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Elogio del refrenamiento: la influencia del haiku
Sello con kanji de apellido Watanabe. Regalo de Antonio Cisneros a José Watanabe, ca. 1987. Archivo: Maya Watanabe.
Elogio del refrenamiento: la influencia del haiku
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El paisaje de Laredo y de la costa norte del país son los escenarios en los que la amplitud de la mirada se cultiva y el ritmo cadencioso de su lenguaje va forjando una poética y un estilo particulares. La influencia del haiku, aquellos breves poemas japoneses que su padre le leía cuando niño, “en medio del pleito de pollos y patos del corral”, remiten a ello: se deja sentir en el tono y en la actitud que el poeta asume frente a la naturaleza y al lenguaje, antes que en el uso de su estructura tradicional (tres versos de 5, 7 y 5 sílabas cada uno).
Entre el destello de lo que el ojo ve y la concisión de un lenguaje que intenta capturar aquello, el haiku se ofrece como el testimonio de una revelación súbita en la naturaleza: “Yo he sido impactado por una situación que está fuera de mí, en la interrelación entre la piedra y un animal, entre la hierba y un pájaro. Me están diciendo una frase de Dios: Él escribe con cosas. Yo trato de capturarlo en palabras y dárselo al lector, pero no quiero que las palabras sean complicadas para que la experiencia no se disuelva, como lo hacen los poetas del haiku: ‘vi esto y así te lo cuento’. Quisiera que el lenguaje fuese un espejo que refleje la experiencia de uno hacia otros” (Molina 2003: 94).
Los videos de Luz María Bedoya, que enmarcan esta sección, componen un tríptico concebido a la manera de un haiku fílmico. En conjunto, la insistencia de la mirada, el ritmo pausado y el tono austero del paisaje son elementos que entran en diálogo con la naturaleza del haiku que la poesía de Watanabe reclama.