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Carta De Nuestro Pastor: ACOGIENDO AL ESPÍRITU SANTO
Queridos feligreses,
Pentecostés, que es el 5 de junio de este año, fue el día en que el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles mientras estaban reunidos para orar en Jerusalén. Llegando 10 días después de la Ascensión de Jesús al cielo, el descenso del Espíritu Santo convirtió a los apóstoles de una colección de seguidores temerosos que buscaban alguna dirección en una banda de testigos valientes listos para declarar su fe en Cristo al mundo entero.
Tal vez ha escuchado que Pentecostés es el cumpleaños de la Iglesia porque ese fue el día en que, recién lleno del Espíritu Santo, San Pedro predicó el primer sermón Cristiano, invitando a sus oyentes a volverse a Jesús como Su Salvador y Su Señor. Quienes aceptaron la invitación fueron bautizados y “fueron agregados” a la Iglesia (Hechos 2:41). Ese día marcó el comienzo de la misión pública de la Iglesia, que continúa hasta el presente.
Las acciones del Espíritu Santo en la Iglesia no se limitaron a los apóstoles en la antigüedad. Permanece activo en el presente, guiando al Papa y a los obispos a medida que avanzan en su trabajo de santificar, enseñar y servir a la Iglesia. El Espíritu Santo actúa en los sacramentos para hacerlos dones efectivos de gracia. También podemos ver la obra del Espíritu Santo en el testimonio de los santos.
El Espíritu Santo no sólo está obrando y moviéndose en la Iglesia en su conjunto, sino también en la vida de las personas Cristianas. A través de nuestro bautismo, nos convertimos en templos del Espíritu Santo. Con nuestra Confirmación, que es nuestro Pentecostés personal, recibimos el sello del Espíritu Santo. El Espíritu nos une más estrechamente a Cristo, aumenta los dones espirituales que se nos han dado y nos fortalece para difundir y defender la fe. Cuando celebramos Pentecostés, no solo recordamos la experiencia de Pentecostés revelada en las Escrituras, sino que también reconocemos al Espíritu Santo vivo en nosotros y en nuestra Iglesia, moviéndonos a la santidad y alentándonos a ser testigos de nuestra fe.
¿Tal vez se esté preguntando cómo está obrando el Espíritu Santo en su vida? Aquí hay una manera de pensarlo: Dios el Padre nos dio libre albedrío, para que podamos elegir si lo obedeceremos o no. Dios el Espíritu Santo, estando unido con el Padre y el Hijo, honra nuestra libertad. El Espíritu nunca nos obliga a alejarnos del pecado o a obedecer los mandamientos de Dios. Más bien, el Espíritu nos da gracia para ayudarnos a usar nuestro libre albedrío para elegir el bien. Al unir nuestro deseo de elegir lo bueno con nuestra oración a Dios, podemos ser más conscientes de la invitación de Dios a elegir realmente lo que es bueno – elegir a Dios. El Espíritu nos llama hacia el cielo respetando siempre nuestra libertad de elegir a Dios o de rechazarlo.
Como discípulos de Jesús, somos llamados a responder a la generosidad y bondad de Dios con gratitud. Tal vez se ha comprometido a adorar en la Misa al menos semanalmente y pasar algún tiempo cada día en oración. Tal vez usted ha prometido usar algunos de sus talentos en los ministerios parroquiales y el servicio a la comunidad. Es posible que incluso haya entregado una tarjeta en nuestra última renovación para indicar su promesa de una porción de su tesoro para ser utilizada en el servicio de Dios. Espero que haya hecho todo esto, ya que son formas en que respondemos en gratitud a la generosidad de Dios.
Si es así, tanto la gracia del Espíritu Santo como su libre albedrío estuvieron involucrados en su decisión. Le animo a no tener miedo y a confiar en que el Espíritu Santo le dará la fuerza para cumplir sus compromisos.
Este Pentecostés, lo animo a hacer del versículo que cantaremos justo antes del Evangelio su oración personal:
Aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de los fieles; Y enciende en ellos el fuego de Tu amor. Aleluya.
Si lo hace, creo que reconocerá al Espíritu Santo obrando aún más fuertemente en su vida. Mi esperanza es que sienta más alegría en su corazón y alma. El fruto de esto es que el mundo, al menos su pequeño rincón, será un lugar mejor.
En Cristo,
P. John P. McCaslin