Serie de Tesis de Maestría
Salud sexual y reproductiva de las mujeres: políticas, concepciones y prácticas en transformación
Para citar utilizar la siguiente referencia bibliográfica: Área Género Sociedad y Políticas (comp.) (2017): Salud sexual y reproductiva de las mujeres: políticas, concepciones y prácticas en transformación. Ediciones Sinergias. Cuadernos del Área Género, Sociedad y Políticas – FLACSO Argentina, Serie de Tesis de Maestría Vol. 1. [en línea]
Edita: Área Género, Sociedad y Políticas – FLACSO, Argentina Marzo 2017 Buenos Aires, Argentina
Índice Prefacio por Pedro Di Pietro………………………………………………………………………………………………
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Prólogo por Gloria Bonder ……………………….…………………………………………..……………………..….
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Salud sexual y reproductiva: políticas de comunicación en disputa en las instituciones de salud por Ianina Lois ………………………………………………………………………………………………….…….
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Apropiación subjetiva de derechos sexuales y reproductivos en adolescentes por Valeria Ramos Brum……………………………………………………………………………………………………………………..
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Tecnologías de reproducción asistida y género en las sociedades contemporáneas: posicionamientos feministas en torno a la reproducción científica de los cuerpos Por Leila Vecslir……………………………………………………………………………………………………………………….........
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PREFACIO Los trabajos que se combinan en SinerGias resultan de una constelación de diálogos que caracteriza el “modo de ser y hacer” de PRIGEPP. En ese marco, la tarea de coordinación editorial requiere seguir los trazos que vinculan a cada pieza dentro de esta sinergia. El desafío compartido con los/as autores fue doble: por un lado, retratar con la mayor fidelidad las claves más fructíferas de las conversaciones que mantuvimos para enriquecer sus producciones y, por otro, editar un volumen que expresa una mixtura de aportes de un equipo editor. La serie de trabajos monográficos de SinerGias está signada por un espíritu renovador, no sólo en lo referente a poner en circulación un pensamiento crítico en el tema en cuestión sino también a pensar en su traducción geopolítica. Si bien la tarea de edición implicó realizar cortes disciplinares o temáticos, lo que prima en los fundamentos de este proyecto es una intencionalidad dialógica. Parte de la misión de PRIGEPP consiste en imaginar y poner en circulación un proceso formativo innovador por sus contenidos y pedagogía, lo que se complementa con el valor dado a la reconfiguración de voces que, en su entrecruzamiento, expanden los registros de la conversación, de lo local e interpersonal hasta lo regional y transnacional. En este número se entretejen las experiencias, saberes y posicionalidades de egresados/as de PRIGEPP que continúan creando conocimiento y transformación desde diversos roles y adscripciones (activistas, profesionales del mundo académico, consultores/as, y miembros de organizaciones de la sociedad civil y de comunidades de base). Sus voces se han ido modulando en una malla extensa de solidaridades epistémicas y políticas, cultivando de ese modo una práctica que distingue a la comunidad PRIGEPP. SinerGias es también una invitación a que sus sucesivos números resuenen en sus lectores y den lugar a nuevas y siempre inacabadas conversaciones que mantienen viva nuestra conciencia crítica sobre el orden de género, sus diversas manifestaciones, y los horizontes políticos y epistémicos que orientan su transformación. Pedro Di Pietro- Coordinador Editorial Miembro – Área Género, Sociedad y Políticas / FLACSO – PRIGEPP Profesor Visitante, Departamento de Estudios Étnicos, Universidad de California, Berkeley
PRÓLOGO El Área Género, Sociedad y Políticas (FLACSO, Argentina) viene publicando periódicamente una serie de cuadernos de trabajo temáticos titulados SinerGias cuya finalidad es difundir el pensamiento de graduados/as y profesores/as de la Maestría en Género y Políticas Públicas del Programa Regional sobre temas afines a los contenidos de nuestro programa formativo. Con esta publicación damos inicio a una nueva serie a la que denominamos “SinerGias en tesis”. Su principal propósito es difundir hallazgos, relevantes por su calidad académica y originalidad, que provienen de tesis de Maestría de graduados/as de PRIGEPP. Los artículos que se presentan han sido elaborados por los y las magister especialmente para esta serie. En este primer número presentamos los siguientes trabajos:
Salud sexual y reproductiva: políticas de comunicación en disputa en las instituciones de salud por Ianina Lois. Apropiación subjetiva de derechos sexuales y reproductivos en adolescentes por Valeria Ramos Brum. Tecnologías de reproducción asistida y género en las sociedades contemporáneas: posicionamientos feministas en torno a la reproducción científica de los cuerpos por Leila Vecslir.
Si bien cada uno de estos artículos aborda temáticas específicas, en conjunto sus reflexiones guardan relación con una cuestión fundante del pensamiento y de la práctica política feminista. Nos referimos al análisis crítico de las concepciones y las prácticas que han normatizado la sexualidad y la reproducción humana a lo largo de toda la historia. En particular, a los regímenes y dispositivos (culturales, científicos, religiosos, jurídicos) que siguen legitimando una regulación opresiva del ejercicio de la sexualidad de las mujeres y restringiendo sus opciones, instituyéndose de este modo en una piedra basal para la perdurabilidad del orden patriarcal. Son muchas las corrientes de pensamiento que desde fines de la década de los 60 han puesto la lupa sobre esta problemática. Entre ellas no puede faltar una mención a los aportes de pioneras como Shulamith Firestone con su mítico libro Dialéctica del sexo y a Kate Millet con su obra Política Sexual. De esta última destacamos la noción de política sexual que dio lugar a un salto interpretativo y estratégico al afirmar la íntima relación de la sexualidad con las relaciones de poder prevalecientes en todas las sociedades. Ello contribuyó a que la emancipación de la sexualidad de las mujeres se posicionara como una cuestión política cuyas demandas conmoverían los fundamentos del orden patriarcal. Las décadas de 1970 y 1980 fueron escenarios de fuertes polémicas entre diversas corrientes del feminismo (radicales, marxistas socialistas, liberales) en torno a los determinantes fundamentales que explican la condición discriminada y subordinada de las mujeres a lo largo de la historia. Un aspecto fundamental en este debate fue la centralidad o relevancia que en cada corriente le asigna al control de la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres en la determinación de dicha condición y, por ende, en las prioridades que debieran definir la agenda y las luchas del feminismo para su emancipación y plena vigencia de sus derechos.
Desde inicio de este siglo, otras vertientes teórico-políticas especialmente referenciadas con el postmodernismo han planteado revisiones profundas sobre las concepciones del cuerpo, el sexo y el género, cuestionado el binarismo de género y la heterosexualidad normativa, enfatizando el carácter productivo de realidad del orden simbólico y en algunos casos destacando las articulaciones entre las relaciones y desigualdades de género y otras dimensiones como la clase social, la etnia, instituyentes de un orden patriarcal ( y capitalista) jerarquizante y excluyente (Femenías y Ruiz, 2004) Podríamos seguir puntuando similitudes y diferencias entre diversas corrientes dentro del feminismo contemporáneo que ofrecen caracterizaciones diferentes e incluso divergentes sobre la conformación y el papel de la sexualidad y de la capacidad reproductiva de las mujeres tanto para la pervivencia como para la transformación del orden y el régimen de género, pero no es este el propósito de esta presentación. Sí lo es destacar que la “falta” de una única visión sobre estas temáticas es una demostración del dinamismo y continua creación de la teoría feminista y de su fertilización cruzada con diversas corrientes de la filosofía y la teoría social y política. También es importante señalar que la labor del feminismo en estos temas no se limita a la investigación, sino que se refleja en un amplio espectro de acciones como propuestas de leyes, incidencia y formulación de políticas, y de programas en diversos campos (educación, salud, comunicación, creación de institucionalidades). En suma, el tratamiento desde el enfoque de género de los derechos sexuales y reproductivos ha sido y sigue siendo un eje vertebral de acción transformadora: las incesantes campañas sobre el acceso seguro a métodos contraceptivos, la despenalización del aborto, el libre ejercicio de la sexualidad, la reivindicación del erotismo femenino, el repudio a la objetivación sexual de las mujeres, la promoción de políticas y leyes contra la violación, y la violencia de género (incluyendo la violencia obstétrica, la mutilación genital, la fertilización asistida, entre otros temas) conforman una agenda internacional que sigue vigente y, además, se mantiene vigilante frente a las embestidas políticas y económicas que pueden- y de hecho están haciéndolo en algunos países- hacer retroceder los derechos conquistados. Por último, deseo agradecer y reconocer especialmente los aportes realizados por Pedro Di Pietro (Coordinador Académico de la Maestría en Género, Sociedad y Políticas). Su mirada crítica y orientaciones han contribuido sustantivamente a cada uno de los artículos que se presentan. Gloria Bonder Marzo, 2017
Bibliografía consultada Femenías y Ruiz 2004: http://www.unsa.edu.ar/histocat/revista/revista0304.htm
Salud sexual y reproductiva: políticas de comunicación en disputa en las instituciones de salud Por Ianina Lois
Presentación Este trabajo emerge de mi tesis Maestría en Género, Sociedad y Políticas del Programa Regional de Formación en Género y Políticas Públicas (PRIGEPP) de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). El objetivo de la tesis fue explorar e identificar los componentes de género presentes en los mensajes dirigidos a mujeres en relación a su salud, elaborados por la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia y el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable del Ministerio de Salud de Argentina entre 2005 y 2010. Se buscó responder a una serie de interrogantes guías: ¿cómo interviene el orden de género en la elaboración de mensajes sobre salud materna, sexual y reproductiva? ¿Cómo se comunica desde los espacios institucionales-estatales de salud? ¿Cómo se elaboran los mensajes de salud materna, sexual y reproductiva dirigidos a mujeres desde el sector público?, ¿y qué tipo de relación social se establece a través de los materiales de comunicación e información entre las instituciones de salud y las mujeres destinatarias de esos mensajes? En este texto, acerco parte del análisis realizado, priorizando los hallazgos obtenidos a partir de entrevistas realizadas tanto a responsables institucionales como con lo/as integrantes de los equipos de comunicación de las áreas de salud mencionadas. Las acciones de comunicación realizadas en el marco de políticas públicas de salud, por un lado, y la reproducción, la sexualidad y la maternidad, por otro, refieren a procesos sociales complejos donde convergen tópicos diversos que han sido abordados desde distintas disciplinas de las ciencias sociales. Por ello, en este artículo se abrevará en diferentes vertientes teóricas, intentando un abordaje crítico a partir del concepto de género como eje articulador. El enfoque de género permite poner en contraste las formas en que las características biológicas de cada sexo interactúan conflictivamente con las construcciones sociales de la femineidad. Por ello, este enfoque funciona como articulador de los otros aportes teóricos que informan este escrito y responde a la necesidad de dar cuenta de las interrelaciones existentes entre salud sexual, reproductiva y (no) reproductiva, y las estrategias de comunicación en sus distintas dimensiones. Específicamente, el enfoque aporta indicios para analizar críticamente si en las acciones de comunicación dirigidas a mujeres, junto con los argumentos científicos sobre las prácticas relacionadas con la reproducción y la maternidad, se “filtran” discursos cuyo fin es aportar al control social a través de la aparente
indisociabilidad del rol de mujer = madre que refuerzan construcciones históricamente establecidas y sedimentadas. Estas son construcciones que no ponen el acento en la información para la garantía del derecho a la salud integral, a una sexualidad plena, y a una maternidad informada y decidida. Las nociones y perspectivas a partir de las cuales construimos esta problemática anclan en el proceso de conformación del Estado moderno, su formulación de las políticas públicas de salud de las mujeres a partir del cruce género y salud, y en el debate sobre el diseño de estrategias comunicacionales de políticas públicas que se da en el campo de la comunicación y la salud. Estado y políticas públicas de salud de las mujeres
En el proceso de conformación y consolidación del Estado Moderno, médicos, políticos y pensadores confrontaron para producir no solamente nuevos marcos interpretativos, reglas y normas en relación a la maternidad, la sexualidad y la reproducción, sino que contribuyeron a consolidar tanto sistemas generales de racionalidad y las formas de poder e instituciones que las encarnan: la racionalidad biomédica y la primacía de la institución médica en la significación y normatización del cuerpo, del placer y de la reproducción (Bonan, 2003). Desde la consolidación de las disciplinas científicas modernas, la reproducción y la sexualidad han sido objeto de su atención. Foucault (1977) hizo referencia a que la modernidad instalada en occidente a partir de fines del siglo XVIII implicó el reemplazo del orden religioso por el orden racional establecido por el derecho consuetudinario y por el conocimiento científico para la regulación de la vida en sociedad. Estos temas surgen como objeto de estudio desde fines del siglo XIX, considerados desde entonces como un ámbito de las disciplinas clínicas y del trabajo con individuos, como la psicología clínica, la psiquiatría, la pedagogía y la sexología. Estas disciplinas se orientan hacia el estudio de conductas individuales o hacia el «buen funcionamiento» sexual y reproductivo de las personas, basando su discurso en la biología y la medicina, cuya comprensión de lo que llamamos reproducción y sexualidad se refiere principalmente a un funcionamiento universal de los cuerpos biológicos (Bozon & Leridon, 1993; Szasz, 2003). La emergencia del poder biomédico y del Estado Moderno afectó la antigua hegemonía del poder religioso cristiano. Sin embargo, diversos autores/as sostienen que el marco cristiano no fue eliminado ni se tornó residual (Bonan, 2003; Cáceres, 2002; Szasz, 2003). Los fundadores del debate político moderno sobre la sexualidad y la reproducción no entraron en competencia antagónica con las fuerzas religiosas tradicionales, ni excluyeron totalmente su racionalidad y técnicas del poder.
Puntualmente, Argentina cuenta con una historia de diversas políticas públicas de regulación de la reproducción, la sexualidad y la maternidad, regulaciones que pueden ser concebidas como de gobierno de los cuerpos (Foucault, 1995, 2002; Fassin y Memmi, 2004; Lavigne, 2011). A fines del siglo XIX aparecen las discusiones en torno a la mortalidad infantil y a la necesidad de generar leyes e instituciones para proteger a las madres y sus hijos (Biernat y Ramacciotti, 2008). Sin embargo, estas iniciativas pueden ser consideradas como parte de una política cuyo propósito incluye el reordenamiento social y la vigilancia y moralización de la sociedad a la vez que intentan mejorar las condiciones de vida de los sectores populares (Suriano, 2004). En este marco, la regulación de la sexualidad y reproducción femeninas hicieron de los cuerpos de las mujeres unos objetos claves para el control de la población (Del Río Fortuna, 2007: 67). La creación de la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia en 1936 y del programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable en 2002 representan dos hechos históricos marcados por improntas sociales, culturales, económicas y sanitarias diferentes, y movilizados por grupos sociales distintos. Los valores que se encuentran en la raíz de estas luchas permanecen, en diferente grado y medida, hasta el presente. En 1936 se sanciona la ley 12.341 que crea la Dirección de Maternidad e Infancia, bajo la dependencia del Departamento Nacional de Higiene, hecho que es considerado emblemático de la política de población de la época. Su finalidad es “propender al perfeccionamiento de las generaciones futuras por el cultivo armónico de la personalidad del niño en todos sus aspectos, combatiendo la morbimortalidad infantil en todas sus causas y amparando a la mujer en su condición de madre o futura madre”. Los objetivos son la asistencia pre-concepcional, del embarazo y del parto, la vigilancia de los niños desde su nacimiento, la lactancia materna, la alimentación racional y la protección social de los niños necesitados. Por su parte, las políticas y normativas sobre derechos sexuales y reproductivos han sido producto de largos procesos que se iniciaron por fuera del ámbito estatal y de las autoridades públicas. Al adquirir la discusión estado público, la temática llega a las instituciones legislativas donde se concreta o frustra. Se consigan o no acuerdos, las problemáticas antes no priorizadas adquieren interés del estado luego de estas históricas luchas de los movimientos feministas para colocar estos temas en el escenario de los debates nacionales e internacionales, con todo su potencial político. En este devenir, eEn 1936 se sanciona la ley 12.341 que crea la Dirección de Maternidad e Infancia, bajo la dependencia del Departamento Nacional de Higiene. Su finalidad es “propender al perfeccionamiento de las generaciones
futuras por el cultivo armónico de la personalidad del niño en todos sus aspectos, combatiendo la morbimortalidad infantil en todas sus causas y amparando a la mujer en su condición de madre o futura madre”. Los objetivos de esta dirección son la asistencia pre-concepcional, del embarazo y del parto, la vigilancia de los niños desde su nacimiento, la lactancia materna, la alimentación racional y la protección social de los niños necesitados. En el año 2002 se sanciona la ley 25.673 que crea el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable. Fue una ley conquistada por los movimientos de mujeres, en el marco de las reivindicaciones por el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. La implementación del Programa implicó un muy lento proceso de avance y consolidación en esta materia. Las mujeres en la dimensión comunicacional de las políticas públicas de salud sexual y reproductiva Desde los niveles centrales de gobierno, donde se definen las políticas y estrategias generales en materia de salud pública, se implementan periódicamente acciones de comunicación dirigidas a mejorar la salud de las mujeres. En el proceso de elaboración e implementación de estas políticas comunicacionales desde un ámbito central, como el Ministerio de Salud Nacional de Argentina, se ponen en juego diferentes modelos de mujer y de su rol social y familiar en relación con las prácticas de salud sexual y reproductiva. La configuración de un modelo de comunicación en una institución o área de salud gubernamental implica una forma de concebir las relaciones entre la política pública y las poblaciones a quienes se dirigen, como así también una forma de comprender el tipo de características que rigen esos intercambios. Asimismo, esos modelos refieren implícita o explícitamente a marcos interpretativos sobre las prácticas de los diferentes grupos sociales en relación a su salud y, específicamente, a su vida sexual y reproductiva. Sobre la relación entre comunicación y salud es posible afirmar que es un campo que se ha ido desarrollando y enriqueciendo en los últimos años. Según Petracci y Waisbord (2011, p.11): “Esto se debe a la conjunción de varios factores. La confluencia de académicos formados en las ciencias sociales, humanidades y ciencias médicas alrededor de temas comunes produjo una variedad de enfoques interdisciplinarios y preguntas con clara raigambre en diferentes marcos teóricos. La creciente consideración de la dimensión comunicacional en programas de salud oficiales, sumada a las intervenciones de fundaciones, organizaciones no gubernamentales, agencias internacionales, y
empresas privadas, resultó en la acumulación de un número apreciable de experiencias que muestran usos de la comunicación en una gama de prioridades de salud pública”. Por su parte, Uranga, Femia y Díaz (2002) analizan tres situaciones de comunicación para la salud que consideran que agrupan las prácticas dominantes en comunicación para la salud en América Latina: la relación médico-paciente en los servicios de salud, las campañas de educación para la salud y el periodismo científico. Otros/as autores/as han problematizado la definición y estatuto de la comunicación en el campo de la salud, dando cuenta tanto de la complejidad de usos del concepto, que van desde comprenderla como un instrumento hasta concebirla como hecho cultural y producción social de sentidos, como de las consecuencias de estas definiciones en las prácticas (Lois y Maier, 2012). En este trabajo nos proponemos complejizar el abordaje de las prácticas sociales de saludenfermedad-atención-cuidado desde una mirada que comprenda las desigualdades en el acceso a los recursos, de distinto tipo, y los procesos de significación e intercambio de sentidos (Lois y Maier, 2012). Es decir, complejizar la multiplicidad de dimensiones desde donde acercarnos al campo de comunicación y salud, advirtiendo que es un espacio que se ha ido nutriendo de teorías, metodologías, políticas, prácticas, tecnologías, actores, instituciones, agendas, relaciones de poder y disputa de sentidos, en un marco de escenarios sociales complejos, y reconociendo las mediaciones tanto materiales como simbólicas que entraman los procesos de comunicación en salud. Metodología De acuerdo al marco teórico comunicacional y de género, y al objetivo general adoptados, optamos por una metodología cualitativa. La elección se debió a que posibilita la profundización en la comprensión de los procesos mediante los cuales se construyen los significados y las realidades sociales (Cuesta Cambra y otros, 2008). A través de técnicas cualitativas como las entrevistas semiestructuradas (Valles, 1997) con guía de pautas hemos explorado las estrategias y las acciones de comunicación sobre temas de salud materna, sexual y reproductiva en el ámbito del Ministerio de Salud de la Nación entre los años 2005 y 2010. Las entrevistas fueron aplicadas a referentes institucionales e integrantes de equipos técnicos de la Subsecretaría de Salud Comunitaria y el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable del Ministerio de Salud Nacional. También se entrevistó a los responsables de las tareas de comunicación social de las mismas áreas. Para la definición del tamaño final de la muestra y las estrategias de muestreo se tuvieron en cuenta los criterios de relevancia, propósito teórico y saturación teórica
(Glasser y Strauss 1967). Es de destacar que al momento de realizar la entrevista se aseguró el compromiso de mantener resguardada la identidad de los/as entrevistados/as, por lo cual se utilizan letras a modo de seudónimo. Asimismo, varios de los candidatos a ser entrevistados en el grupo de profesionales de equipos técnicos no comunicadores, al conversar sobre las preguntas que se iban a realizar prefirieron no ser entrevistados, alegando en todos los casos que las respuestas podían ser muy comprometedoras. Esta situación podría ser un indicio de que las preguntas van a los nudos problemáticos de la investigación. Comunicar sobre mujeres, salud y sexualidad desde una entidad gubernamental Lo que nos interesa comprender es el lugar que ocupa la dimensión comunicacional en los distintos niveles de toma de decisión gubernamentales de políticas y planes dirigidos a las mujeres de esta sociedad. De igual importancia es entender, por un lado, el modo a través del cual y desde qué tipo de perspectiva se elaboran los contenidos y, por el otro, si pensar en las destinatarias es algo considerado por esa perspectiva. Como pregunta inicial se optó por una formulación general sobre la definición de la comunicación y su relación con los temas de salud. Lejos de una definición única, las respuestas ofrecen diferencias conforme el eje esté puesto en la noción de comunicación o en la de medios de comunicación. También revelan matices conforme el eje esté puesto en dimensiones del proceso comunicacional en una institución pública. De esas diferencias y matices se desprenden las siguientes definiciones de comunicación y salud de los entrevistados/as: I.Los medios de comunicación como formadores de opiniones y representaciones sobre temas de salud, enfermedades y prácticas en relación a la promoción de la salud y prevención de la enfermedad; II.La comunicación como herramienta o estrategia de intervención desde el nivel central (el Ministerio de Salud Nacional), concebida como transferencia de indicaciones, normativas y protocolos a niveles provinciales, hospitalarios y municipales; III.La comunicación como información de cara al acceso a derechos y como práctica que garantiza el cumplimiento y ejercicio de esos derechos “Comunicación hace referencia a la cuestión de la información, información es un recurso para acceder a derechos, la información tiene que ver con que las personas tengan más herramientas para resguardar su vida” (E.)
IV.La comunicación como herramienta clave para construir demanda social. La población debe conocer aquello que puede pedir y exigir en materia de atención de su salud para que las políticas públicas funcionen y los responsables políticos y asistenciales respondan y la función de las acciones de comunicación es informarlo; V.La influencia de las tecnologías de la información y la forma en que afectan la relación médico paciente, disminuyendo el poder del médico al tener el paciente la posibilidad de acceder a información (no siempre de buena calidad); VI.La comunicación como generadora de climas de trabajo en las instituciones, de mística. Esta consideración está asociada a la noción que afirma que la comunicación no trata solamente de informar sino también, o sobre todo, de sensibilizar sobre ciertos temas a la población y a los equipos de salud; VII.La comunicación interinstitucional como relación entre instituciones. Aquí se reconoce la dimensión política de la comunicación y se ponen en relieve las dificultades para llegar a acuerdos y alcanzar consensos. En este caso la comunicación es el espacio de la negociación y la confrontación, donde a través de la palabra se marcan posiciones y se alcanzan o no acuerdos; VIII.La comunicación en relación a la cultura, definición con menos señalamientos que las anteriores que puede sintetizarse en la respuesta “La comunicación tiene que ver en la conformación de la cultura, en la manera en que llega y se usa la información que circula” (F.).
A estas definiciones previas se suman las coincidencias sobre la necesidad de incorporar lo comunicacional en las estrategias centrales de los planes de las direcciones y programas de salud sexual y reproductiva. Sin embargo, el consenso sobre la necesidad de la comunicación no se traduce en una riqueza de alternativas a la hora de contar lo realizado. En ese sentido, los/as entrevistados explicitan dificultades de distinta índole para llevar a cabo las estrategias de comunicación planificadas: desde la lentitud de los procedimientos administrativos, la falta de claridad sobre los procesos y los tiempos, y las dificultades para evaluar y obtener evidencia sobre la efectividad de lo realizado, hasta el peso de las lógicas de los medios de comunicación masivos en la construcción de las noticias, y la influencia de las relaciones de distinto tipo entre gobiernos y medios en las que las políticas de salud quedan inmersas.
Una idea recurrente es que el objetivo de las acciones de comunicación es la de la “llegada” “Llegar a la población con la información adecuada” (M.) “Lo que buscamos es llegar, que la información llegue a todos lados, que se conozca” (C.) “el objetivo de las estrategias de comunicación que realizan es poder llegar a la población con información de salud validada científicamente para que entiendan que esas son las mejores conductas para su salud” (N.) Es de destacar el uso del verbo “llegar”, dado que da cuenta de una distancia, una lejanía, una separación entre dos puntos de un espacio; la población es figurada como un ente abstracto, que está lejos, allá, afuera, y debe ser alcanzada. El objetivo es llegar ya que no se hace referencia a una vuelta o regreso. Se entregar la información y se la coloca afuera y allí termina el recorrido. Al ser este verbo el que utilizan varios de los entrevistados/as, resulta revelador en ese sentido, se trata de llegar, aunque en la enunciación no resulte muy claro a dónde ni a quién. Es claro que lo que se configura es un vínculo unidireccional que va de un lado al otro pero que no tiene retorno. De la mano de este “llegar a la población” puede señalarse la repetición de la frase “llamar la atención de la gente”. En varias entrevistas aparece la idea de que con el folleto y el afiche no se está logrando “llamar la atención de la población” y que tienen que buscar alternativas más novedosas para hacerlo. Interesa resaltar en este punto que, más allá del medio específico, lo que se observa es que la construcción de la relación con aquel otro-destinatario de la política pública, quien debe modificar sus prácticas, es similar al ejemplo anterior. Es decir, en esta lógica, las políticas de promoción de la salud fracasarían porque no logran llamar la atención de la población, que es imaginada como poco informada o hasta ignorante de estos temas. A partir de una lectura general y conjunta de las entrevistas puede inferirse que se considera que la función de la comunicación dentro de una política de salud sexual y reproductiva es que la población conozca que existe una política, que existe una cierta prestación médica, un servicio y un derecho y que puede solicitarlo, exigirlo y reclamarlo. Entramada con la concepción anterior, en las entrevistas se manifiesta que para el logro de un mayor acceso a la salud, y también para la obtención de mejores resultados sanitarios, básicamente hay que modificar prácticas personales-individuales e institucionalesgrupales de los equipos de salud, junto con ciertas lógicas de la política de salud de las provincias. Entonces, el reclamo y la exigencia de alcanzar los objetivos es a través de una alianza con la población,
que debería exigirle ciertas prestaciones a los niveles provinciales que son los responsables de la salud en sus territorios. Sin embargo, en esta construcción puede verse colocado un exceso en la población quien debe “empoderarse” para reclamar sus derechos y que sería la responsable en última instancia que sus derechos sean garantizados, “Esperamos que con la información la población pueda solicitar y demandar el tipo de atención que consideramos adecuado, nosotros desde el ministerio podemos planificar muchas cosas pero si la gente no se entera no se lo van a dar, si el que lo tienen que recibir no lo conoce no va a funcionar” (J.)
Al preguntarles sobre la forma en que definen a el o la destinatario/a de las acciones de comunicación y cómo los/as imaginan y sobre qué piensan que va a pasar cuando lea o mire los materiales no todos los/as entrevistados hacen referencia a lo mismo a la hora de responder. Mientras algunos/as hablan de la población en general y otros de grupos de población. Asimismo, en todos los casos se diferencia el destinatario de los equipos de salud y del de la población en general. La idea que sobresale es: “El principal destinatario son los profesionales de la salud, son ellos los que finalmente definen el acceso o no a los servicios de salud, los que dan lugar o no la consolidación del ejercicio del derecho a la salud” (L.) “Tratándose de profesionales del ámbito público, los imagino necesitados de recibir materiales tanto para ellos como para ofrecer a las mujeres que atienden. Con respecto a la población, en nuestro caso mujeres de las clases bajas o medias bajas que se atienden en el ámbito público, imagino que muchas de ellas no tienen la posibilidad de pagar materiales informativos ni acceder a la información por otros medios” (M.). Vario/as manifestaron que les falta información sobre cómo vive la población y qué piensan respecto del tema de salud con el que trabajan, dicen no saber “qué dice la gente” y tampoco cuáles son los obstáculos reales y cotidianos que deben enfrentar para acceder a los servicios de salud. Consideraron que este punto pendiente debería ser la base para la planificación de la estrategia de comunicación. Mencionaron que:
“El desafío es buscar información y conocer a aquellas mujeres que no acceden a los servicios de salud, entender por qué no llegan” (C.) “Lo primero es que nosotros desde los lugares de decisión visibilicemos a las diferentes poblaciones, que no seamos prejuiciosos y que les demos información, porque eso es otorgar derechos, estaría bueno trabajar para que ciertos discursos no sean un obstáculo” (G.) Ante la pregunta sobre si han incorporado la perspectiva de género en sus acciones de comunicación, las respuestas fueron muy breves y escuetas. En general, reconocieron la importancia de hacerlo y mencionaron algunas acciones generales de su dirección o programa, pero en la mayoría de los casos no fueron más allá de esa afirmación. Sin embargo, en algunos casos se hizo referencia a que: “Buscamos no repetir estereotipos, que los materiales incluyan pero no parodien. Esperamos que el destinatario vea en los materiales información clara, concisa y útil” (H.). “En mayor o menor medida, siempre estamos pensando desde esta perspectiva. Acaso no forma parte de los planes de comunicación explícitamente, aunque, como dije, están presentes en las prácticas cotidianas” (F.) “La perspectiva de género la estamos trabajando transversalmente en el programa. Al tener trabajo territorial nos encontramos con mujeres de distintos lugares, a veces indígenas o migrantes, con las cuales tratamos de adaptar los mensajes del programa a sus propias características y pensando en las desigualdades de género, sin dejar de lado la perspectiva de derechos humanos” (M.). “Las políticas de género están cada vez más presentes aunque no sabemos si estamos haciendo bien las cosas, nosotros tratamos de no replicar estereotipos, de no culpabilizar a la mujer en los mensajes y en las recomendaciones no sobrecargarla de responsabilidades en relación a la salud. Igual no es una tarea fácil, hay veces que algunos de los del equipo médico tratan de poner esos valores en los mensajes y no es fácil discutirles y hacerles cambiar de idea” (D).
“En algunos casos que buscamos incorporar la perspectiva de género, no tenemos certezas si lo estamos haciendo bien, si lo estamos haciendo circular por los espacios adecuados en la lengua adecuada. No tenemos líneas de trabajo probadas y sustentables” (D.)
En una de las entrevistas apareció el escepticismo respecto a la forma en que se está incorporando una “supuesta perspectiva de género”, la entrevistada contó una serie de anécdotas donde según sus palabras “ejemplifican y muestran todo lo que falta para que desde el sector de la salud, los médicos dejen de ver a las mujeres solo como madres, dejen de mirar solo su capacidad reproductiva y dejen de infantilizarlas y culpabilizarlas” (H.). Como las mujeres en edad reproductiva, que constituyen la población destinataria, –- no son reconocidas como actor participante del proceso de elaboración y decisión de esas acciones ni de definición de políticas. Solo han aparecido en la preocupación por testear o evaluar los materiales para asegurar su comprensión. Por otra parte, en un nivel institucional, la perspectiva de género es reconocida como una necesidad positiva, como una meta a alcanzar, aunque no se tenga claridad sobre qué significa ni qué implica. A su vez, en la descripción del proceso de elaboración de una pieza se describen procesos burocráticos tediosos que son visualizados como obstáculo para incorporar modelos de planificación más participativos y que puedan prever instancias de escucha y diálogo con la población destinataria. Esta falta de tiempo en la gestión es la razón más reconocida para explicar las dificultades a la hora de operativizar perspectivas como la de género. Conclusiones Las políticas públicas construyen tipos ideales como queda revelado por el modelo del discurso social propuesto por Nancy Fraser (1991). Lo que los programas hacen es generar interpretaciones sobre qué necesidades tienen sus destinatarios, definen satisfactores para ellas y legitiman demandas que coinciden con esas interpretaciones. En función de estas interpretaciones organizan las acciones y definen las prioridades. Así el programa o dirección define las reglas del juego, marca un límite entre lo posible y lo impensable y se crean los paradigmas de argumentación aceptados como legítimos (Fraser, 1991). Sin embargo, la coerción no es absoluta. Hay discusiones, negociaciones, adaptaciones y rechazos sobre las interpretaciones o partes de ellas, lo que ocurre también al interior de una institución. En este sentido, la investigación dio cuenta de continuidades y rupturas, sobre todo entre el área
responsable de salud materna y la responsable de la salud sexual y reproductiva, donde se observa la coexistencia de diferentes modelos comunicación en salud los que, a su vez, se disputan la forma de concebir a las poblaciones destinatarias de las políticas de salud sexual y reproductiva y el rol de las instituciones gubernamentales tanto en la garantía en relación al acceso a estos derechos como en su misma definición. En tanto la maternidad y reproducción involucran intereses políticos, se entiende que este proceso de construcción de estrategias comunicacionales requiere de la desnaturalización de concepciones en torno a lo femenino y a la maternidad. Por tanto, también es necesaria una perspectiva de género que no se cristalice en definiciones estancas ni que conciba al género como un anexo o un agregado a las políticas de salud, sino que comprenda el contexto social e histórico en el ocurre la reproducción y la maternidad y habilite la aparición de significaciones multidimensionales y situados sobre estas prácticas sociales. Al iniciar la investigación se partió del supuesto que las áreas del Ministerio de Salud seleccionadas, tanto la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia como el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable, encaran acciones y definen prioridades en función de ideas y representaciones sobre el género (Guzmán, 2002) y que aunque se presenten como "naturales", contiene percepciones y representaciones sobre los modelos deseables de ser mujer. Volviendo a la definición de género que supone una construcción cultural y social de sentidos, que se define a partir de la diferencia sexual -pero que la excede ampliamente, y que influencia las prácticas y las ideas que los sujetos tienen en una sociedad determinada (Lamas, 2000; Faur, 2003)- en el transcurso de la investigación se han encontrado continuidades y rupturas interinstitucionales en relación a las definiciones de las relaciones de género presentes en las políticas de comunicación en salud. En primer lugar, aparece de manera reiterada la primacía de una visión del mundo socio-cultural instituida a partir de las premisas de la biología, disciplina a la cual se le concede una autoridad que se sitúa por encima de la experiencia humana. Lo que aparece es el énfasis en la universalidad biológica de lo humano, lo femenino en el caso de esta investigación, a partir de lo cual los atributos de la mujer se encuentran prioritariamente definidos por su capacidad reproductiva.En esta clave, las características sociales, contextuales, materiales, históricas y culturales quedan relegadas y opacadas a la hora de definir las políticas de comunicación y de concebir a la destinataria de las acciones previstas. La información sobre salud materna y reproductiva es la misma para todas las mujeres del país, en tanto sus rasgos biológicos lo son.
Como segundo movimiento y apoyado en la premisa anterior, aparece la situación, reiterada sobre todo en lo concerniente a salud materna, donde bajo la evidencia empírica traspasan contenidos que enuncian valores en los cuales lo que prima es un cierto modelo de maternidad y reproducción. Bajo un registro de aparente universalidad biológica se filtran cuestiones sociales y culturales sobre las formas correctas e incorrectas de practicar la sexualidad, la reproducción y la maternidad, que no son posibles de justificar a partir de la evidencia científica. La concepción biológica de la reproducción y la maternidad continúa arraigada en el campo de la salud. La asociación de esas características biológicas con patrones sociales y morales conlleva a que la diferencia biológica justifique la asignación de roles sociales. La capacidad de la mujer de concebir la ubica socialmente en el rol de madre. El pensamiento hegemónico que superpone mujer a familia está presente en las concepciones de salud materna y reproductiva. La construcción cultural donde la noción de femineidad está ligada casi exclusivamente a la capacidad femenina de engendrar y cuidar la vida humana, es observada como continuidad. Las continuidades en la asociación entre salud de la mujer y maternidad que se ven manifestadas explícitamente en el análisis de las entrevistas. En líneas generales, en ambos grupos, los/as entrevistados/as dan cuenta del predominio de la interpelación a la población femenina a partir de la asociación con la capacidad reproductiva y de crianza, interpelación fundada en representaciones que cuajan en las políticas de comunicación encarnadas por la institución (Scott, 2000). Faur (2004) sostiene que las instituciones definen modelos de sujetos, de identidades y de relaciones de género acordes a los ideales de sociedad vigentes en cierto período y contexto sociocultural. Bourdieu agrega que los conceptos de género que se producen estructuran la percepción y permiten la organización concreta y simbólica de la vida social (Bourdieu, 2000). En el corpus empírico analizado, sobre todo en las entrevistas a responsables de áreas de salud, aparece con fuerza la representación de la población destinataria –definida mayormente como mujeres en edad reproductiva de los sectores populares- como relativamente homogénea y especialmente pasiva ante las definiciones, normativas y pautas del sistema médico. Se visualiza a la destinataria de los mensajes sobre salud materna y reproductiva como un grupo indiferenciado al que llegar-alcanzar, y a la relación comunicacional como transparente y unidireccional. En el análisis se ha encontrado que en el discurso de los/as entrevistados/as no hay definiciones claras ni explícitas sobre los límites y las competencias de la institución rectora de salud pública en torno a la sexualidad, la reproducción y la maternidad. Se ha observado la inclusión en los mensajes de salud de temáticas como el amor, la felicidad o el placer, cuestiones que, se considera, no pueden ser
reguladas por el estado. No se ha encontrado una definición explícita sobre la pertinencia o no de entremezclar la información de salud con asuntos relacionados con prácticas que responden a otro orden y en las cuales no se trata de un derecho a ser garantizado por el Estado. Puestas las áreas en contraste, en las acciones de comunicación, la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia continúa apegada a una concepción de mujer similar a la que creó esa dependencia pública a inicios de la década del 30. En cambio, el análisis de la dimensión comunicacional del Programa Nacional Salud Sexual y Procreación Responsable dio cuenta de una concepción de mujer que implica una ruptura con el binomio mujer-madre. Si bien se trata de un organismo que, burocráticamente, se encuentra en un lugar de menor jerarquía institucional, el mismo se originó en un momento histórico caracterizado por la apertura y consolidación democrática desde mediados de la década del 80 y resultó de un fuerte impulso logrado por las luchas del movimiento de mujeres en torno a la igualdad de género -. El análisis realizado permitió vislumbrar las rupturas encontradas dentro de estas instituciones de salud, lo que plantea un escenario que interpela de algún modo la dominancia descripta con las continuidades en la medida en que ponen en cuestión esos modelos originales que ubican a la mujer como destinataria de las políticas de salud pública en función de su capacidad reproductiva. Junto a ello, la dimensión comunicacional es complejizada sobre la base de pensarla como una construcción de significados diversos en disputa. En este sentido, el análisis de las acciones de comunicación de las políticas sanitarias señala, al menos en parte, cómo se gestionan la sexualidad y la reproducción cuando son comprendidas como problemas de salud desde el Estado. Estas políticas, en tanto gobierno de los cuerpos y sexualidades femeninas, implican una forma específica de dirigir y estructurar el campo de acción posible de la reproducción en materia de salud. Las discontinuidades halladas muestran un campo discursivo en tensión. Los elementos analizados no poseen una identidad intrínseca, sino que ésta se constituye de forma relacional. En los procesos de disputa por la fijación de los sentidos se desarrollan enfrentamientos y alianzas en un intento por hegemonizar las significaciones construidas. En tanto la sexualidad y reproducción involucran intereses políticos, se entiende que este proceso de construcción de estrategias comunicacionales requiere de la desnaturalización de concepciones en torno a lo femenino y, a la vez, de una perspectiva de género que no se cristalice en definiciones estancas ni sea concebida como un anexo o un agregado a las políticas de salud. Se trataría
entonces de comprender el contexto social e histórico en el que ocurre la reproducción para habilitar la aparición de significaciones multidimensionales y situados sobre estas prácticas sociales. Las rupturas observadas entre diferentes modelos de comunicación reafirman la potencialidad de la categoría de género, aun con sus diversas y hasta contrastantes resonancias, modelando a esta categoría como una herramienta valiosa a la hora de generar miradas atentas en torno a la reproducción de estereotipos de este orden así como lecturas críticas de los múltiples modos de ejercicio del poder desde las instituciones de salud pública.
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Apropiación subjetiva de derechos sexuales y reproductivos en adolescentes Por Valeria Ramos Brum1
Introducción: Los derechos sexuales y reproductivos (DDSSyRR) son derechos humanos, ejes medulares de la ciudadanía y convivencia democrática. Contar con la información necesaria y conocerlos es condición fundamental pero no suficiente para que las personas puedan ejercerlos. Información y conocimiento se traducen en poder para la toma de decisiones, pero ello no está desanclado de la subjetividad, socialización y condiciones de existencia. Por tal motivo, el concepto de apropiación de derechos, y más específicamente el de apropiación subjetiva, se torna clave en una investigación sobre los derechos vinculados a la sexualidad. Uruguay es un país caracterizado por cambios importantes en su dinámica poblacional y en los patrones de reproducción biológica y social. Ha tenido un desarrollo temprano de políticas y programas de salud sexual y reproductiva (SSyR), que se enfatiza a partir de 1996 como consecuencia del impacto de las Conferencias del Cairo y Beijing 2, así como de las reivindicaciones y acciones de los grupos de mujeres y de feministas, y de la diversidad sexual. En los últimos diez años Uruguay ha obtenido avances fundamentales a nivel de legislación y políticas en DDSSyRR que lo han colocado a la vanguardia de la región y el mundo3. El proceso de estas políticas no ha sido lineal y el lugar de las/os adolescentes en las mismas ha variado. Asimismo, los estudios nacionales publicados sobre DDSSyRR son escasos. El número se amplía si se consideran las investigaciones nacionales publicadas sobre sexualidad y adolescencia (Amorín, D; Carril, E; Varela, C (2006); Belamendia, M; Meré, J y Vidal, J. (2009); Ferre, Z.; González, C.; 1
Este artículo es fruto de la tesis derechos sexuales y reproductivos en adolescentes de Montevideo, realizada en el marco de la Maestría en Género y Políticas Públicas del Programa Regional de Formación en Género y Políticas Públicas (PRIGEPP), asentado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO – Argentina). A la vez, la tesis se llevó a cabo en coordinación con el Programa Género y Salud Sexual y Reproductiva del Instituto de Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. La Directora de Tesis fue la Profesora y Dra. Alejandra López Gómez quien también se desempeña como Directora del Instituto Psicología de la Salud del Programa Género y Salud Sexual y Reproductiva de la Facultad de Psicología, Udelar. El Proyecto fue avalado por el Comité de Ética en Investigación de dicha Facultad. 2
Conferencia Internacional de Población y Desarrollo (Cairo, 1994) y IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1995).
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Leyes sobre: Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva, Interrupción Voluntaria del Embarazo, Prevención y Castigo del Acoso Sexual, Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres, Educación y Educación Sexual, Unión Concubinaria, Matrimonio Igualitario, Identidad de Género, Adopción, Licencias Parentales, Reproducción Asistida. Se han desarrollado políticas principalmente desde el sector salud, educación y desarrollo social. Desde 2005 en MSP, se ha diseñado una política en SSyR que incorpora a las/os adolescentes, contándose con un Programa de Salud de Adolescente que incorpora la SSyR, con un Programa de Educación Sexual en implementación desde el 2008 en todos los niveles la Educación Pública, y con programas sociales que desarrollan acciones vinculadas a los DDSSyRR. Las organizaciones de la sociedad civil han desarrollado estrategias socioeducativas y de incidencia política en este campo.
Rossi, M. y Triunfo, P. (2008); Guchín, M. y Meré, J. (2004); Guchín, M. (2007); Güida, C; Ramos, V; Vitale, A (2006); López, A; Amorín, D; Benedet, L; Carril, E; Celiberti, L; Güida, C; Ramos, V; Vitale, A (2005); MYSU (2012 – 2014)). Los datos disponibles muestran dificultades a nivel de conocimiento y ejercicio de estos derechos en las personas de ambos sexos de las diferentes edades de todo el país. Existe sorpresa y desconcierto ante los DDSSyRR. Se evidenciaron dificultades para su compresión y con una frecuencia considerable se planteó el nunca haber pensado la sexualidad en términos de derechos. Actualmente, se dispone de algunos indicadores básicos que reflejan el ejercicio de los DDSSyRR. En especial, en el caso de los adolescentes, los cuales muestran resultados magros y, en algunas áreas específicas, estos son inexistentes. Se han constatado brechas muy importantes en los indicadores de SSyR entre adolescentes según nivel socio económico y acceso a la educación. A modo de ejemplo, de las adolescentes que cuentan con más de dos Necesidades Básicas Insatisfechas, el 22,4% son madres mientras este porcentaje desciende a 3.6 en las adolescentes con Necesidades Básicas Satisfechas (Censo de 2011). Apenas un tercio de las adolescentes conoce la existencia de los marcos normativos que protegen y garantizan estos derechos, mientras que 44% de ellas los desconoce y un 22% responde no saber (MYSU, 2013). En lo que respecta a la información sobre la situación de la SSyR y comportamientos sexuales de las/os adolescentes, se evidencian algunos avances pero también dificultades. A pesar de la importancia del concepto de apropiación subjetiva para comprender mejor estos procesos, éste no ha sido lo suficientemente abordado y profundizado en las investigaciones sobre DDSSyRR. Es por ello que este artículo se centrará en este componente de la tesis, esperando contribuir a la reflexión y construcción de conocimientos en este campo así como a la agenda de investigación en derechos, sexualidad, género y adolescencia.
Marco conceptual Adolescencia A lo largo de la historia las sociedades y culturas han clasificado en diferente forma y cantidad de etapas al ciclo de la vida. Como producto de la modernidad y de la sociedad occidental, la adolescencia se particularizará como forma de cubrir las nuevas necesidades sociales. Las mismas estuvieron directamente relacionadas con aspectos de género y nivel socioeconómico. Con la industrialización,
habría sido necesario contar con un grupo poblacional que se preparara para cumplir con los roles adultos de ese momento. Según Ana María Fernández, “los hechos históricos que puntúan la aparición de la adolescencia son diferentes para los niños que para las niñas, y dentro de ellos primero se adolentizan los niños de clases burguesas y nobles que los de sectores populares” (Fernández, 1994, p. 266). A pesar del avanzado proceso de legitimación de la adolescencia, su conceptualización y constitución como categoría social y conceptual es reciente. Se establece como campo de estudio dentro de la psicología evolutiva a finales del siglo XIX y con mayor fuerza a principios del siglo XX, bajo la influencia de Stanley Hall (1904) quien, con la publicación de un tratado sobre la adolescencia, se constituyó como hito fundacional de su estudio. Estas primeras construcciones teóricas han sido ampliamente superadas a lo largo de los años. Hoy se concibe la adolescencia como una categoría compleja, con identidad propia e importancia fundamental en el desarrollo de los sujetos. No es posible definirla acabadamente en tanto se construye dinámicamente en una sociedad, momento histórico y comunidad. Generalmente se la ubica entre los 10 y los 19 años de edad. Aunque las aproximaciones conceptuales son necesarias para poder constituirse en campo de estudio, eje de políticas y categoría social, se advierte el peligro que entraña definir acabadamente la adolescencia, o intentar determinar en años qué período abarca puesto que estas determinaciones generan consecuencias a diferentes niveles: en el académico empobrece el campo de estudios; en el de políticas públicas, puede generar exclusión y acceso diferenciado al no contemplar la diversidad; en el social genera modelos hegemónicos, patrones esperables y muchas veces estigmas propios de las generalizaciones que inhiben la libertad de las personas. La adolescencia no se trata de un todo homogéneo y universal. A diferencia de los postulados de los enfoques tradicionales, las características de cada adolescente son producto de un cúmulo de interacciones entro lo individual y lo social en donde las categorías de sexo, género, edad, nivel socioeconómico, lugar de residencia, etnia, orientación sexual, identidad de género, entre otros, se articulan de manera compleja. El desarrollo encuentra en este período una de sus etapas más críticas. El proceso de autonomización, la elaboración de duelos, la búsqueda de ideales, el grupo de pares, los espacios propios de organización social y un nuevo ejercicio de la sexualidad, son características principales de este período. Para comprender estos procesos resulta fundamental incorporar las perspectivas de género, generaciones y diversidad.
Sexualidad, subjetividad, derechos sexuales y derechos reproductivos
Según Jeffrey Weeks, "las posibilidades eróticas del animal humano, su capacidad de ternura, intimidad y placer nunca pueden ser expresadas ‘espontáneamente’, sin transformaciones muy complejas: se organizan en una intrincada red de creencias, conceptos y actividades sociales, en una historia compleja y cambiante" (1985, p.21). La sexualidad es una dimensión constitutiva del ser humano, constructo sociocultural e histórico, producto y productora social. Las personas se construyen como sujetos sexuales a lo largo de sus trayectorias vitales, aprendiendo a vivir, sentir y ejercer su sexualidad desde los diferentes espacios de referencia, pertenencia y socialización. A lo largo de la vida, la sexualidad presenta manifestaciones, intereses, expresiones, sentimientos y características diferentes. Es un producto socio histórico y no emerge exclusivamente de una biología universal de la especie ya que, “considerada desde una perspectiva antropológica, la sexualidad específicamente humana es lenguaje, símbolo, norma, rito y mito: es uno de los espacios privilegiados de la sanción, del tabú, de la obligatoriedad y de la transgresión” (Lagarde, 1997, p.194). A lo largo de la historia las diferentes sociedades y culturas han regulado, controlado, ordenado y sancionado la sexualidad. La “organización erótica” se ha vinculado siempre con las otras dimensiones de la organización social. Cualquier espacio de circulación de poder, desde el Estado hasta las familias forman parte de esta dinámica compleja. Los discursos sobre la sexualidad incluyen estrategias políticas de regulación y control social. El universo de significaciones simbólicas vinculadas al erotismo y al placer sexual han estado signadas por el tabú y la represión. Foucault desarrolló uno de los análisis y reflexiones más fundamentales sobre la sexualidad en las sociedades occidentales, que ha dado un campo fértil para las discusiones teóricas, epistemológicas y políticas. Considera a la sexualidad como una experiencia histórica singular constituida por tres ejes: “la formación de los saberes que a ella se refieren, los sistemas de poder que regulan su práctica y las formas según las cuales los individuos pueden y deben reconocerse como sujetos de esa sexualidad (sujetos sexuales, deseantes)” (1984, p. 8). La sexualidad es eje de las relaciones humanas, implica a las relaciones y procesos sociales, a las instituciones, a las políticas, así como a las concepciones del mundo y la subjetividad. Al mismo tiempo que se trata de una experiencia socio histórico, es una de las expresiones más íntimas, privadas y personales. La dimensión subjetiva, el cómo cada persona organiza y vive, consciente e inconscientemente, el proceso de devenir sujeto sexuado y sexual, se construye en un entramado complejo. Los derechos en este campo pueden definirse como “el poder para tomar decisiones informadas sobre la propia fertilidad, la procreación y el cuidado de los hijos, la salud ginecológica y la actividad
sexual, así como los recursos para llevar a la práctica dichas decisiones de manera segura y efectiva” (Correa y Petchesky, 1995). El proceso de conquista y formulación conceptual de los DDSSyRR se ha dado fundamentalmente a largo de los siglos XX y XXI, principalmente como producto de las reivindicaciones y acciones de los colectivos feministas y los de la diversidad sexual. Se encuentran plasmados en instrumentos internacionales y en legislación nacional. No son un binomio inseparable. Por el contrario, se trata de dos grupos de derechos diferentes vinculados a la sexualidad, en donde el ejercicio de unos no implica ineludiblemente el ejercicio de los otros. De lo contrario se estaría cayendo en la tradicional homologación sexualidad/placer/erotismo = reproducción. Sobre la subjetividad existen diversos enfoques y teorías. El término encuentra sus orígenes en la psicología, el pensamiento dialéctico y la perspectiva histórico-cultural, como una forma de comprender la psique y los procesos psicológicos necesariamente en intervinculación con el medio y las condiciones de existencia. Sin embargo, su conceptualización no es un patrimonio exclusivamente “psi”, sino que otras disciplinas como la sociología, filosofía, historia, antropología han realizado desarrollos al respecto. Los enfoques de corte esencialista ligan la subjetividad a una idea de individualidad autónoma, universal, de fuerza interior o impulso que preexiste al contexto e interactúa o se moldea con éste, mientras que los enfoques de corte construccionista entienden la subjetividad y la intersubjetividad como una construcción y producción necesariamente sociocultural. A decir de Victor Giorgi, época, cultura y lugar social son tres coordenadas centrales en todo abordaje de la subjetividad humana. La producción de subjetividad aparece directamente relacionada con la vida cotidiana y las prácticas sociales. Giorgi define a la producción de subjetividades, como (2006, p.1): Las diferentes formas de construcción de significados, de interacción con el universo simbólicocultural que nos rodea, las diversas maneras de percibir, sentir, pensar, conocer y actuar, las modalidades vinculares, los modelos de vida, los estilos de relación con el pasado y con el futuro, las formas de concebir la articulación entre el individuo (yo) y el colectivo (nosotros). Es parte de los procesos de autoconstrucción de los seres humanos a través de sus prácticas sociales. Cada cultura y momento socio histórico provee de símbolos, significados, imágenes, permisos y prohibiciones que, generados desde ciertos ordenamientos sociales (de clase, género, sexo, edad y etnia, etc.), producen formas específicas de subjetivar la realidad y relacionamiento con el Otro. Desde una perspectiva psicoanalítica desde los estudios de género, ha sido posible una mayor comprensión de la producción de subjetividades en-generizadas, permitiendo explicar teóricamente los procesos intrapsíquicos por los cuales el infante humano deviene sujeto psíquico y adquiere su identidad sexuada.
Los procesos de significación que se construyen en el entramado de la simbolización cultural se inscriben en la psique mediante complejos procesos de subjetivación y, como apunta Marta Lamas (2000), el género marca la percepción que los humanos tenemos de lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano. Apropiación subjetiva de derechos sexuales y reproductivos El concepto de apropiación de derechos surge del uso del término inglés “entitlement” cuyo significado se vincula a tener derecho o autorización. Comenzó a ser utilizado posteriormente de la Segunda Guerra Mundial para referir al conjunto de “derechos de nacimiento” para los cuales los gobiernos deberían generar las condiciones de cumplimiento, especialmente entre las personas de sectores más desfavorecidos (Marshall, 1975 citado por Petchesky, 2006). En tanto construcción sociocultural e histórica se encuentra atravesada por aspectos de género, generaciones, edad, etnia, nivel socio económico, orientación e identidad sexual y de género, entre otras. Implica una serie de elementos socioculturales, históricos, psicológicos, políticos e ideológicos que intervienen en “el hacer propio” los derechos humanos, su ejercicio y defensa. En las palabras de Petchesky y Judd (2006), se trataría de “sentir que se tiene derecho a” mientras que, para Ciangherotti García (2006, p.28), se lo definiría como: Proceso subjetivo con el que se encaran las aspiraciones, deseos y expectativas, interviene en la manera en que cada individuo se hace cargo de su individualidad y de su integridad física y psicológica. Es aquel proceso en el que el sujeto, resignifica su experiencia y se resignifica a sí mismo de forma que su posición ante la vida, sus decisiones y deseos, frente a lo social cambia radicalmente aportándole la capacidad y autoridad para exigir condiciones diferentes de vida y desarrollo.
Apropiarse subjetivamente de un derecho requiere acceder a la información, incorporarla en el “torrente psíquico”, encarnarla en la subjetividad, disponer de la misma para tomar decisiones y contar con la capacidad de exigibilidad y reivindicación. Es un concepto estrechamente ligado a la noción de empoderamiento y a los procesos individuales y colectivos de construcción de ciudadanía. Se construye a lo largo de la vida en un contexto histórico y social, es dinámico y susceptible de transformación. En función de las vicisitudes y condiciones de existencia o de las etapas del ciclo vital, las personas pueden cambiar los niveles de apropiación de derechos. No se trata de un proceso lineal sino que, por el contrario, implica contradicción y conflicto. En la apropiación subjetiva se entrecruzan de manera compleja diferentes niveles del sujeto: intrapsíquicos, intersubjetivos e intergeneracionales. Está integrada por dimensiones conscientes e inconscientes, y por dos esferas interdependientes, una
vertiente cognitiva y otra vertiente afectiva-sexual. Ambas son producto de la temprana conexión, en la vida de las personas, entre cognición y afectividad. La apropiación subjetiva de derechos se inscribe en el proceso de socialización que, según Amorín, se referiría a: “Lo que media y produce la construcción de lo que originalmente es un potencial biológico, hasta desplegarlo en lo que finalmente es y va siendo un ser social. Es una suerte de enlazamiento continuo de dos dinámicas procesales indisolubles y en constante dialógica: la individuación, que construye una identidad psíquica, y la socialización que construye el ser social y también la identidad colectiva. El conjunto configura un todo sistémico que requiere ser pensado desde una perspectiva de la complejidad” (Amorín 2008, p. 35).
Esta conformación del sujeto en tanto ser social se desarrolla en la tensión “reproducción vs transformación.” La socialización junto con el desarrollo cognitivo-intelectual y afectivo sexual son, por lo tanto, los procesos fundacionales de la apropiación subjetiva de derechos. La apropiación subjetiva cobra significados particulares en el terreno de los DDSSyRR, Amuchástegui y Rivas la vinculan a “la manera en que cada individuo se hace cargo de su sexualidad y su cuerpo. Pero este camino está indefectiblemente ligado con las condiciones de producción y sujeción sociales y culturales que incluyen el ordenamiento de género” (2004, p. 556). Los procesos de socialización de género y socialización sexual se entrecruzan y diagraman las significaciones individuales y colectivas asociadas a la noción de sujeto de derecho en el campo de la sexualidad y de las relaciones entre varones y mujeres. Las personas reciben información impregnada de significados ideológicos respecto a la sexualidad lo que, a su vez, es decodificado desde su trayectoria e ideología. De esta forma lo cognitivo se encuentra indefectiblemente atravesado por lo afectivo, las personas podrán o no apropiarse de ese saber y gerenciarlo. La vertiente cognitiva de la apropiación subjetiva de derechos implica el proceso a través del cual una representación cognitiva es asimilada e interiorizada vía socialización. Las significaciones conscientes e inconscientes del aprender son diferentes en varones y mujeres con puntos de encuentro y divergencia. Por lo tanto, al decir de Alicia Fernández, sería necesario “vislumbrar lugares diferenciales de la mujer y del varón ante el conocimiento, es decir, entender que, frente a la prohibición mítica del conocer, la mujer y el varón realizan movimientos diferentes de acuerdo con los distintos lugares donde están situados” (1998, p. 66). Asimismo, los escenarios donde se produce
este trasiego de información: “la calle”, la experiencia cotidiana, las familias, las instituciones de referencia y pertenencia, el mundo virtual, aportan los insumos para que se produzca, o no, apropiación, interiorización y asimilación. Es importante destacar que las significaciones que subjetivamente se atribuyen a la realidad “son resultado complejo de una trama que anuda en el sujeto lo colectivo con lo singular, el devenir cultural con la historización del sí mismo, las macro representaciones con las fantasías conscientes e inconscientes” (Amorín, Carril y Varela, 2006, p. 143). Apropiarse subjetivamente de un derecho implica contar con la convicción interna de que se trata de un derecho. Es decir, la apropiación de derechos en sus vertientes afectivo-sexual y cognitiva es producto de los niveles subjetivo-individual y dominante–colectivo que se encuadran dentro de lógicas vinculadas a lo bueno y lo malo, lo valorado y lo despreciado, lo sano y lo enfermo respecto, en este caso, a la sexualidad. En una comunidad determinada puede haber derechos definidos formal y jurídicamente y aunque la población puede estar informada al respecto, pueden no haberse apropiado de los mismos. Esa apropiación implicaría, en cambio, un proceso más complejo para el cual sería necesario entonces analizar “cómo ` los sujetos de la ley´ definidos formalmente se convierten en tales en la vida cotidiana – en prácticas sociales, sistemas institucionales y representaciones culturales” (Jelin, 1996). La apropiación subjetiva de los derechos sexuales, por un lado, y de los derechos reproductivos, por el otro, si bien se encuentran interrelacionadas no son homologables ni se presuponen mutuamente dadas las diferencias que entrañan cada una de estas esferas tanto a nivel social como íntimo - personal. Asimismo vale decir que la apropiación no garantiza per se una ciudadanía plena pues para ello también deberán existir condiciones económicas, sociales, políticas y culturales habilitantes. Como se planteó anteriormente la apropiación implica posibilidades de exigibilidad de estos derechos. Es decir, que los deseos, relaciones, vivencias y prácticas de la vida sexual y reproductiva se construyan como bienes humanos dignos de promoción, protección y ejercicio. A decir de Amuchástegui y Rivas, se debe discutir acerca de la ética ciudadana de la sexualidad que se puede definir como (2004, p584): “La formación y educación de todos los miembros de una sociedad en ciertas prácticas de sí (Foucault, 1988a) que les permitan autorizar sus deseos, prácticas e identidades sexuales, así como respetar los de otros, participando en la construcción de las condiciones de posibilidad para tal ejercicio” (Côrrea y Petchesky, 2001; Petchesky, 2000). Acerca de la investigación
Se trató de un estudio de carácter descriptivo, exploratorio y analítico, con una metodología de tipo cualitativa y una muestra intencional no probabilística de adolescentes varones y mujeres de 12 a 18 años de edad, residentes en Montevideo. Se buscó explorar sobre tres ejes en articulación con la vida cotidiana: a) conocimiento de derechos; b) apropiación subjetiva; y c) ejercicio/exigibilidad. Es fundamental leer los resultados de esta investigación a la luz de los conceptos de género y generación ya que las personas nacen, crecen y envejecen, llegan y viven las diferentes edades de acuerdo al momento histórico de su existencia, así como al ser hombre o ser mujer. Los y las participantes de la presente investigación nacieron en la década de los 90, período clave en el proceso de debate internacional sobre los DDSSyRR. Durante estos años se generaron acuerdos fundamentales entre los países signatarios de los planes de acción de las Conferencias de las Naciones Unidas, fruto de décadas de reivindicaciones y acciones desde los grupos feministas y de la diversidad sexual. En lo que va del siglo XXI y como consecuencia de los progresos alcanzados en el siglo pasado, el país y la región han avanzado en legislaciones y políticas públicas vinculadas al campo de los DDSSyRR. Los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la información y comunicación enmarcadas en los procesos de globalización, han adquirido un papel social central, que ha impactado en la sexualidad, la subjetividad y las formas de vinculación interpersonal. Vale destacar que durante este momento socio histórico, los y las participantes de esta investigación comenzaron a vivir su adolescencia. A lo largo de la investigación se evidenció en el discurso de los y las entrevistadas que esta generación es fruto de una sociedad en donde conviven importantes tabúes y expresiones tradicionales respecto a la sexualidad con manifestaciones disruptivas. Sobre las hipótesis planteadas La primera refirió a que la inserción en la educación formal, favorecía el conocimiento de los derechos humanos en general, y de los DDSSyRR en particular, por lo cual se consideró importante la introducción de la variable escolarización. Los niveles y procesos de aprendizaje son claves en la construcción de la apropiación subjetiva en sus vertientes tanto cognitiva como afectiva. Al igual que en estudios anteriores (Amorín, Carril, Varela 2006), los resultados obtenidos en este trabajo confirmaron que el nivel educativo alcanzado así como la inserción en el sistema educativo condicionan las posibilidades de acceso al conocimiento general, y de los derechos en particular, así como al desarrollo de procesos de comprensión y expresión. Al entrecruzar esta variable con sexo, se identificó que principalmente los
varones con menor trayectoria escolar y fuera del sistema educativo contaban con muy escasas posibilidades de enunciar respuestas a las preguntas planteadas, e incluso de sostener el debate a nivel de los grupos focales. Esto señaló una diferencia sustantiva respecto a los otros y otras participantes de este estudio que si bien no conocían los DDSSyRR, pudieron reflexionar y argumentar al respecto. La segunda hipótesis refirió a que la información de los y las adolescentes de Montevideo sobre los DDSSyRR era débil, lo cual también fue confirmado. En concordancia con estudios anteriores, realizados con diferente población y/o metodología, que señalaron carencias en el conocimiento de los DDSSyRR (Amorín, Carril y Varela, 2006; Guida, Ramos y Vitale, 2006, Montrose, 2009), en el presente trabajo los y las adolescentes tampoco habían oído hablar de este tipo de derechos ni habían recibido información al respecto. Esto llama a la reflexión respecto a cómo y desde qué perspectiva se han venido desarrollando las políticas y programas de SSyR y educación sexual dirigidas a los y las niños, niñas y adolescentes. Este cuestionamiento debe realizarse teniendo presente que investigaciones de la región han mostrado que el desarrollo de estrategias de educación sexual con enfoque de derechos, ha tenido efectos positivos en el conocimiento y apropiación de los DDSSyRR (Argote et al, 2005; Ministerio de Educación Nacional – República de Colombia, 2008). A pesar de lo expuesto, la tercera hipótesis de este estudio sobre que los y las adolescentes no vinculaban sus significaciones sobre la sexualidad y reproducción con el ejercicio de derechos y ciudadanía, no fue confirmada. Por el contrario, los y las participantes, si bien no conocían los DDSSyRR, sí relacionaron el campo de la sexualidad con el de los derechos humanos.
Principales hallazgos Respecto a la sexualidad, los significados de estos adolescentes hacen evidente una conceptualización coitocéntrica y heterocentrada de la misma. La principal respuesta queda enmarcada dentro de la ecuación simbólica “sexualidad = relaciones sexuales heterosexuales.” Mientras la sexualidad fue vinculada a las relaciones sexuales y sus respectivos cuidados, la reproducción fue identificada como un hecho casi exclusivamente biológico. Las referencias al amor y los sentimientos aparecieron casi exclusivamente en las respuestas de las adolescentes, mientras que los varones plantearon la masturbación en tanto práctica masculina. La “visión romántica” de la sexualidad fue cuestionada por algunas adolescentes que también la identificaron como un campo de displacer, en donde puede irrumpir la violencia y el ejercicio de poder desigual. Este dato, a su vez, no sólo habló de las
significaciones respecto a la sexualidad sino también de las percepciones y posibles vivencias sobre la violencia y las relaciones de género en la adolescencia, llevando a la reflexión respecto a la toma de decisiones sexuales y reproductivas, la iniciación y negociación sexual así como al ejercicio de derechos. Este resultado concuerda con hallazgos de otra investigación nacional que muestran la persistencia de relaciones de género desiguales durante el noviazgo y vivencias de coerción e imposición sexual en la adolescencia en diferentes ámbitos (Guchín, 2007). A lo planteado anteriormente, es importante relacionarlo con el enfoque de varios autores/as respecto al impacto de la socialización de género en la apropiación de derechos, principalmente de los DDSS (Amuchástegui y Rivas, 2004; Amuchástegui 2006, Argote et al, 2005a; Argote et al, 2005b; Carías, 2006; Ministerio de Educación Nacional – República de Colombia, 2008; Stern, 2008; Cairo y Herrera, 2009; Solera y Valencia, 2009). Respecto a la identificación de derechos humanos, los más nombrados fueron el derecho a la expresión y a la libertad, asociados con la idea de “poder para”. También surgieron alusiones a derechos “más concretos” como la salud, educación, alimentación, pero en un tono discursivo retórico. Ninguno de los adolescentes nombró espontáneamente algún DDSSyRR como derecho humano. Lo cual coincide con investigaciones anteriores realizadas con población adulta (Güida, Ramos, Vitale, 2006). Pero es interesante destacar que en éstas las expresiones de derechos vinculadas a la “libertad para” fueron débiles, mientras en estudios con adolescentes cobran un lugar central los derechos referidos a la libertad, la expresión, la toma de decisiones y el ser escuchados (Guchín, 2007). Lo cual podría relacionarse con características propias de esta etapa evolutiva, signada por la rebeldía, los procesos de autonomía, las necesidades de separación de sus padres/madres, las relaciones con el mundo adulto y los procesos de construcción como actores sociales. Los y las adolescentes en general pudieron construir respuestas afirmativas a la pregunta sobre si identifican alguna relación entre sexualidad y derechos, y a la noción de ciudadanía. Esto llevó al planteo de al menos dos hipótesis; a) la posibilidad de vincular sexualidad y derechos podría haber estado asociada a que los y las adolescentes han recibido información y educación sexual desde un enfoque de derechos pero sin que se trabajara el concepto y desarrollo de los DDSSyRR como tales (pueden identificar la relación entre sexualidad y derechos, pero no así conceptualizarlos o nombrarlos); y b) se podría inferir que los y las adolescentes recibieron una educación sexual con un débil enfoque de derechos pero igualmente pudieron identificar la relación entre ambos conceptos. Esto podría estar asociado a que la sexualidad ha sido materia de regulación en las distintas épocas y sociedades. Por tal motivo, estos adolescentes han recibido mensajes sobre lo esperado, deseado, permitido y prohibido y,
en base a ello, podrían haber construido su reflexión sobre el campo de los DDSSyRR. Estas representan formas y mecanismos a través de los cuales los y las adolescentes se han ido apropiando en diferentes niveles de la noción de DDSSyRR. Asimismo, los escenarios en donde se ha producido el trasiego de información y las personas e instituciones emisoras de los mensajes sobre la sexualidad y el cuerpo son parte clave de los mecanismos de apropiación. Por lo cual, conocer estas fuentes resultó fundamental a la hora de intentar comprender los procesos de apropiación subjetiva de DDSSyRR. Quién, cómo y dónde se imparte la información forma parte medular del entrecruzamiento complejo de los diferentes niveles del sujeto. Las fuentes de información más nombradas fueron la familia (principalmente la madre), las instituciones de educación media, la escuela y la calle, en ese orden. Los grupos de pares y las amistades no fueron mayoritariamente identificados como fuentes de información sino como referentes en la conversación, señalándose que la transmisión de información proviene del mundo adulto. Estos resultados concuerdan parcialmente con estudios anteriores que coincidieron en que la familia (principiante la madre) y los amigos/as son las principales fuentes de información y conversación sobre sexualidad, y luego de ellos el centro educativo (Belamendia, Meré y Vidal, 2009). En esta investigación mientras para algunos/as entrevistados escolarizados el centro educativo fue identificado como el principal espacio de información, para otros, principalmente varones fuera del sistema educativo, “la calle” fue la fuente primordial. Estos datos, referidos al lugar central de las instituciones educativas como fuentes de información, llevaron a considerar que la diferencia entre los hallazgos respecto a investigaciones anteriores se debería al momento en que los mismos se produjeron (ausencia o existencia del Programa Educación Sexual). Vale destacar también que los y las adolescentes expresaron que dichas actividades eran escasas en el año. A su vez, a pesar de los diferentes programas en SSR para adolescentes del sector salud, con años de anterioridad que el sector educación, ni los servicios ni los profesionales de la salud fueron identificados como una fuente de información por los y las entrevistadas. Al proponerles opinar sobre cada uno de estos derechos, se produjo una asociación inmediata con los derechos humanos de las personas en situación de vulnerabilidad y/o exclusión social, como ser personas con VIH, trabajadoras sexuales y personas homosexuales. Lo cual es un elemento importante a la hora de reflexionar en torno a los procesos de apropiación de derechos. Tales afirmaciones podrían también ser consecuencia de lo que Alice Miller (2001) ha denominado estilos de demandas por derechos sexuales "des-evolucionarias", referidas al:
“Proceso por el cual las demandas por derechos sexuales se identifican con reclamos sectoriales específicos, y el impacto que tal identificación produce. Algunos ejemplos de esta des-evolución son los lazos estrechos que se han creado entre los derechos sexuales y los derechos reproductivos de las mujeres; la noción de que la mejor forma de articular las demandas por derechos sexuales es bajo la forma del derecho a la salud, que surge tanto en el contexto de la reproducción como en el del VIH/SIDA; o la forma en que algunos aspectos de los derechos sexuales se consideran específica y únicamente derechos de las personas gays, lesbianas, bisexuales y transgénero” (Miller, 2001). Esta puede haber sido una de las razones por las cuales la gran mayoría de los y las participantes de este estudio vincularon a los DDSSyRR con derechos del campo de la diversidad sexual. Es de destacar que ningún entrevistado/a manifestó sentirse atraído por personas del mismo sexo, con lo cual las personas homosexuales se presentan como un “otro diferente”. Vale subrayar las reflexiones de Ana Amuchástegui (2006, p.6) quien ilustró que: “Aunque entre personas ‘heterosexuales’ la lucha por los derechos sexuales ha sido llevada a cabo principalmente por movimientos de mujeres, con frecuencia haciendo mención de sus relaciones con los hombres, esto no se ha conectado con la crítica feminista de la heterosexualidad. De hecho, la relación de la heterosexualidad con la ciudadanía sexual ha sido escasamente trabajada. Las razones de esta desconexión pueden radicar en que vincular el lenguaje de los derechos sexuales con la heterosexualidad puede ser interpretado como la afirmación de la sexualidad naturalizada y normativa, con toda la exclusión social que esto ha causado” (Amuchástegui, 2006, p.6). Un número significativo de estos/as adolescentes se ubicó fuera de las condiciones de vulnerabilidad de derechos. De esta forma, edad y generación, para algunos, no se presentaron como ejes de desigualdad. Es de destacar que las mujeres tampoco fueron nombradas, en una primera instancia, como grupo vulnerable. A lo largo de los discursos solo algunas personas entrevistadas sí identificaron inequidades de género y generaciones para el ejercicio de los DDSSyRR. Esta visión pudo estar marcada por la generación de estos adolescentes. Tal como se planteó, los últimos debates y reivindicaciones políticas y sociales en materia de SSyR fueron liderados por los grupos feministas en el período 2002–2008, período en el que gran parte de los entrevistados transitaban su infancia o comenzaban su adolescencia. Por otra parte, en los últimos años se ha asistido a una creciente presencia de las reivindicaciones de los colectivos de la diversidad sexual a nivel social y en medios de
comunicación. El país ha avanzado en materia legislativa al respecto y la marcha de la diversidad sexual congrega año a año cada vez más participantes, principalmente jóvenes. Quizás esta sea otra de las causas, por las cuales los y las adolescentes se mostraron más atentos a las desigualdades referidas a la diversidad sexual que a las de género. En definitiva, el momento socio histórico como su generación construyen prácticas y discursos respecto a las inequidades sociales y vulnerabilidades en el campo de la sexualidad y la reproducción. Sin embargo, a pesar de lo expuesto, relacionarse con una persona del mismo sexo y poder tener una vida sexual placentera, fueron dos afirmaciones donde no se observó consenso respecto a su comprensión en clave de derechos. El primer caso, pudo haber estado asociado a que el placer sexual no fuese concebido socio culturalmente en tanto bien humano digno de protección y promoción. Por lo tanto, su conceptualización en tanto derecho sexual se tornó dificultosa. Los mandatos de género, a través de los cuales durante siglos no se promovió el placer sexual ni en hombres ni en mujeres, acentuaron esta situación. Respecto a relacionarse con una persona del mismo sexo, las respuestas evidenciaron el efecto de las producciones discursivas e ideológicas basadas en un modelo hegemónico de sexualidad heterocentrado. De esta forma, las significaciones sobre la diversidad sexual se encontraron en tensión. Mientras hubo quienes no lo entendieron en tanto derechos, otros y otras identificaron en las personas homosexuales los mayores atropellos sociales de incumplimiento de los mismos. Todos los y las entrevistadas acordaron vivir en una sociedad homolesbotransfóbica, en donde persiste el estigma y la discriminación hacia ciertos grupos. Se destaca que en las discusiones de los grupos focales, surgió con fuerza cierta “justificación” a la discriminación, principalmente en las voces de los varones. Esto podría estar asociado al impacto del modelo de masculinidad hegemónica aún imperante en nuestra cultura. Tener una vida libre de violencia sexual fue uno de los derechos mayormente referido e identificado como uno de los principales campos de atropello de los derechos humanos. La violencia sexual no se asoció exclusivamente a la violación, sino que los abusos verbales presentes en la vida cotidiana de las adolescentes fueron identificados dentro de esta categoría. En este tema, en cambio, las desigualdades de género y la mayor vulnerabilidad de las mujeres respecto a la violencia estuvieron plasmadas en los discursos. Para algunas entrevistadas, la violencia sexual fue planteada como parte de la violencia vivida durante el noviazgo. Por otra parte, la idea de cierta imposibilidad de que “alguien obligue a alguien a tener relaciones sexuales” también estuvo parcialmente presente.
Con respecto a los derechos reproductivos existió un mayor consenso en que todos éstos constituían derechos. Sin embargo, se apreció que la minoría de edad fue identificada en tanto aspecto de vulnerabilidad y limitación de acceso en el campo de lo reproductivo. El papel del padre y/o madre como quienes autorizan el cumplimiento de estos derechos fue una constante en los discursos, principalmente de aquellos menores de 16 años. Lo cual se relacionó con la situación jurídico legal de los y las adolescentes, así como con la dependencia económica y afectiva respecto de sus padres. Por este motivo, poder elegir tener o no tener hijos, acceder a métodos anticonceptivos y a la atención en SSyR fueron identificados como derechos con “límites”, en donde la última palabra la portan los padres y madres. En este sentido, la familia fue presentada como quien define las trayectorias reproductivas de sus hijos e hijas adolescentes. Los y las adolescentes ubicaron estos derechos en un lugar de importancia en sus vidas ya que la construcción como sujetos sexuados y sexuales ocupa un lugar central en esta etapa. Sin embargo, para los varones mayores de 16 años y fuera del sistema educativo fueron otros los derechos que más les (pre) ocuparon, destacando derechos al trabajo y la vivienda. Mientras algunos entrevistados y entrevistadas plantearon que el respeto de los DDSSyRR en la vida cotidiana era relativo, otros expresaron que no se respetaban ni cumplían. A la hora de presentar ejemplos concretos de cumplimiento o incumplimiento de derechos, se hizo referencia al campo de la diversidad sexual, la violencia sexual y la toma de decisiones reproductivas. Respecto a quién o quiénes debían garantizar estos derechos, las opiniones se dividieron entre aquellos que pensaban que depende de toda la sociedad y quienes lo localizan como una responsabilidad del mundo adulto. En este último caso, en los/as adolescentes menores de 15 años, aparecieron respuestas vinculadas a los padres, madres y el rol de la familia. Otros/as lo vincularon al Estado, el gobierno, los legisladores y los políticos. Más allá del anhelo de una sociedad justa o de un mundo adulto garante, lo que percibieron los y las entrevistadas que sucede en la realidad es la falta de garantías para el ejercicio de DDSSyRR. Les resultó difícil identificar mecanismos de denuncia y exigibilidad de estos derechos, manifestando cierto descreimiento sobre las posibilidades de las instituciones en poder garantizarlos. A modo de síntesis Los hallazgos de este trabajo así como su intervinculación con resultados de otros estudios dejan evidenciado una vez más, que resta aún un largo camino por recorrer en el campo del conocimiento,
apropiación y ejercicio de DDSSyRR. Para continuar profundizando en la producción de información sobre la construcción cotidiana de estos derechos, es necesario ahondar en el estudio de su apropiación subjetiva. Es fundamental comprender mejor cuáles son sus procesos, formas y mecanismos, pues ello permitirá en mayor medida conocer de qué manera los sujetos incorporan la información que reciben y la traducen en prácticas, producen discursos y transformaciones culturales y se construyen nuevos simbólicos con eficacia a nivel de las mentalidades. Para avanzar en políticas públicas en este campo, se hace necesario producir conocimiento desde un enfoque de género, generaciones y diversidad respecto a dichos mecanismos. Avanzar en la comprensión de los elementos que operan cuando las personas acceden a la información pero no la traducen en el ejercicio de derechos es clave, para lo cual se debe profundizar acerca de la intervinculación de los discursos, los significados y las prácticas sexuales así como en el peso de los escenarios donde se produce el trasiego de la información y sus respectivos emisores. En definitiva, se trataría de profundizar en el conocimiento de los procesos de construcción de ciudadanía en general, y de ciudadanía sexual en particular, así como en la comprensión de aquellos mecanismos que habilitan o menoscaban dichas construcciones. Para ello valerse de la noción de género es fundamental ya que el ejercicio de la ciudadanía es producto de los aprendizajes que la socialización de género forja. Es necesario tener presente que se está ante procesos íntimamente ligados al campo del poder. Los significados de la ciudadanía requieren ser aprendidos, apropiados y a la vez conquistados y expandidos. La presente investigación cuenta con hallazgos que permiten continuar acumulando en el estudio de este campo temático y, a la vez, deja abierta algunos interrogantes para seguir investigando y acercando conocimiento a la agenda de DDSSyRR.
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Tecnologías de reproducción asistida y género en las sociedades contemporáneas: posicionamientos feministas en torno a la reproducción científica de los cuerpos Por Leila Vecslir Resumen A partir de su difusión, las tecnologías de reproducción asistida (TRA) se erigen en el centro de un intenso debate en el cual lo público y lo privado, lo residual y lo emergente se articulan de formas tan complejas como novedosas (Williams, 1977, p.144). Esto se debe al carácter dual de la sexualidad y la reproducción en tanto fenómenos de orden privado pero formadores de lo social. En este marco de creciente complejidad, los límites entre lo público y lo privado se reconfiguran, tornándose por momentos difusos. La coexistencia de la familia, inscripta en la tradición y la comunidad, y la individualidad y la diferenciación, propias de las sociedades contemporáneas da cuenta de continuidades y rupturas. En este contexto, las nociones de Estado, individuo y familia son resignificados. El presente artículo tiene por objetivo general caracterizar el desarrollo de las tecnologías de reproducción asistida y los posicionamientos asumidos por los feminismos en torno a ellas. La reproducción científica de los cuerpos La sexualidad y la reproducción, asociadas en el sentido común al ámbito privado de la pareja y el hogar conyugal, se erigen en el centro del debate desde los siglos XVIII y XIX en tanto agentes encargados de la consolidación del moderno orden burgués (Gay, 1992). En la actualidad, la noción del hogar como espacio moralizante y organizador de lo social dio lugar a una “retórica de la intimidad” (Arfuch, 2010, p.21) atravesada por la noción psicoanalítica de deseo. En esta simultaneidad entre lo nuevo y lo viejo y sus articulaciones con lo público y lo privado, el sujeto puede y es instado, vía la tecnociencia, a negociar sus límites orgánicos. Tal como señala Sibilia, “la tecnociencia contemporánea parece realmente dispuesta a redefinir todas las fronteras y todas las leyes, subvirtiendo la antigua prioridad de lo orgánico sobre lo tecnológico y tratando a los seres naturales preexistentes como materia manipulable” (2009, p.43). Los constantes avances que desde fines de la década del 70’ se despliegan en el campo de las tecnologías de reproducción asistida nos enfrentan con rupturas y continuidades en torno a los discursos sobre la infertilidad, el género y la salud. Si la anticoncepción ya cuenta con una trayectoria teórica y
política, aún resta analizar este conjunto de técnicas que facilitan la concepción desde el enfoque de género. Las mismas no son de tan reciente aparición, aunque sí su difusión masiva. Estas prácticas enfrentan a los feminismos a un nuevo desafío en relación a los discursos sobre la maternidad y el género puesto que una misma técnica, en sus combinaciones posibles y en circunstancias diferentes, puede resquebrajar o reforzar la relación lineal mujer-madre. La difusión masiva que las tecnologías de reproducción asistida alcanzaron en las últimas décadas resulta del desarrollo de distintas ramas de la medicina desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Estos desarrollos se dan, según Spar “cuando el cambio de costumbres y los progresos de la medicina permitieron una conexión más explícita entre la relación sexual y la procreación, y una información más precisa sobre el mecanismo de la reproducción” (2006, p.41). De este modo, los eventos ligados a la sexualidad y la reproducción, si bien siguen estando en el foco del discurso religioso, paulatinamente van cobrando independencia de éste para pasar a ser un dominio científico. A fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, la sexualidad, la reproducción, la fertilidad y la infertilidad pasarán a ser objeto de estudio de la medicina, especialmente de ginecólogos, biólogos y endocrinólogos, dejando de ser materia de curanderos, boticarios y comadronas (Spar, 2006, p. 44). Así, las interpretaciones místicas y religiosas de la fertilidad y la infertilidad como bendición o castigo, si bien aún resuenan en los discursos actuales, darán paso a explicaciones por completo orgánicas de estos fenómenos. A fines del siglo XX y a lo largo del XXI las tecnologías reproductivas han dado un salto cuantitativo y cualitativo resultante de la creciente demanda y oferta de tratamientos reproductivos. A la vez, en busca de menores costos un número creciente de parejas se movilizan a diferentes puntos del mundo. El caso paradigmático es la subrogación de útero en India donde las mujeres de sectores pobres se incorporan a los programas de fertilidad como madres sustitutas para parejas de altos ingresos provenientes de diferentes países (Shah, 2009). Siguiendo a Spar, la aparición de los contratos de subrogación de útero permitió separar definitivamente los diferentes componentes (óvulos, esperma, útero) ampliando los alcances de la reproducción asistida y evitando las complejidades de modalidades anteriores como los acuerdos entre familiares. Según la autora, “la separación de los componentes de la oferta también permitió que el mercado de la gestación fuera globalizándose lenta y silenciosamente” (2006, p.144). De modo que hoy en día, las tecnologías reproductivas no se circunscriben a los regímenes de legalidad de los Estados-Nación. Por el contrario, se constituyen en un fenómeno global: un comercio transnacional para algunos, la posibilidad de subsistencia o la posibilidad de convertirse en
madres/padres para otras/os. En este contexto, la difusión de la medicina reproductiva da cuenta de procesos de producción de cuerpos y subjetividades altamente tecnificadas. Debates en torno a la definición de infertilidad y el acceso a la medicina reproductiva La profesionalización creciente de los servicios de medicina reproductiva y la expansión de su demanda han obligado a repensar la noción de infertilidad a la vez que ha suscitado profundos debates en torno a cuestiones bioéticas, sociales y culturales vinculadas a la reproducción y el parentesco. Existen numerosos debates teóricos en torno a qué es la infertilidad, en base a qué criterios debe ser definida, si ésta es una condición de la pareja o de los individuos en particular, entre otros. Las distintas formas discursivas de definir la infertilidad tienen implicaciones directas en las vías posibles para su tratamiento, los modelos de cobertura y el acceso a las nuevas tecnologías reproductivas. Si es definida como una condición individual o de la pareja, si es concebida como enfermedad o no, supone inscripciones diferentes en el ámbito de la salud y los derechos. La definición de infertilidad determina los criterios que se establecerán para reglar la oferta y el acceso a los tratamientos. De acuerdo a cómo ésta sea definida se dirime la cuestión del acceso universal mediante su cobertura en las obras sociales o en programas gratuitos en los hospitales públicos. En su texto “Infertilidad en Latinoamérica: en busca de un modelo”, Luna (2008) inscribe esta problemática dentro del ámbito de la salud pública. La autora sostiene que las circunstancias en que las tecnologías de reproducción asistida comenzaron a desarrollarse se han solidificado en una fotografía histórica. En esta lógica, constituyen un recurso de lujo para mujeres de clase media y alta que durante su edad fértil postergaron la maternidad en favor de su desarrollo profesional y que recurren a la medicina reproductiva a una edad tardía para concebir un hijo. Sin embargo, esta lógica, presente en el sentido común, no sólo se construye a partir de la realidad europea de los años 70’ sino que no guarda relación, según la autora, con la realidad actual de la infertilidad en Latinoamérica. Según Luna deben contrastarse los diferentes escenarios: mientras que en los países centrales la anticoncepción y el aborto ya eran una realidad desde la década del 60’, en Latinoamérica, el aborto aún se encuentra penalizado, complejizando el panorama de la infertilidad secundaria. La autora hace hincapié en la necesidad de prevenir la infertilidad secundaria, derivada de “enfermedades de transmisión sexual (ETS) mal curadas, infecciones o lesiones por abortos inseguros e ilegales así como también a la falta de un buen tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual, del HIV y sepsis materna” (2008, p.2).
Luna sostiene que la reproducción asistida debe inscribirse en el marco de la salud pública para que ésta no quede desligada de los derechos sexuales y reproductivos y para evitar la privatización y sobreprestación de la medicina reproductiva en América Latina, lógicas que la convierten en un servicio al que sólo pueden acceder las clases altas. En relación al panorama de género, infertilidad y maternidad en Latinoamérica, la autora sostiene que “si bien la imposibilidad de un embarazo en una mujer profesional con logros económicos y educativos puede resultar muy dolorosa, es todavía peor en los casos en los que las mujeres son casi únicamente valoradas por su fertilidad. Esto lamentablemente es muy habitual en muchos de estos países, puede implicar discriminación social, repudio por parte de los maridos, etc.” (2008, p.5). En relación a esta afirmación cabe preguntarse: si la infertilidad provoca situaciones de repudio social o conyugal, antes de pensar en la masificación de la medicina reproductiva, ¿no deberíamos pensar en la producción de nuevos discursos, imágenes y prácticas que definan a la maternidad como una experiencia vital, similar a otras, y no como la única experiencia posible para las mujeres? Y en este sentido, ¿no deberían hacerse mayores y mejores esfuerzos por investigar en profundidad la valoración de la genética y del “hijo propio” en detrimento de la adopción y las representaciones asociadas a este proceso? Desde otra perspectiva, orientada a poner en discusión el acceso a la medicina reproductiva, Diniz y Gomes Costa (2005, p.3) realizan una distinción entre los conceptos de infecundidad voluntaria e involuntaria. Definen la primera como una circunstancia “elegida” más que como una condición biomédica. En cambio, para definir la segunda realizan un análisis crítico de la definición propuesta por la OMS de acuerdo con la cual “la esterilidad es la incapacidad de una pareja de quedar embarazada después de un período de un año de relaciones sexuales sin protección contraceptiva” (2005, p.1). Según las autoras, en dicha definición se da por sentado que la infecundidad es privativa de las parejas heterosexuales. La centralidad de la pareja heterosexual en la definición misma de la infertilidad la convierte en público privilegiado de la medicina reproductiva. En su análisis, cuestionan la exclusión de otras categorías como mujeres y varones sin pareja o parejas homosexuales de la definición propuesta por la OMS. De este modo, según el análisis de Diniz y Gomes Costa, la definición de infecundidad se relaciona con otras dos grandes cuestiones: el acceso y la elegibilidad. Éstas se vuelven indisociables y, de acuerdo a cómo se entienda la infecundidad, se delimitará un público privilegiado o se garantizará el acceso universal. A diferencia de Ariza, que en su texto “La procreación como evento natural o tecnológico” (2010, p.5) analiza qué es lo que hace que las mujeres elijan o no la medicina reproductiva para concretar su
deseo de ser madres, Diniz y Gomes Costa se preguntan qué es lo que hace a una mujer elegible para las TRA. Las autoras se cuestionan si “el deseo de hijos es razón suficiente para garantizar el acceso a las técnicas conceptivas o es necesaria una explicación médica para la infertilidad como condición de posibilidad para el acceso” (2005, p.1). En virtud de sus interrogantes, Diniz y Gomes Costa sostienen que el surgimiento y consolidación de los servicios de medicina reproductiva encontraron en la pareja infértil una figura moral, política y discursiva estratégica para instalarse. Así, cuando la pareja heterosexual infértil se convierte en el foco de atención y target privilegiado de las tecnologías de reproducción asistida, se rediseña la infertilidad como cuestión familiar (2005, p.3). Esta estrategia que las autoras identifican en el debate parlamentario brasileño permitió sortear, en primer lugar, las disputas señaladas en relación al acceso y, en segundo lugar, posibilitó su asociación con una ideología naturalista en la cual la medicina reproductiva complementa a la reproducción sexual dado que actúa sobre la pareja heterosexual. En su análisis, señalan que “la infertilidad no es una condición física de la pareja, pero sí de mujeres y hombres en particular” (Diniz y Gomes Costa, 2005, p.2) y aquí cabe cuestionar si la vía sugerida para las mujeres y hombres que enfrentan situaciones de este tipo es la mera sustitución del cuerpo estéril, lo cual supone un profundo desconocimiento de los aspectos individuales y relacionales de la procreación en las biografías (Lyndon Shanley, 2001, p.105). En este sentido, las autoras realizan un abordaje crítico del proceso por el cual el diagnóstico pasa a ser un mecanismo de control del acceso. Éste se vincula con el análisis crítico de la medicina reproductiva que, para las autoras, identifica la parentalidad homosexual con una amenaza moral. El punto en debate es: ¿deben ser gratuitos los tratamientos para las parejas del mismo sexo y mujeres y hombres solas/os? Partiendo del concepto de categorías nativas de percepción y clasificación de los actores (Guber, 2005), diremos que para las parejas heterosexuales, la infertilidad es intrínsecamente involuntaria. Para las parejas heterosexuales que mantienen relaciones durante un período prolongado de tiempo y que no consiguen concebir o sostener un embarazo, la infertilidad irrumpe de un modo perturbador. Para ellas, su carácter es eminentemente involuntario y es experimentada como enfermedad dado que es preferible tener la posibilidad de reproducirse, y elegir utilizarla o no, a ser sorprendido por la infertilidad luego de meses y/o años buscando concebir. No obstante estas consideraciones cabe preguntarse, ¿el uso de las categorías nativas no puede llevarnos a convalidar la idea según la cual la naturaleza es inherentemente fértil y por lo tanto, la infertilidad es una desviación? ¿Qué postura debe tomarse para abordar el tema desde el enfoque de género, considerando que las nociones de naturaleza, femineidad,
maternidad y género han resultado tan caras para las mujeres? En este sentido, debemos preguntarnos por la pertinencia del concepto de infertilidad y su clasificación como voluntaria/involuntaria como así también sobre la necesidad de recurrir a otra noción para ampliar la ciudadanía sexual y reproductiva. Esto supone un profundo debate social y la emergencia de nuevas conceptualizaciones que permitan repensar el acceso a las tecnologías de reproducción asistida desde discursos más equitativos, plurales y coherentes. A diferencia de la provincia de Buenos Aires donde se han producido avances con la sanción de la Ley provincial Nº 14.208 (2010) en la ciudad de Buenos Aires la demanda de cobertura de los tratamientos por parte de las obras sociales y el Estado resultó objeto de un debate público prolongado. La aprobación de esta ley en el territorio de la provincia de Buenos Aires deviene más de la decisión política de llevar adelante el proyecto que de la movilización de la ciudadanía. En contraste, con la Ley nacional Nº 26.862 (2013) de acceso integral a los procedimientos y técnicas médico-asistenciales de reproducción médicamente asistida, sucedió algo distinto ya que resultó de un largo proceso de demanda al Estado por parte de la Campaña por la Ley de Infertilidad. Con estas legislaciones se produce un gran avance aunque con ellas no se forcluyen las tensiones en torno al status del embrión, la identidad genética en los casos de donación de material genético y la autonomía de las mujeres durante el tratamiento, entre otros. En la ciudad de Buenos Aires, la Campaña por la Ley de Infertilidad nuclea a diferentes actores que buscan difundir la problemática de la esterilidad y la necesidad de su incorporación al marco legal nacional en nuestro país. Según Ariza, la Campaña “performatiza un sujeto político distinto de mujer”, haciendo hincapié en la infertilidad como una enfermedad que puede afectar a hombres, mujeres y parejas, logrando una “desarticulación práctica de la asociación entre infertilidad y la condición de ser mujer, y por ende, de la alianza cultural de más amplio alcance entre mujer y madre” (2011, p.78). Otro desacople interesante que introduce la Campaña reside en la escisión entre sexualidad y reproducción. No obstante, a pesar de las dos desarticulaciones mencionadas, se refuerza la pareja heterosexual como locus privilegiado de la paternidad/maternidad. La Campaña por la Ley de Infertilidad se sostiene en tres principios. En primer lugar, “que la infertilidad es una condición biológica es decir, una circunstancia cuya envergadura remite principalmente a la situación particular de ciertos cuerpos, en este caso a la falla de la función biológica de la procreación” (Ariza, 2011, p.80). En segundo lugar, inscriben la problemática en la órbita de los
derechos, particularmente, en el derecho a la salud. Planteada como una condición biológica, la infertilidad puede ser incorporada a los derechos de salud para reclamar su cobertura médica. En tercer lugar, y en relación con los enunciados anteriores, se define la infertilidad como un obstáculo para lograr la maternidad/paternidad. Según Ariza, la Campaña por la Ley de Infertilidad se basa en “tres nudos semánticos” (2011, p. 81) interrelacionados que enfatizan el componente biológico de la infertilidad. La estrategia desplegada por la Campaña estaría orientada a eludir los debates en torno al acceso de las mujeres sin pareja o de parejas del mismo sexo a las nuevas tecnologías reproductivas, posicionando a la pareja heterosexual como actor central y a la medicina reproductiva como la vía instrumental de lograr la maternidad/paternidad. No obstante, según la autora, el énfasis depositado en el componente biológico de la infertilidad socava el propio reclamo puesto que repone el estigma de la enfermedad y “el imaginario de que la mater/paternidad es una experiencia eminentemente biológica” (p.82). Al no impulsar una modificación del régimen de adopción, se desprende que las formas no-biológicas de convertirse en madres/padres serían menos legítimas. El énfasis colocado en la pareja heterosexual infértil pone en jaque las demandas de otros actores de ser incorporados a la cobertura así como socava el protagonismo de las mujeres en la agenda de derechos sexuales y reproductivos. Del mismo modo, la definición de la infertilidad en tanto enfermedad produce “resultados ambiguos: por un lado, facilita la difusión de un reclamo de cobertura médica sobre la base del derecho a la salud, entroncando una demanda particular dentro de un espectro más amplio de luchas colectivas ligadas a la demanda de derechos. Al mismo tiempo, puede tener efectos menos positivos al identificar a aquellos/as que no pueden tener descendencia como enfermos/as” (Ariza, 2011, p.87). En contraste con lo anterior, la misma autora identifica tres aspectos transformadores de la Campaña: a) la politización de lo íntimo, b) el resquebrajamiento del ideal mujer-madre y c) la desarticulación de la sexualidad y la reproducción como un binomio -idea propia del discurso conservador y religioso-, al proponer lo sexual como algo distinto de lo reproductivo ( p.86). Desde una perspectiva crítica sobre la relación entre ciencia y género, y con una posición que revela la explotación del cuerpo femenino por las nuevas tecnologías reproductivas, Sánchez (2005, p.520) sostiene que para analizar las TRA es preciso abordar dos discursos diferentes pero íntimamente ligados: el discurso biomédico y el patriarcal. El primero equipara el cuerpo a una máquina que, en tanto tal, es susceptible de ser dividido en sus componentes. La metáfora del cuerpo-máquina se encuentra en abierta oposición al discurso que define el cuerpo como unidad psicosomática. El segundo, como es sabido, le atribuye al ideal de la mujer-madre un rol primordial, ineludible. Las tecnologías de
reproducción asistida se inscriben en la interrelación de estos dos discursos que apelan al deseo de maternidad “dando una respuesta de fragmentación y medicalización del cuerpo” (Sánchez, 2005, p.525). La medicina reproductiva, atravesada por la metáfora del cuerpo-máquina, descompone a la mujer en sus partes y la reduce a un útero y óvulos mediante un proceso de objetivación. Siguiendo a Tubert (1991), Sánchez sostiene que la medicalización de la infertilidad no hace más que reducir la cuestión a una serie de pasos instrumentales que no resuelven la causa de la infertilidad sino que solamente producen un embrión. En este sentido, Sánchez se posiciona desde una perspectiva crítica de las tecnologías de reproducción asistida y de la noción de la infertilidad como enfermedad recuperando los aportes de distintas feministas, entre ellas, Gena Corea. A la aplicación indiscriminada de las técnicas reproductivas en virtud de la medicalización de infertilidad se suma que el peso de los tratamientos recae principalmente sobre el cuerpo de las mujeres, aun cuando la causa no esté del todo determinada o sea masculina. Del mismo modo, advierte que tanto en los medios de comunicación como en la misma consulta médica no se informan correctamente los riesgos de los estudios diagnósticos ni de los tratamientos en sí mismos. En este sentido, entiende que existe una “sintonía” entre el discurso biomédico, el discurso de los medios y las expectativas sociales depositadas en estas técnicas. Según Sánchez, la medicina reproductiva es equiparable al “Proyecto Manhattan” puesto que “tanto la bomba atómica como la fertilización in vitro ofrecen una solución de alta tecnología a un problema que precisa de soluciones políticas y sociales (y en nuestro caso también psicológicas)” (, 2005, p.526). En este sentido, enfatiza en la importancia de considerar la dimensión política y de género de las TRA. Desde una perspectiva foucaultiana, Dion Farquhar señala que la construcción de la infertilidad como enfermedad es el resultado de un proceso de apropiación de la misma por parte del discurso médico. La ausencia de descendencia se convirtió en “materia cuantificable” por parte de la medicina y de este modo, en objeto de vigilancia y regulación (1996, p.65). Así, los cuerpos infértiles “se trasformaron en objetos de intervención, lástima, vigilancia” (1996, p.65). Infertilidad, maternidad y parentesco constituyen significados en constante renegociación y en virtud de sus características, no pueden abordarse como entidades estáticas, ahistóricas e inmutables. Para esta teórica, “la infertilidad, así como la homosexualidad y la enfermedad mental es una condición y un status históricamente construido que toma el aura de una condición natural y eterna” (Farquhar 1996, p. 64). Desde su punto
de vista, definir la infertilidad como enfermedad implica una apropiación acrítica del discurso médico que reduce el cuerpo a sus funciones y capacidades meramente biológicas. En tal sentido, la infertilidad en tanto condición o status supone la interacción de discursos acerca del cuerpo, la naturaleza, la reproducción y la sexualidad que es preciso desmontar para investigar las tecnologías reproductivas. La disputa por el significado de la infertilidad es compleja. Como es posible observar, las diferentes definiciones de infertilidad implican directa e indirectamente posiciones teórico-político en torno a la reproducción y el parentesco en la actualidad, su ser y su deber ser. La cuestión de la oferta pública y privada de medicina reproductiva y quiénes pueden -y deberían poder- acceder a ésta suscita profundas discusiones aun no saldadas en relación al acceso universal a las tecnologías reproductivas. Como vimos, las parejas heterosexuales nucleadas en la Campaña por la Ley de Infertilidad proponen una definición de la infertilidad como enfermedad. Se presentan como parejas en las que uno o ambos integrantes dificultan un proceso que, en caso de no ser portadores de esta enfermedad, se daría naturalmente. Su problemática corresponde a la definición de infertilidad involuntaria y la apelación a las tecnologías reproductivas es una forma de restituir aquellas funciones biológicas que su cuerpo, involuntariamente, no puede realizar. Tal como sostiene Garay “Las NTR (Nuevas Tecnologías Reproductivas) no fueron creadas para curar la infertilidad sino para suplantar, en ciertos casos, una “falla” corporal y, en muchos casos, suplanta algo que no existe o no es posible de ser diagnosticado como un problema médico” (Garay 2008, p.46). En contraste, para que sean incorporadas las parejas del mismo sexo y las mujeres solas a los programas públicos y a la cobertura de los tratamientos por parte de las obras sociales, es preciso que la infertilidad no sea una enfermedad. La ausencia voluntaria de descendencia no constituye un “problema biomédico” (Diniz y Gomes Costa, 2005, p.38) pero de todos modos pone en tela de juicio la relación inmanente entre orden natural y orden social. La familia y el parentesco, propios del orden social, no derivan automáticamente de una realidad biológica de los individuos que se asocia con un pretendido orden natural. Esta contradicción nos llevaría a buscar y proponer nuevas definiciones de sujeto, familia y parentesco. El acceso de las personas solas y las parejas gays y lesbianas a las TRA constituye un debate que ha sido analizado en profundidad por diferentes autores. Esta discusión excede los marcos propuestos para esta investigación, sin embargo, sostenemos que sería estratégico producir una noción superadora y
no binaria de la infertilidad voluntaria que caracterice las diversas situaciones en orden a ampliar la ciudadanía sexual y reproductiva. Tanto aquellas definiciones de infertilidad que la equiparan a una enfermedad como aquellas que buscan desligarla de esa condición, intentan despojar a la infertilidad del estigma que pesa sobre la falta de descendencia. En ambos casos se pugna por una definición que no estigmatice a quienes atraviesan esta situación y que deconstruya el par binario completud-vacío correspondiente a mujermadre y mujer-no-madre, respectivamente. Finalmente, tanto para quienes padecen infertilidad involuntaria como para aquellos/as atravesados/as por la infertilidad voluntaria, el derecho a la cobertura de los tratamientos supone la creación de un derecho a acceder a un conjunto de técnicas y tecnologías que existen y que posibilitan la concepción en ambos casos. La Ley Nacional de Fertilización Asistida instituye el derecho a acceder a un progreso científico disponible que, para quienes se encuentran atravesados/as por la infertilidad voluntaria o involuntaria, constituye el medio que posibilita la formación de una familia. Posicionamientos feministas en torno a las tecnologías de reproducción asistida El feminismo ha investigado y debatido sobre las tecnologías de reproducción asistida arrojando dos grandes líneas de pensamiento y acción en torno al tema. La primera, liderada por Shulamit Firestone, propia de los años 70’, abrazó “la causa de la fertilización in vitro como el primer paso hacia la liberación de las mujeres de su biología reproductiva” (Spar, 2006, p.61). Esta visión optimista considera la reproducción como clave explicativa de la opresión femenina. En la visión optimista, la opresión de las mujeres es resultado directo de la apropiación de las capacidades reproductivas en un sistema patriarcal. Atravesado por las influencias teórico-políticas del feminismo radical y socialista, esta vertiente define la reproducción, el trabajo doméstico y el confinamiento de las mujeres en el ámbito privado del hogar como la clave de la reproducción de las sociedades capitalistas. De modo que el desarrollo de tecnologías reproductivas capaces de liberar a las mujeres de la reproducción era entendido como la liberación de las mujeres del orden patriarcal (Sánchez, 2008, p.122). Asimismo, esta línea argumentativa enfatiza la posibilidad de postergar la maternidad en favor del desarrollo profesional, de permitir la concepción a las mujeres solas y a las parejas del mismo sexo. En el lado opuesto, encontramos una línea argumentativa que enfatiza la explotación del cuerpo femenino y, ahora también podría pensarse, su circulación como mercancía en el mercado global de la medicina reproductiva. Esta visión que denominaremos pesimista respecto de las tecnologías
reproductivas destaca que la medicina reproductiva consolida el ideal de mujer-madre sometiendo el cuerpo de las mujeres a numerosas intervenciones aun cuando la causa de la infertilidad en la pareja es el factor masculino. En este sentido, considera que la fertilización in vitro constituye “un comercio y una creación de los hombres para satisfacer el ego masculino” (Spar, 2006, p.61). La ciencia moderna se encuentra atravesada por una razón tecnocientífica de mirada masculina orientada a dominar la naturaleza, tradicionalmente asociada a lo femenino. El carácter androcéntrico de la ciencia y, en particular de las investigaciones sobre células madre y TRA, se asienta en la concepción liberal del mundo capitalista, con todo lo que esto significa para un conjunto de prácticas médicas y sociales en las que entran en juego el cuerpo y la subjetividad. En este punto, Sánchez señala que debe prestarse atención a la dimensión política y de género de las tecnologías de reproducción asistida. Se trata de nuevas formas de control del cuerpo femenino y de imposición del mandato de la maternidad, ahora mediante nuevas e ilusorias promesas de liberación y a través de la tecnología. Otra de las grandes cuestiones está anclada en los cuerpos de las mujeres y sus productos puesto que, tanto para la fertilización asistida como para la investigación en células madre, es preciso contar con gran cantidad de óvulos y embriones. Tal como sostiene Sánchez “el material sobrante de FIVTE (Fertilización In Vitro y Transferencia Embrionaria) es utilizado para la clonación terapéutica y la investigación con células troncales, y recordemos que las técnicas terapéuticas de las células troncales se apoyan en la ingeniería genética” (2008, p.125). Según la autora, mediante las tecnologías de reproducción asistida se obtiene una numerosa cantidad de óvulos y embriones sobrantes ya que no todos son implantados y, en diversos países aún existe un vacío legal sobre la criopreservación de los mismos. En la mayoría de los casos al iniciar los tratamientos de fertilidad, las parejas firman un consentimiento en el que se hacen cargo de la criopreservación durante un cierto lapso de tiempo. Si, una vez superado ese período, la pareja no desea implantar los embriones sobrantes, éstos quedan a disposición de la clínica. Surgen entonces numerosos interrogantes: ¿qué sucede con los embriones sobrantes? ¿Se descartan? ¿Se utilizan? ¿Con qué fines se utilizan? ¿Se implantan en otras mujeres o se destinan a la investigación? La Feminist International Network of Resistance to Reproductive and Genetic Engineering (FINRRAGE) constituye una de las posiciones más radicales en este sentido. Según se lo indica en su página web, esta red internacional es preciso comprender que tanto las políticas antinatalistas como las políticas a favor de las tecnologías de reproducción asistida son “dos caras de la misma moneda” que
pretenden “controlar la cantidad y la calidad de la población mediante el control de la capacidad reproductiva de las mujeres”. Describen estas tecnologías como una nueva forma de la esclavitud moderna que produce y reproduce una ideología eugenésica, racista y sexista. Las distintas posturas en torno a la medicina reproductiva presentan numerosas complejidades, convergencias y divergencias. Según Luna (2008, p.8) es posible identificar tres grandes campos discursivos en relación a las TRA: la posición conservadora religiosa de la Iglesia Católica, la posición progresista que cuestiona la medicalización de la sociedad y el feminismo. Las primeras dos, aunque son antagónicas, convergen en la visión negativa que tienen de las TRA. Como es sabido, el pensamiento religioso cuestiona la intervención de la tecnología en un proceso que debe ser por completo natural y librado a los propósitos divinos así como la manipulación y descarte de embriones necesarios para llevar adelante los tratamientos. Del lado opuesto, un sector del progresismo y del movimiento feminista se pronuncia contra la medicalización de la sexualidad y la reproducción y de este modo, se posicionan en contra de las TRA, coincidiendo con el pensamiento religioso-conservador en la postura aunque no en los argumentos. Es interesante lo señalado por Luna en relación a las convergencias parciales de la posición progresista y de defensa de los derechos de las mujeres con la postura conservadora religiosa. La autora señala esta convergencia parcial en cuanto a “la medicalización del cuerpo de la mujer que estas tecnologías de fertilidad implican, sobre todo porque casi siempre la que siempre debe “poner el cuerpo” es ella y algunos de estos tratamientos resultan bastante invasivos (aun cuando el problema de fertilidad sea masculino), hasta poner el énfasis en que incentivan la maternidad de manera artificial y casi sin límites” (2008, p.6). No obstante, es preciso establecer la siguiente distinción. Por un lado, tenemos la postura conservadora religiosa que cuestiona la intervención de la tecnología en la reproducción porque embiste contra la “voluntad divina.” Por el otro, encontramos que el progresismo y el feminismo impugnan el establecimiento de relaciones de poder entre médicos y pacientes que irrespetan sus derechos convirtiendo una experiencia vital, como la concepción y el parto, en una rutina altamente burocratizada con tiempos similares al de la fábrica. En la actualidad, y aunque la discusión sigue abierta y las posiciones en constante construcción, la visión optimista se sostiene en la posibilidad de las tecnologías de reproducción asistida de subvertir los modos tradicionales de concebir y formar familias. Las nuevas tecnologías reproductivas permiten a parejas del mismo sexo y a mujeres y hombres solas/os concretar el proyecto de formar una familia. Este
es un punto inobjetable que recuperan, inclusive, aquellas teóricas que se encuentran en contra de algunos aspectos cruciales como el anonimato de los y las donantes. En este sentido, inclusive quienes critican el anonimato y/o la comercialización de esperma y óvulos, entre otros, coinciden en que estas nuevas modalidades familiares surgidas junto a las tecnologías reproductivas son un punto a favor de las mismas. Dion Farquhar (1996, p.12) identifica dos grandes discursos, uno de corte liberal y otro que denomina fundamentalista. El discurso liberal da lugar a lo que la autora denomina la narrativa profesional-médica y la narrativa popular. Según la autora (Farquhar, 1996, p.14), tanto el discurso liberal como el fundamentalista se sostienen en concepciones tradicionales acerca de la “naturaleza de las familias (encabezada por un padre-esposo y cuyas tareas de crianza están a cargo de la madre-esposa), la reproducción (que es siempre [hetero] sexual), el deseo del hijo (que siempre implica el parentesco nuclear consanguíneo) y el sujeto tradicional (unificado, auto-idéntico y autónomo)”. El abordaje de Farquhar, que recupera la hipótesis positiva del poder de Foucault, se propone indagar las tecnologías de reproducción asistida desde una mirada anti-esencialista que devele como éste opera productivamente en la medicina reproductiva. Partiendo de una concepción del poder como difuso y multifacético propone un abordaje que da cuenta de las limitaciones y posibilidades de las tecnologías reproductivas, superando las visiones dicotómicas que las reducen a un fenómeno moralmente positivo o negativo. De acuerdo a lo planteado por esta teórica, debe comprenderse que las TRA no constituyen entidades estáticas. Por el contrario, éstas prácticas, dotadas de un enorme potencial, enfrentan asimismo el gran desafío de “transformar las concepciones tradicionales sobre la reproducción, la naturaleza, el cuerpo y las relaciones sociales” (Farquhar, 1996, p.14). En este sentido, las tecnologías reproductivas pueden ser tanto liberadoras como controladoras. Si el feminismo se limita a preguntarse si son “buenas” o “malas” para las mujeres corre el peligro de producir un esquema binario y reduccionista que censura las nuevas posibilidades que éstas ofrecen y oculta las relaciones de poder-saber que se configuran a partir de su difusión. Consideraciones finales A lo largo del artículo se han revisado las principales dimensiones teóricas de la infertilidad y el recurso a la medicina reproductiva desde el enfoque de género. En los discursos sobre la maternidad, la asociación entre cuerpo femenino y fertilidad aparece con todo su vigor. A la vez, el género como ontología prediscursiva y otros sentidos tales como lo mágico-religioso y lo natural son subyacentes al discurso
sobre la maternidad. Si la fertilidad y la maternidad forman parte de un “guión de género” (Butler, 2006, p.106), la infertilidad inscribe esos cuerpos no reproductivos en un espacio ambiguo. Los cuerpos femeninos infértiles no pueden formar parte del guión de género, sin embargo, la medicina reproductiva les permite evitar la zona de abyección que antiguamente les estaba destinada. En tanto experiencias del orden de lo involuntario, las dificultades reproductivas son significadas de distintos modos: azar, obra de la voluntad divina, condición hereditaria y/o puramente biológica. En contraste, someterse a un tratamiento reproductivo supone la voluntad de atravesar el proceso: exposición al dolor físico y a un conjunto de técnicas sobre las que se tenía una opinión negativa o sobre las que no se conoce nada y situar el propio cuerpo como objeto de investigación e intervención del saber médico. Sin embargo, la infertilidad no adquiere un único sentido. Por el contrario, entendemos que no existe una única “experiencia de la infertilidad” sino diversas “experiencias de infertilidad”. Los sentidos atribuidos al género, a lo natural y lo artificial así como las diferentes experiencias vividas durante el tratamiento y sus resultados (positivos o negativos) son dimensiones configuradoras de las “experiencias de infertilidad”. Aún resta desnaturalizar el estigma de la infertilidad. Debatir y deconstruir este estigma es fundamental para que el recurso a las tecnologías reproductivas sea, efectivamente, una opción entre otras y no una reconfiguración del mandato de la maternidad. Del mismo modo, es fundamental ahondar en los factores causantes de infertilidad que pueden ser evitados. La corriente teórico-política que enfatiza en las nuevas posibilidades que brindan las tecnologías de reproducción asistida cuestiona la forma en que está establecido el acceso a las mismas en la actualidad, no sus dinámicas y relaciones. De acuerdo a estas visiones, las tecnologías reproductivas desestabilizan el sistema heteronormativo brindando opciones reproductivas a mujeres solas y a parejas del mismo sexo. No obstante, estas opciones se nutren de otras mujeres, generalmente de menores recursos, que ingresan al circuito de las clínicas para realizar donaciones de óvulos. Esta situación, dada por la ausencia de un registro de donantes, las expone a numerosos riesgos como el síndrome de estimulación ovárica, formación de quiste ovárico, probabilidad de contraer cáncer ovárico, riesgo de menopausia prematura, entre otros. Esto sin mencionar las disyuntivas que se abren con la subrogación de útero. Finalmente, sostenemos que es preciso contar con nuevas conceptualizaciones que amalgamen lo que hay de mandato social y de experiencia vital en la maternidad de tal modo que el recurso a las
tecnologías reproductivas pueda ser abordado en toda su complejidad. Finalmente, resta indagar las representaciones sociales sobre identidad y genética desde el enfoque de género en la actualidad.
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