Oscuridad de no tenerte Luis Fernando Ă lvarez
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Mercedes a Luneta Parroquia Altagracia Apdo. 134 Caracas. 1010. Venezuela Telfs: 0212-562.73.00[ 564.58.30
William Osuna Daniel Molina Ánghela Mendoza
Fundación Casa Nacional de las Letr as Andrés Bello
Presidente Director Ejecutivo Coord. de prod. Editorial
©Pausides González Oscuridad de no tenerte. Caracas, Venezuela 2015 Luis Fernando Álvarez Ánghela Mendoza Ximena Hurtado Yarza
Portada, diagr amación y diseño de colección Corrección de textos Dep. Legal: lf6052015800508 ISBN: 978-980-214-335-1
Oscuridad de no tenerte Luis Fernando ร lvarez
Pausides Gonzรกlez EDITOR
presentaci贸n
La antología que hoy se presenta la preparó Luis Fernando Álvarez en 1940, dejándola inconcebiblemente inédita. Tuve la inmensa fortuna de encontrarla entre sus papeles hace ya unos años, una tarde de un noviembre muy lluvioso, cuando comencé a trabajar en sus archivos. Recuerdo, como si hubiese sido nada más ayer, el olor de aquella biblioteca donde había quedado a buen resguardo, con el reverencial celo de su hija mayor, Eunice Álvarez de Vargas, toda una historia de la poesía venezolana del siglo XX. Una, quizás, de las más dramáticas y de las más ricas también. Porque allí no solo estaban las huellas de Luis Fernando Álvarez pasando las páginas conmigo, hurgando en los escondrijos de unas cajas o en los rincones de las estanterías de un mueble muy alto, donde sus libros reposaban del ajetreo de una época movida, urgida y crítica, protegidos del polvo por unas puertas con aquellos vidrios, que siempre abría no sin temor de que se fuesen a quebrar; digo, que no solo estaban las huellas del poeta sino las de todos sus compañeros de Viernes. Allí estaban merodeando también, atentos al intruso. Tuve así la oportunidad única de andar por sus cartas, de estar en sus manuscritos, de revisar uno y otro papel de la época. Ni hablar del día en que tuve en mis manos por primera vez, los originales de Va y Ven y de ese extraño libro Pi Erre Dos, cuyo título siempre me había parecido un misterio.
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El tiempo pasó y el trabajo iniciado en su biblioteca se mudó a los repositorios hemerográficos de la ciudad, para tratar de armar una historia de la poesía venezolana que cada vez se me ha hecho más profunda y a veces lejana, inalcanzable. Junto a ese trabajo fui haciendo y deshaciendo varias versiones de un libro al que no lograba descifrarle su tono, hasta que por fin me di cuenta de las operaciones y los cambios por los que había transitado la poesía de Álvarez. Por todos lados andaba yo buscando las razones de su poesía, del porqué de sus temas y obsesiones que todos conocemos, realizando el escrutinio de su mundo, y entre las razones que fui encontrando hallé una, sencilla y serena, hasta común, como lo fue la persistente búsqueda de una verdad espiritual. Encontré a un Álvarez encauzado en lo religioso y en lo místico, pero sobre todo interesado por la filosofía esotérica, por los estudios de la teosofía. Me di cuenta de que aquello iba en serio, que iba más allá de las simples lecturas que Vicente Gerbasi mencionó alguna vez sin otorgarles mucha importancia; y que su obra también podía en cierta manera estar respondiendo, independientemente de puntuales influencias (afines o no a su misma búsqueda) o tradiciones literarias, a esa indagación personal, que era en sí una actitud de vida. Así di finalmente con esta selección que hoy se publica en la Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Me propuse acompañar su antología personal, tan rigurosamente reducida a una mínima expresión por Álvarez, con una selección que no desmereciera de ese rigor que el poeta llevó a cabo para su antología, y opté por aquellos textos con los cuales se pudiera apreciar su diversidad, la de los primeros años y la de los últimos. De los poemas
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dispersos que reunió Gabriel Jiménez Emán aquí incluí tres: “Sábado de Ángel Miguel Queremel”, “Soledad” y “La heredad destruida”. Creo que hubiera dejado un gran vacío en torno a lo elegíaco y lo religioso en su obra, si los hubiera puesto de lado. Igualmente incluí entre los dispersos un poema titulado “Cita demorada”, publicado en septiembre de 1937; un poema de mucha importancia ya que una versión posterior es la que cierra ese libro cenital como lo fue Soledad contigo, es el poema 10 de este libro, allí, en la condición primigenia de su genética textual. Incorporé también, una selección de poemas que considero inéditos, entre ellos, el que fue, así me parece, el último poema escrito por Luis Fernando Álvarez, “Por estas calles pinas”; de uno de sus versos he tomado, con toda humildad, el título para esta antología. Con ese título, creo que se demuestra cómo el poeta hasta el final de su vida fue fiel a una poética con la cual transitó y sorteó vastas regiones, no solo espirituales sino geográficas: de Caracas a Honolulú y de allí a Tegucigalpa (en un viaje de ida y vuelta), quedaron fechados los registros de una misma devoción. La antología que Álvarez preparó y que sencillamente tituló “Antología poética” consta, considerando su índice, de ocho partes o secciones: siete, que corresponden a cada uno de los libros que escribió, incluyendo los que estaba dejando inéditos en aquel entonces; más un “Prólogo” que al parecer nunca, lamentablemente, llegó a escribir. El orden que le dio el poeta a su antología sigue hasta cierto punto la sucesión cronológica, salvo por los poemas que pertenecen a la sección de Portafolio del navío desmantelado. Como ya dije, Álvarez fue muy riguroso con la selección de los textos: solo hay cinco poemas por cada uno de sus libros, a excepción de los inéditos: Con las manos unidas consta de nueve poemas y Raza
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de uno solo. En este sentido, con esta antología uno puede darse cuenta de cómo Álvarez, en cierto modo, estaba reestructurando una parte de su obra poética, al ver que dos de los tres poemas de Recital pasaban al inventario de otros libros. Los poemas publicados en la edición de Recital en el año de 1939 fueron: “Ceremonias ante la muerte de la cigarra”, “Negra” y “Acto de profesión nocturna”. En su antología, “Negra” pasó a formar parte de Raza, mientras que “Acto de profesión nocturna” fue incluido en Con las manos unidas. Con los poemas que iban a conformar Raza: “Negra”, “Mestiza” y “Blanca”, Álvarez estaba explorando una veta erótica distanciada de su amorosa poesía metafísica; mientras que Con las manos unidas se volcaba más a fondo hacia esta, hacia la meditación amorosa y religiosa, como también hacia la devastación de su realidad cotidiana. Además de la sección de poemas dispersos y de la de los posibles inéditos, este libro presenta al final una cronología lo más detallada posible sobre la vida del poeta. El ensayo que propongo como introducción trata de dar cuenta de algunos elementos con los cuales podríamos interrogar de nuevo la poesía de Luis Fernando Álvarez: trata de dar cuenta de esas razones metafísicas con las que, a mi juicio, diseñó el engranaje fundamental de su poética. Para esto, partí de dos trabajos anteriores: el primero, lo leí en unas jornadas de literatura realizadas en la Universidad Simón Bolívar en el año 2011, se titulaba “Noticias
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de Luis Fernando Álvarez”, este texto luego fue ampliado, y con el título de “La poética de la ausencia en Luis Fernando Álvarez” lo presenté en la Academia Nacional de la Lengua, cuando, con la ayuda de Joaquín Marta Sosa, se hizo la donación de la biblioteca de Luis Fernando Álvarez a esta institución. El otro trabajo, más reciente, y titulado “Poética y política de Luis Fernando Álvarez. Un caso de ‘poesía pura’ en el entrevero social de la Venezuela postgomecista”, lo presenté como ponencia en Ciudad de México, en un congreso de literatura realizado en El Colegio de México (Colmex) el año pasado. Quiero agradecer a toda la familia de Luis Fernando Álvarez por haber confiado en mí. En especial a sus hijas, Eunice Álvarez de Vargas, Elsa Álvarez de Manrique y Haydée Álvarez de Rodríguez. A Ana Cristina y a Miguel Ángel Vargas Álvarez les estoy igualmente muy agradecido. Por último, también, quiero dejar mi reconocimiento a Gabriel Jiménez Emán; sin la antología de Luis Fernando Álvarez que preparó para Monte Ávila en el año 1984, verdadero vademécum de unas cuantas generaciones (“vademécum”: del latín vade, anda, ven, y mecum, conmigo), quizás nada de esto hubiese sucedido.
P. G.
Santiago de León de Caracas, febrero 2015
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introducci贸n
1 La poesía de Luis Fernando Álvarez (1901-1952) fue en Venezuela, como ninguna otra durante la transición a la democracia iniciada a finales del año 35, una poesía de la ruptura, del lenguaje poético como enfrentamiento, como beligerancia contra el orden dominante de la literatura en el país. Ese orden, por más que estuviera motivado por una clara afirmación de justicia social (verdadero clamor de un libre destino que todos ya entreveían, confusamente, contradictoriamente), no se distinguía mucho, en su praxis, del núcleo hegemónico de una literatura de lo patrio: el campo, el paisaje telúrico, la tradición, las costumbres de lo autóctono; materiales elementales del abecé discursivo de la visión letrada positivista que sostuvo al régimen de Juan Vicente Gómez durante veintisiete años y con el cual, gravitando todavía en la comarca de la naturaleza bellista y de los fueros románticos del modernismo, generó, con sus obvias, vitales e ilustres excepciones (José Antonio Ramos Sucre, Salustio González Rincones, Luis Enrique Mármol, Enrique Planchart, Fernando Paz Castillo, Antonio Arráiz, Jacinto Fombona Pachano, María Calcaño y Andrés Eloy Blanco entre otros que también iniciaron su obra en este largo periodo), una poesía muy adosada al centro del poder: una poesía cómoda, sin riesgos, vertida en retóricas estancias y encasilladas rimas. Poesía de la “carcoma y la polilla” como se refirió a esta el mismo Álvarez en varias ocasiones1. Ante ello, la poesía de Álvarez vino a responder a un trajín de sensibilidades, y de modo ecléctico intentó articularse con la gracia de una categoría que, como una panacea liberadora, permitió cimentar una poética de corte para aquel momento: nos referimos entonces a una emergente versión de la “Nueva Poesía”, resemantizada, actualizada, por la urgencia de restituirle los tiempos perdidos al espíritu de lo moderno. 1 Ver por ejemplo todo el repertorio de calificaciones de esta naturaleza que se entretejen en ese libro mordaz, Poeta, Nube e Hijos, que el poeta publicó en 1941.
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La Nueva Poesía (o indistintamente Poesía Nueva) no fue un eufemismo con el que se evitaba hablar de vanguardia y mucho menos era su sinónimo, sino el resultado inmediato de las distintas tendencias vanguardistas en Latinoamérica. Uno de los primeros en hablar de “Poesía Nueva” como una categoría específica de la poesía latinoamericana es César Vallejo en 1926, aunque todavía lo hace para referirse en términos generales a la poesía de vanguardia2. Casi al mismo tiempo, Uslar Pietri agrupa a varios de los ismos que ya tenían carta de presentación propia en Latinoamérica como ejemplificación de aquellas tendencias de la vanguardia desde las cuales podía surgir “la obra de arte puro”, una estética propiamente diferenciada de las vanguardias europeas; esto lo expone en un trabajo de 1927 en el cual amonesta a Vallejo por los señalamientos que este había expresado en “Contra el secreto profesional”, otro artículo donde también trataba el tema de la poesía de la vanguardia latinoamericana. Un mes después, a inicios de 1928, en el manifiesto de la revista válvula (así, con minúscula) Arturo Uslar Pietri habla de un “arte nuevo [que] no admite definiciones porque su libertad las rechaza” y le asigna al viejo recurso de la sugerencia, propio del simbolismo: el “sugerir”, la nueva función de “reivindicar el verdadero concepto [de este] arte nuevo”. Es decir, ya para ese momento daba por hecho, dentro de aquella conflictividad del año 28 en Venezuela, la realización de este arte, desvinculado de los ismos anteriores. Por su parte, en México, Jaime Torres Bodet también en 1928 apunta a la inminente aparición de un “renuevo”. Ya no se refiere en sí a la vanguardia, sino que prefiere hablar de una poesía contemporánea “actual, inquieta, inquietante”, que “tenía todas las promesas de un renuevo”. Un poco después, en 1930 y también en México, Bernardo Ortiz de Montellano insistía en que era necesario especificar un momento de la “poesía contemporánea” latinoamericana, 2 Para esta referencia y las demás con relación al tema de la Poesía Nueva que empezamos a desarrollar desde aquí, véase el libro de Hugo J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica. (Manifiestos, proclamas y otros escritos).
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que venida de distintas “afluencias plásticas” derivaba en una poesía a la que llamaba “poesía nueva”. Y creo, que es a esta poesía a la que se refería Vicente Huidobro cuando en 1933, en su manifiesto “Total”, habla del “canto de la nueva conciencia, el canto total del hombre total”; cuando dice: “es preciso ahora la gran síntesis”3. En resumen: con este breve recuento lo que trato de mostrar es cómo en los últimos años de la década del veinte ya el diagnóstico de la poesía indicaba “algo” distinto en el cuerpo de la vanguardia, o mejor dicho, algo distinto de la vanguardia en el sistema de la poesía latinoamericana. Se estaban dando cuenta de que había ya un desarrollo diferenciado, inmediatamente posterior a los ismos: un momento en el que percibían un estado distinto de la poesía, una configuración que cancelaba la vanguardia al tiempo que era saldo y producto de esta misma, de la suma arbitraria de sus actitudes. Para decirlo con palabras de Torres Bodet: “Lo que era aritmética, número lleno de sugestiones y de promesas, se [fue] trocando en álgebra, fría ecuación de astucia”. En este sentido, quien comienza a promover con rigor la sensibilidad y las ideas sobre la Poesía Nueva en Venezuela y a trazar dentro de ella la madurez de su propio lenguaje poético es Luis Fernando Álvarez, con los poemas que publica en la prensa a finales de 1933 y los artículos teóricos que al mismo tiempo divulga a finales de 1934 y comienzos de 1935; a los cuales se suma otro, de 1936 (inmediato a la publicación de Va y Ven), el cual, de seguro, estimuló la reflexión que sobre este mismo tema abordó, un mes después, José Ramón Heredia. En su artículo, Heredia formulaba una ecuación general (y ecléctica) de la Poesía Nueva con la cual 3 “Total”, como sabemos, se publica primero en francés en París, en el año de 1932. La cita la tomo de la publicación en español que luego en 1933 el poeta da a conocer en Argentina. Guillermo de Torre, en su Historia de las literaturas de vanguardia, ubica en Europa el mismo fenómeno para el año de 1930: “Fue el año bisagra en que el espíritu de la vanguardia giró sobre sus goznes”.
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los integrantes de Viernes, cada quien a su modo, resolvieron el desarrollo de su propio lenguaje: “Dos ramas, surrealismo y creacionismo, principalmente, forman la Poesía Nueva que es por ello mítica y voluntaria, mítica porque explora el mundo subconsciente y voluntaria por cuanto crea”, y concluía muy a lo Huidobro, aunque en el fondo estaba haciendo referencia a la inefabilidad de la poesía pura: “Por lo tanto la Poesía Nueva descubre, no copia; construye, no imita, dando vida nueva e independiente, sin anécdota y sin descripción. No relata, sugiere y pauta”. Para Luis Fernando Álvarez, en esta Poesía Nueva se alojaba la afinidad estética hacia una poesía pura con la que estuvo claramente asimilado, por lo menos en el campo de lo teórico4, las experimentaciones metafóricas del lenguaje surrealista, así como los primeros rudimentos de un estilo cercano a lo conversacional que sin mucho aliento también buscaba sitio en su cocina poética5. En ese suelo nutriente de su poesía, este discípulo febril de Antonio Machado, encontró las herramientas de un pensamiento poético con el que pudo darle forma a una lírica de exaltada aspiración amorosa y metafísica, a través de un lenguaje fluyente, envolvente, de circunvalaciones 4 En carta al argentino Marcos Fingerit, a propósito de un comentario que hace de la revista Fábula, de la cual Fingerit era su director, Álvarez da testimonio de su firme intención de “erigirse” en Venezuela como adalid de esta Nueva Poesía, que bien a ratos, como en el caso de esta carta, nombra a través de la poesía pura o en otros, como en sus artículos, por medio de la poesía metafísica; en esta carta de noviembre de 1937, dice: “Usted realiza su bella obra con Fábula, y este número representa un fiero alarde de compactación en ideales poéticos, en esos puros ideales de los cuales yo pretendo erigirme en mi país en su casi único defensor, puesto que no me concreto a “hacer” poesía pura, sino que a cada instante defiendo esos postulados”. 5 Esto último, que no pasó de los manuscritos pertenecientes a la segunda época de su obra poética (que más adelante detallaremos), después aparece ostensiblemente en los poemas en prosa de Soledad contigo, donde una voz urbana se desmiembra cuando cae de la experiencia metafísica al desconcierto de lo “real”.
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feéricas, de impulsos órficos, de “entrañamiento” completamente humano, con lo cual se explica también la gran extensión de los renglones en sus poemas. Larguísimos versos, como de trances meditantes (sobre todo los de Soledad contigo), pero también extrovertidamente críticos, conscientes del atrevido repertorio verbal, con el cual, por ejemplo, esa zona más oscura de su poesía, la tan manida “necrofilia” que la crítica literaria convirtió en patente de corso de sus poemas, además de que estaba respondiendo a una raíz metafísica que más adelante abordaremos, sencillamente impugnaba con velada ironía (una no muy apreciada ironía), las ordenanzas de un mundo literario y la franja siempre gruesa de una sociedad conservadora, que se resistían, con todos los recursos, a modernizar sus esquinas. Un lenguaje, dicho así, muy distanciado de la poesía pura (salvo en algunos poemas como “Plenitud” o “Ausencia”) tal como esta era entendida desde los estamentos del postsimbolismo (Paul Valéry, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez) y a su vez también distanciado de la irreverencia formal de la vanguardia europea; y sin embargo, centrado, de suyo, en la necesaria exploración de una esencia –el amor– y en una vieja materia metafísica en tanto acento crítico y audaz de su expresión poética –la muerte–. Esto, como lo veremos más adelante, lo manifestó Álvarez no solo en el poemario más importante de aquel año de 1936, sino en el que a su vez acompaña todo el inicio de la exploración y experimentación democráticas en el país: aquel su primer libro de poemas titulado Va y Ven. Libro de quiebre, fundamental para entender el punto de partida de la controvertida, polémica y substancial poesía postgomecista (1936-1945)6. 6 Su cierre, a mi juicio, se da con esa otra obra fundamental, Mi padre, el inmigrante, de Vicente Gerbasi, publicado, como sabemos, en el año de 1945. En este sentido, todo el ciclo de esta época, controvertidamente democrática, queda marcada, en lo poético, por la impronta de Viernes, aún muy después de haberse desintegrado el grupo. La época que sigue la percibo, en su antagonismo político, como una respuesta frontalmente dialéctica a
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La clausura del gran relato social que, en los últimos años del gomecismo, equivalía por lo común en el órgano de la prensa diaria del país a informar o a expresar(se), como siguiendo una rúbrica arielista, sobre aquellos “problemas” de la patria americana o indo-americana o sobre los cambios que en Europa registraban los síntomas de una crisis mundial que ya estaba en marcha, eludiendo en lo posible con estos contenidos, la referencia puntual y crítica sobre los múltiples signos del drama nacional, de su atraso y su pobreza (aquello que, por ejemplo, ya había quedado en la épica de Rómulo Gallegos: la barbarie, etc.); la clausura de esto digo, tiene lugar, prácticamente de la noche a la mañana, a comienzos de 1936, con la praxis de un discurso beligerante y crudo, vehemente y soberbio, también esperanzado a la vez que receloso sobre la patria y la nación. Dentro de esa definitiva inflexión social en la que cobra dimensiones democráticas y gremiales el tiempo futuro, la poesía de Luis Fernando Álvarez aparece como una urgente necesidad de afirmación individual, como una voz que proclama también en aquel espacio y tiempo convulsos, la estatura de su identidad; la identidad de una palabra solo comprometida con operaciones estéticas resueltas a establecer un diálogo-puente entre el ser y los vaivenes esta. Es la época de la dictadura moderna (1946-1959) y por el transcurrir de esa modernización devino una poesía ya naturalizada con lo moderno, aceptada en su heterogénea índole novedosa. De manera similar, hay dos referencias que la abren y la cierran, pero esta vez no son obras, sino dos poetas que se convertirán con el tiempo en los nombres más importantes de la actual poesía venezolana: Rafael Cadenas, que publica en 1946 sus Cantos iniciales, y Eugenio Montejo, que publica en 1959 un olvidado poemario (deliberadamente ocultado por su autor), Humano paraíso. Esta época, no obstante, estará signada por otros poetas, nuevos y consolidados, cuyas obras serán de gran influencia en el desarrollo posterior de la poesía venezolana: Rodolfo Moleiro, Reiteraciones del bosque, 1951; Juan Sánchez Peláez, Elena y los elementos, 1951; Vicente Gerbasi, Los espacios cálidos, 1952; Ida Gramko, Poemas, 1952; Alfredo Silva Estrada, De la casa arraigada, 1953; Juan Calzadilla, Primeros poemas, 1954; y Ramón Palomares, El reino, 1958.
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de su estado interior. Su realidad (la realidad de ese individuo) o lo que es lo mismo, su iluminada esencia para referirme al “estado de gracia” aludido por él en uno de sus escritos teóricos, en este caso dependía de la habilidad para alcanzar la instrumentación de un lenguaje que le permitiera establecer esa comunicación con el “trasmundo”, en una suerte de metafísica de la palabra. La idea era encontrar allá, en las entrañas del duelo, de un duelo personalísimo, privado, ausente de toda compañía, un lenguaje con el cual se pudiera “traer” la “verdad”, bajo el precepto romántico, todavía en uso, que identificaba la verdad con la belleza. En este sentido, transformar a la sociedad era transformar el lenguaje, no tanto por volición como por conmoción, soterramiento, desmembramiento, desmantelamiento, de los órdenes referenciales del decir a través de la puesta en práctica de una magia meditante, intuitiva, en tono con una prédica religiosa de la palabra (y en consecuencia del mundo). Era adaptar los ojos a una praxis submarina en sí misma, era mutar la mirada en ojos buzos, de humor acuoso substanciado con las sales de la profundidad, muy afiliado, como ha sido ampliamente reconocido, a las subjetivaciones del surrealismo, las propias, según lo veo, a una de sus falanges de más barrena lírica (algo parecido a los extremos inconcebibles del poema Unión libre, de André Breton). Solo de allí, y de la prédica purista muy anclada en algún buen porcentaje, allá, en las alacenas de su razón teórica, de esas dos estéticas tan contrapuestas, podía surgir un nuevo lenguaje para el algebra de su metafísica: la fuerza enunciativa de su propia evolución, transitando entre las prédicas de lo social y los escarceos políticos de aquellos años. Así, transformar a la sociedad, gran relato ético, y honesto, de aquel entonces en Venezuela, se me hace, era ir, en cierto modo, en contra de ella; es decir, era atentar contra el logos de los “inter-pares” en una suerte de política de la palabra poética, que clamaba, con voz propia, solo un espacio en el gran concierto democrático. Era ir en contra de la referencialidad y el discurso criollista de lo patrio y del progreso. Un discurso
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poético que para Luis Fernando Álvarez como para los integrantes de Viernes (y me refiero concretamente a su círculo de poetas: Rafael Olivares Figueroa, Ángel Miguel Queremel, José Ramón Heredia, Pablo Rojas Guardia, Oscar Rojas Jiménez, Pascual Venegas Filardo, Otto D’Sola y Vicente Gerbasi) acusaba manipulación y falta de creatividad. El mundo abierto de la sensibilidad poética en aquellos años lo encauzaban las presentaciones de los declamadores: la argentina Berta Singerman y el español José González Marín eran los ídolos, sus gestualidades y sus timbres escénicos se consustanciaban con un canon decimonónico, conservador. Y estaban las madrinas literarias y el concurso promovido por la revista Progreso y Cultura, que luego se hizo moda. Cada poeta tenía su madrina literaria, todos, y a ellas se les rendían ofrendas y poemas ripiosos de grandes sensaciones modernistas. Ni qué decir de los concursos de belleza, cualquier motivo era bueno para elegir una reina que tuviera su poema (como antes Gómez tenía los suyos). Frente a este cúmulo de sensaciones comienza a irrumpir la poesía de Álvarez y la del grupo Viernes con la necesidad de transformar el lenguaje. Era necesario que su realización atendiera o retara (a otros) el designio de un hombre nuevo (como se decía en el discurso político), para lo cual era necesario un entendimiento nuevo de la palabra poética. Era un asunto no de imposición, más bien de una dialéctica de la comprensión, de la simple libertad y de la diversidad, que al fin y al cabo era el principio básico del nuevo estamento social al que se aspiraba. Esto, creo, lo logró Luis Fernando Álvarez, a pesar de la tajante oposición-animadversión que llegó alcanzar cotas de verdadera villanía y subestimación entre los condotieros y príncipes de la tradición de aquel mundo letrado que se abría las venas en la invocación de una literatura comprometida con el cuerpo de lo social, que no renunciaban a esta, aun “comprendiendo” (unos más otros menos) la apuesta por un lenguaje empeñado en la investigación y expresión de una sensibilidad, también más libre de las amplias realidades. Pero no, la literatura debía estar al servicio del hombre en sociedad, debía
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responder a los emplazamientos de la crisis mundial y a los retos de una Indo-América presentida y añorada. La ventaja, para estos, salía a lucir en el contenido social de los mítines políticos hacinados en plazas y rincones que ya empezaban a despedir sus aromas de nostalgia. La Venezuela inmediatamente después de la muerte de Gómez a finales del año 35 estrena palabras nuevas a viva voz: democracia, gremialismo, “huelguismo”, revolución, socialismo, comunismo (esta última, más proferida como negación que como afirmación). Y hace más bulla: el volumen de los radios se vuelve intolerante, las bocinas irrumpen con estrépito en las calles, los motores se aceleran con saña al paso de los peatones, quienes también, de la noche a la mañana, abarrotan las aceras. El centro de Caracas se achica (mientras sus márgenes comienzan a expandirse velozmente), queda reducida a un solo canal, a una sola movilidad, para lo cual, incluso, comenzó también una nueva señalización, un nuevo código del paroxismo, y en medio de todo ello, el pobre tranvía, entorpeciendo, chirriando los últimos estertores de un pasado silencioso de presente nostalgia, de escombro senil de la historia. Se hacen públicos, también en aquel inesperado bullicio, los “nuevos” elementos sociales, flagelos, que como la malaria, el paludismo y la sífilis eran silenciados por la censura gomecista: la mendicidad, la prostitución, la criminalidad; y, en otro orden, el periodista y el político. Era la hora de los nuevos nombres en las rotativas del periodismo. Si bien antes del año 35 los periódicos ostentaban, y siguieron ostentando por mucho, aquellos soberbios nombres magisteriales: La Religión, El Nuevo Diario (órgano este de la propaganda del régimen), El Heraldo, La Esfera, El Universal (vigente al día de hoy), después del 35 aparecen periódicos cuyos nombres son solidarios con la época de cambio y de crisis que implicaba la ordenación democrática de una república completamente inexperta en tal oficio. Así aparecen estos nombres, que a su vez parecían salir de la efervescencia proferida en los mítines políticos: Ahora, Unidad Nacional, Crítica, En Marcha, Aquí Está. Palabras
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de la cotidianidad, de las conversaciones del día a día en aquellos años de aprendizaje y transición democráticos. Ante esto, la entidad de los poetas comenzaba a quedar en un segundo plano, allá, en la taquilla de su estafeta, donde recibían a diario los mensajes del nuevo orden, en el cual debían, como si fueran cartas de marear, cumplir con un rol, un servicio, hacia una sola dirección, si es que deseaban mantener el empleo en la república de las letras. 2 Una tarde de abril de 1934, en una casa de San Juan, ubicada entre Capuchinos y Albañales, en el lugar que hoy ocupan unas sórdidas mueblerías, ocurrió un hecho muy importante para la literatura venezolana: una niña atravesó corriendo con su vestido al vuelo y sus rodillas sucias el patio interior de la casa; pasó bajo las flores anaranjadas y bulbosas de una enredadera conocida como zarcillos de la reina; llegó hasta la biblioteca de su padre y le dejó sobre el escritorio una inmensa chicharra. La había encontrado muerta esa tibia tarde bajo una palma de sagú que estaba sembrada en uno de los materos del patio, y desde el primer momento en que la vio, supo, con la madura intuición de la niñez y la afinidad artística que existía entre ella y su padre, que el mejor destino de aquel insecto era ese mundo extraño y maravilloso cuyo centro percibía siempre en el recinto de aquella biblioteca. Y así fue, porque al día siguiente la poesía venezolana ya tenía para sí el borrador de uno de sus poemas más hermosos. Aquella chicharra, casual y sanjuanera, amaneció ese otro día ostentando su inmortalidad a través de la palabra poética, luciendo un nombre más afín con la naturaleza de su forma, su aire y su delicadeza; siendo universal, o cósmica, en un texto inicial que el poeta Luis Fernando Álvarez tituló “Ceremonias ante el último vuelo de mi cigarra”.
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Este poema, quizás el más celebrado de la obra poética de Álvarez, tuvo varias publicaciones. La primera fue en la revista Billiken en ese año de 1934, donde se publicó con su título original: “Ceremonias ante el último vuelo de mi cigarra”. Un año después salió en El Universal con el que sería su título más conocido: “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra”, ya que con este apareció luego en Va y Ven en 1936. Más tarde, en Recital, la plaquette de tres poemas que el poeta publicó a finales de 1939 en una edición de cincuenta ejemplares numerados, quedó con su título definitivo: “Ceremonias ante la muerte de la cigarra”. En cada presentación el poema sufrió notorias modificaciones, siendo la del año 1939 la más sustancial, y por ende la que podríamos considerar como la versión final del poema, sobre todo si tenemos en cuenta que fue esta versión de Recital y no la de Va y Ven la que el poeta incluyó en la antología personal que dejó inédita (y que hoy se publica en esta editorial). No viene al caso exponer ahora el entramado comparativo de estas versiones, pero sí podemos detenernos en el cambio de los títulos porque estos permiten acercarnos rápidamente al sentido de una búsqueda expresiva gestada a lo largo de cinco intensos años, los que van de 1934 a 1939; años en los que Luis Fernando Álvarez produjo su principal obra poética. Un análisis de los títulos indica tres instancias de sentido: el oficio, lo oficiado y el objeto sobre el cual se construye la significación. A su vez, desde una perspectiva estructural, se puede observar que el oficio y su objeto, es decir, la “ceremonia” y la “cigarra”, quedan constantes en los sintagmas; lo que se modifica en estos es lo oficiado, la tarea que se impone en el acto ritual. Esta, progresivamente, va siendo expresada por medio de un lenguaje que transforma la función estética de la imagen para dejar al descubierto en la expresión solo un símbolo. Se trata de una transición muy sutil que va del “vuelo” a la muerte de algo cercano, y de esto último a la “muerte” de algo lejano; en otras palabras, de lo muy tangible a lo intangible. Así, en los cambios que paradigmáticamente se dan entre las expresiones: “el último vuelo de mi”, “la muerte de mi” y “la muerte de la”, se va mostrando un grado
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más alto de impersonalidad como si con esto se manifestara el sentido de lo verdaderamente oficiado, aquello que es urgente alcanzar en la “cigarra”. En consecuencia, podríamos pensar que la muerte es allí solo un símbolo de uno de los temas o problemas principales en Luis Fernando Álvarez: la ausencia. Podríamos afirmar que este poema pudiera ser el punto de inflexión de la obra poética de Álvarez a partir de 1934, si tomamos en cuenta que la palabra “ceremonia” tiene desde ese momento un rol central en el desarrollo de su estética. Esta implicaría una poética fundada como un acto ritual sobre lo inescrutable; en otras palabras, la significación del acto poético (y una de las propuestas del poema de la cigarra) sería la de una ceremonia cuya tarea consistiría en dominar lo irrecuperable, aquello que se ha vuelto inaprensible y que es urgencia para una determinada visión de mundo, y por ende para un determinado sujeto poético. Así, lo que podríamos llamar la ceremonia de la ausencia, permitiría una comunicación simbólica con lo idealizado, por ello también los extensos renglones en la poesía de Álvarez: forma de la cadencia monótona y dramática de una liturgia. Con la ceremonia se penetraría en el ámbito de la ausencia, para que el oficiante pudiera crear una continuidad, una duración que le permitiese creer que la vida sigue junto a lo amado. Como acto poético, sería el rito de la palabra que se consagraría a la íntima comunicación con lo perdido, haya sido real o imaginado: histórico o mitológico, biografiado o fabulado; invariablemente, ansiado y fuera de este mundo físico. Resumiendo: la ausencia, como poética en Álvarez, sería lo contrario a la no-presencia. En la primera, habría un movimiento de anulación de lo inaprensible en el mundo metafísico, en la segunda, lo inaprensible quedaría sin solución en el mundo físico. La ausencia sería así, afín a la muerte, la no-presencia afín a la vida. Esta poética fue leída en clave de “caos” durante la época en que el grupo Viernes irradió toda su vigencia; “caos” como un efecto inmediato de negación, arbitrariedad, insania; como imposibilidad. Muy pocos se aproximaron a la obra poética de Álvarez atendiendo a una singular causa amorosa. Gilberto González y
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Contreras, hasta donde sé, fue uno de los pocos que apuntaron en este sentido al centrar su crítica en una proposición que me parece elemental para acercarnos por otro camino al mundo creado por Álvarez: “Para Luis Fernando, el amor significa realizar un estado de existencia, en el que es posible ubicarse en la arquitectura esencialmente adorable de la última realidad”. Y precisaba luego la naturaleza metafísica de ese estado: La poesía se le ha convertido en tránsito hacia un bienaventurado más allá. La muerte no es una frontera que vemos desde la orilla de la tierra. La muerte es cosa del alma y en ella cobra estatura su evasión. Mira con rostro transfigurado y ojos extrahumanos. La amada se le trasmuta en materia de espíritu y sus partículas son imágenes poéticas7.
Otros: Ulrich Leo, Jean Aristeguieta, Aquiles Certad y Pascual Venegas Filardo, en aquel entonces, también se acercaron de algún modo u otro a esta visión. Posteriormente, en una época de más reciente data (allá, en los inicios del grupo Tráfico), creo que Rafael Castillo Zapata ha sido el único en hacer una lectura en ese orden: una lectura, como la de los recién mencionados, que desgrana la conformación de un universo inocentemente místico, dado por la posibilidad metafísica de una redención secreta y amorosa que intenta edificarse tras los rastros de la ausencia perseguida. ¿Por qué no pensar, una vez más, el mundo poético de Luis Fernando Álvarez como un escenario emocional donde se teje la necesidad de comunicar todas las visiones de un ser transido de amor, hinchado por el dolor de la ausencia metafísica? En la urgencia de crear ese mundo es donde tiene cabida la idea de “ceremonia”. Y esta, que así podría llamarse el mundo de Álvarez, implicó un lenguaje y una visión acorde con el universo de 7
Las cursivas son mías.
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lo ausente; así la muerte, por ejemplo, fue solo el símbolo, el territorio más palpable para la representación de la ausencia. A ese mundo de la muerte va la visión exacerbada del sujeto poético, conducida por la urgencia de su ideal. Y tal fue la coherencia y la eficacia de ese universo, que descubrió y describió luego de Va y Ven, que hasta el mismo Álvarez en un determinado momento llegó a sentir temor y extrañeza ante su propia obra. Algunas de sus cartas, que corresponden al periodo de cuando estaba inmerso en la última etapa de escritura de Portafolio del navío desmantelado, dan cuenta de esa incertidumbre. En una, escrita a Fombona Pachano el 27 de noviembre de 1936, Álvarez le dice: Estoy preparando un cuaderno extraño: ‘‘Cuaderno del marinero sin viaje’’. Digo extraño, porque es un conjunto de cosas raras, prosas y versos, con ilación de largo poema. Tengo casi tres años trabajándolo, y aún no lo creo terminado. ¡O es muy malo… o muy bueno!
Ese mismo día le escribe al escritor cubano Enrique Labrador Ruiz y ahonda un poco más en la forma y el sentido de su nuevo libro, que en esta carta dice ya haber terminado: Después de publicado Va y ven, no he querido hacerlo con nada más, prefiriendo lanzar otro cuaderno que creo estar terminado por fin: “Cuaderno del marinero sin viaje”. Un largo poema en prosa y verso, de sentidos abstractos, evasión de la vulgar realidad hacia empresas metafísicas. No sé cómo caerá pues sospecho que el público madura lentamente.
Un año después, el 8 de noviembre de 1937, en otra carta a Labrador Ruiz, le dice:
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Por fin terminé de organizar mi cacareado “Portafolio del navío desmantelado” (reformé el título) y a estas horas debe estar editándose en Chile (…). Es una desdichada historia de emociones, quizás escrita más con sangre y espíritu que con intelecto reposado y analítico. Le guardo un poco de miedo a este cuaderno. ¡Veremos!
Y cierra esta carta anunciando la escritura de Soledad contigo: “Estoy trabajando en Soledad contigo nuevo cuaderno que representa la impresión de este año”. Con esas observaciones en torno a Portafolio del navío desmantelado, había una consciencia de que ese trabajo significaba un cambio sustancial en su estética, cambio que se asentaba en una cruda radicalización del mismo tono que había empleado en algunos poemas de Va y Ven, donde el tema de la ausencia ya era tratado a través de intensas descripciones del ámbito de la muerte y de los sueños, en poemas como “Territorio del sueño”, “Tránsito en sueño”, “Al sur de los espacios” o “Tránsito en la muerte”. Estos poemas prefiguraban una crudeza transmundana que ya en Portafolio iba a desarrollarse con todo su vigor; anunciaban cómo era el “Va” del vaivén, esos diversos trasmundos por donde vagaría el aura de la ausencia, alejada del “Ven”, del mundo, o del muelle, donde estaría anclada la presencia. En este libro, ese balanceo espiritual era para aquellos años de su escritura, la revelación abismada a campo traviesa por las regiones de ese mundo que llamaría “Soledad”, significaba un “Va” exacerbado, o como él lo dice en una de estas cartas, la evasión “hacia empresas metafísicas”. Y era, seguramente, a ese nado profundo en el aire de esa otra realidad, a lo que le guardaba “un poco de miedo”, no el poeta, sino el hombre de carne y hueso que era Luis Fernando Álvarez. Antes de centrarnos en el proceso creativo de Va y Ven, libro que nos servirá de guía –por varias razones– para adentrarnos en la poética alvareciana, nos interesa acércanos aquí al momento en que Luis Fernando Álvarez deja atrás al poeta retórico, otoñal y suspirante, de la revista Proteo o del diario Apolo, ambos,
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de muy breve circulación, y cierra para siempre los manuscritos que no publicó (“Otoño” y “Horario espiritual”, entre otros) para devenir en el “poeta nuevo” que con certeza fue; ese poeta que, según él, “no ‘hace’ poesía” sino que forma “parte de la Poesía Cósmica”, ese que aprende a “doctorar la entraña”, como le dice en una carta a Israel Peña en el año 1933. Y en el principio de este “poeta nuevo”, y de otros vinculados a Viernes, estuvo Ángel Miguel Queremel a partir del dichoso año de 1932, cuando este regresa de España a Venezuela. Desde entonces Álvarez y Queremel fueron inseparables. En un hermoso artículo que le daba la bienvenida a Santo y Seña, en enero de 1939, Luis Fernando Álvarez escribió: Cuando Ángel Miguel Queremel apareció en nuestros litorales, una mayoría de nosotros, los de la era del 18, estaba poco menos que atrasada mental. Algunas notas de avance fueron instrumentadas por los muchachos del 26, en tanto que los que aparecimos en la primera época nombrada íbamos los domingos a las retretas de la Plaza Bolívar; imprimíamos tarjetas de felicitaciones de año nuevo; usábamos paltó-levita y dábamos “vueltas” en coche, con “pareja americana”, frente a las ventanas donde una doncella, casi nueva y auténtica, leía la Amada inmóvil de Nervo, mientras elucubraba sanguinarios proyectos de casorio, de los cuales algunos de nosotros fuimos víctimas angélicas. Hacíamos cuentas románticas, con profusión de guarismos retóricos y etcéteras de melancólicos suspiros; y aunque recién habíamos abandonado el sombrero de alas estentóreas y la opípara chalina, muy Murguer (sic), los acariciábamos furtivamente en nuestras gavetas colmadas de ripios, yardas, metros, consonantes y pliegos de papel “amistad” con sus dos tiernísimas manos lagrimeantes. ¡Y pensar que más de uno de nosotros se sintió ecuestre hacia la posteridad! Vino Queremel. Sin sombrero. Simultáneamente un librero, audaz como nunca lo habíamos visto en toda Venezuela, trajo la Antología de Gerardo Diego, rompiendo la sana costumbre de los demás de servirnos del Parnaso dominicano, las Cien mejores poesías bélicas, los mugidos de Díaz Mirón o libros de Zorrilla,
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con espeluznantes ilustraciones de Doré. Otro mercader, por simple casualidad, me regaló, en un rapto de desesperación porque nadie quería adquirirlo, y sólo provocaba la ira y la risa de los compradores de la época, Espadas como labios, curioso ejemplar del reverendísimo poeta Vicente Aleixandre. A este libro osé pintarle monas, glosario al margen con sarcasmos cavernícolas, haciéndome eco del pañolón de la beata y de la camarita del cochero iracundo, ornato de mi poética. Otros poetas secundaban lo que yo casi consideraba genial. De un manotazo, Queremel destruyó nuestro regocijo de jayanes medioevales y desde ese momento comenzó a explicarnos muchas cosas de “poesía nueva”. El valor del libro de Aleixandre quedó evidenciado para muchos de nosotros. Desviada quedó la fea inclinación de alumbrarnos con los candiles chisporroteantes de 1900, mientras en fogatas de entusiasmo arrojábamos melenas y dentaduras postizas. Así, Ángel Miguel Queremel –aunque fastidie a no pocos el dato precedente– abolió de buena parte de la generación del año 18, la manía de hacer versos, para encauzarnos a crear poemas.
El relato muestra la realidad festiva de un ocio mordaz, calibrado en el centro de la urbe, y en el cual podemos apreciar también los signos de un silencioso spleen. Entre una y otra realidad quedó la vivencia de una bohemia con un aprendizaje individual y grupal, cada vez más crítico; la bildungsroman de los personajes de la Nueva Poesía. Cabe precisar quiénes fueron los sujetos de esa experiencia. Obviamente Álvarez generaliza al referirse a una “mayoría” del 18. En el plural de su primera persona hay nombres que no tuvieron ninguna incidencia en el ámbito de aquella generación, que no pasaron, digamos, de esa época de “jayanes” tal como él mismo se definió con ellos. Y sin embargo fue con estos con quienes forjó Luis Fernando Álvarez una íntima amistad que, destinos de por medio, perduró para siempre. Entre otros, están Alberto Michelena y Luis Emilio Monsanto, con
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quienes fundaría en junio de 1920 la revista Proteo8; y unos más perdurables: están Gonzalo Carnevali, Francisco Caballero Mejías, Manuel Felipe Rugeles y orbitando eventualmente entre ellos, Jacinto Fombona Pachano; y uno más, aquel, que además de Queremel, fue su gran amigo y mentor: Reinaldo Tovar Pérez. De todos ellos, será con Queremel y Tovar Pérez con quienes Álvarez inicie las primeras reuniones de lo que será Viernes; como bien lo dice en “Elegía a Reinaldo Tovar Pérez”, ese inmenso poema del año 48 que precisamente habla de la soledad y de las amistades disueltas: en este, luego de nombrarlos a ellos, y a Elda y a Gustavo (su hermano músico), exclama: “¡Célula primitiva de ‘Viernes’! ¡Mayo del 36!”. Además de Espadas como labios, de Vicente Aleixandre, y de la lectura atenta de la antología de la Poesía española, de Gerardo Diego, llegó la primera edición (traducida por Rafael Alberti) de Bosque sin horas, de Jules Superville, los tres, publicados en ese año de 1932. Luego, siempre con Queremel, las lecturas comenzaron a expandirse y a diversificarse: se tomó en serio Temblor de cielo y Altazor, de Huidobro, que habían sido publicados en 1931; vino Afán de corazón, de Ángel Cruchaga, en 1933; vino la tercera edición de Residencia en la tierra, de Pablo Neruda, en 1935. Y se releyó nuevamente, con más agudeza, todo lo que tenía a la mano de Antonio Machado9 8 Álvarez aparece como director de la revista, cuya periodicidad era quincenal. Al parecer no pasó del tercer número. Apolo, mencionado en líneas anteriores, aparece en la ciudad de San Cristóbal a comienzos del año 22, su director fue Manuel Felipe Rugeles. 9 En el ejemplar de sus Poesías completas, de 1928, que perteneció a Luis Fernando Álvarez, este dejó escrito de su puño y letra en la primera página de cortesía, con fecha del 30 de marzo de ese año, el siguiente exordio: “¡Libro de devoción y de ternura,/ guía espiritual para mis horas,/ explicador de lo que yo presiento/ y confusamente veo!// Te digo: ¡compañero!/ ¡Hermano mayor/ en arte y en sapiencia;/ profesor de lirismo, sacerdote del buen amor! Compañero/ que vives la existencia de lo que para mí solo es recuerdo;/ sembrador de huellas para mi propia guía;/
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y de “ese –a decir de Álvarez– admirable, básico y concluido, Juan Ramón Jiménez –de hoy, de ayer y de mañana–”. Con todos ellos afirmó su “credo”, como le aseguró a Vicente Gerbasi en una entrevista que este le hizo en Unidad Nacional el 8 de septiembre de 1936 a propósito de Va y Ven, que para entonces estaba recién publicado. El proceso de escritura de este libro y el de los poemarios publicados a inicios del año de 1940, el tríptico conformado por Vísperas de la muerte, Portafolio del navío desmantelado y Soledad contigo, fueron muy diferentes. Cabe, en este sentido, señalar cuatro etapas que me parecen conformes con el proceso creativo de toda la obra poética de Álvarez: 1) de 1920 a 1931, la etapa de un modernismo romántico obviamente decadente, en el que comienza su interés por lo metafísico; 2) de 1932 a 1936, la de su Nueva Poesía; 3)de 1937 a 1940, la que podríamos considerar la etapa viernista, la de su consolidación, y que culmina con la elaboración de su Antología poética, a finales de ese año; y 4) de 1941 a 1949, una etapa que da cuenta de un crónico y crítico desencanto con el cual poco a poco va silenciando su voz. Aunque creo que Va y Ven y Soledad contigo fueron sus mejores libros y que en sus títulos se expresaron las claves más importantes de la obra poética de Luis Fernando Álvarez –en uno, el tránsito metafísico de la imagen poética, y en concreto la imagen de la muerte; en el otro, la moldura existencial del amor– me referiré aquí sólo a Va y Ven porque con este, de alguna manera, podemos hacer una síntesis de los otros10; es decir, en lo que sigue trataré de abordar de la manera más concreta posible la relación entre la segunda y tercera etapas. médico de mi alma, compañero / de mis sueños: ¡Bendito seas!”. 10 Una lectura, para nada definitiva, de Soledad contigo, así como de los otros dos libros, ya la realicé en un trabajo titulado “Tríptico del ideal amado”, publicado en Aproximación al canon de la poesía venezolana.
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3 Para comenzar, hay que decir que Va y Ven o “Yo, ciudadano del sueño”, como en un principio también Álvarez pensó titular al poemario (“Yo/ ciudadano del sueño” son los dos primeros versos del primer poema de Va y Ven, “Plenitud”), se debió al esfuerzo continuo de varios años en los que el poeta luchó con diversos borradores. A saber, existen dos manuscritos que difieren considerablemente de la edición impresa. El primero es del año 1933, abre con dos epígrafes de Ralph Waldo Emerson tomados de su ensayo “El poeta”, y está dividido en siete secciones con un total de sesenta poemas escritos entre febrero de 1932 y septiembre de 1933. Ninguno de estos fue incluido en la edición de Va y Ven que conocemos. Mejor suerte corrió el segundo manuscrito. La portada tiene dos títulos: “Sin alma fija”, escrito a máquina, y sobre este, “Va y Ven”, escrito a lápiz; (el título “Sin alma fija” es tomado del verso “vientos sin alma fija, que giran abrazados”, perteneciente al poema “Ida y vuelta al final de unos ojos”11). La fecha es de 1934, no tiene epígrafes ni divisiones, y está compuesto por un total de treinta y un poemas escritos entre mayo y septiembre de ese año; de este manuscrito solo once formaron parte de los veintidós poemas definitivos de la edición publicada por la Cooperativa de Artes Gráficas a finales de agosto de 1936. Entre ambos manuscritos está otro muy importante, afín a la exploración poética de estos años, y que más adelante comentaremos, como lo fue Pi Erre Dos, manuscrito conformado por treinta poemas escritos entre noviembre de 1933 y mayo de 193412. Hago todas estas precisiones porque creo que es en la transición de un manuscrito al otro (los de Va y Ven) donde se definió una madurez poética en Luis Fernando Álvarez, la cual terminó de concretarse en 1936. A 11
Que fue, como sabemos, uno de los últimos poemas del libro publicado.
12 El último poema escrito para Pi Erre Dos está fechado el día 18 de mayo, y el primer poema del segundo manuscrito de Va y Ven, el 22 de ese mismo mes.
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ello se refiere Jacinto Fombona Pachano cuando desde la ciudad de Washington le escribe el 20 de noviembre de ese año, para darle acuse de recibo de Va y Ven: Tu libro ha venido a revelarme, en su profunda realización, uno de los factores esenciales que del lado de la técnica entran en el arte nuevo: trabajo, lo cual quiere decir paciencia y tenacidad –y esto es secreto tuyo y mío, porque tanto tú como yo sabemos cómo se fue elaborando ese libro excelente–. Qué distancia ¿verdad? de aquel Luis Fernando de 1934 a este de 1936. Dos años de poemas hechos, rehechos, y después deshechos, con honradez, con amor desinteresado e inconforme, debían dar su fruto. Y allí está: es “Va y ven”, pleno y seguro, valga la paradoja. Sin embargo, nadie supondría, en uno de esos fluidos y hondos poemas, el proceso de dolor –pala y piqueta de minero– que agilitó músculos de alma y templó nervios del subconsciente.
Esta carta emocionada de Fombona Pachano a Álvarez muestra la sincera admiración por el logro del amigo y la expresa con conocimiento de causa porque no solo leyó los dos manuscritos de Va y Ven sino que corrigió el primero13; y seguramente recordó aquella edición de la página literaria de La Esfera, del domingo 17 de diciembre de 1933, fecha de presentación “oficial”, partida de nacimiento, del Álvarez “vanguardista”, el de la Nueva Poesía. Estuvo ese número de “Domingos Literarios de La Esfera” dedicado casi por completo a la poesía de Álvarez. Ocho 13 El manuscrito tuvo siete secciones y de ellas cinco estuvieron dedicadas. Me parece interesante referirme a esto para ampliar algo más el círculo de afinidades de Álvarez en sus comienzos como escritor: “Giros” fue dedicada a Israel Peña; “Arribo”, a Julio Morales Lara (quizás su más cercano amigo después de Queremel y Tovar Pérez); “Sí”, a Paulo García Pérez; “Horas”, a Jacinto Fombona Pachano; y “Humo”, a Reinaldo Tovar Pérez.
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poemas de ese primer manuscrito junto a una nota de presentación (sin firma) y una fotografía del poeta ocuparon tres cuartas partes de las columnas de la página bajo el título “Del libro Va y Ven de Luis Fernando Álvarez”. Estos poemas fueron: “A distancia”, “Capacidad”, “Lo mismo”, “Infancia”14, “Cepo”15, “Perfección”, “Pasado mañana” e “Infinito”. Si bien el lenguaje todavía no está a la altura de los libros que publicará en 1940, estos poemas no dejan de ser importantísimos para comprender de una buena vez la poesía de Álvarez. Son poemas que expresan fundamentalmente, como de hecho es el problema que expresaron los dos manuscritos de Va y Ven, una reflexión continua, incesante, en torno a la consecución de una poética. Este poemario, y con ello me refiero a toda esa etapa primaria de la obra poética de Álvarez, a todo ese desarrollo de “pala y piquete de minero” como precisa Fombona Pachano, da cuenta de un afán vital por alcanzar un grado de elevación y de iniciación espiritual que conlleve como resultado el dominio de un lenguaje único, nuevo y a la vez de muy honda humanidad. El tema allí es el poeta como sujeto de exploración que acude al enfrentamiento de su vida para en ella encontrar las herramientas de su evolución. Y lo hace con un lenguaje todavía algo torpe en su hermetismo, filtrado en un crudo y ecléctico tamiz de 14
Los poemas “Infancia” y “Lo mismo” están sin título en el manuscrito.
15 “Cepo” es una verdadera rareza en la poesía de Álvarez, comenzando por su nombre. En el manuscrito aparece con el de “Sinfonía en sapo mayor” y una nota a puño y letra de Fombona Pachano inquiriendo “¿Por qué?”. Pienso que a raíz de esa observación el poeta pudo haber cambiado el título considerando la función depredadora de este anfibio en el poema –el sapo en su cieno, de un salto va acabando con las alas de los insectos, va acabando con un símbolo de la elevación–. Así, quedó descartada la relevancia del sentido musical que expresaba el primer título, con el que se evidenciaba un humilde y crítico consuelo: el lenguaje del poeta que, como un eco del simbolismo baudeleriano, se asimila al croar del sapo. Por otra parte, este poema, me parece, podría leerse en el mismo ámbito del poema de la cigarra (que todavía no estaba escrito), pero con un signo dramáticamente inverso.
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elementos: entre la sencillez de una espontaneidad cercana a lo conversacional, la voluntad metafórica de aliento vanguardista (que luego negará) y el rudimento simbólico y hasta alegórico tomado libremente de la masonería, a raíz de sus primeros escarceos con la teosofía de H. P. Blavatsky. Creo que en esto último está la clave para entender la preocupación que después tendrá Álvarez por el tema de la muerte, todavía inexistente en los borradores que llegan hasta el año 34 (recordemos que Va y Ven se publicó en el 36). En esta etapa el énfasis recae en el “anhelo”, término de más arraigo en su lenguaje de esta época junto a la palabra “entraña” –símbolo de un fuero interno–, por alcanzar un grado espiritual de más elevación. Son poemas que parecen anotaciones en el cuaderno de un recién iniciado: las de un peatón que apenas sabe escribir, pero que atormentado por las cosas de la poesía, de pronto, en el umbral de un templo, comienza, no a sentir verdades sino a razonarlas en un imperioso deseo por aproximarse cada vez más a ellas. Son estos poemas la primera exploración de un sujeto que apuesta por su ser y con ello comienza a atisbar para su palabra –y su vida– un destino metafísico que ya no habrá de abandonar. Poemas como “Perfección” y “Pasado mañana” dan clara cuenta de ello. Cito este último: Sé que algún día serán más diestras las pupilas, los oídos más afinados, más largos los brazos para colocar nuestros espíritus a más de doce mil metros de altura… ¡Yo sé que bastará un QUIERO para que la escala no se rompa roída por la sal de nuestras gargantas!
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¡Para entonces las risas estarán enterradas en un sonido de conchas de caracoles, y ciertas lenguas andarán renqueando en busca de las cuevas de lagartijas! El “no comprendo” estará abolido como un paseo en litera, y a los pórticos de los otros nuevos ponientes vendrán otros hombres a sentarse a sonreír sobre nuestras minúsculas… ¡Llegarán con el alba pupilas en éxtasis, lavadas en las cisternas de una ausencia de carne, para asombrarse en las nuevas ciudades talladas en metafísica donde todo será cátedra de diástoles y sístoles! El número siete rotulará la hora del comienzo de lo que será la última cúpula del edificio… ¡Un rumor de hélices de espíritu bruñirá las frentes custodiadas de nimbos y sellará con su signo cabalístico las nuevas entrañas preparadas para los anhelos cumplidos! ¡Será el triunfo del vértice y del símbolo en este día futuro, festejado del nuevo principio! ¡EL RUMBO HACIA EL TÉRMINO!
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Aquí son evidentes las referencias a la masonería y a la cábala, usadas como símbolos poéticos para desentrañar la apuesta –el anhelo– por un tiempo nuevo de poesía en la urbe del ser (y por qué no, también en esa urbe democrática presentida), donde “ciertas lenguas –para referirse a aquella poesía sentimental y social que ya le era adversa– andarán renqueando en busca de las cuevas de lagartijas”: “el número siete”, el número venerable; “la última cúpula del edificio”, el templo (¿interior?); y “el triunfo del vértice y del símbolo” para aludir probablemente a la escuadra masónica. Otros símbolos masónicos también son muy claros en los otros poemas: el compás y la escalera. En el poema “Lo mismo”, vemos cómo el compás cobra valor en la configuración y medida del destino: “¡Una punta del compás toca la nube/ la otra taladra la entraña:/ 180 grados de infinito/ y en el tornillo del centro el alma!”. La escalera, quizás el símbolo más usado en esta etapa, es el instrumento con el cual sus aspiraciones metafísicas cobran un sentido de movilidad, de cambio y transformación: son las gradas hacia la elevación del altar. Esta representa el trabajo del peldaño sucesivo con el que se realiza el ascenso de ida y vuelta al cielo y a la entraña; el va y el ven en la comunicación con lo que poco a poco en su obra se irá definiendo como trasmundo. En “Infancia” la escalera está allí, en principio, como mecanismo, no para subir sino para bajar a la esencia del ser, a la entraña, un descenso que lo lleva a su adolescencia y a su infancia, pero que en sí se resuelve como ascenso al conducir a la substancia de una otredad, de otra(s) vida(s) y de posibles reencarnaciones. “Aquí estoy, en la muerte de mis lirios/ descendiendo tus peldaños más y más hacia los sótanos/ donde están los vinos rotulados 1920…/ (…) Invertida ascensión de mi YO hacia el frasco de mi antigua esencia/ (…) Invertida ascensión de mi YO hacia mi nube”. De estos poemas que comentamos, el poema “Infinito” tal vez sea el que denote junto a “Cepo” un momento de perplejidad, y para referirse a ello en los poemas se hace alusión a “peldaños” imposibles: En uno se nos dice: “¿Y estos rumbos de espíritu y vuelos de cerebro/ quedarán en parálisis dentro de la corteza/ de unos peldaños caídos/
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de un NO PUDE cortante y girante/ como un molino de mil aspas destrozando anhelos?...”; en el otro leemos lo siguiente: “Cuánto duele en el alma trabada en tétanos de no amplitudes/ el roce de un rayo de luna…/ Cómo viene una nota musical a decirnos/ lo que pudo haber sido un peldaño…”. El símbolo de la escalera está mencionado de manera directa en el poema “A distancia”, el poema que abre la selección que hemos estado comentando y en el cual se intenta expresar la imagen de la escalera como una herramienta entre lo mundano y lo metafísico, lo material y lo espiritual. Este quizás sea el poema menos logrado de la selección, cosa que, por lo demás, la crítica voraz de aquellos años aprovechó para hacer de las suyas16. Como los otros símbolos a los que aquí hemos aludido, este desaparecerá del lenguaje poético de Álvarez ya en el segundo manuscrito de Va y Ven, aunque todavía se encuentre con otra valoración en Pi Erre Dos. En este sentido, la diferencia entre uno y otro poemario es notable. Son trabajos de una misma época, pero Álvarez supo apuntar sus diferencias con los subtítulos que colocó en cada uno: “(Poemas comunicativos)”, así, entre paréntesis, a Va y Ven, y “(Poemas no comunicativos)” a Pi Erre Dos. Uno estaba relacionado más con la posibilidad de ir y venir por lo metafísico; el otro simplemente giraba o se expandía más, como una onda en el agua (esa es una de las metáforas 16 En este poema, que de hecho es el único de la selección que no aparece en ninguno de los manuscritos (el manuscrito de 1933 tiene varias páginas arrancadas), el poeta tuvo la riesgosa idea de comparar, sin lograr la síntesis de la imagen, el símbolo de la escalera con una muleta. Y, entre otros, nada más y nada menos que Leoncio Martínez, el popular Leo, le jugó una mala pasada a Álvarez en el mismo periódico La Esfera, publicando una caricatura en la primera página de la edición del 21 de diciembre, donde un aterrado torero saltaba a una escalara para huir en plena lidia de un toro enfurecido. Esto dio paso a otras ilustraciones posteriores y demás comentarios de aquellos que defendían la poesía “lógica” del sentimiento y de lo social. Ya era mucho pedir en aquel entonces una aproximación comprensiva de esa poética de riesgo en la que se aventuró, tanteando, Luis Fernando Álvarez.
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del libro), por el círculo de lo cotidiano y de la materia17; uno tendía hacia lo abierto de lo infinito, el otro hacia lo cerrado de la unidad. El camino que le quedará a Álvarez, después de estos primeros trabajos, será el de una madurez tan intensa como intempestiva. En una suerte de epifanía surgida de una profunda crisis existencial, su verdadera y definitiva voz, ese preciso y puntual “anhelo” de sus poemas iniciales cobrará todo su volumen. Esto sucede en algún momento entre finales de 1935 y mediados de 1936, y luego se intensificará a partir de julio de 1937, pero no podemos llegar ahí todavía sin comentar primero la madurez teórica alcanzada por Álvarez en esta segunda etapa, porque este será el instrumento con el cual podrá hacer frente, poéticamente, a las vicisitudes por venir. Ese periodo de aprendizaje que va ajustándose desde su encuentro con Queremel en el año 32 culmina con sendos artículos que Luis Fernando Álvarez publica entre finales de 1934 y comienzos del 35, en estos expresa de manera sistemática toda su poética. Son cinco en total: “Cifras para un diagnóstico de la poesía nueva” lo publica en Billiken el 1° de septiembre y luego en El Universal, el día 10 de octubre; los otros los publica en la revista Elite: “Nueva Poesía”, el día 8 de octubre, y “Tres comentarios a la Nueva Poesía”, que se publica en tres partes, el 29 de diciembre de 1934, el 5 y el 12 de enero de 1935. En estos, Álvarez resuelve de manera ecléctica las ideas sobre la poesía pura, traídas de España por Queremel y las nociones metafísicas de las lecturas teosóficas que por lo menos desde el año 26 ya venía estudiando, pero sin ninguna concertación con lo poético. Es posible que otro punto de contacto con Queremel haya sido precisamente el tema de la metafísica, más cuando un poeta como Antonio Machado, reverenciado por ambos, ya tenía tiempo explorando cosas sobre la reencarnación y no era ningún secreto su filiación masónica. Y creo que es con Machado, específicamente con las 17 Aquí es interesante ver cómo lo esencial en el pensamiento poético de Álvarez se mantiene y se desarrolla de 1934, fecha del manuscrito de Pi Erre Dos, a 1939, fecha del manuscrito del poema “Círculo de la materia” (que luego se publica, dedicado a Humberto Díaz Casanueva, en la revista Viernes, en mayo de 1940).
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lecturas del “Arte poética” de Juan de Mairena (recordemos tan solo la fecha de la ofrenda escrita en una de las páginas de cortesía de las Poesías completas: 30 de marzo de 1928), que Álvarez da sus primeros pasos en el mundo de la metafísica con vistas a la realización de una futura poética. Para entonces, ya Álvarez estaba al tanto de las enseñanzas de H. P. Blavatsky, la fundadora de la Sociedad Teosófica, a quien seguiría, seguramente también, por medio de la influencia de Machado. Un hecho muy puntual se suma a esto. Por aquel año de 1926, Álvarez, que tiene tiempo trabajando en el ramo del comercio, inicia su propia firma comercial, una fábrica de tejidos ubicada en el N° 52 entre Mirador y Esmeralda. Esta fue una experiencia de casi cinco años, que sin duda le sirvió para entrar en contacto, de manera más permanente, con la Sociedad Teosófica de Venezuela (que había sido fundada en 1908, entre otros, por Rafael Villavicencio), cuya sede tenía tiempo ubicada en el N° 38 entre Canónigos y Esperanza, es decir, a cinco cuadras en la misma calle que conducía a su trabajo, en la parroquia La Candelaria. Prueba de estos acercamientos pueden ser los ejemplares de El Teósofo, la revista de esta Sociedad que quedaron en su biblioteca y cuyos números llegan hasta el mes de julio del año 3118.
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Los ejemplares encontrados en la biblioteca de Luis Fernando Álvarez son los siguientes: 1. Dharma (Segunda época). Caracas, Años III y IV. Enero-abril, 1916. 2. El Teósofo (Tercera época de Dharma). Caracas, N° 1. Julio, 1925; N° 2. Octubre, 1925; N° 3. Enero, 1926; N°4, 1926; N° 5, 1926; N°6, 1926; N° 7, 1927; N° 8, Abril 1927; N° 9-10, julio-octubre, 1927; N° 13-14-15-1617, (julio-octubre, 1928 y enero, abril, julio, 1929); N° 22-23-24-25, (octubre, 1930 y enero, abril, julio, 1931).
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En los artículos, Luis Fernando Álvarez aborda orgánicamente tres aspectos: el concepto de la poesía metafísica, la naturaleza del nuevo lector y las características del nuevo poema (acá nos referiremos solo al primer aspecto). En el primero de los “Tres comentarios a la Nueva Poesía” define categoricamente la forma y el sentido de este concepto, la Nueva Poesía “es envase y a la vez contenido de la metafísica”. Al tiempo que reflexiona por su necesidad: “¿Por qué no ha de ser la poesía metafísica elemento de una nueva percepción, síntoma de un órgano nuevo, superficie para realizar ensayos, los que a la vez llevarán al hombre a efectuar nuevas experiencias?”. La dificultad de esta perspectiva quizás radica en la generalidad de su resultado, al cual también podría llegarse empleando otros abordajes. No obstante, es en la indeterminación de lo general donde se asienta el propósito de Álvarez por sistematizar a fondo su poética. Con sus artículos, estaba precisando, si no una poesía por venir en su calendario espiritual, una propuesta de lectura, una razonada fórmula para comprenderla, bien tuviera esta otras posibilidades hermeneúticas. ¿Cómo operaría entonces esto en la vivencia creativa de un poema cuya forma y fondo proceden de la experiencia metafísica? Lo que se hace más evidente en estos artículos es el fenómeno de la contemplación. A partir de allí, Álvarez fundamenta todo el sistema de su pensamiento poético, adaptando a sus fines lo que en principio es doctrina gnóstica. Hojeando, para no ir muy lejos, los números de El Teósofo, encontramos un concepto muy simple de contemplación (o meditación) con el cual podemos apreciar el modo en que estos artículos se sostienen, en el N° 8 de abril de 1927, en el artículo títulado “La contemplación”, leemos lo siguiente: La verdadera meditación consiste en el “razonamiento de lo conocido a lo desconocido” Lo “conocido” es mundo fenomenal, reconocible por medio de nuestros cinco sentidos. Y cuanto vemos, en este mundo manifestado son los efectos, cuyas causas debemos buscar en el mundo noumenal, inmanifestado, “desconocido”, por medio de la meditación, esto es, por medio de la continua atención consagrada al asunto.
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En “Cifras para un diagnóstico de la poesía nueva”, Álvarez vuelca este concepto al campo de la poesía: Desligado del movimiento pautado, de la descripción del sempiterno semblante del paisaje emocional, el poema fija su residencia en ese límite exacto entre lo previsto y lo existente objetivo; entre lo ciertamente ocurrido y esa perforación quedada en letra, aire o espíritu del hecho en sí, que, dejando de ser, permanece moldeado sobre una epidermis sensorial, de la cual nadie hizo caso antes. Descripción delicada por arriesgada en el acierto de ese estado nuestro –estado de gracia poético– y ese “otro” estado, vigente en el trasmundo, del otro yo, doble quedado en el disfrute de una emoción gustada, que nos va dictando la destilación del momento esencial de que fuimos desposeídos. (…) Crece el poema en lo incorpóreo, desasido de lo físico, nutriéndose en lo astral absoluto.
Lo que en la tradición racionalista es la realidad última, esa realidad metafísica, y que para la teosofía sigue siendo el noúmeno, en el lenguaje teórico de Álvarez, será esa “perforación (…) del hecho en sí”, esa “destilación del momento esencial”, un “astral absoluto”; “lo sospechado por revelar”, la “oculta presencia”; y esto en su poesía, sobre todo en su poesía de la tercera etapa (1937-1940) como en gran parte de la poesía “vanguardista”, hasta mediados del 40, se llamó “Ausencia”. Recordemos las primeras estrofas, por ejemplo, de los poemas “Oculta residencia” y “Ausencia”, de Va y Ven: “Con tu ausencia/ realizo en mi silencio/ la escultura de tu presencia”; “La blanca llama del nardo/ ardía dentro del espejo./ ¿En qué fondo de mi vida/ arde, perenne,
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su cuerpo?”. No pocos poemas, y hasta poemarios, de esta época se forjaron a partir de este término y de su contraparte, la “Presencia”, que así como “Tránsito” y “Escala” se hicieron comunes y hasta se volvieron retóricos19. El mecanismo espiritual de esta propuesta teórica de Álvarez y que sirvió, en un primer momento, de guía o de coincidencia poética para varios de los integrantes del grupo Viernes, supone la existencia de otro yo, ese “hombre interno” de la teosofía, que en el trasmundo se mantiene operando en la plenitud de la percepción, pasada o prevista. La tarea del poeta consiste en establecer comunicación con ese “doble” para recibir de él “la destilación del momento esencial del que fuimos desposeídos”. Aquí Álvarez insiste en el hecho de que la poesía, la Nueva Poesía, emana de la causa, no es efecto como ocurre, para él, con la poesía tradicional, sino que se da desde la esencia recogida, comunicada, en una “epidermis sensorial”, “vigente en el trasmundo”. Esto implica un “estado de gracia” (ajeno por completo a la “inspiración”) que, como en la disciplina de la contemplación, ese “quietismo íntegro” que él menciona en el poema 2 de Portafolio, potencia el ir y venir de lo material a lo astral, donde el poeta fijará “la residencia del poema”. Así, su poesía, como el título de uno de sus poemas, será una “comarca de meditación”. Con esto, el poeta se vuelve entonces en una suerte de flâneur, “sin alma fija” (tal como reza en varios de sus poemas), pero un flâneur comprometido con “el anhelo inexpresable –a decir de la teosofía– ‘hacia el infinito’”. 19 El uso de estas palabras llegó a convertirse en determinado momento en fórmula poética. Rafael Olivares Figueroa se refiere a ello en una nota titulada “Demasiados poetas”, publicada en la página literaria de Ahora a mediados del 45: “Ahora se insiste sobre la Angustia, como hace unos años se hacía con la palabra Ausencia”. Hacía referencia, por un lado, al sustantivo fundamental de la poesía existencialista, y por otro, a uno de los sustantivos que, quizás con más claridad, definió la poesía metafísica. En esta nota alude a un vacío vital en gran parte de la producción poética que comienza a observar en aquel entonces, una poesía a la cual le reclama (y ya ello es en sí otro tema y otro problema) “algo que es esencial: Su Fe de Vida: voz propia, estilo propio”.
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Todo lo dicho por Álvarez en estos trabajos se resume en la doctrina de la filosofía esotérica, obviamente referida a la contemplación, según la cual, “cuanto vemos, en este mundo manifestado son los efectos, cuyas causas debemos buscar en el mundo noumenal, inmanifestado”; lo que apunta hacia una forma de dharma, un deber concertar con “ese otro manantial que es la Cósmica poesía…”20. Lograr ello es poder alcanzar en el poema el estado de “Bello increado y de lo Increado embellecido”, tal como afirma al final de “Cifras para un diagnóstico de la poesía nueva”. Y esto se sostiene finalmente con base en otra valoración, lograr aquello es por demás la manera cómo el poeta puede realizar su función más humana. En el último de sus “Tres comentarios a la Nueva Poesía” lo plantea así: El poeta debe dedicar íntegra su realidad poética, su vitalidad metafísica, en evitar que los hombres olviden el sentido de lo bello, origen y función de ética y estética. Entre los cataclismos humanos él permanecerá sereno, consciente de su verdad, absorto en su alto empleo: descubrir belleza, señalarla –aun en lo que más le duela– hacerla comprender y amar.
Y concluía ligando toda la metafísica de esta teoría con una polémica declaración en torno al alcance social de su poética, una declaración de principios con la cual ya se desmarcaba por completo de la otra poesía: “Su labor social, su aporte al progreso, se realiza precisamente en esa actitud indiferente a todo aquello que no sea origen o tendencia de una mayor gloria de la Belleza”.
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El énfasis es de Álvarez.
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Después de la publicación de esta serie de artículos que, como ya se dijo, van de septiembre del 34 a enero del 35, Álvarez, en el diario Ahora, publica uno más el 25 de octubre de 1936, “Voz y voto a la nueva poesía”, título que es subsidiario de aquellos tiempos de reformas sociales y políticas en los que estaba inmersa la formación de su poética. En este trabajo no hace otra cosa que situar al “poeta ‘nuevo’”, y concretamente al “poeta metafísico”, en el contexto latinoamericano. Con este artículo Álvarez cierra definitivamente esta etapa de penetración en la Nueva Poesía, que, como ya dijimos también en páginas anteriores, va de 1932 a 1936, para luego desarrollarla en todas sus consecuencias. Ya ha publicado Va y Ven y ya las reuniones del grupo Viernes están en pleno curso. Reuniones que sin un propósito claro se iniciaron en mayo, coincidencialmente con una versión más del poema “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra”, publicada en el diario Unidad Nacional, a inicios de ese mes. De allí en adelante comenzarán las profundidades del otro Álvarez, hasta que el rumbo tomado por su lenguaje alcance la cumbre de Soledad contigo, poemario que coincidirá en muchos aspectos (menos en el de la promoción y difusión en Latinoamérica) con Muerte sin fin, de José Gorostiza. Ambos poemarios fueron escritos en 1938, el primero en cinco meses21; el segundo en seis, según Silvia Pappe en su trabajo “Al mar de uno 21 Me refiero en concreto a la escritura de los versos de esos diez poemas que conforman toda la unidad lírica de Soledad contigo, el cual es en sí mismo un solo y vasto poema dividido en partes. Estos poemas fueron publicados en el libro con las fechas de su terminación. Era evidente con ello, una lectura que ya el poemario postulaba: ese dejar traza de todo el recorrido de la experiencia metafísica, ya que el orden que tuvieron los poemas en el libro correspondió al orden de la escritura de cada uno de estos. Los poemas en prosa que cierran el poemario, a juzgar por el primero de los cuatro, tuvieron otras fechas: este fue escrito en agosto de 1937 y se publicó el día 15 de ese mes en El Universal, con el título de “Acto sensacional del trapecista arriesgado”. Igual sucedió, como ya fue planteado en la “Presentación” de este libro, con el poema “Cita demorada”, el último de Soledad contigo, y el único en todo el
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mismo, gotas de poesía”. Ambos penetraron, reconcentradamente, en las regiones de la meditación para indagar sus objetos: el amor en uno, la inteligencia en el otro. Con ambos, aquel álgebra del que hablaba Torres Bodet vertió quizás sus principalísimas variaciones: en uno el lenguaje se desplaza a través de la mirada metafísica, en el otro a través de la mirada propiamente fenomenológica. En ambos el sentido del derrumbamiento del ser, la disolución casi órfica en lo ininteligible, en lo inefable, se resuelve, sin fetichismo, en pura belleza. Creo, no obstante, que los poemas más acordes con el pensamiento poético de Álvarez –sus poéticas–, considerando los que forman ese tríptico fundamental publicado a inicios del 40, están en Va y Ven, libro medular porque fue la consecución natural de este hondo proceso de reflexión teórica que acompañó su escritura. “Plenitud”, “Resol”, “Confusa realidad”, “Inter”, “Trance”, “Síntesis” y “Muerte” son poemas esenciales que dan cuenta de esta poética que se arriesga en lo metafísico. Quizás no sean los poemas más hermosos de este libro, si se me permite este calificativo, si por ello fuera tendríamos que mencionar necesariamente, a mi juicio, poemas como “Oculta residencia” y “Ausencia”; pero la sencillez y lucidez de la compleja metafísica que describen los hace únicos en la poesía venezolana. El tema en estos es el ser en el pleno ejercicio de la contemplación, en estos solo persiste la representación de la voz en soledad, voz de un sujeto poético que, consigo mismo, hace frente, como por primera vez, al mundo de lo increado, a la vastedad de sus resonancias. Otros poemas: “Suma y resta –en mí– de su presencia”, “Tránsito en el sueño”, “Al sur de los espacios”, “Ida y vuelta al final de unos ojos” son poemas de fábula, poemas que podrían leerse en clave de delirio y delusión en distintas escalas, junto a los más poemario que no lleva fecha, justamente por no pertenecer a ese ciclo de escritura del año 38. Creo, por otra parte, que este poema es dejado de último porque allí quedaba su registro final, la síntesis de todo el libro (no obstante, su pertenencia a un tiempo distinto de escritura), tal como ya había sucedido con “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra” en Va y Ven.
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crudos y “caóticos” –para usar el calificativo acuñado por Vicente Gerbasi22– como son: “Territorio del sueño” y “Tránsito en la muerte”, donde ya Álvarez está modulando lo que vendrá más adelante, sobre todo en Portafolio del navío desmantelado. Pero, más allá de estas apreciaciones, en esos poemas lo que se sale de las páginas es la experimentación, la virtud poemática de quien tiene un nuevo instrumento en sus manos y con el cual ha aprendido a realizar maravillas, y por el goce de la experiencia se vuelca de lleno a conocer sus límites, metafísicos límites. El mítico y proverbial “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra” es el saldo de este libro, su verdadera suma y resta. Con este poema Álvarez no solo logró graduar todos los elementos de su lenguaje y de su poética, sino que estuvo a punto de torcer el rumbo de su poesía, por eso lo dejó de último en el libro (y por eso lo trabajó incesantemente). El camino que no siguió aquí Álvarez (la maravillada visión ante la mágia de la naturaleza) lo emprendió y lo superó Gerbasi con esa joya elemental de la poesía venezolana como lo fue Los espacios cálidos, y de allí, de sus tardes y amaneceres, saldrían, entre otros, Ramón Palomares y Eugenio Montejo. 4 En un artículo sobre Soledad contigo, publicado en Aproximaciones al canon de la poesía venezolana, dejé abierta una pregunta que encerraba, para mí, una sospechada clave para abordar, al menos esa era mi intuición, la poesía de Álvarez desde otro ángulo, un ángulo más íntimo y por lo tanto biográfico. Permítaseme citar el final de ese trabajo: 22 En “Luis Fernando Álvarez y su Caos en la muerte”, una conferencia que lee en la Asociación de Escritores de Venezuela el 4 de febrero de 1940, y que luego publica en la Revista Nacional de Cultura, en abril de ese mismo año. Este artículo luego es ampliado y desarrollado en su libro, Creación y símbolo, publicado en 1942.
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¿Y Eldaa? ¿Qué misteriosa mujer fue esta, que siempre llega hasta nosotros por la dedicatoria que le brindó Álvarez en Portafolio del navío desmantelado? ¿Habrá sido su muerte, más allá de los románticos alemanes, o de Valéry y su Cementerio marino, o de esas “lecturas teosóficas” que menciona Gerbasi, la verdadera desencadenante de ese tríptico que fue Soledad contigo? Una crónica sobre el grupo Viernes nos da noticias de ella: nos habla de una “presencia de penumbra, cuyo hálito de vida y muerte quedó vibrando, estoque en carne viva, en la raíz del grupo.” ¿Habrá sido ella la que ocupó la soledad en la hermosa introducción de Queremel a Soledad contigo?
Hoy me atrevo a decir que sí, a pesar de lo poco que he logrado saber sobre ella. Se llamó Elda Carrizo, la “amada”, tal como aún hoy recuerdan las hijas del poeta a una joven de la que él, como la Guiomar de Machado, estuvo idealmente enamorado. Elda Carrizo, casada, oriunda de Maracaibo, fallecida en Caracas, en su casa de la parroquia San Agustín, a causa de una tuberculosis intestinal, el día 21 de julio de 1937, a los veintitrés años de edad. Ella es la Eldaa de la dedicatoria a Portafolio del navío desmantelado, la Elda del poema “Elegía a Reinaldo Tovar Pérez”, publicado en 1948: “Miro a tu lado a Elda. Con ella a Queremel./ Conmigo está Gustavo con sus cantos,/ junto a Lerzundi, hidalgo, seguro de su rango:/ ¡Célula primitiva de “Viernes”! ¡Mayo del 36!”. Ella es el tema de un breve ensayo titulado “La musa”, publicado, con foto incluida, el día 22 de mayo de 1941 en el diario Crítica, en la columna femenina “Ella que pasa” (a cargo de María Eugenia, seudónimo que aún no he logrado saber a quién pertenecía). Allí se compara a “Eldaa” con Ana Cecilia Luisa Dailliez, la que inspiró, como sabemos, La amada inmóvil, de Amado Nervo. La nota dice: “Es Eldaa, fundadora del ‘Grupo Viernes’, cuya figura vemos surgir todavía como una divina claridad en el recuerdo de sus compañeros. Como un halo triste de luna en el libro de poemas ‘Soledad Contigo’”. La columna reproduce el tercer poema de este libro, que es en sí lo que sustenta toda la exposición. En
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una carta de Álvarez al poeta argentino Marcos Fingerit, fechada el 20 de octubre de 1938, este alude, sin duda, a Elda, esa “ella” de la que habla Queremel en el prólogo-poema a Soledad contigo23. La carta, entre otras cosas, es un documento valioso para la historia del grupo Viernes, por eso aprovecho para citar un párrafo extenso, donde, además de esa presencia/ausencia de Elda que advierto en sus palabras, hay un reconocimiento a la labor que Viernes estaba cumpliendo en aquel entonces. El grupo que yo fundé hace tres años (sic), la peña “Viernes”, acoge casi a diario su eficaz labor de mantener en alto la dignidad que nosotros concedemos al verdadero arte poético. Sabrá usted que la página de Venegas Filardo, en El Universal, es el reflejo de este grupo, el cual está constituido por Angel Miguel Queremel, Otto D’Sola, Vicente Gerbasi, R. Olivares Figueroa, Pablo Rojas Guardia, Oscar Rojas Jiménez, José Ramón Heredia, el propio Pascual Venegas Filardo, y naturalmente quien le escribe. Actualmente edita Queremel su Santo y Seña, como edición peña “Viernes”. Yo estoy por editar mi infortunado “Portafolio del navío desmantelado”, y “Soledad contigo”, libro este último producto de un grave trance espiritual padecido en estos últimos tiempos. Ya tendrá ocasión de recibir ese bagaje. Mi poética ha ido enfilando cierta forma menos intelectualista, más emocional, y quizás un poco mística, no sé si por transformación lógica de madurez, o por ese trance a que antes me he referido. En este respecto ignoro si usted tuvo ocasión de ver en El Universal mi último poema, tomado de Soledad contigo, con un acendrado acento elegíaco. Todavía no sé si gano o pierdo, poéticamente hablando. Su opinión me será muy valiosa. 23 En Santo y Seña, Queremel también la nombra. Este libro es publicado un año antes que el tríptico de “Soledad contigo”, pero la fecha de su prólogo y la fecha de la dedicatoria en Santo y Seña son las mismas: 1938. Toda la dedicatoria reza así: “A nuestra ‘Peña Grupo Viernes’. Con Luis Fernando Álvarez, Reinaldo Tovar; Elda (ausente); Luis Erzundi (sic), conmigo, fundadores”. Y en párrafo aparte menciona a los demás miembros del grupo.
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El poema al que hace referencia Álvarez es justamente el tercer poema de Soledad contigo, que había sido publicado en El Universal, el día 24 de julio de ese año 38. El poema a su vez estaba fechado el día 20 de julio de ese mismo año, es decir, un día antes de cumplirse el primer año del fallecimiento de Elda Carrizo. Trato de demostrar con estos datos, no el simple hecho de una inspiración poética, sino el cambio y la profundización que se operó en la poesía de Álvarez a raíz del fallecimiento de esta mujer. Si bien la muerte ya estaba presente en Va y Ven, esta respondía, como el mismo Álvarez lo señala, más a una actitud “intelectualista” que podríamos entenderla considerando su inmersión en las averiguaciones metafísicas, pero cuando la muerte lo toca de cerca estas “cifras” de su poética se radicalizan. Entra en su vida la experiencia vital y real del duelo que lo acompañará hasta sus últimos días, cuya vivencia continua irá transformando su dimensión metafísica en duración mística. Y creo que tras esto está el tesón de llevar hasta las últimas consecuencias el tema de la muerte y del amor, no como una neurosis o por filiaciones necrofílicas, sino por el deber teosófico de cumplir con un ideal. Las lecturas teosóficas a las que alude Gerbasi en su artículo de la Revista Nacional de Cultura –que fueron, al menos, las de H. P. Blavatsky, A. P. Sinnet, Y. Ramacharaka, y J. Krishnamurti– no eran, para Álvarez, una mera curiosidad filosófica, eran una instrumentación de vida, que al principio fue creación de un lenguaje y un mundo poéticos cristalizados en esos poemas magníficos de Va y Ven, y que luego, en su obra posterior, se transformaron en testimonio vívido de ese mundo y de ese lenguaje. Podríamos decir en este sentido que en Va y Ven operó lo “previsto” mientras que en los poemarios que conformaron el tríptico operó “lo existente objetivo”. En el primero el sujeto poético se instala en una dimensión del ser donde explora, como un buzo, un mar desconocido; mientras que en los otros libros este sujeto poético va –y aquí el sueño será otra herramienta eficaz– a ese mismo mar a buscar sus tesoros devocionales. Así, nace entonces, creo, su voz elegíaca, su metafísica neorromántica, con lo cual nos deslizamos por el humo de un tiempo y una memoria muy
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específicos; dentro de la convicción –y en la búsqueda luctuosa– del ideal amado, al cumplir con uno de “los peldaños en la meditación” del que hizo entonces una práctica poética: “El despertamiento de la conciencia del corazón; la renuncia en pro del amor del ideal”, como leemos en el N° 7 de El Teósofo, de enero de 1927, en el artículo titulado “La meditación”24. “Todos mis versos se vuelven hacia Ella como girasoles”, dice el poema N° 2 de Vísperas de la muerte. Ya en su artículo “Nueva Poesía” había dicho en 1934: “Por razones puramente personales creo que la Poesía Nueva es situación legislada por corrientes esotéricas”. Estas razones, después de ese “grave trance espiritual” que le confiesa a Fingerit en la carta, se volverán definitivamente místicas. De allí, pienso, surge el título de ese libro que dejó inédito y en formación: Con las manos unidas –y que ya aparece como verso en “Promesa de eternidad”, de Va y Ven, así como en otros poemas–, imagen común del rezo, pero también de la meditación profunda, como las manos de Buda. De allí, también las citas bíblicas que se intensifican en sus últimos poemas y el ascenso/descenso, verticalísimo, por las zonas –amadas– del trasmundo. Y algo más. Si bien me parece que el tema del amor se vuelca hacia la única ausencia posible, cuyo referente, imagen de la destilada esencia, será aquella Eldaa o Elda a través de los años: ese “Aún mantengo el humo de quererte; el espejo de verte; el silencio de hablarte;/ el camino de no encontrarte nunca; y el anillo de salmodiar sobre tu nombre”, del poema N° 6 de Soledad contigo, que muchos años después, entre las calles de Tegucigalpa, se transformará en “oscuridad de no tenerte”, en el borrador de su último poema (cuando ya vive acosado por su enfermedad). Si bien, digo, este amor trasluce desde Ella todo el mecanismo de su lenguaje –el humo y lo volátil, las sombras y las sienes, la soledad y el silencio (el “mudo silencio”, así, crudo y brutal en su deliberado pleonasmo)– el tema de la muerte, con todas las figuras de la descomposición, en rigor, comienza a gestarse a raíz del fallecimiento de su hermano Horacio, el “San Horacio” de la 24
Álvarez dejó marcas muy precisas de su lectura en las páginas de este trabajo.
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dedicatoria en Va y Ven. La muerte de su hermano, ya en vísperas de publicar este libro, creo que fue determinante para esto, pero sobre todo el hecho de su larga agonía y de la crisis padecida en sus últimos meses. Siete años estuvo en cama, sufriendo de terribles dolores causados, al parecer, por la misma enfermedad que acabó con la vida de Álvarez (pero en otra época y sin los recursos de los que este sí pudo disponer). Y en consecuencia, ya uno de los últimos poemas de Va y Ven comenzó a trajinarse dentro de aquella poética de lo entendido como “caótico”. El poema, “Territorio del sueño”, dio cuenta de ello; los poemas 26 y 27 de Portafolio, también; además de un poema que quedó publicado en esa tremenda constelación de poemas dispersos en la prensa, titulado “Ex libris”25. No obstante, la impronta de la calavera no fue lo que marcó la poética de Luis Fernando Álvarez, a pesar de la imagen “funeral” que él, más por costumbre, más por lúdica semblanza, cultivaba o dejaba cultivar26. Fue algo más inaprensible. Me atrevo a proponer en todo caso, la imagen del loto, flor de loto de humo en el espejo de la escritura, como en cierta forma lo dejó entrever tempranamente en su poema “Ausencia”. Nuevamente cito su primera estrofa: La blanca llama del nardo ardía dentro del espejo. ¿En qué fondo de mi vida arde, perenne, su cuerpo?
Pausides González EDITOR
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Incluido aquí entre los poemas dispersos.
26 Esta, por ejemplo, aparece en las contracubiertas de sus tres libros publicados en 1940. Véase también la mención que él hace de sí mismo en el poema “Luis Fernando Álvarez”, incluido aquí en la sección de los poemas inéditos.
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Revista Elite, 8 de junio de 1940
ANTOLOGÍA POÉTICA (1940)
Va y Ven (1936)
Voz tuya Entre la quiromancia de los mapas, tu voz, avión tendido hacia mi espíritu, me trae en las bodegas de sus viajes las rayas que definen mi destino. Tu voz, vela doblada hacia mis sueños, –pluma de agua del frescor de tu alma–, vela el lejano párpado entreabierto de ese niño que duerme en tu garganta. Tu voz vuela en la orilla de la copa, entre aliento y licor; asida al ritmo de la espuma, que nace y desfallece; zumo de lo que viaja en tus pupilas. Tu voz canta las coplas de tus piernas; canta las peteneras de tus brazos; y el aullido moruno que atardece en tu cintura, rota en tus andares.
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Tu voz viene del centro de tu pecho, entre cigarros turcos, y puñales, y luces muertas; y almohadones mustios, y gritos de dolor sobre cadáveres. Tu voz sopla en los puertos, creadora de alas y música entre los velámenes, y siembra en los oídos marineros un concierto de infancia o de naufragio. En la noche que empieza, flota el vasto ambiente de tu voz frente a los vasos; entre ciudades ciegas; mares rotos; y selvas de intrincado itinerario. Tu voz, que en el desierto crea la risa, y suicidios engendra en las ciudades, atraviesa mis huesos, como el diente del frío, entre las anchas madrugadas.
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Suma y resta –en mí– de su presencia Era tiempo de fábula y de sueño. La almohada, vientre de reposo y vuelo; y la ventana, abierta frente al alba, trampolín a los ojos, de distancias. La espuma en fiesta de los sentimientos coronaba la voz, salto del pecho. (La manzana declamaba su verde de océano. La nube en primavera, con su licor de cielo, desleía su pañuelo en pozos de astros. El arco iris –viaje de ida y vuelta– traficaba con luces y campanas, y peces de crepúsculos, dorados). Triscaba el corazón entre comparsas de flechadas estrellas. Cierta luna comentaba entre algas siderales el suceso del mar y el poeta.
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En árboles de cielo, un fauno verde ponderaba la gracia de las fuentes. Al paso de unas manos, que al ocaso van en busca de un ángel de recuerdo, se entreabren los mundos, y aparece la mirada de Dios, como un acento. Un signo de mujer, entre los pliegues de la veste del ángel, desparece. La veleta del canto apunta al viento. ¿A dónde mira el girasol del sueño fugado de unos labios entreabiertos? ¿En qué estatua de rumbos y de espera, está el mármol del pecho, ya disuelto y concreto, en perfumes, en el viento? Fallecieron los rieles que apuntaran, en sus pestañas, dirección de vuelos: para la fábula de una vida cierta la araña recogió sus instrumentos. Una clave de sol, interrogante, retuerce sobre el piano su epilepsia. Grumete del navío, la cigarra en el palo mayor iza su canto,
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buscando el puerto en las constelaciones en que hay huellas de rosas y de pájaros. Una estrella, de llanto empalidece en la mejilla de una nube tierna. Náuticas plumas vienen de regreso, salpicadas de espacio, desteñidas por la velocidad de alas en vuelo –turistas en el puerto de su ausencia–. Hilachas de algodones de silencio su relieve amontonan en el tiempo. A brazadas de océanos de mundos va el alma en busca de certeza incierta: en alto y bajo se extravió la estela pero queda la ciencia del recuerdo. Que amor, poema y mar, son la substancia para salirle al paso a la esperanza.
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Ausencia 1 La blanca llama del nardo ardía dentro del espejo. ¿En qué fondo de mi vida arde, perenne, su cuerpo? Su cuerpo, que es el recuerdo de un tiempo actual y ausente, quedado en presencia viva como una cifra en el sueño. ¿En qué fondo de mi vida arde, perenne, su cuerpo? 2 Su vida y mi vida, ejemplo de vida interna y externa.
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Ella, en mí, entre sus nieblas; y yo, sin mi cuerpo, en ella. Tregua de carne al espíritu. Ambos, ceñidos, sin cuerpos. Humo, los dos, de ese fuego que nos abrasa en esencia. Ella, en mí, entre sus nieblas; y yo, sin mi cuerpo, en ella.
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Tránsito en la muerte Oh, los muertos, de rostros fatigados, navegando de espaldas, entre inmóviles aguas, con las manos exhaustas, como durmiendo. Muertos, cuyas uñas moradas y barbas tristes, crecen –oh, todavía– entre hormigas y tinieblas. ¿Habrá muertos iracundos, que naden, desesperados, hacia orillas erguidas, y arañen musgos o maderas podridas, para subirse, de nuevo, a la tierra? ¿Quién oye sus imprecaciones, en esa soledad sin aire y de fieros martilleos de mandíbulas, donde han quedado solos haciendo memoria de la vida? ¿Quién enseña a los muertos? Llegan recién nacidos, sin piernas fuertes, y sin voz; llorando.
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Sin comprender esos nuevos idiomas o mímicas. Débiles y sin armas, forman colas frente a las puertas, donde son vencidos por otros muertos antiguos y robustos avezados a luchar en las tinieblas. Ellos van entre sombras, y astronomías oscuras, con miradas gastadas y rostros verdes, sin números, ni nombres: cohibidos y anónimos; pegados –¿a cuáles paredes?– para no tropezar y caer; sin poder preguntar, porque ya están solos, o porque nadie entiende su lenguaje. Dan aullidos terrestres, sin sonido, como esos gritos sordos que damos en el sueño, que nadie escucha, ni aún nosotros mismos. Sobre sus espaldas desnudas sienten la lengua, fría y viscosa, de la muerte que los lame, como a cachorros suyos. Sienten manos que los empujan sin tocarlos; voces sin resonancia que los insultan; y espíritus invisibles que los ciñen para asfixiarlos, y dejarlos allí, tendidos e inmóviles, donde no les disputen sus puestos en la eternidad.
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Algunos quieren regresar golpeando en las sombras las paredes de la noche; arrastrando muebles, y formando ruido con vajillas, imaginando hacer vida humana. Sus tremendos bramidos de desterrados llegan, en débiles ayes, a veces, hasta nosotros; y sentimos entonces sus carreras sordas de perseguidos –¿por quiénes?– entre laberintos tenebrosos, entre cloacas celestes, donde negros y pestilentes detritus los acechan, para demorarlos en su marcha. A cierta hora en que crujen las maderas vienen hasta nosotros, en las velas que se apagan solas, en las puertas que se abren o cierran solas, en los cuadros, que sin tocarse, se desprenden, y en el aullido nocturno de los perros. Cerramos con miedo nuestros ojos; cerramos nuestros oídos y ventanas; y los dejamos solos y abandonados. Solos, frente a nuestros vestidos y a nuestra tibia cama; solos, frente a nuestras puertas selladas; solos, y tiritando de terror y frío a la intemperie desolada de la muerte.
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Nos deshacemos de ellos como de personas molestas. Tememos a sus ojos desorbitados, como ojos de peces; a sus manos, cuyos huesos rechinan como goznes mohosos; a la paja reseca de sus barbas y cabellos mustios; a sus voces, como emitidas desde el interior de sus armarios. Sin embargo, ellos vienen derrotados y tĂmidos; hambrientos de nuestro calor y nuestra risa; de nuestro poder estar rodeados de lo nuestro, y abrigarnos de cuerpos, y de cosas de alma. Ellos ya nada tienen, ni siquiera la amistad de sus bachacos o raĂces.
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Territorio del sueño 1 Sin puntos cardinales que orienten el espíritu; con liturgias de cábala, o de interior de cielo, o con mágico hallazgo de palimpsesto, veo tu rostro, denso y profundo, como un emblema. Nacen en su centro los tifones del mar Índico, y mueren barcos sin estrellas, fuera de geografías. Descubro en él ese blando deslizamiento hacia un abismo de cuando se camina con los ojos vendados. Siento el peso lento de unos brazos erguidos y abiertos, de mujeres que lloran solas, ya sin lágrimas; de crucifijos, cuya cruz se ha perdido, y ellos siguen clavados –¡oh, por siempre clavados!– en el aire. Anochecen los campos de batalla, y mariposas viudas rondan los moribundos, que recuerdan su infancia.
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Y un grito postrero de hombre que se ahoga se asfixia en la noche, entre el cielo y el mar. 2 Tu perfil en Egipto y aquí. Arden astrologías en hemisferios de nieblas que conservan tu origen, entre páginas donde signos y cifras interpretan tu nombre en la tierra de Mu. De pronto tu perfil –solo y sin tu cuerpo– solo entre nubes negras, que tal vez sean tu traje, se hunde en tierras de gas y sombras, donde los espíritus apartan a codazos el misterio, luchando en las tinieblas entre espesas substancias de almas y astros en ebullición. Y crece con su fuga, como sombra de tu espíritu, proyectada por una luna amarga, de esas lunas podridas establecidas sobre tumbas, que a través de cipreses hacen hebras de caminos para los muertos que cambian a cada instante de rostro y de planeta. 3 Descubro las bocas torcidas de los atormentados; los cilicios de fanáticos flagelantes; y salmodias, y filtros; y un castillo en lo alto. Un lúgubre olor a criptas, evadido de fosos y de torres, viene desde el Medioevo, en ráfagas de grandes membranas;
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ráfagas que hinchan las alas de animales nocturnos, que apagan los cirios que iluminan infolios, y las velas que arden entre manos de moribundos: esas velas que siguen alumbrando detrás de las fronteras de la vida los viajes de ida y vuelta de las almas. Ráfagas como perros que aúllan pisados por el diablo, saltan desde tus ojos, cabriolan sobre escobas en tu rostro; ululan entre el bosque negro de tus cabellos donde cuervos que empollan huevos de tinieblas, huyen –graznando– hacia mi alma, con galope enfurecido de bisontes. 4 Detrás de todas las puertas y columnas; a través de los párpados donde el espacio entrecierra los sueños de los mundos; desde el subocéano, y desde la raíz del árbol que asiste al nacimiento de los minerales y a donde el agua ya comienza a ser agua, me oculto, y veo tu rostro entre constelaciones; tu rostro –INMÓVIL– como una estalactita suspendida sobre los polos de tu vida y mi destino.
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5 Detrás de mis miradas sin ojos; detrás de mi voz, que no te habla; detrás de mis oídos y mis manos que te sienten y tocan sin tú advertirlo, estoy copiando el territorio de tu rostro: tu rostro adicto a un sistema solar de acertijos y dioses; de estancias submarinas, y dinastías perdidas; de pirotecnias, y acróbatas caídos; de ciudades lacustres, y de mujeres sin alma fija que huyen perseguidas por nadie en puertos de intenso tráfico; y de navíos con matrículas de… ¡quién sabe dónde!
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VĂsperas de la muerte (1940)
3 Mi corazón la señala con sus lirios cuando las nubes forman su escultura de bendiciones. La raíz de mi vida todavía la siento en sus entrañas, y mis sueños comenzaron con sus primeras sonrisas. El humo de los incensarios describe las letras de su nombre y hay en sus pupilas un seráfico recuerdo por los ángeles que vio una vez. Todos mis silencios echan sus anclas sobre su recuerdo, y Ella organiza en mis noches el espectáculo de los sueños buenos. Al paso de su nave se perfuman los cauces, y se asoman los peces a sus balcones, atraídos por su música. Sus hombros azules marchan bajo cielos de dolores, dejando haces luminosos, como la cauda de los cometas.
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Yo veo sobre su pecho el itinerario de los astros y la mano de Dios posada sobre su costado sangrante. No puede llorar, porque interrumpe los coros celestes, cuando bajan todos los ĂĄngeles para consolarla. Sus manos reposan su cansancio de bendiciones sobre las vendas que apacientan las heridas. Aunque su frente avanza, fatigada de espinas, con su nimbo de luz festeja las tinieblas. A su dolor ofrece rosas la Madre del Nuevo Testamento, cuando recuerda la tarde en que su fruto pendĂa del ĂĄrbol perdurable.
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8 Fiesta de mis recuerdos, reflejo de mis nubes; culto de mis lirios sin destino. Emoción de mis campos, cuando el sol se convierte en las espigas. Tu vida tiene las espirales de mis músicas, los ecos de mis pensamientos, y el olor de los sueños que te dije en silencio. Tu isla no descubierta maravilló mis ojos de lejanía. Tú existes en el alma de los emigrantes esperanzados, y en la entraña de las madres que llevan la vía láctea hasta el final del mundo, donde está el último hijo. Tienes las santidad de las manos que se tienden a los mendigos. Eres llanto de ola pequeña llorando en el dolor de los ahogados. Posees la gracia de las sonrisas a solas, y en tus manos los panes serían de nuevo espigas.
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Los astros de las noches caben en tus pupilas, y el azul de tu alma se llena de velámenes pausados. En tus labios se detienen mis abejas cuando la tarde duerme entre tus hombros rodeándote del sueño de los pájaros.
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13 Entre lluvias de flores y de alas se fue junto con Ella mi mañana. Rodeaban su cabeza círculos de estrellas y de mariposas, agitando pañuelos, como llamas. Se enterró su cuerpo entre su ida. Ya no tienen pan mis manos, ni mi boca tocará más sus panales, ni mi pecho se florecerá con sus cabellos, donde el viento dejaba su carne de estrellas y de nubes. Creadora del incienso y la plegaria, anillo de mis astros, nombre de ángel, preside el regreso de mis pasos por sus pasos, donde late bajo mis pies el corazón de sus huellas. Y mira, cómo se echa mi espíritu a ulular hacia su ausencia.
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17 ¿Cómo pudo nacer en tus hombros el musgo de mis tristezas desoladas? ¿Cómo pudo caber en la cuenca de tu mano los espacios sin límites de mi alma? Lograste el milagro de colocar un ave en cada ruta del aire, una estrella en cada nube, y en las cenizas de mis ojos tu mirada. Para la tarde de mis proyectos el ángelus tocaba sus campanas. Todo era, como tus ojos, del color de los sueños; lenta la melodía de mis nostalgias, de mis brazos abatidos, de mis sienes laceradas. Un mutismo de nubes blancas, sin el sol de tus tardes. Un blando batir de rezos, como alas.
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Sobre el lecho de esa tarde de proyectos se me estaba muriendo el alma sin tu alma.
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18 Traían tus pupilas los dolores de mis tardes, y el alma de los pájaros que no cantaron nunca tu infortunio. Traían tus pupilas el silencio de mis nubes, los añicos de mis espejos desolados, los velámenes de todos mis barcos desaparecidos. Venía de lejos, como un alba, aquella expresión vespertina de tus ojos. Los recuerdos recién nacidos lloraban en tus órbitas. Mis venas se tendieron hacia tu destino, como un girasol que busca enfrentarse con el infinito. La tarde de tus pupilas se llenó de mis campanas, y hundimos las frentes en el polvo de nuestros holocaustos.
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soledad contigo (1940)
3 Sitiada por el círculo de mis lámparas de palabras y pensamientos, por el ancho y estrecho anillo donde mi corazón gira buscándote; rodeada por la constelación de mis brazos, como un arco iris de lágrimas; por el coro de mis criaturas enlutadas; con tu luto a mi brazo, te veo, ceñida a mi cintura, a mi plato de sopa, a mi corbata, a mi modo de hablar, de llorar o de reír, mapa de mi pasado, que consulto sobre las tablas de mi naufragio. *** Te veo, ardiendo entre mis pestañas, sembrada en mis poros, atravesada como una brizna [bajo mis párpados; te veo naciendo entre la cuenca de mis manos, creciendo sobre mi pecho, muriendo entre [mis brazos, renaciendo en mis poemas; te veo a la sombra de mi frente, añadida al latir de mis sienes, al sonido de mis palabras; llorando tu destino y el mío; tu nombre y el mío; tu naufragio y mi naufragio, en nuestro [mar, frente a nuestras costas y a nuestro cielo.
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*** Oigo tu muerte, forcejeando con tu cuerpo y mi sombra; con mi cuerpo y tu sombra; con las tristes maderas y los cielos maduros, que hoy aman tu presencia; oigo el sonido de tus huesos contra mi puerta; veo correr el torrente de tu sangre bajo mi puerta; [escucho el estallido de tus pulmones a través de mi puerta; y abro mi puerta queriendo asir tus huesos, tu sangre, tus pulmones derretidos; y aprieto mi soledad entre mis brazos, el humo de mi llanto, el vacío de mi lecho, invadido [del musgo de tu ausencia; aprieto mis párpados contra todas las maderas, contra las tapicerías, contra los suelos, [contra los techos, contra los mármoles donde lloro; y me aproximo al cenotafio de tu silencio mío, de tu muerte mía, de tu ausencia tan mía, para quedarme sin palabras, con tu silencio, con tu silencio, con tu silencio; con tu muerte, con tu muerte, con tu muerte. *** ¡Ah, si pudiera hundirme entre tu tierra; atravesar tus maderas hasta tus cielos; borrar el limo de tus mejillas; abrir cada uno de los astros; amasarte de nuevo con el zumo [y la carne de la cosmogonía! ¡Ah, si pudiera morirme, y nacer junto a tu muerte, como un hongo despreciable! ¡Si pudiera ser aplastado por tu pie sideral; por tu carro de fuego, encaminado a los planetas [donde habité una vez! ¡Ah, si estuviera cierto de llegar, a mediodía, a medianoche, a cualquier hora, hasta tu encuentro!
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6 Maduro las uvas agrias, el fermentado mosto de mi soledad; mi rostro, enjuto y pálido, que esgrime la espada de la muerte; y el girasol de la noche, que hiere mi pecho, mirando mi corazón arder en la tiniebla. *** Maduro mis huesos, y las sementeras de mis tardes; mis resinas incendiadas; la yerba de mi voz, sumisa bajo las piedras sordas del universo y mi tiempo; y mi espíritu, colmena de ángeles agónicos que cantan en la carreta de los [ya cónyuges de la muerte, y hablan a un pueblo de sombras a la hora de sollozar la guillotina. *** Aún mantengo el humo de quererte; el espejo de verte; el silencio de hablarte; el camino de no encontrarte nunca; y el anillo de salmodiar sobre tu nombre. Aún tengo clavada en mi cruz la mano de tu despedida. Aún tengo adherida a mi pecho la tapicería de tus lágrimas.
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Tengo aún sobre mi frente el aceite bíblico de tu perfume, elevando su escala de Jacob hasta tu cielo; aún tengo la sal y la ceniza; y el galope nocturno de mi corazón tableteando a campo traviesa sobre el amargo hemisferio de tu presencia. *** Mucho más tiempo que tus años; mucho más tiempo que el tiempo de amarnos, dura ya este amor en tu rosa y en mi espina; tu saeta profunda se eleva en mi herida como un surtidor de aves que vuelan hacia tu campanario; nacen y mueren estrellas; nacen y mueren los muertos; mueren y nacen hermosos almanaques, y tú sigues aquí, descendida en mis brazos, signada en mi frente, llorada en mis ojos, sepulta en mis cicatrices; naciendo y muriendo en cada ritmo de mi aliento, de mis pestañas; atravesando mis carnes y mi espíritu con tus raíces profundas y desoladas; a mi lado en mi almohada, en mi copa, en mi corbata, en mi libro; en mi hora de vivir o suicidarme; en la hora de pensar en mi crimen de sonreírte o de llorarte. *** ¡Si pudiera llorarte a gritos como un deudo! ¡Si pudiera romperme como un barco contra los arrecifes que amurallan tu presencia; contra las alas pétreas del dragón que te guarda! ¡Si pudiera decir siquiera: Vida mía... Ángel mío... pero a voces, haciendo bocina con [todas mis entrañas, para dominar el clamor de tu naufragio!
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Pero debo ejecutar tu amor cada día, cada hora, cada minuto o segundo; debo mirarte sin conocerte; no pronunciar tu nombre, no mencionar tu nombre en mi catástrofe; no llorar sobre tus huesos irremediables; sobre mis carnes irremediables; sobre mi espíritu [irremediable; no decir tu nombre, de balalaikas y canciones, que te dije cuando te podía oír. *** No decir nada, nada, nada, que descubra el tatuaje de tu rumbo en mi destino. *** El aire de tu eternidad sopla tu mano sobre mis sienes.
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7 Duermes profundamente en la madrugada de mi universo, pero escuchas el golpe de mis [redes, pescador de tus huellas en tus océanos irremediables; y aprietas con manos destruidas, con ojos perdidos, con uñas desesperadas, el collar de [llanto de mi soledad, mientras vientos furiosos blanden la espada negra de tus cabellos para herir al demonio de la muerte; a ese, que apoya su pie de hierro sobre mi corazón, y ríe, como un lobo vencedor y satisfecho. *** En la alta noche, mi espíritu rasga sus vestiduras, y cubre su cabeza con las cenizas de tus ángeles quemados. Agito mi negro estandarte de cuervos coléricos, y me acerco a tu frente, donde ostentas arriado el velamen de mi rumbo, donde los barcos de mi soledad hospitalizan sus parálisis de horizontes.
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*** Te busco sin nombrarte, porque acaso despiertes. Tú vives entre pálidas murallas de pájaros en éxtasis y nardos genuflexos; entre ceras de nieblas, que suspiran por los cirios de tus dedos, tañedores de holocaustos; tú vives, espina de miel, cenotafio de luz, lágrima de zarza ardiente, echada sobre mis venas, al norte de mi corazón, timonera de mis sienes, varada en mi destino, con la piedra de tu muerte a mi cuello. *** Tú duermes, pero escuchas el paso agitado de mis palabras insomnes; sientes cómo tu corona antigua horada mis manos, y mis pies, y mi frente; oyes la campana de mi corazón que se detiene, tartamuda, al decir la hora de tu partida; y no te incorporas, porque un pie de hierro apoya sobre tu aliento la herrumbre de la eternidad. *** Pero lloras, frente al lobo vencedor y satisfecho del demonio de la muerte.
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8 Si oyeras este llanto que me persigue a tientas con su clarín de lágrimas, y este jardín que [deshoja mis sienes con su lluvia de pájaros inválidos. Si vieras el color de mi sombra, cuando me inclino nombrándote sobre esta piedra donde [agoniza mi corazón. *** Si vieras la madrugada cayendo sobre mis ojos desde el alto bordo de la tiniebla. Si vieras estos ojos, con la mirada al brazo, vigilando en la torre de tu muerte. Si oyeras desplomarse la estatua de Dios sobre mis alas. *** Tú mirarías crecer el carrillón de mi desdicha, con su garganta de órgano solitario; como el tallo de mi alma que espera el viento para morir de pie, y llegar hasta ti, [perfumando tu ámbito. Mirarías hundirse mi semblante, entre blancos capitanes y liturgias de agonizantes. Mirarías esos huesos de mis desiertas manos, horadando sin descanso la tierra, para buscar [alivio a esta carne perseguida. 96
Tú mirarías mi aliento atravesado por los siete puñales de cada recuerdo tuyo. *** Si oyeras el huracán de mis cadenas, cómo esgrime sus hierros y sus alas coléricas contra la [ermita donde mi cruz te venera. Si vieras el crucifijo de mis pies y mis manos clavado en los sótanos de mi cárcel. Si asistieras, al igual que estos muros, a esa cotidiana ceremonia de nacer y morir en cada signo tuyo; verías de cada suspiro mío salir un ángel, de luto riguroso, a custodiar tu espíritu entre sus nácares. *** Entonces crecería el humo de tu nunca apagado incendio, como un árbol de bálsamo, en mi [más profunda lanzada; vendrían tus pies lacerados a herirse más aún en el fuego de mis zarzas donde quemo mis [pupilas para ir a mirarte; volverías a andar de nuevo de rodillas en la tierra, reuniéndome en tus manos. *** Si tú vieras, si tú oyeras, tú vendrías sin llamarte. *** Como antes.
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9 Mírame, a mí, al torturado, coronado de espinas y escarnecido; atado a la columna de mi jardín suspirante; revestido con la estameña de mis guitarras; con los ecuadores de tus brazos rodeando mi cuello, y sangrándolo. *** Copia mi alma, evadida de las gaitas errantes de las abejas; erige los velámenes de tus vendas en ese océano que miras entre mi corazón y mis alas, entre mi espíritu y cada una de tus huellas, donde el dolor extiende sus sementeras de algas y barcos decapitados. *** Mira el mausoleo de pájaros difuntos, nacido del vientre de tu muerte; y el ataúd vacío de mi lecho, roto en el cementerio de mis noches; y el anillo nupcial que ata mi aire con tu vuelo.
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*** Contempla el mármol destruido de mi soledad; mi cautiverio y mi éxodo, a través de aguas, de llamas y desiertos; en brazos de mis gritos, de mis lágrimas y de mis hombros irredentos. *** El órgano funerario del viento nocturno salmodia sus monasterios, sus cilicios; su morado responso de ángel agonizante, de profeta iracundo; y tañe sus cuerdas de martirio en mis arterias, sincronizando con fiebre de tambor, con dedo de telegrafista, tu memoria a cada golpe de muerte de mis sienes. *** Las estatuas de humo de tus manos se yerguen en las cenizas de mi frente.
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Recital (1939)
Ceremonias ante la muerte de la cigarra Antes de tú nacer, ya eras bosque; ya estabas en el pensamiento de las cortezas. Ya tu oído aprendía, en la vibración de las hojas, la música del viento, y por las raíces de los árboles iban las fuentes a nutrirte con sus cantos. Dos lágrimas de éter la brisa adelgazó para tus vuelos. A las cinco de la tarde, tu sirena anunciaba a las aves el paro de los rumbos, con ese tono grave que da el atardecer cuando se ven los nidos abandonados a la noche. Cantabas la liturgia panteísta, elevando tu ronca espiral de música hacia el trasmundo de tu propio génesis.
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Descansaba el silencio del crepúsculo en tu cuerno pastoril convocando las sombras. Oyéndolo, temblaban las hojas, presintiendo que acaso irían a ser como tú. Y se preguntaba el árbol, cómo pudo salir de su costado ese chorro de resina musical. Y se preguntaban las fuentes, qué tendrían que hacer, para dar vuelo a su canto, y subirlo –¡así!– a los árboles para enseñarlo al viento. Pudiste haber sido mástil cuando estabas en el vientre del árbol. Algunos marineros escuchan tu canto inaudito –residuo de bosque que navega y vuela– en la garganta de la madera de sus barcos. Ahora el silencio reside en el mecanismo de tu cuerda. Detrás de las paredes de la vida estás cantando –¡sola!– ante la muerte; llevando la nostalgia de la tierra
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hasta esos espíritus que te escuchan allá, en sus afueras del mundo. Debiera enterrarte en el aire; en la hendidura de algún árbol o en alguna rendija de cielo.
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Raza (InĂŠdito)
Negra Las cinturas golpean los aires densos de la danza. Entre círculos de hogueras y tambores la luna de tu vientre atrae las blandas pisadas de las bestias en celo. La tierra salvaje huele a tu desnudez, y el viento sumerge las hojas húmedas y las frutas maduras de tu esencia en el bíblico olfato de los líquenes. Tus senos –senos de Haway, o de Java; senos del Turquestán, o senos del lago Niassa– acróbatas de oscura resina, ejecutan su calistenia entre las paralelas de tus brazos.
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Y en tus poros, (fiebre y lágrima) cráteres de tus volcanes furiosos, hunde el aire de Cam su perfume teogónico de selva. En tus axilas, el humo negro de buques petroleros, despliega sus pesadas hilachas de crimen y aventura; luego, saltando tus colinas, río abajo, entre obeliscos de ébano, se estanca en esa pólvora espesa de tu sexo. En la noche tuya brillan los fuegos fatuos de mis manos, con temblores de belfos de caballos salvajes; como blancos velámenes entre la tenebrosa geografía de tus golfos. La noche tuya está más cerca de mi espíritu, porque la sombra está más cerca de la eternidad. La sombra es el estado del mundo antes del mundo, cuando sin astros, un dios triste lloraba su soledad infinita. Regresas al isócrono tam-tam de tus tambores, sacudiendo tu cuerpo, como el baño de un pájaro; con piernas de tambor, ombligo de sarrapia, caderas de hirvientes alquitranes.
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Y los algodoneros estallan en tu boca sus cápsulas de risa, con voz opaca y honda, de ronquera de selva que grita mirando morir sus dioses de basalto. El aire exuda luto y fuego. Pardas ruinas lacustres, retienen mulatas historias de capitanes negreros. Rechina sus dientes la hojarasca reseca bajo cuerpos extáticos que tiñen con semblantes de canciones sus cadenas. Mientras las boas revuelven el calor con sus giros, tu lengua se revuelve, furiosa, mordida por mis perros, entre un vaho de hogueras y tambores, de cinturas y músicas obscenas, donde es tu aliento el fuelle de la selva.
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Portafolio del navĂo desmantelado (1940)
5 Hay un olor de Dios en la tiniebla. Membranas de nocturnos elementos abanican las sienes de los muertos. Manos de viudas erizan la epidermis del silencio con aullidos de huesos, que apacientan los pies desnudos de los huérfanos. Los relojes se abstienen de sonar sus campanas –¡y es la hora!– junto al oído de los esqueletos. Sin hombros, y sin pasos, largos féretros pasan, con balanceo de caderas, bajo la gula de unas aves negras.
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Un luto de compases comba la forma de los espectros. Arrastran largas vestiduras negras sus colas de sepelio. Rostros verdes de mujeres sin sexo, y sin afeites, con las manos en alto, y entre barbas sin afeitar, convulsos aparecen. Desde anchos almanaques, como muros de llanto, con espumas, sin bridas, frutos violentos, se vienen, sobre cierzos de minutos, galopando recuerdos en el tiempo. En las frentes maternas, se alzan las cruces de los hijos muertos, y los pĂĄrpados rosas se entinieblan en las aguas podridas de esos sueĂąos. Una frialdad de menta enarca las vĂŠrtebras del viento, y en los sismĂłgrafos del instinto oscilan agujas de cipreses.
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En las carnes, y en los hemisferios, por las rendijas del amor o el miedo, con pesadas pisadas de plantĂgrado, pasa la muerte.
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10 Nacido entre la sal de mis tempestades sin nadie, junto a pupilas de bestias, y barcos sin piernas, pero tierno, como la pulpa del aliento de un piano; vigilo mis distancias, celestes o submarinas, donde disperso mis brazos, y mis cabellos, y mis ojos; mi corazón, sacudido como un pez agonizante; mi espíritu, reducido a prisión entre poemas crueles; mis criaturas, que buscan en las aguas de las tardes los pozos más verdes y amargos para suicidarse. Cuando suena mi angustia, mueren de asfixia las golondrinas; y la noche acerca su semblante a mi ciudad sumergida. Vientos coléricos arrancan las naranjas de las estrellas, rasgan velas de buques, y escandalizan en los cuartos de los moribundos, fingiendo ser la muerte. Cuando suena mi angustia, alguien maltrata a un niño, o alguna mujer deja su vida para ser ángel.
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Tengo una soledad de fósforo gastado, perdido en las rendijas más opacas, ignorado hasta de la furia de los barrenderos; la soledad la llevo entre mis huesos, como fiebre; está sobre mi almohada; dentro de mis bolsillos; en los profundos sótanos del sueño. Soledad de funda sin puñal; de pluma sin ala; de la sortija que dejaron en el dedo del difunto; soledad de feto en una madre muerta. Mi rostro, en la medianoche, apartado de mí mismo, fabrica con tenacidad su próxima calavera, entre alcoholes asesinos, y músicas tan amargas como el retrato de la amante recién enterrada, o como el hombre que no supieron quién era. Mi rostro que aparece ante el mundo, desmiente que existe ese otro rostro buscando el infinito. ¡Ah, no seguir amando! ¡Echarse uno de bruces sobre el corazón, para ocultarlo del tiempo con hojas de árboles y de almanaques, como un hijo que buscan para darle muerte! ¡Ah, no seguir mordiendo estas huellas que abren sus bocas de nocturnos pregoneros, voceando a nuestras puertas sus sepulcros abiertos!
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11 Y el viento imita al mar. Dentro de su propia música gira al borde de mi vida, y aún en su más débil ráfaga advierto substancias de astros y vuelos, frutos de frondas, velámenes, y espumas de alta arrogancia marítima. Veo el aire. Contemplo en él simientes de seres que van para cigarras, o pájaros: para aviadores, o marinos, o peces. Goza cuando él se escucha a través de arboladuras o de follajes, y los follajes y arboladuras sonríen creyendo escucharse a sí mismos. El aire marino es profesor del aire de la tierra: profesor de los árboles, de las fuentes y de los pájaros. Profesor de los hombres. Soplando sobre el mar, quiere ser el mar; y se reviste de azul, convertido en océano diáfano y etéreo, por donde en épocas del deshielo, lanza, a la deriva, grandes icebergs de nubes.
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Después, cuando marcha a los bosques, lleva ese rumor de playa, para hacerlo sentir entre las frondas; y así juega, haciendo olas con las arenas blancas de la propia substancia de su cuerpo. Entonces, yo veo cómo los nidos se creen barcos; y cómo ciertos pichones tímidos se asoman a las bordas, sintiendo el temor de algún terrible naufragio, entre esas grandes y musculosas raíces –brazos de monstruos ahogados en el fondo de la tierra– que salen, convulsos, a la superficie para asirse a los cielos.
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12 Estoy manchado por la sangre de la noche. He dejado su cadáver tendido allí, junto a mi sueño; mi sueño, tomado por sus dientes zigzagueantes, como sus estrellas, clavadas en mis huesos. Nadie vio cuando mis manos apretaban el gatillo de su cuello de loba grávida de malas criaturas grabadas por Doré, dando gritos de gallo de medianoche, como alaridos de difuntos pisoteados por el remordimiento. Con sangre de la noche vengué mis hoscas pesadillas, cadenas de trenes nocturnos, desde cuyos féretros se agitan en las ventanillas de las despedidas, con ruido de maderas rotas, las manos de los muertos. He vengado mis piernas trizadas en sus cráteres, bajo selvas viscosas, donde acecha el paso de los sueños un búho en cada árbol, y serpientes burlonas hacen ajorcas en los tobillos del viajero.
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He vengado mis pupilas, donde sus aves agoreras colgaron sus membranas en fúnebres cataratas; y mi frente, llovida por el limo de los astros, oliente a tierras de diversos planetas. Maté la noche, con sus murciélagos, y sus ruidos de fiebre en mis oídos; con sus genios inquietos como macacos, empeñados en turbar la existencia de los espíritus: espíritus de muertos amados, que vienen en mi sueño a sentarse en mis párpados, como al borde de sus habituales sepulturas; que dialogan con mis memorias, sorprendidos de los nuevos paisajes del mundo, reflejados en las pantallas de mi mente, cine infantil para los domingos de sus noches. Lívido, en la madrugada del crimen, satisfecho de mis actos, saboreo la epidermis de astros quedada entre mis uñas, las briznas de tinieblas pegadas a mis cabellos, y el olor a lluvia madura de su cuerpo sin luna. A veces, los ruidos cotidianos estremecen mi conciencia, recordando el silencio de mis manos sonámbulas al atrapar los nidos de mis pesadillas, cuyos cuervos, huyeron, graznando mi nombre, escandalizados.
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Torrentes de almas oscuras caían con uniformidad de estalactitas, como raíces de un océano negro, bullente sobre mi cabeza; golpeando mis pies, agitadas y fosforescentes, como peces agónicos, o monstruos de mercurio. Más allá de las nubes, negras constelaciones elevaban sus rígidos catafalcos y ornamentos funerarios, en oscuras arquitecturas de músicas gaseosas, en retorcidos miembros como raíces de humo, o estrujados terciopelos, blandos como la carne verde de los que viven su muerte bajo el agua. Oquedades de sótanos, o de capillas acústicas, prolongaba la resonancia de mis armas nocturnas en el rostro de la noche, húmedo por mis sienes. Yo la vi deshacerse bajo mis furias. Se volatilizaba su esencia de carbón entre mis brazos. Ahora estoy en paz frente a mi crimen y duermo con su muerte entre mis manos.
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17 Grazna la distancia en las húmedas guitarras de los féretros; las clavijas de la muerte enroscan mi corazón –¡mi corazón, encendido de invierno!– para afinar la nota acorde con tu recuerdo. Me rodea una cosmogonía de silencios, como tus marfiles, como tus ceras, con tu epidermis de mujer que se parece al sueño. Estoy bajo las axilas de mis cuervos, fumando el humo negro de mi espíritu; sola y ya perdida aguja entre las carnes del tiempo. Aguarda un fúnebre navío en las golondrinas ancladas en tus ojeras. Mecen las ramas de la noche, mojadas, sus balanzas de llanto pesando la sombra y mi presencia.
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¿Quién entierra su mano en mi costado? ¿Qué huesos de mujer golpean mis sienes? ¿Quién la sal del dolor riega en mi tierra? Anegan mis entrañas tu distancia y la lluvia; y voy sintiendo un aire triste de pulmones rotos, en cuyas cajas de reloj –¡vacías!– las agujas esquivan encontrarse con las campanadas de la muerte. Espumas de corcho ascienden por escalas de estambre y de tinieblas desde bóvedas de llanto, donde encuentro en muros blancos, y en negros caracteres, y médicos, instrumentos y enfermeras, la palabra: “Silencio”. Pero voy por mi aorta hacia mi sombra hasta lo alto de los campanarios, a hurtar los nidos, en que las campanas empollan dobles para los muertos.
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Mi espíritu sostiene la mirada de tu silencio: Aquí estás, tú, a mi lado. ¡Tú estás viva! ¿Quién desmiente a los muertos?
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Con las manos unidas (InĂŠdito)
Diseño del buen amor
La lluvia de sus tacones, jota de su viva orquesta, humedecía mi paladar.
Iba y venía por mis oídos, por mis manos transidas de silencio, por mis sienes arrodilladas frente a la eternidad, como el gato de la quinina, dando siempre cuerda –hacia atrás, hacia adelante– a ese reloj pulsera que ciñe su vientre. neurastenia.
Su voz se extendía en consideraciones musicales sobre los pálidos muros de mi
Su acentuado perfume de música, su aroma de mármol, su esencia de historia griega, pirogrababa su arquitectura en mis arterias. Le sentaba muy bien aquel tono de péplum ático que la revestía; su diseño aerostático; la perfecta coreografía de sus manos. Fue, como es natural, una estatua de conciertos, una cátedra vertical de armonías, un anillo de abejas, arco iris enante para mi frente, y ahora cilicio alrededor de mi corazón exhausto de mieles.
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Era su carne dorada, pastel de cabellos rubios para el banquete de los atardeceres.
El muelle, duro y terso, de su piel, igual que uña de niña, estaba habilitado a toda hora para las expediciones de mis barcos.
Su cintura era un manual de danzas, de olas y de espigas con brisa.
Por ella resbalaban los besos como lágrimas de mercurio estableciendo juegos malabares de montañas rusas para el vértigo de los labios. Poseía la magia de la metamorfosis: un día, jardín o catedral; una noche, nube o mausoleo; una mañana, o una tarde, aerolito o velamen.
Pero siempre, un arco iris cercenando mi cuello, mi cintura.
No obstante, yo la adivinaba.
Por encima, por debajo, o en la vertebralidad del nuevo aspecto, podía reconocer perennemente su aire inconfundible, su acento de violín, sus dedos pensativos y sus pestañas viajeras; su presencia, en continuo trance de ascender sobre la tierra, de evaporarse de mis manos, para establecerse allí,
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donde ahora vive,
bajo la nomenclatura de un arcรกngel pรกlido que rompe, sollozante, su triste espada tinta en el remordimiento de su crimen.
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Retorno ¿De qué país, en fuga hacia los astros, regresa tu substancia hacia mi signo? ¿Cuál noche, girasol de ébano mágico, simboliza mi alma hacia tu espíritu? ¿Qué mar, sierpe de luz, desencadena su músculo de fósforo en mi savia y establece en mi puerto tu velamen dictando, cierto, su lección de náutica? Pez de los sueños, descubierto acero: ¡dilo tú, que tu cifra fosforece asida entre mi océano y tu cielo! Afluente de tus vuelos, tu presencia entre el aire discurre, eco de nieve, y mi comarca ilímite atraviesa.
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Invitación al olvido A través de mis sueños, ágil flecha transita –antílope de luz– tu silueta de nácar: pirotecnia de iris que se rompe en mis climas. Impulsan mis arterias pluvia corriente al viento. Con sortijas de humo de mi jardín en llamas se desposan tus nieblas con mi impasible cielo. ¿Qué vértigo de cal mi muerte escandaliza? ¿Cuál cuchillo en el ara presagia el holocausto? ¿Qué tremendo destino signa mi geografía? Un huracán de llantos y de labios partidos junto a memorias vivas en que se alzan difuntas novias entre rapsodias, apunta mi destino, y azota la comarca natal de mis historias donde un dios compasivo su costado sangrante extiende en cada ruina, en triste ceremonia.
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¿Volverá la resina a perfumar mi antigua madera quebrantada, propicia al sacrificio, en el Horeb de mi alma, constantemente ardida? La espada del insomnio persigue por mi frente el tropel de los sueños que triscan en mi selva, cuando asido a la vida forcejeo con la muerte. Te veo flotar ingrávida, desligada de tierra y de carne, substancia de algodón y de vuelo, entre nubes que bailan, bailarina de niebla. Y escucho tu mensaje –¿eco de qué universo?– que a mi sombra se acerca, ciervo herido del sueño, golpeando en los vitrales de mi aislado convento. Así huyo y te busco. Retrocedo y me acerco como el mar a la playa, playa tú de nosotros; con mi cuerpo bañado de mi sal de misterio, y el espíritu solo, como siempre, ¡tan solo!
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Acto de profesión nocturna ¿Qué brazo convulso, qué corazón deforme por el fuego, calcinado, retorcido de sol, botado allí sobre las piedras, intenta rodear mi pecho, donde los astros, a gatas, trafican buscando la mejor alimentación de tinieblas? Mástil de nube emerge, trompeta de humo, de mi incendio; proclama de mi espíritu danzando alrededor de sus hogueras, distante de ese mar sediento, corroído por la sal de sus entrañas, que lanza su alalí carnal a galope sobre mis renunciaciones. Existo porque vivo abrupto de sueños, de jardines tonsurados de luna o de mañanas de triste olor a muros húmedos, a gavetas vacías, a corazón pasado a cuchillo por mis huestes, atravesando el círculo de mi boya, mi cadena imperiosa, con pie descalzo. Porque siento el fuego celeste quemando mi paladar, mientras suena mi hora su aquilón, su silbato silvestre, entre golpeados aldabones nocturnos,
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alojado el sonido de sus jaurías, su puñal de hirviente catarata, en la entraña del tiempo. Un viento de epidemia, ecuestre en la tiniebla, desemboca en la atmósfera sus gritos de tósigos en apretados escuadrones de ráfagas, flameando sus alas viscosas contra mi semblante, exprimiendo los árboles que sucumben elevando a la noche las engarfiadas manos descarnadas de sus raíces. Orfeones de difuntos con sordinas claman entre las ramas, maestros de capilla conduciendo el canto llano que estilan en sus basílicas, como se oye el alud rodando lejos de la cabaña donde el fuego ruega por los perdidos y sepultados. Mi capa de viaje cubre mi corazón. Soy el desconocido y visionario que ciñe sus sienes con la noche y la lluvia para no ser visto. Soy aquel a quien aúllan los perros, porque sin verme presienten mi tránsito en el aire, en el agua, en la lumbre y la tierra; el que blande, fuera de la multitud, su hisopo de lágrimas e imprecaciones para los que fundan dinastías de cunas y de féretros. Me devoro en la tiniebla, en mi símbolo, confundido en mi origen. La raza de mi soledad proyecta su sombra con mis brazos y escucho la rueda de mi presencia repasando mis huellas atlántidas para grabarse sobre los huesos que olvidan y se dan a la nada.
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Aire, sol, noche y sonido, cerrado corro donde giro y soy el todo. Busco inyectarme con lo mío de afuera la savia que me agita, seguro de encontrarme fuera de mi presencia, de reducirme a mi ser, al verdadero mío que pugna por asirme y asirse, antes de que ese brazo que amenaza, taña la sórdida campana de mi fuga.
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Comarca de meditación Extraña criatura, habitante de ásperas xilografías, contra tus alambradas voy clamando, sonando mis huesos, con ruido de piedras [despeñadas, desde montañas rígidas, por hombres velludos, resonantes de blasfemias, ¿no escuchas la acústica de mis arterias, el ejército de mi cráneo colmado de abejas, vibrando contra tus herméticas campanas? Te increpo con la voz de quince lustros del sochantre, con mis quince acordeones donde una música lejana suspira el aire póstumo de su país de origen. Una sombra de garras conspira contra mi presencia, levanta en vilo mi soledad de perdiz cazada y bien muerta que destila sobre la arena húmeda de mi espíritu su hálito de mañana pisoteada por la lluvia. *** Rodeando el busto de la muerte, veo profesores de ángelus, doblando las telas usadas de los crepúsculos cayendo en sus corazones, arrancando calendarios con gestos supersticiosos,
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vestidos de frío, con rostros de madrugada, como llorando solos y corriendo en calles vacías, a medianoche. *** Di, criatura que tañes mi ánimo, ¿por qué anudas tus nieblas, tu fusta de quinina, tu droga sexual, al contorno de mis sienes? ¿Por qué tenazmente cavas con tu soplo de cripta en mis arterias, lavando mi sangre, con manos de llanto, entre cribas mineras, buscando signos de ese constante crucifijo alzado en mis entrañas? Explica tu profética misión, tu estación de tifones iracundos, tu aspecto de novia suicidada. *** ¿Por qué empujas mi espíritu a tu coche celular, mis frutos de sal que deglute el muerto y el recién nacido? ¿Por qué exprimes mis tardes, tintas en la sangre de mis barcos masticados, entre sacrílegos arrecifes, mientras el mar digiere su ración de tambores, frente a la risa de fareros blasfemos? *** Un ruido insomne, de canalón, de abejorro bravío, patrulla por mis suburbios, removiendo el aire con su escoba eléctrica, cómitre imperioso,
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golpeando con furor sincronizado a mis taquicardias y volcanes, azotando los flancos de mis tribus de memorias salpicadas del barro de mis dedos [convulsos. *** Visto mis huesos para asistir a las ceremonias de tu campamento, atravesando comarcas donde no hay convulsiones ni alaridos de niños hidrocéfalos; ni catedráticos con signos de viruela, que usan bufandas y nicotina; ni adquieren las doncellas medicinas extrañas de uso de las viudas; donde los maridos, expectoradores aurigas del sexo, se asfixian entre sábanas usadas y recuerdos nupciales. *** Iré, rodeado del humo triste que produce la conjugación de tus cenizas y las nubes.
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Conato de evasión Altos muros, alzadas trombas musicales de espesa, ronca garganta marina de fúnebre océano; columnas de iris, en que ahogados y ángeles estrechan sus plumas y sus huesos; y pájaros y peces cambian estupefactos sus nidos de sal o de sol; ¿quién exprime y retuerce tus brazos convulsos, como trapos mojados? ¿qué carnes desaparecidas besan sin cesar, con ruido blando, desdentadas mandíbulas de nieblas? *** Altos muros, de cerrados puños, de acústica colérica, en que mi alma quema sus yerbas tristes asfixiándose con el humo de su desdicha; donde molinos de lívida música como de alba muelen los élitros de mi cántico y mi vuelo. Hay tornos vertiginosos de estrangulados sonidos, rodeando mis sienes con pistas donde galopan martillos y rótulas suplicantes; con sonido de lonas batidas por la tempestad, con sonido de cielo bajo los párpados, o de muerte de mujer.
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Hay vísceras que saltan sus burbujas de llanto en el estrecho golfo de mi pecho, despojos míos de cabelleras tristes y cielos sin miradas, asidos a mi palabra, a mis cables de lágrimas, en el hundimiento de mis atlántidas mientras sobresale la cúpula de mi corazón, erguido mausoleo sobre manuscritos de trágicas caligrafías. *** Al contorno de mi espíritu, en excomulgados batallones de forajidos, se aprietan mis moléculas odiosas, gritando su noche eterna, su blasfemia constante, su encarnizada persecución al que busca las afueras del mundo; sonando sus trompetas, sus amenazantes tambores, rompiendo, a golpes de osamentas, mis ventanas herméticas. Redoblan los émbolos y bielas de sus botas piafantes, sus choques de locomotoras, su vocerío de hormigas conduciendo un insecto; sobre la membrana sonora que aísla mi corazón de sus negros designios, sobre la caja fonética que viste mi corazón de amargas resonancias; y hunden mi presencia dentro de reducido túnel, desfibrando mis músculos con uñas vengativas, empujando el algodón de mi ser a través de las rendijas del infinito. *** Quiero huir de esta cámara que comprime su círculo de bayonetas caladas, olor a hierro y sangre, alrededor de mis alas,
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a paso sincronizado con la angustia de mi aliento. Quiero despojarme de esta mascarilla de yeso que sepulta mis pupilas, que oprime mi nariz, que silencia mi boca, para consumir, más allá del ruido de las carnes, entre mi gruta, el pan ázimo de mis memorias, ceñido de la muralla parda de mi estameña, mientras el viento crece mis brazos en cruz sobre los que escarnian y golpean. *** Pero los altos muros asaetean mis poros con sus clavos, establecen su cimera de cielo a mis pies para volverme a las raíces, en tanto el hálito musical de ronco chorro, de precipitados órganos, sigue soplando fuerte, con largos tubos, levantando burbujas en mi océano, hirviendo desmelenados mares de leva, tempestades fatídicas, –¡vedme; ceñida mi cabeza con las espinas de su terrible pentagrama!– y veo, entonces, flotar las algas de mis muertos que me dirigen miradas de súplica, que buscan asirse –¡todavía!– a mis ropas mojadas, a mis vellos, y vuelvo a ser la boya, el oído atento, el pecho desnudo, que se tiende, como un ángel batallador y cansado, sobre los sitios solitarios que nadie quiere mirar.
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Círculo de la materia Busco mi corazón a lo largo de avergonzadas alcantarillas, que arrastran su vientre hipertrofiado, su gastroenteritis crónica, debajo de los zapatos de fúnebres ciudadanos que piensan con seriedad en sus muelas y cabellos y consultan la hora. Lo busco entre mujeres de matrices de doce cilindros, hermosas botellas vacías, que van cantando los gerundios de sus senos, naciendo, saltando, mintiendo, amando, lactando, consumiéndose sobre el galope del sexo hacia el sepulcro. Busco el origen de mi corazón, su semilla germinada entre llamas, revolcándose en el barro, reptando entre grietas pétreas, gobernando su nube veloz, su relámpago. Me invado de su olor a circo, con su retórica de vitrales, con el sabor marino de sus talleres de lágrimas, mientras caliento mis manos, tallistas de presagios, al rescoldo de su estufa, donde memorias, muebles viejos y papeles, arden con lenguaje de enfermo.
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*** ¿Han visto mi paso rápido, solicitando lechos distintos, polvorientos rincones, puertos y aeródromos, levantando piedras y herrumbrosas aldabas? Busco mi corazón, allá, claveteado y clavado, élitro y gusano, sonando su sangre, entre selvas nocturnas y lloviendo; tatuado en la piel de quien al contemplarlos moja los mapas con sudores de agonía; del crucificado sobre linderos; del que mira barcos y aviones y después llega a su casa sollozante, maldiciendo el alvéolo donde él duele a su espíritu y se pudre. Triste animal perseguido y sin dientes, o ángel de factura de lluvia nocturna, como durmiendo; de ciudad en escombros; se levanta de sus parálisis o desciende de sus alas, alternativamente, en el columpio del sistema glandular, o del instinto. *** Tal día, un vehículo de auriga ciego, conducirá sus espigas secas, exhaustas, oyendo himnos de medianoche, gritos de padres odiándose mientras se aman; mirando esas pupilas de hijos paralíticos y estorbando; hasta la cesta donde caen los frutos humanos con hedores terrestres. Veré entonces los caballos desbocados hacia las afueras de mi órbita, desde donde se oye crujir el mundo macabramente entre las mandíbulas del infinito infinito.
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Desfile del desencanto En el abdomen del mundo, de lo terrestre podrido, yo, hálito de mi sombra, el todo corazón atravesado de uñas y presagios, piano para las músicas de manos ya huesos que sobremueren a extinguidos instrumentos. Yo, esponja de hiel y vinagre de mi carne, elevada hasta la cruz del alma, sorbida por mis labios, y sorbiéndome; quemando mis entrañas y en agonía; clavo mis talones, consciente de mi desamparado heroísmo, con tempestad al brazo, centinela, con jardín alerta en la entraña, en actitud de llama, suspiro de sangre de mis espinas, entre zumbido de motores y dispuesto a soltar mis jaurías de nervios contra todo lo cemento, lo tósigo, o lo enclenque no iracundo. *** Cuando el fuego escribe sus proverbios en la zarza que arde, en bíblico círculo, alrededor de mi cabeza, el desierto contrae sus músculos de arena y reparte a los vientos silbatos de rendijas para imitar el grito de los muertos.
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Cuando firmo los estatutos de mi cal, de mis pasajeros quedados a bordo, porque están apestados y rechinan sus dientes, delirantes frente a las estelas sufriendo la cuarentena del corazón que no duerme revisando su pulso de guitarra, y consulta el aliento de los acordeones sometidos a un régimen de sollozos y dedos hemipléjicos. *** Cuando ocurre algo de esto, y veo mariposas con alfileres, como brújulas entre escaparates, y proletarios peces en peceras, hacinados en buhardillas de agua sucia, y pájaros enjaulados, como aviadores con parálisis, y aviadores con piernas rotas, entre jaulas de sillones de ruedas y frases compasivas, y marinos ciegos, que viajan en oscuros submarinos, térmites náuticos, sin el cielo ni el viento, taladrando la substancia marítima; cuando veo el hijo insomne de la prostituta, entre trasnochadas prostitutas que cantan y ríen mientras él llora sin gritos y busca lejanos rincones en la casa estridente, temeroso de los hombres altísimos, de voces broncas y peludos, y concurre el alcohol a la plaza pública del crimen, embanderada de sexo y de puñales. Cuando ocurre algo de esto; siento aullar mis lobos en la estepa coreando mis aullidos; y se apagan en un instante todas las luces de mi espíritu sacrificado, mientras elevan las sirenas sus plumas de música negra sobre las ciudades amenazadas por los hombres.
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*** ¡Ah, del perdido! ¡Ah, de las gentes de tierra que amasan un alma dentro de ellas, para olerla putrefacta de carne, adorando el gusano, almirante del cuerpo, que apareja sus naves para la conquista de la muerte! ¡Ah, del triste olor a mujer de coito reciente que se hunde en el aire! ¡Ah, de quien reza junto al mar, y sin embargo no escucha bramar a Dios sobre las playas! ¡Ah, de quien desdeña la compañía de su voz y de la tarde para conversar con viejos diccionarios, acuclillado sobre el idioma! *** Emerjo de la noche, con vestido trizado, gala de la tiniebla, con acento feroz de ahuyentar a nómades demonios, y el pecho crujido por innúmeros abrazos de difuntos, que extraen de mis bolsillos terrones de tierra para mascar llorando, mientras preguntan por sus deudos. Así, a pie juntillas, gluglú de botella, salto a vuestro escenario, con destreza de trapecista saludando después del riesgo de la suerte. *** Desde el abdomen del mundo agito mis señales, precedido de tambor, para que todos oigan mis mensajes; madera de pino amanecido estupefacto sobre el trópico,
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llorando sus nieves y sus pinos hermanos, y las ermitas donde el carrillĂłn acompaĂąa la agonĂa de los sepultados por las ventiscas. Tengo la voz llena de sangre de los ejecutados cuando aprendĂan a amarse, sorprendidos en el instante de dar vida, degollando la muerte; la voz llena de sangre de los verdugos que amaron demasiado, a quienes rodea la vida de las memorias de su crimen perpetuando la derrota de la muerte.
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Con las manos unidas Por detrás de mis voces, más allá de mis brazos suplicantes, como espuma de la tierra hacia los astros, va sembrando la muerte su liturgia de pinos levantados en el costado de las criaturas, saeta de eternidad que clava los espíritus en las cinco heridas divinas. Yo la veo llenarse sus manos de ese amargo sudor de los suburbios, donde el sabor de Dios tiene humildad de desayuno, y venirse, rodeada de raíces y de cruces, zumbando sus abejas, a sentarse en las entrañas de los hombres y llorar. El cierzo bate mi voz y quebranta mis palabras porque siento el abandono colgar sus bajas temperaturas, sus frutos de seres marchitos, o rotos, a través de los hospitales. Agobiado de noche, hongo nocturno y extraviado entre hojarasca, llego a este huerto, vistiendo la soledad de mi estameña, con el rostro golpeado por el ruido de los hombres y el callar y el llorar de quienes llevan ceniza sobre sus cabezas. Mueve la tragedia sus huracanes en los espíritus. El ángel de la muerte pasea su cosmología sobre las torres, donde la humanidad apura sus alcoholes y procrea con indiferencia; en tanto el frío invade, galopando en sus pálidos demonios, 152
inmóviles comarcas donde la peste ejercita sus mandíbulas. Una voz –¿de qué estirpe?– acompasa a mis sienes su gong inquebrantable, sus ocultas premoniciones. Una cadena ciñe mi cintura a esas voces, a presencias de niebla que contemplo, candelabros erguidos sobre el duelo que hincha los párpados de los desventurados. Sangre de cordero tiñe las puertas donde los mansos de corazón buscan asilo, donde el llanto y la angustia buscan asilo para sus preces; y rostros sin palabras, mensajeros de fatigados firmamentos, vienen, con nimbos piadosos, a la cita tremenda del gran luto. ¡Oh, muerte, la que tiene el privilegio de Dios, la introductora, rodeada de consciencias, nodriza de la juventud del universo; habitante de oscuros palimpsestos donde giran ásperas profecías de cuando el mundo ya comenzaba a sollozar sobre mis hombros! ¡Yo, que amo tus tripulantes vestidos de azucenas y tus comarcas lívidas, soy el deseado, el viajero que te implora de regreso a su hogar antiguo, junto a deudos interrogantes, desasidos de carne y elevados conmigo en el humo conjunto de almas ardiendo ya en paz y en justicia! ¡Ten piedad de los otros! Afuera, entre sus altas torres, bajo la noche helada, se estremecen los hombres y vuelven los rostros al vacío –peces agonizantes en las redes de Dios– mientras ruedan los astros, moliendo los espacios. 153
Poemas dispersos (1936-1949)
Solo Tierno pozo, escultura de luna en agua verde. Envase de silencio para guardar este corazón sin reino, y sin aire; y sin alivio de pájaros, mar o cielo. Ni nombre de mujer. Solo, como un pez viudo, consciente de soledad, y sin muerte. Con tu traje de ausencia –ausente tú del mundo y de ti mismo– vestiría yo mis desventuras, con la tierra, y el tiempo.
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Cita demorada Desde un fondo de abejas –mar de alas y música– con el paladar amargo de mi corazón indócil, acecho tu nombre en la proa de mis gritos de ceniza. Mis muros y tinieblas, mudos, y en círculos, de pie, ante el asesinato de mis manos y mis pasos; ante la fatiga tuberculosa de mis voces, hundidas hasta las bordas entre obesos catálogos; escuchan el piano sordo de tus dedos sollozantes, solicitando mis anillos o la muerte. ¿Quién halla los espectros de mis hojas podridas, entre lagrimales, o sudores de sienes? Me revisto con roncos caracoles, en grutas donde el mar de la muerte entra y sale, buscando mis criaturas, o mis peces; o las maderas tristes con que formo mis barcos, o mis féretros. Los émbolos de la noche insuflan mis pulmones
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de una fosforescente substancia de metal herrumbroso; así, respiro el aire de tu caja hermética; el olor de ancla persistente en tu fuga; el luto riguroso de tu puerta cerrada; de tu destino hundido, frente a mi isla llena de huesos y de plumas. Sollozo sobre el lecho de mis huesos nocturnos; con la ceniza de tu presencia entre mis dedos; con el humo que busca tu imagen con lentitud de violín, o de molusco; con la sal del último traje con que saliste de mi océano. Te he vuelto a ver, a través de mis páramos y de mis vitrales; signada con tu cifra impar a la mía; estatua de llama y de cirio; con ojos de buscar el pasado. Con ojos de ir para la escuela. Con mi cabeza humillada bajo el agua funeraria de mis sombras; en mi coloquio con el último muerto, o el postrimer recién nacido; coleccionando mis flores submarinas; o en mis maniobras hacia bodegas llenas de mar y de salobres esqueletos; sentí la voz mojada de tus memorias; el precipitado galope de tus labios, que buscaban el último céntimo de tus recuerdos. Sentí cómo tus uñas arañaban mis cofres para vencerlos.
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Temblaron mis cortinas, y a golpes de lastre arrojado al vacío, se hacía liviana mi ascensión, como una música extinguiéndose; removiendo mis huesos, como en una exhumación tardía; juntando letras, plumas, o armonías dispersas para rehacer los nombres, las alas, o el concierto. Desde un fondo de abejas –mar de alas y música– regreso, con rostro huraño, sorprendido en mis astrologías secretas; apretando mi luto entre mis llantos; rodeado de mi soledad; sin saber por qué soy, ni por qué eres; ni por qué gritas, recogiendo mis objetos perdidos; ni por qué te ignoro, aunque te miro. Ni por qué busco tu hombro para encontrarme.
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Ex libris Tú que pasas, hermano, con sonido de cadenas; con ojos solitarios, como zapatos de difunto; con el traje oliente a tu hijo enfermo; a tus llantos masticados por los relojes nocturnos. Hay algo más que tu carne, la de tu hijo, la mía; hay algo más. Yo también, hermano mío, llevo sierpes ahorcando los tobillos de mis rumbos; llevo una humareda triste sobre el incendio de mi frente, y me acuesto en las cenizas de mis alas incineradas. Yo también arrastro, con canto ronco, tras mis pasos, pesando en mis espaldas, la barcaza de mi vida, río arriba de mi noche, sin tener a quien gritar. Pero sé que detrás de aquel muro, de este hueso tirado; de la prostituta ebria, de ese soldado muerto;
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del navío sin vientre, y de este aire sin pájaros; por encima de nuestras sangres salpicando las cúpulas, hay algo más. ¡Hay algo más! Una cosa que tú y yo pensamos; que ignoramos qué viento la sopla, ni cuál puerto nos lleva; algo como morfina; como anillo de novia; como la primera palabra de un niño, como la última palabra de una madre. Una cosa, muy pequeña, crecida bajo las piedras que nos golpean; que deja un zumo al repicar en nuestros párpados; que levanta nuestros pies hasta las afueras de la tierra y de la brisa. Una cosa, muy recién nacida, que nos obliga a sonreírnos mutuamente, y a decir: ¡Hay algo más!
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Letrilla (en los 30 de agosto)
Desciendes cual nube. Subes, como incienso. En órbitas de aire mantienes el tiempo. A campo traviesa de los hemisferios, batallas de azúcar los cirros suspenden. Tú vigilas todo: la luz y el planeta. Balanza, tu mano, de algodón entiende. Yo brindo la nube. Tú acercas la frente.
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Yo te doy la noche. Tú agregas la estrella. La luna se crispa en mantel de océano. El mar se levanta; tu cielo se acerca. Cielo y Mar, tus ojos rumbo son de estrellas: la veste de un ángel añade su estela. Tú sigues absorta mi vuelo y tu vuelo: tu nube, que baja; mi humo, que asciende. Es la estalactita –péndulo del cielo– que señala –¡exacta!– tu vida y mi sueño.
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Sonrisa and soda en el monólogo Yo, que tengo mi voz como para vestir el fuego; como para elevar una aurora más allá de los polos; para dejar mi llanto, y mi firma, y mi pañuelo negro sobre la epidermis, erizada de estrellas, de un relámpago, o sobre el álbum de esa mujer que se desmaya ipso facto. Yo permanezco inmóvil, como un puente o un tranvía; como el farmaceuta que escribe “piperacina” y suspira; y doy cabezadas a los almanaques, donde las hojas difuntas lloran la pérdida absoluta de mis trenes perdidos. Veo la luz; el asalto de la luz; las bayonetas de la luz; el campeonato de la luz. La luz sin llama, sin fuego, sin Horeb, sin rayo ni switch, ni cerillas ariscas. La luz que levanta las aldabas de corcho de la sombra, que solloza de codos sobre las bordas de mis lejanías; que se va tornando triste, porque mi luto permanece sentado, como un acreedor iluso, junto a mi única salida.
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Regresaré de mi país de origen cuando a bien lo tenga. A las 11, a las 12, a las 24 y tres cuartos. ¡Palabra! O mejor al instante en que los hombres buscan mujeres de labios leporinos para besar raramente, o solicitan sus planchas dejadas en el más rudo bistec marxista. Cuando los poetas juren no mencionar “dinamita”, “fusil”, etc., en ciertos poemas con olor a plato único, o a empuñaduras de bastón. Regresaré cuando las viudas malvadas rían frente a unos bigotes pensando en sus maridos envenenados por ellas mismas. Y cuando las estampillas no figuren en colecciones, ni el do de pecho tenga valor fiduciario. Regresaré al golpe de tos de un postigo tuberculoso, que esté en desacuerdo perfecto con el viento, o la corbata chillona del paisaje, para venir a explicar la clave de esta voz que desdeña intervenir en nada; y que aprieta con creces la boca del corazón, cerrando las tijeras de las gayas blasfemias, para no maldecir vuestro mundo, vuestros grotescos campanarios, donde todas las cigüeñas cojas ocupan los sitios de etiqueta.
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Sábado de Ángel Miguel Queremel 1) Ya la tierra caliente prendió en tu carne su úlcera de fuego; pero tus manos exhaustas, dejadas en los litorales de tu vida, a la orilla del mundo, están saciadas de reposo. 2) Un aire lívido, de leche, desdibuja siluetas de árboles y cúpulas, entre un afónico gemir, como de esponja, de campanas y pájaros, de incienso y de vitrales, mientras la ventisca sopla sus flautas de brumas y de pinos. Al fondo va surgiendo en concéntricos giros una azulada claridad, nácar de un sol de medianoche en el alba de la primera estancia del emigrante que ocupa un mundo nuevo, en soledad ya definitiva.
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3) Los cipreses elevan el salmo verde de sus brazos –¡oíd, viento, la rama que se quiebra y el nido abandonado como caen en la tarde de mi corazón, quebrantando mi bosque!–. Semblante de agua muerta reviste la hora de despedirte y en ella cae, en denso otoño, mi espíritu flotando en hojas secas, mariposas de llanto, blandiendo con lentitud la soledad de sus alas. 4) Cielos inválidos están nevando sobre tu presencia, en tanto tú traficas profundos algodones, escupiendo tu cáscara terrestre. Contemplo el campamento de tus huellas elevando sus tiendas donde el sueño apoya sus piernas de silencio. La noche organiza sus almohadas de estrellas deseando tu cabeza, donde un cirio establece su lumbre de infinito para erguirla, con su nimbo de luz, en la tiniebla. 5) La torre de tu muerte desploma en mis huesos sus campanas. La cal de sus murallas despliega sus harinas en mis sienes y un alud de ángeles precipitados destrozan sus alas debatiéndose en mi pecho; instrumentos de hielo entreabren sus párpados de música de hálitos frente al exilado que abotona hasta el cuello su corazón aterido luchando contra la nieve que cubre con sus vellos de escarcha a los difuntos.
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6) Huésped de tu soledad, clamo tu nombre en mi desierto, escoltado de arenas y simunes, pirámide de entrañas habitadas de sepulcros; y en la atmósfera tiembla tu olor de viaje, tu color náutico, dejados como un traje, allí sobre mi brazo, como esa mano tuya dejada entre mis manos.
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Tríptico I Tenía en la mirada la paz de un crucifijo; el llanto, en sus ojeras, fluía de su destino; sangraban en sus manos las santas cicatrices de un corazón amante y unas bodas perdidas. Para yo contemplarla doblaba mis rodillas; me acercaba a su alma como si fuera un féretro y atravesaba el musgo espeso de sus cuitas tomado de la mano de su espíritu enfermo. Yo entraba de puntillas entre sus añoranzas y a sus despojos tristes daba mis esperanzas. Era el aire de junio y rondaba en las eras un olor de pasado y un desfile de sueños: por eso, los dos juntos, solos sobre la tierra, lloramos, confundiendo proyectos y recuerdos.
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II Sollozo tras vitrales de recuerdos mientras la vida cae del lado afuera; cuando mi llanto cumple aniversario y de anteayer mis lágrimas regresan. Sollozo, desvelado, en mi silencio, entre musgos de alfombras y pañuelos, para que ignore el mundo las pisadas que doy, infatigable, en su aposento. Hay fiebre y soledad entre mi selva donde vaga mi alma a la intemperie, y hay ruidos de tormenta en esta fecha. Así se conmemora la efemérides de un corazón en riguroso duelo que consulta el reloj de sus recuerdos.
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III Testamento de su muerte son las lágrimas que siego de lo que fueron sus mieses. Testamento de su muerte es esta sombra doblada, sobre mí, de su presencia. Testamento de su muerte soy yo, quien sigue viviendo, también sombra tras su ausencia. Testamento de su muerte es esta mesa desierta y ese lecho sin su cuerpo. Y este vaso que lo lleno y vacío sin su presencia, y este andar por las aceras sin motivos ni proyectos, sin desear hablar con nadie: testamento es de su muerte.
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Y esa música, sin eco en su garganta; y el verso que no repetimos juntos. Y aquella ventana abierta sin que nadie mire afuera, testamento es de su muerte. Testamento es de su muerte mi vida, trunca a la altura a que llegó su existencia. Testamento es de su muerte –¡oh, amigos, que poco entienden!– mi soledad y silencio. Soledades y silencios quedaron doblando a muerto cuando me quedé sin ella; cuando sus rápidos pasos se salieron de la tierra para pisar sobre el cielo. ¡Así, el dolor se hizo carne, como en el símbolo el verbo!
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Soledad Mañana de lluvia. ¡Y tú –viva en el mundo de todos– sepulta, bien muerta, en mi alma, de hielos y de lluvia, atravesada! El frío –mi frío y el de afuera– llena mi cuarto y mi cuerpo y llena mi casa entera. El llanto del agua invade mi espíritu. Y un silencio extraño, que no es silencio porque hay árboles y viento, es alfombra para el paso de quebrantados recuerdos.
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Cielo gris rodea mis sienes –yo, coronado de cierzo– hasta exprimir mi conciencia con su retorcida cuerda. Mañana de lluvia. ¡El mundo mío está muerto! Muerto para el mundo, como esos difuntos míos –¡vivos siempre!– en mi vida y en mis sueños. Con esas islas que advierto –comarcas de mi archipiélago– hundirse frente a mi rumbo entre atmósferas de invierno. Sigue el agua sollozando de bruces en mi universo. Solo, en mi alma, sin espigas a mi alrededor, yo siento la lluvia caer, y el frío
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de ese espantoso desierto donde blanquean mis huesos. En mi círculo de espinas, en tanto llueve, doy vueltas en vértigo, mientras sopla mi fúnebre campamento la ventisca del recuerdo.
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Testimonio de amor en tu nombre Débil lirio, doblado en su quebranto, veo tu nombre tendido sobre mi alma, estatua yacente del romance; veo tu nombre flotar junto a mis líquenes, en mis lagos cansados; siento el aire de tu nombre entre las geometrías oscuras de mis árboles, con el tono doliente con que oímos los rezos y los llantos de los deudos de los muertos de las frías madrugadas; oigo tu nombre golpeando las maderas de mi espíritu –xilófono clamante– con tempestad de uñas y de sangre; tu nombre, que establece en mis océanos, puertos, estelas, horizontes, barcos,
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hendiendo los oleajes de mis sienes; hendiendo mi presencia con su afilado alfanje. Por tu nombre me hundo, con tu nombre me salvo. Mi mar que se revuelve te eleva sus abismos; sus espumas, mis playas; paisajes te han dado mis caminos, y pájaros mis aires, y fragancias; mi cielo se inclina y rodea tu cabeza con su constelación de astros; y sangre de mis venas fundó sus arco iris en la aurora boreal de tus entrañas. Rodeado de lluvias y de soles, tus frutos maduré con estas manos tendidas hacia ti, frente a los cánticos de un pagano evohé, mientras tu nombre ascendía sobre el mundo, como un salmo. Por tu nombre me hundo, con tu nombre me salvo. ¿No adivinas mi rostro, forcejeando entre atmósferas de selva,
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remando entre corrientes de tumultuoso verde, pugnando por llegar a tus vitrales, mordiendo los costados de tu lecho? ¿No sientes el fragor de mis arterias, sonando sus puñales en mi noche, mientras arde mi lámpara de mirarte en mis sueños? ¿Ni ese temblor de condenado a muerte, cuando tomo en mis manos la llave que te guarda en mis recuerdos? La abeja de tu nombre zumba y viene a clavar su aguijón en mi conciencia. Las trenzas de tu nombre suelta el viento y en estrellas sus letras aparecen; se levanta un aroma de esquilas y de ángelus; ciertas manos de plumas mis zarzas apacientan; los cuernos pastoriles con sus notas convocan en las tardes mis nostalgias,
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en tanto las estrellas de tu nombre vierten lenguas de fuego sobre mi alma. Por tu nombre me hundo, con tu nombre me salvo.
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Recogimiento En la aldea de mi alma aparecen de nuevo las tardes en que doblan los rostros y los lirios, el tañer de campanas, los ángelus sin cantos, las cenas sin palabras y el corazón vencido. La noche de mi espíritu penetra el universo. Quiero cerrar mis puertas para llorar tranquilo, para seguir la ruta solitaria de mi alma y estar –¡por fin!– en mí, y en soledad conmigo. Se cubre de cenizas mi corazón de selva; rasga sus vestiduras la noche ante mi duelo, mientras en las tinieblas mi vigilia sostiene su lámpara votiva, ardiendo con mi ruego. Yo quemo esta resina en el hogar de mi alma, y el aire que penetra en mis pulmones tiene –débil humo que rompe la paz de mis fantasmas– el hálito de un astro perdido para siempre.
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Elegía del espíritu frente al mundo I Aquí estoy, apretando mi soledad, como arteria cercenada de mi destino, como la diestra del cadáver de mis sueños; herida que desangra mi espíritu, que aplica sus ventosas a mi aliento, que mastica mis entrañas sin consumirlas, que hace explotar mis huesos en pálida pirotecnia. Y pregunto si existen las mañanas, los pájaros, la luz; si existe el agua cantarina de los riachuelos, la cantarina risa de los niños. Pregunto y nada oigo. Porque siento, entre una densa lluvia de luciérnagas, caer sobre mis hombros las noches y las tardes; la nieve de mi soledad caer sin ruidos, envolviéndome, los aullidos de un negro océano rastreando mis huellas con sus lobos. Y siento en todo eso el llanto mío, el llanto de quienes retuercen sus brazos, con sus rostros contra los muros, de aquellos que suenan su temblor con la misma estridencia que sus cadenas, bajo el batir de los puños, ya sin carnes ni pensamientos.
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¡Y entre todo y todo yo contemplo la muerte! La muerte, con pasos de gendarme, rondando con su látigo, vigilando nuestros desapercibidos corazones, nuestro vino de olvidarnos de su presencia, para lanzarnos su sorpresivo manotazo, su salivazo iracundo. Entre todos y todo, veo pasearse la muerte de uniforme, sonando sus tacones entre un bosque de manos en alto, rindiéndose; su tremenda misión cumpliéndose, y haciendo signos de llamadas ineludibles, disolviendo con su caballería sideral nuestras manifestaciones. Y aprieto mi soledad. Como el reloj del primer hurto. La mía. Y la de todos. Porque en todos vosotros pienso, oh, amigos, aunque no cante vuestros doblegados [cipreses, donde el aire coloca sus conventuales clavicordios, aunque no cante la soledad de vuestros espíritus quebrantados. Yo siento –mientras caigo de bruces contra mis arenas– que vuestro huracán de angustias bate mis tiendas y sepulta mis camellos. Porque estáis en mi corazón, cuando os veo desflecados por el vendaval semejantes a esas banderas de mis propias entrañas. ¡Mi soledad es demasiada, oh, amigos! Ella solicita vuestras guitarras, que ya no tengo; vuestras voces que anuncian el tono que yo pretendo; vuestras manos jadeantes que galoparon, al igual que las mías, hacia el sol y la montaña. Mi soledad y mi dolor desdeñan la hoguera de mi propio canto
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para buscar el campanario de las sencillas palabras vuestras, de los panes caritativos de vuestra humilde mesa, del espontáneo abrazo que no pregunta el origen del llanto. La verdad es, amigos, que veo mi barco perdido, y yo, su capitán, que ha creído en el rumbo y en la estrella, que ha dormido sobre el canto de las olas con las manos apretadas sobre la rosa de los vientos; con el corazón henchido de velámenes y la sonrisa puesta en cada puerto; ahora estoy rodeado de tripulantes muertos, de maderas podridas, de cosas en silencio, y de aguas solitarias que golpean mis costados con rumor de naufragio, hablándole a la muerte. La soledad del mar araña mis recuerdos. Debo morir, hermanos, solo, solo entre peces que nada entienden, sorprendidos de ese otro mar de leva que bate las playas de mi conciencia. II No es la voz. Ni un poema. Es mi interior llameante ante vosotros, ante el mundo de enhiestos arrecifes funerariamente empenachados por el graznido de los cuervos; ante el mundo que proyecta la sombra de sus negros torreones aún en mis sueños –¡oh, humanidad que ha olvidado los sueños!–; ante ese mundo espeso, con lanza y armadura, con odios y sin Cruz creador de infatigables cementerios,
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con hierbas tristes, sin flores y sin rezos, sin miradas de niños, ni pasos de mujeres; ante ese mundo del hombre sin hermano, que come su hogaza salobre apartado de los suyos; que lancea el costado de su padre; que muele los huesos de sus hijos y avienta sus harinas al hambre y a la peste. Es mi interior llameante ante ese mundo podrido, ah, ese mundo podrido, donde el espíritu perdió su derecho de asilo. Por eso callo, hermanos. Las palabras las guardo, ya amarillas, apretadas en la soledad de mis pensamientos, en el armario de un deambular atónito por calles y galerías deshabitadas, donde mi presencia resuena y sorprende como un disparo, donde mi presencia intenta separar sus raíces de mi espíritu, donde mi presencia se alza semejante a un pedrusco molesto y extraño. Y pretendo olvidar la zarza y la saeta; de evadir esos vientos que empujan basuras de odio contra mis puertas; y trato de cerrar sus rendijas, o de estar muerto, para no ser de esa humanidad, para no verla, para escaparme del alambre hiriente, del músculo que odia, del diente amenazante, que amenazan, hieren y odian, como un oficio. Por ello debo huir, morir, hermanos, entre aquellos peces sorprendidos, que acaso sí comprendan el origen de mi tragedia. Entonces mi alma se fuga hacia esa soledad donde la invita mi infortunio,
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ámbito donde recuerdo que sí pudo existir la rosa y la mañana, la luz, los pájaros, el agua cantarina, los niños riendo ante la danza de sus padres; pero algo me empuja, me lanza sobre el fuego y la tierra, estruja mi rostro, macera mis pupilas, entre un rumor que va creciendo fuerte, con lenguaje progresivo, a modo de una imploración colectiva, de un conjunto de salmos. Y vuelvo a ser el mismo, lleno de musgos tristes, de cenizas ungido; la misma hoja seca pudriéndose, o conducida sobre monstruosos insectos; vuelvo a ser el mismo gusano de mi soledad, revestido de silencio, frente a mi mesa vacía, con la mirada vacía, con las caídas manos vacías… ¡Solo!
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Gozo y pena de Ella I ¡Oh, las tardes frente a mi alma! ¡Ay, con ella! ¡Medios días de mis sueños! En la orilla de las cinco de la tarde, un ángel, en su nombre, me hace señas, jinete en la saeta de su esencia. Al contorno de mis sienes, pájaros, nubes y cielos me asisten con su presencia. A la orilla de las cinco de la tarde, nuestras almas van unidas como su cuerpo y mi cuerpo. Al final de las cinco de la tarde, nuestra ermita se aroma con su incienso,
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y el viajero, en la noche, mira alzarse el humo de dos vidas hacia el cielo. II ¡Oh, las tardes frente a mi alma! ¡Ay, sin ella! ¡Medias noches de mis sueños! En la orilla de las cinco de la tarde, junto al húmedo musgo del silencio crece en mi corazón el de mi espera. Mis vértebras estremece el soplo de esa intemperie de su desvelada ausencia. A la orilla de las cinco de la tarde, su hálito tocar siento en mi pecho, sus lágrimas hollando mis arenas. Al final de las cinco de la tarde, –principio de mi llanto– existe una pendiente, por donde mi espíritu en el fondo de la noche se pierde.
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La heredad destruida Sobre los montes levantaré lloro y lamentación, y llanto sobre las moradas del desierto; porque desolados fueron hasta no quedar quien pase, ni oyeron bramido de ganado: desde las aves del cielo y hasta las bestias de la tierra se transportaron y se fueron. Jeremías, IX, 10
El hombre ¿Qué he hecho, Padre Mío, yo de mal a tu mundo si ni siquiera lo conozco? Solo he visto el cerrado recinto de mis montañas donde demora mi parcela de mies, mis animales de labranza, mis aves y mis perros. ¡Y nada más he visto! ¡Ah, sí, también mis ojos conocen el pedazo de cielo que me diste, para cultivarlo con mis oraciones, para consultar tus señales! En tanto mis oídos únicamente saben de las notas de la naturaleza,
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de la voz de mi esposa, de las canciones de mi hija. ¡Apartado de todo estoy, pero más cerca de Ti, Dios Mío! ¿Qué daños hice, Padre, entonces a este mundo donde nunca he vivido? ¿He pecado acaso contra Ti? ¿He hecho mal a otros hombres en mi oscura existencia? ¿Contra tu ley qué hicieron mi mujer y mi hija? Mi mujer, abatida, gime sobre las glebas, aprieta contra su pecho las exhaustas gavillas, engancha a mis ropas sus dedos convulsionados… ¡La pobre! ¡Tiene miedo! ¡Vive temblando! Sin embargo, su llanto no rehace su riqueza perdida, sus cacharros ya rotos, sus objetos caseros, su máquina de coser, sus humildes reliquias de familia –cartas, retratos, la modesta vajilla–, y sus utensilios de cocina, su blanca lencería, heredada de sus padres –¡estaba como nueva, y ella se complacía en mostrarla a los vecinos!–. Ahora tiene que dolerle la destrucción de todo lo que tuvo para hacerme grata la vida dentro del recinto hogareño. Mi hija mira con recelo hasta mi propio rostro. Se sobresalta aún cuando suspiro sin que pueda impedirlo. Ya no canta desde la ventana sus saludos al alba, ni silba a los pájaros, ni juguetea con los perros; ni corre como antaño dentro de la casa hasta el punto de entorpecer las faenas domésticas. Ni festeja mis partidas y llegadas con su gárrulo júbilo, saltando por las sendas 190
con sus gritos, falditas y cintas de colores en el viento. Y yo, Señor, ¿podría enumerarte lo que he perdido? ¡Todo! ¡Sí, Padre Mío, Tú lo sabes! ¡Todo me lo quitaron en un soplo, dentro del ruido de sus avispas asesinas! A solas, desde el fondo de mi espíritu sumergido, siento soledad y vergüenza: soledad por hallarnos ajenos a los hombres en nuestra aislada agonía; vergüenza de ser yo el esposo y el padre y no haber tenido potencias suficientes para impedir este crimen; como si hubiese escuchado ladrones en la noche y estar cobarde para levantarme. ¿Es que todavía soy digno de merecer las santas voces de antes de esposo y padre en mi heredad destruida? ¡Oh, Señor! ¿Qué hicimos nosotros de mal en este mundo si ni siquiera lo conocíamos? *** Fuego de Dios cayó del cielo, que quemó las ovejas y los mozos, y los consumió… Job, I, 16
La mujer Lo miro padecer, aunque él no diga nada. Lo veo con su ceño solitario y su bigote descuidado. Deambula y toca los objetos dispersos y queda en silencio frente a algunos como buscándoles utilidad, y toma otros para arrojarlos luego con indiferencia. Parece venir de lejos y de ir a ninguna parte. 191
Lo contemplo sin mí, sin nosotras, sumido en algo suyo, sin querer compartirlo, perdido en su substancia, sin sus ademanes habituales, anudado a su esencia, vagando con su pierna lastimada; perdido entre un mundo desconocido, desasido de él mismo, sin los sonidos de sus quehaceres cotidianos; apoyado en su bastón, mirando absorto el horizonte, como en la espera de una visita que se teme, pero que habrá de llegar, inexorable, idéntica a la muerte. Lo miro conducirse sin su sonrisa, sin sus pasos ruidosos, sin sus comunicativas risotadas. Ya no me apaga, juguetón, la lumbre en la madrugada, ni da palmadas a los animales, hablándoles como a personas. ¡Viejos compañeros de nuestra vida humilde que ahora yacen destrozados –los pobres– apestando el ambiente con sus cadáveres! ¡Cuánto le divertía imitar el canto de los gallos anticipando el alba, para luego complacerse con los festivos resultados! Hoy marcha solo, cojeando, hacia el campo destruido, para quedar erguido mirando siempre hacia los cielos con su mirada mansa, casi dormida, aplastada por quién sabe cuáles ideas. ¿Te está buscando a Ti, Padre Mío, para llevarte sus preguntas, o en solicitud de Tus hombros para su tremendo cansancio? ¿O es que aún espera otro atroz mensaje de esos hombres distintos, que no son buenos como Tú y como él? Ya no escucho su canto ronco, de variables cadencias, mientras uncía los bueyes; ni queda en la alquería el olor de su tabaco; ni ya existe la mesa donde elevaba su rezo, antes de nuestra cena, santificando el momento.
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Terminó aquellos vespertinos recuentos de sus labores, de mis faenas, y de los estudios de nuestra hija preguntando sus cosas. Ni volverán sus amigos a paladear su primer vino, mientras él sonreía y reía moviendo la cabeza, y me guiñaba un ojo excitándome a volverles a llenar las copas, con aquella expresión jovial de cuando me cortejaba. Ahora… ¿Qué busca allí mi esposo, sin nadie, ni siquiera el humo de su pipa, ceñido a su interior, golpeando con el palo labrado por él mismo los aventados terrones donde otrora fructificaba la cosecha? ¿Por qué, Padre Mío, mi esposo nos rehúye, para rodar a solas sobre el campo desierto, tal una piedra despeñada? ¿Qué mal pude haber hecho en este mundo para no merecer ni aun la mirada del padre de mi hija? *** Mi vida está entre leones; estoy echado entre hijos de hombres encendidos: sus dientes son lanzas y saetas, y su lengua cuchillo agudo. Salmos, 57, 4
La hija En la noche busco la mano de mi padre debajo de mi cabeza, donde solía encontrarla a modo de tierra abonada para robustecer mis sueños. 193
Busco su mirada de antaño, rodeando mi plato, a la hora de la cena. Y ya nada de eso encuentro. Porque sus manos parecen hoy atadas a sus pensamientos, y sus miradas perdidas más allá de mis pupilas; lejos de las de mi madre, quien también las solicita, sin encontrarlas, porque ellas están extraviadas, como si mi padre hubiese sido arrojado fuera de nuestra casa, a través de esas rotas paredes, rotas sin culpa nuestra. Aquí todo ha cambiado, hasta la hora del alba, porque no hay cantos que salten a mi lecho en la mañana, ni el olor de los frutos se acerca a mis lecciones. Mi madre a menudo, de rodillas, llora y reza en voz baja, evitando que mi padre y yo nos demos cuenta. Yo también lloro mucho, pero tampoco quiero que me vean. —Hay que ser fuertes —oigo exclamar a mi padre y a mi madre con frecuencia. —Hay que ser fuertes —le repito llorando a la que encontré de mis muñecas. Cada día estoy más triste y hora en hora yo siento algo que nos acecha detrás de este silencio nuevo, ese silencio frío que vino a ocupar nuestro campo y la casa deshecha. Sobre todo de noche me da miedo mirar el firmamento. Cuando en la oscuridad despierto y escucho me parece que todos estuviéramos muertos y vivos al mismo tiempo. Enterrados en nuestros interiores, sin poder salir afuera en nuestra voz, en nuestros gestos, en nuestros ruidos de estar vivos. Yacemos en nosotros mismos, idénticos a esos animales difuntos, a la cosecha perdida, a nuestro hogar maltrecho.
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Miro con miedo a todo, aun a los ojos de mis propios padres. Llevo fijas mis pupilas en la tierra, pensando en cosas que no entiendo. Comprendo que ha ocurrido una desgracia inmensa, que todos estamos tristes, y solos, desde que ellos pasaron... ¿Quiénes pueden ser ellos que así son tan malvados? Papá los nombra ellos y mi madre lo mismo… ¿Dime Tú, Padre Mío, Tú que estás en los cielos, qué hemos hecho nosotros de mal en este mundo para que ellos nos den este castigo?
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Elegía a Reinaldo Tovar Pérez A José Ramón Heredia
Te escribo bajo el lento descender de tus nieves. Miro a tu lado a Elda. Con ella a Queremel. Conmigo está presente Gustavo con sus cantos, junto a Lerzundi, hidalgo, seguro de su rango: ¡Célula primitiva de “Viernes”! ¡Mayo del 36! Siempre luto en mi alma. Cielos grises dejaban en mis cabellos y pestañas sus estaños y lluvias. Más tarde está tu muerte, con la espada en la diestra, apuntando mi espíritu con su alba lacerante. Ahora brotan tus manos a través de la sal y del cemento; manos donde el misterio madura y exprime sus experiencias. Ellas erigen sus alambradas en las aceras, sus candelabros en mis noches, sus toques de queda sobre mis sienes. Tus manos brotan como instintos, como yerbas, como cuchillos silvestres y cortan mi presencia, dividiendo mis pasos y monólogos
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en órbitas de oscuros alquitranes, donde giran mis recuerdos; donde mi alma se asfixia, anegada en un bosque espeso de espinas y ponzoñas. Sopla el viento de tu espíritu sobre mis tiendas, mientras miro batallones de erguidas nieblas, con las bayonetas caladas de sus fríos. De sus huellas se alza un vaho de memorias terrestres. Flotan en mis vinagres sus difusas siluetas transparentes a modo de fatigadas y ondulantes cabelleras sumergidas; luego invaden los cafés, ondean por los parques y avenidas donde tú y yo íbamos dialogando, bajo soles y lunas, rodeados de colinas. ¡Son mensajeros tuyos, oh amigo, que recibes mis saetas mojadas en mi sangre, templadas en la frialdad de mis desiertos! ¡Son lo que ya eres tú: soldados de ocultas fuerzas espectrales, donde aúlla la muerte, rompiendo la atmósfera con sus ráfagas, tornada en viento índico, creciendo como un incendio! ¡La muerte, a quien advierte en vigilia constante sobre las sementeras, buscando con sus dientes, entre espigas y lirios, el inerme corazón de mis amigos!
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Fuiste, compañero, testigo de mis buques verticales; del limo que, hora a hora, mordía y muerde sus entrañas y las mías siempre que sonreí cuando daba felicidad a otras criaturas. Tú, que fuiste el comprensivo del origen de mis oraciones y blasfemias; que veías en mi espíritu –lleno de las resonancias de amados mausoleos– un brulote, incendiado de penas, con el infierno en pie de guerra a bordo; tú, que sabías a cabalidad las razones del vino y la cicuta; el sabidor que eras de cada rótulo de mis quebrantos en soledad; quedaste ahora aquí, revestido en fosca tierra –¡cuán callado!– bien aherrojado, a solo un metro del canto de los pájaros y danzas de mujeres, sin tu espíritu enorme, con tu espíritu lejos, ascendiendo en mis ámbitos: ¡alba de sol saludada ritualmente por la voz de mis almuédanos! ¿Recuerdas, compañero? ¡Iban por nuestros sueños y palabras teorías de canéforas, y cantos dionisíacos, y colmenares griegos! ¡Y salmos, clavicordios y místicas estancias rodeaban nuestros pechos! ¿Recuerdas, compañero? ¡Había músicas, alcoholes y poemas! ¡Almas de mujer –¡mujeres!– hablaban desnudas por cada herida nuestra con un rumor de abejas, o de agua corriendo, y una cosmogonía de risas y de lágrimas de cada una de ellas nimbaba nuestras frentes! Ahora que las mañanas, las tardes y las noches en mi espíritu cavan sus fosas, donde cada cadáver es un sueño; ahora que viene la hora de oración a agitar mis campanas, mientras son fustigados los cielos por bólidos coléricos, y la tempestad va acercando sus tambores desde lejos;
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ahora te invoco a ti, a aquel mismo, observador dolido de este hueco en mi espíritu, de ese bolsillo roto, de este destierro mío sin cartas que pidan mi regreso; de este cerebro que se rompe contra el firmamento; de esta alma mía, flagelada por músicas con rostros de mujeres; de aquellas manos que se enganchan a mi historia con uñas en desespero; del sabor de ojos cerrados entre mi boca; del dolor de romance entre mis huesos; del olor de los alcoholes vaciados con ellas junto a mis poemas; ¡de tantos combates de llanto en mis memorias!, ¡de este clamor junto a todos los muros del universo! ¡Oh, tú, mi hermano en armas, a quien ya no puedo oír porque estás recogido en perpetuo retiro con tus astros! ¡Oh, tú, mi compañero de antaño en la hiel y en la rosa, cotidiano observador de mis cuadernos de bitácora, hoy situado en el cenit de los puñales y las plumas! ¡Crucificado estoy en la tiniebla, inválida luciérnaga, o estrella por extinguirse! ¡Hazme una señal –tu señal–! ¡Alivia mi soledad sin nadie! ¡Condúceme en tu voz las voces de quienes –mis amigos– visten hoy caudas de cometas! ¡Tú, el plenipotenciario de mis mensajes para mis deudos muertos! ¡A mí, tu camarada, el pasajero de tercera en el curso de sus íntimas devociones! ¡Tú, que elevaste tu rezo con el mío alrededor de un catafalco! Porque fuiste, oh amigo, almirante del sueño, yo en busca de ese mundo destruido, ansiado por mi esencia,
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las resinas del llanto en tus atrios enciendo. Mis manos extendidas ostentan sus bĂblicos estigmas cuando a diario en mi vida, despierta entre pavesas el recuerdo que yace, sin amigos, enfermo.
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Elegía del corazón desamparado 1 Yo soy el solitario que clama en el desierto. Esta noche te llamo con voz de irme lejos y estar entre tus sueños. En esta noche siento tu voz en la humedad del firmamento, transida del sudor de tu agonía, peregrina, en mi búsqueda, del cielo. La tristeza inunda toda mi geografía inmensa, no obstante ser yo apenas un átomo perdido en el Pacífico. ¿Qué importa a nadie la humanidad de este corazón orando sus recuerdos, arraigado en tu comarca al rescoldo de tu lejano fuego, cuando otra humanidad iluminada va con sus crines tendidas contra el viento hacia la felicidad de sus proyectos?
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¿No es acaso esta música el camino para esos corazones que veo marchar anudados en sus propias trenzas, mientras que para mí solo es regreso a lo mío, sin mí, sin ya tenerlo, a todo lo que dejé mientras dormía en su lecho de enfermo, en tanto me marchaba con sigilo, a espaldas de su sueño? Esa humanidad da la bienvenida a su dicha en esta música, que es para mí la despedida a lo nuestro deshecho. ¡Qué soledad tan vacía y tan poblada de mares, aires, tierras! ¡Cuán pequeña se siente aún la majestad de la tristeza! Intento en mi profundo desamparo, reunir a mi lado mis recuerdos. Los llamo como amigos a que me alienten en mi duelo, que en esta soledad son mis únicos deudos. Pero los mapas me golpean. Pienso que ha breves días yo estaba allí, sembrado en tu corazón, habitante de nuestro mundo pequeño, y hoy el mundo grande, el verdadero, el cierto, lanza paletadas de distancias entre tu orilla y mi orilla, entre nuestras voces y sus ecos.
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Ahora me veo tan solitario, tan sin nadie, tendido en esta playa, frente a oleajes de ausencias, tan sin nadie a quien llamar en mi propia lengua; rodeado de bocas vacías y corazones llenos de sus ángeles sonrientes, rodeado del idioma de esos ángeles, que ya yo no poseo. 2 Me encuentro tan desolado frente a los meridianos, hurtando ante la dicha de los demás mi cuerpo. Y siento el limo de las distancias que roe mi presencia, y miro tu corazón, como esa luna gigante de nuestro trópico, con halos de sangre penetrando los ventanales de esta isla donde no caben mis brazos clamantes, abiertos, que se me van, buscándote sobre los hemisferios. Te escribo esta oración con letras de ceniza, bajo árboles milenarios, donde solloza la noche que cubre mi cabeza; doblado sobre la carne, aún caliente, de nuestro amor crucificado. Te escribo frente al mar, al lado de rostros internacionales, entre aviones que van y vienen, como muerto enterrado en la atmósfera de un mundo que está detrás del mundo nuestro.
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Te escribo con la sal de este aire nocturno que bate mi corazón. Te escribo con este clima doliente, saturado de músicas lacerantes, con mis arterias penetradas por su hálito de congojas. Te escribo para estarte amando siempre con esta voz arrodillada en tu recuerdo. Te escribo mientras cerca aúllan los remolcadores en el puerto, resoplando sus trenos, para espantar las sombras, las cuales se acumulan en mi pecho. Cuando llega la noche, solo, sin amigos, anónimo viajero, mirando que otros hombres llevan, esperan o solicitan sus mujeres; cuando llega a mi alma el vaso solitario, la habitación sin diálogo, con mi voz tan sola, desnuda de respuestas; cuando llegan las noches –esta y todas las noches– yo quisiera estar muerto, enterrado en este aire inexpresivo, respirado por mí solamente; que así estaría más cerca de mis cosas difuntas, que así estaría más cerca de todos mis recuerdos, porque el recuerdo, a veces, es simplemente muerte. Tu nombre, tu presencia, me acompaña de lejos; te siento en todo esto, en mi propia soledad, en ese concierto musical que sigue quebrantando mi espíritu bajo sus ruedas. Te siento aquí, entre mi sangre, habitante de mis memorias, palpitando en mi pulso, transeúnte en mi aliento, detenida en mi vida interior, como una estatua viviente.
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Miro tu sonrisa y oigo tus palabras y hasta aquí me salpica el océano de tu vida, golpeando las playas del infortunio nuestro. Quiero juntar en mi alma esos pedazos de nuestra historia, esas tristes maderas de nuestro navío naufragado; esas risas con las mías, tus llantos con mis llantos, tu voz con mis acentos; quiero hacerlo así en mi desamparo para tenerte cerca. 3 Y sollozo al convencerme de mi infinito abandono, en el que aún los recuerdos son rebaños dispersos. Y veo alrededor mío la humanidad que deambula, veo esa tierra enlutada, ese mar negro, ese aire negro, la mujer y el hombre que se buscan y encuentran; aquel que puede estar solo y distante, sin que llore su alma, mientras aquí continúo, herido sobre el suelo de mi soledad, tumbado como un lisiado en mis recuerdos, sin poder levantarme, de bruces contra mi destino, con tu distancia clavada, como una lanza, en mi pecho. Estoy solitario en medio del Pacífico, circundado de rostros e idiomas extranjeros. Soy el ermitaño dentro del tiempo y el desamparo va creciendo en mi corazón como yerba silvestre
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lanzando sus tifones de angustia contra mis sienes, y siento que estoy lejos de mi antigua presencia, que estoy muerto, porque vivo para ti ya en el recuerdo.
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Poemas INÉDITOS (1933-1949)
¡LIBRO MÍO, hotel de emociones para las miradas de prisas turistas… Insípida pincelada en las puntas de las lenguas. Gotero de savias de los residuos que quedaron entre los engranajes de una mano crispada! ¡PÁGINAS, bocas de las heridas que aún pueden sonreír a las puntas de las dagas. Giróscopos de gargantas en trinos. Brisas delgadas de los pomos que estuvieron vacíos, abandonados sobre sentimientos entre sábanas! ¡Humo... Apenas humo de incendios de alas! Algunas maletas llenas de almas… Algunos corazones con sombreros de corcho, urgidos por las tenazas de los relojes pulseras… Algún pie descalzo,
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ciertas pupilas en piyamas… ¡El va y ven de los instantes a 90 caballos se detendrá en este hotel sin preguntar nada, ni responder a nada! Ojos impasibles, cauterizados, se dormirán de cansancio sobre las camas. ¡Quizás haya protestas de pesadillas contra la metafísica de los manjares, contra los negros que tocan retorcidos con las cabezas hacia abajo!... ¡Y no habrá ni Barroco ni Strauss, ni revistas, ni pinturas pornográficas! ¡Y muchos dirán: Este hotel no vale lo que pagamos! ¡Habrá alguno, con gusto de retortas, que se quede… Con ese me basta! ¡De todos modos, yo quedaré siempre indiferente haciendo girar solo, aerostático, mi ruleta, para pasar el rato!
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Domingos con novia a las cinco de la tarde Toda esta avenida vestida con su traje de cinco de la tarde, me ofrece en su bandeja… para mejor decir en su cordaje de sauces tañidos de manos de sol, un excelente olor a medio kilo de bombones… ¡Entre las yerbas las hormigas organizan conferencias alrededor de la muerte de Vargas Vila, y recuerdo que hubo una venta de licores baratos precisamente al comienzo de la avenida! Una antigua chalina ahorcaba mis ideas modernistas… Un flux negro sobre mis vellos erizados de principio… ¡Una novia de nácar vestida siempre de azul invadida de abejas y mariposas por la abundancia de trigos proclamada en su cabeza de estudios de música!... ¡Un romanticismo sembrado en todos los mapas que dibujó Espronceda,
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donde los contornos de unas islas inmediatas a nuestro espíritu se hundían a diario en ese atlántico que rodeaba nuestra garganta! Eran dedos en confín, tecleando vísceras, tanteando milagros sobre los pianos abiertos al desbordarse los cielos en astros… ¡Dedos que graduaban la madurez de los frutos en columpios sobre las dos orillas invadidas de reflejos interiores!... Tono mayor de la adolescencia incubada en plenitud de ruego, lágrima enroscada a la cola de una nota, letras de un poema derribadas en fragmentados vidrios entre las heces del vino olvidado al borde del sueño… Avenida de sol y de pretérito, donde el silencio quedó demostrado con la elocuencia de la tarjeta superviviente en el bolsillo del frac con que asistimos a un baile de aquellos días… ¡Dulce calor de abrigo a nuestras pupilas cuando regresan de esos viajes hacia los almanaques desaparecidos! ¿Por cuáles campos de gules o de azures rodará mi antigua bicicleta?... ¡Qué transparencia de camino a la espalda!... ¡Qué diafanidad de itinerarios hacia adentro!...
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¡Cuán sensible la cuerda que nerviosa se suicida ante la sentencia de muerte del arco!... ¡Así me estoy callado, derrotado de ímpetus, saboreando este discernimiento de calidad de lejanía, donde corazones de pájaros formaron ese pastel de cantos y sentimientos que ornamentan la mesa de mi banquete! Relentes de músicas que fueron damas para mi brazo se levantan sobre la órbita de mi lágrima estancada, allí donde el musgo se puso de acuerdo con mis suspiros para lamentar la muerte violenta de mis plenitudes… ¡En el origen de mis manos extenuadas están los cimientos de esta pirámide más alta que mi intelecto, en cuyo vértice se da a los cuatro vientos mi corazón extasiado! Ninguna mano detendrá la expansión de mis superficies, ni ningún rostro pondrá alambradas de guerra a mis expediciones, ni ningún nombre esgrimirá en su fonética el sonido cabalístico capaz de amedrentarme en mis regresos… Las raíces de mis vísceras están hondas en esta avenida armonizada con sus sauces,
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donde la brisa recuerda el olor de los bombones ceremoniosos derramados en signos musicales hasta su corazón… ¡Ellas se nutren todavía en los trigos vestidos siempre de azul que maduraban en los contornos de unos estudios de música!...
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Resonancias de la esencia de otros días ¡La mañana exhibe sus ceremonias de buen tono!... ¡Los termómetros con sus medias apenas por las rodillas están jugando a los aros con las hojas secas de la avenida, frente a la indiferencia de las hormigas entregadas a su empresa de cabotaje a las orillas de las aceras!... Me siento bien situado en mi punto donde apoyo la escalera ilustre que eleva mis obreros interiores hasta esa cúpula donde el sol ignora la más ligera sombra, allí donde la mano descubre sus designios de altura... Qué bienestar de mañana decorada de símbolos, festejando mi presencia con su bendecir de brisa... ¡Hasta la más lejana evocación de la primera novia se doblega a mi voluntad de respirar átomos saludables al espíritu! ¡Todo marcha de acuerdo con mis claridades, aquí donde las nubes siguen el ritmo de mis pasos,
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oyendo la traducción de mis amores perdurables en esa música diluida que corresponde a mis reverencias!... Me siento muy liviano, invadido de alas... y no recuerdo ahora cuando fue mi última pena. ¡Todos los relojes tratan de llegar a un acuerdo para demorar esta hora dibujada por arquitectos risueños! ¡Eventual visitante, aquel “yo” de otros años, se ha detenido un largo espacio entre mi cuerpo!...
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Luis Fernando Álvarez Teosófico y bravío, este bardo funeral navega en su propio río de corriente espiritual. Con el vórtice sombrío fraterniza su ideal, marinero del navío de la ráfaga espectral. Y, al son bueno de los sones con que alivia a las visiones que van de su estela en pos, busca a la Beatriz preclara que depure su alma, para desaparecer en Dios.
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Por estas calles pinas, donde el tiempo escribe testamentos de cenizas y erige los sepulcros de otras épocas; por estas calles bajas, donde corre el punzante licor de tu recuerdo; por estas cámaras herméticas, donde mudo el silencio coloca tu solitario candelabro frente a mi oscuridad de no tenerte; por esta catedral, nido de siglos, donde se oyen los pasos desnudos de la muerte; por este aire marchito, donde surgen y mueren geometrías de sangres y de aceites en una soledad con golondrinas y músicas de órgano filtradas entre nieblas; por estas campanas de las seis de la tarde que bajan a mis hombros sus espectros y atraviesan mis zonas como ríos con sonidos flotantes en mis sienes, mojando mis antiguos cementerios;
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por este eco de llanto que de mis pasos van dejando en las calles sin gentes. Por este pensamiento en tu presencia formada por la espuma de mis sueños, que marchan viudos por rincones yertos, sobre yerbas crecidas entre piedras y edades que alzan sus pulidos huesos, de nombres esculpidos que navegan en tumbas ya sin deudos, testimonios de afectos de otros tiempos; por este comprobar como es posible que por desear vivir para tu vida, yo, apresuradamente, esté muriendo, cirio agobiado por su propio fuego. Por todo eso, y porque vivo siempre mirando como cae el firmamento sobre las palmas de mis manos, tensas a tu constelación que nunca llega, rezo la contrición de este poema, ardiente zarza que arde mientras velan hieráticos arcángeles mi rezo.
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Hiéreme entre mis hombros tu saeta, a mí, al desertor de tus almenas, –preso constante de tus llaves firmes– en sus fugas atado y sin embargo siempre desatado en sus regresos. En cada muro miro tu mirada –xilografía de sal, de noche y ruego–. Beso su resplandor en ese aire maternal con que envuelves mi existencia, proyectando sus sombras en mis sienes mientras en los pinares de mi espíritu siento que el viento avienta mis pavesas.
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cronologĂa
1901
Diciembre: Nace Luis Fernando Álvarez el día 28 de este mes. Será el mayor de siete hermanos. Sus padres fueron: Luis Álvarez Pérez y Matilde Álvarez Olavarría. “Mi infancia la repartí entre la ciudad y el campo”. Este campo es Antímano.
1918
Comienza a trabajar en Comercio. Primer oficinista y contable de la firma mayorista Esayag Hnos. & Co., cuyo accionista principal es León Essayag. Empleo que tendrá hasta el año 1926.
1920
Conoce a Ángel Miguel Queremel. Mayo o junio: Funda, junto a dos de sus mejores amigos de esta época: Luis Emilio Monsanto y Alberto Michelena una revista literaria quincenal llamada Proteo. Su primer número ha debido salir a finales de mayo o principios de junio (el n° 2 tiene fecha del 13 de junio). La revista tuvo problemas desde su inicio puesto que Monsanto (quien más tarde se desempeñará por varios años como agente comercial de los Estados Unidos de Venezuela en varios países de Europa), renuncia a ella el día 16 de ese mes. Es en esta revista, donde, posiblemente, Álvarez publica sus primeros poemas. “Mis primeros versos los publiqué en una modesta revista, allá por 1920”.
1921
Noviembre: Participa en la fundación y dirección de una revista llamada Palas. También colabora en Apolo (San Cristóbal), revista bisemanal que salía los sábados, dirigida por Manuel Felipe Rugeles, y en otra de Caracas llamada Miriam. 225
1924
Agosto: Se casa con Augusta Anita Firgau Gathmann el día 30 de este mes, en la iglesia de La Candelaria. La fecha que lleva el poema “Letrilla”, incluido aquí entre los poemas dispersos, alude a esto.
1926
Junio: Trabaja como jefe de establecimiento en el almacén de León Esayag hasta el 16 del corriente. Desde esta fecha hasta el año 1929 se dedica a su propia empresa industrial. Socio de la firma L.F. Álvarez & Co. Fábrica de Medias, la cual se liquida por fusión con la C.A. Fábrica de Tejidos de Punto, ubicada en el N° 52 de Mirador a Esmeralda. De esta época son sus primeros acercamientos a la teosofía de H. P. Blavatsky.
1931
Gerente general de la C. A. Fábrica de Tejidos Elefante, hasta 1932, cuando se retira de estas actividades comerciales. Ya para esta fecha reside en el N° 159-A, de Albañales a Capuchinos.
1932 1933
Reencuentro con Ángel Miguel Queremel.
Comienza a trabajar como cobrador del Acueducto de Caracas, empleo que mantendrá hasta el año 1937.
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1934
Julio: Publica el día 15 de este mes, en el N° 758 de Billiken, el que será, sin duda, su poema más conocido: “Ceremonias ante el último vuelo de mi cigarra”. Es la primera versión del poema.
1935
Julio: Publica el día 5 de este mes, en El Universal, la segunda versión del poema sobre la cigarra: “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra”. Diciembre: Muere Juan Vicente Gómez, el día 17 de este mes.
1936
Abril: Eleazar López Contreras es electo presidente constitucional de la República. Mayo: Publica el día 3, en Unidad Nacional, otra versión del poema “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra”. Primeras reuniones en el bar Hilderberg, en el N° 21 de Bolsa a Pedrera, que darán origen al grupo Viernes, con Elda Carrizo, Ángel Miguel Queremel y Reinaldo Tovar Pérez. Agosto: Fallecimiento de su hermano Horacio el día 17 de este mes, a los 33 años de edad. Publicación de su primer poemario, Va y Ven. El libro comienza a circular el 27 de agosto. Noviembre: Dice a Enrique Labrador Ruiz que cree haber terminado su libro Portafolio del marinero sin viaje: “Un largo poema en prosa y verso, de sentidos abstractos, evasión de la vulgar realidad hacia empresas metafísicas”.
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1937
Mayo: Tiene planes de publicar Portafolio del marinero sin viaje en la editorial Ercilla, Chile. Deja su trabajo en el Acueducto de Caracas y se emplea como redactor del diario Crítica. “Por mi desdicha he caído en las garras del periodismo”. Junio: Designado candidato de la Coalición Republicano-Demócrata, por la parroquia San Juan a las elecciones para concejales del Distrito Federal. Julio: Fallecimiento de Elda Carrizo el día 21 de este mes. Noviembre: Se afilia al Partido Agrario Nacional (PAN). En carta a Enrique Labrador Ruiz: “Por fin terminé de organizar mi cacareado Portafolio del navío desmantelado (reformé el título) y a estas horas debe estar editándose en Chile” (…) “Estoy trabajando en Soledad contigo nuevo cuaderno que representa la impresión de este año”. Asegura en carta a Marcos Fingerit que su libro, Portafolio del navío desmantelado, “anda por Chile, en la editorial Zig-Zag”.
1938
Enero: Ya se encuentra para el 20 de este mes en Barquisimeto (antes estuvo en San Felipe) comisionado por el PAN para levantar el “Censo de Necesidades”.
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Mayo: Se encuentra en El Tocuyo en misión proselitista del PAN. Agosto: De vuelta a Caracas a mediados de mes. Ocupa en la secretaría del PAN el cargo de tesorero general y trabaja en Soledad contigo. Octubre: Homenaje a Pascual Venegas Filardo en el bar Hilderberg, por el primer aniversario de la “Página Literaria” de El Universal, de la cual este era su director. De esta reunión es la conocida fotografía del grupo, en la que aparece Ángel Miguel Queremel, pero están ausentes Rafael Olivares Figueroa y Otto D’ Sola. Noviembre: Ingresa al Ministerio de Fomento con el cargo de oficial clase “A” en la Dirección de Industria y Comercio, donde se desempeña como secretario del Dr. Miguel Herrera Romero. Su libro del año 39, Recital, estará dedicado a Herrera Romero (un amigo de la infancia). Permanece en el cargo hasta el 30 de junio de 1939.
1939
Mayo: Aparece el primer número de la revista Viernes. El 21 de este mes muere Ángel Miguel Queremel, uno de sus mejores amigos. Meses después en una carta a Monsanto, fechada el 14 de junio, dirá acerca de la muerte de Queremel: Repercutió terriblemente en mi ánimo, ya que además de la entrañable amistad que desde 1920 nos unía, fue junto conmigo fundador del Grupo Viernes, desde 1936, reuniéndonos casi todos los días. Murió fulminado por una embolia cerebral, un día domingo, sorpresivamente para todos los que le queríamos y admirábamos. Como te digo, esto me hizo un daño espiritual muy fuerte, y todavía estoy en la convalecencia de esta fuga del compañero, cuando apenas acababa de publicar su último libro Santo y Seña, cuyo triunfo estaba disfrutando. Desea publicar sus tres libros en Europa. Pide a su amigo Monsanto, a la sazón en París, consultar presupuestos.
229
Julio: Es designado desde el 1° del corriente, director de la Revista de Fomento (luego “Servicio de Publicaciones”). Permanece en esta dirección hasta el 30 de junio de 1941. Publicación de Recital. El poemario comienza a circular en la primera semana de este mes. El primer poema de este poemario-plaquette es la última versión del poema de la cigarra, ahora con su título definitivo: “Ceremonias ante la muerte de la cigarra”. Noviembre: Inicio del programa radial llamado De la poesía venezolana en la estación Estudios Universo, a cargo de Amado Ramos. El primer programa, Ramos lo dedica a la poesía de Luis Fernando Álvarez.
1940
Enero: Publicación de los tres poemarios que ya tenía listos desde el año 38: Vísperas de la muerte, Portafolio del navío desmantelado y Soledad contigo. Los libros comienzan a circular en la segunda semana de este mes.
Escribe a sus hermanos el día 22: “¡Aah! ¡Por fin publiqué tres libros de un solo macanazo!”. Recibe un homenaje de sus compañeros de letras en el restaurante La Bella Italia, de Veroes a Jesuitas, el día 27. Mayo: Celebración del aniversario de la revista Viernes en el Club Venezuela. De este evento es una de las fotografías más importantes del grupo. A excepción de Cabrices, en ella solo aparecen los poetas de la agrupación. Julio: Es aceptado como miembro activo del Club Venezuela. Septiembre: Responde una carta a Pascual Venegas Filardo en la cual afirma que no está retirado del grupo a pesar de su ausencia de dos meses a las reuniones, “por estar entregado a mis ocupaciones y trabajando unos apuntes sobre poesía”.
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Prepara su Antología poética. En carta a Jorge Carrera Andrade, de fecha 23 del corriente, afirma que está trabajando en un nuevo cuaderno de poesía (seguramente se trata de Con las manos unidas) y a su vez en “una pequeña antología con mis anteriores”. Publica “Círculo de la materia”, dedicado a Humberto Díaz Casanueva, en el doble número, el 13 y el 14, de la revista Viernes, perteneciente a los meses de agosto y septiembre. Esta será su última publicación en la revista. Octubre: Dirige carta al Dr. Manuel E. Egaña solicitándole autorización para tomar vacaciones y viajar al exterior. Viaje a Estados Unidos con su esposa; sale de La Guaira el 25 en el Santa Rosa, de la Grace Line. Se aloja en Rahway, New Jersey, en casa de su cuñado, Johann Firgau Gathmann. Diciembre: Entra en circulación el nuevo tomo de la revista Viernes, conformado por los números 15, 16 y 17, pertenecientes a los meses de octubre, noviembre y diciembre, respectivamente.
1941
Marzo: Regresa a Venezuela. “Unos cuantos meses en los Estados Unidos de América entre 1940 y 1941, vagando por museos y exposiciones”. Abril: El 28 de este mes Isaías Medina Angarita es electo presidente constitucional de la República. Mayo: Publicación del último tomo de la revista Viernes, conformado por los números 18, 19, 20, 21 y 22, pertenecientes a los meses de enero, febrero, marzo, abril y mayo, respectivamente. En carta a Monsanto, fechada el 9 de este mes: “Con el nuevo ministro aún estoy de director de Publicaciones, pero sospecho el cambiazo en el momento menos oportuno. Me está interesando la política”.
231
En carta a Enrique Labrador Ruiz afirma estar trabajando en su libro Poeta, Nubes e Hijos. Junio: El día 30 es destituido del cargo de director de Publicaciones, del Ministerio de Fomento. Julio: El 7 de este mes aparece nota de prensa informando sobre el retiro de 6 miembros del Grupo Viernes. Entre ellos está Luis Fernando Álvarez. Disolución del grupo, según nota aparecida en la “Página Literaria” de El Heraldo, del día 15. Octubre: La edición del programa radial La hora poética, del 27 del corriente, a cargo de Pascual Venegas Filardo en la estación Ondas Populares, está dedicada a Luis Fernando Álvarez. Pascual Venegas Filardo comentó aspectos de la obra del poeta y este leyó una selección de sus poemas. Noviembre: Es nombrado empadronador del Censo de 1941. Diciembre: Entra en circulación, en la segunda semana de este mes, su libro, Poeta, Nube e Hijos. Es designado fiscal de la Junta Nacional Reguladora de Precios. Cargo que ocupa desde el 9 del corriente hasta el 22 de enero de 1942. “Allí fue el crujir y sudar de huesos subiendo y bajando cerros, por sitios que no han debido inventarse jamás”.
1942
Enero: El día 23 es designado jefe de Servicio en la Inspectoría del Trabajo del Distrito Federal y del estado Miranda, dependencia adscrita al Ministerio del Trabajo y de Comunicaciones.
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Junio: Escribe el día 8 una carta a Julio Morales Lara, en la cual hace un diagnóstico del momento político y literario de la época; sobre su actual empleo, su situación económica, la sensación de fracaso y acerca de la imposibilidad de escribir: Como habrás visto por la prensa capitalina, las actividades literarias son poco menos que entretenimiento de gente joven, de aquellos que comienzan por esta triste senda del desencanto. Los hombres de letras parecen acordes en callar. Amigos tengo que me confiesan compungidos tener un año o más sin escribir ni cartas de pedir prestado. Ha caído cierta abulia cuyas causas son extensas y no tan complicadas de analizar. Puede ser que impere algún desasosiego mental. También ya las multitudes prefieren al líder. El mitin destruye al recital. El fogoso orador al hombre meditador. También muchos de nosotros, los hombres de cuarenta “para arriba”, quienes hemos dedicado, contra viento y marea, toda una vida a fomentar, cada uno en la medida de sus fuerzas, la cultura nacional, nos encontramos a mitad de camino, un poco decepcionados por la poca correspondencia existente entre las cargas morales y materiales que la vida ha ido acumulando sobre nosotros y el leve interés, rayano en lo peyorativo, en que se nos coloca a veces. Ello va creando, naturalmente, una atmósfera de desaliento, máxime cuando algunos –yo me contaría entre ellos– quisimos entrever el otorgamiento de la responsabilidad y posición a las cuales nos creímos con derecho. Ya sé de sobra que abundan los arrivistas, los ineptos, los de buche abombado cuya voz ronca y acaso unas gafas, posiblemente un apellido, lleguen de contrabando, y aún actúen. Que sería difícil discriminar. (…) Me siento cada vez más deprimido, porque cuando me creía en vías de demostrar aún si posible (sic) mis facultades de trabajador disciplinado y consciente, vi en el suelo una serie de proyectos. Tú comprendes, querido Julio, que ya a los cuarenta, con hogar formado al cual deseo situar en la forma más decente posible, es un poco triste mirarse uno frente de una Jefatura de Servicio, sin oportunidad de revelar aptitudes, y con un sueldo a todas luces miserable. (…) Esto es una ergástula. Una manera de anularme como cualquier otra. Un alcoholismo de cal y canto y montones de papeles que comienzan: “Ciudadano”.
Septiembre: Morales Lara en una carta a Álvarez, del día 29: “Me he sorprendido que a estas horas continúes tú en el anonimato político de nuestro país”.
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1943
Marzo: Planes de hacer un curso de tres meses para trabajar en la recaudación del Impuesto Sobre la Renta.
1945
Marzo: Ya para este mes reside en Sur 12 N° 53, de Pepe Alemán a Delicias. Mayo: Sigue en la Inspectoría General del Trabajo. El día 5 escribe carta a Morales Lara, quien para entonces se encuentra en el Consulado de las Islas Canarias, y, tomando distancia, le describe la situación política del país: Todos los ojos vueltos hacia el 46 como si se tratara de la marca de un nuevo automóvil, al cual la propaganda le atribuyera excelentes cualidades y un precio muy bajo. La cosa se está cocinando y todos tienen puestos las fieras miradas dentro de la marmita, observando la ebullición, calladitos, y mordiéndose las uñas, esperando el “sésamo ábrete”. Es un espectáculo divertido, créelo.
Octubre: Golpe de Estado del 18 de octubre. Derrocamiento de Isaías Medina Angarita.
1946
Febrero: Desde el día 26 trabaja en la librería y editorial Las Novedades, de Principal a Santa Capilla, N° 12 (la sucursal aún permanece en el mismo local), como jefe de Relaciones Industriales y corresponsal especial. El día 5 de abril, en carta a Vicente Gerbasi, quien para entonces recién comenzaba a ejercer su cargo de Agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Bogotá: “Ahora” estoy empleado en esta casa. Emilio Ramos merece mi mayor estimación y afecto y he hecho voto de polilla, vale decir que estoy entre libros. Como es lógico, casi no leo. Su abundancia crea cierta repulsa y gozo mirándolos como malas personas.
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1947
Jacinto Fombona Pachano asume la dirección general de Relaciones Exteriores, cargo que desempeñará hasta 1948.
1948
Febrero: El 15 de este mes Rómulo Gallegos asume la presidencia constitucional de la República. Andrés Eloy Blanco es designado ministro de Relaciones Exteriores. Marzo: Muere Reinaldo Tovar Pérez. Septiembre: En oficio de fecha 13 del corriente es nombrado cónsul general de segunda clase de los Estados Unidos de Venezuela en Manila, Filipinas. El oficio lo firma Jacinto Fombona Pachano, director encargado del Despacho de la Sección de Consulados del Ministerio de Relaciones Exteriores. Octubre: Escribe en Honolulú uno de sus últimos poemas: “Elegía del corazón desamparado”, el poema está fechado el 20 de este mes. Arribo a Manila como encargado de Negocios, el domingo 23, después de un accidentado viaje. Llega al Hotel Manila, “el más caro de todo el trayecto”. Luego pasa al Hotel Great Eastern, “una amalgama de chinos, mujercitas y pululado de mariones (sic)”, en carta a José Miguel Ferrer, del 1° de diciembre 1948, quien, para entonces, era el encargado de Negocios en China. Comienza sus labores en la Legación (60 Escolta, Edificio Calvo). Finalmente se mudará a una casa en las afueras de Manila (prolongación de la avenida Taft, N° 4015), donde vivirá como inquilino de una familia española, “que es la mejor del mundo y cuyo trato ha apaciguado un tanto mis nervios”. Noviembre: El 24 de este mes es el derrocamiento de Rómulo Gallegos.
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Constitución de la Junta Militar conformada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. En carta del 29 le escribe a su yerno, el Ing. Alfredo Rodríguez, para que comience a gestionar su traslado a otro país, ante el ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Luis Emilio Gómez Ruiz.
1949
Febrero: Cierre del Consulado en Manila. Es designado, en oficio del 19 del corriente, “primer secretario de la Legación de los Estados Unidos de Venezuela en la República de Honduras, con el carácter de encargado de negocios ad-interim”. Marzo: En carta a Ofelia Cubillán, del día 14, le dice: Cuando tenga sosiego, me propongo escribir algunas cosas. Será cuando regrese, en la paz del hogar, sin termómetros enfurecidos, ni tifones, ni vogui-voguis terráqueos. Sino bien sentado en mi casa, oyendo y hablando de nuevo la lengua nuestra y con las dosis equitativas de sol y de lluvia que nos asignó la naturaleza. A riesgo de merecer algún mal título, te confieso que es desde estos “lados afuera” cuando uno siente de veras que aquello, lo nuestro, es el paraíso terrenal… El día 26 parte de Manila. Viaja en un DC-6 de la línea aérea PAL con escala en Honolulú donde pasa unos días. Luego hará escalas en San Francisco (donde se reúne con su hija Eunice) y New York hasta su arribo al puerto de La Guaira.
Abril: Arribo a Venezuela. Llega al puerto de La Guaira con su hija Eunice a bordo del Santa Paula el día 20 de este mes.
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Comienza a padecer los primeros síntomas de su enfermedad. Mayo: Publica el día 8, en El Nacional, el que quizás sea su último poema en la prensa del país: “Elegía del corazón desamparado”. Arriba a Tegucigalpa, Honduras, el 21 del corriente. Viaja acompañado de su esposa, quien regresa a Venezuela dos meses después, el 30 de julio. Desde entonces no hace más que agravarse día a día su estado físico y moral. Septiembre: Escribe el que quizás fue su último poema, fechado el 5 de este mes: “Por estas calles pinas, donde el tiempo”. En carta a su esposa, del día 11, confiesa lo siguiente: En verdad me siento más solo y abatido que cuando estaba en Manila y sin ánimo, como te he dicho, para hacer nada. Realizo, como siempre, mis trabajos de oficina, pero de ahí no paso, o sea que no tengo voluntad para leer, ni para escribir, ni siquiera para dar un simple vistazo a las estampillas.
En otra carta a su esposa; esta, del día 17, dice:: Tengo una tristeza invencible hasta el punto de que el ministro de Relaciones Exteriores ayer me dijo que qué me pasaba y que parecía un viejo. A todas estas recepciones he concurrido con desgana, víctima del estado de mi espíritu y también por mis dolencias. Nunca en realidad me había sentido tan decaído, ni aún en la propia Manila y doy gracias a Dios por no haberme sentido allá como aquí me siento.
Ya para esta época se queja de intensos dolores en la espalda y en los brazos.
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A finales de septiembre, Germán Suárez Flamerich es el encargado del Ministerio de Relaciones Exteriores, en sustitución de Gómez Ruiz, quien tiene que separarse del cargo por motivos de salud. Octubre: En carta a su esposa del día 3, escribe: “Aquí la vida siempre igual en su monotonía (…) aunque habría que hacerse la conformidad de que estamos temperando en un pueblo de Venezuela”. Noviembre: En carta a su esposa, del día 8, le dice: “Tengo deseos de escribir poemas, que se yo, y me digo, ¿para qué? Creo, de buena fe, que estoy más enfermo de lo que en realidad aparezco (sic): pero enfermo del espíritu”. El 21 de noviembre alquila una pequeña casa frente al parque Finlay. En carta a su esposa, del día 23, asoma por primera vez la idea de irse a tratar en los Estados Unidos. Aunque ya tiene casa en alquiler, todavía no se ha mudado del hotel, en espera de su esposa. Nunca llega a habitar la casa. Diciembre: El 1° hace trámites ante el Ministerio de Relaciones Exteriores para tratar su salud en Estados Unidos. Viaja a los Estados Unidos para tratar su salud. Arriba el día 21 a New York.
1950
Enero: Reside con su esposa en Jackson Heights, 3547, 72 St., Queens, NY. En la residencia de su hermana Olga. Febrero: Luis Emilio Gómez Ruiz asume de nuevo el Ministerio de Relaciones Exteriores. Abril: En carta del 5 de este mes le escribe a María Cristina Tamayo (tercer secretario de la Embajada de Venezuela en USA): “Tengo la impresión de haber sido absorbido por un verdadero remolino de calamidades de
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toda índole, aunque yo me inclino a creer que todo depende de mi estado espiritual. Ya ni siquiera escribo. Hay una verdadera ausencia de voluntad hacia todo”. Julio: Con muchas dolencias. Dolores de cintura y fiebres. En carta del día 6 le escribe a Gómez Ruiz y le dice que los médicos desconocen el origen de su mal. El día 11 comienza a gestionar su traslado a Rochester o a Baltimore con el fin de poder hospitalizarse en la Clínica Mayo o en el hospital Johns Hopkins. Septiembre: En Baltimore a comienzos de mes, en la residencia del cónsul de Venezuela en esa ciudad, el Dr. Benjmín Delgado (Mount Royal Hotel, Apt. 26. Baltimore 2, MD). Tratamiento en el Johns Hopkins Hospital. Permanece 19 días hospitalizado. Recibe tratamientos de gases de mostaza. “Se aplica por vía intravenosa el nitrógeno de mostaza durante la inyección de suero gluconado, previa una inyección sedativa”. Octubre: En carta a Rafael Paredes Urdaneta del 28 del corriente hace un breve resumen de su enfermedad: Su muy apreciada carta del 27 de junio pasado, me llegó en plena crisis de mi dolorosa enfermedad. Después de tantos meses de padecimientos y gastos en New York, los médicos terminaron por decirme que ignoraban el mal y nada podían hacer. Desilusionado pensaba en regresar a Tegucigalpa o solicitar permiso de ir a Venezuela, pero decidí agotar recursos y venir a esta ciudad, donde en menos de diez minutos establecieron y confirmaron el diagnostico y me hospitalizaron en el Johns Hopkins por algún tiempo, logrando mi mejoría, sea la desaparición de mis terribles dolores y pérdida del apetito. Ya los analgésicos, tomados en fuertes dosis, nada me hacían y ahora se me dice que se temía un desenlace fatal. La enfermedad resultó ser del sistema glandular y su tratamiento son (sic) por medio de gases de mostaza.
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Le es diagnosticada la enfermedad de Hodgkin. Noviembre: El 13 de este mes es asesinado el teniente coronel, Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar. Germán Suárez Flamerich, nuevo presidente de la Junta de Gobierno.
1951
Enero: Regresa a Venezuela el día 3, después de haber permanecido desde diciembre del 49 en los Estados Unidos por razones de salud. Febrero: Muere Jacinto Fombona Pachano el día 6 de este mes. Permanece diez días hospitalizado en el Centro Médico de San Bernardino. Mayo: Planea viajar nuevamente a la ciudad de Baltimore para seguir tratamientos. Octubre: El sábado 13 viaja a los Estados Unidos para tratar su salud por segunda vez en el Johns Hopkins Hospital.
1952
Marzo: Recibe una carta entusiasmada de Vicente Gerbasi, en la que este le da cuenta de lo que ha escrito y está pronto a publicar: un libro con “mendigos agónicos y animales maravillosos”; un libro donde “abundan los conejos, las cabras y los gallos”; un libro en el cual “hay un anciano que vuela una cometa de seda roja con una ancha cola como arcoíris”, al que había titulado Los colores cálidos. El último párrafo ha debido ser muy doloroso
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para Álvarez. Antes de mandar saludos y despedirse con un “fraternal abrazo”, Gerbasi le dice: “Escríbeme a vuelta de correo y mándame algunos poemas. Me gustaría ver qué estás haciendo ahora”, y termina con una pregunta: “¿O es que no escribes poesía?”. Abril: Muere Julio Morales Lara el 19 de este mes. Mayo: El día 20, a bordo del Santa Paula, regresa a Venezuela, procedente de New York. Septiembre: Muere en la madrugada del 25 de este mes. Fallece en su casa de San Juan, de Pepe Alemán a Delicias. El monseñor Fernández Feo “rezó los oficios litúrgicos ante su cadáver”. Asisten a su casa algunos de sus compañeros del grupo Viernes: Vicente Gerbasi, Oscar Rojas Jiménez y Pascual Venegas Filardo. En el sepelio este último improvisó unas palabras de despedida: “Poeta, hermano: fuiste el poeta de la muerte. En todos tus poemas vibra la imagen de la muerte, como una creadora obsesión. Ahora estás tú en la muerte, tal vez en tu mejor poema”. Oscar Rojas Jiménez recordó las palabras que le dijera Luis Fernando Álvarez tres días antes: “El barco se está yendo a pique”.
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bibliografĂa
bibliografía directa de luis fernando álvarez poemas dispersos
“Solo” (1936, noviembre 15). Billiken (Caracas), N° 814, 21. “Cita demorada” (1937, septiembre). Maracapana (Caracas), N° 1, 9. “Ex libris” (1937, octubre 24) El Universal (Caracas), p. 3. “Letrilla” (1938, agosto 21) El Universal (Caracas), p. 9. “Sonrisa and soda en el monólogo” (1938, noviembre 20). El Universal (Caracas), p. 9. “Sábado de Ángel Miguel Queremel” (1939, junio). Viernes (Caracas), N° 2, 35. “Tríptico” (1945, septiembre 2). Ahora (Caracas), p. 10. “Soledad” (1944, julio-agosto). Revista Nacional de Cultura (Caracas), N° 45, 99.
243
“Testimonio de amor en tu nombre” (1944, agosto 12). Sábado (Bogotá). “Recogimiento” (1944, agosto 12). Sábado (Bogotá). “Elegía del espíritu frente al mundo” (1944, octubre 1°). El Universal (Caracas), p. 13. “Gozo y pena de ella” (1944, julio 30). El Universal (Caracas), p. 8. “La heredad destruida” (1945, julio-agosto). Revista Nacional de Cultura (Caracas), N° 51, 100-105. “Elegía a Reinaldo Tovar Pérez” (1948, marzo 7). El Nacional (Caracas), p. 8. “Elegía del corazón desamparado” (1949, mayo 8). El Nacional (Caracas), p. 9.
poemas inéditos
Libro mío (1933, agosto 22). Domingos con novia a las cinco de la tarde (1933, diciembre 7).
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Resonancia de la esencia de otros días (1933, diciembre 20). Luis Fernando Álvarez (1939, diciembre 21). Por estas calles pinas (1949, septiembre 5).
libros
Va y Ven (1936). Caracas: Cooperativas de Artes Gráficas. Recital (1939). Caracas: Publicaciones de la revista Viernes. Vísperas de la muerte (1940). Caracas: Publicaciones del Grupo Viernes. Portafolio del navío desmantelado (1940). Caracas: Publicaciones del Grupo Viernes. Soledad contigo (1940). Caracas: Publicaciones del Grupo Viernes. Poeta, Nube e Hijos (1941). Caracas: Editorial Elite.
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artículos
“Cifras para un diagnóstico de la poesía nueva” (1934, septiembre 1). Billiken (Caracas), N° 761, 11. “Nueva poesía” (1934, octubre 8). Elite (Caracas), N° 469, 74-138. “Tres comentarios a la Nueva Poesía. Parte I” (1934, diciembre 29). Elite (Caracas), N° 485, 32. “Tres comentarios a la Nueva Poesía. Parte II” (1935, enero 5). Elite (Caracas), N° 486, 41. “Tres comentarios a la Nueva Poesía. Parte III” (1935, enero 12). Elite (Caracas), N° 487, 28. “Voz y voto a la Nueva Poesía” (1936, octubre 25). Ahora (Caracas), p. 2. “Episodio de Ángel Miguel Queremel” (1939, enero 22). El Universal (Caracas), pp. 9-14.
versiones
“Ceremonias ante el último vuelo de mi cigarra” (1934, julio 15). Billiken (Caracas), Nº 758, 30.
246
“Ceremonias ante la muerte de mi cigarra” (1935, julio 5). El Universal (Caracas), p. 7. “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra” (1936, mayo 3). Unidad Nacional (Caracas), p. 5. “Ceremonias ante la muerte de mi cigarra” (1936). Va y Ven. Caracas: Cooperativa de Artes Gráficas. “Ceremonias ante la muerte de la cigarra” (1939). Recital. Caracas: Publicaciones de la revista Viernes.
cartas
A Jacinto Fombona Pachano (Washington D.C.). (Caracas, noviembre 27, 1936). Manuscrito. A Enrique Labrador Ruiz (La Habana). (Caracas, noviembre 27, 1936). Manuscrito. A Enrique Labrador Ruiz (La Habana). (Caracas, noviembre 8, 1937). Manuscrito. A Marcos Fingerit (La Plata). (Caracas, noviembre 9, 1937). Manuscrito. A Marcos Fingerit (La Plata). (Caracas, octubre 1938). Manuscrito.
247
bibliografía general
Álvarez, L. F. (1933). “Del libro Va y Ven de Luis Fernando Álvarez”. La Esfera (Caracas), (diciembre 17), p. 6. Bedinger Mitchell, H. (1927). “La meditación”. El Teósofo (Caracas), (enero), Nº 7, 248-264. Fombona Pachano, J. (1936). Carta a Luis Fernando Álvarez (Caracas). (Washington, noviembre 20). Manuscrito. Gerbasi, V. (1936). “Una charla con el poeta y escritor Luis Fernando Álvarez”. Unidad Nacional (Caracas), (septiembre 8), pp. 1-7. ________. (1940). “Luis Fernando Álvarez y su Caos en la muerte”. Revista Nacional de Cultura (Caracas), (abril), pp. 51-64. González y Contreras, G. (1940). “Magia y dolor de Luis Fernando Álvarez en sus poemas”. El Universal (Caracas), (diciembre 8), p. 9. Heredia, J. R. (1936). “Ligeros apuntes sobre la poesía nueva”. Ahora (Caracas), (diciembre 13), p. 2 (Suplemento), p. 6 (Cuerpo ordinario).
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Huidobro, V. (1989) “Total”. En Obra selecta (pp. 336-337). Caracas: Biblioteca Ayacucho. (Selección, prólogo, cronología, bibliografía y notas de L. Navarrete Orta). María Eugenia (Seud.). (1941). “La musa”. Crítica (Caracas), (mayo 22), p. 15. Mavalankar, D. (1927). “La contemplación”. El Teósofo (Caracas), (abril), Nº 8, 344-350. Olivares Figueroa, R. (1945). “Demasiados poetas”. Ahora (Caracas), (septiembre 30), p. 11. Ortiz de Montellano, B. (1995). “Notas de un lector de poesía”. En H. J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica. (Manifiestos, proclamas y otros escritos) (pp. 99-101). México D.F: Fondo de Cultura Económica. Queremel, A. M. (1939). Santo y seña. Caracas: Asociación de Escritores Venezolanos. Torre, G. (1974). Historia de las literaturas de vanguardia (Vol. 1). Madrid: Ediciones Guadarrama. Torres Bodet, J. (1995). “La poesía nueva”. En H. J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica. (Manifiestos, proclamas y otros escritos) (pp. 95-97). México: Fondo de Cultura Económica.
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Ăndice
Presentación 7 Introducción 13 ANTOLOGÍA POETICA (1940) Va y Ven (1936) Voz tuya 59 Suma y resta –en mí– de su presencia
61
Ausencia 64 Tránsito en la muerte
66
Territorio del sueño 70 VÍSPERAS DE LA MUERTE (1940) 3 77 8 79 13 81
17 82 18 84 SOLEDAD CONTIGO (1940) 3 89 6 91 7 94 8 96 9 98 RECITAL (1939) Ceremonias ante la muerte de la cigarra
103
RAZA (inĂŠdito) Negra 109
PORTAFOLIO DEL NAVÍO DESMANTELADO (1940) 5 115 10 118 11 120 12 122 17 125 CON LAS MANOS UNIDAS (inédito) Diseño del buen amor
131
Retorno 134 Invitación al olvido 135 Acto de profesión nocturna
137
Comarca de meditación 140 Conato de evasión 143 Círculo de la materia
146
Desfile del desencanto
148
Con las manos unidas
152
POEMAS DISPERSOS (1936-1949) Solo 157 Cita demorada 158 Ex libris 161 Letrilla 163 Sonrisa and soda en el monólogo
165
Sábado de Ángel Miguel Queremel
167
Tríptico 170 Soledad 174 Testimonio de amor en tu nombre
177
Recogimiento 181 Elegía del espíritu frente al mundo
182
Gozo y pena de Ella
187
La heredad destruida 189 El hombre
189
La mujer
191
La hija
193
Elegía a Reinaldo Tovar Pérez
196
Elegía del corazón desamparado
201
POEMAS INÉDITOS (1933-1949) ¡Libro mío, hotel de emociones
211
Domingos con novia a las cinco de la tarde
213
Resonancias de la esencia de otros días
217
Luis Fernando Álvarez 219 Por estas calles pinas, donde el tiempo 220
CRONOLOGÍA
225
BIBLIOGRAFÍA
243
Este libro fue editado por la Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Fue compuesto con las familias tipográficas: Apple Garamond y Trajan Pro. Se terminó de imprimir en la Fundación Imprenta de la Cultura, en el mes de Junio de 2015, año de la conmemoración del centenario del nacimiento de César Rengifo, quien manejó la idea bolivariana de la fuerza de los pueblos para el cambio.
1000 ejemplares