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CON LA LIBERTAD MARCHITA
El microcosmos del penal de San Pedro incluye una legión de niños que viven en el recinto acechados por peligros constantes y con una dramática idea clavada en sus cerebros, aquella de que todo lo que pasa dentro es “normal”
CON LA LIBERTAD marchita
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Iveth Leticia Huizaga Marca Estudiante
Un miércoles cualquiera por la tarde, parada en unas gradas del sector La Cancha, dentro del penal de San Pedro, juega con dos amigas a “quien salta más alto”. Una de ellas aparenta tener 13 años, la otra menor es más pequeña. Es un poco tímida y no quiere mencionar su nombre, pero sonríe un poco avergonzada.
Tiene 8 años, contextura delgada, y vive dentro el penal desde que nació, ya que su madre dio a luz ahí. Conoce los peligros a los que está expuesta y solo pasea por La Cancha, donde sus papás tienen un cuarto. Por las mañanas va al colegio Gran Bretaña, que queda cerca del penal, sola o con sus compañeras. En las tardes juega con sus amigas a las escondidas y “pesca pesca” (correr tras alguien para atraparlo).
Cuenta que todas las mañanas se despierta temprano para ir al colegio y que su mamá se encarga de cambiarla y peinarla. “Ella (señala a su amiga) no va al colegio, ya tiene 13 años y no sabe leer, yo ya voy a aprender, ya sé el abecedario”, indica sonriente y con la inocencia de toda niña de su edad.
Es normal que estos niños vayan solos a sus colegios. Los policías ya los conocen y al momento de volver al penal ni siquiera tocan la puerta. Sólo esperan con paciencia que la abran.
Su madre, la señora Bibi (de 32 años), quién prefiere callar su nombre, pero a la que todos llaman “doña Bibi”, es una mujer de estatura mediana, un poco gruesa, y casi siempre lleva cargando a su otro niño, de un año y medio.
Cuenta que fuera del penal no tiene un hogar donde vivir. “Afuera no tengo casa, ni trabajo y aquí tenemos todo, hay tiendas, pensiones, todo lo mismo que afuera, y mis hijos están cerca de su papá”.
Tampoco cuenta con el apoyo familiar. “Ni familia tengo, mi mamá y mi hermano, no sé dónde están, cuando me he embarazado me han botado de mi casa y desde ahí ya no le he vuelto a ver”.
Su mundo
Amablemente, abre la puerta de su cuarto para enseñar cómo vive. “Aquí vivimos; yo, mi esposo, mi hijita y mi bebé. Los cuartos son pequeños, aquí mismo cocino, aquí arriba guardo mi ropa, mis cosas y a veces mi hijita ahí se va a dormir porque chiquitita, es nuestra cama”.
El minúsculo cuarto se lo ganó su esposo jugando fútbol, ya que participa de campeonatos constantemente. “Mi esposo no paga porque juega fútbol para el equipo de la sección La Cancha y por eso no le cobran. Pero otros pagan Bs 2.500 más o menos al mes, algunos se compran sus cuartos, (y) hay ( habitaciones de hasta) de $us 3.000 y $us 5.000”.
Doña Bibi pasa la mayor parte del día con sus hijos. Su esposo llega a la hora del almuerzo y de la cena, o alrededor de las cuatro a cinco de la tarde. Es la hora pico, en la que se debe entrar a los cuartos y cuidar de las familias porque en ese momento no hay control dentro el penal y todos hacen lo que quieren.
Aunque los habitantes de cada sección son compañeros y se protegen entre sí, el peligro es latente, mucho más para mujeres y niños…
Los personajes
Marco Claure Camacho, privado de libertad de aproximadamente 30 años, es un hombre de estatura alta, “choco”, delgado, lleva tatuajes de grupos rockeros en ambos brazos, y pertenece a La Cancha. Su delito, asesinato: “Estoy aquí por asesinato, ya estoy 8 años aquí y estaré unos 20 años más quizá”.
En Bolivia existen 51 recintos carcelarios, 19 cárceles y 32 carceletas, todos con sobrepoblación
Claure, nada tímido, sino amigable, recuerda a una exnovia. “Mi exnovia me ha demandado, estaba con ella y sabía que había asesinado”. Él es un hombre muy conocido dentro del penal, tiene muchos amigos. Pero eso es insuficiente para no sentirse nostálgico. “A veces extraño afuera, extraño el aire puro, la gente, las calles y es aburrido estar aquí”.
A Marco le gusta jugar Play Station y escuchar música rock. Cuenta que tiene una amiga que lo va a visitar continuamente, le lleva juegos y memorias con música rock. Algunas veces, vende a sus compañeros CD de juegos que ya ha utilizado o ya le han aburrido.No tiene hijos, pero constantemente se reúne con amigos para ir jugar Play Station a su pieza. En un momento de esos, llega su compa
ñero con videojuegos en las manos. Marco sonríe y le hace un guiño. Su amigo le dice: “Con éste juego vamos a alucinar”. Lo más probable es que aparte de los CD también tenga algo de drogas consigo.
Alguien que llama la atención dentro el penal es un hombre de tez blanca, alto y gordo. Casi siempre viste traje, zapatos bien lustrados y una camisa celeste. Jamás se desprende de su celular. Lleva un cigarrillo tras de la oreja derecha y otro encendido, entre sus dedos.
Con pinta de abogado, habla gran parte del tiempo por su teléfono móvil. Sus espaldas son cuidadas por tres hombres, reos de clase baja. Su delito, no se sabe, pero por su apariencia seguramente tiene un cargo demasiado importante. Según murmuran en los pasillos, ingresó al penal hace dos días por no pagar las pensiones de sus hijos. Muchos reos lo siguen porque les da cigarrillos y algunas monedas.
Bolivia es uno de los pocos países que permite niños en los penales, junto a sus padres. Es una situación complicada y difícil de resolver porque incluso hay bebés que nacen dentro los recintos penitenciarios. Según Jhony Calle, psicólogo de la Defensoría del Pueblo y, además, encargado de personas privadas de libertad, el problema está presente desde hace 20 años.
Calle indica que vivir dentro la cárcel afecta la autoestima de los niños y crea una personalidad insegura.
“Un niño cuando está ahí adentro puede escuchar groserías, puede ver conductas inadecuadas de los adultos. Eso definitivamente influye en su personalidad. Probablemente este niño puede creer que ese es el mundo, cuando (en realidad) es irreal. Porque el mundo al que ha venido está afuera, donde hay parques, plazas, vehículos, donde hay otros niños con los que tiene que jugar”.
Sin embargo, algunos privados de libertad, “asumiendo el papel de padres y tomando conciencia, han decidido sacar a sus hijos del penal de San Pedro, porque notaron que sus niños no pueden desarrollarse plenamente”, menciona Calle.
También recuerda que al momento de conversar con los padres de estos infantes, uno de ellos decía: “Mi hijito se ha acostumbrado a vivir conmigo, me quiere, yo lo quiero, ni siquiera quiere salir ya del penal, mi esposa le dice vamos a pasear afuera y mi hijito prefiere estar conmigo”.
“Una persona desarrolla su personalidad en la adolescencia. Que un niño haya vivido algunos años en el penal no significa que vaya a odiar al mundo, sino que tiene un tiempo para formarse y fortalecer su personalidad”. Empero, si un niño está demasiado tiempo en un recinto puede adquirir conductas inadecuadas y creer que lo que ve allí es “normal”. “Ah… si aquí todos mienten, todos son malos, aquí
todo muestran cara de odio, entonces yo tengo que tener cara de odio”, analiza Calle, aludiendo el posible razonamiento de un niño.
Para las esposas de reos que viven dentro del penal es importante tener a los hijos cerca de sus padres, pues ellos son el sostén de su familia y las ayudan económicamente. Este es un motivo por el cual ellas prefieren vivir dentro el penal.
En el caso de los padres privados de libertad, lo importante es tener cerca a sus hijos, así se violen los derechos de los menores. Un ejemplo claro es el derecho a la salud.
“El derecho a la salud es indispensable para cualquier ser humano, sin embargo, los médicos que visitan el penal, únicamente se encargan de los reos y no de los niños”, indica Calle.
Oficios
Aproximadamente un 80% de las personas que viven en la cárcel de San Pedro son pobres, y, por tanto, están obligadas a ejercer cualquier labor para llevar un plato de comida a sus celdas, más aún si tienen consigo a sus familias.
Entre estos muros se practican todo tipo de oficios: zapatería, carpintería, costura, porcelana, tallados en pierda y venesta, lavandería, ventas y cocina (atención en pensiones o ranchos, como los internos llaman a los restaurantes).
Hay personas que no tienen el dinero suficiente para comprar material y realizar alguna de estas labores, porque como en muchos negocios, se necesita algo de inversión. Entre ellos están los que se dedican a hacer motos en miniatura con encendedores gastados, utilizando su creatividad y el escaso material con el que cuentan. También están los que hacen tallados en piedras, aquellos que elaboran figuras católicas, y otros que pintan plantas como adornos. Uno de los trabajos más solicitados es el de “taxis”. Se trata de personas que Fotografía: Iveth Leticia Huizaga Marca
En el mundo de sombras de las prisiones, las sonrisas son difíciles de encontrar.
rotan turnos, cada uno con dos horas cerca de la puerta del penal, para llamar al pariente o amigo de las visitas. Son alrededor de 50. Ellos recorren el penal gritando nombres de los privados que tienen visitas, por lo que cobran Bs 2. Irónicamente los “taxis” son gente que por más de un año ya dejaron de recibir visitas, o en muchos casos, nunca tuvieron una.
Entre ellos, se encuentra un anciano de más o menos 80 años. Es alto, flaco y tiene la barba blanca y larga. Viste un saco plomo demasiado gastado, un pantalón beis, un gorro color azul marino con algunos huecos y abarcas. Al parecer lleva demasiado tiempo encerrado, no habla con nadie, tampoco deja que alguien se le acerque. Casi todo el día está en el mismo lugar; en medio de un montón de arena, cerca de la puerta por la que ingresan las visitas, probablemente a la espera de alguien que jamás llegará. Ya casi dan las cuatro de la tarde, es la hora de salida de las visitas, y aún está solo en el mismo lugar.
Entre sus manos lleva un bastón que limpia y raspa con una lija durante
horas, quizá de aburrimiento. A simple vista parece que lo usara, pero se observa que su intención es venderlo para conseguir algo de dinero. Por lo flaco que está se nota que no probó alimento alguno durante un par de días. Y al parecer, nadie se sabe su nombre. Según murmuran, la mayor parte del tiempo está renegando, tal vez porque está viejo. Él, al igual que varios, duerme en el patio de la cárcel, no cuenta con un cuarto, y en días de lluvia se cobija en cualquier pasillo.
Así como él, varios hombres duermen en el patio principal, un lugar invadido por el sol y algunas piletas. Cartones y periódicos son improvisados colchones extendidos a la hora de dormir.
Abdul, un extranjero privado de libertad, es otro interno que no cuenta con celda propia. Se lo distingue por su físico. Es barbudo, de ojos celestes y un acento árabe. Su delito fue robar celulares y billeteras por el centro de la ciudad, al quedarse sin dinero en una visita al país. Un día, los policías lo encontraron en pleno cometiendo el delito. Para su mala suerte, no por
El laberinto
Según un estudio de Claudia Arispe Camacho, el penal de San Pedro tiene con 12 secciones: San Martín, La Cancha, Guanay, Pal mar, Pinos, Las Lomas, Prefectura, Alamos, La Posta, Chochocorito, Muralla Grande y Muralla Chica. En Alamos, las Lomas y Los Pinos se perciben a simple vista la lim pieza y el orden. En Chonchocorito y La Cancha, el ambiente es una mezcla de olores putrefactos.
taba sus documentos de identidad, por lo cual le dieron medio año más de sentencia. Dentro del penal, Abdul vende arbolitos pequeños, decorados con pintura acrílica, cada uno a Bs 5, razón por la que siempre se ubica cerca de la puerta de ingreso de visitas.
Gastos y comida
Dentro del penal, todos los habitantes deben pagar por todo y nada. Usar las duchas cuesta Bs 5 e ingresar a los baños Bs 1. Hasta los centavos sirven para utilizar las cabinas telefónicas, un servicio muy requerido para llamar a sus familias o a sus abogados.
El dinero que ganan los privados de libertad muchas veces solo cubre la alimentación del día porque desde que ingresan al penal deben correr con gastos.
Para ingresar al penal de San Pedro como visita, primero se pasa por una sala de revisión y registro, en la cual la policía escudriña que no se filtre ningún objeto peligroso, objetos de valor o artefactos punzocortantes. No se permite ni un lápiz o una hoja de
El penal de San Pedro es como una pequeña ciudad. Cuenta con pensiones, peluquerías, bares, centros de diversión e incluso prostíbulos que son camuflados como lugares donde se juega taco. Y aunque en la entrada hacen una revisión rápida, se observa el consumo de droga en lugares estratégicos, alejados y donde no llega la luz del sol.
papel, ya que pueden resultar peligrosos…
Lo único que preguntan al ingresar es a ¿quién vas a visitar? y ¿en qué sector vive la persona que buscas? Todos los días se puede ingresar; pero a partir de las cuatro de la tarde nadie puede entrar ni salir del centro penitenciario.
A los hombres únicamente se les permiten ingresar los días jueves y domingo. Mientras que las mujeres pueden visitar a los internos cualquier día.
Al pasar por los corredores se siente todo tipo de olores, el ambiente es demasiado pesado. Niños y niñas circulan por todo lado. En los pasillos hay hombres borrachos y drogadictos, y niños jugando junto a ellos.
Hay comida para todo bolsillo. Dentro se organizan por sectores para la hora de almuerzo y tienen algunos días en los que además de sopa de trigo, sirven platos especiales. Los domingos, por ejemplo, hacen pollo o chuleta. Pero no todos tienen el privilegio de saborear estos alimentos exclusivos. Algunos deciden vender la carne que les dan por unas cuantas monedas que serán de mucha ayuda para sus familias, o en algunos casos, para sus vicios.
El estudio de Pinto identificó el menú diario de desayuno, almuerzo y cena. Los lunes tiene té con pan,sopa de arroz y mote de maíz, respectivamente. Los martes, mate con pan, sopa de fideo y avena con leche. Los
miércoles, sultana con pan, chairo y mote de habas. Los jueves, api con pan, sopa de trigo y sopa de sémola. Los viernes, té con pan plato especial y arroz con leche.
Alguna vez, cuenta Marco Claure, una amiga, se quedó sin monedas para salir y no pudo pagar los Bs 5. Tuvo que esperar durante horas para que la dejen salir y se llevó un susto enorme.
Los que se encargan de la cocina, preparan los alimentos en ollas grandes. Cada sector tiene sus cocineros, quienes tienen que hacer que los suministros alcancen para todos, porque cuentan con pocos víveres para demasiados internos.
Los privados de libertad continuamente están en el patio. Muchos trabajan, pero otros juegan fútbol o se dedican a las apuestas. La mayoría interactúa en el patio trasero, el que cuenta con dos arcos, convertido en cancha. Los hombres de edad más avanzada prefieren leer algunas revistas o periódicos pasados. Cuando alguien va a visitarlos las revistas son lo primero que piden.
Las mujeres, sin embargo, no pueden alejarse de su sección porque sus esposos son celosos. Lo único que les queda es estar en sus celdas, ver telenovelas y cuidar de sus hijos. El estar encerradas no les molesta, ya que se sienten seguras. Según cuentan, los demás compañeros no tienen respeto por ellas y les lanzan piropos acosadores
Para salir del centro penitenciario antes de las cuatro de la tarde se debe pagar en la puerta Bs 5, que según los policías se emplea cubrir algunos gastos y reparar áreas deterioradas.
¿Educación?
Dentro el penal existe una guardería donde se aceptan menores de hasta los 13 años. Después, dejan de asistir al pequeño salón de clases.
La señora Bibi recuerda que hace aproximadamente un año una adolescente de 14 años salió de San Pedro, supuestamente para concluir sus estudios en uno de los colegios próximos al centro penitenciario, pero jamás volvió. Según se comenta, decidió escapar con otro adolescente de su edad.
En la guardería los niños tienen maestras a las que las llaman “hermanitas”, quienes intentan enseñar con el poco material que poseen. En el parvulario se encuentran infantes con edades desde los 3 a los 13, lo que impide que tengan un aprendizaje adecuado. A todos les enseñan lo mismo, razón por la cual muchos aún no saben leer.
El día a día de los niños es ir a sus colegios (fuera del penal), o en muchos casos a la guardería (dentro del penal). Luego de estudiar se quedan en los patios y pasillos, donde se reúnen para jugar con sus compañeros hasta que sus padres den el aviso de que ya deben volver a sus cuartos por el peligro que los rodea, más aún a partir de las cuatro de la tarde…