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Una tradición católica para meditar en familia durante el Viernes Santo
Cuarta Palabra
QUINTA PALABRA “Tengo sed.”
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En ocasiones, ante situaciones y circunstancias difíciles, hacemos nuestra también esta frase que Jesucristo clamó en ese bendito momento de la cruz. Y como Él lo hacemos nosotros, porque lo primero que experimentamos es ese sentimiento de abandono y de soledad.
Por ejemplo, la persona que va al médico por un chequeo de rutina y recibe la noticia que tiene un cáncer en etapa terminal, creo que muy probable que se pregunte ¿por qué Dios me ha abandonado?
Y si agregamos que esa persona se considera muy buena, que diezma, que comulga todos los domingos y que además está en el grupo de oración de la parroquia, ¿no se haría la pregunta?
Yo respondería que muy probable que sí. No estamos exceptos de sentir o experimentar esta soledad que nace de la impotencia, de la fragilidad humana.
Aún yo, como sacerdote, cuando estuve en la celda de esa cárcel, no una sino muchas veces, hice esa pregunta. ¿Y saben qué fue lo hermoso que nos pasó?, ¡que el mismo Señor nos visitó!
¿De qué manera? En su presencia real en la Santa Eucaristía. Todos lloramos porque habíamos dudado de su palabra, “Yo estaré con ustedes…” (Mateo 28:20).
Uno de nosotros dijo hincado ante su presencia, “Dios está también preso con nosotros”.
Hermanos todos, Dios siempre está en esos momentos buenos y alegres; pero también lo estará en esos momentos difíciles: ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades…ni la muerte”. Leamos Romanos 8:35.
Tener sed es una de nuestras necesidades naturales, no podemos vivir sin el agua. Con esta palabra nuestro señor nos manifiesta toda su humanidad, Él se hizo carne de verdad, es Dios y Hombre, y como hombre se asemejó totalmente a nosotros, menos en el pecado.
Él ya les había dicho en una ocasión a sus discípulos, que no era un fantasma. Él es realmente hombre, siente, sufre dolor, cansancio, padece hambre, etc.
Y aquí en la cruz siente sed, la sed de un torturado, la sed de alguien que está sufriendo mucho y viviendo su agonía.
En el relato de San Marcos se nos dice que los soldados le dieron vino mezclado con mirra (Marcos 15:23). En esos tiempos esa mezcla servía como anestésico y droga, ayudando así al crucificado o al torturado a aliviar y olvidar su dolor. Lo más interesante es que dice el versículo: “pero Él no lo tomó”.
Así, mientras muchos de nosotros queremos evadirnos a la realidad del sufrimiento, quisiéramos tener una mezcla de “vino y mirra” que nos aleje momentáneamente del dolor.
Quisiéramos tener una varita mágica que resuelva todos nuestros problemas, o bien un vino y mirra que nos haga más llevadera y liviana la cruz.
Mientras nosotros pensamos, buscamos o deseamos esa mezcla de “vino y mirra”; nuestro Señor Jesús la rechaza, no la toma, asume su dolor con valentía y por amor.
El amor y el sufrimiento van de la mano. Quien ama de verdad, se entrega hasta el extremo. He ahí la sed del Hijo de Dios.
Nosotros también en este mundo experimentamos cansancio y sed, son muchos los sedientos de paz y justicia, sedientos de amor.
Cuánta sed hay en nuestros pueblos, en Nicaragua y en el mundo entero. Gente sedienta de libertad y justicia; y sólo Él, la fuente de agua viva, nos puede saciar y llenar todos nuestros vacíos y carencias. Él es el agua viva.
— P. Ramiro Tijerino
Sexta Palabra
“Todo está cumplido.”
Jesús muriendo en la cruz ha manifestado así el deseo y querer de su Padre. El mismo dirá que su alimento es hacer la voluntad de mi Padre. ¿Por qué me cuesta hacer la voluntad del Padre? En lo personal, el problema radica en la falta de oración y de la santidad.
El santo es aquel que está en la misma sintonía y frecuencia con la voluntad de Dios y esto es fruto de la oración. Y si le toca vivir momentos adversos no lo vemos renegar, al contrario, los vive con paz y se alegra de padecerlos en nombre de Jesús. Son muchísimos ejemplos de miles, de millones de santos. Por mencionar a uno, San Ignacio de Antioquia, lo vemos suplicar al pueblo que pastoreaba que no impida ser triturado por los leones.
La cárcel no es el lugar donde más tranquilidad y paz uno puede manifestar. Por eso, siempre nos preguntábamos ¿es voluntad de Dios que estemos acá?
No logramos tener una respuesta inmediatamente, como hubiéramos deseado, pero con el correr del tiempo Dios fue respondiendo esas y otros preguntas. Cuando logramos hablar con los hermanos de otras celdas, ellos nos contaron lo que habían experimentado desde el mismo momento que nosotros entramos a la cárcel. Fue una alegría, porque si ustedes estaban allí Dios también.
Volvió la esperanza de que un día íbamos a salir. Los oficiales comenzaron a dar mejor trato, hasta la comida mejoró, pero sobre todo muchos volvieron a la fe y no había celda donde no se orara con el rosario.
Dios permitió que llegáramos a la cárcel para salvarnos a todos física y espiritualmente. “Todo está cumplido”. Preguntémonos ¿Todo esto por mí?
— P. Óscar Benavides
S Ptima Palabra
Toda la vida de Jesús fue una constante oración. Ninguna actividad realizaba, ni una decisión tomaba sin antes orar. Y cuando sus discípulos le pidieron: “Señor enséñanos a orar” (Lucas 11:1), Él invitó a sus discípulos a decir: “Padre…”.
Aquí, en esta última palabra, en este momento de agonía y muerte, pero que también es momento de encuentro, ora diciendo: “Padre”.
Seguramente lo hizo en el lenguaje arameo, cuya palabra seria Abba. Este vocablo era utilizado únicamente en el interior del hogar, pues connotaba una intimidad y relación especial, era una expresión de amor filial, pero un amor sentido y vivido, tal y como lo vive un niño que se acerca a su papá.
Así el Hijo de Dios se entrega a su padre, a su Abba, a su papá, y con ello restaura esa relación entre Dios y los hombres, relación que estaba rota a causa del pecado.
Jesús se entrega a su Padre para que este lo levante de entre los muertos. Entrega su espíritu al Padre con la confianza del hijo, con la esperanza que su Padre le dará el nombre sobre todo nombre, esto es, con la esperanza en la resurrección. Es esta la confianza y la esperanza con la que debemos nosotros, que somos también hijos de Dios, encarar la muerte y vivir cada acontecimiento de nuestra vida. Con la muerte de Cristo, está vencida la muerte como destino final del ser humano; de esta manera podemos, con mucha fe y esperanza, decir con el apóstol Pablo que: “…ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).
— P. Ramiro Tijerino