Romeo y Julieta, traducción española postridentina

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1 Bandello, Matteo. Historias trágicas y ejemplares, sacadas del Bandello veronés. Nuevamente traducidas de las que en lengua francesa adornaron Pierres Bouistau y Francisco de Belleforest. Por Lorenzo de Ayala y a costa de Miguel Martínez. Valladolid: Her. De Bernardino de Santo Domingo, 1603. Transcripción de Carmen R. Rabell Se ha mantenido la puntuación y sintaxis. Solo se ha modernizado la grafía y la acentuación.

p. 48 Historia tercera. De dos enamorados, que el uno se mató con veneno, y el otro murió de pesar de ver muerto al otro. Repartido en seis capítulos. Sumario Creo que los que miden la grandeza de las obras de Dios, según la capacidad de sus rudos y groseros entendimientos, no darán mucho crédito a esta historia, así por los diversos sucesos que verá escritos en ella, como por la novedad que en ella hallarán de una rara y perfecta amistad. Y quiero certificarles (y esto servirá de esta vez para todas las demás) que no pondré en esta obra historia fabulosa, ni contaré cosa de que no tenga testimonio de anales o de crónicas, o que no se sepa haber pasado así de quien la haya visto, o que no tenga autoridad de algún historiador mozo, latino, griego y toscano. Y los que hubieren leído a Plinio, Valerio Máximo, y Plutarco, y otros, hallarán que antiguamente hubo gran cantidad, así de hombres como de mujeres, que murieron con excesiva alegría, y no dudarán que estos de quien quiero tratar, hayan podido morir en las llamas furiosas de su encendido amor, que si este se apodera una vez de algún sujeto generoso, y no halla resistencia en él, sirva de reparo para detener la violencia de su curso, mina, consume de tal manera las potencias naturales, que sujetando el ánimo da lugar a la vida, como se verifica en la desastrada muerte de dos enamorados que acabaron en una sepultura en la ciudad de Verona, donde el día de hoy están sus huesos, cuya historia no es de menos admiración que verdadera. Capítulo primero. En que se cuenta de quiénes eran Romeo y Julieta, y se pone el principio de sus amores, y de los bandos de los Montescos y Capeletes. Si la afición particular, que (con justa causa) cada uno tiene al lugar donde nació no nos engaña, creo confesaran todos conmigo haber pocas ciudades en Italia que hagan ventaja a Verona, así por


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p. 49 el río Adige y su navegación, que pasa por ella, y por cuyo medio se contrata en Alemania, como por la vista de los fértiles valles y montañas que la rodean, con las fuentes vivas, que sirven a su necesidad y comodidad. Y no trato particularmente de las cuatro puentes, y singulares antiguallas que cada día descubren los curiosos. Y por eso quise tomar esta historia de lgo atrás, para mayor claridad de lo que he de escribir, cuya memoria está hoy tan reciente en Verona, que apenas se han cerrado los ojos de muchos que vieron este triste espectáculo. En el tiempo que tenía el dominio de esta ciudad el señor Bartolomé de la Escala, había en ella dos familias más nombradas que las otras, así por nobleza, como en riquezas, la una era de los Montescos, y la otra de los Capeletes. Y como acontece de ordinario haber envidia entre los que están en igual grado de autoridad, vino a haber enemistad entre estas, y aunque su origen fue por causa harto liviana, con el tiempo se encendió tanto que en sucesos que hubo entre ellos perdieron muchos las vidas, y aunque el señor de la Escala (de quien se ha tratado) cuya era Verona, viendo tal desconcierto en su república procuró con toda instancia reconciliar estos dos linajes, fue su trabajo en balde, porque tenían tan arraigada su pasión que parecía no se poder amansar con ningún saber ni consejo, y lo que más pudo alcanzar con ellos, fue que por un tiempo dejasen las armas, esperando otra ocasión para más a su contento acabar de pacificarlos. Y estando en este estado, un mancebo de los Montescos, llamado Romeo, de edad de veintiún años, el más agraciado de cuantos había en Verona, se enamoró de una dama de la misma ciudad, y pareciéronle tan bien sus gracias, que por servirla dejó las demás ocupaciones. Y como hubiesen intervenido cartas, embajadas, y presentes, determinó finalmente de hablar con ella, para darle a entender su pasión, y hízolo sin tratarlo con nadie: mas ella que se había criado en to‐

p. 50 da virtud, le supo responder de tal manera resistiendo a su demanda, que de allí adelante no volvió más a ella con semejante negocio, y se le mostró tan esquiva, que aún de sola la vista no le hizo favor, aunque el pobre mozo cuanto más desechado se veía, tanto más se encendía. Y después de haber continuado algunos días en servirla, sin hallar alivio para su pasión, determinó irse de Vrona por probar y mudando lugar podría también trocar afición, y decía: Que provecho se me sigue de amar a esta ingrata, pues me aborrece tanto? Yo la sigo por todas partes, y ella huye de mí? Yo no puedo vivir si no es estando cerca de ella, y ella no tiene contento si no es verse ausente de mí? Quiero apartarme de su presencia, y podrá ser que no la viendo, el fuego que se sustenta en mi con sus hermosos ojos, se apague por un poco. Pero cuando quería poner por obra su pensamiento, en un instante determinaba lo contrario, y sin saber qué hacer, gastaba los días y noches en lamentaciones, por haberle amor impreso de tal manera en lo interior la hermosura de aquella dama que se había rendido sin poder resistirle, y se iba consumiendo como nieve al calor del sol. Sentían sus parientes y amigos de su desastre, aunque sobre todos le pesaba verle así a un su compañero de más edad y discreción que él, que comenzó a reprenderle ásperamente, por ser la amistad de los dos tan grande, que sentía su pasión como él mismo, y viéndole tan metido en sus imaginaciones, le dijo: Maravíllome mucho Romeo, en ver


3 que consumes lo mejor de tu vida en prosecución de una cosa de que te ves menospreciado, sin que haya tenido respeto a tus gastos, honra, ni lamentaciones, y mucho menos a tus trabajos, que es lo que suele mover las más constantes a misericordia, y así te ruego por nuestra antigua amistad, y tu propia salud aprendas a ser tu yo en lo porvenir, sin enajenar tu libertad poniéndola a voluntad de persona tan ingra‐

p. 51 ta. Y a lo que puedo conjeturar de lo pasado, o ella está aficionada a otro, o tiene determinado de jamás querer bien a ninguno. Tú eres mozo y fortuna ha repartido sus bienes contigo, y el más alabado de gentileza que hay en esta ciudad, y eres docto en las letras humanas, y sobre todo único heredero de las riquezas de tus padres, a quien no sé por qué quieres dar mala vejez, y tanto pesar a tus parientes y amigos, que ven te vas a arrojar en este abismo de vicios, estando en la edad que les habías de dar alguna esperanza de tu virtud. Comienza a conocer el error en que has vivido, quita el velo que te embaraza la vista, pues te impide que sigas el camino derecho por donde han caminado tus pasados, y si te sientes sujeto a tu voluntad, emplea tu afición en otra parte, y escoge alguna dama que lo merezca, y para adelante no siembres en tan mala tierra, pues no sacas de ella ningún fruto. El tiempo se acerca en que se juntarán por la ciudad las damas de ella, y podrás poner los ojos en alguna que te haga olvidar los trabajos pasados. Oyó Romeo con atención las razones de su amigo, y comenzó a enfriarse algo, y a conocer que sus amonestaciones iban enderezadas a buen fin, y determinó ponerlas en ejecución, y hallarse en todas las juntas de damas que se hiciesen por aquella ciudad, sin aficionarse más a una que a otra, y perseveró en esto como dos o tres meses pareciéndole, que con este remedio amansaría las centellas de sus antiguas llamas. Y sucedió que algunos días después de pasada la fiesta de navidad, se comenzaron los bailes y fiestas, conforme a la costumbre de aquella ciudad, teniendo las máscaras lugar en ellas, y Antonio Capelete, que era la cabeza de su linaje y bando, y uno de los caballeros más emparentados de la ciudad, ordenó una fiesta, y para solemnizarla mejor, convidó a ella toda la nobleza, así hombres como de mujeres, y estaba en ella la mayor parte de la juventud de Verona. Y como mostramos …., la casa y familia de los Cape‐

p. 52 letes estaba encontrada con la de los Montescos, que fue causa que los Montescos no se hallasen en este regocijo, puesto que Romeo Montesco fue a ella sobre cena en máscara con otros caballeros mancebos, y después de haber estado un poco con los rostros cubiertos con las máscaras, se las quitaron, y Romeo vergonzoso, se apartó a un rincón de la sala mas con la claridad de las hachas fue conocido de todos, en especial de las damas, que se maravillaron de verle tan seguro, y de que se había atrevido a entrar con tanta privanza en casa de los que tenían tan poca causa para quererle bien. Disimularon los Capeletes, hora por la compañía con quien iba, hora por su poca edad, y no le agraviaron, ni de hecho, ni de palabra. Por lo cual pudo ver con toda libertad las damas que allí había, y supo hacerlo tan bien, que no hubo ninguna que no recibiese contento con su vista y presencia, y habiendo hecho juicio particular de las gracias de las que allí estaban, según le guiaba su afición, vio una doncella de particular hermosura, que le dio más contento que otra ninguna, y a esta dio el primer lugar


4 en perfección, y festejábala en mirarla amorosamente, de suerte, que se le vino a olvidar la primera afición con este nuevo fuego, que fue creciendo tanto, que no se pudo apagar sino con la muerte más extraña, que jamás habréis oído ni se pudiera imaginar. Cap. II. De cómo Romeo se enamoró de Julieta, y la manera que tuvo para hablar con ella, y cómo se dieron palabra de casamiento el uno al otro, y las razones que pasaron. Como el mozo Romeo se sintió atormentado con esta nueva tempestad, no sabía qué hacer, porque se veía tan tendido y alterado con estas últimas llamas, que a sí mismo no se conocía, y esto de tal manera, que no se atrevía a mirar cual estaba, y todo su intento era ce‐

p. 53 bar sus ojos en aquella dama, y salíale por ellos el veneno dulce de sus amores, que le empozoñó de tal suerte, que vino a poner fin a sus días con muerte cruel. Llamábase esta dama por quien Romeo estaba penado Julieta, y era hija del señor de la casa donde se hacía esta fiesta, y todas las veces que revolvía sus ojos, los ponía de tal manera en Romeo, que le parecía el más hermoso caballero que jamás había visto. Y amor que estaba en celada, y hasta aquel punto no había cometido su tierno corazón, le tocó de tal suerte, que ninguna de las resistencias que supo hacer, fue parte para liberarla de sus manos. Y desde entonces comenzó a tener en poco las fiestas y regocijos que se hacían, y no sentía contento sino cuando miraba, o era mirada de Romeo: y después de haber recreado sus razones, apasionados con infinitas vistas amorosas, que a veces se encontraban en el camino, y mezclaban sus rayos encendidos, dando testimonio de principio de amistad; y como amor hubiese ya hecho mella en los corazones de estos dos enamorados, buscaban entre ambos ocasión para poder hablarse, y aparejose la fortuna, porque como uno de los caballeros que allí estaban hubiese tomado por la mano a Julieta, para que los dos danzasen la danza de la hacha, que ella supo hacer con tan buena gracia, que ganó el precio y honra a las demás damas. Romeo que vio vacío el lugar donde Julieta había de tornar a sentarse en acabando, se fue acercando a él: y hízolo con tanta discreción, que cuando acabó se halló cerca de él. Fenecido el baile, se tornó Julieta a su lugar, y quedó entre Romeo, y un caballero cortesano, llamado Marucio, que por sus gracias y gentileza era bien recibido en todas partes, y como atrevido en sentándose Julieta la asió por una mano, y tenía la suya muy fresca. Y como Romeo, que estaba de la otra parte, viese lo que había hecho Marucio, le tomó la otra, y ella se la apretó, y sintióse tan atajado con el nuevo favor, que no

p. 54 supo qué le decir, mas ella, que de su demudamiento entendió, se volvió para él, con deseo de oírle hablar, y tembándole la voz, le dijo con vergüenza virginal, mezclada con castidad: bendita sea la hora en que os pusiste a mi lado. Y queriendo proseguir, le cerró amor de tal manera la boca, que no pudo acabar su razón. Y Romeo fuera de sí, con el contento que sintió, le preguntó suspirando, cuál era la causa de su tan dichosa bendición? Julieta algo más sosegada, y aun mirándole graciosamente, le dijo sonriéndose: No os maravilléis, señor caballero, si bendigo vuestra venida, pues aunque el señor Marucio me ha tenido buen rato asida la mano, me la ha enfriado con la suya, que tiene helada, y vos


5 con vuestra buena gracia me habéis dado calor. Él respondió: Si el cielo, señora, me ha sido tan favorable, que os haya hecho algún servicio en que os haya agradado, por haberme hallado acaso en este lugar, le tengo por bien empleado, y no deseo otro bien en este mundo, en pago del beneficio que recibo, sino serviros y obedeceros todo el tiempo que me durare la vida, como os lo mostrara la experiencia con más entera prueba, todas las veces que lo queráis ver: y en cuanto a lo demás, si habéis recibido algún calor por haberos tocado con mi mano, os certifico, que estas llamas son muertas delante de las vivas centellas y fuego encendido que sale de vuestros ojos graciosos, que de tal suerte han inflamado todas las partes sensibles de mi cuerpo, que si no soy socorrido con el favor de vuestras divinas gracias, no me queda qué esperar si no es la hora en que habré de ser consumido y vuelto en ceniza. Apenas hubo acabado de decir estas últimas palabras, cuando se dio fin a la danza de la hacha; y Julieta que estaba abrazándose, le apretó más recia la mano, y no tuvo más tiempo de para decirle con voz baja: No sé qué testimonio queréis más cierto de mi amistad para con vos, si no es deci‐

p. 55 ros, que sois vos más vuestro de lo que yo lo soy vuestra, y estoy presta a obedeceros en todo aquello que no contradice a mi honra: suplicándoos, os contentéis por el presente con esto, y que esperéis tiempo en que podamos comunicar más particularmente nuestros negocios. Romeo, que vio, que de fuerza se había de ir con sus compañeros, que le daban priesa, y no veía orden de ponerse otra vez ver con la que le hacía vivir y morir, preguntó a uno de los de su compañía, quién era aquella dama: y él le respondió que hija de Antonio Capelete señor de aquella casa donde se había hecho la fiesta, con cuya respuesta recibió gran pena, viendo que su fortuna le había guiado a parte tan peligrosa, porque tenía por imposible dar fin a esta empresa. Por otra parte, queriendo Julieta saber quién era el que la había acariciado tan humanamente aquella noche, y por quien nuevamente se sentía afligida, llamó a una dueña suya, que la había criado, y le dijo: Decidme madre, quiénes son estos dos mancebos que salen delante delante de todos con aquellas dos hachas encendidas? Dijo la vieja quienes eran. Y volviose ella a preguntar: Y este que tiene la máscara en la mano, y vestido un capote de damasco? Éste dijo ella, es Romeo Montesco, hijo del mayor enemigo de vuestro padre y de sus amigos. Cuando ella oyó el nombre de los Montescos, quedó confusa, y perdió la esperanza de poder haber a Romeo por esposo, a quien estaba aficionada, por las enemistades antiguas que había entre sus casas: y por entonces supo disimular también su descontento, que no lo entendió la vieja, y le dijo, se retrajesen a su aposento, y se acostasen porque era ya tiempo, y ella la obedeció: mas cuando se vio en su cámara, y pensó tener el sosiego acostumbrado, comenzaron a rodearla grandes nublados de diferentes pensamientos, que la trataron de tal suerte, que no le dejaron cerrar los ojos, y le hacían revolver de una parte a otra, imaginando diversas cosas, hacien‐

p. 56 do a veces muestra de desechar del todo estos amores, y otras de pasar con ellos adelante. Y veíase la pobre doncella combatida con dos pensamientos tan contrarios, que el uno le ponía ánimo para proseguir con su determinación, y el otro le ponía delante el gran peligro en que se metía. Y habiéndose espaciado en este laberinto de amor no sabía en qué se resolver, y acusándose llorando decía: Cautiva y


6 miserable criatura de donde proceden estos trabajos no acostumbrados, que me hacen perder el sosiego? Mas o desventurada de mí, qué sé yo si este mancebo me quiere tanto como dijo: Pues puede ser, que debajo de sus palabras dulces me quiere quitar la honra por vengarse de mis parientes, que han agraviado a los suyos, y por esta vía hacerme con eterna infamia ejemplo del pueblo de Verona. Y en un momento condenaba su sospecha, diciendo: Será posible, que debajo de tanta hermosura, y dulzor, esté encubierta deslealtad y traición y si es verdad que el rostro es leal mensajero de los conceptos del ánimo, segura puedo estar de que me ama, pues vi en él tantas mudanzas cuando estaba hablando conmigo, estando tan fuera de sí, que no tengo para qué procurar otro pronóstico más cierto de su amistad, en que quiero perseverar hasta el último punto de mi vida, con tanto que se case conmigo, que podrá ser que este parentesco engendre amistad y paz perpetua entre su linaje y el mío. Y parando en esta consideración, todas las veces que veía pasar a Romeo por su puerta, se le ponía delante con rostro alegre, enclavando en él los ojos, hasta que le perdía de vista. Y continuando en esto por muchos días, no se contentaba Romeo con la vista, sino con contemplar el asiento de su casa. Y un día entre otros vio a Julieta a la ventana de su cámara, que respondía a una calle estrecha, y debajo de ella estaba un jardín, que fue causa que Romeo (temiendo que sus amores le descubriesen comenzase desde enton‐

p. 57 ces a no pasar más de día por su puerta, aunque en sobreviniendo la noche con su manto negro a cubrir la tierra, se iba solo y bien armado a pasear por la calle estrecha, que tengo dicha. Y después de haber estado en ella muchas noches a su gusto, Julieta como con su mal estaba impaciente, se puso a la ventana y conoció a Romeo con el resplandor de la luna, y él se acercó a ella no menos recatado que esperado, y le dijo con lágrimas y voz, a que interrumpía con suspiros: Paréceme señor Romeo, que tenéis en poco vuestra vida, pues la ponéis a voluntad de los que tan poca razón tienen de quereros bien: pues allende que si ahí os hallasen os harían piezas, mi honra que estimo en más que la vida, jamás se recobraría. Mi señora, respondió Romeo, mi vida está en mano de Dios, y él solo es quien puede disponer de ella, y si alguno en vuestra presencia pretendiese quitármela, le mostraría cómo la sé defender. Y no la estimo tanto que a una necesidad no la aventurase en vuestro servicio. Y cuando mi desdicha fuese tanta que me la quitasen en este lugar, no me daría pena otra cosa sino que perdiendo la perdería el medio con que mostraros lo mucho que os amo, y los servicios que deseo haceros. Y no es mi intento conservarla por gana que tenga de ella, ni por otro ningún respeto, sino para amaros, serviros y honraros hasta lo último de ella. Y al punto que dio fin a su razón, comenzaron amor y misericordia a fraguarse en el corazón de Julieta. Y teniendo la cabeza arrimada sobre la una mano, y el rostro bañado en lágrimas le replicó: Ruégoos señor, no me traigáis a la memoria esas cosas, pues solo imaginarlas me tiene suspensa entre la muerte y la vida por estar mi corazón tan ligado a vuestro que no recibiréis el menor disgusto del mundo cuando tenga yo en él la parte que en vos. Y dejado esto, os ruego, si deseáis vuestra salud y la mía, me declaréis vuestra determinación aparente de adelante porque

p. 58 os digo, que si pretendéis de mí otra cosa fuera de lo que se requiere a mi honra vivís engañado, y si es vuestra voluntad buena, y me queréis tanto como decís, y vais fundado en virtud, para que lo


7 comenzado se concluya recibiéndome por vuestra esposa tendréis tanta parte en mí, que sin respeto de la obediencia, que debo a mis padres, ni de las enemistades ni bandos que hay entre vuestra casa y la mía, os haré señor perpetuo de mí y de cuanto poseo, y estaré aparejada a seguiros en todo aquello que me quisiéredes mandar; y si vuestro intento es otro, y pretendéis hacer burla de mí, fingiendo amistad, no lo hagáis, y desde hoy mas podéis dejarlo, y a mí que viva en descanso entre mis iguales. Romeo que no deseaba otra cosa, le respondió muy gozoso: Pues sois servida, señora, hacerme tanta merced, como es quererme aceptar por esposo, lo consiento con aquella voluntad que puede caber en mi corazón, el cual os quedará por prenda y cierto testimonio de mi palabra, hasta que os lo pueda mostrar por obra. Y para dar principio a mi empresa, y me iré de mañana a tomar el consejo de nuestro cura el padre Lorenzo, a quien vos conocéis, que de más de ser mi padre espiritual, suele instruirme en mis negocios particulares, y si vos quisiéredes vendre mañana a este lugar a esta misma hora, donde os haré saber lo que hubiere tratado con él. Y con esto acabaron sus pláticas, y quedaron conformes, sin que por esta noche recibiese Romeo otro favor. Era el cura Lorenzo de quien habemos delante de hacer mención, doctor en teología, y demás de la loable profesión que había hecho en las letras sagradas, gran filósofo, y curioso escudriñador de secretos de naturaleza, y estaba en buena reputación por haber usado bien de todo ello. Y por su bondad tenía ganada las voluntades de los ciudadanos de Verona, y los más principales de ella se confesaban con él, y no había quien no le reverenciase, de más de que por su gran saber le llama‐

p. 59 ban para los negocios más importantes del gobierno de la ciudad, y quien más le favorecía era el señor de la Escala, que a la sazón lo era de Verona, y las familias de los Montescos y Capeletes, y otras que también principales. Y Romeo, como dije, desde su tierna edad había tenido amistad particular con él, y era con quien comunicaba sus secretos. Cap. III. De cómo Romeo habló con el cura sobre el casamiento con Julieta y cómo se desposaron, y gozaron el uno del otro por muchos días, y otras cosas que pasaron. Apartado que se hubo Romeo de Julieta, se fue para el cura a quien dio cuenta de lo que pasaba, y de la conclusión del matrimonio, añadiendo que antes acabaría con muerte afrentosa que hacer falta en lo que tenía prometido. A lo cual el buen hombre le puso delante grandes inconvenientes, que se podían seguir de su matrimonio clandestino, y autorizólos con ejemplos. Y finalmente, le persuadió, mirase lo que hacía, aunque esto no fue bastante para apartarle de ello. Y vencido de su pertinacia, y considerando, que este casamiento podría servir de medio para reconciliar aquellos bandos, vino a condescender con él, y díjole, que de allí al día siguiente miraría alguna orden con que este negocio se concluyese. Y si Romeo por su parte procuraba se diese fin, Julieta no se descuidaba, y como viese que no tenía a quién dar cuenta de sus tormentos y pasiones, le pareció sería bueno comunicarlos con la ama que la había criado, que dormía en su mismo aposento, y le servía de dueña de honor, y a ésta dio entera cuenta del secreto de sus amores. Y puesto que al principio la buena mujer procuró estorbárselos, poniéndole grandes inconvenientes, al fin supo persuadir de manera,


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p. 60 que le prometió hacer cuanto le mandare, y al punto la envió a hablar con Romeo, y a saber la orden que había en su desposorio, y lo que el cura, y él tenían concertado. Romeo le respondió, que el día antes había hablado al padre Lorenzo, e informádole de lo que pasaba, y que defirió la respuesta hasta el día en que estaba, y que aun no había una hora que había venido de allá la segunda vez. Y que lo que a los dos les parecía, era, que el sábado siguiente, ella pidiese licencia a su madre para irse a confesar y que entonces se viesen en una capilla donde se desposarían secretamente, y que por ninguna manera hiciese falta en hablarse allí. Y supo Julieta decirlo con tanta discreción a su madre, que le dio licencia para ir, llevando en su compañía la dueña de honor, y otra criada. Y el día concertado, así como entró en la iglesia, hizo que le llamasen al cura: y así como él supo su venida, salió al cuerpo de la iglesia a hablar: y dijo a la dueña, y doncella, que se fuesen a oír misa, y que en acabando les haría llamar. Y con esto se encontraron en un confesionario, y él cerró la puerta, así porque era ésta su costumbre, como porque había casi una hora que estaba dentro Romeo. Y habiéndoles oído a entrambos, dijo a Julieta: Hija, según lo que me ha dicho Romeo (que está presente) vos habéis concertado con él de tomarle por marido, y él a vos recibiros por esposa: Estáis todavía en este propósito? Respondieron entrambos, que no deseaban otra cosa. Y viendo él, que estaban conformes en las voluntades, después de haberles hecho un largo razonamiento sobre la dignidad del matrimonio, les dijo las palabras de que usa la santa madre Iglesia con los que se desposan: y habiendo ella recibido el anillo de mano de Romeo, les dijo, que si tenían otra cosa que tratar acerca de sus negocios, lo tratasen, porque quería se saliese de allí Romeo sin que le viese nadie. Y él antes que se fuese dijo a Julieta, que en comien‐

p. 61 do enviase la dueña a su casa, y que le daría una escala de cuerda, por donde aquella misma noche subiría a su cámara, y se verían a su gusto. Concertado esto se despidieron, y se fue cada uno por su parte muy contento, esperando la hora en que tenían de verse. Y llegando Romeo a su casa dijo a un criado suyo, llamado Pedro, de quien fiaba su propia vida, lo que pasaba entre él y Julieta, y le mandó hiciese hacer luego una escala de cuerda, con dos garabatos de hierro a los cabos, y él lo hizo con toda diligencia, por ser cosa muy usada en Italia. No se olvidó Julieta de enviar la dueña en casa de Romeo, y él, que ya tenía proveído lo necesario, le dio la escala, y rogó dijese a su señora Julieta que aquella noche, al primer sueño, no dejaría de hallarse en el lugar acostumbrado. Si pareció largo este día a los dos enamorados, quedara a la discreción de los que han probado semejantes cosas: porque es cierto, que cada momento se les hacía mil años. Llegada la hora señalada, se vistió Romeo los más ricos vestidos que tenía, y guiándole su buena ventura, se acercó al lugar donde su espíritu recibía vida, y saltó con gran ligereza sobre la pared del jardín. Había venido a este tiempo Julieta a la ventana, y tenía echada la escala para que subiese Romeo, y púsola tan bien, que lo pudo hacer sin peligro, y entró en su aposento que estaba tan claro como de día, porque le tenía así Julieta, para contemplar mejor en su Romeo, y solo se había echado una toca: y en viéndole dentro, se colgó de su cuello, habiéndole besado infinitas veces en el rostro, estuvo para quedar muda entre sus brazos y su oficio era suspirar, teniendo la boca apretada con la de Romeo: y así transportada, le miraba con tan lastimosos ojos, que le hacía


9 vivir y morir todo junto y vuelta algo en sí, le dijo suspirando: Romeo dechado de virtud y gentileza, seas bienvenido a este lugar, donde por vuestra ausencia, y con el temor que tengo a

p. 62 vuestra persona, he derramado tantas lágrimas, que han bastado a regarle: y pues os tengo entre mis brazos, hagan la muerte y fortuna de mí lo que quisieren, que me tendré por pagada de mis trabajos pasados con sola la merced que me hacéis con vuestra presencia. Respondióle Romeo, los ojos llenos de lágrimas: Señora mía, aunque nunca me ha sido tan favorable fortuna, que os haya podido mostrar lo que podéis en mí, ni lo que he padecido por vuestra causa, os puedo certificar, que el mejor de los trabajos que he padecido en vuestra ausencia me ha sido de mayor pesadumbre que la misma muerte, conque ha gran tiempo hubiera dado fin a mi vida, si no se sustentara con la esperanza que he tenido de verme en este alegre y venturoso punto, en que en pago de las lágrimas pasadas estoy más contento, que si me viera señor de todo el mundo. Lo que os suplico señora, es, que sin deteneros en traer a la memoria nuestros trabajos pasados, demos orden de contentar nuestros afligidos corazones, y que llevemos guiados nuestros negocios con tanta prudencia y discreción, que no teniendo nuestros enemigos poder sobre nosotros, podamos pasar nuestros días en reposo. Y queriémdole replicar Julieta, llegó la dueña y díjoles: Quien tiene el tiempo a su propósito, y le pierde, tarde, o nunca le cobra. Y pues habéis padecido tanto el uno por el otro, tomad vuestras armas y procurad la venganza en este campo que os tengo señalado, y mostróles la cama que les tenía aparejada. Ellos se conformaron presto y se metieron en la cama, donde después de haberse hecho las mayores caricias que ha sabido inventar amor, tomó Romeo posesión de la fortaleza, que hasta entonces no había sido combatida, con tanto contento, cuanto podrá juzgar quien ha probado semejante deleite. Consumado que hubieron el matrimonio, como se viese Romeo dar priesa, por la importunidad del día, se despidió de Julieta, con protestación

p. 63 de hallarse todas las veces que le fuese concedido en aquel lugar, con el mismo medio, y a la propia hora, hasta que su ventura les diese ocasión en que manifestar sin temor su casamiento. Y continuaron como dos meses en sus visitas con increíble contento de los dos, al cabo de los cuales fortuna envidiosa de su prosperidad, dio la vuelta a su rueda, y les derribó en un abismo tan profundo, con que pagaron sus placeres, acabando entrambos con muerte cruel y lastimosa, como adelante oiréis. Cap. IIII. En que se cuenta el fin que tuvieron los amores de Romeo y Julieta, y su desgraciada muerte. Como hemos dicho, los bandos que había entre los Capeletes, y Montescos, no se habían podido pacificar tan bien por el señor de Verona, que no hubiese quedado rastro de sus enemistades y no aguardaban los unos y los otros, sino alguna ocasión por liviana que fuese para revolverse, como lo hicieron. Y fue así que en las fiestas de Pascua (como los que están acostumbrados a cometer vicios suelen en pasándose las devociones volverse a sus malas obras) fuera de la puerta de Boursari hacia el castillo viejo, se encontraron unos del bando de los Capeletes con otros de los Montescos, y sin haber


10 precedido palabras, comenzaron a dar los unos en los otros, teniendo los Capeletes por cabeza de esta famosa empresa, un caballero llamado Teobaldo, primo hermano de Julieta, mancebo de buena disposición, y diestro en las armas, el cual persuadió a sus compañeros, que de aquella vez castigase de tal manera a los Montescos, que quedase en memoria para siempre, y como se derramase por la ciudad la fama del ruido acudió mucha gente a entrambas partes. Y avisado Romeo de lo que pasaba (que se andaba paseando con algunos amigos) acudió allá con sus parientes y visto que había he‐

p. 64 ridos de entrambas partes, dijo a los que iba con él, que les despartiesen, porque según andaban encarnizados no se apartarían sin gran daño. Y dicho esto, se metió en medio reparando así los golpes de los de su parte, como los de los contrarios, y decía a voces: Basta señores lo pasado, que ya es tiempo que tengan fin nuestros enojos, pues demás de la gran ofensa que se hace a Dios, tenemos escandalizado el mundo, y traemos esta república alborotada. Mas andaban tan metidos los unos en los otros, que no entendían ni oían lo que les decía Romeo no teniendo otra cuenta si no era con herirse y matarse. Y a este tiempo Teobaldo encendido en ira, se volvió hacia Romeo, y tiróle una estocada con ánimo de matarle, mas libróle un saco de maya que traía de ordinario, por la sospecha que tenía de los Capeletes. Y volviéndose hacia él le dijo: Teobaldo, ya tendrás entendido en la paciencia que hasta ahora he tenido, que mi venida aquí no ha sido para pelear contigo, ni con los de tu parte, sino para poneros a todos en paz. Y si piensas que por falta de ánimo dejo de hacer lo que debo estás engañado, y harás agravio a mi reputación. Y así te digo, que ces que si lo he hecho ha sido por otro respeto particular, que puede tanto en mí, que ha sido bastante a contenerme de la manera que has visto. Ruégote, no pase esto adelante, y que te contentes con la sangre que se ha derramado, y muertes cometidas, sin que me fuerces a que salga de mis límites. Piensas traidor, dijo Teobaldo, salvarte con esas buenas razones: procura defenderte, sino yo te mostraré que no será parte para librarte, ni te servirán de escudo para que no te quite la vida. Y diciendo esto le tiró un golpe con tanta furia, que si no se le reparara le hiriera en la cabeza. Y hacer esto fue prestarle a quien se le pagó en breve, porque enojado de ello y de la afrenta que le había hecho de palabra, revolvió sobre su contrario, de manera que a pocos golpes le derribó muerto

p. 65 de una estocada, conque le acertó en la garganta y con esto se acabó la cuestión, porque demás de ser Teobaldo la cabeza de su compañía, era señor de una de las más principales casas de la ciudad. Y sabido por el gobernador, hizo juntar los soldados para ir a prender a Romeo, que vista la desgracia que le había acontecido se fue a la iglesia donde residía su amigo Lorenzo, que ya sabía lo que pasaba, y él le escondió en una parte secreta, hasta ver en qué paraba el negocio. Publicóse la muerte de Teobaldo, y los Capeletes cargados de luto, hicieron llevar su cuerpo delante del señor de Verona, así para moverle a compasión, como para pedirle justicia. Y así mismo parecieron delante de los Montescos a informarle de la inocencia de Romeo, y de que Teobaldo había sido el agresor. Juntóse el consejo, y habiendo oído los testigos presentados por entrambas partes se les mandó debajo de graves penas, que dejasen las armas. Y cuanto al delito de Romeo se declaró, que por cuanto había muerto a Teobaldo


11 defendiéndose, fuese desterrado perpetuamente de Verona. Derramose esta desgracia por la ciudad, qu estaba llena de llantos y ruido, y los unos lloraban la muerte de Teobaldo, de quien se tenía grandes esperanzas, si la muerte no le atajara con tanta crueldad en su juventud, los otros se quejaban, y en especial las damas, de la pérdida de Romeo, que demás de su buena gracia tenía no sé qué cosa natural con que atraía a sí los ánimos aunque quien más lo sentía era la sin ventura Julieta, que cuando supo la muerte de su primo, y el destierro de su esposo, hacía los más crueles llantos y lastimosas lamentaciones que se pudieran pensar, y sintiéndose afligida, le metió en su cámara, y vencida del dolor se arrojó sobre la cama, donde tornó a renovar su llanto y quejas, que movieran a lástima a quien la oyera. Y después fuera de sí miraba a todas partes, y echando la culpa de su desgracia a la ventana por do solía entrar Romeo, decía: O ven‐

p. 66 tana desdichada, por donde le urdieron las amargas tramas de mis primeros trabajos y como si por tu medio he recibido algún ligero placer y breve contento, me has hecho que le pague con tan riguroso tributo, que no le pudiendo sufrir este cuerpo, habrá de abrir la puerta a la vida, para que el espíritu descargado de esta carga mortal, busque desde luego otro descargo más seguro. O Romeo, Romeo, si cuando te vi al principio, y di oídos a tus razones y promesas compuestas, que me confirmaste con tantos juramentos, no hubiera creído que en lugar de continuar nuestra amistad, y apaciguar a mis padres, hubieras procurado quebrantarla con un hecho tan feo, y digno de reprensión, conque tu nombre quedará infamado para siempre, y yo desventurada si ti, que eras mi esposo. Y si tanto deseo tenías de la sangre de los Capeletes, por qué no derramaste la mía, cuando en lugar tan secreto me tuviste tantas veces a voluntad de tus crueles manos? No te parece que la victoria que habías alcanzado de mí, era harto grande, sino para solemnizarla más, coronarla con la sangre del más propincuo pariente que tenía? Podrás de aquí adelante engañar a otras desgraciadas como yo sin estar donde yo esté, que no serán parte tus excusas para satisfacerme: y mientras esta triste vida me durare, no dejaré de derramar lágrimas, hasta que el cuerpo, faltándole humedad, busque su descanso en la tierra. Y dando fin a sus razones se le congojó el corazón de manera que no podía llorar, ni hablar, quedando como muerta. Y vuelta en sí, decía con voz cansada: Lengua infamadora de la honra ajena, como te atreves a injuriar a quien alaban sus propios enemigos. Y cómo culpas a Romeo, cuya inocencia aprueban todos? Dónde se acogerá de aquí adelante, pues la que había de ser reparo de sus desastres le persigue e infama? Recibe Romeo la satisfacción de mi ingratitud con el sacrificio que te haré de mi vida, y desta manera la falta que he cometido contra tu fidelidad

p. 67 se publicará, y tú quedarás vengado, y yo castigada. Y queriendo hablar más, le faltaron los sentidos quedando como muerta. Y la dueña, que estaba imaginando la causa de la ausencia de Julieta, sospechó que debía tener alguna gran pena, y andúvola buscando, y vino al fin a hallarla desmayada sobre su cama, y viendo, que sus extremidades estaban tan frías como una piedra, parecióle que estaba muerta, y comenzó a dar gritos como loca, diciendo: O amada hija, y cómo vuestra muerte será en breve causa de la mía: y tentando todas las partes de su cuerpo, conoció que estaba viva, y llamándola infinitas veces


12 por su nombre, la hizo tornar en sí, y díjole: Querida Julieta, de dónde os procede este mal con tan excesiva tristeza? Que os certifico que he pensado acompañaros, según estábades a la sepultura. Amiga (respondió la desconsolada Julieta) no veis la justa causa que tengo para afligirme, pues en un punto he perdido las dos personas que más quería en este mundo? Paréceme, respondió la dueña, que hacéis mal, y no lo que debéis a vuestra reputación, en dejaros caer en tal extremo, pues cuando sobreviene la tribulación, es la mejor figura en que se puede mostrar el saber: y si es muerto Teobaldo, pensáis resucitarle con unas lágrimas? Pues no tiene de qué quejarse, sino de su mucha soberbia y poca razón? Pareciéraos bien, que Romeo, agraviándose a sí, y su linaje, se dejara maltratar por uno, a quien él no debía nada? Básteos saber, que es vivo Romeo, y que sus negocios están en estado que con el tiempo se concluirá, y se le alzará el destierro, porque como sabéis demás de ser él quien es, tiene tan principales parientes, que lo procurarán y acabarán. Armaos de paciencia y entended, que aunque fortuna os le quite por ahora delante, os le restituirá en breve, para daros mayor contento y descanso del que hasta aquí habéis tenido. Y porque sepamos donde está, si me prometéis de aliviar vuestra tristeza, sabré del padre Lorenzo dónde ha ido.

p. 68 Holgase de esto Julieta, y fue la dueña a hablar con el cura, que le dijo, que aquella noche iría Romeo a la hora acostumbrada a visitar a Julieta, y que entonces sabría lo que tenía determinado. Pasaron esta jornada como los marineros, que después de haber sido acosados con tempestades, viendo salir algún rayo de sol que da luz en la tierra, se vuelven a asegurar, y les parece que se ha acabado su naufragio, y luego vuelve el mar a hincharse de fe, y los vientos a soplar con tanto ímpetu, que tornan a caer en mayor peligro que habían estado primero. A la hora señalada fue Romeo a cumplir lo que se había prometido en su nombre, y llegado al jardín, halló puesto el aparejo por donde subiese a la cámara de Julieta, que le salió a recibir con los brazos abiertos, y en esta agonía estuvieron los dos casi un cuarto de hora, sin poder hablarse. Y viendo esto Romeo, le dijo por consolarla: No quiero señora poneros delante la diversidad de los extraños casos de la inconstante y flaca fortuna, pues en un momento levanta un hombre a lo más alto de su rueda, y en un volver de ojos le abaja, y abate de tal manera, que le da más trabajos y miserias en un día, que favores en cien años, como lo he visto en mí, que fui criado en tanto regalo entre los míos, y sustentado en la prosperidad que habéis visto, y pensando subir a la cumbre de mi felicidad: y por el medio de nuestro casamiento volver a reconciliar nuestros parientes, pasando lo que me quedase de vida en descanso, veo que todas mis imaginaciones me han salido al revés, volviéndose mis pensamientos a contrario de mis deseos, pues de hoy más me será forzoso andar vagando por tierras ajenas, apartado de mis parientes, y sin tener certidumbre de mi tornada. Lo cual todo he querido poneros delante, para persuadiros, que en lo por venir sufráis con paciencia así mi ausencia, como lo que la providencia divina tiene ordenado de vos. Julieta bañada en lágrimas y sintiendo mortales congojas, no quiso dejarle pasar adelante,

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13 e interrumpiendo sus razones, le dijo: Seréis de tan duro corazón, y estaréis tan fuera de toda piedad, que queráis dejarme ver cada tantas y tan mortales caricias? Que os certifico, que no hay momento en que no se me represente mil veces la muerte puesto que es tanta mi desventura que no puedo morir, y no parece si no que quiere la muerte conservar mi vida para holgarse de mi pasión, triunfando de mi mal. Y aun voz como ejecutor de su crueldad, no tenéis escrúpulo de haber quitado de mí lo más preciado que tenía y dejarme así? En esto veo que se han ya acabado todas las leyes de la amistad, pues él en quien tenía puesta mi esperanza, y por quien he sido enemiga de mí, me menosprecia y tiene en poco. Será necesario que hagáis una de dos cosas, o que habéis de consentir en que os acompañe a la parte que fortuna os guiare porque os digo, que de tal manera está mi corazón transformado en el vuestro, que en sabiendo vuestra partida se apartara de mí la vida, que no deseo se alargue por otra causa, sino por gozar de vuestra presencia, y participar de vuestros trabajos como vos mismo. Por tanto si alguna vez ha habido misericordia en el ánimo de un caballero como vos, os suplico cuan humildemente puedo, halle mi ruego lugar para con vos, y me recibáis por criada fiel compañera de vuestras penas. Y si os pareciere que no podréis llevarme cómodamente como a vuestra mujer, quién será parte para que no mude hábito? Pues no seré yo la primera que lo haya hecho por librarse de la tiranía de sus padres? Tenéis duda que mi servicio no os será tan agradable como el de Pedro vuestro criado, o que mi fidelidad será menor que la suya? Mi hermosura que solíades alabar tanto no podrá nada con vos? Ni os mueven mis lágrimas y amistad? O por ventura, han se olvidado los placeres que habéis recibido de mí? Cuando Romeo la vio entrar en esas alteraciones, temiendo lo que sucedió

p. 70 después, la volvió a tomar entre sus brazos, y besándola en su hermoso rostro, le dijo con mucho amor: Única señora de mi corazón, ruego os por el grande amor que me tenéis, quitéis de vos estas imaginaciones, si no queréis dar fin a vuestra vida, y a la mía, pues si pasáredes adelante con ellas, no podrá dejar de seguirse el fin de los dos. Y tened entendido, que en sabiéndose vuestra ausencia, nos perseguirá vuestro padre de manera que no podremos dejar de ser descubiertos, y presos: y finalmente seremos castigados con rigor, yo como robador, y vos como hija desobediente. Y cuando pensaremos vivir contentos, acabaremos la vida con muerte afrentosa, y si un poco de tiempo quisiéredes obedecer más a la razón, que a los deleites que podremos recibir, yo daré tal orden en mi destierro, que dentro de pocos meses, se revocará la sentencia que está dada. Y si no se hiciere lo que quiero, volveré a veros, y con favor de mis amigos, suceda lo que sucediere, os sacaré de Verona, en hábito fingido y disimulado, como a estraña, si no en el de mi esposa y compañera perpetua. Así que señora templad vuestra pena; y vivid segura que sola la muerte es quien me puede apartar de vos. Pudieron tanto estas razones con Julieta que le respondió: Amado señor, no quiero sino lo que vos quisiéredes, y entended de mí, que a cualquier parte que fuéredes llevaréis mi corazón en prendas del poder que me habéis dado sobre vos. Y en este tiempo, os ruego, me hagáis saber a menudo el estado en que estuvieren vuestros negocios, y la parte donde residís. De esta manera pasaron aquella noche los dos enamorados, hasta que queriendo venir el día, fue causa que se apartasen con excesivo dolor y pesar. Despedido Romeo de Julieta, le fue a dar cuenta de lo que pasaba al cura, de donde se partió de Verona en hábito de extranjero, y se dio tan buena maña que llegó a Mantua sin ser descubierto (llevando consigo a su criado Pedro, a quien en llegando volvió a enviar a Verona a


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p. 71 cierto negocio de su padre) y arrendó una casa, y viviendo en compañía honrada, no dejando de procurar medios con que pasar su pesar. Mientras duraba esta ausencia, no sabía la sin ventura Julieta hacer treguas con su dolor; y por la mala color de su rostro vino en breve a descubrir la pena que sentía en lo interior. Y esto fue causa que su madre que a la continua la veía quejar y suspirar, le dijese: Hija, si perseveras en lo que haces, darás ocasión a que se apresure la muerte de tu padre, y lo mismo será de mí, que quiero tu vida más que la mía por tanto te templaras de aquí adelante, y procura alegrarte, quitando de tu pensamiento la muerte de tu primo Teobaldo, pues fue Dios servido llamarle, y no pienses que ha de tornar acá por tus lágrimas, que es ir contra su voluntad. Ella, que no podía disimular su mal, le dijo. Gran tiempo ha señora, que están echadas a parte las postreras lágrimas de Teobaldo, y aún creo es tal la fuerza de mi dolor, que no dejarán de nacer otras nuevas. Como la madre no sabía el propósito a que decía esto, calló por no darle pena. Y como de ahí algunos días viese que continuaba en sus tristezas, procuró saber de ella y de sus criadas la causa, mas todo era en balde, y pareció le sería bien dar cuenta de lo que pasaba a Antonio Capelete su marido. Y un día que vio coyuntura le dijo: Si habéis considerado el semblante de nuestra hija y su rostro; después de la muerte de su primo Teobaldo, habréis visto en ella tanta mudanza, que os tendrá admirado. Porque no solo se contenta con perder el comer, beber y dormir, mas su ejercicio no es otro sino llorar y quejarse, y el mayor contento que recibe es estarse encerrada en su aposento, donde es tan grande la pena que tiene, que si no ponemos remedio en ello dudo de su vida. Y como no sabemos el origen de su mal, habrá de ser el remedio dificultoso. Y aunque he hecho mi diligencia, no he podido entender de dónde procede, y puesto que al principio creí era de

p. 72 pesar de la muerte de su primo, entiendo ya lo contrario, mayormente por haberme de más de esto certificado, que sus últimas lágrimas estaban ya olvidadas. Y a lo que creo debe de estar triste de ver que la mayor parte de sus compañeras e iguales están casadas, y ella no, persuadiéndose que la queremos dejar así. Por lo cual, os ruego cuan encarecidamente puedo, que así por nuestro descanso como por el suyo, os encarguéis de emplearla en parte cual nuestra calidad lo requiere. Oyóla Antonio bien, y díjole: Amiga, yo había pensado muchas veces en lo que me acabáis de decir, mas viendo que aún no tiene dieciocho años cumplidos, tenía determinado dejarlo para dar orden en ello más despacio. Pero pues está en ese término, y las hijas su tesoro trabajoso de guardar, lo proveeré con tanta brevedad, que no habrá queja de mí. Y entretanto, sabed si está aficionada a algún caballero, para que no miremos tanto a la hacienda y grandeza del linaje, cuanto a la voluntad, vida y contento de nuestra hija Julieta, a quien quiero tanto que no habría disgusto que se igualase, como haberla dado a quien la tratase como no sería razón. Algunos días después de haberse determinado Antonio Capelete a tratar de casar a su hija, hubo muchos caballeros que la pidieron, así por su linaje y riquezas, como por su gran hermosura, aunque el que más le agradó fue uno llamado Paris, que era conde de Londronio y con éste se concluyó, después de haberlo comunicado con su mujer, que alegre por haber hallado partido tan honroso para su hija, la llamó, y díjole qué pasaba y estaba concertado entre su padre y el conde Paris, poniéndole delante la gentileza y buenas gracias de este caballero y sus muchas virtudes, añadiendo la


15 gran riqueza y poder que tenía en los bienes de fortuna: por cuyo medio ella y los que descendiesen de ella vivían en honra perpetua. Julieta que antes muriera, que consentir en este casamiento, ni en otro, le dijo con atrevimiento no acostumbrado: Estoy admirada, seño‐

p. 73 ra, de que hayáis sido tan liberal de vuestra hija que la entreguéis a voluntad de otro sin saber primero la suya. Bien podréis hacer lo que os pareciere, mas estad cierta, que si lo hiciéredes, será contra la mía. Y en cuanto a lo que toca al Conde Paris, os digo, que antes perderé la vida que consentir que llegue a mí, y seréis homicida por haberme entregado a quien no puedo, ni quiero, ni aún sabré amar. Por tanto, os ruego me dejéis vivir como estoy, sin tener cuidado de mí hasta que mi cruel fortuna haya dado otra orden en mis negocios. No supo la triste madre qué juzgar de la libre respuesta de su hija, y fuese confusa para su marido, y díjole lo que pasaba. Y el buen viejo mandó muy enojado que la trajesen delante de él, y que si de su voluntad no lo quisiese hacer, la forzasen a ello. Pareció ante su padre, y así como llegó se echó a sus pies, bañándolos con el agua que derramaba, y queriendo abrir la boca para pedir la merced, no le dejaron los sollozos y suspiros hablar palabra, y quedó como si fuera muda. Mas el padre, a quien no habían movido nada las lágrimas, de la hija, le dijo con cólera: ven acá hija ingrata y desobediente, ¿has puesto en olvido lo que tantas veces oíste decir a mi mesa del poder que mis antiguos padres descendientes de los romanos tenían sobre sus hijos? Que no solo les era lícito empeñarlos, sino que aun en sus necesidades les era permitido venderlos y enajenarlos, como les agradaba. Y lo que es más, tenían entero poder sobre ellos de muerte y vida. Con qué tormentos y penas te castigaran aquellos buenos padres si resucitaran ahora, y vieran la ingratitud y desobediencia de que usas para con quien te engendró, habiéndote buscado uno de los más principales caballeros de esta tierra y de los más señalados en virtud, y que ni tú ni yo le merecíamos así por los grandes bienes y riquezas que espera heredar, como por la generosidad y grandeza, que su linaje y con todo eso estás rebelde queriendo con‐

p. 74 tradecir lo que yo quiero. Pues prométote, que si de aquí al martes, dejas de aparejarte para ir a Villafranca, donde se ha de hallar el Conde Paris, y tu consentir en lo que yo y tu madre tenemos concertado, que no solo te privaré d cuantos bienes y hacienda tengo, mas aun te mandaré poner en una prisión tan estrecha y áspera, que maldecirás mil veces al día la hora de tu nacimiento. Y desde ahora puedes mirar lo que determinas hacer, que te digo, si no fuera por la palabra que tengo dada al Conde Paris, que desde luego te hiciera probaras cuán grande sea la justa cólera de un padre airado contra su hijo ingrato. Y sin esperar respuesta, se salió de su cámara dejando a su hija hincada de rodillas. Cuando vio Julieta la ira de su padre, temió caer en su desgracia y enojarle más, y retrayéndose por aquel día en su aposento, pasó toda la noche siguiente más en llorar que en dormir, representándosele las palabras de su padre.

Cap. V, En que se prosigue la muerte de Romeo y Julieta


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Venida que fue la mañana del día siguiente, Julieta como quien iba a misa, se fue con sola una criada a la parroquia, y hizo llamasen al padre Lorenzo, a quien rogó le oyese, y como estuviese en los dos solos, comenzó con grandes lágrimas a decirle el gran mal que le estaba aparejado, con el casamiento que su padre tenía concertado con el Conde Paris, y al fin le dijo: señor como vos sabéis, yo no puedo ser casada dos veces, y así no tengo sino un dios, un marido y una fe, y tengo determinado de en yéndome de aquí con estas manos que véis, dar fin a mi afligida vida, para que mi espíritu dé testimonio en el cielo, y mi sangre en la tierra de la fe y la lealtad que he guardado. Y habiendo dado fin a su razón, miraba a todas partes dando a entender con su poco sosiego que imaginaba alguna cosa mala, de que el buen hombre estaba admira‐

p. 75 do. Y temiendo no hiciese lo que había dicho le dijo: ruégoos señora, por amor de Dios, refrenéis vuestra ira, y que os estéis en este lugar hasta que haya mirado vuestro negocio, que antes que salgáis de aquí pienso enviaros tan consolada que quedéis contenta. Y con esto subió a su aposento, que estaba en la misma iglesia, y comenzó a revolver diversas cosas, y unas veces le parecía que encargaba su conciencia, si consentía pasar adelante el casamiento del Conde Paris, pues por su medio se había desposado con otro, y otras le parecía que era este negocio dificultoso, y de peligrosa salida, y que si quedaba a voluntad de una moza simple se descubriría lo que pasaba, y vendría él a quedar difamado, y su esposo Romeo sería castigado. Y después de haber hecho diversas consideraciones, se inclinó a la más piadosa, y parecióle sería mejor aventurar su honra, que dar lugar al adulterio que se esperaba entre el Conde Paris y Julieta. Y resuelto en esto, abrió un cofre y sacó de él una garrafa con cierta agua, y fuese con ella donde había dejado a Julieta, y hallóla casi desmayada, esperando nuevas de su muerte o de su vida. Y preguntóle, qué día era el que estaba señalado para sus bodas. La primera asignación, dijo ella, es para el miércoles, que está ordenado para que en él yo consienta en el casamiento que mi padre tiene concertado con el Conde Paris, aunque la solemnidad de las bodas no se celebra hasta los diez días del mes de septiembre. Pues, hija mía, dijo él, tened buen ánimo, que yo he descubierto camino para libraros a vos y a Romeo del trabajo que os está aparejado. Yo conozco a vuestro marido desde que nació, y él ha comunicado conmigo sus secretos, y le quiero tanto como si le hubiera engendrado, y así no puedo consentir se le haga agravio en cosa que yo pueda remediar. Cuanto más que vos sois su mujer, y por esta razón os tengo de querer bien, y he de procurar libraros de esta aflicción. Oíd hija, el secreto que os quiero descubrir, y guardaos de comunicarle con persona vi‐

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viente, porque consiste en él vuestra muerte o vida. Ya sabéis y es público entre los vecinos de esta ciudad, y ello es así, que he andado por todas la provincias que hay habitadas, y es verdad que en veinte años continuos no di descanso a mi cuerpo, y que me andaba por los desiertos, poniéndome a merced de los animales brutos, y a veces me metía en el mar a voluntad de los corsarios y he pasado por otros peligros que hay, así en el mar, como en la tierra. Y digo hija, que estas peregrinaciones no me han sido del todo inútiles porque demás del contento que he recibido, he sacado otro fruto particular, que (si Dios fuere servido) veréis en breve, y es que he probado las propiedades secretas de las piedras, plantas, metales, y otras cosas encubiertas en las entrañas de la tierra, de que me sé aprovechar contra la opinión común todas las veces que se ofrece necesidad, especialmente cuando veo se estorba ofensa de Dios. Porque como veis, estando el pie en la sepultura, y tan cerca la hora en que tengo de dar cuenta de mí, temo el juicio divino, más que cuando estaban encendidos en mí los fuegos de la inconsiderada juventud. Y así sabréis que entre lo que aprendí, sé hacer una composición de cierta masa, que hace dormir y hela experimentado diversas veces, y hecha polvos y bebidos en agua en un cuarto de hora hace dormir, de manera, que debilita los sentidos y espíritus vitales, y no hay médico quien al que los toma no le tenga por muerto. Y allende de esto, tiene un efecto maravilloso, que es que la persona quien usa de él no siente ningún dolor, y conforme a la cantidad que se toma ésta en este dulce sueño, y en acabando de hacer su operación, vuelve a su primer ser. Ahora mirad bien la instrucción que os doy para hacerlo, y desechad de vos el temor mujeril, y cobrad ánimo de varón, porque en vuestro esfuerzo consiste el bien o mal de este negocio. Tomad esta garrafa y guardadla, y la noche antes del día del desposorio, o por l mañana antes que amanezca, echaréis agua en

p. 77 ella, y beberéisla toda, y luego sentiréis sueño, que obrando poco a poco por todas las partes de vuestro cuerpo, las pondrá tales, que las hará inmóviles, y no harán sus oficios acostumbrados, y perderán su sentido natural, y quedaréis traspasada por espacio de cuarenta horas por lo menos, estando sin ningún pulso, ni hacer movimiento que se pueda sentir: con lo cual los que os vieren entenderán que sois muerta, y conforme a la costumbre de esta ciudad, os traerán al cementerio que está junto a esta iglesia, y os meterán en la bóveda en que están sepultados vuestros pasados los Capeletes: y a este tiempo yo enviaré a avisar a Romeo, con mensajero propio de lo que pasare, y como está en Mantua vendrá aquí la noche siguiente, y él, y yo abriremos la sepultura, y os sacaremos, y en acabando los polvos de hacer su operación os podrá llevar secretamente a Mantua, sin que lo sepan vuestros padres, ni parientes. Y cuando el negocio esté concertado se descubrirá éste con contento de todas las partes. Acabado que hubo el buen hombre sus razones, entró nueva alegría en Julieta, que había estado atenta a sus palabras, y díjole: no me faltará ánimo para cumplir lo que me habéis ordenado, y si fuera necesario tomar algún veneno mortal, antes le metiera en mi cuerpo que consentir verme en


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poder de quien no puede tener parte en mí. Y así me esforzara a ponerme en cualquier peligro por verme con el de quien está colgada mi vida y todo el contento que puedo tener en este mundo: id con Dios hija, dijo él, que yo le rogaré que os tenga de su mano, y os confirme en la voluntad que tenéis, para que salgáis con bien de esta obra. Con esto se volvió Julieta en casa de su padre casi al medio día, y halló a su madre a la puerta, que la estaba aguardando, y le preguntó, si perseveraba todavía en su porfía, y Julieta con rostro más alegre del que solía mostrar, le dijo: heme detenido más de lo que pensaba, aunque ha sido por mi provecho, porque de mi estada he sa‐

p. 78 cado gran sosiego para mi conciencia, por medio de nuestro padre espiritual, a quien he dado larga cuenta de mi vida, y comunicado lo que se ha tratado entre mi padre y vos sobre mi casamiento con el Conde Paris, y ha sabido consolarme tan bien con tantos ejemplos y persuasiones, que aunque no tenía intención de casarme, estoy determinada de obedeceros en cuanto quisiéredes mandarme. Y así os ruego me alcancéis perdón de mi padre, y le diréis, que en cumplimiento de su mandato estoy presta para ir al Conde Paris a Villafranca, y en vuestra presencia recibirle por esposo y señor, y para mayor seguridad me voy a poner en orden las cosas preciosas que tengo, para que viéndome bien adornada, le dé más contento. No pudo la madre responderle de placer, y fue con gran prisa donde estaba su marido, y díjole la voluntad que mostraba tener su hija, y cómo por consejo de su confesor había mudado parecer. Dio el padre gracias a Dios, y díjole: no es ésta señora la primera obra buena que hemos recibido de este buen hombre, y no hay ciudadano en esta república que no le esté obligado, y plugiera a Dios, pudiera yo comprar para él veinte años de vida a costa de mi hacienda, tanto siento su mucha edad. Y a la hora fue él mismo a buscar al conde, para que se fuesen a Villafranca, y él le dijo, que sería hacer gran gasto, y que si le parecía sería mejor reservar aquella ida para el día de las bodas, porque se solemnizasen más: pero que si su voluntad era otra, lo ordenase como le diera más gusto, y que si era contento, se fuesen a ver a Julieta, y hiciéronlo juntos. Y siendo avisada la madre de su venida hizo aderezar a su hija, mandándole, diese muestra de sus gracias cuando viniese el conde, y súpolo ella hacer tan bien, que antes que saliese de casa le había enlazado de tal manera, que le parecía no haber de poder vivir sin verla. Y llegado el tiempo concertado, comenzó a importunar a los padres, que concluyesen este casamiento. Pasaron este

p. 79 día, y otros con mucho contento, hasta el que precedió a las bodas, para el cual había prevenido la madre de Julieta tantas cosas, que no faltaba ninguna de las necesarias, queriendo mostrar su liberalidad, y la grandeza de aquella casa. Era Villafranca, de quien hemos hecho


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mención, un lugar de placer donde Antonio Capelete acostumbraba irse a recrear, como a media legua de Verona, y allí se habían de ir a comer, aunque la solemnidad del matrimonio se tenía de celebrar en la ciudad. Julieta, que veía acercar su hora disimulaba lo mejor que podía, y cuando vio que ya era tiempo de recogerse, retrájose con su criada a su aposento, y acostándose, le dijo Julieta: ya veis amiga, que en siendo de día se habrán de celebrar mis bodas, y porque querría estar la mayor parte de esta noche en oración, os ruego os vais y me dejéis sola, y mañana a las seis horas vendréis a ayudarme a aderezar. Hízolo así la dueña, sin entender la determinación de Julieta, y en apartándose de ella, como se vio sola tomó agua y hinchió la redoma que le había dado el cura, y hecha la mezcla púsola debajo de su cama y acostose. Y al punto comenzaron a rodearla nuevos pensamientos, temiendo la muerte, y sin saber en qué se resolver, decía: sin duda soy la más sin ventura que jamás nació, pues no hay para mí en este mundo sino trabajos, miserias y desgracias, mi desventura me ha traído al extremo en que estoy, pues si quisiere conservar mi honra, y hacer lo que a mí misma me debo, me conviene beber una cosa cuya virtud ignoro. Qué sé yo, si la operación de estos polvos se hará más presto, o más tarde de lo que fuere necesario, y si se descubrirá mi falta, y quedare infamada en las lenguas del vulgo. Y demás de esto, qué sé si las serpientes y gusanos venenosos que de ordinario suelen estar en las bóvedas y escondrijos de la tierra me ofenderán pareciéndoles que estoy muerta: y cómo podré sufrir el hedor de tantos cuerpos muertos y huesos de mis pasados como

p. 80 hay en aquella sepultura, si acaso despertare antes que venga Romeo a socorrerme: En estas contemplaciones estaba lamentando, y vino a representársele, que veía la figura de su primo Teobaldo, así como le había visto herido y ensangrentado, y considerando que le había de poner a su lado entre tantos cuerpos muertos y huesos sin carne, comenzó a temblar su cuerpo tierno y delicado, y sus cabellos rubios a erizarse: de manera, que vencida del temor que le causaba este espanto, le atormentaba un sudor frío que se le esparcía por los miembros, y le parecía tener ya a la redonda infinidad de muertos que tirando de ella por todas partes la despedazaba. Y considerando que se le acababan las fuerzas poco a poco, temía que por su mucha flaqueza no había de poder salir con su intento, y como loca furiosa, se bebió el agua que estaba en la redoma, y poniendo los brazos en cruz sobre los pechos perdió en un momento todos los sentidos, y quedó traspasada. Y como el alba comenzó a sacar la cabeza fuera del oriente, la dueña que había cerrado por de fuera, abrió la puerta con la llave, y no hacía sino llamarla, pensando despertarla, y decíale: señora, mucho dormir es éste, menester será que venga el conde Paris a despertaros: pero daba voces en desierto porque aunque junto a sus oídos hiciera el mayor ruido del mundo, estaban sus espíritus vitales de tal manera ligados, que no despertara. Espantose la dueña, y comenzó a menearla, mas hallábala por todas partes tan fría como un mármol, y púsole la mano sobre la boca, y pareciole que estaba


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muerta, y como loca y fuera de todo sentido, lo fue muy a prisa a decir a su madre, la cual rabiando como tigre que ha perdido sus hijuelos, fue para el aposento de su amada hija, y viéndola en tan lastimoso estado la lloraba por muerta y decía: o muerte cruel, y cómo has puesto fin a todo mi contento y descanso, ejecuta tu ira en mí, que temo, que dejándome vivir lo que resta de mis días en tristeza

p. 81 no se ha de aumentar mi dolor. Y de tal manera suspiraba que parecía que el corazón se le había de arrancar. Y estando dando grandes gritos, llegaron el padre y el conde Paris, y con ellos muchos caballeros y señores, que venían a honrar la fiesta que como entendieron lo que pasaba, levantaron un llanto que a quien le viera pareciera verdadera representación de ira y piedad, especialmente si considerara a Antonio Capelete, cuyo corazón estaba tan cerrado que no podía llorar, ni hablar. Y vuelto en sí envió con mucha prisa a buscar los médicos más experimentados de la ciudad, que informados de la vida de Julieta, juzgaron, haber muerto de melancolía, conque se volvieron a renovar los llantos. Y si algún tiempo se vio espectáculo piadoso, desgraciado y lamentable, fue cuando se publicó por Verona la muerte de Julieta, por estar en gracia de todo el pueblo, tanto que los llantos que se veían en común daban muestra de que estaba la república en algún peligro, y con mucha razón, porque demás de su hermosura natural, a que acompañaba sus grandes virtudes, de que le había enriquecido naturaleza, era tan humilde, discreta, y de buena condición, que tenía robadas las voluntades de todos, y no había quién no llorase su desgracia. Y como esto se hubiese publicado, despachó su confesor con toda diligencia un compañero suyo, de quien tenía confianza, llamado Anselmo, y diole una carta, encargándole la diese a Romeo en propia mano, y lo que se contenía en ella era lo que había pasado entre él y Julieta, advirtiéndole la virtud de los polvos, y que en todo caso viniese la noche siguiente, que acabaría de hacer su operación, y la podría llevar consigo a Mantua en hábito disfrazado, hasta que su fortuna lo ordenase de otra suerte. Diose tan buena diligencia Anselmo que llegó en breve a Mantua, y acaso acertó a posar al monasterio de San Francisco, y no pudo salir aquel día como pensaba, porque poco antes había muerto en el convento un religioso, y a lo que de‐

p. 82 cían de pestilencia que fue causa que ciertas personas que había deputado para salud: habían vedado, que ninguno de aquella casa, ni de los que posasen en ella, anduviese por la ciudad, ni tratasen con los ciudadanos, hasta que se les diese la licencia, que fue causa de gran mal, como luego lo mostraremos. Y como hubiese este impedimento, y Anselmo no supiese cuanto importaba la carta, pareciole que iba poco en que se dejase de dar hasta el día siguiente. Mientras los negocios estaban en este estado, se hizo en Verona el aparato de las obsequias de


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Julieta, y conforme a la costumbre de Italia, la metieron en la bóveda en que estaban sepultados sus parientes, que era la misma en que había enterrado a su primo Teobaldo. Y acabadas las obsequias que se hicieron con gran pompa, se fue cada uno a su casa, y hallándose e ellas Pedro criado de Romeo que según se ha dicho había enviado su señor de Mantua a Verona a negocios de su padre, y para que le avisase de todo lo que acontesiese en la ciudad. Y como vio meter el cuerpo de Julieta en la bóveda, creyó con los demás estaba muerta, y tomó la posta y fuese a Mantua, donde hallando a Romeo en su posada, le dijo con los ojos bañados en lágrimas: ha os sucedido señor una degracia tan grande, que si no os armáis con constancia, temo habréis de ser verdugo de vuestra vida: porque os hago saber, que mi señora Julieta dejó ayer por la mañana este mundo, y se fue a descansar al otro, y yo la ví meter en la sepultura. Al son de esta nueva tan triste, comenzó Romeo a hacer tal llanto, que no parecía sino que su espíritu quería desapartar el afligido cuerpo, mas amor que por su ventura no quiso que le faltase hasta el último punto, le puso en la imaginación, que si podía acabar junto al cuerpo de su señora Julieta, sería su muerte venturosa, y que ella se tendría por más satisfecha. Por lo cual lavándose el rostro, porque no se echase de ver su tristeza, salió de su aposento, y mandó a su criado que le guardase, y fuese por las calles de la ciudad, por

p. 83 ver si hallaría remedio para su mal, y habiendo visto entre otras cosas una tienda de boticario vacía de botes y de las cosas necesarias a su oficio, le pareció, que la necesidad de su dueño le haría hacer lo que él pretendía. Y llamándole aparte, le dijo: maestro, he aquí cincuenta escudos, los cuales os daré, si me dais una ponzoña tan fuerte que en un cuarto de hora haga morir al que la tomare. Y el mal aventurado, vencido de codicia, hizo lo que Romeo le pedía, y haciendo lo que le daba otra medicina delante de los que lo veían, preparó el veneno, y díjole a él: mi señor, ahí os doy más de la mitad de lo que lleváis, para hacer morir en menos de una hora al más robusto hombre del mundo. Y guardándolo se volvió a su posada, y mandó a su criado, que con la diligencia posible volviese a Verona, y tuviese aparejadas candelas, husillos y los instrumentos que fuesen necesarios para abrir la sepultura de Julieta, y que la guardase en el cementerio donde estaba enterrada, encargándole no le descubriese a nadie. Hízolo todo Pedro como se lo mandó Romeo, y diose tan buena maña que llegó a Verona a buena hora, donde lo puso todo en orden. En este tiempo Romeo que estaba rodeado de pensamientos mortales, tomó tinta, pluma y papel, y escribió en pocas palabras el discurso de sus amores, y su desposorio con Julieta, con el medio que había tenido para consumir el matrimonio, y cómo había comprado el veneno, y finalmente la historia de su muerte. Y dando fin a su tragedia, cerró la carta, y sellola con su sello, y púsole el sobrescrito para su padre, y con esto la metió en la bolsa, y subió a caballo, y diose tanta prisa, que poco después de anochecido llegó a Verona antes que cerrasen las puertas, y halló a su criado aguardándole con la linterna y instrumentos


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que le había mandado, y díjole: Pedro, ayúdame a abrir esta sepultura, y en estando abierta, no te llegues más aquí, ni me estorbes lo que quisiere

p. 84 hacer. Toma esta carta, y darasla a mi padre mañana cuando se levante, que por ventura le darás más contento con ella del que piensas. No imaginaba Pedro lo que quería hacer Romeo y apartose con intención de ver lo que hacía. En abriendo la bóveda bajo Romeo por las gradas con una vela en la mano, y comenzó a mirar con ojos lastimosos el cuerpo de la que tanto quiso en esta vida, y derramando infinitas lágrimas, y besándole muchas veces la tenía entre sus brazos, no se hartando de mirarla, y puso sus crueles manos sobre el pecho de Julieta, y después de haberla meneado y revuelto, como no hallase en ella ninguna señal de vida, sacó la ponzoña y tomó cantidad de ella, diciendo: oh Julieta, de quien no era merecedor, que muerte hubiera podido escoger, que me fuera de más contento, que la que sufro delante de ti? Cuál sepultura más honrosa, que ser encerrado en tu tumba? Qué epitafio más excelente se pudiera consagrar en las memorias de los hombres, que este trocado y lastimoso sacrificio de nuestras vidas? Y queriendo proseguir comenzó a temblar con la fuerza del veneno que iba obrando en él. Y como mirase a todas partes vio el cuerpo de Teobaldo cerca del de Julieta, que aún no había acabado de pudrirse, y hablando con él como si estuviese vivo, le dijo: primo Teobaldo, en cualquier parte que estés, te demando perdón de la ofensa que te hice en quitarte la vida, y si deseabas venganza de mí, qué mayor o más cruel satisfacción pudieras esperar, que ver al que te mató tomar ponzoña con sus propias manos y derribarle a tu lado? Y como acabase de decir estas razones, y sintiese que se le iba acabando la vida, se arrodilló, y dijo con voz flaca y debilitada: señor Dios, que por salvarme, descendiste del seno de tu eterno y soberano padre, y tomaste carne humana en el sacratísimo vientre de la gloriosa virgen Santa María señora nuestra, suplícote por tu bondad, tengas misericordia de esta pobre ánima afligida, que conozco bien que este cuerpo no es sino tierra. Y co‐

p. 85 mo le apretase el dolor, se dejó caer sobre el cuerpo de Julieta, donde le desampararon todos los sentidos y virtudes naturales y quedó tendido en el suelo. Por otra parte el cura que sabía el término en que los polvos habían de hacer su obra, admirado de no tener respuesta de la carta que había enviado a Romeo con Anselmo, salió de su casa con instrumentos para abrir el sepulcro y que diese el aire a Julieta, que estaba cerca de despertar. Y acercándose vio claridad, y púsole temor hasta que Pedro que estaba cerca, le certificó que estaba dentro Romeo, y que había media hora que no cesaba de llorar. Entraron los dos en la bóveda y como hallase a Romeo sin vida, hicieron gran llanto por él. Y a esta sazón salió Julieta de su sueño, y como viese resplandor, dudaba si lo que veía era fantasma, y volviendo en sí reconocido el cura,


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y díjole: ruégoos por amor de Dios, me aseguréis hablándome, porque estoy atemorizada. Y él con mayor brevedad que pudo: (porque se quejaba que estaba desflaquecida de lo mucho que había estado en aquel lugar) le contó cómo había enviado a su compañero Anselmo a Mantua con una carta para Romeo, y que no había tenido respuesta, y que con todo eso hallaba a Romeo muerto en esa bóveda, cuyo cuerpo le mostró cerca de ella tendido en tierra. Y demás de esto le rogó sufriese con paciencia aquella desgracia, y díjole, que si quería la llevaría a un monasterio, donde estaría secretamente, y que con el tiempo se podría aplacar su dolor. Mas así como ella puso los ojos en el cuerpo de Romeo, soltó la rienda a sus lágrimas, y no pudiendo sufrir el dolor que sentía, se arrojó sobre él y le besaba y le abrasaba con tantos suspiros y sollozos que parecía que con su fuerza le había de volver la vida, y dijo con grandes voces: dulce descanso de mis pensamientos, y de cuantos contentos tuve, cómo pudiste escoger tu sepultura en este lugar, y entre los brazos de la que te quería más que a sí? Acabando

p. 86 por mi causa el curso de tu vida, al tiempo que te había de ser de mayor contento el vivir? Y cómo ha podido este cuerpo delicado resistir el furioso combate de la muerte, teniéndola presente? Y tu flaca y tierna edad cómo pudo de su voluntad consentir que vinieses a este lugar sucio y hediondo, donde servirás de manjar a los gusanos que no te merecen? Qué necesidad tenía yo de que se revocasen estos dolores en mí cuando el tiempo y mi mucho sufrimiento los habían de acabar? O como soy corta de ventura, pues pienso hallar remedio para mis pasiones: yo afilé el cuchillo que rompió la cruel llaga de donde ha procedido este mortal dolor. O dichosa sepultura pues en los siglos venideros servirás de testigo de la más perfecta amistad que tuvieron los dos más desgraciados enamorados que jamás hubo. Recibe los últimos suspiros del más cruel sujeto de cuantos ha habido de ira y muerte. Y queriendo proseguir, dijo Pedro al cura, que oía gran ruido hacia la ciudadela, y con esto salieron fuera, temiendo ser presos. Y viéndose Julieta sola, y con libertad, volvió a tomar a Romeo entre sus brazos, y sacándole la daga que tenía ceñida, se dio con ella muchas heridas en el corazón, diciendo con voz debilitada: muerte, fin de los males, y principio de la felicidad, tu seas bienvenida: no temas de herirme en esta hora, ni interpongas dilación a la mía, temiendo que mi espíritu trabajara en buscar de mi Romeo entre los de tantos muertos. Y tú mi amado esposo y señor, si te ha quedado algún sentido, recibe el de la que tan realmente amaste, y fue causa de tu muerte arrebatada y violenta, que te ofrece su ánima de su voluntad, porque seas tú solo quien haya gozado del amor que tan justamente habías alcanzado, para que saliendo nuestros espíritus de este miserable mundo vivan eternamente juntos en inmortalidad que no tenga fin. Y con estas últimas palabras se le acabó la vida.

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Capítulo VI. De cómo se supo la muerte de Romeo y Julieta. Y lo que hizo la justicia, con el castigo que se hizo a los que se hallaron culpados. Al tiempo que pasaba lo dicho la ronda de la ciudad vino acaso por allí, y viendo la claridad que salía de la bóveda, sospecharon que andaban allí algunas hechiceras, que para sus maldades habían abierto aquel sepulcro. Y deseando saber lo que era bajaron por el caracol, y hallaron a Romeo y Julieta echados los brazos el uno al cuello del otro, como si les hubiera dado alguna señal de vida. Y después de bien mirados entendieron lo que era, de que quedaron admirados, y buscaron por todas partes los que pensaron haberles muerto, para prenderles, y finalmente hallaron al bueno de Lorenzo, y a Pedro criado de Romeo, que se habían escondido debajo de un ataúd, y lleváronles a la cárcel, y dieron aviso de lo que pasaba al señor Bartolomé de la Escala y a los gobernadores de la ciudad, donde se publicó en un momento, y comensaron los ciudadanos, y sus mujeres e hijos a desamparar sus casas por ir a ver este lastimoso espectáculo. Y para que esta desgracia fuese más pública, ordenaron los magistrados, que se pusiesen los dos cuerpos en un teatro a vista de todo el pueblo, de la manera que estaban cuando les hallaron en el sepulcro. Y que el padre Lorenzo, y Pedro fuesen examinados públicamente, para que no hubiese ocasión de murmurar. Y estando el buen viejo sobre el cadalso, con su barba blanca bañada en lágrimas, le mandaron los jueces que declarase quiénes habían sido los autores de estas muertes, atento que le habían hallado a hora indebida cerca de aquel sepulcro, y con las herramientas. Y él como hombre entero y libre, sin hacer ningún mudamiento por la acusación que se le ponía, respondió con voz sosegada: no hay ninguno de vosotros señores que

p. 88 (si mirare a mi vida pasada y muchos años, y al triste espectáculo a que el presente me ha traído mi desgracia) no le admire con tan súbita y no esperada mudanza pues acabo de setenta años que comencé a probar las vanidades de este mundo, jamás se hallara que haya cometido delito que fuese digno de pena: no obstante, que me conozco delante de Dios por el mayor y más abominable pecador que ha nacido. Y como veis estoy cada momento cerca de i a dar cuenta de mí a los gusanos, la tierra, y la muerte me están cifrando, para que parezca delante de la justicia divina, conque ya no espero otra cosa sino la sepultura. Y esta es la hora en que entenderéis, que he caído en la mayor falta y error que he hecho en mi vida. Y de donde se ha engendrado la mala opinión que tenéis de mí, son (a lo que creo) las lágrimas que en tanta abundancia caen sobre mi rostro, como si no se hallase en la Sagrada Escritura, que Jesucristo nuestro redentor lloró, movido de misericordia y compasión y así mismo se sabe que suelen ser de ordinario fieles mensajeras de inocencia. Y por ventura es causa de esto: como cosa más probable, la hora sospechosa, como ha propuesto el Magistrado, teniéndome por culpado en


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estas dos muertes; como si las horas no hubiesen sido criadas iguales por el Señor, y como él mismo lo enseñó, hay doce en el día, queriendo mostrar por ello, que no hay acepción de horas ni de momentos, y que en todas ellas sin hacer diferencia se puede obrar bien o mal, según somos guiados, o dejados por el espíritu de Dios. Y cuanto a lo que toca a las herramientas con que me hallaron escondido, no es ahora necesario tratar del efecto para que se crió el hierro, ni declarar cómo de sí mismo no puede hacer al hombre bueno, o malo, si el que le usa no obra mal con él. He dicho todo esto, y puesto os lo adelante para que por ello entendáis, que ni mis lágrimas, ni el hierro, ni la hora sospechosa pueden haber sido bastantes para convencerme de esta muerte, ni

p. 89 para hacerme que sea otro del que soy, si no fuere por el testimonio de mi propia conciencia, que si tuviere culpada, es cierto me sirviera de acusador, testigo y verdugo: conforme a lo cual ella, (viendo la edad en que estoy y el crédito y reputación que he tenido siempre para con vosotros, y lo poco que tengo de parar en este mundo) me había de atormentar más en lo interior que todas las penas y castigos, que se podría imaginar. Mas doy gracias a Dios que no siento escarbarme el gusano de la conciencia, ni otro remordimiento ninguno, en cuanto al negocio de que todos estáis tan turbados. Y finalmente, para que os soseguéis, y salgáis de la sospecha que tenéis, os juro, de contaros la realidad de la verdad de la tragedia presente, pues no estaréis menos admirados de ella, que de ver que estos dos pobres enamorados tuvieron fuerza y paciencia para entregarse a la muerte, por la indisoluble amistad que se tenían. Y dicho esto, prosiguió contando desde el principio los amores siendo confirmados de ahí a poco tiempo, se habían dado palabras de presente promesa de matrimonio, sin que él lo supiese: y que por algunos días después, incitándoles a ello amor, se fueron a él, y le afirmaron que estaban desposados, y que si él no quería solemnizar su matrimonio en faz de la santa madre iglesia, sería causa para que ofendiesen a Dios, y viviesen amancebados. Y que considerando esto, y viendo que eran iguales así en nobleza, como en riqueza, y esperando que por este medio se vendrían a reconciliar los bandos entre los Montescos y Capeletes, y haría una obra agradable a Dios, se habían dado las manos, y recibido las bendiciones de él, y luego la noche siguiente consumaron su matrimonio en el palacio de los chapeletes, como lo testificaría la camarera de Julieta. Y a esto añadió, la muerte de Teobaldo, por cuya causa le había seguido el destierro de Romeo, y que en su ausencia se había tenido secreto el casamiento hasta que queriendo casar a Julieta como

p. 90 a él, con propósito de matarse con sus manos, si no se daba remedio en el matrimonio que su padre tenía concertado con el conde. Y en conclusión, dijo, que aunque tenía determinado (por


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ser viejo, y estar en lo último de su vida) no usar de las ciencias y cosas secretas, de que se había aprovechado en su mocedad, movido de importunidad y misericordia, y temiendo no ejecutase Julieta tan gran crueldad, había alargado su conciencia, y querido más darle algún trabajo liviano, que consentir que una persona de su calidad atormentase su cuerpo, y pusiese su ánima en peligro. Y que para esto le había dado ciertos polvos con que hacerla dormir, por cuyo medio habían creído que estaba muerta. Y contó, como habiendo hecho esto, había enviado a avisar a Romeo con Anselmo, dándole una carta en que le contaba lo que pasaba, de que hasta entonces no había tenido respuesta. Y prosiguiendo, diciendo, como había hallado muerto a Romeo en el sepulcro, y que a lo que parecía, movido del dolor de haber hallado a Julieta en aquel estado, y creyendo era muerta. Y pasando adelante, les declaró, cómo Julieta se había muerto con la daga de Romeo, queriendo acompañarle en la muerte, y cómo no le había sido posible estorbarlo por el ruido que sobrevino de la ronda que le forzó a esconderse. Y para que entendiesen, que lo que decía era verdad, suplicó al señor de Verona, y a los jueces, enviasen a Mantua a buscar a Anselmo, y supiese la causa de su tardanza, y viese la carta que había enviado a Romeo, y examinasen a la camarera de Julieta, y a Pedro criado de Romeo, el cual quien aguardar que le hiciesen ninguna pregunta, les dijo, que al tiempo que Romeo quiso bajar al sepulcro, le había dado un pliego (que según creía estaba escrito de su mano) y mandádole expresamente, que le entregase a su padre. Y abriendo el paquete, hallaron escrita su historia por extenso, con el nombre del boticario que le había vendido la ponzoña y el precio y causa por qué había usado de ella

p. 91 tan claramente, que no faltaba para su entera verificación, más de haber estado presentes a su ejecución, porque estaba todo ello con tan buen orden, que no había de que tener duda, y así no la tenía nadie. Y al señor Bartolomé de la Escala, después de haberlo comunicado con los magistrados de su consejo, le pareció, que la camarera de Julieta, fuese desterrada perpetuamente de su dominio por haber tenido encubierto este matrimonio clandestino al padre de Romeo: pues si le manifestara en tiempo, hubiera podido ser causa de gran bien. Y a Pedro, por haber hecho lo que le mandó su señor, le dejó en su primera libertad. El boticario fue preso, y siendo atormentado y convencido del delito, le mandó ahorcar. Y al buen viejo del padre Lorenzo, (así por el respeto que se tuvo a los beneficios antiguos que había hecho a la república de Verona, como a la buena vida que siempre se le había visto) le dejó libre, sin ninguna nota de infamia puesto que él de su voluntad se retiró a una ermita lejos de la ciudad donde vivió casi seis años, ocupado continuo en plegarias y oraciones, hasta que llamado de este mundo pasó al otro. Y movidos a compasión de tan extraña desgracia los Montescos y Capeletes dejaron las armas de su voluntad, y se reconciliaron, de suerte que lo que no había podido acabar ningún saber humano, se redujo por lástima. Y para que quedase memoria perpetua de amistad tan perfecta ordenó el señor de Verona que los cuerpos de los dos


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enamorados se encontrasen en la tumba en que habían dado fin a sus vidas, y levantaron sobre ella una columna de mármol, en que se pusieron algunos epitafios. Y el día de hoy está en pie, y es una de las cosas señaladas de aquella ciudad. Y entre otros se puso el siguiente. En aqueste monumento yacen dos enamorados, que de Verona ornamento fueron, aunque desdichados. El Romeo fue llamado,

p. 92 El, Capelete esforzado, y ella Montesca perfecta. Siendo en bandos adversarios amor los había juntado y en sus dos pechos contrarios nuevo amor hubo formado. Desposáronse estos dos trazando nuevo contento, mas no fue servido Dios tuviese efecto su intento y de un principio agradable nació fin muy lastimoso, porque amor como mudable le dio a su vida reposo. Y el falso, crudo, malvado


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tuvo tal trama ordenada que él se acabó emponzoñando, y ella con su misma espada. El que parare admirdo A contemplar este exceso, aunque atónito y turbado duélale el triste suceso de aquestos amantes dos,

p. 93 y pida al eterno Dios que no mire a sus pecados. Fin de la historia tercera.


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