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Relatos de muerte, intriga y develamiento

RELATOS DE MUERTE, INTRIGA Y DEVELAMIENTO

La terapia

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Rocio Oñate Carlin

Muchas veces me pregunto ¿qué tanto puede una persona cambiar su destino al entablar una relación? Esta interrogante siempre merodea mi mente. ¿Qué habría pasado si no hubiera conocido a…? Esto viene a colación del caso de mi vecino. Él era un hombre entrado en años que, a pesar de su madurez –casi rayaba los 64–, aún mostraba el atractivo de su juventud. Además de educado y de mirada penetrante, siempre estaba pulcro, correctamente vestido y el pelo canoso bien peinado. Se sabía que era el único heredero de la fortuna amasada por su familia, dedicada desde hace un tiempo a la fabricación de vinos en su natal Baja California. Ahora él,

abandonando la noble tradición, solo buscaba disfrutar la vida.

Sus pasos lo habían llevado por el camino de la viudez. Hacía varios años que su esposa había fallecido a causa del cáncer, lo que lo

sumió en una gran soledad. Sin embargo, su ánimo no se debilitaba.

Luego de la irremediable pérdida de su mujer, se había mudado justo al lado una chica mucho más joven, quizá 40 años, que se había cambiado de ciudad en busca de mejores oportunidades de trabajo. Al parecer era soltera, de buenas proporciones, muy risueña, pero con

poca educación. Era habitual verla vestida de forma llamativa.

En alguna ocasión, muy cerca de su casa, a la recién llegada se le atoraron los tacones en el pavimento, lo que le provocó una fuerte caída. Para su suerte, mi vecino iba pasando y, sin pensarlo, corrió a

auxiliarla. El golpe fue tan contundente que la mujer no podía apoyar uno de sus pies, él tuvo que llevarla hasta su puerta.

Sin dudas, este encuentro lo animó a sentirse nuevamente vivo. Conforme transcurrieron los días, sus visitas cotidianas a la casa de la chica pronto tornaron su afecto en un sentimiento más profundo. En mi vecino se había despertado otra vez el deseo y el amor. Ella, por el contrario, solo podía verlo como un hombre preocupado por su salud, que nada más le inspiraba agradecimiento. Desde su caída, había gastado mucho dinero y sus fondos estaban casi agotados. Por eso,

decidió aceptar la propuesta que él le había hecho: casarse

En una ceremonia muy íntima, se realizó el

matrimonio. Finalmente, ella se mudó con él. La casa era de dos pisos con todas las comodidades y, lo mejor, no tendría nunca más limitaciones económicas. Después de su convalecencia, el médico le indicó tomar terapia de rehabilitación para evitar problemas con el tobillo. Su marido aceptó y de inmediato le pagó a uno de los mejores terapeutas.

Las duración sesiones se dieron los

que, inexplicablemente, días previstos,

se prolongaba aunque con una

cada vez. A la

pregunta expresa de su marido

por respondía que así era el tratamiento. las horas invertidas, ella solo

Como la duda anidó en su pecho, en una oportunidad la siguió. De esa forma, con sorpresa, alcanzó a ver que su esposa no se dirigía a la clínica sino a un motel acompañada de su terapista.

A pesar de su coraje, su carácter y educación le impidieron hacer algún reclamo en ese momento, pero al llegar a casa la enfrentó airadamente. Ella lo negó todo. Le decía que sus sospechas eran

infundadas, sin embargo, no tuvo más remedio que aceptar

la infidelidad cuando él reveló que la había visto entrar junto a su amante al motel. Él estalló en ira y le pidió el divorcio, mientras que ella, al sentirse acorralada, subió a la recámara para encerrarse. No tuvo

tiempo. El hombre la había alcanzado y la sujetaba del

brazo buscando una respuesta. En el forcejeo, mi vecino perdió el equilibrio y

rodó por las escaleras hasta quedar en el piso desnucado.

A ella solo se le ocurrió llamar a su amante en ese momento. Los

dos acordaron no avisar a la policía porque no iban a creer que se trataba de un accidente. Ya varias vecinas se habían dado cuenta de sus encuentros clandestinos.

una La pareja envolvió el cuerpo con unas sábanas y lo arrumó en cava, ambiente oscuro y controlado que servía para sus

propósitos. Ellos bajaron la temperatura al máximo para evitar la

descomposición del cadáver, en tanto que pensaban cómo deshacerse

de él. A los días, la mujer reportó la desaparición de su esposo y las

indagaciones comenzaron. La policía acudió a la casa y, al interrogarla,

su nerviosismo era evidente, a pesar de que ella fingía estar

angustiada. Para ese momento, los amantes ya se habían deshecho

de mi pobre vecino: lo había arrojado a los basureros de Ecatepec la

noche anterior.

Ante tantas inconsistencias, enseguida surgió la duda. Las

autoridades giraron una orden de cateo para revisar el domicilio

y, aunque se escudriñó cada rincón, no encontraron nada. No obstante, las sospechas se agudizaron al instante cuando un investigador encontró una pequeña marca como un rayón en el barandal de las

escaleras. El agente recogió los rastros sobre la madera con un hisopo y también una blusa tirada en el bote de la ropa sucia. La prenda estaba ligeramente rasgada en la manga. Todas las pruebas fueron llevadas al laboratorio para su revisión. A pesar de los indicios, no se pudo concluir que el esposo había sido asesinado en su hogar, por lo que fue clasificado como “desaparecido”.

Más tarde supe que los días en esa casa empezaron a

ser insufribles. El gemido de la caída no dejaba de resonar en la cabeza

de aquella mujer. Los ojos crispados del rostro de su marido se le aparecían por las noches, por lo que su razón empezó a flaquear y dejó de comer. Su amante no acudió a verla nunca más, pese a que lo llamaba constantemente. Una noche sentada en la orilla de la cama y con las luces apagadas creyó ver a su esposo acercarse al lecho para reclamarle su infidelidad. Ella salió corriendo, tropezó con la alfombra y

rodó por las escaleras. Al igual que mi vecino quedó tendida al pie de

la escalera con la cabeza desnucada.

La taza de té

Isabel Bravo

En una ciudad de Londres, se encontraba un apareja de varios años de casados. Su amor había empezado cuando se conocieron en una cafetería. Él tenía 59 y ella 36. Pronto, quedaron locamente enamorados, aunque con el tiempo su pasión se apagó. La mujer, llamada Sara, no tenía interés alguno en Francisco, su marido. Pese a que él la seguía queriendo, esta tenía un amante de nombre Felipe. Se trataba de un hombre más joven, de su misma edad. Ellos se conocieron en una fiesta.

Sara no sabía cómo decirle esto a su esposo, así que decidió quedarse callada. La mujer se veía con Felipe todos los jueves a las 5:30 pm en la misma calle. Ella le decía a Francisco que iba a una reunión con sus amigas o se inventaba algo más para poder salir.

Sara estaba harta de tener que fingir amor por su esposo. Ella no lo quería, pero sabía que si se lo decía este no la dejaría ir tan fácil. Su única solución fue envenenarlo. A la hora de la cena le preparó un té, le puso una sustancia y se lo dio. Horas después, Francisco se

empezó a sentir muy mal hasta que murió.

Enseguida, Sara llamó a la policía para informar que su esposo había fallecido. Cuando llegaron los agentes le preguntaron cómo habían ocurrido los hechos. Ella les contestó que no sabía, que había salido y al llegar a su casa lo encontró de esa forma.

La detective que investigaba el caso le hizo una serie

de preguntas a la ahora viuda y notó su indiferencia por su marido. No se

notaba que estuviera triste o que tuviera algún dolor por la muerte de Francisco, por lo que la detective comenzó a sospechar de ella. Sin dejarse llevar por las apariencias, siguió investigando.

Al sentarse para descansar un rato, la detective vio la taza de té

que había sobre la mesa, esta no tenía mucho

líquido, suficiente como para mandar examinar su contenido. pero sí lo

Cuando llegaron los resultados de las pruebas, se enteraron de que el té contenía cierta cantidad de veneno y la detective lo asoció con el desinterés que había de parte de la esposa por la muerte de su marido. De este modo, la detective llegó a la conclusión de que Sara lo había matado.

Xoxos y corazones .Mi propio libro

Belinda Vargas Prefacio

Cuando llegué a ese lugar (Casa Hogar), pensé que mi pasado había quedado atrás, sin embargo, volvió a repetirse, no de la misma manera, eso es obvio, pero sí había algo similar y escalofriante de lo que antes era mi vida.

Creo que llegó la hora de enfrentar la verdad con todo y sus consecuencias, es hora de revelarla.

¿Por qué soy así? me preguntan muchas personas,

unas buena y otros de mala manera. Cuál es la mala, lo dejo a tu criterio. de

Cuando lo conocí, no era más que un simple extraño, solo lo veía en la escuela y rara vez llegué a verlo fuera; creó que así era mejor. Pronto, llegó un punto en que no podía más y cada vez que salía deseaba encontrarlo y verlo, aunque fuera por un segundo. Puede que me estuviera volviendo loca, pero ese no era ni es el caso.

La vida me puso un reto y pienso que lo superé. Salí con

rasguños, rupturas, dolores, amores olvidados

y con gente que me odia, aunque ellos y sus malos comentarios para desestimarme, en estos momentos, no me preocupan.

No sé si sea lo correcto, pero de todas las cosas que hice, solo

me arrepiento de algunas. Reflexionar sobre ellas,

pues constantemente me cuestiono, me permite encontrar verdades que me ayuden a continuar. Todavía no las encuentro, pero sé que voy por el buen camino, aunque de repente se me va el pie.

Bienvenida

Llegué a la Casa Hogar con miedo y ganas de salir corriendo. Mi familia –tíos, prima y abuela de mis primos– se despidió de mí aconsejándome que me cuidara, que ahora era mi responsabilidad, ya que era como estar sola. Sí, tenían mucha razón. Estaba físicamente allí, pero mi corazón salía desbocado cada vez y tomaba diferentes rumbos.

Enseguida, observé cómo la camioneta recorrió el mismo camino por el que habíamos llegado, solo que esta vez no iba como pasajera. Se me salió una lágrima. Después, todo perdió sentido, no sé por qué, ni cómo, solo que así me sentí.

Aún recuerdo el olor de la primera comida en ese

lugar. Recuerdo qué pensé de cada una de las personas presentes y no imaginaba que llegarían a ser tan importantes para mí. Por algo pasan las cosas y que bueno que sucedieron de esa manera.

Ahora pienso en el primer abrazo, las risas, inseguridades,

angustias y en otras tantas cosas que me sacaron una

sonrisa, aunque solo quedan, eso, recuerdos y más recuerdos de lo que un día fue. Creo que el destino lo decidió así, a pesar de mis miedos, pues

siempre los he tenido, unas veces más que otras.

Estoy convencida de mi futuro y de lo que deseo, pese a que muchos no lo crean por mi corta edad, sin embargo, es así. Hoy siento una fuerte atracción por lo que quiero. Sí tengo ciertas dudas, pero qué serían de nuestras decisiones si no las tuviéramos. Su encanto se iría, quién sabe a dónde, solo nos queda recordar.

Ante mi situación, solo me queda esforzarme y esperar. Llegué a la escuela con miedo y nervios, pues claro, era la

primera vez que iba a ese sitio. Me embargaba una sensación

de soledad. Me senté en un rincón y todos parecían observarme, unos de manera discreta y otros con los ojos saliéndoseles de las órbitas.

¿Acaso nunca habían conocido a alguien serio? La verdad, no lo soy, pero tampoco esperaba desenvolverme como un tamal. Mi cubierta es

más dura y no se conforma con lo simple.

Ese día no establecí ningún tipo de contacto, solo el que me impuso la rutina de la presentación. Parecían lobos hambrientos de nuevas víctimas, pero les falló, yo no caí. Al salir de la escuela, sonreí

falsamente y a los que me preguntaron sobre mi

“primer obviamente les mentí, me había sentido como de otro planeta. día”,

El tiempo me permitió conocer varias personas. Logré llevarme bien con la mayoría de mis compañeros, aunque algunos eran muy odiosos y por más que lo intenté no pude ser su amiga. Como dice el dicho: “El zapato que no te queda, ni a la fuerza te entra”.

Más tarde, una

conmigo. Al principio chica de la Casa

fue “súper padre”, Hogar vino a la escuela

pues ya no estaría sola,

haríamos las cosas juntas. Pero al poco tiempo

problemas, aunque todos tuvieron su beneficio. nos metimos en

Claro, todo era “súper”. Salíamos antes que las demás chicas y visitábamos un rato el parque, la laguna, Coppel y otros lugares. Siempre tratábamos de divertirnos, como la vez que saltamos en un charco y se nos mojaron los zapatos y al otro día tuvimos que llevar tenis. Cuando llegamos el director nos preguntó por qué los traíamos y nos excusamos diciendo que los habíamos lavado. No creo que llegue a olvidar momentos así. Lo mismo ocurrió cuando casi me caigo en la laguna y si no hubiera sido por ella, mi mejor amiga, me hubiera ido con el agua y convertido en pescado.

Día de muertos

El día de muertos es una celebración que conmemora de forma especial a las personas que en este momento no están con nosotros.

Ese día, mi amiga y yo nos adornamos muy bonito. Aún recuerdo que estaba lloviendo y nosotras íbamos pintadas de catrinas y llevábamos vestidos a pesar de todo el frío que hacía. Nuestro educador, a quien aprecio mucho por su gran carisma y su personalidad, nos llevó. Aun

me divierto al pensar que entré a la escuela con falda como de monja y salí con un vestido bastante corto.

Llegué y fui a mi salón. La mayoría de mis

compañeras comentaron que me veía muy bonita y, la verdad, era cierto. El rato se nos fue platicando y caminando de un aula a otra. Instantes después, lo vi. Él se había vestido increíble, estaba de traje y con la cara pintada de catrín. Me acuerdo de que nos tomaron una foto y nos bautizaron la catrina y el catrín, "La pareja perfecta". Al principio solo me burlé, luego, lo reconsideré. Ese fue el día en que él y yo empezamos a

llevarnos mejor.

Más tarde, me enteré de que le gustaba, sin embargo, en ese momento no estaba interesa en mantener una relación. Entonces, decidí pasarlo de largo y continuar centrada en mi proceso. En las típicas historias de amor, los enamorados luchan hasta estar juntos, pero eso no sucedió esta vez. A pesar de que no terminó mal, tampoco quedamos juntos. Esa es una larga historia que espero pronto concluir.

No sé muy bien cómo empezar, no recuerdo las circunstancias exactas. Solo permanecen en mi memoria los momentos más importantes entre él y yo. Uno de ellos fue cuando me robó un beso. No le dije nada, ha de ser porque me tomó desprevenida. Además, jamás lo hubiera esperado de él, creo que lo subestime.

Me acuerdo también de que cada vez era más era adorable y

todo el tiempo me hacía corazones con los dedos. Le

encantaba mucho uno de mis suéteres porque era de peluchito, muy suave. Él se

dejaba maquillar y hacía todo lo posible

por complacerme. embargo, a veces me hostigaba, tanto cariño era empalagoso. Sin

Un día, en la escuela, me dio una carta. Parecía un testamento, pero me gustó mucho:

“Hola. Seguro ya estás harta de mí. No quiero que te

sientas presionada. Sé que necesitas tiempo, pero cada vez que te miro es como si se hubiese acabado.

Todos tenemos pros y contras, aunque tú no tienes desperfectos.

Muchos compañeros me dicen que eres muy bonita físicamente, pero a mí no me gusta fijarme en eso, pues me miro al espejo y no soy perfecto. Quiero pedirte perdón por hostigarte, perdón por besarte, perdón por todo y más, perdón por enamorarme...

Si yo busco una relación es para que esa persona me apoye, de la misma manera en que yo lo haré con ella. Si te quedas conmigo no te faltará el amor incondicional, los abrazos, las clases particulares de un tema que no entiendas, protección y que te saque una sonrisa. Por último, estoy para todo lo que tú quieras. Quiero aprender a amarte y si me das tu confianza voy a hacer todo lo posible por

mantenerla.

Con cariño, él”.

Desafortunadamente, yo me alejé por mi bien y el de él. Seguí

con mi vida, aunque todavía lo veía llorar por mí. Incluso,

cuando fuimos al cine, quería que me sentara a su lado, pero le dije que no podía, que me iba a sentar con otros chicos. Terminé sentándome con unas chicas y me enteré de que estaba llorando. Me sentí muy mal. Entonces, tenía dos opciones: o me quedaba sentada con mis amigas o iba con él. Escogí lo segundo y estuvimos juntos, tomados de la mano, muy cerca y abrazados. Su cara me rozaba, sus ojos tenían

todo lo que yo quería y me encantó.

El lugar estaba oscuro y mi corazón latía muy fuerte, él se acercó y rozó mis labios. Traté de pensar y en ese momento me alejé, yo no podía hacer eso, lo quería, pero no era correcto, en especial, porque le daría falsas esperanzas. Por eso, me aparté quitándole la luz que había encontrado en la oscuridad. Quizá, me consideren despiadada, lo hice por su bien. Nada es seguro conmigo. No seremos novios, sino

amigos.

El 13 de febrero me regaló un cuadro con una foto de los dos. Me gustó mucho y fui corriendo a mostrársela a mi educador. Aún conservo todo lo que me regaló y en este momento estoy decidida a conservarlos.

Un día, él me dijo que yo era de las pocas chicas que lo había hecho llorar. Solo lo miré, sin saber que decirle. Me dio un abrazo y se fue. Antes de que cruzara la esquina, le contesté: “Y tú eres uno de los pocos chicos que me ha hecho pensar”. Y no me refería a pensar en alguna pregunta o asunto de la escuela, sino a pensar en por qué traté

de alejarlo, pensar en su bien, pensar en el cariño que mucha gente me demostraba y yo no observaba.

Solo sé que esta historia seguirá, aunque no de la misma forma, ni en el mismo sitio, ni en las mismas personas. Solo sé que como yo muchas chicas están en busca del "sentido de su vida".

Rastros de una memoria

Carlos R. Viso F. Venezuela

“(...) para contarse la vida”. Esto fue lo primero que sentí cuando terminé de leer aquellos cuadernos deteriorados por el tiempo, que se salvaron del fuego por la lluvia que caía aquella tarde invernal. Los regresé al bolso donde estaban cuando Sebastián me los entregó hace

un par de semanas. Recuerdo la última vez que nos tomamos un café

haciendo memoria de otros tiempos, entre risas y silencios, entre una de las retahílas que hacíamos en nuestra infancia. cada

Hacía el camino sin prisa hasta la casa cuando vibró el teléfono móvil en el bolsillo de la chaqueta. Me tomó tiempo reconocer la voz de aquel chico que hacía años no veía. Se marchó del país en medio de una hemorragia migratoria que comenzó hace cuatro años. Sí... es cierto... un académico reprochará el término hemorragia para lo que designan con elegancia “movilidad humana forzada”.

“¡Padrino, es Sebastián!”. “Ah, ¡Dios te bendiga!”, le contesté sorprendido.

No disponía de mucho tiempo porque debía entrar a una reunión de la empresa internacional que lo había comisionado a venir al país para realizar unos trámites. Acordamos encontrarnos en la plaza del pueblo al día siguiente.

El trayecto hasta el refugio estaba iluminado por la “luna azul”. Así llaman a esta segunda luna llena del mes de octubre, que marca un antes y después. Así como las cronologías en los libros de historia indican un antes y después de Cristo –“AC” y “DC” –, ahora será “AP”

y DP” para evocar una pandemia. ¡Joder!, el

Maestro sabiduría afectiva y misteriosa que ni las propias sectas, legó

una iglesias o agrupaciones fanáticas han sabido reabsorber. En fin, ocurrencias de caminante que ahora entraba a la casa. La temperatura descendía y un buen café entona lo que ronronea desde hace rato, después de la sorpresiva llamada de Sebastián. Encendí un cigarrillo y ensimismado sentí el roce de una nostalgia y añoranza que me devolvió su rostro,

mirada, sonrisa y voz ronca y pausada.

“Anselmo: ¿dónde carajo andas?”, me pregunté en

silencio mientras sorbía el último trago del café con papelón. Cinco años sin noticias, señales, mensajes o algo que indicara su paradero. “Persona desaparecida”, así luce la etiqueta del expediente que recoge el

reporte policial, nada más. Ahora aparecía Sebastián urgiendo

un encuentro. El gesto de Anselmo fue inolvidable cuando me dijo: “Tú serás mi compadre, el próximo sábado bautizaremos a Sebastián”. Pero ¡coño compadre, no me dijiste nada antes de desaparecer!

Al día siguiente, me encontré con Sebastián.

“Abrir este surco con el silencio que aprendían a dibujar

los murmullos. La frase quedó inconclusa, suspendida en el encabezado de aquel cuaderno de improvisaciones. Sentir el tiempo, así traduce la expresión de los indios guaraní ‘Arandú’, que designa a la sabiduría. En algún cuento de Augusto Roa Bastos lo leí en medio de aquella voracidad de lecturas”. Este era el mensaje escrito con la letra

manuscrita de Anselmo, inconfundible. Recuerdo que en

la preparatoria le hacían bromas porque tenía letra de señorita. Anselmo

no se inmutaba. Gracias a su caligrafía convenció a más de

un profesor en la universidad para que le permitieran entregar los trabajos a mano.

Sebastián llegó diez minutos tarde de la hora prevista. Era el vivo retrato de Anselmo cuando tenía 33 años. Ahora mi ahijado los tiene, es un muchacho buenmozo y cordial. Era conversador como la madre, con la sonrisa pícara del padre y la mirada transparente. Sebastián

colocó sobre la mesa un bolso grande: “Padrino, aquí tienes la tarea”, dijo y lo acercó hasta mis manos: la tierra llena de silencio, soledad y ausencias se embarazó con el tiempo, preñada de un sueño nuevo, fecundada por lo inédito. Arrojó los fantasmas hacia tierras desconocidas y se dejó colonizar por un tiempo libertario, asumiendo los nuevos riesgos y retos que le insinuó la historia por venir”. Este era uno de los fragmentos que se leía entre aquellos cuadernos quemados

en las esquinas, que todavía conservaban las tapas

gruesas asimétricas. Páginas borrosas por la humedad, sobre todo, en las que Anselmo escribió con lápiz. En otras la tinta estaba corrida o firme, según el daño que habían sufrido.

“Padrino, estos cuadernos están mejor en tus manos.

Se salvaron del fuego por una lluvia oportuna. Los encontró Francisco, aquel señor que barría las calles de la urbanización. Estaban en una pila como si hubieran querido hacer una hoguera”, me dijo enseguida. Los curioseó y leyó en una de las tapas: “Anselmo París. Entre los chamuscados salvó estos manuscritos y los guardó en una bolsa de plástico. ”

“Quizás era necesario manchar muchas libretas más.

Incendiarlas como una recapitulación que dejara limpio el

almacén hasta encontrar el pasaje que revelaría la navegación en otras aguas, del otro lado del verbo frío y calculador. Ahora era necesario reír, convertir en sátira, comedia y burla el gesto que nos podría devolver la mirada ingeniosa, aguda y serena para componer otro domicilio. Metió la libreta en el bolsillo húmedo por la lluvia, y sintió cómo se evanescían las letras por la superficie del pantalón. El amanecer podía

encargarse del resto”. Eso leía mientras escuchaba la encomienda de Sebastián. La página tenía surcos de las quemaduras en la orilla y manchones amarillentos de humedad. Eran fragmentos inconexos,

improvisaciones de líneas inacabadas. Sebastián deseaba

tener alguna pista o clave para descifrar qué estaba escribiendo Anselmo.

Siguió sacando del bolso otras piezas, de los cuadernos y hojas sueltas. Sebastián ordenó el almuerzo mientras yo seguía sin entender aquellos trazos que iba mirando al vuelo del instante: “Sí... cada amanecer sería un movimiento de caricias que instalaran una ternura de larga duración, despertando sin prisa, sin apremios y disolviendo tensiones para que despertaras con la serenidad creadora que fragua

una jornada inédita. Así, descubriendo el encanto para sentir el tiempo como oportunidad para hacerle un domicilio a los sueños, a los deseos, a la irrealidad que nos libera de los límites y las condiciones”.

Sebastián interrumpió lo que leía: “No tengo la menor idea de lo

que papá hacía en esos cuadernos. Recuerdo que, unas semanas

antes de que mamá dejara ser posible, me dijo que andaba muy

ensimismado, silencioso, la mirada fija siempre hacia algún

lugar remoto. Él sabía que quedaba poco tiempo para la inexorable partida

de mamá. Le pregunté cómo se sentía. Se quedó en silencio unos segundos y solamente dijo con voz baja: ‘esperar lo que ha de llegar y como ha de llegar''.

Seguí libreta fue en silencio leyendo otro fragmento de los

buena idea. Podía nutrirla en cualquier papeles:

“La momento o circunstancia. Un medio para hacer memoria de papel a los sentidos, a los adentros, a las voces que todavía no sabía cómo entrevistar. No logro componer esa historia. Es delicioso encontrar ese tiempo para domiciliar la intimidad”.

Los cuadernos quedaron resguardados en el bolso.

Sebastián debía acudir a otra cita de trabajo de la empresa. Dentro de varios días

regresaría al norte. Sentí su abrazo largo en silencio. Su mirada estaba

empañada ligeramente: “Padrino, esos papeles de papá

quedan en tus manos. No sé si podrás descifrar qué escribió. Ninguna señal de él

hasta ahora. No sé cuándo pueda tener una nueva vernos, pero mantendré la comunicación contigo”. oportunidad para

Ahí quedó el bolso sobre la mesa de la sala. La madrugada me sorprendió sumido en lo que podría haber ocurrido con Anselmo y en

lo que expresaban ahora estos manuscritos inesperados. Mi chaqueta estaba cerrada porque el frío de la madrugada montó su cerco en este solitario refugio de montaña urbanizada. El vecindario estaba sumido en oceánico silencio. Saqué una de las páginas de los cuadernos mientras buscaba acomodo bajo la luz de la lámpara del recibo.

«Mañana continuaremos. Ahora voy a descubrirte en los sonidos

del silencio de esta joven madrugada que me seduce con

sus secretos. Un beso y un abrazo demorados en tu sueño. Pedro Salinas es mi amable interlocutor mientras velo tu descanso: “La voz a ti

debida” y “Razón de amor” se solapan desde hace días en estas

vigilias de madrugada: “¿Serás, amor, un largo adiós que no se

acaba?”. Podrían mezclarse, juntarse, empalmarse los versos del

poeta español. Hasta conjugar la “razón de amor” con “la voz a

ti debida”. Se desordenan estos papeles, no importa, igual aquí lo había copiado de otro poeta que no recuerdo su nombre, pero que me dejó resonando la memoria: “No sabemos si vivir es una debilidad o una fuerza, pero sí sabemos que es una escritura. Y esa escritura solo tendrá sentido al bajar el cielo a la tierra. Además, la tierra no sabe qué hacer con los muertos, y bajar el cielo a la tierra podría servir por lo

menos para corregir a la muerte”. El libro estaba extraviado. Sí, ahora

lo recuerdo: Juarroz... Roberto Juarroz”».

¿Escribía un diario? ¿Apuntaba en desorden lo que pasaba por

su mente? Anselmo copiando versos de poetas. No recuerdo que

hiciera algún comentario de los libros que tenía en una

pequeña biblioteca en el fondo de la casa. Estaba pendiente de las crónicas que

gustaba leer en la prensa. Amanecía en el

quiosco tiempo que llegaban los repartidores de los periódicos. casi al mismo

Dejé la hoja junto a los otros cuadernos. ¿Qué haría con estos manuscritos que se interrumpen por cualquier parte? Era difícil encontrar el hilo o la costura oculta detrás de esas líneas. No parecen tener destinatarios. Tal vez, hubiera sido mejor que se calcinaran en el fuego y no incurrir en “los testamentos traicionados”. Anselmo los dejó para que se quemaran, pero no esperó hasta verlos vueltos cenizos.

«La rutina inventada cada mañana se ha convertido en un juego

serio y divertido a la vez, en medio de este naufragio colectivo. Hay que saber a qué atenerse y con qué contar para minimizar y burlar la desorientación, la desesperación y la exasperación que transpira entre la plaza pública y la alcoba, donde inexorablemente se hace la vida. Como decía Ortega y Gasset, entre el ensimismamiento y la alteración, aprender a esperar lo que ha de llegar y cómo ha de llegar, fluyendo

como el manantial que no pregunta por el camino. Esto ha sido

grabado en mi memoria desde hace más de 10 años, cuando amable interlocutora lo comentó al vuelo de sus ocurrencias:

aquella “El wuwei está entre las líneas de quienes hicieron memoria del viejo Lao

Tse”. El viejo Pereira es una caja de sorpresas. ¿Y cómo lo sé? Pereira

buscó el viejo librito debajo de la caja registradora de la sastrería, lo

abrió y me dijo: “Lee aquí Anselmo, ‘La enseñanza sin palabras, wu-

wei. No significa la inmovilización, sino una actitud de prudencia y

respeto hacia el desenvolvimiento natural y espontáneo de

cada situación y de cada ser. Comprendiendo cómo fluye la corriente es

posible seguirla’. Eso dice Arturo Garbizu en la “Introducción”,

Anselmo. Lao Tse dice: “El Maestro actúa sin hacer y enseña

sin palabras. Lo más blando del mundo desgasta lo más duro del mundo. Lo sin sustancia penetra lo que no tiene espacios ni fisuras”. ¡Qué

vaina con Pereira! ¿De dónde saca este sastre la…»?

Busqué con cierta ansiedad dónde seguía esta página, una de las más enteras de los cuadernos. Sobre la mesa del comedor había ido colocando las hojas sueltas y a un lado los cuadernos que todavía mantenían las tapas quemadas. Wu-wei, así lo escribió en la servilleta

mientras desayunábamos una mañana en la cafetería de la

plaza. Cuando le pregunté qué significaba eso solamente dijo: “La enseñanza sin palabras”, y cambió la conversación rápidamente para contarme emocionado lo que le había acontecido el día anterior cuando cruzaba la plaza a mitad de la mañana.

Había escuchado las risas y la algarabía de un grupo de chicas en uno de los bancos. Una de ellas sostenía un ordenador portátil. Anselmo dijo que caminó más lento hasta aproximarse al grupo. Las conocía porque la Casa Hogar contaba con el apoyo de varios miembros de la comunidad. Lo saludaron entre risas cómplices y se atropellaron disputando la palabra para contarle que sus poemas, narraciones y cuentos iban a salir en un libro. Por casi tres meses, participaron en un taller de lectura y escritura para jóvenes adolescentes. Julia sostenía entre sus piernas el pequeño ordenador móvil y así fueron mostrando los borradores para el texto que pronto sería publicado. Ellas mostraban euforia total porque no imaginaban que eso era posible, que sus historias, sus versos, los relatos y

cuentos pudieran salir en un libro con sus nombres. Discutían sobre el título y las ilustraciones.

Anselmo sonreía mientras alargaba la mano hasta

la taza del café: “Compadre –señaló–, a esta generación le ha tocado hacer la vida en medio de una crisis histórica de largo aliento. En la tormenta riegan con sus risas y esfuerzo, esta obra de teatro donde unos entran y otros salen en medio del drama, de la tragedia y la hazaña o la heroicidad, como le gustaba decir a Ortega y Gasset. Parece una caravana en donde se solapan y empalman, en convivencia polémica

o conflictiva, los que andamos en edades sociales distintas. Arturo, ¿te has dado cuenta de que vamos de salida? ¿Te has fijado en que hasta en la estadística somos invisibles? El otro día lo advertí viendo unos indicadores en una escala en la prensa: en la escala de edad señalaba entre 0-5; 5-10...y así hasta que al final decía 65 o ‘más’. ¡Coño compadre somos ‘más’, pero no llegamos al 7% de la población –soltó entre risas”.

“Hasta disolverán... el inmenso globo, sí, y cuanto en él descansa se

y no quedará rastro de ello... Estamos hechos de

la misma sustancia que los sueños y nuestra corta vida se cierra en un sueño. ¿Qué quiso decir Shakespeare a través de Próspero en ese acto IV, hacia el final, en La tempestad?”.

Han transcurrido tres días y se ha hecho familiar lo que

al principio lucía extraño. La incertidumbre y el misterio siguieron latentes detrás de cada fragmento o trozo de papel que hemos ido ordenando en la mesa. Contrastan las líneas manuscritas entre sí.

«Podrán los encantadores quitarme la ventura, el ánimo y

el esfuerzo es imposible. Lleva razón Julián Marías cuando medita sobre el espíritu cervantino del Quijote. Ese librito se las trae: “Cervantes, clave española”. Tal vez, Pereira pueda».

“Anselmo, amigo del mirar”. Así me comentó que le gustaba que le dijera la otra tarde sentados en una de las mesitas externas a la panadería. Y después mucho más, desde que compró y comenzó a leer aquel librito grueso y usado, con tapa verde oscura, El espectador,

con el nombre del autor en una esquina: José Ortega y Gasset.

«Compadre, lo revisé y me sorprendió que era un libro con ocho libros

reunidos en un solo volumen. “El origen deportivo del Estado”;

“Abenjaldún nos revela el secreto”; “Sobre la muerte de Roma”; “Notas

de andar y ver”. Esos son algunos de los subtítulos que vi en el índice

y me cautivaron. Pagué lo equivalente a tres panes. Los panes me los

como en tres desayunos y se acaban. Este libro no se acaba, sino que

enseña a mirar y a seguir pensando porque hay que asaltó en concierto. Las vainas de Anselmo. vivir». La risa nos

Unos años antes había comprado otro librito escrito en

1914, Meditaciones del Quijote, el mismo año en que comenzó la carnicería estúpida de la Primera Guerra de Europa. Ortega y Gasset tenía 31 años. Recuerdo ahora que Anselmo tuvo un razonamiento similar para decidirse a comprarlo. Le pareció un libro con otro librito escrito en paralelo, por las notas a pie de página que hizo en 1958 Julián Marías a esa obra temprana de su maestro y amigo. “Sí Arturo”, me dijo cuando lo escuché y sonreí. «Ya sé lo que dicen tu mirada y sonrisa, que soy anacrónico leyendo en el siglo XXI un librito de hace 100 años

–subrayó–. Te diré que esos dos autores son nobles y

amables interlocutores, que siguen conversando al ritmo de cada página con el lector. Además, la semana pasada dejé de comprar unas caraotas

para poder llevarme Cervantes, clave española; “un Cervantes

para lectores”, así dice Julián Marías en la “Introducción”, cuando lo publicó en 1990 a sus 76 años».

“Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y que es ahora todos los hombres y que no veremos. Ya somos en la tumba las dos piedras del principio y del término la caja, la obscena corrupción y la mortaja, los ritos de la muerte y las endechas. No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre, pienso con esperanza en aquel hombre que no sabrá que fui sobre la tierra. Bajo el indiferente azul del cielo. Esta meditación es un consuelo.

Gracias a Héctor Abad Facciolince por esas novelas familiares, El

olvido que seremos y Las traiciones de la memoria,

posible dar con ese poema de Jorge Luis Borges que hicieron

que

llevaba manuscrito tu padre en el bolsillo del saco cuando cayó asesinado por los esbirros de la estupidez. Conocer, sentir y pensar quién fue Héctor Abad Gómez en Colombia, en la salud pública, en la defensa de los

derechos humanos, ha sido posible con ese libro que tardó 16 años para encajarlo en la memoria afectiva”.

Sebastián llamó desde el aeropuerto. Conversador y cariñoso

como la madre, dijo que se iba antes de lo previsto. Lucía

había comenzado a tener contracciones más seguidas y podía anticiparse el parto. “Espero que puedas encontrar algo en esos manuscritos de

papá. Inés no sabe de esos papeles. Anda con Andrés y mis

dos sobrinos en Santiago de Chile. Le contaré sobre nuestro encuentro”, indicó. Inés es la síntesis de Anselmo y Mariangela: silenciosa como el

padre y con la ternura y delicadeza en la mirada de quien la albergó durante nueve meses, tejiendo su cobija.

dijo.

“Sí, Arturo, espíritu cervantino para reabsorber la circunstancia”, Otra vez, como un relámpago de la memoria, las palabras de Anselmo cayeron en aquella cita vespertina. Volvió a leer a Cervantes a través del Quijote: «“Podrán los encantadores quitarme la ventura, el ánimo y el esfuerzo es imposible”. Así es compadre, así es. Desde el

fondo íntimo insobornable, desde donde hacemos la vida en la doble reabsorción de y por la circunstancia, se me ocurre resumir así lo que he meditado con ese par de españoles nobles, Julián Marías y Ortega y Gasset, a través de sus libros».

Pocas veces Anselmo soltaba una retahíla tan densa como esa. Luego se quedó en silencio mirando en lejanía con los ojos achinados, quizá, por el sol intenso o por lo que seguía rumiando en su laberinto interior. Los golpes le vinieron en emboscadas que lo pusieron contra las cuerdas del ring circunstancial de la vida. Fue una andanada de situaciones que lo acorralaron para recibir toda la metralla de los

puñetazos. Anselmo encajó los golpes en silencio, uno tras

otro. Primero fue la partida de Rita Elena, la madre conversadora. Después fue Miguel, uno de los hermanos menores que lo aleccionó sin saberlo en cada conversación, cada dos o tres días por semana. Ocho horas de vuelo comercial los separaban. Él

madrugada de enero. Los dos

sabían cerraban con una sentencia inexorable. dejó de ser posible una

que las oportunidades se

“Compadre, me siento en paz y hago memoria de cada uno para

recordar cómo vivieron, para qué, qué amaron

y esperaron”. Desde entonces lo vi con menos frecuencia. Respondía con una sonrisa y un ligero comentario sobre el naufragio prolongado en que anda el país. «Arturo: somos náufragos y la tarea es nadar con espíritu cervantino para mantener la línea de flotación. Aprender a “marear”, como decían los viejos manuales del arte de la navegación de hace unos siglos. El cielo es la brújula celeste para hacer las singladuras reabsorbiendo las

circunstancias».

El último testimonio recogido en el informe de los criminalistas fue el de Joaquín Montes, quien en la entrevista siempre mantuvo los brazos cruzados sobre el viejo mesón de la carpintería, que todavía está a orilla de la carretera El camino de los burros: “Anselmo hacía ese trayecto para estirar las piernas, oxigenar los adentros y comprar los huevos en una pequeña granja a dos kilómetros”. Joaquín contó que lo vio venir mientras abría el taller. Traía un pequeño morral en la espalda. Una bolsa negra grande colgaba de su mano derecha; en la otra, un libro con la que lo saludó en alto, como si se lo ofreciera. Caminaba lento. Se detuvo unos minutos para conversar. «Recuerdo

que sostenía el libro contra el pecho, el título era algo sobre lo que seríamos, como un olvido. Hice un gesto para ayudarlo con la bolsa negra para echarla en el pipote del taller. “Tranquilo Joaquín –me dijo–son unos restos de comidas para los perros de la granja”. Su mirada destilaba un brillo extraño, entrecerrado. Con una sonrisa entre sutil y pícara entre los labios, me dijo en voz baja: “Ella me convidó para tomar un café y contarnos la vida”. Guiñó el ojo y siguió caminando sin prisa. No, no lo vi venir de regreso».

“El oficio de la palabra, más allá de la pequeña miseria y la pequeña ternura de designar esto o aquello, es un acto de amor: crear presencia.

… La palabra: ese cuerpo hacia todo.

La palabra: esos ojos abiertos.” Desde hace treinta años conservo este amable libro de Roberto Juarroz. Se ha ido desencuadernando con el tiempo y la frecuencia de las visitas. Como ahora, para salvar en la página lo que mejor sabe contarnos el poeta, se aproxima la reconciliación después de tantos años: ese café para seguir contándonos la vida”.

“¡Arturo! –me, gritó mientras me tomaba de un

brazo bruscamente y apretando con fuerza–. No incurras en las memorias traicionadas. Tú sabes qué tienes que hacer encuadernados. Que se consuman hasta el final”. con esos rastros

Salí de golpe del sueño. “¡Qué vaina contigo Anselmo!”.

El corazón se serenó. Las paraulatas y cristofués instalaron su concierto mientras abría la puerta del refugio. Recordé aquella montaña solitaria donde algunas veces caminé con el compadre, el aire mañanero y las calles vacías. Me retiré el tapaboca para inhalar despacio.

El ángulo de la luminosidad cambiante en esta época del año daba un toque acorde con la tarea. Al principio chispeó un poco. La brisa se encargó de animar el fuego. Las cenizas se iban dispersando en el aire como delgadas hojuelas negras, flotaban como plumas hasta

encontrar su sitio en la ladera. Así es compadre, ya te escucho citando

a tu amigo el español: “El hombre es novelista de sí mismo, plagiario” (Ortega y Gasset). original o

Como todas las noches

Liliana Godoy Ruiz

Como todas las noches, estaba camino a encontrarme con él en el lugar de siempre. Bajé muy apurada los catorce escalones porque yo iba con más de 20 minutos de retraso y temí que pudiera haberse ido, iba a llover. Era tan tarde, que ya no encontré a nadie en el camino. Después de hacer todos los ruidos anunciando mi llegada (el tintineo de las llaves, los pasos de la carrera, la sombrilla abriéndose), al fin lo llamé; varias veces, pero nada, no estaba.

Caminé de un lado a otro, siempre tintineando mis llaves; dando tiempo a que saliera de alguna esquina, de alguno de los matorrales, de detrás de los coches aparcados, o tal vez acompañando a alguno de los vecinos que estuviera por allí a esa hora… Porque si de pronto aparecía, sería que sólo estaba jugando y no que se había ido, o

simplemente que no había llegado, que no regresaría. ¿Será que le pasó algo malo?

Pasé la noche entera escalones arriba,

tratando de dormir un rato y escalones abajo, tintineo de llaves, vuelta por aquí, vuelta por allá, esperando encontrarlo, pero nada. De vuelta para arriba, con la angustia subiendo también.

Así amaneció. Justo cuando casi me quedaba dormida,

salté para bajar una vez más los escalones, con el temor de no saber o tal vez de descubrir lo que le habría pasado. Lo encontré sentado en el mismo muro donde cada mañana, juntos escapamos de todos, del

encierro, y disfrutamos un rato de sol. Allí muy tranquilo, estaba Tino, mi gatito güero.

La foto rota

Rocío Oñate Clarín

Después de mucho tiempo, vengo a darme cuenta de lo

afortunada que fui al tener un padre comprensivo, cumplidor

y amoroso con cada una de sus hijas. A pesar de no tener estudios universitarios, su formación estuvo en las calles y con su familia –más bien con su madre–, la bien llamada “la Jefa”. Ella, dentro de sus posibilidades, le dio los recursos y estudios para ser un hombre de bien.

¿Por qué digo lo de mi padre? Muchos niños no tienen

esa fortuna y a sus vidas llega un padre golpeador, irresponsable, abusivo e incluso pedófilo. Esto viene a cuento porque a mi mamá no le tocó la suerte de vivir con sus padres y, por lo que nos contaba, un tiempo tuvo que irse a vivir a casa de su tía, quien estaba casada con un hombre abusivo y machista. Aunque el señor había cursado estudios universitarios, demostraba sus frustraciones y aberraciones hacia las

mujeres a cada momento. En ese tiempo mi mamá estaba por cumplir sus quince años, un festejo “inmoral”, según decía su tío. Antes ya habían sucedido otros eventos que, al conocerlos, me hicieron enojar indignarme. El tipo era de los que para reprenderla se valía de e

castigos corporales humillantes y dolorosos. Era un sádico. Si cometía algún error o hacía algo que no le parecía, le pedía que se pusiera tres pasos adelante, luego, con voz militar le ordenaba dar media vuelta e inclinarse. Finalmente, con una vara de membrillo le golpeaba el trasero para castigarla. A la hora de la comida, si quería un bistec, le ordenaba que fuera a la cocina, prendiera el fuego y pusiera una

sartén. Le indicaba cuánto de aceite debía ponerle, y con reloj en

mano, pasado unos minutos, señalaba colocar la carne. Un minuto

después, a la orden de “¡Ya!”, debía voltearla. De no hacerlo a tiempo, mi madre sabía que le tocaría una dotación de varazos. Esto se los cuento para que más o menos sepan con qué clase de ambiente se enfrentó mi madre.

Para ella su cumpleaños era muy importante. Su ilusión

era festejar esa fecha anhelada, en la que una se convierte en mujer ante la sociedad, un acontecimiento que debía ser festejado con bombos y

platillos. Sin embargo, mi madre tenía muy claro

que, desgraciadamente, no podía llevar a cabo su deseo. Su tía –una mujer pequeña, muy delgada, de piel blanca y amplios lentes– era la fiel imagen de las sumisas de todos los tiempos. Pese a su fragilidad, y por el amor que le tenía a mi mamá, a escondidas de su marido, mandó a diseñar un vestido de fiesta para que ella pudiera estrenarlo en su cumpleaños. De esta forma, festejaría una fecha tan

significativa. Muy emocionada, su tía se levantó temprano y

de puntillas fue a su cuarto para darle la gran sorpresa. La quinceañera estaba hasta las lágrimas, se sobrepuso el vestido y agradecida le dio un fuerte abrazo. Ella sabía que era todo lo que iba a recibir en ese día, pero era más de lo que hubiera esperado. La tía le dijo al oído

que, en cuanto se fuera el tío a su consultorio, saldrían para tomarse una foto con su vestido de quince años y así conservar un recuerdo de ese día.

Ellas esperaron hasta ver salir al hombre. Mi madre ya arreglada y feliz salió a toda prisa de mano de su tía. Fueron al estudio

fotográfico que

varias cuadras

se encontraba a

de su casa. El

fotógrafo tenía agendada la

cita. Hasta allí todo había salido según lo planeado. Mi madre estaba realmente contenta, al parecer la vida no le era tan ingrata. Pronto, satisfechas, regreso. Al

recorrieron el camino de

llegar, encontraron al tío

vociferando y rojo de coraje porque no las encontraba. Para su desgracia, ese día no hubo agua en el consultorio y

tuvo que regresar. Con los

ojos desorbitados, la mandíbula apretada y los cabellos desordenados, insultó a la tía y la trató de alcahueta. Sin explicaciones, se volteó hacia mi madre y rasgó su vestido, dejándola con la crinolina expuesta y el dorso descubierto. Entre los forcejeos, a mi madre se le cayó la foto que llevaba en la mano y que corrió la misma suerte que su vestido. Lo único que logró fue a recoger los trozos esparcidos en el piso.

Las lágrimas se dejaron sentir. Mi madre corrió a su cuarto y ahí terminó el festejo de sus cumpleaños.

tiempos fueron los pedazos de la foto Su único recuerdo de esos

que atesoraba en un sobre

manila, guardado en el fondo de un cajón. Desdichadamente,

los avances tecnológicos no eran como hoy, y los costos para restaurar la foto eran muy altos. Así, la imagen siguió durmiendo el sueño de los justos.

Hace pocos años, retomando las charlas de su infancia, vino a

nuestra plática ese suceso y me mostró, con cierta nostalgia,

los restos de la fotografía que tanto adoraba. Le pedí que me la diera para ver si podía restaurarse, y en sus ojos asomaron algunas lágrimas esperando que ocurriera ese milagro. Me di a la tarea para que la foto retomara la vida que le había sido arrebatada hace tantos años. Por suerte, encontré quien realizara ese trabajo de forma magistral. Después de sesenta y tantos años, nuevamente la foto regresó a sus

manos.

Ella conmovida la llevó a su regazo agradeciendo a la vida por regresarle aquel regalo que con tanto amor y celo le dio su querida tía. Yo doy gracias a la vida por haberme permitido cerrar ese círculo y que mi madre pudiera partir de este mundo llevándose en su corazón el recuerdo de aquel día en que alguien le demostró su amor.

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