Como sociedad en su conjunto, necesitamos seguir aportando a la eficacia del sistema penitenciario, en especial para que éste contribuya a la humanización de la realidad de las personas que se encuentran recluidas en los penales y que sea impulsor de sus procesos de inclusión.
“Acuérdense de los presos como si ustedes estuvieran presos con ellos” (Hebreos 13, 3)
Sí, la cárcel es una realidad que nos cuestiona y que no podemos dejar pasar. La cárcel debe dejar de ser un lugar de exclusión. Hoy se siente latente las palabras del Dios de la Vida: “¿Dónde está tu hermano…?” (Gn. 4, 9).
Esta solidaridad la viven muchos encarcelados entre ellos y ellas y estamos llamados a vivirla también quienes creemos en el Dios de la Vida.
La corrupción también es generalizada en muchos penales en los que se venden drogas, alcohol, armas…. Familiares y amigos frecuentemente son objeto de revisiones degradantes, además de ser obligados a esperar en fila por horas.
Las condiciones en que viven las personas encarceladas en el Perú constituyen una violación a los derechos humanos. Al encarcelar a una persona no solo se la condena a la privación de su libertad, se la condena a vivir situaciones de riesgo para su salud, su alimentación y su seguridad personal. Se vulneran sus derechos a la educación, a la capacitación, al trabajo, a la visita, a la intimidad, al acceso a la justicia, entre otros más. Se condena a las personas encarceladas a vivir en situaciones inhumanas, contrarias a su dignidad de personas. Dignidad que no debe perderse por circunstancia alguna, nos pertenece por ser hijos e hijas de Dios.
Las cárceles se han convertido en depósitos de seres humanos y verdaderas escuelas del crimen. El problema más grave en la actualidad es la sobrepoblación que hace imposible la resocialización de las personas encarceladas.
La realidad actual de las cárceles ocasiona que existan dentro de ellas grupos vulnerables y excluidos que necesitan una atención urgente en función de sus necesidades especiales.
Es necesario también prestar atención al personal penitenciario que es a veces el primero en tener sus derechos laborales vulnerados, son mal pagados, con poca capacitación para llevar adelante un trabajo tan delicado y, por lo tanto, es muy difícil que puedan brindar un servicio de calidad.
Una realidad tan compleja como la que tenemos en las prisiones del país requiere respuestas de corto y largo plazo. Como Iglesia nos sentimos comprometidos en la humanización del sistema penitenciario, escuchar el clamor de tanta gente que sufre, transmitir que es posible tener otro tipo de relaciones humanas donde exista la confianza, la solidaridad, la preocupación por el otro. Como Iglesia, estamos llamados a ser signo de una fraternidad que es posible y palpable.