestra melancolía lleno de gestos mojados —tendido fantasma que absorbe las arboledas y nos invierte el lirio húmedo y solo del alma?
DIOS SE DESNUDA EN LA LLUVIA...
Dios se desnuda en la lluvia como una caricia innumerable. Cantan los pĂĄjaros entre la lluvia. Las plantas bailan de alegrĂa mojada.
La tierra como una hembra se disuelve en los dedos penetrantes con una palidez de mil ojos desmayados.
Camino bajo la lluvia, todo mojado, cantando, hacia mirajes que huyen en un rumoroso sueĂąo.
Lluvia, lluvia! Desnudez del dios primaveral, que baja danzando, danzando, a fecundar la amada toda abierta de espera, quebrada ya de ardor amarillo y largo.
LOS ANGELES BAILAN ENTRE LA HIERBA... Los ángeles bailan entre la hierba. Ondula un frío que relampaguea y que cortaría la tarde. La tarde dura como un diamante que desvalora de pronto una nube efímera.
Los ángeles de Cocteau sentados en las cornisas miraban caer la tarde con ojos violetas.
Es dura la vida. La vida es triste. Como un mar la muerte viene del sur y anda en el sol.
Los ángeles bailan entre la hierba y sonríen con una sonrisa filosa, un poco lúgubre ¿ cierto ? Sí, lúgubre, y breve.
SE EXTASÍA SOBRE LAS ARENAS... Se extasía sobre las arenas limpias y lisas, sobre los pastos, una luz de antes. Una luz de antes con un aroma de triste corazón adolescente. Iba mi ternura con los ojos grandes por los caminos de la tarde. Cantaban estos grillos, temblaba esta brisa, se despedían estos pájaros. Mi corazón era transparente como esta luz llovida.
DELICIAS ULTIMAS El otoño, con manos diáfanas y brillantes, está abriendo un azul purísimo que moja el paisaje de una delicia trémula, primaveral.
COMO UNA NIÑA LA CALLE ... Como una niña la calle a las escondidas juega con el cielo. Un árbol por un momento parece que se prestase a esconderla. Pero el cielo la busca con una ternura ya delicada de crepúsculo, y en una larga extensión la penetra, la satura, de un sentimiento violeta...
Extasiado se ha quedado el cielo mirando las lomas de la callecita.
TARDE El mundo es un pensamiento realizado de la luz. Un pensamiento dichoso. De la beatitud, el mundo ha brotado. Ha salido del éxtasis, de la dicha, llenos de sí, esta tarde, infinita, infinita, con árboles y con pájaros de infancia ¿de qué infancia? ¿de qué sueño de infancia?
PRIMAVERA LEJANA Primavera lejana. Tarde que viene a través de esta luz llena de cantos como una sombra herida de tanto darse contra los cristales del infinito agudo, aunque encantado.
Como una sombra, también, de corazón todo húmedo y vagamente florido.
Tarde llena de una sombra de lirio que nacía del poniente como de la ilusión angustiosa de mis pasos.
AQUI ESTOY A TU LADO Aquí estoy a tu lado mujer mía que duermes, solo. La noche es una curiosidad timida a través de la madreselva. (Será en los campos una solemnidad de giro armonioso, mágico, acompasado de grillos y suspirado de aguas). Estoy solo a tu lado, mujer mía. ¿Qué sueño agitará tu pecho? Aquí estoy a tu lado, solo, mujer mía. Qué será de nosotros de aquí a doscientos años? Qué seremos ¡Dios mío! qué seremos? Dentro de cien, dónde estaré yo? ¿Tendrá la noche estival, entonces, la forma que ahora tiene? ¿Y habrá una soledad que gemirá en esta misma pieza, al lado de la mujer dormida?
ESTE MEDIODÍA DE ... Este mediodía de primavera es una brisa. Una brisa sólo es. Como una niña la luz con el aire está jugando. Y es un cariño también. Mejor: parece un amor místico que a las cosas en transparencia disuelve de un ardor dulce y extático. Este mediodía de primavera es una brisa. El rio se lleva un sueño puro por los campos. Sueño de pájaro y de niño, que los prados abre, hacia dónde, hacia dónde? Un poco de muerte busca porque este momento es la angustia eterna, perfecta.
DULZURA DE LA TARDE ... Dulzura de la tarde goteada de esquilas y aquejada de un íntimo susurro de torcaz. De frágil y perfecta la tarde se dijera un recuerdo amarillo, breve, pero infinito.
Un recuerdo con una dicha de agua quieta que un cielo sueña y unas orillas florecidas. Recuerdo que se quiebra en un cristal de pájaros y se deshoja en un suspiro del otoño...
PRIMAVERA EN EL AIRE ... Primavera en el aire, y esta niña, mujer recién ayer nacida, vestida de amarillo en la tarde infantil.
Sus formas ya se curvan con cierto peso dulce, pero su cara tiene a ratos una tristeza absorta medio velada de una palidez de flor en la penumbra de las pestañas bajas.
Gracia de novia de la mujer, lejanía celeste de la virgen. Un corazón adolescente arde bajo tu imagen.
LUNA VAGA, DISUELTA ... Luna vaga, disuelta. ¡Oh, dulzura del río: palidez profunda velada de un presentimiento de alba en la noche aún tierna! Dulzura que arde de un rumor numeroso que la brisa delgada, llena de sueño ya, quiere apagar en vano, pues de pronto se exalta, aguda, en ese canto de pájaro: gorgoteo de agua pura y sola en el fondo agreste de la noche. Orilla que se va o se queda. Se queda mirándonos con gesto simple, pero lleno de musicales sortilegios.
Orilla medio desnuda, sin casi árboles, y que piérdese en un antiguo cielo de maravilla. Dulzura agreste, eterna, de las noches frente al escalofrío sucesivo de las almas!
ESPLENDOR LEJANO Y MORTAL Sol último y lejano. Maravilla luciente como una orilla encendida junto a un mar apagado. Aire absorto, encantado de un sentimiento malva. Sol último y lejano. Isla frágil de color en la bruma infinita. Hacia qué estrella volará en el amor de la noche? Ya es de Dios su luz. Detrás de ella está Dios como el silencio de las despedidas.
LA PALOMA SE QUEJA. La paloma se queja. Angustia del anhelo primaveral. La luz de la mano con las hojas nuevas se va hacia un país más pleno. Pero este canto da al cielo un pensamiento grave: melancolía de la tierna ilusión. El paisaje ligero, infantil, casi alado se vuelve hacia su sueño musical, infinito.
LUNA SOLA DE LOS CAMPOS. . .
Luna sola de los campos. Pienso en las bellezas perdidas. Pero ¿es pérdida ésta? Veo una luna abandonada tan hermosa como ésta sin nadie que la contemple ¿Nadie siente cómo los campos anochecidos se van alumbrando, flotantes, y descubren horizontes marinos con el humo de alguna arboleda perdida? ¿ Nadie ? Las ramas están pálidas de encanto y un sutil calofrió recorre las hojas. ¿Acaso este pájaro que aletea? Luna de oro entre los ceibos. Luna sola de los campos.
POEMAS DEL ANOCHECER Asfixia lenta del anochecer campesino. ¿De dónde nos asimos en el dulce naufragio? ¿De la estrella primera, del fosforecer de las luciérnagas? ¿De aquel silbido, o de este canto tímido de pájaro? Y los grillos? Si los grillos son cómplices.
Oh, la alegría de la lámpara sobre la mesa puesta, rota en una armonía de chispas sobre la vajilla, y nevando en el lino su verdad simple como el pan ya cortado!
Canto de los grillos en el anochecer desmayado de aroma de azahar. Oh, los grillos, traducen el anhelo de la hierba despierta, mojada, al parpadeo femenino del cielo.
Lirios de la anochecida. Fantasmas puros del jardín, ya casi perdido. Angeles del jardín, quietos entre las flores, vueltos sobre sí mismos, sobre la íntima luz tan pura, que ilumina como lámparas dulces, el olvido, todavía azulado, de las flores.
LOS COLORES DE DIOS Cielo y agua de otoño, vuestra dicha es sensible a la sombra más tenue de vuestro pensamiento; por eso aparecéis, así, con tal dulzura última, al uniros en celestes momentos.
Vuestros colores ¡Oh suave otoño latente son colores, o pálidos fuegos encantados de una melancolía todavía secreta, a pesar de esos soplos íntimos cual memorias?
Río que es la más pura contemplación. Mirada más profunda, más amorosa que ésta? Son fábulas del éxtasis las nubes indecisas y los follajes, y los vuelos coloreados.
CALLE DORMIDA EN EL SOL... Calle dormida en el sol. Qué paz la tuya, después de la ruidosa vanidad de la urbe!
Ciudad dormida en el sol. Un hastío eterno, dorado, transparente, de invierno.
¿De qué muerte vino este pájaro solo que ahora canta, solo, solo, en la tarde?
DANZAD, MUCHACHOS Danzad, muchachos. La primavera verde y lila de los paraísos.
Un escalofrío de suaves matices os acompaña.
¡Qué morado el perfume de los árboles nuestros!
Danzad. La primavera ondula para vosotros, para la mirada de las novias, para la canción vuestra. Danzad!
CLARIDAD, CLARIDAD Claridad, claridad. Forma ligera y profunda de la dicha. En un sueño de dicha juegan aquellos niños.
Claridad. Sueño de la plenitud lleno a la vez de los sueños transparentes del agua, abiertos a otro abismo aún más puro.
NOCHE Noche, noche. Abismo de la dicha cortada de escalofríos, de inquietudes. El día es un correr por la ribera ardiente. ¿Pero el agua de la sombra, feérica, nos calma la sed? El hálito de Dios los follajes eleva en un anhelo lleno de susurros. Noche de luna otoñal. ¿Estamos en el mundo? ¿Este río es el río o es una cinta de sueño que se va hacia la muerte, a la vida profunda del sueño de la esencia? Misterios antiguos vagan en las orillas. Memorias fantásticas se azulan en los claros. La noche suena cristalinamente. La pureza de la noche se afina hasta quebrarse en delgadas rupturas de agua, ranas y grillos, y luego se hace melodía que al fin se destila en gotas perdidas de esquila. ¡Oh tenderse a la sombra de este eucaliptus! Que el sueño entre en nosotros traído por los grillos. Despertarse en el límite de la noche y el alba, en el minuto en que la luna está tan sola que llama a los ángeles.
LLUVIA
Todo el día mi alma hoy estará suspensa de la voz del agua, como en un sueño mojado.
La voz del agua dulcemente cierra el mundo! ¡La voz del agua!
Todo el día seré un niño que se está durmiendo.
La vida será sólo una voz querida.
OTOÑO
Otros, Otoño, alaben la dulzura de tu adiós con rosas ¿ con rosas o con nubes ? tu melodiosa ruina, la pureza imposible del rocío que hace tus mañanas tan frágiles;
la tristeza que se desteje en la llovizna, o la desolación de un atardecer quieto y cerrado. Yo, Otoño, sólo quiero decir la misteriosa música en que flotamos.
Música que no es el rumor desprendido de las hojas, ni es la voz grave del viento: es la de tu silencio que nos lleva y nos trae como hojas perdidas,
hasta dejamos suspendidos en quién sabe qué abismos del recuerdo o qué penumbras íntimas. ¿Ocurrirá algo así cuando nos liberemos nosotros, demorosos de salidas, sabedores de un mundo ciego y entorpecido ?
"DIANA" Tenías una pureza tal de líneas, que emocionabas. ¿Desde dónde venían tu fuerte pecho, tus remos finos, tus nervios vibrantes, y esos ojos sesgados, húmedos de una inteligencia casi humana? ¿Desde dónde tus gentiles actitudes, esa manera tuya, aguzada, de echarte, y ese silencio, y esa suavidad felinos, acaso llenos de visiones, que ennoblecían las alfombras, y daban la inquietud de un alma, un alma gótica encarnada en tí? Oh, ya hubieran querido muchos hombres tu auténtica aristocracia. Fuerza contenida que raras veces temblaba en tu latido profundo. Y eras a la vez humilde y tímida, y sensitiva, lo que no impedía que te disparases con impulso heroico cuando tu instinto se abría como una fiesta sobre el campo. Recuerdo, recuerdo... ¿Qué compañía más discreta que la tuya? En el atardecer íbamos a la orilla del río. La cabeza baja, apenas si pisabas. Yo casi no respiraba. Oh, vuelos últimos en la palidez hechizada! Yo me sentaba en la barranca. Tu te tendías a mi lado, el hocico hacia el río,
esculpida en un gesto de caza hacia las estrellas del abismo. ¿Era hacia las llamas tímidas del abismo? Temblaba tu hocico, me mirabas, y caías de nuevo en el éxtasis. Acaso, al fin, eran tu presa las imágenes con que yo volvía luego: tímidas, asustadizas, de piel suave, pero de mirada pura, como la de tus liebres, oh Diana, ida ya para siempre, con mucho de mi auna y de mi casa (1932)
"Espinlllos" fue escrito en el periodo correspondiente al libro El agua y la noche, permaneciendo inédito hasta el presente. ESPINILLOS... Espinillos de mi tierra que al horizonte del campo —humo verde entre los troncos— le váis flotando el anhelo en unos grumos de islas... Espinillos, espinillos. . . Como mi tierra vosotros sóis de la melancolía... Sóis el alma misma de mi tierra humilde y sumida en un silencio de espera sólo subrayado por los pájaros y las aguas, y en donde las tardes como pensamientos de otro mundo son tan frágiles y puras que un canto puede quebrarlas y un solo vuelo mancharlas... Espinillos, espinillos...: Qué conversación con el minuto maduro liáis? Lo anunciarán los cachilos y lo llevarán de aquí para allá esos pajarillos mensajeros de las cosas que bisbisean las ramas? Oh, no! Se vuelve a vosotros, y así parecéis cargados de los secretos del campo, del misterio de la paz agreste, bajo la tarde!