CUADERNO Nยบ 15 TALLER DE ESCRITURA CREATIVA CURSO 2017-2018 UNIVERSIDAD POPULAR DE ALMANSA
Participantes en el Taller de Escritura: Luis A. Bonete Oter, Amparo Cuenca Tamarit , Amparo Gabaldón Ruiz, Mª Carmen Gómez Cuenca, Marina Lloret Serrano, Juan Manuel López Marín, Mª Ángeles Milán López, Isabel Horcas Carbonell, Juan Plácido Navarro Mínguez, Paco Victoria Navarro, Nancy Zamora Cueto. Profesor del Taller de Escritura: Antonio García Soler Fotos: Paco Victoria Maquetación: Cecilio Sánchez Tomás Coordinación: Amparo Cuenca Tamarit Edita: Universidad Popular de Almansa Imprime: Imprime Municipal La Universidad Popular no se responsabiliza de las opiniones contenidas en la publicación. Cada autor es responsable de las opiniones y contenidos de sus escritos.Tamarit
Tendría diez, once años, la maestra nos había dado en clase el ensayo literario Nuestra América, escrito por José Martí, uno de los principales escritores del siglo XIX en Cuba. Y ahí estaba yo, cobijada por la sombra del viejo naranjo, creyéndome Martí. Recuerdo la cara de la profe, al leer mi redacción, no sabía si quedarme quieta o salir corriendo. Ese curso mi nota de Literatura fue la más alta de la clase. Años más tarde la profesora me confesó que no fue la calidad del texto por lo que me había puesto la nota máxima, si no la valentía de atreverme a escribir. Entonces comencé a leer cuanto cayera en mis manos, e intentar expresar con la palabra justa los sentimientos más indecibles, se convirtió para mí, en refugio de carencias. No me arrepiento. Ser alumna del curso de Escritura Creativa me ha permitido no sólo reencontrarme con la España de Cervantes y Bernarda Alba, el amor de Lorca, de Antonio Machado o Miguel Hernández, si no también conocer y compartir en los IX Encuentros Literarios con otros autores como Natalia Marín, José Saborit, Javier Lostalé y Manuel Pimentel. Jugar con las palabras y crear poemas, oír de la voz de Manuel Moya: el oficio de escribir podrá a veces estar plegado de injustas visiones, pero siempre debe estar precedido por férreas voluntades. Precisamente, este cuadernillo es fruto de la persistencia e irresistible necesidad de reflejar a través de la palabra lo poético que puede haber en la despiadada realidad de lo cotidiano. Cada nueva creación es diferente de la que le dio origen y a la vez es continuidad de un grupo que se sumerge en el mundo de la escritura y liberarse de la soledad. Lejos queda, en los autores de este folleto, la fama o pretender ganar dinero, en ellos sólo está el placer de escribir. Florece en este libro: los recuerdos de la infancia, protesta la mujer que demanda respeto, llora el amor, habla la muerte, se levanta la voz por las reivindicaciones y los derechos a la igualdad, se reclama no quitar palabras del ilustre diccionario: ¿alucinaciones o realidad?. Lo dejo a su interpretación. Y aquí seguimos, escribiendo, buscando la palabra precisa que se deje leer, intentando conseguir en el lector una sonrisa de complicidad al sentirse identificado ante imágenes que rememoran sus propios recuerdos. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Antonio Machado
Nancy Zamora
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones. Juan José Arreola
I Nos mojamos y salimos huyendo, entre las gotas apareció Polifemo, y gritamos todos juntos: “A éste dadle vino, vino”, que al otro lado aguardan las sirenas, y al final del camino se hallará Ítaca. Aunque tal vez no exista. Luis A. Bonete
II Nací, observé, ya casi en los anales del tiempo y, asombrado del mundo, aquí sigo; soy un tipo genial, simpático y cordial, soy Luis, aunque a veces lo dudo, ¿seré un imbécil?, me pregunto. Y os veo y os escucho y encuentro en vosotros las respuestas. Soy astronauta de la vida, y de las letras, en pos de astros sencillos. Luis A. Bonete III Ilusión de mi misma Me llamo María Ángeles y me muevo en este mundo entre hadas y brujas. La familia es para mí principal. A veces soy expresiva o no, según me tientes, también soy fácil de llevar o no. Soy independiente: siembro libertad para luego poder cosecharla. Me gusta viajar, volar y organizar y no me gusta gimotear. Mª Ángeles Milán IV Momo Fue un regalo de cumpleaños y ya llevaba varios años con nosotros. Cuando mi hija nació Momo ya era el rey de la casa. Tuvimos miedo de que el perro sintiera celos del bebe y fuimos cuidadosos intentando que no perdiera su protagonismo. Y muy pronto nuestra hija estiraba el pelo al pobre animal que sólo quería estar junto a ella. Momo se convirtió en su compañero de juegos, su tapadera perfecta para que desapareciera ese bocadillo de paté que no le gustaba nada, y con los años en su pesadilla que le obligaba al paseo diario. Pero los años no pasan a la misma velocidad para los animales que para las personas y para nuestro Momo, viejecico, tampoco. Mª Carmen Gómez 9
Un me gusta El sabor del guisado de patatas y costillas que hacía mi abuela, casi sin costillas pero concentrado de cocción, me gustaba tanto, que lo tengo en la boca como si hoy lo comiera. El olor a limpio del césped recién cortado y regado me gusta tanto como el olor a pinos y sombra en los paseos de verano. Me gusta el amanecer o el atardecer con su mezcla visual de colores. Disfruto mucho de pasear con mis perricas observando su caminar pero es tan rápido que no puedo contarlo. Me gustan las “juntanas” familiares y reír con ganas. Mª Ángeles Milán VI El dinero de la luna Luna quería ir a la luna y se lo dijo a sus papás. -Hija Luna, ir a la luna cuesta mucho dinero y nosotros no tenemos. Luna decidió pedirles el dinero a sus compañeras de cole para ir a la luna. Pero, claro, no podía pedir dinero a cambio de nada; por lo que decidió que se aprendería cuentos de memoria para contárselos en el recreo. Cada noche le pedía a su mamá y a su papá que cada uno le contara un cuento para la mañana siguiente poder hacer una doble sesión y sacar más dinero para ir a la luna. Al día siguiente llovía, llovía, llovía y no pudieron salir al recreo. Luna esa mañana no recaudó dinero para ir a la luna pero aprendió para siempre dos cuentos: Luna llena y El color del dinero. Amparo Cuenca VII Sólo la palabra Carmen tiene un gran corazón y no encuentra otro corazón tan grande como el suyo. Es licenciada en Químicas, su obsesión de que las fórmulas todo lo consiguen, todo, la han traído a su laboratorio. Ha colocado sobre la mesa la fotografía del hombre que ama porque quiere que se le agrande el corazón. Ha abierto sus libros, sus líquidos maravillosos, ha encendido la vela para mezclar perfumes con humo, con letras, con colores y, ¡sólo ha conseguido duplicar la fotografía! ahora está también en la estantería. Ante su frustración, Carmen decidió llamar a Diego. Descolgó el teléfono y le contó el cariño que le tenía, sus deseos, todo lo que quería compartir con él. Diego, sólo con las palabras de Carmen, sintió que su corazón se había hecho grande. Amparo Cuenca
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Mis horas con el café Me siento con un gran tazón de café en mi terraza a esa hora en que empiezan a encenderse las farolas de la ciudad. Contemplo el ir y venir, caras indiferentes sumergidas en sus mundos y siempre, a la misma hora, los veo venir, cogidos de la mano, apoyándose el uno en el otro, ella con la mirada perdida y esa sonrisa que no logro interpretar; él hablándole, contándole siempre las mismas historias. Ella sonríe y le aprieta el brazo. Así día tras día. Me siento en mi terraza a tomar mi café a esa hora del día tan clara y oscura en que empiezan a encenderse las farolas. Y lo veo venir con sus recuerdos, que pueden quedarse dislocados en la memoria, alejándose poco a poco hasta fugarse. Entonces, lo invito a mis horas con el café y le dejo hablar y refugiarse, para que el olvido no se adueñe de sus sueños. Nancy Zamora IX San Diego del Valle A través del cristal del viejo Chevrolet donde el cielo se recorta, puedo ver el punto lejano de la antigua carretera, con su curva casi perfecta, que me lleva a la ciudad vacía. El aire que entra por las ventanas me trae sus olores a tabaco y café recién colado. Los rayos de sol atraviesan el cristal del destartalado coche y me hacen desviar la vista a la tierra negra, “ideal para el cultivo del boniato”, repetía mi abuelo. Ahí está el cerro que subíamos en bandada los calurosos días de verano. Lo recuerdo verde. Amanece y oigo el cantíco de un gallo. Nostalgia de andar por sus calles. Una parte de mí ha huido, otra quedó atrapada en los portales de siesta que invadíamos, solo para leer poemas de amor. Sigo el viaje en silencio, para que nadie note que los recuerdos de esa ciudad me hacen falta. Nancy Zamora X Ella no está feliz Corría el verano de 1997, Ana aparecía después de muchos años en ”su ciudad”, como ella misma le decía. Ahí había pasado su niñez, su juventud, su primer amor. Llegaba muy ilusionada, llevaba tiempo carteándose con ese primer amor, hasta se imaginaba con traje de novia. Quedaron en el parque, el mismo donde se dieron su primer beso. Siento su corazón latir. Y lo vio llegar, mejor dicho, los vio llegar. Sí porque él no venía solo. Lo acompañaba Julieta. Se saludan y Julieta empieza hablar atropelladamente: que están juntos desde hace quince años, que tienen dos hijos y grandes proyectos para el futuro. Imagino la cara de Ana. Ella los felicitó, río junto a ellos y logró hablar contando de su vida, pero sentía todo su cuerpo congelado. Julieta se da cuenta que Ana no está feliz. Nancy Zamora 11
XI A finales de junio dan por terminados los colegios, la mayoría de mis compañeros ya tienen contratados los campamentos y las actividades veraniegas para el mes de julio. Yo, otro año más, me quedo sin aprender a nadar en los cursillos de verano, porque mis padres deciden llevarnos hasta agosto al pueblo con los abuelos. “…no pasa nada, al principio estaba enfadada porque la mayoría de mis amigos se quedan juntos, pueden celebrar cumpleaños, dormir en casa de unos y de otros pero mi hermano y yo ¡¡ale!! a casa de los abuelos al pueblo”. Los primeros días eran aburridos, nadie nos decía nada, ni nos invitaban a merendar, pero ya el tercer día, el hijo de la vecina de la abuela nos llamaba y nos dejaba acompañarlo a jugar con el resto de los chicos. Comenzaba entonces nuestra gran aventura: no tener hora para volver a casa, poder ir al río a bañarme, bailar en la verbena del bar-pub de Paco... Aventuras que estaban muy lejos de las hamburguesas de Mcdonals que se estaban comiendo mis amigos en el cumpleaños de Alex. Días de verano que recuerdo cada vez que veo los viñedos en cualquier anuncio de vinos de los suplementos dominicales. Mª Carmen Gómez
XII Yo no me dejo guiar y arrastrar fácilmente, como me dijo mi padre, nunca tengo que hacer cosas que no quiera, que debo tener una fuerte personalidad para que no me arrastre la multitud. Cuando era niño, mi pensamiento era diferente al de la gente y me lo callaba todo; ahora, que soy un viejo, simplemente suelto lo primero que pasa por mi mente, sin pensar si va a dañar a alguien o no. Después de una infancia difícil, protagonizada por el hambre y la pobreza, siempre tenía que ser más listo y pillo para poder comer unas migajas de pan. El aprendizaje vital de la niñez, junto con mi fuerte carácter y pensamiento, me ayudó a moverme por el entorno hostil de mi país, pudiendo sobrevivir a una época de desdicha para todos. Y esto, querido nieto, siempre ha estado presente en mi día a día, ten por sentado que la fortuna que tengo ahora ha salido de la nada, que solo con astucia y picardía el mundo caerá ante tus pies y aunque soy gentil en el fondo, poco lo has de mostrar porque eso siempre será tu debilidad. Por eso los chiquillos de hoy en día sois como sois, sin saber nada de lo que pasábamos antaño, creéis que vuestras vidas son desdichadas cuando la mía era una pesadilla constante. Así que ten un poco de consideración, me gustaría haber tenido lo que tú tienes pero, si lo hubiera tenido, nunca hubiera aprendido todo lo que sé ahora. Marina Lloret 12
XIII Dos horas sin móvil y lo hemos pasado bien Hoy me detuve a contemplar los nuevos arbustos que están sembrando en la plaza y el aire fresco del lugar me entretuvo, miro a los nenes jugar con el balón, ellos ni cuentan se dan de lo que ocurre, Julián llega de prisa, mira insistentemente su reloj, me saluda y comenta: “he quedado con Lola”, la novia. Llevan unas semanas sin verse, “han comenzado las clases”, me dice. Se pone a contemplar, como yo, el trajín que hay en el lugar. No ha visto aún a Lola que lo sorprende con un tulipán, “su flor preferida”, -me susurra al oído- y se sientan en el banco bajo el viejo árbol que amenaza con caerse. Y se dan besos y hablan. Veo que Julián se levanta y se mezcla con los nenes y les sigue en su juego. Lola decide unirse a mí y observar como trasplantan los arbustos. Nos sorprendemos manguera en mano regándolos. Ella me moja, me pide disculpa, pero mi reacción es mojarla también y ella a mí. De pronto todos estamos en el juego del balón y el agua, embarrados de tierra y riendo a carcajadas. Creo que, incluso, hasta los arbustos se ríen, pues se mueven diferentes. Julián con cara de preocupación se separa del grupo. Me pide el móvil: “he dejado el mío en casa”, -me explica-, “y necesito llamar a mi madre para decirle que vamos a cenar con ella”, doy un grito:¡madre mía! ¿tan tarde es? Lola que ya se apartaba del juego a ver qué pasaba ante nuestro asombro rompe a reír casi con locura y algo más calmada exclama: ¡llevamos casi dos horas sin móvil y lo hemos pasado de maravilla! Y suelta otra carcajada. Nancy Zamora XIV El secreto Desde pequeña guardo un secreto que nunca me he atrevido a contar, ni siquiera con la distancia del tiempo. Teníamos doce años y era la hora del recreo, era un colegio de monjas y estábamos en esa edad de rebeldía por la que protestábamos enérgicamente por todo. Llegó la Madre Superiora y decidió que, todas las de nuestra clase, teníamos que recoger ese día, en vez de hacer gimnasia, los papeles del patio que estaban metidos entre la grava. Todas la rodemos para protestar y yo, sin pensarlo, llevaba tres piedrecillas en la mano, una por una se las lancé desde atrás, intuyendo dónde estaba porque con nuestra poca estatura, la suya y la mía, no la veía. Con la mala suerte que una tras otra le dieron en la cabeza. Ya nunca he hecho diana ni con los ojos puestos en ella. Evidentemente no la descalabraron, pero las notó. Se giró con el genio que la caracterizaba y comenzó a chillar: “¿Quién ha sido? ¡Que lo diga o castigo a toda la clase!”. El castigo era toda la semana sin recreo y sin gimnasia para limpiar bien el patio. Yo, en un acto de valentía, me declaré culpable: “creo que he sido yo, estaba jugando con la gravilla”. A lo que ella, que me vio tan bajita (era como yo aunque fuera la madre Superiora), dijo que era imposible darle desde esa distancia, que ella sabía que yo no había sido, que por favor que saliera la culpable. Todas mis compañeras me dieron las gracias por intentar salvarlas. Entre ellas se enfadaron porque no salía la culpable. Pedían que la culpable fuera valiente como yo, pero claro nadie confesó; la única culpable era yo. Castigaron a todas, menos a mí. Hasta hoy no lo había confesado. Amparo Cuenca 13
Estimado Señor Director de la RAE: No hace mucho he leído en prensa, (bonita acción, por cierto, esa de leer en prensa), que se está pensando en la Academia, que usted con tan buen acierto dirige, en la supresión o eliminación de algunas palabra del Diccionario. La razón esgrimida es por su falta de uso, o mejor explicado por su desuso en los últimos tiempos. Podría entender la razón en un Diccionario Abreviado o al Uso, o incluso en un Diccionario para Lerdos, pero no en “Nuestro Diccionario”. Nuestra lengua no sólo es nuestra de los de “ahora”, es de los que estuvieron y de los que estarán. Nuestra lengua está viva y evoluciona. Y esa es su principal riqueza, y su gracia. Aunque parece ser que usted, estimado Director, está por la involución. No puedo entender cómo pueden desaparecer palabras por el mero hecho de que esten en desuso. Entonces, me pregunto: ¿cómo entender a los clásicos? ¿Cómo, si leyendo algunos textos, nos encontramos con alguna palabra que no conocemos y en nuestro diccionario ya no existe?. Y si consultamos la edición en web del Diccionario nos responde: “la palabra inceptor no está en el Diccionario”, ¿Qué hacemos? Y ¿qué va a pasar con zarzaparrilla o zarrapastroso? ¿Qué va a pasar con lumbre? Una de la palabras más evocadoras que conozco: no es fuego, no es llama, no es hoguera, no son brasas: la lumbre es… la lumbre. No hay otra palabra que la pueda sustituir. Por ello mi querido y estimado Director; deje las palabras en paz. Añadan lo que quieran, como han hecho con por ejemplo táper, pero por favor, no borre las demás; no sea que, de repente, nos demos cuenta que lo que queda de nuestra lengua es una retahíla de palabras “semicomprensibles”, mezcla de inglés y español. Y ya que la palabra inceptor significa “aquel que empieza algo” no sea usted el verdadero inceptor de nuestra deriva lingüística. Paco Victoria XVI ¿Cómo aprendí a leer? ¡Buena pregunta! Mi primer pensamiento es ¡no lo sé! Pasadas dos semanas, me he levantado de madrugada con recuerdos en mi cabeza. Les pongo un poco de orden y empiezo a escribir. El primer contacto con el lenguaje, que yo recuerde, fue un cuento que mi madre me contaba, a la hora de comer, para que abriera la boca, se llamaba La negrita Kimba. Le pregunté a mi madre y ni siquiera se acordaba de dónde aprendió ese cuento, eso me hace pensar… porque mi abuela no contaba cuentos, ni leía, ni siquiera sé si sabía leer; para mí es un enigma. Mi madre sí fue a la escuela hasta los once años, cuenta que su madre la colocó con una modista para aprender un oficio. Cosiendo sacaba algo de dinero, entonces escaso, era el periodo de la postguerra en España. Fui la primogénita, mis padres me mandaron al colegio de “Los Valdaicos”, donde un tío de mi padre era el maestro, estaba inválido, llevaba una silla de ruedas y daba clases a todo el que quisiera aprender. Allí en la pizarra él explicaba: ”m+a = ma”, ”l+a = la”… Supongo que algo me llegaría, no recuerdo que me costara aprender a leer. En la escuela, mi primer libro fue “Parvulitos”, lo tengo todavía, además me fotografiaron con él. 14
En casa nadie leía, sólo mi padre el “Diario” que le enviaba mi tío Pepe, era cartero y trabajaba en el tren correo de Madrid-Alicante; a su paso por Almansa, se lo dejaba en “la saca de reparto de correos local”. Mi padre los iba leyendo a su ritmo, podía juntar varias ediciones, eso sí, siempre los leía por “fechas”, nunca se adelantaba, y estuvo recibiendo los periódicos hasta que mi tío el cartero se jubiló. ¿Es extraño verdad?, Mi padre tiene una estructura mental… ¿organizada?. Y digo yo… ¡no tengo malos genes lectores!, a mí siempre me han gustado mucho los cuentos, me los pedía para el día de los Reyes Magos y una batea de enfermería. Único día del año que pedía algo y me lo traían. Es curioso, me estoy dando cuenta que estos pedidos que yo hacía en la niñez estaban relacionados con mis dos vocaciones actuales: escribir y acompañar en sus procesos a las personas. Mª Ángeles Milán XVII ¡No nos moverán! Olía a sudores viejos. Rancios. Ese sudor pegado y vuelto a pegar sobre la piel, una y otra vez. También olía a miedo, sí... Si es que el miedo se puede oler. Una espesa niebla, como la nata cuajada, nos impedía ver nada. Pero el olor, otra vez el olor, arrastraba hasta nosotros esa mezcla de humanidad y caballos que tan bien conocíamos. ¡Cuántas veces! ¡Cuántas y cuántas veces habremos corrido delante o detrás de caballos como aquellos! Nos separaban algo más de cien metros aunque sus rebufos y patadas se oían como más lejos. Era la niebla. La niebla que cuando cae, hace que los sonidos se oigan de otra forma. Puedes oír un murmullo como si estuviera al lado mismo y en cambio, un relincho puede parecer que está muy lejos, estando ambos a la misma distancia. También es muy difícil precisar la orientación del sonido. Así pues, no sabíamos a qué nos enfrentábamos y dónde exactamente estaba el peligro. Nos mirábamos buscando una vez más esos ojos que nos hablaban de amistad, de camaradería. Cuántas aventuras corridas, cuántos peligros pasados, cuántas demostraciones de verdadero cariño. Bastaba una mirada para sentirte en casa, en familia, con los tuyos. Esa fuerza sólo se consigue compartiendo miedos, triunfos y alegrías, y en este caso también penas. En nuestras filas, todos los viejos amigos: Pepe el Rata, María la Cumparsita, Manuel Vendrel, Luisito el Butanero, Julia, Felipe… Tantos y tantos compañeros y amigas. Enfrente, los enemigos de siempre. Recordaba otros tiempos, viejos y buenos tiempos, donde la amistad se valoraba y la traición no estaba bien vista. Tiempos de lucha, de rosas y vino. Tiempos de amor… Entonces luchábamos por nuestros derechos, ahora también. Entonces defendíamos una democracia, ahora también. Entonces anhelábamos la libertad, ahora también. De repente todo empezó. Se oyó un grito y luego unos silbatos. El trote de los caballo y los primeros quejidos de nuestros compañeros al ser alcanzados por las porras. Nos miramos a los ojos y vimos en ellos el miedo pero también la entereza, la firme decisión de luchar hasta el final, y un grito arrancó de nuestras gargantas. ¡Adelante camaradas! ¡Por nuestras pensiones! Paco Victoria 15
XVIII Me Pegó Me pegó. Sí, me había dado una bofetada. Otra vez. En ese momento supe que todo el mundo tenía razón, mi madre, mis amigos… Todos. Me levanté del suelo y le miré a la cara, a los ojos castaños que me habían embobado los últimos dos años, antes de que volviera a pegarme. Esta vez no caí al suelo, me mantuve firme y como mi profesor de judo decía “la fuerza no lo es todo”. Con un rápido movimiento, le pegué una patada en la entrepierna y dejándolo con un dolor atroz, salí corriendo por las escaleras, hacia la calle. No sabía a quien llamar, solo quería que esa pesadilla terminase. Pensé en mi madre, la única persona en el mundo que a pesar de haber hecho muchísimas cosas mal, seguía queriéndome incondicionalmente. Ella me sacó de allí, se encargó de todo. Me llevó a casa, a mi hogar. Una vez segura, en la tranquilidad de la habitación que me había visto crecer, comprendí todo lo que había pasado. Mi novio me había pegado. No una, sino un montón de veces desde que estamos juntos. Comprendí que no me estaba tratando como un igual, sino inferior, poniéndome limites e impidiéndome ser libre para cumplir mis sueños. Nada era igual, todo era distinto. Pensar que todo lo que había pasado, había comenzado en esta habitación me entristecía. Hace dos años estábamos aquí, realizando algún trabajo a saber de que asignatura, mientras nos robábamos besos sin pensar. En aquellos tiempos no pensaba que lo que me ha ocurrido, iba a sucederme. Veía las noticias con mi madre, y cuando salía algún caso de violencia de género o algo por el estilo, siempre pensaba lo mismo, “Es imposible que eso vaya a ocurrirme a mí”. Ahora sé que todo lo que ha hecho no era por amor, era para controlarme. Pensar que lo había defendido de todo el mundo, y que por su culpa había perdido el contacto con mis amigos y con mi madre. Pensar que ella ha sido la que me ha sacado de esa pesadilla no tiene precio. Mi madre entró en la habitación, con dos tazas de café sobre la bandeja que siempre utilizaba de niña para merendar. La dejó sobre el escritorio e inmediatamente me dio una taza. Todos los recuerdos me bombardeaban. Desde la primera vez que me pegó por ponerme una minifalda en una fiesta hasta la última, de la que no habían pasado ni dos horas. Las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas. Mi madre cogió la taza que llevaba entre las manos, la dejó sobre la bandeja y me abrazó fuertemente. -Mi pequeña-susurró-No tengas miedo, ya ha pasado todo.La abracé con fuerza, sintiéndome a salvo entre sus brazos. Parecía que con ella a mi lado todo era posible, incluso olvidar al único chico que había logrado entrar en mi corazón. Después de desahogarme en su hombro, volvió a darme la taza de café y me miró a los ojos. -Cuéntamelo todo, cariño- me pidió. 16
Le di un sorbo al café y comencé a relatarte el porqué me había pegado esta vez. Me encontraba en el piso, sentada en el sofá mientras leía el periódico. La puerta del piso se abrió bruscamente y entro él, con su carpeta y su abrigo en la mano, dejando ambas cosas de malas maneras sobre el mueble de la entrada mientras pasaba sin decirme ni una palabra. Me levanté del sofá para recibirle y decirle que la comida estaba preparada para empezar a comer juntos, cuando me dice que no iba a comer nada, que se iba directamente a la habitación a echar la siesta ya que no trabaja por la tarde. No era la primera vez que me decía eso. Comí sola, como tantas veces pero esta comida era especial. Era nuestro aniversario y había preparado nuestra comida preferida. El regalo que tenía preparado para él, una tarta de chocolate que me había costado toda la mañana hacer, estaba encima de la mesa. Cuando terminé de comer, recogí todo pero al llevar los platos al fregador, se me cayeron y dos se rompieron. En ese instante, se oyó como él se levantaba de la cama y con paso apresurado entró en la cocina. Entonces empezó a gritarme, a echarme todos nuestros problemas económicos en cara, haciéndome sentir culpable de todo cuando yo no tenía culpa de que él no me dejara trabajar. Luego me pegó, me dio una bofetada. Ahí lo comprendí todo. Volví a mirar a mi madre y me miró con asombro. Creo que no se percataba de todo lo que estaba pasando. De nuevo empecé a llorar, después de contar la historia me sentía aliviada pero a la vez avergonzada de no haber actuado antes. Mi madre me acarició la mejilla y me limpió las lágrimas. Me sonrió con ternura y le intenté devolver la sonrisa. -No te preocupes más por él, cielo-me dijo- Tú estate tranquila que todo saldrá bien.-Gracias mamá- logré articular antes de que mi madre saliera de la habitación. Después de unas semanas, intentando superar esa etapa de mi vida, volví a centrarme en mi misma. Mi madre y yo fuimos a la policía para poner una denuncia por malos tratos y a solicitar una orden de alejamiento, que después de varios juicios, logramos conseguir. Ya no tendría que estar cerca de él nunca más. Volví al piso que compartíamos, acompañada de la policía, para recoger mis cosas. Todo estaba en su lugar, como si no me hubiera ido nunca de allí pero las apariencias engañan. Metí toda mi ropa en las cajas que llevaba. Mi portátil estaba intacto junto al sofá donde lo dejé por última vez, lo guarde en una funda y me lo colgué del hombro. Las fotos y recuerdos de los dos viajes que habíamos realizado también los guarde, solo para recordar como una lección todo lo que había pasado. Salí de allí aguantándome las lágrimas, era duro abandonar el sitio que habías considerado tu hogar durante un año y medio conviviendo con la persona de la que estabas enamorada, pero no podía permitirme derrumbarme otra vez. Al cerrar la puerta, supe que esa pesadilla la dejaba atrás para centrarme en mi futuro. Marina Lloret Primer Premio Categoría Bachillerato IES José Conde García 17
XIX CARTAS EN ESPERA Los libros son voluminosas cartas a los amigos Jean Paul
OTRO AÑO, OTROS DÍAS Un día Releo al atardecer los diarios (1984-89) del escritor húngaro Sándor Márai. En Navidad llegaron a afectarme demasiado, pero ahora, ya más cerca del estío y con más idioteces-aceptadas en el haber de uno, son hasta curativas, balsámicas: la condición humana puede siempre llegar más bajo, incluso más feo y absurdo. Pero luego puedes leer algo así: “La mala intención de la gente parece más tranquilizadora que aterradora: es bueno saber esa verdad inconmovible de que el hombre es capaz de todo tipo de maldades. En eso no hay sorpresas .” Gracias, Nico y Antonio, por esta recomendación. Contrasta muy bien con vuestra existencia el texto citado: vuestra buena intención, el remanso de vuestra amistad a lo largo de los años (aunque uno no esté a vuestra altura nunca) ayudan a leer estas páginas con más verdad si cabe. El resto del día no sé si lo recuerdo: ya dijimos que en los días sin escritura está la verdad más cerca, quizá por “innombrada”. De manera que se escribe quizá, entre otras cosas, por dejar una leve huella, que también ya es nada. Quizá algo, si alguien los rescata en su vida, otro instante. Ese día Un día da para mucho más si lo recuerdas: ahora veo que sería interminable (y aburrido, sin duda) este repaso: podría seguir horas, toda la noche para luego escribir sobre otra cosa que no era ese día. No importa: voy a para ahora para estar de nuevo al lado de mi hija de nueve años. No por nada en especial, por tenerla cerca, escucharla, darle otro beso. Esas cosas que hace con todo el cariño real y animal uno, que no es especialmente lo que se dice un buen padre. Fue en enero, quizá Esta mañana he vuelto a correr en unas calles que me hartan como una cárcel prevista: una suerte de “cuarto grado”, con nómina después y otras ocupaciones de pasajero cualquiera. Pero en el momento de pisar el asfalto, el césped de los jardines feos (eso le parecieron al que fui entonces), de pasar por farolas municipales y por todos los sitios que no sabré decir, en algún momento he vislumbrado resurgir la belleza del animal que corría con otra vida, otras fuerzas no hace tantos años.
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Febrero quizá No debería escribir aquí sino algo de mis errores: un resumen de un libro mío, quizá: Los demás días no es nada, tal vez las palabras mal o bien puestas en tres apartados destinados al silencio: poco menos que nada. Pero no: he dicho y he dicho sin decir para acabar citando a Juan de Mairena: qué culpa tiene el hombre del fracaso de unas presuntas palabras. Las palabras son de nadie: tomadlas todas que ya me acuesto. Pero de verdad. Marzo, otro año Nos sorprenden los días, tan normales. Tan únicos. Deberíamos atenderlos como lo que son, pero se nos olvida. He estado pensando proponer para el taller de escritura algo que fuera parecido a un manual de antiayuda. Algo práctico sobre las virtudes del silencio y de la escritura como silencio. Ya sé que estará hecho por ahí, y mucho mejor, pero lo queremos en nuestra palabra, ahora. Nuestro turno breve. Marzo o mayo Hoy vuelvo a Almansa. Quizá estas líneas sean parte de mis deberes nunca bien realizados. Ahora tal vez me sirvan como acicate para sentarme como bien podría estar mirando el cielo o comiéndome un bocadillo, o ambas cosa a la vez. Quizá es que lo que toca ahora es esto: no pensaba en otra cosa que en el agradecimiento, el que os debo por esta vuelta a los lugares en los que hemos vivido: os debo algo más que un libro, os debo un reencuentro de verdad con vosotros, mis maestros, y de paso con los días nuevos en esta tierra. Volver de otra manera y encontrar (tal vez no) las palabras o el silencio que esperaba. Otra carta sin espera Me refiero, padre, también a aquellas eras en las que se trillaba, las que pisamos con nuestras plantas. 23 de junio Releo palabras sueltas, posibles versos y palabras en cuadernillos de otros años. Vuelven ganas de acercarse a la vida. Más lejos, más cerca.
Antonio G. Soler Nuestro Profe 19
Deja que te explique La madre tierra vigila a su hija, la luna, que poco a poco de ella se aleja Mª Angeles Milán
Su mirada pequeña huía desde la desgracia: dos hijas trajeron velas cortas. Ahora yo comprendía sus desvelos y sufrimientos. Había criado a sus hijos y también a nosotros. Entre el miedo y el gozo, crecimos aprendiendo a caminar con ella. Entre la blanca paloma y el mirlo negro, pasa mi tiempo. Dulce y vital es mi libertad, y voy a luchar hasta el final. Bondadoso es el fuego, apasionado el viento. es la vida misma. Emocional mi mundo, entre amor y deseo, como el de ella.
Mª Ángeles Milán- Amparo Cuenca (Texto en prosa convertido en poema) 23
I Siempre he tenido la duda de mi existencia. Cuando te descubrí, fue entonces cuando comprendí que lo que veía, lo había visto y lo veía tan solo en tus pupilas, y el mundo así me lo manifestaba. Y yo, apenas entendía, hundido en las dudas de mi existencia, y tú como un salvavidas, y yo mirando la vida tan sólo en tus pupilas. Esa es mi voz, “la voz a ti debida”
II La miro y ya no está. Estamos juntos desde hace quince años. Ella me mira, mas ya no está. Siento que ella no es feliz. Y me pregunto, cada noche, cada día: ¿qué demonios habrá pasado? Ella ya no está. Me mira, yo la miro. Pero ella ya se ha ido.
III ¿Quién es el heredero del viento? ¿Quién hace que yo viva? ¿Cuál es la esencia de tu risa? ¿Por qué no puede descifrar tu alma?
IV Cada noche vuelvo a ese dolor angustioso, cada mañana retorno al arrepentimiento, y en ese momento casi suicida del despertar inconscientemente esa voz que me domina, que me hace insomne y alegre en la oscuridad, ese maldito sonido interior, repetitivo, escuchado en mi interior: “yo no escribo por gusto”. 24
No me conformo, no: me desespero, como si un huracán de lava en el presidio de una almendra esclava o en el penal colgante de un jilguero. Besarte fue besar un avispero Miguel Hernández
Ella me dice que le diga algo Y yo … No sé qué decir. A ella le gusta escribir A mí, a mí me da igual. Yo solo quiero que sea feliz. Que sonría. Que me quiera. Solo deseo eso.
Cuando me pierdo en la profundidad del lago de tus ojos. Cuando te miro, y me miras, tiemblo. Cuando mi vida transcurre en tu mirada, cuando te miro, cuando me miras. Siento esa deliciosa calma. Y no sé descifrarla.
Luis A. Bonete 25
Tú, sin saber nada, perdido, sin descanso, mi camino buscas. Yo, sabiéndolo todo, perdida, con calma, tu camino se cruza. Tú, sin ver nada, nadas, sin pensar, nadas en mi oscura bruma. Yo, viéndolo todo, nado, observando, nado en tu blanca espuma. Tú, sin oír nada, amas, sin ley, sin norma alguna. Yo, oyendo todo, amo, con normas, con dudas. Tú, sin experiencia, vives, feliz como niño en cuna. Yo, con experiencia, muero, sola como muerto en tumba. Tú, sin pensar, darías todo. Yo, pensando, no daría nada. Tú, amando locamente. Yo, amando con calma. Tú, el polo norte. Yo, el polo sur. Yo, tu sombra. Tú, mi luz.
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Tú me hablabas del mar, y yo pensaba en la sierra. Tú cantabas canciones marineras dedicándoselas a tu sirena. Tú me hablabas del mar azul, del Atlántico que tenía ante mí, y yo penaba en el Titanic hundido tan lejos de aquí. Tú me hablabas del mar de China, situado en la otra punta del mundo, y yo pensaba en el mar de levante, tan cerca y tan lejos del tuyo. Tú me hablabas del mar de blanca espuma, de su gente, de sus costumbres y tradiciones, y yo pensando en mi tierra escarpada, en mi gente, en nuestras canciones.
Marina Lloret 27
Añeja Señora Realidad: Hoy por hoy, los poros de mi piel resudan rancia ansiedad que no he sabido enmascarar. La miseria que llevo por dentro fluye entre malos pensamientos y, cansado de escrutar y aguantar, aprendí, entre dudas, a encontrar la manera de no derramar entre los dedos mi vida malgastada. Añeja Señora Realidad: Buscando debajo de mi arrugada corteza, sólo he encontrado tristeza, cansancio y pereza. Cómo podría engañar a la Señora más vieja. Cómo pude engañar mi hambre de libertad con un simple chusco de pan: relativa realidad. Cómo fui capaz de no ver tus manos encalladas de enhebrar agujas al abrigo de la ignorancia.
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Añeja Señora Realidad: Despierto de mal humor por no querer despertar y le escribo a esta vida que no entiendo llena de rotos, llena de remiendos, con palabras abrasivas, palabras descompuestas, corrompidas, palabras de gargantas mal nutridas, de frases sacadas de contexto, cubiertas de roja saliva, Añeja Señora Realidad: He perdido tanto tiempo entre errores y malos pensamientos que sin decir adiós me iría, sin mirar atrás me iría donde no haya caminos prohibidos. Tropezando se aprende a caminar. No volveré a despertar de un sueño mal pintado. A los palos me he sabido acostumbrar. Nada me sorprende, nada me parece raro.
Juan Plácido Navarro 29
Miré a las nubes, quise ser, tan solo por un segundo, poeta. Quise escribir la canción que escuché cantar a las estrellas para que se durmiera el sol.
Miré a las nubes con ojos de poeta, solo vi desolación. Entre las blancas nubes se escondían negras venas que tiñen de negro su inmaculado color.
Desengañado, cansado de soñar despierto abrí los ojos y vi versos.
Juan Plácido Navarro 30
Cien intentos de poema Noventa ensayos de inicio Ochenta versos tachados Setenta olvidados en el camino Sesenta sin saber qué decir Cincuenta de mi edad Cuarenta que no me atrevo Treinta para soñar con ellos Veinte creo que son suficientes Diez para decir lo que quiero
Que no se provoquen más naufragios Que no sufran más niños Que no mueran más mujeres Que no se den más desalojos Que no se tengan privilegios Que sólo exista un alma Que sólo haya una tierra Que escuchemos una música Que tengamos libertad Que leamos el mismo verso
Amparo Cuenca 31
MUSA CON PIRSIN, SUS AMIGAS A Fulgencio Martínez
Qué seres: se ríen de las calles, de la hierba, vienen de frente, de lado: vuelven de ahora, más cerca, a las calles. Ríen, olvidan o juegan: lomo del aire claro que circundan, más nuevo.
Bajo este cielo sus pasos: simplemente caminan y huelen a este día con sol en el cauce de su piel, sus sombras… Y aún no es mayo.
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PROPIEDAD DE LA LUNA Dónde, dónde la noche aquella, dónde el mar… José Hierro
Alguien distinto, de paso, casi pegaba entonces con su luna: ese charco de lluvia, esa huida junto al mar, un verano.
Quién al volante otra noche, tan antes, alma de veinte años en otro cuerpo: propiedad de la luna.
Antonio G. Soler 33
DIARIO DE LA AUSENCIA 28 de noviembre. 23:31 h. No puedo seguir habitando este vacío. J volvió despeinado. Era calvo. Me siento extrañamente ida y justo ahora escupo una ridícula lágrima —sexo literario y llanto precoz—. Nadie limpiará el veneno de mi piel cuando recuerde la suya. Hablo conmigo, sin mí. Pienso en J, su voz, charlas interminables, septiembre quizá, otoño no sé, él, por qué. Siento sueño, ¿pausa para una pesadilla? Los latidos de esta piedra ensangrentada se entremezclan con los de esta canción: mis conocidos bailan una declaración de vulgaridad en discotecas y clubes inundados de pseudomadurez servida con hielo, mi mano se refugia en la palabra oculta. Hace unos días que vi a j minúscula, a solas, quería sexo con él. Acabé con la cara lavada en tristeza, él me ofreció mojar su hombro. Lo hice. Le dije que no quería vivir, que no era feliz; me dijo que los niños de África tienen hambre. Me despidió con un beso mentiroso que pretendía invadir mi aliento muerto. Le pedí que me dejase allí, en domingo, en mi invierno, de noche, de blanco. Un gato negro acaparaba la escena, "lo veré crecer y cuando llegue el momento lo dejaré enterrado bajo mis párpados". Olvidé que quería sexo, mentira, perdón, eso nunca se olvida. Dormí mal, había despertado al monstruo que habitaba en mi interior y ahora él me montaba en su espalda llevándome a lugares inexistentes contra mi voluntad. Es lunes y quiero morir. He cambiado de lugar los muebles de mi habitación, una rotación temporal contrarreloj que me indica que es tarde. Se aproxima una catástrofe inevitable, todos lo saben, forman parte de ella, son genuinos cómplices que comparecen ante el jurado como víctimas del silencio. Pienso en J, ¿dormirá solo esta noche?
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Hace días que la culpa me persigue de nuevo, soy una bestia delicada al tacto a punto de desmoronarse con el calor humano. Pienso en j minúscula, hace tan solo dos días que tuvimos sexo y aún me excito cuando lo recuerdo cerrar los ojos de placer, en cuanto a mí, dudo si mis gritos eran de dolor. Estamos sucios. De nuevo lloro, es lo único que sé hacer. Las pastillas se acumulan: necesito una sobredosis tras días de cruda abstinencia. Hoy volví a encontrar pastillas escondidas en mi cuarto, a veces dudo si son recordatorios o invitaciones. [...] Describo un día aguado sin lluvia, es mi soledad la que golpea el suelo de la habitación. Mi cama es un hogar de olvido, donde me regodeo y ahogo y asfixio y respiro y fantaseo y escribo y me masturbo y duermo y existo. Siento claustrofobia si lo pienso. [...] A menudo pienso en J, ¿piensa J en mí? 30 de noviembre. 09:32 h. La costumbre de las manos frías. Poner nombre a este miedo no resulta ser más que un intento de egoísmo adolescente. La culpa amenaza con anudarme la garganta con sus finos dedos, siento arcadas mientras lo hace, no puedo respirar y vomitar al mismo tiempo, y ambas acciones me asfixian. Solo existe este instante que ya se ha convertido en residuo del tiempo, y escucho el llanto de la felicidad tras la malévola carcajada victoriosa de la tristeza. A veces pienso en j minúscula, siempre contra mi voluntad, viernes es el único día en el que tengo permitido decir que lo conozco. Me angustia su ausencia, la de J, y me angustian mis frases escuetas incapaces de vivir durante más de dos líneas sin invocar el caos en el trayecto. J es una excusa que encaja con mi ignorancia existencial -adolescente-. Me angustian estas cuatro paredes, me angustia no saber quién será la próxima persona en abrir la puerta con aire desesperado, los ojos en blanco, jadeante, disculpándose por la intromisión.
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Dos meses sin J, empiezo a acostumbrarme al calor del infierno, perdón, quise decir invierno. ¡Oh, J, estás en cada rincón de mis letras, escondido en la musicalidad del trazo interminable! ¡Oh, J, si me leyeses! ¡Qué dirías si leyeses esta barbarie e inconmensurable locura que atenta contra la verdadera poesía! ¡Oh, J, destruyo todo lo que pongo en mis manos! ¡Oh, J, te toqué! Exijo mi verso de despedida, no tengo más que graves poemas. ¡Oh, J, el cielo nublado que hoy desordena mis venas! ¡Oh, J, si hoy compartiésemos cielo! Pausa para la voz del caos poético.
-Algún día quedarás enterrado bajo mis débiles párpados y te haré cómplice ante mis ojos de la incurable ceguera de los vivos: crían una esperanza cansada que alimentan a base de fracasos, y a la que nunca dieron de beber.-
Inicio de la novela inédita Diario de la ausencia de Natalia Marín
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Poema de la ausencia Conozco el tacto del vacío acariciando la pérdida en llamas. Mi cama es un lugar de olvido, donde me asfixio, donde grito, lloro, me masturbo, y me pregunto cómo, en un silencio, tu alma es ceniza que entierra mi cuerpo. Y ahora mis ojos son dos heridas abiertas que sangran manchando mi amanecer. Y mi boca una caja de alientos ajenos que ahogan la vergüenza. Y mi vientre un cementerio de caricias que murieron entre mis piernas. Y me pregunto qué le ocurre al sexo que da fuga al amor, qué le ocurre al sexo que eyacula culpa, qué le ocurre al sexo que ahuyenta pupilas. Qué le ocurre a tu inexistencia disfrazada de puta que vende esperanza enferma. Acaricio mis letras y siento el mundo y su relieve, la armonía del azar y lo abstracto, y provoco catástrofes poéticas. Y lloro porque mis palabras son un agujero negro que osó besar el sol, y yo no soy más que el cielo que eclipsa tu ausencia. Natalia Marín Participó en los IX Encuentros Literarios de la Universidad Popular de Almansa Sobre vivir Jueves 15 de febrero de 2018 40
LA LECHERA Cuando un rayo de luz rompió el umbral de mi ventana y hundió su resplandor entre las migas de una hogaza de pan, te recordé, lechera. Por alumbrar así mi desayuno quiero darte las gracias, madre antigua, por tu sobria lección clarividente. Qué minucioso tacto y cuánto temple puso el pintor de Delft en tu factura: con apenas dos palmos qué presencia, la leche primordial, la luz primera. Qué delicado pulso y cuánta fuerza se concentra en tus castos antebrazos que el sol no mancilló puertas afuera. Cómo viertes tu leche con vuelco cuidadoso del arcano orificio y del barro profundo en su oquedad. He encontrado en tu gesto medida de templanza y es tu frente lunar, tu blanca toca, la cándida pared y las ventanas, el fulgor que derrama el día nuevo, y ese hilillo de luz resplandeciente hilvana la mirada cuenco abajo, allí donde tu limpio amanecer condensa su virtud y su alimento, allí donde palpitan las migajas en quieta vibración luminiscente. Quiero esponjar mi pan, madre nutricia, en la húmeda ternura de tu leche, quiere el hambre y la sed de este mirar asomarse a tu luz más generosa, merecer la alegría de tus dones, quiere el ojo el asombro, la primera mirada, las ventanas abiertas y del cielo desnuda claridad siempre viniendo. 42
LÍMITE AZUL De paso frente al mar una mañana templada de febrero, siento que es la ocasión de intentar hacer mía la serena quietud que permanece junto a este movimiento de las olas e insiste en repetir su paradoja. Las palabras regresan. Rompen contra el límite azul de mi gramática, porque aquí no hay ayer ni mañana ni ahora, sólo este sucederse inmemorial del espejo del mar ante mis ojos. También su piel se rompe. Saca el blanco rizado de su fondo y exhala su salmodia: fuera de mí ella escampa -tan íntimo y lejanoel rumor de mi sangre.
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LAS MANOS DE MI MADRE Las manos de mi madre cimbrean tallos verdes de geranios, arrancan hojas muertas, espabilan los pétalos dormidos en el rojo fulgor de su deseo, florecen las manos de mi madre
José Saborit Participó en los IX Encuentros Literarios de la Universidad Popular de Almansa La visión y el canto Jueves 15 de marzo de 2018 44
EL ESPÍRITU DE LA LUNA
El espíritu de la luna no vaga por el espacio sideral sordo y ciego al crepitar humano, sino que invierte el sentido del tiempo, altera el ritmo de los seres con sus tormentas invisibles, prende la bóveda de los sueños. El espíritu de la luna habita entre nosotros hasta el punto de crearnos mareas íntimas, de abrirnos los ojos a un estuario de imágenes aún no holladas. Todos tenemos un lado mágico bañado por la luna. Cuando pasa un tren y su sombra retumba infancia, es luna. Cuando pesan las horas y todo parece ser lo mismo, y de pronto unas voces, o una luz transparente, nos inundan por dentro, y no sabemos por qué, es luna. Cuando en una conversación escuchamos unas palabras y sentimos entonces enormes ganas de viajar, o de llamar a alguien, es luna. Cuando subimos a la terraza y miramos los tejados como si fuera el mar, es luna. Cuando lo que nunca dijimos empieza una tarde cualquiera a arder y nos transfiguramos escuchando lo que tampoco nadie nos respondió, es luna. Si sentimos cómo las altas torres del orgullo caen y nos despojamos hasta la claridad del perdón, es luna. Si nuestro corazón sufre taquicardia de un nombre y se abandona a su dulce enfermedad, es que ha subido la temperatura de la luna. Si desde la puerta miramos la cama en la que murió nuestra madre y la vida es un remordimiento que nos purifica, hay luna en la habitación. Si el triunfo de los demás nos alza como un abrazo, y así, alegres, casi suspendidos, lo celebramos, es que la luna ha quemado los labios mudos de la envidia. Las lágrimas sin gafas para ocultarse, el llanto espontáneo como el que ante un amigo se desnuda, la cabeza en un hombro abandonada, todo, todo es culpa de la luna. Y cuando no hay nadie y nos volvemos locos de tanto ver en las sombras, es que la luna ha descendido de su reino y se ha hecho carne. Entre el nacimiento y la muerte, la luna arrasa los engañosos espejos y nos devuelve nuestra imagen verdadera. Somos tiempo en lunación. Astros de luz y sombra, como la luna. Un fuego inextinguible que no cesa, que como la luna navega un cielo siempre inalcanzable para los ojos humanos. Poema en prosa. La estación azul Javier Lostalé
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NUCA Pusiste tu mano en su nuca y fue la lluvia. Ya no hubo palabras, sólo sueño en concepción, calambre velado de un regazo. Tus dedos por su nuca resbalaron hasta detenerse en un salto sin más espacio que su temblor. Una extrema pulsación solar, sin nadie de tan transparente, te habitó luego hasta retrasar tu entrega al goce de lo amado. Y en vigilia quedaste, enclaustrado en la aurora de un desconocido paraíso.
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QUIEN AMA Quien ama cruza la frontera con un único paisaje dentro. Quien ama dobla la velocidad de su pensamiento para que alguien respire a través del pulmón de su memoria. Quien ama se queda sin pulso ante quien no viene hoy aunque su horizonte sea mañana. Quien ama se adelanta siempre con su mirar de ciego. Quien ama tirita de tanto no saber lo que es su única fe. Quien ama arde sin calendario en todas las estaciones. Quien ama asciende tan alto que ya no encuentra su lugar fuera de lo amado. Quien ama despierto entra en un sueño del que no quiere volver a despertar. Quien ama sin nunca haber sido amado escribe ahora este poema en el que se va borrando, mientras su escritura no deja de sangrar. 47
CONFESIÓN Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán. Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: ésa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño.
Javier Lostalé
Participó en los IX Encuentros Literarios de la Universidad Popular de Almansa La lengua en llamas: vida, creación y lectura Jueves 19 de abril de 2018 48
DOLMEN
1 Vi aquella tarde la mariposa amarilla entre las buganvillas en flor y pensé en la muerte. Su vuelo sutil me hizo recordar una de las supersticiones de mi abuela: Niña, si ves una mariposa amarilla revolotear a tu vera, reza para que el difunto no sea de los tuyos porque alguien, en breve, va a engrosar el reino de los muertos. Apenas si quedaban mariposas en los campos de Andalucía, esquilmadas por venenos y epidemias, y, las pocas que aún perfilaban sus cielos, solían ser blancas. Años atrás era frecuente disfrutar de sus vuelos temerosos, suspendidas en el aire transparente de la mañana. Los niños intentábamos capturarlas con más alborozo que éxito. Logré apresar algunas entre mis dedos. Su fragilidad era sostenida por unos polvos finos, suaves como talco, que cubrían sus alas y que, según nos decían, las hacían volar, como a la pequeña Campanilla de Peter Pan. Recordé con nitidez cómo, hacía ya un tiempo, en el campo, otra mariposa amarilla apareció con su tétrico augurio ante nosotras. Mi abuela apretó con fuerza mis manos y una lágrima rodó por sus mejillas: Dile a tus padres que regresamos a Ronda, Artafi, que nada bueno nos puede pasar. Esa noche, mi abuela murió. La encontramos sin pulso a la mañana siguiente, con una enigmática sonrisa en sus labios. Eso ocurrió años atrás y nunca, desde entonces, una mariposa amarilla revoloteó a mi alrededor. Para mi desgracia, acababa de verla, de nuevo, aquella tarde que descansaba en Valencina de la Concepción. Su vuelo azaroso me estremeció y la premonición emergió de súbito, atávica y descarnada. ¿Quién moriría en esta ocasión? Desgraciadamente, no tardaría en averiguarlo.
2 Abrió los ojos y apenas si logró atisbar unas confusas brumas. Trató de incorporarse, pero el esfuerzo tan sólo sirvió para agudizar un afilado dolor de cabeza. ¿Dónde estaba? Comprobó, horrorizado, que se encontraba inmovilizado por completo. Un millón de estrellas titilaban sobre el cielo despejado de aquella noche cálida y fragante. Tardó todavía unos segundos en descubrirse en su propio jardín, amarrado sobre la gran piedra de molino. Comprendió entonces su situación desesperada. No lograba recordar nada de lo ocurrido en las horas anteriores, pero una certeza más negra que la noche sacudió su ánimo: en breve, iba a morir. Así de simple, así de terrible. 49
Sería ofrendado al poderoso señor de la oscuridad sobre el ara del sacrificio. Y aterrado, supo que su muerte no sería inmediata, sino lenta, dolorosa y cruel como exigía la liturgia de la tradición. ¿Por qué a él? Nunca pensó que llegaría ese momento ni que jamás el ritual de los antiguos le señalara como víctima propiciatoria. Deseó perder la conciencia, desmayarse, sufrir un fulminante ataque al corazón, cualquier muerte antes que tener que afrontar la atroz agonía de los elegidos. Nunca soportó el dolor y era mucho el que tendría que sufrir hasta que la muerte redentora le acogiera entre sus fríos brazos. Sudoroso, el terror ante el tormento le estremeció. Tembló, desnudo bajo la noche de luna nueva. El gran sacerdote no permitiría que su sufrimiento se reflejara en el espejo delator de la luna llena. Sin testigos, su dolor se perdería en la oscuridad astral. Intentó forcejear para liberarse de sus ataduras a pesar de que era conocedor de lo estéril de su esfuerzo: no logró que los nudos cedieran ni una sola fracción de milímetro. La cuerda de cáñamo crudo habría sido ligeramente humedecida para que al secarse aún apretara más. Como el insecto atrapado en la red traidora de la araña negra y ponzoñosa. Como siempre, como desde siempre. Los oyó acercarse. Entonaban el canto lúgubre de los ritos de sacrificio. No pudo percibir cuántos eran, pero allí estaban, junto a él, rodeándolo, hombres desnudos que aguardarían en denso silencio el inicio de la ceremonia. El sumo sacerdote no haría esperar al dios de la muerte. Apenas si serían unos minutos del más atroz de los sufrimientos, la puerta de la infinita eternidad para él. Conocía el suplicio que le aguardaba y su cuerpo se encogió de terror y angustia. Primero le sacarían los ojos, con una cuchara de marfil. Los depositarían en la copa. Después le cortarían la lengua. Y mientras él se retorcía de dolor, la copa pasaría de mano en mano para que los participantes devoraban sus órganos extirpados. Y eso sólo sería el aperitivo. El plato fuerte llegaría después, cuando su corazón fuera arrancado de su pecho. Aún latiría en las manos del sagrado oficiante. Sólo algo después, entre sanguinolentos estertores, encontraría el alivio de la muerte. Creyó que se desmayaba, pero, para su desgracia, se trató de un leve desvanecimiento. Al abrir de nuevo los ojos descubrió que el gran sacerdote se acercaba. Avanzaba con decisión con algo en la mano. ¿Qué podría ser? Comprobó, horrorizado, que se trataba de la cuchara antigua de marfil. Cerró los ojos al sentir el desgarro, experimentó un agudo dolor y la oscuridad se hizo para siempre. (Inicio de la novela Dolmen)
Manuel Pimentel Siles Participó en los IX Encuentros Literarios de la Universidad Popular de Almansa “Dolmen”. Los secretos de las primeras civilizaciones españolas Jueves 10 de mayo de 2018 50
ร NDICE pรกgina Prรณlogo
5
Desde el microrrelato
7
Inspiramos poemas
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IX Encuentros Literarios
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Este cuaderno se terminó en junio del 2018, declarado Año Europeo del Patrimonio Cultural El Patrimonio Cultural Europeo no es sólo un legado del pasado, es también un recurso imprescindible para nuestro futuro, dado su incuestionable valor educativo y social, su considerable potencial económico, así como su importante dimensión en cooperación internacional.