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Santa Kateri Tekakwitha

Cada 14 de julio se celebra en Estados Unidos la fiesta de Santa Kateri Tekakwitha, la primera santa nativa norteamericana. Ella es considerada, junto a San Francisco de Asís, patrona de la naturaleza y de la ecología.

Kateri nació en 1656 en Ossernenon, hoy Auriesville, Nueva York, una villa habitada en ese entonces por la tribu Mohawk. Su madre fue una mujer cristiana, integrante de la tribu algonquina, mientras que su padre fue jefe tribal de los Mohawk.

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Con tan sólo cuatro años, Kateri perdió a sus padres y hermano a causa de una epidemia de viruela. Ella también contrajo la enfermedad, pero logró sobrevivir, aunque quedó con el rostro desfigurado y la vista seriamente dañada. Serían sus tíos quienes la acogerían en su casa y se harían cargo de ella.

A los 11 años, Kateri tuvo la oportunidad de conocer la fe cristiana gracias a los jesuitas franceses que evangelizaron el territorio Mohawk. Sin embargo, es bien conocida la resistencia que había entre muchos pueblos nativos de Norteamérica para acoger el mensaje cristiano. Ese no fue el caso de Kateri, pero sí de su familia y tribu.

La joven pidió ser bautizada a los 20 años, haciendo frente a la oposición de sus familiares y al rechazo de su comunidad. Convertida en blanco de numerosos maltratos, Kateri decidió dejar su pueblo y emprender camino hacia Sault Sainte Marie, un pueblo cristiano cerca de Montreal, hoy Michigan, habitado por nativos conversos de Canadá. El trayecto recorrido para salvarse de la persecución fue de unas 200 millas a través de montañas, ríos y la inclemencia del tiempo.

PORTADORA DEL EVANGELIO

En Sault Sainte Marie, el día de Navidad, Santa Kateri hizo su Primera Comunión y prometió solemnemente a Dios permanecer virgen por el resto de sus días. Así, consagrada a Dios, se dedicó a la vida de oración y virtud.

Se convirtió en evangelizadora y ferviente defensora de sus hermanos indígenas. Acompañada por la guía espiritual de los miembros de la Compañía de Jesús, Kateri acrecentó día a día su amor por Cristo, especialmente presente en la Eucaristía.

Partió a la Casa del Padre el 17 de abril de 1680, durante la Semana Santa de aquel año. Tenía tan sólo 24 años. Sus últimas palabras fueron: “¡Jesús, te amo!”. Su muerte fue ocasión de numerosas conversiones entre los suyos, al punto de que se hizo de su tumba en Caughnawaga -lugar donde murió- destino para los peregrinos. En 1884, el Padre Clarence Walworth mandó erigir un monumento al lado de su sepultura.

La dulce Kateri dejó una huella imborrable en la memoria de las tribus que formaban la nación iroquesa (una confederación de seis tribus nativas) y hoy es motivo de orgullo para todo el pueblo católico norteamericano.

Ella es uno de los más hermosos frutos que el Evangelio ha producido en Norteamérica, un “puente” que une razas y tradiciones.

Con justa razón se le conoce como “El Lirio de los Mohawks”. Santa Kateri fue beatificada por San Juan Pablo II en 1980, y canonizada por el Papa Benedicto XVI en octubre de 2012. — Condensado de ACI Prensa

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