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Por el Obispo
+ Francis I Malone, Obispo de la Diocesis de Shreveport
LOS QUE RECORDAMOS LA TELEVISIÓN EN BLANCO Y NEGRO EN LOS AÑOS 50 TAMBIÉN RECORDAMOS LOS PROGRAMAS POPULARES QUE NOS ENTRETENÍAN HASTA QUE LLEGÓ LA TELEVISIÓN A COLOR. De hecho, algunos de nuestros mejores recuerdos de la infancia eran de nuestros programas de televisión favoritos como, caricaturas, programas de variedades, noticieros, etc. Y cuando llegó el “color”, la experiencia de ver televisión cambió por completo. Hoy en día, algunos de nosotros seguimos viendo nuestros programas favoritos en blanco y negro. Uno de los mejores recuerdos de mi juventud era ver el programa semanal del arzobispo Fulton Sheen. Era TAN popular que ganó un premio Emmy por su programa, y su audiencia era muy amplia, tanto católica como no católica. Varios de sus episodios de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial y de Corea eran educativos, ya que tenía una manera increíble de hacer que los temas complicados de aquella época se entendieran de manera sencilla, hasta para los niños. Aún recuerdo algunas de sus lecciones y cómo llegamos a la situación en que nos encontrábamos en el siglo XX.
Una de las lecciones que enseñó fue el impacto que tuvieron las revoluciones comunista e industrial en nuestra economía, nuestra forma de vida y nuestra manera de vivir la fe. Por ejemplo, demostró con claridad cómo la filosofía comunista nos alejó de la ayuda al más pobre de nuestra sociedad, para dar más importancia al Estado que a la persona. En consecuencia, los países comunistas centraron su atención en lo más importante que era el Estado en lugar de la persona individual. Su demostración de la revolución industrial cambió la forma en que vivíamos nuestras vidas. Por ejemplo, los niños aprendían el trabajo del padre antes de la revolución industrial. El padre se convertía en su mentor y le enseñaba a usar las manos en carpintería, a cultivar la tierra y a construir. Cuando llegó la industria, los padres empezaron a trabajar fuera de casa y los niños perdieron la presencia de sus padres en el hogar y en la artesanía. Como resultado, la familia sufrió.
Lo que el arzobispo Sheen señaló claramente fue que estas dos revoluciones atacaron la integridad y centralidad de la familia en la cultura y en nuestra forma de vida.
No debería sorprendernos que estas dos revoluciones sociales también causaran que la Iglesia a finales del siglo XIX hablara de la importancia del “trabajo manual” y la dignidad del trabajo. De hecho, gran parte de las enseñanzas sociales que hoy nos ofrece la Iglesia tienen su fundamento en la forma que la Iglesia nos enseñó sobre la dignidad del trabajo. En 1891, el Papa León XIII escribió su encíclica “Rerum Novarum” para hablar de estos temas y enseñarnos sobre la dignidad del ser humano a través del trabajo que realizamos. La Iglesia nos enseña que el trabajo de nuestras manos es sagrado, de Dios, y forma parte de su plan creador.
Alégrense en el trabajo de su vida, porque es de Dios, y de este modo, ustedes y yo nos convertimos en socios de Él, cada día de nuestras vidas.