Amazonas

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Amazonas Sergio Erick Ard贸n Ram铆rez


diciembre 2012


I Todo empezó hace más de 30 años cuando Camilo, entonces de escasos 8 me dijo, “papi que lindo sería ir ahí”. Estábamos hojeando un libro donde se hablaba del río Amazonas, y de los misterios y bellezas de su inmensa cuenca. Yo le contesté sin pensarlo dos veces: “algún día te llevaré”. Y como los compromisos se cumplen, y más si implican, como en este caso, curiosidad e interés propios, hace unos pocos días comenzando diciembre, al Amazonas fuimos a parar. Cipriano con compartido interés en la aventura se sumó. ¿Qué sabíamos del río más caudaloso de la tierra? Lo que a través de libros, revistas, cuentos y leyendas habíamos conocido. Yo tenía una muy especial y exclusiva información: Xinia por esa misma época en que yo asumía el compromiso, había estado ahí. Atraída por lo desconocido y buscando aventuras navegó por el río, donde aun se llama Marañón, en una barcaza del ejército peruano, de Iquitos a Leticia, ya en Colombia, y de ahí voló a Manaos. Varias semanas en insólitas condiciones, de guarnición en guarnición. Bueno, pero que ella, ojalá que algún día, cuente lo suyo. Lo cierto es que esa extraña experiencia sumó interés al mucho que yo ya tenía y adelantó valiosa información. Todos sabemos que Brasil es un gigante, el país más extenso de América Latina. Sabemos también que ahí se habla portugués y conocemos del fútbol y de la samba. Ahora, también los que siguen noticias y se interesan por la política, saben de Lula y de Dilma. Pero poco más se conoce. En sus ocho y medio millones de km2 cabrían 170 Costa Ricas.


Ya había estado en Río de Janeiro y en Brasilia, años atrás, cuando siendo diputado en compañía de Álvaro Montero y una docena de legisladores de diversos países latinoamericanos, viajamos a interceder ante las autoridades brasileñas para salvar la vida de Mario Firmenich, cabeza principal de la organización Montoneros de Argentina, que había sido apresado en Brasil y se temía por su extradición, puesto que en su patria, gobernada entonces por una sangrienta dictadura militar, se hacía “justicia” lanzando opositores al mar desde aviones o helicópteros. Pero ese paso fugaz sólo nos permitió conocer dependencias oficiales y cárceles. Aunque un día en Río y ya saliendo y a la carrera, nos asoleamos una mañana en Ipanema y vimos un encuentro nocturno entre Fluminense y Flamingo en el impactante Maracaná. Esa vez desde el avión, al hacer escala técnica en Manaos, pude ver la inmensidad del Amazonas y su confluencia con las aguas del río Negro que corren sin mezclarse por muchos kilómetros. De ese efímero paso, traje a Camilo una piraña disecada comprada en una tienda de souvenirs del aeropuerto y la reafirmación del compromiso: “algún día te llevaré”.

II Y bien, después de una corta escala en Ciudad de Panamá, erizada de altos edificios como estalagmitas, y de desigualdad, partimos a Manaos llenos de curiosidad y con reservación en un hotel céntrico que descubrimos gracias a internet. Fue en el trayecto del aeropuerto al alojamiento que comenzamos a tener idea de lo que aquella ciudad era. Por tramos parecía Ciudad de México, a ratos La Habana, y en el barrio donde estaba enclavado nuestro hotel, aquello parecía Paso Ancho. Una vez acomodados, fuimos advertidos, “mejor no salir de noche”. El Hotel Colonial, de escasas dos estrellas, es un negocio de familia, el viejo edificio de singular belleza, una joyita colonial en medio de un entorno ruinoso y deprimido. El recepcionista que hablaba español, hijo de un croata fugitivo, ex oficial, según nos contó con orgullo, del ejército alemán, venido a Brasil después de la segunda guerra mundial buscando vida y anonimato. Él, que había emigrado a Estados Unidos, regresó para alejar a su hija adolescente de las drogas de Los Ángeles, donde, entre mexicanos, aprendió español.



Cuento esto, porque no es solo anecdótico, que lo es, sino porque nos acerca a una realidad brasileña. Muchos de los casi 250 millones de habitantes del país son emigrantes o descendientes de emigrantes. Las interminables selvas y llanuras estaban pobladas por innumerables pueblos aborígenes pero de escasa gente. Los portugueses trajeron esclavos africanos para atender sus plantaciones y sus hatos, y después de la independencia y hasta hoy, ha habido un flujo permanente y masivo de emigrantes europeos y asiáticos, principalmente japoneses. La población de Brasil es, tal vez, más marcadamente que en otros lugares de América, resultado de esa mezcla de gentes de diverso origen. En Manaos y en general en toda la Amazonía, que reúne varios estados, predomina el mestizaje de originales, africanos y portugueses. Y para la inmensidad del territorio la población es pequeña. Con el 42% de la superficie del país apenas el 5% de sus habitantes, concentrados en algunas grandes urbes. Manaos que ha crecido a la carrera tiene más de 2 millones de habitantes, Belém, en el delta del río, más de 3, Santarém 1, Boa Vista igual, Porto Velho, por ahí. Todas estas ciudades han crecido gracias al comercio, y a la orilla de los ríos gigantescos y navegables que saturan la geografía amazónica.

III Buscando mayor tranquilidad cambiamos de hotel, no sin antes haber tenido de la mano de Celio, dueño del Colonial, una visita al extenso parque en el que se reproduce la selva y donde conocimos algunas de las especies animales que la pueblan. Especie de jardín botánico y zoológico sin mayores arrestos. El hotel 10 de Julio, no sé qué recuerda ésta fecha, si bien no muy diferente del anterior, tenía la singular virtud de estar a pocos metros de la plaza central y del teatro Amazonas, corazón mismo de la cuidad y sitio mucho más seguro. Del Teatro Amazonas hay que hablar, porque en su imponente mole renacentista se resume mucha de la historia, con tragedias incluidas, de Manaos y de la Amazonía. El caucho extraído de árboles abundantes en la selva se convirtió en la principal fuente de riqueza del territorio, los múltiples usos que ese material novedoso tenía lo convirtieron en producto muy apetecido en las últimas décadas del siglo XIX y las


primeras del XX. Y sólo la selva Amazónica lo ofrecía. Su explotación trajo riqueza a Manaos, a los que controlaban el comercio del caucho, porque a los “siringueiros,” quienes lo extraían de las profundidades de la selva, les significó sudor, malaria y muerte, con unas migajas de las inmensas ganancias por consuelo. Los pueblos indígenas fueron obligados en condición de esclavitud a trabajar hasta la extenuación para llenar los barcos que salían hacia Estados Unidos y Europa. Sobre estas bases terribles y dolorosas es que se asienta el Teatro Amazonas, donde los señores del caucho disfrutaban de la ópera y los conciertos de las mejores compañías y bandas traídas de Europa. En su construcción se gastaron ingentes recursos y participaron arquitectos, pintores y decoradores italianos y franceses. Mármoles de Carrara, arañas de Févres, maderas, increíble, de Portugal. Las más ricas pinturas y telas se usaron para butacas y accesorios. Una pléyade de artesanos europeos trabajó en sus detalles.


Alrededor del teatro, símbolo de la riqueza y poder de unos pocos, se fueron construyendo palacetes, mansiones y edificios que son los que hoy dan cierto encanto colonial a la ciudad. Aunque muchos requerirían urgente restauración o se vienen abajo. Toda esta fiebre del caucho y de riqueza llegó a su fin cuando los ingleses comenzaron a explotar sus propias plantaciones en Birmania donde habían llevado las semillas que a escondidas sustrajeron. Este sucinto relato histórico lo he creído necesario para no poner los pies en el vacío y saber el de donde y el por qué de las cosas.

IV Pero queríamos ver el río, o más bien los ríos, ya que Manaos se encuentra en la margen del río Negro en el punto donde este se une con el Salimoes y juntos dan nacimiento al Amazonas. El Negro nace en las montañas de Colombia y es de aguas cálidas y oscuras cargadas de taninos, el Salimoes, con diversos nombres, llega desde los Andes peruanos, casi a orillas del océano Pacífico y sus aguas son frescas y de color mucho más claro. Se encuentran en Manaos y fluyen sin mezclarse por muchos kilómetros. Aquella inmensa masa de agua resultante, la mayor de la tierra, tiene allí 6km de anchura. En la desembocadura por un delta gigantesco llega a tener 30km de orilla a orilla, cuando las lluvias aumentan su caudal. Y ese delta acoge la isla de Marajó de 50000 km2 de extensión, igual que Costa Rica. En los casi 3000 km que separan a Manaos del océano se suman nuevos inmensos caudales, los ríos, Madeira que viene de Bolivia, el Tapajoz y el Xingu que nacen en la sierra del centro del Brasil, y ya en el delta irrumpe el último gigante, el Tocatins. A la altura de Manaos se calcula en 100000 los m3 por segundo y en Belém en 200000 m3 por segundo el volumen de estas aguas. Van 100 km mar adentro hasta ser absorbidas por el océano, después de hacer un recorrido, en su naciente más lejana de 6500 km. Ya ven ustedes por qué queríamos ir ahí y navegar en esos verdaderos mares de agua dulce. Tiene nuestro planeta en esa cuenca una reserva que podría salvarle la vida. Pero bueno, antes del recorrido por el río que yo esperaba con ansias nos fuimos de paseo a la selva. Camilo y Cipriano amantes de las aves, los mamíferos y los peces apuntaban en esa dirección. Después de un viaje, en aquellas inmensidades corto, a 120km de Manaos nos alojamos en un precario “hotel” flotante en el Río Mamorí, a la entrada del lago de Juma. Hasta


ahí primero en lancha, después en carro y finalmente de nuevo en lancha, nos llevó quien sería nuestro maestro y guía por 4 días: Samir Gandhi. Cincuentón de piel oscura y ojos como brasas, oriundo de la Guyana, descendiente de hindúes. Los ingleses colonialistas experimentados, ante la escasez de nativos y la rebeldía de los esclavos africanos, trajeron de La India a muchos miles de hindúes para ser administradores de sus intereses y hacer de comodín. Samir venía de ellos, y habiendo convivido con los originales por años, había aprendido mucho de la selva y de los ríos, de sus misterios y de sus tesoros. Mientras convivimos con él, en el lago, en el río, entre los árboles, no se cansó de enseñarnos. Apasionado amante de la naturaleza este personaje, seguidor de la música y la filosofía de Bob Marley, marihuana incluida, nos hizo la estancia en aquellas precarias instalaciones gratísima. Con él pescamos, navegamos de día y de noche, caminamos en la selva y dormimos en ella, donde degustamos de sus manos exquisitos lomos de pirarucú y brindamos en el cumpleaños 27 de Cipriano con un coctel de “cachaza” (guaro) con “abacaxi” (piña) que sabía a gloria. Pero que, como siempre pasa, produjo un altercado entre nuestro Gandhi y Karsten el holandés que junto con Martin,


un alemán y Elena, una gringa de Nueva York, completaban la expedición. La disputa, alimentada por el salvaje coctel, tenía que ver con las ranas, imagínense, que si eran venenosas o si no, la cosa no llegó a más y Samir, ayudado por el buen juicio de Camilo dejó ir su rabia, y el holandés cayó en la cuenta de que dependíamos del guyanés. En todo caso interesante confrontación, resentimientos incluidos, entre un europeo que cree saberlo todo, lo que es común, y un americano que no se apoca y que no se queda atrás. Los excesos los aportó el licor.


V Si las aguas amazónicas, cuajadas de vida, tienen un protagonista principal, ese es el delfín rosado. Único en el mundo. Quiénes visitan estas aguas lo hacen muchas veces para conocerlos y nadar con ellos. Sólo allí los hay y de verdad que son graciosos con su larga trompa y su color tenuemente rosa. Se les ve por aquí y por allá junto a sus primos los delfines grises. Pero impresionante es el pirarucú, el pez de agua dulce más grande del planeta que llega a medir 3 y medio metros. Peces, caimanes, aves, vimos muchas, algunas muy conocidas, como pericos, loras, tucanes, lapas y créanmelo, tijos, pecho amarillos y viuditas que abundan en los llanos de Turrúcares. Lo que sí no vimos, excepción hecha de dos monitos de larga cola, fue mamíferos salvajes, porque cerdos, ovejas, vacas y caballos si se ven a la orilla de las aguas y en las casas ribereñas. A lo lejos, pero de muy lejos, llegaban a veces los aullidos de los congos. Para buscar animales de monte no hay que ir tan lejos. Allí el asunto es agua. La selva, por lo menos en la parte que visitamos, es muy similar a la nuestra del pacífico central, aunque sus árboles gigantes no sean los mismos. Se dice que la capa fértil es pequeña y que eso hace que las tormentas vuelquen muchos árboles, lo que constatamos, al no poder penetrar con sus raíces el cascajo y la roca con que topan no logran suficiente asidero y los vientos hacen lo suyo. Si tiene sus exclusividades, árboles que golpeados suenan como tambores que se oyen a lo lejos, los imponentes gigantes que producen la nuez del Brasil, grandes hormigueros defendidos por miles de insectos que pican como los de nuestros cornezuelos. Innumerables plantas, cortezas, semillas, flores que son una botica natural, pues según dice Samir, y le creemos, sirven para todos los males imaginables y hasta unos gusanos o larvas gigantes que saben a leche de coco y que tienen similares propiedades que la Viagra. Todo esto aprendido por los originales en sus miles de años en convivencia con la selva. Pero había que regresar al río-mar, al Amazonas, y la selva y su fresco verdor debían quedar atrás. Los 4 días que pasamos en el Juma, a pesar de los sudores y los cansancios, por encima de incomodidades y limitaciones del confort, fueron encantadores. Nos



permitieron también compartir con algunos de los pocos visitantes extranjeros que por ahí se aventuran. Un holandés, una gringa, un austriaco y su esposa brasileña, un alemán, una pareja de canadienses que recién llegaban cuando partíamos y una inglesa que parecía gemela, exagerando un poco, no era tan bonita, de Inti. La comunicación; en inglés, ¡qué coraje!. Samir, acompañado ya por su mujer, una negra de Boa Vista, simpática y aguda, nos llevó de vuelta a Manaos. A la mañana siguiente, en aguas del río Negro y después de un abordaje arrevesado: había que, agarrándose de una gran llanta y después de alguna acrobacia propia de muchachos, poner pie en cubierta. Pasamos así a ser pasajeros del “Golfínho do Mar”, 3 de los 700. Tres cubiertas repletas de hamacas, de todos los colores, cada quien lleva la suya. Nos tocó en la cubierta más alta. Ahí, codo con codo, nos acomodamos. A Camilo le correspondía ir al lado de un fortachón de anchas espaldas, que dichosamente subió el nivel de su hamaca y salvó espacio. Nos esperaban 30 horas de navegación continua. Con cortas paradas en Óbidos y Parintins, puertos fluviales de instalaciones portuarias precarias. En el trayecto nos topamos con muchos barcos y barcazas, lanchas y canoas. El Amazonas y sus afluentes son las grandes autopistas de mil carriles por donde entran y salen productos, gentes y vituallas. Lo mismo sube un portacontenedores de gran calado que baja un botecito de familia. En Óbidos, ya en el estado de Pará, la policía abordo el Golfinho do Mar e hizo una requisa. Buscaban droga, recordemos que río arriba están Colombia y Perú y que el tráfico conoce mil argucias. Por lo que vimos no encontraron nada. Lo destacable de este episodio fue el volumen ciclópeo de dos de los agentes, verdaderos gigantes, mulatos de caras duras, cargados, como parece ser la costumbre universal, de espinilleras, hombreras, altas botas, equipos personales de comunicación, grandes pistolas y coronados con la infaltable boina negra. Esto cubriendo un traje gris de camuflaje. Impresionantes, verdaderos “gorilas”, sin que sea peyorativo, no tenemos porqué, ojalá. Pero no pude dejar de pensar en la brutal represión de los años de dictadura militar cuando hombres como estos hacían y deshacían, “limpiando” el país de opositores. La misma presidente actual Dilma Rouseff sufrió torturas y maltratos de manos de policías, que con suerte, tenían un aspecto similar.



VI Alguno de ustedes, pacientes lectores, ¿se ha preguntado el por qué del nombre Amazonas? La versión más difundida, que no suena tan disparatada, es que los exploradores portugueses sobrecogidos por la inmensidad del río, hambrientos y delirantes, creyeron ver mujeres desnudas de sonrosadas pieles nadando, en lo que no eran sino delfines rosados, y como en el centro de Europa se llamaba Amazonas a una casta mitológica de guerreras, pues soñaron que navegaban por un río de leyenda al que llamaron El Río de las Amazonas. Alguna otra versión pudiera haber, yo acepto esta. Qué más da. Descubrimos que había una cuarta cubierta, con bocadillos, refrescos y cervezas, a Camilo le volvió el alma al cuerpo, y una permanente, estruendosa y monótona pantalla de televisión de tamaño proporcional al río. Para poder permanecer en esta cubierta sin perder los tímpanos, optamos por tacos de algodón en los oídos. La música, con algunos pequeños intervalos, era brasileña de la más popular, nada de Caetano Veloso o Chico Buarque, ¡sólo candela! Pero bueno, la vista desde ahí a unos diez metros arriba de las aguas era magnífica. Con binóculos que te acercan a la orilla algo podíamos ver de pueblos, barcos y verdores. A pesar de las hamacas, portentoso aporte americano al confort universal, del “rancho” copioso y cargado de harinas, del ruido cadencioso e interminable de los motores, de las letrinas, del hacinamiento, los mil kilómetros que hicimos de Manaos a Santarém, para mí, no hablo por Cipriano o por Camilo, fueron memorables. Este era mi sueño principal y nunca pensé que fuera diferente. La experiencia de Xinia, treinta y pico de años atrás, me había preparado. En todo caso sé que mis entrañables acompañantes, superado el cansancio y el hastío, pensaban igual. Un francés atrevido, que venía de Colombia y Venezuela y se enrumbaba hacia Bolivia y una pareja de alemanes setentones eran los únicos otros extranjeros que compartían la travesía. El resto, es decir todos, eran brasileños, familias enteras o trabajadores que volvían a sus casas para navidad. Manaos es un centro industrial de importancia que atrae a muchas gentes en busca de trabajo. Se



cargaba toda clase de cosas, desde pantallas planas de televisión y cochecitos para niños, hasta juguetes y valijas repletas, imagino yo, de tiliches chinos. Brasil ha visto en los últimos 6 años a 30 millones de sus habitantes salir de la pobreza, según cuenta la ONU. Lo que vimos en el barco, bien podría ser un reflejo de esto. Porque las gentes se veían humildes y los pasajes no eran baratos, 250 rais, equivalentes a unos 65mil colones.


VII Lo cierto es que el trayecto tan prolongado por el inmenso río lo asumí como un privilegio, como un viaje único que más que llenaba mis expectativas y mis fantasias. Originalmente habíamos pensado regresar a Manaos por el río. Pero los ojos suplicantes de Cipriano y las palabras sin convicción de Camilo sobre la repetición de la experiencia, me hicieron concluir que ya era suficiente. Santarém, como tantas otras ciudades y pueblos amazónicos, primero fue una ermita y un precario asentamiento de curas catequizadores portugueses. A partir de ahí y gracias al comercio aquellos pequeños caseríos insalubres y fantasmales se fueron convirtiendo en lo que hoy son: pujantes centros urbanos que cobijan muchas gentes y con una vida económica en ascenso. Con infraestructuras que aun dejan mucho que desear. En Santarém, habiendo llegado una noche de sábado tuvimos que correr para, en las primeras horas del domingo amarrar reservaciones para volar de vuelta a Manaos dos días después. En el hotel Sandys, de mejor ver que los anteriores, ubicado justo a la espalda de la iglesia principal, pasé el único mal rato de todo el recorrido. Camilo con su pinta de galán tropical y Cipriano con su porte “escandinavo” resolvieron salir a explorar lugares de interés. Yo, necesitado de reposo después del río y las carreras de la mañana, opté por recogerme y entretenerme con la televisión esperando, de paso, pescar algún sueño reparador. Salieron a las 12 y quedamos de vernos a media tarde para almorzar. A las 5 bajé a la recepción a transmitir a duras penas, problemas del lenguaje, mi preocupación. No regresaban. A las 7, ya oscuro, de nuevo bajé pensando en visitar la policía. Me tranquilizaron un poco, por lo menos eso parecían proponerse en recepción. A las 9pm oí sus risas en la puerta. Yo había estado pensando en las acciones a tomar y aun en las explicaciones a dar a Xinia, y a Agnes y sus hijas si los hubiéramos perdido. ¿Qué había pasado? Pues tomaron un bus. Viajaron a una playa excepcional, según palabras de Camilo, ahí encontraron al francés del barco, y entre cervezas, pescados a las brasas, la playa de aguadulce, una tienda de artesanía indígena muy bien surtida y… nada más, se



les pasó el tiempo. Que yo les esperaba, se enteraron cuando les reclamé sus casi 10 horas de desaparecidos. Tan bien me hablaron, una vez que bajé el susto, del lugar que habían visitado, que al día siguiente, y ya los tres, llegamos a Alter do Chao. Cahuita, Punta Cocles, Varadero, Punta Cana, cualquiera de las muchas playas de arenas blancas del Caribe, eso sí, sin palmeras, pero eso sí, sin oleaje y de aguas dulces con delfines a la vista. Precioso el lugar, sabrosa la bañada, caliente el sol e impresionante la famosa tienda, una interminable colección de artesanías de los muchos pueblos originarios que habitan, a pesar del “desarrollo” y los estrujes, la Amazonía brasileña. Toda clase de objetos: utensilios, adornos, vestimentas, armas, instrumentos musicales, máscaras, de todo, y a precios prohibitivos. Me llamaron la atención de manera especial las cerbatanas de casi 4 metros provistas de mirilla, que usan para bajar de las alturas a aves y monos. Formidables armas de caza que quizá expliquen el por qué no vimos monos en la selva. Alter do Chao, un paraíso a orillas del río Tapajóz, uno de los gigantes que vierten sus aguas en el Amazonas, que parece una playa caribeña y esto a 2000 km del mar. La Amazonía en su vastedad reúne toda clase de misterios y tesoros. De Santarém poco se puede decir, vida nocturna de ciudad de provincia, algunas edificaciones muy bella de corte portugués con sus arcos, sus balcones metálicos y sus fachadas cubiertas de azulejos. Gentes y carros que van y que vienen, barcos de mediano tamaño que entran y salen de su destartalado puerto, un mercado de pescado muy bien surtido. Y es que estos mares de agua dulce están repletos de peces y de vida.


VIII Lo que nos había tomado 30 horas en el agua, nos tomó poco más de 1 hora en el aire. De vuelta a Manaos, a tiempo para ser testigo de los preparativos que, con los exteriores del Teatro Amazonas como escenario, se hacían para una representación multitudinaria de la natividad. Centenares de muchachos y hasta bomberos y policías hacían de extras. Sonido, efectos de luces, camellos de mentiras, estandartes y todo lo que a los productores se les ocurre en estos casos. La culminación de tanto esfuerzo nos la perderíamos, puesto que el día 20 en la madrugada debíamos estar volando de regreso. Había aires navideños en la ciudad, incluyendo en la plaza Eduardo Ribeiro, frente al ayuntamiento, un enorme árbol de navidad, un poco mejor proporcionado que el que la municipalidad de San José autorizó poner frente al gimnasio nacional, pero con la diferencia de que lo adornaban estrellas de todos los colores y no anuncios de la Coca Cola. Al lado, y esto me complació, un gran pesebre de tamaño natural, mula y buey incluidos. Queriendo aprovechar al máximo nuestro último día, a bordo de una lancha rápida, y en compañía de una portuguesa sordomuda de profundos ojos azules y pequeña estatura, y de un médico aun más pequeño de Sao Paulo, salimos a vivir otras emociones y alegrías. A hora y media de Manaos, río Negro, aguas arriba, Cipriano, Camilo, y el médico compartieron directamente con los delfines rosados. Con pequeños peces como señuelos y al llamado del lugareño, acudían en grupo los…. Cipriano dice que no es correcto llamarlos peces, sino cetáceos, bueno, los delfines, que con sus largas trompas, y suavemente, arrebataban a sus manos el alimento. Una y otra vez se repitió el encuentro, y a mí, que estaba en la balsa, me parecían más simpáticas e interesantes las caras de asombro y de felicidad de los hombre-niños que los mismos mamíferos nadadores. De ahí a almorzar en un lugar sin novedad y sin letrinas y luego al remate del día y de todo el viaje. La visita a los originales, que en un ranchón y a la vista, a lo lejos, apenas perceptibles, de los altos edificios de Manaos, nos presentaron sus cantos y sus danzas. Ataviados con sus collares y sus plumas, las mujeres de pechos descubiertos, los hombres con discretas pantalonetas bajo el taparrabo, con sus caras pintadas con achiote, nos deleitaron con los sonidos únicos de sus instrumentos y los cadenciosos


pasos de sus bailes. El que hacía de presentador, el más viejo, el jefe, nos explicó en buen español lo que hacían y sus porqués. Venían de las tierras altas, de la frontera con Venezuela y pretendían dar a conocer su cultura sin agachamientos ni sonrojos, con dignidad. Su presentación no era pagada. Ya al concluir, nos invitaron a danzar con ellos y a apreciar sus artesanías. En una pequeña canasta a la entrada del ranchón, cada quien, si tenía a bien, depositaba su propina.

“Ser Humano de la Luz del Día” era su nombre, y nos contó que había estado en Argentina en una reunión de representantes de pueblos originales haciendo oír su voz y sus reclamos, que conoció a Cristina Fernández, la presidenta y que conversó con Choquehuanca, el ministro de relaciones exteriores de Bolivia. Las cosas que se dan en esta nueva América que nace. Por ser el más viejo de los visitantes a la hora de las fotos me hizo el honor de brindarme su vara de mando, y me advirtió: “sólo para la foto”. El regreso a la ciudad se dio con las oscuras aguas del rio Negro encrespadas por un fuerte viento, y después de una bebida refrescante en una soda de la plaza principal a tratar de pescar un corto sueño, porque a horas muy tempranas nos llevarían al aeropuerto.



Doce días duró el periplo, intensos, aleccionadores, cargados de sorpresas y enseñanzas. Regresamos sabiendo un poco más. De la Amazonía, de sus aguas y de sus selvas, de sus gentes y de su historia. Ya nadie nos podrá contar cuentos, algo sabemos. Brasil es mucho más que samba y carnavales, mucho más que futbol y tangas y favelas. Brasil no es sólo el gigante económico que se mueve, que innova y que produce, también es selva y aguas y gentes empeñosas y amables de todos los colores. El hermano más grande, en las trifulcas de la globalización, para que no nos aplasten, su apoyo y su respaldo serán imperativos.




sergio erick ard贸n ram铆rez alajuela, costa rica diciembre 2012


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