El centro comercial como figura paradigmรกtica...
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Luis MartĂnez Andrade
El centro comercial como figura paradigmรกtica...
EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES, LA HABANA, 2012
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Luis Martínez Andrade
Jurado Stella Calloni Argentina Alina Herrera de Urrechaga Venezuela María Elena Álvarez Acosta Cuba
Edición: Yasmín S. Portales Machado Diseño de cubierta y realización: Elvira Corzo Alonso Diseño interior: Bárbara A. Fernández Portal Corrección: Osvaldo Padrón Guás Composición computarizada: Bárbara A. Fernández Portal
© Colectivo de autores, 2012 © Sobre la presente edición: Editorial de Ciencias Sociales, 2012
ISBN 978-959-06-0742-X obra completa ISBN 978-959-06-1436-1 tomo IX
Estimado lector le estaremos agradecidos si nos hace llegar sus opiniones acerca de nuestras publicaciones.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial de Ciencias Sociales Calle 14 no. 4104 entre 41 y 43 Playa, La Habana, Cuba editorialmil@cubarte.cult.cu
El centro comercial como figura paradigmática...
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Índice
Prólogo / VII Una mirada a América Latina desde la Economía Ecológica EDUARDO JULIO LÓPEZ BASTIDA
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PREMIO
El despertar del pensamiento/contra-paradigmas ANÍBAL ROLANDO BARILLAS DIÉGUEZ
MENCIÓN DE / 36 HONOR
El discurso radiofónico en la producción y reproducción ideológicas. Una propuesta de análisis ANA TERESA BADÍA VALDÉS
MENCIÓN DE HONOR
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¿Cómo se fabrica una guerra? Irak y Libia frente a la manipulación informativa del New York Times RAÚL GARCÉS CORRA
MENCIÓN DE / 95 HONOR
El MST: un movimiento social emancipador antisistémico, que se transforma en político y construye el socialismo. Lecciones para una izquierda aun desorientada en la construcción del proyecto social socialista MIGUEL ÁNGEL FALCÓN PADILLA
/ 126 MENCIÓN
Sujetos sociales y paradigmas en pugna (Memoria y utopías americanas) JORGE ETCHENIQUE
/ 156 MENCIÓN
VI
Santiago Alba Rico
La miseria a nombre de la libertad ELIER RAMÍREZ CAÑEDO
/ 185
MENCIÓN
La locomotora y el silencio. Reflexiones en torno al arte y al siglo XX IVÁN OLANO DUQUE
/ 214
MENCIÓN
La guerra como “instrumento de la política” en el siglo XXI. El caso iraquí DINO AMADOR ALLENDE GONZÁLEZ
/ 243
MENCIÓN
Capitalismo y enclaves: nuevas dinámicas, viejos problemas, renovados desafíos para pensar alternativas ALFREDO FALERO
/ 265
MENCIÓN
¿Qué y quiénes forman el lobby proisraelí y cómo actúan? WILLIAM ESPRONCEDA RODRÍGUEZ
/ 294
MENCIÓN
La tendencia al multipolarismo en las Relaciones Internacionales. Algunas acciones geopolíticas LÁZARO LUIS GONZÁLEZ MORALES
/ 316
MENCIÓN
De los autores
/ 345
Prólogo
VII
Prólogo
El 14 de febrero de 2011, en la Sala Nicolás Guillén de La Cabaña, se realizó la premiación de la IX edición del Concurso Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente”, esta convocatoria recibió 180 ensayos desde 20 países, las mayores participaciones fueron de Cuba (52 textos), Argentina (28), España (26), México (21) y Brasil (16). El “Pensar a Contracorriente” 2012 fue el segundo concurso más exitoso de la historia del premio, solo superado por la edición de 2004, con 255 concursantes. El Jurado, que integraron Alicia Herrera de Urrechaga (Venezuela), María Elena Álvarez Acosta (Cuba) y Stella Calloni (Argentina), quien fue la Presidenta, reconoció en sus conclusiones la calidad de los textos leídos y la gran variedad de enfoques y temas. De todos modos, hubo que elegir y, tras arduos debates, decidieron que los mejores eran los doce ensayos que reúne este nuevo libro de la colección “Pensar a Contracorriente”. Este concurso busca estimular la revelación y reconocimiento de nuevas voces y temas en los espacios de debate social, propiciar la construcción de redes entre personas con intereses comunes, pero cuyos esfuerzos a menudo pierden impacto porque son sistemáticamente silenciados y marginados de los grandes circuitos de circulación de la información. Quienes trabajamos en esta iniciativa (Ministerio de Cultura de Cuba, el Instituto Cubano de Libro y la Editorial Nuevo Milenio), aspiramos a contribuir a la estructuración de un activo sistema de ideas en el campo de las Ciencias Sociales y de la cultura, promover la resistencia al poder hegemónico. Al poner en librerías, bibliotecas y escuelas estos volúmenes, cumplimos
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Santiago Alba Rico
una parte de nuestro compromiso de apoyo irrestricto a la publicación, promoción y reconocimiento del pensamiento social comprometido con el bien común, que cuestiona de modo crítico nuestros saberes, creencias y discursos para obtener herramientas ideológicas que permitan superar las lógicas del capitalismo. Una vez más, agradecemos a todas las personas que confiaron en nuestra oficina al remitir sus originales. Aunque no estén en esta selección, su aporte al “Pensar a Contracorriente” es lo que hace grande este evento anual de pensamiento antimperialista, prueba de que la esperanza tiene sentido. LA EDITORA
Una mirada a América Latina
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Una mirada a América Latina desde la Economía Ecológica EDUARDO JULIO LÓPEZ BASTIDA El día en que el ser humano comprenda que es hijo de la naturaleza, hermano de los bichos de la Tierra, de los pájaros del cielo y de los peces, ese día, comprenderá su propia insignificancia y, realista, será más humano, humilde y solidario. Quiero recordar a los más ricos que la solidaridad es una de las pocas cosas que justifican nuestras vidas. Que el dinero no clasifica a las personas. Que ricos y pobres, somos todos iguales y frágiles. Que compartir es el verbo más bello que existe, y que guardarlo en el corazón y seguirlo, es, si Dios existe, lo que de nosotros esperaría. Oscar Niemeyer, Agenda Latinoamericana Mundial (2010)
Introducción Si buscamos las definiciones sobre economía, una de las más generalizadas se corresponde con: “ciencia social que estudia la manera como el ser humano utiliza sus recursos limitados, vale decir escasos, para satisfacer sus necesidades; esta abarca el análisis de los procesos de producción, distribución, comercialización y consumo de bienes y servicios”.1 Sería interesante preguntarse: ¿desde el surgimiento de la economía como ciencia independiente, a finales del siglo XVIII, sustentada en los planteamientos de Adam Smith, se ha respetado esta definición? El planteamiento de la existencia de recursos limitados se contradice en la práctica desde el surgimiento del capitalismo. La producción mundial de bienes se incrementó entre 1900 y 2000 de 2,3 trillones de dólares a 39 trillones, ¡17 veces en un siglo! Esta situación ha llevado al límite de la capacidad de explotación de la mayoría de los ecosistemas terrestres y marinos, modificando sus ciclos y funciones.2 Cerca de 50% de la superficie terrestre está transformada para satisfacer la producción y el consumo agrícola y ganadero; por enci-
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Eduardo Julio López Batista
ma del 85% del agua dulce superficial utilizable es explotada con fines agrícolas, industriales o domésticos; se talan un promedio de 100 000 km2 anuales de bosques en todo el mundo y dos tercios de las zonas pesqueras se encuentran agotadas.3 Si pronosticamos un crecimiento moderado, de 3,5% al año, llegaríamos al 2050 con una producción global de 108 billones, por lo que podríamos preguntarnos: ¿será capaz el planeta de resistir estas presiones sin colapsar? Es un absurdo que más del 85% de esta producción vaya a satisfacer el consumo de solamente el 20% de la población mundial, la cual a su vez utiliza 80% de toda la energía y produce más de 70% de los desechos; mientras más de dos mil millones de personas viven en la pobreza y zozobra. La diferencia en ingresos entre los países ricos y pobres ha ido aumentando progresivamente, en 1820 era de 3 a 1, en 2007 la proporción es de 130 a 1. Solamente 257 personas (¡0,00000 36% de la población del planeta!), con activos superiores a mil millones de dólares cada una, tienen juntas más que la renta anual de 45% de la humanidad.4 Estas cifras ponen al descubierto el fracaso de los actuales modelos soportados en estos razonamientos, evidencian lo injusto y vergonzoso de la distribución de estos recursos que satisfacen solamente las necesidades, lujos y extravagancias de una minoría y avisan que no es posible continuar el desarrollo sostenido con estos continuos e irracionales aumentos de consumo de bienes y servicios. Por eso hoy la humanidad se encuentra en una gran paradoja, al poseer conocimientos científicos y tecnológicos como jamás había tenido, pero con una estrategia de dominación por parte de una minoría, que destruye su propio hábitat natural de forma irreversible y mantiene en la pobreza, la explotación, la ignorancia, la exclusión y la enajenación a la mayor parte de los habitantes del planeta. El causante fundamental de esta contradicción es el sistema capitalista, que considera a la Tierra como un conjunto atomizado de recursos: agua, minerales, plantas, animales y personas, que tienen como único objetivo acumular riquezas de forma ilimitada, con la inversión y el tiempo menor posible, sin importarle el costo humano o ambiental que ello ocasione. Este sistema, especialmente en la vertiente neoliberal, absolutiza el libre mercado, al ser su regla exclusiva el crecimiento o expansión económica sin controles, ni regulaciones; así, se convierte todo en mercancías (la Tierra, el genoma
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humano, las culturas, la justicia, la ética, la vida y la muerte), que tienen relevancia si se les puede vender u obtener con ellas algún beneficio para su negocio. Para el capitalismo no somos seres humanos, sino consumidores y el planeta significa materias primas que dan utilidades y provechos para solo unos pocos, que derrochan impensadamente lo que millones necesitan con desesperación. Todo lo antes expuesto pone en evidencia que los supuestos en que se basa la actual economía tradicional no satisfacen las necesidades, esperanzas y expectativas de la mayoría de la humanidad, presente y futura, al ser incapaz de frenar el deterioro del planeta y el agotamiento y marginación de sus recursos naturales y humanos. Por ello, se hace ineludible rediscutir y redefinir sus principales términos, eliminando su enfoque solo centrado en los precios y el mercado, incorporando en sus análisis las incidencias de la interacción e indivisibilidad entre la Naturaleza y la Humanidad, lo que obliga a que las leyes naturales sean también reglas a respetar por el comportamiento humano. Coincido con los planteamientos de E. Morin cuando plantea … la economía, que es hoy la ciencia social matemáticamente más avanzada, es a la vez la ciencia social y humanística más atrasada, pues se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas. (….) De pronto, la incompetencia económica se convierte en el principal problema de la economía (1993).
En un hecho inusitado, ocurrido muy recientemente (2 de noviembre de 2011), un grupo de estudiantes de economía ¡de la Universidad de Harvard!, tomaron la decisión de retirarse en bloque de las clases de Introducción a la Economía, en desacuerdo con el contenido y el enfoque desde el que se imparte esta materia; en su carta protesta expresaron: Nos matriculamos con la esperanza de obtener unos conocimientos amplios e introductorios sobre los fundamentos de la teoría económica que nos sirvieran para potenciar nuestras propias y variadas ideas de diversas disciplinas […] Sin embargo nos encontramos con un curso que expone un visión específica y limitada de la economía, que, a nuestra opinión, perpetúa sistemas económicos problemáticos e ineficientes, favoreciendo la desigualdad en nuestra sociedad.5
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La Economía Ecológica como nuevo paradigma Ante estas contradicciones se hace necesario preguntarnos: ¿es posible un comportamiento simultáneo basado en criterios ambientalmente realistas, socialmente justos, económicamente viables y políticamente aceptables? Las respuestas a esta pregunta las encontramos en la Economía Ecológica. Ella se define como la ciencia de la gestión de la sustentabilidad o como el estudio y valoración de la insostenibilidad.6 Este nuevo aprendizaje contribuye a definir un importante cuerpo teórico e instrumental, que facilita y pone en las manos de diversos actores sociales una nueva visión integral de la unidad NaturalezaHumanidad, buscando una bioética planetaria que logre puntos de convergencia y comprensión entre ambas. No es una rama privativa para los economistas, sino un campo de estudio transdisciplinario, donde los expertos reconocen que hay fenómenos y problemas que exceden los límites de sus áreas del conocimiento o están más allá de ellos; esto justifica que el estudio de tales fenómenos, no solo requiere de una visión conjunta, que trascienda las propias de cada disciplina, sino además realizar una fusión del conocimiento que permita afrontarlos mejor con un enfoque holístico. Los orígenes de la Economía Ecológica los podemos encontrar a finales del siglo XIX, cuando algunos científicos,7 principalmente dentro del campo de las ciencias naturales, se plantearon analizar ciertos aspectos de la relación entre el sistema económico y los flujos de energía en la sociedad humana, apoyados en las recién formuladas Leyes de la Termodinámica.8 La Economía Ecológica se consolida y surge como ciencia independiente a mediados de los años ochenta del siglo XX, cuando algunos biólogos y economistas9 se dieron cuenta de que la protección ambiental de las futuras generaciones dependía de unir diferentes campos del pensamiento. A partir del cotejo de las opiniones de diferentes autores,10 podemos sintetizar que la Economía Ecológica está sustentada en los siguientes principios: • Una visión del mundo como un sistema termodinámico y geodinámico, donde el hombre no utiliza recursos de forma aislada, sino dentro de sus ecosistemas, lo que implica que la determinación de su explotación, escasez, utilidad y costo de oportunidad, debe tener en cuenta una clara comprensión y co-
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nocimiento de las leyes que rigen tales ecosistemas e imponen límites para la economía global en relación con la producción de bienes y servicios. • Una visión de futuro del mundo, como un planeta sustentable, donde la Humanidad, como centro y sujeto primordial del desarrollo, despliegue sus inteligencias intelectuales, emocionales y espirituales de modo que garantice un proceso de cambio progresivo en su calidad de vida, dentro de las limitaciones impuestas por la Naturaleza y sin comprometer el porvenir de las futuras generaciones, legándoles a estas un planeta con un potencial socioeconómico mayor y más enriquecido natural y culturalmente. • Una visión politizada, con total respeto a todos los saberes y a la diversidad étnica y cultural, tanto nacional, regional como local, asegurando que la determinación de los límites económicos-ecológicos de explotación de los recursos, se definan en debates transdisciplinarios y democráticos, con la participación de todos los actores sociales interesados. • Una visión compleja, basada en que las leyes y principios que rigen la unidad Naturaleza-Sociedad son dialécticas, sistémicas, dinámicas y probabilísticas, y por tanto su incertidumbre es grande e irreductible.
La Economía Ecológica en América Latina Nos gustaría en este análisis partir de las siguientes interrogantes: ¿la Economía Ecológica, como disciplina científica, puede ser una corriente de pensamiento alternativo en la búsqueda de la sustentabilidad para América Latina?, ¿nos ayudaría a comprender cuáles son las políticas de desarrollo más acertadas para nuestra región?, ¿nos daría elementos de cuáles son los límites en que podemos explotar y proteger nuestros recursos naturales?, ¿como práctica social, nos daría una plataforma de acción en la lucha por una sociedad más justa y respetuosa de la naturaleza?, ¿aportaría elementos metodológicos para estudiar y proponer diferencias, semejanzas y particularidades entre modelos de desarrollo de regiones y países? Si consideramos que mirar también implica juzgar y pensar, el objetivo de esta mirada es tratar de encontrar y analizar algunas de las respuestas a estas preguntas, a través de un ejercicio de comparaciones y contrastes, acerca de cómo se comportan para la zona sur
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del continente algunos de los principales temas que hoy debate la Economía Ecológica, tales como: la huella ecológica como indicador de desarrollo, la sustentabilidad de las matrices energéticas, el enfrentamiento al cambio climático, la conservación de la biodiversidad, la visión del ecologismo desde los pobres, las responsabilidades sobre la deuda ecológica y las estrategias de la ecología política, que den motivos a cuestionamientos y propuestas, inciten a la reflexión y nos apoyen en la aspiración urgente de salvar nuestro Mundo y hacerlo más justo. Huella Ecológica ¿Se ha preguntado alguna vez qué parte del planeta está dedicada única y exclusivamente a mantenerle? El concepto de la Huella Ecológica surge para responder esta interrogante: mide cuántos recursos naturales utilizan las personas para sostener su estilo de vida. Según sus autores,11 la Huella Ecológica se define “como el total de tierra o mar ecológicamente productivos ocupados exclusivamente para producir los recursos consumidos y asimilar los desechos generados por una población”; este valor se compara con su inverso, la Capacidad de Carga, que se conceptualiza como “la cantidad de tierra productiva disponible para una población, teniendo en cuenta la productividad del terreno y una reserva de 12% para conservación de la biodiversidad”.12 En el Gráfico 1 se presenta cómo ha evolucionado el comportamiento de la Huella Ecológica y la Capacidad de Carga en el mundo y América Latina. Del análisis del mismo se percibe cómo la Huella Ecológica Mundial sobrepasó su Capacidad de Carga en la segunda mitad de los años ochenta, con valores superiores al 50% en 2007; esto significa que la población humana empezó a consumir recursos renovables y liberar dióxido de carbono (a partir de ahora CO2) más rápido de lo que pueden regenerar los ecosistemas; sus causas están dadas fundamentalmente por el alto consumismo de los países desarrollados, los cuales necesitan hoy entre tres y seis planetas para satisfacer sus estándares de vida. En América Latina, esta situación llega un poco más retrasada (mediados de los años noventa), reportándose un 14% superior en 2007. En contraste, la Capacidad de Carga, tanto del planeta como de América Latina, disminuyó en el período analizado a más de la mitad, lo que se explica por el aumen-
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to de la población y la pérdida de la superficie productiva por diversos problemas como erosión, salinización, deforestación, contaminación, etcétera. GRÁFICO 1 Comportamiento de la Huella Ecológica/Capacidad de Carga en el Mundo y en América Latina
FUENTE: Elaborado por el autor a partir Informe Planeta Vivo, 2010.
Es interesante señalar que América Latina es la única región del planeta que, al comparar su Biocapacidad propia con su Huella Ecológica, tiene una relación favorable de 2,36; lo que la sitúa en posición muy ventajosa para su desarrollo. Este continente, a diferencia de otros, con un 9% de la población mundial, aporta 21% de la Biocapacidad del planeta y consume solo 9% de su Huella Ecológica.13 Sin embargo, estas ventajas naturales excepcionales de América Latina no han sido explotadas en función de su desarrollo, ya que solo han servido, desde su encuentro con las culturas europeas, como fuentes de recursos naturales para el progreso, primero de las monarquías coloniales y, ahora, de las potencias neocoloniales, encabezadas por los Estados Unidos de América. Esto se agrava en la actualidad con el fenómeno de la globalización de los mercados, la mayor oportunidad de movimiento de los bienes en todo el mundo y el aumento del comercio internacional, que permite, con mucha más facilidad, que los países ricos puedan usurpar los recursos naturales del Tercer Mundo para satisfacer sus demandas.
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El Primer Mundo está utilizando, para frenar su déficit ecológico y mantener el desarrollo, grandes extensiones de la biocapacidad de América Latina, al extraer materias primas, energía y alimentos. Son hechos cotidianos: el uso de tierras latinoamericanas para la producción de biocombustibles que luego utilizan en sus países; la exportación hacia acá de sus industrias más contaminantes; la explotación de los bosques y su biodiversidad para lucro de las grandes transnacionales y muchos ejemplos más, que nos demuestran cómo usurpan nuestros patrimonios y riquezas, después de haber consumido o destruido los suyos. En su elocuente y bien documentado ensayo Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano hace un análisis de esta situación, y argumenta que durante mucho tiempo Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde tiempos remotos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y hundieron los dientes en la garganta (…) Pero la región sigue trabajando como sirvienta. Continúa existiendo al servicio de necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolas (…) Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus capotales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno.
A partir de estas evidencias se explica lo urgente de trazar políticas que nos aseguren el aprovechamiento de nuestras potencialidades ecológicas excepcionales, para nuestro propio desarrollo y detener de una vez el despojo de nuestra biocapacidad. Pero alertamos la necesidad de hacerlo bajo estrategias sustentables y patrones menos consumistas y racionales, diferentes a los llevados a cabo por los sistemas que nos han precedido y que llevaron a la humanidad hacia la encrucijada en que se encuentra. Esto solamente puede lograrse con la implementacion de una fuerte y bien pensada labor educativa, sobre todo en las jóvenes generaciones, ya que muchos de ellos conciben como el modelo de paradigma de desarrollo a seguir el de los Estados Unidos de América.
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Al relacionar la Huella Ecológica y la Biocapacidad de los países de América Latina (ver Gráfico 2), se observa que existen grandes desigualdades, lo que pone de manifiesto la diversidad de oportunidades y estadios de sustentabilidad que presentan las diferentes naciones. Esto demanda variadas estrategias de explotacion de sus recursos naturales, especialmente de la Tierra y el imperativo de la cooperacion Sur-Sur para complementar sus economías.14 GRÁFICO 2 Huella Ecológica/Biocapacidad para diferentes países
FUENTE: Elaboración propia a partir Informe Planeta Vivo, 2010.
Matrices Energéticas Sustentables Desde la perspectiva de la Economía Ecológica, a criterio de este autor, pudiéramos definir la Energética Sustentable como la problemática que se le plantea a los hombres y gobiernos de aprender a desarrollarse, reduciendo los impactos ambientales y sociales causados por los problemas globales, territoriales y locales del uso de la energía, de manera que exista igual derecho de uso para todos y no se afecte el futuro de las generaciones por venir; ello se logra a través de la investigación e innovación tecnológica en eficiencia energética, desarrollo y expansión de las fuentes renovables de energía y conservación de los recursos energéticos no renovables.
A partir de esta definición nos preguntamos: ¿se encamina América Latina hacia una energética sustentable?
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Para lograr estos objetivos urge realizar una revolución energética, desde una concepción politizada e inmersa dentro de las sinergias de todos los procesos que se generan y afectan al planeta en su totalidad. Al respecto coincidimos con Evo Morales14 cuando afirma: Mientras no cambiemos el sistema capitalista por un sistema basado en la complementariedad, la solidaridad y la armonía entre los pueblos y la naturaleza, las medidas que adoptemos serán paliativos, con un carácter limitado y precario. Lo que ha fracasado es el modelo del desarrollo ilimitado, de la industrialización sin fronteras, de la modernidad que desprecia la historia, de la acumulación creciente a costa del otro y de la naturaleza. Por eso propugnamos el Vivir Bien, en armonía con los otros y con la Madre Tierra (…) La humanidad es capaz de salvar al planeta si recupera los principios de la solidaridad, la complementariedad y la armonía con la naturaleza, en contraposición al imperio de la competencia, la ganancia y el consumismo de los recursos naturales.
En los gráficos siguientes se demuestra lo injusto de las políticas energéticas al observar la Tierra de noche (3.1) y cómo sería el mundo en proporción a las emisiones de gases efecto invernadero (3.2). En un análisis crítico de los alcances y limitaciones de las matrices energéticas de la región, es de destacar, en primer lugar, su gran diversidad y riqueza de recursos. América Latina concentra entre 10% y 12% de las reservas mundiales del petróleo, cerca de 6% de las de gas y 2% de las de carbón; en fuentes renovables posee 22% del potencial mundial de hidroenergía, además de acumular para su aprovechamiento considerables fuentes de biomasa, y de energías geotérmicas, eólicas y solares.15 Sin embargo resulta contraproducente que 70% de su matriz energética corresponda a combustibles fósiles. De un 29% renovable, 62% pertenece a la generación hidráulica y casi todo el resto a diversos tipos de uso de la biomasa. Energías como la eólica, la geotérmica y la solar (en sus formas fotovoltaicas, térmicas y pasivas) tienen muy poco desarrollo, a pesar de las grandes potencialidades de utilización. La distribución de la biomasa corresponde en más de un 70%, a leña, en especial en Centroamérica, Haití y Guyana, donde su aporte a la matriz oscila entre 30% y 60%; esta es aprovechada en eficiencias que no sobrepasan 5%, provocando graves problemas de deforestación y salud en esos países.16
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GRÁFICO 3 Injusticias energéticas
FUENTES: 3.1 PNUMA. Informe de cumplimiento de los Objetivos del Milenio, 2009 / 3.2 Informe Planeta Vivo, 2008.
Algunos países de América Latina, en especial los productores de azúcar, han visto una posibilidad de reactivar sus economías y mejorar sus indicadores energéticos y ambientales en la producción de biocombustibles. Aunque el tema es muy controvertido y objeto de debate de politólogos, economistas, ingenieros, sociólogos, así como de la sociedad en general, la opinión de este investigador es que la producción de biocombustibles pudiera ser una alternativa energética más para algunos países, fundamentalmente en el transporte, como es el ejemplo de Brasil, siempre y cuando sea obligatorio considerar para esa producción criterios bien analizados de sustentabilidad. Los biocombustibles no son viables cuando anteponen su producción a la de alimentos para los humanos. Los criterios de prohibición que propongo son: que no afecten la seguridad alimentaria, especialmente de los más pobres; que no perjudiquen los bosques y la biodiversidad; que no generen monocultivos; que no promuevan la concentración de la Tierra; que no produzcan deterioro de los suelos, ni afecten las fuentes de agua.17
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Resulta paradójico que América Latina, a pesar de aportar una reducida contribución a los problemas ambientales de carácter global (solamente 8% de las emisiones mundiales de CO2), y de ser una de la regiones que más contribuye al efecto sumidero de estas emisiones –por sus grandes extensiones boscosas– sea, a la vez, una de las regiones más afectadas por el cambio climático. Sin embargo, el sector energético de América Latina participa muy fuertemente en la contaminación a nivel local; entre las situaciones más relevantes están: la polución atmosférica que provoca en las grandes ciudades, con sistemas de transporte obsoletos irracionales, los cuales consumen 31% de toda su energía; la deforestación y daños a la salud humana causada por los altos consumos de leña; y las afectaciones al uso de la Tierra por la construcción de grandes hidroeléctricas.18 Un problema a resolver para América Latina es la desigualdad existente entre los diferentes países y estratos sociales en relación con la producción y consumo del agua. Mientras unos la despilfarran y contaminan por tenerla en exceso, otros carecen de ella muchas veces para satisfacer sus necesidades más perentorias y tienen que acceder a fuentes muy contaminantes para poder subsistir. Se hace necesario buscar en el subcontinente una media de consumo que sea justa, pero racional. No podemos pensar que, para alcanzar el desarrollo, nuestros consumos pueden ser similares a los que mantienen los países desarrollados, por lo que estamos obligados a buscar modelos energéticos más sustentables, racionales y equitativos. Esto solamente se logrará con una integración y solidaridad entre ciudadanos y países y la formación de una cultura, conciencia, educación y ética, que deben comenzar por asumir la responsabilidad que cada uno tiene, a partir del lugar que ocupamos en la sociedad. Los acuerdos de la República Bolivariana de Venezuela con los países de Centroamérica y el Caribe, en la Agrupación Petrocaribe, son ejemplos de cooperación Sur-Sur y en este sentido demuestran lo mucho que pueden hacer los latinoamericanos unidos para cambiar la suerte del planeta.
Enfrentamiento al cambio climático Es bien sabido que la problemática del cambio climático es causada, en su mayor parte, por los países industrializados con sus estándares
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de vida contaminantes y despilfarradores durante muchas décadas, los cuales con menos de un 20% de la población mundial generan 64% de los gases de efecto invernadero. Sin embargo no hay una respuesta urgente por parte de los mismos, y sus emisiones siguen creciendo sin control, haciendo oídos sordos a los reclamos de la mayoría de los habitantes del planeta; solamente en CO2, en los países con muy alto Índice de Desarrollo Humano, en el período 1970-2010, se ha producido un aumento de 248%. Ante estos planteamientos cabe preguntarse: ¿cómo sugiere la Economía Ecológica enfrentar estos desafíos?, ¿cómo está siendo afectada América Latina y el Caribe por el cambio climático?, ¿cuáles deben ser sus respuestas? Por las causas expuestas en el párrafo anterior, las temperaturas a nivel global siguen en ascenso y los expertos han determinado que las mismas se han incrementado, en relación al comienzo del siglo XX, en 0,75 °C y el ritmo de calentamiento del planeta se ha acelerado.19 ¿Quién duda todavía que vamos hacia una hecatombe, si no se detiene esta locura? El informe Stern IV20 señala que …. Los costos anuales para lograr una estabilización de entre 1 °C y 3 °C para el 2050 se sitúan en una inversión de 1% del PIB global, ahora (…) si no actuamos ya, los costos globales debidos al cambio climático equivaldrán a la pérdida desde 5% hasta 20% del PIB global anual (...) El cambio climático representa un desafío global único: es el mayor fracaso de la economía de mercado que hayamos conocido.
Teniendo en cuenta el absurdo de que los países subdesarrollados pasarán a ser los más afectados por una situación que no provocaron, el examen de la problemática desde la Economía Ecológica debe fundamentarse en los siguientes principios: • Un enfoque de responsabilidades comunes pero diferenciadas, sustentada en que los países desarrollados han sido los causantes históricos y actuales de la mayor parte del problema, por lo tanto ellos deben liderar las acciones para revertirlo, reduciendo fuerte y rápidamente sus emisiones de gases de efecto invernadero. • Un enfoque de equidad, donde los países del Tercer Mundo tienen como primeras prioridades no renunciar a su derecho al desarrollo y a la erradicación de la pobreza, por lo tanto, aunque deben trabajar por mitigar estas emisiones, no pueden negarse a un crecimiento controlado de las mismas.
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• Un enfoque de cooperación internacional, que incluya el compromiso global de reducir las emisiones totales de gases de efecto invernadero a mediano plazo, y el apoyo de los países desarrollados a las acciones de adaptación de los subdesarrollados para satisfacer las necesidades tecnológicas, financieras, materiales y humanas que se requieren para ello. • Un enfoque integral, donde se comprenda la complejidad del fenómeno estudiado y su vinculación con otros, y no se vea solamente en la tecnología el modo de resolver el problema, donde se respeten y tengan en cuenta todos los tipos de saberes y opiniones en relación con el tema. Tal vez, como en ningún otro lugar del planeta en lo que al cambio climático respecta, convergen en América Latina una notoria concurrencia de amenazas, riesgos, desafíos y oportunidades. El continente aporta aproximadamente 12% de las emisiones de gases de efecto invernadero al balance mundial, causados en 70% por la emisiones de CO2 (6% proveniente de los sectores industriales, energéticos y de transporte y 2,4% debido al cambio del uso del suelo, fundamentalmente por la quema de biomasa), el restante 30% proviene del metano (CH4) producido por los diferentes sistemas agrícolas y la generación de desechos y los óxidos nitrosos (NOx), debido al uso de fertilizantes y el transporte.21 El aumento de los gases de efecto invernadero provoca serios cambios hidrometeorológicos en la región, produce acontecimientos extremos tales como: lluvias intensas en casi todo sus territorios, sequías en algunas zonas de Suramérica, aumento de la intensidad de los ciclones tropicales en las áreas del Pacífico y el Atlántico, derretimientos de los glaciales de la Patagonia y los picos montañosos de los Andes y las subidas del nivel del mar en zonas costeras bajas. Teniendo en cuenta que las condiciones de hábitat de más de 30% de los ciudadanos latinoamericanos son extremadamente precarias (en países como Guatemala, Nicaragua, Haití y Perú supera 70%) y la existencia de otros factores de vulnerabilidad muy comunes en la región, estos cambios climáticos suscitan numerosas muertes, lesionados, damnificados y desplazados, sobre todo en la población más vulnerable. Según el PNUMA (2001), la población latinoamericana afectada de una forma u otra por desastres naturales como promedio anual, de 2000 al 2009, fue de 8 741 personas por millón de habitantes, lo que significa más de 5 millones al año.
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Estos cambios climáticos también están provocando otro tipo de desastres: pérdidas significativas de la biodiversidad biológica, en especial en la zona amazónica y en los arrecifes coralinos y manglares de Mesoamérica; cambios drásticos en las niveles de productividad de la Tierra, producto de la desertificación, erosión, cambios de temperatura y falta o exceso de agua; riesgos para la seguridad alimentaria, al verse afectados cultivos básicos para la región como el maíz, el arroz, la papa, etc.; disminución de la cantidad y calidad del agua, especialmente en las regiones andinas áridas, que dependen del hielo de los glaciares; aumento del número de enfermedades tropicales, como el dengue, y de plagas en la agricultura y otros fenómenos más difíciles de pronosticar por estar sometidos a una gran incertidumbre y complejidad. América Latina ha jugado un papel fundamental en las diecisiete conferencias de la ONU sobre cambio climático, especialmente en Kioto, Copenhague, Cancún y la recién finalizada en Durban. Los países latinoamericanos, en contraposición a los países desarrollados, han estado defendiendo la necesidad de acuerdos justos, urgentes, duraderos y vinculantes relacionados con los siguientes puntos: • En cuanto a la mitigación, se defiende mantener el calentamiento global lo más alejado de 2 °C, valor máximo recomendado por los expertos para que los cambios climáticos no sean irreversibles para el planeta en los próximos años; los países desarrollados deben asumir metas de reducción de emisiones por debajo de 40% en relación con 1990 y los subdesarrollados deben limitar su crecimiento de modo voluntario y consciente, con apoyo financiero y tecnológico de los países desarrollados. • En relación con la adaptación, se debe dar preferencia a la protección de las personas más pobres de los impactos inevitables del cambio climático, asegurando que los fondos se canalicen hacia las comunidades más vulnerables mediante programas que contemplen el enfoque de género; se propone crear un fondo de seguro internacional que cubra los daños y pérdidas que sufran las comunidades, permitiéndoles reconstruir sus hogares y medios de vida, después de huracanes, inundaciones y otras afectaciones climáticas. • La problemática del financiamiento reclama la necesidad urgente de un fondo mínimo de 50 000 millones de dólares anuales, a aumentar por lo menos a 100.000 a partir de 2020, que
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sea adicional a ese 0,7% dedicado a la ayuda al desarrollo; se exhorta además a los países desarrollados a transferir sus subsidios de los combustibles fósiles a las fuentes renovables, y los correspondientes a la agricultura a la bioenergía. • Las tecnologías aplicadas deben valorarse desde las dimensiones ambientales, económicas y sociales y las mismas deben corresponderse con las prioridades de los países receptores; se debe asegurar la participación voluntaria y consciente de sus comunidades y dar preferencia a aquellos proyectos que cambien los patrones de producción y consumo. • La entidad de administración de los acuerdos debe ser gobernada por una representación equitativa de todos los países, la cual debe garantizar la creación de capacidades en los países subdesarrollados para la implantación de los proyectos acordados; se hace imprescindible la firma de un acuerdo vinculante entre todos los países, que permita medir, informar y verificar los resultados obtenidos y fiscalizar el uso transparente y eficaz de los fondos proporcionados.
Conservación de la biodiversidad ecológica Se define la conservación de la biodiversidad ecológica como: … una serie de principios encaminados al inventario, protección, uso y restauración de los ecosistemas, los cuales se pueden pormenorizar como una combinación de plantas, animales y microorganismos, que interactúan entre sí y con el ambiente físico-químico que los rodea, formando una unidad ecológica funcional. 22
y su sustentabilidad está dada por un conjunto complejo de problemas ecológicos y humanos donde se destacan tres elementos básicos: lo económico, lo ético y lo cultural. ¿Se han evaluado las consecuencias causadas por la acción del Homo Sapiens sobre el deterioro actual de la biodiversidad del planeta? Los efectos, según los expertos, pueden ser comparables a los generados por el impacto del meteorito que hace 65 millones de años ¡exterminó a los dinosaurios!23 América Latina, con solo 16% de la superficie terrestre del planeta, contiene más de 30% de la biodiversidad biológica del planeta. Tempranamente, José Martí lo avizoró, destacándolo en varios de sus escritos con gran hermosura:
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… por la otra, ¿saben en Europa, en nuestra misma América saben, cuantas bellezas, cuántas riquezas, cuántas industrias naturales encierra este pueblo, que los mares buscan como cortejando su hermosura, como trayéndole mensajes de tierras luengas; como solicitando subproductos? ¿Se ha dicho bien a los viajeros cuánto hay aquí que admirar; a los poetas, cuánto hermoso espectáculo; a los industriales, cuánto campo nuevo, a los agricultores, cuánta olvidada tierra pudieran explotar? (…) Es necesario que América sea en todas partes, no una esperanza avariciosa de granjerías sino una amante respuesta a la solicitud laboriosa de los hombres de todas las razas y países.24
El Índice Planeta Vivo, que refleja los cambios en la salud de los ecosistemas del planeta, mediante el análisis de las tendencias de cerca de 8 000 poblaciones de especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces, mostró, entre 1970 y 2010, un descenso de 55% para el área latinoamericana; este valor es mucho más elevado que el promedio mundial de 30%. Ello se debe fundamentalmente a los cambios en el uso de la Tierra, en especial la de los bosques tropicales, los que, a pesar de ocupar 22% del área total mundial, presentan un elevado índice de deforestación.25 Las causas de estos altos índices de deforestación son variadas, entre ellas podemos encontrar: los incendios, con un promedio de 26 000 al año, que destruyen alrededor de 5,5 millones de hectáreas de bosques; la conversión de tierras forestales para otros usos como agricultura, ganadería, urbanización e infraestructuras; nuevas explotaciones mineras, petroleras y madereras; y el uso intensivo de productos agroquímicos, fertilizantes y plaguicidas. A quienes promueven estas acciones les encontramos, paradójicamente, en los extremos de las clases: los del sector más rico y dominante porque, en la búsqueda de un desarrollo económico a toda costa, explotan estos ecosistemas sin límite, sin importarles su salud; en el otro segmento están los más pobres y marginados, que se ven obligados a contaminar y deforestar para subsistir. Este fenómeno de deforestación a la vez ejerce un efecto boomerang en otros como: la disminución de los recursos hídricos; la erosión, degradación, contaminación y salinización del suelo y en el decrecimiento del efecto neutralizante de las emisiones de CO2. También conspira contra la solución de este problema la falta de financiamiento, cultura, educación y políticas ambientales que permitan un manejo sostenible de los bosques. Solo Uruguay, Costa Rica, Cuba y algunos países del Caribe anglófono han logrado revertir los índices de deforestación de sus países.
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En los últimos años, los Estados Unidos y otros países desarrollados han desplegado una loca carrera por descifrar la composición genética de los organismos vivos, teniendo en propiedad el monopolio absoluto de 97% de todas las patentes biotecnológicas de plantas y animales emitidas en todo el mundo. Ellos son los responsables de la conversión de la biodiversidad de América Latina en recursos genéticos con derechos exclusivos de explotación y comercialización por parte de grandes transnacionales foráneas, que provocan una dependencia del mercado, los agricultores, las comunidades y los países de productos patentados. Diez empresas transnacionales controlan bajo su propiedad intelectual 67% de las semillas, 89% de los agroquímicos, 55% de los farmacéuticos humanos y 63% de las medicinas veterinarias que se comercializan en la región. Su ética principal es la obtención de ganancias a toda costa, sin importarles para nada el desarrollo de los países donde operan: solo en el 2005, Monsanto26 y GSK27 obtuvieron ganancias por 8 000 y 5 300 millones de dólares respectivamente por estas actividades.28 Este gran poder económico les permite influir en las decisiones políticas, económicas, ambientales y sociales de muchos países de América Latina. Es hora de buscar soluciones duraderas y de raíz a estos dilemas, cambiando la cultura de dominación existente de “vivir siempre mejor”, “vivir mejor que los demás” y “a costa de la naturaleza”, por una de armonía y equilibrio entre Naturaleza y Humanidad, cuyos mejores ejemplos los tenemos en las visiones del “buen vivir”, “buen convivir” de muchas culturas indígenas de Suramérica.29 Este buen vivir apunta hacia una ética de considerar al Homo Sapiens un producto evolutivo de la vida, inmerso en una gran comunidad, donde la Tierra no es un planeta, no es el medio ambiente… ¡es Nuestra Madre viva que nos acoge y protege! y por lo tanto nosotros tenemos la obligación de corresponderle. Por ello debemos exigir a los responsables políticos, económicos y científicos, la urgencia de respetar los derechos de todos, incluyendo la Naturaleza. Sí, en una decisión absurda, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos extendió en 1886 estas prerrogativas a las corporaciones privadas,30 como si ellas tuvieran vida, y en aquellos momentos nadie lo censuró; hoy todos los preocupados e inconformes por la suerte del planeta, debido a la inhumanidad de unos pocos, tenemos la fuerza moral suficiente y la responsabilidad de exigir estos derechos para nuestra Pachamama.
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Deuda ecológica Desde nuestra perspectiva, el punto de partida de cualquier análisis del desarrollo de los países del Tercer Mundo, tiene que partir del reconocimiento de que la deuda ecológica que han grabado los países desarrollados sobre estos, es la causa principal de los problemas del subdesarrollo que enfrentan. El concepto de deuda ecológica incorpora un conjunto de deudas definidas a partir del tipo de impacto que producen; su división deviene imprecisa, contradictoria y sujeta a distintas interpretaciones, que a veces se entrelazan en un mismo análisis, tomamos partido en esta investigación por la propuesta realizada por Monsangini G. (2007) que las agrupa en • Deuda histórica: donde el crecimiento del Norte se ha sustentado mayoritariamente, desde la colonización hasta nuestros días, en el saqueo de las riquezas del Sur. • Deuda económica: donde el crecimiento del Norte se ha debido al intercambio desigual con el Sur. • Deuda social: donde el modelo de desarrollo del Norte ha impactado en las condiciones de vida, salud y derechos humanos de las poblaciones del Sur. • Deuda cultural: donde la dominación impuesta por el Norte ha destruido culturas y estilos de vida en los países del Sur. • Deuda ambiental: donde el crecimiento del Norte ha impactado en el planeta, y muy especialmente en los países del Sur, debido a las emisiones de dióxido de carbono, la biopiratería, los pasivos ambientales, la exportación de residuos y otras formas de contaminación y deterioro ambiental. Corresponde pues al mundo desarrollado y rico saldar su deuda ecológica con la parte pobre y subdesarrollada de la humanidad, mediante una indemnización que incluya una ayuda financiera y técnica acorde con los momentos comprometidos que actualmente se viven. ¿Habrá llegado la hora que el Norte disminuya sus gastos anuales de 28 billones de dólares en perfumes, 28 billones en tabaco, 31 billones en comida y cuidado de animales de compañía, 58 billones en juguetes y juegos, 86 billones en narcóticos, 320 billones en alcohol, 800 billones en productos suntuarios, y aumente la Ayuda al Desarrollo que no rebasa los 58 billones anuales?31 ¿Ha llegado el
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momento en que los países del Sur rompan con la dependencia cultural y económica del Norte, reintroduciendo los valores olvidados o abandonados entrelazados con su historia? Hay muchos caminos para ello y otros habrá que irlos conformando mediante la combinación de lucidez política, audacia y prudencia, las cuales no son incompatibles, si nos remitimos a su esencia. En su discurso en la ONU, en la Cumbre de la Tierra (2000), Fidel Castro expresaba: … No puede olvidarse que el subdesarrollo y la pobreza actuales son la consecuencia de la conquista, la colonización, la esclavización y el saqueo de la mayor parte de la Tierra por las potencias coloniales, el surgimiento del imperialismo y las guerras sangrientas por nuevos repartos del mundo. Hoy tienen la obligación moral de indemnizar a nuestros países por el daño que le hicieron durante siglos. La humanidad debe tener conciencia de lo que hemos sido y de lo que no podemos seguir siendo.
Un estudio de Rodríguez Florecencia (2008) calcula que la deuda ecológica de América Latina a través de toda su historia de colonialismo y neocolonialismo asciende a la impresionante cifra de ¡400 000 000 000 000 de dólares! Un análisis de la deuda histórica de Latinoamérica y del Caribe demuestra, que desde su descubrimiento, conquista y colonización, en el siglo XVI, esta suministró los recursos necesarios para el enriquecimiento inconmensurable de las metrópolis imperiales y de sus administradores en las colonias. Se estima que entre 1556 y 1799, llegaron a las naciones europeas más de 700 millones de onzas oro y plata, lo que hizo posible la vida lujosa y despilfarradora de las monarquías de aquella época, y así facilitar el desarrollo capitalista de casi toda Europa, en especial de Inglaterra, Bélgica, Francia, España y Portugal y sumió en la miseria moral, política, cultural, religiosa y económica al subcontinente, lo que impidió su desarrollo.32 Desaparecidas las riquezas de oro y plata, debido a su intensiva explotación, surgieron progresivamente las producciones de azúcar, café, cacao, algodón, caucho, bananos, cobre, estaño, hierro, petróleo y otras, que incrementaron esta deuda histórica y costearon en gran parte los requerimientos de expansión de la fase imperialista del capitalismo, fundamentalmente de los Estados Unidos, en los inicios del siglo XX. América Latina se convirtió así en suministrador de productos y materias primas a bajos precios, a costa de mano de obra barata y tierras tropicales ricas en minerales y fertilidad. Las clases
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dominantes latinoamericanas, a diferencia de las norteamericanas, no se preocuparon de su progreso económico interno, sino que se limitaron a servir al desarrollo del capital extranjero, y obtuvieron así sus beneficios de comercio, lo que impidió la acumulación de capital y el desarrollo industrial de la región. En la última mitad del siglo XX, el surgimiento de nuevas formas de explotación capitalistas como el proteccionismo, el libre comercio, los empréstitos e inversiones con altas tasas de interés, las licencias especializadas, los altos precios de los productos industriales, la exportación de servicios, la especulación y el deterioro de los términos de intercambio, condujeron a América Latina a un incremento insostenible de su deuda económica externa. Se estima que solamente entre 1986 y 2008 la región ha saldado 3,5 millones de millones de dólares por concepto de pago de intereses de la deuda,33 ¡dinero suficiente para pagar varias veces lo prestado a lo largo de todo un siglo! Se hace irónico que más de la mitad del monto de dicha deuda, es el resultado de prácticas usureras, fuga de capitales y enriquecimiento ilícito, permitida por muchos de los gobiernos que tuvo el continente en décadas pasadas. La deuda social de América Latina se construyó desde los primeros tiempos de la conquista a través de una sucesión de invasiones y genocidios que implantaron diferentes sistemas de explotación humana como las encomiendas, mitas, trabajos forzados, esclavitud o servidumbre, pasando en la etapa neocolonial por los regímenes semisalariales y de servidumbre de las haciendas precapitalistas y el trabajo forzado endeudado, hasta las modernas formas de explotación capitalista que aprovechan la mundialización de todos los mercados. Millones de indígenas, negros, mujeres, campesinos, niños y otros grupos sociales latinoamericanos han vivido marginados y excluidos, con una existencia precaria, que no los ha hecho sentirse dueños de sí mismos, ni responsables de su vida, sino un tipo de máquinas complejas programadas y dirigidas desde fuera. Su futuro ha dependido de unos cuantos ricos, la mayoría no residentes en estos países, que han controlado y manipulado sus vidas sin importarles en lo más mínimo sus derechos humanos. Una de las mayores injusticias de la conquista fue la desaparición o eliminación de la cultura de las poblaciones indígenas de Latinoamérica. De 80 millones de habitantes que se calculaban autóctonos de la región en 1500 (20% de la población mundial), a mediados del siglo XVI quedaban solo 10 millones;34 estos pueblos, en la mayoría
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de los casos, han quedado excluidos de los procesos de adopción de decisiones y han sido objeto de procesos de dominación y discriminación, al considerar a sus culturas inferiores, primitivas e intrascendentes; así se perdió mucho de la sabiduría que guardaban, tan necesaria hoy para la sustentabilidad del planeta. Durante todos estos siglos, los países desarrollados nos han grabado su cultura hegemónica e impuesto su filosofía, literatura, pintura y arquitectura, lo que en la actualidad se incrementa y facilita debido a los procesos de globalización; esta cultura postula al mercado como única meta, paradigma, medida, credo y valor. Es una necesidad imperiosa rescatar y actualizar los saberes de los mayas, los aztecas, los incas, los aymara, los quéchua, los guaraní, los mapuches, los apaches y otras culturas ancestrales, sobre sus visiones de lo global, lo armónico, lo complejo, que conjuga cielo y tierra, naturaleza y humanidad, como un hogar bienaventurado para todos los que habitamos la Tierra. Las situaciones expuestas han sido las causantes de una gran deuda ambiental que provoca el deterioro y contaminación de ríos, mares, tierras, atmósfera y personas de muchas regiones subcontinentales. Por otra parte, a partir de la década del sesenta los países desarrollados han impuesto nuevas modalidades de deuda ecológica como la transportación de sus desechos industriales u otros compuestos nocivos, el traslado de los procesos industriales más contaminantes o de industrias con las tecnologías más atrasadas hacia los territorios latinoamericanos. Hoy día, la mayor deuda ecológica se manifiesta de manera indirecta, ante la aparición de los problemas globales del medio ambiente, los que afectan a todos los habitantes del planeta, pero en muchos casos, con mayor rigor, a los países subdesarrollados, a pesar de haber sido los países desarrollados, los principales causantes, con su consumismo irracional de materias primas y energía. La solución de todas estas injusticias, que son características de todo el Tercer Mundo y ahora se están extendiendo rápidamente también a las clases pobres del Primero, pasan ineludiblemente por un problema ideológico, ante la necesidad de crear, entre todas las clases progresistas, un conjunto de ideas-fuerzas que hagan realidad la utopía de que un mundo mejor es posible, al demostrar que es viable y atinada la vida después del colonialismo, el neocolonialismo y que la historia no ha dicho todavía la última palabra.
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Hace falta introducir en la relación Norte-Sur un nuevo vocabulario que contemple las palabras afecto, caridad, cooperación, diálogo, durabilidad, entendimiento, esperanza, fraternidad, identidad, intercambio justo, justica, protección, prudencia, respeto, responsabilidad, sobriedad, solidaridad, tolerancia… en última instancia amor a la creación y a los demás seres humanos que nos rodean. Fraçois Houtart en su libro El camino de la utopía desde un mundo de incertidumbre (2009), expone el criterio, el cual comparto plenamente, que América Latina, a diferencia de Asia y África, tiene las mejores condiciones para liderar esta transición, por ser el subcontinente donde los diversos grupos sociales han sido capaces de percibir y sufrir con más claridad los efectos del capitalismo, en especial su fase neoliberal, creando una conciencia social entre sus habitantes de la necesidad de un cambio político profundo. Durante milenios han surgido pensadores libertarios como: Hatuey, Tiradentes, Túpac Amaru, Toussaint Louverture, Bolívar, Hidalgo, Morelos, San Martín, Sucre, Martí, Mariátegui, Sandino, Che Guevara, Fidel Castro, Allende, Evo Morales, Monseñor Arnulfo Romero, Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula y muchos otros, que han sentado las bases de un nuevo pensamiento alternativo a través de todos los tiempos y de acuerdo a cada momento histórico. Ecología de los pobres ¿Existe diferencia en la mirada de los problemas de la pobreza entre los que viven en abundancia y los que viven en la supervivencia? Ya en el Evangelio de San Lucas, 21,1-4, se expresa: Jesús estaba viendo a los ricos echar dinero en los cofres de las ofrendas, vio también a una viuda pobre que echaba dos moneditas de cobre. Entonces dijo: De veras les digo que esta viuda pobre ha dado más que todos; pues todos dan ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.
El análisis de los más ricos sobre la pobreza está soportado en un pensamiento economicista y convencional, que defiende la irracionalidad mercantil y el sistema de mercado, relacionando sus causas a la falta de ingresos, vivienda y otros bienes materiales; esto les incapacita de comprender el alcance no económico del problema y por lo tanto no abordan el asunto en toda su complejidad. En tanto
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en la visión de los más necesitados la pobreza está asociada a la lucha por la supervivencia, ante la carencia de los derechos materiales y espirituales básicos como son respirar, comer, reproducirse, moverse, pero también amar, proyectar el futuro, corregir su propia vida, decidir entre opciones diversas, que la hace un pensamiento más justo e integral. La percepción de las clases prósperas es monotemática, tecnocrática y elitista, deja a un lado el análisis del enfrentamiento entre sobreconsumo y hambre, riqueza y pobreza, guerra y paz, desarrollo y subdesarrollo, egoísmo y solidaridad, presión y respuesta, desigualdad e igualdad, dominación y libertad, despilfarro y austeridad, crecimiento y decrecimiento, desequilibrio y equilibrio, destrucción y conservación, se interesa solo en objetivos a corto plazo, justificados fundamentalmente en la ciencia y la técnica. En cambio, la visión de los pobres va más allá de la disminución de la pobreza, buscando sus causas más profundas en el abismo de desarrollo que separa cada día más a estos dos grupos, planteando soluciones a corto, mediano y largo plazo para resolver, radical y definitivamente, los problemas ecológicos y socioeconómicos que afectan la vida material y espiritual de las actuales y futuras generaciones. El concepto Ecología de los Pobres o Ecología Popular surge en Brasil, en 1992, en el marco de los Foros Alternativos Mundiales, como una respuesta espontánea de las organizaciones obreras, campesinas, pueblos indígenas, intelectuales, religiosos de izquierda, y otras comunidades pobres y explotadas del Tercer Mundo, en busca de soluciones alternativas a las propuestas incompletas que han estado realizando los países desarrollados para resolver la pobreza y sus consecuencias sociales, ambientales y económicas. Una de las principales vertientes de esta lucha es la oposición a la espiral armamentista que están desplegando los países desarrollados, principalmente los Estados Unidos, para apropiarse de los recursos del planeta, en especial el petróleo, y de sus zonas más estratégicas; esto agrava los problemas económicos, sociales y ambientales actuales, sustrayendo recursos humanos, materiales y científicos al desarrollo.
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A pesar de que América Latina presenta una mejor posición en este indicador que los continentes asiático y africano, es una vergüenza que, con su riqueza, se mantengan en la pobreza 180 millones de personas, 55 de ellas en grado extremo. 35 Además es el continente con más desigualdad social entre ricos y pobres; la medición del Coeficiente de Gini, que es la diferencia entre los ingresos del 10% de la población más rica comparada con el 10% más pobre, presenta los mayores valores de todos los continentes; el decil más rico recibe el 60% de los ingresos totales de la región y gana treinta veces más, en contraste con el más pobre que solo recibe el 2% de los ingresos totales. Aunque el subcontinente, como promedio, clasifica con un Índice de Desarrollo Humano Alto (IDH-2011), resulta interesante una comparación del IDH total con el IDH Ajustado por Desigualdad36 (Gráfico 4), donde se puede observar una notable disminución del segundo con relación al primero (mínimo 15% para Uruguay y máximo 40% para Haití); esta diferencia se puede interpretar como la pérdida de Desarrollo Humano Potencial que presentan nuestros países, debido a la falta de equidad entre sus habitantes; de los trece países que clasificaron con alto en el IDH-2011, todos pasarían a medio si consideramos el ajustado por desigualdad, y muchos de los que se catalogan de medio se reenumerarían al bajo al ajustarlo por desigualdad. Resulta de interés y urgencia para América Latina, el estudio desde la perspectiva de la ecología de los pobres, además de los anteriores problemas tratados en este ensayo, su situación demográfica y el envejecimiento de la población; el impacto social y ecológico de la urbanización, en especial el crecimiento acelerado de grandes ciudades de forma insustentable; la condiciones de los migrantes, refugiados y desplazados; la situación de los derechos humanos de niños, indígenas y mujeres, como los segmentos más marginados de la población, la situación de la contaminación y escasez del recurso agua y otros más vinculados a la problemática del desarrollo, con vistas a tener una capacidad de pensamiento y acción que contribuya a dar respuestas, desde la mirada de los más desposeídos, a estas situaciones en contra de las corrientes ideológicas dominantes de los ricos.
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GRÁFICO 4
FUENTE: IDH Total vs IDH Ajustado por Desigualdad. Elaboración Propia a partir del Informe sobre de Desarrollo Humano PNUD (2011).
Ecología Política No es hasta los años sesenta-setenta del siglo xx, que se empieza a considerar la naturaleza como punto de referencia y disputa de quienes aspiran a dirigir los asuntos públicos; surge así el término Ecología Política, el cual se ocupa de estudiar el complejo mundo de interacciones, interdependencias y retroalimentaciones existentes entre la economía, la tecnología, el medio ambiente, la sociedad y las tradiciones con la política. Esta disciplina opera un campo teórico-práctico, en el que se encuentran diversos pensamientos, éticas, comportamientos y movilizaciones sociales que se abren al conocimiento de un gobierno de la naturaleza, el cual tiene como objetivo generar ideas y proponer acciones que conlleven a un compromiso de paz con esta (Pax Natura).37 La Ecología Política nos pudiera ayudar a responder las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las disposiciones y directrices que deben regir nuestra relación con la naturaleza y los demás seres humanos que nos rodean?, ¿qué tipo de relaciones y estrategias de poder dejaremos de ejemplo a las nuevas generaciones?
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Prácticamente todas las personas sensatas del mundo tienen hoy conciencia de los problemas ecológicos y sociales que afectan la calidad de vida del planeta y la humanidad que vive en ella, pero las ideas de cómo actuar para resolverlos se encuentran fragmentadas y segmentadas; esto hace que prevalezca una dispersión de visiones y previsiones sobre la existencia humana, que se abren con gran incertidumbre y creatividad en el tiempo, el devenir histórico y el advenimiento de lo impensado y lo inexistente. Atendiendo a ello, la mayoría de los autores coinciden en que la Ecología Política debe edificarse y convivir en un avatar de lenguajes diferenciados que dialoguen y busquen una bioética común que norme la gobernanza de todo el planeta y sus pobladores; esto obliga a rescatar el concepto original de la palabra bioética, cuando, en 1976, su creador Van Rensselaer Potter, la definió “como la ética global que busca la sabiduría para la sobrevivencia humana”.38 Coincidimos con Frei Betto cuando escribía: La vida solo vale la pena ser vivida movida por sentimientos y prácticas de amor de respeto a las identidades y a los derechos del otro […] No habrá futuro saludable si desde ahora, en el presente, no hay fortalecimiento de los vínculos gregarios de movimientos sociales, asociaciones, sindicatos y partidos en función de proyectos comunitarios y derechos colectivos. 39
A modo de ver de este autor, para lograr esta Pax Natura, el principal reto común en este diálogo, de todas las clases que quieran luchar por un mundo más justo y humano, es demostrar que la Globalización Neoliberal no es la única alternativa posible y que esta puede ser sustituida por el nuevo paradigma de la Globalización Solidaria cuyo pensamiento más avanzado se encuentra en las ideas de Fidel Castro y Juan Pablo II al respecto. Esto supone cambiar actitudes, aptitudes y destrezas que hagan posible una nueva sociedad, capaz de invertir los principales paradigmas que se exponen en la Tabla 1. Sobre el tema ambos estadistas expresaron: Juan Pablo II: Si el objetivo es globalización sin marginalización no podemos seguir tolerando un mundo en el que conviven los inmensamente ricos y los miserablemente pobres, los desposeídos privados hasta de lo esencial y la gente que derrocha impensadamente lo que otros necesitan con desesperación. Tales contrastes son una afrenta a la dignidad de la persona humana.
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Fidel Castro: El mundo necesita un orden. Hace falta un orden mundial, global, justo, democrático. Hay uno que viene, que se ve venir a toda velocidad, indetenible, es el de la globalización neoliberal; hay que ir pensando en el otro, y, mientras tanto, denunciar y luchar. TABLA 1
Globalización Neoliberal contra Globalización Solidaria Frente a una globalización:
Responder con una globalización:
Economicista, individualista e indiferente, que busca solo el bien de unos pocos. Con un consumismo destructivo de la naturaleza.
Humanista, solidaria y fraterna, que quiera el bien de todo el planeta y sus habitantes. Con una racionalidad que tenga en cuenta los límites de la naturaleza. Pensada en términos de sociedad, priorizando el capital humano y el valor de uso sobre el valor de cambio. Basada en la equidad, inclusión e igualdad de oportunidades de todos. Donde se escuchen todos los saberes, con prevalencia de la sabiduría y con acceso de todos a la información y el conocimiento. Que mide el desarrollo por indicadores ecológicos, de calidad de vida y bienestar para todos, diferenciándolo del crecimiento. Pensamiento dialéctico, sistémico y complejo. Fundamentada en el diálogo y gobierno de todos, respetando todas las tendencias y culturas.
Pensada solo en términos de mercado, donde domina el capital financiero y el lucro de unos pocos. Basada en la desigualdad, inequidad y exclusión. Dominada por el saber científico, saturada de información y conocimiento con gran desigualdad en su acceso. Que mide el desarrollo por indicadores económicos y externalidades. Pensamiento simplista. Fundamentada en políticas impositivas, cultura única, dominada por unos pocos.
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Dominada por conflictos bélicos y una cultura de muerte. De la irresponsabilidad. Que concibe un mundo especializado, sectorizado, dirigido y saturado de números, abstracciones y objetos. Desprovista de justicia social y con un vacío espiritual, intelectual y anímico que paraliza a muchas personas y las hace dóciles y resignadas. Que se ocupa solo de los síntomas que deterioran al planeta y la humanidad, planteando acciones paliativas para cambiarlas.
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Dominada por la paz y la armonía para todos y llena de esperanzas de vida. De responsabilidad frente a la naturaleza, a la vida, a la historia, a sí mismo. Que concibe un mundo concreto, lleno de vida, relaciones e iniciativas tratadas transdiciplinariamente. Guiada por principios éticos, bioéticos, valores y virtudes, utopías y esperanzas, que movilizan y dan sentido a una vida de justicia. Que se ocupa de las causas, proponiendo cambios de ideas y nuevos estilos de vida y mentalidades para cambiar el planeta.
FUENTE: Elaboración propia.
Parece llegada la hora de la necesaria unión de los distintos sueños utópicos que brotan de proyectos progresistas como: los de los obreros manuales e intelectuales de todo el mundo, de los campesinos, de los sin tierra, de los desempleados, de los religiosos, intelectuales y ecologistas de izquierda, de los estudiantes sin derechos, de los indignados de los Estados Unidos, Europa y los países árabes, de los proyectos del socialismo en el siglo XXI de Venezuela y Ecuador, de la actualización del modelo socialista de Cuba, de las propuestas del buen vivir de los indígenas de Bolivia y Guatemala, de las propuestas antineoliberales de Argentina, Brasil y muchos otros, para juntos, en un gesto solidario y amoroso, manifestar la cordura suficiente para ser capaces de salvar al planeta y recuperar los principios de complementariedad y hermandad con la naturaleza y los demás seres que nos rodean. Es el momento de retomar las palabras de Ernesto Guevara cuando expresó “Porque esta gran humanidad ha dicho
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basta y ha echado a andar. Y su marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”.
Epílogo Como epílogo, me gustaría compartir mi esperanza de que los objetivos, expuestos en este trabajo, de hacerles reflexionar sobre el cuidado, atención, protección, amparo y defensa del mundo de hoy se hayan cumplido; por ello dejo como preguntas finales: ¿tiene el mundo arreglo en la actual situación en que se encuentra?, ¿es el tiempo para América Latina y el resto del Tercer Mundo de renovar y retomar el hilo de un desarrollo interrumpido por siglos de explotación e injusticia y reencontrarse con su identidad propia, revaluando conceptos y actitudes ante la vida?, ¿si es tanto lo que nos une, qué cosa nos separa? Las respuestas particulares de cada lector servirán para abrir un camino de cooperación voluntaria, de mutua comunicación y entendimiento entre todos. Como despedida quiero invitarlos a saborear parte del poema “Vida” de José Martí, que pienso resume toda su filosofía del vivir y que pudiera ser ejemplo para despertar nuestros comportamientos: La vida es un asalto: pues cautivo Hoy o después he de vivir, la lucha Ruda comience, y pues lo quieren ¡vivo! Más no a gemir ni a sollozar dispongo Voz que me sirve para hablar al cielo: Vivo, para trazar sobre la Tierra Huella soberbia que mis pasos grabe; Para abatir y dominar grandezas, Para labrar mi gloria con mis manos Y convertir en rayos la tibieza es este pálido sol de los humanos.
Notas 1 2
Y. Bernard et al.: Diccionario Económico y Financiero, 1981. PNUMA: “Informe de los Objetivos del Milenio”, 2008, www.un.org/spanish/ millenniumgoals/reports.shtml
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A manera de Introducción Si algo debemos recuperar los latinoamericanos es la capacidad para pensarnos a nosotros mismos en tanto establecemos el cúmulo filosófico y político que exprese la soberanía de nuestras ideas y como el esfuerzo epistemológico e interpretativo dentro de las ciencias sociales, la literatura y el arte que pueda llevarnos a construir sociedades más justas, más democráticas, pero también núcleos de acción y desarrollo individual que despierten todas aquellas riquezas y capacidades racionales y emotivas escondidas en nuestra condición multicultural. En una etapa de crisis mundial, donde el dominio del paradigma neoliberal signa nuestra vida económica y cotidiana, estamos frente a una empresa sin parangón, que implica no solamente escarbar el conocimiento occidental bajo una mirada crítica que establezca puntos de encuentro y disenso, sino también construir nuestro propio pensamiento, que directa o indirectamente ha sido velado por las relaciones de poder que los grupos y los países hegemónicos han establecido en la región. Por lo mismo, paralelo a ese dictamen de libertad en la conciencia, debemos generar también los fuertes ideológicos en tanto contra-paradigmas que nos abran paso a un nuevo consenso cognitivo.
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Ello implica, además de un profundo compromiso político con la historia y la recuperación de sus huellas, el redescubrimiento de los mundos visibles e invisibles que componen el tejido de nuestro mestizaje ideológico y cultural. Así mismo, esa exploración integral de los ejes nodulares que nos movilizan, también nos conduce a identificar los obstáculos generados por aquellas relaciones asimétricas de poder, por aquellos procesos invasivos que articulan los bloques hegemónicos y todas aquellas manifestaciones de violencia que conforman también la genealogía de la vida latinoamericana. En esta perpetuidad de injusticias que producen las relaciones capitalistas y su reflejo en el mundo material, solo la caída del mundo invisible que aprisiona nuestras autonomías epistemológicas colectivas e individuales, podrá lanzar a mejor destino nuestras vidas.
1. Marginalismo global El origen de las formas de exclusión política, económica o sociocultural en el ámbito mundial se asienta en la división internacional del trabajo. Es en principio la expoliación socio-natural por vía de la invasión militar a través de la historia y posteriormente la asignación de las funciones productivas dentro del orbe internacional, vaciados en los procesos de colonización, lo que define las condiciones concretas y subjetivas de la marginación como fenómeno global. En esencia, el ámbito internacional lo constituye un conjunto de estados que establecen particulares relaciones de disparidad estructural y abstracta entre sí, lo que provoca según Castells (1974) la creación de una particular formación social dominada y dependiente. Ello refleja la división mundial entre Primer y Tercer Mundo en su configuración histórica, una interacción signada por la calidad de vida de sus habitantes y toda aquella estructura que construye las prerrogativas de desarrollo humano. Es allí donde concurre nuestra condición de marginados anclada al contexto latinoamericano. Donde se circunscribe con occidente una relación “menor” en cuanto a la calidad de servicios públicos y privados a los que tiene acceso la sociedad mayoritaria. En esa relación entre Primer Mundo-desarrollo y Tercer Mundo-subdesarrollo se establecen las contradicciones dentro del capitalismo mundial. Mientras cada país subdesarrollado presenta su propia forma de división de clases, en el seno de las relaciones internacionales se cuece una forma de estratificación global, en otras
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palabras, el estatus de las naciones es diferenciado como mecanismo de segmentación abierto o velado (relación nación-clase). Los dos grandes bloques, el mundo de los privilegios y el mundo de la marginación son consustanciales a las relaciones monopólicas del capitalismo en tanto mercados, corporaciones y tecnologías por un lado, y mano de obra barata, materia prima y subsistencia por el otro. Esa dualidad de inequidades entre formaciones sociales híbridas y dependientes, con marcados rasgos de desigualdad y atraso social y países industrializados y postindustriales, descansa en los procesos primigenios de acumulación de capital de estos últimos, establecidos desde la colonia bajo patrones de explotación y saqueo. Es su ideología legitimadora de agresión la que establece los procesos simbólicos de civilizar a los incivilizados, al nativo, a los pueblos tipificados como degeneración espiritual en tanto el tejido mítico, cosmogónico y ritual de sus expresiones socio-culturales y políticas no corresponde al monoteísmo cristiano en un principio (época colonial) y al desarrollo del pensamiento que surge posteriormente en Europa (modernismo). El contraste a esta visión de hegemonía que obstaculiza el desarrollo del pensamiento nacional se encuentra en la contemporaneidad en las lógicas multiculturalistas importadas de occidente, aquella inclusión de las diferencias culturales con cierto sentido de desclasamiento social implica el desplazamiento de las reivindicaciones económicas para lo cual ese poder hegemónico internacional precisa de ámbitos satelitales y es particularmente en las ciudades donde encuentra aquel dinamismo de los intelectuales y clases que están dispuestas a plegarse a sus intereses y reproducir dicha lógica imperial. Así se constituye la estratificación de la humanidad en términos globales y de igual forma los mecanismos jurídico-políticos y jurídico-militares para establecer lo permitido y lo prohibido, aquella connotación policiva, que limita la soberanía nacional, en tanto la dependencia económica permite la filtración e imposición de la jurisprudencia neocolonial con ropaje de justicia universal. Una prueba nuclear realizada por Corea del Norte resulta inconcebible, ya que bajo un principio hegemónico atenta contra la seguridad mundial occidental. Mientras que una prueba realizada por Francia provocará a lo mucho, algunos disensos pero no el rechazo de las grandes potencias. La primera puede ser sancionada con un “bloqueo económico” en tanto se asume su irracionalidad política, mientras que la segunda apenas será amonestada asumiendo su racionalidad y pertinencia políti-
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co-económica o procedimental. Ello establece una clara desigualdad en el trato jurisprudencial y nominativo a nivel internacional. La justicia internacional como procedimiento no es leída en su esencia dogmática, ética o cognitiva, sino en relación al sujeto-nación subalterno al que es aplicada, bajo ese principio de subalternidad se justificará y legitimará el argumento de la sanción. La aplicación de la ley no se extiende a todo el pentagrama de naciones, se aplica selectivamente la acción punitiva concentrando sus fuerzas en la estructura ideológica del objeto punible. Ese mapa que dibuja las relaciones hegemónicas en el plano de lo jurídico-internacional y jurídico-invasivo es el reflejo y la estructura donde anidan también las relaciones de poder entre aquel pensamiento hegemónico que justifica la estructura de estratificación mundial. Las capitales desarrolladas generan entonces un discurso modelo, un sistema maniquí que funciona como percepción e interpretación del mundo para exportar e imponer al bloque marginado, gracias a que tiene el dominio no solo del campo económico sino también, la legitimidad de los aparatos de domesticación social, intelectual, tanto como las condiciones materiales para impulsarlo (universidades, centros de investigación, medios de difusión, nichos de capital, soporte político). Por lo mismo aquella hegemonía del bloque privilegiado se extrapola en tres niveles: el jurídico-político y militar en tanto jueces del mundo; el plano ideológico-legitimador, cuando aquella estructura es capaz de influir en las clases en el poder de los bloques marginados y, por tanto, incidir en sus aparatos de domesticación, lo que nos conduce a un tercer plano, el de la hegemonía epistémica, donde ya no es solamente la clase dominante la que asimila la discursividad invasiva, sino también las clases subalternas por medio de aquella estructura que los aparatos de domesticación y sus mismos líderes e intelectuales, quienes asimilan y transmiten como modelos de verdad de aquella ideología degenerativa. Desde ese panorama, la marginación global establece definidos patrones de estratificación político-nacional y económico-nacional que fluye en una relación descendente, desde las grandes corporaciones transnacionales, la industria o el comercio hasta su arbitraje por medio de ciertos campos de ordenamiento económico como el Banco Mundial, hasta llegar a segmentos más pequeños de la economía en una región y finalmente fluir hacia la estratificación y segmentación del capital dentro de las clases dominantes de cada uno de los países subdesarrollados.
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Así, la consolidación de los bloques dominantes y el carácter de exclusión de grandes conglomerados humanos generan aquel marginalismo global que, en tanto internacionalización de la fuerza de trabajo, lleva inscrito el proceso en el cual las relaciones de poder de los grandes monopolios de capital internacional y las particulares expresiones de las burguesías nacionales en los países subdesarrollados, genera en estos últimos un social-marginalismo que atraviesa la condición de explotación-exclusión de oprimidos y marginados,1 lo que se refleja en el crecimiento de los cinturones de pobreza y cristaliza el debilitamiento del Estado como producto de su liberalización ideológica. Esa vulnerabilidad del sistema trae como consecuencia masivos flujos migratorios que expresan la fuga de mano de obra del Tercer Mundo al Primer Mundo, escisión no solo socio-económica sino, además, socio-cultural. Por otro lado, en el plano técnico e ideológico, si bien no ocurre una migración masiva, esta se transforma en fuga intelectual en tanto el sistema no es capaz de absorber su propio capital de profesionales. Así, la marginación global va a definir el valor de las personas y el valor del producto de su fuerza de trabajo y va a describir la forma en que su tejido político y económico se ha reproducido en el cuerpo de la historia desde la invasión española hasta nuestros días. En última instancia el marginalismo global es un producto histórico que se articula en la construcción de una estructura de estratificación internacional fundada en la diferencia de estatus de una nación sobre otra y por lo mismo de una estructura de privilegios políticos y corporativos dentro de esa dicotomía. De igual manera aquella estratificación internacional mantiene un estrecho vínculo con el sistema patriarco-burgués2 del que se alimenta y donde se entablan las relaciones entre opresores y oprimidos, es aquí donde se crean las masas empobrecidas y analfabetas que abastecen las fábricas, las grandes plantaciones y la economía informal. Es dicho sistema el que garantiza la permanencia de los lazos de dependencia económica con la primera estructura y el que genera aquel subproducto de dependencia ideológica. Esa dualidad estructural es la que permea el comportamiento de las fuerzas sociales, intelectuales y culturales en una realidad concreta y la que determina que las diversas instituciones académicas y del estado construyan puentes de absorción de las diferentes ideologías
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dominantes. Ya que es en esa relación de codependencia económico-ideológica entre el Tercer y Primer Mundo donde se crean aquellos Campos de Concentración del Pensamiento3 que son los que legitiman la acción colonizadora como fenómeno permanente de retroalimentación de la dominación y como reproducción de la ideología de la clase dominante. La estratificación mundial que genera aquella exclusión de naciónclase, nación-etnia, nación-cultura, es la que fortalece también la marginación de esos saberes diferentes, de esas prácticas y cosmovisiones que a la luz de dicha relación hegemónica funciona bajo la dicotomía de pensamientos dominantes y pensamientos subalternos.
2. Campos de Concentración del Pensamiento (CCP) Todo sistema, en la medida que genera las formas materiales para reproducirse y sobrevivir institucionalmente, desarrolla una serie de ámbitos para expresar dicha materialidad, para expresar en ideas y conceptos la condición concreta de sus relaciones de vida. Esa generación de ideas sin embargo no ocurre de forma arbitraria o espontánea. El sistema dispone de ámbitos y de espacios para generar las ideas, las categorías y consecuentemente la ideología que justifica un tipo de orden social por sobre otro a través de sus intelectuales. En este ámbito se crean los Campos de Concentración del Pensamiento (CCP) o núcleos epistémicos que, en su forma más general, obedecen a la producción, agrupación y control de ideas que expresan los intereses de una clase social o subgrupo de esta, como expresión de grupos de poder que necesariamente influyen en el desarrollo político-económico de una sociedad, tanto en sus condiciones materiales y económicas como inmateriales y culturales. Por decirlo así, influyen en la imagen que la sociedad tiene de la multirrealidad,4 permean su conciencia y la modelan para que responda a patrones de comportamiento, lo que más haya del peso epistemológico sobre el intelecto individual implica el uso de ciertos aparatos ideológicos con la capacidad para penetrar la psicología y la moral de la sociedad en una suerte de penetración del tejido axiológico que determina el ser y deber ser de dicha colectividad. Para el caso de los intelectuales, que distan de la sociedad en general por su campo de trabajo (la producción de ideas) un CCP es más que una mera influencia, manifiesta en su conciencia, sea en adhe-
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sión abierta o por adhesión indirecta, una plataforma que en alguna medida norma su conducta epistemológica, norma la forma en que debe pensar (método) y lo que debe pensar (idea), y por tanto es preciso prestar mayor atención a dicha interacción de relacionamiento entre intelectuales y la forma en que se produce el conocimiento. Los Campos de Concentración del Pensamiento representan la unidad de las contradicciones que condensan las relaciones de poder interna y externa de una sociedad, aquellas relaciones entre Primer y Tercer Mundo, entre la ciudad y el campo, entre nueva y vieja generación y por tanto relatan la particular condición epistémico-política de un sistema. Bajo esa lógica, un CCP está formado por personas con intereses políticos y económicos que necesitan convencer de sus preceptos a la sociedad. Se podría decir que la ideología, como campus de convergencia de las ideas-praxis, condensa en sí misma el concepto de campo de concentración del pensamiento, en la medida que es la forma más antigua de instrumentalizar el conocimiento al servicio del poder o la impugnación de este. Aunque cuando hablamos de la relación que establece con la “sociedad civil” debemos decir que un CCP tiene una influencia directa sobre esta tanto como los aparatos de domesticación del sistema, pero su institucionalidad genera no solo opinión, tendencia o moda, sino además de ello genera ideas, interpretaciones sobre la multirrealidad, ideología estructurada y orientada hacia un fin. Otra característica del CCP es que el proceso bajo el cual ha sido edificada su estructura conceptual se funda en la importación de ideas del exterior. El CCP es básicamente un receptáculo, que si bien sirve de mediador de ciertas categorías, reproduce una ideología externa sin mecanismos de criticidad, sin condiciones para desarrollar pensamiento crítico. Ello determina de alguna manera que su noción de lo que consideran como “nacional”, como “propio” en el sentido más amplio, pueda estar deformada por la utilización de categorías colonizadoras. Lo que no implica la imposibilidad de que los modelos hegemónicos occidentales puedan explicar la multirrealidad centroamericana en tanto pasen por aquel filtro crítico y epistemológico que implica contextualización y reflejo de dicha multirrealidad. La dimensión opuesta e irreflexiva, expresada en la actitud colonizada y dependiente de ciertos intelectuales dentro de la burguesía conservadora, e inclusive algunos intelectuales cercanos al movimiento popular, tan solo transparenta el carácter elitista de los CCP, cuya
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configuración como institucionalidad epistemológica legitima intereses de clase y retroalimenta el poder mismo en tanto espacio de contradicciones sociales entre poseedores y no poseedores, explotadores y explotados. Derivado de ello, cuando un CCP funciona como aparato de la burguesía conservadora tiene legitimidad sistémica. Es decir, el sistema, como maquinaria inventada por esa misma burguesía, le permite recorrer el tejido social para capturarlo ideológicamente. De su carácter reglamentario el CCP crea normas directas o indirectas que definen las formas en que es estructurado el pensamiento para ser aceptado o desplazado a la marginalidad. Define lo céntrico de lo periférico, lo que es de interés público y lo que no lo es. Son la expresión institucionalizada del pensamiento satelital y por lo mismo siembra en la consciencia intelectual la noción del canon y el proceso de imitación irreflexiva. Dicha colonización ideológica implica una relación estrecha entre los paradigmas dominantes y los núcleos epistémicos diseminados dentro de la sociedad. De allí que la imposición de camisas de fuerza al pensamiento conduzcan al CCP a cierto estancamiento en su dinámica interna: la exclusión de todo paradigma dialéctico o prácticas transformadoras genera modelos arcaicos para interpretar la multirrealidad y por tanto es profundamente antidialéctico, es decir, no considera que la realidad es algo que está en constante cambio. De hecho el CCP, como claustro que abraza los intereses de grupos de poder, le teme al cambio social en tanto atenta contra su status quo, por lo mismo no es un estancamiento arbitrario, obedece al hecho de satisfacer dichos intereses de clase, tiene una dinámica interna, una gestión del poder que ve en el cambio ideológico o cognitivo un enemigo a su hegemonía institucionalizada. El CCP, en tanto receptáculo de ideología, de poder, es fuente de praxis de poder, es el instrumento ideológico-académico instalado por el sistema para reproducir al sistema y desde lo intangible activar lo tangible. Finalmente debemos hacer referencia a las relaciones que establecen un CCP y su temporalidad, a la existencia del mismo en términos de tiempo. En ese sentido debemos decir que el CCP sobrevive el tiempo que prevalezcan las estructuras económicas de clase que le dan vida a su cuerpo ideológico, en la medida que son aquellas las que financian los diferentes ámbitos físicos donde se reproducen las ideas que traducen sus particulares intereses.
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3. El pensamiento como dispositivo El pensamiento de los pueblos, su conocimiento y los procedimientos aplicados para describir y descubrir lo interno y externo a él no surge como una necesidad meramente intelectual. Como explicábamos anteriormente, el pensamiento puede ocurrir como ejercicio de los hombres, dentro o fuera de la ciencia, pero el pensamiento como instrumento histórico, que acumula conocimiento y se convierte en un bien abstracto de la humanidad, cumple varias funciones. La más conocida es la de denominar la naturaleza, darle certeza a la comprensión de las cosas y las relaciones entre las personas, en cuyo procedimiento pretende descubrir la verdad y legitimarla, cumpliendo una función homogeneizadora a través del “consenso cognoscitivo”, el de establecer la “categoría” o el “concepto” como lugar no tangible que contiene algo tangible o igualmente abstracto. Esa necesidad humana de generar conceptos universales o particulares se refleja por ejemplo en un hecho simple: si el término “manzana” fuera determinado en cada uno de los pueblos de habla hispana bajo una denominación distinta, como rostro, barra, cardumen o espectro, el intercambio simbólico entre dichos pueblos sería muy complicado sino imposible, por tanto el concepto “manzana” cumple, además de una función objetiva de determinación de la cosa, también una función de cristalización de los elementos que componen la comunicación humana. En otro sentido, los conceptos, como ideas consensuadas socialmente, facilitan el proceso de intercambio de informaciones más complejas. Los conceptos, en su condición dinámica o estática, entran en el flujo de interacciones humanas relativas a su cultura o su mundo político-económico a través del lenguaje como dominio de medios audiovisuales, escritos o de diversa índole. Si hablamos, por ejemplo, del pensamiento occidental como modelo de ideas que establecen definiciones concretas sobre la vida del hombre, podemos decir que muchos de esos modelos son cascarones epistémicos, estructuras donde se vacía todo un dinamismo de ideas que fluyen para negarse o complementarse. Las ideas sin el cascarón, sin esa delimitación o restricción pactada, se expandirían o dispersarían, en tanto que es un campo regulado o tutelado. Los campos epistemológicos funcionan súbitamente como una suerte de moldes para hacer pasteles, pero en este caso, para hacer ideas, son moldes abstractos que producen objetos abstractos para definir elementos concretos o inmateriales. La pregunta es quién hace los moldes, quién
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forma la masa ideológica. Sabemos que puede surgir en el territorio de las autonomías socio-culturales del pueblo, pero también como formulaciones estratégicas dentro del sistema patriarco-burgués o dentro del imperialismo capitalista que pretende depositar su propia epistemología auto-legitimadora y neutralizar aquellas libertades racionales y emotivas dentro de las fuerzas intelectuales o socio-culturales, en última instancia, el pensamiento visto como dispositivo genera opiniones y criterios en la sociedad.
4. Pensamiento satelital Hemos identificado que existe un pensamiento generado en Occidente e impuesto o asimilado voluntariamente por la institucionalidad académica e intelectual de los países dominados, ello implica que la condición dialéctico-estructural5 de los agentes dentro del sistema subordinado ha reprimido su capacidad cognitiva-creativa y reflexiva y la han substituido por una estructura de dominios ideológicos occidentales en un teatro de lo absurdo, una imitación como expresión de acomodamiento mental. Si bien en la condición interna de estos sujetos la alienación epistemológica ocurre en la razón como centro receptor, debemos tener claridad que todo su ser interno, su ser consciente, en tanto fenómeno de apropiación irresponsable del pensamiento, encierra, además de una filiación racional, un profundo servilismo político, que se encuentra en aquella espiritualidad y corporeidad subordinada a ese logos occidental que considera superior, y en cuyo acto de fetichización del mundo caucásico o de otra naturaleza solo demuestra las limitaciones de su imaginación y la deformación de su conciencia. Ello implica que el dominio ideocomprensivo no afecta solo la esfera político-económica sino también, y a veces de forma desbordada, las relaciones socio-culturales y psicológicas de los pueblos. El pensamiento imitativo expresa la dimensión epistémico-política, en tanto relación de pensamiento-poder instalado en la mente de los intelectuales e instituciones-saber que reproducen las ideas como efecto de dicha subordinación. Dicha lógica desplaza el plano epistémico-creativo y el analítico, en tanto no es capaz de romper con los modelos que le han sido impuestos.6 Pero cabe reconocer que la burguesía conservadora asentada en el sistema patriarco-burgués no imita como parte de un ritual ingenuo, lo hace a sabiendas de que ello
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responde al enclave de lógicas de dominación en las que “ceder ideológicamente” implica los favores del bloque de poder internacional. Esto es lo que permite reproducir lógicas y comportamientos del Primer Mundo en ámbitos diametralmente opuestos del Tercero, y es precisamente eso lo que frena todo proceso de emancipación epistemológica. En un sentido, este pensamiento tutelado no expresa la compleja red de acontecimientos que forman la multirrealidad de los pueblos oprimidos, sino que tan solo traduce la fragilidad de la institucionalidad epistemológica debido a la facilidad de penetración de sus estructuras socio-culturales, ideológicas y lingüísticas, expresadas ya no en una suerte de residuos ideo-lingüísticos,7 sino a una simple extrapolación de modelos completos. El problema con el pensamiento imitativo, el pensamiento satelital que muchos intelectuales sobreponen a la generación de pensamiento propio, es que solo expresa un gran silencio, el angustioso vacío de la esterilidad imaginativa. Dicha actitud pasiva solo fortalece el campo de los paradigmas hegemónicos. Bajo este paraguas interpretativo, el pensamiento satelital es muchas veces un mal supra-ideológico, más allá de toda ideología se asienta en la psicología dependiente que genera la relación entre dominación-subordinación. Afecta, no solamente a los que detentan el poder, sino también a los que quieren liberarse de sus formas represivas y por tanto es menester que las fuerzas populares se cuiden de no caer en estos absolutismos simplificadores. Ya que el problema que supone la duplicación de modelos interpretativos por vía de las escuelas de pensamiento, presupone el aniquilamiento de las fuerzas y el capital intelectual renovador del propio país de origen. Si la colonización del pensamiento en la burguesía conservadora y sus intelectuales es producto de sus intereses económicos anclados a otras potencias, tanto como la necesidad de justificar una lógica de explotación consumiendo el panfleto de las ideologías liberales e instalándolo en la mente y el espíritu del oprimido a través de los aparatos de domesticación (ideologización) del sistema; para el caso de la colonización del pensamiento dentro de las mismas fuerzas sociales adversas al sistema patriarco-burgués, el caso resulta más complejo. En la medida que no detentan los medios de producción, ni control alguno en el capital e infraestructura dominante, la limitación de recursos y la consecuente dependencia con ciertas instancias internacionales descubre, en un primer momento, un proceso de contaminación o hibridación de las lógicas de lucha y desarrollo den-
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tro de la mentalidad de los diferentes liderazgos populares e intelectuales adheridos al proceso, por cuanto se circunscriben a una suerte de ejes transversales que solo reflejan la planilla ideológica de los organismos de cooperación internacional y la ceguera del oenegismo de gabinete que impacta, somera y equivocadamente, en las temáticas que predica. Por su lado, los intelectuales orgánicos del pueblo apenas logran respirar, asfixiados por el monstruo epistemológico de las escuelas europeas o norteamericanas. El pensamiento satelital se instala pues en la condición dialéctico-estructural de la sociedad, tanto en la nimia plataforma epistemológica burguesa, como en el pensamiento de las fuerzas intelectuales del pueblo. Ejemplo de ello son dos sucesos que sacudieron al mundo como efecto no solo de relaciones económicas sino de expresiones ideológicas. La caída del Muro de Berlín a finales de los años ochenta, y la crisis en la bolsa de Nueva York más recientemente. Los dos fenómenos han marcado el principio de un nuevo período de relaciones económicas a nivel mundial y expresan las contradicciones dentro del sistema político particular en el que se desarrollaron. A ese respecto debemos decir que los dos eventos tuvieron un efecto coincidente en la forma en que América Latina percibe e interpreta las ideas en el plano ideológico. La caída del Muro marcaba el desmoronamiento del bloque socialista e influía en el retraimiento y capitulación de innumerables intelectuales en América Latina. Aquel triunfalismo neoliberal acuerpado por obras como El Fin de la Historia (Fukuyama, 1989) solo reflejaba el oportunismo y la miseria intelectual del pensamiento de la derecha a nivel internacional, pero tenía un efecto también derrotista en los intelectuales de izquierda. Paradójicamente el mismo efecto causa la caída de la bolsa en Nueva York, solo que ahora el triunfalismo nace de los híbridos enfoques de izquierda en América del Sur, que ven en la crisis un efecto de las debilidades del modelo capitalista acuerpado por las élites internacionales. El temor incuba ahora en el espíritu de la derecha neoliberal, que ve cómo se tambalea el sistema financiero y provoca la caída del sistema económico mundial. Los dos fenómenos son la expresión no solamente de las relaciones político-económicas que establece América Latina a nivel global, sino aquella dependencia ideológica con respecto a los grandes bloques hegemónicos. Si la modernidad relata la adscripción de la izquierda latinoamericana al “bloque socialista” y el efecto traumático de su derrumbe, la contemporaneidad lo hace con la derecha frente a la caída de la bolsa y
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la crisis económica a nivel mundial. Parece sintomático en los dos momentos que para cada polo ideológico en América Latina la arritmia en el corazón del Viejo Mundo haya representado un debilitamiento en muchas premisas teórico-practicas del Nuevo Mundo. En otras palabras, si la crisis ideológica en Occidente lleva como apéndice una crisis ideológica en América Latina, esto es solo explicable por aquella dependencia ideológica de los intelectuales latinoamericanos en el tejido de todas las clases sociales. Si bien la universalización de ciertas categorías que por su evolución epistemológica dan fe científica de cierto segmento de la realidad y cuyo uso se internacionaliza como efecto de los intercambios políticos e intelectuales entre los diferentes gremios y clases dentro de los países, dicha dinámica no justifica para Centroamérica la ausencia de modelos científicos que puedan soportar las crisis económicas o ideológicas occidentales y evitar con ello ser tan solo un eco de los países hegemónicos a nivel internacional, lo que lleva aparejado reproducir, no solamente la ideología, sino también la crisis. Importamos las soluciones e importamos los problemas a ellas adscritos. El hábito de la imitación epistemológica e ideológica genera una asimilación que desnuda dos fuerzas de pensamiento que vienen desde afuera: las fuerzas epistemológicas e ideológicas cuyo objetivo directo es la colonización, y la fuerza de las ideas cuya intención no es la dominación pero cuya cobertura, integralidad, influencia académica, penetración institucional, etc., le permiten también insertarse en la mentalidad ingenua y colonizada del intelectual del Tercer Mundo. El problema real de las imitaciones conceptuales, y por ende teóricas, es que, si bien asumen acertadamente las relaciones de los conceptos en su marco teórico, no asumen sus relaciones en el marco práctico y, es más, en su condición inmediata y real, entiéndase en la limitada capacidad de alcance y abarcamiento de una categoría asimilada acríticamente. En otras palabras: es importante hacer un ejercicio de “relativismo conceptual” (lo epistémico-analítico) al momento de podar un fenómeno o institución, ya que no es lo mismo en términos universalistas y generalizadores decir que “la definición del Estado es A”, que decir bajo principios de pensamiento crítico que “la definición del Estado guatemalteco es B”. El primero, aunque necesario en tanto parte integral del conocimiento humano, tan solo complementa al segundo (B) pero no lo substituye, sin embargo es un fenómeno pedagógico recurrente y anormalmente natural en
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las relaciones académicas que establece el profesor con el alumno al momento de comprender un segmento de su multirrealidad. Es un error común confundir el concepto universal y su definición con el concepto particular, o concepto contextualizado, que refleja aquellas condiciones y elementos inmediatos que determinan al objeto de estudio. En ese sentido observaremos fenómenos donde el concepto occidental de “Estado” no coincide con la realidad en que un “Estado” como el guatemalteco, por ejemplo, establece su estructura y forma de relacionarse con los ciudadanos. Factor de “incompatibilidad conceptual” que afecta no solamente a los estudiantes universitarios que asimilan los conceptos “descontextualizados y dependientes” de la academia formal, sino también a diferentes organismos de la cooperación internacional que intentan aplicar modelos e instrumentos de análisis forjados en un contexto “A” para aplicarlos en un contexto “B”. Ya que en tanto el concepto de “Estado”, según la teoría desde la que se aborde, tiene su propia historicidad dentro del marco teórico de las ciencias sociales occidentales, apenas es un referente o “tipo ideal” para construir el propio concepto de “Estado” bajo otras condiciones de desarrollo epistemológico y político-económico para América Latina. Dicho fenómeno de inadaptabilidad conceptual afecta el trabajo intelectual del Tercer Mundo tanto como de los organismos que buscan el desarrollo, en el caso que dicha intención fuera transparente y no solo un prólogo ideológico de sus intereses geopolíticos en América Latina. Al respecto cabe decir que existe un uso generalizado de ciertos términos que, al confrontarse con la realidad específica que denominan, se desmoronan y expresan su fragilidad interna y falta de rigurosidad en la conexión con el objeto de estudio que designan. A pesar de no oponernos a la universalización de ciertos conceptos, se debe prestar particular cuidado a la universalización como forma de “estandarización del pensamiento” y al respecto podemos mencionar conceptos tan controvertidos como el de democracia, desarrollo, civilización, autoritarismo, etc. En ese sentido el “concepto” como tipología ideal es siempre uno, es aquel ámbito que establece los linderos y contenidos de una interpretación de la multirrealidad pero, al no ser un fragmento de la multirrealidad en sí misma, este concepto universalmente pactado, sea occidental o no, debe vaciarse en el fenómeno que denomina para corroborar su contenidos, disminuir su territorio definitorio o ampliarlo para desprenderse de la ortodoxia categorial. Para ello de-
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ben asumirse los conceptos como recipientes flexibles que pueden aumentar o disminuir su tamaño según la dinámica del objeto que denominan. Por lo mismo la dialéctica de las realidades es la que obliga a la dialéctica de las categorías a transformar la ciencia y no a la inversa.
5. Pensamiento bélico-invasivo Este tipo de pensamiento tiene un carácter especial por las peculiaridades de su forma y condiciones tempo-espaciales, en las que aparece como una expresión de relaciones de poder de un país o grupo de países contra otro. El pensamiento bélico-invasivo es, la mayoría de las veces, invisible en su intención y visible en su estrategia, un pensamiento que ha nacido bajo una lógica de guerra, está diseñado como un arma de propaganda y penetración al enemigo, por tanto puede aparecer abiertamente como acción propagandística en calles, asociaciones, centros comerciales y cualquier medio de infraestructura del país agredido. Puede aparecer como mensaje indirecto en programas de televisión, radio, publicaciones en prensa, revistas o pasquines. Y finalmente puede ser ejercido como acto de reproducción ideológica a través de intelectuales o periodistas orgánicos de una invasión, con el fin de redactar, a manera de satélites del invasor, documentos, artículos, textos que justifiquen los procedimientos de la agresión. Por esta razón, el pensamiento bélico-invasivo es de uso corriente dentro de los diferentes aparatos de inteligencia de un sistema o país dentro de los bloques hegemónicos, con el fin de imponer dispositivos ideológicos que legitiman el funcionamiento de dicho sistema, tanto como los intereses de los grupos de poder que en él interactúan. Este pensamiento se filtra en las diferentes estructuras de la institucionalidad (militar, civil, intelectual, etc.), y muchas veces no aparece de manera abierta, manifiesta, es preciso desenmascararlo. Se diluye en la sociedad para aparecer como un tipo de pensamiento más, un pensamiento común, propio de una particular ideología, élite o grupo. La aparente invisibilidad de su fuente es su característica fundamental, ya que ello le permite, en su calidad de complot, tener la capacidad de desgastar el tejido político del país que desea dominar. El mismo hecho que da origen a la guerra en Irak y que no ha sido totalmente esclarecido por la agencias de Estado norteamericanas,
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en tanto la ausencia de pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en supuesta propiedad del régimen de Saddam Hussein, descubre con prontitud la verdadera intención de este acto invasivo y demuestra la autenticidad de diversos análisis fuera del sistema y que, a través de otros medios de comunicación, argumentaron en su momento el abierto cinismo de dicha invasión militar: la contraparte directa de los intereses económicos de un pequeño grupo de empresarios norteamericanos sobre el petróleo como recurso energético, en contraste y contradicción con los comunicados que afirmaban que tales agresiones pretendían rescatar los principios de “democracia y libertad” para el pueblo iraquí. Las declaraciones dadas a la prensa norteamericana por el entonces Secretario de Defensa de la administración norteamericana, Donald Rumsfeld, reflejan la estrategia tejida desde un sector de la inteligencia norteamericana, en su afán de justificar, condicionar y preparar la opinión pública en el desarrollo de la invasión. Es un plano tempo-espacial en que el pensamiento bélico-invasivo precisa ser contundente, inmediato e influyente a lo interno del imperio norteamericano, pero también convincente con la comunidad internacional que representa su potencial aliada. Es el pensamiento bélico-invasivo que penetra las estructuras de los procedimientos políticos para justificar desembolsos económicos que satisfacen intereses personales y corporativos. Por lo mismo el pensamiento bélico-invasivo está íntimamente ligado a las corporaciones, en tanto estas establecen intereses transnacionales a través de los recursos capturados y, por esa misma razón, también es un pensamiento corporativo esa discursividad de los monopolios transnacionales que circula en las altas esferas del imperio y que imponen la guerra como política de estado. Lo anterior describe la existencia de dos niveles de pensamiento bélico-invasivo en su relación con el aparataje ideológico (prensa, radio, medios de difusión escrita, Internet, etc.). La estrategia de impacto interno y la de impacto externo. El primer nivel ocurre en el interior del país hegemónico de donde emana la invasión y, en la medida que expresa la justificación de un operativo político-militar, obedece a procedimientos de legitimación en la opinión pública, y el segundo se refiere a aquellos que, por su inmediatez y por contradecir estructuras y condicionamientos éticos y morales de la comunidad, se reducen a cabildeos encubiertos; tanto estos como los de opinión pública diseñan una estrategia de abordaje en los niveles más belige-
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rantes de la administración del Estado, entiéndase aquellos que llevarán al logro de los objetivos, como senadores, financistas, intelectuales o asesores políticos. Por su parte, el procedimiento de impacto externo encierra tres estrategias de penetración y subordinación de la nación agredida. La infiltración o cooptación de los aparatos de ideologización del sistema invadido, o, en su defecto, la creación de otros alternos (radio, televisión, prensa, panfleto de calle, panfleto aéreo, etc.), con el fin de generar en la opinión del público un proceso de asimilación de la agresión. Paralelamente a dicho proceso la nación invasora, a través del pensamiento bélico-invasivo, busca alianzas y derroteros dentro de las clases y partidos opuestos al sistema político que se pretende derrotar, en otras palabras, busca desestabilizar a la sociedad política granjeando los favores de informantes inmediatos o potenciales, tanto como el debilitamiento de la moral patriótica. Por lo mismo, la extensión del pensamiento bélico-invasivo suele ser menos que la del pensamiento satelital, en tanto precisa de un tiempo-espacio limitado por las condiciones de un conflicto bélico. Sin embargo debemos tomar en cuenta que el pensamiento satelital es muchas veces la plataforma idónea donde se asienta y se filtra el pensamiento bélico-invasivo, producto de aquella permeabilidad propia de las burguesías industriales, financieras o agrarias cuando sus intereses no están siendo satisfechos por el gobierno de turno. Bajo esa lógica existen invasiones o golpes de Estado cuyo engranaje lo conforman los capitales e intereses político-económicos venidos de la nación-imperio y aquella burguesía conservadora que se ve beneficiada con la caída del régimen.
6. Pensamiento marginal Puede que estemos abordando un tema que presenta una dudosa estructura y despierta la desconfianza del científico oficioso. Sin embargo creemos que la identificación y más aventuradamente, la inclusión en el conocimiento de lo que en principio reconocemos como pensamiento marginal conserva su importancia, en la medida que establecimos las relaciones de poder existentes en todo el proceso de generación epistemológica vinculada a las funciones del centro y la periferia. De hecho el social-marginalismo, como expresión de las condiciones económicas de exclusión y explotación de los pue-
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blos, reviste en su corteza abstracta, en su superficie ideológica, una serie de elementos intangibles, de ideas que no corresponden de forma consecuente con ninguna de las estructuras ideológicas tanto dentro del sistema como dentro de los campos autónomos.8 Un pensamiento marginal o periférico es la expresión de una cadena de elementos populares no acabados, no articulados ni sistematizados, que si bien como expresión ideológica no puede dirigir la lucha de las masas hacia su liberación, entiéndase, no está en las condiciones de configurar parte de la vanguardia como eje de alianza entre diversas clases o sectores y es excluido, o está auto-excluido, de los centros de discusión epistemológica y política, si contiene detonantes, símbolos, ideas, relaciones que el pensamiento revolucionario debe tomar en cuenta al momento de involucrarlos en la lucha contra el sistema patriarco-burgués. Si no puede llegar a ser vanguardia, si puede llegar a influir en el proceso emancipador, en la medida que expresa una serie de significados, de palabras, aquello que también incluye el caló urbano-marginal, todo lo que ciertamente teje el espíritu de las realidades vividas por la condición socio-estructural del sujeto en su presente, su coyuntura, sus relaciones cotidianas, que si bien revisten la influencia de las diferentes modas, corrientes y paradigmas estéticos dentro del influjo hegemónico de la maquinaria del mercado de consumo simbólico, expresa igualmente una necesidad de diversificación social, de expresión propia de aquellas masas desplazadas y marginadas. Es este nivel en que la comprensión dialógica y el sentido pedagógico y humanista de la acción política deben establecer un vínculo con dichos espacios de generación ideológica dentro del pueblo, es importante resaltar que el pensamiento marginal no expresa su potencialidad, como pensamiento y estructura dinámica de símbolos, parte del proceso de elaboración de nuevos modelos de relacionamiento socio-político, solo por el hecho de ser excluidos o periféricos. Es, en tanto las masas oprimidas y marginadas son parte de este contexto, que su inclusión se hace necesaria como parte del proceso de organización de las fuerzas sociales. Así como dichos sectores pueden ser parte de un proceso de formación dentro de la pedagogía de liberación, también pueden ser el instrumento de los ecos fascistas de la burguesía conservadora: el caso de las pandillas juveniles en los cascos urbano-marginales de la ciudad. Si el pensamiento marginal debe ser estudiado y comprendido es por el hecho mismo de su existencia, por el hecho significativo
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de la inclusión comprometida y consciente de las clases subordinadas. Todo proceso de inclusión, especialmente de emancipación social, requiere despertar altos niveles de sensibilidad social para que la inclusión de los subalternos no sea solo parte de la parafernalia del igualitarismo social, sino la expresión concreta y vívida de dinámicas de intercambio y reflexión popular. En ese sentido el pensamiento marginal está en contraposición directa al pensamiento satelital y al pensamiento bélico-invasivo. Si el primero es la expresión consciente de la burguesía conservadora de extrapolar modelos ideológicos, y el segundo la connotación de extrapolación cognitiva-operativa para legitimar la propia ruptura del Estado de derecho; el pensamiento marginal, aunque en algún momento pueda ser satelital estéticamente, genera una serie de simbologías propias dentro de aquel imaginario que se crea en la periferia de los dos primeros. En el imaginario popular, la hibridación del consumo del material abstracto y aquello que genera simbólicamente es algo natural, no es un acto de consciencia plástica del pensamiento, y dicha espontaneidad es lo que convierte al pensamiento marginal en un fenómeno aislado del pensamiento satelital, más estructurado e intencionado, tanto como del pensamiento bélico-invasivo, en tanto es pensado estratégicamente desde afuera para la dominación.
7. Paradigmas dominantes El mundo invisible presenta siempre diversas formas de representación en cada período histórico de los pueblos. En otro sentido, a cada momento histórico le corresponde una o varias formas de interpretación intangible de su realidad, entiéndase que las condiciones materiales de la humanidad son siempre representadas por ideas, por ideologías, por formas y fórmulas intangibles. Sin embargo, esas formas abstractas de expresión humana sobre su materialidad no son siempre coincidentes y si son casi siempre contradictorias entre sí. En la medida que son muchas veces teorías o ideologías que se contradicen y se oponen las unas a las otras, son también fuerzas que se alimentan en una lucha por establecer un tipo de verdad, de interpretación absoluta o parcial de la realidad, espacio en el cual la “ciencia” juega el papel de capitalizador, de cristalizador de las verdades. Es en la medida que la política no es solo en sí misma pura acción directa, sino ciencia política, o en que la historia y la sociología no
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son meros aparatos de descripción, sino parte del orbe de las ciencias sociales, que el carácter de los científicos y la ciencia cobra un papel de juez y parte en el proceso de legitimación, interpretación y construcción de la multirrealidad. La definición del mundo no es el mundo en sí mismo, sino lo que la ciencia y el científico dictan sobre él, aquello que en última instancia constituye el paradigma dominante, la construcción intencionada de un sistema de ideas que son las fórmulas privilegiadas de interpretación de la multirrealidad. Para ampliar dicha discusión hacemos uso aquí del término “paradigma” a partir del planteamiento teórico generalizado de T. Kuhn (1962) al cual adjuntamos su connotación política en tanto paradigma dominante o hegemónico dentro de una relación de poder dada, en una comunidad humana específica. En ese sentido, un paradigma dominante constituirá desde esta perspectiva esa construcción de modelos universalmente válidos y de problemas-solución que adopta, no solamente una comunidad de científicos sociales, sino también de políticos e instituciones de un país o países particulares a través de sus intelectuales orgánicos. El paradigma dominante aquí, representa entonces intereses de grupos o gremios, afincados generalmente en países capitalistas desarrollados, y presupone abierta o solapadamente una intencionalidad en cuanto a imponer un canon de pensamiento que deriva en formas de comportamiento que los países receptores deben adoptar como condicionante de su propio desarrollo material e intelectual y contraparte, muchas veces, a los desembolsos de la cooperación internacional. Sin embargo, el capital externo en su forma de “donación” no es el único frente que usa el paradigma hegemónico para instalarse en los países pobres o colonizados. También lo hace a través de la educación formal en escuelas, colegios y universidades, en la medida que tanto maestros como catedráticos, asumiendo dicha “vanguardia del pensamiento” externo, usan el paradigma dominante como parámetro de conocimiento en el aula, en la medida que expresa un acto de adscripción académico-ideológico sin ninguna noción de criticidad. El neoliberalismo como paradigma dominante, como plataforma ideológica para expandir el poder imperial norteamericano o europeo en el mundo, funciona como el modelo de dominación, es el paradigma dominante, el constructo intencionado de ideas que se instalan en los diferentes aparatos del sistema patriarco-burgués para justificar una particular condición y relación material de producción,
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y, por ende, de explotación de recursos naturales y humanos. Esas ideas dominantes son generadoras de prácticas dominantes. Pero debemos estar conscientes de que el paradigma dominante funciona, se instala en la sociedad y filtra todos sus estratos producto de que su estancia en el imaginario social es posibilitado, abastecido y promovido desde los intelectuales orgánicos del sistema mundial que se filtran hacia el sistema patriarco-burgués y su institucionalidad infraestructural, en tanto constituye parte de aquel influjo hegemónico que en tiempo presente se instala en los cerebros de las élites dominantes. La discursividad hegemónica, entonces, tan solo paraliza y petrifica la acción reflexiva de los intelectuales y la sociedad, transmitiendo una serie de modelos, teorías, palabras, procedimientos administrativos, lógicas, espiritualidad y síntesis ideo-lingüísticas ajenas a la multirrealidad del mundo oprimido. Es dentro del sistema y sus centros de gravedad que el paradigma dominante se filtra, como parte del influjo hegemónico de Occidente que atrapa parte de la condición dialéctico-estructural del sujeto. Naturalmente, la acción colonizadora acuerpada en un paradigma hegemónico va a producir una interacción de dominación y subordinación como acumulación histórica de las antiguas formas de estratificación social. Es precisamente frente a dicho marginalismo global, y socialmarginalismo más nacional, que debemos oponer las fuerzas materiales e inmateriales disponibles para generar pensamiento crítico, en ese sentido las preguntas que subyacen a dicho análisis se refieren a: ¿cómo romper con esa dicotomía entre opresores y oprimidos en el plano de la construcción del pensamiento?, ¿cómo romper con los modelos de pensamiento arrastrados desde la colonia e incrustados en el comportamiento de las fuerzas intelectuales y sociales que imitan, sin ningún sentido crítico, aquellas tendencias morales o ideológicas de Occidente?, ¿cómo romper con aquella marginación global, si asumimos la posibilidad de que genere también una marginación intelectual y constituya un obstáculo en la construcción de propuestas epistemológicas propias para cada país subdesarrollado? Esas son algunas de las interrogantes que intentaremos responder y, aunque muchos de los planteamientos aquí realizados puedan resultar insuficientes, la construcción metodológica de este ensayo nos permitirá revisar y corregir el conocimiento para ampliar nuestros márgenes de comprensión.
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7.1. Contra-paradigma Mientras el paradigma hegemónico es el modelo de pensamiento impuesto en las sociedades dominadas, el contra-paradigma es la fuerza intelectual organizada contra esa forma de neocolonización. El contra-paradigma es con precisión un mecanismo de liberación, de descolonización del pensamiento, de la acción, de las emociones. Pero así como el contra-paradigma es reacción inmediata o de corto plazo, el paradigma de la descolonización es la unidad de formas de pensamiento liberador y por tanto debe alcanzar integralidad. El contra-paradigma corresponde a toda premisa, afirmación, discursividad, idea o construcción mental, espiritual o sustrato originado en la praxis social, que contradiga los principios y presupuestos ideológicos de uno o varios paradigmas dominantes, acto de oposición que no corresponde exclusivamente al campo de la ciencia como nicho de construcciones conceptuales propias de una élite científica, sino al quehacer científico y extra-científico que atraviesa las membranas sociales a través de certezas instaladas en campos epistémicos que le brindan legitimidad social. El contra-paradigma se instala como instrumento de liberación de las clases subalternas, acuerpado por intelectuales y núcleos autónomos que le proporcionan fuerza y estructura. En tanto corroe los cimientos opresivos del sistema local y mundial, el contra-paradigma no es en sí mismo el futuro liberado, expresa el instrumento presente de la liberación. El contra-paradigma funciona como una fuerza de descolonización cuya etapa primaria abraza al ser social, aportando un instrumento de lucha que se autogenera para transformar. Es parte de ese tránsito de transformación del espectador en partícipe de la acción descolonizadora tal como lo relata Franz Fanón (1963): … La descolonización no pasa jamás inadvertida puesto que afecta al ser, modifica fundamentalmente al ser, transforma a los espectadores aplastados por la falta de esencia en actores privilegiados, recogidos de manera casi grandiosa por la hoz de la historia. Introduce en el ser un ritmo propio, aportado por los nuevos hombres, un nuevo lenguaje, una nueva humanidad. La descolonización realmente es creación de hombres nuevos. Pero esta creación no recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural: la “cosa” colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera… (p. 26)
Es pues el contra-paradigma el proceso de transición en el que ocurre una lucha de oposición de ideas nuevas y propias a través de
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las fuerzas intelectuales, sociales, políticas y culturales en oposición a ideas hegemónicas, estáticas y tipificantes. La lucha por la soberanía epistemológica, aquella soberanía del pensamiento, empieza aquí, en esa acción dentro de las ideas que rompe las cadenas impuestas por la élite conservadora, en tanto excluyente por etnia, género, clase, condición etaria, etc. La acción descolonizadora constituye aquí un proceso de liberación ideológica y material. Pasado ese proceso de pugna entre las ideas conservadoras y las revolucionarias, donde muchas veces el poder todavía está en manos de las viejas élites gobernantes (criollos y burguesía conservadora), se debe transitar a la conformación de un paradigma de descolonización integrado. Que circunscriba en su seno las múltiples síntesis históricas que de la lucha y de las ideas se ha logrado hasta ese momento particular, hasta esa coyuntura donde se empieza la reconstrucción de la mujer y el hombre emancipado. Esta perspectiva, necesariamente cognitiva, es el primer paso hacia una epistemología que nos permite salir a la zaga de nuestra propia crisis con Occidente, el Occidente agresor, que representa en muchos sentidos la barbarie civilizatoria contemporánea. Así, la discursividad contra-paradigmática, y la praxis que ello representa, son parte de ese plano epistémico-político en tanto discurre, resuelve y aborda una categoría como instrumento de lucha contra el paradigma dominante. Los planos epistémico-creativo y epistémico-analítico corresponden consustancialmente al proceso de formación de aquel paradigma de la descolonización integrado y lejos de la ocurrencia simultánea en los tres niveles, el efecto de su desplazamiento en la conciencia de los pueblos es producto del desempeño tanto de la sociedad como de los intelectuales del pueblo en el particular contexto histórico de apuesta por la construcción de nuevos modelos comprensivos. Es el contra-paradigma el medio para alcanzar el paradigma de liberación. Un concepto puede ser contra-paradigmático, en tanto un modelo puede ser parte del paradigma de descolonización integrado. El contra-paradigma se convierte así en una llave epistemológica, en una llave de liberación, es la acción ideológica que abre nuevas puertas de comprensión y transformación de la multirrealidad. Si en sí misma no expresa el acto directo de la libertad como ejercicio creativo del pensar, sí lo hace en cuanto canal, en tanto conducto que dirige el pensamiento a su desarrollo pleno. El contra-paradigma identifica el eslabón más débil de la ideología burguesa que ha penetrado la mentalidad del pueblo y que lejos de la complejidad
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que presente, su cuerpo simbólico asentado en la dominación es susceptible de ser desmontado en la medida que oprimidos y marginados cobren conciencia de su orientación alienadora, particularmente al identificar aquellos vínculos de dependencia con una cadena de ideas y prácticas vinculadas a la invasión de la soberanía social, la colonización de las ideas y la vida cotidiana de los pueblos. De allí que el contra-paradigma es la construcción del concepto liberado y para la liberación, es el concepto reflexionado que, siendo ya independiente de las corrientes hegemónicas, es capaz de substituir las significaciones de sus categorías, sea parcial o totalmente. Es un esfuerzo concentrado entonces en la categoría contra-paradigmática, dinamizadora de nuevo pensamiento, movilizadora de sentidos sociales, de aspiraciones culturales y políticas. Así, la construcción del contra-paradigma responde a la estructura, a la disposición de los elementos presentes dentro del sistema como totalidad intencionada y ordenadora que es necesario cambiar, a los dispositivos ideológicos plasmados por el paradigma dominante en el campo político, económico y socio-cultural. De tal suerte que un contra-paradigma económico, por ejemplo, se puede concentrar en los mecanismos subyacentes, en que desde la ideología se determinan las formas de relacionamiento económico y su marco de legitimidad dentro de la ley. El contra-paradigma como idea fuerza puede reproducirse en los mecanismos más complejos, hasta los más simples dentro del sistema y, por lo mismo, dentro de una sociedad particular. El contra-paradigma presenta entonces dos formas fundamentales: su expresión en el espíritu antisistémico del sujeto, que implica el despertar de la conciencia crítica frente a una discursividad o categoría no coincidente con su realidad vivida, y su oposición con los argumentos necesarios para negar el contenido de aquella discursividad hegemónica. Con esto rompe la cadena histórica del castigo que impone el sistema patriarco-burgués a su integridad ideológica, abandona el “yo” histórico negado y aspira al “yo” histórico liberado. Es tan importante en términos psicológicos este primer ropaje del contra-paradigma porque implica que el oprimido ha dejado de clandestinizar su identidad9 y pasa de la sumisión a la operación reflexiva de su exterioridad, y por ende de su interioridad. Ha abandonado el cuerpo de los campos marginales y los ha transformado en nichos de despertar ideológico. Es el espíritu del pueblo que descubre el poder del pensamiento a través de la organización popular.
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Si la primera etapa representa el despertar del alma al universo de la oposición reflexiva de las categorías, la segunda etapa corresponde a la organización, análisis, síntesis, discusión y empoderamiento imaginativo de los procesos epistémico-analíticos y epistémico-creativos. Lo que en esta obra está plasmado como un sincretismo crítico expresa los dos niveles de elaboración del nuevo corpus interpretativo, teórico y creativo.10 Cada uno de esos contra-paradigmas que en el fragor de las luchas ideológicas constituyen los pilares de movilización social, precisan de un tratamiento, de un proceso de limpieza, que aunque no persiga la pureza conceptual, permite transitar del plano epistémico-político al creativo-analítico y por lo mismo necesita de un aparato de intelectuales que den paso a esa etapa, nos referimos a las fuerzas intelectuales que dan cuerpo a las fuerzas socioculturales, y en cuyo espíritu anida el aparato liberador, guía de la lucha a través del diálogo permanente con dichas fuerzas, en tanto proceso pedagógico que libera colectivamente y orienta las ideas y la praxis hacia la soberanía del pensar, del sentir, del ser como expresión de la realización social. 7.2. Paradigma de la descolonización Desde el momento en que asumimos que el pueblo y sus intelectuales son la fuerza motora que dinamiza la transformación de la sociedad en su conjunto, y la del sistema patriarco-burgués como fuente alienadora de la vida, estamos en condiciones de dar un paso cualitativo, un paso de calidad para que dicha transformación no solamente exprese las reivindicaciones sectoriales de grupos aislados, sino que la legitimidad plural de todas las reivindicaciones menores se transformen en unidad, en fortaleza cognitiva-organizativa de un ente con capacidad de producir y transformar praxis y teoría. Este es el punto de llegada en el que la construcción del paradigma de la descolonización de la vida para oprimidos, marginados, desocupados y las diferentes fuerzas de la burguesía progresista deben redireccionar sus pasos. La claridad consiste en reconstruir la plataforma epistémico-política como presupuesto de la diversidad socio-cultural y opresiva en que sobrevive el pueblo. Ello implica que el paradigma descolonizador en su proceso de formación lleva una profunda carga pedagógico-política, didáctico-reflexiva, un método horizontal
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como proceso de reconstrucción de dignidades, de historias de lucha y realidades de vida. La alfabetización política de un pueblo desde el proceso primigenio de construcción paradigmática es aquella semilla que puede germinar en un campo distinto de entendimiento, la polinización del espíritu del pueblo es producto de esa ruta de intercambios de saberes, de semillas de conocimiento y experiencia plantadas en la escuela, en las universidades, en la iglesia, las organizaciones barriales, los sindicatos y toda organización popular. Claro que esto requiere un proceso ordenador de las ideas, de las expectativas, de los consensos y disensos, de las esperanzas, las apetencias y la apatía. Es un proceso donde deben confluir, a manera de motores epistemológicos, las ideas generadoras, aquellos conceptos que son capaces de capturar la diversidad de voces caóticas que deambulan alrededor de un tema y cristalizan en una categoría reflexionada en el producto del quehacer socio-cultural. Esta primera avanzada en el desarrollo del plano político-epistemológico involucra la condición dialéctico-estructural del sujeto en sus dos niveles (interno-externo), y por lo mismo relata la forma en que se identifican aquellos eslabones sensibles en la anatomía de la subordinación de la sociedad, su identificación, tratamiento y transformación. Los nuevos paradigmas responden a la lucha natural de las ideas dentro de la academia universal, dentro de la ciencia, en tanto que el contra-paradigma expresa la lucha de los pueblos oprimidos para que las ideas de los gremios epistemológicos internacionales no sean impuestos como presupuestos de una relación desigual de poder. El contra-paradigma es el fuerte que contiene el ataque, en tanto que el paradigma de emancipación es el ámbito donde se vacía la fuerza creadora del pensamiento propio, el pensamiento liberado. El contra-paradigma es instrumento de liberación, el paradigma de emancipación, es zona liberada. Bajo esta relación codeterminante debemos fundar la epistemología del cambio. Por lo mismo, el paradigma de la descolonización se dinamiza en aquellos espacios que no han sido alcanzados por la indoctrinación alienadora del sistema patriarco-burgués, esos núcleos autónomos de organización popular son el espacio donde se desarrolla el paradigma, en tanto cumplen también el papel de fuertes epistemológicos y se deben diferenciar en contenido y práctica de los Campos de Concentración del Pensamiento, en tanto estos administran el conocimiento para ejercer poder y el núcleo autónomo para brindar ins-
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trumentos de lucha ideológica al pueblo. Para ello debe establecer una serie de pasos complementarios y previos que describan cierta estructura y dinámica social para obtener los frutos esperados. a) Determinar las diferentes formas de organización popular, dinamizadas por núcleos autónomos y semi-autónomos, que descubran las diferentes formas de expresión de oprimidos y marginados, con el propósito de encontrar asideros para desarrollar la acción descolonizadora a través del pensamiento crítico, de los contra-paradigmas. b) Identificar los residuos históricos de mayor peso y trascendencia que se encuentran en la conciencia individual y colectiva y representan una deformación simbólica en la ideología del pueblo, aquel sedimento político, económico o socio-cultural alimentado por el sistema patriarco-burgués por medio de Campos de Concentración del Pensamiento y sus núcleos sistémicos y retroalimentado por medio de sus aparatos de domesticación (prensa, televisión, Internet, revistas, radio). c) Ubicar las fuentes externas que representan el paradigma dominante y los diferentes campos de concentración epistémica, como núcleos sistémicos que lo reproducen en una suerte de influjo hegemónico venido del Primer al Tercer Mundo. d) Definir los puntos más importantes, los puntos movilizadores que establecen la lógica del sistema patriarco-burgués, los centros de gravedad, los centros alternos y los diferentes subsistemas donde se conjura la lógica del poder. e) Describir la condición dialéctico-estructural del sujeto, haciendo énfasis en aquella condición interna que define al individuo en su estado psicológico, su racionalidad y su corporeidad. Ello expresa un recorrido extenso que pasa por la descripción de patologías, traumas, prejuicios, percepciones distorsionadas de realidad, condiciones físicas de salud, carencias ideológicas, carencias emocionales y, naturalmente, una reflexión sobre fortalezas también en los tres niveles (corpóreo-emotivo-racional). Esa delimitación pormenorizada o generalizada de los elementos más profundos que establecen la construcción del tejido social, es el primer peldaño en el que se sustenta el paradigma de la descolonización como un suceso absolutamente histórico, entiéndase enmarcado en un proceso de intercambios sociales, políticos y económicos que dan como resultado la generación de una fuerza emancipadora,
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donde la concatenación de lo abstracto-concreto es el correlato de su diversidad interna, de su devenir dentro de la lucha popular y su complejidad como fenómeno individual y colectivo dentro de una plataforma que en principio es epistémico-política, pero que debe evolucionar a otro plano más reflexivo, el creativo-analítico y cuyo porvenir está sustentado en el hecho de que fue dado a luz como producto de un acto liberador y por tanto, pasado el acto de liberación debe transformarse en acto de liberación-reflexión, en un paradigma que, sin abandonar el principio emancipatorio, se transforma en su propia esencia filosófica y metodológica, en un paradigma capaz de desarrollarse en un sistema ya liberado de las trabas ideológico-opresivas de la burguesía conservadora.
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Asumimos para este estudio que los “oprimidos” son las personas inmersas en el sistema capitalista y por lo mismo se equipara al concepto de clase no poseedora de medios de producción en condiciones de explotación y sobreexplotación sin representación ni participación en el sistema político y con bajos niveles de escolaridad y servicios sociales. En tanto marginados, aunque siguen sin tener acceso a los medios de producción, son partícipes del sistema político y tienen un salario que les da cabida dentro de las capas medias pero son excluidos de los centros de poder de las élites. La conceptualización del “sistema patriarco-burgués” define la forma compleja, que, para el caso guatemalteco, funde características de sociedades propiamente agrarias y subdesarrolladas dentro del sistema capitalista global propio de países más desarrollados. Dicha mimetización caracteriza ciertas relaciones económicas y políticas actuales en función de la propiedad de la tierra (latifundio-minifundio), la concentración del capital en pocas manos (oligarquía) y el uso del poder político (Estado) para reproducir dichos intereses de clase. Más adelante se realiza una explicación detallada de este término. Hacemos referencia al término “multirrealidad” en tanto nuestro entorno está formado por muchas realidades que son enfocadas e interpretadas de diversa forma por el individuo y la sociedad. Hablamos de la condición dialéctico-estructural de un sujeto para definir la relación que existe entre la condición interna de las personas (racionalidademotividad-corporeidad) y su condición externa (política, económica y sociocultural) en tanto concatenación micro-macro de la multirrealidad. Nos referimos a lo epistémico-político como la forma de vinculación entre el conocimiento y el poder formal, a lo epistémico-creativo como la capacidad para generar nuevo conocimiento, nuevos conceptos y a lo epistémico-analítico a la capacidad de los intelectuales para ser críticos con las categorías establecidas dentro del consenso cognoscitivo occidental frente a la multirrealidad.
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Aníbal Rolando Barillas Diéguez Llamamos residuo ideo-lingüístico a todas aquellas herencias ideológicas o intelectuales que un discurso lleva impreso en su estructura como producto de la historia propia de una ciencia. Un campo autónomo es una forma de organización política que realiza una fracción de la sociedad civil que se encuentra fuera o en oposición abierta al sistema político-económico dominante en un país determinado. Usamos este término para designar la forma en que, para Guatemala y muchos países latinoamericanos, las relaciones de agresión y represión del sistema político han generado una condición psicológica que implica la clandestinización de la identidad, de los verdaderos deseos, existe aquí una sublimación del ser social. Definimos sincretismo crítico al proceso por medio del cual el intelecto hace un ejercicio crítico con los modelos y teorías existentes e hibrida sus contenidos a partir de la observación profunda de su propia multirrealidad.
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El discurso radiofónico en la producción y reproducción ideológicas. Una propuesta de análisis ANA TERESA BADÍA VALDÉS
Un prólogo necesario Era la víspera de Halloween, o noche de brujas, de 1938, cuando millones de personas conectaron sus radios para escuchar una adaptación teatral de La guerra de los mundos.1 Sin advertir que se trataba de una obra de ficción, la gente colapsó las calles presa del pánico y de la histeria. Transcurrían los años entre las dos guerras mundiales (1918-1939) y la radio era una novedad. En esa época se atribuía a la radio, en especial, la capacidad de los efectos mágicos,2 cuyas limitaciones se demostrarían más tarde en nuevas corrientes de investigación. No obstante, desde aquella transmisión, la más famosa de la historia, el discurso radiofónico ha demostrado su capacidad dramático-expresiva. La radio, el medio más sensible a las transformaciones sociales, decide en la conformación de una determinada visión del mundo, al tiempo que continúa siendo una de las armas más poderosas de la propaganda internacional. Esa visión la comparten fuentes militares, al usar la radiodifusión dentro de las operaciones psicológicas (PSYOP, por sus siglas en inglés), planeadas para divulgar información selectiva a audiencias en el exterior.
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Fue durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) cuando la radio brilló más. Se ha llegado a aceptar que para esos años era más poderosa que la espada.3 Este ensayo muestra un paradigma teórico-metodológico para el análisis del discurso radiofónico en la producción y reproducción ideológicas, en una era en la cual la radio vuelve a ciertos de sus protagonismos, sobre todo en tiempos de guerra. Y a la luz de ese paradigma propuesto se aborda en el campo práctico un acercamiento a trabajos periodísticos de temática latinoamericana transmitidos por la Voz de América (VOA) servicio oficial internacional de Estados Unidos, surgido en 1942 bajo el tutelaje de la Oficina sobre Información de Guerra (OWI, por sus siglas en inglés).
De historias y teorías Desde sus inicios, la radio ha permanecido vinculada a la política y al poder. En una pequeña cabina de madera, sobre el tejado de la factoría de la compañía Westinghouse Electric Company, en la ciudad norteamericana de Pittsburgh, el 2 de noviembre de 1920 comienza a funcionar una de las primeras emisoras de programación regular del mundo: la KDKA. Por sus ondas se daban a conocer los resultados de las elecciones entre el republicano Warren Gamaliel Harding (1865-1923) y el demócrata James Middleton Cox (1870-1957), en lo que resultó ser la transmisión inaugural de un acontecimiento político. Fue el propio presidente Harding el primero que instaló un aparato de radio en la Casa Blanca (8 de febrero de 1922) y el primero en pronunciar un discurso radial el 14 de junio de 1923 para una audiencia de un millón de personas. Nunca antes un mandatario se había dirigido a tantos ciudadanos. Diez años antes, a ocho días de haber tomado posesión, Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) había bajado a los sótanos de la Casa Blanca e iniciado desde allí sus fireside chats –charlas al calor de la lumbre. Mientras se desarrollaban diferentes corrientes de investigación, la radio había proseguido su expansión. Antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en Alemania, los nazis promovieron la creación y venta de un nuevo receptor, la Volksempfanger o radio del pueblo, producida en 1933 y vendida a la mitad de lo que costaba una
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normal. El aparato era simple, con dos bandas y con una sensibilidad limitada, de manera que exclusivamente podía recibir las emisoras locales. Marcados por el uso que el nazismo hizo del medio, los alemanes Max Horkheimer y Theodor Adorno manifiestan en sus textos que “la radio, (…) nos vuelve a todos por igual escuchas, para remitirnos autoritariamente a los programas por completo iguales de las diversas estaciones”. Entre tanto, Radio Moscú se había convertido en la más poderosa del mundo. Ya en 1922 Vladimir Ilich Lenin, quien definía a la radio como un periódico “sin papel y sin fronteras” (Lenin en Vidal, 2004: 34), concibió una planta transmisora. Ni siquiera la invasión al territorio soviético en 1941 pudo silenciar aquellos micrófonos. “(…) La gente escuchaba nuestra radio reteniendo la respiración. Se la escuchaba incluso en campos de concentración con receptores hechos por los presos. Esta voz les inspiraba confianza y esperanza”,4 al tiempo que se reafirmaba como una magnífica escuela de diplomacia y de política. Y fue en medio de esa conflagración mundial que sale al aire la Voz de América (VOA) en 1942, bajo el tutelaje de la Oficina sobre Información de Guerra (OWI). Durante aquella guerra, “la información y la cultura, llegaron a convertirse en frentes estratégicos de la geopolítica” (Matelard, 2002:11), al igual que la radio. La aparición del concepto de efecto cognitivo5 marcó, a mitad de la década de 1970, un giro llegado también a la radio y traducido en novedades investigativas. Comienzan entonces a tenerse en cuenta no los efectos puntuales, derivados de la exposición a cada mensaje, sino los efectos acumulativos, sedimentados en el tiempo. Las nuevas visiones agrupan entonces sus rumbos en asuntos como el papel que ocupa la radio y las rutinas de sus profesionales en el desarrollo del sistema social. Los estrenados e importantes aportes se tradujeron para la radio en reflexiones de corte hermenéutico-culturalista, cuyos senderos abarcaron la consideración de la arqueología del receptor, la antropología del sonido, la etnomusicología, la semiótica radiofónica y la antropología de la recepción. La totalidad de esas corrientes ofrecen miradas renovadas al medio radial, al considerar el mundo sensorial del sonido-con-sentido, el ambiente acústico de la cultura, la construcción del mensaje y la idea de la transmisión cultural radiofónica,
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entre otros aspectos, que se preocupan por la construcción de significados en la comunicación radiofónica, mediante la asociación texto, sonido y cultura. Tras asistir a una subestimación del poder simbólico y cultural de la radio, su actual resurgencia entre las audiencias y el mundo académico es parte de la recuperación del pasado y una expectativa ante el futuro. La radio vive una era donde redescubre su entorno mediático, social y comunicativo. De analógica a digital, y de unidireccional a poseer servicios complementarios como imágenes, gráficos y datos, se ha dotado de novedosos instrumentos que la hacen más personal e interactiva. De esa manera, la radio se constituye ahora en un modelo por encima de cualquier infraestructura técnica particular, sin restringirse a un único sistema de difusión, sino que imbrica a varios. Cada vez crece más la cifra de emisoras en el ciberespacio –también en América Latina–, lo cual permite a las radiodifusoras contar con una programación de cobertura mundial, cuya mayor originalidad no está únicamente en la posibilidad de saltar la barrera espacial, sino también la temporal. Paralelo al incremento de emisoras online desde los últimos años, se ha dado un amplio reajuste de las audiencias –cada vez más activas–, con una clara tendencia hacia la fragmentación, y la singularización de la recepción del mensaje, por la progresiva miniaturización de los soportes de escucha, su carácter portátil, la multifuncionalidad y la convergencia tecnológica.
La radio tras el día en que mucho cambió Los atentados del 11 de septiembre de 2001 (11-S) alentaron el interés del público por la radio y la Onda Corta (OC),6 y los fabricantes de equipos receptores como Grove, Universal y Grundig, consiguieron incrementos en sus ventas. Si algo quedó evidenciado en aquel momento de clímax histórico fue la destreza de la radio para la producción ideológica, si se tiene en cuenta que “todo proceso social de producción es al propio tiempo proceso de reproducción” (Marx, 2001: 695), y que lo transmitido se hace una realidad acordada como consecuencia de las interacciones entre los actores políticos y mediáticos. Lo anterior implica también concebir a las ideologías como sistemas de creencias socialmente compartidos, consistentes en repre-
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sentaciones sociales que pueden definir la identidad de un grupo, sus formas de existencia y también de reproducción. Sobre esa certeza, me refiero entonces a que desde una visión marxista, la reproducción ideológica implica, pues, la continuidad en las estructuras, de normas, culturas, o de todo un sistema social, cuyos miembros son cómplices activos en el proceso, y entre cuyos mecanismos se reconoce a la radio –y a los otros medios de comunicación– como articuladores del sistema de relaciones que otorgan significado a la estructura social. Desde aquel 11 de septiembre, y particularmente desde la invasión a Afganistán (2001), la radio se ha convertido en la principal vía de información durante las guerras de la última década. En Afganistán, la VOA y otras afiliadas han utilizado en sus emisiones músicas que habían sido prohibidas por los talibanes durante años. El uso de esas tácticas, según un documento desclasificado,7 son distinguidas como un arma en su totalidad como lo son las fuerzas aéreas, terrestres, navales y especiales. La guerra psicológica en Afganistán, al igual que la del Golfo (1991) y la de Serbia (1992), comenzó con la radio, antes de iniciarse la intervención armada. Lo mismo ocurrió en Irak, donde el anochecer era acompañado por el sobrevuelo de un avión EC130,8 que emitía señales en Amplitud Modulada (AM) 9 y Frecuencia Modulada (FM),10 además de distorsionar las frecuencias locales. Otro hecho llamativo ocurrió en 2010, durante el terremoto de Haití, cuando la radio norteamericana utilizó para sus transmisiones hacia la nación caribeña a reporteros con manejo de la lengua creole. Para la recepción la fuerza aérea distribuyó 50 000 radios a los sobrevivientes del sismo. Esos equipos eran de energía solar y captaban las emisiones producidas por una aeronave militar. Más recientemente, también en Libia, una nave de la Fuerza Aérea norteamericana comenzó sus sobrevuelos sobre varias ciudades desde las primeras horas de la agresión, tras ser enviada allí por el Ala de Operaciones Especiales 193. Cuenta el diario Le Figaro que durante la guerra en el país norafricano, un exmilitar holandés, aficionado a captar señales en el éter, iba informando mediante su cuenta en la red social Twitter acerca de los movimientos de los aviones y buques de la alianza atlántica luego de interceptar comunicaciones militares. Con el alias de Huub, el hombre iba narrando lo escuchado por su modesta emisora particular y aseguraba que el avión que transmitía
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el mensaje era precisamente un EC-130J. En el blog de la revista norteamericana Wired, declaraba además: “Mi objetivo es escuchar la verdad, sin propaganda política o militar”. Casi de inmediato, su cuenta en la red social se convirtió en un foro de debate internacional, con incesantes visitas y participaciones de otros aficionados a la radiofonía que daban a conocer públicamente las noticias que captaban a través del éter. El hacker de las ondas, Huub, dice llevar 25 años interceptando mensajes supuestamente codificados o secretos a través de su emisora casera, los cuales transmite después. Mientras, la BBC divulgaba sus programas insistentemente en las ciudades rebeldes libias de Bengasi y Misrata a través de la frecuencia de FM. En la actualidad la radio es el medio más extendido del mundo11 y las encuestas lo confirman como el más creíble.12 En América Latina es el medio de mayor cobertura y penetración social, acompañando desde hace décadas a los obreros en sus reivindicaciones, a los pueblos en sus movilizaciones, o como protagonista de la educación popular.
Un complejo entramado: poder, medios y discurso radiofónico Al ahondar en los fundamentos del teórico francés Michael Foucault, puede encontrarse la existencia de una interrelación entre las sofisticadas estructuras de poder y el complejo sistema de saber estratégico. Entiendo desde esas aportaciones que el saber establece un orden, por ejemplo, las tipologías y una racionalidad que rige los procesos subjetivos de creación. De su lado, el poder induce placer, produce cosas y origina discursos. Llega a resultar una red productiva que pasa a través de todo el cuerpo social. Cuando en El orden del discurso (1970) Foucault analiza el poder implícito en el lenguaje, su conclusión es que este binomio llega a constituir un sistema de dominación porque define y determina a un individuo. En ese ámbito veo en otros expertos, como el sociólogo francés Pierre Bourdieu, la conceptualización del “capital simbólico”, no como una simple noción técnica, sino más bien práctica. De hecho, si bien varios grupos pueden ejercitar el poder por medio del capital
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o dinero que ostenten, otros son los poseedores de elementos, como la información, el conocimiento, la destreza, la educación, la cultura, la posición social, la fama o el acceso al discurso público. Ese “poder simbólico” es aquel invisible, que no sólo existe física u objetivamente, sino que se ejerce con la complicidad de quien lo padece, sufriendo lo que el propio Bourdieu delimita como la “violencia simbólica”. El poder existe, entonces, en las cosas y en los cuerpos, “en los campos y en los habitus; así como también en las instituciones y en los cerebros (...)” (Bourdieu, 2005: 22). En todo ese andamiaje, son las industrias mediáticas los conectores de intercambio. Creo que quien mejor hace entender ese entramado es el británico Stuart Hall, representante de los Estudios Culturales británicos, cuyos postulados, con bases en la doctrina social marxista, enlazan las relaciones entre el poder y las industrias mediáticas productoras sociales de sentido. Desde las lógicas del poder, el discurso radiofónico es idóneo para persuadir y manipular. En su mente, el oyente convierte las palabras y las acciones en representaciones para obtener un resultado final, sin limitaciones en cuanto a tamaño, realidad, lugar, ambiente o tiempo. Entonces, se crea una imagen auditiva de referentes almacenados en el cerebro, que se puede corresponder o no con las características reales de los estímulos recibidos. El discurso radiofónico es, por tanto, una sucesión ordenada, continua, y sintagmática de contornos sonoros y no sonoros de la realidad; representado por los sistemas expresivos de la voz como soporte material de la palabra, la música, los efectos sonoros y el silencio, los cuales están en permanente relación con el contexto como estructura que involucra todas las propiedades o atributos de la situación social relevantes en la producción y comprensión discursivas. El investigador ruso Mijail Mijáilovich Bajtín (1895-1975) propuso un enfoque translingüístico, que concede precisamente a la voz, ligada al contexto, un valor dado generalmente por la entonación. Para Bajtín, el tono describe potencialmente la corporalidad en una concepción ético-estética y pragmático-cognoscitiva del ser humano. Como soporte material de la palabra, la voz causa una impresión naturalista que realza la complejidad simbólica e icónica. En sus propuestas teórico-metodológicas sobre el tema, el lingüista francés Patick Charaudeau afirma que la voz crea una relación muy particular entre la instancia mediática y el escucha, “(…) para bien o para
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mal, porque la voz revela, atenta o inconsciente, los movimientos afectivos, sentimientos favorables o desfavorables, el temblor de las emociones, la frialdad o la pasión, las vibraciones de la mente, la sinceridad o el engaño” (Charaudeau, 2003:227). Esa noción de “contrato comunicativo” que Charaudeau aplica a la radio concede a la música la capacidad de la transmisión de sentimientos. Incluso, desde los años sesenta, muchas bandas de rock emplearon el principio de ocultar información simbólica o verbal en sus canciones.13 Una de las estrategias utilizadas es el montaje de frases grabadas a la inversa sobre la pista de una canción, que se escuchan como ruidos de fondo o sonidos distorsionados cuando la música se reproduce en su sentido normal, y pueden entenderse cuando se reproduce la cinta al revés. Pero el sistema perceptual humano es capaz de captar el mensaje aún en la reproducción ordinaria de la pieza. Una de las bandas que más empleó esta astucia fue The Beatles, con la canción Revolution Nr. 9 de su White Album. Otros ejemplos son la pieza Fire of Light, de la Electric Light Orchesta, la Stairway to Heaven, de Led Zeppelin, y Hotel California, de The Eagles. En la radio, la música existe como una interacción entre un sonido estructurado y una mente que lo comprende, con un orden objetivo, de naturaleza jerárquica, consistente en movimientos interrelacionados con características propias de melodía, armonía, tiempo y estructura rítmica. El investigador Mario Kaplún (1984) distingue las funciones de la música, a la que reconoce como un estímulo enriquecedor de procesos sensoriales-cognitivos: gramatical, expresiva, descriptiva y ambiental. Como aspecto del discurso radiofónico, los efectos de sonidos son instituciones, o simulaciones naturales y convencionales, que designan una realidad reconocible por cualquier oyente. Los efectos permiten recrear los objetos del mundo real, así como los ambientes y acciones que son reconstruidos mentalmente. Pueden atribuírseles las siguientes funciones: ambiental o descriptiva, expresiva, narrativa y ornamental o estética. Los efectos sonoros pueden igualmente establecer el lugar, el escenario, el tiempo y el ambiente psicológico que se proporciona en el discurso radiofónico. Aunque pareciera que el silencio no tiene valor comunicativo, su presencia configura un sistema expresivo-cultural. Un silencio corto o largo, por ejemplo, puede estar asociado a la reflexión o a la vacila-
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ción. En síntesis, el silencio refuerza la intención comunicativa cuando es construido, y no cuando accidentalmente se presenta generando un ruido. El cuarto y último factor del discurso radiofónico, el silencio, es un sistema no expresivo que contribuye a captar la atención del oyente y a llenarlo de sugerencias. Se convierte en un recurso para incentivar la reflexión, la tensión o la expectación de las palabras que le preceden o le suceden. El silencio posee una extraordinaria variedad expresiva, manifiesta en sus usos: narrativo, descriptivo, rítmico, expresivo, reflexivo y de pausa.
El discurso radiofónico en la producción y reproducción ideológicas. Una propuesta de análisis Ya se dijo que el concepto de producción incluye no solo las actividades económicas, sino también las ideas, e interpreta los fenómenos sociales como derivaciones y creaciones variables. Es un decursar, que ha de ser continuo, o de recorrer periódica y repetidamente las mismas fases.14 Y como ninguna sociedad puede dejar de consumir ni de producir, todo proceso de producción, considerado en sus constantes vínculos y en el flujo ininterrumpido de su renovación, es al mismo tiempo de reproducción. La intervención de los individuos en la producción y reproducción se da en dos esferas: una que tiene que ver con los procesos globales de reproducción del capital y, por consiguiente, de las formas y relaciones sociales inherentes a su desarrollo. La otra esfera es la de los procesos de reproducción social de la población en la satisfacción de sus necesidades. En primera instancia, la segunda esfera integra a la reproducción biológica y, a partir de ella, a las otras dimensiones de la reproducción social: la cotidiana e ideológica. Como advirtiera Marx, la ideología no es extrínseca a la producción y, por tanto, toda aproximación a esa relación exige el entendimiento de las leyes funcionales de lo ideológico, tomando en cuenta el entramado productor que lo engendra, así como el reproductor que lo mantiene. Bajo esas premisas, la reproducción resulta inseparable de la producción, puesto que esta última es, a la vez, generación de valores de uso, relaciones sociales e ideas, tal y como lo es la primera.
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Toda mirada sobre la reproducción ideológica ha de considerar, pues, el modo como son producidas y reproducidas las relaciones sociales, lo cual comprende, como hemos apuntado, no solo la reproducción de la vida material y del modo productivo, sino también la reproducción espiritual y de las formas de conciencia social. La reproducción ideológica –y social en general– contribuye a la constante producción de valores simbólicos, y es posible esencialmente en los procesos de comunicación que las sociedades ponen al servicio de la reproducción social del sistema general de producción. De ahí la constante renovación de las representaciones colectivas –en términos de valores simbólicos– reciclándose como necesidades (valores de uso), en el mercado (de los valores de cambio). Para el análisis del discurso radiofónico en la producción y reproducción ideológicas ha de partirse del examen de las mediaciones que inciden directamente sobre su configuración, instancias desde las cuales los oyentes producen y se apropian del significado y el sentido del proceso de comunicación, entre ellas la propiedad sobre el medio, la ideología del medio, y el contexto. Luego es imprescindible examinar, las estrategias con las cuales el discurso radiofónico contribuye a la producción y reproducción ideológicas. Es sabido que las noticias son construcciones discursivas y, por ende, arquitecturas subjetivas, que seleccionan los hechos con un marco interpretativo determinado: el enfoque, alusivo a la perspectiva o mirada que se imprime a los acontecimientos, e implica realzar ciertas circunstancias, causas o consecuencias de los sucesos. El enfoque marca una toma de posición del comunicador respecto al hecho y, al mismo tiempo, en relación con el contexto político y social en el que se empotra el discurso mediático, definiendo además la línea editorial del medio y su posicionamiento ideológico. El enfoque arranca desde el momento en que se elige la temática del hecho a tratar, al seleccionar y jerarquizar una información, o al legitimar y priorizar a ciertos actores políticos y sociales. Esa certeza está influida por el paradigma metodológico de la tematización, del sociólogo alemán Niklas Luhmann (1991), quien abrió una nueva línea para analizar el vínculo con los sistemas político y comunicativo dentro de las sociedades modernas. Luhmann comparte la tesis de la sociedad de la complejidad, según la cual las transformaciones provocadas por los avances tecnológicos e industriales aumentan las diferenciaciones entre instituciones e individuos.
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El grado de subordinación o independencia respecto a las fuentes oficiales, refuerza la estructura de poder de un medio de comunicación. Cuanto más alto se encuentre una institución en la estructura económica y social, más posibilidades tiene de tornarse en fuente informativa. La capacidad sonora del discurso radiofónico marca su diferencia con otros soportes. Así conviven de forma permanente los recursos radiofónicos utilizados con intenciones de reproducción ideológica y el relato de los hechos, muchos de los cuales contienen un trasfondo voluntario o involuntario, que forja o favorece más de una lectura. En esa interacción, la construcción de los capitales simbólicos entra en un juego dinámico, legitimador de la significación social de los contenidos transmitidos. La conjunción de los recursos de la radio constituye el estímulo sonoro para que una imagen auditiva se transforme en mental. La imagen auditiva, como la evocación-restitución mental de un objeto, sujeto o espacio ausente y hasta de una combinación de los mismos, es producida por el cerebro, luego de recibir la información proporcionada por el sonido proveniente del aparato receptor de radio. La voz, la música, los efectos de sonido y el silencio ocupan un lugar substancial dentro del ámbito de las representaciones. Al ser transmitidos por el medio, los elementos del discurso radiofónico adquieren la categoría social dentro de un sistema en el cual hallan sentido. El anterior paradigma metodológico para el análisis del discurso radiofónico en la producción y reproducción ideológicas puede resumirse como sigue: Las mediaciones que inciden directamente sobre la configuración del discurso radiofónico. Las estrategias con las cuales el discurso radiofónico contribuye a la producción y reproducción ideológicas. el discurso mediático y el discurso
Propiedad sobre el medio. Ideología del medio. Contexto en que se produce el discurso radiofónico. Los enfoques temáticos prevalecientes. Si implica críticas al gobierno. El grado de correspondencia entre político. El grado de subordinación
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Otros recursos radiofónicos utilizados con intenciones de producción y reproducción ideológicas.
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o independencia respecto a las fuentes oficiales. Uso de otras fuentes. Otro diario u otro periodista como fuente. Uso de filtraciones. Géneros periodísticos radiofónicos empleados. Los modos de operación ideológica y otras estrategias semánticas utilizadas: legitimación, simulación, fragmentación, unificación, cosificación, autopresentación positiva, lexicalización negativa y descripciones hiperbólicas. Uso de la voz: Tono: grave/agudo. Timbre: agradable/ desagradable, brillante/opaco, absoluto/neto, rotundo/apagado. Intensidad: alta/baja. Fuerte/débil. Duración: Cumplimiento de la velocidad media de locución. Funciones de la música: gramatical, expresiva, reflexiva, descriptiva y ambiental. Funciones de los efectos de sonido: ambiental o descriptiva, expresiva, narrativa, y ornamental o estética. Funciones del silencio: narrativa, descriptiva, rítmica, expresiva, reflexiva, de pausa y silencio como error.
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El paradigma en la práctica. La VOA, analizando un caso Desde los últimos años, el Center for Strategic International Studies (CSIS) ha reconocido la precaria situación de la diplomacia estadounidense y le ha recomendado enfocarse en áreas como la restauración de alianzas, los intercambios con la sociedad civil, y el uso de tecnologías innovadoras. Esas estrategias encierran el concepto de poder inteligente que ha sido sistematizado por el politólogo liberal Joseph Nye, como la aplicación del hard power, “poder duro”, más el soft power, “poder blando”. Dentro de este último se ubica a la diplomacia, junto a la cultura y los valores. Hay que entender que en la nueva era de la información, ese tipo de poder alcanza relevancia como un subproducto social y económico, por ejemplo, en la popularidad de la producción artística, musical y cinematográfica de un país (…) porque otros países quieran seguir su estela, admirando sus valores, emulando su ejemplo, aspirando a su nivel de prosperidad y apertura (…) Si Estados Unidos representa valores que otros quieren imitar, entonces nos costaría menos ser líderes (Nye, 2008: 30).
Dentro de esa perspectiva se inserta la utilización de la radio. Hacia 2007, Nita Lowey, de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, admitía en declaraciones a la prensa que las emisiones de radio son un componente esencial de la diplomacia de su país.15 La confesión de Lowey se conoció durante la aprobación de una enmienda promovida por el congresista republicano Connie Mack, para un incremento del presupuesto de las transmisiones radiofónicas hacia Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Cuba y otros países. Aunque desde 1948 se había dictado la ley Smith-Mundt, según la cual, en el caso específico de la VOA, no puede ser escuchada en los Estados Unidos ni utilizada por su régimen, en marzo de 1960 había iniciado transmisiones especiales para Cuba a través de las cuales justificaba las políticas intervencionistas de Washington. Esa violación legal se ahondó cuando en 1961 comenzó el programa Cita con Cuba, con el objetivo de promover la emigración de profesionales de la mayor de las Antillas, especialmente de médicos. Dichas acciones se insertaban dentro del programa aprobado por el presidente Dwight David Eisenhower (1952-1961) el 17 de marzo de 1960, titulado “Program of Covert Operations Against the Castro Regi-
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me” –Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro–.16 Elaborado por la CIA, el plan de la guerra sucia contra Cuba incluyó sabotajes, operaciones encubiertas, infiltraciones e intentos de magnicidio. También mentiras que se conjugaban con la saturación y la desinformación, técnicas muy socorridas durante acontecimientos como la invasión por Playa Girón (1961) y la Crisis de Octubre (1962). La VOA había fortalecido su engranaje en América Latina después de 1984, cuando en Nicaragua los sandinistas vencieron en las presidenciales. Ya en 1985, un estudio de Gregorio Selser (2006:17) denunció la financiación de una planta repetidora en las cercanías fronterizas con Nicaragua, bajo la fachada de Radio Costa Rica. En Honduras el tema cobró vigencia en mayo de 1987, al revelarse que la estación transmisora de AM y FM de 50 mil vatios sería emplazada en el aeródromo de San Lorenzo,17 construido por los Estados Unidos a escasos kilómetros del Golfo de Fonseca.18 En 1990 culminaría el programa de aumento de instalaciones de la VOA en la región con el establecimiento de una estación en Punta Gorda, Belice;19 y otra en Cabo Rojo, Puerto Rico. Cuando se analiza lo transmitido por la VOA a la luz del paradigma propuesto, se advierte entre sus mediaciones, que es financiada por el gobierno de los Estados Unidos, la Voz de América es supervisada por la Broadcasting Board of Governors (BBG), creada en 1994 y conformada por nueve miembros designados por el presidente de los Estados Unidos. Desde los últimos años, la emisora intenta hacer revivir proyectos como el Camelot20 y el Troy, estrenados por la radio y la CIA contra Cuba y el otrora campo socialista europeo, pero enfocados hacia países latinoamericanos hoy, como muestra de la recurrencia norteamericana a sus viejas armas ideológicas. Con el Camelot, enrumbado hacia el rastreo de información de inteligencia, se capta, por ejemplo, a estudiantes universitarios con fines de desestabilización en naciones con gobiernos de tendencia de izquierda. Como parte del método, la VOA recluta también a supuestos periodistas independientes, a 17 de los cuales reunió en Washington durante 2009. Esa labor se completa con la realización de talleres de capacitación para comunicadores en Bolivia, Argentina, Panamá y Haití. Adaptado a las nuevas tecnologías, el Troy ya no solo engloba la guerra desinformativa mediante la radiodifusión, sino que ha sido
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adecuado por la VOA a la era digital. El director general de la planta, Dan Austin, asegura que se trata de “utilizar tecnologías de información avanzadas para entablar un diálogo con el público” 21 para lo cual se combina el uso de las transmisiones por onda corta, vía satélite y otras modalidades comunicativas de la modernidad. El experto Peter Phillips, director de proyecto Censored de la Universidad de Sonoma en California, quien ha estudiado cómo el poder norteamericano financia a los periodistas y a los grandes medios, estima que la concentración mediática facilita ese tipo de prácticas y permite que agencias de publicidad hagan, incluso, paquetes que son presentados luego como noticias. Es así como se “crean historias que los medios proyectan como si fueran informaciones. El gobierno de Estados Unidos se gasta millones al año en firmas de Relaciones Públicas, pagan a periodistas, convierten en blancos a personas o países”. Al intentar un acercamiento a las estrategias del discurso radiofónico para la contribución a la producción y reproducción ideológicas, puede hallarse la prevalencia de temas contenidos en la agenda de seguridad hemisférica de Estados Unidos que se sitúa dentro de la tendencia de la diplomacia norteamericana, orientada por el paradigma ofensivo-globalista que lleva implícito el pensamiento estratégico y geopolítico del Norte. La actual estrategia para América Latina se apropia de parámetros utilizados en los años ochenta, pero ahora con un enemigo diferente: el supuesto terrorismo, los denominados estados fallidos,22 el narcotráfico y las migraciones masivas, entre otros asuntos considerados como “amenazas”. Ha sido con ese subterfugio que “(…) se han hecho desaparecer más de cien mil personas en toda América Latina y deben haber unos 200 mil o 300 mil ejecutados, también todos por razones políticas, sindicales”. Desde ese discurso, Venezuela y el presidente Chávez son presentados como amenazas y enemigos dispuestos a organizar una guerra de guerrillas, incendiar pozos petroleros y vincularse con organizaciones acusadas de terrorismo como Hezbolá.23 Con esas maneras de enfocar o tratar los tópicos, el discurso radiofónico construye y presenta un pseudo-entorno que moldea significativamente en los oyentes la manera de percibir la realidad, con derivaciones posibles sobre sus actitudes, opiniones e, incluso, con-
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ductas. Autores como Bockelmann (1983) y Cohen (1963) coinciden en que los enfoques y la selección temática mediáticos se corresponden con la esencia de cada sistema social. El alto grado de correspondencia entre el discurso radiofónico de la VOA y el discurso de las élites políticas de Estados Unidos, armoniza con los resultados de investigaciones previas como las de Hallin (1992), Bennett (2004) y Robinson (2001), quienes han demostrado que los medios suelen apropiarse del discurso político y lo hacen suyo al masificar las principales argumentaciones encerradas en el mismo. El estudioso norteamericano George Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante (2007) y analista de cientos de discursos de figuras políticas norteamericanas, se apoya en la tesis de que el cerebro reduce la vida a metáforas para hacerla almacenable y comprensible, demostrando que los neoconservadores introducen en sus disertaciones políticas metáforas sobre el bien, el mal, la familia y la justicia, que no han sido elegidas al azar. “Si alguien consigue despertar una de esas metáforas de nuestro cerebro con sus palabras (…) no habrá dato objetivo que consiga contradecirlo (…) Las ideas surgen bajo la forma de marcos (…) Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modelo de ver el mundo (…)” (Lakoff, ob.cit:14). La llegada del demócrata Barack Obama a la Casa Blanca representó para la VOA un punto de giro, manifestado en el incremento de la participación en sus espacios de los miembros de organizaciones “civiles” desestabilizadoras latinoamericanas. Desde enero de 2009 puede advertirse un aumento en el tratamiento por la VOA de las temáticas militares y las relacionadas con la sociedad civil. A pesar del cambio en la Casa Blanca, el discurso político de Washington hacia América Latina sigue intacto y no ha marcado diferencias con otros anteriores porque Estados Unidos es un país conservador, refractario a toda revolución popular, un monolito imperial, capitalista, construido por su clase exitosa –es decir por su clase alta–, de arriba hacia abajo. Incluso, a juzgar por los resultados de una encuesta del Pew Research Center, los norteamericanos vienen girando hacia posiciones más conservadoras desde los últimos años, lo cual denota una radicalización de las posturas ideológicas ultraderechistas, marcada por los influjos de la crisis de acumulación iniciada en la década de 1970 y que estallara en septiembre de 2008. No puede olvidarse tampoco que en una situación económica dudosa,
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predomina el miedo, que siempre retrotrae a valores conservadores y profundiza el escepticismo. Dentro de todo este entramado, las relaciones entre las élites norteamericanas y latinoamericanas siguen desempeñando un primordial papel. En opinión de Elliot Abrams, exsecretario asistente del Departamento de Estado en el período presidencial de Reagan, (...) esas élites son, fundamentalmente, una mezcla de políticos liberales de izquierda, miembros de los medios y de la Academia, con refuerzos de las iglesias liberales, líderes negros, el establishment judeo-americano y, (de forma intermitente) el poder judicial. En su larga marcha hacia la victoria para rehacer la cultura americana su éxito ha sido grande.24
En lo escuchado en la VOA se utilizan mayormente las fuentes oficiales, seguidas por otros medios norteamericanos. Esa recurrencia a los mismos medios norteamericanos como fuente de información es una característica que perfila dos particularidades: la autolegitimación del sistema informativo como fuente principal, y la homogeneización de los hechos públicos. Ello coincide con las aportaciones del sociólogo norteamericano Herbert Gans, quien demostró que entre las fuentes más acudidas por las instituciones mediáticas están las que suelen identificarse como otro diario u otro periodista, un mecanismo que refuerza el efecto de credibilidad. Casi 25 años después de su Deciding What’s News (1979), obra en la que analizó las prácticas profesionales de varias publicaciones y programas de noticias, Gans presentó Democracy and the News (2003), desde cuyas páginas estudia lo que denomina el “adelgazamiento periodístico” de la modernidad, causante de la mayor homogeneización informativa jamás vista, la expansión de las áreas de noticias blandas (Parrat, 2003), así como la pérdida de credibilidad de las industrias mediáticas. Otra estrategia usada resulta la aplicación de la lexicalización negativa en noticias sobre países latinoamericanos de izquierda, técnica evidenciada en la inclusión de palabras como pesadilla, bloque totalitario y fracaso. Y por ejemplo, en el caso del presidente boliviano Evo Morales, se añade el uso del epíteto “un criador de llamas y excocalero”, para tratar de zaherirlo. Sin embargo, el dignatario boliviano, lejos de avergonzarse de esa esencia humilde y campesina, se confiesa nostálgico por su pasado: Me acuerdo perfectamente que en el año 1971 había sequía en el altiplano y no había producción. Me acuerdo que en mi familia había nada más
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que una bolsa de maíz y estaba acabándose. Entonces, salí con mi padre y pasé, con unos 12 o 13 años, marchando durante tres semanas y veía las flotas en las cuales los pasajeros iban botando cáscaras de naranjas y de plátanos. Y yo iba recogiéndolas detrás y me las comía. Evidentemente mi gran deseo era viajar en esas flotas botando también cáscaras (Se ríe). Con mi familia aprendí a ser solidario (…) Bueno, los pueblos latinoamericanos ante las injusticias crean una conciencia en base a la solidaridad. Depende mucho de la orientación de los dirigentes para cambiar las políticas. Hoy los pueblos perdieron el miedo al imperio, a las amenazas que vienen de la Casa Blanca.
Otra de las técnicas acudidas fue el uso de fuentes anónimas. Su empleo continúa siendo una de las más grandes polémicas del periodismo. Aunque las informaciones con atribución reservada han permitido conocer de primicias como el Watergate también han abierto el camino a los escándalos.25 En la actualidad, un 53% de los estadounidenses son partidarios de no publicar textos con fuentes no identificadas, por lo que su uso se ha reducido notablemente. El manejo de ese tipo de fuentes en la prensa más influyente cayó del 29% en el 2003 al 7% en el 2004.26 No obstante, resulta una excelente técnica de manipulación de las audiencias. Muy asociada al uso de fuentes anónimas, aparece la filtración como otra de las destrezas empleadas para influir en la opinión pública. Las filtraciones de los sistemas políticos a los medios son tácticas que se vuelven más frecuentes en momentos de crisis y conflictos, lo cual ha llevado a la comunicóloga española Petra Secanella a asegurar que filtrar es una política muy bien pensada por los funcionarios que quieren hacer caer la balanza sobre una decisión política, con vistas a “promover una línea de actuación, persuadir al legislativo y alertar a los países y gobiernos extranjeros. La filtración es el aceite informativo de la máquina de gobernar (Secanella, 1986:98). La casi nula presencia en las noticias de fuentes no oficiales confirma la reflexión del sociólogo norteamericano Mark Fishman de que el mundo de las fuentes periodísticas está organizado de manera que las no oficiales sean poco utilizadas, “las alternativas (…) tiendan a ser ignoradas, (…) y en general los personajes conocidos apararezcan en las noticias hasta cuatro veces más que los individuos desconocidos” (Fishman, 1983:191-192). La radio viene a reivindicar la tradición oral humanística al recrear actos del habla y, como propone el semiólogo e historiador francés de origen búlgaro Tzvetan Todorov (1996), los discursos radiofóni-
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cos se estructuran sobre categorías genéricas –o sea los géneros–. Es así como la mayoría de las personas distingue una entrevista de una noticia, y un documental de un comentario. Son los géneros periodísticos los que captan y traducen la realidad. En cuanto a su manejo en la VOA, la noticia fue la más empleada, seguida por los comentarios, los editoriales y las entrevistas. Recuérdese que la variedad genérica en torno a una noticia denota el interés del medio en la misma. En lo publicado se percibe que las manipulaciones hacen que las noticias dejen de ser una imagen de la realidad, para convertirse en una reconstrucción del mundo social. El lingüista holandés Teun Van Dijk lo explica así “cada discurso expresa nuestros modelos y representaciones mentales con que construimos nuestro conocimiento y actitudes sobre la realidad social. Por tanto, lo mismo es cierto para las noticias” (Van Dijk, 2010: en entrevista con la autora). Escribiría el sociólogo francés Pierre Bourdieu que el trabajo político parte de considerar, en lo esencial, a la labor sobre las palabras, porque ellas contribuyen a construir el mundo social. Y es que resulta que enlazadas en estrategias se convierten en destacados componentes de la construcción simbólica mediática. En ese ámbito de “las palabras”, el discurso radiofónico de la VOA acude mayoritariamente a la legitimación para la cual aplicó diferentes tácticas: a) Por universalización: Entrevista al embajador William Bronwfiled. Bronwfiled: “Trabajamos en temas sociales como salud en los niños. Es un tipo de trabajo social, buscamos asociaciones, instituciones, socios oficiales y no oficiales, incluyendo a la Iglesia y a la empresa privada” (VOA, 17-02-2006). Aquí la verdadera labor de subversión realizada por el exembajador norteamericano en Venezuela, se presenta con visos de institucionalidad, y su faena se hace aparecer como justa, al vincularla con el trabajo en “comunidades necesitadas”. Es de esta manera que un sistema de dominación puede ser mantenido al ser representado como legítimo y digno de apoyo como observa el sociólogo estructuralista alemán Max Weber (1978). b) Por racionalización: Editorial. “Empeora la libertad de expresión en Cuba” Los cambios llegan lentamente en Cuba, aún cuando comiencen desde arriba (…) La isla nación sigue siendo una economía centralizada fuertemente controlada bajo un régimen comunista que suprime las libertades
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civiles. El gobierno de Castro ha extendido su autoridad sobre Internet, como lo ha hecho con diarios, la radio y la televisión (VOA, 16-11-2009).
En este editorial, la inclusión de una cadena de razonamientos falsos trata de justificar el proceder de integrantes de grupúsculos en Cuba. Adviértase que uno de los argumentos esgrimidos es la supuesta restricción sobre el uso de Internet en la mayor de las Antillas, un tópico que se introduce en el debate en momentos en que el gobierno norteamericano considera que la principal amenaza que enfrenta a escala mundial “se ubica no en algo físico, sino en el ciberespacio”.27 Trasladada la guerra a la llamada red de redes, los organismos de inteligencia están creando un banco de datos al estilo de la red social Facebook que incluye informaciones de los “terroristas internacionales”, a fin de monitorear e identificar a figuras a través de complejos programas de computación. Un artículo del diario británico The Independent confirma que la doctrina ya se aplica activamente en Iraq y Afganistán, donde miles de personas han sido detenidas e interrogadas para obtener información que pudiera sostener a esa gran base de datos. “El Análisis de Redes Sociales es el monitoreo de la información acerca de quién sabe de quién o qué habla con ellos”, advirtió Kathleen Carley, profesora de la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh, Pensilvania. En su forma más extrema, el método ha dado lugar a lo que se conoce en los círculos militares como “filosofía del mosaico”, la teoría de que un pedazo de referencias de inteligencia no significa nada para el interrogador, pero puede tener relevancia a la hora de colocarse como un “mosaico en el mosaico”. La otra estrategia simbólica a la que recurrió la VOA fue la fragmentación, que opera por: a) Diferenciación: Autoridades cubanas opinan que la política de inmigración de Estados Unidos alienta a los ciudadanos cubanos a tomar riesgosas jornadas para llegar a Estados Unidos. En casos como el anterior, se enfatiza en las divisiones para estampar distancias entre la postura de estos y la del medio de comunicación. La diferenciación también queda plasmada en el tratamiento a temas étnicos, con la tesis de la supuesta superioridad de lo anglosajón frente a la inferioridad de lo latino, un discurso que se radicalizó a finales del siglo XIX, con los postulados de teóricos norteamericanos. Para ellos, la “subordinación natural” de América Latina provenía de su origen ibérico y de su mezcla racial, en contraste con la preeminencia de Estados
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Unidos y su complexión social blanca, una manera de justificar el expansionismo del Norte. Sobre esos presupuestos, el discurso de la VOA presenta a los indígenas como “violentos”, “enfurecidos”, “conflictivos” y “terroristas”. b) Expurgación del otro: “El presidente de Venezuela Hugo Chávez ha amenazado con expulsar al embajador estadounidense en Caracas” (VOA, 10-04-2006). El dignatario venezolano es presentado de esa manera como un enemigo que intimida y a quien los oyentes deben oponerse y expurgar. Como otra de las estrategias ideológicas de la Voz de América, la cosificación se manifestó por: a) Pasivización: “Tres pescadores mexicanos están siendo enjuiciados en Cienfuegos, Cuba, bajo cargos de contrabandear inmigrantes” (VOA, 13-04-2006). Esta noticia aparece descontextualizada y con la voz pasiva se distancia a los actores de la acción, una técnica manejada para lograr concentrar la atención del oyente en ciertas tramas, como el enjuiciamiento por parte de tribunales cubanos, en detrimento de otras, como el tráfico de ilegal de personas. Sin embargo, cuando lo que se busca es que la acción recaiga sobre los actores para inculparlos, se acude a otras estructuras discursivas, como la siguiente: “Cuba mata a supuesto traficante de emigrantes y arresta a otros dos” (VOA, 06-04-2006). El uso de este recurso sintáctico permite informar de “hechos repugnantes” como matar, llevados a cabo por entes activos y responsables, y no como actores implícitos, o valiéndose de oraciones en voz pasiva, para restar énfasis a los agentes. b) Nominalización: “En un hecho confuso el reportero gráfico del periódico El mundo Jorge Aguirre cayó batido luego de recibir un impacto de bala. En el enigmático incidente el fotógrafo Aguirre tomaba algunas gráficas de una de las manifestaciones que ocurrieron ayer en Caracas por el asesinato de los hermanos Badul” (VOA, 06-04-2006). Aquí “Hecho” e “incidente” funcionan como sustantivos encapsuladores (Marinkóvik, 2005; Borreguero, 2006) o sustantivos envoltorios, que sintetizan la referencia textual a la que remiten. En este ejemplo, lo que se explota no es el significado conceptual o denotativo de los mismos, sino las connotaciones
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o las asociaciones emotivas con que se usan. Detrás de ellos se esconde un recurso de manipulación informativa, una manera de estampar un sesgo subjetivo a los contenidos. c) Por naturalización: “Detenido el presidente de Honduras Manuel Zelaya. El presidente de Honduras Manuel Zelaya fue detenido por militares” (VOA, 28-06-2009). “Pinochet recibió la extremaunción. Un médico que trata a Augusto Pinochet dijo que el anciano de 91 años está grave pero estable” (VOA, 04-12-2006). Estas dos noticias presentan un estado de cosas sociales e históricas, como si resultaran naturales o inevitables. Es “natural” que el presidente constitucional de Honduras Manuel Zelaya haya sido “detenido por militares”, y no víctima de un golpe de Estado, y que el dictador chileno Augusto Pinochet, “anciano y grave”, vaya a morir por un proceso biológico irrevocable, encubriéndose su responsabilidad en la muerte de miles de personas durante el régimen militar. A esas estrategias se unen el uso de las descripciones hiperbólicas y la táctica de generalización, la cual permite ir de eventos y personas concretas a afirmaciones más abarcadoras sobre grupos o categorías de personas. Por ejemplo, las comparaciones con grandes villanos, o males reconocidos, tales como Hitler o el holocausto. Cuando se explora en otros recursos radiofónicos utilizados con intenciones de reproducción ideológica, se identifica a la voz como portadora de un valor expresivo susceptible de cambiar en dependencia de las transiciones tonales, tímbricas, de intensidad y de duración. Antiguos filósofos como Demócrito, Platón y Aristóteles,28 la reconocieron como uno de los componentes de las percepciones inconscientes, generadora de procesos psíquicos que afectan y estimulan conductas al margen de la voluntad humana. En lo trasmitido, las voces de tono grave, generalmente masculinas, están vinculadas con la transmisión de seriedad, tranquilidad, adultez y poder, frente a las agudas consideradas como infantiles, miedosas y nerviosas. Autores como Bravo (1989) argumentan que una voz será mucho mejor aceptada por los oyentes siempre que se sitúe acústicamente en torno a sus registros más graves. Ello concuerda con los resultados de una pesquisa en la cual un grupo de encuestados, prefirió escuchar la voz de tono grave, sobre todo la masculina. Es agradable, más acorde con las noticias, más cómoda de escuchar, más inteligible, más clara y transparente. Resulta convincente, comunicativa, creíble, segura, cercana y directa.
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La prevalencia de tonos graves en el discurso de la VOA indica la intención de estimular factores psicológicos para estampar credibilidad y seguridad a los mensajes, evitando asimismo el agotamiento, un rasgo asociado a la exposición auditiva dilatada de las voces agudas. Se busca también la generación de ilusiones espaciales en la descripción de los objetos, al sugerir la agudeza tonal de lejanía, frente a la gravedad que insinúa proximidad. En cuanto a la intensidad predominante, la alta, se emplea para expresar fuerza y optimismo, partiendo de que sus variaciones resultan apropiadas para simbolizar estados de ánimo y aspectos relativos al carácter: la agresividad o la tensión se ilustran con un volumen más alto que la tristeza, el cansancio o la debilidad. La capacidad de la intensidad para describir tamaños y distancias y, en combinación con la gravedad del tono, reforzar la sensación espacial de proximidad noticiosa, se maneja, sobre todo, a la hora de abordar temas políticos. En cuanto al tipo de timbre, el más empleado es el resonante, brillante y claro. La voz tímbrica más clara, en contraposición a la apagada, es natural, informal, ágil y poco empalagosa. En relación con el timbre, otras indagaciones coinciden en que se prefieren siempre las voces con resonancia y presencia, claridad y dulzura como rasgos básicos. Los primeros –resonancia y presencia– son inevitables para las voces masculinas, mientras que los segundos –claridad y dulzura– lo son para las femeninas. En la duración, se utiliza una velocidad media del habla, de entre 125 y 190-200 palabras por minuto, lo cual contribuye a reforzar el valor persuasivo del mensaje. Políticos como el presidente venezolano Hugo Chávez admiten la significación de la voz en la comunicación: (…) siendo yo candidato a la presidencia pasaron una cuña en los medios en mi contra que para hacerla contrataron a un actor cómico de televisión que me imitaba, de verdad que el tipo era como el eco mío, su voz era idéntica a la mía, y él decía en un discurso: voy a freír la cabeza de mis enemigos en aceite. Cuando oigo eso, dije: Dios mío, pero si yo no dije eso, esa es mi voz, pero yo no dije eso. Entonces por fin al rato me di cuenta por unos detalles en la inflexión que no era yo. Unos amigos me ayudaron a analizar la cuña con una computadora y finalmente me dijeron mira Chávez esta no es tu voz. Yo estaba seguro que no había dicho eso, y te cuento que, para buena suerte mía, resultó que el actor era un
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patriota, y cuando oyó la cuña convocó a una conferencia de prensa admitiendo que él había hecho la grabación porque lo engañaron diciéndole que era para un programa cómico (Chávez, 2003: en entrevista con la autora).
El presidente Chávez también subraya otras riquezas de la radio: Yo tenía un programa de radio que inventamos para captar muchachos para el ejército. Era por allá por 1975 y me iba en un viejo autobús a dar charlas, yo quería que gente como yo, pobre, hijos de obreros, se vinieran a la academia militar. Tiempo después hice un curso de locutor, me gradué de locutor cuando ya tenía los grados de mayor, y era maestro de ceremonia en los actos militares. Y ahora, en esta batalla mediática, aquello me ha servido de algo. El programa Aló presidente nació como una necesidad para enfrentar la campaña mediática en contra del gobierno bolivariano. Yo dije, como Bolívar inventó su periódico, yo voy a armar mis cañones y de esa idea surge Aló presidente. Actualmente me reportan audiencia del mundo entero, ahora también por Internet, desde Pekín, Francia, México, en fin, del mundo entero”.
Dentro del discurso radiofónico, coincido con el investigador alemán Theodor Adorno (2000) en que la música es una actividad que interviene en los procesos sociales, al insertarse como bien simbólico en las dinámicas socio-económicas. La música en función expresiva es, junto a la palabra, el componente del discurso radiofónico más utilizado por la VOA. Toda la música, aunque sea instrumental, comunica una ideología. Para el saxofonista y compositor de origen israelí Gilad Atzmon, el jazz siempre ha sido una ideología. “ (…) ha sido la voz del pueblo negro norteamericano y uno de mis problemas con el jazz contemporáneo es, precisamente, que en los años ochenta ha dejado de ser esa voz para convertirse en portavoz de la clase media blanca burguesa”.29 Tal vez por la creencia falsa de que los efectos de sonido desvirtúan el carácter informativo, no aparecen suficientemente utilizados. El tipo de efecto sonoro más utilizado por la VOA es musical: la ráfaga, aunque su elección no resultó adecuada en algunas transmisiones. No puede olvidarse que los efectos sonoros deben ser seleccionados de modo que no se conviertan en ruidos o distraigan la atención del receptor, y que consiguen su máxima efectividad al adquirir personalidad semántica (el sonido de una puerta que se abre),
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y cuando remarcan o acentúan un sentimiento (la puerta se abre por algo). En su función expresiva el efecto sonoro alcanza un valor comunicativo propio y recalca el valor simbólico del lenguaje específico de la radio, ya que, como la música, puede despertar en el oyente sensaciones y emociones. Cabe aclarar que el contexto comunicativo en el que aparece el efecto define su función. Por último, aunque el uso del silencio es casi nulo aparece esencialmente en su función reflexiva, una variante manejada para inducir a la meditación del oyente: Como sistema expresivo, la mezcla del silencio, la voz, la música y los efectos de sonido define la efectividad comunicativa con el público. El uso de estos recursos del discurso radiofónico marca ideológicamente lo que se transmite a través de las ondas hertzianas. La combinación eficaz de la voz, la música, los efectos sonoros y el silencio permite la creación de imágenes auditivas precisas e impactantes en la audiencia, que por el valor estético y comunicativo de esos elementos se sentirá más interesada, persuadida y seducida por lo que escucha. Así la voz llega a aportar la carga dramática, la palabra a dibujar la imagen conceptual, el sonido a describir el contexto físico, la música a transmitir el sentimiento, y el silencio la valoración. Desde esta dimensión sonora, la radio se conforma incluso como un medio de carácter multisensorial tomando en cuenta sus potestades evocadoras y creadoras. Y es con la idoneidad de las imágenes sonoras creadas que se ponen en marcha procesos sinestésicos, consistentes en la unión de representaciones pictóricas pertenecientes hasta a mundos sensoriales distintos.
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Novela de ficción escrita por Herbert George Wells y publicada por primera vez en 1898. En ese período, las primeras investigaciones sobre la comunicación partían de la concepción de que cada miembro del público era atacado por el mensaje. Se conoce a esta perspectiva como la bullet theory (teoría bala) o teoría de la aguja hipodérmica. Véase: José Ramón Vidal: Medios y públicos: un laberinto de relaciones y mediaciones, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2002. Véase: Price, Monroe. “Diplomacia pública y cambio en la transmisión internacional de medios electrónicos” [on line], Disponible, en http://www.juridicas. unam.mx/publica/rev/decoin/cont/1/cnt/cnt4.htm (visto: 04-05-2003).
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Véase: Editorial de la Voz de Rusia [on line]. Disponible, en http://spanish.ruvr.ru/ comments/ (visto: 23-12-2009). Entendido como el conjunto de las consecuencias que sobre los conocimientos públicos compartidos por una comunidad se deduce de la acción mediadora de los medios. La Onda Corta, también conocida como SW (del inglés shortwave) o HF (high frequency) es una banda de radiofrecuencias comprendidas entre los 2300 y los 29999 kHz en la que transmiten, entre otras, las emisoras internacionales y las estaciones de radioaficionados. Véase: Cyril Capdeviella: “La diplomacia pública impotente” [on line]. Disponible en http//www.rebelion.articulo.cyril. pdf (visto: 26-12-2006). EC-130 es fabricado en Estados Unidos desde los 50 por la compañía Lockheed, ahora Lockheed Martin. Se le utiliza en la guerra psicológica, transportando equipos poderosos para emisiones de radio y televisión. Amplitud Modulada (AM) o modulación de amplitud es un tipo de modulación no lineal, consistente en hacer variar la amplitud de la onda portadora, de forma que esta cambie de acuerdo con las variaciones de nivel de la señal moduladora, que es la información que se va a transmitir. La Frecuencia Modulada (FM) o modulación de frecuencia es una modulación angular que transmite información a través de una onda portadora, variando su frecuencia (contrastando con la amplitud modulada o modulación de amplitud (AM), en la cual la amplitud de la onda es variada mientras que su frecuencia se mantiene constante). Véase: Stefan Nikolaev: “El dinero que ganan los medios de comunicación” [on line]. Disponible en http://www.lacuestion.es/2008/05/21/el-dinero-que-gananlos-medios-de-comunicacion-parte-ii (visto: 04-04-2008). Véase: Emma Rodero Antón y Chelo Sánchez Serrano: “Radiografía de la radio en el mundo” [on line] Disponible, en http://www.ull.es/publicaciones/ latina/200714RoderoySanchez.htm (visto: 01-10-2007). Los tres métodos más usados para filtrar los mensajes subliminales en la música son: a) Sub Audio. El mensaje que penetra la subconciencia se coloca por debajo de las ondas sonoras. b) Forward Masking. El mensaje subliminal se coloca en la misma dirección que corren las ondas sonoras pero, por la forma en que se expone, pasa inadvertido para el oyente. c) La tercera técnica para ocultar un mensaje en las ondas sonoras de un disco se llama backwardmasking o enmascaramiento al revés, mediante el cual un mensaje se oculta al inverso de lo que se escucha.
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Producción, distribución, cambio y consumo se entrecruzan. Cada uno de estos momentos se realiza en los otros, y constituyen una unidad dialéctica e indisoluble. Véase: Despacho cablegráfico de la agencia AP, 21 de junio de 2007. La presidencia de Eisenhower se caracterizó por su agresividad hacia América Latina. Dos hechos tipifican esa actuación: la intervención en Guatemala que condujo al derrocamiento del gobierno democrático de Jacobo Arbenz en 1954, y la concepción de los planes para impedir el acceso de las fuerzas revolucionarias cubanas al poder en 1959.
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Ana Teresa Badía Valdés Cuenta con una pista para aviones C-130, barracas de madera, trampas para tanques y almacenes para municiones y combustible. Es una de las zonas naturales más importantes del mundo, salida de Honduras al Océano Pacífico que limita además con El Salvador y Nicaragua. Un tratado firmado en 1916 concedió a Estados Unidos construir un canal interoceánico y una base naval en la zona. La repetidora de la VOA en Punta Gorda cesó de emitir el 15 de septiembre de 2002 después que Belice negara el permiso para transmitir Radio Martí. De esa manera se clausuraron los transmisores de 100 kilovatios en las frecuencias de 1530 y 158. Véase: http://www.worldofradio.com/mr0210.html Proyecto desarrollado por la CIA y la VOA en 1963, está encaminado a la búsqueda de información de inteligencia, realización de modelaciones y para establecer la dirección de los ataques desinformativos. Jim Fisher-Thompson: “La Voz de América se adapta a la era digital”, [on line]. Disponible, en http://montevideo.usembassy.gov/usaweb/2009/09-086ES.shtml (visto 13-03-2009). Es un término polémico, que califica de esta manera a un estado débil en el cual el gobierno central tiene poco control práctico sobre su territorio. Véase: lista de Estados fallidos 2009, en http://www.fundforpeace.org/webindex.php?option= com_content&task=view&id=99&Itemid=323 (visto 13-12-2009). Hezbolá (adaptación fonética al español del árabe, hizbu-’llâh(i), Partido de . Dios, desde hizb, partido y Allah, Dios). Es una organización islamista libanesa, . fundada en Irán en 1979 y en el Líbano en 1982 como respuesta a la ocupación israelí. La mayoría de los árabes y musulmanes ven en Hezbolá un movimiento de resistencia legítimo. Citado por Luis Fernando Eyerbe: “América Latina / Estados Unidos. Neoconservadurismo y guerra cultural. [on line]. Disponible en http://www.google. com.cu/search?hl=es&source=hp&q=victoria%2Brehacer%2Bcultura %2Bamericana%2B%C3%A9xito%2 (visto 23-10-2009). Véase: “Los últimos escándalos abren el debate sobre el uso de las fuentes anónimas en Estados Unidos” [On line]. Disponible, en http://www.elmundo.es/ elmundo/2005/05/23/comunicacion/1116871508.html (visto 23-10-2009). Véase: “Newsweek: Noticias que matan” [On line]. Disponible, en http:// www.saladeprensa.org/art64.htm (visto 16-10-2009). Citado David por Brooks: “Disparan a Venezuela en Washington” [on line]. Disponible, en http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-139714-2010-0206.html (visto 23-04-2010). Véase: Wladyslaw Tatarkiewicz: Historia de la estética: La estética antigua, Editorial Akal, 1997. Gilad Atzmon: “Cuadernos de jazz” [on line]. Disponible en http://www. cuadernosdejazz.com/index.php?option=com_content&view=article &id=53:gilad-atzmon&catid=11:management&Itemid=2009 (visto 04-05-2009).
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¿Cómo se fabrica una guerra? Irak y Libia frente a la manipulación informativa del New York Times RAÚL GARCÉS CORRA
El 1ro. de enero de 1998 irrumpió dentro de la televisión norteamericana un anuncio singular. En las imágenes, un hombre canoso caminaba junto a su nieta por la Plaza Roja de Moscú, mientras se dirigía a un establecimiento de Pizza Hut. El protagonista era Mijail Gorbachov, quien, en el lapso de apenas siete años, había dejado de ser el último Presidente del Estado soviético para convertirse en un popular anunciante de pastas. La desintegración de la URSS –cristalizada por Gorbachov con la disolución del PCUS, en agosto de 1991– trajo consigo una época de desconcierto no solo para quienes, desde la izquierda, habían apostado durante décadas a contener la hegemonía norteamericana y edificar un proyecto anticapitalista global, sino también para los que, desde la derecha, invocaron siempre la “amenaza roja” como pretexto para hacer escalar la carrera armamentista de los Estados Unidos y la expansión de la OTAN. El llamado “Triángulo de hierro”, formado por el establishment militar, las agencias “civiles” del Pentágono y las empresas privadas beneficiarias de los contratos armamentistas, había perdido, prácticamente de la noche a la mañana, una de las principales justificaciones para los miles de millones de dólares invertidos en el gasto público de Defensa, uno de los estímulos más importantes al crecimiento económico estadounidense.
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Preocupado por la drástica reducción de esos presupuestos desde el fin de la Guerra Fría, un informe del neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Americano advertiría, apenas unos años más tarde, la necesidad de desatar guerras ofensivas de carácter unilateral, a fin de preservar el poderío de los Estados Unidos y de sus industrias militares. Dichas sugerencias habían sido formuladas incluso desde 1992, cuando Richard Cheney y Paul Wolfowitz divulgaron en el New York Times un grupo de “recomendaciones para una política de defensa”, que estimulaban la posibilidad de ataques preventivos y unilaterales, a fin de evitar la proliferación de armas de destrucción masiva.1 En la mañana del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush encontró el pretexto perfecto para poner en marcha los planes anteriores. Mientras visitaba una escuela primaria de Florida, el Presidente norteamericano conoció de los atentados contra el World Trade Center de Nueva York. Primero supo del choque de un avión contra la Torre Norte del edificio y presumió la posibilidad de un accidente. Apenas unos minutos más tarde, retumbó en su oído la segunda parte del informe funesto: “Un avión se estrelló contra la otra torre. América está bajo ataque”. En los nueve días posteriores, Bush y su equipo de gobierno consiguieron delinear las estrategias principales de la llamada “guerra contra el terrorismo”, una cruzada que tendría a Al Qaeda y Osama Bin Laden como blancos iniciales, pero que definiría desde el propio 2001 alcances y propósitos mucho más ambiciosos. “¿Por qué no vamos por Irak y no solo por Al Qaeda”– preguntaría en la noche de los atentados el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld? “Empecemos con Al Qaeda –concluyó Bush– y, si tenemos éxito, habremos dado un duro golpe que nos permitirá ir más lejos”.2 Aunque la “lejanía” invocada entonces por el Jefe de la Casa Blanca no fue enmarcada en límites precisos, lo cierto es que, diez años después, el proyecto político de los neoconservadores ha encontrado, de modo inmejorable, vía libre para realizarse. Primero Afganistán, luego Irak, más recientemente Libia, y con toda probabilidad Siria e Irán, constituyen objetivos largamente apetecidos por los Estados Unidos, en función de consolidar su control sobre las grandes reservas petrolíferas de la zona. Hacia enero de 2003, un informe del Departamento de Energía norteamericano aseguraba que el 70% de la demanda doméstica de
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combustible en ese país dependería de las importaciones. Michael Renner, analista del Worldwatch Institute, reveló la necesidad del petróleo proveniente del Golfo Pérsico en términos más claros: “Los depósitos norteamericanos se agotan crecientemente y muchos otros campos no adscritos a la OPEP también se secan. El grueso del abastecimiento futuro tendrá que venir desde la región del Golfo”.3 Pero, presumiblemente, las conclusiones anteriores eran harto conocidas por las élites políticas de los Estados Unidos. Según el General Wesley Clark, quien fuera Comandante en Jefe de la OTAN en la fecha del 11 de septiembre, una semana después de los atentados terroristas le fue mostrado un documento donde se citaban las futuras acciones militares de su país. “En el lapso de cinco años, la intención era tomar a siete países, comenzando con Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y, rematando, Irán”.4 Que la guerra contra el terrorismo se propusiera desde sus inicios ir mucho más allá de los escondites de Al Qaeda presuponía diseñar, en paralelo, una consistente campaña de propaganda, y conquistar a favor de los invasores el ánimo de la opinión pública mundial. Según Bob Woodward, la modelación de etiquetas como “eje del mal” o “enemigo sin rostro” formó parte rápidamente de ese objetivo, y de la preocupación por generar una respuesta no solo a través de las armas, sino también en el terreno simbólico. “Tenemos que preparar al público –diría Bush frente a su gabinete-–. Esto no es un hecho aislado. Esto es la guerra. El público puede perder el foco. Dentro de un mes los norteamericanos estarán viendo el fútbol y las series mundiales, pero nuestro gobierno podría estar involucrado en la guerra indefinidamente”.5 Y lo estaría. De ahí que la Casa Blanca habilitara con rapidez las instancias comunicativas necesarias para intentar legitimar su política exterior. A raíz de los sucesos del 11 de septiembre nació la Oficina de Información Estratégica –desactivada en 2002 ante las críticas a las mentiras o medias verdades difundidas en favor de los intereses norteamericanos–, se incrementaron los fondos para trasmitir material audiovisual hacia el Medio Oriente, se pactó con Al Jazeera para subordinar sus contenidos a los intereses occidentales, vio la luz la Oficina Global de Comunicaciones –adscrita a la Secretaría de Estado con el propósito expreso de amplificar sus mensajes al mundo–, y se potenció la “diplomacia pública” como instrumento al servicio de las nuevas metas expansionistas.6
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Consciente del rechazo internacional generado por el espíritu bélico de su antecesor, Barack Obama procuró posicionarse en la Casa Blanca, a principios de 2008, con un discurso diametralmente opuesto al de Bush. Con desmedido triunfalismo, medios de prensa de todo el mundo exaltaron el supuesto rechazo del nuevo Presidente a la guerra contra el terrorismo, su compromiso con un “liderazgo responsable” y su presunta voluntad de reorientar la política exterior norteamericana hacia el multilateralismo como principio básico de las relaciones internacionales. Ciertamente, el enunciado de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional parecía apuntar en la dirección descrita: revitalización de Naciones Unidas, rearticulación de antiguas alianzas para emprender acciones diplomáticas conjuntas, reconocimiento de la importancia de potencias emergentes como China, India y Brasil… todos parámetros aparentemente confirmadores de la alegada reputación de Obama como político progresista. Pero las ilusiones duraron poco. Símbolos de la era Bush como la prisión de Guantánamo, la detención por tiempo indefinido de sospechosos de terrorismo sin presentar cargos, o el encarcelamiento de ciudadanos estadounidenses sin someterlos al debido proceso, no solo sobrevivieron, sino que pronto se erigieron como prácticas naturales de la era Obama. En cuatro años, el Premio Nobel de la Paz no dudó en disparar los presupuestos dedicados por su país a la Defensa, enviar miles de nuevos soldados a Afganistán, dar luz verde a una “operación quirúrgica” contra Osama Bin Laden, prorrogar por cuatro años la polémica Ley Patriota y, más recientemente, celebrar el asesinato de Muammar El Gaddafi, tras la intervención en Libia de varias potencias occidentales. Precisamente a propósito del “cambio de régimen” en el país norafricano, un periodista del New York Times definió lo que parece ser un rasgo distintivo de la actual Administración. Para Roger Cohen,7 la concertación, junto a Gran Bretaña y Francia fundamentalmente, de la invasión a Libia, la recurrencia a Naciones Unidas como vía de asegurarle legitimidad a las acciones diplomáticas y la reivindicación de la OTAN como instrumento militar al servicio de la guerra, forman parte de una suerte de “liderazgo desde atrás”, que situaría a los Estados Unidos en mejores condiciones para hacer avanzar sus planes expansionistas.
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Desde esta perspectiva, Obama, lejos de renunciar a la llamada guerra contra el terrorismo, estaría dispuesto a concretarla hasta sus últimas consecuencias. La retórica belicista de Bush sería sustituida ahora por los “encantos” del smart power, pero se mantendría invariable la voluntad de materializar, en plazos relativamente razonables, el proyecto político de los neocon. Esto, acompañado de una agresiva propaganda de guerra que tendría en la prensa, y específicamente en el New York Times, uno de sus principales aliados.
Los aparatos ideológicos del Estado (norteamericano) y del mercado (global) En su sugerente texto “La era de la información”, Manuel Castells asegura que el poder radica hoy, como nunca antes, en las redes de intercambio de información y manipulación de símbolos que relacionan a los actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales. Los medios de comunicación, como protagonistas en la socialización de símbolos funcionales a la reproducción ideológica, ocuparían entonces un lugar privilegiado en las batallas por el poder. Desde los inicios del siglo XX, los políticos norteamericanos parecen haber comprendido de manera aventajada esa realidad. Fue el llamado “decano de los periodistas estadounidenses”, Walter Lippman, quien inauguró la frase “manufactura del consenso” para referirse a las potencialidades de la propaganda en el propósito de unificar la opinión pública. Su experiencia como miembro de la Comisión Creel8 le convirtió en uno de los expertos consultados frecuentemente por el gobierno de su país, cada vez que fue preciso controlar al “rebaño desconcertado”.9 Apenas unos años después, el profesor de Ciencias Políticas Harold Lasswell dejaría plasmadas en sus “Técnicas de propaganda de guerra” algunas de las principales enseñanzas vinculadas al papel de los medios de comunicación en la Primera Guerra Mundial. Movilizar el odio contra el enemigo, desmoralizarlo, así como preservar la amistad de los aliados y la cooperación de las naciones neutrales, formarían parte de los procedimientos esbozados por Lasswell en su obsesión por desentrañar el componente psicológico de una contienda bélica. “Ningún gobierno pudiera esperar ganar sin el respaldo de una nación unida, y ningún gobierno pudiera tener una nación unida a menos que controlara las mentes de su pueblo”.10
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Estados Unidos dedica anualmente, a través de los conceptos de “Diplomacia Pública” y “Comunicación Estratégica” miles de millones de dólares no solo a intentar “controlar las mentes de su pueblo”, sino también a expandir a escala global propaganda favorable a sus estilos de vida. La noción de “norteamericanización de la Comunicación y la Política”, esbozada por estudiosos como Daniel Hallin y Paolo Mancini,11 subraya precisamente un proceso que venía gestándose en el período de entreguerras, y que encontró metas definitivas después de la Segunda Guerra Mundial. Para entonces, era evidente que el poderío económico y militar norteamericano se dejaba acompañar también por una ofensiva en el plano ideológico, cuyas prioridades se concentraban en contener las ideas provenientes del mundo soviético e implantar democracias “a la americana” en los países víctimas del Holocausto. El protagonismo de la prensa estadounidense para llevar adelante esa ofensiva ha sido documentado, entre otros autores, por Edward Herman y Noam Chomsky.12 Para ambos, los medios norteamericanos funcionan bajo la lógica de un “modelo propaganda”, que no escatima esfuerzos en reproducir a nivel simbólico las lógicas del poder. Las fusiones corporativas y la influencia de la publicidad, por un lado, junto a la demonización de los enemigos políticos y la subordinación respecto a las fuentes oficiales, por otro, direccionan –implícita o explícitamente– los contenidos de los periódicos hacia los intereses del gobierno y de los grandes capitales. David Edwards13 cita experiencias ilustrativas del grado de incidencia alcanzado por la publicidad sobre los contenidos de los medios. En un estudio de 1992 entre 150 redactores de noticias norteamericanos, el 90% de ellos aseguró que los anunciantes interferían los enfoques editoriales de sus trabajos, mientras que para un 70% esa injerencia podía llegar al punto de imponer la eliminación de noticias completas. En el Reino Unido, según Edwards, se gastan 3 200 millones de libras anuales en anuncios de periódicos y otros 2 600 en spots para la radio y la televisión, siendo el propio gobierno británico uno de los principales anunciantes. Entre 1987 y 1988, bajo el mandato de Margaret Thatcher, la Oficina Central de Información de Gran Bretaña llegó a pagar más de 30 mil anuncios de televisión, 9 000 anuncios de periódicos y cien campañas publicitarias. Al mismo tiempo produjo 1 800 publicaciones y más de 140 filmes y videos con publicidad gubernamental. En el bienio siguiente el gobierno llegó a
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convertirse en el anunciante más importante dentro de los medios de comunicación de ese país.14 El mito de que las élites políticas suelen ser atacadas por una prensa que se desempeña como “perro guardián” ha tendido a desmoronarse en la misma medida que han salido a flote estos mecanismos de sometimiento de los periodistas a esas élites, incluso en casos considerados paradigmáticos dentro del comportamiento de los medios como supuesto Cuarto Poder. Watergate, por ejemplo, ha dejado de ser para los investigadores un escándalo provocado por reporteros intrépidos en su obstinada búsqueda de la verdad, para convertirse en un hecho desatado “desde arriba”, a partir de contradicciones y suciedades políticas filtradas a la prensa por representantes de las élites.15 La guerra de Vietnam, cuya cobertura en los periódicos suele ilustrar el debate teórico sobre las potencialidades del periodismo como contrapoder, encontró una prensa crítica al gobierno de los Estados Unidos sólo cuando los cuestionamientos provinieron de fracturas políticas ocurridas dentro del propio gobierno.16 Un examen realizado por la Universidad de Northwestern de seis historias de periodismo investigativo publicadas entre 1981 y 1988 en los medios norteamericanos, evidenció su dependencia de personas o instituciones bien situadas en el poder. En la mayoría de los casos, las informaciones de los medios formaban parte de una estrategia consciente de las “élites políticas” para generar temas que preparaban el terreno para un cambio de política o que buscaban realzar su reputación personal.17 Daniel Hallin18 y Lance Bennett,19 entre otros, figuran entre los investigadores que, en los últimos años, han descrito de forma modélica las alianzas prevalecientes, como regla, entre la prensa y los grandes intereses políticos. El primero propuso en su libro The uncensored war tres esferas características de la actuación de los medios, en correspondencia con el comportamiento predominante dentro de los grupos de poder. Dichas esferas comprenden el consenso, el debate legitimado y el disenso. Hallin asocia cada una de las áreas anteriores al grado de acuerdo o de contradicciones existente al interior de las élites, sugiriendo que, sobre todo en tiempos de guerra, suele prevalecer un consenso que se traduce, dentro de la prensa, en posiciones de respaldo bastante predecibles hacia los actores políticos.
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En un sentido similar, Lance Bennett elaboró hacia 1990 su “indexing hypothesis”, según la cual los periodistas tienden a hacer corresponder el rango de las voces y de los puntos de vista publicados en los medios, con el rango de las opiniones expresadas dentro de los debates del mainstream. Tras estudiar detenidamente las coberturas periodísticas del New York Times a la guerra entre sandinistas y contras en la Nicaragua de los años 80, Bennett documentó un gran nivel de subordinación de los reporteros a las élites, en torno al cual se encuadraron los límites para asimilar dentro de la prensa opiniones disidentes. León Sigal, por su parte, publicó en 1978 Reporteros y funcionarios. La organización y las normas de la elaboración de noticias, un estudio clave sobre las relaciones entre los periodistas del New York Times y el Washington Post, y las fuentes oficiales provenientes de las tres ramas del gobierno de los Estados Unidos. Los datos recogidos por Sigal fueron definitivos: más de la mitad de las noticias aparecidas en la primera plana de los dos periódicos nacieron de fuentes gubernamentales norteamericanas. En las historias dependientes de una sola fuente, el 56,3% obtuvo la información en bruto de funcionarios oficiales, mientras que ese mismo origen tuvo el 53,8% del total de reportes analizados.20 Si algo demuestran los acercamientos teóricos y empíricos mencionados es el reconocimiento, dentro de los propios contextos generadores del periodismo liberal, de las limitaciones impuestas a su autonomía: de un lado, las presiones económicas, derivadas de las dinámicas de liberalización y privatización de las telecomunicaciones, y de otro, las políticas, asociadas a la obsesión del Poder –asimilada con disciplina dentro de los mass media– por administrar y socializar las formas simbólicas de modo funcional a sus propósitos de dominación.
Irak y Libia bajo las otras bombas. La invasión silenciosa del New York Times A sus 160 años, el New York Times sigue clasificando como uno de los periódicos más influyentes a escala global. Con 27 oficinas dentro de los Estados Unidos y otras 26 en el exterior, sus artículos son reproducidos por otras muchas publicaciones y, al mismo tiempo,
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constituyen referente indispensable para líderes de opinión de todo el mundo. Reconociendo en el Times un actor privilegiado para develar las conexiones entre Poder Político y Poder Simbólico, este ensayo compara las coberturas de ese periódico de las guerras contra Irak (2003) y Libia (2011),21 identificando al menos cinco estrategias discursivas que se repiten como patrón, y que parecen distintivas de la propaganda de guerra norteamericana. Las “bondades” del “Imperialismo humanitario” A las alturas de marzo de 2003, cuando los Estados Unidos comenzaran a lanzar sus ataques contra Irak, las evidencias de que ese país no poseía Armas de Destrucción Masiva (ADM) resultaban suficientemente razonables. Para el jefe del equipo de inspección en Irak de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Jacques Baute, ya en 1998 “era completamente claro que habíamos neutralizado su programa nuclear. Existía unanimidad sobre eso”.22 El 14 de febrero de 2003, su homólogo en la Comisión de las Naciones Unidas de Vigilancia, Verificación e Inspección (UNMOVIC), Hans Blix, alertaba también sobre la inexistencia de armas de destrucción masiva, tras inspeccionar sin restricciones no solo Bagdad, sino también otras muchas zonas del territorio irakí.23 Más que eso: de acuerdo con el periodista australiano John Pilger, tanto Collin Powell como Condoleeza Rice habían declarado a principios de 2001 su confianza en el desarme de Irak. “Él (Saddam Hussein) no ha desarrollado ninguna capacidad significativa respecto a las ADM”, dijo entonces el Secretario de Estado norteamericano. “Sus fuerzas militares no se han reconstruido”, aseguró su futura asesora en el cargo.24 Pero esos indicios, y otros emergidos después sobre las llevadas y traídas armas, fueron desconocidos por la gran prensa norteamericana y, dentro de ella, su periódico decano: el New York Times. Para el Times, los Estados Unidos fueron a la guerra debido al “daño que Sadam significa por su campaña implacable para adquirir armas de un poder horrible”, sus violaciones del derecho internacional humanitario como “régimen bestial, crónicamente brutal y episódicamente genocida” y sus nefastas influencias sobre una región “que ha sido una incubadora de pestilencia antinorteamericana”.25
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La desmedida ingenuidad con la que el New York Times descartó analizar el petróleo irakí como parte de los intereses geopolíticos estadounidenses, hace sospechar, sin grandes esfuerzos, una intención deliberada. Para el año 2003, Irak constituía la segunda reserva petrolera más importante del mundo, estimada en 112 mil millones de barriles diarios. Los Estados Unidos, que entonces ya producían casi 6 millones de barriles al día, necesitaban alrededor de tres veces esa cifra para hacer funcionar su economía. “¿Esta es una guerra por petróleo?” –se preguntaba el diario neoyorkino un mes antes de comenzar los bombardeos–. No esta vez26 –concluía, martillando una y otra vez sobre las mentes de sus lectores la misma tesis: Nuestro foco primario es la amenaza que él (Saddam) representa, no el petróleo que posee / No hay nada ilegítimo e inmoral respecto a la preocupación de los Estados Unidos sobre el hecho de que un malvado y megalomaníaco dictador pueda adquirir excesiva influencia sobre el recurso natural que impulsa la base de la industria mundial.27
Como si fuera posible engañar a la opinión pública norteamericana y mundial indefinidamente, el New York Times echó mano de nuevo al marco interpretativo de una “guerra humanitaria” cuando, 8 años después del derrocamiento de Hussein, los Estados Unidos intervinieron en Libia. Que la nación árabe fuera el primer productor de petróleo de África (1 800 mil barriles diarios), que poseyera abundantes depósitos de gas natural, que representara una de las mayores reservas acuíferas del mundo, nunca llamó la atención de los reporteros implicados en la cobertura de los hechos. Tampoco que una figura como Wesley Clark asegurara que el destino de Gaddafi estaba escrito desde el año 2001, como parte de la guerra contra el terrorismo diseñada por los Estados Unidos a raíz de los sucesos del World Trade Center. Antes bien, los artículos del periódico se hicieron eco de las motivaciones bélicas mencionadas por Barack Obama, las que, a su vez, parecían salidas de los labios de William McKinley. En fecha tan temprana como 1898, el entonces presidente norteamericano había invocado the cause of humanity para declararle la guerra a España, como preludio de una estrategia de “Imperialismo Humanitario” que los Estados Unidos perfeccionarían a lo largo del siglo XX. A estas alturas, probablemente nadie sabrá con exactitud qué sucedió en los días de febrero de 2011 en que estalló la crisis de Libia.
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Es obvio que se produjeron enfrentamientos entre opositores y fuerzas leales a la llamada Revolución Verde, pero la magnitud de tales episodios no solo fue sobredimensionada por la prensa occidental, sino que pareció servir como pretexto para implementar un plan cuidadosamente orquestado desde antes. No pocas evidencias contradijeron el coro periodístico reproducido en Estados Unidos y Europa, en torno a las presuntas masacres de la aviación de Gaddafi contra civiles indefensos. Hacia el 2 de marzo, un informe del Ejército ruso presentaba imágenes satélites que desmentían dicha versión. La corresponsal de Russia Today, Irina Galushko, aseguraba: aunque no cabe duda de que el régimen de Gaddafi actualmente está aplicando medidas para contrarrestar las acciones de los rebeldes, quienes han tomado la zona oriental del país, la afirmación inicial de que ataques aéreos eran realizados en contra de los manifestantes fue incondicionalmente repetida por los medios de comunicación la semana pasada, pese a que existe poca evidencia de los mismos”.28
A una conclusión similar arribó, también en el mes de marzo, la Misión Europea enviada a Trípoli por Catherine Ashton, jefa de la diplomacia del viejo continente. Funcionarios de la comitiva dieron cuenta, a su regreso a Bruselas, de un “ambiente tranquilo”, “sin ninguna amenaza”, con “tráfico y niños jugando en las calles”.29 Incluso si se revisa la cobertura del New York Times en torno a la situación de Trípoli y Benghazi, podrá comprobarse que, usualmente, sus reportes se publicaron en nombre de “fuentes no confirmadas”. Médicos citados por Al Jazeera dijeron que docenas y probablemente cientos de personas murieron o fueron heridas en los enfrentamientos”… (pero) “el alcance de la información no pudo ser verificada.30 Hay poca información verificable sobre las protestas, que empezaron al final del martes en la ciudad de Benghazi.31 Mohamed Ali Abdallah, antiguo líder de un grupo de oposición en el exilio, el Frente Nacional para la Salvación de Libia, dijo que 30 o 40 personas heridas de disparos irrumpieron en un hospital (…) Su declaración no pudo ser inmediatamente comprobada.32
Sin embargo, ninguno de los redactores del periódico se concedieron siquiera el beneficio de la duda para justificar el inminente conflicto. Por el contrario, “las continuas agresiones a civiles en Libia”, las “caóticas escenas” de los enfrentamientos entre grupos pro y antigaddafistas, “los sangrientos y brutales ataques” consumados por
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Gaddafi, la “escalada de hostilidades hacia una guerra civil”, y, en suma, “la crisis humanitaria sufrida por decenas de miles de personas” daban razón suficiente para una intervención extranjera en el país norafricano. “Los Estados Unidos y sus aliados no deben permanecer indiferentes mientras otro Estado masacra a su pueblo” –aseguraría el Times– a principios de marzo.33 Dos días después de aprobarse la Resolución 1970 de Naciones Unidas, que condenaba el uso de la fuerza por parte de las autoridades libias contra civiles, el periódico neoyorquino fue más lejos en sus recomendaciones: El Consejo de Seguridad debe adoptar una nueva resolución que reconozca inmediatamente al naciente gobierno provisional, autorice a la OTAN a crear una zona de exclusión aérea para proteger a los civiles de los bombardeos y permita a los países miembros de Naciones Unidas proveer ayuda directa al gobierno provisional. Dicha ayuda podría incluir, por ejemplo, el despliegue de una fuerza africano-europea en el país.34
El 17 de marzo fue aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas la Resolución 1973, que autorizaba a los Estados Unidos y las potencias occidentales a “adoptar todas las medidas necesarias” contra Libia. Como en un guión muy bien montado, los primeros bombardeos de la OTAN contra Trípoli, se desencadenarían el 19 de marzo, apenas 32 días después de que estallaran los disturbios en Benghazi. En apenas un mes los Estados Unidos y Europa –antaño aliados de Gaddafi– consiguieron condenarlo, generar consenso internacional en torno a un “cambio de régimen” en Libia y legitimar con visos de legalidad la ocupación extranjera. Muchos propósitos juntos –y obtenidos demasiado rápido– como para ceder a la hipótesis de que los acontecimientos ocurrieran de modo espontáneo. La orientación editorial hacia las fuentes oficiales: “yo digo lo que me dicen” Cuando, meses después del derrocamiento de Saddam Hussein, la periodista del New York Times Judith Miller fue cuestionada por reproducir acríticamente la mentira de las Armas de Destrucción Masiva, probablemente no sabía que su desempeño era consecuente con una larga tradición dentro del periodismo norteamericano. “Mi
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trabajo no fue evaluar la información del gobierno y ser una analista independiente. Mi trabajo fue decirle a los lectores del Times lo que el gobierno pensaba sobre el arsenal de Irak”.35 Como cabía esperar, sus declaraciones, lejos de tranquilizar a alguien, arreciaron la polémica sobre la evidente complacencia de ella y sus colegas con las falsedades en torno al tema irakí, emanadas desde los altos círculos políticos de Washington, un conformismo del que, ocho años después, volvería a hacerse cómplice el periódico neoyorkino para tratar los acontecimientos de Libia. En los días previos al estallido de la invasión, las fuerzas antiGaddafi encontraron en el Times un vocero privilegiado de sus intereses. “Opositores exiliados dicen que los disturbios se han extendido por varias partes del país”,36 “varios sitios web de oposición y líderes exiliados dijeron que las autoridades habían desplegado francotiradores y comandos para suprimir las protestas”,37 “doctores citados por Al Jazzera dijeron que hubo docenas o tal vez cientos de muertos y heridos en los combates”.38 Lo anterior contrasta con la permanente descalificación de las informaciones oficiales provenientes de Trípoli. “La exactitud y la lógica nunca han sido los principios de la filosofía de gobierno del Coronel Gaddafi”,39 “no pasa un día sin que haya declaraciones improbables por parte de Gaddafi y los oficiales de alto rango que le rodean”,40 “él calcula los muertos de ambos lados en algunos cientos, disputando los estimados que hablan de miles”.41 Un artículo publicado por el Times, el 6 de marzo, materializaba con particular elocuencia la estrategia de ponderar las vocerías de los grupos rebeldes, en detrimento de los reportes de los medios oficiales libios. Mientras las primeras eran evidentemente reproducidas por el periódico como fuentes confiables, los segundos representaban más bien componentes de un “sofisticado aparato de propaganda”. En un hotel donde se hospedaban periodistas extranjeros, empleados del gobierno podían verse abrazándose e incluso llorando con las noticias de las victorias gubernamentales, trasmitidas por los medios del Estado –decía el Times–, al tiempo que ponía en duda la veracidad de tales triunfos y la convicción política de sus protagonistas. Es difícil saber qué combinación de miedo, oportunismo y adoración sincera lleva a los partidarios de Gaddafi a asistir a las manifestaciones (…) Discernir amigos de enemigos puede ser difícil en un Estado policial. Un participante jo-
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ven en una manifestación pro-Gaddafi había sido visto en una protesta anti-gobierno el día antes.42
Pero no había terminado el año 2011 cuando ya se ponía en evidencia la utilidad de los servicios prestados por el periódico neoyorkino –y el resto de las trasnacionales mediáticas occidentales– al Consejo Nacional de Transición y demás fuerzas opositoras libias. Ni el más rebuscado ardid propagandístico del gobierno de Trípoli habría podido competir con la cadena de mentiras, manipulaciones y rumores echados a correr por sus enemigos. A fines de octubre, el Jefe del Estado Mayor de Qatar, Hamad Ben Ali Al Attiya, admitió que cientos de soldados qataríes se habían mezclado con los rebeldes libios para asesorarles y servirles como enlace con la OTAN. “Estuvieron presentes en todas las regiones, aseguraron operaciones de entrenamiento y las transmisiones” –sentenció el militar–, cuyos argumentos enterraron todavía más la tesis de una “rebelión espontánea”.43 También en el mes de octubre, un informe de Amnistía Internacional denunciaba detenciones arbitrarias, maltratos y hasta torturas practicadas a miles de detenidos, por parte de las fuerzas rebeldes.44 La organización Human Rights Watch, por su parte, denunció el hallazgo de 53 cadáveres en descomposición pertenecientes a tropas leales a Gaddafi, masacrados con absoluta impunidad por sus contendientes.45 Hasta esa fecha, sin embargo, el llamado Consejo Nacional de Transición no había conseguido documentar con evidencias creíbles el “genocidio” atribuido al gobierno libio en los días de febrero. En septiembre, Wadah Khanfar renunció a su cargo como director general de la cadena árabe Al Jazeera, luego de que un cable de Wikileaks lo vinculara escandalosamente con funcionarios de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano,46 a quienes habría prometido la subordinación editorial de su canal. No es fortuito que de Al Jazeera salieran, reproducidos acríticamente una y otra vez por el New York Times, reportes de las supuestas “atrocidades” de Gaddafi contra los manifestantes opuestos a su gobierno. Una de las mentiras más célebres amplificadas por Al Jazeera y el eco periodístico de la prensa occidental se regó como pólvora a fines de abril y sobrevivió en los meses siguientes: según sus propagadores, el gobierno libio había repartido cápsulas de Viagra entre sus combatientes, a fin de estimular la violación masiva de mujeres durante los
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enfrentamientos. Oficiales de inteligencia norteamericanos desestimaron dichas acusaciones,47 pero su opinión importó poco, a juzgar por el éxito de la campaña. Las violaciones masivas de mujeres fueron citadas por la embajadora de Estados Unidos en la ONU Susan Rice y repetidas con sospechosa disciplina por el Director de la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo: “Estamos recopilando información importante –aseguró Ocampo–. En algunas áreas tenemos cientos de personas violadas”.48 Sin embargo, investigaciones independientes llevadas a cabo por expertos en crímenes de guerra de la ONU, y por Amnistía Internacional, negaron haber encontrado pruebas para documentar las alegadas violaciones.49 Tan lejos llegó la reputación como farsante del Consejo Nacional de Transición y sus propagandistas, que el New York Times no tuvo más remedio que reconocerla: una y otra vez las fuerzas anti-Gaddafi hicieron aseveraciones que luego resultaron no solo equivocadas, sino también absolutamente falsas. Piensen cuántas veces los opositores en Benghazi dijeron que la ciudad de Brega había caído, o que los rebeldes la tenían bajo su control, cuando en realidad los soldados de Gaddafi permanecían allí atrincherados.50
Pero, tal como había ocurrido con Irak y la mentira de las Armas de Destrucción Masiva, las “rectificaciones” del periódico ocurrían cuando ya se habían consumado los bombardeos aéreos de la OTAN, la muerte de decenas de miles de civiles y el publicitado asesinato de Muammar El Gaddafi. Si en Irak, de 162 reportes de prensa muestreados para este estudio, el 88,4% correspondía a fuentes oficiales del gobierno norteamericano, en Libia 76% de 84 informaciones daba voz a los rebeldes y sus aliados invasores. Una vez más, en una guerra, la verdad clasificaba como la primera víctima. La descontextualización deliberada de las noticias El 18 de febrero de 2003, el New York Times anunciaba que por lo menos 500 periodistas serían asignados a unidades de combate para cubrir en directo los ataques contra Irak, en un hecho no sucedido desde la Segunda Guerra Mundial y “en una escala nunca antes vista dentro del Ejército norteamericano”.51 Era el nacimiento de los embedded journalists o periodistas incrustados, tal vez el ejemplo cimero de “la cultura promocional” desarrollada por los reporteros en sus coberturas de acontecimientos estrechamente vinculados al poder.
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Como recuerda Jack Bratich, el término embedded se utiliza en las especialidades de Ingeniería Eléctrica y Computación para referirse a microprocesadores insertos dentro de equipos como hornos de microonda o teléfonos celulares.52 De forma análoga, los embedded journalists fueron concebidos y entrenados por el Pentágono durante las semanas previas a la guerra de Irak para funcionar como “circuitos integrados” a los mandos militares. Una investigación sobre su desempeño durante los tres días siguientes al estallido del conflicto demostró su utilidad instrumental al servicio del poder. Al analizar el contenido de 108 reportes trasmitidos por los periodistas incrustados en cinco televisoras norteamericanas (CBS, NBC, CNN, ABC y Fox News), la organización Project for Excellence in Journalism descubrió que el 94% de ellos eran factuales (solo referidos a hechos), apenas el 3,7% contenían comentarios y el 1,9% exhibía algún tipo de análisis. El estudio demostró además que las cadenas reportaron en sus historias las operaciones militares más importantes, antecedentes y repercusiones de los combates e informaciones sobre el equipamiento militar norteamericano, pero nunca mostraron el drama de la guerra a través de sus heridos o muertos, ni examinaron seriamente sus causas o posibles consecuencias, ni realizaron el más mínimo cuestionamiento a las acciones emprendidas por los Estados Unidos.53 La práctica de despojar las noticias de sus contextos interpretativos –relacionada muchas veces con intenciones editoriales deliberadas– implica para el poder notables beneficios. Shanto Iyengar, en su clásico estudio Is anyone responsible?54 documentó la relación existente entre la manera en que los medios representan los problemas sociales y el análisis sobre las causas de esos problemas compartido por el público. Analizando la cobertura de los medios de varios países –particularmente de la televisión– de temas como el terrorismo, el autor halló que las noticias vinculadas a este fenómeno eran representadas generalmente como resultado de las acciones de personas o grupos, pero se eludía una discusión más profunda en torno a sus causas y probables repercusiones. Peor aún: entre una muestra de entrevistados, aquellos que reducían las causas del terrorismo a las acciones de individuos o grupos propendían más a favorecer una reacción militar de los Estados Unidos, que quienes comprendían determinadas causas societales (el apoyo norteamericano a países practicantes del terrorismo de Estado, por ejemplo).55
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El comportamiento anterior no es privativo de la televisión, ni de ningún medio específico, sino que parece propio de un marco estructural de actuación de la gran prensa estadounidense. Entre el 2 de agosto y el 8 de noviembre de 1990, por ejemplo, mientras los Estados Unidos se preparaban para la Guerra del Golfo, el New York Times y el Washington Post publicaron 2 472 y 1 742 reportes sobre Irak respectivamente, pero pocas historias dedicaron algún párrafo a referir, como parte de los antecedentes del conflicto, las relaciones armoniosas sostenidas por el gobierno norteamericano con Saddam Hussein durante muchos años. Por el contrario, el contexto histórico propuesto en las noticias aludió generalmente al fascismo y a Hitler, como molde interpretativo de referencia donde se insertó la figura del presidente irakí.56 La actuación del Times en los meses previos a la guerra de 2003, con respecto a 1990, evidenció nuevamente varias analogías. Cuando las informaciones incluyeron antecedentes, estos se encaminaron a reforzar la imagen negativa del líder irakí, cultivada sistemáticamente por el periódico: El ataque químico de Halabja, uno entre 40 efectuados contra los propios irakíes, provee un vistazo de los crímenes que Saddam Hussein está dispuesto a cometer y el tipo de amenaza que él representa ahora para todo el mundo (...)57
Saddam Hussein hizo un uso extensivo de armas químicas durante la guerra Irán-Irak, causando un estimado de 100 mil bajas entre las tropas iraníes;58 Saddam Hussein es una agresor que ha atacado cuatro países, utilizado armas químicas contra su propio pueblo.59 Pero en todo momento se abstuvieron de recordar el respaldo y financiamiento otorgado por los Estados Unidos a Hussein, durante la época en que protagonizaba las acciones descritas por el Times. Un ejercicio de recuento histórico de la luna de miel vivida por los Estados Unidos y Gran Bretaña con Irak, sin embargo, alumbraría hechos como los siguientes, condenados a la oscuridad por la prensa occidental: • Mediados de los ochenta: tanto la prensa británica como norteamericana elogian las políticas privatizadoras de la economía irakí implementadas por Saddam Hussein. • Década de 1980: bajo el gobierno de Margaret Thatcher, el gobierno británico vende armas a Saddam Hussein, como parte
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de un salto en las exportaciones de armamentos vinculado al desarrollo de la industria militar inglesa.60 • Primavera de 1982: La Administración del Presidente Reagan borró a Irak de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo, a fin de facilitar su venta de armas y material militar al régimen de Saddam Hussein.61 • Noviembre de 1984: Estados Unidos reanuda relaciones diplomáticas completas con Irak, a pesar de que meses antes había bloqueado la exportación a ese país de compuestos para fabricar armas químicas, ante las acusaciones de Irán de que dichas armas estaban siendo utilizadas contra su territorio, durante la guerra que involucró a ambas naciones.62 • En 1988: El Departamento de Estado norteamericano se opuso a las sanciones propuestas contra Irak por el Congreso norteamericano, ante las denuncias de que el gobierno de Hussein había utilizado armas químicas contra los kurdos en su país.63 Desde 2004 hasta la fecha de los bombardeos aéreos de la OTAN contra Trípoli, un inventario similar de acontecimientos, concretados en el lapso de apenas siete años, arrojaron igualmente luz sobre las sólidas relaciones de Libia con los Estados Unidos y las principales potencias de Europa. El “Acuerdo del Desierto”, firmado entre Gran Bretaña y el gobierno de Gaddafi, preveía miles de millones de dólares en contratos de explotación de petróleo en el país norafricano, y preludiaba otras inversiones millonarias por parte de empresas norteamericanas, canadienses, alemanas, italianas, españolas y de otros muchos países. Hacia el bienio 2007-2008, Repsol YPF se había convertido en una de las mayores petroleras privadas de Libia, con una producción aproximada de 250 000 barriles al día y unas reservas superiores a los 70 millones de barriles. Un año después, Italia se convertía en su principal socio comercial, con por lo menos 180 empresas activas.64 El alcance de esos intercambios dejó su impronta igualmente en el orden político. A las alturas de 2006, los Estados Unidos habían retirado a Libia de su lista tradicional de naciones terroristas. Para entonces, varios líderes de Occidente habían desfilado uno tras otro por Trípoli, o recibido en sus oficinas, con inusitado bombo y platillo, a Muammar El Gaddafi. Nombres como Tony Blair y José María Aznar aplaudían al líder de la Revolución Verde, mientras enfilaban sus cañones contra la “condición dictatorial” del régimen de Hus-
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sein. “Blair tiene una excelente relación con mi padre” –declararía el hijo de Gaddafi–, Saif Al Islam, al periódico inglés Daily Mirror.65 Los contratos en el ámbito militar alimentaron todavía más el idilio. Ciento doce millones de euros en armamento ofrecería Italia a Libia, 80 millones entregaría Malta y 53 millones Alemania. Pero ninguno de ellos sería tan espléndido como Francia, cuyo Primer Ministro, según trascendió entre bambalinas,66 debía demasiados favores a Gaddafi. Tal vez por eso Nicolás Sarkozy firmó, en 2007, contratos por 10 mil millones de euros con Libia, en materias de transporte, energía y, sobre todo, armamentos. La pregunta obvia para cualquier analista habría sido por qué, de la noche a la mañana, Gaddafi había dejado de ser un “aliado estratégico” de Occidente para convertirse en un “tirano”. Los intereses en el zarpazo final de los recursos naturales libios –por solo citar un argumento evidente– saltaban a la vista de cualquiera. De cualquiera, menos de los propagandistas de las trasnacionales mediáticas. Como en el caso de Irak, el New York Times derrochó adjetivos contra el “desacreditado dictador”,67 el “brutal represor”,68 “apoyado solo por aliados intransigentes y mercenarios extranjeros”,69 “al frente de un gobierno ilegítimo”,70 pero evitó cuestionarse el apadrinamiento de su propio país –y el de las potencias europeas– al demonizado líder. Oportunidades para hacerlo le sobraron. Probablemente uno de los escándalos más célebres estalló a principios de marzo, tras la renuncia de Howard Davies, Decano de la London School of Economics (LSE), una prestigiosa universidad británica acusada de aceptar donaciones por casi 500 mil dólares del hijo de Gaddafi, Saif Al Islam. Islam, quien había terminado su doctorado en la LSE, fue simultáneamente acusado de plagio por un comité estudiantil de ese centro de estudios. La noticia, divulgada en al menos dos reportes del Times,71 subrayaba lo “embarazoso”, “trágico” e “incorrecto”72 de admitir las donaciones, pero de nuevo eludía la posibilidad de situar los hechos en contexto. En rigor –y más allá de lo dicho por los periódicos– Howard Davies pareció trascender como uno de los chivos expiatorios de un andamiaje de negocios mucho más grande, alentado por el entonces Primer Ministro británico Tony Blair. Cerca de 150 empresas británicas se establecieron en Libia desde que Europa suspendió las sanciones económicas, con beneficios calculados en 310 mil millones de libras esterlinas.
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En junio de 2008 y abril de 2009, habiendo abandonado ya su cargo como Primer Ministro, Blair realizó, a bordo de un jet facilitado por el gobierno libio, dos viajes privados al país norafricano para abordar presumiblemente, en conversaciones con Muamar El Gaddafi, temas políticos y económicos. Según AFP, la revelación “ha aumentado las presiones sobre Blair para que aclare en público el contenido de sus conversaciones después de haber salido de Downing Street”.73 Pero, al parecer, ni las élites políticas británicas ni sus propagandistas están interesados en la publicidad demandada por la agencia de prensa. A diferencia de lo ocurrido con Howard Davies y el dinero recibido por la LSE, puede que los “beneficios” obtenidos por Blair permanezcan como un secreto muy bien guardado. La espectacularización de la política El primero de mayo de 2003, George W. Bush aterrizó de forma espectacular en el portaaviones Abraham Lincoln para anunciar la victoria de los Estados Unidos sobre Irak, en un hecho que venía siendo anticipado repetidamente por las más importantes cadenas de televisión norteamericanas. Custodiado por un gran cartel con la frase “Misión cumplida” y rodeado de soldados dispuestos a vitorearlo, el Jefe de la Casa Blanca dejó escuchar su sentencia: “Las principales operaciones de combate han terminado. En la batalla de Irak, los Estados Unidos y nuestros aliados han prevalecido”.74 Otra errática señal de euforia fue lanzada por la parte norteamericana en abril de 2003. Las imágenes de una estatua de Hussein cayendo al suelo en una céntrica plaza de Bagdad trascendieron velozmente como ícono del supuesto triunfo estadounidense. Aunque la escena mostraba a una multitud de iraquíes celebrando el acontecimiento en el lugar, análisis posteriores de las tomas de televisión demostraron que no eran tan numerosas las personas congregadas y que, dentro de ellas, figuraban incluso miembros del Congreso Nacional Irakí, organización opositora financiada por la CIA. El 20 de octubre de 2011 los medios occidentales desataron su júbilo, nuevamente, para anunciar el asesinato de Muammar El Gaddafi. Las imágenes, que semejaban la captura de una presa por parte de despiadados cazadores, recorrieron el mundo y despertaron el morbo de cientos de miles de internautas, que en pocas horas las descargaron infinitas veces de YouTube. “Los dictadores tienen la
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muerte que se merecen”75 –titulaba el Times–. “La gente rociaba los carros con agua de flor de naranja, una costumbre tradicionalmente reservada a las bodas”76 –narraba, en una crónica que repetía sin pudor las palabras “celebración”, “alegría” y “victoria”. No pasó mucho tiempo sin que las empresas de entretenimiento hicieran también lo suyo, presentando frente a los ojos de los niños una simulación del cadáver del gobernante libio. “¡¡¡Reviva la derrota final de Muammar El Gaddafi y el triunfo de los rebeldes con esta recién estrenada misión multiplayer!!! Arriba están las calles de Sirte, aviones y bombardeos ayudan a forzar a Gaddafi a escapar de la ciudad en llamas y caer en manos de los rebeldes. Cuando el humo cede, el antiguo líder aparece muerto”77 –comentaba a sus consumidores Kuma War, uno de los videojuegos más populares de la coyuntura. Una mínima búsqueda en Google desenmascaraba, a través de los titulares de periódicos, las verdaderas intenciones de la guerra contra Libia, que tanto habían ocultado los aliados occidentales. “Muerte de Gaddafi allana el camino a la inversión extranjera”, “Compañías occidentales ven perspectivas de negocios en Libia”, “Impulsarán en lo adelante producción petrolera en Libia” –decían, como saboreando un pastel económico cuya repartición comenzó demasiado pronto. Las reacciones de los políticos invasores tampoco pudieron esconder su triunfalismo. “Se abre la reconciliación para Libia en unidad y libertad” –diría Nicolás Sarkozy–. “Así pasa la gloria del mundo” –sentenciaría Silvio Berlusconi–. “Es momento de reconstrucción”78 –aseguraría el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki Moon–. Ni las extrañas circunstancias en las que se produjo el asesinato de Gaddafi –suficientes para, al menos, evaluar la posibilidad de un crimen de guerra–, ni los miles de muertos provocados por los bombardeos de la OTAN, ni el espíritu de venganza que animó las reacciones del Consejo Nacional de Transición sobre el hecho, pudieron más que el “alivio” súbitamente compartido por los más altos representantes de la comunidad internacional. “No habrá autopsia ni hoy ni otro día. Nadie abrirá el cuerpo de Gaddafi”,79 declaró a la AFP el portavoz del consejo militar de Misrata, Fathi Bachagha, cerrando con broche de oro la “actuación humanitaria” de los interventores de Libia. Sin embargo, probablemente nadie como el Premio Nobel de la Paz Barack Obama intentaría acrecentar su capital político a costa
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del linchamiento del líder de la Revolución Verde. “Esta semana hemos tenido dos poderosos recordatorios de cómo hemos renovado nuestro liderazgo mundial –confesaría orgulloso–: el regreso de nuestras tropas de Irak y la muerte del Coronel Gaddafi”.80 Curiosamente, lo mismo pensaba el New York Times dos días antes de que el Presidente norteamericano pronunciara su alocución. “Para Obama, la imagen de un Gaddafi ensangrentado ofrece vindicación de su intervención en Libia (…) Incluso quienes le han criticado por ceder el liderazgo norteamericano en un conflicto externo, admiten el éxito de su enfoque hacia la guerra”81 –sentenciaba el periódico–, como parte de un artículo que, similar a las películas de acción donde se enfrentan héroes y villanos, festejaba un supuesto happy end. Pero la trama, como se ha sugerido, había atravesado antes por largos e intensos capítulos, dedicados a vender la ocupación de Libia como una auténtica telenovela. Ocultar la muerte de civiles, desdramatizar frente a los ojos de la opinión pública los acontecimientos bélicos, explotar el carácter potencialmente lúdico y de entretenimiento de una pugna entre contrarios, parece ser cualquier cosa menos una casualidad en las estrategias actuales de cobertura periodística de las guerras. Una investigación realizada en Gran Bretaña a propósito de la Guerra del Golfo de 1991 ilustra los efectos de ese principio en la práctica. Al preguntársele a 150 niños sobre el desarrollo de las acciones militares contra Irak, la mayoría representó el conflicto en los términos de “una aventura” similar a las vistas por ellos en películas. Los cuatro primeros temas de conversación predominantes entre los entrevistados y sus amigos fueron a) las armas y el equipamiento utilizado, b) el desarrollo futuro de los acontecimientos, c) la ecología y el medio ambiente como contexto de las imágenes y d) incidentes específicos trasmitidos por la televisión. Las causas de la guerra u otros aspectos más propensos al debate cedieron su presencia ante aquellos mejor avenidos al marco interpretativo del “espíritu aventurero”.82 Si se compara el discurso del New York Times durante la guerra de Irak, con el empleado durante la intervención en Libia, podrá comprobarse cuánto la lógica de la “aventura” está presente en las narraciones. Nótese en el cuadro siguiente la similitud entre noticias de las dos épocas, destinadas a mostrar la superioridad tecnológica de las armas norteamericanas
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Cobertura de Irak
Cobertura de Libia
“Para defender sus fuerzas, los norteamericanos han desplegado los más avanzados sistemas Patriot, incluyendo el Patriot PAC-3, el más moderno sistema que solo ahora es usado”.83
“Oficiales de la OTAN dijeron que introdujeron helicópteros de ataque –los Apaches británicos y dos tipos de helicópteros franceses, el Tigre y la Gacela– como potenciales modificadores del juego dentro del conflicto…”. 84
“El paso espectacular de la invasión ha permitido a las fuerzas norteamericanas alcanzar los alrededores de Bagdad en solo 6 días (…) provocando relativamente pocas bajas”.85
“La versión británica del Apache vuela a una velocidad máxima de 160 millas por hora, comparado con los potencialmente supersónicos aviones Tornado, Typhoon y Rafale, que han conducido la mayoría de los ataques británicos y franceses en la campaña aérea”.86
Probablemente, en algo tenía razón el exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld cuando, pocos días después de desatado el conflicto de 2003, valoraba así la cobertura ofrecida por los medios de su país: “Lo que estamos viendo no es la guerra, sino apenas pedazos de ella”. Pedazos –le faltó decir a Rumsfeld– ideados y contados a imagen y semejanza de los intereses norteamericanos. El uso de eufemismos como estrategia de dominación ideológica Entre los métodos descritos por John B. Thompson en su obra Ideología y cultura moderna, dentro de un grupo de astucias lingüísticas para reproducir la ideología dominante, está la eufemización: “las acciones, instituciones o relaciones sociales se describen o redescriben en términos que generan una valoración positiva”.87 El lector habrá descubierto ya en las páginas precedentes varios eufemismos empleados por el New York Times en sus descripciones de las guerras contra Irak y Libia. La propia manera de abordar las
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causas del conflicto (presentando siempre a los Estados Unidos como salvadores) o de reportar su desenvolvimiento (eludiendo cualquier noticia desfavorable para el agresor), constituyen modos evidentemente intencionados de crear una imagen positiva sobre los hechos y sus desenlaces. Pero probablemente ninguna estrategia periodística revele tanto la intención de edulcorar la guerra, como el tratamiento de las víctimas civiles. Minimizarlas, parece corresponderse más con una característica sistémica de la propaganda norteamericana, que con un hecho aislado, a juzgar por evidencias provenientes de los conflictos de Vietnam, Panamá y el propio Irak en 1991, entre otros. Herman y Chomsky, por ejemplo, aseguran que, durante la guerra de Vietnam, las víctimas civiles fueron representadas como “la consecuencia inevitable de un trabajo que tenía que ser hecho” o como “desafortunadas pérdidas de vidas accidentales”, sin mayores cuestionamientos sobre las implicaciones morales del genocidio del pueblo vietnamita.88 Richard Keeble recuerda la frase de un periodista estadounidense acerca de que las operaciones militares en Panamá parecían “campos de batalla sin sangre”. Mientras el Pentágono estimaba las víctimas civiles de ese país en unas 200 personas, la Cruz Roja y el Consejo Nacional de Iglesias aseguró que el número de muertos había alcanzado un mínimo de 2 000.89 David Morrison, por su parte, contabilizó y clasificó reportes trasmitidos por canales británicos y norteamericanos durante los meses en que se prolongó la Guerra del Golfo, evidenciando que la mayoría de las imágenes se circunscribieron a estudios de televisión y eludieron, consecuentemente, la realidad de los muertos y heridos existentes en los escenarios de combate. Durante los años 2003 y 2011, Irak y Libia no fueron la excepción. La insistencia, por parte del New York Times, en una contienda bélica supuestamente precisa e infalible, funcionó como una invaluable contribución periodística a la legitimidad de los agresores. “Los comandantes norteamericanos están sin dudas dando pasos extraordinarios para minimizar los daños colaterales” –decía el periódico neoyorkino en medio de los bombardeos contra Bagdad–. “El patrón que los reporteros han (visto …) es de ataques que han sido imponentemente precisos, siendo los objetivos principalmente campamentos militares”90 –diría ocho años después, en medio del fuego aéreo contra Trípoli–.
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Como en una concertada acción de relaciones públicas, el Times amplificaba en ambas coyunturas, sin cuestionársela, la versión oficial de los principales actores políticos de la guerra: “sacar de los límites de los ataques algunos blancos asociados a ‘grandes daños colaterales’ no estorba la totalidad de la campaña militar” (Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, 2003); 91 “La OTAN y sus aliados pueden mirar atrás y ver un trabajo extraordinario, bien hecho (…) un uso limitado de la fuerza aplicado con precisión” (Ivo H. Daalder, representante permanente de Estados Unidos en la OTAN, 2011); “Tenemos la esperanza de reducir al mínimo los daños colaterales y las bajas civiles”92 (Mayor General Bluford C. Blount, Comandante de la Tercera división, 2003);93 “continuaremos las operaciones hasta que todos los ataques o amenazas de ataques contra los civiles hayan concluido” (Anders Fogh Ramsmussen, secretario general de la OTAN, 2011).94 Pero el sentimiento triunfalista con el que voceros occidentales celebraron, tanto en Libia como en Irak, los presuntos éxitos de los invasores, muy pronto se desvaneció frente a las evidencias: una investigación hecha pública en octubre de 2006 por la Universidad John Hopkins, de los Estados Unidos, estimaba en 650 mil los muertos en Irak, lo que representaba el 2,5% de la población irakí y un promedio de 500 víctimas diarias. Conteos más recientes aseguran que la cifra de quienes perdieron la vida sobrepasa el millón95. En el caso libio, diferentes informes han estimado en por lo menos 70 mil el número de víctimas como resultado de la ocupación extranjera. Recientemente, el propio New York Times ponía en dudas, tímidamente, las alegadas operaciones “cuidadosas”, “impecables” o “modélicas” de la OTAN, a partir de investigaciones del periódico en el terreno que confirmaban el asesinato de decenas de civiles.96 Los muertos de los bombardeos, sin embargo, parecen ahora intrascendentes a los ojos de periodistas y políticos. Los mismos que, en febrero de 2011, dispararon sus preocupaciones en torno a las presuntas masacres cometidas por Gaddafi contra su pueblo, ahora silencian un crimen que, a todas luces, podría calificarse de genocidio. Cuestionada por Rusia respecto a la renuencia de los Estados Unidos a investigar la muerte de civiles durante la ocupación de Libia, la embajadora norteamericana en la ONU, Susan Rice, daba cuenta de manera elocuente de cómo funciona la “vocación humanitaria” de las potencias ocupantes: “Creo que se trata de un truco barato
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para distraer la atención de otros asuntos y minimizar los éxitos de la OTAN y de sus aliados”.97
Un epílogo a manera de prólogo Apenas unos días después de terminada la invasión contra Libia, la maquinaria propagandística de los Estados Unidos parecía engrasarse en torno a una nueva confrontación, prevista por los neoconservadores como el destino último de la guerra infinita. Un informe de la Agencia Internacional para la Energía Atómica acusaba a Irán de contar con “recursos, instalaciones y personal calificado para producir armas de destrucción masiva”, probablemente concretadas ya en una “ojiva nuclear”. El New York Times, apenas 24 horas después de divulgado el documento, agitaba con sospechosa inmediatez el ambiente de tensiones: “El Consejo de Seguridad –particularmente Rusia y China, que han estado protegiendo a Irán– no tiene más excusas. Necesita imponer rápidamente nuevas y más duras sanciones (…)”.98 Como en ocasiones anteriores, los desmentidos sobre las presuntas pruebas de la OIEA pronto develaron manipulaciones burdas: datos supuestamente sacados de un ordenador portátil desde 2004, “informaciones secretas de las potencias occidentales” y no provenientes de los propios inspectores radicados en Irán, prometidos anexos que nunca aparecieron… Para colmo, un cable de Wikileaks revelaba una “notable congruencia de puntos de vista” entre el nuevo Director General de la OIEA, Yukiya Amano, y los Estados Unidos, suficiente para concertar, a través del informe sobre Irán, una aparatosa operación de relaciones públicas en contra de ese país. El caso iraní parece repetir a pie juntillas el guión contra Saddam Hussein, encuadrando la demonización de Mahmud Ahmadinejad en los términos de una frágil hipótesis deductiva: “si Ahmadineyad es irresponsable para manejar su programa nuclear, si se comporta como un tirano, si pertenece al ‘eje del mal’, entonces puede desarrollar Armas de Destrucción Masiva, aun cuando estas no aparezcan por ninguna parte”. En Irán –como en Siria– el “Imperialismo humanitario” parece tener asignaturas pendientes. Al momento de terminar este ensayo, la maquinaria propagandística para fabricar nuevas guerras estaba en marcha.
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El MST: un movimiento social emancipador antisistémico, que se transforma en político y construye el socialismo. Lecciones para una izquierda aun desorientada en la construcción del proyecto social socialista MIGUEL ÁNGEL FALCÓN PADILLA La década 1989-1999 marcó el desencuentro de los procesos revolucionarios regionales con la teoría de la construcción del socialismo. Sin embargo, a pesar del descalabro mundial del llamado socialismo real y su ideología, los efectos nocivos que produjeron las interpretaciones del hecho, el condicionamiento académico al nuevo lenguaje neoliberal y el supuesto “fin de la historia”, una izquierda comprometida persistió en rescatar a los clásicos del marxismo y renovar la teoría de la construcción del socialismo como vía posible, y conocida para salvar a la especie humana de la acción destructora del capital. El reordenamiento social latinoamericano, siempre desde las élites de poder, confundió (aún más) a gran parte de la izquierda, que se ha perdido en muchos casos entre los caminos complejos de las políticas asistencialistas con maquillajes democráticos. Es necesario entonces destacar cuán importante es rescatar algunas consideraciones teóricas para destorcer el camino. La herencia del marxismo y el leninismo en sus diversas vertientes sentaron las bases para desentrañar la esencia de las revoluciones sociales y en especial de la revolución anticapitalista, sin embargo, concordamos en que sigue siendo este legado teórico-práctico el fundamento al que no se puede renunciar, pero insuficiente hoy día para comprender la complejidad de su contenido y las vías efectivas para realizarla.
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Reconocer y retomar la teoría marxista de la revolución social y su condicionamiento material Lo primero, necesariamente obligado, elemental y clásico es reconocer la teoría marxista de la revolución social a partir de la concepción materialista de la historia que nos legó Carlos Marx, quien señaló la idea de que en toda formación socioeconómica, el modo de producción que le caracteriza es regido por ciertas y determinadas leyes económicas-sociales, fundamentalmente, la denominada “Ley de correspondencia entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas (FP) y las relaciones de producción (RP)”. En su “Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política” nos plantea que, cuando esta correspondencia se altera de forma permanente, al llegar a una fase determinada de su desarrollo, se produce un conflicto entre las FP y las RP que llevará, irremediablemente a una contradicción fundamental de todo el sistema, insoluble, por demás, en los marcos de este, tal contradicción abre una posibilidad de transformación radical en la base del sistema socioeconómico en cuestión, conformando la base material de toda revolución social,1 comienza –según Marx– “una época de revolución social, cambia la base revolucionándose, más o menos rápidamente la superestructura”.2 El estancamiento y retroceso de los pilares del sistema, nos indican la existencia de su crisis estructural, donde crecen los conflictos al interior mismo del sistema producto de la crisis, se agudizan las contradicciones que en algún momento impulsaron su desarrollo, que se convierten en contradicciones antagónicas, se enfrentan determinadas clases sociales, apuntando a la real posibilidad de iniciar el camino de la lucha por la revolución social y la emancipación humana. En el seno del capitalismo, esta crisis se expresa socialmente en las crisis económicas cíclicas y reiterativas, en el desarrollo y la ruina económica del país dado. La transformación del sistema, en tanto las repercusiones sociales de la situación se tornan nefastas, es cada vez más necesaria hasta convertirse en un cambio objetivo, que constituye la premisa material de toda revolución, y es necesario retomar a Marx: ninguna formación socioeconómica desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás apare-
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cen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hallan madurado en el seno de la sociedad antigua,3
de aquí la conclusión marxista (tan necesaria para la conducción de los procesos revolucionarios latinoamericanos actuales) de que los objetivos que la humanidad persigue son únicamente aquellos que pueden alcanzar, “pues solo brotan cuando ya se dan o por lo menos se están gestando las condiciones materiales para su realización”.4 En este sentido, debemos reflexionar sobre la observación de Marx de que tenían que estar muy desarrolladas las fuerzas productivas para que el socialismo no representara un gran retroceso para la humanidad, era decisivo que las relaciones de producción desempeñaran un papel alternativo-activo, pues el desarrollo de las primeras puede estar mediatizado por el desarrollo de estas últimas. Aquí se abre una interrogante cardinal, que se explica en la medida en que se comprenda la independencia relativa de la base económica con respecto a la superestructura política: ¿Cómo enfrentar la construcción del socialismo en un país con insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, si seguimos la lógica de Marx con su observación de que estas deben estar desarrolladas para que el socialismo no constituya un retroceso? Si observamos la experiencia histórica de los proyectos socialistas, nos percatamos de que el contenido de las fuerzas productivas requería formas diferentes a las que tuvo (no podemos olvidar, y reiteramos, que las fuerzas productivas tienen su propia lógica de desarrollo, como contenido de relativa independencia). El socialismo tenía y tiene que transitar por esa lógica de desarrollo con sus consecuencias y resultados, sus contradicciones. Pero el arte del socialismo y de su construcción debe estar en que ellas (contradicciones que existen inevitablemente) no generen las crisis sociales y ecológicas del productivismo capitalista. Para que ello no se produzca no basta con que la propiedad esté socializada, pues a las contradicciones y resultados del desarrollo de las fuerzas productivas se le agrega, o está implícito en ellas, las condiciones de su forma, las relaciones de producción y el tipo de propiedad, más las contradicciones de la época en que esta se realiza, justo en este punto crucial se pone a prueba el arte de la construcción del socialismo, un desarrollo sostenido y sustentable al eliminar de forma revolucionaria plena esas contradicciones.5
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Debemos entender además que la expresión política de la revolución social se expresa en una situación revolucionaria. El término acuñado por Lenin debe ser ubicado con toda cautela y mesura en el contexto actual del movimiento revolucionario emancipador latinoamericano. Lenin, en su texto El oportunismo y la bancarrota de la Internacional, expuso el paso de una época de desarrollo pacífico a un período histórico revolucionario, que no sería de golpe, sino a través de un ascenso gradual de la efervescencia política y social: “Las revoluciones nunca nacen ya hechas, no salen de la cabeza de Júpiter ni estallan de pronto. Siempre son precedidas por un proceso de efervescencia, crisis, movimiento, revueltas, que además no siempre se desarrollan hasta el fin”.6 De aquí la actividad revolucionaria de las masas, que comienzan a oponerse abiertamente al orden vigente y constituyen una premisa objetiva insustituible, porque aunque la vanguardia puede jugar un papel de incentivación de esta actividad, no bastan sus deseos por producir un ascenso del movimiento de masas.7 Fenómenos como la deuda externa, el subdesarrollo, los problemas sociales acumulados, los intereses, las enormes desigualdades en la distribución de las riquezas, han estado planteando las premisas de una revolución social. Esta situación se ha acrecentado, más contemporáneamente habría que agregar los numerosos problemas globales sin resolver, entre los que sobresalen los problemas ecológicos que han provocado el cambio climático que amenaza con graves catástrofes. El concepto de situación revolucionaria expresa la síntesis del pensamiento leninista alrededor de las condiciones objetivas de la revolución, y nos ayuda a comprender por qué no basta con su despliegue para que se inicie una crisis nacional general. En el caso de la realidad latinoamericana se plantean situaciones nuevas. Heinz Dieterich, por ejemplo, nos llama a tener en cuenta el panorama que han abierto los procesos de Venezuela, Bolivia y posteriormente Ecuador, por su no exacta coincidencia con el paradigma de una revolución de la época moderna, ni en la perspectiva de las revoluciones burguesas ni en la perspectiva marxista.8 Las masas populares, señaladas por Marx como protagonistas de la historia, están integradas por un conjunto determinado de fuerzas sociales en cada período histórico, actúan aunadamente y se comportan como sujeto del desarrollo social, que nunca es homogéneo, y dentro del cual se desarrolla la llamada “vanguardia política”.
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El factor subjetivo, otro momento a tener en cuenta, es parte del sujeto social en cada sociedad determinada, aquella parte cuya actividad es consciente y fundamentada ideológicamente. En su acepción más amplia, las condiciones subjetivas incluyen las tradiciones y experiencias de lucha del pueblo, los distintos niveles organizativos alcanzados y la forma de lucha desplegada por las masas, los métodos utilizados, así como el nivel de conciencia adquirido acerca de la problemática social. En sentido estricto, la condición subjetiva indispensable para hacer la revolución es la existencia del factor subjetivo. Lenin dice: “el grado de conciencia y organización de las grandes masas del proletariado, condición subjetiva, indisolublemente ligada con la objetiva”.9 El análisis integral de este proceso nos lleva a verlo como un movimiento y no como un acto en sí, para el que solo bastarían las causas económicas, que indudablemente subyacen como necesidad histórico-concreta. ¿Cómo valorar la existencia de una situación revolucionaria en América Latina en la actualidad? Sería la interrogante que se levantaría de esos planteamientos, y que en gran medida tiene que ver con la diversidad y complejidad de las condiciones objetivas que ante nosotros se levantan, y con la heterogeneidad, además, de las fuerzas revolucionarias.
La necesaria revolución Nos decía Marx: El comunismo solo puede darse como la acción coincidente o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado (…) con el derrocamiento del orden social existente por la obra de la revolución comunista (…) y la abolición de la propiedad privada, idéntica a dicha revolución, se disuelve ese poder tan misterioso (…) y entonces la liberación de cada individuo se impone en la misma medida en que la historia se convierte totalmente en una historia universal (…) solo así se liberan los individuos concretos de las diferentes trabas nacionales y locales, se ponen en contacto práctico con la producción (incluyendo la espiritual) del mundo entero y se colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria para poder disfrutar esta multiforme y completa producción de toda la tierra (las creaciones de los hombres).10
Marx y Engels concebían la revolución proletaria en un sentido necesariamente universal y no como una revolución estrechamente
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nacional. El carácter internacional de la revolución socialista se deriva del carácter internacional del capital y su Sistema de Dominación Múltiple,11 a partir de la universalización de las fuerzas productivas del capitalismo y con ellas del proletariado,12 por lo que su situación económica (del proletariado) no es nacional, sino de carácter internacional, del mismo modo que su enemigo y sus condiciones de emancipación; una conclusión sencilla de Lenin: “que la unidad interna de los obreros sea más importante que la nacional”.13 Todo esto apunta a la afirmación de que las revoluciones proletarias se producirían “… simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania”, pues el desarrollo del capitalismo “… ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social”, de forma tal que la revolución se desarrollará en cada uno de ellos, “…. más rápidamente o más lentamente, dependiendo del grado en que en cada uno de ellos esté más desarrollada la industria, en que se hayan acumulado más riquezas y se disponga de mayores fuerzas productivas”.14 Debemos puntualizar que el concepto de revolución simultánea que emana de estos postulados no niega la posibilidad del triunfo de la revolución en un solo país, como se interpretó posteriormente de forma dogmática, porque también Marx concibió la tendencia al desarrollo desigual de los países. La idea de la revolución permanente es la expresión del reconocimiento del carácter internacional de la revolución proletaria como un proceso revolucionario que transcurre como una oleada o sucesión de revoluciones proletarias, más o menos sincrónicas, y que subyace en la composición del comunismo como movimiento de la humanidad hacia la superación del orden capitalista de producción.15 El descubrimiento de la acción de la ley de desarrollo desigual bajo el capitalismo, y de aquí la coexistencia de varios tipos de economía, llevan a que junto a la contradicción principal entre el viejo y caduco modo de producción y el nuevo (y las riquezas sociales que lo portan) se desarrollan otras contradicciones fundamentales entre el modo de producción dominante y los remanentes de modo de producción precedentes (y sus portadores). Como consecuencia, cuando la contradicción antagónica principal lleva a una época de revolución social, en que la humanidad se mueve de una FS a otra en un proceso revolucionario más o menos continuo (que no excluye
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circunstanciales retrocesos), concordando en tiempo se producen movimientos revolucionarios y revoluciones políticas del más diverso carácter. De aquí la unidad necesaria entre la revoluciones proletarias de esa época con la lucha de liberación de las naciones dependientes. El tránsito del capitalismo a su fase superior, modificó sustancialmente las condiciones de realización de la revolución socialista.16 En estas nuevas condiciones, los estudios leninistas sobre la teoría de la revolución la enriquecen y la actualizan. Al analizar el papel de cada una de las fuerzas motrices de la revolución, Lenin llega a la conclusión de que su desenlace depende “del papel que desempeñe en ella la clase obrera” y que “solo el proletariado es capaz de ir seguro hasta el fin, pues va mucho más allá de la revolución democrática”.17 Su concepción de revolución en este contexto le lleva enfatizar en la necesidad de la revolución permanente o ininterrumpida, y la transformación de la revolución democrática burguesa en socialista en la medida en que “la fuerza del proletariado consciente y organizado” lo permita.18 Mucho se ha hablado en las últimas décadas de estas tesis, sobre todo luego del derrumbe, cuando el panorama político del mundo enrumbó hacia el repliegue de las fuerzas de izquierda, de lo que se desprenden interrogantes como: ¿tiene vigencia la lucha de clases en este contexto histórico?; ¿sigue siendo la clase obrera la fuerza hegemónica de la revolución?; ¿de qué clase obrera estamos hablando?; ¿son los movimientos sociales y los sectores minoritarios los protagonistas de las transformaciones futuras? Reflexionemos a partir de elementos discutidos en la II conferencia internacional La obra de Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI de mayo de 2004, donde se reconocen los cambios en el proceso de producción, en la configuración y complejidad de la sociedad civil, en la estructura y funciones de los aportes estatales que modifica la problemática de clase tal y como fue concebida en el Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Federico Engels. Pero la verdad fundamental del proceso de concentración y centralización del capital, el empobrecimiento relativo y la proletarización generalizada de sectores cada vez más amplios de la población, continúa vigente. La clase obrera industrial ha sufrido modificaciones estructurales y también de conciencia innegables, y que no pueden contrarrestarse con estadísticas que demuestren que el número
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de obreros en el mundo es hoy muy superior al de varias décadas atrás, como nos plantea Daniel Campanioni: pero el antagonismo central entre quienes son propietarios y quienes no, entre quienes lucran con el trabajo ajeno y los que experimentan la exacción de buena parte de lo que producen, entre quienes encuentran en la destrucción a la naturaleza su ganancia, o al menos deben depredar para obtenerla, y quienes sufren las consecuencias de la degradación del medio ambiente, continúa vigente y se agudiza cada vez más.19
Los estudios realizados alrededor de las fuerzas que hoy impulsan la lucha anticapitalista han sido diversos, pero no se ha logrado aún una evaluación crítica que resulte de una mirada general que combine y articule lo político, lo cultural, lo histórico, lo social y lo económico en un solo análisis dentro de los movimientos sociales contemporáneos. Poco se ha trabajado también sobre su relación con el proceso de trabajo y, desde ahí, con el resto de los asalariados, o si se quiere, con la clase obrera. En el proceso de emancipación social en la actualidad aparecen nuevas definiciones. Es indudable que la emergencia de nuevas formas de expresión social se relaciona con fenómenos ocurridos en las interioridades de la clase obrera moderna y guardan relación con su propia diversidad interna. Ana Esther Ceceña, investigadora mexicana, hace alusión a cómo los canales tradicionales de expresión social de la clase obrera han sido derrotados con la reestructuración capitalista y ahora se muestran insuficientes para dar cuerpo a la complejidad estructural existente: La rigidez de las organizaciones obreras tradicionales y la derrota de las luchas operarias provocaron su vaciamiento y la proliferación de instancias de manifestación alternativas, aunque ciertamente informes. En la medida en que avanza la concentración del capital y el dominio sobre espacios no capitalistas, lo hace también la exclusión de amplias capas sociales de las decisiones del poder que, por ello, se ven compelidas a reclamar por diferentes vías sus derechos ciudadanos.20
Este criterio nos llevaría a entender por qué algunos investigadores están planteando que lo que ha sido conceptuado por muchos como “nuevos sujetos sociales” pudieran ser la expresión de la nueva versatilidad del sujeto (clase obrera) que necesita convertirse en real sujeto de la historia y hoy se encuentra detenido por las invisibles ataduras de la dominación imperialista. Habría que poner en el tapete las siguientes interrogantes: ¿cómo lograr que el poder prole-
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tario no se esfume con la burocracia luego del triunfo de la revolución socialista?; ¿cómo evitar el aburguesamiento de las organizaciones proletarias?; ¿cómo identificar las formas de vida que reproducen la relación de dominio burgués aún después de haber eliminado la propiedad privada?; ¿cómo lograr que no se produzcan los extremismos de que fueron objeto muchas organizaciones de izquierda que pecaron de obrerismo, o por el contrario algunas que desestimaron la importancia de los intelectuales por su dificultad para enraizarse en el proletariado?21 Las respuestas a estas y otras interrogantes podemos encontrarlas en la vida funcional y existencia de un movimiento contestatario nacido de las masas, que se ha transformado de social a político y construye el socialismo: El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras del Brasil, conocidos por sus siglas en rojo: MST.
Presupuestos teóricos prácticos de la transformación del MST en movimiento político y la construcción del proyecto socialista de los “sin tierras” ¿Cuáles son las dimensiones que distinguen al MST del resto de las fuerzas emancipatorias, de izquierda y movimientos sociales en general?: la problemática del poder y el ser sujeto de la transformación y la educación como fin revolucionario. Es por ello que tratar dichas cuestiones nos acerca a la práctica creadora de los sin tierras. Tomar el poder o no, ha sido en América Latina una problemática cuestionable y muy discutida dentro de las academias y en las organizaciones tradicionales de izquierda de toda la región en los últimos diez años. Hemos tomado como referencia el triunfo del proceso bolivariano porque abrió el debate de la construcción de una alternativa socialista al sistema capitalista global. Nuestra referencia vendrá del análisis teórico que realiza el Dr. Israel López Pino en su trabajo sobre La posición zapatista frente a la problemática del poder,22 que recrea desde el marxismo el tratamiento a esta cuestión. López Pino trata esta problemática partiendo del estudio de otro movimiento social de importancia referencial para los estudiosos latinoamericanos, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El cuestionamiento de la toma del poder dentro del MST, se relaciona directamente con sus posiciones asumidas en
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treinta años de luchas y conquistas sociales. El hecho de haber asumido el camino de la transformación social, de hecho sin pronunciamientos específicos, la opción de la toma de poder desde una nueva perspectiva, desde una visión diferente. Para entenderlo debemos situarnos en que, desde el año 1984, el MST ya institucionalizado se convierte en la principal fuerza opositora a la dictadura militar brasileña y se había planteado la construcción de una nueva forma de poder y de lucha contra el capitalismo, la experiencia del MST lo confirma. El MST se había constituido en un movimiento antisistémico desde sus mismos inicios, las bases de su existencia se identifican con las ideas más generales de la concepción gramsciana de la sociedad civil,23 incluso mucho más amplia en su concepción teórica. Contextualizados en la interpretación de teoría de la sociedad civil de abajo, referimos los elementos esenciales que denotan al MST, y que habían replanteado en el continente la lucha contra el capital y su sistema de dominación, incluso, mucho antes de la existencia de otros movimientos sociales en la región. En primer lugar: se define como antisistémico porque reagrupa a todos aquellos individuos que, en diversos dominios de la vida colectiva, contribuyen a construir una economía diferente, una cultura diferente; la construcción de variables que están implícitas en sus formas organizativas de lucha y conformación de sus elementos constitutivos; la formación de sus intelectuales, que redefinieron los objetivos de lucha y los retos a asumir dentro del contexto social y por último, reformuló su propia agenda, lo que le permitió desde sus inicios no estar subordinado, ni a la zaga de los partidos tradicionales de izquierda. Un segundo elemento: el MST es portador de una utopía liberadora, la cual le ha permitido movilizar a grandes contingentes de sectores de la sociedad brasileña a identificarse, no solo con la lucha por la tierra y la reforma agraria, sino que han sido identificados nacional e internacionalmente como el estandarte de la lucha contra el capital y por la transformación social; se han constituido como tal en el marco de la lucha de clases. Las utopías se convierten en línea de acción, portadoras de las tradiciones de luchas anteriores, inspiran y motivan a los compromisos sociales. Es la utopía vista como un proyecto de movilización, no como una mera ilusión.
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El tercer elemento: es la búsqueda constante de alternativas a todos los niveles, tanto en el campo político, económico, social, en el campo internacional, en la cotidianeidad de la vida material y espiritual de los seres humanos. Ello se ha materializado en la lucha constante por la naturaleza, la defensa de los recursos naturales, la identificación y el respeto por los pueblos originarios y sus tradiciones ancestrales. El cuarto elemento: es la conquista de los espacios públicos que ha logrado el MST, ello va muy relacionado con la articulación política con otros sectores de la sociedad brasileña (rurales y urbanos; de diferentes orientaciones políticas: marxista o no; con estudiantes, trabajadores en general, con grupos ecologistas, de defensa de géneros y raza, grupos religiosos, entre otros) sin la cual la acción del movimiento queda estéril, a una limitada acción del movimiento. Se trata de fomentar una fuerza que permita desembocar decisiones en pos de una verdadera acción democrática, que aun incluyendo la dimensión electoral no se limite única y exclusivamente a ella, sino que cubra cuanto espacio público le sea posible. Para ello se necesita de dos elementos importantes: 1) una cultura política de avanzada teoría, 2) el fortalecimiento de la conciencia política de los integrantes del movimiento. Son estos dos puntos donde el MST supera toda lógica de las interpretaciones del poder, incluso la zapatista. De lo que se trata es de fomentar el aprendizaje político entre y de los militantes, que la acción política no se debe dejar al espontaneísmo, como tampoco limitarse únicamente al juego electoral, es de combinar una acción de lucha consciente no desvalorizando el aspecto de lo social ni de lo político. El MST no concibe el poder como un espacio autoritario para imponer a los demás sectores sus ideas o proyectos, sino como todos los espacios que existen en la sociedad donde las personas participan y pueden decidir. En ese sentido se debate y concientizan a sus militantes de base en el camino de la necesidad de participar y disputar todos los espacios de poder posibles o no, que van desde tener su propia agroindustria, el control sobre sus producciones, pasando por su radio comunitaria, sus órganos de prensa oficial, hasta tener influencia en los métodos de enseñanza que se utilizan en sus sistemas de enseñanza. Por otro lado, el Estado es el espacio de poder de toda la sociedad que los trabajadores de manera general tienen necesidad de disputar,
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aunque no sea el único espacio de poder en la sociedad. La reflexión, que es todavía insuficiente, apunta a cómo los trabajadores van a influenciar el control del Estado. Por lo que tampoco asumen que la única forma de llegar al poder, o tener determinadas cuotas de poder sea la contienda electoral para llegar a ser gobierno, ya que ser gobierno se ha vuelto insuficiente para democratizar el Estado burgués. Joao Pedro Stedile24 nos refiere que: “…necesitaremos de una gran acumulación de fuerzas sociales, desde el punto de vista organizativo e ideológico, que sea capaz de aglutinar a las mayorías en torno a un proyecto de construcción de nuevas políticas públicas…”.25 En el pasado reciente, gran parte de la izquierda latinoamericana superó la visión idealista del asalto al poder como si este fuera un pase de magia donde las guerrillas o un proceso de insurrección lograban tomar los palacios, e implementar un proyecto popular, hoy nos refiere Stedile: … tendremos que superar la visión estrecha que colocó todas las energías en imaginar que bastaba disputar y ganar una elección para dirigir el Estado. En esto reside nuestra debilidad teórica, que es fruto también de la crisis ideológica que tenemos en la izquierda social sobre cómo construir los instrumentos políticos que organicen al pueblo, politicen y construyan proyectos verdaderamente populares que controlen el Estado y lo transformen de Estado burgués a Estado al servicio de las mayorías, a estados socialistas.26
Por último, el MST ha procurado internacionalizar la lucha. Ello no significa salir a buscar organismos internacionales para que ayuden financieramente a la causa del MST, se trata de exponer en espacios internacionales las experiencias acumuladas de la resistencia de los sin tierras, y concientizar a las fuerzas de izquierda del mundo de la necesidad de globalizar la lucha contra el capital. La experiencia del MST en este sentido se valoriza en la conducción de liderazgo dentro de Vía Campesina, organización internacional con un carácter político-social que agrupa a organizaciones campesinas y trabajadores rurales de todo el planeta. Al concretar en las prácticas todas estas acciones, el MST se vuelve importante referencia de estudio teórico para redefinir dos elementos importantes; el tema de la toma del poder y su posición respecto a este. El uruguayo Raúl Zibechi expone al respecto: … con el actual grado de complejidad de las sociedades, no hay una formulación exacta de poder. El término que manejo es el poder como la
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capacidad de acción, la capacidad de hacer y el poder como dominación. El Estado como tal es un lugar del poder como dominación…27
Si bien el Estado como maquinaria puede ser un lugar de poder, no es el poder como tal, y fue un tanto interpretado así por la mayoría de los movimientos sociales. De ahí la vaga idea que se debería dejar de pensar en tomar el poder, manipulado por muchos como el asalto al aparato estatal. El problema del poder es uno de los aspectos más importantes en el análisis de las diferentes posiciones de la izquierda en América Latina. En los últimos años han surgido nuevas visiones sobre el poder dentro del proceso revolucionario. Se insiste en mantener la necesidad de la toma del poder para llevar a vías de hecho los programas de la izquierda marxista. Se manejan hoy los criterios (criterios que el marxismo clásico tampoco negó) de que la toma del poder no se circunscribe al acceso al gobierno, sino que es un acto más profundo, que implique la implementación de todos los resortes que permitan el cumplimiento de los objetivos trazados y que no sea solo una elite la que termine imponiendo sus criterios desde arriba. Para el iniciador de la Revolución de Octubre, el poder era acceso a los bienes económicos y a la participación en la política por los soviets. Para Mariátegui, quien latinoamericanizó el marxismo, partía de un presupuesto: la creación heroica del pueblo, de lo que se trata, es de estimar el poder desde las capas y clases más bajas de la sociedad, de establecer que el poder desde abajo tampoco es un lugar de poder específico, porque el poder no es solamente una cosa, una materialidad, sino que es un fluir de relaciones sociales que no transcurren de manera homogénea, por lo que no hay un lugar del poder como capacidad de hacer puro o del poder como dominación pura; muchas veces se interrelacionan contradictoriamente o se expresan en diferentes niveles y de diferentes formas. A ello se le debe sumar la sentencia del franciscano Frei Betto, quien apunta: … es inútil dar un paso atrás y enquistarse en la utopía del control del Estado, como precondición para transformar la sociedad. Antes es preciso transformar la sociedad mediante las conquistas de los movimientos sociales y los gestos y símbolos que pongan en evidencia las raíces antipopulares del modelo neoliberal. Combinar las contradicciones de las prácticas cotidianas con grandes estrategias políticas. Admitir que el Estado es el único lugar donde reside el poder es hacerle concesión a la lógica burguesa…28
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Existe un antecedente muy marcado en América Latina dentro de la comprensión teórica de la problemática del poder, de la cual el MST tampoco escapa y es la disputa entre las dos concepciones estratégicas para llegar al socialismo que caracterizó la polémica reforma-revolución, que dividió las aguas de la izquierda partidaria del continente en el siglo XX. Concentramos los actuales análisis en la propuesta considerada marxista-leninista revolucionaria porque es la que culturalmente marcó el quehacer de los revolucionarios del siglo XX. Según tal estrategia, la conquista del poder político permitiría estatizar los medios fundamentales de producción y comenzar una etapa de completamiento del desarrollo capitalista, ahora sin capitalistas, capitaneada por la “vanguardia política” de la clase obrera y el pueblo. De ahí que la toma del poder constituyera el objetivo central y primero de la lucha revolucionaria también en los países periféricos o dependientes. Las otras luchas sociales (sectoriales, intersectoriales y reivindicativas) se consideraron secundarias en relación a este objetivo y fueron desestimadas o relegadas para un futuro posterior a la toma del poder, hecho que; supuestamente; reordenaría y resolvería automáticamente el conjunto de problemas sociales engendrados por el capitalismo: eliminada la causa, desaparecerían las consecuencias. Lógica lineal y simplista que permitió concentrar los esfuerzos en el objetivo político considerado central, pero que, a la vez, instaló anteojeras en aquellos luchadores, impidiéndoles visualizar y tomar en cuenta los componentes culturales de la lucha por el cambio social y, por lo tanto, asumir la lucha cultural integral como parte clave del cambio. Nuestro fundamento parte del presupuesto de que la toma del poder del Estado o del gobierno hoy no es la tarea principal del movimiento social popular (no están en condiciones de asumirlo), al menos en Latinoamérica, y ese criterio categórico lo comparte la práctica y la experiencia de lucha del MST, que ha demostrado la necesidad de crear en primer lugar individuos dimensionados hacia la etapa histórica que vivimos. Fortalecer el poder como la capacidad de hacer de las personas conscientes políticamente y desde el ejercicio de un poder colectivo de transformación, luchar por la emancipación, lo que no significa que el MST no experimente la idea de la toma del poder político.
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Pero también compartimos el criterio que es inevitable tener una interacción con el Estado, de hecho existe en todos los movimientos sociales, incluidos los zapatistas, en este último caso, para hacer valer los derechos de las culturas indígenas. Por tanto, en el fluir de relaciones sociales, la capacidad de hacer afecta al poder estatal y lo reconfigura o modifica, según la fuerza emancipatoria del movimiento social en cuestión. El debate contemporáneo sobre el poder se centra en los términos de la toma o no de este. En los últimos cien años, la izquierda tradicional latinoamericana orientó su estrategia política en función de la toma del poder, sobre todo en el sentido de que haciéndose cargo de las estructuras y de la institucionalidad estatal (a partir de esa capacidad de mando que se tiene allí) se iban a poder implementar nuevas relaciones emancipatorias y por ende la transformaciones en la sociedad. El devenir de la historia demostró lo inseguro de esa opción y en muchos casos fracasó, al menos en la mayoría de los intentos. Buena parte de la crítica que hace el movimiento zapatista es en torno a esta lectura cosificada del poder, como un objeto que se toma, apropia. Pero el problema no se centra en si se debe o no tomar el poder. El problema es un poco más complejo. Si nos quedamos en esta lectura de la cosificación del poder sin explicarla, decostruyéndola, seguimos manteniendo la idea de que el Estado es una cosa abstracta. También es una idea y también es una relación. Quienes se preocupan del Estado como cosa son los burócratas, son los funcionarios; y buena parte de los dirigentes de partidos formales han teorizado su acceso a puestos de mando a partir de la toma del poder. Está claro que eso no revoluciona a la sociedad, no la transforma.29 Cuando la sociedad se pone en movimiento se desestructura las instituciones, se desestructura el aparato del Estado y se crean otras relaciones sociales y, por supuesto, otras relaciones de poder. La pregunta específica es: ¿el movimiento social popular debe tomar el poder? En verdad no lo pueden tomar como una cosa abstracta, pero ¿significa eso que no hay que luchar por la construcción de nuevas relaciones de poder político?, ¿debe la sociedad pelear por nuevas estructuras de poder?: este es el centro del debate que defiende el MST, a diferencia de otros movimientos como el zapatista; el que lo ubica y lo diferencia del resto de la América Latina. Existen posturas diferentes que plantean: 1) hay que moverse al margen del Estado (la zapatista y gran parte de los (ex) piqueteros en Argentina); mientras que otras posiciones (MAS en Bolivia) propo-
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nen 2) hay que ocupar, hay que transformar las estructuras de poder y hay que construir un nuevo Estado; pero se conoce que no es simplemente ocupar una máquina como una cosa, sino que hay que trasformar la relación de poder de fuerzas que esa máquina expresa. En ninguno de los países donde fuerzas de izquierda han llegado al gobierno, han podido trasformarla, ni tienen el poder absoluto (Venezuela, Ecuador, Bolivia), no es ocupar la maquinaria del Estado. El MST plantea que los movimientos y las luchas sociales actuales de emancipación tienen que preocuparse ante todo por transformar la correlación de fuerzas políticas de la sociedad, una lucha por nuevas relaciones de poder. Estas darán lugar a nuevas estructuras institucionales. No hay que temerle a esas nuevas estructuras institucionales, obviamente tampoco anclarse en ellas como el objetivo final, sino que el objetivo estratégico sea la modificación de las relaciones de fuerza en la sociedad, de las relaciones fluidas del poder y eso dará una nueva estructura institucional, para luego modificarla ininterrumpidamente. El MST, no ha renegado de la toma del poder, ha propiciado el intercambio con otras fuerzas de izquierda y políticas (como el Partido de los Trabajadores) en mejores condiciones para luchar contra el poder del capital, ha preparado a sus militantes en la necesidad de la transformación social. Se especifica que esta relación con el Estado está muy lejos de asumir la vieja táctica del asalto al poder, la transformación de la sociedad es un proceso objetivo-subjetivo colectivo múltiple, que no puede relegarse hasta después de la toma del poder, sino que se estructura a partir de las relaciones cotidianas e históricas en la que se desarrollan las diferentes fuerzas políticas que actúan en la sociedad. Pero el MST rompe la lógica que han seguido los movimientos sociales en la región de alejarse de los partidos políticos y de no interactuar con las estructuras estatales, mientras otros autoafirman la autonomía del movimientos social como característica, desligándose de los partidos e instituciones representativas, el movimiento, sin romper el autonomismo, busca formas de coalición, incluso con miembros honestos del PT, después del Menseslao.30 Todo lo anterior nos lleva a replantear el lugar del MST como la fuerza político social más radical dentro del contexto actual brasileño y el ser un sujeto social activo del cambio. La polémica acerca del sujeto social es defendida y expuesta en las obras de varios autores latinoamericanos referidos con anteriori-
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dad. Todos coinciden con la idea de que el sujeto social está estrechamente vinculado a los procesos de cambio en y transformación social. François Hourtart nos planeta que: … hoy día, el sujeto social se amplifica. El capitalismo realiza un nuevo salto. Las nuevas tecnologías extienden la base material de su reproducción: la informática y la comunicación, que le dan una dimensión realmente global. El capital necesita una acumulación acelerada para responder el tamaño de las inversiones en tecnología cada vez más sofisticadas para cubrir los gastos de una concentración creciente...31
La problemática de los denominados nuevos sujetos es identificada como un proceso popular de y desde la base, que toma la forma participativa de una gran urgencia popular-social, que por alguna circunstancia requiere de demandas mayores en una sociedad de crecientes conflictos, polarización y al mismo tiempo de creciente fragmentación. Para insertarnos dentro de esta polémica que gira alrededor del MST, y establecer la definición de que el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras es un sujeto social político activo, eslabón fundamental dentro del proceso de transformación de la realidad rural brasileña, nos fundamentamos en los análisis teóricos de Isabel Rauber. La autora nos refiere que: … el sujeto histórico socio transformador actual únicamente podrá constituirse como tal sujeto si se reconoce a sí mismo como objeto colectivo: viejos y nuevos actores sociopolíticos articulados a través de distintos procesos de maduración colectiva, de forma tal que puedan ir conformado un conjunto articulado de actores conscientes de sus fines socio-históricos, capaces de identificarlos y definirlos, y de trazarse vías (y métodos) para alcanzarlos32 (...) Parte del hecho de que en AL no existe hoy ningún actor social sociopolítico o político que pueda por sí solo erigirse como sujeto de la transformación, este resulta necesariamente un plural articulado que se configura y expresa como tal sujeto, en tanto se articula como sujeto popular. En tal sentido, el desafío pasa por eliminar la fractura partido-clase, anudada simultáneamente a la superación de la fractura histórica entre partido-clase-pueblos...33
El primer elemento a discernir se refleja en la hipótesis de que los sujetos se auto-constituyen como tales inmersos en el proceso mismo de la transformación social. Una de las primeras interpretaciones de la autora y con la cual coincidimos es: “… que el ser sujeto no es una condición anterior al proceso de transformación”.34 Si realizamos un
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breve recorrido histórico, desde el nacimiento del MST hasta la actualidad, comprendemos claramente que, desde su conformación inicial, el movimiento se ha estructurado como tal dentro de un proceso de formación; se autoconstituyó a sí mismo, reorientándose dentro de condiciones históricas concretas que se definieron para el Brasil de la dictadura militar, los gobiernos neoliberales y la época “Lula”. Si bien tomaron como base inicial las experiencias históricas de movimientos sociales que le antecedieron,35 se puede afirmar que reorientaron sus formas y filosofía de lucha por la tierra y la reforma agraria dentro de la historia del Brasil (por ello no se constituye en un nuevo movimiento social). El proceso de formación del MST estuvo permeado desde sus inicios36 por una reconstrucción histórica de la lucha por la tierra.37 De ahí que las primeras acciones del movimiento contestatario de masas están marcadas por una fuerte carga de subjetividad, que ha contribuido a lo largo del proceso histórico de su formación a convertirlo en sujeto-actor sociopolítico de una elevada conciencia política-histórica. En esa misma cuerda, podemos afirmar que sin sujeto activo no hay transformación social posible y no existen sujetos sin sus subjetividades, pero las subjetividades no solo pueden ser analizadas filosóficamente en abstracto, apelamos dentro de ellas a la conciencia (no solo individual, sino colectiva, de masas, social), la construcción de una identidad que lleva a un proceso de identificación social desde y hacia el interior de la sociedad en su conjunto y del propio movimiento; identidad que está muy vinculada a las aspiraciones y modos vivenciales de asumir las imposiciones del medio social en el que viven.38 Esos procesos de conformación de una identidad aparecen cuando gran parte del colectivo social se identifica, no solo con el proceso que vive, sino además cuando son víctimas directas o indirectas del sistema; para el caso que nos ocupa, la dictadura militar. Es entonces un marco histórico determinado, objetivo, que hace la aparición del sujeto, lleno de subjetividades objetivas y que es identificado desde el interior-exterior de la sociedad, para sí, donde “… el sujeto aparece en toda su claridad en la crisis de los sistemas, cuando el entorno cobra tal complejidad que no puede ser controlado”.39 Es así que el MST se traduce en un sujeto activo de un proceso de conformación de subjetividades, que marca los límites de un marco histórico determinado (existente), y se anticipa a otro que empieza a
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conformar a partir no de la imaginación, sino de la construcción de una identidad propia: sin tierras. Ser sujeto de la transformación supone algo más que ser portadores de estructuras, no es una condición propia de una clase que se desprenda automáticamente por su posición (objetiva) en la estructura social y su consiguiente interés (subjetivo) en los cambios, el sujeto es el límite del mundo (que existe), a la vez que anticipación del otro (que imagina y construye). El movimiento reaparece dentro de un contexto muy complejo y dinámico del Brasil. La conformación de la conciencia de los sin tierras, no aparece como traspolación mecánica de la realidad. Es el resultado y la confluencia de determinados factores objetivos y subjetivos que cristalizan en la aparición del movimiento contestatario, no es un simple reflejo al interior del individuo de un mundo así considerado exterior, es una construcción objetiva-subjetiva desde la interioridad del sujeto. La noción del sujeto alude sobre todo a la existencia de una conciencia concreta de la necesidad de cambiar, a la existencia de una voluntad de cambiar y a la capacidad para lograr esos cambios (dialéctica de querer y poder). Es por ello que el MST a diferencia de otros movimientos sociales latinoamericanos, se estructura en función de esa dialéctica de querer y poder, del cambio y la transformación. A pesar de las estrechas limitantes que establecen los marcos de su desarrollo como movimiento, aun así, es capaz de reconocer en otras fuerzas políticas (como el caso del PT), la precondición necesaria para establecer fuerzas de coalición en función de la transformación social. Para el movimiento, ese cambio se traduce en socialismo, pero la creación alternativa al sistema requiere de dos concepciones importantes: a) tener la mente abierta a los cambios, a lo nuevo, a lo desconocido que constantemente emerge, para captarlo y aprovecharlo creativamente, b) el otro elemento importante es no repetir formulas viejas de construcción de modelos socialistas. Por ello, toda reflexión en cuanto a la conformación del nuevo modelo debe hacerse sobre las experiencias anteriores, sin copia y con originalidad. Para ello la creación y conformación de una conciencia política colectiva se hace necesaria. La conciencia política no es un reflejo subjetivo mecánico de las estructuras económicas. La conciencia política no puede ser introducida en los individuos, en las personas, ni inculcadas y mucho menos
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impuesta desde una autoridad designada o autoproclamada vanguardia de toda la sociedad. La conciencia social de los actores sujetos debe ser construida, modificada, y de su intervención depende la vida social que las clases, los grupos sociales, que los individuos alcancen un determinado grado de conciencia político-social y puedan avanzar en su desarrollo mediante la participación plena en el proceso de transformación social, reflexión crítica y colectiva de sus logros, fracasos o deficiencias, componente muy importante del proceso de construcción de la conciencia colectiva. Es así que: … La conciencia (el tener conciencia política) no puede entenderse entonces como una condición que puede instalarse en cada sujeto individual desde el exterior de sus modos y condiciones de vida, de sus formas de organización o no y de su participación en las luchas… es obra de los propios actores sociales que se concientizan a sí mismos en el proceso de cuestionamiento-transformación de su realidad, sobre todo, en el proceso de reflexión y maduración colectiva acerca del mismo…40
La transformación del MST en sujeto político activo, portador del cambio y la transformación social se debe a que, como movimiento fue capaz de sobrepasar (como organización) las tres dimensiones de la lucha: la reivindicativa, la política, y la conciencia política.41 Ha sido capaz de articular las demandas sociales y articularse como sujeto político dentro del contexto brasileño.
La educación en el MST como vía de transformación en movimiento político y estandarte de la construcción del proyecto socialista Los procesos educativos constituyen el elemento esencial de la emancipación del ser humano y fue justamente la Ilustración la expresión histórica de la emancipación, dentro de la ideología burguesa. Esta le abrió el paso a la interpretación de todo proceso o fenómeno de la realidad como algo racional, lo que lo hacía de hecho explicable. Si hurgamos en los objetivos nobles de la Ilustración, sin dudas encontramos el de: “liberar a los hombres de la superstición mediante la luz del saber”,42 a decir de Simón Rodríguez;43 salir de su esclavitud y convertirse en dueños de sus propios pasos. Es posible señalar entonces que la intención original de la Ilustración fue llevar el fenómeno social ante el tribunal de la razón para decidir sobre su eliminación o transformación.44
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Aún esa intención está vigente, la intención teórica era la de concebir al hombre como sujeto de su vida: sujeto en tanto convierte en objetos de su actividad a los fenómenos que lo rodean, no se subordina a ellos (sean fuerzas naturales o instituciones sociales) sino que los objetualiza, para dominarlos y utilizarlos en la conformación de una vida digna. Es aquí donde aparecen las contradicciones insalvables del proyecto del cambio social que se planteó la Ilustración. El objetivo era educar a los hombres, pero ¿quién introduce el saber en la mente de los hombres?: los ya ilustrados; son ellos los que convierten y transforman al resto de los seres humanos (no ilustrados) en objetos de su actividad educativa, son los que conducen a todos hacia la razón, o sea, la educación dentro de la ilustración, objetualiza al otro. Fue Carlos Marx quien en las Tesis sobre Feuerbach, critica la interpretación objetualizante de las relaciones interpersonales (partiendo del punto que el proceso educativo es una relación interpersonal), nos apunta que: … la teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad.45
Marx coloca a los educadores, a los ilustrados fuera del proceso de la reflexión crítica sobre la realidad, y los ubica por encima de los demás hombres. Para el autor de El Capital, las masas populares son simples objetos manipulables, los cuales son menos por la única y sencilla razón de que son los que reciben la única verdad, de la voz de los que saben. Siglos de dominación y colonización de los saberes llevaron a que en América Latina los procesos de aprendizaje y de educación solo fueran estructurados sobre la base de las relaciones objetualizantes. El saber se convirtió en una condición única y exclusiva de la clase dominante, y por lo tanto de los procesos educativos dirigidos a mantener una educación igualmente dominantes. A la explotación y la exclusión social, se le agregó, la explotación y la exclusión de los saberes. Este es el punto de confluencias y conflictos donde aparece la pedagogía contrahegemónica y popular de Paulo Freire,46 la cual se
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constituye en sustento educativo del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras. El educador popular brasileño destaca en su pedagogía de los oprimidos que: … solo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor y se comprometen en la lucha organizada por su liberación empiezan a creer en sí mismos... En los momentos en que asumen su liberación, los oprimidos necesitan reconocerse como hombres, en su vocación ontológica e histórica de ser más... La praxis constituye la razón nueva de la conciencia oprimida y la revolución, que instaura el momento histórico de esta razón, no puede hacerse al margen de la conciencia oprimida.47
De ahí que uno de los elementos esenciales dentro del proceso de formación del MST, está justamente en la formación política de sus militantes. No existe en la historia de los movimientos sociales populares latinoamericanos una formación política institucionalizada y organizada que les permita enfrentar con éxito la dominación del capital en todas sus esferas. Si referenciamos la existencia de otros movimientos sociales en la región, como el zapatismo, por ejemplo, una de las causas de su aislamiento nacional e internacional es la falta de preparación política de sus miembros, un tanto sucede con los expiqueteros argentinos, los originarios de la CONAIE, etc. Las reinterpretaciones del ser un movimiento social y no acercarse a las estructuras partidistas tradicionales hicieron de muchos de ellos entes carentes de herramientas teóricas para enfrentar al sistema, por lo que fueron cooptados en muchos casos, confundidos en otros y fragmentados en su gran mayoría. Una de las causas esenciales de la no perdurabilidad de los movimientos sociales en el escenario de lucha política contra el capital y su sistema de dominación, se encuentra justamente en la escasa preparación política de sus integrantes. En síntesis, los movimientos sociales populares pasan por la necesidad de la formación política como un acto político pedagógico de liberación. El acto político pedagógico de la liberación, se centra en la concepción de la revolución social. No se puede concebir un proceso político liberador si no se asume la concepción revolucionaria del cambio y la transformación social, en ello Marx insistió al plantear categóricamente que la revolución es algo mucho más complejo que eso: “la coincidencia de la modificación de las circunstancias y la actividad humana solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”.48
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La revolución comunista (entendida por Marx como cambio social radical) tiene que romper el molde de las relaciones interpersonales objetualizantes, para convertirse en un proceso en el que los hombres, interactuando entre ellos y con su condicionamiento material, al transformar este se transforman a sí mismos. Pero para ello debe tenerse en primer lugar una educación, una cultura y una conciencia política desarrollada y elevada. Por lo anterior planteamos que el conocimiento es símbolo de poder, otra de las acepciones que podríamos discutir sobre la polémica de este. Para el cambio y la transformación social el saber como proceso democratizador, participativo y descolonizado, es componente esencial para la construcción de un proyecto social alternativo, es el poder del saber desde abajo para la transformación social. La formación política se transforma en un instrumento pedagógico para promover, dentro de los marcos de acción del movimiento, un espacio de construcción de saberes populares, que recoge experiencias, tradiciones, conceptualizaciones, que le permite al movimiento social popular actuar de manera consiente en el proceso de la crítica revolucionaria y responsable. El MST, en sus más de treinta años de existencia y de lucha contra el sistema, estableció como principio básico la preparación política de todos sus miembros, no solo desde la práctica cotidiana, que se evidencia en los actos de la ocupación de tierras como filosofía de lucha, sino que se preocupó además en el perfeccionamiento de un sistema educacional paralelo al oficial. En ello juega un papel importante la creación de las escuelas itinerantes, los institutos por la reforma agraria y el método de alfabetización cubano Yo sí Puedo. Se preocupó por elaborar un instrumental didáctico, conceptual, pedagógico para la formación integral de sus miembros, tarea que se ejecuta activamente en la Escuela Nacional “Florestan Fernández”. El objetivo fundamental de su proyecto educativo (en construcción) es la formación política, que le permite hacer al MST (como estructura social) consciente del proceso de acumulación cultural de la revolución radical emancipadora y que sus militantes devengan en sujetos críticos, conscientes y sujetos activo de la transformación social. Como condición ético política el movimiento se construye como condición de posibilidad permanentemente revisitada desde la vida cotidiana de los seres humanos, de su actividad práctica, desde su visión de la realidad.
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El proyecto educativo político del MST –que no se desliga de la acumulación de saberes populares y teóricos en general de las ramas de las ciencias– crea, busca y promueve la investigación histórica de fuentes originarias, las culturas, saberes ancestrales identitarios y diversos desde la narrativa de las masas, de los espacios tradicionalmente silenciados por la colonización del saber, establecido en las academias y el aparato estatal dominante. El proceso de educación del MST está concebido de otra manera. Contribuye de hecho a ese cambio social que implica, en primer lugar, desobjetualizar las relaciones entre los seres humanos, en segundo lugar fortalecer la conciencia política. La idea se centra en el ser parte del cambio social y sujeto activo de la transformación del orden social existente. En el manifiesto comunista se expresará una idea concomitante: … todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días.49
Apropiación remite al proceso de producción de la subjetividad humana, de su autoproducción; de su autoproducción como sujeto social del cambio. Todo modo social de producción de la realidades, a la vez, un modo social de apropiación desea realidad (y, por lo tanto, de autoproducción del hombre). Todas las clases sociales dominantes hasta ahora han sometido al resto de la sociedad su modo específico de apropiación. Es decir, a su modo de autoproducción. Todas las clases dominantes existentes han logrado ese dominio porque se han autoproducido como los únicos sujetos verdaderos del proceso histórico, creando todas las demás clases y grupos sociales como objetos de su autoproducción. El modo de apropiación del capitalismo y su Sistema de Dominación Múltiple es enajenante, explotador y excluyente porque implica que para autoproducirse como clase dominante tiene que crear al proletariado como objeto de su dominio y desprovisto de toda posibilidad de autodeterminación. El resto de la sociedad es tan solo un conjunto de objetos de su autorreproducción. Por eso en el Manifiesto se llama a abolir todo modo de apropiación existente hasta nuestros días, y a crear uno
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nuevo, en el que ninguna clase social pueda objetualizar o cosificar a las demás. Para crear ese mundo nuevo se debe respetar esos saberes en una lectura seria, radical, y por lo tanto crítica, jamás sectaria, rigurosa, bien hecha, competente, de esos saberes de experiencia vivida. El respeto a ellos se inserta en el horizonte mayor en el que se generan, el horizonte del contexto cultural, que no se puede entender fuera de su corte de clase, incluso en sociedades tan complejas que la caracterización de ese corte es menos fácil de captar. Así, pues, el respeto al saber popular implica necesariamente el respeto al contexto cultural. La localidad de los educandos es el punto de partida para el conocimiento que se van creando del mundo. Sobre estos elementos, el proyecto educativo centra toda su actividad cognoscitiva y política, se apoya en los conceptos ideológicos de la transformación social, pero con la concepción de la educación popular. Para el MST el mayor desafío es cómo construir la unidad de los movimientos sociales populares, a partir de esa unidad popular poder pensar cómo alterar la correlación de fuerzas en la política nacional, es decir, la cuestión es confrontar el proyecto que comenzó Luiz Ignacio Lula da Silva y da continuidad la actual presidenta. Con las pasadas elecciones este criterio de propiciar la unidad, en el segundo turno los MST, expresaron un respaldo a la reelección del PT, también porque Geraldo Alckim, su contendiente, era la expresión cruda del proyecto neoliberal. Y en este contexto, además, independientemente de la voluntad del PT consideraron, como movimiento, colocar en la disputa política temas de interés social como el pago de la deuda, la reforma agraria, etc., que no aparecieron en el primer mandato del PT. De hecho, se trata de una situación complicada y compleja ya que por su tradición, en el imaginario, Lula y el PT es identificado con la clase trabajadora, y es por eso que tenía un amplio apoyo popular y aceptación, incluso dentro de la base social del MST, porque juega el sentido de afinidad, de afectividad e incluso podía ser la expectativa ante las políticas asistencialistas. Desde la mitad de los setenta se registra un ascenso de la lucha social, pero a partir de 1989, cuando la derrota electoral de Lula, se abre una fase de descenso de la lucha social que permanece. Es por esto que la unidad de las fuerzas sociales sigue siendo el gran desafío del momento. Desde la década de 1990, el MST se ha dedicado a ayudar a articular los movimientos campesinos de Latinoamérica, a
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los más combativos, sin depender de las articulaciones de los partidos políticos o de las centrales sindicales que también dividen los movimientos campesinos por ideología y no por interés social.
Conclusión En tiempos de neoliberalismo radical y pensamiento único, el MST demuestra que es posible establecer un nuevo tipo de propiedad de la tierra y producir sin perjudicar a la naturaleza, avanzar y perfeccionar la democracia interna y la solidaridad, participar en todas las luchas contra la opresión y ensayar la convivencia de valores con nuevos contenidos. De su organización, de su lucha, de su empeño por una educación emancipadora, podemos aprender, como educadores, como transformadores de la sociedad y como activistas de movimientos sociales. La historia de la construcción del socialismo aún está por escribirse, la izquierda latinoamericana debe tomar en consideración esta propuesta, sin dogmatismo, ni rigidez teórica, debe ser abierta y capaz de entender la diversidad y la pluralidad como una necesidad contemporánea de los seres humanos excluidos por el capital y su sistema de dominación. El camino hacia el proyecto socialista no está escrito pero hay caminos trazados, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras del Brasil es uno de esos movimientos que ha trazado una nueva ruta hacia el ideal emancipador del hombre, y con certeza vale la pena explorarlos, necesitamos hacerlo.
Notas 1
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Ver Carlos Marx: “Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política”, en Obras Escogidas, 3 tomos, t. I, pp. 517-523. Ídem. Ídem. Si observamos el caso de Francia a fines de 1789, el predominio de las relaciones de producción feudales habían sido desplazadas por las nuevas relaciones de producción capitalista nacidas en el seno de la sociedad feudal antes de la Revolución burguesa de 1789. Es decir, no solo las FP, sino también las relaciones sociales de producción capitalistas existían ya. De ahí que la Revolución de 1789, revolución a nivel jurídico político, tuviera lugar después de la revolución
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a nivel económico. La toma del poder por parte de la burguesía no hace sino consolidar la relación de producción capitalista, estimulando el desarrollo de la FP. La congelación de esta posibilidad generó contradicciones en el funcionamiento del sistema de relaciones político-económico, derivadas de una contradicción estructural: la expropiación (no la socialización) junto a la creación de patrimonios, limita por doble vía la plena realización de la propiedad social y el sistema de relaciones de producción. Se crea así un modo seudosocialista de producción, al no ser el trabajador un sujeto activo en la dirección, conducción y realización de la producción, al no objetivar su propiedad. V. I. Lenin: “El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional”, Obras Completas, t. 23, p. 94. Pueden agudizar esta situación fenómenos como: fracasos del gobierno ante aventuras guerreristas, fracasos de la política social del gobierno, que pueden llevar a un mayor desempleo, carencia en los servicios de salud y seguridad social, desalojos, etc. La propia situación internacional no debe desestimarse en este caso, sobre todo si propicia como es de esperar, la agudización de todas estas contradicciones. Heinz Dieterich: “¿Existe una situación revolucionaria en América Latina?”, en www.rebelion.org V. I. Lenin: “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, Obras Escogidas, 12 tomos, t. 3, p. 12. Carlos Marx: La ideología alemana, Editora Política, La Habana, 1979, pp. 36-38. Gilberto Gutiérrez Valdés: Posneoliberalismo y movimientos antisistémicos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009. C. Marx: La ideología alemana, Editora Política, La Habana, 1979, p. 74. V. I. Lenin: “Carta a Armand, 20 de noviembre de 1916”, Obras Completas, t. 49, Editorial Progreso, Moscú, 1983, p. 375. Federico Engels: “Principios del comunismo”, en Marx y Engels: Manifiesto comunista, p. 82. Federico Engels: “Introducción a la edición de 1895”, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, Obras Completas, 3 tomos, t. I. V. I. Lenin: “Bajo pabellón ajeno”, Obras Completas, t. 26, pp.149-152. V. I. Lenin “Dos tácticas de la social democracia en la revolución democrática”, Obras Completas, 12 tomos, t. 3 p. 83. V. I. Lenin: “La actitud de la social democracia ante el movimiento campesino”, Obras Completas, 12 tomos, t. 3, p. 143. Daniel Campioni: “Lucha de clases y perspectivas anticapitalistas: Una mirada que incluye a América Latina”, revista Marx Ahora, no. 18, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004, p. 60. Ana Esther Ceceña: “Universalidad de la lucha zapatista. Algunas hipótesis”, Chiapas, no. 2. “Los intelectuales y militantes adeptos del marxismo ortodoxo en general proceden así inadvertidamente, sin comprender la verdadera naturaleza del desarrollo de una praxis revolucionaria y socialista, que por su propia definición no puede ser profetizada por algún oráculo del marxismo, y sí creada y recreada históricamente por los verdaderos protagonistas de la lucha de clases, los secto-
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res obreros, populares y sometidos de la sociedad capitalista. Parafraseando la vieja frase de Marx, ‘la libertad de los trabajadores será obra de los propios trabajadores’”. Marco Antonio Perruso: “Marxismo, movimientos sociales y fenomenología”, Pensar a Contracorriente II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 202. Tesis en opción al grado de Doctor en Ciencias Filosóficas. Trabajo inédito. GALFISA, Instituto de Filosofía, La Habana, 2010. Jorge Luis Acanda: ob. cit., pp. 267-269. Joao Pedro Stedile, miembro de la Coordinadora Nacional del MST. Fundador desde 1979 del movimiento y ha sido una de las caras visible a nivel internacional y nacional del MST. Joao Pedro Stedile: Entrevista realizada en el Centro Memorial Martin Luther King Jr., La Habana, febrero de 2010. Joao Pedro Stedile: Ibídem. Disponible en www.archivo-chile.com Frei Betto: ob. cit., pp. 108-115. Álvaro García Linera: “El MAS y la cuestión del poder en Bolivia”, disponible en http://www.archivo-chile.com Escándalo de corrupción que tuvo como centro a muchos dirigentes del más alto rango dentro del PT. El hecho se dio a conocer en 2005, cuando las relaciones entre el MST y el PT se habían deteriorado grandemente a causa de la falta de compromiso de Lula con la reforma agraria y otros planes de desarrollo agrario y urbano. François Hourtart: Los movimientos sociales y la construcción de un nuevo sujeto histórico, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp. 112-113. Isabel Rauber: Poder desde abajo construir una amplia fuerza social de liberación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, pp. 134-126. Isabel Rauber: Ibídem, pp. 98-102. Isabel Rauber: La izquierda en América Latina y los movimientos sociales, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, pp. 34-45. El Movimiento de Agricultores Sin Tierras (MASTER) y Las Ligas campesinas, ambas desaparecieron en abril de 1964 con la dictadura militar. El inicio del MST se toma desde 1979 cuando aparecen las primeras ocupaciones de tierras en las Haciendas Macalí y Brillantes, así como la Encrucijada de Natalino y no desde su oficialidad en 1984, durante el I Encuentro Nacional en 1984. Las luchas por la tierra en Brasil se remontan al periodo colonial y a lo largo de la historia se producen acciones de masas que llevan como objetivo fundamental la conquista de la tierra. Isabel Rauber: ob. cit. Enrique Dussel: Ética de la liberación. Editorial Trota. Madrid, 1998, p 523. Isabel Rauber: ob. cit., pp. 67-79. Ibídem. Colectivo de Autores: Historia de la educación, Editorial Caracas, Venezuela, 2001, pp. 12-23. Simón Rodríguez, educador Venezolano. Tutor y maestro de Simón Bolívar. Jorge Luis Acanda: Educación, Ciencias Sociales y cambio social, Editorial Caminos, La Habana, 2004, pp. 34-35.
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Carlos Marx: Tesis sobre Feuerbach, en Marx y Engels: Obras Escogidas, 3 t., Editorial Progreso, Moscú, t. I, pp. 7-10. Paulo Freire, educador popular brasileño. Paulo Freire: Pedagogía del oprimido. Compilación de Lecturas sobre Educación Popular, Editorial Caminos, La Habana, 2004, p. 45. Carlos Marx: ob. cit. Carlos Marx: El Manifiesto Comunista, Editorial Progreso, Moscú, 1976, pp. 23-34.
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Sujetos sociales y paradigmas en pugna (Memoria y utopías americanas)
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Primera parte: biologismo, nacionalismo y sus oposiciones Premisas iniciales ¿Existen posibilidades reales de investigar la historia desde un paradigma alternativo? ¿Brinda la dialéctica un camino metodológico para investigar? Partimos de la base de que los análisis del paradigma funcionalista tratan los conflictos o contradicciones en tono de función/disfunción, lo que no equivale a su negación pero sí a la neutralización de sus posibilidades cognitivas. En clave dialéctica, en cambio, la conflictividad deja de ser una anomalía a suprimir para constituir el motor –y a la vez expresión– del movimiento de la historia. El misterio de todo fenómeno se revela en su historia, en lenguaje de Hegel, y encontramos en el ejercicio de la aplicación de la dialéctica una brújula que señala un curso en la interpretación de los hechos. Sabemos que Marx revisó –“invirtió”– la dialéctica hegeliana, colocando las contradicciones básicas no a nivel de la Idea o conciencia universal, sino de la experiencia social. De cualquier modo, los lazos con Hegel son evidentes en el terreno de la construcción formal de la dialéctica.
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Si bien “paradigma” es un término que ha sido utilizado por muchas disciplinas –es más, habita cada ciencia– uno de sus usos más comunes implica el concepto de “cosmovisión”, en tanto conjunto de experiencias, creencias y valores que definen la forma en que una persona o un grupo percibe la realidad y responde a esa percepción. El itinerario de estas constelaciones nos remite a la historia de las ideas, la que lejos de ser una sucesión arbitraria de acontecimientos, posee en su devenir una lógica interna signada por confrontaciones y contradicciones que iluminan cada momento, a la vez que permite totalizaciones desde cada instante. Es un devenir de momentos dentro de procesos,1 los que conducen a otorgar un sentido a los hechos. Este énfasis en la subjetividad no es casual. Está puesto en la necesidad de revalorizar la teoría no solo en la investigación sino como terreno al que se puede acceder en espacios extraacadémicos. Esto significa salir al encuentro de la des-teorización de la historia que se proponía a mediados de 1980 como paradigma de cientificidad, respondiendo a los moldes intelectuales irradiados desde los centros internacionales del saber académico. La consecuencia en el plano metodológico es que, en palabras de Reyna Pastor, “esto ha llevado a una manera de estudiar la historia de una manera aséptica y a-social, una línea continua, ascendente, sin conflictos, que nos conduce a ese estado sublime que es el capitalismo hoy” (Azcuy Ameguino, 2004). En el terreno del lenguaje produjo relatos estériles, eso que Adolfo Colombres (2004) designa con el término “hibridación”, presentados como “objetivos”, “científicos”. En función de estas afinidades entre historia y conciencia, no es aventurado pensar en Roland Barthes (1994) y su reivindicación del sujeto: “El lenguaje neutro, ‘objetivo’, produce la ilusión de que la historia se cuenta sola”. Y no es así. “La historia siempre quedará como un relato”, fue su síntesis. Otra de las derivaciones fue desplazar hacia investigaciones microsociales los estudios de rasgos totalizantes, propios de teorías interpretativas y críticas frente a nuestra realidad, las que formaban parte de nuestra tradición intelectual. Esta perspectiva, necesariamente histórica, fue reemplazada por una “excelencia” pretendidamente neutral. Uno de los resultados del traslado del “pensamiento único” al campo de la investigación fue una utilización reduccionista de la “objetividad”, lo que condicionó la investigación histórica y de las ciencias sociales en general. Desde una supuesta profesionalidad, hay quienes niegan que se puedan establecer enlaces activos, motivadores,
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entre el presente y el pasado de las experiencias liberadoras. En oposición a ello, el propósito del ensayo es confrontar paradigmas dominantes con sus antítesis, en determinados contextos históricos, teniendo en cuenta la dinámica de clases sociales. El universo ideológico que lo sostiene se identifica con la unidad y oposición de los procesos de conservación y transformación de la vida socio-cultural. Con estas premisas, entonces, este trabajo se identifica con la urgencia de recomponer el vínculo de las ciencias sociales con los escenarios políticos y sociales sobre la base de análisis estructurales, cuyo abandono merece un requiem por parte de la necesaria reconstrucción del pensamiento crítico (Beigel, 1995). De acuerdo con este último paradigma, la tarea del investigador es sacar a la superficie los supuestos implícitos en la vida social y las conceptualizaciones resultantes deben aportar fundamentos para la transformación social (Popkewitz, 1984).
Darwinismo social vs. autoconciencia de “clase productora” El objetivo inicial de esta primera parte es incorporar conceptos derivados del etnocentrismo y del darwinismo social con su carga biológica, durante las últimas décadas del siglo XIX y dos primeras del XX. Luego será el espiritualismo nacionalista quien ocupará un espacio que será vital para el resurgimiento del racismo en el tratamiento de fenómenos sociales, en un tramo de la historia en que las oposiciones de la clase obrera y la clase media a esas posturas tuvieron protagonismos diferentes en tiempos diferentes. Comenzaremos, brevemente y a modo de ejemplo, por dos términos acuñados por el etnocentrismo europeo. Los conceptos “civilización” y “barbarie”, ampliamente utilizados en la Argentina con explícito sentido disciplinador, fueron tempranamente incorporados y reproducidos en todas las regiones del continente. El “Darwinismo Social”, acuñado por el filósofo y sociólogo británico Herbert Spencer, se constituyó en una línea de pensamiento que consideraba las transformaciones culturales de la sociedad como un aspecto de la evolución biológica. Este tipo de ideas, sobre un fondo doctrinario dominado por el liberalismo económico, cobró cuerpo en los sectores dirigentes e intelectuales que ya habían na-
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turalizado tanto la opción de civilización o barbarie como la división internacional del trabajo. Una vez que estas formaciones intelectuales se tornan hegemónicas y llegan hasta los territorios más aislados, sobrevienen nuevas preguntas: ¿Qué utilización en la práctica social se hacía del biologismo?, ¿qué se buscaba legitimar a través suyo? Es evidente que el discurso biologista fue usado universalmente para apuntalar un ordenamiento social jerárquico y se acudía para ello a un determinismo racial,2 con un explícito destino homogeneizador. En el lenguaje de la cultura dominante se observa que el término “heterogeneidad” era aplicado con una connotación negativa, en momentos en que no eran desconocidas alternativas pedagógicas como la de John Dewey, pedagogo norteamericano que experimentó con ambientes democráticos en educación y uno de los que insistió en que otros factores como la interdependencia y la cooperación merecen destacarse por encima de la matriz biológica. Cuando de seguridad interior se trataba, la relación podía incluir a indígenas y bandoleros en una misma ecuación “científica”: Si al indio... se le dominó y se le redujo a la situación que le correspondía en el concierto de los bien entendidos derechos de la nación, con mayor razón se debe proceder contra esos bandoleros porque ellos, por su condición de elementos dañinos, no tienen derecho a la vida, desde que proceden obedeciendo a sus actos criminales, que tal vez obedezcan a taras de descendencia.3
Si entendemos por ciudadanía –una categoría clave en la legitimación de toda sociedad capitalista– el conjunto de prácticas jurídicas, políticas, económicas y culturales que definen a una persona como miembro de una sociedad, el indígena –en todo caso la masa criollo/ aborigen percibida como indiferenciada y amenazante–4 padecía una doble negación de la ciudadanía. En primer término, para acceder a los escasos derechos sociales durante las primeras décadas del siglo XX era necesaria la figura del propietario o al menos de asalariado formal, inexistente para este estrato. Aún así, se agregaban otras exclusiones, mucho más significativas para su cotidianeidad. Tengamos en cuenta que el destino para la mayoría de los indígenas sobrevivientes de los cruentos operativos de desalojo de sus tierras en la segunda mitad del siglo XIX fue el traslado y confinamiento en ghetos étnicos5 y la desestructuración de los grupos tribales. Otra forma institucional de control y subordinación, fue la incorporación
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obligatoria en el aparato militar como mecanismo destinado a neutralizar cualquier forma de acción autónoma. Escuela y prensa, claves. Si acudimos a un compendio de conceptos, podemos conjeturar que el poder circula a través de prácticas institucionales, o sea, que está presente en las formas en que los individuos levantan límites para sí mismos y definen categorías que son mediatizadas y relanzadas desde las instituciones, su ámbito de creación. Cuando cumplen un cometido reificador (Berger/Luckmann, 1995) difunden una imagen de los fenómenos sociales como si no fueran productos humanos sino hechos de la naturaleza. Una de sus derivaciones es que una determinada cosmovisión del mundo se incorpore al “sentido común” como única posible, imposible de cambiar, lo que nos remite al término gramsciano de “hegemonía”, en tanto articulación de instancias públicas y privadas para conformar un modelo que direcciona la sociedad durante una fase histórica. Así, en la conceptualización del mundo indígena, las instituciones, por ejemplo la educación y también la prensa, han ejercido una tarea funcional al control social. En Argentina como en otros países de América Latina, la modernización iniciada a finales del siglo XIX implicó en lo ideológico y cultural el empleo de una política asimilacionista por parte del Estado, dirigida tanto a los inmigrantes como a la población nativa. Pero esta absorción no estuvo exenta de prácticas selectivas. Si bien, como advertimos, el mundo criollo/aborigen era representado con signos de amenaza, al indígena le era reservada una mirada de mayor recelo en cuanto a la eficacia que podía tener una “recuperación civilizatoria” donde un rol esencial lo cumpliría la institución escolar. También hubo publicaciones que con matices volcaban en sus columnas palabras de reconocimiento hacia la existencia de los indígenas en tanto habitantes originarios, pero justificaban al fin su eliminación o desplazamiento en función de una inevitable “ley natural”. El sistema educativo coincidió con una parte de esa prensa en que su rol debía ser resocializador, esto es, que no consideraba a los aborígenes irrecuperables para la civilización, siempre y cuando asumieran una condición: debían abandonar sus hábitos culturales. La clase obrera, sujeto social que se asume Resulta pertinente para este trabajo observar que hasta aquí no se registran a nivel de los estratos medios de la sociedad, relacionados
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con la intelligentzia regional, expresiones de cuestionamiento que interpreten como histórico-social lo que la clase dominante presentaba como “natural”, al menos con entidad colectiva, o sea, que trascienda voces individuales y aisladas. Pero la resistencia y el diseño de alternativas sí provino de amplios sectores de la clase obrera que se autorreconocieron como sujetos sociales para un cambio revolucionario, especialmente durante el vital período comprendido entre 1915 y 1925 aproximadamente. Registrados como “ocupados” en las estadísticas y supuestos beneficiarios de los índices de crecimiento, se aprovechaba la fuerza de trabajo de los que ejercían los trabajos menos calificados, pero fuera de ese espacio se buscaba que fueran “invisibles”, siendo víctimas de un tipo de ocultamiento o confinamiento social. La naturalización de su existir pasaba por la aplicación del biologismo –al que ya se hizo referencia– para descalificarlos “científicamente”. Como contrapartida y no solo por cuestiones salariales sino también para apuntalar su autoestima, estos sectores expusieron su pertenencia a la clase que produce y de esa manera buscaron diferenciarse de la clase que se apropia de su resultado sin haberlo construido, tema muy presente en el discurso obrero de esta época. Existe claramente una pluralización de sujetos sociales, ya que junto a los obreros del campo y la ciudad se encuentran otros grupos, marginados u oprimidos por falta de trabajo o bien en razón de género, color, religión o cultura. Aun teniendo en cuenta esa diversidad, reivindicamos la fertilidad de la categoría “pueblo productor” para sostener un sujeto social transformador, pues en torno a los intereses y vivencias colectivas de su concreta relación con el capital, se fue conformando históricamente una buena parte de los modelos alternativos de sociedad postcapitalista. En esta perspectiva, encontramos en István Mészáros (2002) una de las fuentes teóricas que plantea la centralidad del eje del trabajo y sus sujetos en cualquier propuesta de cambio, reivindicada por este autor desde un marxismo con cierto perfil libertario.6 En materia de antecedentes, hubo períodos previos en que el pueblo productor fue elegido, en detrimento de otros, para cambiar la historia. Por ejemplo, las insurrecciones americanas, en las últimas décadas del siglo XVIII, en especial el movimiento liderado por Tupac Amaru estuvo conformado por indios y mestizos, pero buscó integrar también a esclavos y aún a criollos pobres. Ese mismo núcleo de sujetos sociales fue el incorporado por el uruguayo José Ger-
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vasio Artigas a su movimiento. Es decir, que esas experiencias liberadoras buscaron la medida de sus sueños en los sectores sobre los que recaía el trabajo. Interesa destacar que ambas fueron pensadas para la América toda y no es casual que ese bloque de sujetos sociales no fuera distintivo de un solo país, sino de la realidad americana. Así, el americanismo nació y perduró como estrategia de la conciencia subcontinental para enfrentar a viejos y nuevos colonialismos. En esta línea de pensamiento, José Carlos Mariátegui (1924) nos dice que la “generación libertadora” no engendró nacionalismos sino un ideal americanista.7 Por otro lado, el abandono de todas esas premisas se produce cuando el poder pasó a manos de las burguesías portuarias de Lima, Buenos Aires, Montevideo, Santiago/Valparaíso, etc. y de las oligarquías terratenientes, otros sujetos para otros proyectos, para otros modelos de sociedad. Volviendo al período histórico que nos ocupa en este tramo, focalizamos nuestra atención en los últimos años de la década de 1910 e iniciales de la década de 1920 en que los obreros pasaron a tener un rol diferente como sujetos sociales. Grandes sectores se asumieron como “pueblo productor”, en tanto clase trabajadora = clase productora, lo que derivó en una autoconciencia de tal pertenencia. En consecuencia, uno de los escenarios de la acción obrera fueron las unidades productivas: la fábrica, el campo mismo, el galpón del ferrocarril, el obraje, etc. Es aquí donde históricamente se registra la mayor conflictividad, porque se pone en cuestión la producción de recursos y el sistema mismo de propiedad. Como una derivación de ese proceso de autorreconocimiento, el término “clase productora” era usado reiteradamente en las expresiones gráficas de las sociedades de resistencia. Más aún, frente a la contradicción planteada con la “clase parasitaria”, el horizonte de una sociedad postcapitalista aparecía como una consecuencia asumida desde el punto de vista de la necesidad.8 La implicación ideológica se ponía de manifiesto a la hora de inscribir las reivindicaciones en una apuesta al futuro. Las cuadrillas de estibadores de nuestras llanuras buscaban –y lo conseguían en caso de que la correlación de fuerzas les fuera favorable– que no existiera la figura del capataz en el pliego de condiciones, de tal modo que la propia organización obrera se hiciera cargo de coordinar el trabajo. Significaba anticipar, en la práctica, “los procesos y mecanismos de funcionamiento que se desea para una futura sociedad libertaria” (Castoriadis, 1979). El principio subyacente era que cada actividad
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–interna o externa– de un sindicato debía ser una “escuela de autogestión”. Como lo registran numerosas crónicas, ese era el “espíritu de Chicago” y el contenido de las conmemoraciones de los 1ro. de Mayo en nuestros países. También la creación de núcleos autónomos como el congreso de sindicalistas rojos en México el 15 de febrero de 1921, precursor de la CGT, (Taibo II, 1998) los que intentaban diferenciarse de otras centrales con marcada dependencia del Estado. Quedó insinuada una característica que distingue a cada momento clave del proceso dialéctico, esto es su inserción en aires regionales y mundiales de rebeldía. En efecto, si llevamos este fenómeno al período que nos ocupa, no puede soslayarse la influencia que sobre los sueños obreros de fundar una sociedad postcapitalista en nuestros países, tuvieron la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y los grandes levantamientos de obreros en la Italia de 1920 y en la Alemania entre 1918 y 1921, entre tantos otros designios de subvertir el orden del capital. El lenguaje obrero denotaba una fuerte presencia anarquista, la que luego de ser predominante en las grandes ciudades, se hizo manifiesta en las áreas rurales durante lo que Andreas Doeswijk llamara “trienio rojo”. El término se aplica al período 1919-1921 en que la clase obrera escribió el primer borrador de un proceso que tuvo alcances insurreccionales, logrando en algunas regiones “el máximo nivel de influencia social y control sobre los espacios de trabajo” (Bohoslavsky-Harambour, 2007). Nos estamos refiriendo, por citar unos pocos ejemplos, a la Semana Trágica de 1919, la rebelión de los braceros bonaerenses en ese mismo año y, en el siguiente, la Patagonia Trágica, las grandes huelgas en los obrajes de La Forestal de 1919 a 1921 y tantos otros episodios que nos permiten observar que, en momentos claves, hay una energía revolucionaria que se despliega sin detenerse ni aún en las puertas de confines aislados. La extensión a que hacemos referencia implicó también la solidaridad de clase. En buena parte de América Latina la categoría pueblo productor incluyó los mismos componentes, facilitando así la fraternidad entre trabajadores de diferentes países. Por ejemplo, “Contra la barbarie argentina” se tituló una declaración que circuló en Montevideo en enero de 1922 y en ella se convocaba a boicotear a los turistas argentinos en función de lo ocurrido en La Pampa y en las provincias sureñas de la Patagonia.9
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Luego de estas experiencias vitales, el reflujo en el nivel de resistencia obrera, los cambios en su composición, etc. fueron acompañados de un avance de la reacción, que no solo apuntó a lo represivo sino hasta a cambiar la raíz ideológica de las formas de vida. Es en esta etapa donde el protagonismo en la resistencia a las ideas legitimadoras de las clases dominantes fue más intenso en otros sectores sociales. Nacionalistas restauradores vs. librepensadores La postura del determinismo biológico y racista, lejos de volverse evanescente con los aportes de la ciencia, o bien opacarse con el variado arsenal del antipositivismo, resurgió por motivaciones ideológicas al amparo del nacionalismo militar que tuvo status oficial durante las décadas de 1930 y 1940. En efecto, a las opiniones aquí ya consideradas, con sus anclajes biologistas, se sumó un nacionalismo espiritualista, una variante del pensamiento oligárquico que abrevó de posturas igualmente predominantes en Europa y las aplicó en los planes de conservar el orden social de nuestros países. Como reflejo del torbellino ideológico y de situaciones internacionales que caracterizó el mundo entre guerras, se observa en la región un lenguaje nacionalista hispanizante que ya se había instalado en algunos círculos profesionales y en la prensa. Esta adaptación a la cruzada de propagación de la tradición y de la fe católica, no puede desligarse de la presencia de Primo de Rivera al frente del Estado español y la intención del “hispanismo” en erigirse en un estilo de vivir y de obrar. Es una época en que la Guerra Civil Española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial habían arrojado sus tensiones hasta en los países periféricos e incluso a sus zonas de “frontera interior”. Efectivamente, el realismo tomista y el período colonial hispano se habían convertido en un modelo para los nacionalistas restauradores (Rapoport, 2000) y hasta las mismas áreas de educación de los gobiernos se habían impregnado de esta postura. Somos conscientes de la polisemia del término “nacionalismo”10 y que el calificativo “restaurador” también es susceptible de ser interpretado en más de un sentido. Pese a ello, mantenemos la figura de “restauración” para referirnos a climas opresivos de un pasado
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colonial, hispanizante, que debían restablecerse con afán disciplinador y que sobrevolaron la conflictividad de esa etapa en el plano del conocimiento, es decir la gestalt del trabajo cultural. Utilizando las irradiaciones del franquismo y zalazarismo ibéricos, promediando la década de 1930, el avance integrista tuvo como uno de sus objetivos controlar instituciones educativas, en especial formadoras de docentes. Por otra parte, el nacionalismo había desarrollado su propia “agenda”, en la que tuvo su espacio una versión uniformatizadora de la “lealtad a la Nación”, (Hobsbawn, 1992) concepto que había ganado terreno en Europa durante los últimos años de la década de 1930. A esta ofensiva nacionalista se sumó un estado de desconcierto que afectó a la intelligentzia de ascendencia liberal y tal estado de confusión arrastró a sus variantes progresistas. Por otra parte, a nivel partidario, si bien no hubo movimientos que en esa época escaparan a la influencia del paradigma positivista, sería injusto soslayar la presencia de socialistas y partidarios de Henry George11 en los estratos medios urbanos y rurales. En esos años, en un marco represivo a todo lo que fuera o aparentara ser un “librepensador”, se produjeron episodios de disciplinamiento contra maestros y directores de escuela que defendían el laicismo en la enseñanza y que habían llevado a la práctica el mandato de incorporar el compromiso social al rol docente. La resistencia de los sectores medios. El párrafo anterior nos permite atisbar una novedad en el plano de la subjetividad: tanto el hispanismo como el corporativismo y el integrismo fueron enfrentados por un sector intelectual vinculado al magisterio, el que sostuvo posturas opuestas a partir de su defensa irrestricta de la escuela pública y de considerar que sus valores culturales eran avasallados. Está claro que la diferencia con el “trienio rojo” estriba en que fueron estos estratos medios y no los sectores obreros –en pleno reflujo luego de grandes luchas, represión y fuertes divisiones internas– los que protagonizaron la resistencia al nacionalismo integrista. Sin embargo, el cuestionamiento –y esta es una diferencia importante– no fue contra el sistema capitalista, sino a su variante más reaccionaria y por ello no produjeron ni propusieron modelos alternativos de sociedad. La razón debe buscarse en que nuestras clases medias nunca diagramaron un programa económico de enfrentamiento con la oligarquía. En realidad, una de las derivaciones de la división internacional del trabajo es que el crecimiento de los sectores medios
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urbanos dependió en nuestros países más del incremento de las actividades administrativas que de las industriales, es decir, que crecieron a la sombra del Estado. Por otra parte, la extrema concentración de la propiedad de la tierra y el predominante sistema de arrendamiento imposibilitaron la existencia de una clase media rural que, como en los Estados Unidos o en Canadá, motorizara una transformación productiva.
Segunda parte: de las historias sumergidas a la utopía Nuevos actores para una histórica confrontación Hasta aquí se ha desarrollado un panorama de los escenarios donde se han confrontado paradigmas, y de las apropiaciones que de esos cuerpos de ideas han realizado fuerzas sociales que confrontan en el terreno de la subjetividad. Como se infiere de las palabras preliminares de este trabajo, la dialéctica no le otorga identidad a los hechos como tales sino como momentos de procesos. La propuesta es analizar otros momentos para extraer de sus contradicciones una aproximación, un ejercicio de síntesis. El crecimiento keynesiano y la relativa paz social que tuvo el capitalismo tras la segunda guerra mundial y que incluyó a los países latinoamericanos, alcanzó sus límites entre los sesenta y setenta en que el descenso de la tasa de ganancia empresarial intervino para generar no una crisis, más sino la de todo un modelo de acumulación. Fue concebida como crisis “del Estado de Bienestar”, pese a que aún se mantenía la euforia desarrollista con su expectativa de desarrollo industrial, vía las inversiones de capitales extranjeros. Junto con el ingreso a la fase autoritaria del desarrollismo, vía dictaduras militares de los sesenta, se empezaron a esbozar las premisas económicas y culturales del neoliberalismo como propuestas superadoras de la crisis, aunque faltarán algunos años para la puesta en práctica de todas sus baterías. Ese mismo modelo capitalista, industrialista y a la vez concentrador, impulsó la sustitución de bienes intermedios y de consumo durable, con una estrategia destructiva de pequeños y medianos establecimientos, crecimiento del empleo urbano, etc. La concentración del capital y de las industrias, entre ellas la automotriz, dio lugar a una mayor concentración obrera en ciertos enclaves. Se tomará, a
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la manera de “estudio de caso”, a la ciudad argentina de Córdoba, donde en 1970 las tres plantas Fiat ocupaban allí cerca de 4 000 operarios. El freno al modelo desarrollista estuvo dado por la convergencia de la crisis y de la agudización de la conflictividad social, en un contexto en que coexistían “fuertes flujos de movilidad ascendente y descendente”, (Torrado, 1992) mediante un formato insurreccional cuya expresión típica fue el “Cordobazo” del 29 de mayo de 1969. Parte de este proceso tuvo lugar en las fábricas Concord y Materfer de la Fiat en 1970-1971. Un funcionamiento asambleario y otros mecanismos de democracia directa fueron indisolubles de este proceso. Fue tan vital y extendido este último aspecto que en amplias regiones las grandes huelgas reclamaban, junto con demandas salariales y de condiciones laborales, el reconocimiento de los delegados elegidos por los propios obreros, rechazados al unísono por las conducciones nacionales de los gremios “colaboracionistas” y el Ministerio de Trabajo. Si aires mundiales de revuelta arribaron durante el “trienio rojo” 1919-1921 y se mezclaron con los propios, posturas similares confluyeron para que nuevas camadas obreras reasumieran el rol de sujetos sociales en nuestro mundo sindical de los sesenta y setenta. En el Plenario Nacional de Sindicatos Combativos (mayo de 1971) el SiTraC(oncord)-SiTraM(aterfer) dio a conocer un programa en el que se enumeran los sectores a incluir en un frente de liberación. Debía aglutinar, “bajo la dirección de los trabajadores”, a “todos los demás sectores oprimidos, a los asalariados del campo y la ciudad, peones rurales, campesinos y colonos, capas medias, profesionales, intelectuales y artistas progresistas y al conjunto de los estudiantes”. La ausencia de desocupados en este bloque puede obedecer a que, si bien disminuyó el empleo industrial por la concentración que implica el modelo desarrollista, era común encontrar nueva ocupación en el sector servicios, es decir que la desocupación no era aún una necesidad estructural del sistema. La amplitud de tal frente supera en extensión los sectores que el anarquismo y el “obrerismo” en general estaban dispuestos a incorporar en el momento anterior. En función de este posicionamiento, la clase obrera reasumía como sujeto social del cambio, al frente de un espectro cuya amplitud estaba más cercana a la definición de pueblo que realizara Fidel Castro en La historia me absolverá.12
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Una de las novedades, en materia de actores, fue la puesta en cuestión del rol del campesinado, considerado sujeto central en tiempos previos al “Cordobazo” y otros estallidos urbanos. De la misma manera, el “foquismo” rural pasó a guerrilla urbana y a clasismo fabril en el perfil que tomaban algunas organizaciones. A la vez, ambos sindicatos de la rama automotriz se autodefinían como “clasistas” 13 e impulsaron junto a otros sectores nuevas huelgas generales con movilización en las calles en 1971. Cierto es que el clasismo no quedó limitado a las dos prácticas gremiales reseñadas, sino que se presentaron otras vertientes confrontativas con la burocracia sindical, algunas con diferencias importantes con el clasismo, por ejemplo, CGT de los Argentinos. Sí nos interesa concluir este examen con el “Sindicalismo de Liberación” de Luz y Fuerza-Córdoba, que personalizaremos en la figura de Agustín Tosco, una de las columnas de la CGTA. En los comienzos de los cuatro años de vida de la CGTA, para Tosco la lucha debía focalizarse contra la dictadura y los intereses monopólicos, no contra el capitalismo. Como existe una relación íntima entre horizonte ideológico y elección de sujetos sociales, tal postura supone conceptuar como sujeto a “la clase trabajadora, al estudiantado y a todos los que tienen un interés nacional”. En otro discurso precisará que este último sector contemplaba a pequeños y medianos industriales y federaciones empresarias. Creemos que fue el nivel creciente de conciencia que se puso de manifiesto en un profundo cambio cualitativo en la lucha política y social y una inédita demanda del socialismo por parte de grandes sectores, lo que llevó a Tosco y a otros dirigentes sindicales a tomar nota de la realidad para radicalizar su discurso, a partir de 1972. Es decir que acompañó con nuevos posicionamientos el avance de la conciencia en grandes sectores de la población y, de esta manera, sintetizó en su persona el proceso mismo de la unidad de teoría y práctica.14 Al mismo tiempo que se ensamblaban estos procesos internos y externos, sufría una represión con reclusión más sistemática sobre su persona. Precisamente, desde una cárcel de Buenos Aires aludirá al “camino al socialismo” y advertirá que no puede haber “ilusiones” de revivir políticas populares dentro del sistema capitalista. El horizonte era ahora una sociedad “sin explotadores ni explotados” y al término Liberación Nacional le adosa “y Social”. En función de
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ello, el planteo anterior de rescatar los medios de producción en manos de los monopolios, se traduce ahora en su socialización.15 Estos cambios de expresiones no fueron excepcionales, sino que otros sectores también radicalizaron sus posturas. A partir de esa época, “Cristianismo y Revolución”, por ejemplo, exhibió definiciones clasistas y los trabajadores fueron concebidos como el eje del tránsito al socialismo. Es interesante observar que en esta etapa de su trayectoria –y la de tantos dirigentes obreros– la apertura a Latinoamérica resultaba inescindible de la lucha general. Por ejemplo, en un debate sobre el “colaboracionismo sindical”, Tosco afirmó que valoraba a “los que luchan por las reivindicaciones inmediatas y a su vez levantan la lucha permanente por esas reivindicaciones nacionales, sociales, latinoamericanas, que hacen al cambio fundamental de la sociedad”. Reiteramos que centrar nuestro análisis en Córdoba, y en ella solo algunos protagonistas, ya sea institucionales o personales, es para realizar ciertos señalamientos y sin pretensiones de inventario. En otros sitios se dieron al mismo tiempo procesos similares y en todos ellos, a manera de proyección integradora, cabe mencionar los hechos de 1975 en el marco de las protestas de los trabajadores contra los primeros programas económicos ostensiblemente neoliberales. Similitudes y diferencias. Nos interesa destacar, en el terreno de las similitudes entre momentos, que –acompañando las reivindicaciones económicas– el horizonte ideológico durante este período 1966-1976 quedó nuevamente explicitado en el decir obrero, esto es que volvió a señalarse el carácter anticapitalista de las luchas. Se observa junto a ello, una recuperación de la conciencia de “clase productora”, lo que derivó en que los espacios fabriles de producción fueran nuevamente escenarios de las protestas y que los trabajadores se apropiaran de ellos, si bien en forma temporaria. Esta nueva reivindicación del pueblo productor y poner en cuestión el sistema de propiedad, tal como vimos en las experiencias ya citadas para el período 19191921, se volvió a poner de manifiesto en algunos textos. El Sitrac dio a conocer frases que nos remiten a ellas.16 Es evidente que este proceso se vio facilitado porque los obreros pudieron levantar un sindicato propio en cada fábrica. Sin entrar en el debate acerca de la conveniencia o no de ese modelo gremial, lo cierto es que remite a la estrategia confederal-libertaria de Artigas y a la autonomía de cada eslabón sostenida por los anarquistas de las primeras décadas. Si ya mencionamos las trabas que este último
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mecanismo significó para la unificación de las luchas, debemos convenir en que la metodología no puede juzgarse al margen de la lucha de clases y de las experiencias de cada momento. Asimismo, se registra una nueva propagación de la energía revolucionaria hasta en sitios impensados de nuestros países y –también vinculado con ello– un empalme con movimientos de similar enjundia a nivel continental y mundial. Siempre con relación a los momentos anteriores, vale mencionar asimismo algunas diferencias. Si bien no exento de fuertes debates, se observa en el período 1966-1976 una amplitud mayor tanto en sus alianzas como en la coordinación organizativa, para que la resistencia no fuera aplastada por razones de aislamiento. Por otra parte, y en función de las décadas de experiencias regionales y mundiales, el tipo de cambio revolucionario es mencionado en el último momento con otra precisión. Por ejemplo, en el programa de los obreros de Fiat se lo identifica como “democrático, antimonopolista y antiimperialista, en marcha continua hacia el socialismo”, aunque el “etapismo” que supone este último aserto no fue compartido por otros sectores obreros. Formato de un antagonista cultural. La globalización En parte para sofocar la ebullición obrera a la que nos hemos asomado en párrafos anteriores, devino una nueva tanda de dictaduras militares en los setenta y una nueva performance de la concentración del capital, acompañadas –como en casos anteriores– por un diseño funcional en el terreno de la cultura. Asimismo, fueron nuevamente otros sectores sociales, con énfasis en los estratos medios, los que tuvieron un protagonismo manifiesto en este plano. Ya habíamos observado, si bien desde asimétricas relaciones de poder, que una de las “contraofensivas” en el terreno de las ideas había sido ensayada cuando el nacionalismo restaurador hegemonizó la vida cultural, es decir que el camino de desafiar un anticipado “pensamiento único” estaba iniciado. Este proceso de reescritura consolidada fue y es protagonizado por numerosos colectivos culturales a partir de la recuperación de las democracias, si bien restringidas, durante los ochenta. Como todo proceso creativo, no solo se apropió de paradigmas alternativos universales sino que produjo –en realidad descubrió– una cosmovisión
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americana y lo hizo al tiempo que confrontaba con su polo antagónico, el que ya no era el darwinismo social ni el hispanismo oligárquico sino que está habitado por otros componentes, pero con el mismo objetivo que en la etapa anterior, es decir, legitimar relaciones cada vez más asimétricas de poder. Si bien el funcionalismo, soporte sociológico del desarrollismo económico, fue excluyente en lo cultural y social, el interés de este trabajo se focalizará en la confrontación con el neoliberalismo y la globalización, cuya entrada en escena se produjo una vez restaurado el mundo unipolar. Este proceso, a menudo avasallante, fue investigado por adscriptos al paradigma crítico, tanto desde la periferia como de la centralidad geográfica del poder. El profesor norteamericano Michael Apple (1996) señaló que “el dominio económico necesitó ejercer un liderazgo intelectual cuando el neoconservadorismo se propuso reestructurar la sociedad”. De todos los materiales que dan cuenta de minuciosos proyectos de dominación, resultan significativos los Documentos de Santa Fe (Estados Unidos, 1980-1986) “que anticiparon las líneas de acción del imperio en todos los campos” o, dicho de otra manera, “verdadera hoja de ruta conceptual del imperialismo en el mundo entero”,17 la que tuvo su continuidad en nuevas versiones hasta llegar al Santa Fe IV (2000). Centrar la atención en ellos, en especial a su progresión, obedece a que fueron renovando las formas de captación de intelectuales mediante múltiples recursos tales como donaciones, becas, premios, la mediación de sponsors, etc. Si bien se instrumentan en buena medida a través de grandes empresas, fundaciones, institutos, los que necesariamente tienen que estar en la superficie, son menos visibles las consecuencias de este nuevo “mecenazgo” sobre los intelectuales complacientes. La “aldea global” vs. cultura americana Es evidente que la “globalización” fue una de las estrategias imperiales más efectivas en el plano de producir cambios en hábitos culturales, arraigados largos años en los meandros proteccionistas del “Estado de Bienestar”. Una de sus facetas es el confinamiento de nuestras identidades al rincón de los exotismos, situación que nos
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remite a que el “pensamiento único” también ejerce su efecto uniformador en el plano estético. A ello debe agregarse que la “aldea global” no se detiene en las metrópolis nacionales, sino que se reproduce en el mecanismo centro-periferia de nuestros propios países latinoamericanos. Son numerosas las indagaciones que, a la hora de analizar la globalización o la hegemonía del mercado sobre el Estado, enumeran variables económicas y sociales, llámese desnacionalización, dependencia, desarticulación del mercado interno, doble exclusión –social y territorial–, etc. Por su pertinencia al tema aquí abordado, nos interesan otros estudios que focalizan su atención sobre las consecuencias regionales en el plano cultural y, especialmente, en el mundo de la palabra. Precisamente, el plano del lenguaje, fue y es un recurso para diversos planes de sometimiento. No olvidemos la utilización que las clases dominantes hacían de la literatura, mostrándola como expresión de la “identidad nacional”. Ese fue precisamente uno de los espacios de disputa y un caso de cuestionamiento a tal ligadura lo ofreció el ecuatoriano Agustín Cueva (Beigel, 1995). De la misma manera y con la complicidad de los grandes medios de comunicación, se alienta un lenguaje vaciado de sentido y ello –observa Adolfo Colombres (2004)– solo sirve para poner trabas a todo acto capaz de transformar la realidad. Deviene en un neo-lenguaje que carece de “poder nombrador”. La gravedad del tema es que el lenguaje –aclara el mismo autor– no es solo el instrumento de comunicación de un pueblo, ya que en él reside su modo peculiar de abordar el conocimiento. Es necesario que nos ubiquemos históricamente. La desaparición del llamado “comunismo real” en el este europeo fue un acontecimiento que provocó virajes en muchos sentidos, desde la inauguración de un mundo “unipolar” hasta un discurso “posmoderno” que se presenta como una teoría del “desencanto”, postulando el fin de las ideologías y de la historia, el pragmatismo y la desilusión. Para ambos “finales” se aplican mecanismos de naturalización, es decir de ocultamiento de la condición histórica de lo que presentan como “natural”. Los carriles avanzan desde una profunda depresión y crisis ideológica hasta una acelerada ofensiva de un capitalismo “salvaje” con gravísimas consecuencias en el plano de la cultura. Precisamente, una de esas secuelas fue la incorporación al mundo académico y mediático del concepto de “globalización”.
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Es evidente que todo este andamiaje necesita la complicidad de “intelectuales orgánicos”, funcionarios y grandes medios de información. De una forma más sofisticada y sugerente que cuando el biologismo o el integrismo hispanizante hegemonizaban la vida cultural, la concentración de la propiedad de los medios y el control supranacional de la comunicación, fueron y son un formidable viaducto por donde el poder ingresa en el “sentido común”. Este proceso repercute con rigor en las industrias culturales, un mercado muy particular por el que circula la parte más significativa de los contenidos simbólicos. Quizás por ello es el tono de epopeya con que afirmara Walter Benjamín: “Cada línea que podamos publicar ahora –tan incierto como sea el futuro al que las abandonamos– es un triunfo arrebatado al poder de las tinieblas” (Benjamín y Scholem, 1987). ¿Cómo revierten estas tensiones ideológicas en la intimidad del intelectual? Una forma, claro está, es la resistencia colectiva. Otra forma, opuesta a la anterior, es la complacencia, pasar de la duda a la resignación, camino gradual hacia el “torremarfilismo”, concepto que referencia tanto a José Carlos Mariátegui y su “Torre de Marfil”, como a las advertencias de Antonio Machado. Con ello se alude no solo a un descompromiso con el pueblo sino también a un “extrañamiento” temático. Adolfo Colombres lo dijo con palabras claras: “... hay quienes creen que se puede pensar, escribir o actuar desde ningún lado, y que para ser universales hay que borrarse toda identidad y escribir desde el aire”. Se presentaba ahora la obligación intelectual y militante de hacer frente a un desafío diferente, despersonalizado, con un rostro diseminado en múltiples hábitos y discursos cotidianos, de fuentes ignotas, pero con ingreso abrumador hasta en el “interior del interior” de nuestros países. Todo esto llevó a profundizar las respuestas ya insinuadas, a desentrañar el meollo de ese mundo hostil y a encontrar un atajo para la esperanza, la que nuevamente apareció en clave latinoamericana. Un camino posible de analizar la resistencia es indagar, también como “estudio de caso”, los trabajos elaborados por el escritor Edgar Morisoli18 y las producciones de un colectivo cultural regional,19 una manera de inducir la cosmovisión americana a partir de elaboraciones construidas en la intimidad de una de sus tantas tierras de “frontera interior”. Estos trabajadores de la cultura compartieron desde inicios de los ochenta diversas experiencias que dieron a luz una historia grupal
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alrededor de una necesidad tan básica como difícil: descubrir la singularidad, la identidad de la tierra donde se vive. Observado desde lo social, los protagonistas provenían de las capas medias urbanas y, en menor medida, de sectores vinculados a oficios del trabajo rural. La temática de los mensajes estuvo impregnada del horror y a su vez alentada por el retorno de la democracia, para luego alcanzar nuevos horizontes ideológicos. Para dimensionar este juego, es oportuno remitirnos a Pierre Bourdieu (1980). En su concepto de “campo cultural” está implícito que para acceder a una obra, debe conocerse la historia de su campo de producción. Quienes participan de él –agrega– tienen un conjunto de intereses comunes, un lenguaje, una “complicidad”. Precisamente, el campo, el derrotero del cuerpo de representaciones que fue articulando ese sector de la intelectualidad regional puede abordarse desde cualquier área de las ciencias sociales, por ejemplo desde la sociología de la cultura, en tanto campo del conocimiento que estudia la dimensión cultural de los fenómenos sociales. Desde las historias sumergidas Diversos documentos de nucleamientos de escritores y su comunidad de vida cultural advierten que las claves para “descubrir” la cosmovisión regional y americana, sus identidades, no están a simple vista. Hay un ocultamiento intencional que debe contrarrestarse con una indagación, una inmersión en esos abismos. De acuerdo con ellos, hay una “historia sumergida” que nos puede suministrar algunas valiosas claves, con la intención de arribar a una primera aproximación a la identidad cultural de la región, cuya caracterización se califica de “esquiva”. ¿Y por qué rehúye ser avistada fácilmente? Porque remite al mundo de los pueblos originarios, “una cultura americana de la resistencia… defendida en su autenticidad desde condiciones extremas de marginación…” Estas definiciones parecen ser tributarias del concepto de “alma popular” de Antonio Machado y en razón de ello se afirma que esa cultura –pese al “poder deformante de los mass media– es la menos alienada… la que mejor resiste el embate de la alienación planificada por los centros de poder” (Morisoli, 1987). El rumbo propuesto consiste en extraer de esas profundidades las claves de la afirmación identitaria para instalarlas a nivel de la con-
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ciencia, perspectiva que ya era augurada hace ocho décadas. El catalán refugiado en Cuba, Martí Casanovas, coeditor de la Revista de Avance junto a Alejo Carpentier, y cuyos textos también aparecen en la revista Amauta de José Carlos Mariátegui, preveía ya en aquellos años las potencialidades que estamos explorando. Lo dijo así: “En la América indolatina hay un fondo virgen todavía de inagotable facundia, que es la realidad esencial de la ascendencia aborigen” (Verani, 1986). Heredades y usufructos compartidos. Sintéticamente, la primera línea de esos valores extraídos de las “historias sumergidas” estaría compuesta por la concepción de la tierra como “patrimonio común, como heredad colectiva” y la idea-fuerza de “usufructo compartido” y no de “apropiación” (Morisoli, 1998). La importancia de este principio estriba en que es uno de los hilos conductores a la cosmovisión americana, pues se reproduce en diversas culturas de América. De la misma manera, se observa en ellas una concepción unitaria y armónica entre hombre y naturaleza, lo opuesto a la noción de lo inerte. Es necesario explicitar una cuestión de vital importancia: la apelación a las “historias sumergidas” no agota la búsqueda de elementos comunes para enhebrar esta cosmovisión. También la componen las huelgas de colonos arrendatarios, los movimientos obreros, las luchas contra la devastación de nuestros recursos. De esta manera, estos movimientos protagonizados por estratos medios urbanos lograban vincularse con otros –algunos solo desde lo teórico, otros llevando el mensaje a su práctica– profundizando al fin el enlace incipiente que habían experimentado en décadas pasadas. Una de las facetas que más nos interesa destacar es que el rescate histórico no está motivado en descubrir un mundo perdido –nuestra “pre-historia”– sino en la vigencia de esos valores y la necesidad de reponerlos en marcha. Con ello, estamos anticipando el modo de ser y estar en una nueva sociedad, lo que nos lleva a incursionar en la relación entre memoria y utopía. Tal posicionamiento ante el tema guarda relación con un término –el indigenismo– generalmente utilizado para significar tendencias muy diversas. Las posturas que indican los textos a que hacemos referencia remiten al concepto que José Carlos Mariátegui otorgó al “indigenismo revolucionario”, lo que expresaba un quiebre con las concepciones que otorgaban al indígena una representación de lo pre-nacional.20
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Necesitamos ubicarnos en lo temporal. Durante la década de 1980, años de retorno a las democracias, la temática del cambio estructural (“liberación o dependencia”), de fuerte presencia hasta la última dictadura militar, fue desplazada hacia aspectos constitucionales (“democracia o dictadura”). Pero fue en la década de 1990 cuando la teoría y la práctica del neoliberalismo alcanzaron en Argentina y Sudamérica su mayor intensidad. En ese escenario de “capitalismo salvaje”, conceptualmente refractario a aventuras del pensamiento ¿qué se entiende por el “brumoso” término de utopía?
Entre mitos y utopías. El lugar de la memoria Como es un concepto que ha sido adulterado hasta el extremo de presentarse en sociedad una “utopía conservadora”,21 bienvenidas sean las aclaraciones. Estas breves palabras son para introducirnos en la doble relación de la utopía con la memoria y con los mitos. El énfasis en las “historias sumergidas” y en el devenir de la región es porque de su singularidad arranca el camino hacia la cosmovisión americana y la utopía. Para observar esos enlaces, nos podemos valer de Mariátegui, quien sin reparo alguno señaló que “No es posible atender y descubrir lo real sin una afinada fantasía”. Por otro lado, siguiendo a Adolfo Colombres, “poco sentido tiene separar obsesivamente los caminos de la razón y el mito, pues toda mente precisa… de esa dialéctica que va del pensamiento lógico a la osadía del sueño”. Es conveniente aclarar algunos términos. En primer lugar, hay mitos en su acepción antropológica y otros son mitos arraigados en la memoria popular (gesta de pobladores, historia de perseguidos), ubicados también en la memoria histórica de los pueblos. Uno de ellos atesora la gesta trunca de nuestras emancipaciones, la “revolución inconclusa” que subyace en todo escenario de utopía americana. Una de las consecuencias de abordar nuestras realidades con todo ese horizonte de subjetividades, es reinterpretar el término “barbarie”, en tanto compromete el futuro de la humanidad y de esta manera se le extirpa su tradicional connotación eurocéntrica. Entonces, la opción de la humanidad –afirma Morisoli (1993) con todos los signos de la necesidad y la urgencia– “es la barbarie del mercado… o el profundo humanismo de la cosmovisión americana”.
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Esta dicotomía, así enunciada, apunta a un horizonte ideológico, una perspectiva de sociedad postcapitalista que estaba ausente en pronunciamientos de los sectores medios en décadas pasadas. Es además antagónica con el par civilización-barbarie que se había instalado con fortaleza de “sentido común” en el continente. También con el biologismo de esa primera época y de la que hegemonizó el nacionalismo restaurador, con lo cual podemos anticipar que se produjo un salto cualitativo en cuanto al nivel de la confrontación. La universalidad de la utopía. Es necesario explicitar claramente la aspiración universalista de la utopía, pues de lo contrario se confundirían los pueblos de todos los continentes y sus luchas tan épicas como las americanas, con los intereses de sus clases dominantes. Este cuidado puede asumirse a partir del rescate y puesta en valor de las voces de Noam Chomsky y James Petras, entre otros. Es pertinente alertar, entonces, sobre la injusticia que significaría identificar a todo un pueblo con los sectores dominantes o los intelectuales funcionales a ese poder. Esta afirmación implica la negación de todo nacionalismo xenófobo, de todo regionalismo chauvinista y que, a la inversa, para arribar hasta una altura de cosmovisión, es necesario trascender de lo regional dentro de cada país, a lo nacional y a lo americano, “todo ello en círculos concéntricos interactuantes” (Morisoli, 2000).
Los maestros Más allá de la influencia de pensadores de gran prédica “puertas adentro” de cada país (Rodolfo Puiggrós, por citar tan solo un nombre argentino), los impulsores de las posturas aquí señaladas se han impregnado de las ideas emitidas por maestros latinoamericanos en esa imperecedera práctica de pensar y repensar la realidad para transformarla. Con el riesgo de dejar sin mencionar personajes importantes, iniciaremos el itinerario con Adolfo Colombres y José Carlos Mariátegui, a los que aludimos con sus aportes. También podemos referenciar a Aníbal Ponce en su etapa final en México, a Pedro Henríquez Ureña, quien pudo ofrecer sus sueños de la unidad americana y de la justicia en su vasto territorio, o bien al educador y político guatemalteco Juan José Arévalo. No es difícil conjeturar que todas estas citas
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son derivaciones de la lectura de los pensadores de la emancipación americana, por caso Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. En esa misma línea histórica se ubica José Martí, autor de obras que encuentran su proyección contemporánea en Roberto Fernández Retamar. Un párrafo aparte merece Antonio Machado, en este caso como pensador y ensayista. Creemos que además de las influencias individuales, son ilustrativos los “climas” ideológico-culturales. Podemos comenzar por el de la década de 1950. Autores de enorme gravitación que dedicaron obras completas a la cuestión cultural, vieron la luz precisamente en esos años. Nos estamos refiriendo a Bertolt Brecht, Walter Benjamin, Georg Lukács, Antonio Gramsci, Theodor Adorno, Ernst Bloch, Cesar Vallejo y el ya citado José Carlos Mariátegui, entre otros. Algunos de ellos constituyeron la primera generación “culturalista” que experimentó la alianza entre marxismo y vanguardismo, hasta su posterior fractura y debacle por imposición del “realismo” oficial en los socialismos reales. Este proceso y su desenlace, entre otras causas que coartaron la individualidad en su acepción libertaria, llevaron a nuestros intelectuales a postular una creación que podemos calificar “sin cauces obligados”. En esa misma línea se ubica el nombre del mexicano José Revueltas, considerado de manera individual o junto a Mariátegui, para quien era inaceptable el intelectual ambiguo, neutro. Revueltas recurrió al pensador peruano para argumentar sus planteamientos estéticos a los que denominó “realismo crítico dialéctico” en rechazo a toda orientación artística impuesta y para enlazar lo particular con lo universal. Revueltas, a su vez, desarrolló esta articulación a partir de la vida indígena, en especial del uso comunal de la tierra, lo que nos pone en contacto con el concepto de “usufructo compartido” que hemos desarrollado para nuestra “historias sumergidas”. No es ajena a esta perspectiva la mención de Arturo Roig, una de las figuras más reconocidas de su tierra natal, Mendoza. Roig buscó develar lo que la perspectiva hegemónica ha invisibilizado, esto es sacar a la luz esa parte de la realidad ocupada por el vencido, el “natural”, el “primitivo”. Todo parece indicar que junto a Alberto Rex González y José Revueltas, entre otros, brindó los insumos para descubrir las profundidades que condujeron a la cosmovisión americana. En esta nómina debemos agregar a Rodolfo Kusch, analizando el mundo andino con su “América Profunda”.
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También podemos nombrar a Cesare Pavese con su “Oficio de Vivir”, Juan L. Ortiz, William Faulkner y Saint-John Perse. La búsqueda de corrientes gravitantes en la formación encontró a diferentes vertientes del marxismo y también al anarquismo en sus exponentes americanos, por ejemplo Ricardo Flores Magón, Rafael Barrett, Aberto Ghiraldo y el dramaturgo Rodolfo González Pacheco, por citar solo algunos. La nómina incluye a algunos de los contemporáneos: el poeta y ensayista Luis Franco, podríamos decir un filósofo por su visión dialéctica y laica de la existencia, por su defensa intransigente de la libertad. También a Osvaldo Bayer, cuyas investigaciones fueron claves para incorporar a las gestas obreras como una de las columnas componentes de la heredad cultural. Podemos culminar este recorrido con otros maestros formadores de definida pertenencia ideológica como Roger Garaudy, marxista con varias revisiones en su haber. Con su estética antidogmática pudo decir: “El realismo de nuestro tiempo es creador de mitos, realismo épico, realismo prometeico”, frase que nos conduce a la relación entre mito y realidad que hemos tratado durante nuestro desarrollo temático.
Palabras finales Nos parece pertinente sintetizar que la réplica a las ideas dominantes durante las etapas aquí consideradas alcanzó su mayor nivel en el devenir de esas confrontaciones y no al margen de estas, materia prima de la concepción que otorga un carácter unitario a la lucha de opuestos. Entonces, cobra relevancia el enlace de estas producciones y sus antítesis con sus embriones del pasado. Algunas relaciones entre momentos de un proceso hemos ido ya desagregando en el transcurso de este ensayo. En lo atinente al movimiento obrero, focalizado en torno al “pueblo productor” como sujeto social, nos permitimos señalar similitudes y diferencias entre los períodos considerados. La conclusión es que, en el tránsito de uno a otro, el antagonismo se reprodujo a partir de los cimientos del momento anterior y sobre esa base comparativa es que se observan saltos cualitativos. Puede observarse, en la segunda parte, un inédito enlace de las resistencias entre las clases obrera y media cuando las crisis y las voracidades del capital afectan a ambas con igual intensidad. Ade-
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más, en los estratos medios se han ido perfilado horizontes ideológicos hacia sociedades postcapitalistas, cuando –hasta entonces– tal búsqueda estaba reservada para las clases más subalternas. En el plano teórico, ha demostrado asimismo su fertilidad el concepto que, revalorizando la autenticidad indígena, fue elaborado en derredor del “usufructo social, compartido” y su proyección desde lo regional a lo nacional y lo americano, desplegándose en círculos de generalidad creciente. En nuestra opinión, esta idea de una cosmovisión, vivida y pensada en un espacio regional, donde los mitos, la memoria y la utopía despliegan sus potencialidades, es uno de los mayores aportes intelectuales que se traducen de los trabajos cuyos temas cardinales hemos analizado. En efecto, las históricas relaciones que hemos desgranado entre momentos insinúan un avance en el despliegue espiralado de la dialéctica. Ahora bien, resulta inevitable la presencia de un concepto más, el de necesidad. Lejos de nuestra intencionalidad presentar estos momentos como un proceso de final inexorable. ¿Es necesidad sinónimo de inevitabilidad? Parece, en cambio, que lo que está en juego es la “categoría de peligro”. El futuro oscila entre la liberación de todo sometimiento y el espectro de un sometimiento mayor. Como afirmara Milcíades Peña, con acentos benjaminianos, “… las más grandes posibilidades de crear un mejor destino humano van incesantemente acompañadas por las más tremendas posibilidades de volver hacia atrás y anular todo futuro humano” (Tarcus, 1996).
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Por proceso puede entenderse la articulación de actividades prácticas e intelectuales para arribar a un fin, en este caso a la liberación de toda forma de sometimiento, a formas crecientes de vida en libertad. Supone, todo ello, un camino no lineal en el que las contradicciones batallan para hegemonizar un devenir. Por ejemplo, en el prontuario de José Gregorio Baigorrita, nieto de un legendario cacique ranquel, se lo define como “Sujeto con los estigmas psico-físicos propios de la raza a que pertenece”, Boletín Psíquico de la Penitenciaría Nacional, Expte. B819, Buenos Aires, 1917. Diario La Capital, Santa Rosa, La Pampa, 23 de febrero de 1926. El tema aparece tempranamente en la literatura a través de los relatos de Carlos Bustamante Concolorcorvo sobre los “gauderios” que eluden la normatividad colonial hasta –entre muchos otros– los Vagos y mal entretenidos, Pedro Orgambide (1999) los llamó “nómades de las llanuras”.
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Por ejemplo los asentamientos indígenas Los Puelches y Emilio Mitre en La Pampa. Fueron creados a principios del siglo XX para reunir a las poblaciones indígenas en tierras marginales y sin reconocerles su tradición de propiedad colectiva. “Es inconcebible hacer irreversible el orden social alternativo sin la participación plena de los productores asociados en la adopción de decisiones en todos los niveles de control político, cultural y económico”. Para Mészáros (2008), las experiencias postcapitalistas del siglo XX “fueron incapaces de superar el metabolismo social del capital”, esto es el complejo caracterizado por la división jerárquica del trabajo que subordina sus funciones vitales al capital. En ediciones más recientes de Mariátegui, estos conceptos pueden leerse en Obras, t. II, Casa de las Américas, Colección “Pensamiento de Nuestra América”, La Habana, 1982. En el mismo tomo ver: “El íbero-americanismo y el panamericanismo”, “México y la Revolución” y en general la sección: “Temas de nuestra América”. Ambos aspectos registran los discursos, afiches y volantes de las sociedades de resistencia de las llanuras pampeanas. Por ejemplo: “Veinte siglos de explotación del hombre por el hombre han sostenido embrutecida a la clase productora…” y “Es necesario luchar para construir la nueva sociedad de los libres donde cada uno produzca según sus fuerzas y consuma según sus necesidades” – volantes de seccionales de la Federación Obrera Regional Portuaria y Anexos, adherida a la FORA del V Congreso. “El hombre”, expresión del pensamiento y del sentimiento anarquista, Montevideo, enero 15 de 1922. Alude al enfrentamiento armado de estibadores con la policía, ocurrido en la localidad pampeana de Jacinto Arauz el 9 de diciembre de 1921, con un saldo de seis muertos, y a la “Patagonia Trágica”, en 1920-1921, protagonizada por peones de la lana en la Patagonia argentina/chilena, reprimida por los ejércitos de ambos países mediante fusilamientos masivos de obreros. En otras acepciones, el término ha sido utilizado por movimientos cuyo objetivo es la autodeterminación nacional, enfrentado el colonialismo. También existió un nacionalismo de tipo continental como el de Manuel Ugarte. Los georgistas proponían resolver el problema de la tenencia de la tierra mediante la estatización de todos los campos en manos de latifundistas, para luego concederlas al que ofreciera pagar mayor arriendo. El 16 de octubre de 1953, Fidel Castro formuló su autodefensa en la Audiencia de Santiago de Cuba. La definición de pueblo que allí explicita excluye a los sectores acomodados y conservadores e incluye a los sin trabajo, obreros del campo, obreros industriales, braceros, pequeños comerciantes, pequeños agricultores, maestros, profesionales y jóvenes. Compartimos el concepto de “clasismo” que señala Nestor Kohan (2006): “práctica sindical y política de aquellas fracciones de la clase obrera y trabajadora que han logrado construir, a través de un proceso histórico de lucha y confrontación, una identidad social, una estructura de sentimiento y una conciencia colectiva de su antagonismo irreductible con las clases explotadoras, dominantes, hegemónicas y dirigentes”. El itinerario de sus posicionamientos equipara a Tosco con otros intelectuales en toda su dimensión, por caso Aníbal Ponce (1933), quien hizo honor a sus
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palabras: “Mirar todo lo hecho con ojos nuevos, empinarse para ver más lejos y más alto…” Intervenciones de Agustín Tosco en su debate con José Rucci, Secretario General de la CGT, en un programa televisivo, Buenos Aires, febrero de 1973, y en el Congreso del Frente Antiimperialista y por el Socialismo, Tucumán, agosto del mismo año. “la clase trabajadora es la única que produce la riqueza” - “esta sociedad es injusta porque se basa en la explotación del hombre por el hombre” “la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Volante del Sitrac de 1 de diciembre de 1970. Los volantes ya citados de 1921, contienen palabras que aluden a los mismos conceptos. Edgar Morisoli (2005) expresa estas frases en su trabajo: “Fábula del Tiburón y las Sardinas. El ALCA y la cultura: algunas reflexiones”. La metáfora usada por el guatemalteco Juan José Arévalo para titular su libro, es utilizada por el autor para advertir los efectos que sobre la cultura tendría un proyecto de dominación como el ALCA, un año antes de su hundimiento hemisférico en la Cumbre de Mar del Plata, 2005. Desde Salmo Bagual (1957) a Pliegos del Amanecer (2010), el escritor Edgar Morisoli desarrolló una vasta obra poética. Su compromiso social está presente desde los comienzos de sus trabajos y entre otras distinciones, en 1997 fue premiado con el “Reconocimiento a los Creadores”, otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Este movimiento incluye, además de escritores, a artistas plásticos y de la danza, teatreros, músicos, videoastas y en esa diversidad –o por ella– discurren las afinidades, potenciadas a través de una práctica horizontal, reacia a las disciplinas orgánicas, con las ventajas y desventajas que esto supone. La revista Amauta constituyó el eje por el que transitó el proyecto estéticopolítico de Mariátegui, quien entendía la nacionalidad de manera diferente que los círculos dominantes. La concebía como un proyecto tendiente a integrar la memoria histórica y satisfacer las necesidades sociales de todos los habitantes. Ver Fernanda Beigel (2003). El neoliberalismo sacraliza el mercado y aspira a una “sociedad perfecta”, sin ningún tipo de restricciones y regulaciones. Al pronunciar su utopía, paradójicamente, se siente “realista”. Hinkelammert (1993).
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La miseria a nombre de la libertad ELIER RAMÍREZ CAÑEDO ¿… y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad? “Carta de Simón Bolívar al coronel Patricio Campbell”, Guayaquil, 5 de agosto de 1829.
La historia suele ser caprichosa y subversiva para las clases dominantes del sistema capitalista. Por supuesto, me refiero a la historia escrita por los historiadores que se esfuerzan en lograr mayores aproximaciones a la verdad –la verdad es siempre revolucionaria, decía Lenin–, no a la salida de plumas pagadas y traidoras dedicadas a las entelequias y tergiversaciones con el único fin de confundir a los pueblos y mantenerlos sujetos a la dominación. La desmemoria o la falsa memoria han sido históricamente resortes muy eficaces de los poderosos para garantizar la permanencia de la opresión sobre los individuos. Quien domina el pasado, domina el presente y el futuro. Por eso hoy es tan importante librar una intensa batalla en el terreno de la historia de América Latina y el Caribe, pues aún en la actualidad sobreviven muchas falsedades y ocultamientos de lo que fueron nuestros procesos históricos, debido al dominio prácticamente absoluto que tuvo durante muchos años la historiografía burguesa. En momentos en que los latinoamericanos y caribeños celebramos el bicentenario de nuestra primera independencia, se hace imprescindible una mayor investigación y divulgación de los acontecimientos que tuvieron lugar hace 200 años en la región. Es necesario que nuestros pueblos se apoderen de todo ese pasado de luchas, logros y
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frustraciones. “Los que se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla”, decía George Santayana. Sería inadmisible, que a la altura del siglo XXI, con la conciencia que se ha alcanzado, los latinoamericanos y caribeños cometamos errores como los que condujeron a que, luego de alcanzada la separación de España, nuestra independencia sufriera lamentables recortes en función de la satisfacción de los intereses de una minoría oligárquica supeditada a Washington. Indiscutiblemente fue el Norte el que mayores beneficios obtuvo de este triste epílogo. Bolívar murió con el alma en vilo al ver como lo que él, Sucre y algunos de sus más fieles seguidores habían construido con las manos, otros lo habían destruido con los pies. Finalmente, los lazos neocoloniales que los Estados Unidos fueron tejiendo “a nombre de la libertad” con los países latinoamericanos y caribeños durante todo el siglo XIX, y que se hicieron más firmes en el XX, socavaron la soberanía por la cual tantos patriotas latinoamericanos y caribeños habían ofrendado sus valiosas vidas. Doscientos años han pasado y la historia ha demostrado cuánta claridad tenían Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Francisco Morazán, José Martí y otros de los próceres de la región, al plantearse el sueño de una sólida unión de Nuestra América y al descubrir las apetencias imperiales de Washington sobre nuestros territorios. Solo castrados mentales o individuos con intereses espurios no podrían reconocerlo. De ahí, la necesidad de profundizar en la historia de Nuestra América, pero no solo en los hechos heroicos y en las grandes batallas militares y políticas que libraron nuestros libertadores, sino también en la conducta seguida por las fuerzas reaccionarias, esas que hicieron todo lo posible por evitar la independencia y la unidad de nuestros pueblos. Es imprescindible, hoy más que nunca, poner al descubierto quiénes fueron los enemigos internos y externos de ese proceso libertario, pues no es casual que en la actualidad, cuando nuestros pueblos luchan por su segunda y definitiva independencia y avanzan hacia una sólida integración, los enemigos de ayer sean los mismos de hoy, salvando las distancias y particularidades de cada tiempo histórico. En este caso quiero dedicar estas páginas a describir y analizar el papel desempeñado por el gobierno de los Estados Unidos frente a la primera independencia de América Latina y el Caribe, así como ante los planes unitarios de Simón Bolívar.
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¿Neutralidad o parcialidad? Prácticamente desde su surgimiento como nación, los Estados Unidos fueron contrarios a la independencia de los territorios que hoy comprenden la región de América Latina y el Caribe. Consideraban que aún no estaban en condiciones de cumplir con su destino manifiesto de dominar toda la América. Apenas llegaron a los Estados Unidos los ecos de la insurrección de Túpac Amaru, 1780-1781, los padres fundadores de esa nación habían comenzado a formular las primeras ideas de la política a seguir ante cualquier intento independentista en el sur. John Adams –sería presidente de los Estados Unidos en el período 1797-1801– planteaba por esos días: “Nosotros debemos ser muy prudentes en lo que hagamos. La mayor ventaja en este negocio será para Inglaterra, pues ella proveerá a toda Sudamérica con sus manufacturas, cosa que le dará rápidamente riqueza y poder, cuestión muy peligrosa para nosotros”.1 Asimismo, Thomas Jefferson, otro de los padres fundadores que llegaría a ser presidente de los Estados Unidos, señalaba en 1786: Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así como la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Más cuidémonos (…) de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y solo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo. 2
En 1791 –destaca el investigador cubano Luis Suárez Salazar–, en lo que puede considerarse la primera agresión “directa” contra la región latinoamericana y caribeña, el entonces presidente, George Washington (1789-1797), apoyó financieramente a la administración colonial francesa que dominaba Haití, sin lo cual le hubiera sido imposible a dicha metrópoli sostenerse durante los primeros meses frente a la revolución antiesclavista e independentista haitiana. Luego, el gobierno estadounidense se negaría rotundamente y durante muchos años a reconocer la independencia de Haití.3 A inicios del siglo XIX se hacía evidente para los líderes de la nación norteña que la revolución hispanoamericana era en buena medida un resultado de los ecos de su propia revolución y que esta sería inevitable. Aunque públicamente el gobierno estadounidense declaró su interés en los resultados del proceso emancipador y el Congre-
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so tomó un acuerdo que aplaudía la rebeldía de las posesiones españolas, en el fondo la independencia de Hispanoamérica no era bien vista en Washington. Se pensaba que su consumación beneficiaría en esos momentos a Inglaterra y no a los Estados Unidos. Era preferible entonces que la débil España permaneciera dueña de sus colonias en América, y que se aplazara la independencia de estos territorios hasta que los Estados Unidos estuvieran en condiciones de enfrentar a Inglaterra por el dominio del continente. A los motivos de la hostilidad de Washington frente a la independencia de Hispanoamérica, se le unió después la amenaza que representó para su sistema esclavista, que las revoluciones al sur del continente comenzaran a incorporar a los programas de lucha la abolición de la esclavitud. También el hecho de que, el 22 de febrero de 1819, John Quincy Adams, secretario de Estado de los Estados Unidos, y Luis de Onís, ministro español en Washington, suscribieran un tratado que legalizaba la posesión de las Floridas por los Estados Unidos. A partir de esa fecha, los Estados Unidos supeditaron toda su política hispanoamericana a la ratificación del tratado AdamsOnís. El 10 de diciembre de 1810 el Congreso de los Estados Unidos aprobó una Resolución Conjunta. En su parte dispositiva señalaba entre otras cosas que, como vecinos y habitantes del mismo hemisferio, los Estados Unidos sienten profunda solicitud por su bienestar; y que, cuando esas provincias hayan logrado la condición de naciones, por el justo ejercicio de sus derechos, el Senado y la Cámara de Representantes se unirán al Ejecutivo para establecer con ellas, como estados soberanos e independientes, aquellas relaciones amistosas y comerciales…4
Se desprende de dicha resolución que los revolucionarios hispanoamericanos tenían que luchar solos contra España y vencer totalmente a esta, para entonces ser reconocidos por los Estados Unidos. Esa fue la “solidaridad” que prestó el gobierno de Washington a la independencia de Hispanoamérica. Bolívar, en su célebre Carta de Jamaica de 1815, refiriéndose a la posición del gobierno de los Estados Unidos señaló: “… hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos…”.5 El 3 de marzo de 1817, a iniciativa del presidente norteamericano James Madison (1809-1817), el Congreso de los Estados Unidos
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aprobó una nueva ley de neutralidad, dirigida abiertamente contra la revolución Hispanoamericana. Madison había cedido ante las presiones del ministro español Luis de Onís. Según esta nueva ley, cualquier ciudadano que armara un buque privado que pudiese ser utilizado contra un Estado en paz con los Estados Unidos, sería castigado con 10 años de prisión y 10 mil dólares de multa. William Cobbett, periodista británico, preguntaba en un folleto publicado en esos días si realmente era neutral negar armas a un hombre desarmado que peleaba contra otro bien armado.6 Mas por si fuera poco, el gobierno de los Estados Unidos no solo se declaró “neutral” ante el conflicto entre España y la Revolución Hispanoamericana, sino que dejó se le prestara a España todo el apoyo logístico necesario, negándose a tomar medidas represivas contra los infractores de la “neutralidad”. Las reprimendas solo se producían si se trataba de alguna acción que favoreciera a los patriotas. Cuando el gobierno republicano de Venezuela dispuso por decreto del 6 de enero de 1817, el bloqueo de Guayana y Angostura, decreto que fue publicado incluso en los Estados Unidos, los buques mercantes norteamericanos hicieron caso omiso al mismo y burlaron sistemáticamente el bloqueo. En ese mismo año fueron capturadas por las fuerzas marítimas de Venezuela las goletas norteamericanas “Tigre” y “Libertad”, cuando llevaban recursos bélicos a los realistas. Un hecho relevante ocurrido en 1817 puso también en evidencia la simulada neutralidad de los Estados Unidos frente al conflicto entre la metrópoli española y sus colonias americanas. El 29 de junio, más de un centenar de patriotas suramericanos dirigidos por MacGregor, ocuparon la Isla Amelia, frente a la costa norte de la Florida, y proclamaron la República Libre de las Floridas y establecieron la capital en Fernandina, su punto principal. Los revolucionarios venezolanos izaron la bandera de su país, constituyeron un gobierno civil y designaron autoridades militares y navales. La posesión de este punto en la Florida era de mucha importancia para los patriotas venezolanos en términos de comunicación de las fuerzas independentistas con Estados Unidos y con todos los recursos allí existentes. Al mismo tiempo era casi una posición imprescindible para garantizar el cumplimiento de las medidas de bloqueo de Guayana y Angostura dictadas por Bolívar, pues desde allí se podía detener todo cargamento con destino a los realistas. De hecho, gracias a esta posesión fue posible capturar las goletas “Tigre” y “Libertad”
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cuando se disponían a abastecer a los realistas en Venezuela, suceso ya referido. Obligado MacGregor a retirarse con sus hombres por falta de recursos, le sucedió unos días después la flota del francés Luis Aury que, el 17 de septiembre de ese mismo año, ocupó el territorio (Isla Amelia y Fernandina) a nombre de los insurgentes de México. La República de la Florida solo tuvo sesenta y seis días de existencia. El presidente estadounidense James Monroe (1817-1825) y su secretario de Estado, John Quincy Adams, ordenaron al ejército norteamericano desembarcar fuerzas navales y terrestres con las cuales invadieron la isla Amelia y ocuparon la capital Fernandina. Estados Unidos no podía permitir que los patriotas del sur frustraran sus planes expansionistas. A partir de este incidente Washington aceleró las acciones para lograr la anexión definitiva de las Floridas a su territorio. Lo sucedido con las goletas “Tigre” y “Libertad”, y la expulsión de los patriotas latinoamericanos de la Florida, son solo dos ejemplos de los tantos acontecimientos que pusieron al desnudo la falacia de la proclamada neutralidad. Todavía en 1826 –señala Manuel Medina Castro–, los barcos norteamericanos seguían introduciendo contrabando de armas para los realistas. Al respecto le escribió Bolívar a Santander el 13 de junio de 1826: “… yo recomiendo a usted que haga tener la mayor vigilancia sobre estos (norte) americanos que frecuentan las costas; son capaces de vender Colombia por un real”.7
El no reconocimiento de la independencia Además de su falsa neutralidad, el gobierno de Washington se negó continuamente a recibir oficialmente a los enviados diplomáticos de Hispanoamérica. La Junta Suprema de Caracas fue la primera en enviar sus comisiones a los Estados Unidos en busca del reconocimiento y de apoyo a la causa independentista, pero estas fracasaron en sus misiones una y otra vez. El presidente norteamericano Madison prometió enviar a Caracas un cónsul (agente) solo después que se decretara la libertad de comercio. Es decir, los Estados Unidos no reconocían a la Junta Suprema, pero esta debía reconocer al gobierno de Washington recibiendo a su agente diplomático y ofreciéndole la libertad de comercio.
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También, para esa época, Manuel Palacio Fajardo, a título del Gobierno de Cartagena de Indias (Colombia), quiso establecer relaciones diplomáticas con el gobierno de los Estados Unidos. A esos efectos, inició las oportunas gestiones, pero la cancillería en Washington las rechazó. El mismo rechazo se le dio a las comisiones de Chile y de Buenos Aires, al tiempo que se le ponía como precondición también a Buenos Aires que para llevar a efecto su reconocimiento debía otorgarle a los Estados Unidos la cláusula de nación más favorecida. Paradójicamente Monroe, siendo secretario de Estado de Madison, al único que recibió cortésmente y de inmediato fue al enviado de México, Gutiérrez de Lara, pero para proponerle se interesara por la incorporación de México a los Estados Unidos.8 Solo después de transcurridos doce años de que llegaran los primeros agentes hispanoamericanos a su territorio, y siguiendo todo el tiempo una política del más frío cálculo, el gobierno de los Estados Unidos reconoció la independencia de la Gran Colombia (lo que hoy comprende los territorios de Venezuela, Ecuador, Panamá, y Colombia), el 8 de marzo de 1822.9 Es conocido que, años después, Cuba se desangraría durante 30 años en su lucha por la independencia y solo sería reconocida por Washington después de haberle cañoneado la Enmienda Platt. Vergonzoso apéndice a la constitución cubana que convirtió a la Isla en una neocolonia yanqui. No debe olvidarse que Haití fue libre desde 1804 y solo fue reconocida de facto en 1862 por el gobierno de Estados Unidos. Cincuenta y ocho años después. Sin embargo, como bien señaló en un excelente libro el ecuatoriano Manuel Medina Castro, la República de Texas se independizó el 2 de marzo de 1836 y fue reconocida exactamente un año después. William Walker desembarcó en El Realejo, en Nicaragua, en julio de 1855, y su gobierno fue reconocido el 10 de noviembre del mismo año, con intercambio de ministros y todo. Panamá se independizó de Colombia el 3 de noviembre de 1903 y, debido a los intereses de Estados Unidos por construir un canal interoceánico por esa zona, fue reconocida tres días después.10 Los ejemplos anteriores son una muestra ostensible de que la política exterior de Estados Unidos siempre se ha explicado por los intereses del capital y por la necesidad de expandir su hegemonía. Lo demás es pura retórica y falsa diplomacia. En ningún momento mediaron razones de principios y de verdadera simpatía, en el reconocimiento del año 1822. Washington solo
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reconoció la independencia de los países del sur cuando calculó los beneficios económicos que podía obtener del comercio con los mismos, sobre todo para los grandes intereses agropecuarios de los estados del Oeste. También, cuando valoró que la victoria de las fuerzas patriotas era inexorable, así como su capacidad de mantenerse independientes. Ante los voraces apetitos de las potencias europeas sobre los territorios americanos, enfrentados a los intereses expansionistas de los Estados Unidos, a fines de 1823, mediante un mensaje al Congreso, el presidente James Monroe proclamó lo que se conocería como la Doctrina Monroe: se consideraba como peligroso para la paz y la seguridad de los Estados Unidos todo intento de una potencia europea por apoderarse de las repúblicas hispanoamericanas reconocidas como independientes y, por tanto, como una disposición hostil. 11 Con esta declaración el gobierno de Washington intentó mostrarse a los ojos del mundo como defensor del continente americano. A partir de aquel momento la “seguridad” comenzó a constituir un término clave en los discursos de política exterior de los líderes estadounidenses. Podría decirse que comenzaba el largo camino del cinismo que caracterizaría hasta la actualidad la proyección exterior de ese país. La “seguridad nacional” e incluso continental se presentaba como un fin en sí mismo, cuando en realidad era solo función utilitaria para encubrir o justificar los verdaderos propósitos hegemónicos que perseguía el gobierno de los Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe. Sin embargo, durante los primeros tres años que siguieron a la enunciación de la Doctrina Monroe, los países de la región la invocaron en no menos de cinco oportunidades con el objeto de hacer frente a amenazas reales o aparentes a su independencia e integridad territorial, solo para recibir respuestas negativas o evasivas del gobierno norteamericano.12 La historia se encargó de demostrar que la Doctrina Monroe solo había sido diseñada como instrumento del gobierno de los Estados Unidos, no para ser interpretada por los países de América Latina y el Caribe.
El Congreso de Panamá y la independencia de Cuba Uno de los proyectos que más oposición generó en los grupos de poder estadounidenses fue el que preparaban en 1825 fuerzas mancomunadas de Simón Bolívar y Guadalupe Victoria –presidente de
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México– con el fin organizar una expedición que llevara la independencia a Cuba y Puerto Rico. El presidente de los Estados Unidos en ese momento, John Quincy Adams (1825-1829), y su secretario de Estado, Henry Clay, estaban convencidos de que la independencia de Cuba y Puerto Rico afectaría los intereses hegemónicos de su nación sobre el continente americano, aunque pretextaban otros argumentos menores. Clay expresó al respecto: Si Cuba se declarase independiente, el número y la composición de su población hacen improbable que pudieran mantener su independencia. Semejante declaración prematura podría producir una repetición de aquellas terribles escenas de que una isla vecina fue desdichado teatro [evidentemente se estaba refiriendo a Haití]. Este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de España. Este gobierno no desea ningún cambio político de la actual situación.13
La administración Adams-Clay de inmediato dio una serie de pasos para evitar los proyectados planes de Colombia y México. Primero, se comunicó por vía diplomática con los gobiernos de México y Colombia para hacerles saber que los Estados Unidos no tolerarían cambio alguno en la situación de Cuba y Puerto Rico. Segundo, intentó convencer a España de que solo haciendo la paz con sus colonias insurgentes y reconociendo la independencia de México y Colombia se lograría que estas desistieran de sus planes de invadir a Cuba. Tercero, trató de lograr una mediación de potencias extranjeras para que influyeran en una decisión de Madrid de reconocer la independencia de los países hispanoamericanos recién liberados. Clay escribió a los ministros de los Estados Unidos en Rusia, Francia e Inglaterra enviándoles instrucciones de que buscasen apoyo para ese plan. Entretanto, el primer ministro enviado a México por los Estados Unidos, Joel R. Poinsett,14 se esforzaba cumpliendo las estrictas instrucciones de su gobierno por evitar que avanzara el proyecto de invasión a Cuba. Utilizó “los celos mexicanos respecto a Colombia”, e informó a Clay que si estos “se cultivaban” seriamente, producirían los resultados que los Estados Unidos esperaban. Para ganar tiempo mientras Poinsett continuaba realizando esta labor, el 20 de diciembre de 1825, Clay envió notas idénticas a los gobiernos de México y Colombia pidiendo la suspensión por tiempo limitado de la salida de la expedición hacia Cuba y Puerto Rico. Ante la fuerte presión diplomática estadounidense, los gobiernos de Bogotá y de México respondieron que no se aceleraría operación
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alguna de gran magnitud contra las Antillas españolas, hasta que la propuesta fuera sometida al juicio del Congreso Anfictiónico de Panamá, a celebrarse en 1826. Como dijo apenadamente Simón Bolívar a una delegación de revolucionarios cubanos que lo visitó en Caracas: “No podemos desafiar al gobierno norteamericano, resuelto, en unión del de Inglaterra, a mantener la autoridad de España sobre las Islas de Cuba y Puerto Rico”.15 El presidente estadounidense John Quincy Adams (1825-1829) llevó al órgano legislativo de su país la invitación –cursada por Francisco de Paula Santander en contra de los deseos y la voluntad de Bolívar– que había recibido para participar en el Congreso Anfictiónico de Panamá. El 18 de marzo de 1826, en su mensaje a los congresistas, destacó la importancia de la presencia de los Estados Unidos en el Congreso de Panamá para evitar que prosperara cualquier plan en favor de la independencia de Cuba y Puerto Rico: La invasión de ambas islas por las fuerzas unidas de México y Colombia se halla abiertamente entre los proyectos que se proponen llevar adelante en Panamá los estados belicosos… De ahí que sea necesario mandar allí representantes que velen por los intereses de los Estados Unidos respecto de Cuba y Puerto Rico. La liberación de las islas significaría la liberación de la población negra esclava de las mismas y una gravísima amenaza para los estados del sur. (…) todos nuestros esfuerzos se dirigirán a mantener el estado de cosas existente, la tranquilidad de las islas y la paz y seguridad de sus habitantes.16
El 26 de marzo de 1825, Henry Clay, al cursar instrucciones a Joel Roberts Poinsett, amplió respecto a las preocupaciones del gobierno de los Estados Unidos sobre la proyectada expedición conjunta de Colombia y México: Caso de que la guerra se prolongue indefinidamente, ¿a qué fin se dedicarán las armas de los nuevos Gobiernos? No es improbable que se vuelvan hacia la conquista de Cuba y Puerto Rico y que, con esa mira, se concierte una operación combinada entre las de Colombia y México. Los Estados Unidos no pueden permanecer indiferentes ante semejante evolución. Su comercio, su paz y su seguridad se hallan demasiado íntimamente relacionados con la fortuna y la suerte de la isla de Cuba para que puedan mirar ningún cambio de su condición y de sus relaciones políticas sin profunda alarma y cuidado. No están dispuestos a intervenir en su estado real actual; pero no pueden contemplar con indiferencia ningún cambio que se realice con ese objeto. Por la posición que ocupa, Cuba domina el Golfo de México y el valioso comercio de los Estados Unidos que nece-
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sariamente tiene que pasar cerca de sus costas. En poder de España, sus puertos están abiertos, sus cañones silenciosos e inofensivos y su posición garantizada por los mutuos celos e intereses de las potencias marítimas de Europa. Bajo el dominio de cualquiera de esas potencias que no sea España y, sobre todo, bajo el de Gran Bretaña, los Estados Unidos tendrían justa causa de alarma. Tampoco pueden contemplar ellos que ese dominio pase a México o a Colombia sin sentir alguna aprehensión respecto al porvenir. Ninguno de esos dos Estados tiene todavía, ni es posible que la adquieran pronto, la fuerza marítima necesaria para conservar y proteger a Cuba, caso de lograr su conquista. Los Estados Unidos no desean engrandecerse con la adquisición de Cuba. Con todo, si dicha Isla hubiese de ser convertida en dependencia de alguno de los Estados americanos sería imposible dejar de aceptar que la ley de su posición proclama que debe ser agregada a los Estados Unidos.17
Después de meses de debate en el Congreso de los Estados Unidos –en la Cámara la discusión duró cuatro meses, y el Senado, en sesión secreta, trató el asunto en un período más breve– se aprobó finalmente la participación en el Congreso de Panamá. Los representantes de Washington al Congreso Anfictiónico de Panamá serían Richard C. Anderson y John Sergeant, nombrados Enviados Extraordinarios y Ministros Plenipotenciarios de los Estados Unidos cerca del Congreso de Panamá. Ninguno de los dos pudo finalmente participar en los debates del Congreso, pues Anderson falleció camino a Panamá y Sergeant, retrasado, solo logró unirse con los delegados en México, donde formó con Joel R. Poinsett el equipo de negociadores de los Estados Unidos. Ambos enviados del gobierno de Washington habían recibido instrucciones de Clay de rechazar con vehemencia y fuertes amenazas el proyecto colombo-mexicano de independizar a Cuba y Puerto Rico: Las relaciones francas y amistosas que siempre deseamos cultivar con las nuevas Repúblicas, exigen que ustedes expongan claramente y sin reserva, que Estados Unidos con la invasión a Cuba tendría demasiado que perder para mirar con indiferencia una guerra de invasión seguida de una manera desoladora, y para ver una raza de habitantes peleando contra la otra, en apoyo de unos principios y con motivos que necesariamente conducirán a los excesos más atroces cuando no a la exterminación de una de las partes: la humanidad de Estados Unidos a favor del más débil, que precisamente sería el que sufriese más, y el imperioso deber de defenderse contra el contagio de ejemplos tan cercanos y peligrosos, le obligaría a toda costa (aun a expensas de la amistad de Colombia y México) a emplear todos los medios necesarios para su seguridad. 18
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Es cierto que la abolición de la esclavitud tendría cierto impacto subversivo para los estados esclavistas sureños de la nación del Norte, pero la raíz del problema estaba en que, de triunfar los planes de Bolívar y de Guadalupe de Victoria de independizar a Cuba y Puerto Rico, las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos sobre estas islas quedarían frustradas, o al menos se harían bien difíciles de acometer. También existía el temor real en el gobierno de Washington de que Inglaterra se aprovechara de cualquier situación de inestabilidad para imponer su poderío naval y apoderarse de las islas, cuando los Estados Unidos aun no tenían capacidad suficiente para enfrentársele. La anexión de Cuba y Puerto Rico es el verdadero “interés más profundo” del que habla Clay en las instrucciones trasmitidas a Anderson y Sergeant. Claro que, para enmascararlo, orienta bien a sus enviados sobre las justificaciones que deben emplear a la hora de explicar la conducta de Estados Unidos en contra de la independencia de Cuba y Puerto Rico. A pesar de que los enviados de Washington no participaron finalmente en las discusiones del Congreso de Panamá, es evidente que el rechazo de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra –de conocimiento público– frente a cualquier intentona de romper el status quo de las islas de Cuba y Puerto Rico influyó negativamente en las decisiones de los delegados de las repúblicas hispanoamericanas en el Congreso de Panamá.19 A nada se llegó en concreto al respecto en el cónclave, que se desarrolló desde el 22 de junio al 15 de julio de 1826, con la asistencia de delegaciones de Perú, Centroamérica, México y Colombia, así como de Gran Bretaña y Holanda. En definitiva, la oposición de los Estados Unidos e Inglaterra, sumado a los graves problemas internos que enfrentaban y enfrentarían las repúblicas hispanoamericanas, hicieron abortar los hermosos planes emancipadores de Bolívar y del gobierno Mexicano respecto a Cuba y Puerto Rico. Esa situación se mantendría durante los años 1827, 1828 y 1829, cada vez que se intentó revivir la empresa redentora. A tal punto llegó la hostilidad estadounidense a los proyectados planes de independizar a Cuba, que Henry Clay, en carta que le envió al capitán general de la Isla, Francisco Dionisio Vives, ofreció en nombre del presidente Adams todo tipo de ayuda para impedir que Cuba saliese de manos de España mediante el reforzamiento de sus defensas. Vives consultó a Madrid y la respuesta fue que aceptara todo tipo de auxilio excepto el desembarco de tropas.20
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La actividad diplomática de los Estados Unidos contra la Anfictionía Uno de los sueños más hermosos y visionarios de Bolívar fue la unión de los países hispanoamericanos independizados en una gran confederación de estados. Para él, esa era la única vía que podía mantener la invulnerabilidad de la independencia alcanzada frente a los apetitos imperiales de la época, sobre todo frente a los que ya se veían venir desde el Norte. Desde su célebre Carta de Jamaica (1815), Bolívar dio muestras de un profundo conocimiento de la realidad americana, de sus virtudes y defectos, y de los elementos que unían y dividían a sus pueblos. En este trascendental documento El Libertador adelantó su idea de una América unida en gran confederación de naciones libres, guiadas por aspiraciones internacionales comunes, pero sin menoscabo de las individualidades: Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; más no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que Corinto fue para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso (…).21
La tarea de confederar a las repúblicas hispanoamericanas la inició Bolívar poco después de la creación en 1819 de la Gran Colombia, cuando envió dos emisarios al Perú, Chile, Buenos Aires y México con la misión de negociar y suscribir tratados de “unión, liga y confederación perpetua”. El senador Joaquín Mosquera firma el primero el 6 de junio de 1822 con el encargado de Relaciones Exteriores de Perú, Bernardo Monteagudo; el segundo el 23 de octubre de 1823 con los representantes de Chile, Joaquín Echeverría y José Antonio Rodríguez. Miguel Santamaría suscribe el tercer tratado confederativo el 3 de diciembre de 1823 con el canciller mexicano Lucas Alamán; luego de la independencia de Centroamérica, Pedro Molina, enviado de ese país, firma uno similar el 15 de marzo de 1825 con Pedro Gual, canciller colombiano.22
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El 7 de diciembre de 1824, desde Lima, Bolívar convocó oficialmente al Congreso de Panamá, en circular a los Gobiernos de la América del Sur: Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías que, en paz y en guerra, sea el escudo nuestro destino, es tiempo ya que los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos. Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios y cuyo solo nombre calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras Repúblicas y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español.23
Por supuesto, este fue otro de los proyectos bolivarianos que recibió el mayor antagonismo de los Estados Unidos. Washington aplaudía cualquier iniciativa que significara unir la política del sur con la del norte bajo su liderazgo y sin intervención europea, mas se negaba a aceptar una confederación cuyo protagonismo correspondiera a la Gran Colombia de Bolívar. Joel Roberts Poinsett, representante diplomático de Estados Unidos en México, llegaría a proferir arrogantemente en una ocasión: “… sería absurdo suponer que el presidente de los Estados Unidos llegara a firmar un tratado por el cual ese país quedaría excluido de una federación de la cual él debería ser el jefe”.24 En el largo pliego de instrucciones –casi 40 páginas– entregado por Clay a sus enviados al Congreso de Panamá, se distingue con facilidad la animadversión de Washington con los propósitos fundamentales que Bolívar aspiraba se lograsen en la magna cita: “Se desecha la idea de un consejo anfictiónico, revestido de poderes para decidir las controversias que suscitaren entre los Estados americanos, o para arreglar, de cualquiera manera, su conducta”.25 La raíz de dicha ojeriza residía en que esos propósitos chocaban con los intereses hegemónicos de los Estados Unidos. Por ejemplo, la idea de una alianza ofensiva y defensiva entre los países concurrentes –uno de los mayores objetivos de Bolívar– evidentemente podía a largo plazo entorpecer las ambiciones estadounidenses de dominio sobre toda la región de América Latina y el Caribe. Clay instruyó
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sus representantes que defendieran en el cónclave la idea de que no existía la necesidad de una alianza ofensiva y defensiva entre las naciones americanas, pues ya se había despejado el peligro de un ataque de la Santa Alianza contra las Repúblicas americanas: Sea cual fuere la conducta de España, la acogida favorable que ha dado el Emperador de Rusia a las propuestas de Estados Unidos, con la conocida inclinación que tienen Francia y demás potencias europeas a seguir nuestro ejemplo, nos hace creer que la Santa Alianza no tomará parte en la guerra, sino que conservará su actual neutralidad. Habiendo, pues, desaparecido el peligro que nos amenazaba desde aquel punto, no existe la necesidad de una alianza ofensiva y defensiva entre las potencias americanas, la que solo podrá justificarse en el caso de la continuación de semejante peligro. En las actuales circunstancias esa alianza sería más que inútil, pues solo tendría el efecto de engendrar en el Emperador de Rusia y en sus aliados sentimientos que no debían provocarse inútilmente.26
Otro tema de la agenda del Congreso de Panamá que seguramente –aunque no aparece aludido en las instrucciones citadas– disgustaba al gobierno de los Estados Unidos era la propuesta bolivariana de abolir la esclavitud en el conjunto del territorio confederado. Pese a que en cónclave de Panamá hubo resistencias de algunas delegaciones a aceptar la propuesta de Bolívar de formar un ejército continental hispanoamericano, respuesta natural a los proyectos agresivos de la Santa Alianza favorecidos con la restauración del absolutismo en España, al final se aceptó una tácita coordinación como parte de los cuatro tratados signados. El más importante de esos acuerdos fue el de la Unión, Liga y Confederación Perpetua –abierto a la firma de los restantes países de Hispanoamérica–, “cual conviene a naciones de un origen común, que han combatido simultáneamente por asegurarse los bienes de libertad e independencia”,27pero que más tarde no fue ratificado por los gobiernos representados en Panamá, con excepción de Colombia. Este tratado tenía 32 artículos y uno de ellos especificaba: “El objeto de este pacto perpetuo será sostener en común, defensiva y ofensivamente si fuese necesario, la soberanía e independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de América contra toda dominación extranjera”. 28 Desde la contemporaneidad, es fácil advertir el error cometido por las naciones de América Latina y el Caribe al no haber suscrito un tratado de este tipo que las protegiera de los ataques y la dominación de las potencias extrarregionales. Lamentablemente, muy po-
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cos de los líderes latinoamericanos tenían la claridad meridiana de Bolívar respecto a los mayores peligros que enfrentaban los países hispanoamericanos recién independizados. No pasaría mucho tiempo en que se hiciera ostensible que el mayor de ellos venía del Norte. De ese Norte que se presentaba como protector de los intereses de hemisféricos, pero que únicamente estaba salvaguardando sus propios intereses, y estos nada tenían que ver con los del resto de los países de la región. Esa era la verdad que se escondía detrás de algunas de las instrucciones que dio Clay –en nombre del presidente de los Estados Unidos– a sus enviados al congreso de Panamá: “Deben, pues, rechazar todas las propuestas que estriben sobre el principio de una concesión perpetua de privilegios comerciales a una potencia extranjera”.29 También, cuando orienta a los mismos que se adscribieran a cualquier declaración “dirigida a prohibir la colonización europea dentro de los límites territoriales de las naciones americanas”.30 Por igual, fueron cínicas y denigrantes las instrucciones de Clay al plantear el rechazo estadounidense al reconocimiento de la independencia de Haití: Las potencias representadas en Panamá, tal vez propondrán como un punto de consideración si se debe o no reconocer a Haití como un Estado independiente (…) El Presidente es de la opinión, que en la actualidad Haití no debe ser reconocida como una potencia soberana independiente.31
Clay explica esta posición señalando que Haití había hecho tales concesiones económicas a su antigua metrópoli que no podía proclamarse soberana. Lo de las concesiones era cierto, pero la explicación de fondo de dicha conducta norteamericana era su disgusto porque esas concesiones eran para Francia y no para los Estados Unidos, lo cual podía crear un mal precedente en el sentido de que los países hispanoamericanos recién independizados hicieran lo mismo, pero con Inglaterra. Eso era simplemente inadmisible para el gobierno de los Estados Unidos, en disputa ya con Albión por el predominio económico y político en el continente. Los primeros ministros que destaca Washington a Hispanoamérica fueron instruidos concretamente sobre el Congreso Anfictiónico. John Quincy Adams expresó a su ministro en Bogotá, Richard C. Anderson: Durante algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los propósitos flotantes e indigestos de esa gran Confede-
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ración americana… Mientras la propuesta confederación colombiana tenga por objeto un régimen combinado de independencia total e ilimitada de Europa… merecerá la más completa aprobación y los mejores deseos de los Estados Unidos; pero no requerirá acción especial de ellos para ser llevada a efecto. Mientras sus propósitos consistan en realizar una reunión que los Estados Unidos presidan para asimilar la política del sur con la del norte, se necesitará tener una opinión más precisa y exacta… para resolver acerca de nuestra asistencia.32
Finalmente la idea anfictiónica de Bolívar no concluyó en Panamá, sino en Tacubaya, México. Allí sesionó hasta el 9 de octubre de 1828, cuando se dio por finalizada al no aprobar los gobiernos, exceptuando Colombia, las convenciones del Congreso. Al parecer, Poinsett estuvo detrás del inmovilismo de las Cámaras legislativas mexicanas en el asunto de la no ratificación de los acuerdos del Congreso.33 Como en juicio docto señaló el destacado intelectual cubano Francisco Pividal: Con paciente laboriosidad, los Estados Unidos demoraron 63 años para desvirtuar el ideal del Libertador, concretado en el Congreso Hispanoamericano de Panamá. Durante todo ese tiempo fueron llevando al “rebaño de gobiernos latinoamericanos” al redil de Washington, hasta que en 1889 pudieron celebrar la Primera Conferencia Americana, haciendo creer que, entre las repúblicas hispanoamericanas y los Estados Unidos, podían existir intereses comunes.34
La conspiración contra Colombia La Gran Colombia fue en realidad la primera realización práctica de Simón Bolívar en cuanto a sus ideales unitarios. La misma había nacido el 17 de diciembre de 1819 como República de Colombia durante el Congreso de Angostura, con la unión de los territorios de Venezuela y Nueva Granada, quedando designado Bolívar como presidente y como vicepresidentes Francisco de Paula Santander y Juan Germán Roscio para Cundinamarca y Venezuela, respectivamente. Luego del congreso de Cúcuta, celebrado en 1821, se le conocería como la Gran República de Colombia, integrada por los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito. Ese mismo año se le incorporaría el territorio comprendido en el ayuntamiento de Panamá, luego de proclamada su independencia.35
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Sin embargo, pronto los estrechos y egoístas intereses de las oligarquías locales, los celos entre neogranadinos y venezolanos y las ambiciones de poder de José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander, comienzan a mellar la obra unificadora de Bolívar. En abril de 1826 Páez encabeza una sublevación separatista en Venezuela. En enero de 1827 Bolívar logra aplacar las intenciones de Páez, pero al dejarlo sin castigo se gana el rencor de Santander, quien sentía gran aversión hacia Páez. Apenas resuelta la crisis provocada a causa de las acciones de Páez en Venezuela, estalla el 26 de enero una rebelión de soldados colombianos en la ciudad de Lima bajo las órdenes del sargento Bustamante. Con fuegos artificiales es celebrado el hecho en Bogotá por los santanderistas.36 Santader escribió inmediatamente a Bustamante ofreciéndole garantías y todo su apoyo: Ustedes uniendo su suerte, como la han unido, a la nación colombiana y al gobierno nacional bajo la actual Constitución, correrán la suerte que todos corramos. El Congreso se va ha reunir dentro de ocho días, a él le informaré del acaecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos lo conveniente sobre la futura suerte de ese ejército, y juntos dictaremos la garantía solemne, que a usted y a todos los ponga a cubierto para siempre.37
De manera ruin y con tono vengativo le escribiría también al Libertador: En mi concepto el hecho de los oficiales de Lima es una repetición del suceso de Valencia, en cuanto al modo, aunque diferente en cuanto al fin y objeto. Aquel y los que se repitieron en Guayaquil, Quito y Cartagena, ultrajaron mi autoridad y disociaron la República; el de Lima ha ultrajado la autoridad de usted con la deposición del jefe y oficiales que usted tenía asignados. Ya verá usted lo que es recibir un ultraje semejante y considerará cómo se verá un gobierno que se queda ultrajado y burlado.38
No pasaría mucho tiempo en descubrirse que la rebelión de este oscuro sargento, lejos de buscar la defensa del orden constitucional había sido una traición a la patria, bien pagada por la aristocracia de Lima, que deseaba que las tropas colombianas defensoras de la Confederación de Colombia y el Perú abandonaran su territorio, para así apuntalar el “feudalismo peruano”.39 Uno de los aspectos más interesantes de esta rebelión es que la correspondencia de William Tudor, cónsul estadounidense en Lima, revela claramente que este estuvo estrechamente vinculado a los
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acontecimientos. Al informar el 3 de febrero de 1827 al secretario de Estado de los Estados Unidos, Tudor expresó: Usted supondrá que ese movimiento se realizó de acuerdo con algunos de los principales patriotas peruanos… … Realmente, la grandísima responsabilidad que han asumido, ha sido inducida por los más nobles principios del patriotismo y de la fidelidad a su país, siendo admirables la habilidad y vigor con que han procedido. Entre los papeles de Lara se encontraron muchas importantísimas cartas de Bolívar, de Sucre y de otros generales, las cuales arrojan considerable luz sobre los designios del primero y serán una ayuda poderosa para Santander en sus esfuerzos para proteger la Constitución de Colombia contra los pérfidos designios del Usurpador.40
Se desprende del documento citado que el gobierno de los Estados Unidos ya había visto en Santander el hombre clave que podían utilizar para enfrentar los “subversivos” planes de Bolívar. Más adelante continúa Tudor revelando su animosidad hacia Bolívar y, sobre todo, su odio a las ideas más revolucionarias defendidas por el Libertador: La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Esto no es solo motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro… si hubiera triunfado estoy persuadido de que habríamos sufrido su animosidad. (…) … su fe principal [la de Bolívar] para redimirse ante el partido liberal del mundo la tiene depositada en el odio a la esclavitud y el deseo de abolirla. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la introducción a su indescriptible Constitución; tómese en consideración las pérdidas y destrucción consiguientes a la emancipación y que el régimen no podrá jamás ser restablecido en estos países; téngase presente que sus soldados y muchos de sus oficiales son de mezcla africana y que ellos y otros de esa clase tendrán después un natural resentimiento contra todo el que tome eso de argumento para su degradación; contémplese el Haití de hoy y a Cuba (inevitablemente) poco después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses; calcúlese el censo de nuestros esclavos; obsérvese los límites del negro, triunfante de libertad y los del negro sumido en sombría esclavitud, y a cuántos días u horas de viaje se hallan el uno del otro; reflexiónese que… la gravitación moral de nuestro tiempo… es la afirmación de los derechos personales y la abolición de la esclavitud; y, además, que, por
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diversos motivos, partidos muy opuestos en Europa mirarían con regocijo que “esta cuestión se pusiera a prueba en nuestro país”; y luego, sin aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el “loco” de Colombia podría habernos molestado. ¡Ah, Señor, este es un asunto cuyos peligros no se limitan a temerle a él…¡41
Pero las aspiraciones de la aristocracia de Lima no estaban centradas solamente en expulsar a las tropas colombianas de su territorio sino también en lograr sus viejos sueños de adueñarse de Guayaquil. Por eso, en coordinación con la salida del ejército colombiano de Lima ordenada por Bustamante, se produce en Guayaquil un movimiento federalista, evidentemente estimulado por los peruanos, el cual culminó en la proclamación de la independencia de aquella provincias de la República de Colombia y la elección, por una junta convocada por el Cabildo, del Gran Mariscal del Perú, don José de La Mar, como jefe civil y militar de aquella “republiqueta”.42 Posteriormente, el Congreso de Lima eligió como presidente a La Mar en sustitución de Bolívar y casi simultáneamente a la toma del mando del mariscal se enviaron contingentes peruanos a los linderos de Bolivia y a las fronteras del sur de Colombia, para estimular focos de insurrección latentes en las provincias del Ecuador y tratar de emplear en las tropas que, bajo el mando de Sucre aún permanecían acantonadas en Bolivia, los mismos métodos que habían llevado al levantamiento de Bustamante.43 Para esta misión el gobierno peruano designó al antiguo intendente del Cuzco, general Agustín Gamarra, quien al mismo tiempo logró reclutar para tan innobles fines al sargento José Guerra. De esta manera, en la madrugada del 25 de diciembre dicho sargento, al frente de un numeroso contingente de tropas, se rebeló contra sus jefes y las autoridades de la provincia a gritos de ¡Viva el Perú! Los sublevados se apoderaron de los dineros depositados en las arcas públicas y emprendieron la fuga hacia el Desaguadero, en busca de la protección de su cómplice: el general Gamarra. En el trayecto fueron alcanzados y derrotados por las tropas colombianas leales.44 Durante todos esos meses, de febrero a diciembre de 1827, el cónsul de los Estados Unidos en Lima estuvo detrás de la conspiración contra Bolívar y sus planes unitarios. Al leer la correspondencia que dirigía al Departamento de Estado, tal parece que Tudor tenía en sus manos todos los hilos que tejían la conjura. A él llegaban casi todas las cartas de los distintos frentes y le informan los jefes militares el cumplimiento del plan de operaciones sobre Bolivia y Ecuador.
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El 21 de febrero de 1827 Tudor dice en un despacho confidencial: Calcúlese que tendrán que pasar aún tres semanas antes de que puedan recibirse noticias de Bolivia concernientes a los pasos que se den allí; pero generalmente se cree que las tropas colombianas se sentirán ansiosas de seguir los pasos de sus compañeros de aquí y estarán preparadas, por previo concierto, para adoptar las mismas medidas.45
El 23 de mayo del propio año señala: Ayer recibí una carta del coronel Elizalde, quien manda la División que entró a Guayaquil… Me informa que todo marcha de la manera más favorable; que el 27 despachó una columna con dirección a Quito para que se una a la División mandada por Bustamante, quien entró el 25 del mismo mes, todos los cuales están ahora indudablemente en Quito. Bravo, el oficial que fue enviado de aquí con los jefes arrestados y los documentos para el gobierno, también había llegado a Cuenca a su regreso a Bogotá. El General Santander habría recibido la noticia del movimiento de aquí con satisfacción y le habría escrito a Bustamante aprobando su conducta y que enviaría a Obando a tomar el mando de la División. 46
Pero Tudor, en su maquiavélica intriga, llega incluso a proponerle a los líderes peruanos enemigos de Bolívar que soliciten la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra para derrotar definitivamente al Libertador. Así queda demostrado en su despacho del 20 de noviembre de 1827 al secretario de Estado: Aquí se ha recibido la información auténtica de las órdenes que ha dado (Bolívar) para levantar en Guayaquil una fuerza para la invasión del Perú… Reflexionando sobre estos asuntos y el carácter sin principios de la guerra con que ahora él amenaza, ocúrreseme que la mediación de Estados Unidos e Inglaterra, conjunta o separadamente podría ser obtenida… Cada una de las potencias nombradas posee motivos peculiares para desear que estos países gocen de paz y prosperidad, además de las poderosas razones de Estado comunes a ambas contra el engrandecimiento excesivo y la perniciosa acumulación de poderes en manos de un individuo arrogante. Bajo todas estas circunstancias y debido a la gran confianza y franqueza con que me honran el General La Mar y su consejero más íntimo, el Dr. Luna Pizarro, solicité una entrevista privada con ambos y en ella les expuse las razones por las cuales creía que el Perú obraría políticamente si apelara a esas naciones igualmente amigas, haciéndoles una relación sucinta de la conducta del General Bolívar en este país y una reseña del estado actual de cosas y de la guerra con que él lo amenaza… Ambos convinieron en la corrección de mis insinuaciones, habiéndose convenido en una segunda entrevista y se prepararon inmediatamente los documentos necesarios… si la situación de estos países, el
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carácter y las miras de Bolívar así como las consecuencias que se sucederían a su triunfo, fueran plenamente comprendidos, tanto los Estados Unidos como Inglaterra no solo ofrecerían su mediación, sino que, siendo necesario, la acompañarían con una alternativa que forzaría su aceptación.47
Aprovechando que el conflicto interno en Colombia absorbía prácticamente todo el tiempo del Libertador, el gobierno peruano presidido por el mariscal don José de La Mar, creyó llegado el momento de expulsar a las tropas colombianas de los sectores centrales del continente e imponer el predominio del Perú en las provincias de Ecuador y en la República de Bolivia. Finalmente, a fines de 1828 se produce la invasión de las fuerzas peruanas al territorio boliviano y posteriormente –enero de 1829– al Distrito sur de la Gran Colombia por la provincia de Guayaquil. Paralelamente, los coroneles José María Obando y José Hilario López, por mandato de Santander y en apoyo a la invasión peruana a Bolivia, se habían levantado en armas en Popayán, dando inicio a un nuevo estado de guerra civil, esta vez en Nueva Granada. El 11 de noviembre de 1828 el general José María de Córdova y Bolívar vencieron a las fuerzas antibolivarianas de Obando y López en los ejidos de Popayán. Posteriormente, Sucre derrotaría definitivamente a las tropas de La Mar en Portete de Tarqui (hoy territorio Ecuatoriano) el 27 de febrero de 1829, garantizando momentáneamente la integridad de la Gran Colombia amenazada por los apetitos expansionistas del gobierno de Lima.48 Sin embargo, los dolores de cabeza no terminarían para Bolívar. En 1829 se enteraría de un suceso que le llenó de alarma y sorpresa: la insurrección contra el gobierno, iniciada en la provincia de Antioquia por uno de los oficiales a quienes más afecto había profesado y cuya lealtad nunca había sido motivos de dudas para él: el general José María de Córdova. En Córdova habían influido maliciosamente para indisponerlo con Bolívar, José Hilario López y José María Obando –los mismos hombres que había derrotado militarmente–, Santander y el cónsul británico en Bogotá, míster Henderson. La hija de este último había aceptado los galanteos del joven general.49 No era nada casual que Herderson tuviera estrechos vínculos con William Henry Harrison, ministro de los Estados Unidos en Bogotá. El cónsul británico ofreció a Córdova un caudal de información estrictamente confidencial de la Gran Colombia y de los planes del Libertador.
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La documentación confidencial de Harrison, la cual enviaba a Clay y al presidente Adams, da muestras de que el espionaje estadounidense estaba en todos los rincones de la Gran Colombia y que sus redes conspirativas contra Bolívar estaban muy bien articuladas y que mucho tuvieron que ver con la rebelión de Córdova. 22 de junio de 1829: Tengo el honor de adjuntar copia de una carta del General Bolívar para uno de sus amigos íntimos que demuestra francamente que sus designios con respecto al Perú no son de ese carácter desinteresado que su última proclama revela tan explícitamente. No creo hallarme en libertad para revelar la manera por la cual llegué a poseer este documento singular; pero me comprometo a responder por su autenticidad…50 28 de junio de 1829: Por el mismo conducto que me ha proporcionado la carta, copia de la cual tuve el honor de adjuntar en clave a mi despacho No. 14, he podido leer una carta de una persona de alto rango quien ha disfrutado de toda confianza de Bolívar; pero quien ahora le hace oposición a todos sus proyectos…51 7 de septiembre de 1829: El drama político de este país se apresura rápidamente a su desenlace… En carta recibida la semana pasada y dirigida a un miembro de la Convención, residente en esta Ciudad, Bolívar propone la presidencia vitalicia… Los ministros están muy alegres con sus perspectivas de éxito. Confían en que no habrá la más ligera conmoción y que este importante cambio se realizara con la aquiescencia casi completa del pueblo… Pero su confianza será su ruina. Una mina ya cargada se halla preparada y estallará sobre ellos dentro de poco. Obando se encuentra en el campamento de Bolívar seduciendo a sus tropas. Córdova ha seducido al batallón que está en Popayán y se ha ido al Cauca y a Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta. Una gran parte de la población de esta ciudad está comprometida en el plan. Se distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía conocimiento de estos movimientos. Córdova procederá con prudencia. Espérase que en el curso de octubre o en los primeros días de noviembre principiará por publicar una proclama dirigida al pueblo.52
Cuando el gobierno de Colombia comenzó a descubrir a los soterrados autores vinculados a la insubordinación de Córdova salió a la luz que Torrens, el encargado de negocios de México, Henderson, Harrison y otras personas particulares, sabían de la rebelión de Córdova desde antes que estallara; que algunos tenían correspondencia con él, y concurrían a juntas clandestinas en que se declamaba fuertemente contra el Libertador y su gobierno.53
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Las actividades del representante de México en Bogotá eran muy bien acogidas y reproducidas por Poinsett, ministro de los Estados Unidos ante el gobierno mexicano. Torrens continuamente enviaba información falsa a su gobierno, señalando entre otras cosas que Bolívar pretendía sojuzgar a México para dominar la América española. A Poinsett esta calumnia le venía como anillo al dedo, pues contribuía con su divulgación a dividir a los pueblos hispanoamericanos. 54 Al tiempo que sucedía la rebelión de Córdova, Santander desde el exterior –había sido expulsado de Colombia a raíz de sus vínculos con el fallido intento de asesinar a Bolívar en septiembre de 1828– se convertía en el máximo calumniador sobre la figura de Bolívar. La prensa estadounidense y europea se hacía eco de dichas difamaciones. Al respecto señaló Bolívar: “crecerán en superlativo grado las detracciones, las calumnias y todas las furias contra mí. ¡Qué no escribirá ese monstruo y su comparsa en el Norte (de América), en Europa y en todas partes! Me parece que veo ya desatarse todo el infierno en abominaciones contra mí”.55 Culminada la investigación sobre la conspiración de Córdova, el Consejo de Estado de la Gran Colombia ordenó que los agentes extranjeros que habían tomado parte en ella fueran expulsados del país. William Henry Harrison –uno de los expulsados– había llegado a Colombia como coronel y regresaba a su país como general. Posteriormente sería presidente de los Estados Unidos. La documentación de los representantes del gobierno de Washington revela, salvando pocas excepciones, un odio visceral hacia Bolívar. ¡La maligna hostilidad de los yanquis hacia el Libertador es tal –escribió el procónsul inglés en Lima a su secretario de Estado–, que algunos de ellos llevan animosidad hasta el extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo César no hubiera surgido un segundo Bruto!56
Los diplomáticos del gobierno de los Estados Unidos tildaban a Bolívar de “loco”, “usurpador”, “ambicioso”, “dictador”, etc, etc. Ironías de la historia, lo mismo han dicho y dicen en la contemporaneidad de Fidel Castro y Hugo Chávez. Tildar a Bolívar como un déspota, como un dictador ambicioso, era una de las bajezas más atroces que podían llevar a cabo las autoridades norteamericanas contra el hombre que había declarado su intención de revocar, “desde la esclavitud para abajo, todos los privi-
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legios”.57 Ese Bolívar que calificaban de tirano era el mismo que una y otra vez había rechazado las propuestas que le habían hecho de coronación. A su amigo Briceño Méndez le había expresado: “Ese proyecto va a arruinar mi crédito y manchar eternamente mi reputación”.58 Asimismo, le había dicho a Santander refiriéndose a las insinuaciones de Páez dirigidas a que aceptara coronarse: “me ofende más que todas las injurias de mis enemigos, pues él me supone de una ambición vulgar y de un alma infame”. Según esos señores –agrega– “nadie puede ser grande sino a la manera de Alejandro, César y Napoleón. Yo quiero superarlos a todos en desprendimiento, ya que no puedo igualarlos en hazañas”.59 Y al contestarle directamente al general Páez, rechazando por completo sus ofrecimientos le expresa que “el título de Libertador es superior a cuantos ha recibido el orgullo humano y me es imposible degradarlo”.60 Al mismo tiempo le envía su proyecto de Constitución, indicándole que solo por la soberanía popular y la alternabilidad en el gobierno es como puede buscarse solución adecuada para los conflictos nacionales americanos.
A modo de conclusión Finalmente, contra los propósitos históricos de Bolívar se levantaron las propias clases dirigentes de las distintas comunidades americanas, interesadas en conservar sus privilegios tradicionales. Como consecuencia, se desató un proceso centrípeto que llevó al fracaso de la Gran Colombia, convertida en 1830 en tres estados independientes: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, la división de la Confederación Peruana-Boliviana (1839), y la disolución en cinco repúblicas, –Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica– de las Provincias Unidas del Centro de América (1839-1848). También puede incluirse la desarticulación, entre 1813 y 1828, del antiguo Virreinato del Río de la Plata en otros cuatro países: Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay, así como la división de la isla de La Española en dos pequeños estados: Haití y República Dominicana, aun cuando en este caso se trataba de territorios que habían pertenecido a dos potencias distintas. 61 El seudonacionalismo que dividió al continente y aseguró la hegemonía de las minorías criollas, que buscaron la independencia solo para sustituir a los españoles en sus privilegios, no ofreció solución valedera a los problemas sociales y políticos que determinaron el
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movimiento de emancipación; por el contrario, creó el clima propicio para que los peores defectos del régimen colonial pudieran sobrevivir, agravados a partir de ese momento por falsas esperanzas y engañosos disfraces. Al mismo tiempo, no se pudo despejar el camino para un desarrollo verdaderamente independiente, en lo que no solo influyeron las clases reaccionarias del continente, sino también las grandes potencias de la época, especialmente la potencia en ascenso del Norte, interesada en el mayor desmembramiento posible del hemisferio, para consiguientemente, facilitar su dominación a través de nuevos mecanismos, tan sofisticados, que no necesitaba clavar directamente sus banderas en los nuevos estados emanados. Así, ante el fracaso de los esfuerzos unificadores de Bolívar, el antiguo imperio español de ultramar se dividió en varias repúblicas, desvinculadas entre sí, lo que facilitó el proceso recolonizador que no tardó en convertirlas en simples apéndices de los centros del capitalismo mundial. Entre los factores que contribuyeron a este fatídico proceso, además de los ya analizados, podemos añadirle: la accidentada geografía de las distintas regiones hispanoamericanas, que hacía incomunicables muchas de sus zonas, las inmensas diferencias económico-sociales, la falta de voluntades políticas más allá de Bolívar y de algunos pocos de sus seguidores (entre ellos se destacaron los generales Andrés de Santa Cruz y Francisco Morazán), la carencia de complementariedades económicas entre los distintos territorios, y la ausencia de una burguesía con un proyecto nacional integrador. La imposibilidad de llevar a vías de hecho los planes unitarios por los que Bolívar abogaba, y que tenían como epicentro fundamental la intención de crear una América fuerte y democrática después de la independencia, capaz de asegurarse una existencia perdurable en el contexto internacional decimonónico, donde se movían los insaciables apetitos colonialistas de las potencias de la época, dejó consecuencias funestas que llegan hasta nuestros días. Pese a las coincidencias en idioma, orígenes, religión y destinos, los países hispanoamericanos carecieron durante todo el siglo XX de un núcleo común que las ligara y diera fuerza, quedando en cierta manera escuálidos ante las pretensiones neocolonizadoras del imperialismo estadounidense. Estados Unidos logró los objetivos fundamentales de su política exterior hacia América Latina y el Caribe en el siglo XIX: su expansión territorial a costa de más del 50% del territorio mexicano; la
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posesión de la Florida; hacer permanecer a Cuba y Puerto Rico en manos de España, en espera de la hora oportuna en que pudiera adueñarse de ellas; frustrar los propósitos unitarios de Bolívar y sembrar las discordias y la división entre los países recién independizados de España para conducirlos a la idea del panamericanismo, en la cual Estados Unidos tendría el papel rector; y comenzar a desplazar a Inglaterra del dominio económico de la región. Por supuesto, todo ello fue posible gracias al apoyo que recibió el gobierno de los Estados Unidos de los caudillos políticos y militares de la región, que por intereses pigmeos y egoístas se opusieron a los más hermosos anhelos de independencia, libertad, unidad y progreso de Nuestra América. Los objetivos de dominación política, económica y cultural de nuestros pueblos por el gobierno de los Estados Unidos han sobrevivido hasta nuestros días, refinándose los mecanismos por los cuales estos se ejecutan. Mas si no conocemos cómo históricamente los Estados Unidos se comportaron ante los procesos independentistas de nuestros pueblos, así como frente a sus más elaborados proyectos de unidad, no podemos visualizar en profundidad cuáles son hoy los objetivos del imperio del Norte y cuán importante continúan siendo los sueños que defendieron Bolívar, Martí y otros próceres de Nuestra América. La hora decisiva de la segunda y definitiva independencia ha llegado. O nos unimos o morimos para siempre. Con los peligros que enfrenta hoy la humanidad no hay oportunidad para una tercera independencia. Para los que consideran imposible el triunfo habría que recordarles las palabras de Bolívar en 1819 cuando señaló: ¡Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días!62
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Manuel Medina Castro: Estados Unidos y América Latina, Siglo XIX, Casa de las Américas, 1968, p. 26. Citado por Luis Suárez Salazar, en Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 501. Ibídem. Francisco Pividal: Bolívar. Pensamiento precursor del antimperialismo, Fondo Cultural del Alba, La Habana, 2006, p. 60. Ibídem, p. 102. Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 29. Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 35.
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Ibídem, p. 39. Francisco Pividal: ob. cit., p. 143. Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 46. Rolando Rodríguez: ob. cit., p. 64. Alberto Van Klaveren Teoría y Práctica de la política exterior Latinoamericana, FESCOL, Bogotá. 1983, p. 121. Citado por Philip Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 169. Considerado como uno de los primeros espías estadounidenses en América Latina y declarado anteriormente en Chile como persona non grata por su interferencia en los asuntos internos de ese país cuando se desempeñaba como agente especial de los Estados Unidos. Citado por Philip Foner: ob. cit., p. 174. Manuel Medina Castro: ob. cit., pp. 165-166. Ibídem, pp. 175-176. Germán A. de la Reza: Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, Fundación Biblioteca Ayacucho y Banco Central de Venezuela, 2010, pp. 126-132. Sergio Guerra: Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, p. 243. Rolando Rodríguez: Cuba: La Forja de una Nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, (2da edición), t. 1, p. 74. Citado por Sergio Guerra Vilaboy y Alejo Maldonado Gallardo en Laberintos de Integración latinoamericana. Historia, mito y realidad de una utopía, Caracas, Editorial Melvin, 2006, p. 39. Germán A. de la Reza: ob. cit., p. XI. Emilio Roig de Leuchsenring: Bolívar: El Congreso Interamericano de Panamá, en 1826, y la independencia de Cuba y Puerto Rico, Oficina del Historiador, La Habana, 1956, p. 23. Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 182. Germán A. de la Reza: ob. cit., p. 109. Citado por Germán A. de la Reza: ob. cit., p. 113. Citado por Sergio Guerra y Alejo Maldonado: ob. cit., p. 44. Ibídem. Germán A. de la Reza: ob. cit. Ibídem, p. 115. Ibídem, pp. 131-132. Ibídem, p. 175. Ibídem, ob. cit., p. LXIV. Francisco Pividal: ob. cit., p. 204. Sergio Guerra Vilaboy: Cronología del Bicentenario, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p. 119. Ronald Muñoz: El regreso de los realistas y su derrota final ante los pueblos, Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2010, p. 33. Indalecio Liévano Aguirre: Bolívar, Editoriales de Ciencias Sociales y José Martí, La Habana, 2005, p. 392. Citado por Indalecio Liévano: ob. cit., p. 393. Ibídem.
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Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 223. Ibídem, p. 225. Indalecio Liévano: ob. cit., p. 392. Ibídem, pp. 396-397. Ibídem, p. 397. Ibídem, p. 226. Ibídem, p. 227. Manuel Medina Castro: ob. cit., pp. 228-229. Sergio Guerra Vilaboy: Cronología…, ob. cit., p. 152. Juvenal Herrera Torres: Bolívar, El Hombre de América. –Presencia y Camino–, Ediciones Convivencias, Medellín, 2001, t. II, p. 497. Ibídem, p. 232. Ibídem, pp. 232-233. Ibídem, p. 233. José Manuel Restrepo: Historia de la Revolución en Colombia, Edición en 6 tomos, Medellín, 1974. Juvenal Herrera Torres: ob. cit., p. 514. Citado por Juvenal Herrera Torres: ob. cit., p.515. Citado por Juvenal Herrera Torres: ob. cit., p.571. Citado por Indalecio Liévano: ob. cit., p. 365. Emilio Roig de Leuchesenring: Bolívar, El Congreso Interamericano de Panamá, en 1826, y la Independencia de Cuba y Puerto Rico, Oficina del Historiador de la Ciudad, Municipio de La Habana, 1956, p. 71. Ibídem, p. 71. Ibídem, p. 71. Sergio Guerra Vilaboy: Breve historia de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 130. Citado por Juvenal Herrera Torres: ob. cit., p. 560.
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La locomotora y el silencio. Reflexiones en torno al arte y al siglo XX IVÁN OLANO DUQUE
En una feliz conversación con un amigo, para señalarme un momento fundamental en la historia de la humanidad, inició describiendo una carretera de barro y roca que atraviesa un pequeño valle, donde pintorescas casas de campesinos sorprenden a un forastero desde su carruaje, elegante y altivo. El trote ligero de los dos caballos, sonoro y monótono, atrae a los niños descalzos y curiosos acostumbrados solo al sonido de las chicharras y las ranas. Algunos perros ladran. El forastero, acodado en la ventanilla, descubre en los ojos de los niños emocionados entre los pastizales, sin necesidad de detenerse, un brillo imposible en los niños de las ciudades, un brillo puro de ingenuidad y grandeza, de libertad original y de estremecedora humanidad. Descubre también una casa sorpresivamente disforme, ampliada y reparada con maderas distintas que dibujan en sus paredes un curioso espectáculo cromático. Descubre a una mujer, inclinada y de espaldas ante una casa demasiado alargada, podando un rosal cuidadoso; descubre que las rosas son rojas; descubre que la mujer lleva atada una pañoleta azul en la cabeza; descubre su cabello trenzado, oscuro. El carruaje avanza y el hombre observa hilando imágenes e ideas. Mi amigo cambia de escena. Rieles de hierro remplazan la carretera y una locomotora de vapor el empuje de los caballos. Ahí está el forastero acodado en la ventana. El valle, las casas pintorescas, los
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niños, la mujer de la pañoleta, la trenza y el rosal están ahí. Sonoro y monótono, el ferrocarril supera a las chicharras y las ranas. Los perros ladran. Pero la velocidad en la que transcurre todo, cambia el panorama. El prodigio de la técnica y la inventiva, de la revolución industrial, hará que atravesar el valle sea cuestión de minutos; antes tomaba horas. Mi amigo señala que si bien los innúmeros detalles continúan ahí, el forastero será incapaz de verlos; la velocidad se lo impide. Acaso notará los niños, acaso distinguirá que alguien se inclina ante una casa alargada, acaso adivinará en la otra casa una leve anomalía en sus proporciones. En cada momento en la historia del transporte y la velocidad, el diálogo entre las personas, el tiempo y el espacio se está replanteando, pero hubo un momento crucial en el que fue imposible, por primera vez, distinguir las acciones, los colores, los detalles, las magias del paisaje y la gente. Este hecho se apoderó de mi mente. Desde luego celebro que el forastero haga en horas el viaje que antes le tardaba días, y reconozco al ferrocarril como un escalón más en esa aventura excitante que va desde la rueda hasta el cohete, y que promete horizontes tan oníricos como posibles; pero creo que no solo es responsable, sino además urgente, reflexionar sobre qué implica esta aventura, qué consecuencias puede traer para lo que pensamos de nosotros y del mundo. Esos detalles que en la narración de mi amigo deja de ver el forastero, son una pérdida inmensa, casi trágica, y no sé hasta que punto sean compensados por la velocidad del desplazamiento; y me aterra al reconocer que los detalles, el ocio, la duda, la curiosidad y el asombro, son los padres del arte y las ideas. Sí, quizás el hombre del ferrocarril llegue pronto a su destino, pero el hombre del carruaje, siendo el mismo, llegará con un verso, con una imagen en la mente; quizás descubrir en los niños que corren descalzos por el pastizal una mirada inquietante, sea el punto de partida de toda una filosofía. Pienso en el siglo XX al escuchar la historia de mi amigo, en ese caos de guerras, de frenesí y de conquistas. Pienso en el siglo XX, en el carro, en el metal alado arrojando bombas y atravesando océanos, en la televisión y la Internet, en Gustav Mahler y Richard Strauss, en el dodecafonismo y en Stockhausen y en ese afán de las multitudes interconectadas e informadas; en el arte, que nos hace humanos; en ese verso de Hölderlin: “El maravilloso vértigo del abismo”. Quizás no haya mejor metáfora para reflexionar sobre el siglo pasado que esta del carruaje, el ferrocarril y los detalles. Ya hoy, a principios del siglo XXI, no hay duda que no ha habido siglo en el que se
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haya transformado tanto la superficie del planeta, o en el que las multitudes hayan cambiado tan drásticamente su forma de relacionarse como el pasado. Después de él, el tiempo, paradójicamente, a pesar de ser todo más rápido, ha asumido el defecto de agotarse, la ilusión de ser insuficiente. El mundo empezó a girar más rápido: las filosofías, la política y los ejércitos, las fronteras, las alianzas entre naciones, las ideas que obsesionaron y ardieron, las incontables formas de la rueda, las incontables formas de las alas, las incontables y horrorosas formas de la espada, las formas de la correspondencia, de la comunicación entre lugares alejados… nunca en la historia diez años habían significado tanto. Sí, antes también había revoluciones y guerras, pero lo que cambiaba aun en el más drástico de los escenarios, eran unas cuantas facetas: en el siglo XX cada década fue un mundo nuevo; todo se tornó pasajero, cambiante. Las ciudades, esos grabados de luz sobre los continentes que observan hoy los hombres desde el espacio, cada lustro, junto a nuestra capacidad para sofisticar los métodos de construcción y de destrucción, se transformaron. Stefan Sweig en su excelente autobiografía, que es a su vez una biografía de Europa, del ocaso de la civilización burguesa del siglo XIX y del torbellino delirante de la primera mitad del XX, nos señala que, por ejemplo, el Berlín de 1905 ya no se parecía en nada al de 1901, que lo que era una modesta capital imperial cuatro años antes se había convertido en una metrópoli; espléndidamente superada por la de 1910. “Viena, París, Londres, Amsterdam”, a donde fuera notaba ese crecimiento, esa aceleración. Creo que de ser posible una panorámica rápida de nuestras ciudades desde principios de siglo, la imagen mostraría un animal vivo, una forma impetuosa retorciéndose, palpitando. ¿Será que ese siglo tan convulsionado llevó a la humanidad a una velocidad tan alta, deslumbrada por los avances prodigiosos de la técnica y las herramientas, horrorizada por el nacimiento de las guerras planetarias, envanecida en la cultura de masas y en la omnipresencia de las pantallas, que dejó a fuerza de movimiento y de rapidez, a un lado, la reflexión y la duda? ¿Será que como en un rápido transporte, los detalles, germen de las ideas y el arte, pasaron desapercibidos frente a las multitudes acodadas que solo vieron los rasgos generales, los cambios drásticos? ¿Será que en la inercia, entre las inmensas fuerzas del siglo, no pudimos detenernos a considerar el significado de esos cambios, la consecuencia de esas velocidades, de esos afanes, de esas estridencias?
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Dudo de que haya un siglo que desafíe más al pensamiento. Para empezar, Europa dejó de ser el centro del mundo; las miradas se dirigieron al continente americano con emoción, con esperanza, como a un símbolo de renacimiento y de posibilidades. Luego fue en el frágil juego de poderes donde el norte de América pasó a desempeñar un papel dominante sobre el globo. Con el paso de las décadas y de las transformaciones, con el triunfo innegable en todo el mundo de una bizarra religión de mercado, fue el Oriente el que demostró sus potenciales inmensos y el siglo terminó con la balanza inclinada hacia los países asiáticos sobre el Pacífico. Y es que este es otro rasgo fundamental del siglo: el hecho de que el mundo empezó a funcionar, y cada vez más, como una unidad; sobre todo en lo económico. En cierto momento, las economías locales pasaron a subordinarse a una economía global, tan superior en sus determinaciones como despiadada en sus resultados. Pero quizás la transformación más radical y “perturbadora”, como la califica Eric Hobsbawm en su Age of extremes, fue la desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales; el auge de un concepto del individuo egoísta y egocéntrico. Conquistas éticas, conceptos comunes e históricos sobre el diálogo social fueron suplantados por la contagiosa y arrolladora “rebelión del individuo”. Es muy notorio cómo se transformó el orden mental desde inicios de siglo, e inquieta ver que paralelo a esto la técnica se desarrollaba hasta alturas antes inimaginables. Vemos que ya a principios de siglo Stefan Sweig se declaraba atónito ante ese aletazo transformador, esa “extraña paradoja” de lo que podemos calificar como retrocesos por un lado y milagros por el otro. Muy propio de su espíritu y de su tono habitual, reflexionando ante los prodigios, Sweig nos dice: “Antes de este momento, la humanidad, como conjunto, nunca había mostrado una faceta tan diabólica ni tampoco había alcanzado cotas de creación tan parecidas a las divinas.” Los enjambres de bombas devorando ciudades, el triunfo desgraciado sobre el átomo desapareciendo otras, las fabricas de aniquilamiento, los tanques de guerra, los países condenados por unos jueces de odio al hambre y a la sed de venganza: todo es demasiado contrastante. El triunfo sobre las enfermedades más mortíferas, el trazo minucioso de cada montaña, de cada lago, de cada río, de cada precipicio; el registro preciso de cada alteración magnética, de cada estremecimiento de la tierra, de la cantidad de agua que cae sobre un valle y de la dirección de los vientos; el registro de las temperaturas
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y las presiones, de los milímetros exactos que el eje de la tierra se desplaza: nunca habíamos sabido tanto del mundo y de sus atributos físicos, ni habíamos tenido tantas imágenes, tantos datos: nunca antes, estoy convencido, una generación había sentido tanto desdén por lo que sabe, tanta indiferencia por lo que es capaz de hacer. Y el mundo se movió y se mueve cada vez más rápido, rapidísimo. En ese afán de movimiento, de progreso que no pregunta, ni duda, ni se detiene, entra el componente desafiante del libre mercado. Logró en veinte años –lo han señalado acuciosos pensadores– lo que las religiones del libro no consiguieron en siglos de esfuerzos: conquistar el mundo. Los aviones, los barcos, los mercados, todo es un engranaje de un torbellino imparable y ciego. El capitalismo, han dicho, es un acelerador histórico, todo se vuelve veloz porque el que se demore está perdiendo plata. Hoy en todo el mundo, salvo en esporádicos y amenazados grupos humanos, no hay niño que nazca ni hombre que muera, que no esté rodeado constantemente por las imágenes del mercado, de las músicas y la narrativa de los productos y la oferta. El lenguaje de las artes, el que se depuró y dialogó con los dramas humanos por generaciones, el día de hoy, abunda y aturde, multiplicado por los milagros de la técnica, como la antítesis de su origen divino: triviales y desechables. Estos dos últimos hechos son fundamentales para entender los peligros de nuestra época. Cada vez es más difícil huir, aunque sea un momento, de la actualidad del globo; y ese mundo, ese globo, está alarmantemente trivializado. La soledad y el aislamiento, recursos que siempre tuvo el individuo para protegerse y para liberar el espíritu creador, son ahora acontecimientos casi exclusivamente literarios. No hay forma de librarse de las pantallas, ni de los titulares, ni de los equipos de sonido invasores; de la avalancha de información y estridencias. No han terminado de caer las bombas genocidas sobre Bagdad o sobre Gaza, y ya las pantallas exhiben el trofeo de las ruinas. Los misiles dirigidos por el racismo y la barbarie, el fuego infame sobre los callejones milenarios, resuenan y brillan al instante en todos los continentes, con el agravante de que los vemos como algo insignificante. Hoy, es difícil librarse de esta omnipresencia tremenda. De repente, ante las pantallas y frente a las cámaras, asumimos los atributos que solo soñábamos en los dioses. Recuerdo en La Iliada que Zeus, en la cima del Ida, puede observar, tan bien la batalla frente a las naves de los Aqueos, como a los pueblos del norte, a
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muchos días de distancia. Hemos conquistado un poder divino sobre las distancias y el tiempo, un poder, tan transformador como agobiante, al que quizás nos entregamos con demasiada confianza. José Asunción Silva, el más alto canto que ha tenido Colombia, tenía que, a finales del siglo XIX para viajar de Bogotá a París, tomar un tren que lo llevara desde la capital hasta Facatativa, ahí a lomo de mula bajaba desde la meseta cundiboyacense hasta el municipio de Honda sobre el río Magdalena, luego descendía por el río repleto de caimanes y de zancudos, de bancos de arena y de peligros sobre un ferry quejumbroso durante mínimo dos semanas hasta el Caribe, para tomar luego un barco que atravesara el Atlántico durante otras dos semanas y desembarcar en Europa. Hoy, si tengo el dinero, compro un pasaje por Internet y llego en 8 horas a París. En los tiempos de Silva la correspondencia hacía el mismo trayecto, y las cartas con noticias de enfermedades y muertes se entrecruzaban sobre el tiempo y la distancia del modo más curioso. Hoy, un correo electrónico tarda más en ser escrito que en cruzar el Atlántico. Este es un tiempo de magia. Pero cabe anotar que Silva, en su trayecto fatigoso de más de un mes hasta París, en el sopor del Magdalena, dio con este soneto: Magia adormecedora vierte el río En la calma monótona del viaje Cuando borra los lejos del paisaje La sombra que se extiende en el vacío. Oculta en sus negruras el bohío La maraña tupida y el follaje Semeja los calados de un encaje Al caer del crepúsculo sombrío. Venus se enciende en el espacio puro La corriente dormida una piragua Rompe en su viaje rápido y seguro Y con sus nubes el poniente fragua Otro cielo rosado y verdeoscuro En los espejos húmedos del agua. Y todos los detalles del río y del viaje, el crepúsculo, la piragua, la ribera de selvas y de asentamientos breves, el reflejo del agua, son hijos del tiempo y la pausa, la reflexión y la duda. ¡Cuántos versos, cuántas impresiones e ideas no surgirán en un viaje semejante!
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Las 8 horas del viaje en avión, me pregunto, ¿no serán una pérdida para la poesía? Acaso, ¿cuántos sonetos alcanza a escribir uno en un avión? Esta es una variación de la historia del carruaje y el ferrocarril; y hay otras igual de inquietantes. El libro electrónico, por ejemplo, nos permite tener no solo el canon literario, sino toda una biblioteca bajo el brazo; la biblioteca de madera polvorienta y desordenada, no obstante, me sigue pareciendo un altar irremplazable, y el libro, pesado y rudimentario, un talismán sofisticado y superior. Siempre recuerdo el pasaje de La montaña mágica en el que el sanatorio Berghof compra un tocadiscos y el protagonista de la novela se convierte en su celoso administrador. Recuerdo cuánto se deleitaba descubriendo cantantes y orquestas en los acetatos, cómo le conmovía el aria de Valentín que se va a la guerra dejando a su hermana Margarita, de la ópera Fausto de Gounod, pero sobre todo cuánto reflexionaba sobre el sonido, la música y la tecnología, sobre el prodigio estremecedor que significaba tener una gran orquesta en un pequeño mueble, un cajón de madera improbable; hoy, tenemos la posibilidad de guardar todo el repertorio operístico en un pequeño reproductor portátil, hasta ahí ha llegado el cajón de madera del Berghof. Pero me pregunto, como en los ejemplos anteriores, ¿cuántos de quienes escuchan hoy todo el repertorio en sus diminutos reproductores, se hacen esas preguntas fundamentales sobre el sonido, la música y la tecnología, o, lo que es más importante e irrecuperable, sienten ese estremecimiento? Un amigo fotógrafo me ha señalado los avances en los lentes y los mecanismos, en las posibilidades de la fotografía digital, en el potencial artístico de las multitudes de jóvenes interrogando el mundo con sus cámaras. Pero también me ha señalado que en sus clases en la universidad, donde el entusiasmo juvenil se suma a los prodigios de la técnica y la industria, parecen faltar las preguntas fundamentales, las reflexiones esenciales: “¿Cuántos se han preguntado –me dijo– lo que significa una imagen?” Es la capacidad de asombro, de estremecimiento, la piedra angular de las artes y la filosofía: de las preguntas. Sabemos desde Grecia que la admiración es el origen de la filosofía: “Muy propio del filósofo es el estado de tu alma”, le señala Sócrates a Teeteto quien siente vértigo ante la perplejidad. Abrumados de datos y de herramientas y de posibilidades, con nuestros días programados hasta el último minuto, con agendas electrónicas, alarmas, recordatorios, llamadas innumerables para concretar una cita, dispositivos alephicos que caben
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en la palma de la mano, nos sorprendemos carentes de preguntas. Con artefactos capaces de conjurar en un lugar las músicas, las imágenes y la información, nos sorprendemos absolutamente irreflexivos frente a lo que es la melodía, la línea, la idea. Estanislao Zuleta nos recuerda, dudando de una educación que enseña las fechas y los nombres pero no las preguntas ni la curiosidad, que la adquisición de una mayor cantidad de datos y su manipulación en una menor cantidad de tiempo, no implica ninguna posibilidad de incremento de la iniciativa, de la creatividad o de la capacidad crítica. ¡Cuántos contrastes y paradojas hallamos entre lo que somos capaces y lo que fuimos capaces, entre lo que conquistamos triunfalmente y abandonamos sin darnos cuenta! Hoy podemos contemplar la forma de lejanísimas galaxias, la arquitectura de cristales cóncavos y espejos precisos nos revela las coloraciones de las nebulosas, las infatigables distancias de astros y acontecimientos, el universo, palpitante y móvil; hoy vemos los cráteres de muchísimas lunas, la danza inquietante de las gravedades, las tormentas lujuriosas y ardientes del mismo sol que vieron los griegos pero que en nuestras pantallas adquiere un brillo, una nitidez, una cercanía demasiado abrumadora, demasiado hermosa. Hoy, como nunca, el universo es registrado y anotado: los vientos furiosos de Júpiter, los mares congelados, las montañas rojísimas, los abismos que indagan nuestros científicos soñando con orígenes y destinos. Hoy sabemos cuantos segundos dura la órbita de Venus, el instante en el que La Tierra y Marte están más cercanas, la gravedad en Mercurio, la composición y forma de las rocas en la superficie marciana; hoy, junto a estos prodigios, a miles de millones de personas en las ciudades luminosas, nos está vedado, antes del sueño nocturno, observar con nuestros ojos y agradecidos, las estrellas. Es una lástima que el avance de la ciencia traiga consigo la pérdida de tantas cosas. Parece una cláusula fáustica que la tecnología que nos desplaza sea a su vez sucia e insostenible, y que las tecnologías para la comunicación conlleven para las multitudes una eventual incapacidad para comunicarse. Resalto sin embargo, quizás demasiado, los prodigios de nuestra época, porque si algo quiero que quede claro es que esto no es una invectiva contra la tecnología. No creo que el demonio esté en la máquina, ni me engaño añorando un dichoso pasado anterior a la rueda. Por el contrario, quiero señalar cuán milagrosos, en la doble
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acepción de sorprendentes y divinos, son los avances de la ciencia que gozamos el día de hoy: cuánto me maravillan. Quiero confesar aquí, que el día en el que montado en un avión, a diez kilómetros de altura, extasiado observando las cadenas montañosas colombianas comencé a escuchar el segundo concierto para violín de Felix Mendelssohn Bartoldi, no pude contener las lágrimas. Dio la casualidad de que en esos días estaba leyendo la biografía que escribió Marcel Brion sobre Leonardo da Vinci, y ver y sentir hasta dónde había llegado su sueño, su obsesión de toda la vida, me conmovió el alma. Pero también creo que un llamado más a la reflexión y a la duda es más que necesario. El avance ciego y desenfadado no puede ser un lujo de esta época en la que tanto poder tenemos y en la que los sueños que conquistó la especie, tan fácil pueden acabar con ella. ¡Y cuánto transforma este poder nuestro orden mental! A veces siento un gran temor. Sé que hay un precario equilibrio entre lo que podemos hacer y lo que queremos hacer, entre nuestro poder y la madurez necesaria para manejarlo: un equilibrio que tiende a romperse. Me explico: la ciencia es una suerte de línea que siempre avanza, a veces más, a veces menos, pero que avanza. Los nuevos hombres llevarán más lejos los estudios de los anteriores, y serán superados por los de mañana. Por eso muchos científicos que en sus días fueron famosísimos, luego, tienen acaso un lugar en el índice de un libro de historia especializado; pero en su mayoría son olvidados. En contraste, tanto el arte, como el pensamiento y la filosofía, no solo no avanzan sino que además son disciplinas caprichosas, donde los hombres geniales que aparecen en un feliz azar jamás son olvidados ni superados. La filosofía de la antigüedad clásica, aunque pasen los siglos, seguirá siendo estudiada, y no como una curiosidad histórica sino como un logro de las ideas; el Cantus Firmus, la arquitectura del contrapunto barroco, el Siglo de Oro Español… todos son imborrables. Claro, los refutan, los ignoran a veces, pero no pueden sepultarlos en el olvido porque tienen brillo propio, no hacen parte de una línea recta como la ciencia, son un firmamento. Esta relación contrastante entre la ciencia por un lado, y el arte, el pensamiento y la filosofía por el otro, puede llegar a ser crítica. Las últimas, al no hacer parte de una línea recta, no son heredables: una cultura bárbara puede perfectamente suceder a una cultura cultísima; una década de arte y embriaguez del espíritu, puede anteceder a otra de frivolidad y ruido; un genio con las metáforas y el refina-
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miento del lenguaje puede aparecer en un ambiente de hostilidad y tosquedad del lenguaje; la conquista humanista de una generación, como hemos visto tantas veces, puede ser casi ignorada por la siguiente. Es fama que antes de la Primera Guerra Mundial, en ese mundo procedente del ensueño lírico del Romanticismo, todavía un verso movilizaba a las multitudes europeas; la voz de un poeta podía incidir en las decisiones de los gobernantes y los ejércitos. Ya en los tiempos que antecedieron la segunda guerra, la degeneración mental provocada por la guerra del 14, por la locura de las trincheras y los gases, la hambruna, la desesperanza y el desorden, era de tales proporciones, que nadie imaginaba que un poeta pudiese tener voz ante el desastre inminente. Los versos ya nada valían para Europa; ni la palabra, los pactos, los compromisos, las alianzas… El oído cultivado durante el siglo XIX había desaparecido; las armas, en cambio, eran más mortíferas. La cualidad esporádica del pensamiento y el arte, a la vez que nos hace celebrar cada momento estético, cada búsqueda del amor a la sabiduría, como un milagro, puede ser así mismo una desgracia. En la segunda mitad del siglo XX, el recuerdo del horror que significaron los discursos ultranacionalistas, el racismo, la xenofobia, el fanatismo de un pueblo que se creyó ungido para dominar y decidir, dejó sin opción de poder en muchos países a quienes se acercaban a estas ideas. Quienes vieron sus ciudades destruidas o perdieron familiares en la locura de la guerra, sabían lo peligroso que era recorrer los discursos del odio. Hoy, la generación de la segunda guerra mundial ha muerto; al parecer, también sus aprendizajes. Esa lección que costó millones de vidas, ciudades enteras vueltas ceniza, no la heredamos. Apenas había empezado el siglo XXI, y ya se vociferaban discursos de amenaza y de odio y de miedo. Y esas facciones que tuvieron que aguardar a que se extinguieran los ecos de los cañonazos de la Segunda Guerra, tienen hoy una preocupante acogida en los parlamentos, en las urnas, en los medios. No me parece exagerado señalar lo peligroso que es el odio armado de pantallas luminosas, de medios de comunicación, de publicidad engañosa, malintencionada, de capitales omnipotentes en un mundo donde ya no son sagradas las conquistas humanistas, donde lo único sagrado es el mercado, el egoísmo y la acumulación. El siglo xx nos demostró que la técnica sirve, tanto para cruzar el Atlántico
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en tres horas, como para intentar el exterminio de un pueblo. ¿Cuán cerca tenemos que estar de la catástrofe nuclear, de los reactores, de las bombas, de los aviones que pueden incendiar ciudades y destruir memorias y dioses, no solo para que detengamos los avances técnicos al servicio del miedo, sino además para dudar de aquellos que le puedan dar demasiado poder a un hombre, demasiada responsabilidad a una generación? Pero ya estamos en el siglo XXI, y si bien ya es común escuchar las voces alertando sobre la transformación del clima, sobre el advenimiento de una catástrofe natural en el globo, sobre el efecto de una tecnología sucia e insostenible, la entrega incondicional de las multitudes a las pantallas luminosas es evidente. Al sentimiento de agobio ocasionado por la velocidad, por la estridencia, por la abundancia de las imágenes y las publicidades, por los brillos del espectáculo incesantes, por la música entendida como un ruido –contrario a la experiencia de las vanguardias que buscaron entender el ruido como música–, no para el deleite de los espíritus, sino como herramienta para huir del silencio, de la duda, se suma el discurso contagioso de los armamentos y las aduanas y los muros alambrados. Me preocupa que de los desvelos y obsesiones de hombres geniales entregados a estudiar y agradecer la imagen y los cristales, nos quedó, por ejemplo, la cámara fotográfica; no el agradecimiento a la imagen y a los cristales. No se si las nuevas generaciones sean dignas de las conquistas de esos hombres geniales, si no recibirán acaso una herencia demasiado grande y poderosa para sus impaciencias y sus vanidades, si no estarán acaso condenadas a recorrer los mismos caminos de odio y brutalidad que creíamos superados, con el agravante de que tienen todo un huracán tecnológico a su disposición. Con ese panorama inquietante, lo sensato es dirigirse a lo único capaz de hacerle frente a tan altas estridencias y velocidades: el arte: la duda. Se sabe que el arte es por excelencia inútil; está hecho esencialmente para existir. Y en un mundo donde todo se mira bajo la óptica de la utilidad y la eficiencia, más importante se hace este contrapunteo hechizado del arte y los artistas, del mundo de la duda y las reflexiones sobre el equilibrio y los contrastes, frente al mundo del afán y la herramienta. Pero el arte, esa manifestación humana elemental y original, responde tanto a los temores y obsesiones y anhelos del individuo, como a los climas mentales de las épocas. Y el clima, la religión, los in-
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números dioses que hereda el siglo XXI no son otros que los dioses del mercado, de los indicadores, del usufructo parásito de la especulación, de un inmenso casino en el que todo se juega y se falsea; en el que el arte se confundió con una probabilidad más en la ruleta, una ficha de cambio. ¿Qué fue eso tan dramático que sucedió en el siglo XX, que logró esa transformación –aparente, desde luego– del canto originario del hombre, el arte, en mercancía? ¿De ese tamaño fue la catástrofe? Claro que este hecho, aunque quizás el más crítico en lo que le compete al arte, no agota ni de lejos su diagnóstico, su camino tan enredado y laberíntico como el mismo siglo, tan profuso en vanguardias, en negaciones, en islotes de rebeldías y manifiestos. Si queremos acercarnos a entender el siglo XX vertiginoso, no el corto que acusan algunos historiadores –entre la Revolución Bolchevique y la caída de La Unión Soviética– sino el largo, el que empieza a finales del siglo XIX con la crisis del Romanticismo y en el que –para ser justos– quizás aún nos hallamos, debemos mirar e interrogar el desarrollo de ese hecho fundacional del hombre: el arte. Habrá que recapitular un poco. Para empezar, en el siglo de las crisis, como en todos los demás, los acontecimientos políticos y sociales van siempre de la mano de los acontecimientos culturales. Es difícil así mismo, que un avance científico no halle correspondencia en la música, y que la música no se refleje en la literatura o en la pintura; en general, todos los aspectos de la cultura viven en un constante intercambio. Con la expansión mundial del capitalismo monopolista del siglo XIX, la consolidación de una producción metalúrgica y una industria pesada que le abriría paso a las grandes obras montadas en la fe en el progreso, poco a poco se le da vía a una cultura de masas, una cultura de grandes grupos humanos que producen y consumen. Cada vez más, esas masas comienzan a funcionar y a pensar como tales, a temer y a anhelar: a informarse. El siglo XX empieza ya con una civilización de masas y de medios masivos. Según Eric Hobsbawm, el gran elemento que movilizó a las vanguardias fue una competencia con el desarrollo técnico; y la gran revolución se dio fuera de lo formalmente conocido como arte, “obra de la lógica combinada de la tecnología y el mercado de masas”, especialmente el cine. El intelectual, el artista, reciben entonces un mundo que se retuerce entre las proezas técnicas, las masas, los estímulos de la radio y el disco, la fotografía y el cine, y una sensación de decadencia, de crisis, de tradiciones tan arraigadas como amenazadas. Pode-
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mos decir que fue un deber moral del artista de entonces, mucho más de lo pudo ser en pleno Romanticismo, testimoniar las rupturas culturales con un arte renovado. Las vanguardias artísticas son el resultado de esa búsqueda consciente. El acercamiento a estímulos tradicionalmente ajenos al arte, la revisión radical y constante del lenguaje, de la sintaxis, de los cánones, del papel del artista, son búsquedas que comparten las vanguardias musicales, literarias y figurativas. La época, la política, la guerra, así como la inclinación a la discusión, a la polémica, al manifiesto, al ensayo estético, abismó a los artistas en el sueño lúcido de ser pioneros, fundadores de una poética. Cada vez más, a medida que el artista se sintió extraño, pero sobre todo, se declaró extraño, las academias e instituciones lo declararon un profanador y se abrió la brecha que, agravada por la mercantilización, separaría al artista y al público; en cierto momento se volvió irreconciliable tal relación. A principios de siglo la música en Europa se debatía por un lado entre el legado wagneriano, entre las innúmeras modulaciones y las cordilleras polifónicas de Gustav Mahler que declaraba, debían tender a la verdad y a la esencia, y el complejo lirismo, tan alemán, de Richard Strauss; por el otro lado, contrastando con el trascendentalismo y la seriedad germana, estaba la altiva Francia con Erik Satie, de momentos de tanta belleza como sencillez, quien tuvo la gentileza de no tomarse demasiado en serio a sí mismo, y quien a las indicaciones de carácter en las partituras tradicionales respondió con audacia y fresca irreverencia anotando, por ejemplo, que tal pieza debía interpretarse “Como un ruiseñor con dolor de muelas”, otra, “Con convicción y una tristeza rigurosa”, o “Con un candor recatado pero conveniente”, o “Con una justa cólera”; con una sonrisa evidente, indicaba: “Evite toda exaltación sacrílega”, o que cierto pasaje debía interpretarse “Supersticiosamente”. Aunque celebro esto, no dejo de señalar el descalabro monumental de su “musique d’ameublement”. Siguiendo a Satie, el llamado grupo de Los Seis, influenciados por el jazz y la música circense, donde resalto a Milhaud, influenciado además por los aires sudamericanos, y Francis Poulenc, inquietante y leve, ágil y sensual, nostálgico. Pero quizás quien más renovó el lenguaje musical a principios del siglo XX, quien más se comprometió con un ideal estético que no se rindiera a las masas, a la diversión fácil, tan agradable como mezquina, símbolo de toda una generación de artistas decadentes que prefería el aislamiento virtuoso, independiente e idealista, en lugar de una popularidad vulgar, fue
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Claude Debussy, buscador incansable de un lenguaje nuevo, menos tenso, menos grave y con menos aristas, más colorido, más matizado, donde el sonido se entienda puro y autónomo sin verse sometido necesariamente a una relación tensión-reposo. Con el estandarte de la estética simbolista, la exaltación del arte como lenguaje misterioso y revelador, y la pincelada repentina de los impresionistas, colorida, subjetiva, independiente, inquieta notar que Debussy le respondió al furor de los edificios sinfónicos alemanes con el preciosismo de un miniaturista. Viena venía de su “Belle Epoque”, tan alegre como aristocrática. De allá era Sweig quien veía caminar por la acera a Mahler, a Hofmannsthal, a Rilke. Arnold Schöenberg, tan abucheado que necesitaba de la protección del frágil Mahler de ardiente mirada, llevó hasta las últimas consecuencias el aparente desarrollo natural de la música occidental que aumentó con los siglos su espectro armónico, según los armónicos naturales de los sonidos, y combinó esto a la maravillosa arbitrariedad del temperamento para elucubrar su sistema de los doce sonidos: el dodecafonismo. Así, se emancipó finalmente la disonancia de la armazón tradicional, de la dependencia a un centro, estable y consonante. Para hacernos una idea de la magnitud del siglo, bastaría decir que el revolucionario Schöenberg, quien buscó en la lógica las respuestas al problema de la composición, imposible aun en los más remotos sueños de los hombres del siglo XIX, sería poco después calificado de “tibio”, casi que de conservador, así como los pintores impresionistas y expresionistas serían acusados de un excesivo realismo. La Segunda Escuela de Viena, que significó una ruptura radical del lenguaje musical, la completan los más destacados alumnos de Schöenberg, Alban Berg y Anton von Webern. Berg obtuvo más reconocimiento en vida, pero Webern, ya muerto, se convirtió en el punto de partida de casi todos los compositores de después de los cincuenta; su pulverización del tejido musical en una infinidad de núcleos sonoros disociados, su desarrollo del serialismo convencido que así –paradójicamente, digo yo– se lograría la verdadera libertad compositiva, la verdadera obra maestra, condujo a Pierre Boulez a afirmar que todo aquello que no se inscribiera en las coordenadas derivadas de Webern, carecía de posibilidades reales de desarrollo. Desde luego, en consecuencia con el espíritu de negación, los postweberianos no tardarían en contradecir sus postulados. El mundo empezaba a latir como un solo cuerpo: la primera gran guerra planetaria y el posterior optimismo, el fervor intelectual de la
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pólvora y el triunfo y la derrota, el frenesí creativo de la revolución de Octubre marcando una cesura innegable, fueron la tierra abonada de las grandes vanguardias. La pintura, que siempre había buscado cómo plasmar el mundo objetivo, a finales del siglo XIX pero sobre todo en el XX, dio el giro revolucionario de intentar representar la mirada, la mente del individuo; la subjetividad hizo su entrada triunfal en la historia de la pintura, mientras la música comenzaba a contemplar la posibilidad de una objetividad pura. Luego de la vibración del color de los Impresionistas, quienes fueron –como todos lo serían– un día la vanguardia que espantaba al academicismo y otro la academia, la escuela “oficial”, un día la excepción y el otro la regla, las sensibilidades buscarían cómo reaccionar, cómo negar. Así vemos el Fauvismo, “esa especie de frescura edénica” sobre el siglo viejo que parece vociferar la felicidad de pintar, que despeja de oscuridad y de sombras la pintura con una luz arbitraria, que remplaza la pesadez por la frescura, la ingenuidad, “el puro juego cromático”; Matisse dijo: “El pintor no tiene por qué preocuparse de los detalles mezquinos. La fotografía lo hace mucho mejor y más rápidamente”. El siglo abunda en vanguardias que se confunden y se sobreponen. Desde el Futurismo italiano de la primera década que quería quemar los museos, que conjuraba la agresividad y la temeridad, que predicaba la importancia del puño y la bofetada, del salto mortal y temerario; pasando por la autonomía del hecho plástico, las aristas intelectuales y arduas del Cubismo en la meca del espíritu, Paris, donde se intentó pintar no la forma de las cosas sino su esencia, no una lectura sino muchas lecturas, y que Marcel Brion ha calificado como la más completa y audaz revolución en la historia del arte, preconcepción del arte abstracto; hasta el Expresionismo alemán bajo el peso de la desintegración de un mundo, la angustia y pesadillas de Kafka en Munch y Van Gogh, donde la línea, el color, los contornos, fueron menos atributos físicos y más una manifestación de la emoción y la psíquis. En el momento apasionante que vivían los cafés suizos durante la primera guerra, cuando por las calles de Zurich se cruzaban los exiliados de las naciones en guerra, las policías secretas haciendo labor de espionaje, los confabuladores políticos, los artistas, los intelectuales, una síntesis de Europa en tierra neutral, disidentes de otras escuelas fundaban el Dadaísmo, resultado apenas lógico de semejante clima mental. La locura, el absurdo y la burla, la falta de lógica y la
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confusión, fueron las coordenadas del lenguaje que provocaba el horror de las trincheras; el rechazo a la razón y a la ciencia, cómplices de la muerte de una generación. Y apareció Duchamp con sus “ready made”, cuestionando la noción de arte, hallando significado estético en los objetos comunes, alegando que toda cosa puede ser una obra maestra deleitable con su Fuente: un urinal irrepetible. Pero terminada la guerra, no tardaría el Dadaísmo en tomar una actitud más propositiva, con más afán de enriquecimiento que de destrucción, más integral en la medida en que no sería ya solo una propuesta estética, sino además una reivindicación en todos los campos, una actitud intelectual frente a una serie de elementos tradicionalmente rechazados por el pensamiento y la sensibilidad: el Surrealismo. Pero aunque los sueños, la alucinación, la fantasía, se muestran novedosos en relación a su momento histórico, el “automatismo psíquico puro” que anuncia Breton, esa total libertad expresiva, no es más que el regreso a la manifestación de lo maravilloso, origen del arte. Se ha señalado que no solo en la prehistoria, sino además en todas las etapas históricas, se ha vuelto a cantar a todos aquellos sueños y temores a los que les cantó el Surrealismo. Si bien es cierto que la tormenta freudiana señalando la importancia del inconciente, de la niñez, los sueños, la sexualidad, es propia de ese momento histórico, ¿no eran ya las divinas y complejas alucinaciones de William Blake, un testimonio psicológico, maravilloso y Surrealista? Y en este retorno de los criterios y móviles más elementales del arte, la búsqueda pura del equilibrio y del contraste, de la línea y la coherencia sin la limitación de la representación, la hace el Arte abstracto, ya sea en los fulgores del impulso pictórico y la irregularidad mística de Wassily Kandinsky, en el riguroso Piet Mondrian de líneas verticales y horizontales asaltadas por colores elementales, o en el feliz retorno a la geometría, a la búsqueda pitagórica del número como gran regente en los polígonos regulares de Casimir Malevitch. Pasamos entonces de reconocer validez solo en la experiencia exterior, a la tensión entre esta y la experiencia interior, para llegar al momento decisivo en el que es la realidad interior la que se manifiesta estéticamente. Desde este punto el arte no tuvo limitación expresiva; ya sea una tela rasgada con un cuchillo o sorprendida por pinceladas aleatorias, se pudo disponer de la libre voluntad, de la inventiva, del capricho, darle trascendencia estética a cualquier im-
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pulso. Si hemos de señalar un paralelismo entre las liberaciones de la música y la pintura en las primeras décadas del siglo, la emancipación de la representación en la pintura se corresponde evidentemente con la emancipación de la tonalidad en la música. Los objetos en la naturaleza deconstruidos a lirismo puro, son el reflejo de las nociones gravitacionales del sonido, desarrolladas hasta el punto en el que cada sonido goza, independiente, de su gravedad. Es muy interesante notar cómo los artistas peregrinan por las distintas escuelas, cuánto de Cubista y de Surrealista permanece en el arte Abstracto, cómo es el diálogo entre la Europa de los imperios y el exotismo, entre el oriente imprescindible y las sensibilidades occidentales, entre el continente europeo y el mundo americano. Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos que venía de una rápida industrialización en las últimas décadas del siglo XIX, de un abrumador crecimiento económico desde el final de la guerra de Secesión, que acumulaba inmensos capitales y construía ferrocarriles, que iniciaba decididamente su sórdida era de imperialismo económico, prometía al siglo XX conquistas en todos los campos. Se ha señalado que en ningún lugar como en los Estados Unidos se afianzó tanto el mito del “pionero individual”; es en esta tierra, esperanzada y enfebrecida, donde veremos algunas de las más interesantes evoluciones artísticas del siglo. Así como la primera guerra planetaria, el prohibicionismo, el símbolo del alcohol y de la rebeldía y de la no obediencia, la gran depresión y los treinta silenciosos y letárgicos, la segunda gran guerra planetaria de las trompetas implacables, el cine y la radio y el fonógrafo, la represión anticomunista, Vietnam… todo fue un motivo para que el arte en los Estados Unidos sucediera, múltiple y conflictivo. Las ciudades, producto de las medidas proteccionistas a favor de los productos industriales en detrimento del agro, crecieron exponencialmente con los años. El caos de las metrópolis enfrentaba a las multitudes a la ira y al estrés, a un escándalo de inmigrantes y de supervivencia. En este contexto, el jazz que nace en el sur se propaga y se convierte en el sonido de toda una época; los medios masivos convertirán ese canto nacido de la cultura negra y adoptada por los clubes de los blancos en el símbolo de una cultura. Por otro lado, la emigración europea producto de la guerra, el fascismo y el totalitarismo, alimentó de mentes brillantes y de espíritus agudos tanta avidez cultural: Schöenberg, Milhaud, Hindemith, Bartók; Igor Stravinsky, ese estremecimiento pagano.
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El experimentalismo musical fue entonces la luz de la vanguardia, del idioma propio que los Estados Unidos se veían obligados a fundar: desde Charles Ives, original y audaz, su eclecticismo técnico, sus recursos más experimentales conviviendo con un lenguaje tradicional, pasando por Aaron Copland, George Gershwin y Leonard Bernstein, grandes asimiladores del lenguaje jazzístico, hasta ese apóstol insoportable y magnífico: John Cage. Si un día se dijo que ya no era necesario jerarquizar los sonidos en un sistema, que un sonido se justificaba a sí mismo, pasar a cuestionar la frontera que convierte esos sonidos en ruido o en música, no era demasiado. La superación de esa dicotomía ya había sido anunciada. Pero Cage entró además a cuestionar el silencio, inexistente según él pues no es más que una serie de sonidos fortuitos, que no han sido escritos y que son inmanentes a la vida. El azar existencial halló entonces un lenguaje plenamente experimental donde se prescindió por completo de la necesidad de un discurso lógico, y donde el irracionalismo desenfadado convertía la música en pantomima, el gesto en énfasis musical, la indeterminación en principio y fin de un lenguaje. El concierto se volvió entonces un “happening” donde se encuentran las artes, el intérprete y el público, donde al azar del balbuceo dadaísta se le suma un tremendo afán de catarsis, un tremendo deseo de ser rechazado y de escandalizar. En el siglo del hombre en el espacio y la Internet, era apenas lógico que algún día alguien compusiera una música de sonidos cotidianos, donde se riega una planta, se enciende una licuadora con hielo y se toca un silbato mojado, música para el gesto y patitos de goma y pianos de juguete; que alguien compusiera 4’33’’, esa dilatación del silencio para cualquier instrumento o grupo instrumental: 4 minutos 33 segundos de los ruidos de un público desconcertado, que debe aplaudir agradecido. Se me hace apasionante considerar la trascendencia estética de John Cage, y sospecho que las más hondas consecuencias de su búsqueda tardan en ser reveladas; sin embargo, la reflexión prefiero hacerla entre el silencio de las paredes de mi hogar, y no ante la reproducción de una de sus obras. Así, la música norteamericana de la posguerra, de la Guerra Fría y el horror atómico, se dividió entre una música hecha expresamente para el consumo de masas, y una producción de vanguardia que se turnaba entre el desarrollo de los postulados serialistas donde se racionaliza al máximo el proceso compositivo, y esa indeterminación, ese rechazo a ultranza de cualquier estructura, esa mínima racionali-
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zación, esa ofrenda al caos elemental que es el principio de aleatoriedad. La vanguardia, el rechazo a las formas convencionales de comunicación se convirtió en la única actitud posible. Ya las nuevas manifestaciones no eran la contestación excepcional a un orden, sino el orden mismo, donde junto a la producción industrial de bienes obsoletos a corto plazo, junto a las montañas de vasos desechables y residuos electrónicos, al arte lo regiría una forzosa tensión entre la innovación y el envejecimiento. Se ha dicho, incluso, y no sin cierta ironía, que en la civilización artística contemporánea la vanguardia no es más que la única forma posible de academia. La segunda mitad del siglo recibe un lenguaje musical inestable, donde la negación de la sintaxis, la búsqueda de justificaciones estéticas en los avances de la física, en las teorías matemáticas, en el misticismo oriental, eran la única alternativa artística. Lo que se configuró desde principios de siglo, un lenguaje que reflejara la crisis de occidente, el absurdo de un proyecto de civilización evidentemente fracasado, se sacó de contexto, se postuló una consecuencia, una reacción circunstancial como punto de partida, y lo que era el reflejo de una crisis humana mutó en crisis permanente del lenguaje. Desde hace décadas ha habido quienes señalan que ese camino que pasó de no considerar el color en la música a hacer una música exclusivamente colorística, en el que la reflexión y la búsqueda del equilibrio y la coherencia llevaron al serialismo integral, que pasó del desarrollo refinado de un motivo al Alea que nos libra de toda responsabilidad, la indeterminación menos como medio y más como finalidad, termina en un punto en el que la música debe desesperadamente buscar ya sus motivaciones en otro lugar, en ideas filosóficas o políticas; termina en un punto donde la negación de las estéticas que lo precedieron ya no es posible pues todo ya fue negado; en el regreso probable al pasado modal o tonal; en el retorno –me inclino yo a creer– de la melodía cantable. Como al Webern serialista, como al Cage inaudible, vimos al parisino Edgard Varèse buscando abolir la barrera entre sonido y ruido, inmerso en el mundo de la física y pionero de la música electrónica, que sorprendió con Ionisation, de solo percusión y dos sirenas; al objetivo Pierre Boulez que persigue un lenguaje depurado de toda emoción, reductible a la abstracción numérica, con su Alea controlada, su “laberinto de circuitos posibles”; vimos la cinta magnética de la música concreta, las Ondas Martenot y el Trautonium y los innúmeros aparatos electrónicos, “la posibilidad –dijo Cage– de con-
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trolar todo el espectro armónico y de volver a los sonidos disponibles en cualquier frecuencia, amplitud o duración”; al italiano Luciano Berio de las Sequenzas, virtuoso como un orfebre en sus monólogos; al húngaro György Ligeti tejiendo texturas con su Lux aeterna para dieciséis voces; al griego Iannis Xenakis de la arquitectura y de la teoría de conjuntos, que fundó la Escuela de Música Matemática y Automática; al polaco Krysztof Penderecki de los inmensos clusters orquestales, el de Trenodía por las víctimas de Hiroshima, con uso de cuartos de tonos, glissandos, un coro que grita y susurra, que exclama violentamente ante el terror y la barbarie; vimos a Karlheinz Stockhausen hablando de facultades sobrenaturales, de música sin final ni principio, infinita y azarosa como la vida, sin muerte que no sea a la vez un nacimiento, dirigido por cierta intuición mesiánica: la “arrogancia mística” que no dejan de señalarle con algo de cariño. Y así como en la Unión Soviética hay múltiples testimonios de la tensión entre las directrices del partido, que apuntan a un arte proletario rechazando a los clásicos y a los modernistas, y los artistas cuyo único móvil es desarrollar un lenguaje propio, del que la evolución artística de Dmitri Shostakóvich da un complejo pero interesantísimo testimonio, en los Estados Unidos la persecución anticomunista llevó a la caída del mito de libertad y democracia que había sido el aura de ese país durante un siglo; esto, lógicamente, estimuló expresiones artísticas de resistencia. Vale la pena citar la tristemente célebre declaración de un representante, miembro del Comité de Actividades Antiamericanas: “El arte moderno es comunista porque es deforme y feo, porque no glorifica a nuestro país, a nuestro pueblo alegre y sonriente, a nuestro progreso material”. Antes del antibelicismo, de las banderas del amor y de la liberación sexual, del antimaterialismo y las comunidades agrícolas, del colorido en los ropajes como un sueño alucinado, de Jefferson Airplane y Pink Floyd y The doors, de la feliz anarquía, antes de esa excepcional reacción juvenil que conocemos por hippismo, en los años cincuenta se sumaron los últimos fulgores del Existencialismo y la caída del espejismo estadounidense para darle forma a un movimiento de negación, aislamiento y alucinógenos: la Beat generation. Contra las ideas y la moral imperante, a favor de la experiencia Zen, el sexo desinhibido y la estimulación reveladora, la Beat generation tradujo en las artes el desencanto de una sociedad hostigante y vanidosa, y se sumó a todas las otras manifestaciones que reaccionaban ante el racionalismo y la tecnología. Pero paralelo a este desencanto sucedía
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una manifestación casi opuesta: el Arte Pop. Ya la aventura dadaísta había postulado los objetos cotidianos como obras de arte; fue interesantísimo comenzar a considerar la significación estética de cada objeto que transformaba o creaba el hombre. Pero el Arte Pop es –acentuando este descubrimiento del Dadaísmo y contrario al rechazo de la Beat generation– un homenaje a la cultura dominante. En la nueva pesadilla de las ciudades, en el país de las autopistas interminables y trágicas y fatídicas y desgraciadas, de las montañas rusas, la Coca-Cola, la comida rápida, con los edificios del Estilo internacional dominando el paisaje de los sectores financieros, con las esquinas y el cielo llenos de publicidad vendiendo no solo productos sino además un criterio de belleza y de identidad cultural, el Arte Pop surgió para cantarle a ese mundo propio. La mayor belleza del Arte Pop –llegaron a declarar sus fieles– radica en ser nuevo: “La cultura de hoy no la interpreta ni Matisse ni Rembrandt”. Sentirse absolutamente moderno, sentirse parte de una nueva era, confundiendo la proliferación de marcas y de competencia con el progreso, era el acto de fe de estos artistas enamorados del agobiante paisaje de los avisos comerciales. Esta idolatría a la comida enlatada y a las actrices de cine, a los comics y a las señales de tránsito, a la omnipresente cultura de masas, mostraba no obstante a su falta de sentido crítico –por lo menos en los Estados Unidos– que se podía volver a la representación: que no estábamos eternamente obligados al arte abstracto. Pero además, la consideración de la estética de las masas y de su mercado era un intento de reconciliar esa división que hemos visto crecer junto a cada momento del arte del siglo XX: la separación entre las masas y la vanguardia: entre la búsqueda artística sincera y la industria todopoderosa. La crisis del lenguaje ya era suficientemente preocupante. Pasó de negar una tradición, de buscar la novedad a ultranza, a negarse desesperadamente a sí misma. El camino de negación es un camino finito por la sencilla razón que siempre llegará el momento en el que no quede nada por negar. Además, es un inmenso malentendido que subordina el arte. Esa lucha contra las convenciones es una lucha contra los demás, luego, significa dejar la obra de arte en un segundo plano; la lucha y la búsqueda debe ser con las resonancias internas del arte y con el estremecimiento del artista creador que sabrá, en su honda y solitaria reflexión, el momento en el que su creación es más plena, en el que ya existe, al fin, con la forma y significación que le es propia. Bien se ha dicho que la diferencia entre el artista y el arte-
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sano es que el último sabe lo que busca desde antes de empezar, mientras que el artista comprende lo que buscaba solo en el momento en el que lo encuentra; que el artesano reproduce mientras que el artista crea. Esta búsqueda de plenitud que hace el artista con su obra, sin saber cuál será el resultado, es contraria, valga decir, a lo que postularon la sensibilidad del Renacimiento y los manifiestos de los vanguardistas: que una obra de arte es mejor por ser antigua o ser nueva. Pero más preocupante que este malentendido que subordina la plenitud elemental de una obra, de muchas de las vanguardias, es la sórdida conquista que el mercado hizo del mundo del arte; que, como nos advierte el crítico de arte Donald Kuspit, ya no es ni siquiera la búsqueda de un lenguaje de vanguardia lo que lo mueve: “la meta postmoderna consiste en convertirse en un artista de los medios de comunicación”. Porque en el siglo XX de la velocidad y la estridencia, de la mercantilización incluso del aire y del agua, el arte de vanguardia, la búsqueda de un lenguaje, quedó confinado a una pequeña elite cultural o a las academias, mientras las masas consumieron un producto disfrazado de un sentido estético, creados no por la sensibilidad de espíritus lúcidos sino por juntas de mercadeo y publicistas. La revolucionaria radio, el fonógrafo, la cámara, el cine, trajeron consigo una industria, que empezó interpretando el gusto de las masas y terminó moldeándolo. La obra de arte, la sed de significación estética de las multitudes fue satisfecha cada vez más por una mercancía regida por un criterio comercial, donde su trascendencia, sus cualidades auténticas, se volvieron prescindibles. Es evidente que el temor de ser asimilado por esta cultura de masas, por esta industria que desacraliza y uniforma todo, fue otro aliciente de las vanguardias artísticas del siglo; quizás en estas coordenadas se inscribe el Performance –del que ya hablaré– reaccionando ante la mercantilización en la medida en que es un arte perecedero, irrepetible. Theodor Adorno nos alerta sobre la incompatibilidad entre la autenticidad y la comunicación en la sociedad de masas, sobre ese recurso algo desesperado, pero con plena justificación, que es la búsqueda de lo nuevo de las vanguardias ante la avanzada del capitalismo que todo lo que toca lo convierte en mercancía. Pero este lúcido y sensible pensador de la Escuela de Frankfurt señala también lo que llama “Fetichismo”, donde el disfrute ya no puede radicar en la obra en sí, sino en su potencial mercantil, donde el objeto de disfrute radica en el valor de intercambio, es decir, un espectador que disfru-
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ta no el concierto sino el valor de la entrada. No logro imaginar mayor degradación. Desde la segunda mitad del siglo vimos un resurgimiento asombroso del mercado del arte. El precio de algunos modernistas, pero sobre todo de los impresionistas y postimpresionistas franceses, aumentó considerablemente; desde luego no fue que se hicieran más bellos, o que la sensibilidad de la guerra fría fuese proclive a sus conquistas estéticas. Así mismo, cuenta Eric Hobsbawn, durante la Guerra Fría se cotizó mucho la pintura abstracta beneficiada por la hostilidad que Hitler y Stalin habían mostrado hacia ella. Quienes compraban arte entonces –principalmente en Nueva York, que había desplazado a Paris y a Londres como centro de mercado del arte– lo hacían como inversión. Es famoso el caso del Fondo de Pensiones de los Ferrocarriles Británicos, que comprando y vendiendo arte hizo muchísimo dinero. Esta cooptación del latido elemental que es el arte, por el mercado, es a mi juicio el punto más crítico en el camino de entender el siglo XX de los afanes. Ya Thomas Mann señalaba como el síntoma fundamental del siglo, la “trivialización del arte”, a la vez que señalaba en coro, junto a grandes pensadores de nuestro tiempo, que no hay mejor medida para determinar la salud o la enfermedad espiritual de una cultura, que su arte. Alma Mahler, la esposa de Gustav Mahler, nos cuenta cómo en Estados Unidos conoció por vez primera lo que era un éxito por el prestigio y no por la calidad artística; luego de un pésimo concierto por el que en Europa habrían abucheado a Mahler, en Nueva York aplaudían y gritaban de júbilo. Era esta, apenas a principios de siglo, una nueva sensibilidad, donde el nombre, la marca, era determinante, y el arte, subordinado. Hoy vemos que las únicas palabras sagradas no están impresas en libros, sinceros, trascendentes, depurados por las generaciones, sino en los brillos fosforescentes de las inmensas vallas comerciales. Vemos que el hoy multimillonario artista británico Damien Hirst manda a disecar un tiburón con torpeza y que luego de su firma este vale casi diez millones de euros; que envuelve una calavera en diamantes; que hace una instalación en una galería con botellas de cerveza vacías, periódicos esparcidos, colillas de cigarrillo y otros objetos arbitrarios, ridículamente avaluada en una fortuna, y que una noche un encargado de limpieza –con sentido común– guardó todo en bolsas plásticas y lo tiró a la basura.
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El criterio hoy es cuán atractiva puede llegar a ser la obra, cuán publicitada, cuán escandalosa, cuánto puede contribuir a acrecentar la fama del artista, el valor de cambio, el prestigio para el comprador potencial. Vemos que Vik Muniz fotografía La gioconda de Leonardo dibujada con mermelada y mantequilla de maní, la Medusa de Caravaggio en un plato de espaguetis, la romántica Balsa de la medusa de Gericault en chocolate derretido, y que triunfa en los titulares, en las galerías, en las subastas. Vemos limpiar un piso con una aspiradora de forma indefinida, encender y apagar una bombilla en una habitación vacía, corredores de bolsa que se convierten en artistas conceptuales: una farsa decadente. Vemos montañas de neumáticos y a un hombre saltando al vacío a través de una ventana, una mujer subiendo una escalera con puntas de acero que le hieren el cuerpo y otra transmitiendo a las galerías del mundo sus cirugías plásticas, un hombre que hace que le disparen, otro que se corta el cuerpo con cuchillas de afeitar y bebe su orina, otro que sacrifica animales y juega con sus vísceras y sus heces; los capitales decidiendo qué es arte, un perro amarrado muriendo de hambre, un hombre lavándose los dientes, peces vivos en licuadoras que el público enciende, la famosa Merda d’artista. La crítica postmoderna ha salido con una idea muy conveniente: “no pueden hacerse distinciones objetivas”. Como si se tratara de un asunto de competitividad y de libre empresa, cualquiera con una idea original, preferiblemente escatológica, puede triunfar entonces en el mundo del arte. Claro, para qué ojos y oídos y capacidad crítica si existen los vendedores y los compradores. ¡Que ellos nos señalen con qué hemos de estremecernos! Gran parte del arte contemporáneo, lo que algunos han aventurado en llamar “postarte” para señalar que pertenece a una etapa histórica radicalmente distinta, tiene tanto de sagrado como una gaseosa; y el museo de arte moderno se ha convertido en una vitrina a la moda, llena de golosinas para el entretenimiento comercial. ¿Si el arte que nos hizo humanos se subordina a la bizarra religión de mercado, a las doctrinas del libre comercio, las corporaciones como apóstoles incuestionables, el imperialismo económico evangelizando las tierras de los bárbaros, el arte elemental convertido en mercancía vulgar, no es esto acaso como diría Thomas Mann, una señal alarmante de enfermedad? Pero no es solo el factor mercantil lo que caracteriza el arte de hoy. La reinterpretación de la obra de arte, menos como una creación plena de significación estética, que como vehículo de las ideas, es así mismo preocupante. Marcel Duchamp, por
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ejemplo, se enojó en el momento en el que su Fuente fue elogiada y considerada bella; para él, entender una obra a nivel estético era degradarla, y lo importante, lo fundamental de la obra de arte –decía– era la idea que transmitía. Donald Kuspit nos señala la antigua preocupación por la belleza como “el intento estético por reconciliar forma y asunto”; luego, preocupado, menciona cómo en el arte de hoy el asunto lo es todo, y la forma, o es subordinada o no importa: el artista es un político vociferando, el arte, un sermón desde un púlpito. El llamado arte conceptual, o de ideas, es un fracaso. La instalación, el happening, el performance, esos géneros multidisciplinarios tan populares, intentan disimular a fuerza de teorías su pobreza. Con un titular espectacular y con recursos tecnológicos, creen estar denunciando un problema y confrontando al espectador, cuando con su banalidad entretenida acaso están publicitando y, a mi juicio, agravando el problema que intentan evidenciar. Los medios de comunicación masiva consiguen lo mismo siendo menos pretenciosos: trivializar los dramas humanos. Creo que el arte puede tener compromiso político en el sentido de que interpreta a una cultura, sus temores y sus esperanzas; pero no en el arte cuya finalidad principal es política, reducido de su función sagrada a un panfleto vulgar. Gran parte del arte de hoy procura trivializarlo todo, degradar las cosas a un mínimo de significación obsoleta, volver el mundo desechable, banal y fugaz. El emblemático Duchamp, a pesar de sus tesis cuestionables, intentó darle trascendencia a los objetos diarios vistos generalmente como insignificantes. El esfuerzo es notable; se trataba de engrandecer el mundo. Algo similar hizo Cage al contemplar el ruido como una música; cada sonido y cada silencio como algo misterioso e irrepetible. Radicalmente contrario a esto, el arte de hoy entiende la música como un ruido, la belleza como una fealdad, el equilibrio como un despropósito, la búsqueda sincera de significación y sensibilidad, como un recuerdo inútil, caduco, extraño al mundo acelerado y superficial y vanidoso donde los dioses están en venta. Esto es una crisis de la sensibilidad. Una cosa es sacralizar lo trivial y otra muy distinta trivializar lo sagrado. El arte de hoy, con su culto a lo escatológico, a lo mórbido, a lo estridente, con su afán de publicidad a fuerza de facilidad irreflexiva, de inmediatez arrogante, no consigue otra cosa que golosinas para entretener, que mostrar la abundancia y la riqueza, la divina complejidad del mundo como un bien trivial, vago y prescindible.
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La frivolidad es un lugar común en nuestro tiempo. Basta ver los títulos de las películas en las carteleras de cine, los programas de televisión de mayor consumo, las canciones que suenan en la radio, los libros de mayores ventas: entre menos trascendente, mejor. Y junto a los reproductores portátiles que almacenan infinitas canciones, las pantallas táctiles, delgadas, ultralivianas, que almacenan todo el canon de Occidente, la Internet que encierra todas las imágenes y las ciudades, está la ligereza con la que se desechan esos productos. En la abundancia fácil, late arrogante el desprecio y la indiferencia. Los males que aquejan al arte de hoy son los mismos males que aquejan a nuestra sociedad globalizada. El siglo ha avanzado con una rapidez de vértigo. No es solo el modo en el que nos transportamos o nos comunicamos lo que cambió: también lo hizo nuestra sensibilidad. Pasamos de una relación apasionada y significativa con las artes y el mundo, a confundirlas y a confundirlo con un entretenimiento tan pasajero como hostigante, tan carente de sentido como de valor. Como la historia del carruaje y el ferrocarril que me contó mi amigo, pasamos de contemplar un paisaje pleno de detalles y de reflexiones a acaso distinguir unas imágenes demasiado borrosas. Pero tal vez el problema no radica en la velocidad de la locomotora, o del avión, o del cohete, de la radio o de la Internet; no radica en los artefactos de almacenamiento masivo de datos ni en las pantallas táctiles y ultralivianas; no radica en el desarrollo tecnológico aceleradísimo sino en un cambio grave de sensibilidad, de concepción de los sucesos y las cosas: la paulatina conversión de todo, a un medio: a entender cada aspecto de la vida, no como un fin pleno, sino como un puente fugaz y tortuoso por el que llegaremos a otra cosa. Pero es precisamente en esa crisis donde el arte, la medida de la salud o enfermedad espiritual de una cultura, a pesar de la crisis del lenguaje y de la apropiación del mercado, aparece como la medicina probable, como la solución más efectiva y más elemental. Con esta reflexión sobre la dialéctica entre el arte, los fines y los medios quiero terminar. Siempre me ha llamado la atención que las revoluciones sean tan conservadoras en el arte y que a veces incluso riñen con él; que entre más énfasis se pone en un proyecto político, en un objetivo único e incuestionable, más se atraviesa el arte en el camino como una especie de contradictor. ¿Por qué será? Creo que mientras las revoluciones tienen que vender y luchar por una serie de ideas, el arte, el buen arte, es incapaz de hacerlo porque va contra su propia naturaleza.
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Claro que el arte trae consigo una carga ideológica, pero esta va muy subordinada a una serie de elementos esenciales, tanto, que esa carga ideológica se vuelve insignificante. El arte no es propagandístico, ni moralizante, ni edificante: el arte “es”, poderoso y demasiado divino para tomar partido en los inútiles debates humanos. Que el arte es por excelencia inútil, lo declararon los estetas hace más de un siglo; creo que esta es la concepción más madura que se ha tenido sobre el arte. Pero esto hay que entenderlo bien, la inutilidad no significa que no sirva para nada, sino que no está hecho para servir para algo. El arte es un fin en sí, desde luego, capaz de transformarlo todo, pero que se justifica a sí mismo. El arte jamás será un medio, jamás será un puente de las ideas, jamás tendrá otro objetivo que el de responder a sus propios fulgores. Y es esencialmente por esto que el arte se nos hace tan urgente, precisamente porque en el mundo de hoy todo ha sido reducido a un medio. La consigna hoy es que todo debe ser útil, debe ser eficiente, debe dar beneficios, debe acumularse; bajo la entelequia del progreso se cobijan todas las ocupaciones y labores, y la única justificación legítima de las cosas parece ser contribuir a unos fines inexpugnables. A las multitudes en el globo las han sometido a trabajar para poder comer, a comer para poder dormir, a dormir para poder levantarse al otro día a trabajar. La academia es menos un templo de pensamiento y conversación, y más unas molestas aseguradoras, unas factorías de mano de obra, un momento tedioso que hay que vivir para conseguir algún día un trabajo decente; que será también tedioso, pero necesario para poder construir una familia; que será también tediosa pero obligatoria si se quiere conseguir algún estatus social. En esos tortuosos círculos de postergación del fin, Estanislao Zuleta señala además que nadie es libre: que el cajero de banco está subordinado al supervisor, el supervisor al gerente, el gerente al dueño, y que ni siquiera el dueño es libre pues está subordinado a un mercado y a unas utilidades. El arte es lo único libre porque es ya un fin. No requiere de un mensaje explícito porque su misma esencia fundamental es ya transformadora. Al acercarnos a él, recordamos que el momento existe pleno de significados; que cuando la música resplandece en el aire, cuando el verso arde, cuando los colores suceden sobre una superficie, estamos dialogando con el momento, con el presente, que la ansiedad de futuro se desvanece y que existimos, tan libres y tan autónomos y tan sagrados como él. Y recordamos además que lo
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único libre es aquello que puede darse el lujo de demorarse lo necesario, de no ceñirse a un tiempo fijo en el que habrá que mostrar resultados, que existe un tiempo propio del pensamiento, un tiempo propio para el desarrollo progresivo de las cosas, un tiempo para que las ideas, las preguntas, las búsquedas, recorran un camino que no depende de nuestra impaciencia sino de sus cualidades internas; que el afán y la ansiedad que esperan resolverlo todo ya, solo conseguirán resultados deficientes; que, como en la relación entre el arte y los artistas, siempre debemos preguntarnos a qué fuerzas respondemos, a qué tiempos respondemos, a qué cosas estamos subordinados; si realmente comprendemos la trascendencia de la respuesta a Gorgias: “Sí, conversamos, si tienes tiempo”. Solo el arte es capaz de recordarnos estas cosas. Pero, ¿luego de ese siglo tremendo, de esas guerras, de esas bombas, de esa frivolidad, de esa transformación del mundo en un casino sórdido, luego de la crisis del lenguaje en la que nos abandonaron las vanguardias, luego de ese falso arte hecho para vender y banalizar, luego de la Internet prodigiosa, de la estridencia de las publicidades, de la velocidad de un mundo trivializado, aún habrá artistas? Sospecho que sí, aunque al caminar por la calle y ver los titulares en los periódicos me asaltan muchas dudas. Sweig, por su parte, nos dice: “Siempre surgirán de nuevo esos poetas en un feliz regreso, porque, a pesar de / todo, la inmortalidad concede de vez en cuando esa preciosa prenda incluso a la época más indigna”. Dicho por un hombre que vio caer el horror sobre un continente, es muy significativo. Ojalá sea cierto. “Si renunciáis a los poetas, renunciáis a la civilización”, escribió Víctor Hugo. Quizás, poetas siempre habrá mientras existan el ser humano, la luna y la noche; pero Víctor Hugo nos advierte que no son los prodigios de la técnica, el tamaño de nuestras ciudades o el modo en el que nos movilizamos, lo que nos hace una civilización: solo el arte nos hace humanos y capaces de convivir: nos hace bellos y sutiles y complejos. El arte es la evidencia de los grandes espíritus, las dudas, los detalles, la inteligencia y la capacidad de asombro, la evidencia de que somos más que una masa de carbono arrumado por la suerte y el tiempo: que soñamos, pero sobretodo, que somos capaces de celebrar nuestros sueños. Contrario a las tesis de algunas vanguardias, creo en Freud cuando dice que el azar es indigno de decidir nuestro destino. La reflexión, la duda, el estremecimiento, siempre serán un camino importante; hoy
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son un camino urgente. La velocidad tiene un problema adicional: el choque es mucho más fuerte. Nunca habíamos tenido tanto poder, ni tantos prodigios tecnológicos, ni habíamos estado en un torbellino de cambios semejante, ni habíamos sentido ese vértigo ante el abismo; solo el arte, con todo lo que él significa, será capaz de corregir este camino tan peligroso como evidentemente fracasado. No podemos perder de vista que el arte no solo hace su labor fundacional del ser humano, y que evidencia fielmente cada momento de su sensibilidad, de su convivencia y de su relación con el mundo, sino además que son los artistas partícipes y guías de cada clima mental, de la actitud y la madurez planetaria. Pero ya Hölderlin lo había dicho: ¡Oh Belarmino! Cuando un pueblo ama lo bello, cuando honra el genio en sus artistas, circula en él un espíritu general igual al aire de la vida, la timidez se desvanece, la vanidad se disipa y todos los corazones son devotos y grandes, y el entusiasmo engendra héroes. Tal pueblo es la patria de todos los hombres, y el forastero gusta quedarse en él. Pero ¡ay!, donde la naturaleza divina y sus artistas son tan maltratados, desaparece el mayor encanto de la vida, y cualquier otro astro es preferible a la tierra. Allí los hombres, a pesar de haber nacido todos en la hermosura, se vuelven cada vez más salvajes y yermos; crece el espíritu de servidumbre, y con él el zafio envalentonarse; con las preocupaciones aumenta la borrachería, y con el lujo el hambre y el temor por la subsistencia; los dones de cada año se convierten en una maldición, y los dioses huyen.
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La guerra como “instrumento de la política” en el siglo XXI. El caso iraquí DINO AMADOR ALLENDE GONZÁLEZ
Como fenómeno histórico-social la guerra existe desde la antigüedad, asociada a un conjunto de condiciones relacionadas con la aparición de la propiedad privada, las clases, el Estado y el ejército como instrumentos necesarios para mantener en el plano interno un régimen social, desarrollar campañas de conquistas militares contra sus vecinos, así como defenderse de los ataques externos. Ha sido estudiada a lo largo de la historia desde el punto de vista metodológico y conceptual por autores tan diversos como el filósofo chino Tzun Tzu El Arte de la Guerra; Inmamuel Kant La paz perpetua; Karl von Clausewitz De la guerra; Federico Engels con sus análisis sobre el arte militar en la táctica de infantería desde 1700 hasta 1870 (AntiDühring) y las valoraciones de Lenin sobre el tema dados a conocer durante la Primera Guerra Mundial y en el período previo a la Revolución de Octubre. Desde una perspectiva cercana a las obras de referencia general, se plantea que Guerra es: “Desavenencia, ruptura, lucha entre dos o más potencias o entre bandos de una misma nación”;1 mientras las asociadas con las ciencias sociales y en especial con la filosofía consideran que se trata de: “Lucha armada entre Estados o clases por la realización de sus fines económicos y políticos, continuación de la política por medio de la violencia”.2
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A través de este trabajo se intentará valorar el papel de la guerra como “instrumento de la política” en los inicios del siglo XXI, sus características y posibles consecuencias para el mantenimiento de la supervivencia en el planeta; así como la necesidad de potenciar la lucha contra este flagelo político-social, estimulado principalmente desde las élites de poder del Primer Mundo, en especial por parte de los Estados Unidos, superpotencia militar del mundo en los inicios de este siglo, desde tomar como ejemplo lo ocurrido en Iraq a partir de la invasión y ocupación de ese país en 2003. Si bien la guerra está presente desde el momento en que se crearon las condiciones para la aparición de la propiedad privada y las clases sociales, a partir del surgimiento y desarrollo del capitalismo como sistema social dicho fenómeno adquirió una dimensión cada vez más amplia. Desde que en el siglo XIV la pólvora y las armas de fuego se conocieron en Europa, con lo que según Engels estos adelantos “meramente técnicos revolucionaron todo el arte militar”3, se crearon las condiciones para el inicio del proceso de conquista y colonización del Nuevo Mundo por España y Portugal; a lo que se agregaron los enfrentamientos entre las diferentes potencias europeas que tuvieron como escenario tanto Europa como el Mar Caribe entre los siglos XVI y XIX; así como el brutal tráfico de esclavos africanos y la lucha en Asia por el control de espacios geográficos como China y la India; en todos estos casos la guerra desempeñó un papel fundamental para lograr los propósitos de las partes involucradas. De acuerdo con estudios recientes sobre el tema, por causa de las guerras y solamente entre los siglos XVI y XX, se produjeron unos 150 millones de muertes, a lo que se suma una trágica secuela de invalidez, miserias, devastación de los entornos que han servido de escenario a enfrentamientos bélicos, enfermedades y plagas al punto de poder ser considerada como “la gran epidemia traumática de la humanidad”.4 Fue Karl von Clausewitz, teórico militar alemán y participante en las guerras napoleónicas el primero que dio a conocer en su conocido libro De la guerra una definición capaz de unir la guerra con la política de los gobiernos y las clases correspondientes. A partir de plantear que: “La guerra es la mera continuación de la política por otros medios”, consideró que “la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de la misma por otros medios”, donde “el propósito político es el objetivo, mientras que la
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guerra es el medio, y el medio no puede ser nunca considerado separado del objetivo”.5 Casi un siglo después, tomando como referente a este autor y a partir de su análisis del contexto de la Primera Guerra Mundial, Lenin planteaba: Toda guerra va inseparablemente unida al régimen político del que surge. La misma política que una determinada potencia, una determinada clase dentro de esa potencia mantiene durante un largo período de tiempo, antes de la guerra, la continúa esa misma clase, fatal e inevitablemente, durante la guerra, variando únicamente las formas de acción.6
Por otra parte, Lenin enfatizó en el elemento clasista de la guerra como fenómeno a partir de que, según su análisis: Me parece que lo principal, lo que generalmente se olvida o se le presta escasa atención (…) es el carácter de clase de la guerra, sus causas, las clases que la sostienen, las condiciones históricas e históricoeconómicas que la han engendrado (…) Hay guerras y guerras. Es necesario discernir en qué condiciones históricas surge la guerra, que clases la sostienen y en nombre de qué. Sin dicho análisis, todos nuestros razonamientos sobre la guerra serán completamente estériles, discusiones puramente retóricas e infructuosas.7
Durante el siglo XX se produjeron 250 conflictos militares que causaron cerca de 110 millones de muertos8 y dentro de ellos sobresalieron por su magnitud la Primera Guerra Mundial o “Gran Guerra” (1914-1918), así como sobre todo la Segunda Guerra Mundial (19391945). Ambas se caracterizaron, no solo por ser las más cruentas de la historia de la humanidad, sino también por haber sido contextos que propiciaron la aparición y desarrollo de nuevos armamentos o el perfeccionamiento de los ya existentes; a lo que se puede agregar que, en el caso de la segunda conflagración, durante su fase final el mundo fue testigo del empleo de armas atómicas por parte de los Estados Unidos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en un acto sin justificación militar pero decisivo para la proyección internacional de ese país desde el punto de vista político-militar durante el resto del siglo XX. A su vez, el carácter de las guerras se complejizó a medida que fue transcurriendo el siglo, pues junto a confrontaciones como la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), con un marcado carácter imperialista entre diferentes países sobre todo en la primera mitad del siglo XX; también hubo durante esos años enfrentamientos donde una de las
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partes trataba de defenderse frente a la expansión de las potencias coloniales europeas, los Estados Unidos y Japón en regiones de Asia, África y América Latina. En otros casos se trató de conflictos militares donde uno de los bandos contendientes buscaba establecer o defender un sistema de gobierno frente a sus contrarios, muchas veces representantes de los sectores más retrógrados de la sociedad y donde varios países se involucraron al apoyar militarmente a las partes en pugna, uno de los ejemplos más representativos es el caso de la Guerra Civil Española (1936-1939). Tras el final de la Segunda Guerra Mundial se produjo una situación internacional caracterizada por la aparición de dos bloques antagónicos, encabezados por los Estados Unidos y la URSS respectivamente, lo que dio inicio a la llamada Guerra Fría con la amenaza constante del empleo de las armas nucleares y una desenfrenada carrera armamentista; amén de que el escenario de las guerras se fue desplazando desde Europa hacia otras regiones como el Lejano y Medio Oriente para, a partir de los años sesenta, extenderse por prácticamente todo el llamado Tercer Mundo. En esta última situación influyeron un conjunto de factores tales como los procesos relacionados con la desintegración del sistema colonial de las potencias europeas, debilitadas a su vez por la Segunda Guerra Mundial; los intentos por parte de las metrópolis para recuperar o conservar determinados enclaves en Asia y África, las luchas de los movimientos anticoloniales y de liberación nacional contra estas; así como también el enfrentamiento a gobiernos reaccionarios y neocoloniales o por la defensa de proyectos político-sociales progresistas influenciados por el marxismo en algunos de estos países, frente a la reacción interna; y sobre todo la política agresiva de Occidente y particularmente de los Estados Unidos, lo que indudablemente matizó buena parte de los enfrentamientos militares del período con un fuerte acento clasista. Dentro de la panorámica descrita en el párrafo anterior, el papel desempeñado por los Estados Unidos merece un lugar especial, máxime si tenemos en cuenta que desde sus orígenes este país desarrolló una cultura política donde el uso de la fuerza armada fue fundamental, no solo en la lucha por su independencia contra el poder colonial británico, sino también a lo largo de su proceso de conformación como un Estado en el siglo XIX, con ejemplos tales como la lucha contra las tribus indias durante la expansión hacia el oeste, la guerra
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contra México (1846-1848) y la Guerra de Secesión entre el Norte industrial y el Sur esclavista (1861-1865), para al final de esa centuria proyectarse como potencia imperialista en el escenario mundial, tras arrebatarle a España las últimas posesiones en el Caribe y el Océano Pacífico, como resultado de su intervención en la guerra que dicho país libraba contra los independentistas cubanos y filipinos en 1898. De ahí que, con esos antecedentes en el transcurso del siglo XX, la guerra constituyó un instrumento idóneo para que los Estados Unidos fortalecieran sus posiciones, tanto en lo interno como en materia de política exterior. Pese a la oposición de amplios sectores de su población participó en ambas guerras mundiales y, si al finalizar la Primera Guerra Mundial gozaban de una posición privilegiada respecto a sus rivales europeos; tras el término de la Segunda eran la principal potencia en el terreno económico-financiero a nivel mundial, poseía una indiscutible superioridad militar, reafirmada por la creación en el transcurso de la contienda de un Complejo Militar Industrial (CMI) capaz de satisfacer las necesidades de sus fuerzas armadas, a lo que se sumó la circunstancia de ser, hasta finales de los años cuarenta, el único en poseer armas atómicas. Una vez iniciada la dinámica que condujo al mundo a la Guerra Fría, dicho país estuvo en condiciones de convertirse en líder del sistema capitalista y así poder desarrollar a lo largo de más de 40 años una política que, en el plano interno, tuvo como eje central, junto al anticomunismo y la defensa de posiciones conservadoras y neoconservadoras, el desarrollo del CMI como un elemento intrínseco de la sociedad; mientras en las relaciones internacionales su principal acento estuvo dirigido a fortalecer la hegemonía estadounidense frente a la presunta y por demás inexistente “amenaza soviética” y del campo socialista, mantener la subordinación político-militar de las demás potencias imperialistas y sus aliados del Tercer Mundo a partir de la creación de mecanismos y bloques militares como el TIAR (1947) y la OTAN (1949), el incremento de la carrera armamentista a niveles nunca vistos y que en los últimos años de este período pretendió convertir al espacio exterior en campo de batalla, así como también colocar el tema de la “Seguridad Nacional” de los Estados Unidos en elemento prioritario de su política exterior y de defensa, a la par que trataron de impedir el triunfo y consolidación de proyectos sociales en países del Tercer Mundo que de una forma u otra se considerasen hostiles a los intereses nor-
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teamericanos, con independencia de que tuvieran un carácter socialista, democrático-nacional e incluso nacional burgués. Fue en este último aspecto donde los Estados Unidos hicieron un uso extensivo de la guerra como instrumento de la política durante la segunda mitad del siglo XX. Ya fuera mediante el empleo de sus fuerzas armadas en intervenciones militares de otros países por tiempo limitado (El Líbano a finales de los cincuenta y principios de los ochenta, República Dominicana en 1965 y Granada en 1983); mediante el apoyo a la reacción interna de otro Estado, incluyendo la preparación de invasiones llevadas a cabo por mercenarios locales unida a la amenaza de una intervención militar directa (la política contra Cuba en los primeros años de su proceso revolucionario); el desarrollo de planes de “guerra sucia” y “conflictos de baja intensidad” que finalmente provocaron guerras internas para desestabilizar procesos sociales en países del Tercer Mundo (Nicaragua, Afganistán y Angola durante los ochenta); a lo que se pudieran agregar las guerras de Corea (1950-1953) y Vietnam (1964-1975), donde las fuerzas del Pentágono intervinieron de manera directa en un conflicto prolongado. Lo cierto es que casi todos los recursos disponibles para el uso pleno de la fuerza militar tuvieron su aplicación en la política exterior de esos años, con excepción del empleo de las armas nucleares. A su vez, en los casos donde hubo participación directa de tropas norteamericanas en una guerra prolongada, el saldo para ellas fue de una derrota militar y en el caso de Vietnam tuvo repercusiones en el plano interno de la sociedad estadounidense (el llamado “síndrome de Vietnam”) en medio de una situación económica y político-social compleja (lucha por los derechos civiles, movimiento contracultural y contra la guerra, con un fortalecimiento de las posiciones contestatarias e incluso de izquierda), lo que erosionó las posiciones norteamericanas en política exterior, e involucró en su órbita a Laos y Cambodia como escenarios adicionales de esta contienda. No obstante, cuando a finales de los años ochenta e inicios de los noventa el mundo fue testigo de un proceso de cambios en las relaciones internacionales tras el fin de la Guerra Fría, cuyas consecuencias derivaron en la desaparición del campo socialista en Europa central y oriental, el declive de la Unión Soviética como potencia de primer orden a nivel mundial y su posterior desmembramiento, a lo que se sumó un reflujo generalizado de las posiciones de izquierda a nivel mundial y el establecimiento en la mayor parte del planeta de
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un orden social básicamente unipolar; los Estados Unidos habían experimentado en el plano interno un fortalecimiento de las posiciones conservadoras y favorables al militarismo; al tiempo que disponían en el plano internacional de peso económico al igual que sus rivales económicos de la CEE y Japón, pero, a diferencia de estos, concentraban en sus manos un poder de decisión política abrumador y una indiscutible superioridad en el ámbito militar. Por eso las administraciones norteamericanas de la última década del siglo XX (George H. W. Bush, 1989-1993 y William Clinton, 19932001) desarrollaron en materia de política exterior un conjunto de acciones destinadas a fortalecer y consolidar mecanismos de corte político con énfasis en la diplomacia, lo que en la práctica derivó en una suerte de unilateralismo hegemónico, camuflado bajo términos tales como “multilateralismo” e “Internacionalismo Práctico” y que sería presentado por fuentes del Departamento de Estado como una manera de “colaborar siempre que sea posible con otras naciones, en el marco de instituciones regionales y mundiales, para satisfacer los intereses comunes de la paz, el desarrollo económico y los derechos humanos”.9 Sin embargo, pese a no existir una amenaza palpable en el terreno militar y de que, sobre todo durante los años de mandato de Clinton, hubo una importante si bien relativa reducción en los gastos de defensa, la guerra como instrumento de la política siguió estando a la orden del día en el mosaico de opciones de la política externa estadounidense y en ocasiones se combinó con elementos de la diplomacia. Como ejemplos pudieran mencionarse la invasión a Panamá (1989), el proceso de crisis y guerra en el Golfo Pérsico de 1990-1991 contra Irak, liderado por los Estados Unidos bajo el mandato de la ONU y su Consejo de Seguridad, la participación norteamericana como miembro de la misión de este organismo en Somalia a inicios de los noventa, así como la intervención del Pentágono desde 1995 en el conflicto yugoslavo, esta vez utilizando su papel determinante en la OTAN, que en medio de la denominada “Guerra de Kosovo” (1999) y a instancias de los Estados Unidos expresó públicamente su decisión de proyectarse más allá del espacio noratlántico. De ahí que al comenzar el siglo XXI era evidente que, a pesar de todos los vaticinios y pronósticos hechos por distintas organizaciones internacionales y académicos a principios de los noventa, en el sentido de que era posible la implantación de un orden internacional
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más seguro tras el fin de la Guerra Fría, en la práctica el mundo era más inseguro que antes y en este sentido el papel de los Estados Unidos en las relaciones internacionales ha sido determinante, sobre todo tras la llegada a la presidencia de George W. Bush el 20 de enero de 2001, tras protagonizar un fraude electoral que le dio la victoria frente al vicepresidente Albert Gore como su contrincante demócrata. Esta administración comenzó a desarrollar una política exterior caracterizada por el empleo de fórmulas unilaterales con un evidente corte imperial y los intentos de imponer sus posiciones, incluso contra la voluntad del resto de las naciones y los organismos internacionales, incluida la ONU y el resto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad; amén de una marcada preferencia por el uso de la fuerza militar como recurso para consolidar su posición hegemónica en las relaciones internacionales. En este sentido, un catalizador decisivo lo constituyeron las acciones terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York y El Pentágono en Washington. No fue casual que, sin haber transcurrido 48 horas de dichos atentados, el Presidente proclamase el inicio de una “guerra contra el terrorismo” a la par de conminar al mundo para una definición en el sentido de estar a favor de los Estados Unidos o de los terroristas; posturas que luego serían potenciadas en sus discursos sobre el estado de la Unión y ante los egresados de la academia militar de West Point durante enero y junio de 2002 respectivamente, a lo que se sumó la publicación en septiembre de ese año de la “Estrategia de Seguridad Nacional” (The National Strategy of the United States of America), documento clave para entender la doctrina militar llevada a cabo por los sectores neoconservadores representados en esta administración republicana, refrendada en su segundo período de gobierno a través de su “Estrategia de Defensa Nacional” de 2005, así como en la nueva versión de la “Estrategia de Seguridad Nacional”, publicada en el primer trimestre del año siguiente. En el terreno práctico, los ejemplos de esta “guerra contra el terrorismo” se expresaron a través de las invasiones contra Afganistán e Irak, 2001 y 2003 respectivamente, que si bien propiciaron la caída rápida de gobiernos considerados hostiles a los intereses de los Estados Unidos por los sectores de poder norteamericanos, particularmente quienes se nucleaban alrededor de George W. Bush, derivaron hacia guerras que virtualmente empantanaron a las fuerzas del Pen-
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tágono dislocadas en el terreno. En el caso de Irak, según el criterio de fuentes que han seguido este conflicto, pudiera ser identificado como “un descalabro estratégico”10 y su impronta fue heredada por la administración demócrata de Barack Obama, que asumiera el gobierno en enero de 2009. Si se intentara hacer un análisis de la situación actual de los Estados Unidos en el terreno militar a nivel mundial, se hace evidente una situación sumamente compleja. Por una parte tiene el mayor arsenal de armas nucleares del mundo, al tiempo que sus fuerzas armadas convencionales son las más poderosas de la historia. Luego de la experiencia de la Guerra del Golfo en 1991, resultó evidente que el país que se enfrentara a los Estados Unidos por las vías tradicionales de una guerra convencional, podría ser neutralizado con un nivel de efectividad muy alto, sobre todo si se tiene en cuenta que buena parte del equipamiento del Pentágono lo constituyen armas con un alto componente tecnológico, derivadas de una sistemática “revolución en los asuntos militares” y con un CMI que es el más importante a nivel mundial; a lo que se agrega el hecho de que desde el punto de vista operativo se hallan desplegadas, de una u otra forma, en prácticamente todo el planeta y son un actor irremplazable del sistema imperialista mundial con más de 700 misiones, enclaves militares y bases militares en unos 120 países;11 al tiempo que estas condiciones están avaladas por el hecho de que este país es el de mayor presupuesto militar en el mundo. Sin embargo, en la actualidad la guerra como instrumento de la política resulta una variable prácticamente imposible de aplicar desde el plano de un enfrentamiento a nivel de grandes potencias o entre bloques político-militares, por el hecho de que semejante disyuntiva implicaría sencillamente la aniquilación de la especie humana, máxime si se toma en consideración el poderío nuclear y armamento de exterminio masivo de que disponen los países que presuntamente se implicarían en este tipo de conflicto, y eso es válido también para los Estados Unidos, a pesar de ser la principal potencia mundial en los inicios del siglo XXI. No por casualidad y justamente a raíz de la “victoria” estadounidense en Irak, desde un sector minoritario de la academia se alertaba en el sentido de que: Los peligros e inmensos sufrimientos provocados por todos los intentos de solucionar arraigados problemas sociales por medio de intervencio-
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nes militaristas, en cualquier escala, resultan evidentes. Pero si examinamos más de cerca la tendencia histórica de las aventuras militaristas, se hace aterradoramente claro que muestran una intensificación mayor y una escala siempre creciente, desde enfrentamientos locales y dos guerras mundiales en el siglo XX, hasta la posible aniquilación de la humanidad cuando llegamos a nuestros tiempos.12
Según lo expresado por István Mèszaros en el criterio anterior, la guerra tal y como la definió Clausewitz no sería sostenible en la actualidad por dos causas principales: En primer lugar, el objetivo viable en la actual fase de desarrollo histórico, de acuerdo con las necesidades objetivas del imperialismo-dominación mundial del Estado capitalista más poderoso, en sintonía con su propio diseño político de “globalización autoritaria”, disfrazada de “libre cambio”, en un mercado mundial gobernado por los Estados Unidos, es en última instancia imposible de ganar y, en lugar de ello, prefigura la destrucción de la humanidad. En modo alguno cabría pensar que este objetivo pudiera considerarse racional, de acuerdo con el requisito que exige “la continuación de la política por otros medios” por un país o un grupo de países contra otro. Imponer agresivamente la voluntad de un Estado nacional poderoso sobre todos los demás –incluso si, por cínicas razones tácticas, la confrontación por la que se aboga se disfraza de “guerra puramente limitada”, conducente a otras “guerras limitadas abiertas”– solo puede calificarse de irracionalidad total. La segunda razón refuerza enormemente la anterior, porque, por primera vez en la historia, las armas disponibles para llevar a cabo las guerras del siglo son capaces de exterminar no solo al adversario, sino a toda la humanidad. Tampoco debemos tener la ilusión de que el armamento existente representa el punto final de desarrollo militar. Mañana o pasado mañana pudieran aparecer otras armas, incluso más instantáneamente letales (…) Así, si unimos la primera y la segunda causa, la conclusión es inevitable: concebir la guerra como un mecanismo de gobierno en el mundo global de hoy subraya que nos encontramos en el precipicio de la irracionalidad total, y que no hay vuelta atrás si aceptamos el curso sostenido de su desarrollo.13
Pese a lo extenso de la cita, esta resume la incapacidad del sistema capitalista para lograr imponer su dominio mediante el uso de la fuerza militar, incluso en el caso de un enfrentamiento convencional, porque de hecho “la guerra que se cierne sobre nosotros es imposible de ganar en principio. Peor aún, es, en principio, inganable”.14 Por otro lado, más de un estudioso ha cuestionado la carrera armamentista como generador de ganancias al sistema y factor que per-
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mita de una u otra forma, evitar los efectos de las crisis a la altura de los primeros años de este siglo XXI, lo que pone en entredicho el papel del militarismo como una vía eficiente para la preservación del sistema y acentuaría el carácter depredador del CMI, particularmente en el caso de los Estados Unidos.15 Las guerras de Afganistán e Irak, cada una con sus similitudes y evidentes diferencias entre sí, han servido para mostrar que, si bien estas operaciones militares son necesarias para el funcionamiento del sistema y a corto plazo pudieran cumplir con una parte de sus objetivos, por otro lado presentan un cúmulo de obstáculos que convierten la opción de la guerra convencional en un medio costoso desde el punto de vista político-militar a mediano y largo plazo, mediante el cual sea posible la continuación de la política por ese medio. En el caso de Irak, cabe recordar que se trata de un conflicto surgido en los inicios de la primera mitad de los noventa del pasado siglo XX, pues a partir de la invasión y ocupación del emirato de Kuwait por las tropas irakíes en agosto de 1990, los círculos nucleados alrededor del presidente George H. W. Bush desarrollaron una política de confrontación que desembocó en un proceso de crisis, cuyo clímax lo constituyó la Guerra del Golfo entre enero y febrero de 1991. Posteriormente, pese a que el gobierno de Saddam Hussein reconoció su derrota y en consecuencia aceptó todas las resoluciones vinculantes promovidas en su contra por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, esta administración y las encabezadas por William Clinton durante sus dos períodos de gobierno acentuaron su discurso y las posiciones agresivas contra ese Estado árabe hasta que finalmente, tras casi 13 años de mantener un bloqueo económico avalado por las Naciones Unidas; políticas de subversión interna y en el terreno militar una guerra aérea de desgaste no declarada, el gobierno neoconservador de George W. Bush lanzó en marzo-abril de 2003 una invasión que permitió el derrocamiento de Saddam Hussein, así como la rápida ocupación del país. Sin embargo, esta situación trajo como resultado una guerra de resistencia contra El Pentágono y sus aliados con altos costos político-militares para los Estados Unidos, tanto en el plano doméstico como en lo que concierne a su imagen en el exterior y si bien esto se hizo más evidente a lo largo de la etapa en que gobernó W. Bush, la impronta y los efectos de este conflicto fueron heredados y asumidos por la administración de Barack Obama.
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Para poder entender gran parte de lo sucedido en Irak desde la invasión de 2003, se hace necesario tomar en cuenta un conjunto de aspectos relacionados con el papel de la resistencia irakí contra la ocupación extranjera y sus aliados, tanto nativos como extranjeros; el fracaso del proceso de “reconstrucción” y rápida apropiación de la economía y los recursos energéticos iraquíes; las relaciones de los Estados Unidos con los sectores colaboracionistas de Irak y el impacto de la ocupación de este país en el escenario regional, así como su costo político a nivel internacional. A diferencia de lo ocurrido en 1990-1991, la guerra desatada en 2003 careció de legitimidad en el plano internacional, los pretextos utilizados para justificarla relacionados con la presunta posesión de armas de exterminio en masa por parte del gobierno de Saddam Hussein y sus vínculos con Al Qaeda eran desde un principio cuestionables y finamente resultaron ser falsos; se llevó a cabo por parte del gobierno de W. Bush pese a la negativa de varios miembros permanentes del Consejo de Seguridad; creó una situación de tensiones con varios de sus aliados mediorientales, e incluso en el seno de la OTAN, y tuvo en contra a gran parte de la opinión pública mundial en una serie de manifestaciones multitudinarias contra la guerra que involucró a parte de la población estadounidense. Una vez derrocado el poder central irakí, a pesar de que el Consejo de Seguridad legitimó a posteriori la situación impuesta a ese Estado árabe por parte de los Estados Unidos y sus aliados, la aparición y gradual desarrollo de un movimiento de resistencia a las fuerzas ocupantes y sus aliados nativos sumió al país en un escenario de violencia generalizada, protagonizada por un conjunto de actores internos (los insurgentes y las fuerzas nativas que respaldan a los ocupantes por un lado) y foráneos (militares norteamericanos y sus aliados de la “Coalición”, los servicios de inteligencia israelíes, las agrupaciones de mercenarios “contratistas”, así como también grupos de extranjeros pertenecientes a la red Al Qaeda); pero cuya primera causa ha sido identificada por la población irakí como resultado de la pérdida de la soberanía nacional, vinculada con la ocupación extranjera. Esta resistencia es básicamente el resultado de un fenómeno genuinamente nacional, y está integrada por un conjunto de factores políticos y sociales heterogéneos en su filiación política, étnica y religiosa; abarca esferas tales como la resistencia política, a nivel de la sociedad civil, cultural y mediante la lucha armada. En este últi-
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mo terreno, los principales blancos han sido las fuerzas del Pentágono y sus aliados extranjeros, los nuevos cuerpos armados irakíes formados bajo la égida de los ocupantes, así como objetivos económicos y de infraestructura que pudieran contribuir al fortalecimiento de la labor de los invasores y sus aliados, particularmente los relacionados con la industria petrolera. Además, desde los inicios de la lucha esta resistencia tuvo una tendencia a la unificación de los diversos grupos no solo en el terreno político-militar, sino también para proyectar su causa en el escenario internacional mediante organizaciones como la Campaña Estatal contra la Ocupación y la Soberanía de Irak (CEOSI), con sede en España, que fuera la principal promotora del primer encuentro internacional y unitario de las principales corrientes de la resistencia irakí bajo el título de “Conferencia Internacional de la Resistencia Política Irakí” a celebrarse en Gijón en junio de 2010.16 Frente a esta situación el gobierno de W. Bush adoptó un conjunto de medidas político-militares encaminadas a mantener e incrementar la presencia militar estadounidense en Irak, por lo que durante sus dos mandatos el promedio de efectivos del Pentágono desplegados en ese país fue superior a los 150 000 hombres; el incremento de los ataques y acciones punitivas contra la población civil, incluido el bombardeo de ciudades consideradas bastiones de la resistencia como Falluyah y Ramadi; la intensificación de la campaña propagandística y de guerra psicológica, dirigida a deslegitimar la resistencia, y tergiversar su lucha en el plano internacional a partir de identificar el accionar de la misma con los actos que causan el mayor número de víctimas civiles, relacionando la misma con las acciones terroristas de Al Qaeda; a lo que se sumó una política dirigida a incorporar a su causa diferentes grupos políticos irakíes para que apoyaran la ocupación, mediante la concesión de cuotas de poder en el entorno político post-ocupación, potenciando las tendencias a la división del país en base a divisiones étnicas; amén de proseguir el proceso de creación y fortalecimiento de los nuevos cuerpos armados irakíes para que asumieran un mayor protagonismo en la lucha contra la resistencia. Desde el punto de vista doméstico y como reflejo de los avatares de la contienda, la situación de incertidumbre en lo militar se reflejó en un incremento sostenido del número de bajas mortales entre las fuerzas estadounidenses, que hacia finales de 2007 superaba los 3 800 soldados, más decenas de miles de heridos, según cifras
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oficiales. Por otra parte, el índice de aprobación del desempeño de la administración en esos años fue hacia la baja, con niveles que como promedio superaban el 60% de rechazo; a lo que se sumaron la existencia de un movimiento pacifista que adquirió fuerza, las divisiones entre los sectores de poder norteños acerca del devenir de esta guerra y la incapacidad para hacer frente a los efectos de desastres naturales dentro del territorio estadounidense como el huracán Katrina en 2005, que la opinión pública doméstica relacionó por una u otra razón con la guerra en Irak. En el plano internacional, esta guerra fue un elemento que contribuyó a proyectar una imagen negativa de los Estados Unidos como país, al punto de que, para gran parte de la opinión pública mundial, la denominada “guerra contra el terrorismo” representó ante todo un factor de inseguridad para el mundo, de ahí que no resultó casual el que países como España y Gran Bretaña, en su momento partícipes de la política de W. Bush con relación a la aventura irakí, fuesen blanco de acciones terroristas dentro de su territorio. Tampoco corrieron mejor suerte los intentos por ampliar el nivel de participación internacional para legitimar la ocupación en ese Estado árabe. De hecho, en la práctica la “Coalición” formada con este propósito resultó ser una fuerza que se sostuvo principalmente sobre la base de las fuerzas del Pentágono y el contingente militar británico, pues el resto de la misma era débil, en muchos casos meramente simbólica; y a diferencia de lo sucedido en el 2001 durante la invasión a Afganistán, en esta ocasión no se pudo materializar de una manera más sólida la participación de la OTAN como parte activa del conflicto, de ahí que el bloque solo quedara representado mediante una “Misión de Entrenamiento de la OTAN en Irak”. A todo ello se sumó la imposibilidad de incorporar a la industria petrolera irakí como principal resorte del proceso de “reconstrucción-apropiación” de la economía impulsado por la administración de W. Bush, debido precisamente al clima de instabilidad existente en ese Estado árabe; los casos de corrupción y mal manejo de fondos detectados en el seno de la Autoridad Provisional para Irak (APC) y compañías estadounidenses como la Halliburton; la incapacidad de promover desde el primer momento a figuras irakíes procedentes del exilio como actores políticos que encabezarían el proceso de transición en el “nuevo” Irak y tener que establecer o reforzar los vínculos con otras fuerzas del entramado político local, que no siempre tienen en su agenda de prioridades los intereses estadounidenses como
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primera opción de su gestión, a lo que se agregó el hecho de que, como resultado de su actuación a lo largo de la guerra, se difundió un sentimiento antiestadounidense generalizado a nivel de la opinión pública regional, cuestión que a su vez influyó en las relaciones con los gobiernos afines en esa área geográfica. De esa manera, al asumir la presidencia Barack Obama en enero de 2009 y como parte de su agenda en política exterior, encaminada a superar los efectos de la aplicación del unilateralismo imperial por su antecesor, este planteó que con relación a Irak se tomaría la experiencia vivida por los Estados Unidos en el transcurso de dicha guerra, pues según su punto de vista, expresado en el discurso del 4 de junio de 2009 en la universidad Al-Azhar en El Cairo: los acontecimientos en Irak han recordado a los Estados Unidos de Norteamérica que es necesario usar la diplomacia y promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible (…) Hoy, Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Irak a forjar un mejor futuro y a dejar Irak en manos de los irakíes.17
Resultaba lógico que el tema irakí tuviera prioridad en su agenda de gobierno, para borrar el mal sabor dejado por la administración de W. Bush en la opinión pública estadounidense e internacional, amén de liberar tensiones y con ellas un determinado número de efectivos destacados en territorio irakí, ya fuera para destinarlos al escenario de guerra afgano como para tenerlos a mano en futuros frentes o ante situaciones donde fuera imprescindible disponer de un dispositivo militar como instrumento político. Por otro lado, esta administración hizo el máximo esfuerzo por sacar de los primeros planos el tema de la guerra en Irak, tanto en su opinión pública como ante el resto del mundo, tratar de aprovechar un conjunto de circunstancias, entre las que se destacaron: la campaña desplegada en los medios dirigida a mostrar la “voluntad” norteamericana para solucionar el conflicto; el hecho de que hubiera una relativa disminución en el número de bajas mortales entre las tropas estadounidenses a partir de su retirada de zonas donde eran más vulnerables, sobre todo urbanas, y su concentración en bases militares reforzadas; y la creciente importancia de otros temas que desde la última etapa de gobierno de W. Bush afectan más de cerca las prioridades de la población norteamericana, relacionadas principalmente con los efectos de la crisis que, sobre todo desde finales de 2007 y durante el 2008 comenzó a marcar la impronta interna esta-
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dounidense, con el consiguiente efecto en la gestión de la administración demócrata y su agenda de prioridades. Si se analiza la posición de Obama con relación a Irak durante su mandato, se observa que, a pesar de los cuestionamientos hechos por este a la forma en que W. Bush manejó la guerra y que datan de 2004, una vez llegado a la Casa Blanca adoptó parte importante de las matrices impuestas por su antecesor con relación al tema, entre las que se destacan el mantenimiento de la campaña mediática con relación a lo que ocurre en Irak a partir de: presentar el conflicto como un enfrentamiento civil entre los distintos segmentos étnicos de la población irakí; argumentar la necesidad de fortalecer los vínculos con las diferentes fuerzas políticas que apoyaban la permanencia militar estadounidense; legitimar buena parte de su gestión interna de las tropas y sobre todo la presencia de estas en el escenario internacional; amén de garantizar hasta el último momento la presencia de las tropas del Pentágono sin que ello implicara un aumento del número de bajas mortales entre sus filas. Para lograr este último objetivo, Obama tomó como punto de partida la existencia de un documento firmado en noviembre de 2008 entre la administración de W. Bush y el gobierno de Irak encabezado por el primer ministro Nuri al-Maliki para regular la presencia militar norteamericana en Irak, conocido con el nombre de SOFA por sus siglas en inglés. En él se planteaba la retirada del contingente militar norteamericano de forma gradual y por etapas, la primera de las cuales se cumplió a mediados de 2009 con la entrega del control militar de las ciudades a las fuerzas irakíes. Posteriormente, entre finales de agosto y principios de septiembre de 2010 salieron del país la mayor parte de las tropas (identificadas en la jerga oficial como “brigadas de combate”), con la excepción de una agrupación de 50 000 soldados encargados de “asesorar y entrenar” a las tropas locales y proteger objetivos vinculados a los intereses de Estados Unidos en Irak, cuya permanencia no rebasaría la fecha del 31 de diciembre de 2011, salvo circunstancias excepcionales que serían tratadas a nivel bilateral y previa solicitud de las autoridades de Bagdad. La forma en que se manejó el cumplimiento de este acuerdo mostró que, por un lado, Obama optó por asumir un compromiso heredado de su antecesor, destinado a fortalecer la legitimidad del gobierno colaboracionista irakí, a cambio de que el mismo adoptara una postura donde pudiera garantizarse la presencia militar de los Estados Unidos en Irak. Pero tras un dilatado proceso de discusiones con las
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autoridades irakíes durante más de un año, y ante la negativa de las mismas para otorgarle impunidad a los efectivos norteamericanos que permanecerían acantonados en ese país, Obama se vio precisado a retirar en pleno su contingente militar en diciembre de 2011, justo días antes del plazo oficialmente fijado para la salida de dichas tropas. A su vez, dicho proceso mostró que esta administración también heredó los puntos contradictorios que otrora presentaron sus antecesores republicanos en las relaciones con su contraparte irakí. En realidad y como parte del devenir de la guerra en Irak, la relación entre los Estados Unidos y las autoridades colaboracionistas ha tenido una trayectoria compleja, pues si bien en un conjunto importante de cuestiones ambas partes se necesitaban entre sí; siempre hubo puntos de divergencia en aspectos tan diversos como el tratamiento del tema de la política petrolera y la legitimación de la actuación de las tropas del Pentágono y los llamados “contratistas” en suelo irakí, que de una forma u otra obligan a la autoridad nacional a tener en cuenta el rechazo mayoritario de la población irakí ante la presencia militar extranjera en su territorio. Resulta significativo señalar que la retirada de las tropas estadounidenses de Irak fue presentada en el discurso oficial como la culminación exitosa de una ocupación militar que se extendió por casi nueve años, tanto para los Estados Unidos como para Irak y en ese esfuerzo coincidieron en sus declaraciones tanto el Presidente como su Secretario de Defensa, Leon Panetta. Sin embargo, en la práctica la salida total de las fuerzas estadounidenses de suelo irakí representa una derrota político-militar difícil de eludir en su connotación y dimensiones, por más que se le trate de manejar en el orden mediático, lo que de una u otra forma se refleja en la percepción que tiene buena parte de la opinión pública respecto a dicha guerra. Por otra parte, la permanencia de tropas en un contexto como el de Irak contribuía a mantener dicha agrupación en un escenario donde seguían constituyendo un objetivo militar legítimo para los insurgentes, sin perspectivas de lograr una victoria militar definitoria sobre la resistencia y dejaba latente la posibilidad de que se deteriorase aún más la imagen de los Estados Unidos ante la opinión pública del Medio Oriente. Además, en el plano interno un incremento de la escalada del conflicto propiciaría el presumible aumento de la participación directa del Pentágono y por ende del número de bajas es-
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tadounidenses (solo en muertos y según cifras oficiales dadas a conocer por El Pentágono sobrepasaron los 4 500 soldados y oficiales), lo que podría volver a poner esta guerra en un nivel de prioridad no deseado por ninguna administración, sea republicana o demócrata. Lo acontecido en Irak desde el inicio de la invasión y ocupación en 2003, pudiera resultar un buen ejemplo para mostrar, por un lado, las limitaciones que a mediano y largo plazo representa para una superpotencia militar como los Estados Unidos una guerra prolongada en un escenario hostil; donde a la incapacidad para derrotar militarmente al adversario (en este caso la resistencia a la ocupación) se unió una situación de inestabilidad que le impidió la apropiación y control pleno de los recursos económicos del país agredido, que por lo demás ha quedado en la práctica excluido del comercio mundial, sobre todo en el marco de la producción y exportación de petróleo; al tiempo que la retirada de sus efectivos militares representa un golpe a la imagen norteamericana en materia de política exterior y limita hasta cierto punto la influencia de los Estados Unidos en Irak.18 Resulta evidente que en un contexto como el actual, la guerra en cualquiera de sus modalidades constituye en esencia una opción suicida desde el punto de vista del enfrentamiento entre grandes potencias o Estados con un determinado peso mundial e incluso regional, sobre todo si en esta se empleasen armas de exterminio en masa, incluidas las nucleares; mientras que en el escenario de una guerra convencional la agresión a otro país por parte de un país del Primer Mundo puede constituir para este último una manera de internarse en complicaciones político-militares con el consiguiente costo, tanto en el plano interno como de política exterior. Por otra parte, una guerra representa para el país agredido la entrada en un proceso de destrucción y caos, cuya expresión más cruda lo constituye el ejemplo de Irak, con cifras de muertos por la violencia desde 2003 que oscilan entre 100 mil hasta más de 1 millón según las diversas fuentes consultadas; un número incontable de heridos, mutilados y víctimas de torturas por la represión, más de 4 millones de desplazados internos y refugiados en el exterior, más un millón de viudas y 5 millones de huérfanos;19 a lo que se agregan los efectos de la ruina económica, destrucción de los servicios públicos, el saqueo y dispersión del patrimonio cultural irakí, que por añadidura es uno de los más antiguos en la historia de la humanidad; los efectos de la
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contaminación por uranio empobrecido en la población y el medio ambiente; la caída en picada del nivel de vida de la población y el incremento de la pobreza, corrupción e incertidumbre social. Sin embargo, a pesar de que en las actuales circunstancias de un mundo globalizado “la opción de un enfrentamiento militar constituiría un fenomenal despropósito”, lo cierto es que la guerra como “instrumento de la política” mantiene vigencia, en especial “la realización de otras operaciones militares en la periferia del sistema, necesarias para la preservación de la rentabilidad del complejo-militar industrial norteamericano e, indirectamente, para los grandes oligopolios de los demás países”.20 En ese sentido las evidencias muestran que, por un lado las tropas estadounidenses y de la OTAN siguen empantanadas en la guerra de Afganistán; desde el 20 de marzo de 2011 se inició una campaña militar contra Libia con ataques aéreos por parte de la alianza noratlántica tomando como punto de partida una resolución del Consejo de Seguridad que fue manipulada para finalmente provocar el derrocamiento del gobierno libio y el asesinato de Muammar el Gaddafi hasta llevar a ese país a una situación de difícil pronóstico; al tiempo que se trata de llevar a Libia a un escenario similar y en el contexto internacional están latentes situaciones que pueden derivar hacia una guerra, particularmente en la península coreana e Irán, que como agravante podrían plantear el uso de armamento nuclear. Frente a esa realidad y ante el hecho de que, desde el punto de vista práctico, ningún país se encuentra ajeno a convertirse en un escenario de guerra, por obra y gracia de los intereses imperialistas y sobre todo a partir del modelo geoestratégico de hegemonía estadounidense resulta imprescindible recuperar y activar el discurso político de organizaciones, movimientos y partidos, vinculado con la necesidad de sustituir el sistema imperante por un nuevo modelo social, el tema del rechazo a la guerra como medio de solución en los asuntos internacionales, mediante un conjunto de instrumentos que abarquen desde la convocatoria a manifestaciones hasta campañas contra las aventuras desarrolladas por los gobiernos estadounidenses, ya sea mediante el uso directo de sus tropas o a través de organizaciones como la OTAN, incluso a partir de aprobar y manipular resoluciones de la ONU; la exigencia del cierre de los enclaves militares del Pentágono en el mundo y la divulgación continua de los verdaderos objetivos que se persigan en cada caso específico de agre-
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sión; hasta la solidaridad con los países objeto de ataque, más allá de las diferencias reales o supuestas que en un momento determinado condicionen la actitud hacia determinados gobiernos y regímenes, sobre la base del respeto al Derecho Internacional y la autodeterminación. Para ello son vitales el conocimiento y uso de la información sobre el tema en cuestión, así como la solidaridad entre los diferentes actores implicados en la lucha contra la guerra. En el primer caso, ya sea por la divulgación de la información existente, como de las diferentes experiencias antibélicas desarrolladas en diferentes contextos históricos y su posible empleo en las condiciones del mundo actual; la difusión de lo que acontezca en el terreno de las relaciones internacionales vinculado a las posibles guerras imperialistas en el mundo con un enfoque movilizativo, contestatario y antisistémico a través de los canales de información alternativos, redes sociales e incluso en los espacios que se puedan abrir en los medios de comunicación del sistema, con el objetivo de mantener una actualización constante para alertar, denunciar, deslegitimar y cuando sea posible impedir la materialización de guerras por parte de los Estados Unidos y sus aliados. Por su parte, la solidaridad sería un factor clave para la internacionalización de las campañas y manifestaciones contra las aventuras militares, tanto de las élites de poder estadounidenses como de sus aliados, y constituye un elemento fundamental en el apoyo a los pueblos víctimas de esas agresiones. A su vez, los países atacados deberán tener en cuenta y potenciar el factor de la solidaridad internacional, mientras que en el plano interno deben contar con un sentido de unidad capaz de darle base a la resistencia; liderazgos a la altura de este tipo de enfrentamiento; así como también un empleo efectivo de las posibilidades defensivas con que se cuente frente a los potenciales agresores, a partir de métodos de lucha que resulten capaces de mostrar el costo humano, material y político-moral de una posible agresión, sin que por ello se deslegitime la causa defendida por la parte agredida. Se trata ante todo de un asunto que atañe de cualquier modo a toda la humanidad, pues cada paso en la política mundial que implique el empleo de la fuerza militar como instrumento de la política en función de mezquinos afanes de dominación, contribuye a la destrucción de la humanidad en una espiral que afecta a todos los países
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sin excepción. De ahí que la conocida definición de Rosa Luxemburgo, “Socialismo o barbarie”, recupere una vez más su vigencia y en las circunstancias actuales resulta explícita y sin posibles alternativas intermedias.
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Diccionario ilustrado Aristos de la lengua española, Editorial Científico-Técnica, La Habana, 1985, p. 328. M. Rosental y P. Iudin: “Diccionario filosófico abreviado”, Editora Política, La Habana, 1964, p. 223. Friedrich Engels: Anti-Dühring, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1960, p. 409. Carlos Pazos Becerro: La globalización económica neoliberal y la guerra, Publicaciones Acuario, Centro Félix Varela, La Habana, 2004, p. 109. Karl von Clausewitz: De la guerra, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969, pp. 27 y 28. Obras militares escogidas de Lenin, Instituto del Libro, La Habana, p. 393. La fuente original de la cita se encuentra en “La guerra y la revolución”, conferencia pronunciada por Lenin el 14 (27) de mayo de 1917 en el Salón de Actos del Cuerpo de Guardiamarinas de la Isla de Vasilevski, en Petrogrado. Ibídem, pp. 391 y 392. Carlos Pazos Becerro: ob. cit., p. 110. Richard Gardner: “La política exterior de la administración Clinton”, Política Exterior, vol. VIII, no. 38, Madrid, abril-mayo de 1994, p. 76. Gardner era en 1994 embajador de EE.UU. en España y la frase subrayada en la cita es del autor de este trabajo. John Saxe Fernández: “América Latina-Estados Unidos: Dependencia estratégica y crisis”, Cuadernos de Nuestra América, nos. 43-44, vol. XXII, La Habana, enero-diciembre de 2009, p. 39. Atilio Boron: “De la guerra infinita a la crisis infinita”. Cuadernos de Nuestra América, ed. cit., p. 17. István Mészáros: “El militarismo y las guerras que vendrán”, Temas, nos. 33-34, La Habana, abril-septiembre de 2003, p. 71. Ensayo publicado originalmente en Monthly Review, junio de 2003. Ibídem, p. 72. Las palabras y frases destacadas en cursiva aparecen de esa forma en el texto citado. Ibídem. Carlos Tablada y Wim Dierckxsens: Guerra global, resistencia mundial y alternativas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, pp. 53-57. Este evento fue finalmente cancelado debido a que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cedió frente a las presiones recibidas por parte de las autoridades irakíes y estadounidenses, representadas estas últimas en la figura del vicepresidente Joe Biden.
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Reflexiones del compañero Fidel. “El discurso de Obama en El Cairo”. Visiones Alternativas, 10 de junio 2009. www.visionesalternativas.com Varios analistas han planteado que en realidad la retirada del Pentágono en Irak no significa el fin de la ocupación y que la influencia de los EE.UU. mantiene su vigencia, tomando en cuenta que la representación diplomática norteamericana en Bagdad es hasta el momento la más grande establecida por este país fuera de sus fronteras con 16 000 funcionarios y empleados, la mitad de los cuales son mercenarios (“contratistas”) encargados de la seguridad de esta mega embajada y con su correspondiente status de inmunidad diplomática. Además, existe una misión militar estadounidense establecida en suelo irakí con poco más de 1000 efectivos, encargados de entrenar y asesorar a las fuerzas militares y de seguridad irakíes. Edmundo Fayanas Escuer: “Balance del desastre iraquí”, Rebelión, 26 de enero de 2010. www.rebelion.org. Por otra parte y aún cuando resulte obvio, la mayor parte de los afectados por esta guerra forman parte de la población civil, incluyendo en este caso la cifra de víctimas mortales y refleja una tendencia que ya desde el siglo XX se expresaba de la siguiente forma: Bajas mortales de la población civil: 50% al finalizar la Segunda Guerra Mundial, 74% en la década del 80 y casi el 90% en los años noventa. Carlos Pazos Becerro: ob. cit., p. 110. Atilio Boron: Fuente citada en la nota 11, p. 17.
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Capitalismo y enclaves: nuevas dinámicas, viejos problemas, renovados desafíos para pensar alternativas ALFREDO FALERO
1. Introducción El enclave en sus diferentes actividades –minera, agroindustrial, industrial, turística e informacional– representa la forma más significativa y elaborada de control directo de grandes agentes del capital global más allá de fronteras, instituciones o restricciones normativas y por tanto el debilitamiento, o directamente la ausencia, de control local del proceso de acumulación. Por sus características, esta forma social se desarrolla en regiones periféricas o semiperiféricas (África, Asia, América Latina) y se convierte en un mecanismo extraordinario de transferencia de excedentes hacia los centros de acumulación, no siempre considerado en sus implicancias. Si bien no es nuevo hablar de enclaves, y de hecho acompañan la historia de la colonización y expansión de los Estados-nación asociados a aquella, adquiere actualmente renovadas dinámicas expansivas. En tal sentido, no puede entenderse como rémora de formas de producción anteriores o como estructura parasitaria que ha logrado sobrevivir en las sociedades actuales transformadas por el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Por el contrario, se trata de un mecanismo revitalizado que hace a la esencia del capitalismo actual.
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La propuesta que sigue apunta a entender la dinámica de los enclaves en el siglo XXI en el marco de las mutaciones globales en curso y de lógicas sociales más generales de clausura, diferenciación y separación del tejido social de las sociedades actuales. Pero el enclave tiene una especificidad que es preciso definir previamente. Sabemos que en Geografía Política ha designado un territorio con particularidades administrativas que está encerrado dentro de otro y se ha aplicado a extensiones de Estados-nación dentro de otros (en emergencia o ya consolidados). Guantánamo en Cuba es un ejemplo. No es ese el sentido general con que se le utilizará aquí. También sabemos que ha merecido algunas aproximaciones en América Latina desde la década del sesenta en el terreno de confluencia de la Sociología y la Economía Política en el sentido de instrumento de extracción de excedentes. Se trató de contribuciones no sistemáticas y con variantes sobre lo que se incluía bajo esa categoría, pero se trata de antecedentes que –en este caso, sí– se aproximan a la problemática general que se plantea en este trabajo. Entender las dinámicas globales actuales requiere revitalizar el concepto para proyectarlo a nuevas situaciones no necesariamente visibles como enclaves y que se corresponden con configuraciones formalmente parte de lo “nacional”, pero que en los hechos suponen lógicas organizadas por grandes empresas transnacionales, cuyo poder de negociación les permite perforar los Estados-nación. Puede existir una administración local del enclave –por ejemplo, un empresario dueño de un taller que funciona como maquila textil que suministra prendas a la transnacional– pero dado el carácter dependiente, subalterno en la cadena de producción global, no se invalida lo que el concepto pretende dar cuenta, sino que lo complejiza. Puede sustentarse que los enclaves constituyen reensamblajes territoriales –una expresión feliz empleada por la socióloga Saskia Sassen en sus trabajos (2007, 2010)– que en muchos casos hacen innecesaria la inducción externa de transformaciones políticas internas (por ejemplo, estimulando golpes de Estado como es conocido en la historia de América Latina y otras regiones de la periferia). De hecho, se puede decir que es el nuevo pacto del capitalismo global: se puede elegir “libremente” dentro del abanico restringido de posibilidades políticas siempre y cuando se garantice la reproducción y expansión de enclaves de transnacionales. Pero nótese que no se trata aquí de abordar cualquier tipo de inversión extranjera directa (IED). El enclave opera como una expresión
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específica de IED que potencia la captación directa de excedente –principal pero no exclusivamente para los agentes empresariales del capitalismo central– en diferentes formas, desde dinámicas extractivistas de recursos naturales hasta dinámicas de mera utilización de fuerza de trabajo calificada y no calificada. La mayor facilidad de movilidad geográfica del capital se articula con dos factores de producción que están limitados en tal movilidad: los recursos naturales –que obviamente deben extraerse del lugar en que están– y la fuerza de trabajo a la que se aplica reducida movilidad global y con carácter selectivo (no debe olvidarse la histórica captación de fuerza de trabajo muy calificada conocida como “fuga de cerebros”). En América Latina existe una tendencia actual en los análisis críticos que visibiliza la lógica enclave cuando se trata de megaminería a cielo abierto. Los agentes implicados, el vasto territorio que requiere transformar, el carácter explícito de saqueo de recursos, las condiciones de los contratos de explotación, los efectos ambientales, recuerdan la lógica clásica de extractivismo de la región, aunque revitalizada por la escala y magnitud de los emprendimientos. Sin embargo, este no es más que una forma de enclave. El abanico de posibilidades es amplio y diverso e incluye lo que se denominará como maquilas informacionales. El rol de las instituciones estatales suele ser muy contradictorio –o directamente omiso– en el control de lo que ocurre en territorios de enclave. Pero aún existiendo controles (impositivos, laborales o ambientales) el poder económico, político y simbólico1 que los sustentan es lo suficientemente importante como para que se pueda pensar que la regulación de las instituciones estatales resulte determinante. Particularmente en Estados-nación de regiones expuestas a intereses y vaivenes geoeconómicos y geopolíticos. El concepto sugiere además que la relación del emprendimiento con el resto de la economía en que se instala está minimizada, es decir, no funciona como agente dinamizador (o “polo de desarrollo” como se llegó a caracterizar en la bibliografía la alternativa al enclave) de una economía nacional a excepción del papel que juegan los salarios de la fuerza de trabajo empleada. Naturalmente, no es esto lo que se suele sustentar en las narrativas de desarrollo que suelen acompañarlos, lo cual también abre todo un tema –las nuevas tecnologías empresariales que permiten aceptar la condición de los enclaves en la sociedad– y que corresponderá al menos introducir.
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2. Bases teóricas generales Como se dijo, pensar en dinámicas de enclave recuerda algunas contribuciones desde las Ciencias Sociales realizadas en América Latina en la década del sesenta. En primer lugar, corresponde entonces fijar un punto de partida teórico para rescatar y asumir la ruptura paradigmática que se originó en el pensamiento crítico latinoamericano de la década del sesenta (empuje que a comienzos de la década del setenta se bloqueó por las dictaduras, pero también por propia incapacidad de proyección). Cualquier lista de autores que contribuyeron en ese avance puede resultar incompleta e injusta y por otra parte no corresponde volver a repetir lo escrito desde ya hace algunos años en otros trabajos sobre la importancia de ese período en mejorar nuestra capacidad analítica (por ejemplo, Falero, 2006). No obstante lo cual, debe recordarse de lo ya dicho que caracterizar tal período de ruptura paradigmática está basado en al menos tres elementos. Uno es que se generaron los fundamentos de un pensar relacional donde resulta equivocado observar mera coexistencia de partes tradicionales y modernas (ya sea a nivel nacional o global) sino que se trata de entender y examinar las articulaciones de poder que se tejen entre ambas en procesos sociohistóricos. Otro elemento es el establecimiento de bases de una perspectiva no eurocéntrica y por la que se debe evitar considerar enfoques de sucesión universal de etapas sino la continua reproducción de una interdependencia asimétrica entre regiones centrales de acumulación y periféricas que conforman una totalidad global donde se inscribe América Latina. Finalmente, un tercer elemento fue la apertura a ensayar y conformar nuevas categorías de análisis que permitieran dar cuenta de las especificidades y dinámicas propias de la región (ya que muchas veces se tiende a repetir acríticamente conceptos construidos para otras realidades). El trabajo que sigue procura seguir estos tres vectores. Ubicar a América Latina en la división global del trabajo con una perspectiva no eurocéntrica, permite hacer emerger un concepto como es el de enclave. En el conocido trabajo de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto Dependencia y desarrollo en América Latina, publicado a fines de la década del sesenta se realizan algunas referencias en este sentido que permiten abrir la idea general de este trabajo.
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Allí se explica que los grupos económicos locales no siempre pudieron mantener su control o su predominio sobre el sector productivo. En determinados casos, la incorporación al mercado mundial se dio a través de la producción obtenida por núcleos de actividades primarias controlados en forma directa desde fuera. Esa situación se produjo en condiciones distintas y con efectos sociales y económicos diversos. Pero al caracterizar todos estos casos como “enclaves”, se marcaban dos elementos que iban más allá de esa diversidad de situaciones: la incapacidad de sectores nacionales para reaccionar y competir en la producción de mercancías que exigían condiciones técnicas, sistemas de comercialización y capitales de gran importancia y la dinámica de expansión de las economías centrales que permitía así el control de sectores del entonces mundo periférico (Cardoso y Faletto, 1990:48 y ss.). En el capitalismo mercantil, los dos formatos de enclave fueron el minero y el de las plantaciones. La diferencia entre ellos radicaba en que las técnicas y las condiciones de producción tenían consecuencias distintas para las sociedades, tanto por la utilización de mano de obra y la productividad alcanzada como por el grado de concentración de capital requerido. El concepto fue posteriormente modificado en la década del setenta y ochenta en un sentido más cercano al propuesto en el presente trabajo, y tendía a definirse como una unidad productiva de materia prima o industrial, caracterizada por ser o haber sido por largos períodos, propiedad de empresas extranjeras con escasa vinculación con la economía nacional y por poseer una organización social de centros urbanos identificados con las empresas instaladas.2 En segundo lugar y en conexión con lo anterior, la identificación de enclaves demuestra la vitalidad explicativa de los enfoques basados en la perspectiva de sistema-mundo o de acumulación a escala global, entre otros conceptos, para entender el siglo XXI. Con una visión más global que los aportes sobre la dependencia, son conocidos los autores que fueron base de estos desarrollos teóricos emergentes en la década del setenta y con derivaciones hasta hoy. Más allá de matices entre ellos, recuérdese sin entrar en otras consideraciones a Arrighi y Frank (con una clara disposición a entender el papel y la especificidad de Oriente en la acumulación global antes de sus fallecimientos) y a Amin y Wallerstein. Los cuatro tuvieron experiencias de vida enriquecedoras para sus trayectorias intelectuales
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en el Tercer Mundo, principalmente en África (en el caso de Frank, fue América Latina). No es posible entrar aquí en las numerosas contribuciones de los autores antes aludidos sobre reproducción de la desigualdad global y menos en las divergencias y debates que de ellos se derivaron,3 pero a nuestros efectos cabe recordar del planteo de Samir Amin que la polarización es un concepto que designa una característica intrínseca al sistema mundial: no existe centro sin periferia y viceversa, aunque ya no se esté en la fase de industrialización “clásica” (digamos anterior a la década del setenta). Esta polarización significa inexorablemente: explotación del trabajo mucho más intenso en la periferia y que las ventajas de los centros no deben buscarse principalmente en la “organización eficaz” sino en su poder monopólico en la división mundial del trabajo (Amin, 1997:69). La polarización mundial se suma a otras dos contradicciones igualmente fundamentales: la conocida relación de producción esencial trabajo-capital y la más recientemente establecida de incapacidad para evitar la destrucción de recursos naturales a gran escala (y que supone costos de producción que cada vez es más difícil colocar como “externalidades”). Las posiciones de poder global no son fijas y como en cualquier espacio social dependen de los recursos –siempre desigualmente distribuidos– que tienen los agentes sociales “competidores” para mantener o mejorar sus posiciones (dicho esto a modo de rápida ilustración del planteo general y que sin entrar en mayores discusiones epistemológicas podría asimilarse con la perspectiva teóricometodológica de Pierre Bourdieu). En este sentido, ya son abundantes los análisis sobre la decadencia de Estados Unidos como potencia hegemónica (aunque deberá reconocerse que Immanuel Wallerstein fue de los primeros en sustentarlo) y el ascenso de China como un posible reemplazo. O el carácter semiperiférico que adquirió Brasil (sexta economía global en términos de PBI –datos de comienzos del 2012– pero asumiendo lo simplificado y mentiroso de tal ranking) y las transformaciones que supone para América Latina. No está claro el rumbo de esta transición sistémica, pero se abre la potencialidad de un cambio societal que debe incorporar la agenda y la problemática de los enclaves y examinar su directa desaparición o transformación según los casos. Llegados aquí, es necesario establecer una conclusión central que se desprende de todo lo dicho hasta el momento: no existen encla-
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ves en regiones centrales de acumulación y en cambio son intrínsecos a regiones periféricas. Es decir, seguramente existen formas de explotación del trabajo terribles –incluso cercanas a la esclavitud y que involucran inmigrantes– “enclavadas” en ciudades del capitalismo central y que naturalmente deben ser eliminadas, pero en el sentido global del concepto tal como se viene definiendo, tales situaciones no pueden ser pensadas estrictamente como enclaves. En tercer lugar, la identificación de enclaves demuestra las debilidades de algunas visiones basadas en optimismos tecnológicos (aunque se parta de una visión por la que la tecnología no determina la sociedad) como es el caso de la “era de la información” y la “geografía desmaterializada” que descartan de plano armazones teóricos como los dos antes mencionados y exacerbando la magnitud de la inflexión histórica que se vive. Considerando el ya clásico trabajo de Manuel Castells (1998), uno de los autores más representativos, esta operación teórica de declarar perimido tales herramientas teórico-metodológicas se realiza sin desarrollar mucha fundamentación. Además suele subyacer una perspectiva de proceso global irrefrenable (más allá de agentes sociales) que permite sustentar posiciones políticas de plegarse o adecuarse al mismo como ocurrió con la perspectiva de la “tercera vía”. En este punto, sin embargo, debe quedar claro que no se colocan en el mismo conjunto las contribuciones de diferentes autores que suelen englobarse en la tesis del “capitalismo cognitivo” y que de hecho, como se verá en el punto siguiente, pueden ayudar a comprender la existencia de nuevos tipos de enclaves. Aquí lo que se pone en cuestión son aquellas visiones que basadas en la potencialidad de conexión, en el énfasis en la intensificación de redes, de conexión, de flujos que supone el desarrollo sin precedentes de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs), disimulan las formas concretas de reproducción asimétrica, las contradicciones y su expresión desigual en regiones centrales y periféricas intrínsecas al capitalismo. En estos casos suele observarse el tratamiento de problemáticas como la “brecha digital” pero no se establecen mediaciones analíticas de fondo. Entre las críticas posibles, otro autor conocido como es Arnald Mattelart colocaba el tema de la siguiente forma: el paradigma tecnoinformacional se ha convertido en el pivote de un proyecto geopolítico cuya función es la de garantizar la reordenación
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geoeconómica del planeta en torno a los valores de la democracia de mercado y en un mundo unipolar… El lenguaje revolucionario ha emigrado hacia el campo del liberalismo que ha convertido la noción de “revolución de la información” en una expresión-baúl tipo muñeca rusa de pretensiones totalizantes (Mattelart, 2002: 135 y ss.).
Agréguese como objeto de esta crítica las contribuciones provenientes de la Geografía y la Sociología, que abonan la idea de que todo confluye en un espacio de flujos (materiales e inmateriales), de redes, de circulación, propias de las TICs y que sugieren una idea de “desterritorialización”.4 La perspectiva que recorre el presente trabajo es que lo anterior no suplanta las especificidades de los lugares, de localizaciones concretas. De hecho, una idea central que corresponde desarrollar es que también aparecen como requerimiento nuevos espacios “cerrados”. En cuarto lugar, dentro de las contribuciones que pueden englobarse como “capitalismo cognitivo”,5 es posible conectar algunas ideas siempre asumiendo el esquema sustentado en los tres puntos anteriores. Podría decirse entonces que se vive la emergencia de una nueva fase capitalista que se articula y despliega con un conjunto de formatos preexistentes y que utilizando el título de un libro del sociólogo francés Jean Lojkine podría denominarse como “revolución informacional” (1995) aunque asumiendo las precauciones de Mattelart. Pero, adicionalmente deberá admitirse que la potencialidad del desarrollo de fuerzas productivas que implica, se halla bloqueada por el contexto global de predominancia financiera, como viene fundamentando hace años François Chesnais (1996, 2008). Se puede decir entonces que el capitalismo financiero direcciona las dinámicas del “capitalismo cognitivo” y que desarrollos vinculados al mismo expresan su colonización por la finanza mundializada (Costa Lima, 2008). Mucho se puede hablar del papel del conocimiento y la información hoy. El rótulo elegido (revolución informacional) permite destacar que el conocimiento científico y tecnológico sustentado en la información (que se cristaliza por ejemplo en un algoritmo o en un programa de computador) asume mayor importancia que antes como fuerza productiva. También habilita una comparación histórica con lo ocurrido en los inicios de la revolución industrial y evita algunas confusiones terminológicas y conceptuales sobre el carácter de lo “cog-
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nitivo”. La aplicación de conocimiento, y por tanto su exigencia, no es una novedad en el capitalismo, aunque los requerimientos actuales de su incidencia exponencial abre todo un debate. Lojkine fundamentaba en su trabajo que no se trataba de una sustitución de la producción por la información, sino por el contrario, de una revolución que teje nuevos lazos entre producción material y de servicios (en verdad, noción sumamente ambigua), saberes y habilidades. A la luz de los desarrollos tecnocientíficos que van emergiendo y más allá de bloqueos, puede entenderse entonces la revolución informacional como la potencialidad de un nuevo y complejo desarrollo de fuerzas productivas materiales y humanas que incluye la informática, la biotecnología, la nanotecnología y, no menor, la polinización cruzada entre las tres vertientes (Falero, 2011). Tales desarrollos se concentran en los centros de acumulación. Debe destacarse de lo anterior que dentro de las nuevas espacialidades de expresión de la revolución informacional está la profusión de parques científicos y tecnológicos, las llamadas “incubadoras” de empresas, polos tecnológicos, y las “zonas francas” que incluyen un nuevo tipo de actividades (en relación a las “tradicionales” de carácter industrial y logístico). Tales espacialidades no han sido suficientemente estudiados desde las Ciencias Sociales, en lo que supone en particular su cristalización y papel en los países periféricos en cadenas globales y ello se conecta precisamente con los nuevos requerimientos de enclaves. Debe recordarse asimismo que el concepto de “acumulación por desposesión” de David Harvey (2004), permite captar no solo lógicas conocidas, como la transferencia de activos públicos productivos a empresas privadas, sino también los nuevos mecanismos de “desposesión” como los derechos de propiedad intelectual (licencias de material genético, por ejemplo), la mercantilización de la naturaleza y la biopiratería en general, entre otras formas que podrían ser alineadas con los requerimientos actuales. La conceptualización de la producción de información, finalmente para este punto, tiene complejidades en las que no es posible entrar en esta breve apertura teórica. Solo es posible enfatizar que la información no es un atributo del objeto, reside en la interacción entre el sujeto y el objeto y dada la importancia que adquiere, aparecen requerimientos en relación a la fuerza de trabajo y a bajar los costos en la producción de la misma. Cuando se trate el caso de los
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enclaves informacionales, se integrarán otros elementos que hacen a este aspecto. En quinto lugar, desde una teoría social más general, el enclave constituye uno de los formatos de cierre, diferenciación, separación y fractura del tejido social de las sociedades actuales. Las dinámicas urbanas generales expresan esta lógica de permanente separación: por un lado barrios privados o “countries”, por otro lado guetos o territorios de miseria y de marginación, por un lado centros comerciales o shoppings centers de circulación controlada y por otro cárceles separadas del resto de la sociedad, es decir, por un lado el refugio, por otro el confinamiento. Loic Wacquant ha examinado las configuraciones de este proceso más genérico que denomina “seclusión socioespacial” y que implica a poblaciones, instituciones y actividades. Es decir, se trata del “proceso por el que se acorralan, se cercan y se aíslan determinadas categorías y actividades sociales en un cuadrante reservado y restringido de espacio físico y social” (Wacquant, 2011:11). Si las formas de gueto urbanos procuran minimizar la movilidad geográfica de la ciudad de quienes, en general, no están “integrados” a inserciones laborales formales, también se puede decir que los enclaves procuran captar fuerza de trabajo en los países periféricos a un costo notoriamente menor que en los países centrales, pueden funcionar como prolongación de los mismos e influyen en minimizar la movilidad geográfica de fuerza de trabajo hacia las regiones centrales de acumulación. Si los barrios privados, cerrados o “countries” procuran generar condiciones de “paraíso social homogéneo” para los sectores dominantes separados del resto, libres de mendicidad y delincuencia, los enclaves procuran generar condiciones específicas de dominación de la fuerza de trabajo, en lo posible libres de nucleamientos sindicales, libres de los derechos –aún sobrevivientes– existentes en los centros de acumulación. El desarrollo de formas de separación social es un proceso reconocible de los últimos años que implica varios niveles o escalas. Se puede decir que todo enclave implica una forma de cierre social, pero obviamente no toda lógica de cierre puede caracterizarse como enclave. El encadenamiento global del enclave no debe obstaculizar el análisis de su contracara de “desconexión” (jugando con el concepto de Amin) con la sociedad en que se encuentra. Pero antes de avanzar en este aspecto, es preciso dar un contenido más preciso al concepto.
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3. Enclaves y maquilas industriales Ya se aludió a la dinámica de enclaves vinculada a la extracción de recursos naturales. También el nuevo despliegue que encuentra este fenómeno en América Latina. El reforzamiento del modelo extractivo-exportador a través de la megaminería a cielo abierto ha merecido análisis que fundamentan el carácter destructivo de las economías locales, la generación de lógicas de dependencia de las poblaciones vinculadas, la participación directa de transnacionales (ejemplo, la Barrick Gold), el involucramiento (a distintas escalas) del Estado en la reproducción del esquema y las nuevas técnicas de legitimación social del modelo (por ejemplo, Svampa y Antonelli, 2009). En la línea de lo que se viene sustentando, el concepto de enclave puede permitir dar cuenta de estas situaciones. También el concepto de enclave puede aplicarse al turismo, un proceso social de escala global que llegó para quedarse. Esta actividad puede tener numerosas expresiones y modalidades, pero interesa incluirlo aquí cuando adopta el formato de enclave. Y ello ocurre cuando el capital transnacional –a partir de turoperadores globales o grandes cadenas de hoteles– recurren a la privatización de territorios y al cierre de los mismos. En Centroamérica y el Caribe existen abundantes ejemplos en tal sentido y se trata de una dinámica en expansión en general,6 pero es importante señalar que la tentación de una aplicación indiscriminada del concepto a diferentes situaciones de turismo (por ejemplo, la inversión alemana y los turistas alemanes en la costa española) puede disolver la capacidad explicativa del concepto. Pero llegados aquí, interesa detenerse en otro tipo de enclaves: los que corresponden a la producción industrial en países periféricos y el mecanismo de las zonas francas industriales o zonas especiales para la exportación que ha sido importante en tal sentido. Numerosa y variada bibliografía permite fundamentar el punto más allá que no se acuda al concepto de enclave. Ya a fines de la década del setenta, desde las ciencias sociales se procuró investigar el papel de las zonas francas en la llamada entonces “nueva división internacional del trabajo” (Frobel, Heinrichs y Kreye, 1980). Se las definía como “emplazamientos para el aprovechamiento industrial de la fuerza de trabajo de los países subdesarrollados, en una producción orientada al mercado mundial. Este
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aprovechamiento tiene lugar en las fábricas para el mercado mundial” (1980: 415). El material empírico que sustentaba un ambicioso estudio para Asia, África y Latinoamericana ha perdido naturalmente actualidad, pero es importante hacer notar junto con los autores, la promoción que se hacía de estos territorios propios del capitalismo industrial. Las características generales exigidas eran recurrentes: equipamiento con una moderna infraestructura, garantía de una normativa legal especial en términos aduanero, fiscal y monetario y capacidad de aprovechamiento de fuerza de trabajo barata. Su aislamiento del resto del territorio, permitía calificarlas de enclaves. Dentro de los “estímulos a la inversión”, otros elementos que se ofrecían agregaban en el mismo sentido: en muchos casos existía limitación de derechos políticos y sociales de la fuerza de trabajo empleada, incluyendo legislación laboral, salario mínimo y limitaciones sindicales. Una de las conclusiones que se anotaba era que en estos enclaves solo se realizaban algunas fases específicas de producción industrial (por ejemplo maquinaria, artículos electrotécnicos, artículos metálicos, equipos de transporte, pero no mucho más). No obstante, generalmente la fabricación de componentes específicos para la electrónica, se solía presentar como fabricación de productos de alta tecnología. Dentro de las preguntas más importantes, estaba la de si se cumplían las promesas de eliminación del desempleo, formación profesional y acceso a moderna tecnología, es decir, si eran alcanzados mediante la introducción de este formato. Se concluía con toda claridad luego del extenso trayecto: “las experiencias disponibles, así como la tendencia actual del proceso, solamente permiten una respuesta negativa al conjunto de los tres objetivos” (1980:490). Pasadas unas tres décadas de este estudio, el número y las características de las zonas francas se ha ampliado. En América Latina, existen además otros formatos que, sin tener las características de zonas francas, ofrecen ventajas particulares. Por ejemplo, si se toma el caso de México, es imposible no destacar la importancia acrecentada que tiene el sector de maquila en la frontera con Estados Unidos. Se volverá inmediatamente sobre este caso. Si se toma el período de los últimos años, Colombia, es uno de los países de la región que ha aprobado más zonas francas y con extrema diversidad de actividades. No es fácil, entonces, cuantificar en un cuadro global, que permita advertir la heterogeneidad de situaciones. Considerando un estu-
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dio del Comité de Zonas Francas de las Américas, en la región de América Latina y el Caribe en el 2002, ya se contabilizaban entonces 248 casos.7 Allí el caso que más llamaba la atención era República Dominicana que con 53, superaba ampliamente situaciones de países con mucho mayor territorio. No obstante, las diferentes legislaciones tampoco permiten señalar mucho más que la constatación de una notable expansión de estos territorios especiales. Finalmente, en términos de empleos, tampoco pueden establecerse cifras demasiado confiables. Si se toman las zonas francas para la exportación en los países subdesarrollados, se pasó de 50 mil empleos en 1970 a 5 millones en 1998 (en este último caso, según cifras de la OIT).8 Más allá de las cifras, pues se trata de un fenómeno mundial que ha tenido un gran auge, obsérvese que se está hablando de lógicas básicamente comerciales e industriales. En la década del noventa, debe recordarse lo que significó el proceso de “apertura” de las economías que ha favorecido la generación de flujos financieros, de comercio y de IED, que en algunos casos puede suponer la generación de nuevos activos pero en otros la simple compra de los ya existentes. Lo que interesa aquí es que a veces estos procesos de IED suponen concentración localizada, como en la industria maquiladora de exportación en el norte de México, cuyas operaciones se iniciaron en 1965 pero que, con el transcurso de los años se fueron intensificando. En este caso se introdujeron nuevos productos para ensamblaje, aumentó en algunos casos el valor agregado de los productos y se generó diversidad en los requerimientos de fuerza de trabajo. Con el NAFTA (North American Free Trade Agreement) firmado con Estados Unidos (y Canadá), las actividades aumentaron, llegando las ventas externas a un 42,5% del total de las exportaciones mexicanas (Puyana y Romero, 2006). Más allá de la idea general, existen varias definiciones posibles de maquila. Una buena aproximación puede ser la siguiente: una planta generalmente extranjera que controla o subcontrata procesos de ensamble de componentes importados para el consumo extranjero, bajo los incentivos que otorga el tratamiento especial libre de impuestos y aranceles y de exención fiscal y se finca en las bases que brinda la importación temporal de insumos, maquinaria y equipo, en países en los que se realiza parte del proceso productivo, o su totalidad y cuya producción se re-exporta al país de origen de la empresa que lo realiza, o a terceros mercados (Puyana y Romero, 2006:67 y ss.).
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La definición, como puede apreciarse, da una idea perfecta de enclave. Es decir que son dimensiones claves para abordar la temática, la idea de fragmentación del proceso productivo, desplazamiento geográfico y desintegración espacial, y reducción de costos. Las plantas de montaje establecidas por corporaciones transnacionales implican diversas ramas industriales –en general, textiles, automotrices, electrónicas, entre otras– pero el proceso de evolución ha sido dinámico en los últimos años. De hecho, se ha hablado de maquiladoras de primera, segunda y tercera generación y se abre la pregunta sobre si ya existen en México las llamadas “maquiladoras de cuarta generación” (Carrillo y Lara, 2004). La tipología alude a la idea de nuevas formas que se van agregando, pero sin necesariamente sustituir a las anteriores. Así habría existido una fase del ensamble simple o tradicional, una fase de manufactura con racionalización del trabajo más intensiva que la anterior en capital, tecnología y capacitación y una fase de diseño, que corresponde a la tendencia global de concentrar estas actividades cercanas a la manufactura (aquí los costos se reducen porque la proximidad permite mayor sincronización) y que algunos han denominado como “maquila postfordista”. Esta última ya requiere mayor vinculación con centros educativos. Una vez desarrollada esta tercera fase –recordemos que estamos hablando de producción industrial– se estaría entrando, según los autores mencionados en última instancia, en la fase de coordinación de actividades de manufactura, investigación, compras y servicios, generando una “cuarta generación”9 (Carrillo y Lara, 2004). En suma, del salto tecnológico y organizacional que significó la generación de maquiladoras de “tercera generación”, se habría dado un nuevo salto que implica la concentración de múltiples actividades con eje en las funciones de coordinación intra e inter-empresa. Si es así, cabría repensar el concepto de enclave. Pero quizás subyace una visión demasiado apresurada y optimista de las posibilidades de esta “cuarta generación” de maquilas y en función de los antecedentes y de otros estudios (De la Garza, 2005) cabría la cautela analítica. Además de aprovechar un sistema de zonas francas o similar, se agregan tres elementos claves que –cualquiera sea el desarrollo en el caso en cuestión– no modifican su identificación como enclaves: a) muestran una disociación con el comportamiento del sector pro-
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ductivo interno del país, b) intensifican su relación con el ciclo productivo de Estados Unidos (es decir, una simple prolongación) y c) descansan en una superexplotación de la fuerza de trabajo, mayoritariamente compuesta por mujeres (Sotelo Valencia, 2004:149 y ss.). Por otra parte, cuando se va a los casos concretos siempre se visibilizan cuadros de situaciones terribles. Es lo que narra, por ejemplo, el periodista David Susster con el trabajo de sol a sol de las maquilas textiles de Honduras –80% de trabajo femenino, frecuentemente con 14 o 15 horas diarias de trabajo– como uno de los casos de lo que ocurre en América Central en general y como uno de los casos a nivel global de “esclavos modernos”. Señala Dusster: las maquiladoras reciben el mote de empresas golondrinas o gaviotas porque los accionistas, normalmente estadounidenses, coreanos o taiwaneses, vuelan fácilmente hacia otro país cuando aumentan los costes, reciben ofertas de mayores rebajas fiscales, crecen las exigencias de respeto a los derechos laborales, padecen huelgas de trabajadores o cualquier otra eventualidad que pueda entorpecer sus esperanzas de abaratar el producto mientras se mantiene la calidad (2006:60 y 61).
La situación planteada permite ejemplificar y problematizar lo que se integra como enclave en la actividad de maquiladora textil, los diferentes agentes sociales que se articulan al mismo y sus intereses. Existe un abanico enorme de situaciones, que además depende de la actividad. Hay plantas industriales que no son tan fácilmente deslocalizables y por tanto la capacidad de chantaje es menos efectiva. Pero ahora corresponde introducirse en otras situaciones que han aparecido en los últimos años.
4. Los nuevos enclaves y la deslocalización en la producción de información La idea de enclave informacional procura aplicar la idea general que se viene manejando a actividades deslocalizables en la periferia, en territorios concentrados, vinculados directa o indirectamente con la revolución informacional y propone enfatizar lo que significa la generación de información y conocimiento aplicado a la misma, y la importancia que adquiere en ese proceso la fuerza de trabajo calificada. No es casual que la agenda de la educación se haya instalado con tanta fuerza: hace a los nuevos requerimientos de producción de
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la fuerza de trabajo (no se trata meramente de mercantilización del sector a través de su privatización). Entre las actividades vinculadas, se abre todo el campo de lo que se denomina outsourcing y muchas que solían englobarse vagamente como “servicios”. En estos procesos no todo es “creatividad”, existe un conjunto diverso de situaciones que implica la utilización de conocimiento estandarizado. El sociólogo Juan José Castillo muestra, por ejemplo, cómo el desarrollo de software puede implicar productos estandarizados, personalizados y únicos para una empresa, de servicios a distancia, etc., pero en el marco de una enorme multiplicidad y variabilidad de la complejidad (Castillo, 2009). No se trata, por supuesto, de deslocalización de procesos concentrados de alto desarrollo de I + D que permanecen en las regiones centrales de acumulación. Pero se ha desplegado una producción más compleja que antes a partir de la “conexión en red” y lo que suele llamarse “empresas-red”. Con un nuevo marco institucional, se generó un sistema articulado de “empresas-red” que funcionan como un conjunto de operaciones integradas desplegadas a nivel global. En la lógica de la acumulación flexible con sus transformaciones organizacionales desde la década del ochenta (Harvey, 1993), aparece la idea de “empresa-red”. Ahora la comunicación adquiere otro protagonismo, pues se vuelve garante de las conexiones en lo interno entre distintas unidades tanto como hacia la sociedad y en el plano global. Un punto central que coloca el tema en la preocupación de este apartado es el de los procesos de subcontratación de determinadas funciones a otras empresas especializadas, por ejemplo, empresas encargadas de distintas formas de procesamiento de la información. En un ambicioso trabajo como es el de Boltanski y Chiapello (2002) que tiene el provocativo título de El nuevo espíritu del capitalismo, se marca la década del noventa como el de la explosión de la bibliografía de gestión empresarial sobre el modelo de “empresa– red”, es decir empresas “esbeltas” (una traducción no demasiado convincente de entreprises maigres). Trabajan en red con una multitud de participantes y una organización del trabajo en equipo o por proyectos. Esto significa un centro que se ha desprendido de un número importante de funciones y tareas que pasan a ser subcontratadas. La bibliografía de gestión propone hoy más que un basamento en jerarquías tradicionales, un conjunto de subsistemas de proveedores
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satélites. Sobre esa base, los autores específicamente señalan que: “la imagen tipo de la empresa moderna en la actualidad es la de un centro esbelto rodeado de una nebulosa de proveedores, de subcontratos, de prestadores de servicios, de personal interino que permite variar los efectivos según la actividad, de empresas amigas. Se dirá entonces que la empresa trabaja en red” (Boltanski y Chiapello, 2002:119). En función de los nuevos dispositivos de gestión organizacional, aparece nuevamente la idea de “flexibilidad”, pero ahora vinculada a la capacidad de rápida integración de un conjunto de funciones, a la capacidad de maximizar la circulación de la información y de la “innovación” (palabra que, dicho sea de paso, adquiere un renovado peso en las narrativas de desarrollo actuales). En el esquema organizacional aludido aparece lo que suele denominarse una “oportunidad” para los países periféricos atrayendo las formas de deslocalización geográfica de las subcontrataciones de servicios empresariales. De este modo, se ha expandido una nueva terminología en la que se destacan palabras como outsourcing, back office o call centers. La primera, la más aglutinante de las tres, marca la tendencia general de deslocalizar servicios de consultoría y de administración. Son actividades que entran de este término que puede ser asimilado a subcontratación en el proceso económico.10 Refiere a cuando una empresa mueve o destina los recursos orientados a cumplir ciertas tareas, a una empresa externa, por medio de un contrato. Este es un proceso global (aunque también puede ser una empresa externa dentro del propio Estado-nación) y por tanto se habla de actividad off-shore, es decir y en general, la trasferencia a una firma externa de un país periférico para reducir costos. Pero es claro que nunca se trata de áreas que se consideren fundamentales para la empresa en cuestión. También puede ocurrir que se trate de una empresa filial de la transnacional ubicada en otra parte. Aquí entra la expresión back office o trastienda de la oficina (y en contraposición con el front office), que es la parte de las empresas donde tienen lugar tareas de gestión y con las cuales el cliente no necesita contacto directo. No es la parte “visible”, de contacto, sino aquella que gestiona la actividad y puede implicar servicios de informática, de comunicaciones, de los llamados “recursos humanos”, contabilidad, financieros y de administración en general. Según la empresa, puede haber mayor o menor conjunto de actividades que son deslocalizadas, pero como se dijo, es una tendencia general.
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Numerosas empresas consultoras ya suministran este servicio que supone menores costos para la empresa contratante, pero que igualmente implica conocer el “corazón” del negocio de esa empresa. Razón por la cual, puede ya advertirse que no se trata solamente de suministro de tecnologías administrativas o de gestión sino directamente de tecnologías sociales como lo es la producción de confianza. A partir de esta realidad, no es un tema menor la definición de qué es exactamente lo que se busca con la subcontratación y cuáles son los riesgos a evitar y a quién se derivan responsabilidades de la nueva organización y, por supuesto, la ubicación. Como puede advertirse el avance de las TICs ha sido indispensable para que los distintos componentes puedan generar una dinámica de interoperatividad y de sinergia. Cuando se habla de deslocalización y se habla de servicio de atención de clientes, manejo de quejas y reclamos, toma de pedidos, información sobre productos y servicios, atención posventa, información sobre promociones de productos, entre otras, se abre como tema todo el desarrollo de los call centers. Entre las ventajas de abrir un call center en un país periférico, se manejan ventajas como el bajo costo de los insumos principales como energía eléctrica y telecomunicaciones y, ventajas impositivas. Respecto a la fuerza de trabajo –se calcula que esto representa el 70% de los costos totales– no solo se trata de bajos salarios en América Latina sino, a la vez, de alta calificación educativa. En general se trata siempre de jóvenes, muchas veces universitarios y bilingües, donde el call center es el primer trabajo al que acceden y, en consecuencia, las condiciones de trabajo suelen ser masivamente aceptadas. En tal sentido se habla de capacidad de “adaptación”. A nivel mundial, se maneja la cifra de 8 millones de personas trabajando en este tipo de actividad.11 Actualmente se vive una fase de fuerte crecimiento de la off-shore services industry en regiones como Filipinas, Europa del Este y Central, América Central y el Caribe y Sudamérica. Naturalmente el factor costo es relevante en este proceso de deslocalización, pero también existen otros elementos que se consideran vinculados a la fuerza de trabajo y sus habilidades, al llamado “clima de negocios” (business environment), uso horario, afinidad cultural y proximidad geográfica. Un caso de enclave informacional que ha sido profundizado en otro trabajo (Falero, 2011) es el de Zonamérica en Uruguay, que se
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autoidentifica como business and thecnology park. Considerando que en un país de tres millones trescientos mil habitantes trabajen allí unas ocho mil personas distribuidas en unas 250 empresas y en la propia gestión de esta zona franca de cien hectáreas ubicada en el acceso noroeste de Montevideo y que su volumen representa aproximadamente el 2% del PBI del país, puede ser útil para ejemplificar algunos elementos. Las áreas –además de la original de logística y distribución– se dividen en “centros de servicios compartidos” para deslocalización de funciones administrativas; “consultoría y servicios profesionales” donde se integran estudios jurídicos, contables, consultoría de negocios e incluso pueden ser estudios con actividades de arquitectura e ingeniería; “servicios financieros” que hace referencia a la banca privada y a back office financieros; el software, en una variada gama de desarrollos de distinta naturaleza; call center que integra algunas firmas importantes por su volumen de actividad y personas trabajando (en una sola de ellas, SABRE, trabajan unas novecientas personas) y finalmente, biotecnología, que ha tenido un desarrollo muy limitado considerando las expectativas iniciales. La ley que se aplica, sancionada por el primer gobierno postdictadura el 17 de diciembre de 1987 –pensada originalmente para maquilas industriales, lo cual finalmente no se cristalizó– es extremadamente laxa en lo que permite una zona franca. De hecho, se puede afirmar que casi no puede considerarse territorio nacional. Porque si bien indica precisamente lo contrario en la letra –esto es, que “son áreas del territorio nacional de propiedad pública o privada”– inmediatamente agrega el carácter aislado que se les reserva en relación a este, ya que se trata de áreas “cercadas y aisladas eficientemente” y en la que pueden realizarse “toda clase de actividades (industriales, comerciales o de servicios”.12 Luego se agregan un conjunto de excepcionalidades en relación al resto de Uruguay: no rigen los monopolios estatales, se goza de excepciones aduaneras y fiscales para las empresas instaladas, hay libre circulación de capitales, entre otras. Además es posible incorporar 25% de fuerza de trabajo extranjero. Cabe señalar que en el período caracterizado como “progresista” 2005-2010, se introdujeron algunas regulaciones y controles (considerando las numerosas oscuridades y evasiones que se habían detectado), pero el esquema general permanece incambiado. De hecho, se
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autorizaron nuevas zonas francas, entre ellas dos para actividades de outsourcing y una que –en principio– estaría funcionando como maquila biotecnológica vinculada a laboratorios transnacionales (y que se denominará “parque de las ciencias”). Como se ve, el movimiento de deslocalización se ha extendido a actividades englobadas como “servicios” como lógica dominante de grandes empresas para la reducción de costos y en el nuevo contexto global. A partir de aquí, se observa la emergencia de toda una literatura que presenta todas estas actividades como “nuevas oportunidades” para América Latina. En este proceso de deslocalización, no debe perderse de vista que puede haber mayor o menor valor agregado. Corrientemente se identifican tres segmentos claves o niveles en esta “industria de servicios”, que por sus siglas en inglés y en función de la complejidad creciente, serían ITO (Information Technology Outsourcing), BPO (Business Process Outsourcing) y KPO (Knowoledge Process Outsourcing).13 La primera está formada por desarrollo y aplicación de software y administración de oficina en general y por infraestructura de gestión, la segunda por gestión de recursos de la empresa incluyendo “recursos humanos” y los mencionados call centers, y la tercera por consultoría financiera, legal y de negocios e investigación y desarrollo para diseño e innovación. En el ejemplo mencionado, la ubicación básica estaría en el primer y segundo nivel, ya que no se identifica I + D. Claro que para que estas actividades sean posibles, se requiere un recurso que es clave y que es producido a nivel nacional como una gran fábrica social: fuerza de trabajo con características y habilidades especiales. Este es el principal elemento de conexión con la economía nacional: la capacidad multiplicadora indirecta a través del consumo de los salarios que supone la fuerza de trabajo requerida en el enclave. Y de la misma forma que un enclave mercantil o industrial no dejaba de ser tal por la utilización de fuerza de trabajo de regiones periféricas en “territorios especiales”, tampoco ello puede pensarse con los enclaves informacionales. El requerimiento de fuerza de trabajo hace posible la reproducción del enclave. Mejor aún, el poder de controlarla objetiva y subjetivamente hace posible su reproducción.
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5. Excepcionalidades territoriales y encierros protectores Puede resultar paradójico que, en tiempos de capitalismo de red, se proponga el concepto de enclave que sugiere, en principio, todo lo contrario a interconexión, comunicación, etc. Es esa tensión conceptual precisamente en la que ahora se quiere enfatizar. El discurso dominante construyó la globalización como un mundo sin fronteras, de hecho en la década del noventa se generalizó la idea de “apertura”, lo cual sugiere inmediatamente algo positivo. Promover mecanismos que favorezcan la apertura a las inversiones supone entonces automáticamente favorecer al país y aquí aparece el argumento recurrente más difícil de desmontar y que inhibe la resistencia: la generación de empleos. Al asumir esta cadena de significantes, la conclusión es obvia, pero desde el sentido práctico de quien está desocupado o subocupado también lo es. Es sintomático que el caso mencionado de Zonamérica, se presenta física y simbólicamente como un parque abierto (de hecho, la publicidad en su momento lo construía recurrentemente como “el parque”) en el que el acceso es fuertemente controlado y los movimientos dentro del espacio sutilmente vigilados. El poder económico que sustenta el complejo (la asociación entre un influyente empresario local y la trasnacional Kateon Natie) y el carácter de zona franca desaparece en la búsqueda de la complicidad social que se expresa en lo “abierto”, lo “libre”, lo “integrador”. Además, muchos perciben que trabajan en el “Primer Mundo”. En muchos casos, estos enclaves se rodean de una aureola de “sociedad del conocimiento”, uno de los nuevos relatos de desarrollo. Pero –ya se introdujo en los insumos teóricos– casos como estos, si bien pueden ser asimilados con emplazamientos de la emergente revolución informacional, son lo mismo que territorios concentrados en regiones centrales de la acumulación global con elites tecnocientíficas y con recursos disponibles incomparables (del tipo Silicon Valley o Sofía-Antípolis en la Costa Azul, le site intelligent d’ Europa). Si muchos enclaves se impusieron en diversas partes por el poder coactivo, también debe repararse en casos de enclaves –no solo informacionales– que el vocabulario suele abundar en términos de consenso. Esta capacidad de nombrar, de recortar la realidad bajo determinadas palabras, muestra su eficacia simbólica en el nuevo contexto.
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Por ello, restituir el concepto de enclave para captar viejas y nuevas realidades de países periféricos tiene también una perspectiva de participar en una batalla por el poder simbólico, por la construcción de sentidos sociales, por las subjetividades colectivas (Falero, 2008). En este caso, es importante reconsiderar los sentidos de “apertura” y de “cierre”. Porque el enclave, en sus diferentes modalidades, en tanto espacio catalizador de lo “global”, siempre implica una lógica de cierre, de apartamiento con dinámicas de la sociedad en que se instala. En tal sentido, funciona como uno de los tantos espacios diferenciados de la sociedad actual –como los countries o barrios privados– que generan sus específicos universos de significado. Así como en los barrios privados, no aparece una idea de segregación en la percepción de la distancia social por sus habitantes (Svampa, 2008), las trabajadores de una maquila industrial en Centroamérica, por ejemplo, pueden percibir a pesar de las condiciones de encierro y disciplinamiento (y de falta de expectativas) una mejora en su trayectoria de vida en relación a la que tenían en el pasado, quizás más “integrada” en un tejido social rural, pero en condiciones de dura dominación-explotación. El encierro, el minimizar la interrelación con el “afuera” por seguridad, como dispositivo de producción, como construcción de “identidad” empresarial, por los motivos que sean, lleva a comparar el enclave con otras formas sociales donde ese carácter de autorreferencia es constitutivo. Identificar y restituir los dispositivos de clausura permite poner en cuestión el carácter simbólico de “apertura”, con el cual se revisten numerosas situaciones y que esconden la reconfiguración de la relación público-privado. En tal sentido, puede decirse que así como a Wacquant (2010) le preocupa construir el gueto como categoría sociológica, aquí se asume la necesidad de que ocurra lo mismo con el concepto de enclave. Establecer las mediaciones analíticas del enclave, exige, por ejemplo conocer cómo se cristaliza la desarticulación con las cadenas económicas de la sociedad en la que se instala y cómo podría ser lo alternativo. O implica examinar las características de confinamiento espacial y cómo se reproduce. Porque los enclaves obviamente necesitan de la sociedad en que se encuentran instalados y, de hecho, ya se habló del tema de la fuerza de trabajo. Pero también debe tenerse presente la construcción de redes. No son las redes virtuales de las que tanto se habla cuando se examinan las transformaciones actuales, sino las
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redes sociales que producen poder, es decir, aquellas con capacidad de producir efectos importantes sobre otros agentes. Conexiones entre los agentes económicos (representantes de transnacionales, sus asociados nacionales, grupos o asociaciones que defienden intereses económicos de un sector) y los agentes de partidos políticos con peso electoral (incluyendo de izquierda) son necesarios para crear condiciones generales, “climas de negocios” para “atraer inversiones”, infraestructura y para generar microambientes con alcance global que tensionan el poder del Estado-nación, territorios que pese a ser formalmente “nacionales”, de hecho son “desnacionalizados”. Además, enclaves de distintos tipos emplean las nuevas tecnologías empresariales de actuación sobre la sociedad. Por ejemplo, trabajar en el marco de la responsabilidad social empresarial con el tejido social inmediato puede permitir que un enclave sea aceptado en localidades pequeñas. Las variaciones son sustantivas y no puede entrarse aquí en detalles, pero la actuación puede ir desde meras promesas de empleo hasta efectivas intervenciones que reestructuran el tejido social apelando a lógicas de cooptación, caridad (filantropía) o resolución de problemas puntuales (la necesidad de la personería jurídica de una institución barrial, por ejemplo). Frente a los conflictos, un término que se ha popularizado para disolverlos es “gobernanza”. Como ha señalado Boaventura de Sousa (2008), se trata del nuevo paradigma de regulación social que sustituye al anterior centrado en el papel del Estado. Funciona como una metodología de síntesis entre legitimidad y gobernabilidad, pero es una falsa síntesis, pues se ubica totalmente en el marco de la segunda, apuntando a una resolución “práctica” de problemas en la que desaparecen las dinámicas de poder implícitas y se tiende a disolver las lógicas de participación popular reales. Como se ha examinado para la megaminería en Argentina, la reconfiguración de territorios se ha apoyado sobre estos dispositivos de intervención social (Svampa y Antonelli, 2009).
6. Resistencias Si la lógica de enclave sugiere un poder de chantaje por parte de agentes globales y sus socios locales a partir de administrar requerimientos de fuerza de trabajo y/o recursos naturales de un territorio
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específico, si los Estados-nación pierden capacidad real de regulación territorial nacional, si el desarrollo de este formato lejos de implicar una conexión plena con la sociedad en que se instala sugiere en muchos sentidos una dinámica de clausura social, de separación, si se está frente a tecnologías sociales que han aumentado la capacidad de administrar conflictos sin recurrir al poder coactivo (aunque este nunca desaparece, como muestran México u Honduras), si las modalidades de enclave refuerzan las tendencias a la fractura social, la búsqueda de alternativas sociales que los integren como problema se enfrenta a renovados desafíos. Dentro de los elementos a ponderar debe repararse en la importancia de participar en nuevas batallas por las subjetividades colectivas para disputar sentidos de sociedad. Las condiciones son diversas de acuerdo a los enclaves, a los agentes participantes, a las sociedades en que se instalan y a herencias culturales, así que un primer paso es poner en diálogo entre sí, más allá de fronteras, dinámicas de resistencias diferentes, así como generar puentes con centros de producción de conocimiento que asignen importancia al tema. Visibilizar experiencias marginadas, ocultas, diferentes, de lo alternativo puede ser visto en el sentido de Boaventura de Sousa dentro de su “sociología de las ausencias y de las emergencias” (por ejemplo, 2008). Estas batallas implican numerosos conceptos en el plano simbólico. En relación directa con lo antes planteado, frente a la imposición y naturalización de lógicas de cierre sobre lo privado deben levantarse lógicas de apertura desde lo público. Apertura es una idea que debe ser recuperada de su confiscación por el lenguaje neoliberal de la década del noventa para legitimar el poder de las transnacionales. Apertura significa conexión, articulaciones, vínculos, capacidad de comunicación interpersonal y entre grupos. Significa “hibridez” y “mezcla” como figuras virtuosas, apelando al lenguaje que utilizan Hardt y Negri (más allá de acuerdos y desacuerdos, más allá de críticas y debates posibles sobre su producción). De hecho, es evidente como los agentes políticos del capitalismo levantan continuamente muros de separación (físicos y simbólicos) generando dinámicas de apartamiento y apartheid (no es preciso insistir en los paradigmáticos casos de Estados Unidos en relación a México o de Israel en relación al pueblo Palestino). Como en toda transición sistémica, en este contexto específico de emergente revolución informacional, no existen brújulas en la nave-
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gación. Pero pensar en alternativas en la actualidad remite a la potencialidad de los movimientos sociales –sin entrar aquí en discusiones sobre la pertinencia de la categoría– y su capacidad de desplegarse no solo en el terreno de las prácticas sociales para defender o impulsar derechos sociales (en un sentido múltiple), sino en lo antes aludido, en el terreno de las batallas simbólicas que se libran regularmente para generar sentidos de sociedad. América Latina sigue siendo un laboratorio en tal sentido y han aparecido en 2011 rebeliones varias aquí y allá a nivel global. No dejan de ser, sin embargo y por el momento, lógicas de resistencia y no alternativas consistentes y tampoco se pueden sobreimprimir cargas históricas de emancipación. La agenda de los movimientos sociales implica –como nunca antes– capacidad de generación de conocimiento para su actuación y formación para integrar colectivos, para pensar las nuevas realidades, para desarrollar alternativas. Huelga señalarlo pero como siempre ocurrió en el capitalismo, los trabajadores de los enclaves viven la necesidad de vender su fuerza de trabajo. Pero peor que vivir en una prisión es no advertir que se vive en una prisión, naturalizar que no hay un afuera posible, al menos de conexión con situaciones similares. En relación a movimientos sociales y formación, dicho en muy grandes trazos, aparece al menos dos niveles. Uno es el básico: la articulación de sectores sociales distintos, la incorporación de trayectorias de vida diversas, sugiere capacidades cognitivas igualmente diferentes lo que lleva a la necesidad de establecer bases mínimas para desarrollar capacidad de captación de la realidad. Un segundo nivel es el desafío de reconectar el conocimiento técnico con un proyecto sociopolítico frente a tendencias que enfatizan el conocimiento como puramente instrumental y práctico. No es novedad que en América Latina, el Movimiento Sin Tierra de Brasil es el que tiene mayor desarrollo relativo en cuanto a esta dimensión clave. Y algo que tiene claro es que los agrónomos y veterinarios que necesita no son los formados para actuar en el agronegocio. Otro punto a considerar en relación a lógicas de resistencia frente a los enclaves, es la necesidad de incorporar el punto como agenda de los procesos de integración regional. El sindicalismo puede tener su incidencia en tal sentido, si logra escapar de lógicas burocráticas y corporativistas (en ocasiones, directamente corruptas) que aquí y allá
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aparecen, si logra reconstituirse como movimiento de trabajadores y si logra establecer verdaderas conexiones transnacionales entre trabajadores (y no reducirse a encuentros de cúpulas que meramente negocian y firman declaraciones al final de un encuentro). Como se vio a lo largo del trabajo, la forma enclave habilita como ninguna otra, la transferencia directa de excedente, dependiendo del caso no necesariamente cuantificado, no necesariamente visible, hacia los centros de acumulación global. En condiciones en que las universidades desgraciadamente aportan cada vez menos insumos para pensar estos temas y alternativas sociales –de hecho, muchas veces sus unidades académicas de Ciencias Sociales se transforman en meras unidades de negocios– tomar conciencia colectiva de implicancias, modalidades de los enclaves económicos, visualizarlos en clave comparativa, colaborar en lo posible en las potencialidades de resistencia, constituye un primer paso en un largo camino.
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En este trabajo, se utilizará el concepto de poder simbólico en el sentido de Bourdieu (2005). Para una revisión del concepto de enclave en la década del setenta, Véase: Zapata, 1977. Para un breve repaso de su uso y la necesidad de pensarlo bajo las condiciones de la década del noventa en adelante, véase, por ejemplo, Martínez Aparicio, 2007. Remitimos a los propios autores y al trabajo ya mencionado (Falero, 2006) donde se desarrolla una sistematización de los principales planteos. También aquí cabría mencionar una amplia bibliografía, dentro de ella, Véase: Haesbaert, 2004. Aquí pueden ubicarse numerosos autores que pueden tener posturas diversas entre sí como son Antonio Negri, Michael Hardt, André Gorz, Paulo Virno, Yann Moulier Boutang, Carlo Vercellone, Antonio Lazzarato entre otros. Obviamente más que aludirlos, no es posible entrar aquí en mayores consideraciones teóricas. Algunos debates implicados se trabajaron en Falero, 2011. Entre los muchos artículos disponibles como fuente, puede consultarse dentro de los recientes el de “Paraísos turísticos, construidos sin derechos” de Ernest Cañada, www.rebelion.org, 9 de febrero de 2011. Fuente: documento “Las zonas francas de exportación en América Latina y el Caribe: sus desafíos en un mundo globalizado” de Jaime Granados, presentado a la Segunda Conferencia conjunta del BID y del Centre D’Etudes Prospectives et D’Informations Internationales, 6 y 7 de octubre de 2003 en Washington. Véase: “La importancia del impacto del TLC en la industria maquiladora en América Latina”, Carrillo, 2000.
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Se sostiene esta definición considerando el caso del “Centro Técnico de Delphi” (o Mexican Technical Center) en Juárez que supone la coordinación de alrededor de 57 plantas y cerca de 75 000 empleados en México, sobre el cual se hace un estudio particular. Subcontratación puede tener un sentido amplio o estricto. El sentido aquí colocado es amplio, identificándose con toda operación económica o de organización empresarial más allá del instrumento jurídico utilizado. Cifra manejada en el documento de Verónica Uribe-Echevarría y Gabriela Morales “Atendiendo a los clientes de los clientes. La industria del call center y sus condiciones laborales”, Departamento de Estudios, Dirección del Trabajo, Santiago de Chile, 2010. Ley No. 19.921 del 17.11.1987. Los elementos que se mencionan corresponde al artículo 2, según redacción dada por el art. 65 de la ley 17.292 del 15.01.2001. Véase el trabajo de Gereffi, Castillo y Fernandez-Stark (2009) y el documento sobre call centers antes mencionado.
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¿Qué y quiénes forman el lobby proisraelí y cómo actúan? WILLIAM ESPRONCEDA RODRÍGUEZ
Dentro del sistema político capitalista los grupos de presión1 desempeñan un papel clave en la formulación de las decisiones políticas.2 Delimitar la influencia de dichos grupos en los Estados Unidos, adquiere un interés adicional por la importancia de este país en el contexto internacional. Particularmente el estudio sobre el lobby proisraelí y su influencia en la política exterior3 adquiere relevancia especial, teniendo en cuenta que este lobby es considerado uno de los más influyentes en la configuración de la política estadounidense. La actividad del lobby proisraelí no difiere del comportamiento de otros lobbies en los Estados Unidos; su objetivo: asegurarse una posición estratégica en los distintos centros de decisiones políticas. Por tal motivo los grupos de presión participan en las campañas electorales mediante el financiamiento de sus candidatos y la movilización de su base electoral, en la búsqueda de relaciones con miembros del Congreso y el ejecutivo, luego en la conformación de los proyectos leyes de su interés y además influyen en los medios de comunicación, etc. En la actualidad el número de grupos de presión y de cabilderos adquiere un peso significativo en el sistema político estadounidense y de la sociedad en su conjunto. La heterogeneidad en cuanto a es-
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tructura social, racial, étnica, regional; unida a los diversos intereses creados en una sociedad que no limita el surgimiento y despliegue de los grupos con intereses políticos, condiciona el grado de importancia de estos grupos. Los grupos de presión ejercen una influencia considerable por varias razones. La primera de ellas es su carácter legal ya que dichos grupos no operan en secreto, salvo algún acto de soborno o incumplimiento de las normas legales4 que regulan su actividad, sino que actúan libremente en sus actividades de cabildeo o lobbying5 como vía de acceso a las decisiones políticas. Otra de las razones, la constituyen las costosas campañas electorales que en los Estados Unidos exigen de amplias y diversas fuentes de financiamiento, cuestión esta que aprovechan los grupos de presión para influir en los candidatos de su interés. También habría que agregar la limitada representación de los partidos políticos para encausar los diversos intereses grupales y sociales. La especificidad del lobby proisraelí radica en la eficacia de su influencia, para ello cuentan con uno de los grupos de presión más influyentes en Washington, el Comité de Asuntos Públicos Israelo-Estadounidense (AIPAC, por sus siglas en inglés), una alta organización política de la comunidad judía estadounidense, una eficaz coordinación de grandes sumas de dinero para las campañas electorales, influyentes tanques pensantes e intelectuales y políticos neoconservadores, medios de comunicación y la activa participación del movimiento religioso denominado sionismo cristiano. Si bien la mayor parte de los individuos que conforman el lobby proisraelí son judíos estadounidenses, el término lobby judío no es el más adecuado. Existen personas que dedican parte importante de su tiempo y vida profesional para influir en la política exterior de los Estados Unidos hacia Israel, y sin embargo no son judíos. Por ello, la identificación del lobby proisraelí no se define a partir del carácter étnico o religioso, sino a partir de la definición del programa político. Teniendo en cuenta que muchos de los grupos claves sí ejercen actividades de cabildeo y la utilización del término lobby israelí está acuñada en la lengua corriente, se empleará la expresión, lobby proisraelí, como abreviatura oportuna para designar una amplia y dispar coalición de individuos y organizaciones que trabajan activamente para conformar la política exterior estadounidense e imprimirle una dirección claramente proisraelí.6
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Al mismo tiempo, se hará referencia a la distinción acuñada por Mitchell Bard7 entre lobby formal –que conforma a organizaciones, grupos e individuos proisraelíes que despliegan actividades de cabildeo formalmente organizadas– y lobby informal, que refiere a la influencia ejercida sin actividad de cabildeo. Dentro del lobby formal se centrará la atención en AIPAC, por ser el grupo de presión más influyente, y se agrupará dentro del lobby informal a diversos tanques pensantes, los neoconservadores, el movimiento sionista cristiano y los medios de comunicación.
Influencia del lobby proisraelí formal. El caso de AIPAC El lobby proisraelí no es un movimiento compacto y organizado jerárquicamente, sino que a su interior existen disímiles grupos, organizaciones e individuos que a menudo discrepan entre sí. Algunos de ellos, los más influyentes, mantienen una postura poco flexible en torno al conflicto con Palestina, mientras otros grupos abogan por una solución biestatal del conflicto. Entre las organizaciones y grupos de mayor influencia que componen el lobby formal sobresalen AIPAC y la Conferencia de Presidentes de las Organizaciones Judías de los Estados Unidos. Ambas, junto a la Organización Sionista de los Estados Unidos (ZOA, por sus siglas en inglés) se destacan por sus posturas de línea dura cercanas al partido del Likud. De las tres, AIPAC es por mucho la más influyente, el New York Times lo califica como la organización de mayor importancia para las relaciones entre Estados Unidos e Israel.8 Su poderío no solo es comparable con los grupos proisraelíes, sino también con los grupos de presión más poderosos dentro del sistema político de los Estados Unidos. La revista Fortune en 1997 les pidió a los miembros del Congreso y a sus asesores que enumeraran jerárquicamente a los grupos de presión, según su grado de influencia. AIPAC fue catalogado como el segundo más poderoso; asimismo fue en un estudio realizado por el National Journal, en la que AIPAC se situó también en un segundo puesto.9 AIPAC tiene su antecedente en el Consejo Sionista Estadounidense, cuando era dirigido por I. L. Si Kenen; se reorganiza entre
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1953 y 1954 como un grupo de presión estadounidense y lo rebautizan como Comité de Asuntos Públicos Israelo-Estadounidense (AIPAC) en 1959. A diferencia de otras organizaciones, AIPAC, se ha dedicado a la lucha contra el antisemitismo y a favor de los judíos en Israel, se ha concentrado en la profundización de las relaciones entre Estados Unidos e Israel, por ello, la misión fundamental de AIPAC es cabildear en el gobierno de los Estados Unidos con el objetivo de que se aprueben legislaciones que refuercen las relaciones entre este país e Israel.10 AIPAC se autodefine como una organización no partidista, por lo que trabaja activamente con candidatos demócratas, republicanos e independientes con el fin de lograr sus propósitos. Este grupo de presión está conformado por más de 85 000 miembros y presenta una estructura organizativa bastante centralizada conformada por una Junta de supervisores, un staff de cien personas con siete oficinas regionales y un presupuesto de más de 40 millones de dólares. Como parte de sus actividades públicas AIPAC realiza la Conferencia Política Anual para tratar los temas que centran su interés: fortalecer y acrecentar las relaciones entre Israel y Estados Unidos, evitar el fortalecimiento militar de sus enemigos regionales, aislar al gobierno palestino, preparar a la siguiente generación de líderes proisraelíes, etcétera. En la Conferencia Política de AIPAC participan fundamentalmente prestigiosos académicos, tanques pensantes y centros de investigación, además de diversas personalidades políticas israelíes y estadounidenses desde congresistas hasta el mismo presidente y primer ministro israelí del momento. Barack Obama pronunció su primer discurso relevante sobre política exterior en dicha conferencia ante 7 000 delegados “Sé que cuando visito AIPAC estoy entre amigos, amigos que comparten mi firme compromiso en cuanto a garantizar que el lazo entre Estados Unidos e Israel sea indestructible hoy, mañana y siempre”.11
Influencia en el Congreso El Congreso de los Estados Unidos ha sido el lugar más recurrente por los grupos de presión para lograr sus objetivos. AIPAC no ha
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sido la excepción. Mediante el cabildeo a los distintos congresistas, apoyo a sus campañas electorales, la creación de borradores para los proyectos de ley, el uso de los medios de comunicación y un sistema efectivo de relaciones personales con los legisladores, han sido los mecanismos fundamentales que este grupo de presión ha utilizado para influir en la política exterior de los Estados Unidos. Entre las vías o tácticas de influencia que AIPAC utiliza para conformar o reforzar una percepción favorable hacia Israel, se encuentra la entrega a los miembros del Congreso de su boletín quincenal, Near East Report12 con el objetivo de mantener informado a los congresistas de sus puntos de vista sobre Israel y el Medio Oriente. La página Web de AIPAC, constituye otro mecanismo eficaz para influir en el Congreso, mediante la comunicación de los ciudadanos afines a la política del lobby con los congresistas. Aunque la labor de cabildeo de AIPAC se despliega en el Congreso como un todo, se concentra en aquellos legisladores que ocupan puestos en los Comités de su interés, por ejemplo, en la Cámara de Representantes priorizan su atención en el Comité de Relaciones Internacionales, en el cual se deciden los proyectos de ayuda exterior tanto económicos como militares.13 Otra de las razones que explican la elevada eficacia de AIPAC en la actividad de cabildeo en el Congreso, lo constituye la débil influencia del lobby árabe. Sin una contrapartida más o menos equilibrada dentro del campo del cabildeo, AIPAC se ha encontrado libre en el ejercicio de la presión y/o influencia a los congresistas estadounidenses, en la cual a menudo solo escuchan el punto de vista proisraelí en los asuntos relacionados con el Medio Oriente. El grupo de presión árabe más influyente en el Congreso estadounidense es la Asociación Nacional de Árabes-Estadounidenses (NAAA, por sus siglas en inglés) fundada en 1972.14 La NAAA destaca los beneficios para los Estados Unidos de una relación estrecha con los Estados árabes, a la vez que divulga lo perjudicial que significa para los Estados Unidos y para el contribuyente las políticas proisraelíes. A pesar de la notable influencia de AIPAC no siempre ha tenido éxito, en ocasiones ha entrado en contradicción tanto con el Congreso como con el ejecutivo, y a pesar de sus presiones y/o influencias, las decisiones políticas han tomado un rumbo contrario a sus intereses.15 Si bien AIPAC ejerce una efectiva influencia en el Congreso y
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en la Presidencia, también el aparato legislativo y ejecutivo se sirve de este en la elaboración de políticas, con lo cual evidencia también la convergencia de intereses, entre políticos y cabilderos, entre la concepción sobre la política exterior de los Estado Unidos hacia Israel y el Medio Oriente con el interés de AIPAC.16 Es decir, si el Congreso o el Presidente acuden a AIPAC para facilitar su trabajo político, burocrático y lograr la aprobación de determinadas leyes –práctica frecuente entre los políticos y los grupos de presión en los Estados Unidos– entonces no puede sostenerse como afirman Mearsheimer, Walt, Petras y otros autores que existe un sobredimencionamiento de AIPAC sobre la política exterior de los Estados Unidos.
Influencia en la Casa Blanca Aunque concentrado en el Capitolio, espacio por excelencia de los grupos de presión, AIPAC también dedica parte de sus esfuerzos cabilderos en la Casa Blanca. Las vías por las cuales ejerce su influencia también son varias: financiamiento en las campañas presidenciales, presencia de personal proisraelí en puestos claves e influencia de su base electoral. La relevancia del voto judío se maximiza en las elecciones cerradas, las elecciones presidenciales de 1960 fueron un caso ilustrativo. Kennedy, candidato demócrata, recibió el 82% del voto judío que finalmente lo ayudó en la victoria electoral, teniendo en cuenta que su ventaja en las urnas sobre el candidato republicano, Richard Nixon, apenas fue de 1%. El propio Kennedy consciente de ello expresó: “Sé que he sido elegido gracias a los votos de los judíos americanos. Les debo mi elección. Dígame lo que debo hacer por el pueblo judío”.17 La importancia del voto judío adquiere mayor relevancia teniendo en cuenta su concentración en estados claves para el voto electoral como New York, New Jersey, Florida, Massachusets, Maryland, Connecticut y California, que a su vez se encuentran entre las principales entidades abstencionistas. Estos factores, unidos a la gran cohesión y disciplina en el voto, que se expresa en el 90% de participación electoral de los judíos estadounidenses, ampliamente sobrepasado por el 50% de participación en las urnas del resto del electorado a nivel nacional.
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Como tantos otros lobbies en los Estados Unidos, AIPAC no solo ejerce influencia en el Congreso y el ejecutivo, sino que interviene en su conformación. Para ello mantiene una presencia activa en el financiamiento de las campañas electorales, no como donantes, sino como coordinador de grandes sumas de dinero para los candidatos afines a sus políticas en relación con Israel y el Medio Oriente. Utilizando varias fuentes de información, que incluyen testimonios de antiguos congresistas, Mearsheimer y Walt llegaron a la conclusión que la vía utilizada por AIPAC para influir en las campañas electorales se establece a través de la conexión que logran los cabilderos entre las fuentes de financiamiento y los candidatos. Es decir, “AIPAC examina a los candidatos potenciales y concierta los encuentros que puedan tener con los donantes y fuentes de financiamiento potenciales, además de proporcionar información al número cada vez mayor de CAP proisraelíes”.18 La reforma sobre las finanzas electorales introducidas en el Congreso por el senador y ex candidato presidencial Jhon Macain y Coauspiciado por el senador Russ Feingold de Wisconsin, ha favorecido el despliegue financiero coordinado por AIPAC, en la medida que esta reforma permite el aumento de 1 000 a 2 300 dólares que los candidatos pueden recibir por parte de los donantes. Este incremento en las donaciones vino acompañado de la duplicación de “los fondos que los candidatos pueden recibir no importa dónde residan los donantes. Una candidato en Iowa, digamos, puede tener solo unos pocos electores favorables a Israel. Si el apoyo a la campaña es suministrado por una red nacional de CAP proisraelíes, ese candidato puede ser más fácilmente persuadido a apoyar políticas requeridas por Tel Aviv”.19 Teniendo en cuenta la cantidad de dinero aportado por la comunidad judía, los numerosos CAP proisraelíes y el bajo porcentaje de la población judía se hace evidente la sobrerepresentación judía en las campañas electorales.20 El lobby en la administración de Barack Obama El vínculo del presidente Barack Obama con el lobby proisraelí ratifica la política bipartidista del lobby y demuestra que su influencia en la conformación de la política exterior estadounidense, hasta hoy, no se ha determinado por quién ocupe el poder en la Casa Blanca. El
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vínculo de Obama con la comunidad estadounidense favorable a Israel, se mantiene desde los primeros años como senador del Estado de Illinois.21 Ciertamente su inclinación proisraelí no es actitud reciente, en una carta dirigida al ex presidente Bush en junio de 2008 Obama le manifiesta: “el principio fundamental de la política de los Estados Unidos hacia el Medio Oriente debe ser el inquebrantable compromiso con la seguridad de Israel.22 Posteriormente al anuncio de su candidatura, como se mencionó anteriormente, Barack Obama pronunció su primer discurso de importancia sobre política exterior ante la audiencia de AIPAC en la Conferencia Política Anual en Chicago; de esta manera hacía manifiesta la importancia que le atribuía al influyente lobby y a la seguridad del Estado de Israel, a la vez que garantizaba el financiamiento para su campaña. Desde la campaña electoral Obama se fue nucleando con figuras sionistas como David Axelrod, jefe de la política estratégica desde el 2002 y arquitecto de su campaña presidencial y con Bettilu Salzman. La base financiera de Obama incluyó a algunos de los más ricos judíos estadounidenses, entre ellos Lester Crown quien afirmara: “Desde el momento que me encontré con él, las veces que hablamos sobre Israel, y lo hicimos en varias ocasiones, siempre fue un ardiente patrocinador de la posición defensiva de Israel en relación a la seguridad”.23 Con el ascenso al poder de Obama los neoconservadores de la administración Bush dejaron de ocupar los puestos claves en el ejecutivo, por lo que parecía entonces que la política proisraelí, al menos desde dentro de la administración se atenuaría. Sin embargo, otras caras y nombres han reemplazado a los neocons y su política proisraelí. El nombramiento del sionista Dennis Ross como máximo responsable de la política exterior estadounidense hacia el Medio Oriente, ratificó la continuidad proisraelí de la administración Obama. Después de participar como enviado especial de la administración de William Clinton hacia Oriente Próximo, Dennis Ross se integró al tanque pensante proisraelí nombrado “Washington Institute for Near East Policy” (WINEP) fundado por AIPAC. Un vínculo directo de Ross con Israel se realiza a través de su cargo como Presidente del Instituto para Planificación de Políticas del Pueblo Judío (Jewish People Policy Planning Institute) financiado por la Agencia Judía.
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Otro de los sionistas clave al inicio de la administración lo constituyó Rahm Emmanuel, quien fuera nombrado por Obama en el puesto de jefe de gabinete de la Casa Blanca. De origen israelí, Emmanuel participó como voluntario en la Guerra del Golfo en 1991 garantizando la defensa de Israel de un posible ataque preventivo de Irak. Su vínculo directo con el lobby se ejecuta a través de su membresía en el WINEP. A continuación se presenta a un grupo de sionistas colocados en puestos claves en la administración Obama que fuera proporcionada por la Jewish Telegraph Agency, principal agencia de prensa al servicio de las publicaciones sionistas en los Estados Unidos:24 Richard Holbrooke enviado especial de Obama para Afganistán, preside el grupo especial United Against a Nuclear Irán (Unidos contra un Irán Nuclear); George Mitchell enviado especial de Obama para la resolución del conflicto Israelo-Palestino, pertenece al grupo sionista Bipartisan Policy Center; Dan Shapiro y Puneet Talwar son colaboradores de política sobre Oriente Próximo en el Consejo de Seguridad Nacional. Shapiro elaboró el discurso pronunciado por Obama ante la Conferencia Política Anual de AIPAC y Talwar fue miembro del gabinete de Joe Biden siendo este senador. Eric Lynn designado para un puesto en La Casa Blanca relacionado con la política para el Oriente Próximo, comenzó su carrera como becario de AIPAC y continuó como miembro del gabinete del congresista Peter Deutsch, uno de los congresistas más comprometidos con Israel; James Steinber y Jacob Jack fueron colocados como delegados de Hillary Clinton en el Departamento de Estado. Cass Sunstein fue nombrado jefe de la oficina de información y asuntos normativos de la Casa Blanca, órgano esencial de la propaganda de la administración; Rand Beers es consejero del Departamento Estatal Homeland Security (equivalente a un Ministerio del Interior), fue el principal asesor de Seguridad Nacional de John Kerry en su campaña electoral de 2004; Lee Feinstein es asesor principal de Hillary Clinton; Susan Rice, quien firmara un documento elaborado por el WINEP que clamaba un embargo y un eventual ataque a Irán, fue nombrada por Obama como representante de los Estados Unidos ante la ONU, y por último tenemos al vicepresidente Biden quien afirmó públicamente “Soy un sionista”. No solo destacados sionistas ocupan puestos claves en la administración, sino que el acceso de voces disidentes en relación con una
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postura proisraelí es bastante difícil; la dimisión del veterano diplomático y funcionario de inteligencia, Charles Freeman, para dirigir el Consejo Nacional de Inteligencia (NIC) por haber mantenido puntos de vista diferentes constituyó un ejemplo notorio.25
Influencia del lobby informal en la política exterior de los Estados Unidos hacia el Estado de Israel El papel de los neoconservadores y tanques pensantes proisraelíes El surgimiento del movimiento neoconservador, no es coincidente en el tiempo ni en las causas con los individuos, grupos y organizaciones que conforman el lobby formal proisraelí; sin embargo, los une un interés común: Israel. Por ello, el neoconservadurismo será catalogado como parte del lobby informal, en la medida que ha influido en la conformación de la política exterior estadounidense en un sentido favorable a Israel. El neoconservadurismo, que adquiere relevancia académica y sobre todo política a partir de los atentados del 11 de Septiembre, ha formado parte de esa amplia y dispar coalición de individuos y organizaciones que tienen como uno de sus objetivos fundamentales moldear la política exterior estadounidense de un modo favorable a Israel, es decir, del lobby proisraelí. Aunque no todos los neocons son judíos, forman parte del lobby que, como se ha expresado, se define por su programa político y no por su carácter étnico o religioso. Los neoconservadores son un producto del movimiento judeotrotskysta estadounidense de la década de 1930, el que años después entre 1950 y 1970 se convertiría en un movimiento comunista-liberal, para finalmente transformarse en una vertiente del militarismo imperialista de derecha.26 La mayoría de los neocons no procedían de la élite del poder tradicional de Washington, sino de la academia y del mundo empresarial. Mayormente judíos, pocos pertenecían a los clubs sociales y políticos de los republicanos “que solían ser todavía ‘wasp’ (blancos, anglosajones y protestantes). No cabía duda de que eran ‘outsiders’, aunque habían sido adoptados ya, por los funcionarios de la ‘vieja guardia’ (…) tras el atentado [del 11 de Septiembre] eran los únicos
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del entorno presidencial que tenían un plan, estaban decididos a llevarlo a cabo y tenían la capacidad para hacerlo”.27 Muchos neoconservadores han mantenido una relación estrecha con el gobierno de Israel. En 1996 un grupo de neocons desde el Instituto de Estudios Avanzados de Estrategia y Política (IASPS) entregaron al recién nombrado primer ministro israelí Benjamin Netanyahu un documento en el que se aconsejaba, entre otros puntos, la anulación de los acuerdos de Oslo, la anexión de los territorios palestinos, el derrocamiento de Saddam Hussein y la utilización de Israel como parte del escudo anti-misil de los Estados Unidos. El documento titulado “Una ruptura limpia: una nueva estrategia para garantizar la seguridad territorial” (A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm),28 fue elaborado por un conjunto de neocons sionistas encabezado por Richard Perle, quien fuera posteriormente alto funcionario del Pentágono en la administración de G. Bush y otros siete sionistas entre los cuales se encontraban David Wurmser y Douglas Feith, que también se ubicaron en altos cargos gubernamentales. La centralidad sobre Israel constituye una característica de la agenda de estos Tanques Pensantes y aunque son instituciones que se encuentran separadas entre sí, sus juntas directivas e investigadores son, en no pocos casos coincidentes; por lo que se superponen y se refuerzan mutuamente, es decir, un neocons puede ser director o investigador de más de un Tanque Pensante a la vez. Existen estrechas conexiones entre los neoconservadores a través de un conjunto de Tanques Pensantes bien financiados, donde el estudio y divulgación de la realidad sobre el Medio Oriente y en especial, las relaciones entre los Estados Unidos e Israel constituyen prioridad académica y política. A continuación se reseñan los ejemplos más relevantes. El Instituto Washington para la Política de Oriente Próximo (WINEP) fue fundado en 1985 por la directiva de AIPAC con el objetivo, según se divulga en su página Web, de ayudar a una comprensión adecuada sobre el Medio Oriente que contribuya al interés nacional de los Estados Unidos, mediante la divulgación de ideas que sirvan de soporte al proceso de formulación de políticas. En tal sentido la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice afirmó: “este lugar realiza una importante labor… las ideas y análisis que se producen aquí son particularmente valiosas en la actualidad”.29 Sin em-
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bargo, difícilmente podría creerse que el WINEP realiza un análisis objetivo sobre el Medio Oriente, teniendo en cuenta su relación estrecha con AIPAC y los sionistas que lo conforman: Martin Indyk (exsubdirector de AIPAC), Richard Perle, Mortimer Zuckerman, entre otros. El Centro para la Política de Seguridad (CSP) fundado en 1988 por el neocons Douglas J. Feith (secretario adjunto de Defensa en la administración de George Bush) basa su poderío, sobre todo en la presidencia de Bush hijo, en el liderazgo de importantes influyentes neocons proisraelíes ubicados en altos puestos en el Departamento de Defensa, la CIA y el Departamento de Estado como Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, David Wurmser, Elliot Abrams, Zalmay Klalizad y John Bolton.30 El Instituto de la Empresa Estadounidense (AEI) se encuentra entre los Tanques Pensantes más influyentes, fundado en 1943 con otro nombre, ha tratado de construir una institución que equilibre la influencia del establishment intelectual liberal; para ello el AEI se nutrió desde sus inicios de destacados conservadores como, Jean J. Kirkpatrick y a partir de los años setenta, con destacados neoconservadores proisraelíes, entre los cuales se destacó el judío y uno de los padres fundadores del neoconservadurismo, Irving Kristol.31 El Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés), fue fundado en 1997 bajo la presidencia del destacado neocons William Kristol (hijo de Irvin Kristol) con el objetivo de promocionar el liderazgo mundial de los Estados Unidos. En la nómina del PNAC se encuentran exmiembros de la administración de George Bush: Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Jeb Bush, Richard Perle, Richard Armitage, Dick Cheney, Lewis Libby y Zalmay Khalilzad. La ideología y el programa político neoconservador no coinciden en muchos aspectos con las posturas liberales de la mayoría de los judíos que conforman la comunidad judía estadounidense, pero sí con el sector ortodoxo y algunos de los grupos de presión y organizaciones más conservadoras: la Organización Sionista Ortodoxa (ZOA), la Coalición Judía Nacional (NJC) y el AIPAC. El posicionamiento de los neocons no solo se sitúa en influyentes tanques pensantes, sino también tuvo una presencia notable en los dos mandatos de George W. Bush, con influencia en la conformación de la política exterior estadounidense, en particular hacia el Medio Oriente.
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Paul Wolfowitz, de padres judíos polacos, constituyó uno de los neocons más influyentes al ocupar el puesto de Secretario Adjunto de Defensa. Desde esta posición se convirtió en uno de los arquitectos de la guerra contra Irak, su postura proisraelí se multiplicó en Tanque Pensantes como el WINEP y el PNAC. Douglas Feith, cofundador del CSP y vinculado al JINZA, formó parte del grupo neocons ubicado en el Pentágono en el puesto de Subsecretario Adjunto bajo el amparo de Wolfowitz. Sus vínculos políticos con Israel se remontan desde su trabajo como asesor del exprimer ministro Benyamin Netanyahu. Como Subsecretario del Departamento de Estado fue ubicado otro neoconservador, John Bolton, vinculado al AEI, PNAC, CSP y al JINZA, quien a su vez nombró como su asesor principal a David Wurmser, otro neocons con relación en diversos tanques pensantes (AEI, MEF y CSP) y exasesor de Netanyahu. Además su “esposa, Meyrav, que es ciudadana israelí, fue cofundadora junto con el coronel Yigal Carmon, antiguo miembro de los servicios de inteligencia israelíes) del Instituto de Investigación Mediática de Oriente Medio (Memri), que ha actuado en los Estados Unidos como conducto propagandístico de la derecha israelí”.32 Otros neocons ubicados en puestos claves son Elliot Abrams (Instituto Hudson, PNAC, CSP) quien fue jefe de la región del Medio Oriente en el Consejo de Seguridad Nacional y James Woolsey (PNAC, CSP, JINSA) antiguo director de la CIA. Richard Perle, otro neoconservador bien posicionado en el ejecutivo de la administración Bush como presidente de la Junta de Política de Defensa del Pentágono y con múltiples vínculos con diversos Tanques Pensantes (AEI, CSP, Instituto Hudson, JINZA, PNAC, WINEP), se ha destacado por ser un ferviente sionista. Amigo personal de Ariel Sharon es también miembro del consejo de redacción del The Jerusalem Post. William Kristol (PNAC, AEI, y director de la revista Weekly Standard), la difunta Jeane Kirkpatrick (PNAC, AEI, JINZA, WINEP) y Norman Podhoretz (Revista Comentary, PNAC, Instituto Hudson), son otros ejemplos. Las interrelaciones descritas entre los neoconservadores no son muestras de una conspiración, sino más bien del despliegue de una corriente conservadora, como tantas otras vertientes del conservadurismo estadounidense como los Libertarios, los Tradicionales, la Nueva Derecha, la Derecha Cristiana, etc.
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El papel del movimiento Sionista Cristiano Para 30 millones de evangelistas estadounidenses, el apoyo al Estado de Israel no está basado en la importancia geopolítica y estratégica de ese país para los Estados Unidos, ni con la lucha contra el terrorismo; sino con la relevancia religiosa de Israel como parte central del retorno de Jesús Cristo. La identificación religiosa con Israel, y particularmente con el sionismo, de un sector evangélico estadounidense dio lugar al surgimiento del Sionismo Cristiano a finales del siglo XX y con ello reforzó la influencia del lobby proisraelí. El Sionismo Cristiano, constituye un subconjunto del más amplio movimiento religioso conservador conocido como la Derecha Cristiana y que “desde dentro del protestantismo evangelista (casi exclusivamente anglosajón) visualiza el actual moderno Estado de Israel como el cumplimiento de una profecía bíblica, (…) como algo merecedor de apoyo religioso, político y financiero”.33 El Sionismo Cristiano surgió a partir de la corriente teológica nombrada dispensacionalismo, la cual, dicho brevemente, plantea que la humanidad ha de pasar por siete pruebas divinas, después ocurriría el Armagedón y finalmente el retorno de Cristo, y para ello Israel es central; por lo que sus seguidores deben apoyar todo lo que favorezca la supervivencia del Estado israelí. El movimiento sionista cristiano no se encuentra disperso, sus miembros se han aglutinado en una serie de organizaciones con el fin de apoyar al Estado de Israel: Cristianos Unidos por Israel (CUFI), la Embajada Internacional Cristiana de Jerusalén (ICEJ), la Coalición de Unidad por Israel, los Amigos Cristianos de las Comunidades Israelíes (CFIC), la Sociedad Internacional de Cristianos y Judíos (IFCJ) y Stand for Israel, entre otras organizaciones de menor influencia. Una de las organizaciones sionistas cristianas más influyentes, el CUFI, se fundó en Washington en 2006 bajo el liderazgo del telepredicador John Hagee y la dirección de David Bros, asistente parlamentario y primo del exprimer ministro israelí Ehud Barak. Durante el banquete inaugural participaron 3 500 evangélicos, el pastor Jerry Falwell, quien fuera el líder del influyente movimiento evangélico Mayor Mayority, el exembajador de Israel, el exJefe del Estado Mayor y varios congresistas estadounidenses. La conexión del CUFI con el Congreso se estableció a partir de la creación del Israel Allies Caucus por los congresistas miembros de
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esta organización, que aunque en ella existen varios demócratas, lo conforman fundamentalmente congresistas republicanos. Esta conexión entre el CUFI y los políticos estadounidenses demuestran nuevamente, que si bien el lobby ejerce una influencia considerable, a la misma vez existen decidores políticos que comparten sus intereses. Es decir, no podría decirse que el congresista republicano Dave Weldon, el demócrata Eliot Angel, el senador Rick Santorum, entre otros, han sido presionados para que adopten posturas favorables a Israel. Una de las vías de mayor eficacia de los sionistas cristianos en la divulgación de sus ideas religiosas, entre las que se incluye la centralidad del Estado de Israel, se despliega mediante los medios de comunicación; el pastor John Hagee es uno de los telepredicadores más influyentes: dos veces al día produce un talk-show trasmitido por una de las tres grandes redes mundiales evangélicas de televisión, la Trinity Broadcast Network, la cual es vista por 92 millones de hogares estadounidenses y trasmitida mundialmente.34 En su página web, John Hagee argumenta a partir de la lectura bíblica, siete razones por las que los cristianos deben ayudar a Israel, una de ellas refiere a la creación de Israel por Dios, mientras que otras naciones fueron creadas por los seres humanos.35 A pesar de la inferior influencia del sionismo cristiano en relación con otros grupos del lobby formal, este movimiento religioso ejerce un considerable condicionamiento en la conformación de la opinión pública, en un país donde los ciudadanos poseen una alta apatía política por los partidos políticos y en cambio se integran a las iglesias evangélicas con facilidad. Cuando la práctica religiosa se compatibiliza con el activismo político, como en el caso de los sionistas cristianos, la influencia en el sistema político estadounidense se multiplica a través de la cultura política y su despliegue electoral: no es un dato menor que los sionistas cristianos representaron un cuarto de los votos de George W. Bush. Los Medios de comunicación en la conformación de una opinión pública proisraelí Como parte de la estrategia para conformar una opinión pública favorable a los intereses de Israel y mantener su relación privilegiada
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con los Estado Unidos, se han creado una serie de organizaciones que actúan activamente para influir directamente en el público estadounidense, ya sea mediante la vigilancia, el boicot de medios de comunicación que contengan mensajes “hostiles” a Israel o la influencia ejercida a través de influyentes revistas como Commentary, Weekly Standard y New Republic. El Comité por la Exactitud en la Información sobre Oriente Próximo en los Estados Unidos (CAMERA), es una de las organizaciones del lobby encargada de mantener una estricta vigilancia sobre los comentarios, artículos o cualquier mensaje en los medios que se sea considerado hostil a Israel. La Conferencia de Presidentes también ha jugado un papel activo en la difusión de temas favorable a Israel, con la creación de Voces de América en Israel. Los grandes medios de comunicación sin que esto constituya una confabulación judía, influyen en la formación de un contexto favorable a las opiniones sobre Israel y en detrimento de otros países del Medio Oriente, en particular de Palestina. Diversos autores36 han escudriñado en el aparente diverso mundo de los medios y han revelado que muchos de los más influyentes pertenecen, en buena parte, a diversas familias judías y aunque esto es un hecho conocido no ha sido suficientemente divulgado. El capital judío tiene fuerte presencia en la Time Warner, considerado el mayor conglomerado de los medios de comunicación en los Estados Unidos, que incluye a CNN, la American Online (AOL) la mayor proveedora de servicios de Internet en el mundo, entre otras influyentes compañías. La Walt Disney Company, dirigida por el judío Michael Eisner desde 1984, es considerada la segunda gran compañía estadounidense, de la que forman parte varias empresas televisivas y de largometrajes. El judío Michael Eisner adquirió en 1995 ABC Inc., propietaria de la cadena de televisión ABC, ESPN deportes, History Channel y otras 10 estaciones de televisión, 225 estaciones afiliadas, 50 estaciones de radio y más de 7 900 programas radiales, entre otras acciones. Viacom es el número tres en la lista, produce y distribuye programas de televisión para las tres redes más grandes, es propietaria de 39 estaciones de televisión abierta con otros 200 afiliados en su totalidad propiedad de la CBS Television Network, es propietaria de 185 estaciones de radio en su grupo de radio de Infinity y cuenta con
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más de 1 500 afiliados a través de sus estaciones de CBS Radio red. Además produce películas a través de Paramount Pictures. El New York Times, aunque fundado en 1851 por dos gentiles, en 1896 fue comprado por Adolf Ochs un rico editor judío. En la actualidad se ha ampliado el número de propietarios y directivos judíos, encabezado por Arthur Sulzberger Jr. presidente de The New York Times Company. La familia Sulzberger es también propietaria, a través de The New York Times Co., de otros 33 periódicos, 8 canales de televisión y dos emisoras de radio. También publica el International Herald Tribune, el más ampliamente distribuido diario en inglés en todo el mundo y por si fuera poco el servicio de noticias del The New York Times trasmite noticias por cable a otros 506 diarios, agencias de noticias y revistas. El propietario del diario The New York Post, Meter Kalikow, es miembro de la Republican Jewish Coalition y otro judío, Mortimer Zuckerman, quien además es miembro de la Conferencia de Presidentes de las Organizaciones Judías de los Estados Unidos es dueño del diario New York Daily News y de la influyente revista U.S. News & World Report en la cual también funge como su editor. El Washington Post fue fundado en 1877 y tras varios dueños fue finalmente comprado en medio de la Crisis de 1933, en una subasta por quiebra por el judío Eugene Meyer. Su hija, Katherine Meyer, principal accionista y presidenta de la Junta, dirigió la Compañía hasta su muerte en 2001, para entonces fue nombrado su hijo Donald Graham quien fue editor del diario y presidente de su consejo de administración. De la misma manera otros judíos han estado posicionados en puestos claves de la Compañía, la cual posee otros diarios, canales de televisión y revistas como la influyente Newsweek. El Wall Street Journal es propiedad de Dow Jones & Company, Inc., la cual publica otros 33 periódicos. El presidente y director ejecutivo de la Compañía es el judío Meter R. Kann, quien además funge como editor del The Wall Street Journal. El judío Lawrence Kirshbaum dirige la división de publicaciones de AOL-Time Warner, una de las mayores distribuidoras de revistas del país, entre las que se encuentran Times, jerárquicamente una de las revistas de noticias de mayor importancia y está dirigida por otro judío, Norman Pearlstine y donde William Kristol –uno de los pesos pesados neoconservadores proisraelí– posee una columna propia.
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Consideraciones finales En el sistema político estadounidense, los grupos de presión se encuentran legalmente organizados, con acceso a la formulación de la toma de decisiones, con influencia en las campañas electorales, el Congreso y la Casa Blanca. Cuando uno de estos grupos de presión se encuentra bien organizado, fuertemente financiado, sus objetivos son socialmente aceptados, poseen una base electoral importante, ejercen una efectiva actividad de cabildeo y no poseen una fuerte oposición por parte de otro grupo de presión, ejercen una influencia desproporcionada en la toma de decisiones políticas. Tal es el caso del lobby proisraelí. Su efectividad es el resultado de una combinación de factores asociados a las características del funcionamiento del lobby y la favorable acogida de sus propuestas por parte de los decidores políticos. AIPAC, como parte clave del lobby formal, ha mantenido una ascendiente efectiva tanto en la rama legislativa como en la ejecutiva en esferas claves de influencia: a) en las campañas electorales a través de una elevada recaudación de fondos financieros, un gran apoyo hacia los candidatos proisraelíes por parte de la comunidad judía y la ventaja de contar con una base electoral disciplinada y con alta participación en los estados claves; b) en el Congreso ha logrado participar activamente en la toma de decisiones mediante la redacción de proyectos leyes, el mantenimiento de relaciones positivas con los congresistas y la coordinación efectiva de estos con la comunidad judía; c) en el ejecutivo AIPAC ha logrado articular una fuerte relación con la presidencia y ha mantenido vínculos con funcionarios proisraelíes ubicados en puestos claves. La diversidad en los modos de influencia ha sido una de las características del lobby, lo cual le ha permitido ampliar e intensificar su efectividad en el condicionamiento de la política exterior y la opinión pública estadounidense a favor de sus intereses. En esta ampliación del lobby se ha ubicado lo que se definió como parte integrante del lobby informal: neoconservadores y tanques pensantes, el movimiento sionista cristiano y los medios de comunicación. El sionismo cristiano ha jugado un papel clave en la conformación de una opinión pública favorable dentro de los Estados Unidos hacia el Estado de Israel, sobre todo en el sector evangélico. Además, los sionistas cristianos han tenido éxito en la vinculación de la práctica
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religiosa con el activismo político, en un contexto donde la apatía política es usual en el comportamiento electoral de los estadounidenses. La efectividad y amplitud del lobby proisraelí informal se vio reforzada con el surgimiento de los neoconservadores, quienes han dedicado una parte importante de su actividad intelectual y política a tratar de beneficiar al Estado de Israel, mediante su influencia en la política exterior estadounidense. El influjo neoconservador en la política exterior de los Estados Unidos se ha debido, por una parte, a su despliegue a través de un conjunto de importantes tanques pensantes, dentro de los cuales el compromiso hacia el Estado de Israel es notable, y por otra parte, a la influencia ejercida por un grupo de neocons que ocuparon puestos claves en la toma de decisiones en política exterior durante el gobierno de George W. Bush. En el lobby proisraelí informal se han creado una serie de organizaciones que se dedican exclusivamente a difundir en los medios de comunicación mensajes proisraelíes o a rastrear los contenidos mediáticos que consideran hostiles hacia Israel, como parte de la estrategia para conformar una opinión pública favorable a los intereses de Israel y mantener su relación privilegiada con los Estado Unidos. A la par, se encuentran grandes conglomerados mediáticos, que por tener buena parte de las acciones en manos de judíos, contribuyen a moldear la opinión pública estadounidense favorable al Estado israelí.
Notas 1
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Acercándonos a una definición de grupos de presión se pudiera plantear que estos son “organizaciones constituidas formalmente que se ocupan de las estrategias de persuasión, de cabildeo y de los sistemas de relaciones públicas con el objetivo de alcanzar determinadas influencias sobre las que gobiernan en función de los intereses del grupo”. Ver Carlos Cabrera (comp.): “Sociología Política”, en Selección de Lecturas, t. II, Editorial Félix Varela, 2004, p. 93. Sobre el papel de los grupos de presión véase, Paul S. Herrnson, Ronald G. Shaiko y Clyde Wilcox: The interest groups connection. Electioneering, lobbying, and policynalling in Washington; Chatham House Publishers. Inc. Chatham, New Jersey, 1998; Mancur Olson: La lógica de la acción colectiva. Bienes públicos y la teoría de grupos, Edición Limusa, S. A. de CU. Grupo Noriega Editores, 1992; Andrés; Congressional Quartily Inc.: The Washington lobby, Washington, D. C. 1987; Leon Dion: Los grupos y el poder político en los Estados Unidos, Editorial Grijalbo, S. A.,
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México, D. F., 1967; Andrew S. McFarland: Los grupos de presión en el congreso norteamericano (Common Cause), Ediciones Gernika S. A., 1ra. edición, 1987; James Q. Wilson: El gobierno de los Estados Unidos, Edición Limusa, S. A. de CU, Grupo Noriega Editores, 1992. Sobre la influencia del lobby proisraelí los profesores estadounidenses John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt publicaron en 2006 un polémico artículo titulado “The Israel lobby”, en el cual planteaban que la razón fundamental del colosal apoyo económico, diplomático y militar de Estados Unidos hacia Israel es debido a la influencia del lobby proisraelí. Según The New York Review of Books “Desde que la revista Foreign affairs publicó El choque de civilizaciones de Huntington, ningún ensayo había tenido un impacto igual”. Citado en contraportada del libro de John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt: El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, Taurus, Santillana Ediciones, S. L., 2007. En 1946 el Congreso aprobó el Acta Federal de Registro de Cabildeo (Federal Regulation of Lobbying), con el objetivo de hacer públicas las actividades de los grupos de presión a partir de su inscripción en el Congreso. Sin embargo, la idea de que mediante esta ley se regularía la actividad de los grupos de presión y los cabilderos no ha tenido los efectos prácticos deseados. El origen del término inglés lobbying proviene de las actividades que realizaban los grupos de presión en un salón o vestíbulo (lobby) del Congreso, sobre los miembros del gobierno con el objetivo de influir sobre ellos para lograr los intereses grupales. John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt: El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, Taurus, Santillana Ediciones, S. L., 2007, p. 189. Michel Bard: “The israeli and arab lobbies”, Jewishs virtual library, A division of the american-israeli cooperative enterprese, en http://www.jewishvirtual library.org/jsource/US-Israel/lobby.html Sitio web oficial de AIPAC, “AIPAC Home”, en http://www.aipac.org/ Mearsheimer y Walt: ob. cit., p. 197. AIPAC: What is AIPAC?, en http://www.aipac.org/en/About%20AIPAC Near East Report, Edición quincenal de AIPAC sobre la política en el Medio Oriente, 1ro. de noviembre-31 de diciembre de 2008, en http://www.aipac.org/ NearEastReport/index.html Este boletín contiene información detallada sobre todos los problemas que afectan a Israel en el Medio Oriente, las relaciones entre Estados Unidos e Israel, la divulgación de eventos y otras actividades. Ver su página web oficial “AIPAC publications”, en http://www.aipac.org/en/AIPAC%20Publications Paul Findley: The dare to speak out: People and institutions confront Israel`s lobby, Illinois: Lawrence Hill Book, Chicago, 1989, p. 68. Aunque con menor relevancia que la NAAA, existe un grupo de organizaciones árabes que también tratan de influir en la política exterior estadounidense: el Comité Anti-Discriminación Árabe Estadounidense (ADC). el Proyecto de Investigación e Información sobre el Oriente Medio, el Consejo de Asuntos sobre el Oriente Medio, Estadounidenses para Oriente Próximo de Ayuda al Refugiado, el Instituto Árabe Estadounidense y el Comité Estadounidense Palestino. Ejemplo: la venta de los aviones AWACS a Arabia Saudí en la administración Reagan, a pesar de las fuertes presiones de AIPAC. Tampoco AIPAC pudo
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impedir que se efectuaran las conversaciones de Camp David en 2000 con la participación de la administración de William Clinton, en las cuales se trató como posibilidad un acuerdo biestatal entre Israel y Palestina. El exsenador republicano Paul Findley describe cómo en el año 1983 el Presidente Ronald Reagan acudió al entonces director de AIPAC, Tomas Dine, para que mediante sus influencias se lograra aprobar la permanencia de los marines norteamericanos en el Líbano por un periodo de 18 meses. Finalmente, Reagan logró su objetivo con una votación favorable en el Senado de 54 a 46 votos gracias al cabildeo de AIPAC. Reagan agradeció a Tomas Dine su esfuerzo y éste le respondió “Nosotros tratamos de usar el teléfono, esto es parte de nuestro trabajo. Quisimos hacerlo y lo seguiremos haciendo”, en Paul Findley: “The dare to speak out: People and institutions confront Israel`s lobby”, Illinois: Lawrence Hill Book, Chicago, 1989, pp. 27-28. Edward Tivnan: The lobby, p. 56 citando la biografía sobre Ben Gurión de Michel Bar Zohar. Citado en Roger Garaudy. Los mitos fundacionales de la política Israelí, en http://www.librosgratisweb.com/libros/los-mitos-fundacionales-dela-politica-israeli.html, p. 81. Mearsheimer y Walt: ob. cit., pp. 258-259. Jeff Gates: “Como Israel se apoderó de la política exterior de EEUU, en http:/ /www.rebelion.org/noticia.php?id=88932&titular=c%F3mo-israel-seapoder%F3-de-la-pol%EDtica-exterior-de-ee.uu.-., 21 de julio de 2009. Ver The Nacional Jewish Population Survey 200-2001. Strength, Challenge and Diversity in the American Jewish Population, septiembre de 2003, en http:// www.jewishfederations.org/page.aspx?id=33650 Near East Report: “Victoria histórica. El presidente electo Barack Obama posee un fuerte vínculo con la comunidad que respalda a Israel”. Revista quincenal de AIPAC sobre la política en el Medio Oriente, en http://www.aipac.org/Publications/AIPACPeriodicalsNearEastReport/NER122008_ES_web.pdf Pág. 71 Carta del entonces senador por Illinois Barack Obama al ex presidente George Bush, 24 de junio de 2008, Documento en soporte digital. Citado en James Petras: “Barack Obama, el primer presidente judío de Estados Unidos”, en http://www.voltairenet.org/article158837.html Tomado de James Petras: Ídem. En su carta de renuncia al nombramiento, Freeman acusa al lobby proisraelí de orquestar una campaña difamatoria en contra de su gestión como diplomático en China y Arabia Saudita y sobre sus puntos de vista sobre Israel. Las presiones sobre Freeman se ejercieron a través de diversas críticas en diferentes medios, en la que AIPAC jugó un papel central, además se movilizaron una serie de congresistas entre los que se destacaron los senadores judíos-sionistas Schumer y Leiberman, mientras ningún funcionario de la administración Obama apoyó públicamente el nombramiento ni desmintió la campaña en contra de Freeman. “Towards a New Worl Order: America´s Neoconservatives”, Winter, 2004, en http: //www.eurolegal.org/useur/usneocon.htm William R. Polk: “La revolución neoconservadora en Estados Unidos, en http:/ /www.campus-watch.org/article/id/1012 A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm. The Institute for Advanced Strategic and Political Studies. July, 1996. Disponible en http://www. israeleconomy.org/strat1.htm
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Sitio web oficial de WINEP. “Our Programs ”, en programhttp://www. washingtoninstitute.org/templateC11.php?CID=22&newActiveSubNav=Our% 20Programs&activeSubNavLink=templateC11.php%3FCID%3D22&newActive Nav=aboutUs Para entender el origen de la CPS y su recorrido hasta la actualidad, ver Thierry Meyssan. “El Centro para la Política de Seguridad. Los manipuladores de Washington”, en http://www.utpba.net/article123393.html Para una pormenorizada descripción y análisis del surgimiento y despliegue de los Tanques Pensantes en los Estados Unidos ver el excelente texto de James A. Smith: “Intermediarios de Ideas. Los grupos de expertos (think tanks) y el surgimiento de la nueva élite política”, Grupo editor latinoamericano, Colección Estudios políticos y sociales, Buenos Aires, Argentina. William R. Polk: “Los neoconservadores en las “alturas del poder”, en http:// www.xarxabcn.net/tabperlapau/premsa/b5/Polk-LV240104.pdf Donald Wagner: “Cristianismo y sionismo”, en http://www.rebelion.org/ mostrar.php?tipo=5&id=DonaldWagner&inicio=0>, p. 6. Thierry Meyssan: “El nuevo movimiento proisraelí en Estados Unidos El CUFI: 50 millones de evangelistas partidarios de Israel”, en http://www.jhm.org/Home/ About/WhySupportIsrael Sitio web de John Hagee: “Why christians should support Israel”, en http:// www.jhm.org/Home/About/WhySupportIsrael Sobre la caracterización del capital judío en los grandes medios de comunicación estadounidenses, véase, Denise Shomaly Khashram: “Sionismo e industria cultural en EE.UU.: sobre propiedad mediática y destrucción de la realidad”, en http://www.alaic.net/VII_congreso/gt/gt_11/gt11%20p16.html; José María: “Pruebas del Control Judío de los medios de comunicación en los EE.UU.”, en http://consciencia-verdad.blogspot.com/2007/10/pruebas-del-control-judo-delos-medios.html; William Pierce. “El papel de los judíos en los medios de comunicación”, en http://ecuador.indymedia.org/es/2003/06/2887.shtml
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La tendencia al multipolarismo en las Relaciones Internacionales. Algunas acciones geopolíticas LÁZARO LUIS GONZÁLEZ MORALES
La correlación de fuerzas entre los actores internacionales a principios de la segunda década del siglo XXI, hace recordar el período histórico de las últimas dos décadas del siglo XIX, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial que termina por desmoronar el Orden de Viena1 en las relaciones internacionales, con el Sistema de Tratados de Versalles y la reconfiguración geopolítica que conllevó a partir de 19192. Similar a aquella etapa, está presente una potencia hegemónica que ve disminuir su influencia en el ámbito internacional, entonces era Gran Bretaña, ahora lo son los Estados Unidos.3 Si bien hay una tendencia en las relaciones internacionales hacia el multipolarismo,4 este tiene dos vertientes, una de carácter más progresista e incluyente, donde destacan como actores fundamentales, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (el llamado BRICS) y otra más conservadora y excluyente donde los Estados Unidos y la UE, en alianza con Japón, se atribuyen un lugar preponderante, sobre el BRICS y los otros actores de cierto peso, como serían varios “estados pivotes”,5 entre los que se encuentran, Egipto, Indonesia, Pakistán, Turquía, Argentina. De más está decir, por supuesto, sobre el resto de las naciones en vías de desarrollo.
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El sistema internacional que se presenta desde finales del siglo XX a la actualidad es resultante de la acción de varias tendencias estructurales que sería necesario apuntar: Es un sistema caracterizado por profundas modificaciones del capitalismo mundial, cuyas principales fuerzas motrices son los Estados centrales como los Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña, en Europa, y Japón en Asia, no obstante el terremoto de 2011 que disminuyó sustancialmente su PIB; el andamiaje regulador multilateral, sobre todo FMI, Banco Mundial y OMC, que responden a los intereses de los países más desarrollados en detrimento de los estados periféricos. Todavía, encubiertos en las conceptualizaciones de la globalización, se fortalecen aspectos que favorecen la “libre” circulación de capital y mercancías y la paulatina eliminación de barreras internacionales y nacionales, es decir esquemas económicos neoliberales que favorecen los intereses de los países más desarrollados.
El sistema estatal mundial se caracteriza aún por la hegemonía de los Estados Unidos, en los planos político y militar; la sostenida tendencia hacia el multipolarismo, y de llegarse a un orden internacional, un menos probable espectro de confrontación multidimensional (por los recursos energéticos, hídricos, biológicos, alimentarios), a diferencia, por ejemplo, del enfrentamiento esencialmente ideológico, de la Guerra Fría. Ello se reforzó por el crecimiento sostenido de la economía norteamericana en la década de 1990, y el debilitamiento de la economía japonesa y de los países de la región asiática en general a raíz de la crisis de 1997-2000. Sin embargo, la pujanza económica de los Estados Unidos se ha visto fuertemente disminuida con la política belicista de George W. Bush, que con las guerras de Irak y Afganistán dilapidó la herencia económica de la administración Clinton, además que en tránsito del segundo mandato de la administración Bush a la de Barack Obama (desde el 2008), estalló una crisis económica que se mantiene presente aún en el 2012. Si bien, a nivel económico, los Estados Unidos no detenta el mismo predominio que en las otras esferas, continúa empleando diferentes instrumentos de presión contra los otros actores internacionales, incluyendo sus aliados. Aunque los Estados-Nación continúan siendo los actores más importantes del sistema internacional, se está consolidando una tendencia hacia los procesos de integración y bloques regionales, que de alguna forma disminuye la soberanía de los estados nacionales,6
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a favor del consenso de la agrupación multinacional, que en última instancia incrementa el potencial de cada país integrado. En la actualidad el sistema de relaciones internacionales se caracteriza también por la profundización de las contradicciones entre Centro y Periferia, donde marca la pauta el desequilibrio en las relaciones de intercambio que tienden a profundizar la brecha que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados. Al mismo tiempo, una serie de contradicciones están presentes en los estados centros: en los países desarrollados se dan conflictos entre el capital monopólico transnacionalizado y sectores que producen para el mercado doméstico. También son conflictivas las relaciones con la llamada pequeña y mediana empresa en esas sociedades, para no mencionar los contrapunteos con las clases medias y el movimiento obrero. En los centros de poder se dan contradicciones entre el Estado central e intereses de grupos de capital. Pese a la convergencia estratégica entre los Estados centrales y la emergencia de un sui generis Directorio de grandes potencias, el G-7 más Rusia, (similar al viejo Directorio del siglo XIX), se mantienen importantes rivalidades entre los Estados Unidos, Europa, China y Rusia, e incluso Japón, disminuido en su crecimiento económico por desastres naturales, que se expresan en la competencia económica, rivalidad política, y una lucha sorda por zonas de influencia. Estas contradicciones no niegan las tendencias a la concertación, coalición, cooperación, a la consolidación de grandes bloques regionales: la Unión Europea (sometido su futuro por la severa crisis económica que comenzó en 2008 y aún continúa en 2012), el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (ALCAN), la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), la Asia-Pacific Economic Council (APEC), y en América Latina y el Caribe, el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), el Sistema de Integración Centroamericano (SICA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Lo expresado anteriormente se complementa como el escenario económico internacional actual, caracterizado por procesos como los siguientes: la globalización impulsada por la preeminencia de una corriente neoclásica o neoliberal en la política económica, que aumenta las contradicciones económicas entre el Centro (desarrollados) y la Periferia (subdesarrollados) porque los países centrales priorizan sus intereses económicos y el de sus empresas transnacionales en las relaciones económicas internacionales, estableciendo
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políticas de coordinación en las finanzas (por ejemplo a través del Club de Londres7 y el Club de París)8 el comercio mundial y en el campo de la tecnología. Es importante precisar que, en el ámbito latinoamericano y caribeño, se ha reducido a una minoría el número de países que mantienen el modelo económico neoliberal sugerido por el “Consenso de Washington” desde finales de la década de los ochenta. Es importante tener en cuenta que, aunque la tendencia a la multipolaridad se mantiene, aún el sistema internacional se caracteriza por su unipolaridad, y subsisten en el mismo asuntos de difícil y lenta solución, transformación o eliminación. En este sentido, Pierre Charasse plantea que: Es sorprendente ver como el G-7 se transformó en un tipo de Consejo de Seguridad informal (sin Rusia ni China) en el cual se discuten todos los temas más importantes de la agenda internacional. Entre las cumbres anuales del G-7, numerosos grupos de trabajo especializados funcionan sin parar entre Washington, Londres, Berlín, París, Roma, Ottawa, Tokio (muchas veces por internet) para definir posiciones del G-7 sobre una infinidad de temas: seguridad, proliferación nuclear, migraciones, pasaportes biométricos, transportes, finanzas, tráfico de drogas, lavado de dinero, salud, alimentación, educación, etcétera, que después se imponen en todas las organizaciones internacionales especializadas. El derecho internacional conoce una profunda evolución y se debilita, dejando al bloque occidental y su brazo armado, la OTAN, la facultad de intervenir donde quiere en nombre de la comunidad internacional o de la obligación de proteger a los civiles… Estamos en una situación paradoxal: el bloque euroatlántico está en crisis, la recesión es una realidad, la globalización ha provocado profundas fracturas sociales, las expediciones militares occidentales siembran el caos sin resolver nada. Sin embargo, los países occidentales, sin ser un bloque monolítico, se mantienen como centro político, económico, financiero y militar de un mundo todavía unipolar. El peso de los BRICS está creciendo, pero por su falta de unidad los grandes países emergentes están lejos de ofrecer una alternativa a corto o mediano plazo. Es imposible predecir cuánto tiempo más va durar el actual orden-desorden mundial. Las dos grandes potencias capaces de hacer un real contrapeso al poder euroatlántico son China y Rusia. Ellas actúan con mucha prudencia, tienen prioridades de desarrollo doméstico a largo plazo, dependen en gran medida del acceso a los mercados internacionales y a las materias primas, y no tienen capacidades militares comparables a las de la OTAN. Su peso crece (el tête-à-tête Washington-Pekín es una realidad), pero no ha llegado todavía el punto
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de ruptura en la repartición mundial del poder. Mientras tanto, el mundo seguirá organizado alrededor de un polo central occidental no monolítico y una periferia proteiforme…9
Algunos de los acontecimientos geopolíticos relevantes Estados Unidos y la OTAN vs. Rusia Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, dieron la posibilidad a este país de relanzar y consolidar su proyecto de un mundo unipolar.10 Desde la desaparición de la Unión Soviética, los Estados Unidos decidió extender su esfera de influencia en todas aquellas regiones que la Guerra Fría había marcado como “zonas grises”. Léase: países que habían logrado sustraerse a la lógica bipolar definida por Washington y por Moscú. No es casual que las tres guerras principales que siguieron a 1989 (Yugoslavia, Irak y Afganistán) se hayan escenificado en esos territorios ambiguos (entiéndase: “ambiguos” desde la lógica de las potencias). Al debilitamiento ruso siguió una suerte de vértigo de expansión que llevó a Occidente a creer en el espejismo de que los antiguos dominios que se hallaban bajo influencia soviética podían pasar gradualmente a la hegemonía de la OTAN. En 1991, 10 años antes del 11 de Septiembre, los Estados Unidos se consolidan como la superpotencia unipolar mediante cuatro hechos: 1) disolución de la URSS, 2) guerra en los Balcanes con el fin de aniquilar definitivamente a Rusia y avanzar tanto a la OTAN como a la Unión Europea a las entrañas del Transcáucaso y del mar Caspio (pletórico en hidrocarburos), 3) primera guerra contra Irak y 4) implementación de la desregulada globalización financiera con el fin de capturar las joyas estratégicas del planeta. Sin enemigos al frente –mientras Rusia agonizaba y China todavía ni siquiera era admitida a la disfuncional OMC–, los Estados Unidos triunfaba militarmente en los Balcanes y en su primera guerra contra Irak (con abundantes hidrocarburos) y desplegaba su neoliberalismo global con pocas resistencias en la periferia. La unipolaridad sentaba sus reales en ese lapso apoteósico, sucesora del fenecido orden mundial de la bipolaridad nuclear que había durado 46 años, y se trasmutaba en un ominoso financierismo global que conseguía los mismos objetivos geoestratégicos que las triunfales invasiones militares.11
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En el período de la administración Clinton (1993-2000), los Estados Unidos avanzó en todo lo posible sus posiciones contra Rusia. Mantuvo en la OTAN a una Alemania unificada; dado el evidente debilitamiento ruso, la OTAN rechazó una propuesta del gobierno ruso (presidido por Mijaíl Gorbachov) para crear una zona libre de armas nucleares entre el Ártico y el mar Negro; incorporó a ese pacto bélico a los exmiembros del Tratado de Varsovia; pasó a ser elemento clave en el proceso secesionista para sacar a Kosovo de la soberanía12 de Serbia. La poca efectividad de la política exterior de los Estados Unidos es una de las características de los tres primeros lustros del siglo XXI. George W. Bush traspasó a Barack Obama una situación de crisis geopolítica, económica y climática a escala global. Los conflictos de Irak y Afganistán, provocados por las agresiones de los Estados Unidos y sus aliados, no están resueltos. A estos problemas se ha agregado Pakistán, luego de las tensiones surgidas con el método empleado para dar muerte a Osama Bin Laden y los bombardeos de la OTAN sobre civiles y militares pakistaníes. Por otra parte, ese pacto bélico occidental mantiene una fuerte tensión con Irán, con el pretexto del peligro del programa nuclear iraní.13 En la etapa final del segundo mandato de la administración de George W. Bush, las presiones de los Estados Unidos sobre Rusia se incrementaron. De manera paulatina, los Estados Unidos, se lanzó a una ofensiva de carácter geoestratégico, dado el debilitamiento ruso como potencia de primer orden. La fuente del problema fue un conflicto entre Rusia y Georgia, que culminó con un enfrentamiento militar, ganado rápidamente por Moscú, y que fue motivado aparentemente, por la corriente independentista de Osetia del Sur (que colinda, como es natural, con Osetia del Norte dentro del territorio ruso), y de Abjazia, que tiene una costa amplia de alto valor estratégico con el mar Negro. Rusia apoyó a los independentistas de ambas regiones, hasta ese momento bajo soberanía georgiana. Las razones estratégicas de este conflicto es que está de por medio el gran oleoducto transcaucásico que va de Bakú y del Caspio a Turquía en su costa mediterránea, pasando por Tbilisi (capital de Georgia), hasta el puerto turco de Sheiham en el Mediterráneo, considerado por muchos la puerta petrolera del Cáucaso y de Medio Oriente hacia Europa y también la puerta del viejo continente, de carácter económico para el Oriente. Es decir, en el
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ámbito geopolítico, las tensiones entre los Estados Unidos y Rusia, contienen características ostensiblemente energéticas en el triángulo del Golfo Pérsico-Mar Caspio-Mar Negro. Por otra parte, los Estados Unidos, con el apoyo de Israel, pretende hacer de Georgia un instrumento de presión contra Rusia y contra los Estados exsoviéticos de la zona, para amenazar el suministro de gas y de petróleo a Europa occidental y la economía rusa. Para ello, la política exterior de los Estados Unidos, para corresponder a los “intereses nacionales” de su país, tiene que recurrir a una percepción de doble estándar en los temas en la periferia de Rusia. Ejemplo de esto es que los Estados Unidos se propone sostener la independencia en Kosovo, porque le conviene, pero rechazarla en Osetia del Sur, en Abjazia (cuyas independencias Moscú apoya contra Tbilisi y Washington) o en Transdniéper, en la República de Moldavia o en el Alto Karabaj, y próximamente quizás en el este y sur de Ucrania, comenzando por la península de Crimea, puesto que ello beneficiaría a Rusia), donde la marina de guerra rusa tiene su importantísimo puerto militar de Sebastopol. En caso de que los Estados Unidos lograse integrar a Georgia a la OTAN, ello supondría la posibilidad de emplazar tropas occidentales en una de las fronteras de seguridad rusa. Estratégicamente, Rusia continuó consolidando alianzas regionales como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) compuesta con Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, seis repúblicas de la antigua Unión Soviética, aliados de Moscú en los términos militares que establece esta organización) y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) integrada junto a Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, China, y donde Irán tiene el status de observador).14 En un análisis sobre el transcurso de los acontecimientos de connotación geopolítica directa e indirectamente en la zona caucásica que parte desde la etapa de la Guerra Fría, Inmmanuel Wallestein señala que: De 1945 a 1989, el principal juego de ajedrez ocurrió entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Se le conoció como Guerra Fría y las reglas básicas fueron llamadas, metafóricamente, “Yalta”. La regla más importante tenía que ver con una línea que dividió Europa en dos zonas de influencia. Winston Churchill la llamó la “cortina de hierro” e iba de Stettin a Trieste. La regla era que sin importar cuántos disturbios provocaran los peones en Europa, no debía haber enfrentamientos bélicos reales entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Al finalizar cada una
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de las instancias de disturbio, las piezas regresaban a su posición inicial en el juego. Estas reglas se cumplieron meticulosamente hasta el colapso de los comunismos en 1989, que estuvo marcado, muy notablemente, por la destrucción del Muro de Berlín. Es perfectamente cierto, como todo el mundo lo observó en su momento, que las reglas de Yalta quedaron abrogadas en 1989 y que el juego entre los Estados Unidos y la Rusia (de 1991) ha cambiado radicalmente. Desde entonces el principal problema es que los Estados Unidos, malentendió las nuevas reglas del juego. Se proclamó a sí mismo, y fue proclamado por otros, como la superpotencia única. En términos de las reglas de ajedrez, esto se interpretó como que los Estados Unidos, podía moverse por todo el tablero a su antojo… La fractura de la Unión Soviética condujo a movimientos étnicos secesionistas en muchas de las antiguas repúblicas soviéticas, incluida Georgia. Cuando en 1990 Georgia intentó ponerle fin al estatus autonómico de sus zonas étnicas no georgianas, estas se proclamaron estados independientes con gran celeridad. Nadie las reconoció, pero Rusia les garantizó su autonomía de facto. El advenimiento en el poder de George W. Bush y Vladimir Putin fue más o menos simultáneo. Bush decidió impulsar la táctica de superpotencia única (los Estados Unidos puede mover sus piezas como le plazca) mucho más que Clinton. En 2001, Bush se retiró de Tratado Antibalístico de Misiles firmado por los Estados Unidos y Rusia en 1972. Luego anunció que los Estados Unidos no ratificaría los dos nuevos tratados firmados en los años de Clinton: el Tratado de Prohibición Completa de 1996 y los cambios aprobados al tratado de desarme nuclear conocido como SALT II [segunda versión del tratado conocido como Strategic Arms Limitation Talks, diálogos para limitar las armas estratégicas]. Después Bush anunció que los Estados Unidos avanzarían con su sistema nacional de misiles defensivos [National Missile Defense]. Y por supuesto, Bush invadió Irak en 2003. Como parte de este conflicto, los Estados Unidos buscó y obtuvo el derecho a establecer bases militares y a sobrevolar en las repúblicas de Asia central, que antes fueron parte de la Unión Soviética. Además, los Estados Unidos promovió la construcción de ductos para transportar crudo y gas natural del Cáucaso y Asia central que evitaran pasar por Rusia. Finalmente, los Estados Unidos entró en acuerdos con Polonia y la República Checa para establecer enclaves de misiles de defensa, ostensiblemente para protegerse de los misiles iraníes. Rusia, sin embargo, consideró que estos misiles estaban apuntados en su contra. Putin comenzó a actuar. Empezó a entablar relaciones con China para llegar a tratados. Mantuvo relaciones cercanas con Irán. Comenzó a empujar a los Estados Unidos fuera de sus bases en Asia Central. Y asumió
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una postura muy firme en cuanto a la extensión de la OTAN en dos zonas clave –Ucrania y Georgia–. Los acicates recientes que condujeron a la actual miniguerra fueron dos. En febrero, Kosovo transformó su autonomía de facto en una independencia de jure. Esta maniobra fue apoyada y reconocida por los Estados Unidos y muchos países de Europa occidental. En el momento, Rusia advirtió que la lógica de esta jugada se aplicaba de igual modo a las secesiones de facto de la antigua Unión Soviética. En Georgia, Rusia actuó de inmediato, por vez primera, para autorizar el establecimiento de relaciones directas con Osetia del Sur y Abjazia en respuesta directa a la independencia de Kosovo. En abril de este año, los Estados Unidos propuso en la reunión de la OTAN que se les diera la bienvenida a Georgia y Ucrania a un llamado plan de acción de membresía. Alemania, Francia y el Reino Unido se opusieron a esta acción, diciendo que esto provocaría a Rusia. Y en cuanto a Europa occidental, Rusia controla esencialmente su abasto de gas. No es casual que fuera el presidente Sarkozy, de Francia, no Condoleezza Rice, quien negoció la tregua entre Georgia y Rusia.15
Los Estados Unidos y los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte utilizaron el conflicto del Cáucaso como un pretexto para enviar sus buques de guerra al Mar Negro. En una manifestación de cinismo y doble moral, George W. Bush, Condoleezza Rice y otros dignatarios invocaron de manera solemne la santidad de Naciones Unidas, y advirtieron que Rusia podría ser excluida de las instituciones internacionales, al “adoptar acciones en Georgia que contradicen” los principios de la ONU. La integridad territorial y la soberanía de todas las naciones, debe ser acatada de manera rigurosa, señalaron. Cuando aludían a “todas las naciones” excluían al parecer aquellas que los Estados Unidos elige atacar: Irak, Serbia, tal vez Irán, y una larga, familiar, lista de otras. El socio menor se unió al coro. El secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, David Miliband [Gobierno del Primer Ministro Anthony Blair], acusó a Rusia de comprometerse en “formas de diplomacia propias del siglo XIX”, al invadir un Estado soberano, algo que Gran Bretaña nunca haría en la actualidad. Tales actos, añadió Miliband, “no son la forma en que las relaciones internacionales deben concretarse en el siglo XXI”. De esa manera, sumó su voz a la de Bush, quien dijo que la invasión de un “Estado soberano vecino... es inaceptable en el siglo XXI”.16
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La OTAN también utilizó el conflicto en la región caucásica para acelerar los planes de instalar componentes del escudo antimisiles de los Estados Unidos en Europa del este, junto a las fronteras rusas. Para neutralizar la estación de radares en la República Checa y los 10 interceptores en Polonia que los Estados Unidos se propone habilitar, Rusia desplegó en la región de Kaliningrado, enclave ruso en el mar Báltico, cerca de la frontera con Polonia, misiles tácticos Iskander con hasta 300 kilómetros de alcance (de corto radio de acción), así como sofisticados equipos electrónicos capaces de interferir en el funcionamiento del sistema de defensa antimisiles de los Estados Unidos, en respuesta a la iniciativa estadunidense de desplegar escudos antimisiles en ese y otros países de Europa del este. La administración Obama ha continuado las presiones militares de orden estratégico para mantener una hegemonía militar, cerrando espacios a potenciales rivales. Los Estados Unidos y España acordaron desplegar embarcaciones estadounidenses Aegis en la base de Rota, en Cádiz, lo que representa un paso importante para el sistema de defensa antimisiles de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Europa. Después de que Rumanía, Polonia y Turquía aceptaron recibir activos vitales del sistema antimisiles de la OTAN, el acuerdo entre los Estados Unidos y España significa que la base naval española de Rota se va a convertir en un centro de apoyo para el despliegue de navíos, lo que les permitirá unirse a fuerzas multinacionales o emprender misiones de la OTAN en aguas internacionales, sobre todo en el Mediterráneo. De hecho, España pasa de ser un punto de apoyo logístico y tránsito para las tropas norteamericanas en Irak o Afganistán, a albergar una de las unidades más potentes y avanzadas tecnológicamente de la marina de guerra estadounidense, que además podrá prestar “un apoyo de respuesta rápida” a los mandos militares estadounidenses del AFRICOM (que cubre la mayor parte de África) y CETCOM (que abarca 22 países, desde el Cuerno de África a Pakistán). Es decir, los buques se dedicarán a todo tipo de misiones, tanto de la OTAN como exclusivamente estadounidenses. Si bien desde septiembre de 2009, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, decidió cancelar el programa de defensa antimisiles heredado de su antecesor, George W. Bush, que a su vez no era sino una versión disminuida de la Guerra de las Galaxias ideada en los años ochenta por Ronald Reagan (lo hizo por su exhorbita-
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do costo, más de 20 000 millones de dólares, y también por los recelos que el proyecto despertaba en el Kremlin, con cuya colaboración en Afganistán o Irán aspiraba a contar la Casa Blanca). Pero esta decisión, pese al enfado que provocó en países del este de Europa que aún miran a Moscú como una amenaza, no suponía que los Estados Unidos y la OTAN renunciaran a poner en pie un escudo antimisiles, aunque más modesto: ya no se trataba de derribar en vuelo misiles intercontinentales que solo figuran en los arsenales de las grandes potencias, sino de neutralizar misiles de corto y medio alcance en manos de un creciente número de países. Para eso no había que recurrir a proyectos aún en desarrollo y de resultado incierto, sino aprovechar tecnologías suficientemente probadas: en concreto, radares AN TPY-2 y misiles Standard SM-3. La cumbre de la OTAN, celebrada en noviembre de 2010 en Lisboa, aprobó el nuevo Concepto Estratégico, que incluía como uno de los ejes centrales de la defensa aliada el desarrollo de la capacidad de defender a nuestras poblaciones y territorios frente a ataques con misiles balísticos. En junio de 2011, los ministros de Defensa de la OTAN aprobaban el Plan de Acción de Defensa Antimisiles, que debe estar operativo en 2018. Se trata de pasar del programa de defensa que la Alianza desarrolla desde 2001, para proteger bases y tropas sobre el terreno, a otro que sirva de paraguas para los países de la OTAN. Los Estados Unidos impuso a sus aliados de la OTAN su elección respecto al emplazamiento del componente terrestre del “escudo antimisiles”: radares en Turquía e interceptores en Rumania y Polonia. Faltaba por determinar el puerto de base para los buques, dotados con el sistema de combate Aegis (escudo protector, en la mitología griega) y también con misiles SM-3, como los que se instalarán en tierra. El Pentágono, estudió varias ubicaciones en Grecia e Italia. Pero Rota era con mucho la más ventajosa. No solo por las instalaciones, que acaban de ser ampliadas con fondos de la OTAN, sino sobre todo por su estratégica situación: en la puerta de entrada al Mediterráneo, a mitad de camino entre los Estados Unidos y Oriente Próximo, y con fácil acceso hacia África. Los expertos dan por hecho que uno de los cuatro buques (probablemente destructores de la clase Arleigh Burke) patrullará permanentemente por el Mediterráneo oriental, otro podría hacerlo en el Mediterráneo central, un tercero quedaría en alerta y el último en reparación o mantenimiento. Realizar la
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misma misión desde la costa este de los Estados Unidos requeriría, como mínimo, dos buques más, para cubrir los tránsitos por el Atlántico. Por otra parte, para continuar fortaleciendo sus áreas de interés cercano, Rusia desplegó a finales de 2011 un sistema de defensa costero en el Mar Caspio, destinado a destruir grandes buques de una armada enemiga, naves de desembarco y otras embarcaciones de guerra.17 La Flotilla del Caspio se encarga de la custodia de intereses de Rusia en una de las regiones con mayores recursos petroleros del orbe. China. Su actividad geopolítica En los tres primeros lustros del siglo XXI, China continuó su crecimiento económico sostenido y estratégicamente, diversificando sus fuentes externas de abastecimiento energético. Para ello son claves las relaciones del gobierno de Pekín con los países de la Organización de Cooperación de Shanghai; con Irán; Venezuela; y la carrera por el incremento de las relaciones e influencia con los países africanos, fundamentalmente de los países ribereños del Golfo de Guinea, pues la intención de los países de occidente y particularmente los Estados Unidos es controlar el petróleo de África. Los Estados Unidos y China mantienen un elevado nivel comercial, pero en los últimos meses de la administración Obama se han incrementado las presiones estadounidenses (tanto del gobierno como del Congreso) para que el gobierno de Pekín realice la reevaluación de su moneda y que abra realmente sus mercados a los productos norteamericanos, en lo que en Washington califican como prácticas comerciales más justas. Otra fuente de tensión, es el salto cualitativo de las fuerzas armadas chinas. Los Estados Unidos y algunos países asiáticos, han mostrado preocupación por la rápida modernización del ejército chino y el desarrollo de armas avanzadas como misiles antisatélites, portaaviones –se prevé que este año o el que viene bote el primero–, submarinos y misiles balísticos tierra-mar, capaces de destruir un portaaviones a una gran de distancia e impedir su acceso al escenario de batalla, además de los avances militares chinos en ciberguerra y guerra contra satélites. Sin lugar a dudas, el equilibrio militar en Asia-
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Pacífico se está transformando, posiblemente, de forma imparable. Una señal de ello fue el vuelo de prueba, en enero de 2011, del primer avión de combate chino indetectable a los radares. El avión, el J20,18 es un futuro competidor del F-22 Raptor estadounidense, único caza indetectable de nueva generación operativo en el mundo. Además del F-22, el Pentágono también emplea la tecnología de evasión de radares en el F-35, que se encuentra en desarrollo, mientras que Rusia realizó el año pasado el primer vuelo de pruebas de su propio modelo, el Sukhoi T-50, cuya entrada en servicio está prevista para dentro de cuatro años. Durante la administración Obama, se ha enfatizado la importancia de la alianza de los Estados Unidos con Corea del Sur y Japón, donde la presencia militar norteamericana cuenta con un elevado número de tropas en ambos casos. La permanente tensión en la península coreana donde los Estados Unidos y China respaldan a los oponentes, hace que el peligro de verse implicados en una confrontación sea latente, lo mismo que en lo que respecta a las diferencias territoriales por las islas llamadas por Japón, Senkaku, y por China, Diaoyu, en el Mar del Este de China. Por su parte, China se preocupa por la presencia de barcos y aviones de los Estados Unidos cerca de sus aguas territoriales y las maniobras que realizan regularmente con sus aliados, y asegura que su rearme es consecuencia natural de su ascenso político y económico, y que al ser de naturaleza defensiva, no constituye una amenaza contra otra nación. Estados Unidos. Otros movimientos geopolíticos En 2011 los Estados Unidos comienza a reimpulsar sus nexos estratégicos con aliados tradicionales como Corea del Sur y Japón. Desde el ámbito comercial, es evidente una concentración de esfuerzos al más alto nivel, al orientar esas energías y esos recursos hacia Asia, convencido de que es ahí donde está en juego el liderazgo en el siglo XXI. El Presidente Obama participó en la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), efectuada a mediados de noviembre de 2011, en Honolulu, Hawai. Tras pasar por Canberra y Darwin (base militar australiano-estadounidense), Obama se dirigió a la isla indonesia de Bali, para asistir a la sexta cumbre de la Asociación de
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Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), convirtiéndose así en el primer presidente norteamericano que participa en este foro regional, efectuado en la segunda mitad de noviembre. El objetivo de los Estados Unidos con este accionar diplomático es relanzar sus relaciones económicas e incluso políticas con los países asiáticos. Al mismo tiempo, Washington mantiene una sustancial presencia militar en la región de Asia-Pacífico, los Estados Unidos tiene bases en Japón, Corea del Sur, Taiwán, Guam, y a partir de 2012, en Australia. Un nuevo escenario de confrontación geopolítica por los recursos energéticos En el caso de África, en general, el acceso al petróleo, al gas y a los minerales conlleva una disyuntiva, dado que la explotación de estos recursos implica, en la amplia mayoría de las veces desaprovechar tierras fértiles. La carrera por el control de superficies cultivables está en pleno desarrollo. La poderosa subida de los precios de los alimentos ocurrida en 2007-2008 impulsó el fenómeno. Muchos gobiernos de países dependientes de las importaciones de alimentos se convencieron de la necesidad de reducir su vulnerabilidad comprando o alquilando tierra en otros países. En 2011, tras un par de años de relativa calma, los precios han estado constantemente por encima del pico de 2008, según el índice elaborado por la Organización para los Alimentos y la Agricultura de la ONU (FAO, por sus siglas en inglés). El precio de los alimentos o se estabilizará en cotas altas o seguirá incrementándose, sobre todo debido a la utilización de algunos de ellos como combustible y además porque: La regeneración de recursos naturales finitos o de recursos bióticos requiere tiempos más lentos que los impuestos por la reproducción ampliada del capital. Existe un desequilibrio creciente entre ambos procesos de reproducción. Como el proceso de reproducción del capital es un proceso de valorización que solo puede nutrirse en tanto que tenga contenido, al agotarse el último se obstruye el primero. El desequilibrio entre el proceso de reproducción del capital y el de la naturaleza genera la necesidad de conservar la naturaleza cuando ya no puede ser sustituida. La incapacidad de sustitución de la naturaleza y las limitaciones de su velocidad de reproducción, obligan al capital a la conservación de la misma y a la intervención en su proceso de reproducción para permitir el desarrollo
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sostenible del propio capital. Alrededor de la problemática ecológica y los movimientos de conservación del medio ambiente existen contradicciones entre el capital a nivel individual y el capital a nivel social global en los diferentes países. En su afán de buscar la ganancia inmediata, el capital individual buscará burlarse de todas las restricciones que se impongan en el ámbito social global, pero como el desarrollo sostenible del capital en el ámbito global solo es posible al conservar el medio, la tendencia es que los intereses del capital social prevalecerán sobre el interés individual. Sin embargo, hay un sector monopólico y transnacional del capital con intereses muy poderosos y con una tendencia acumulativa altamente destructiva y contaminadora: el complejo industrial-militar. Es sobre todo la economía de guerra que empuja la principal potencia en el mundo, la que constituye un obstáculo para avanzar en la conservación del medio ambiente a escala mundial”.19
África, es el principal escenario de la carrera por el control de tierras fértiles. El incremento de la población mundial, la dieta más rica de millones de personas en países emergentes y la creciente cantidad de cultivos destinados a biocombustibles explican la subida del precio de los alimentos y, en gran parte, la consiguiente búsqueda de tierras. Más allá de su dimensión económico-social, este empuje tiene implicaciones geopolíticas. Una de ellas es el control del agua. Hay dos procesos que están cambiando los vértices del poder imperial, desde un lugar central en “Europa” o el “Occidente” a una posición menos identificable en el “globo”. Por un lado, la globalización neoliberal ha homogenizado y ha hecho abstractas diversas formas de “riqueza”, incluyendo la naturaleza, que se ha convertido para muchas naciones en su ventaja comparativa más segura y su fuente de ingresos; por otro lado, la desterritorialización de “Europa” o el Occidente, ha conllevado su reterritorialización menos visible en la figura esquiva del mundo, la cual esconde las socialmente concentradas pero más geográficamente difusas redes transnacionales financieras y políticas que integran a las élites metropolitanas y periféricas.20 Oportunidad y desafío para países africanos Dentro del total del comercio mundial, la participación de África (si se excluye a Sudáfrica, Egipto y Nigeria) es cercana al cero por ciento. El descubrimiento de petróleo en otras zonas de África, fuera de
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los tradicionales exportadores con un volumen (Angola, Nigeria), parece haber comenzado a reinsertar al continente en las dinámicas del comercio mundial. Esto es debido a que las potencias occidentales y fundamentalmente los Estados Unidos, se plantean controlar sus fuentes energéticas y de minerales, cuyas capacidades actuales de África son ilimitadas, para lo cual necesitan estabilizar la situación política, social y económica de la región. De ahí, la importancia del comando militar de los Estados Unidos para África (AFRICOM) y la decisión de la OTAN de establecer en la base de Rota (España) una fuerza de tarea naval, clave en el sistema de defensa antimisil de ese pacto militar occidental. Los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN no pueden confiar el abastecimiento de los combustibles, sobre todo para Europa, de los hidrocarburos provenientes del medio Oriente, debido a los importantes problemas de estabilidad política y social de Irak que tardarán años en resolverse, y es que, si bien las transnacionales petroleras occidentales tienen el control del petróleo iraquí (el verdadero objetivo de la invasión), la situación política interna es convulsa y de resultados impredecibles en el mediano y largo plazo. Por otra parte las constantes presiones de la OTAN encabezada por los Estados Unidos contra Irán, acentúan la inestabilidad política regional. Ante esta realidad, el Golfo de Guinea puede ser, en términos de área, clave de suministros petroleros, e incluso llegar a ser el sustituto del Medio Oriente, sobre todo por la seguridad en el suministro. Con este panorama, los Estados Unidos y las potencias occidentales, han incrementado sus acciones de explotación de las recientemente descubiertas enormes reservas de petróleo en el Golfo de Guinea. Los países involucrados en este auge petrolero son la propia Nigeria, Camerún, Guinea Ecuatorial y Gabón. En general, el petróleo africano es de gran calidad y fácil de transportar, al estar todas las explotaciones en el mar, lejos de conflictos. La excepción es Chad, donde las compañías norteamericanas Exxon Mobile y Chevron-Texaco, están construyendo un oleoducto que facilite la transportación. La explotación del petróleo en África tiene además otra característica que radica en la ilimitada capacidad de extracción, a diferencia de los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que tienen determinadas cuotas. Esto incidirá en los
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flujos y precios del crudo mundial, debilitando a esta organización, haciendo que sus precios dependan de lo que deseen pagar los países occidentales. América Latina y el Caribe en el accionar geopolítico Las Cumbres Iberoamericanas se mantuvieron como un espacio de búsqueda de soluciones y concertación ante los problemas que presentan los países que la integran. A finales de octubre de 2011, se efectuó en Paraguay la XXI Edición de estas citas.21 Un acontecimiento de relevancia estratégica ocurrió los días 2 y 3 de diciembre de 2011. La creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)22 fue planteada el 23 de febrero de 2010, durante la cumbre del Grupo de Río que se realizó en Cancún, México, cuando este país propuso la unión de todos las naciones de la región que pertenecían a esta última entidad y a la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC). Este hecho reviste trascendencia histórica, pues dota a las naciones situadas al sur del río Bravo de un mecanismo equitativo de cooperación, integración, resolución de conflictos y atención de problemas comunes. Las naciones de América Latina han ido forjando por su cuenta diversas instancias multilaterales en el ámbito de la cooperación económica23 –la Comunidad del Caribe, el Mercosur, la Comunidad Andina, el Sistema de la Integración Centroamericana–, y en el de la gestión política y diplomática, como se demuestra con la constitución de parlamentos regionales (el Andino, el Centroamericano, el Latinoamericano), y de mecanismos de resolución de conflictos, como el Grupo Contadora y su sucesor, el Grupo de Río. El surgimiento de la CELAC es el resultado de un proceso de largo aliento por lograr un espacio de deliberación regional que esté mucho más cercano a los principios de equidad y de justicia social en y entre las naciones del subcontinente.24 Es posible, que en la medida en que tenga éxito, la CELAC termine desplazando a la Organización de Estados Americanos (OEA),25 donde los Estados Unidos (que siempre ha sobrepuesto sus intereses por encima de los de los países latinoamericanos y caribeños)26 ha tenido un peso tal, que ha lastrado la defensa de los intereses de los países de América Latina y el Caribe.
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Importante para América Latina y el Caribe ha sido la diversificación de sus nexos con otros polos de desarrollo económico, y en particular, el incremento de las relaciones económicas y políticas con Rusia y China, fundamentalmente, además de la India y, en menor medida y con un número de países más reducido, con Irán. La tendencia es que todos estos vínculos se profundicen. El grupo BRICS y algunas de sus otras acciones geopolíticas De un orden estratégico, fue la visita del primer ministro ruso, Vladímir Putin, a China en octubre de 2011, con el objetivo de estrechar las relaciones con su gran vecino asiático y buscar soluciones que permitan la suscripción del contrato bilateral de suministro de gas, porque China se resiste a pagar las tarifas que los rusos cobran a los países europeos, más aún tras acordar recientemente con las repúblicas centroasiáticas duplicar el bombeo de gas. Ambos países fueron incapaces de ponerse de acuerdo en el precio, lo que ha impedido el tendido de dos gasoductos. Rusia suministraría importantes cantidades de gas a China a través de dos rutas: una a través de Siberia occidental, que enlazaría con los gasoductos procedentes de Asia Central, y otra por Siberia oriental. Aunque se establecieron diversos acuerdos sobre cooperación bancaria, inversiones mutuas y uso de energías renovables, entre otros, un aspecto relevante de la visita de Putin, fue que los gobiernos ruso y chino, abordarían el controvertido asunto de la defensa de la propiedad intelectual en el sector armamentista.27 Estrechando la cooperación entre miembros del grupo BRICS, Rusia y la India dieron un sólido paso para fortalecer sus nexos estratégicos, tras extender el actual convenio de cooperación militar bilateral hasta el 2020. Moscú y Nueva Delhi crearon la Comisión Intergubernamental sobre Cooperación Técnico Militar en 2000, órgano que la India no tiene con ningún otro país, para promover los lazos estratégicos y las adquisiciones. India a su vez, avanza en otro nexos estratégicos, cuando consolida sus relaciones con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) mediante un acuerdo sobre comercio de bienes, que abarca el sector de los productos, en tanto una segunda iniciativa
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será sobre servicios e inversiones. El tratado facilitará el trasiego mercantil entre la India y los 10 países que integran la ASEAN: Brunei, Cambodia, Filipinas, Indonesia, Malasia, Myanmar, Laos, Singapur, Tailandia y Vietnam. Por otra parte, India y Vietnam, se han planteado la aspiración común de consolidar su asociación estratégica en beneficio de sus respectivos pueblos, así como de la paz y la estabilidad regional. Ambas naciones coinciden en que existe un considerable potencial en ese sentido, y pretenden fortalecer la asociación estratégica entre los dos países sobre los pilares de la seguridad, la cooperación económica y cultural, y el desarrollo de los recursos humanos. Nueva Delhi y Hanoi decidieron intensificar los vínculos comerciales y de inversiones a través de diversos mecanismos, incluido el fomento de la cooperación entre los sectores público y privado. La cooperación indo-vietnamita ha cobrado impulso luego que India decidió extender nuevas líneas de crédito a Vietnam en términos y condiciones favorables para desarrollar proyectos de infraestructura, petróleo y gas, generación de energía y proyectos de transmisión, entre otros. Al mismo tiempo se realizan un conjunto de investigaciones e intercambios en las áreas agrícola, ganadera y pesquera. También se han suscritos acuerdos bilaterales con miras a desarrollar la colaboración a largo plazo en la industria del petróleo y el gas, además del fortalecimiento de la cooperación en los ámbitos de la defensa y la seguridad. En el ámbito de la cooperación bilateral, India y Pakistán están encaminados en un nuevo ciclo en sus relaciones bilaterales, buscando un acercamiento en las relaciones entre los dos vecinos que tienen armas nucleares, y que han librado tres guerras desde que lograron su independencia de Gran Bretaña. Algunas de las principales tendencias geopolíticas (2012-2013) Se mantendrá la tendencia, que propugna una nueva arquitectura de seguridad global, que excluya el predominio de un solo país en cualquier ámbito, es decir un sistema de relaciones internacionales multipolar. Consolidación de la resurrección geoestratégica de Rusia, basada fundamentalmente en una política firme de seguridad en su entorno inmediato (fronteras); consolidación de alianzas regionales como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) con Ar-
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menia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, seis repúblicas de la antigua Unión Soviética, aliadas de Moscú en los términos militares que establece esta organización y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), en la alianza estratégica con China y el grupo BRICS; en la ofensiva diplomática-comercial para recuperar antiguos socios e incorporar otros nuevos (especialmente en América Latina); en la recuperación patrimonial de sus recursos energéticos, utilizados incluso con un enfoque geopolítico.28 La más reciente acción rusa en este sentido fue la inauguración el gasoducto báltico que une Alemania con Rusia, con lo que esta asegura el flujo del combustible a Alemania y evitar la repetición de las guerras del gas con Ucrania (por donde pasa el gasoducto utilizado hasta ahora, si bien es cierto que el actual gobierno ucraniano de Víktor Yanukóvich mantiene muy buenas relaciones con Moscú. Rusia, Bielorrusia y Kazajstán están ya dispuestos a proceder a una integración económica al estilo europeo (occidental) en 2012 con reglas y regulaciones de un mercado unificado. Se espera que Kirguiztán y Tayikistán se incorporen luego. La doble integración regional euroasiática (que evidencia la política exterior de Rusia), con el acercamiento entre la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), tanto geopolítica como geoeconómicamente, representará, una vez que se consolide la cooperación y la coordinación de políticas, un cambio cualitativo en el escenario internacional. Por primera vez, países como China, India, y Brasil tienen fuertes mercados internos y un sólido aparato institucional regulador. Las instituciones financieras de estos países resistirán más que en otros tiempos. Su mayor diversificación económica de los años recientes y la ventaja estructural competitiva en materias primas disminuirá sus perfiles corporativos de riesgo. Por el momento, las instituciones financieras más fuertes de estos mercados retornarán al financiamiento local, a menudo enfocándose en la banca minorista. A la vez que consolidan sus ambientes de rápido crecimiento de créditos, mejorarán sus controles de riesgo y mecanismos de gobierno. Las más inteligentes colaborarán con los gobiernos en el desarrollo de nuevos marcos reguladores que propicien la seguridad del mercado y su crecimiento. Algunas, a medida que crezcan y mantengan la capitalización de los mercados, se diversificarán e internacionalizarán, aprovechando sus fuertes posiciones de capital para fusionarse con
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instituciones financieras de otras partes del mundo, o bien para adquirirlas. Los países emergentes reclamarán una reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de otros organismos económicos multilaterales, así como una ampliación del G-7 para dar más voz a las naciones en desarrollo. La actual composición de estas instituciones y el poder de voto no representa la realidad internacional, pues los países emergentes, que generan el 75% del crecimiento económico mundial, tienen una participación minoritaria. En otras palabras, la reformulación del sistema financiero internacional. Ante la tendencia a la multipolaridad en el sistema-mundo, los Estados Unidos continuará la búsqueda de una estrategia de reposicionamiento hegemónico. Los países de América Latina y el Caribe, están inmersos en un proceso que continuará avanzando hacia un modelo de integración que potenciará y racionalizará sus recursos. Las economías en desarrollo de Asia, encabezadas por China e India, crecen tres veces más rápido que países industrializados, mientras Latinoamérica superó la crisis más pronto y con mayor fuerza que las economías desarrolladas. El auge de las economías emergentes no solo refleja su creciente contribución a la economía mundial, sino también los vínculos más fuertes entre las economías emergentes y en desarrollo mediante el aumento de la cooperación sur-sur en comercio e inversión. Ante este escenario, India y América Latina deben reevaluar y potenciar la composición de sus alianzas estratégicas regionales e internacionales, al tiempo que reposicionarse en la economía mundial atendiendo a la creciente relevancia de las relaciones sur-sur. Para la región, India sigue siendo un mercado sin explotar, el desafío está en profundizar las relaciones comerciales y de inversión, en busca de una más coordinada e institucionalizada aproximación entre las naciones. América Latina y el país asiático son los nuevos polos mundiales de crecimiento económico. El comercio y la inversión con India se encuentran aún en una etapa incipiente, por lo que es necesario consolidar y fortalecer los vínculos, y aprovechar las complementariedades y promover las alianzas empresariales. China continuará como el mayor prestamista del mundo, por encima del Banco Mundial, y también el principal tenedor de deuda soberana estadounidense. Todo hace indicar que en el corto plazo, no se llegará a un acuerdo pleno sobre el tema de la soberanía de las islas Spratly y Paracel, en
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el mar de China Meridional. China, Filipinas, Malasia, Taiwán y Vietnam, se disputan este minúsculo archipiélago al que se presuponen grandes reservas de gas y petróleo. Los precios de maíz, trigo, arroz, soya y avena se mantendrán elevados, así como el de aceites vegetales, carne, pescados, azúcar, plátanos y naranjas, también conocidas como materias primas alimentarias. Tanto Vietnam como Venezuela se convertirán en estados pivotes en sus respectivas regiones.
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Incluso pareciera que algunas de las potencias centrales están interesadas en reeditar en su esencia imperialista los acuerdos de Viena de 1815 (una Europa y un mundo divididos en esferas de influencia. Para un análisis sobre el orden internacional basado en el equilibrio de poder que con los cimientos del orden establecido desde la Paz de Wesphalia en 1648, se impuso en el Congreso de Viena en 1814 y posteriormente con el Sistema de Tratados de Versalles Véase: David J. Sarquís. “El ‘orden internacional’ como objeto de estudio en las relaciones internacionales”, en Zidane Zeraoui et al.: Política Internacional Contemporánea, Editorial Trillas, México, D. F. 2000. pp. 17-35 y Luz Araceli González Uresti: “Política Internacional del siglo XX: de la Paz de Versalles a la Segunda Guerra Mundial”, en Zidane Zeraoui et al.: Política Internacional Contemporánea, Editorial Trillas, México, D. F. 2000, pp. 44-48. Estos distintos acontecimientos (el Estado-Nación, el crecimiento económico, y la economía mundial) resultaron en el siglo XIX en el desplazamiento de un ciclo de imperios por una sucesión de hegemonías. Primero, en el sistema europeo y entonces a escala global, sucesivas hegemonías políticas y económicas han suplantado los patrones de sucesivos imperios como el fundamental principio de ordenamiento de las relaciones internacionales. Desde la Revolución Industrial, dos sucesivos poderes hegemónicos (Gran Bretaña y los Estados Unidos) han podido organizar políticas territoriales, y especialmente relaciones económicas en términos de sus respectivos intereses económicos y de seguridad. Ellos tuvieron éxito en sus roles hegemónicos parcialmente porque impusieron su voluntad a estados pequeños y parcialmente porque otros estados fueron beneficiados por su liderazgo y aceptaron este. Robert Gilpin: War and Change in World Politics, Cambridge University Press, 1981, p. 144. La presencia de un sistema multipolar en las relaciones internacionales conlleva una geografía política (y militar) que alienta la impresión de haber alcanzado un equilibrio que aparentemente excluye la posibilidad de conflictos. No obstante, dos veces en el siglo XX fue roto tal equilibrio de poderes por Alemania, y después, nuevamente por Alemania, Italia, y Japón (esta vez contribuyó en mucho el aislacionismo de Estados Unidos, concentrado en controlar económi-
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ca y políticamente a América Latina y obtener ventajas económicas en Asia; y el aislamiento a que se pretendió someter a la URSS por su formación económicosocial). Sin embargo, debido al desarrollo tecnológico-militar en el siglo XXI, truncar el equilibrio geopolítico se hará cada vez más improbable por las consecuencias, aún, para un eventual ganador o ganadores. Teóricamente detallado, el equilibrio de poder en las relaciones internacionales o sistema multipolar se encuentra en, Morton Kaplan: System and Process in International Relations. John Wiley and Sons Inc., Nueva York, 1955 y también, como concepto, en Hans J. Morghentau: Política entre las Naciones, Grupo Editor Latinoamericano, 1ra. edición 1948, 6ta. edición revisada por Kenneth W. Thompson, Buenos Aires, Argentina, 1986, p. 210. En las actuales condiciones del sistema de relaciones internacionales caracterizado por la unipolaridad que ejerce los Estados Unidos como la superpotencia imperialista (si bien con una fuerte tendencia al multipolarismo), que ha acentuado la contradicción entre el Norte desarrollado y el Sur subdesarrollado, más que los enfrentamientos entre grandes potencias, lo cual no es descartable, es de suponer que será la agudización de las contradicciones entre naciones ricas y pobres, el escenario probable de las potenciales agresiones en el siglo XXI, dado que en muchas ocasiones los recursos naturales de los países subdesarrollados, son altamente codiciados por los países desarrollados, que quieren asegurarse el acceso a los mismos. En este escenario internacional, los estados pivotes tendrán una singular importancia y un profundo impacto en la estabilidad de las regiones. Los pivotes geopolíticos son los estados cuya importancia se deriva no tanto de su poder económico y militar sino más bien de una combinación de esos factores, y sobre todo de su situación geográfica, factores todos que, conjugados, pueden entonces influir en la política exterior de las potencias geoestratégicas. Los estados pivotes, deberán coadyuvar al equilibrio mundial y regional. Los estados pivotes pueden trabajar por un equilibrio real, en las relaciones internacionales y del respeto a los principios del derecho internacional público, donde queden garantizados los derechos y la soberanía de los estados más pequeños, y eliminar la duplicidad (doble estándar) con el que los Estados Unidos y sus aliados, que suelen suplantar los principios del derecho internacional según sus intereses, y tratan de imponer su voluntad a todos y cada uno de los demás estados. No obstante, cuando en un proceso de integración, el Estado-Nación cede soberanía a favor de la organización supranacional, está demostrando su posición soberana, pues realiza ese acto por propia voluntad, y a la vez está adquiriendo soberanía, proveniente de la formación en que se integra, respecto a otros actores (o grupos de actores) internacionales. Club de Londres: reúne a los bancos privados que poseen créditos sobre los estados y las empresas de la Periferia. Durante los años setenta los bancos de depósito se transformaron en la principal fuente de crédito internacional de los países del Tercer Mundo. Desde finales de la década, estos últimos detentaban ya más del 50% del total de créditos acordados. En el momento de la crisis de la deuda en 1982, el Club de Londres se interesó, con el FMI, en administrar la crisis. Estos grupos de bancos se reúnen para coordinar el reescalonamiento de la deuda de los países deudores. Se califica más precisamente a estos grupos como comisiones consultivas. Estos encuentros (a diferencia del Club de París,
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que se reúne siempre en París) tienen lugar en Nueva York, Londres, París, Frankfurt, según la preferencia de los países y los bancos. Las comisiones consultivas, formadas en los años ochenta, han aconsejado siempre a los países deudores adoptar inmediatamente una política de estabilización y solicitar el apoyo al FMI, antes de solicitar un reescalonamiento o demandar dinero fresco ante los bancos en cuestión. No fueron raras las ocasiones en que las las comisiones consultivas dieron vía libre a un proyecto sin el aval del FMI, si los bancos estaban convencidos de que el país aplicaba una política adecuada. (Eric Toussaint: La Bolsa o la Vida, Editorial Gráficas Lizarra, San Sebastián, España, 2002, pp. 422-423). Club de París: se trata de un grupo de estados acreedores especializados en el impago de los Países en Vías de Desarrollo, creado en 1956 a raíz de la crisis con Egipto. Desde su creación la presidencia recae tradicionalmente en un francés. Los estados miembros del Club han reescalonado la deuda de cerca de 70 países en desarrollo. Sus miembros poseen cerca del 30% del stock de la deuda del Tercer Mundo. Los vínculos entre el Club y el FMI son muy estrechos y se materializan por el estatuto de observador que posee el FMI en sus reuniones –confidenciales–. El FMI tiene un rol clave en la estrategia de la deuda puesta en práctica por el Club y que se basa en su experiencia y caracterización macroeconómica para aplicar uno de los principios esenciales del Club: la condicionalidad. Recíprocamente, la acción del Club preserva el estatuto de acreedor privilegiado del FMI y la conducción de sus estrategias de ajuste en los países en vías de desarrollo. Eric Toussaint: La Bolsa o la Vida, Editorial Gráficas Lizarra, San Sebastián, España, 2002, p. 423. Pierre Charasse: “Un mundo multipolar, una perspectiva todavía lejana”, La Jornada, México, 2 de octubre de 2011. Para un análisis detallado de este aspecto, Véase: Jorge Carlos Bernal Tabares: “Realidades y mitos: notas sobre la utilización de la fuerza en la política militar de los Estados Unidos”, en Cuba Socialista, no. 27, 2003, pp. 35-48, y Lázaro Luis González Morales: “La política exterior norteamericana bajo el lente del 11 de septiembre: continuidad y cambio”, en Cuba Socialista, no. 27, 2003, pp. 49-64. Alfredo Jalife-Rahme: “Diez años antes y después al 11/9: de la unipolaridad a la multipolaridad”, La Jornada, México, 11 de septiembre de 2011. El uso adecuado de la palabra soberanía coloca este término en el ámbito de lo jurídico, le otorga un referente distinto de la autonomía y de la efectividad. Tal como la Corte Internacional de Justicia expresó la definición… la soberanía significa que el Estado “no está sujeto a otro Estado y posee poderes exclusivos dentro de su jurisdicción sin detrimento de derecho en cuanto a los límites establecidos por la ley pertinente”. En las palabras de Stanley Hoffmann: “la soberanía es la situación de aquel Estado que no obedece a una autoridad política superior, pero que en todo caso es sujeto de derecho internacional”… el concepto soberanía formal significa que el Estado goza de supremacía legal sobre cualquier otra autoridad dentro de determinado territorio y que es legítimamente independiente de las autoridades externas en el ejercicio de sus facultades, excepto en aquellos casos en que ha adquirido obligaciones de acuerdo con los principios del derecho internacional. Este concepto, al concebir al Estado como
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actor, se vincula a la concepción clásica de soberanía como voluntad: “la idea de que existe una autoridad irrevocable y absoluta dentro de la comunidad política”. Dicha idea y, como consecuencia la demanda de soberanía formal de determinada entidad, podrían verse amenazadas ante las exigencias de soberanía provenientes de las entidades que componen esa entidad. Robert O. Keohane: “La reciprocidad en las relaciones internacionales”, en Arturo Borja Tamayo (comp): Interdependencia, Cooperación y Globalismo. Ensayos escogidos de Robert O. Keohane, Colección de Estudios Internacionales del CIDE, Centro de Información y Docencia Económica, México, D. F., 2005, pp. 349-350. Irán es otro ejemplo de los tratamientos de doble estándar en política exterior de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. En ambas alianzas, en su momento, se criticó el intento de Georgia de resolver por la fuerza el conflicto surosetio, Osetia del Sur y Abjazia, las regiones separatistas georgianas. Immanuel Wallerstein: “Ajedrez geopolítico: el trasfondo de una miniguerra en el Cáucaso”, La Jornada, 13 de septiembre de 2008. Noam Chomski: “Georgia y los neoconservadores”, La Jornada, 14 de septiembre de 2008. Los cohetes J-35 y puede realizar sus lanzamientos desde una posición fortificada a diez kilómetros de la costa y alcanzar objetivos a 150 kilómetros de distancia. El J-20 chino es bastante más grande que los cazas de los Estados Unidos y Rusia lo que sugiere que tiene gran alcance y capacidad de llevar pesadas cargas de armamento. Moscú ha accedido a suministrar motores a Pekín para el J-20. La industria aeronáutica del país asiático ha avanzado muy rápido en los últimos años, pero aún depende en gran medida de la tecnología importada, sobre todo en la fabricación de reactores (propulsión). Los cazas J-10 y J-11 son copias del ruso Su-27 y emplean motores de este país. Carlos Tablada y Wim Dierckxsens: Guerra global, resistencia mundial y alternativas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, pp. 52-53. Fernando Coronil: “Del Eurocentrismo al globocentrismo: la naturaleza del poscolonialismo”, en Edgardo Lander (comp.): La Colonialidad del saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, (CLACSO), Buenos Aires, 2003, p. 103. Como aspecto negativo de esta XXI Cumbre Iberoamericana está el hecho de que casi la mitad de los mandatarios de la región se abstuvieron de asistir por razones de política interior. Los 10 gobernantes de los 22 convocados que no viajaron a la capital paraguaya son Cristina Fernández, de Argentina; Dilma Rousseff, de Brasil; Hugo Chávez, de Venezuela; Juan Manuel Santos, de Colombia; Raúl Castro, de Cuba; Laura Chinchilla, de Costa Rica; Porfirio Lobo, de Honduras; Daniel Ortega, de Nicaragua; Mauricio Funes, de El Salvador, y José Mujica, de Uruguay. Los países que conformarán la CELAC son: Antigua y Barbuda, Argentina, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dominica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Granada, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Panamá, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y Las Granadinas, Santa Lucía, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela.
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En el contexto económico los países latinoamericanos y caribeños deben priorizar establecer acuerdos concretos para reducir sus respectivas barreras comerciales para impulsar el aún muy pequeño comercio intrarregional, pues América Latina necesita urgentemente una mayor integración económica. La cumbre constitutiva de la CELAC realizada en Venezuela con la participación de jefes de Estado y altos representantes de 33 países de la región, reflejó coincidencias importantes, expresadas en sendos comunicados, en torno a temas como el bloqueo estadounidense a Cuba y la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas, coincidiendo en este sentido, con las declaraciones efectuadas en el mes de octubre de 2011 en el marco de la XXI Conferencia Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. La proyección neocolonial de los Estados Unidos en América Latina y el Caribe utilizando como instrumento a la OEA, fue también responsabilidad de la sumisión que asumieron las élites de poder en la región. Ya en el siglo XXI, los gobiernos latinoamericanos y caribeños comprometidos con el desarrollo económico incluyente y sustentable y el fortalecimiento de la soberanía de nuestros países, pueden encontrar aún en la OEA un foro de solución a los retos comunes transnacionales, sin dejar espacio a que los Estados Unidos imponga sus intereses sobre el de las demás naciones. Una OEA efectiva necesitaría de: a) la participación de Cuba, un país con importantísimo prestigio político regional y extrarregional; b) Que Canadá desempeñe un activismo regional de mayor peso, dejando a un lado su supeditación satelizada. “A comienzo de los años noventa, el imperialismo norteamericano se estaba lanzando a la recolonización política de su patio trasero a través del libre comercio y la instalación de bases militares. También este panorama cambió. La versión original del ALCA fracasó por los conflictos entre firmas globalizadas y corporaciones dependientes de los mercados internos, por choques entre exportadores e industriales y por el extendido rechazo popular. La contraofensiva de tratados bilaterales que ha lanzado el Departamento de Estado no compensa este retroceso. La correlación de fuerzas ha registrado, por lo tanto, varios cambios significativos en América Latina. Las clases dominantes ya no cuentan con la brújula estratégica neoliberal, el movimiento popular recuperó presencia callejera y el imperialismo norteamericano perdió capacidad de intervención”. Claudio Katz: Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 83-84. Sobre todo, lo relacionado con el sistema de misiles antiaéreos S-300, considerados secreto de Estado, por el gobierno de Moscú. Rusia ha discrepado con China por su producción para la exportación copias del caza Su-27SK, lanzaderas múltiples de misiles Grad y Smerch, lanzagranadas, baterías de artillería, tanques y fusiles Kaláshnikov. Rusia, Irán y Qatar, potencias mundiales de gas, participantes en el Foro de Países Exportadores de Gas, grupo que incluye también a Venezuela, Nigeria, Argelia, Egipto, Indonesia y Libia, afirmaron, en octubre de 2008, que había consenso para crear un grupo al estilo de la OPEP. Los Estados Unidos y Europa han advertido estar en contra de tal grupo exportador de gas, diciendo que podría representar un peligro para la seguridad energética internacional y crear una pieza para la manipulación de los precios.
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Bibliografía BERNAL TABARES, JORGE CARLOS: “Realidades y mitos: notas sobre la utilización de la fuerza en la política militar de los Estados Unidos”, en Cuba Socialista, no. 27, 2003. CHARASSE, PIERRE: “Un mundo multipolar, una perspectiva todavía lejana”, La Jornada, México, 2 de octubre de 2011. CHOMSKI, NOAM: “Georgia y los neoconservadores”, La Jornada, México, 14 de septiembre de 2008. CORONIL, FERNANDO: “Del Eurocentrismo al globocentrismo: la naturaleza del poscolonialismo”, en Edgardo Lander (comp.): La Colonialidad del saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. (CLACSO), Buenos Aires. 2003. GILPIN, ROBERT: War and Change in World Politics, Cambridge University Press, 1981. GONZÁLEZ MORALES, LÁZARO LUIS: “La política exterior norteamericana bajo el lente del 11 de septiembre: continuidad y cambio”, en Cuba Socialista, no. 27, 2003. GONZÁLEZ, URESTI Y LUZ ARACELI: “Política Internacional del siglo XX: de la Paz de Versalles a la Segunda Guerra Mundial”, en Zidane Zeraoui et al.: Política Internacional Contemporánea, Editorial Trillas, México D. F., 2000. JALIFE-RAHME, ALFREDO: “Diez años antes y después al 11/9: de la unipolaridad a la multipolaridad”, La Jornada, México, 11 de septiembre de 2011. KAPLAN, MORTON: System and Process in International Relations, John Wiley and Sons Inc., Nueva York, 1955. KATZ, CLAUDIO: Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010. KEOHANE, ROBERT O.: “La reciprocidad en las relaciones internacionales”, en Arturo Borja Tamayo (comp.): Interdependencia, Cooperación y Globalismo, Ensayos escogidos de Robert O. Keohane, Colección de Estudios Internacionales del CIDE, Centro de Información y Docencia Económica, México, D. F., 2005. MORGHENTAU, HANS J.: Política entre las Naciones, Grupo Editor Latinoamericano, 1ra. Edición 1948, 6ta. edición revisada por Kenneth W. Thompson, Buenos Aires, Argentina, 1986.
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De los autores
EDUARDO JULIO LÓPEZ BASTIDA (Cuba). Licenciado en Química, Máster en Energía y Medio Ambiente, Doctor en Ciencias Técnicas, Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Cienfuegos (Cuba). Su dirección principal de investigación es el Medio Ambiente, la Energía, el Desarrollo Sustentable y la Economía Ecológica donde posee más de 200 investigaciones y asesorías al respecto. Ha publicado artículos científicos en revistas de Cuba, América y Europa. Ha dado clases de postgrado en varias universidades de Cuba, América y Europa. Fue nominado al Premio Nacional de Medio Ambiente de la República de Cuba en 2007, recibió la distinción “Elias Berracha” por la Educación en Colombia (2000), el Premio Nacional de Economía “Raúl León Torras” (2009), el Premio de Ensayo del Concurso “Padre Regis” (2010), el Premio Internacional de la Agenda Latinoamericana por la mejor Divulgación en Iberoamérica de los Principios de la Sustentabilidad (2010) y la Distinción Especial del Ministro de Educación Superior de Cuba (2011). ANÍBAL ROLANDO BARILLAS DIÉGUEZ (Guatemala). Estudiante de Sociología y Lengua y Literatura Universidad de San Carlos de Guatemala, Diplomado en Prospectiva Política por la Universidad Rafael Landívar. Ha realizado trabajos de investigación para diagnósticos
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sociales en comunidades rurales, así como investigaciones bibliográficas sobre la Epistemología del Movimiento Maya. Ha sido Gestor Cultural en el departamento de Quetzaltenango, Analista Cultural en el Ministerio de Cultura y Deportes de su país e Investigador en diversos temas de política laboral en su país. ANA TERESA BADÍA VALDÉS (Cuba). Licenciada en Periodismo y Doctora en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de La Habana. Periodista habitual de Radio Rebelde. Ha realizado diferentes coberturas periodísticas tanto nacionales como internacionales. Profesora Auxiliar de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana (pregrado y postgrado) y presidenta de la Cátedra de Radio del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha impartido cursos fuera de Cuba, como el Diplomado “Armar la palabra”, en la Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia, 2002), el Diplomado “Géneros periodísticos”, en la Universidad Mayor, Real y Pontificia de San Francisco Javier de Chuquisaca (Bolivia, 2003), y el curso-taller “Nuevas tendencias del periodismo”, Universidad de Guerrero (México, 2005). Recibió el “Gran Premio” del Festival Nacional de Radio (2005) y el Premio “Jorge Ricardo Massetti”, del Concurso Nacional de Periodismo 26 de julio (2005). Ostenta la distinción “Félix Elmuza”, entregada por la Unión de Periodistas de Cuba de manera excepcional a cinco jóvenes docentes del país; la “Distinción Especial” del Gobierno Municipal de Cochabamba, Bolivia, otorgada a personalidades extranjeras por sus aportes en el campo científico (2003); y el Sello 85 aniversario de la Radio Cubana. RAÚL GARCÉS CORRA (Cuba, 1974). Doctor en Ciencias de la Comunicación. Periodista de medios audiovisuales y digitales cubanos. Hasta el año 2009, Director del Departamento de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Profesor de las asignaturas de Ética Periodística y Periodismo Radiofónico (pregrado) y temas de Comunicación Política (postgrado). Ha ganado becas de investigación en la Universidad Complutense de Madrid (España) y City University (Londres, Reino Unido), en los temas de Comunicación Política y Opinión Pública. Ha sido profesor visitante o conferencista en universidades o instituciones públicas de Argentina, Brasil, México, Costa Rica y Venezuela. Entre los años 2009 y 2011 trabajó como asesor de Políticas Públicas en el Ministerio de Comunicación e Información de Venezuela. Actualmente dirige el grupo de investigación “Problemas conceptuales del Periodismo”,
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de la Facultad de Comunicación de La Universidad de La Habana. Tiene publicados los libros Los dueños del aire (Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2005) y Los años de la ira (coautoría con Alfredo Guevara), así como artículos en revistas especializadas en comunicación y antologías sobre el tema. MIGUEL ÁNGEL FALCÓN PADILLA (Cuba). Licenciado en Pedagogía, especialidad Historia y Marxismo, por el Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona” (La Habana), Máster en Relaciones Internacionales y cursante del Doctorado en Ciencias Filosóficas. Se desempeña como docente de la Universidad Central “Marta Abreu” (Villa Clara, Cuba). Ha publicado diversos artículos relacionados con la temática de los movimientos sociales en América Latina en revistas nacionales e internacionales. Es Investigador del Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (GALFISA) del Instituto de Filosofía de Cuba y ha colaborado como profesor invitado en la Escuela Nacional “Florestan Fernandes” del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras del Brasil. JORGE ETCHENIQUE (Argentina, 1947). Licenciado en Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Investigador histórico y narrador, integrante del Instituto de Estudios Socio Históricos de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa y de la Asociación Pampeana de Escritores. Ha publicado los textos de ficción La Cruz del Sur. El puente & los bandidos (Ediciones Amerindia, Santa Rosa, 2006) y Han matado un forastero y otros cuentos derivados (Municipalidad de Puerto Madryn, Chubut, 2010). Algunos de sus libros de historia son: Conflictos Sociales en La Pampa (1910-1921) (Fondo Editorial Pampeano, Santa Rosa, 1999 y Editorial Cooperativa Voces, Santa Rosa, 2011), Pampa Libre. Anarquistas en la pampa argentina (Amerindia/UNQui, Santa Rosa, 2000), Apuntes para una historia del cine en el Territorio Nacional de La Pampa (Subsecretaría de Cultura, Santa Rosa, 2003) y Vida municipal de Santa Rosa (1894-1952) (Municipalidad de Santa Rosa, 2007). ELIER RAMÍREZ CAÑEDO (Cuba). Licenciado en Historia (2006), Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales (2008), Doctor en Ciencias Históricas (2011) por la Universidad de la Habana. Trabaja como analista de la esfera histórica en la Secretaría del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros de Cuba. Miembro de la Asociación Hermanos Saiz. Ha publicado numerosos trabajos en revistas digitales como: La Jiribilla, Calibán y Rebelión. Premio de Ensa-
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yo en el concurso “Guillermo Torriella” del Centro de Estudios sobre América en 2007 con “Neoliberalismo en América Latina: orígenes, evolución y consecuencias”. Premio de la Crítica Histórica “Fernando Rodríguez Portela” que otorga la Unión Nacional Historiadores de Cuba con el libro El Autonomismo en las horas cruciales de la nación cubana (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2008) y coautor con Esteban Morales del libro De la confrontación a, los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacía Cuba (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011). IVÁN OLANO DUQUE (Colombia). Estudiante de la Universidad del Valle (Cali, Colombia), de la carrera de Música con énfasis en Teoría y Composición. Ha publicado ensayos en varias revistas de artes y humanidades, y actualmente prepara un libro de ensayos sobre arte y literatura. DINO AMADOR ALLENDE GONZÁLEZ (Cuba, 1968). Licenciado en Historia (1995) y Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales (2005) por la Universidad de La Habana. Profesor Instructor Adjunto de Historia de Cuba, nivel superior (2006). Técnico medio en bibliotecología (Escuela Nacional de Técnicos Medios en Bibliotecología, 2007). Ha participado en diversos cursos de postgrado, eventos nacionales e internacionales, así como charlas y conferencias sobre historia, política internacional y cultura cubana. Ha publicado artículos en las revistas Bohemia, Tricontinental y Panorama Mundial. Se ha desempeñado como Profesor en nivel medio superior (bachillerato) y superior (universitario) en las asignaturas de Historia de Cuba y Cultura Cubana. ALFREDO FALERO (Uruguay). Doctor en Ciencias Sociales especialización Sociología. Profesor de pregrado y postgrado en Sociología y en la Maestría de Gestión en Turismo como parte del Dpto. de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales en la Universidad de la República, y en la Licenciatura de Turismo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la misma universidad. Investigador en las áreas de procesos globales y regionales, sociología de los movimientos sociales y la acción colectiva y de Sociología del Turismo. Premio en la categoría de Investigador Senior de CLACSO en el concurso “Los legados teóricos de las ciencias sociales en América Latina y el Caribe”, por el ensayo “El paradigma renaciente de América Latina” (Buenos Aires, CLACSO, 2006). Mención en el Concurso “Pensar a Contracorriente” 2005 por “Diez tesis equivocadas
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sobre la Integración regional en América Latina”. Premio de Ensayo Latinoamericano de la Editorial Nueva Sociedad por el trabajo “La sociedad civil, globalización y regionalización. Reflexiones a partir del movimiento sindical” (Caracas, 2000). Autor de los libros Los enclaves informacionales de la periferia capitalista: el caso de Zonamérica en Uruguay. Un enfoque desde la Sociología (Montevideo, 2011) y Las batallas por la subjetividad. Luchas sociales y construcción de derechos (Montevideo, 2008). Coordinador y coautor del libro Pensamiento crítico en América Latina y sujetos colectivos. Perspectivas Interdisciplinarias (Montevideo, 2011). Autor de numerosos artículos y capítulos de libros en publicaciones de diversos países. WILLIAN ESPRONCEDA RODRÍGUEZ (Cuba, 1978). Graduado de Sociología (2005) y postgrado en Sociología política (2006) por La Universidad de la Habana. Profesor de la Universidad de La Habana en diversas asignaturas como “Pensamiento sociológico latinoamericano”, “Sociología política”, “Cultura política”, “Teoría Sociopolítica” y “Pensamiento sociológico cubano”. Sus líneas de investigación son varias: las relaciones internacionales, como en el caso de “El ALBA como proceso de desarrollo e integración regional”, “Teoría de la dependencia: logros y limitaciones”, “La política exterior canadiense influida por la relación bilateral con Estado Unidos” y “El lobby proisraelí y la política exterior de Estados Unidos”; el desempeño de la democracia pluripartidista, con análisis del comportamiento electoral regional y parlamentario de Venezuela; y las transformaciones de la economía nacional: “Reestructuración de la agroindustria azucarera en Cuba. Un estudio de caso” y “Centro Comercial Plaza Carlos III. Una incitación al consumo”. Ha publicado artículos en revistas digitales cubanas. LÁZARO LUIS GONZÁLEZ MORALES (Cuba, 1957). Profesor de Historia y Ciencias Sociales para la Enseñanza General Media, por el Instituto Superior Pedagógico (1979), Licenciado en Educación Superior, Especialidad de Historia y Ciencias Sociales, por el Instituto Superior Pedagógico (1982), Máster en Relaciones Internacionales por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” (1998). Se desempaña como Profesor en el Instituto Cultural Helénico en el Diplomado “Política Internacional Contemporánea” y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), curso “América Latina en el siglo XX y principios del XXI”. Ha sido Profesor Invitado de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de
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Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que coordina el Doctor Lucio Oliver, sobre Estados Unidos y sus relaciones con América Latina. En Cuba fue Subdirector del Centro de Estudios sobre los Estados Unidos de la Universidad de La Habana (1998-2003) y Profesor Adjunto de la Facultad de Historia y Filosofía de la Universidad de la Habana, en la asignatura de Teoría Política (1999-2003). Mención en el Concurso Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente” 2009 con “América Latina en la primera década del siglo XXI. Posibilidades de ruptura de la relación de subordinación respecto a Estados Unidos y de construcción de un modelo contrahegemónico”. Ha publicado “Las relaciones Estados Unidos-Cuba: panorama histórico”, en Visión de América Latina. Homenaje a Leopoldo Zea (Fondo de Cultura Económica, México, 2003). Es coautor de dos capítulos del libro Los Estados Unidos. Dinámica interna y política exterior (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003). NELSON ROQUE VALDÉS (Cuba, 1965). Licenciado en Historia, especialidad Historia Contemporánea (1988) y Máster en Historia Contemporánea (1999) por la Universidad de La Habana; Máster en Cooperación Internacional Descentralizada: Paz y Desarrollo, por la Universidad del País Vasco (2001) y Máster en Relaciones Internacionales por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de Cuba (2002). Estudia para obtener el doctorado en Relaciones Internacionales por la Universidad del País Vasco. Fue Investigador del Centro de Estudios Europeos de Cuba desde 1988 hasta 2000, desde 2007 es Periodista, Comentarista internacional y Especialista en Distribución Comercial Externa en el canal de televisión Cubavisión Internacional. Ha escrito 12 investigaciones y publicado más de 60 artículos en Cuba y el extranjero (España, Perú, México, Holanda, Bolivia, Italia, Brasil, Chile, Argentina). Traductor de poesía contemporánea hindú y ensayos portugueses al español.
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