(Textos leídos en la presentación de El cuerpo secreto, de Mariana Torres. Librería Tipos Infames, 18-IX-2015)
TEXTO DE ÁNGEL ZAPATA
MARIANA TORRES, UNA POÉTICA DEL CUERPO
"El cuerpo es el cuerpo. Y está solo." A. Artaud
Antes que nada, daros las gracias por vuestra presencia esta tarde en esta presentación, y luego decir que siempre es una satisfacción celebrar el nacimiento de un libro, pero lo es, muy especialmente, cuando con ese libro damos la bienvenida, también, a una nueva escritora. En esta dirección, es casi inevitable acercarnos al primer trabajo de un autor o de una autora con ciertas reticencias, y leerlo más en el sentido de la promesa que esas páginas contienen, que atendiendo cuidadosamente a sus logros efectivos. Por eso, tengo que decir que una de las principales virtudes del libro que presentamos hoy es que nos dispensa, desde el principio, de cualquier tentación de condescendencia. Sus logros son diáfanos. Están perfectamente a la vista. Y apenas empezamos a leer se vuelve manifiesto que hemos entrado en un universo narrativo consistente, sólido, lleno de fuerza y de singularidad. Por la misma razón, habría —desde luego— mucho que elogiar en la manera en que estas páginas dialogan con la técnica y la tradición literaria; pero yo querría centrarme más bien en sus elementos diferenciales: en esas áreas de sensibilidad poco usuales —y escasamente exploradas también—, que son, pienso, la principal aportación de Mariana Torres al panorama del cuento español de hoy. En este sentido, creo que uno de los logros más destacados de este primer libro de Mariana hay que situarlo en el plano de la estética, y es el equilibrio que consigue entre narración clásica y narración post-clásica, entre narratividad y poesía. Mariana, sí, es una escritora que no renuncia a contar historias —y a contarlas bien—, y sin embargo el centro de gravedad de sus relatos no se ubica en la peripecia ni en la trama, sino en la expresión final de un estado de sensibilidad que busca alojarse, como una
resonancia perturbadora, en la conciencia y la emoción de los lectores. Esta operación, que es propia tanto de la poesía como de la narrativa de vanguardia, Mariana la mantiene básicamente en el territorio del significado y de la sensibilidad común, con lo cual consigue una belleza intensa y al mismo tiempo “respirable”, que no se aviene a perder de vista el horizonte de la comunicación. En la misma línea, hay un segundo logro importante que querría destacar en “El cuerpo secreto”, y es su acierto en el tratamiento de la infancia. Es difícil contar cuentos protagonizados por niños. Y es aún más difícil que estos cuentos con un protagonista infantil no arrastren consigo una avalancha de tópicos, en los que se condensan los elementos más falsos y autocomplacientes del imaginario social. Tengo que decir que Mariana salva brillantemente esta dificultad, y la salva a fuerza de no falsear la realidad de la infancia, de plasmar el encanto y la poesía de la conciencia infantil, sin dejar de mostrar —al mismo tiempo— cómo la experiencia aún virgen del niño está singularmente expuesta a la percepción directa, traumática, cruda, del terror y el mal. La infancia que se retrata en “El cuerpo secreto” es ese territorio crepuscular en el que el mundo todavía no nos resulta obvio, en el que nuestra experiencia del mundo no está protegida, aún, por el velo indulgente de la familiaridad. Es una infancia atravesada por la sospecha, enteramente contemporánea, de que pudiera ser que la intemperie se abriera paso hasta nosotros, en cualquier momento, y que ante ella no encontráramos ningún refugio. También por eso, el hallazgo principal de este primer libro de Mariana Torres, yo lo situaría en un plano que, ahora sí, va más allá de lo puramente estético, y que entra de lleno en la dimensión de la experiencia sensible. Me refiero, con ello, al hecho de que el intenso extrañamiento del mundo que atraviesa estas páginas no es un efecto externo, prefabricado desde la mera técnica literaria, sino que hunde sus raíces en una experiencia igualmente extrañada y extrañadora del cuerpo. El cuerpo, sí, toma el valor y la función de una insistencia en los relatos de Mariana Torres. Pero lo importante es que más allá del cuerpo nombrado, del cuerpo que consigue hacerse imagen en el espacio de narración, la escritura se abre, no sin cierta violencia, a una dimensión del cuerpo mucho más fundamental: el cuerpo como zozobra y perturbación en las distintas voces que enuncian los relatos, como interferencia en la tensión del texto hacia lo acabado y lo orgánico, como límite real que hace imposible la consistencia última del “yo” narrativo y, con ella, el cierre sobre sí mismo del espacio de la representación. Algo aleatorio, algo disolvente recorre de
continuo la escritura de estos textos. Y esa intensidad pura es el cuerpo en tanto escapa a la codificación y la palabra, el cuerpo real, lo impensado del cuerpo, el cuerpo secreto que de continuo le hace obstáculo a los relatos en que se articula el “yo”. Por eso me he referido antes al equilibro que Mariana consigue entre representación clásica y representación post-clásica, entre unos relatos que no renuncian al deseo de comunicación que es propio de la narrativa clásica, y que al mismo tiempo se dejan desbordar por una sensibilidad que dialoga de cerca con las propuestas menos convencionales de la narrativa contemporánea. “El cuerpo secreto”, en suma, es un libro con mucho atractivo y mucho encanto, pero su fuerza y su singularidad no residen ahí. Su mayor logro, ya digo, hay que situarlo en la habilidad de Mariana Torres para hacer compatible una visión afirmativa y sosegada de la realidad, con la irrupción altamente perturbadora de “eso” incomprensible que también somos, eso que nos trastorna y nos amenaza, pero que es al mismo tiempo —como sustancia gozante y mortal— la fuente viva del sentido, el origen y la posibilidad de una experiencia y una vida poéticas. Poco más, salvo recomendaros de verdad la lectura del libro. Y felicitar también de verdad a Mariana por este brillante estreno. Ángel Zapata
TEXTO DE JAVIER SAGARNA
No sé si os habéis fijado, pero este libro, El cuerpo secreto , de Mariana Torres, tiene a una chica ahorcada en la portada. Impacta, ¿verdad? Ese choque entre lo atroz y lo muy hermoso. Pues lo primero que tengo que deciros es que he leído pocos libros cuyo contenido case tan bien con la portada. Dentro del libro de Mariana viven todos los demonios y, sin embargo, son más bellos de lo que nunca se nos ocurrió soñar. Es un libro que abunda en lo terrible, en lo tétrico en alguna ocasión, pero sin embargo no es nunca truculento. Al contrario, hay una belleza, atroz a veces pero belleza, que lo circula y que unifica los textos de forma casi invisible. Algo como esa atmósfera azul que envuelve la portada, algo infinitamente delicado, como una voz infantil que canta bajito alguna de aquellas canciones terribles de nuestra infancia en las que al gato le cortaban el rabito o la niña ya se ha muerto y la llevan a enterrar, carabí urí, carabí urá. Y es que mucho hay en este libro de ese lado terrible de la infancia, de ese aprendizaje a golpes, a dolores, a sustos que, por feliz que sea, es también toda infancia. Mucho de esas pesadillas en las que los pájaros se congelaban y caían para hacerse trozos, de los monstruos que habitaban debajo de cada cama, de esas pobres mascotas a las que, sin querer o no tanto, cuidábamos hasta que un día se morían de hambre o porque nos las habíamos olvidado al sol. La infancia de los textos de Mariana es una infancia ahorcada, la infancia de los niños enfermos que hacen de poste en clase de gimnasia, de los que un día dejaron de correr, de los que se cortan los pies por accidente, la de los que todo lo rompen con la fuerza desmedida de su corazón de piedra. Pero no todo es oscuro en este libro. Desde que yo la conozco (y de eso hace ya tantos años que ella llevaba trenzas el día que entró en mi clase por primera vez y se sentó, calladita y con los ojos grandes de dibujo manga, alrededor de la mesa), Mariana siempre ha sido una persona feliz, sonriente, de esas que también disfrutan contando cuentos de enanitos verdes, de las que saltan y aplauden cuando gana el bueno, de las que lloran de alegría cuando al final de la película los protagonistas se besan. ¿Desaparece todo eso cuando Mariana se sienta a escribir?
Por supuesto que no. Toda esa vida, ese amor sin límites, también está en estos textos. Están los padres bastión y refugio que nos salvan de la nieve, los que son capaces de hacer milagros sin querer y los que, en un arrebato de desesperación, llenan de peces las paredes del cuarto de estar. Están las matronas negras que nos alimentan con su leche, los adultos frágiles que buscan el camino a Oh, los árboles que crecen en el estómago de los niños para hacerlos felices, los valientes que son capaces de deshacerse de una vez por todas de la maldita máquina de coser, las cajas que guardan algo que, quizás, pueda salvarnos. Igual que las ramas de este árbol que, en la portada, sujetan a la niña ahorcada y, al tiempo, dibujan la vida, su propia vida en contraposición, los textos de Mariana están también unidos por una suerte de energía positiva. Y es justamente el contraste entre todos estos elementos: lo atroz y lo bello, lo vivo y lo muerto, lo herido y lo sanado, la muerte que aguarda bajo nuestra piel y las caricias que nos mantienen vivos, lo más cruel y lo más tierno, lo que dota a El cuerpo secreto de esa magia tan propia que hace que su lectura sea una experiencia emocional como pocos libros son capaces de proporcionarnos. Tal vez algunos lectores no entiendan qué quiere decir tal o cual cuento, pero seguro que todos lo vais a sentir en lo más hondo, ese algo atávico, numinoso y estremecedor que se os despierta después de tantos años de haberlo olvidado. Sé, por haber ido con ella y haberla visto extasiarse, llorar o saltar de gozo ante sus obras, que hay tres artistas que a Mariana le tocan muy de cerca: Joan Miró, Tim Burton (que, como dice Juan Casamayor, es la misma persona que Ana María Matute) y Vincent Van Gogh. Ella los llama sus primos. Esos primos que ven lo que vemos nosotros y sienten lo que nadie parece sentir excepto ellos y nosotros. Pues yo diría que los tres viven también dentro de este libro. No es que nadie deba ponerse a buscar referencias explícitas, pues el imaginario de Mariana es muy personal y está más emparentado con el simbolismo surrealista (por ejemplo, con el de un Chagall que también se cuenta entre sus primos) que con el de cualquiera de ellos, pero se pueden encontrar rastros del primitivismo esencial de Miró, de la angustia existencial de la pincelada de Van Gogh, de los terribles mundos infantiles de Burton y, también, en ocasiones, de su peculiar sentido del humor. Estamos, en fin, ante un primer libro que revela un talento deslumbrante, un universo propio, un mundo emocional complejo y completo y una prosa que sabe dibujarlo con belleza y hondura. Seguramente, Mariana Torres nació como escritora hace mucho tiempo, antes de que apareciera en mi clase con aquellas trenzas y empezara a aprender el oficio, cuando devoraba libros y le pedía autógrafos a Enrique Páez, pero, normalmente, el
mundo no se entera de que uno es escritor hasta que saca un libro. Hoy, nada menos que con Pรกginas de Espuma y esta portada maravillosa, Mariana acaba de hacerlo, ha publicado ese primer libro. Y ahora, os lo aseguro, el mundo se va a enterar. Ha nacido una escritora. Javier Sagarna
Decálogo para leer un libro
Aceptarás que toda portada entraña su belleza, su poesía. Búscala. 1.
Asumirás que a veces no hace falta nada, o se necesita todo, para escribir un cuento que va mucho más allá de la lectura. 2.
3.
Leerás el universo de la infancia con temor a lo perverso.
Mirarás tus piernas y tus brazos. Las extremidades siempre pueden suspenderse en el vacío, frágilmente. 4.
Hallarás la fragilidad, pongamos por caso, en el hueso de un árbol y en la raíz de un cuerpo. 5.
No dudarás de que todo cuerpo secreto puede ser una caja con su secreto, con tu secreto. 6.
Los sueños pueden ser reales. Deben ser reales, al menos en sus páginas. 7.
No mencionarás que Tim Burton y Ana María Matute son, como todo el mundo sabe, la misma persona. 8.
9.
Identificarás a una mujer pequeña con una escritora grande.
No dirás en vano que es ficción que este sea el primer libro de su autora, pretendidamente llamada Mariana Torres. 10.